Mitológicas ISSN: Centro Argentino de Etnología Americana Argentina

Mitológicas ISSN: 0326-5676 [email protected] Centro Argentino de Etnología Americana Argentina Idoyaga Molina, Anatilde; Torres, Soledad El carna

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Mitológicas ISSN: 0326-5676 [email protected] Centro Argentino de Etnología Americana Argentina

Idoyaga Molina, Anatilde; Torres, Soledad El carnaval, el diablo y la calificación del tiempo. Análisis de un mito etiológico del noroeste Argentino Mitológicas, vol. XXII, 2007, pp. 93-103 Centro Argentino de Etnología Americana Buenos Aires, Argentina

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MITOLOGICAS,Vol. XXII, Bs. As., pp. 93-103

EL CARNAVAL, EL DIABLO Y LA CALIFICACIÓN DEL TIEMPO. ANÁLISIS DE UN MITO ETIOLÓGICO DEL NOROESTE ARGENTINO Anatilde Idoyaga Molina* y Soledad Torres** Summary: Based on original materials, the authors analyze the myth of the origin of carnival among rural people from Salta Province (Argentina); such a version has emerged among practitioners of the popular Catholicism. According to the myth, carnival times belongs to the Devil, therefore, all kind of behaviors that would be inadmissible in daily life are admitted. Carnival is a dionysistic time. Is a period of permission, of transgression, of all moral values and behaviors, of lust, drunkenness, sexuality, infidelity, and lack of the respect for “compadres” and relevant people. Is time of dancing, chanting, drinking, resting, disordering, without having to observe the rules concerning familiar or community. It is possible because it was established that way at the beginning of time through a deal between God and the Devil, who reclaimed to govern a period of the year. Key words: Myth, Carnival, Devil, Northwestern Argentina

Introducción El mito es un fenómeno complejo y, por sobre todo, comporta significados para los actores sociales que lo vivencian. Diversos autores han señalado su relevancia, Eliade (1972) y Gusdorf (1969) han reiterado su valor ejemplar o arquetípico, en el sentido de modelo acción en la vida del sujeto. Eliade habla además del sentido cosmológico del mito y su correlato: la capacidad de restaurar un ingrato presente mediante la anulación del tiempo profano actual y la instauración del tiempo primigenio mediante el rito. El mito es entonces meta-temporal y trans-temporal, es relato verdadero y presente (Bórmida, 1969/70) y frecuentemente sagrado en tanto que en muchas oportunidades se asocia a algún poder que el hombre puede usar en su provecho (ibídem). Cassirer (1971) destaca su sentido sintético por encima de su valor etiológico. Leenhardt (1961) insiste en que

es un hecho vivido antes que intelegido y pensado, Cazeneuve (1967) lo define como lo numinoso trascendente para indicar que es aquella expresión de lo sagrado que tiene más ser que las reglas. Jensen (1966) ha enfatizado su relación con el culto y su carácter religioso. Otros autores han resaltado su conexión con la historia, la situación de contacto con los blancos y la emergencia de narrativas que dan cuenta de la incorporación de hechos históricos y de mitos remanecidos (Bartolomé, 1976; Guss, 1981; Hill, 1988; Sahlins, 1981; Turner, 1988; Zambrano, 2000). El Diablo es un personaje de la mitología folklórica de gran relevancia en todas las áreas de cultura tradicional de la Argentina. Sus nombres (Satanás, Belcebú, etc.), incluso la voz Diablo, suelen ser evitados y reemplazados por expresiones que lo evocan, tales como el Malo, el Maligno, el Tío, el Señor, el Amigo, entre otras. Se trata de una

* Centro Argentino de Etnología Americana - CONICET e Instituto Universitario Nacional del Arte (Argentina). E-mail: [email protected] ** Instituto Universitario Nacional del Arte (Argentina).

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figura del imaginario mítico de origen hispano, en torno a la cual giran relatos y se aducen determinadas prácticas. Las narraciones incluyen historias de casos que hablan de encuentros con el Diablo, relatos sobre pactos, entre otras historias (Amaya, 1996; Coluccio y Coluccio, 2000; Mercado, 1997; Krause, 2000; Torres, 2003/4) 1 , experiencias de enfermedades y padecimientos2 y mitos que llamamos populares para indicar que nada tienen que ver con las creencias oficiales del catolicismo. Entre las prácticas cabe mencionar las relativas al carnaval, el cual se considera un tiempo gobernado por el Diablo (Amaya, 1996; Idoyaga Molina, 2002; Coluccio y Coluccio, 2000). En su interacción con los hombres se revela como un personaje ambivalente capaz de dañar por pura malignidad pero también capaz de ofrecer alguna clase de ventaja. La relación con el Diablo puede ser buscada intencionalmente por el individuo, con el objetivo de concretar un trato o pacto, o puede originarse en la acción del Diablo, quien además de sugerir el pacto, suele tentar al individuo ofreciéndole dones y habilidades. En otras circunstancias, el Diablo se presenta repentinamente e impone su compañía y voluntad al sujeto, por ejemplo es común que en tiempo de carnaval se aparezca como una atractiva señorita para sólo revelar su verdadera identidad tras haber seducido al incauto y perpetrado alguna clase de daño. Suele aparecerse también a aquellas personas que incrédulas repiten su nombre, o hablan sobre él, o se burlan, transgrediendo normas que la prudencia indica respetar. Finalmente, suele decirse que la figura se manifiesta ante individuos que descreen de su existencia. Nos referimos a la situación de riesgo que concretamente puede provocar

a aquél que averigüe más allá de lo necesario sin una intención específica y no tenga el debido respeto, a quien por incrédulo convoque a la deidad, poniéndose en situación de ser “tentado por el Diablo”. La cultura del grupo que nos ocupa puede definirse como la síntesis cultural de diferentes tradiciones, especialmente europeas. Los elementos indígenas -si los hayson sólo aspectos aislados y refigurados en la cosmovisión de los criollos. Hablamos, no obstante, de síntesis cultural para dar cuenta del asentamiento sucesivo de diversos pobladores a lo largo de cinco siglos. El enfoque teórico metodológico seguido tanto en el campo como en el gabinete se inscribe en las corrientes fenomenológicas y hermenéuticas. El método fenomenológico supone un primer momento, que podríamos denominar negativo, en cuanto implica la reducción o puesta entre paréntesis de conocimientos previos tanto teóricos como tradicionales y de disposiciones pragmáticas y afectivas (Husserl, 1949; Merleau Ponty, 1969). Supone reducir lo que Schütz (1972) denominó el mundo del sentido común, vale decir, el conjunto de vivencias, experiencias y sentidos que son inmediatos para el investigador en su calidad de sujeto que es parte de una sociedad determinada. El sentido de la puesta entre paréntesis radica en acceder sin prejuicios previos a los significados que las acciones y fenómenos tienen para los actores sociales, en tanto contenidos de conciencia, esto es percepciones, representaciones, conocimientos y emociones, en síntesis, vivencias. El tema que nos ocupa supone la realización de un acabado fenomenismo de los significados, acciones y emociones que los actores sociales vivencian en relación con el Diablo y, en

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general, con la esfera que podríamos denominar de lo demoníaco. La descripción fenoménica requiere del relevamiento de todos los aspectos que se asocian estructuralmente a las vivencias y experiencias del Diablo, supone consiguientemente una etnografía de lo demoníaco. En un segundo momento, el enfoque fenomenológico recurre nuevamente a la reducción o puesta entre paréntesis: esta vez para alcanzar la esencia del fenómeno (Husserl, 1949; Landgrebe, 1968; Szilasi, 1973). Para ello, es necesario reducir todos aquellos aspectos de lo dado que sean secundarios o accesorios o que hagan a la existencia histórica del fenómeno, procedimiento que permite descubrir y comprender la esencia, la cual es una estructura de significación de carácter general. Desde una perspectiva fenomenológica, para dar cuenta de las experiencias de lo demoníaco, no se puede sólo considerar los aspectos teológicos o las definiciones oficiales de la Iglesia católica y de otras Iglesias evangélicas y pentecostales que también actúan en el área, sino que es necesario enfocar la experiencia subjetiva, aspecto en el que han hecho hincapié distintos autores en relación con el análisis de los fenómenos sociales y culturales (Blumer, 1969; Bórmida, 1976; Garfinkel, 1967). La unidad de análisis es la población rural de cultura criolla de las tierras altas de Salta. Está definida en virtud de la homogeneidad cultural de esta población, unidad que en relación con el tema que nos ocupa se advierte claramente en el sistema de creencias. El enfoque metodológico pretende desarrollar y profundizar una etnografía que dé cuenta de los factores, vivencias y

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significados que explican el mito relativo al carnaval y el tiempo especial que este evoca en la conciencia de los actores sociales. Entendemos por etnografía a la realización de trabajo de campo en las aldeas nativas y al uso de técnicas cualitativas que dan soporte a la descripción, comprensión y/o interpretación de un grupo cultural y/o social. Las técnicas clásicas de la etnografía ampliamente difundidas son las entrevistas abiertas y la observación (Griaule, 1969; Robson, 2002; Taylor y Bodgan, 1996). Durante los trabajos de campo, la mayor parte de la información fue recabada a través de entrevistas abiertas, extensas y recurrentes con informantes calificados y grupos naturales (Coreil, 1995). Se procedió, asimismo, a la observación y a la observación participante. Consideraremos como informantes calificados a personas que tuvieron experiencias con el Diablo, a familiares de los mismos, terapeutas tradicionales, sacerdotes, conocedores de fórmulas para curar de palabra, participantes asiduos de cultos -especialmente aquellos que hubieran presenciado o conocieran fenómenos de exorcismo-, y aquellos que la comunidad o grupo de referencia señale como expertos en el tema. Las entrevistas extensas, abiertas y recurrentes permiten que los individuos se expresen libremente sobre la base de sus asociaciones y reflexiones sobre los significados de hechos y acciones, sin ser presionados por las inducciones, preconceptos y recortes previos del campo a investigar. Por otra parte, este enfoque es de utilidad porque recaba la experiencia concreta, vivida por el individuo. Se realizó observación y/o observación

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participante al identificar y recorrer los lugares de aparición del Diablo, de encuentros, y, en general, de los espacios vividos con reserva de significación por su carácter potente, en el sentido de sagrado (van der Leeuw, 1964). Las entrevistas fueron recabadas magnetofónicamente. Cada informante fue entrevistado recurrentemente, volviendo a los temas tratados con el objeto de captar las significaciones y comportamientos referidos en toda su amplitud, su campo de asociaciones y los sistemas valorativos en los que se inscriben. En el gabinete se procedió a la transcripción literal del material de entrevistas y posteriormente a su clasificación y sistematización. Se sistematizó también el material proveniente de la observación, para luego proceder a su confrontación con el material proveniente de entrevistas. El análisis de los datos apuntó a develar los significados de las vivencias, nociones y prácticas de los actores sociales en relación con las experiencias de lo demoníaco. La Esfera de lo Demoníaco y el Origen del Carnaval En consonancia con el sistema de creencias y las vivencias de los actores sociales, puede hablarse de una esfera de lo demoníaco que incluye personajes y acciones consideradas malignas, de efectos negativos y relacionados con la figura del Diablo. Según da cuentas un episodio en el tiempo mítico, el Diablo quería un tiempo del calendario para su coleto y discutía con Dios acerca de los lapsos que tenían uno y otro: “El origen del Carnaval viene de la

religión. Al principio cada santo tenía su día, entonces el Diablo le planteó a Dios por qué él no tenía su día. Entonces como Dios, nuestro Señor, es tan generoso accedió así, a darle unos días. Entonces el Diablo, le pidió un mes. ‘Yo quiero un mes’ -dijo. Entonces Dios, nuestro Señor, le dijo: ‘No, no te puedo dar un mes’, entonces el Diablo le dijo: ‘Bueno, dame 15 días’. ‘No, no te puedo dar quince días’ -dice- Dios. El Diablo pide una semana, y Dios le dice: ‘No, te puedo dar una semana, te voy a dar tres días: lunes y martes de carnaval, miércoles de cenizas, lunes y martes se dedican a disfrutar, fiesta, jolgorio. Hagan lo que quieran lunes y martes pero el miércoles es ya día de la purificación del cuerpo para volver a la vida normal’. Entonces, así es la visión religiosa del carnaval. El carnaval es sinónimo de jolgorio, desenfreno, diversión. Según la gente de antes decía que en la época del carnaval aparecía el Diablo, por supuesto disfrazado de hombre, vestido de un hombre muy bien vestido, de traje, muy bien vestido, pero tenía la característica de las patas, eran patas de gallo o pata de cabras, era la única cosa que podía identificarlo si lo veían, pero todo lo demás era normal. Y así quedó, el Diablo rige desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de Pascua.” Este mito emergente en el catolicismo popular, da sentido al tiempo, los comportamientos y los valores que rigen durante el carnaval, que serían inadmisibles desde la moral religiosa cotidiana3. En pocas palabras, en tanto el Diablo rige el tiempo del carnaval, este se vuelve un tiempo de exceso y de lujuria, pues queda fuera del dominio de Dios. Justamente por ese quedar fuera del control de Dios es que, a pesar de ser un tiempo de pecado, no es punible en cuanto

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es permitido, celebrado y cobijado por el Diablo. Más allá de actividades pautadas como el hispánico jueves de comadres, los paseos a caballo y las ceremonias de desentierro y entierro del carnaval, se trata de un tiempo orgiástico, dominado por el erotismo, los encuentros fugaces, las fiestas interminables que dan cabida a casi un perpetuo estado de embriaguez. Si consideramos lo actuado, las experiencias buscadas y las vivencias vemos que todas ellas contradicen la moral católica. Desde lo más simple, como la banalidad y el deseo de lucirse y sobresalir que se hace evidente en las vestimentas y atuendos con que se engalanan los jóvenes solteros, pero también los matrimonios y los comprometidos. Gusto por sobresalir que se hace extensivo en los adornos de los instrumentos musicales y de las cabalgaduras y que pone a todos bajo sospecha de pecado de orgullo, de ostentación y de soberbia si no fuera un tiempo en que todo es permitido, un tiempo del revés, porque es tutelado por el Diablo. El carnaval rompe con el carácter “apolíneo” y discreto que se suele observar en las conductas de la población salteña y del noroeste argentino (NOA) en general, para presentarse como un tiempo dionisíaco, inspirado en los permisos. Permiso para la borrachera, permiso para pasar la noche donde fuere cantando o bailando o en brazos de una pareja formada en la ocasión. Es tiempo de permisos para violentar las normas sociales, en especial aquellas que deben ser guiadas por el respeto como sucede con los compadres (Pitluk, 1993). Es tiempo para perderse con una mascarita que hasta su identidad puede ignorarse, es tiempo de transgredir las nomas de fidelidad que se deben los matrimonios establecidos y

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aquellos que se encuentra en matrimonios a prueba y que arriba mencionamos como “comprometidos”, es tiempo en que se dejan las normas de recato, que se suspende el valor de la virginidad, es un tiempo de libertad sexual para todos, para aquellos que tienen vínculos estables y para aquellas jóvenes que se supone deberían mantener su pureza. Es tiempo de semi-conciencia, es tiempo de olvido y de imprecisión. Así, ante el hijo concebido, es válida la respuesta que “es hijo del carnaval” o “de una máscara”4. La remisión del carnaval al tiempo mítico es de especial significación, pues le da carácter de realidad ontológica, etiológica y fundante, que permite y legitima, entonces, un conjunto de comportamientos, de los que el Diablo es el arquetipo y que contradicen los valores y la moral del catolicismo, de modo tal que la institución del carnaval y su relación con el Diablo en el mito es una forma de superar la contradicción de actuar de un modo opuesto a lo habitualmente permitido, es sancionar un lapso de significación diferente y contrario al del mito cosmogónico de la tradición Judeocristiana, simplemente a través de la elaboración de otro episodio mítico, que en tanto mito forma parte del mismo ciclo etiológico y, por ende, tiene la misma relevancia como proveedor de sentidos para el nativo. Como ya ha notado Eliade (1972), el catolicismo implica una visión circular del tiempo sagrado o mítico-religioso, quedando el tiempo cronológico o profano fuera de la dimensión sagrada o mítica, que es solidaria consigo misma y el ritual. Así, el ritual de la misa de un domingo es solidario, continuación del ritual de la misa que lo antecede y de la misa que lo prosigue. Conforma un ciclo calendárico lunar que se repite año tras año,

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en el cual cada episodio es reiterado o traído al presente sólo una vez en todo el ciclo, tal como sucede con Navidad, Pascua el miércoles de ceniza y, por extensión, el carnaval. Desde una perspectiva más profunda, podríamos afirmar que el mito del carnaval es un intento por reconciliar las tradiciones cristianas con las creencias pre-cristianas que nos muestran un mundo ostensiblemente diferente, de costumbres que parecieran excesivas y/o pecaminosas. El antiguo carnaval, como otras festividades, cambió las deidades que invocaban y celebraban, cambió símbolos y significados de coloridas guirnaldas, de cabalgatas, del deleite por la música, el canto y la embriaguez y un sentido báquico de la existencia. No obstante, a través de este mito popular emergente en el contexto del catolicismo, hay un lapso de permisos para lo prohibido, un lapso para la lujuria, para el desorden social, la fiesta, los juegos, para entregarse a la bebida, a la comida, hay un tiempo en que existir es estar más allá de los límites que supone la vida social ordenada y responsable. En la cosmovisión de las sociedades cristianas, el Diablo sustituye cualquier otra deidad que presidiera el carnaval, cuya ceremonia se liga al Diablo ya que lo permitido durante este lapso es contrario a la moral oficialmente aceptada. En la cosmovisión católica, se enfrenta un mundo de lo bueno, regido por Dios, a un mundo de lo malo, gobernado por Satanás. El mundo de lo bueno está asociado con lo santo que está expresado en la figura de Dios, Cristo, la Santísima Trinidad, la sagrada familia, las Vírgenes, el culto prescripto, la oración, el ritual de la misa y varias celebraciones, tales como Navidad y los días dedicados a los santos; también se expresa en el orden so-

cial, el reconocimiento de las jerarquías eclesiásticas y civiles. En contraposición a lo sagrado virtuoso y el orden profano de una estructura social conocida y aceptada, existe un ámbito demoníaco, dependiente del Diablo asociado a la brujería, a los poderes con que el Diablo tienta y otorga a los hombres que comprometen sus almas, que se expresa en el desorden social, la lujuria, la pereza, la gula, la maldad, el engaño, la mentira, el sacrilegio explícito, por ejemplo, en el alma mula5, la enfermedad y el daño, que por supuesto se entrecruzan con los pecados (Idoyaga Molina, 2003), su celebración máxima es el carnaval. La soberbia, la avaricia y la lujuria suelen aparecer entre los sentimientos y deseos que fundan los pactos con el Diablo. La lujuria se asocia especialmente al carnaval, un tiempo orgiástico y de desorden, un lapso en que el humano es presa fácil si está dispuesto a nuevas experiencias amorosas y a dejarse dominar por los impulsos del sexo. La lujuria hace a la esencia del carnaval. “El carnaval es peligroso, la gente anda de fiesta, se emborracha, duerme con cualquiera, no sólo los que están solteros, hacen igual los que están casados, quieren estar de fiesta, ponerse de novios por un rato, no más. Por ahí te agarra el Diablo porque la gente está de fiesta, es culpa de la gente que anda buscando cómo divertirse y por ahí viene el Diablo y te tienta”. El carnaval es un tiempo de permisos de alteración de los roles de la vida cotidiana, de las responsabilidades. Es un tiempo en el que se desdibujan las identidades individuales ocultas bajo los velos de las máscaras. “El Diablo es peligroso, a veces agarra a la gente; es especialmente peligroso en carnaval, porque en carnaval anda entre la gente. La gente misma lo ha desenterrado,

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lo trae; es culpa de la gente lo que pasa. Uno ve una chica hermosa que no conoce, pero igual se pone a conversar, después la invita a salir afuera y resulta que no es una chica, es el Diablo y ahí enseguida lo agarra. El Diablo saca el espíritu por la boca, aspira el aliento y saca el espíritu, entonces la persona se enferma y se muere”. Vemos más allá de los chascos que uno puede llevarse en materia de seducciones, lo más grave es la posibilidad de que el Maligno decida enfermar a la persona extrayéndole el espíritu, causando así una enfermedad gravísima que los curanderos no tratan siempre exitosamente Es un lapso ritmado por la presencia del Diablo, es un período peligroso, de exceso y de desequilibrio, en el que se admiten comportamientos impensables en otras circunstancias. Es el manejo que hacen los hombres del tiempo ritual lo que los expone en grado sumo a ser presa de esta figura Maligno. Se trata de un lapso tan singular que ciertas actividades se suspenden o, lo que es lo mismo, no deben ejecutarse, tal como sucede con la terapia realizada por los curanderos, los sanadores tradicionales, quienes habitualmente cuentan entre sus auxiliares con diversas deidades del catolicismo (Idoyaga Molina, 2001). “Yo curo susto, zafadura, empacho pero ahora no puedo curar. Es tiempo de alegría es tiempo de carnaval. No puedo curar porque es temporada del Tío (Diablo). Anda el Tío y es peligroso; el Tío puede hacer tentaciones”. El Diablo puede entrometerse en la cura, debatirse con los santos que actúan como auxiliares del terapista, puede de diversas maneras entorpecer la cura, perjudicando al enfermo y al curandero.

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Sintetizando, si bien es cierto que el Diablo ha dado un tiempo de distención, alegría y descanso instaurando el tiempo del carnaval y dejándolo bajo su control, la interacción con el Diablo se inscribe en el ámbito de las relaciones negativas. Conclusiones La figura del Diablo, cuya interacción con los hombres es experiencia vivida, es, a la vez, marco explicativo para dar cuenta de hechos extraordinarios, como la riqueza, la fama, la habilidad en actividades particulares, etc. como resultado de los pactos que suele establecer con los sujetos. En términos de la cosmovisión del catolicismo, es el polo que simboliza lo malo y lo opuesto a la virtud en su máxima expresión, el Dios Creador y benefactor. Como héroe cultural le cabe haber instaurado el tiempo del carnaval, que es esperado y vivido como creación positiva por los nativos. Como un lapso de quiebre de todas las normas que durante unos días trae música, alegría, libertad para embriagarse, para apasionarse y olvidarse de las muchas obligaciones que comporta la vida cotidiana. Notas 1.

Los encuentros pueden producirse en parajes especiales solitarios, como la montaña, en cuevas y cascadas. Normalmente producen temor y una alteración de la dimensión temporal, mientras los familiares de quien tiene el encuentro aseguran que hace unos días que no saben del paradero de tal o cual persona; para quien vive la

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experiencia tiene la sensación de que habrán pasado unos 20 minutos. En cuanto al pacto, esquemáticamente puede señalarse que el sujeto lo solicita al Diablo a cambio de su alma, como contraprestación recibe, según lo intereses de cada cual, dinero y riquezas, habilidad en la ejecución de instrumentos y para el baile, éxito con las mujeres, suerte en los juegos de azar, etc. 2.

3.

4.

El Diablo puede causar la agarradura, enfermedad que implica el rapto o sustracción del alma o del espíritu y suele conducir a la muerte de no mediar una efectiva terapia de un poderoso curandero. Sobre este taxón puede verse Bianchetti, 1996 e Idoyaga Molina, 2002. Un intento de descripción del carnaval de logros muy limitados, apenas referida a los aspectos exteriores del fenómeno y prácticamente carente de significados y sin referencias al punto de vista del nativo puede verse en Cortazar (1949). Tratando de obtener datos estadísticos comprobamos el aumento de nacimientos relacionado con el aumento de actividad sexual durante el carnaval. Asimismo, en el Hospital Nacional de La Quiaca (Provincia de Jujuy) advertimos el aumento de mujeres que llegaban con abortos incompletos después de carnaval. Por otra parte, la embriaguez y, en cierto modo, la promiscuidad del carnaval no lo definen como un buen momento para concebir y luego parir un hijo sano.

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El alma mula se conecta a lo demoníaco en tanto resultan de un sacrilegio, se trata de las almas que no logran la paz, en virtud de haber concebido hijos sacrílegos, el caso de los clérigos o -y esto ya nada tiene que ver con la liturgia oficial contemporánea- el de las madrinas y ahijados. En cuanto a las acciones, son demoníacas aquellas que se señalan como inspiradas por el Diablo y las que se definen como pecados y pecados capitales, que coinciden más o menos con las ideas oficiales del catolicismo, tales como la lujuria, la ambición, la envidia, invocar el nombre de Dios en vano, entre otras acciones.

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Resumen Sobre la base de materiales originales, las autoras analizan el mito de origen del carnaval ente la población rural de la Provincia de Salta (Argentina). Se trata de un mito emergente entre los sectores populares practicantes del catolicismo. De acuerdo al mito, el tiempo de carnaval pertenece al Diablo, por consiguiente, se admiten toda clase de conductas que son prohibidas en la vida cotidiana. El carnaval es un tiempo dionisíaco, un período de permisos, de transgresiones de todos los valores morales y de las conductas esperables, es un tiempo de lujuria, embriaguez, sexualidad, infidelidad, de carencia de respeto por los compadres y las autoridades civiles y clericales. Es un lapso dedicado a la danza, el canto, la bebida, al descanso, es un tiempo de desorden social, sin que se deban cumplir las normas que regulan la vida social y las obligaciones respecto de la familia y la comunidad. Esta situación es posible porque así fue establecida en el tiempo primigenio entre Dios y el Diablo a través de un pacto por cual se reconoció el derecho de que el Diablo gobernara la Tierra durante un período del año.

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