Cuba en el continente después del Vizconde de Bragelonne

AGE N DA I N T E R N AC I O N A L N º 4 A r m a n d o P. R i b a s Cuba en el continente después del Vizconde de Bragelonne Fidel Castro en el poder

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Cuba en el continente después del Vizconde de Bragelonne Fidel Castro en el poder es un símbolo de la pervivencia del marxismo en el continente, aún después de la caída del Muro P OR A r m a nd o P. R ib a s

Abogado y economista nacido en Cuba. Ex asesor del Ministerio de Economía de la República Argentina Ex Diputado Nacional

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AÑOS DE LA JORNADA “gloriosa” del 1º de enero de 1959, cuando a Cuba le

llegó la noche, creo que sigue existiendo una confusión peligrosa respecto a las razones que determinaron por qué hizo irrupción Isis, cuando esperábamos a Horus. No creo que nadie pueda ofenderse si me refiero a lo que podría considerar la visión casi universal de lo que era Cuba en 1958. Según la “sabiduría ortodoxa”, que tiene mucho de “doxa” y poco de “ortho”, Cuba era el burdel de Estados Unidos. Allí pululaban los gángsters y la mafia americana que, con George Raft a la cabeza, controlaba gran parte de lo que se suponía era un garito universal. Según la propaganda de izquierda, con esa máquina de la mentira en nombre de la virtud, el presidente Fulgencio Batista y Zaldívar había matado a unos 20.000 idealistas, seguidores del Quijote del Plata, el “Che” Guevara. No menos importante era la imagen de que Cuba era el paradigma de la mala distribución de la riqueza en América, donde se confirmaba el dictum de Marx de que los ricos eran cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Y por supuesto imperaba el racismo más absoluto, donde los “negros” no tenían cabida en una sociedad a la que habían contribuido con su música y su ritmo. Por supuesto, en medio de la confusión resonaba igualmente la corrupción del gobierno de Batista, que podría decir tristemente que no la había inventado él. Esto, que he llamado la “sabiduría ortodoxa”, reinaba igualmente en el Departamento de Estado de Estados Unidos en manos de Roy Rubbotton y Sol Linowitz. Al respecto, el embajador en La Habana, Earl T. Smith, intentaba infructuosamente transmitir la realidad imperante en el denominado “Movimiento 26 de Julio”, pero como dice el refrán “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. Así, en tiempos de la administración conservadora de IKE (I don’t like), Estados Unidos le quitó el apoyo a Batista y sólo a través de Shell pudo conseguir que el gobierno inglés le vendiera algunos pocos tanques de guerra. 82

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En su libro El Cuarto Piso, Earl T. Smith escribió: “Si pudiera conseguir un jurado de doce personas imparciales, estaría dispuesto a apostar cien mil dólares a que puedo convencer a todos los miembros del jurado antes de 24 horas de que el movimiento de Castro está infiltrado y dominado por los comunistas.” Decididamente, los políticos americanos habían pasado a desconocer a los dictadores de izquierda y Castro fue la primera oportunidad de esa política. Yo no voy a dejar de reconocer que la historia política de Cuba, a partir de la independencia de 1902, cuando Estados Unidos terminó la primera intervención, deja mucho que desear. También sería falaz intentar desconocer que había burdeles en La Habana, pero en cuanto al juego, podría decir que en el casino de Mar del Plata hay ciertamente más ruletas que las que hubo en todos los casinos de La Habana. Tampoco voy a decir que en Cuba todo el mundo era rico y que no había ricos y pobres o que los negros ocupaban en la sociedad el mismo lugar que los blancos. Pero sí voy a decir que nada de eso puede explicar ni la aparición de Fidel Castro, ni su larga permanencia de más de 46 años. Y desconocer esta fea realidad es una nueva amenaza que se cierne sobre el continente, independientemente del eventual deceso de Castro, que seguramente habrá de ocurrir. Todo el mundo parece ignorar que el 4 de septiembre en 1933, en medio de la crisis económica mundial, algunos suboficiales al mando del sargento taquígrafo Fulgencio Batista dieron un golpe de estado a la plana mayor del ejército. Este golpe institucional, que rápidamente convirtió a los sargentos en generales y llevó a Batista al poder desde el campamento de Columbia hasta su elección como presidente constitucional (fraudulento) en 1940, fue en su momento aprobado y apoyado por la clase política cubana. Entre ellos, estaba precisamente el denominado Directorio Revolucionario: Carlos Prio Socarras, Grau San Martín, Carlos Saladrigas, como el periodista Sergio Carbo, etc. Como escribiera alguna vez, los revolucionarios le habían concedido el poder a los sargentos. Batista llegó al poder con ciertas tendencias comunistas, influenciado por Mella. Pero en aquel entonces, aun cuando la Enmienda Platt, que autorizaba la intervención americana para imponer el orden y defender la propiedad privada no había sido derogada, Roosevelt se negaba a intervenir. No obstante tan pronto se produjo el golpe militar, Roosevelt envió a La Habana al acorazado Mississippi, el crucero Richmond y dos destructores. Batista parece que percibió el mensaje anticomunista enviado desde Washington y optó por los dólares, pues parece descreía de los rublos. En esa misma línea se encontraban los sargentos, ya generales, cuando se dio la segunda oportunidad y los Estados Unidos habían tomado en serio la derogación de la Enmienda Platt. Cuando más adelante los mismos sargentos-generales se dieron cuenta de que Estados Unidos le había quitado el apoyo a Batista, decidieron “acomodarse” con el régimen que viniese. Tanto más cuando los revolucionarios habían logrado traumatizar la vida cotidiana y la gente ya pensaba que cualquier cosa era mejor que Batista. Algunos datos históricos dan cuenta de la corrupción política que entonces imperaba en la isla de los sargentos. En primer lugar, se votaban los presupuestos para la lucha en la Sierra Maestra y los políticos los dividían con los militares. En consecuencia, mandaban al frente algunos hombres casi desarmados, que finalmente engrosaban las filas de las guerrillas. 83

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Fidel Castro junto con el ex embajador argentino en la isla, Raúl Taleb, en enero de 2005

En Santiago de Cuba, se encontraba la base militar más importante después de la de Columbia, en La Habana. Fidel Castro fue a dialogar con el jefe de dicha base, y éste le rindió sus 5.000 hombres frente a menos de 300 guerrilleros, a cambio de su nominación como jefe del próximo “ejército revolucionario”. Por supuesto, los sargentos les vendían las armas a los revolucionarios, total daba lo mismo, viniese quien viniese la Isla “era de corcho y siempre flotaría”. El dicho popular daría cuenta de esta actitud: “aquí lo que hay es que no morirse, el muerto al hoyo y el vivo al pollo.” Poco antes de la caída, el “Che” Guevara atravesó con una columna de 200 hombres la provincia de Camaguey para dirigirse a la Sierra del Escambray, en las Villas. Camaguey es decididamente la pampa cubana, pero nadie lo vio pasar. Consecuencia, los sargentos le devolvieron el poder a los revolucionarios y Batista, conciente de esta realidad, escapaba con su séquito el 31 de diciembre de 1958, dejando a Cuba en la anarquía total. La explicación anterior es de la mayor importancia, pues la entrega de los militares sargentos es la variable explicatoria del advenimiento de la noche. Todos los otros elementos no son más que causales adicionales secundarias, ya que Cuba, a pesar de la corrupción política, disfrutaba de un nivel de vida muy superior al resto de América Latina, con Argentina incluida. Corrupción e ignorancia asolaban a la tierra de Martí, pero en ello no era demasiado diferente del resto de América Latina, cuyos fracasos políticos sucesivos se sufren todavía, después de 45 años. Y el relativo éxito económico de Cuba se debía fundamentalmente a que la corrupción política no había llegado al plano de lo ideológico y el sistema capitalista -con las deficiencias del caso- definía la relación económica con Estados Unidos, que era sustantiva. Llegado Fidel a La Habana, el 7 de enero de 1959, se convirtió rápidamente en el poder detrás del trono y el país se gobernaba por televisión a través de los invariablemente inter84

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minables discursos del “Comandante”. Las prevenciones de Smith fueron corroboradas en el primer discurso de Castro a su llegada a La Habana, después de haber hecho (a lo Mao Tse Tung) una gran marcha desde Oriente. Allí, por si había alguna duda, dijo y yo lo recuerdo, pues tuve la oportunidad de oírlo personalmente: “Nosotros estamos aquí no por el Pentágono, sino en contra del Pentágono” y dicho y hecho expulsó a la misión militar americana en la isla. No obstante, Estados Unidos todavía durante el gobierno de Eisenhower, decidió contemporizar con el régimen y mandó un nuevo embajador, el Sr. Bonsal. Castro, ni lento ni perezoso, lo hizo esperar seis horas, de plantón, antes de recibirlo finalmente en el palacio de gobierno. Todavía se piensa que Castro apeló a la Unión Soviética porque los Estados Unidos no lo apoyaba. Lo último que quería Fidel Castro era un acuerdo con Estados Unidos, aun cuando durante algún tiempo escondiera sus verdaderos designios, y decía que su revolución no era roja sino verde oliva. La sabiduría popular bautizó a su revolución de “melón”: verde por fuera y roja por dentro. Castro había llegado bajo el eslogan de restaurar la Constitución de 1940. Mis reservas respecto de dicha Constitución me las guardo por el momento, pero la misma disponía el llamado a elecciones, a lo que Castro respondió “para qué”. La realidad es que de haber habido elecciones en aquel momento, Castro podría haber obtenido más del 90% de los votos, con el mío en contra, desde luego. Pero la institucionalidad no era su objetivo y efectivamente el presidente Urrutia pasó a la historia con el apelativo de “cuchara” (ni pincha, ni corta). Al fin, al poco tiempo, Castro por televisión cambió la Constitución o el sistema presidencialista por uno supuestamente parlamentario, en el cual él sustituía a Miro Cardona como Primer Ministro, pero con facultades extraordinarias. Las decisiones en dirección al autoritarismo se sucedieron a pesar de que por algún tiempo la clase dirigente política, empresaria y periodista seguía “esperanzada” contemplando la llegada de la revolución como una alborada. En este sentido, debo citar algunas palabras del “mea culpa” de Miguel Ángel Quevedo (el director de Bohemia), antes de suicidarse: “Para que los que puedan aprendan la lección… para que la prensa no sea más eco de la calle, sino un faro de orientación para esa calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyos frutos hemos visto que no podían ser más amargos.” Ya en 1961, los hechos eran evidentes y el rumbo estaba decidido cuando el propio Fidel Castro reconociera públicamente que toda su vida había sido marxista-leninista. La política americana intentó un cambio y finalmente se planeó la fracasada invasión de la Bahía de Cochinos. Pero el Diablo metió la cola, y en las elecciones de 1960 ganó John Fitzgerald Kennedy, cuya visión del mundo se oponía ya a la tradicional de las instituciones americanas. Así, en su discurso famoso en América Latina, que según tengo entendido proviene de las palabras de Mussolini, dijo: “no preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país.” Con esas palabras revertía la doctrina de los 85

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Founding Fathers, según la cual la razón de ser del gobierno es la defensa de los derechos individuales (rule of law) y no la razón de Estado. Este período fue gráficamente calificado por Paul Jhonson con el sugestivo título de El intento de suicidio americano. El resultado de la incursión de “Camelot” en la Casa Blanca fue la traición de Bahía de Cochinos y, dos años más tarde, lo que he denominado el intercambio de misiles por caimanes. Así, se decidió el destino deplorable y siniestro de Cuba y la Nueva Frontera había extendido la frontera soviética al continente. La guerrilla entrenada y financiada en La Habana asolaba al continente, pero allí, a diferencia de Cuba, los “ideales” del resentimiento guevarista fueron derrotados. Los actos de terrorismo se multiplicaron, particularmente a partir del año 1973, pero hoy sólo se recuerda el “terrorismo de Estado”. Lamentablemente Estados Unidos sigue ignorando lo que ha sido el principio de los Founding Fathers respecto a la viabilidad de la democracia. Ese principio es el temor a la opresión de las mayorías en ausencia del rule of law, es decir, los límites al poder político y el respeto a los derechos individuales. Así, el sufragio universal ha dado rienda suelta a la demagogia en nombre de la democracia, Babeuf está de vuelta en “Occidente” y la conspiración de los iguales encuentra su legitimidad en la desigual distribución de la riqueza. Al olvidar aquel principio, la política americana hacia nuestro continente parte de un supuesto falso que es que el sufragio universal per se y consecuentemente la ausencia de militares en los gobiernos demostraría la vigencia de los valores de la libertad. Ignora, así, que en la mayor parte de nuestros países se desconoce la esencia misma del rule of law y peor aun, que en ellos el antiyanquismo determina la victoria en las urnas. Al mismo tiempo, la política seguida con Cuba ignora el principio de Maquiavelo respecto a que el que no va a usar la daga no debe mostrar la empuñadura. Ese principio fue seguido por Teddy Roosevelt cuando dijera “speak soft and carry a big stick”. Pues bien, el embargo y así como las expresiones respecto a la falta de libertad en Cuba constituyen la antítesis de los anteriores principios y de hecho convierten a Fidel Castro en el David que ha vencido al Goliat del imperialismo por 46 años. Esta realidad empaña la imagen real de Estados Unidos en el continente y yo diría que en el mundo. Se olvida, entonces, que la libertad que se disfruta en Occidente se ha debido, indudablemente, a la presencia de Estados Unidos en el mundo. La revolución cubana hoy no es el mayor peligro en el continente, pero su persistencia es un símbolo del antiimperialismo prevaleciente, tras el cual se esconde la presencia del marxismo en América, aun después de la caída del Muro de Berlín. Es indudable que el peligro cruzó el Caribe y se trasladó a la República Bolivariana. Así, vemos los pasos sucesivos de Chávez, que siguen sin prisa pero sin pausa la evolución de la revolución cubana. El enfrentamiento con Colombia trasciende lo nacional y es, en el fondo, expresión de la lucha ideológica de la cual Chávez es hoy la mano derecha de Fidel, con la ventaja de un crudo de cerca de 50 dólares el barril y las fronteras en el continente. De más está decir que Chávez además de continuar armándose, apoya a las FARC, así como a Evo Morales en Bolivia, y otros líderes del llamado “indigenismo”, una suerte de versión bucólica del antiimperialismo. 86

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Y siguiendo con el modelo al que se refiriera Jefferson, del despotismo electivo, hoy tenemos en Argentina un presidente que detenta plenos poderes y el país ignora la admonición de Miguel Ángel Quevedo. El dinero respira las enseñanzas del PRI. La posición de denodada adhesión al antiimperialismo vernáculo, que en Argentina se iniciara con “Braden o Perón”, se manifiesta a cabalidad en la política exterior argentina. En primer término, el gobierno ha manifestado su intención de abstenerse nuevamente con respecto a la investigación de los derechos humanos en Cuba. Después del incidente con la Dra. Hilda Molina, a la que Castro le tiene prohibida la salida de Cuba, pues los “cerebros” pertenecen al estado cubano, nada ha cambiado. El presidente Kirchner escribió una carta dirigida a Castro en los siguientes términos: “Estimado presidente y amigo”, solicitándole que le permitiese venir a Argentina a ver a su hijo y sus nietos. Como es sabido, Castro se negó. Por lo cual, la señora entró en la Embajada argentina en La Habana, seguramente con la intención de pedir asilo. Nadie se queda horas en una Embajada sólo por el placer de una visita protocolar. Por tanto, es evidente que la Argentina negó el asilo, e hizo la pantomima de que la Sra. Molina se había “enfermado” durante su estadía en la Embajada. La Dra. Hilda Molina fue fundadora y directora Resulta evidente que hoy del Centro Internacional de Restitución Neurológica (CIREN) y renunció a su cargo en pro- en día el antiimperialismo testa por el transplante de tejido cerebral de fe- cruzó el Caribe y se tos para la supuesta cura del mal de Parkinson. Así, lo manifestó en declaraciones formuladas instaló en la República al Miami Herald, donde expresó lo siguiente: Bolivariana con Chávez “que renunció al CIREN en La Habana porque se oponía a estos transplantes”, y agregó: “Durante los siente años que dirigió el centro, hizo 50 transplantes con fetos de 3 y 12 semanas, tomados de abortos terapéuticos.” La razón evidente por la cual Castro no permite la salida de la Dra. Molina es porque teme que divulgue la realidad de lo que se hace en el CIREN. Es decir, que tal como lo declara la Dra. Molina, se estarían haciendo abortos no terapéuticos o sea de madres a las cuales, aun sin su conocimiento, se le provocan los abortos. Por supuesto, el impedir la salida de un ciudadano de un país constituye una violación de los artículos 14 y 15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El presidente Kirchner, no obstante su declamada vocación en pro de los derechos humanos, continúa las relaciones con Cuba imperturbable, ignorando a su vez lo que ya es de todos conocido, esto es las razones por las cuales Castro no permite la salida a la Dra. Molina. Su reacción fue despedir al embajador en La Habana, y así como forzar la salida del Ministerio de Relaciones Exteriores del asesor principal del desairado canciller Bielsa. Pero peor aun, ésta es la realidad expuesta frente a lo que ocurre en el CIREN, que el gobierno argentino pretende ignorar. Después de todo, lo mismo hace Unión Europea bajo la influencia de Rodríguez Zapatero. 87

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Es evidente que la lucha ideológica permanece en el continente, legitimada ahora en algunos países por el sufragio universal. El presidente Bush dijo durante la inauguración de su segundo mandato: “todos aquellos que viven en tiranía y sin esperanza, pueden saber: los Estados Unidos no ignoran su opresión, ni excusan a sus opresores. Cuando Uds. están por la libertad, nosotros estamos con ustedes.” Lo que no dijo es la forma en que ello se haría, y para bien o para mal, sólo existe una forma de ayuda para derribar un régimen totalitario. El último ejemplo es Irak, pero igual fue el caso de Hitler. ¿Qué ayuda podía darse que no fuera primero el préstamo y arriendo y después de Pearl Harbor, la invasión de Normandía y la entrada de los Sherman en Berlín? A 90 millas de la Florida pervive el tirano más grande que ha dado la historia de América, y en las puertas del Caribe se proyecta el régimen en el continente. Como dijera Maquiavelo, en referencia a las futuras discordancias: “Pasa con ellas como con las fiebres altas, las cuales al principio son fáciles de curar, pero difíciles de reconocer pero con el transcurso del tiempo, cuando no han sido reconocidas y tratadas, son fáciles de reconocer pero difíciles de curar.” ■

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