Los valores olímpicos en el siglo XXI: entre la continuidad y el cambio

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Los valores olímpicos en el siglo XXI: entre la continuidad y el cambio Lección universitaria olímpica Otávio Tavares

Otávio Tavares es lector en la Universidade Federal do Espirito Santo in Vitoria (Brasil) y también es miembro del Centro de Estudios en Sociología de la Práctica deportiva y Estudios Olímpicos (UFES).

El contenido de este documento no puede ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el consentimiento escrito del Centre d’Estudis Olímpics (UAB). Este texto ha sido publicado como parte del proyecto educativo del Centre d’Estudis Olímpics (UAB), Lecciones universitarias olímpicas, que tiene como objetivo ofrecer el acceso en línea a toda la comunidad olímpica de forma gratuita a través de la web del CEO a material dirigido a estudiantes universitarios y profesores sobre varias temáticas relacionadas con los Juegos Olímpicos, encargadas a expertos internacionales. Sitio web: http://olympicstudies.uab.es/cast/lectures/  del contenido

2006 Otávio Tavares

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2006 Centre d’Estudis Olímpics (UAB)

Otávio Tavares – Los valores olímpicos en el siglo XXI: entre la continuidad y el cambio

Para citar este documento, puedes usar la referencia: Tavares, Otávio (2006): Los valores olímpicos en el siglo XXI: entre la continuidad y el cambio. Lecciones universitarias olímpicas. Bellaterra: Centre d’Estudis Olímpics (UAB). Cátedra Internacional de Olimpismo (IOC-UAB) [Fecha de consulta: dd/mm/aa] http://olympicstudies.uab.es/lectures/web/pdf/tavares.pdf [Publicado en: 2006]

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Índice 0.

Introducción

.....................................................................................................

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1.

Olimpismo y modernidad ........................................................................................

5

2.

El Olimpismo ¿en la vanguardia de la neomodernidad? ...........................................

8

3.

Los valores olímpicos en el siglo XXI, entre continuidad y cambio ............................

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Referencias bibliográficas ..............................................................................................

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0. Introducción Los valores olímpicos se encuentran estrechamente unidos al siglo XX y a los valores que lo rigen. Si bien la práctica deportiva arrancó en el siglo XIX, puede decirse que ha asumido su carácter popular y universal en el siglo XX, particularmente en la segunda mitad, debido en parte a la expansión de la modernidad occidental, a la cual hemos asistido en los últimos años cincuenta, y a la expansión mundial del propio Movimiento Olímpico. Así, hemos contemplado el papel central de este Movimiento globalizador desde un conjunto determinado de prácticas deportivas y de valores relacionados con el deporte.

Otra razón para este vínculo entre los valores olímpicos y el siglo XX reside en el hecho de que hemos atravesado una época de cambios muy acentuados, en la que gran parte de la reflexión acerca de la permanencia y el cambio de los valores del mundo en el que vivimos apunta hacia una crisis en las creencias y supuestos sobre los que éste se asienta.

Para empezar, y de forma breve, se analizarán los llamados “valores olímpicos” como forma de expresión y como posible configuración del humanismo y la modernidad occidental. En la segunda parte, al hilo de la discusión que ha tenido lugar acerca de los cambios o la crisis de los valores que mueven el mundo contemporáneo, se examinarán hechos que podrían indicar una posible reconfiguración de los valores olímpicos. Concluiré con un análisis de cómo los fundamentos intelectuales del propio Olimpismo nos han proporcionado material para reflexionar acerca de la permanencia y relevancia de los valores olímpicos en el siglo XXI dentro de un contexto de continuidad y cambio. De esta manera, pretendo observar los valores olímpicos en su dimensión de proceso.

1. Olimpismo y modernidad La modernidad surge del triunfo de las teorías humanísticas y racionalistas que originaron el estado moderno y la idea del individuo como entidad autónoma. Por un lado, implica el regnum hominis – una visión humanística que ofrece una idea no reduccionista y no determinista del ser humano (Loland, 1995). Por otro lado, se trata de un movimiento que ha creado una ciencia, un arte y una moralidad independientes de la religión. La secularización resultante en estos tres campos ha permitido acumular libremente conocimiento, arte moderno y el concepto de principios morales universales.

De cualquier modo, la fe en la razón humana se ha mostrado como una gran fuerza unificadora. El mundo moderno se ha desviado hacia una visión antropocéntrica en la que la razón actúa como mediador entre la humanidad y la naturaleza. El individuo, que no la naturaleza, ha sido colocado como el fundamento epistemológico, ético y ontológico, hasta el punto de que la capacidad de probar las cosas condiciona la existencia de las mismas

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(Fensterseifer, 2001). La premisa básica de esta tradición humanística y racionalista es la posibilidad de moldear la personalidad humana a través de la educación. La pedagogía del Iluminismo ha dotado de total confianza a la razón como fuente de libertad y de liberación. La educación tiene el deber de perfeccionar la naturaleza humana: a través de la educación, los seres humanos pueden realizar su potencial como criaturas libres y pueden, asimismo, moldear su propio destino y su historia. Autores como Loland han hablado de los valores olímpicos como una expresión “secular y vitalista” del humanismo occidental (Loland, 1995:66). No obstante, existe un menor reconocimiento acerca del hecho de que también son, o deberían ser, la concretización de una filosofía de reforma social basada en el valor educativo del deporte. Para Coubertin, los Juegos han representado la institucionalización de la fe en el deporte como actividad moral y social. En este sentido, serían una “manifestación pedagógica” de los valores que se han atribuido a la práctica deportiva. Coubertin denominó “Olimpismo” a este conjunto de valores. Como sabemos, si el mundo académico se ha puesto de acuerdo en algo acerca del Olimpismo, es en el hecho de que aún no se ha dado una definición suficientemente válida de Olimpismo. Así pues, cualquier posible consenso sobre este punto puede pasar por desarrollos académicos más sistematizados hacia un consenso más o menos genérico derivado del sentido común.

A la vista de su dimensión histórica y su alcance mundial, el Olimpismo aún requiere un estudio complejo debido a sus múltiples niveles de análisis y sus numerosas posibilidades de interpretación. Esta tesis se fundamenta en interpretaciones como la de Hans Lenk, que propone que “una definición más o menos concisa del término «idea olímpica» debe forzosamente incluir la estructura pluralista de los valores, las normas y las características básicas del Movimiento Olímpico” (DaCosta, 2002:35). En realidad, la existencia de interpretaciones más o menos amplias se ajusta a la perspectiva intelectual de la historia de 1

ideas a la que pertenece.

Si revisamos la Idea Olímpica en los textos de Coubertin, y en los autores que lo han interpretado, el Olimpismo puede mostrársenos como una reconciliación entre valores románticos -como el honor, el deber, la autosuperación, el juego limpio, la excelencia moral y el

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De hecho, Allam Bullock “observa que el humanismo no es una escuela de pensamiento ni una doctrina filosófica, sino una tendencia amplia, una dimensión de pensamientos y creencias, un debate continuo en el cual se pueden ver en cualquier momento puntos de vista muy diferentes, y a veces incluso opuestos, que carecen de una estructura unificadora pero comparten ciertas presuposiciones y algunas preocupaciones acerca de asuntos y problemas característicos, que cambian de tanto en tanto.” Cita extraída de: Sigmund Loland, “Coubertin´s Ideology of Olympism from the Perspective of the History of Ideas”, p. 77.

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sentimiento de pertenencia- y valores del Iluminismo -como el individualismo, el universalismo, la fe en el poder transformador de la educación y el valor de la competición-.

La forma de practicar deporte y, especialmente, los valores que atribuíamos a la práctica deportiva en el siglo XX, estaban fijados en gran parte por el Movimiento Olímpico, a pesar de los impactos diferenciados y las apropiaciones locales diversas. Este hecho justifica afirmaciones como la de Sigmund Loland, para quien “el Olimpismo es quizás la interpretación de la idea básica del humanismo que ha tenido el mayor impacto en la vida de los ciudadanos y ciudadanas de a pie del siglo XX” (Loland, 1995:66).

Desde este punto de vista, Parry (1997:1) observa que

Una

filosofía

universal

se

aplica,

por

definición,

a

todo

el

mundo,

independientemente de su raza, sexo, clase social, religión o ideología. Así, el Movimiento Olímpico ha creado, para tener una representación coherente de sí mismo, un concepto de Olimpismo que identifica una serie de valores a los cuales cada nación puede adherirse de forma sincera y, al mismo tiempo, hallar una forma de expresión única para sí misma, producida por su propia cultura, lugar, tradición histórica y proyecto de futuro.

No obstante, esta articulación entre valores universales y locales no ha estado libre de tensiones y contradicciones, ya que su operacionalización refleja muy claramente la relación entre discurso y práctica, hasta el punto en que establece opciones concretas que ejemplifican valores culturales que no siempre son fácilmente compatibles.

La relación mimética con la modernidad se hace evidente. Para Giddens (1991), la Era Moderna es multidimensional y, para comprender su naturaleza, es necesario examinar su inmeso dinamismo, su alcance global y las diferencias con las culturas tradicionales. Al igual que otros elementos modernos, los valores olímpicos conectan formas locales y globales en modos nunca antes imaginados. El final del siglo XX asistió al surgimiento de diversos análisis que postulaban que el proceso social había dado paso a un conjunto de fenómenos que mostraban que los valores modernos se habían quedado anticuados. Importantes intérpretes de la modernidad, como Sergio Rouanet (1987), sugieren que la modernidad, con sus paradigmas de progreso y razón universal, ha envejecido. En general, esta época ha sido bautizada de forma algo vaga como posmodernidad. A la vista de este contexto, parece justificado preguntarse acerca de la validez de los valores olímpicos dentro de este nuevo escenario.

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Sin embargo, el Movimiento Olímpico parece hacerse más fuerte, o al menos más popular. Los Juegos siguen siendo un evento que atrae la atención de público de todo el mundo. Numerosas ciudades de todo el planeta siguen deseando acoger los Juegos y este entusiasmo no se ha visto frenado por las desventajas de ser sede olímpica, sino más bien al contrario. Asimismo, la capacidad de los Juegos para representar una dimensión de excelencia humana permanece intacta. Los Juegos gozan de un perfecto estado de salud y no muestran signos de envejecimiento. Debe advertirse, con todo, que gran parte del debate acerca del valor de la competición olímpica se basaba en argumentos de naturaleza conservadora. Las críticas hacia su organización, valores, manifestaciones y efectos se fundamentaban en la idea de que estos aspectos han cambiado y de que el Movimiento Olímpico refleja, cada vez más débilmente, los valores que históricamente se ha propuesto defender y fomentar.

Así pues, nos hallamos ante dos paradojas. La primera engloba a los que critican la modernidad y el Movimiento Olímpico, alegando que está pasado de moda o quierendo protegerlo. Estas posiciones contradictorias tienen un punto en común que nos lleva a desarrollar la hipótesis de que los propios Juegos forman parte de la manifestación del desplazamiento de valores que tuvo lugar a finales del siglo pasado. Consecuentemente, aparece una segunda paradoja, que consiste en la posible tensión entre la naturaleza moderna de los valores olímpicos y la manifestación de elementos o valores posmodernos en el núcleo del Movimiento Olímpico. Por ello, podemos preguntar cuáles serán los valores olímpicos en este proceso ambiguo de continuidad y cambios en el siglo XXI.

2. El Olimpismo ¿en la vanguardia de la neomodernidad? Para Terry Eagleton (1998), si bien existe una distinción entre el posmodernismo como movimiento cultural y la posmodernidad como período histórico, es posible abordar ambos términos en conjunto debido a la íntima relación que existe entre ellos. Otros autores, en cambio, niegan la existencia de la posmodernidad como un período histórico definido y no consideran que se genere un nuevo flujo u orden social diferente de la modernidad, por lo que sería más apropiado pensar que la fase actual de la modernidad se ha radicalizado (Giddens, 1991) o su propósito no se ha completado (Rouanet, 1987).

De todas formas, existe un consenso bastante razonable acerca de que lo que llamamos posmodernismo contiene una línea de pensamiento que cuestiona las ideas clásicas de verdad, razón, identidad objetivizada y liberación universal. Para los teóricos, el mundo posmoderno sería variado, inestable e impredecible, de ahí que estemos llegando a una era caracterizada por la imposibilidad de la verdad y el fin del progreso y de la idea teleológica.

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A partir de la oposición o la indiferencia hacia la ideología, la historia y la política, la posmodernidad se basaría en los valores del pluralismo, la heterogeneidad y la diferencia. Dentro de este contexto, hallaría su unidad en el antiesencialismo dogmático y el rechazo a la idea de totalidad.

Sin embargo, el término “posmoderno” carece de una buena definición. Para Rouanet (1987), la conciencia posmoderna es falsa hasta el punto de que no corresponde a un cambio completamente real, y es cierta hasta el punto de que alude a las deformidades de la modernidad. En este sentido, tenemos “síntomas” de que la posmodernidad está más incompleta que pasada de moda. Es en este contexto de ambivalencia entre la conciencia de la ruptura y la ruptura per se entre neomodernidad y posmodernidad donde, mutatis mutandis, nuestro análisis se dirige a lo que podrían ser los valores olímpicos del siglo XXI. Si recuperamos la relación entre un Olimpismo “multicompatible” y la idea de una modernidad dinámica y multidimensional, un análisis sistemático parece productivo para los objetivos de este estudio. La hipótesis general que pretendo comprobar es que los elementos que caracterizaron el surgimiento de la conciencia neomoderna se manifiestan igualmente en el propio Movimiento Olímpico. El esquema de los “síntomas” propuesto por Rouanet nos servirá de apoyo para presentar esta teoría. Primer síntoma: Según ciertos autores, en la esfera económica hemos pasado de una sociedad industrial a una sociedad post-industrial, es decir, a una sociedad que está dotada de un nuevo modo de producción caracterizado por una subida en el sector servicios y en el valor de la información. Por su parte, otros autores consideran que el capitalismo ha alcanzado una etapa post-imperialista llamada multinacional pero sin cambios significativos en el modo de producción. Primera hipótesis: En la actualidad, los Juegos Olímpicos son también un enorme negocio transnacional.2 Un análisis de la economía de los Juegos Olímpicos, realizado por Holger Preuss (2000), muestra que el “producto Juegos Olímpicos” se ha vendido como una franquicia basada en su alcance mundial y su identidad e ideología colectivas, en un esfuerzo comercial

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Para un análisis del Comité Internacional Olímpico como organización transnacional, véase Donald Macintosh & Michael Hawes, “The IOC and the World of Interdependence”, Olympika: The International Journal of Olympic Studies, 1 (1991), pp. 29-45.

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que ha contado con el apoyo de grandes patrocinadores deseosos de reforzar el valor de sus marcas comerciales.

No obstante, este movimiento no ha estado exento de reacciones tanto internas como externas, que han levantado y acrecentado las críticas contra el Movimiento a un alto nivel. De todas formas, este dato apunta a la inclusión de la lógica comercial en la organización del Movimiento Olímpico, al tiempo que se relaciona con sus propios valores. Segundo síntoma: Dentro del mundo de la política, el poder se ha tornado más difuso en la posmodernidad. Si, por un lado, ha crecido la indiferencia silenciosa acerca del control, la clase, la ideología y el poder, por otro lado, la sociedad civil se ha convertido en un actor político en sí mismo. Así, se pierde universalidad y se gana especificidad, ya que lo universal se ve desde lo local. Del mismo modo, se ha desplazado el significado de la democratización en el ábito estatal hacia otras formas de organización social como las escuelas o las empresas. Por ello, a pesar de que las reglas del juego democrático sociales no se aplican en sentido estricto en numerosos espacios , se ha vuelto necesario un “clima” más democrático. Segunda hipótesis: La actual organización interna del Comité Internacional Olímpico (CIO) y sus prácticas reflejan un ajuste reactivo a las demandas contemporáneas de democratización.

Desde 1981, el CIO ha vivido un proceso de “democratización” interna que se basa esencialmente en el principio de incrementar la participación de sus diversas entidades (comités nacionales olímpicos, federaciones y confederaciones deportivas internacionales, y atletas). La crisis de credibilidad surgida en 1999 por el escándalo de corrupción de sus miembros ha hecho crecer esta demanda, y a la idea de una mayor participación se han incorporado los conceptos de transparencia, representatividad y control externo. En este contexto, la participación de los atletas en todas las comisiones del Comité, la creación de una comisión ética formada por miembros independientes, la limitación de los mandatos y la aprobación de los representantes institucionales han sido algunas de las medidas que muestran la búsqueda de una estructura más democrática en el CIO3. Así, la iniciativa de Jacques Rogge, actual presidente del CIO, de presentar a los atletas elegidos directamente para la Comisión de Atletas del CIO en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 parece muy significativa.

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El autor de este artículo analizó el proceso de democratización del CIO en Otávio Tavares “Esporte, Movimento Olímpico e Democracia: o atleta como mediador” (Tesis doctoral inédita: Universidade Gama Filho, Rio de Janeiro, 2003).

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Tercer síntoma: En el ámbito científico, los posmodernos han cuestionado los criterios de legitimidad y aceptabilidad del conocimiento científico, debido a que se puede advertir que disminuye la fe en el carácter liberador universal de la ciencia. Por consiguiente, si bien los criterios de aceptabilidad continúan siendo básicamente los mismos, la legitimización se ha vuelto cada vez más pragmática. Tercera hipótesis: Los Juegos constituyen el evento deportivo por excelencia y en ellos se experimentan, en la práctica, los límites de lo que se entiende como legítimo para mejorar la propia actuación.

Podría decirse que la llegada de los métodos científicos modernos de entrenamiento, en los años 60, se corresponde con la pérdida de la inocencia en el deporte de alta competición. Si en 1936 el intento nazi de demostrar la superioridad aria a través del deporte, además de estar subordinado a unos objetivos políticos, se llevó a cabo fundamentalmente por medio de condiciones de entrenamiento, las investigaciones en fisiología humana y su impacto en el entrenamiento deportivo se centraron en los métodos como una forma de superioridad. Esa época inauguró la aplicación del conocimiento científico al campo del deporte como una amenaza a la dignidad humana. En este sentido, todos los deportistas profesionales se encuentran diariamente tomando decisiones respecto a la legitimidad del conocimiento científico desarrollado y aplicado a mejorar la actuación humana. Sin embargo, las razones que guían estas decisiones y los valores que las sustentan han cambiado con el paso del tiempo. Para empezar, debido a la competencia entre los grandes bloques ideológicos durante la Guerra Fría y, consecuentemente, al mosaico de intereses nacionales y comerciales, e incluso al deseo de gloria y reconocimiento individual, una serie de atletas, médicos, entrenadores y managers deportivos han “estirado” los límites de la ética deportiva para su propio beneficio.

Curiosamente, existe ya un consenso en relación con los daños causados a la salud por el nivel de exigencia del deporte de alta competición, pero no ha habido aún ningún intento serio de limitarlos. Por otro lado, el debate sobre el uso de sustancias dopantes en el deporte es tan sólo un debate moral en el cual se llama más la atención sobre la amenaza al “espíritu del deporte” y a los “valores olímpicos” que sobre la relación entre el ejercicio físico y la salud (Tavares, 2002). No nos sorprende que, en este contexto, los Juegos aparezcan como la escena principal del debate, en el cual se ha cuestionado la legitimidad de los deportes olímpicos en vista de la disposición del CIO de combatir seriamente el dopaje, y que allí se muestre cada vez más la tensión entre los límites éticos aceptados por todos y los motivos particulares para utilizar (nuevos) métodos para mejorar la actuación deportiva. La moralidad fragmentada del siglo pasado sentó las bases para un uso cada vez más pragmático del conocimiento científico en el campo del deporte.

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Cuarto síntoma: La esfera moral ha recibido el impacto de la secularización y la radicalización del mundo moderno. No obstante, aunque se podría decir que desconectar la ética del pensamiento religioso ha traído la semilla del pluralismo, parece que en estos momentos disminuye la sumisión del deseo a la razón y la moralidad pierde fuerza por su atomización. Cuarta hipótesis: Desde la perspectiva de los receptores, se han comenzado a valorar los deportes olímpicos más por la estética de la competición y menos por sus valores intrínsecos tradicionales.

Como se ha dicho anteriormente, el Olimpismo puede también entenderse como una combinación de valores románticos y del Iluminismo. Esta fusión ha proyectado una influencia muy marcada, casi hegemónica, sobre la visión positiva con la que evaluábamos la práctica deportiva durante buena parte del siglo XX. Uno de los mayores esfuerzos de Pierre de Coubertin fue definir los valores positivos que el deporte debería ejemplificar y cómo se deberían transmitir esos valores. Esto ha llevado a los autores que le han interpretado a distinguir una forma correcta y verdadera de practicar deporte, cercana a convertirse en una verdaderamente institucionalizada dentro del Movimiento Olímpico: la prueba más palpable es el estatus del deporte amateur. La discusión que tuvo lugar en los años 60 y 70 acerca de la inclusión de países segregacionistas fue un ejemplo de la vertiente problemática del Olimpismo como doctrina supuestamente universal, pero no evitó que se intentara impedir que participaran en los juegos de 1996 países que no trataban a las mujeres con igualdad, con el argumento de que ése era un derecho universal. De esta forma, hemos asistido a la aparición de múltiples variantes deportivas y numerosas formas de organizar, regular, localizar y, especialmente, fijar objetivos. Mientras varían los elementos que lo identifican y constituyen, han aumentado las formas de calificar el deporte (como educativo, alternativo, radical, relajante, relacionado con la actuación y la naturaleza, etc), lo que corrobora la existencia de un proceso de fragmentación. En realidad, ya no parece factible un debate serio sobre el deporte a menos que primero aclaremos los términos. Precisamente por eso, muchos autores consideran el deporte “polisémico” (Heinemann & Puig, 1991). El “imperio de decisiones individuales”4 podría conllevar dos cambios serios dentro de las preferencias deportivas: la atomización de los valores de la práctica deportiva y la predilección por deportes individuales y alternativos en detrimento de los deportes tradicionales de equipo. En el entorno olímpico, este fenómeno parece observarse ya en la adopción de

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Antoine Prost, “Fronteiras e espaços do privado”, citado en Phillipe Ariés & George Vicent, História da vida Privada (São Paulo: Cia. das Letras, 1992), p. 101. En el mismo texto, Prost apunta al creciente éxito de los deportes individuales, así como al fenómeno de la invención y democratización de nuevos deportes en la segunda mitad del siglo.

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modalidades “extremas” o que implican contacto con la naturaleza como el voley playa, la mountain bike y el snowboard dentro del itinerario de los Juegos para modernizarlos y satisfacer la nueva demanda. Quinto síntoma: En el ámbito artístico del posmodernismo, se observa que las fronteras entre la cultura erudita y la cultura popular se han difuminado, y las lenguas se han fragmentado. Al perderse los puntos de referencia, el arte posmoderno se sitúa en un presente eterno, ya que carece de un proyecto de futuro y su pasado, lleno de citas, no es auténtico. Quinta hipótesis: El elemento estético de los Juegos se ha mostrado como un ejemplo de las transformaciones en la estética contemporánea. Las ceremonias de inauguración y clausura celebran cada vez más lo local en detrimento de lo universal, y los símbolos reemplazan a los significados y a sus rituales, cada vez menos auténticos.

Las ceremonias olímpicas son producto de un desarrollo gradual de conceptos que pretende dotarlos de un carácter ritual y singular. Aunque Coubertin ya había anticipado de alguna manera la idea de longe durée en su producción historiográfica (Tavares, 2000), en el caso de los Juegos modernos nadie podía haberse referido seriamente a la renovación, renacimiento o reforma de los antiguos. Es cierto que los Juegos modernos evocan los antiguos, pero no se puede establecer un patrón de continuidad que represente las mismas ideas y motivaciones de la época original en la sociedad contemporánea y sus expresiones culturales. El resultado es que el pasado clásico de los Juegos modernos es, en esencia, artificial. Realmente, como ya han sugerido algunos analistas de las ceremonias olímpicas, el principal objetivo de Coubertin era desarrollar elementos que pudieran contribuir a crear, entre los atletas, un sentimiento de pertenencia y de compromiso individual (Moragas y otros, 1995), una teoría que parece la explicación más plausible a su religio athlete. Trabajos de carácter antropológico que analizan las ceremonias olímpicas como rituales seculares modernos apoyan esta tesis (Klausen, 1995). Las ceremonias se han mostrado especialmente como un espectáculo y sólo de forma subconsciente como una forma de comunicación y veneración. Si la influencia progresiva de la televisión y el uso de las ceremonias de los Juegos como estrategia para promocionar las ciudades y los países que los albergan han transformado poco a poco estas ceremonias en un espectáculo, no es sorprendente que, en un estudio llevado a cabo entre atletas brasileños y alemanes que participaron en los Juegos de Sydney, se percibiera que para la mayoría de ellos lo más destacado fue el “glamour de la fiesta” más que el rito de paso (Tavares, 2003). Así pues, hemos asistido a una ceremonia ambivalente entre el rito y el espectáculo, entre la continuidad histórica y los cambios culturales, una mezcla en la que no sorprende tampoco que aparezcan tanto cantantes líricos como estrellas de rock.

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SI todas estas teorías son ciertas, el propio Movimiento Olímpico ha estado sujeto a la reconfiguración de valores modernos y, a la vista de lo que se ha escrito, opino que es posible afirmar que los síntomas de la neomodernidad se pueden detectar también dentro del entorno olímpico. En ese caso, es necesario revisar la paradójica y creciente tensión entre el origen cultural y los cambios contemporáneos. En este contexto considero que los elementos del pasado nos permitirán comenzar a entender el futuro próximo.

3. Los valores olímpicos en el siglo XXI, entre continuidad y cambio Vista en perspectiva, parece acertada la afirmación de DaCosta (2002) de que el Olimpismo se apoya intrínsecamente en elecciones paradójicas cuya naturaleza se deriva de sus objetivos declarados. Esta actitud ya se encuentra en las bases de la obra intelectual de Coubertin, ya que parece fundamentarse en el marco teórico de la filosofía ecléctica5.

Desde sus años de formación, el Movimiento Olímpico ha vivido con la necesidad de articular competición y educación, individuo y nación, deporte para la élite y deporte para todo el mundo. Está claro que, con el paso de los años y el crecimiento de los Juegos, han surgido nuevos focos de tensión entre sus objetivos y sus valores. La idea de considerar la imposibilidad de encontrar respuesta a estas objeciones proyectadas caracteriza lo que se podría llamar aporia, es decir, el conflicto entre opiniones antitéticas pero igualmente concluyentes respecto a la misma cuestión. Así pues, la naturaleza potencialmente aporética del contraste entre el origen moderno de los valores olímpicos y los síntomas neo-modernos tendría su fundamento histórico en la constante tensión entre “nuevos problemas” y posiciones prescriptivas “tradicionales”.

En realidad, el Movimiento Olímpico ha experimentado, desde su creación, varias crisis que han puesto a prueba su capacidad para superar los problemas. Las causas de que el Movimiento haya conservado su unidad y funcionalidad son complejas pero, en teoría, una de sus principales fuerzas centrípetas ha sido el propio Olimpismo, ya que se puede entender

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Según Lamartine DaCosta, el Olimpismo debe analizarse desde el marco teórico de la filosofía ecléctica de Victor Cousin. El eclecticismo, como una de las escuelas de pensamiento presentes en la escena intelectual francesa del siglo pasado, parece definirse como una “llave” para entender la lógica interna del Olimpismo. Del mismo modo que la escuela ecléctica recomienda construir el conocimiento a partir de la legitimación y a través de la experiencia, el Olimpismo se construiría sobre un tratamiento deductivo, a través de una combinación ecléctica de varios elementos en busca de una aceptación universal, legitimizada por la historia o por los hechos. Cfr. Lamartine DaCosta, “O Olimpismo e o equilíbrio do homem”, en Lamartine DaCosta & Otávio Tavares, Estudos Olímpicos (Rio de Janeiro: Ed. Gama Filho, 1999), pp. 50-69.

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también como una forma ideológica que integra y da identidad al Movimiento Olímpico (Tavares, 2003).6

Sin embargo, esto no garantizaría por sí mismo la permanencia del Movimiento Olímpico o su relevancia si esta forma ideológica estuviera construida o interpretada de forma rígida. En mi opinión, la mayor rigidez en la comprensión y la aplicación de los valores olímpicos y su consiguiente transformación en dogmas son producto de las interpretaciones posteriores en el CIO. Si bien, como Alfred Senn (1999) ha demostrado, este proceso ha superado una importante etapa histórica. Recientemente, los líderes del CIO han maniobrado en aras de una interpretación más flexible y pragmática de los valores olímpicos, lo que intuitivamente ha acercado a este organismo hacia la postura intelectual del propio Coubertin. Es cierto que la presidencia de Samaranch (1980-2001) requiere aún un análisis más profundo, parece posible afirmar que en esa época el CIO logró mantener el valor absoluto de los Juegos mientras maniobraba entre presiones políticas, boicots y problemas éticos y financieros. En la práctica, esto ha llevado a un proceso de ajuste ante las nuevas demandas en el que ha sido necesario mantener la identidad universal de los Juegos.7

En este contexto intelectual e histórico, no es sorprendente que se pueda identificar un patrón aporético en las críticas y las interpretaciones aparecidas en torno a los valores olímpicos y sus consecuencias prácticas sin obtener respuestas completamente satisfactorias. Por ejemplo, críticos declarados del Movimiento Olímpico como John Hoberman (1995), ven el Olimpismo como una “paradoja”, porque los Juegos “generan experiencias totalmente contradictorias”.8 Por otro lado, parece factible rechazar análisis que van desde el aplauso entusiasta, casi dogmático, de las ideas de Coubertin hasta el rechazo preconcebido tanto de los valores como de la organización del Movimiento Olímpico. Si es correcta la teoría que muestra el Olimpismo como pluralista y ecléctico, los análisis unidimensionales de los valores olímpicos aparecen carentes de validez.

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El concepto del Olimpismo como forma ideológica se basa en teorizaciones en torno a la función de la integración de la ideología que aparecen en la obra de Paul Ricoeur, “Interpretação e Ideologias" (Rio de Janeiro: Francisco Alves, 1983). 7

En la práctica, esta identidad individual no está determinada por el nivel de competitividad alcanzado o por el hecho de que se trate de una competición multideporiva internacional, sino principalmente por sus valores declarados. Otras competiciones, como los Juegos Ganefo (Juegos de las Nuevas Fuerzas Emergentes) en los años 60, o los Juegos de la Amistad en los 80, a pesar de la ambición de competir con los Juegos Olímpicos o incluso reemplazarlos, han desaparecido porque carecían de identidad histórica y no estaban asociados a valores. 8

Lamartine DaCosta llevó a cabo un análisis de las distintas interpretaciones de los valores olímpicos y sus consecuencias prácticas, basándose en datos empíricos. Un trabajo dirigido por DaCosta junto con otros analistas olímpicos determinó la actitud oscilante de estos valores respecto a las opciones y la búsqueda de interpretaciones equilibradas a raíz de la crisis del COI de 1999. Cfr. Lamartine P. DaCosta, “Olympic Studies: Current Intellectual Crossroads”, pp. 117-197.

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Otávio Tavares – Los valores olímpicos en el siglo XXI: entre la continuidad y el cambio

Tanto la experiencia histórica como los orígenes y características intelectuales de la formulación de los valores olímpicos apuntan a la validez de una interpretación situada en un contexto epistemológico de continuo en el cual los fenómenos, entendidos como contradictorios o paradójicos, se analizan desde la perspectiva de dos contrarios que tienen cierta relación de mutua dependencia. De esta forma, las posibilidades interpretativas se sitúan dentro de un proceso de reconciliación de opciones antitéticas pero no mutuamente excluyentes. El rígido debate sobre los elementos y los argumentos a favor o en contra de las supuestas distorsiones del deporte entra en un nuevo nivel de análisis al adoptar el concepto de continuo en lugar de establecer los dilemas que raramente cuentan con el apoyo de la estructura intelectual que favorece la idea de la euritmia (medida, proporción y equilibrio).

En realidad, esta disposición de los fenómenos que se ajustan caso por caso entre polaridades a lo largo del continuo parece haber surgido del propio Coubertin. La idea de oscilación entre referencias como una característica del proceso histórico juega un papel central en las concepciones epistemológicas del barón: “La ley del péndulo se aplica a todo” (DaCosta, 2002:19).

De acuerdo con la tradición aristotélica, si la posibilidad de resolver aporías viene dada por su articulación en entidades más amplias como un medio de reducir su contenido problemático, el modelo conceptual de continuo parece ser funcional. Por ello, sus propias aporías articulan la ambivalencia entre una ruptura y una conciencia de la ruptura del proyecto moderno, un hecho que ayuda a entender la posibilidad de detectar síntomas neomodernos en el propio Movimiento hasta el punto de que se reconcilia con su momento histórico. Desde el punto de vista de la Historia, los conceptos de “idealismo” y “realismo” han ocupado las polaridades del modelo de este continuo durante muchos años, por lo que se correspondería con los años de formación y consolidación del Movimiento Olímpico (Seen, 1999). Hoy en día, estos síntomas indican que los nuevos polos principales del siglo XXI son “continuidad” y “cambio”, y podría verse en estos síntomas una reapropiación de la polaridad anterior. Con todo, como ha mostrado la reacción a la crisis del CIO de 1999, la búsqueda de reconciliación entre continuidad y cambio es el eje central desde el cual se puede pensar en los valores olímpicos del mundo contemporáneo.

En conclusión, es imposible afirmar cuáles serán los valores olímpicos en el siglo XXI. Su pertinencia y su relevancia social, y por extensión, los Juegos Olímpicos tal y como los conocemos hoy en día, serán en el futuro exactamente como podamos confirmarlos y definirlos entre nosotros: como una cultura o una sociedad, teatrializando nuestros mitos colectivos e historia. Al igual que otros fenómenos culturales, pueden caer en desuso y desaparecer- es imposible predecir su futuro. Sin embargo, podemos estar seguros de que, ante todo, todavía

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son una meta-narrativa y, por tanto, una forma de leer los cambios de este mundo poco claro en el que vivimos.

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Referencias bibliográficas DaCosta, Lamartine P. (2002): Olympic Studies: Current Intellectual Crossroads. Río de Janeiro: Ed. Eagleton, Terry (1998): As Ilusões do pós-modernismo. Río de Janeiro: Zahar. Fensterseifer, Paulo E. (2001): A educação física na crise da modernidade. Ijuí: Unijuí. Heinemann, Klaus & Puig, Nuria (1991): “El deporte en la perspectiva del año 2000”, Papers Revista de Sociología, 38, pp. 123-141. Hoberman, John (1995): The Olympic Crisis. Nueva York: Aristides Caratzas Publisher. Giddens, Anthony (1991): As Conseqüências da Modenidade. São Paulo: Unesp. Klausen, Arne (1995): Olympic Games as Performance and Public Event. Nueva York: Bergham Books. Loland, Sigmund (1995): “Coubertin´s Ideology of Olympism from the Perspective of the History of Ideas”, Olympika: The International Journal of Olympic Studies, 4, pp. 49-78. Morágas, Miguel de, John MacAloon & Montserrat Llinés (1995): Olympic Ceremonies: Historical Continuity and Cultural Exchange. Barcelona/Lausana: UAB/IOC. Parry, Jim (1997): Ethical Aspects of the Olympic Idea. Ancient Olympia: IOA. Preuss, Holger (2000): Economics of the Olympic Games. Sydney: Walla Walla Press. Rouanet, Sergio P. (1987): As Razões do Iluminismo. São Paulo: Cia. Das Letras. Tavares, Otávio (2000): “Coubertin e a escola dos Annales; algumas aproximações”, Anais do Congresso brasileiro de história da Educação Física, do Esporte e do Lazer. Porto Alegre: UFRGS, pp. 267-271. Tavares, Otávio (2002): “Doping: argumentos em discussão”, Movimento, v. 8, n. 1, pp. 41-55. Tavares, Otávio (2003): Esporte, Movimento Olímpico e Democracia: o atleta como mediador. [Tesis doctoral inédita: University Gama Filho, Río de Janeiro]. Senn, Alfred (1999); Power, Politics and Olympic Games. Champaign: Human Kinetics.

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