Solitario de amor de Cristina Peri Rossi: un observatorio del deseo

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Solitario de amor de Cristina Peri Rossi: un observatorio del deseo

“No hay, en todo el curso de la literatura uruguaya, ninguna novela de amor que pueda compararse con ésta. Y, desde su aparición, todo lo que la narrativa uruguaya ha escrito sobre el amor, se ha empequeñecido” (en Cosse 1995: 41) señaló Graciela Mántaras con relación a Solitario de Amor. En Solitario de amor no hay relato a la manera tradicional de entenderlo. Graciela Mántaras observa que se trata de una historia imposible de contar: “Lo más que puede decirse es que el narrador-protagonista ama a una mujer llamada Aída” (39). En el mismo sentido Parizad Tamara Dejbord apunta que en esta novela “se textualiza un discurso amoroso” (1998: 173). El esquema actancial es sumamente básico y estático.

Sujeto

Objeto deseado

(Narrador-protagonista)

Aída

Testigo Raúl

La mayor parte de la novela la ocupa el habla subjetiva del protagonista. Según Dejbord “un monólogo de conciencia que nace a partir de la actividad mental y reflexiva del estarse pensando” (173). La participación del testigo “amigo-psicólogo” del protagonista es más bien esporádica pero su función es clara: en presencia de Raúl el amante exterioriza su pensamiento; conversa, dialoga y reflexiona sobre su vida amorosa. Raúl dispone de un saber psicoanalítico y se expresa como si cumpliera el rol del analista. Podemos asegurar que cuando Peri Rossi escribió dicha novela lo hizo, explícitamente, con la intención de indagar en la motivación psicológica del deseo amoroso1. La introspección en los procesos mentales y en el funcionamiento de la psiquis, tan manifiesta en su obra literaria, ha llevado a que muchos crean que la escritora posee estudios formales en Psicoanálisis. Ciertamente no los tiene, pero reconoció haberse autoinstruido en la materia: “Tengo que confesar que no he leído mucho a Lacan. Pero a Freud sí lo conozco bien. Curiosamente he llegado a Lacan a partir de los ensayos que se han escrito sobre mi obra desde la perspectiva de Lacan. Y he logrado a través de la

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“He intentado hacer una fenomenología de la pasión. Solitario de amor es un análisis psicológico del deseo”. (Entrevista con Elvira Sánchez Blanke: internet)

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intuición y de la experiencia, elaborar interpretaciones parecidas (en entrevista con Sánchez Blake). La periodista Elvira Sánchez Blake, en conversación con Peri Rossi, también constató que su escritura “se puede analizar desde el psicoanálisis”. Teniendo en cuenta el contexto psicológico que envuelve parte de la obra de Peri Rossi, la periodista interrogó a la escritora sobre el conocimiento previo que debería tener un lector de su obra: “¿Hay que entender a Freud, a Jung y a Lacan para descifrar su obra? (...) ¿Quién es su lector?” preguntó. La respuesta de Peri Rossi apunta a la representación de un lector modelo: “Uno cuando escribe imagina un lector. El lector que yo imagino es un lector que ha leído al menos la misma cantidad de libros que yo; ha visto las mismas películas que yo y le interesan los mismos temas que yo. Es mi doble”. Estrictamente, nuestra incursión por el Psicoanálisis no se aparta de un estudio de contexto para poder comprender de mejor manera la relación amorosa que se establece entre los personajes, partiendo de la base de que el contexto refiere a “lo que es pertinente en la situación para constituir el mensaje”2, Cualquiera de las 180 páginas que componen la novela serviría a la finalidad de describir el núcleo psíquico del protagonista en la medida que la autora se vale de una técnica recursiva de narrar, más bien obsesiva, que nos permite vincularla a ciertos postulados posestructuralistas donde el significado fluctúa en una continua diseminación: “cada signo de la cadena del significado se une a todos los demás para formar una urdimbre compleja que nunca se agota” (Eagleton: 156). La escritura de Peri Rossi prosigue estas pautas “deconstructivistas”. La narración avanza veloz, simultánea y detenida en el tiempo. Se presenta como una sumatoria de sustantivos de extensas adjetivaciones. Secuencias espiraladas de palabras-imágenes que rodean al objeto sin acceder a él. Sólo las inmensas combinaciones del lenguaje, su poderosa capacidad creadora, pueden hacer el esfuerzo, lúdico y terrible, por alcanzar lo inaccesible. Veamos un ejemplo: “Soy el niño prendido a la madre que sueña con un paraíso donde nada cambia nunca: no cambia este instante en que echado junto a ti, inmerso en el interior de tu piel muy blanca, hechizado por tu cuerpo, soy el espejo que te refleja, soy una lámina de azogue sin tacha, soy tu marido, tu padre, tu hijo, tu amante, soy tu admirador, tu contemplador, tu feto, tu menstruo sangrante, tu dolor de parir, tu placer de estremecerte, tu goce, tu angustia y tu imagen. Melibeo soy”. (149)

2 Diccionario

de lingüística. Dirigido por Georges Mounin. Editorial Labor, Barcelona, 1979

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Bajo aquel encuadre típicamente “cortesano” de La Celestina, el criado pregunta: “¿Tú no eres cristiano?”. Calisto responde “¿Yo? Melibeo soy, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo”. El enamorado, como el “Calisto” de la obra medieval, sólo es a través de su amada “Melibea”. Por medio de la forma acumulativa y heterogénea: “Yo soy tu padre/amante/hijo/admirador/feto etc...” logra fijarse y permanecer el invariante “Yo soy tu”. En clave psiconalítica cabría señalar que el sujeto manifiesta una clara incapacidad de relacionarse de forma objetual con su amada. El enamorado no consigue reconocer al otro como otro distinto de uno. No se trata de amor hacia la persona sino de la necesidad del amor para mantener la ilusión de la unidad. Sólo así el sujeto consigue sentirse completo. De lo contrario se percibe fragmentado, quebrantado. El narrador lo reconoce expresamente: “Podría renunciar a Aída; mucho más difícil, en cambio, sería renunciar a mi amor por Aída” (85). No importa la persona, importa el vínculo. El mismo lo expresa en términos de enfermedad o adicción irrenunciable: “Tendría que someterme a un tratamiento para deshabituarme de Aída. El amor es droga dura3” (135). Recordemos que el lento proceso de autoidentificación comienza muy tempranamente. Joyce Mc Dougall, al comentar la relación que se establece entre el “lactante” y su madre en los primeros meses de vida, señala que “esa marca libidinal en cada identidad subjetiva deja su sello en la evolución y estructura psicosexual y narcisista” (1993: 148). Para el lactante, su madre y él forman uno sólo. El lactante sobrevive gracias a ella y existe psíquicamente a través de ella: “Ella es su madre-universo del cual él forma parte” afirma Mc Dougall (147). La pérdida del pecho es el “descubrimiento, lento y progresivo, por parte del niño de que el pecho no le pertenece, de que no sólo no es él, sino que representa la esencia misma del Otro” (149). El destete representa el primer duelo del hombre. Es la pérdida de su identidad anterior, pasiva, parasitaria, suficiente, cómoda. Según sostiene la psicoanalista, puesto que la pérdida del Objeto es la condición primordial de la identidad psíquica, es evidente que “toda tendencia del sujeto a volver hacia la no diferenciación primitiva está acompañada de un riesgo grave para su salud (estados psicóticos) o para su vida (toxicomanías, suicidio, enfermedades psicosomáticas)”. (149) Desde el punto de vista del Psicoanálisis el retorno al estado de indiferenciación es un deseo perenne en todos y, hasta cierto grado, normal. En distintas oportunidades Raúl hace referencia a este hecho: 3

“El amor es una droga dura” será el título del libro publicado en 1999.

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Hay una sola casa en la vida de cada uno -dice Raúl, repartiendo las cartas sobre la mesa para resolver un solitario -.Y es la casa de la infancia. En ésa nos quedamos para siempre. Las demás sólo son simulacros, sucedáneos. (36) Sin embargo, afirma Mc Dougall "el dominio de las experiencias de separaciónindividuación da lugar a estructuras psíquicas y a placeres cada vez más elaborados” (150). La fragilidad de un “yo” mal constituido busca pegarse al otro para sentirse completo y este, según parece, es el caso del protagonista de Solitario de amor. Al no haber podido conformarse como sujeto independiente y no haber podido captar la esencia misma del Otro “la sexualidad corre el riesgo de verse utilizada únicamente para reparar las fallas en el sentimiento de identidad” (150). Otro aspecto sintomático es, precisamente, la manera en que el personaje se relaciona sexualmente con Aída. Frente a su pareja, el narrador-protagonista asume una posición sumamente pasiva y egocéntrica. En el acto sexual vuelve a su ubicación de bebé. Aída es quien realiza las acciones principales, mientras él se concentra en los placeres orales, propios de la etapa pre-edípica. Es significativa la prioridad que se asigna, durante el acto sexual, a los sentidos característicos de este estadio y la ausencia de elementos propios de la organización anal, el último y definitivo estadio bajo la primacía de las zonas genitales. El narrador establece la conexión con el lactante sin tapujos y con una inquietante autoconciencia. Mojo tus pezones con mis dedos húmedos de leche. Sobre las dos hélices rosadas, grandes auroleadas, el líquido blanco se derrama, cuelga, como la gota de miel en el higo morado, maduro. Abro la boca como un pez asfixiado. Mis dedos giran en torno a tus pezones que se hinchan y endurecen, piedras paleolíticas. Abro la boca como un condenado a punto de morir. Tú me miras hacer con extrañeza, como se observa al hijo que balbucea incomprensiblemente. Tú me miras con condescendencia, pobre loco que no llegó a crecer, pobre huérfano, pobre desamorado, destetado, pobre hombre sin pezón, sin leche, sin maternidad. Al fin, con infinita ternura, tomas mi cabeza entre tus manos (tengo el pelo mojado, los dedos mojados, las mejillas húmedas, los labios inflamados), la colocas suavemente entre tus pechos, te llevas una mano al seno, lo recoges entre tus dedos, inclinas el pezón sobre mi boca, yo gimo como un recién parido, como un cachorro hambriento y me das de mamar (41)

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No hace falta agregar más. Lo que hay que destacar es la lucidez para aludir al proceso primario en la relación del protagonista con Aída que nos retrotrae incluso a la memoria pre-edípica e intrauterina. Debemos imaginar el mundo intrauterino o preedípico gobernado por sensaciones táctiles, orales, gustativas. De acuerdo a Lacan sería el gobierno del orden imaginario. La visión no se encuentra aún desarrollada y menos aún, todo lo vinculado al orden simbólico, el orden del lenguaje. Los ciegos no ven: reconocen. (...) Toco a Aída como un ciego (...) La palpo como quien ha de (re)conocer antes de nombrar (17) La imagen del ciego evoca la sensibilidad del bebé. El niño recibe los mensajes del mundo cuando palpa a su madre. La madre es el territorio; es el mundo con el cual el niño se relaciona sin intermediación alguna del lenguaje. Se suceden con voracidad también algunas imágenes intrauterinas e incluso anteriores. Pego mi oreja contra su superficie y procuro escuchar el rumor de sus vísceras: el lento bullir del hígado, las imperceptibles contracciones del píloro, las vibraciones del colon, clepsidra invisible, el lento ronroneo de la vesícula-tortuga hundida en el aljibe-, las maquinaciones del estómago y el bostezo de los intestinos (11) O esta otra en la que el encuentro con su amada es el rencuentro con el útero materno: Condenado a la soledad, salvo en ese instante, sagrado, en ese instante, sacro, en ese instante, uterino, umbrario, total, en el que penetrando en ti, accediendo a tu interior, lamido por tus jugos, acunado por tus mucosas, abrigado por tus tejidos húmedos, calentado por tu ardor, abrazado por las paredes de tu sexo, recibido en tu recámara, agarrado a tus costados, mecido por tus muslos vaginales, adherido a tus tegumentos, absorbido por la fuerza de tu vientre, atrapado entre lianas y musgos (...) (98) El acceso al mundo intrauterino se logra a partir de una gran técnica narrativa. El encadenamiento de significantes responde a un orden de sensaciones sonoras; principal sentido de la vida intrauterina. Así mismo se aprecia el uso de un vocabulario privado, íntimo, contrastante al uso social del lenguaje. De esta forma, sin abandonar el único medio de representación posible -el lenguaje- Peri Rossi nos traslada a un mundo preverbal. Mundo al que Kristeva define con el nombre de semiótico y que coincide prácticamente- con el orden imaginario de Lacan. No obstante, el desplazamiento

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regresivo no se detiene en la vida intrauterina, lo cual resulta altamente llamativo. Por momentos el recuerdo parece trascender la propia vida del sujeto. La regresión alcanza la memoria perdida de un instante prehistórico en la vida de la especie:

Empapado en sudor, pegado a su pelvis, soy el hombre que se transforma en niño, soy el contemporáneo de los altos árboles terciarios, soy el contemporáneo de las primeras rocas, de la formación de los lagos, de los grandes desplazamientos oceánicos, de la separación de tierras, soy el contemporáneo de los glaciares, de los dinosaurios, del arqueópterix, del ñau, de las sirenas. No cabalgo sobre Aída, me deslizo con ella, en la pequeña balsa de su sexo, hacia los remotos orígenes, antes de que el grito fuera canto, antes de que el rugido fuera sonido articulado, antes de que el hambre fuera apetito, antes de que la planta fuera cultivo, antes de que el gesto se hiciera rito, antes de que el miedo se transformara en oración y el barro se hiciera vasija (37) En este instante discursivo, el texto parece querer dialogar con el relato freudiano de Totem y Tabú. Esta obra de Freud, fantaseosa para algunos e intuitiva para otros, polémica por lo general, pone en relato una etapa capital de la hominización por la cual el Homo sapiens deviene en animal social. Tal como lo explica Kristeva: “Freud apela a una “historia monumental” o a una “realidad exterior” distinguida de la actividad psíquica y no obstante inseparable de su significancia. (...) (Freud) multiplica las metáforas, y su pensamiento no cesa de interrogar la historia primitiva como realidad exterior, rebelde a la representación psíquica y más directamente del lenguaje” (1998: 106). Consecuentemente Otto Fenichel refiere a que “la lógica del esquizofrénico es igual a la del pensamiento primitivo, mágico (...) es la manera arcaica de pensar (...) el pensamiento esquizofrénico se halla en pleno regreso de la etapa lógica a la prelógica” (Fenichel: 143). Un último rasgo, solidario con los anteriores, es la desvinculación inversamente proporcional que se produce entre el narrador y el resto de la sociedad en relación a su identificación con Aída. Nuevamente asistimos a una paráfrasis del concepto freudiano de la sociedad. Ha señalado Freud que el “espíritu gregario”, a diferencia del amor, no obedece a una energía instintiva. El hombre se vuelve social para compensar económicamente (hablamos de economía psíquica) la defraudación de no poder satisfacer un instinto primario. Se conoce con el nombre de sublimación al desplazamiento de los instintos socialmente censurados hacia otros medios de satisfacción con un valor social positivo. En consecuencia, podemos afirmar con Freud que la cultura “reposa sobre la renuncia de las satisfacciones instintuales (...) Si no se compensa económicamente la

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defraudación de no poder satisfacer un instinto habrá que atenerse a graves trastornos” (1988: 3038). Veamos qué ocurre con el personaje: Nazco y de inmediato soy expulsado a una isla de hormigón y de cemento, rugiente, hormiguero bárbaro. Destetado demasiado pronto, soy el huérfano de Aída en un mundo que no conozco y me hiere con su luz violenta. Camino sin rumbo, viajero extraviado en una tierra colonizada por otros. Me cuesta integrarme a la colmena, he perdido la identidad (13) (...) podría, renunciando a mi amor, integrarme por fin al mundo. (…) En lugar de ser un contemplador hipnotizado, sería un hombre desligado, desgajado, desprendido, lúcido y cuerdo (86) La actitud “anti-social” de nuestro personaje constituye un claro síntoma de despersonalización patológica. Como bien lo expresa el narrador autorreflexivo, el hombre desligado e integrado es, de acuerdo a los parámetros de la Psicología, el hombre cuerdo. Finalmente, de forma meramente conjetural, resta establecer un diagnóstico. En determinado momento de la novela Raúl arriesga el suyo: “Contra la neurosis y el delirio, lo mejor es someterse a una rutina” (13), aconseja Raúl. La oscilación entre neurosis y delirio parece un tanto ambigua e imprecisa. En todo caso, nuestra interpretación apuntaría a considerar más una estructura psicótica que una neurótica. Las psicosis, tanto como las neurosis, tienen como base el hecho de que el organismo reacciona a los conflictos mediante la regresión, si bien la profundidad de la regresión no es la misma en los dos casos. El conflicto psicótico se presenta en la etapa pre-edípica mientras que el de la neurosis se asienta sobre el período edípico. Según Freud, “el hombre normal” aprendería a dominar el complejo de Edipo, mientras que el neurótico permanecería envuelto en él. El psicótico, por su parte, ni siquiera accede a esta etapa fundamental para la constitución identitaria del yo; no supera la fijación de la primera etapa, es decir, no logra discriminarse de la madre. En suma, podrían considerarse cinco rasgos que configurarían una estructura psicótica en el personaje. a) b) c) d) e)

La dependencia absoluta al vínculo amoroso más que a Aída. La constante asociación de este vínculo al lazo materno primigenio. La auto-marginación de la vida social. La actitud pasiva del personaje asociada al estadio del lactante. La regresión a etapas pre-edípicas, intrauterinas y prehistóricas.

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Estos rasgos han sido ordenados separadamente con el fin de simplificar nuestra exposición pero conforman un solo fenómeno psíquico. Concluiremos con la siguiente cita de Freud en la que aparecen reunidos los elementos antes mencionados en una serie de oraciones. “En el psicótico acosado por los conflictos, el “yo” no emprende ninguna actividad conducente a defenderse, “se deja estar”. Si el presente es displacente, el yo se sume en el pasado. Si las nuevas formas de adaptación fallan, se refugia en otros más antiguos, en los modos infantiles de receptividad pasiva e incluso, quizás, en los de la vida intrauterina. Si una forma de vida más diferenciada se hace demasiado difícil, es abandonada a cambio de una existencia que ya es meramente vegetativa. (1984: 474/75). Todos éstos, elementos de análisis que nos ayudan a mantener un diálogo profundo con la obra y a develar los enigmas del “Solitario de amor” que juega su protagonista.

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