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DEPOSITO LEGAL ZA/número 36/2007 ©Alberto Martín Márquez. Prohibida la reproducción íntegra o parcial de esta obra sin permiso del autor.
Edición: Festival Internacional de Música “Pórtico de Zamora” 2007 Diseño y maquetación: [jaus]COMUNICACIÓN Impresión: Gráficas Artime
Grabado de cubierta: Missale Romanum (1732). Biblioteca Diocesana de Zamora, V/4941 p.606
“La Festividad de Quarenta Horas se celebra todos los años en esta nobilísima ciudad con tan festiva pompa, que su descripción, ni cabe aquí, ni se necesita, por haberla publicado la fama”
Advertencia del Sermón de Cuarenta Horas predicado en Zamora en 1704
El estudio de la celebración de las Cuarenta Horas en Zamora está condicionado por una barrera insalvable que entorpece cualquier intento de discurso histórico: una amplia laguna documental que nos impide en gran parte la reconstrucción y funcionamiento interno de una de las festividades religiosas que contaron con mayor atractivo y, sin duda, con un importante poder de convocatoria. La historiografía apenas ha tratado la celebración en su vertiente más general; descuido del que también se han contagiado los estudios locales sobre la misma, no poseyendo, pues, trabajos amplios o conclusiones que ayuden al conocimiento de las Cuarenta Horas. Una de las principales fuentes son las noticias -algunas de ellas muy minuciosas- que el Merino Mayor de la ciudad, Antonio Moreno de la Torre, escribió en su Diario y del que se conservan los apuntes correspondientes entre 1673 y 16791. El resto de la información debe ser extraída principalmente de las Actas Municipales del Ayuntamiento y Capitulares del Cabildo Catedralicio, completándose el corpus documental con referencias pertenecientes a los Archivos Parroquiales, Archivo de Mitra, Protocolos Notariales, Biblioteca Nacional y Real Academia de la Historia. El presente trabajo, por tanto, tiene una intención aproximativa al estudio de esta festividad, pues los casi doscientos años de escasez o pérdida documental nos impiden un análisis más minucioso. Los límites cronológicos escogidos, siglos XVII y XVIII, corresponden al nacimiento y consolidación de la fiesta; si bien, recurriremos en más de una ocasión a las Ordenanzas redactadas en 1832 por el párroco de San Juan -que avalaban la fundación de una cofradía de Cuarenta Horas en la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva- ya que su carácter recopilatorio, respecto a la tradición y costumbre de la celebración, las convierten en una fuente de inestimable valor. La función de Cuarenta Horas en Zamora debe ser, por tanto, “reconstruida” con la cautela de quien se enfrenta a la rehabilitación de un edificio histórico sin conocer de forma segura las estructuras que lo conforman. Tal y como hemos indicado, no existen demasiados trabajos sobre las Cuarenta Horas; sin embargo, los publicados hasta este momento han enfocado la celebración desde distintos puntos de vista. A expensas de cualquier obra enciclopédica sobre ciencias e instituciones eclesiásticas que con mayor o menor extensión se refieren a esta fiesta2, sobre su origen y evolución nos remitiremos a los artículos que el Padre Angelo di Santi escribió en las dos primeras décadas del siglo XX y que fueron publicados por la Revista jesuítica Civilta Cattolica. Los argumentos de Di Santi han sido revisados, completados y traducidos por José Mª Iraburu, siendo su obra Oraciones de la Iglesia en tiempos de aflicción3 una alternativa a la dificultosa localización y consulta de la Civilta. Del mismo
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modo, las Cuarenta Horas han despertado un interés musicológico, puesto que, como veremos más adelante, la música formó parte esencial de la celebración. En este sentido, el profesor Pablo L. Rodríguez ha escrito varios artículos sobre la presencia y participación de la música en la celebración de las Cuarenta Horas en la Capilla Real, bajo el amparo de la “piedad” de los Austrias4. Respecto a fuentes documentales directas, de consulta obligada es el Tratado de la Festividad de Quarenta Horas5, escrito por Álvarez Pato y Agustín Castrillón, publicado en 1789 y conservado actualmente en la Biblioteca Nacional. Asimismo, debe ser estudiada la colección de sermones predicados en las festividades de Cuarenta Horas, custodiados en la Biblioteca Nacional y en los fondos antiguos de Bibliotecas Públicas. Por último, para completar esta visión general de la fiesta, también nos referiremos al Tratado de la Capilla Real de los Serenissimos Reyes Catholicos de España6 (1696) del capellán Mateo Frasso, puesto que, aun refiriéndose a un espacio concreto, como fue el Palacio o Alcázar Real, no deja de ser un punto nuclear en algunos aspectos que comentaremos. No quisiéramos terminar estos breves apuntes introductorios sin agradecer al personal del Archivo Provincial de Zamora, Archivos Catedralicio y Diocesano, y Real Academia de la Historia las facilidades prestadas para la elaboración de este trabajo.
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Lorenzo Pinar, J. y Vasallo Toranzo, L. El Diario de Antonio Moreno de la Torre: Zamora 1673-1679. Vida cotidiana en una ciudad española durante el siglo XVII. Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”. Zamora, 1990. Existe una edición revisada (publicada en 2001) que ha sido la que hemos manejado y a la que corresponden las referencias y localización que citaremos en este artículo. Nosotros hemos manejado la obra de Alonso Perujo, N. y Angulo, J: Diccionario de Ciencias Eclesiásticas, t. III. Barcelona, 1885, pp. 318 y ss. Iraburu, José Luis: Oraciones de la Iglesia en tiempos de aflicción. Fundación Gratis Date, 2003. Los capítulos 7 y 8 están dedicados al origen y difusión de las Cuarenta Horas, respectivamente. Rodríguez, Pablo L.: “Música, devoción y esparcimiento en la capilla del Alcázar Real (siglo XVII): los villancicos y tonos al Santísimo Sacramento para Cuarenta Horas”, en Revista Portuguesa de Musicología, 7-8, 1997/98, pp. 31-46; y “La musica delle Quaranta ore nella Cappella Reale spagnola nel XVII secolo” en M. Padoan (ed.), La musica e il sacro. Atti del XII Convegno Internazionale sul Barocco Padano (Secoli XVII-XVIII) (Brescia, en prensa) Biblioteca Nacional (en adelante B.N.) 7/15573. Agradezco a Pablo Peláez Franco la información sobre este documento. Real Academia de la Historia (en adelante R.A.H), 9-708. Esta copia fue realizada por Joseph de la Fuente González. Existe igualmente en la Real Academia una copia de este Tratado que podría tratarse de un borrador, ya que presenta varias tachaduras y anotaciones, 9-454 bis. Las dos copias aparecen citadas en Pablo L. Rodríguez: “Música, devoción...”, op. cit. 34, nota 11.
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1. El
ORIGEN
de las CUARENTA HORAS
¿Qué son exactamente las Cuarenta Horas? Esta devoción consiste en adorar al Santísimo Sacramento de modo ininterrumpido durante cuarenta horas, recordando el tiempo que permaneció Cristo en el Sepulcro. Se trata de un culto que toma especial relevancia durante el Seiscientos, refrendado por la autoridad pontificia. El número “cuarenta” tiene una amplia presencia en las Sagradas Escrituras: cuarenta fueron los días que duró el Diluvio Universal; cuarenta años estuvo el pueblo de Israel en el desierto antes de entrar en la tierra prometida; cuarenta días fueron los que pasó Moisés en el Sinaí, y Jesús en su retiro al desierto; y cuarenta horas fueron las que estuvo el cuerpo de Cristo en el Sepulcro antes de la Resurrección, tal y como afirma San Agustín7. El origen y desarrollo de esta celebración no es coincidente por parte de los diferentes especialistas que se han acercado a ella. Pero de lo que no cabe la menor duda, es que desde muy antiguo se tuvo la costumbre de velar con oración y penitencia en espacios sagrados durante las horas que Cristo permaneció muerto. La noticia nos la proporciona la peregrina Egeria8, quien afirma en el siglo IV que en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén se organizaban celebraciones para venerar la Cruz hasta el Domingo de Pascua en memoria de la Pasión y que en las vigilias participaban tanto el pueblo como el clero. Esta referencia pone de manifiesto no sólo la costumbre de velar desde la muerte de Cristo hasta su Resurrección, sino también el culto a la Cruz, puesto que “con el tiempo la deposición de ésta tomó forma externa de sepulcro, recordando a los devotos la tumba de Jesús, y pasando a ser su veneración algo habitual y practicado en varios lugares”9. El culto a esta recreación del sepulcro, junto con la Cruz, son unos de los antecedentes más nítidos de las Cuarenta Horas. De hecho, el Arzobispo de Canterbury a mediados del siglo X reguló que el Viernes Santo, día en que se conmemora la muerte de Cristo, se dispusiera en el altar una “imitación” del sepulcro cubierto con un velo y debajo de éste se colocara la Santa Cruz envuelta en un sudario, permaneciendo de esta manera hasta la fiesta de la Resurrección10. Más aún: el Misal Aquileiense describe el rito de la consagración de dos formas el Viernes Santo: una para la mesa de altar y otra que se colocaba junto el costado de un crucifijo11. Las noticias más antiguas que tenemos sobre Cuarenta Horas se refieren a la ciudad de Zara en Dalmacia y están vinculadas a una confraternidad de la Iglesia de San
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Silvestre. Se trata de dos testamentos, datados en 1214 y 1270, en los que se lega a dicha confraternidad diez liras y una viña, respectivamente, para ayudar a sufragar los “gastos de la oración de cuarenta horas durante la semana Dolorosa en la capilla de San Silvestre”12. Curiosamente, en la misma ciudad dalmática, sabemos que otra hermandad con sede en la Iglesia de San Miguel también realizaba el culto de las Cuarenta Horas, pero, además y a diferencia de la anterior –y esto es lo más importante- llegó a celebrar esta función fuera de los días de la Semana Santa, tal y como venía realizándose: fue en 1304 cuando con ocasión de la pestilencia que azotaba la región de Zara, esta cofradía de San Miguel organizó el culto de las Cuarenta Horas como acción expiatoria, ante el Santísimo Sacramento, implorando a la divinidad que aplacase la epidemia13. Si los antecedentes comentados pueden considerarse las raíces de esta celebración, fue en Milán en 1527 donde las Cuarenta Horas se instituyeron de forma “oficial”. Los acontecimientos acaecidos en Italia en dicho año, en especial el saqueo de Roma por el ejército de Carlos V y los asaltos a iglesias y monasterios, fueron el caldo de cultivo más apropiado para el nacimiento de la fiesta. Dentro de este ambiente laicista, el sacerdote Antonio Bellotto, agustino y comendatario de San Antonio de Grenoble, en una de sus predicaciones en la Iglesia del Santo Sepulcro de Milán, instituyó una hermandad o “scuola”, integrada por hombres y mujeres, con la finalidad de pedir a Dios que restituyese las antiguas costumbres religiosas y aplacase los desórdenes. Los varones rezaban los siete salmos penitenciales, la letanía de los santos y otras oraciones, comprometiéndose a confesarse y comulgar todos los domingos y el día de la fiesta, así como a mantener encendida la lámpara del Santísimo14. Las mujeres, por su parte, se reunían en la Iglesia los viernes para participar en oraciones comunes y tomar la comunión. Lo cierto es que esta cofradía no sólo se obligaba a organizar la función de Cuarenta Horas en el triduo de la Semana Santa, sino en otras festividades relevantes del calendario religioso como Navidad, Pentecostés o el día de la Asunción. Sin embargo, el Tratado de la Festividad de
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“Ab hora mortis usque ad diluculum resurrectionis horae sunt quadraginta ut etiam hora connumeretur”, Cfr. De Trinitate, 1. 4, c. 6, Vid. Pascual C.: Itinerarium Egeriae (El Viaje de Egeria). Alertes, Barcelona, 1994 Di Santi, A.: “ L’Orazione delle Quarant’ore e i tempi di calamitá e di guerra nel secolo XVI “, en La Civilta Cattolica, nº 1606, vol. II, Mayo 1917. pp. 470 Ibídem Ibídem, p. 471 Ibidem, p. 473 Ibídem, p. 474 Ibídem, p. 476.
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Quarenta Horas de Álvarez Pato y Castrillón, al que antes nos referimos, retrasa la fundación de la festividad a 1534, atribuyendo al capuchino Joseph de Milán la iniciativa15. Los Anales de la Orden de los Capuchinos se refieren al Padre Joseph como “autor e institutor” de la oración de las Cuarenta Horas; celebración que se habría realizado por primera vez en la Catedral de Milán16. Fuera uno u otro religioso, lo cierto es que poco más tarde la devoción de las Cuarenta Horas se extendió por toda la ciudad de Milán, celebrándose en todas las iglesias de la ciudad italiana y organizándose turnos de vela para que el Santísimo siempre estuviera acompañado. El Papa Paulo III fue el primer pontífice que refrendó este culto, aprobando en 1537 las Cuarenta Horas en un Breve y concediendo indulgencias a quienes participaran en ellas17. A partir de este documento pontificio, podemos afirmar que la celebración de las Cuarenta Horas comenzó un período de auge y expansión, afianzándose su culto fuera ya del triduo de Semana Santa; de hecho, los capuchinos y jesuitas, llevaron esta devoción a otras ciudades de Italia18. En Roma fue San Felipe Neri quien, a través de la Cofradía de la Santísima Trinidad de Peregrinos, instauró su celebración mensual durante tres días. Otra cofradía romana, la llamada de la “Oración y de la Muerte”, comenzó a organizar también las Cuarenta Horas, primero en la Iglesia de San Lorenzo in Damaso y más tarde en la de San Juan Evangelista in Aino, los domingos penúltimos de cada mes, concediéndose Indulgencia Plenaria a quienes participaran19. En esta breve reseña sobre la historia de las Cuarenta Horas no podemos olvidar la figura de San Carlos Borromeo. Después de la celebración del IV Concilio de Milán, San Carlos publicó en 1577 una “Advertencia para la Oración de las Quarenta Horas” en la que dispuso que ”en la capilla donde se expusiera el Santísimo debía adornarse con esmero, dejándose en penumbra, sin más luces que las puestas en honor de la Eucaristía”; y que se organizaran turnos de hombres y mujeres, no debiendo acudir éstas durante la noche para evitar posibles escándalos20. En el caso que no pudiera organizarse el culto de las Cuarenta Horas de forma plena, se estableció en Milán la Hora Santa, bajo la orientación de San Carlos; es decir, por espacio de una hora se rezaba al Santísimo, asignándose una concreta a cada iglesia, de tal modo que se cubriera el culto más cómodamente para las comunidades de fieles y religiosos. Por último, debemos citar también la relación que guardaron las Cuarenta Horas con las conversiones masivas de herejes motivadas, según la tradición, por la práctica de este culto21.
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Hemos apuntado más arriba que las Cuarenta Horas fue un culto refrendado por la autoridad eclesiástica. En este sentido, fueron varios los documentos pontificios redactados en torno a las Cuarenta Horas. A nuestra opinión, los más importantes se debieron a Paulo III (1537) –ya comentado-, Clemente VIII (1592) y Clemente XI (1705)22. La Instrucción de Clemente VIII se dictó el 25 de Noviembre de 1592 y afectaba a las iglesias de Roma23, estableciéndose por turno los días que cada uno de los templos tenían asignado para la organización del culto, señalado en cualquier época del año y concediéndose también Indulgencia Plenaria. El propio Palacio Apostólico era el lugar donde se iniciaba esa rotación de las Cuarenta Horas el primer Domingo de Adviento. Parte de estas instrucciones venían a refrendar algunas de las normas dispuestas con anterioridad por Carlos Borromeo en Milán. El documento en sí es sumamente interesante, y aunque no sea éste el objetivo de este trabajo, nos gustaría al menos citar algunos puntos de forma sucinta: el altar debía adornarse lo más solemnemente posible, estando la iglesia o capilla en penumbra con el fin de que destacase más la presencia del Santísimo; un reloj de arena marcaba el inicio y el término de los turnos designados; las campanas debían sonar con toques de fiesta dos horas antes de la función para convocar a los fieles a la procesión, organizada antes de que terminase el culto en otra iglesia; se cantaban las letanías, oraciones y versos; tenía lugar la predicación de un sermón breve; y se disponía que mientras
15 Estaba oprimida en aquel tiempo la ciudad de Milán por el ejército de los franceses y el Padre Joseph de Milán aconsejó a aquellos ciudadanos esta oración para “que llegándose al Trono de la Divina misericordia, y perseverando en la oración por espacio de cuarenta horas se aplacase el azote de la Divina Justicia”. Cfr. Álvarez Pato y Castrillón, A. op. cit. p. 5. 16 Ibídem, pp. 7 y 8. 17 Declaraba Paulo III que “el Vicario de arzobispal, a petición de los ciudadanos de Milán, para aplacar la ira de Dios excitada contra los cristianos por sus delitos y para desbaratar las armas y los ataques de los turcos contra los cristianos, ha establecido, entre otras obras piadosas, que todos los fieles hagan oraciones y preces de día y de noche anta el Sacratísimo Cuerpo de Jesucristo, de modo que en todas las iglesias de la ciudad, según el orden señalado por el propio Vicario, esas oraciones y preces sean elevadas por los fieles durante cuarenta horas continuas, en celebraciones sucesivas, hasta que se realicen éstas en todas las iglesias de la ciudad”. Cfr. Iraburu, J.Mª, op. cit. p. 5 18 Son destacables los casos de Venecia, Verona o Brecia; en esta última el capuchino José de Ferno celebraba las Cuarenta Horas a comienzos de cada mes. Ibídem. 19 Pío IV aprobó y confirmó esta cofradía el 15 de Noviembre de 1560, estableciendo que los cofrades llevasen en procesión al Santísimo. Asimismo, debían rezar el Salmo Miserere o el De Profundis, o cinco veces el Padre nuestro y el Ave María, aplicándolo por el ánima de cualquier Christiano difunto. Ibídem, p.15 20 Ibídem, p. 8 21 En la ciudad de Grap (Provenza), celebradas las Cuarenta Horas en los tres días de Pascua del Espíritu Santo en el convento de los capuchinos de 1627, abjuraron públicamente 1500 herejes calvinistas. Vid. Muro, A.: Semana o Diario del Santísimo Sacramento para visitar en las Cuarenta Horas. Córdoba, s.a., pp. 4 y ss. 22 Además de los referenciados en el texto, podemos también citar el Breve Cum felices recordationis, de Paulo V (1606); y la Encíclica de Urbano III Aeternus rerum conditor (1623), así como alguna disposición de la Congregación de Obispos (1657) sobre las indulgencias concedidas por la función y la Congregación de Ritos (1661) y la prohibición de celebrar Cuarenta Horas durante el Triduo Pascual. Vid. Iraburu, J.Mª: op. cit. p. 1 23 Di Santi, A.: “La prima celebrazione delle quarant’ore in Vaticano nel 1592”, en Civiltá Cattólica, 1913, p. 285. En este artículo Di Santi publica el texto de la Instrucción de Clemente VIII.
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durase la función en una iglesia no se hiciera en otro templo sin la licencia correspondiente24. La segunda de las Instrucciones, fechada el 20 de Enero de 1705, corresponde a Clemente XI, y se conoce como “Instrucción Clementina”. Al igual que la anterior, también se aplicó en exclusividad a las iglesias de Roma, pero sirvió de orientación a otras zonas y fue aceptada casi como una norma universal. Álvarez Pato en su Tratado, inserta el texto completo en castellano de la Instrucción, ya que “sería muy loable el que todas las iglesias de la Cristiandad observasen en la exposición del Santísimo Sacramento, lo que se observe en Roma, que es la cabeza y Madre de las demás Iglesias”. Cabe destacar que esta Instrucción partía de otras disposiciones papales anteriores; sin embargo, no hace referencia alguna a la de Clemente VIII de 159225. Clemente XI reguló el ornamento con que debía hacerse la exposición en el altar, el ritual del sacerdote, la procesión con el Santísimo y otros aspectos concernientes a la celebración26. La celebración generalizada de las Cuarenta Horas durante los tres días de Carnestolendas o de Carnaval, tal y como se realizaban, por ejemplo, en la provincia de Zamora, se debe a los jesuitas. Fueron los miembros de la Compañía quienes instauraron las Cuarenta Horas durante estos días en la ciudad italiana de Macerata en 1556, como acción de desagravio ante los excesos que se cometían en las calles durante los días de Carnaval; institución que se practicó desde entonces en todos los Colegios de la Compañía27. El Papa Benedicto XIV en 1748 publicó una carta dirigida a los Arzobispos y Obispos del Estado Temporal Pontificio en la que reprochaba a los religiosos que hubieran permitido una excesiva relajación durante los tres días de Carnaval y, en especial, la víspera del Miércoles de Ceniza: “los bailes y juegos que se acostumbran hacer la última noche de carnaval, comúnmente duran hasta el amanecer día primero de Cuaresma, de modo que muchos saliendo de los bailes, juegos y trasnochadas, quitándose la máscara, pero con el mismo vestido, se van a las Iglesias, asisten a los Divinos Oficios, toman la ceniza, según la costumbre, y luego se van a sus casas, y se echan a dormir toda la mañana del primer día de Cuaresma; y si el Obispo les reprehende, le tienen por indiscreto”28. Por este motivo, exhortó a los religiosos a que, además de asistir a los oficios divinos en tiempo de carnaval y visitar iglesias y hospitales, “procuréis que en una o más iglesias se ponga de manifiesto por tres días el Santísimo Sacramento de la Eucaristía al culto público, dando todos los tres días por la tarde la bendición en las semanas de Septuagésima, Sexagésima o Quinquagésima o en todas tres”.29 Hemos visto, pues, como surge y se expande la celebración de las Cuarenta Horas, respaldada e impulsada desde la autoridad pontificia. Esta proyección no sólo logró arrai-
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garse en las “costumbres” eucarísticas europeas, sino que traspasó con creces sus barreras. Sabemos, por ejemplo, a través de un memorial de un agustino descalzo, fechado en 1616 y depositado en el Archivo General de Indias, que el Papa Pablo V (1605-1621) había concedido al convento de San Nicolás de Manila en Filipinas el jubileo de indulgencia de estar descubierto el Santísimo Sacramento durante Cuarenta Horas30. Al otro lado del Atlántico, los jesuitas fueron los responsables de promover en gran medida la fiesta de las Cuarenta Horas. En México tenemos constancia, gracias a uno de los sermones conservados, que la fiesta fue instituida en todos los sagrarios de la ciudad por el Virrey de Alburquerque31. También conservamos para el caso de México la relación que se hizo del celebre novenario, jubileo de Cuarenta Horas y procesión de sangre, celebrada con motivo de la peste y de las necesidades públicas de la monarquía en 164832. Los jesuitas fueron también los promotores en Río de Janeiro, tal y como nos ha quedado constancia a través de dos sermones que se conservan en la Universidad de Navarra, fechados en 166733 y 168234, respectivamente. Como vemos, las referencias en este sentido son muy numerosas. En España es difícil saber con exactitud cuándo comenzó a celebrarse la función de Cuarenta Horas. La fecha que ha servido como referencia “oficial” es 1644, año en el que Felipe IV amplió la devoción al Santísimo en la Capilla Real de dos a tres días según afirma Mateo Frasso en su Tratado: “estos solían ser los primeros jueves y viernes de cada mes en la Iglesia de San Gil. Después de la traslación del Santísimo Sacramento a la Capilla, se continuó este
24 Ibídem. La Bula de Clemente VIII fue confirmada por Paulo V en un Breve expedido el 10 de Mayo de 1606, ampliando las indulgencias concedidas. 25 La Instrucción de Clemente XI parte especialmente de las disposiciones de Paulo V e Inocencio XI. La Instrucción Clementina fue aprobada y confirmada con posterioridad por los Papas Inocencio, Benedicto XIII y Clemente XII. 26 Álvarez Pato y Castrillón, A., op. cit. pp. 51 y ss. Las disposiciones clementinas fueron publicadas por Peláez Franco, P.: “La fiesta de las Cuarenta Horas en la Zamora del siglo XVII”, en La Opinión de Zamora, de 06/02/05. 27 Álvarez Pato y Castrillón, A.: op.cit. p. 80. La misma atribución jesuítica para la celebración en los tres últimos días del Carnaval conceden Alonso Perujo, N. y Pérez Angulo, J.: op. cit. p. 318-319 28 Álvarez Pato y Castrillón, A.: op.cit., p. 82 29 Ibídem. Clemente XIII amplió las indulgencias concedidas para aquellos que, habiendo confesado y comulgado, visitasen los tres días de la exposición. 30 Memorial de Fray Rodrigo de San Miguel. Archivo General de Indias. Filipinas, 79, N.133 31 Sermón del Santisimo Sacramento a la fiesta de las Cuarenta Horas, predicado por Juan de San Miguel. Impreso en México por Hipólito de Rivera en 1655. Universidad de Granada, Biblioteca Central, A-31-211 (2) 32 B.N. V/Cª 999-24. Se conserva sólo de de la página 15 a la 26 33 Sermam que pregou o padre mestre Manoel Carneyro de Compahi de IHS no collegio do Rio de Janeyro em o segundo dia das Cuarenta horas no anno de 1667. Impreso en Evora, 1688. Universidad de Navarra, Humanidades Fondo Antiguo. FA 137.683 (1) 34 Sermam que pregou o P.M. Manoel Carneiro da Compañía de Jesús no collegio do Rio de Janeiro em o segundo dia das Cuarenta horas. Impreso en Lisboa por Joao Galrao, 1682. Ibídem, FA 137.687 (17)
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acto en ella los mismos dos días hasta el año de 1644 que la devoción del Señor Rey Don Felipe Quarto, por la que tenía a la Virgen Santísima, la extendió al sábado con nombre de quarenta horas”35. Sin embargo, hemos podido localizar un documento que adelantaría la fecha de su institución en Madrid, al menos, un año antes, en 1643, lo que demostraría que ya se organizaban en la villa y corte las Cuarenta Horas de forma rotativa, según el modelo romano: se trata de uno de los listados, conservado en la Real Academia de la Historia, que a modo de pasquín recogía las capillas, conventos e iglesias donde se celebraba la función, distribuidos semestralmente36. La perfecta planificación del culto y el hecho de que fuera impreso, podrían incluso hacernos pensar en una fecha anterior para el inicio de las Cuarenta Horas. Además de ello y en este mismo documento, la Capilla Real tiene asignado culto lunes, martes, miércoles y domingos, ampliándose, pues, la celebración a otros días de la semana respecto a los solamente tres, propuestos por el capellán Frasso. Del mismo modo, hemos podido también recuperar otra de estas relaciones en la Biblioteca de Ajuda de Lisboa correspondiente a 164437 y en la que la celebración en Palacio tenía lugar ya los jueves y viernes, coincidiendo con la afirmación del capellán. Pero aún puede ponerse más en entredicho la fecha de 1644 como “inicio oficial” de la fiesta: conservamos un sermón de la villa de Caravaca que, a pesar de haber sido impreso en 1649, en su portada figura que fue predicado el 4 de Marzo de 164238, adelantándose más todavía a la fecha de Madrid. Por otra parte, el Compendio histórico de Oración de las Cuarenta Horas (1802) de Diego Lope Cárdenas otorga un protagonismo relevante, en cuanto a la instauración de la fiesta, a Écija, afirmando que fue uno de los primeros lugares de España que disfrutó de este culto, introducido en el lugar por la Confraternidad del Santo Entierro y Gloriosísima Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo en 160139. Todas estas referencias, acertadas o no, manifiestan esa oscuridad que cubre el origen de esta celebración. La escasez de estudios generales o monográficos sobre las Cuarenta Horas en España dificulta localizar y analizar el funcionamiento interno de la celebración en ciudades y pueblos. Para salvar este obstáculo, aunque sólo sea de forma referencial, una de las fuentes que hemos manejado, tal y se ha ido comentando a lo largo de este trabajo, son los sermones que se predicaban durante la fiesta. Un conjunto amplio de estos sermones fueron entregados por su valía a la imprenta para lograr una mayor difusión, por lo que se produjo un tráfico intenso de unos lugares a otros, semejante al de los villancicos que se remitían entre sí los maestros de las diferentes capillas españolas y que más tarde comentaremos. Varios de estos textos están depositados en la Biblioteca Nacional, constituyendo otra importante colección de sermones los conservados en los Fondos
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Antiguos de las Bibliotecas Públicas y Universitarias. Las fechas de estos sermones evidencian la existencia de la celebración en numerosos lugares españoles durante la segunda mitad del siglo XVII. Sin pretender hacer un listado de los mismos y a la espera de continuar con la búsqueda, los primeros que hemos podido localizar –aparte del de Caravaca citado- corresponden a: Madrid (165740, 167041 y 167542), Colegio de San Pablo de Granada (1674)43, Medina del Campo (1674)44, Brunete (1677)45, Convento de San Francisco de Calatayud (1685)46, Barcelona (1692)47, y Convento de Santo Domingo de Mallorca (1696)48. La fundación de Cuarenta Horas no respondió a un patrón determinado; es decir, su institución se amoldó a modelos diferentes: en algunos casos se trataba de iniciativas particulares (religiosos o no) movidos por su devoción al Santísimo Sacramento; en otros, fueron cofradías las responsables de su promoción; y, por último, fueron también promovidas por un grupo de fieles pertenecientes a una parroquia. Por escoger un caso cercano para el primer grupo, puede servirnos como ejemplo Salamanca. Según consta en el libro de fábrica de la Parroquia de San Martín, perteneciente a los años 1696-1700, Juan Muñoz del Castillo fue el benefactor de las Cuarenta Horas que se celebraban en la Capilla de
35 Cfr. Frasso, M. “ Capítulo Séptimo: de la Festividad de las Cuarenta Horas que se celebran cada mes en la Real Capilla”, op. cit. R.A.H. 9-708 36 Relación de las Iglesias en que según el orden infraescrito se ha de celebrar la oración continua, en forma de cuarenta horas, descubriéndose el Santíssimo Sacramento, según se celebra en Roma, a devoción de su Majestad Católica del Rey Felipe Quarto. R.A.H. 9/3674 (47) 37 Relación de las Iglesias en que según el orden infraescrito se ha de celebrar la oración continua, en forma de cuarenta horas, descubriéndose el Santíssimo Sacramento, según se celebra en Roma, a devoción de su Majestad Católica del Rey Felipe Quarto, 1644. Biblioteca de Ajuda (Lisboa) 51-IX-18, fol. 182 38 Sermón del Santísimo Sacramento predicado por Fr. Antonio de los Reyes, Prior de San Jerónimo de Caravaca en el Jubileo de Cuarenta Horas. Impreso por Diego Cossío, Salamanca, 1649. B.N. 2133730 (2) 39 Cárdenas, Diego L: Compendio Histórico de la oración de las cuarenta horas llamado comúnmente el Jubileo Circular. Écija, 1802. Existe un ejemplar en la Biblioteca de la Fundación Universitaria Española. La obra cuenta con un catálogo de las ciudades y pueblos de España e “Indias” en los que se celebraba, concediendo especial atención a los lugares de Andalucía. Los sitios que recoge son los siguientes: Valencia, Granada, Sevilla, Madrid, Córdoba, Barcelona, Cádiz, Málaga, Zaragoza, Jerez, Antequera, La Habana, Osuna y Estepa. 40 Universidad de Valencia. BH Var.043(06) 41 B.N. 3/76292 42 B.N. 2/36112 (3) 43 Universidad de Granada. BHR/A-031-132 (22) 44 Seminario Mayor o Conciliar de San Julián, 197-E-20 (1). Existe otra copia en la Librería Conventual de San Francisco, 41I-2-5 (17), procedente del Convento de San Francisco de Castroverde de Campos (Zamora) 45 Universidad Complutense de Madrid, BH DER 5911 (1) 46 Biblioteca Pública de Tudela. Fondo Antiguo, FA/1083 y FA/1365 (2) 47 Universidad de Murcia. Fondo Antiguo. S-B-3091 48 Universidad de Barcelona. 07 C-239/2/10-7
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Ntra. Señora de las Angustias. La función se realizaba durante los tres días de Carnaval, oficiándose “cada día Misa cantada con diácono y subdiácono, y poniendo a Su Majestad patente por la tarde y con sermón cada una de las tres tardes y con asistencia de música a la misa y cubrir a Su Majestad”49. La capilla donde se celebraban también se debe a Juan Muñoz, y aún hoy se conservan en ella su retrato y el de su mujer, María de la Cruz, en los brazos norte y sur de la bóveda. Para el sostenimiento de la fiesta entregó al mayordomo de la fábrica dos mil ducados, que utilizó para, entre otras cosas, redimir algunos censos que tenía la iglesia impuestos. Los otros modelos de fundación se realizaron en la provincia de Zamora, por lo que vemos más conveniente comentarlos en el epígrafe siguiente.
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2. Las CUARENTA HORAS en la PROVINCIA DE
ZAMORA
Como apuntamos en el comienzo de este trabajo, no se han realizado estudios monográficos sobre las Cuarenta Horas en la provincia de Zamora. Las referencias que tenemos son muy escuetas y pertenecen en la mayoría de los casos a obras de carácter general o a estudios locales que tienen otra temática como protagonista. Fernández Duro, en sus Memorias Históricas, afirma que la celebración se instituyó en Zamora en el año 1650, previo acuerdo de los dos cabildos (catedralicio y municipal), determinando que se celebrarían anualmente en la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva de la ciudad en los días de Carnestolendas, sufragando los gastos a medias y dando participación al clero parroquial y al vecindario, representados por un individuo con cargo de mayordomo, y con la asistencia del Regimiento en corporación, debiéndose tocar el reloj50. Ursicino Álvarez por su parte, repite casi la misma información que aporta Fernández Duro, destacando tan sólo el “deslumbrante aparato” con el que se celebraban51. Ya en tiempos más modernos, han sido varios los investigadores que han “tocado” las Cuarenta Horas de forma tangencial o paralelamente a su tema central de análisis: Casquero Fernández ha planteado la posibilidad de adelantar la fecha de fundación dada por Fernández Duro al primer tercio del siglo XVII, basándose en la información que aporta un pleito de la Congregación de Nazarenos. Según la información contenida en este litigio, una de las causas de la desaparición de la antigua cofradía existente fue la de “correr con los gastos de las Cuarenta Horas durante el Carnaval”52. El profesor Lorenzo Pinar ha sido quien más información ha aportado respecto a la celebración, a raíz de varios documentos sueltos depositados en el Archivo Diocesano de Zamora, que hacen alusión a los distintos elementos que componían la fiesta: altares que cubrían toda la capilla mayor de la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva, sermones, música, fuegos de artificio y toros53. Por otro lado,
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Archivo Histórico Diocesano de Salamanca. Parroquia de San Martín, L-423/45, fol. 107 Fernández Duro, C.: Memorias históricas de la ciudad de Zamora, su provincia y obispado. Madrid, 1882, t. IV, p. 263 Álvarez, U.: Historia civil y eclesiástica de la provincia de Zamora. Zamora, 1889, p. 21 Casquero Fernández, J.A.: “La Cofradía de Jesús Nazareno, vulgo Congregación”, en Actas del I Congreso Nacional de Cofradías de Semana Santa. Zamora, 1986, p. 245. El mismo autor ha hecho referencia a la fiesta dentro de su trabajo sobre la devoción al Santísimo Sacramento en Zamora, aludiendo a las noticias proporcionadas por el Diario de Antonio Moreno de la Torre. Vid. “El culto y la devoción al Santísimo en la ciudad de Zamora”, en Anuario del Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo” (en adelante IEZ), 1994, pp. 385-403 53 Lorenzo Pinar, F.J.: “Aspectos mentales y de vida cotidiana en la Edad Moderna”, en Historia de Zamora, IEZ, t. II, pp. 350 y 351.
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cabe citar el artículo publicado por Pablo Peláez, quien ha trabajado sobre las noticias contenidas en las Actas Municipales, abriendo un nuevo frente en la investigación sobre las Cuarenta Horas54. Por último, no debemos olvidar la justificación de la fiesta y el origen por desagravio, con tintes no exentos de leyenda, que aporta Antonio Moreno en su Diario al comentar uno de los sermones predicados en la fiesta de 1678 por el conocido fraile Antonio Montoto: “y en archivo toledano hay epístolas que no vino Zamora ni Toledo en la muerte de Cristo y otros blasones, y por eso le .toca hacer esta fiesta de 40 Horas”55. Tal y como podemos observar, todas las referencias se centran exclusivamente en la celebración que se realizaba en la ciudad, sin mencionar las funciones que se llevaban a cabo en la provincia. Aunque pudiera resultar paradójico, sabemos más sobre la organización, estructura y funcionamiento de las Cuarenta Horas en determinados lugares de la provincia que en la ciudad. Además, aquellas atienden a los distintos modelos de fundación que hemos visto más arriba, por lo que su riqueza documental es aún mayor. La función en Fermoselle, por ejemplo, está ligada a un presbítero de la villa, Mauro Díez de las Armas, quien dispuso en su testamento de 1724 la voluntad de fundar las Cuarenta Horas en la iglesia parroquial, tal y como confirman los libros de fábrica, delegando en el mayordomo y en el licenciado Pedro Díez de las Armas (tío del fundador) la ejecución de su voluntad56. Respecto a cofradías de Cuarenta Horas, hemos podido localizar dos de ellas: la Hermandad de las Ánimas y de Quarenta Horas, fundada en la Parroquia de San Martín de Pinilla de Toro57 y aprobada en 1743; y la Cofradía de Quarenta Horas y Estación del Santísimo Sacramento, formada en 1722, y con sede en la Parroquia de San Juan Bautista de Almeida de Sayago58. Los tres casos son fundaciones correspondientes a la primera mitad del siglo XVIII, y celebraban su función los días de Carnaval. Pero, además, tenían como denominador común la planificación y previsión de su sostenimiento; es decir, contaban con unos ingresos destinados a sufragar los gastos que originaba la celebración de las Cuarenta Horas. En el caso de Fermoselle, el fundador contempló en su testamento la renta de un lagar que poseía en la villa, “ado llaman las Tallarinas”, la venta de una cuba y “lo más fuere necesario de mis bienes para que la cantidad que fuere necesaria, además de la renta de dicho lagar, se imponga a censo”59. La Hermandad de Pinilla de Toro tuvo en la renta procedente de un horno de cocer teja su principal fuente de ingresos; mientras que en Almeida de Sayago la función se sostuvo a través de las aportaciones que realizaban los cofrades y de las limosnas recaudadas. Afortunadamente, disponemos de las ordenanzas de estas dos cofradías, así que, aunque sea de forma sucinta, creemos que merece la pena conocer su funcionamiento interno.
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La Cofradía de Almeida de Sayago, erigida en memoria de la Estación de Santísimo Sacramento y Cuarenta Horas, estuvo en un principio unida a la de las Ánimas, hasta que en 1727, por mandato del visitador, se ordenó su separación60. Podía contar con un máximo de cuarenta cofrades, dando preferencia a los que tuvieran ”oficio de texedor, carpintero, escultor, herrero, dorador, pintor, barbero, cirujano o cualquier otro oficio que no sea vil o infame, con tal de que viva en este lugar”61. El cofrade que entraba nuevo debía pagar por su ingreso 2 reales y medio, teniendo preferencia el hijo de un cofrade difunto. Todos sus miembros tenían la obligación de contribuir al repartimiento que se realizaba para sufragar los gastos de la celebración, así como la de acudir al entierro del cofrade que falleciera62. Para su gestión se nombraba anualmente, antes de la Misa del Martes de Carnaval, un juez y un regidor, con funciones de organización y recaudación del repartimiento. Además de la celebración de las Cuarenta Horas, la cofradía decía una Misa cantada el martes de la semana de quincuagésima en la ermita de Nuestra Señora de la Cuesta por los cofrades “vivos e difuntos”, y era la responsable de la ceremonia del Descen-dimiento y Entierro de Cristo el Viernes Santo. Este día debían asistir a la Misa de doce, trece cofrades vestidos de penitentes con túnicas negras o blancas, para que llevasen la urna y los demás símbolos de la Pasión. Asimismo, el Domingo de Resurrección acudían ocho cofrades con vestimenta de soldados63. En lo que respecta a la Cofradía de Pinilla de Toro, también aparece ligada a las Ánimas. Se conservan unas ordenanzas incompletas fechadas en 1730, pero los capítulos definitivos y su correspondiente aprobación datan de 1743. El número de cofrades no podía exceder de cincuenta ”por el conocimiento de que la confusión no es bien gobernada y porque son los gastos excesivos en menoscabo de las cofradías”64. Por el ingreso debían
54 Peláez Franco, P.: op. cit. 55 Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L.: op. cit. p. 192 56 Archivo Histórico Diocesano de Zamora (en adelante A.H.D.Za.) Parroquia de Fermoselle. Libro de Fábrica, 48, fol. 172 y ss. Agradecemos a Manuel Rivera la información sobre este documento. 57 Ibídem. Parroquia de San Martín de Pinilla de Toro. 224-2, III-19 (1730-1787). 58 Libro de Asiento y Ordenanzas de la Cofradía de Cuarenta Horas y estación del Santísimo Sacramento, 1722-1883. Ibídem. Parroquia de San Juan Bautista de Almeida de Sayago., 162/38 59 Testamento de Mauro Díez de las Armas. A.H.P.Za. Protocolos Notariales (Fermoselle). Notario: Manuel Rodríguez Arellano, Leg. 8691 (12-10-1724). 60 Casaseca Casaseca, A.: “Crucifijo articulado de la Iglesia de San Juan Bautista de Sayago”, en Santo Entierro en Zamora. Catálogo de la Exposición organizada con motivo del 400 Aniversario de la Fundación de la Real Cofradía del Santo Entierro de Zamora, coord. José Ángel Rivera. Zamora, 1994, p. 61. 61 A.H.D.Za. Parroquia de San Juan Bautista. 162/38 62 Además de la asistencia obligatoria al entierro, cada cofrade debía decir una Misa rezada en memoria del fallecido en el plazo de cuarenta días. Ibídem 63 Ibídem 64 Ibídem. Ordenanzas de la Cofradía de las Ánimas y de Cuarenta Horas. Parroquia de San Martín de Pinilla de Toro. 224-2, III-19
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pagarse cuarenta reales de vellón, advirtiendo que si el solicitante fuera hijo de un cofrade fallecido e hiciera su petición en el plazo de un año, pagaría solamente la mitad. Los cofrades debían confesarse y comulgar el último día, para lo cual los mayordomos –dos cada año- traían un confesor. La reunión de cofrades se realizaba el día de Reyes y era entonces cuando se comentaban las previsiones de la cofradía, cuyos gastos principales los constituían las diez libras de cera blanca para el adorno del altar del Santísimo y las limosnas que se entregaban por los sermones predicados y al confesor. Respecto a las obligaciones, eran muy similares a las comentadas para el caso de Almeida, si exceptuamos que en esta cofradía de Pinilla los miembros también debían asistir al entierro de la mujer de un cofrade, siempre que éste viviese65. El estudio de las Cuarenta Horas en la ciudad de Zamora resulta contradictorio para cualquier investigador: por un lado, la extensa laguna documental impide un análisis minucioso de la celebración; por otro, las noticias conservadas nos hablan de una fiesta brillante, con fuerte impacto social, y majestuosa en su concepción. A pesar de ello, intentaremos en las próximas líneas ofrecer una imagen lo más fiel que las fuentes documentales nos permitan. En primer lugar, cabe recordar la fecha de fundación de las Cuarenta Horas aportada por Fernández Duro, 1650. La única contradicción a la misma, se encuentra en la información que el pleito de la Congregación de Nazarenos sostuvo con el Cabildo Catedral sobre el recorrido de la procesión del Viernes Santo, estudiado por Casquero Fernández66. Según algunos testimonios recogidos en este documento, la Cofradía anterior a la Congregación desapareció, entre otras causas, por tener que haber hecho frente a los gastos de las Cuarenta Horas, extinguiéndose en torno a los años treinta del siglo XVII. Esto nos obligaría a pensar que, al menos, en el primer tercio de este siglo ya se celebraban en Zamora las Cuarenta Horas. Sin embargo, a juzgar incluso por lo que hasta ahora hemos comentado sobre esta función, es muy difícil aceptar esta afirmación. El pleito de la Congregación se desarrolló entre 1652 y 1653, momento en el que sabemos a ciencia cierta que ya estaban instauradas las Cuarenta Horas, por lo que es muy posible que los testimonios aportados no estén exentos de un alto grado de subjetividad; es decir, es probable que algunos miembros de la Congregación contribuyesen a los gastos, máxime cuando esta cofradía y la función de Cuarenta Horas compartían la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva, pero cabe pensar que lo harían a título particular y no como colectivo. El hecho de alegar estas aportaciones económicas a la celebración, podrían justificarse teniendo en cuenta que estamos ante un proceso abierto con el Cabildo Catedral, por lo que sería fácil entender que algunos miembros de la Congregación realmente estu-
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vieran contribuyendo a los gastos de las Cuarenta Horas y pretendieran convertir esa práctica en una antigua costumbre para demostrar su colaboración con la Iglesia. Además de esto, disponemos de dos elementos que inclinan la balanza a favor de la fundación de las Cuarenta Horas en el ecuador del Seiscientos: el Diario de Antonio Moreno de la Torre, Merino Mayor de la ciudad y las Actas Municipales. En el primero, puede leerse una referencia, creemos que fundamental, para este debate. Al citar el nombramiento de mayordomos de Cuarenta Horas para el año 1675, el Merino Mayor, afirma: “en llamada, como es costumbre, de los de 40 Horas eligieron por mayordomos para el año 1675 a los señores don Isidro de Valcárcel, racionero, al licenciado Francisco Alonso de Azorera, capellán del Cardenal. Al primero y los que asistió a fundar esta fiesta, Antonio Moreno de la Torre, merino mayor, y a uno que salió viejo…”67 Del texto se deduce, pues, que Antonio Moreno estuvo implicado en la fundación de las Cuarenta Horas en Zamora. Sabemos que el Merino debió nacer en 1618 ó 1619, por lo que es difícil creer que hubiera participado en la institución de la fiesta si aceptásemos como válidas las fechas que se aportan en el pleito citado de la Congregación. Por otro lado, las primeras noticias que aparecen en las Actas Municipales corresponden a dos acuerdos de 1650, fechados el 21 y 25 de febrero, respectivamente, en los que el Ayuntamiento acuerda que se toque el reloj de San Juan por la fiesta de las Cuarenta Horas y en cada tarde de los tres días, permitiendo que los bancos de la ciudad se trasladasen a la iglesia68. A juzgar por las afirmaciones de Antonio Moreno, creemos que la fundación de las Cuarenta Horas en la ciudad partió de la iniciativa de particulares, aunque es probable que en aquel primer grupo hubiera religiosos. Lo que sí descartamos es que la celebración partiera de los objetivos de una cofradía; de hecho no tenemos constancia de una cofradía de Cuarenta Horas hasta 1832, fecha en la que Joaquín López, por entonces párroco de San Juan de Puerta Nueva, decidió redactar unos estatutos, tomando como referencia testimonios orales y costumbres de la celebración69. En el preámbulo del articulado, el párroco expresó la intención de fundar una cofradía como la existente en otro tiempo con el mismo título, según consta en las “visitas antiguas de más de doscientos años y especialmente en las del Señor Sotomayor” en la iglesia de San Juan70. Desafortuna-
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Ibídem Casquero Fernandez, J.A.: op. cit. p. 245 Vasallo Toranzo, L. y Lorenzo Pinar, F.J.: op. cit. p. 78 Archivo Histórico Provincial de Zamora (en adelante A.H.P.Za.) Actas Municipales. L-38. Acuerdos de 21/2 (fol. 34v) y 25/02 (fol. 3v) 69 A.H.D.Za. Archivos Parroquiales. Parroquia de San Juan de Puerta Nueva. 281-10, L-22 70 Ibídem
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damente, no se conservan estos libros de visita, cuyo contenido, sin duda, hubiera arrojado algo de luz sobre las “sombras” que envuelven los primeros años de la celebración. Lo cierto es que en los ciento cincuenta años que hemos revisado de Actas Municipales y Capitulares del Cabildo, el apelativo de “hermandad” aparece en tan sólo dos ocasiones para referirse a la organización de la fiesta: en 1688 y 1706; en este último año aparece en un acuerdo municipal la expresión “reestablecer esta hermandad de quarenta horas”, pero podría referirse más bien a un punto de inflexión de la fiesta71. El resto de los años a los promotores de la celebración se les denomina “devotos”, “fieles”, “compañeros”, “benefactores”, “bienhechores” o “feligreses” de Cuarenta Horas, pero nunca cofrades. Todo ello nos hace pensar que el término cofradía utilizado por el párroco en la redacción de las Ordenanzas atienda a la organización de la fiesta y no a una asociación de fieles canónicamente erigida con la correspondiente aprobación del ordinario. Pero volvemos a insistir en la falta de documentación que zanjara este debate. De cualquier modo, recurriremos a menudo a las ordenanzas redactadas por el párroco Joaquín López, puesto que, aun habiendo sido redactadas ya en el siglo XIX, su carácter recopilatorio, en especial en cuanto a viejas costumbres de la celebración se refiere, convierten a su articulado en una fuente de obligada consulta72. Otro elemento que parece confirmar la no existencia de una cofradía es la falta de mayordomos de la que adolece la celebración en algunos años. Pero debe tenerse en cuenta que el hecho de no haber contado con una cofradía, no es óbice para pensar en una falta de organización. La vida administrativa de las parroquias no precisaba de cofradías, sino que seguía un patrón de autogestión: las reuniones de fieles a toque de campana o la elección de mayordomos de entre los feligreses más capaces para llevar la tesorería y presentar debidamente las cuentas para su aprobación, son buenas muestras de ello. Sabemos por el Diario de Antonio Moreno que las juntas de Cuarenta Horas se celebraban el 8 de Diciembre, Festividad de la Purísima Concepción. Estos cabildos tenían lugar en la sacristía de la Iglesia de San Juan73; en ellos se debatían los temas más inmediatos y tenía lugar la elección de los cuatro nuevos mayordomos, que debían servir la fiesta al año siguiente. Y precisamente, fueron éstos los que ostentaron la representación de la fiesta y los encargados de su organización. Como ya comentamos más arriba, cada estamento designaba a un mayordomo; de esta manera había un regidor, por parte del Ayuntamiento; un canónigo o racionero, por el Cabildo Catedral; un religioso por el clero parroquial; y un representante del pueblo. Los dos mayordomos “institucionales” –del Ayuntamiento y Cabildo Catedral-, eran designados según un turno establecido para ello; los correspondientes al clero y al pueblo, por el contrario, eran nombrados, por norma
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general, por los mayordomos salientes entre personas “capaces”, tal y como se confirma en el Diario de Antonio Moreno y en las ordenanzas de 1832. En el mes de febrero o en ocasiones a finales del año anterior, los mayordomos enviaban un memorial al Ayuntamiento en el que solicitaban la asistencia en forma del Ayuntamiento, y otros elementos esenciales de la fiesta, como la colocación de luminarias la víspera del Domingo de Carnaval, que se tocase el reloj y la campana municipales o, más puntualmente, la oportuna licencia para fuegos de artificio e, incluso, para la celebración de corridas de toros; elementos sobre los que volveremos con más detalle. Las Actas Municipales hacen referencia continua a estos memoriales, si bien hemos podido localizar tan sólo uno de ellos, correspondiente a 1688, remitido por la Parroquia de San Juan74. Sin embargo, el nombramiento de mayordomos no era tan ideal como a priori pudiera parecer, sino que varios factores alteraban la presencia de los cuatro grupos o estamentos sociales. El primero de ellos, fue, sin duda alguna, el económico. Los mayordomos tenían que contribuir a la función con elevadas cantidades difíciles de asumir y los electos no siempre estaban dispuestos a ello. En la Sección de Pleitos Civiles del Archivo Histórico Diocesano75 se conservan las cuentas de la función de Cuarenta Horas correspondientes a los años 1749, 1752 y 1769 (las memorias de gastos e ingresos más antiguas conservadas) y a pesar de estar desligadas de cualquier pleito, su carácter único las convierten en otra fuente indispensable para el estudio de la celebración en Zamora. En estos balances puede comprobarse cómo la aportación que deben afrontar cada uno de los mayordomos es muy alta: 1.617 reales y seis maravedíes (1749), 2.036 reales y 4 maravedíes (1752) y 1.071 reales con 19 maravedíes (1769)76. Cifras astronómicas si tenemos en cuenta, por ejemplo, que en 1771 un labrador ingresaba al año una media de 720 reales, un panadero 420 reales o un frutero 310 reales. En los tres años comentados sólo hubo tres mayordomos, al haber rechazado el cuarto el nombramiento;
71 En el memorial presentado por los feligreses de San Juan al Ayuntamiento en 1688 se afirma que este año ellos serían los responsables de hacer la fiesta, “habiendo faltado los mayordomos de la hermandad”. Sin embargo, creemos que el empleo de la palabra “hermandad” se utiliza más bien para referirse al grupo de mayordomos. 72 “Todo cuanto va referido en los artículos que preceden se ha observado de tiempo inmemorial para la celebración de esta solemnidad y es lo mismo que se ha observado en los largos años que llevo de párroco en ésta; y además por los informes que he tomado de los que tienen conocimiento exacto en el particular, bien es verdad que muchas cosas y menudencias que no son de mayor consideración no se incluyen en lo que va referido como son: tocar las campanas, reloj, la queda y horas de hacer todo esto, pues cosas semejantes lo saben bien los sacristanes y relojero; y por cuanto todo lo dicho no hay nada escrito más que lo que da de sí la memoria de los hombres”. A.H.D.Za. Parroquia de San Juan de Puerta Nueva, 281-10 L-22. 73 Tenemos una referencia significativa de estas juntas en el Diario de Antonio Moreno correspondiente a 1679: “Juntáronse en San Juan cosa de 30 con los 4 que sirvieron el año pasado”. Vasallo Toranzo, L. y Lorenzo Pinar, F.J.. op. cit. p. 301 74 A.H.P.Za. C-633 75 A.H.D.Za. Pleitos Civiles. Leg. 1059 76 Ibídem
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situación que repercutía negativamente sobre los restantes, teniendo que asumir costes aún más elevados. Cabe destacar también que de los tres años comentados, quienes rechazaron la mayordomía son los nombrados por parte de los cabildos municipal y catedralicio77. Por otro lado, puede constatarse que en algunos años no hubo mayordomos “que sirviesen la fiesta”, haciéndose responsable entonces de la organización la feligresía de San Juan o el propio párroco78. En el Diario de Antonio Moreno hay referencias sobre la dificultad de encontrar mayordomos para la función; así, por ejemplo, en 1676 el Merino llega a afirmar que “hay ya pocos por servir”79 o expresiones tan significativas como “harto costaría al pertiguero que aceptase, excusándose todos los años” en 167880. Por el contrario, aunque de forma muy puntual, los mayordomos colaboraron económicamente con la fábrica de San Juan, y en este punto debemos afirmar que estas aportaciones constituyen las únicas noticias asentadas en los libros de la parroquia que relacionan a ésta con la fiesta, puesto que no aparece en ellos a mayores ninguna referencia más a las Cuarenta Horas; tanto es así, que si tomáramos la documentación de San Juan como única fuente para el estudio de la fiesta, no sabríamos ni tan siquiera que las Cuarenta Horas se celebraban en esta parroquia de la ciudad. Los asientos a los que nos referimos vienen apuntados como “limosnas de los mayordomos de Cuarenta Horas” y en tan sólo una ocasión, en 1764, se especifica el destino al que debían aplicarse81. Todavía podemos avalar más la actitud de los fieles a no enfrentarse con los gastos de Cuarenta Horas con el caso de Juan de Balderas82 y Bernardino de Miranda, quienes llegaron a pagar a la fábrica 601 y 1.000 reales, respectivamente, a cambio de librarse de la mayordomía de la función83. Hemos apuntado que uno de los mayordomos era designado en representación del pueblo, pero teniendo en cuenta los altos costes que debían afrontar por dicho cargo, su procedencia “popular” debe ser matizada con mayúsculas. Si revisamos los nombres que ostentaron esta mayordomía, listados en la mayor parte en las Actas Municipales, puede observarse su categoría social y, sobre todo, su poderío económico. Para constatar esta afirmación, hemos tomado como ejemplo a los mayordomos de mediados del siglo XVIII, cruzando sus nombres con los datos contenidos en las respuestas del Catastro del Marqués de la Ensenada (1751) y con los Repartimientos de 1770 y 1771. El resultado es el esperado: corresponden, entre otros, a joyeros, escribanos, boticarios, administradores de rentas y mercaderes; es decir, a personas con una situación social acomodada. Además del factor económico, el equilibrio de las mayordomías también condicionó la participación del Cabildo y el Ayuntamiento en las Cuarenta Horas de manera desigual: si bien, en algunos años en los que no hubo mayordomos por parte de los cabildos municipal y cate-
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dralicio, ambas instituciones contribuyeron a la celebración con normalidad, en otros, en los que se dio la misma circunstancia, rehusaron y negaron parte de sus habituales colaboraciones84; hecho que deslucía la fiesta, pues su presencia solemnizaba y, en cierta manera, oficializaba la celebración. Veamos a continuación cuál fue el papel que desempeñaron en las Cuarenta Horas el Ayuntamiento y el Cabildo Catedral. La primera referencia documental que relaciona al Ayuntamiento con la celebración corresponde al mes de febrero de 1650: se acordó que se tocase el reloj con motivo de la fiesta y que se permitiera prestar a las Cuarenta Horas los bancos que la ciudad poseía para sus ceremonias con el fin de que estuvieran en la Iglesia de San Juan85; es decir, elementos que tampoco implicaban mayor compromiso por parte del Ayuntamiento con la función. De hecho, tan sólo un mes antes, se había adoptado la misma resolución a favor de la fiesta de San Antonio, que se celebraba en el mismo templo86. Fue al año siguiente, en 1652, cuando el Ayuntamiento acordó que la ciudad acudiera en “forma” -es decir, de manera oficial- a esta fiesta los tres días de Carnestolendas “por agora hasta tanto que otra cosa no se acuerde ni contrario y que se llame para cada uno de los tres días a las 10 de la mañana y se lleven los bancos de la ciudad y que estén en la Capilla Mayor”87. La decisión no fue unánime: necesitó dos sesiones para tratar el asunto y votación, lo que pone de manifiesto que en
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Los regidores faltaron en 1749 y 1752. Los años que al respecto hemos podido constatar corresponden a 1688, 1716, 1737, 1751, 1753 y 1755 Vasallo Toranzo, L. y Lorenzo Pinar, F.J. op. cit. p. 139 Ibídem, p. 185 En este año los mayordomos cedieron a la Iglesia 3.000 reales de vellón para un terno de tela, que había entregado de limosna el arcediano Joseph Muñoz. El resto de las limosnas entregadas a la fábrica aparecen asentadas en las cuentas correspondientes a 1768 (200 reales) y 1771 (80 reales). A.H.P.Za. Parroquiales. Libro de fábrica de San Juan de Puerta Nueva. C-27/2. Ibídem,, C-27/2 (fol. 5) El en el asiento del libro, con un significativo “ojo” al margen, puede leerse: “se cargan 601 reales y 6 maravedíes que Don Juan de Balderas dio de limosna a la fábrica para que no se le nombre mayordomo de Cuarenta Horas en tiempo alguno, sin que el pida voluntariamente la Mayordomía, lo que debe tenerse presente a fin de que se observe la costumbre en esta parte”. Ibídem. C-27/1 Para el caso del Cabildo Catedralicio véanse, como ejemplo, los años de 1716, 1746 y 1755, año en el que el Cabildo negó en un principio su participación, cambiando de postura a favor de las Cuarenta Horas en otra sesión capitular. A.C.Za. Libros de Actas Capitulares, nº 131, sesión de 03/02/1716; nº 135, sesión 26/01/1746 y nº 136, sesiones 22/01/1755 y 17/02/1755, respectivamente. Con relación al Ayuntamiento un caso relevante es el sucedido en 1755 cuando niega su asistencia en lo sucesivo a la función “no ocurriendo a ella igual concurrencia de los Sres. Deán y Cabildo de la S.I. Catedral. A.H.P.Za. Actas Municipales, nº 128, sesión 24/01/1755, fol. 12r A.H.P.Za. Actas Municipales. L-38. Acuerdos de 21/2 (fol. 34v) y 25/02 (fol. 3v) sesión 17/02/1651, fol 183. El Ayuntamiento cede sus bancos con carácter excepcional, prueba de ello fue el acuerdo tomado al año siguiente, 1651, en el que decidió que desde entonces no se prestaran a nadie y ningún caballero regidor lo propusiera so pena de ocho ducados. Ibídem, L-38, sesión 17/02/1651, fol. 183 Ibídem, sesión 30/01/1651, fol. 172 Ibídem, sesión 09/02/1652, fol. 338v
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ese momento la celebración no contaba aún con el respaldo y el atractivo suficiente como para llamar la atención del Ayuntamiento. La presencia de la corporación tampoco era nada extraordinario: el calendario de actividades y cultos religiosos a los que acudía era muy amplio a lo largo del año; en este sentido, podríamos decir que las Cuarenta Horas tuvieron, al menos, el valor de entrar a formar parte de la agenda municipal del primer trimestre del año, junto a otros eventos como la publicación de la Bula de la Santa Cruzada, las Candelas o la fiesta de San Ildefonso. Los regidores solían acudir a las misas solemnes y sermones celebrados los tres días de Cuarenta Horas por la mañana, y al “completorio” el martes por la tarde. La asistencia a servicios religiosos o actos públicos repercutía favorablemente en los caballeros regidores, puesto que recibían propinas a modo de comisiones por su participación, provenientes del fondo de Propios de la ciudad. De estas gratificaciones se beneficiaban incluso los que por enfermedad no habían podido estar presentes, y otros personajes que acompañaban a la comitiva municipal con el fin de realzar su concurrencia88. En ocasiones, la fiesta de Cuarenta Horas debió de ser un auténtico “escaparate” de autoridades civiles y religiosas, ocasión que el Ayuntamiento aprovechaba para lucir sus compromisos protocolarios. Desde esta perspectiva debe entenderse la presencia en 1676 de Fernando de Villafañe, Caballero de la Orden de Alcántara y Corregidor de la ciudad de León, de Antonio de Castillo Portocarrero, Corregidor que fue de Zamora y General de Artillería89 o la invitación al regidor de Toro, Joseph Ramos, “en fuerza de la vecindad y correspondencia que las dos ciudades tienen”90. El lugar que estos invitados debían ocupar en los bancos, junto a uno u otro caballero, fue un tema susceptible de debate y discordia, pero este “sutil” detalle iba más allá de las altas personalidades, afectando al resto del pueblo congregado. Antonio Moreno nos confirma los problemas que tenían incluso los más cercanos a la fiesta para encontrar un buen asiento. La noticia corresponde a las Cuarenta Horas de 1677 y por su valor descriptivo creemos que merece la pena que la copiemos literalmente: “La falta que ha habido es que el cura pone bancos más a los de casa que a los del caso, como tiene juego público, los bancos grandes de la iglesia dejó uno en el claustro, malico. Pongo aquí una queja amorosa que tengo; por cierto se remediará para otro año. Puse un banco para mí y para Mallas con cuidado y para los mayordomos altareros encargados, el cura lo quitó y púsolo arriba a la verja nueva, debajo del trascoro, pegado a la pila de bautizar, que no se veía el púlpito. Saquélo y púselo a la puerta cerrada de la plaza. Quedéme en él sólo, convidé a Antonio González, padre de un mayordomo, a los curas de San Cebrián, de Espíritu Santo y de Roales, que mi hermano no vino, sufre cosquillas”91.
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A juzgar por este texto, los fieles que asistían por entonces a la función debían ser ya muy numerosos. El Ayuntamiento llegó a tomar medidas para que no se deteriorasen sus bancos, ordenando la recogida al finalizar la Misa de cada uno de los tres días y prohibiendo que se volvieran a colocar en el cuerpo de la Iglesia hasta las nueve de la mañana del día siguiente92. Esta situación alcanzó tal extremo que en los actos, no sólo de Cuarenta Horas, sino del resto de las funciones religiosas a las que acudía el Ayuntamiento, se vio obligado a colocar una valla de hierro que separase al gentío de la corporación, intentando con ello salvar “lo incómodo e indecente que era a la ciudad la asistencia a las funciones públicas de Iglesia por estar lleno de mujeres el sitio destinado a ésta”93. La participación del Ayuntamiento, además de su presencia corporativa y del préstamo de los bancos oficiales, fue más amplia. Por un lado, aportaba al esplendor de la fiesta varios elementos, como las luminarias o el toque del reloj y campana; y, por otro, prestaba ayuda directa a la celebración, contribuyendo económicamente a las Cuarenta Horas mediante limosnas. Los primeros servían para vestir a la ciudad con un ropaje festivo, fácilmente identificable por el pueblo. Las luminarias consistían en lámparas de aceite y hachones de cera que se colocaban en los balcones del Ayuntamiento, invitando a la población a que hiciera lo propio en sus casas. Una buena noticia era la disculpa ideal para anunciar de esta manera las nuevas que llegaban por la estafeta y manifestar simbólicamente la satisfacción y alegría del pueblo ante: un parto en la Corte, la elección de un nuevo Obispo, la proclamación de un Rey, una festividad señalada, etc. Por tanto, la colocación de luminarias en las Cuarenta Horas era, en cierta manera, extender la función a la calle con su carácter más festivo. En los memoriales presentados por los mayordomos al Ayuntamiento y que antes citábamos, las luminarias fueron una petición habitual; de hecho, algunos de los abastecedores que suministraban cera al Ayuntamiento para sus funciones y oratorio, contaba en sus propuestas con la que habría de gastarse el sábado, víspera de la celebración94. No obstante, el gasto de las luminarias y de los cubetos necesa-
88 Sirva como ejemplo los 8 reales que recibió el trompeta de la ciudad por acompañar a los regidores en 1682. Ibídem, sesión 12/02/1682, fol. 50 89 Ibídem, Actas Municipales, nº 49, sesión 16/02/1676 90 Ibídem, Actas Municipales, nº 125, sesión 13/02/1752 91 Vasallo Toranzo, L. y Lorenzo Pinar, F.J. op. cit. p. 156 92 A.H.P.Za. Actas Municipales, nº 138, sesión 14/02/1765, fol. 21v 93 Ibídem, nº 166, sesión 14/02/1793, fol. 14 94 Puede verse como ejemplo la tabla de festividades a las que se comprometía a servir de cera de su tienda Josefa Pérez de Armenteros. La relación está inserta en un Acta Municipal. Ibídem, nº 167, sesión 31/12/1734.
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rios para las mismas pudo correr por cuenta de la organización de las Cuarenta Horas95. De esta manera, la noche del sábado anterior al primer día de la fiesta, las Casas Consistoriales se adornaban con luminarias en honor a las Cuarenta Horas. Otro de los elementos festivos a los que nos referíamos fueron los toques del reloj y de la campana. Fue una petición que también contenían los memoriales y que el Ayuntamiento concedió sin mayores problemas. El reloj tocaba la víspera y en las horas en que se descubría y encerraba el Santísimo Sacramento, solemnizando la ceremonia96. Tampoco deben considerarse como algo extraordinario, sino que ambos, reloj y campana, formaban parte del paisaje sonoro de la ciudad, siendo compañeros habituales del calendario festivo, y por tanto, de la colocación de luminarias. Tanto fue así que -volviendo a los contratos y obligaciones del suministro de cera al Ayuntamiento- la responsabilidad de tocar la queda fue presentada como mejora a dicha licitación97. Sin embargo, la principal contribución que hizo el Ayuntamiento a la fiesta de las Cuarenta Horas fue a través de limosnas. Cuando nos referimos a las funciones que se realizaban en la provincia, comentamos la obtención de determinadas rentas para el sostenimiento de la celebración; pues bien, no nos consta que las Cuarenta Horas de la ciudad contaran con bienes o utilidades que ayudaran a sufragar los altos costes que traía consigo98. Por este motivo, las limosnas de los fieles y, en especial, de la Corporación, fueron vitales para su desarrollo, tal y como reconocían los mayordomos en 1757:”de no tener el amparo de este Consistorio se hubiera experimentado notable decadencia en dicha fiesta”99. Una vez realizadas las cuentas y obtenido el balance correspondiente, el primer Domingo de Cuaresma, los mayordomos debían hacer frente a la diferencia entre ingresos y gastos100. La limosna del Ayuntamiento procedía de varias de las rentas de los propios de la ciudad (bienes y caudales públicos); de esta manera, hemos podido constatar que ese dinero se libró del arrendamiento de las casas y taberna de la Alcazaba101, de la “quatropea”102, de las lenguas de las reses mayores que se remataban en el Matadero103 y de la Memoria del Obispo Salizanes. Fue esta última la principal fuente de donde se nutrió la limosna municipal entregada a las Cuarenta Horas, concretamente de la propina que tenían asignada los regidores en función del patronazgo que ostentaba el Ayuntamiento sobre esta Memoria. Respecto a la cantidad, se entregaban anualmente como limosna 50 ducados (522 reales y medio); aunque fueron muy numerosas las quejas por parte de los mayordomos o del párroco de San Juan por la tardanza con que ésta se cobraba. Pero no todos los regidores estuvieron dispuestos a renunciar a esa propina que por derecho les pertenecía: en varias
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ocasiones algunos de ellos mostraron su disconformidad, votando en contra de la aportación e incluso recordando la mala situación económica por la que pasaba la ciudad y proponiendo destinos más favorables para el dinero104. A pesar de ello, la propina era tenida ya como costumbre y su petición formaba parte del formalismo de los memoriales. Como hechos excepcionales, podemos citar lo ocurrido en 1714105, año en el que la corporación destinó a las Cuarenta Horas sólo la mitad de la propina de la Memoria de Salizanes, entregando la otra parte al oratorio de las Casas Consistoriales; y en 1711 cuando el Ayuntamiento denegó la limosna”puesto que no ha lugar entregarla a los seis mayordomos que se dicen en atención a que la fiesta está reformada por el Ilmo. Señor Obispo, minorando el gasto de ella y sí se entregue a la Iglesia de San Juan poniéndola en depósito, con asistencia de los caballeros comisarios del Sr. Salizanes para que con las que se juntaren se apliquen para un trono y desde luego se libre como hasta aquí”106. El resto de los ingresos lo constituían las limosnas recaudadas de entre los fieles de la ciudad y sus arrabales durante los tres días de la celebración de Cuarenta Horas. En el Archivo Diocesano de Zamora se conserva un cuadernillo correspondiente a 1752, donde figuran asentados todas las limosnas entregadas por particulares y centros para la función de ese año107. Se trata de un documento muy interesante, no sólo para la evaluación de los ingresos de la fiesta, sino también porque muestra una radiografía social del momento en la que incluso figuran los motes de algunos vecinos. Tal y como
95 Así se deduce de la relación de gastos conservados. A.H.D.Za. Pleitos Civiles, Leg. 1059 96 La organización de las Cuarenta Horas pagaba al relojero de la ciudad para ello. Ibídem 97 El abastecedor se comprometía a enviar a alguien de su cuenta para que tocase la campana la noche en que hubiera luminarias.A.H.P.Za. Actas Municipales, nº 167, sesión 31/12/1734 98 La documentación confirma el sostenimiento únicamente a través de limosnas: “respecto a que esta festividad se hace a expensas de limosnas”. Ibídem, nº 97, sesión 12/01/1724. 99 Ibídem, L-130, sesión 10/02/1757, fol. 19r 100 Antonio Moreno asienta en su Diario los gastos correspondientes a 1675 “para que a la razón para el buen gobierno de los venideros, pues no lo ha habido hasta ahora”. Sin embargo, el cuaderno de ingresos y gastos al que se refiere no se ha conservado. Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L. op. cit. 90 101 Ibídem, nº 64, sesión 05/02/1691, fol. 27v 102 Ibídem, nº 65, sesión 08/01/1692, fol. 10 103 Ibídem, nº 123, sesión 07/01/1750 104 Un caso destacable fue la intervención del regidor Francisco Villafañe en 1750, quien después de expresar su oposición a la propina solicitada por las Cuarenta Horas alegaba “que en conformidad de los grandes atrasos que tiene la ciudad en lo que se debe a S.M. por el quinto y millón de nieve, como por las quiebras de dicha nieve del año próximo pasado, igualmente de obligación de esta ciudad reintegrar a las Memorias de Salizanes, Castaño y Medrano pasados de 12.000 reales, en que conociendo este Ayuntamiento que por tenerlos destinados a otras cosas de la causa pública se dejaron de imponer”. Ibídem, sesión, 14/01/1750 105 Ibídem, nº 87, 1714 106 Ibídem, nº 84, sesión 28/01/1711. No consta en las cuentas de fábrica de la Iglesia, correspondiente a 1711, el ingreso de esa limosna. 107 A.H.D.Za. Pleitos Civiles, Leg-1059
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está concebido el listado, nos hace pensar que las limosnas se recaudaban casa por casa, puerta por puerta, puesto que aparecen nombres con espacios en blanco para ser completados con posterioridad con la cantidad que aportaban. Las memorias económicas conservadas reflejan los balances finales de estas limosnas “populares”, oscilando entre los 1.047 reales en 1749 y los 1.560 reales de 1752108. Paralelamente a la función religiosa, con motivo de las Cuarenta Horas se organizaron, auque creemos que de forma puntual, corridas de toros como parte de la fiesta. Los toros de Cuarenta Horas fueron, además de una actividad más de la celebración, una fuente de ingresos y también de gastos de carácter extraordinario. Para el siglo XVII, la noticia de los toros de Cuarenta Horas nos la proporciona Antonio Moreno de la Torre en el mes de diciembre de 1679: “voy al nombramiento de 40 Horas y a los toros por dicho festejo”. Sin embargo, creemos que el estilo ambiguo con el que el Merino redactó su Diario, juega una mala pasada a la información. Las Actas Municipales confirman que hubo una corrida de toros en ese momento, pero atribuyen su celebración a la visita del Obispo de Ciudad Rodrigo, que se encontraba durante esos días en Zamora, y no como con motivo de las Cuarenta Horas. En cualquier caso, sí sabemos con certeza que se organizaron corridas de toros por los mayordomos de la función, al menos en el segundo tercio del siglo XVIII. Las noticias más amplias al respecto -documentalmente hablando- pertenecen a 1730, año en el que el Ayuntamiento denegó la licencia solicitada por los mayordomos de la función para que se “corran ocho novillos y dos toros de muerte”, alegando el mal estado en el que se encontraba la Plaza de los Cuarteles y el riesgo que ésta suponía para los espectadores109; y 1763, fecha en la que los mayordomos expresaron “su deseo de dar en la forma posible una tarde de regocijo al público para desahogo de las sumas fatigas que les ocasionó la guerra y para ello y en celebración de la función concurrirán gustosísimos a costear con los dos toros de muerte acostumbrados, una corrida de novillos”110. Las memorias económicas conservadas de 1749 y 1752 demuestran cómo las corridas de toros fueron una actividad deficitaria, ya que el coste de los toros, y de toda la infraestructura necesaria para su traslado, era superior al ingreso que suponía la venta de su carne una vez corridos111. Del mismo modo, los mayordomos de Cuarenta Horas solicitaron al Ayuntamiento en numerosas ocasiones licencia para “arrojar fuego” desde las Casas Consistoriales. Los fuegos de artificio fueron, por tanto, otro de los ingredientes festivos de la función y, a su vez, constituyeron uno de los gastos más elevados de la fiesta; incluso, superior al coste que tenía la fábrica del altar con sus tramoyas112. No se trataba sólo de lanzar cohetes y voladores, sino de auténticas arquitecturas, cuya quema provocaba una gran espectacularidad. Tal vez, el
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mejor ejemplo de esta diversión lo tenemos en 1752, cuando el polvorista Joseph Antonio López diseñó en el centro de una planta cuadrada, una fuente que al prenderse “por cuatro exhalaciones la que se iluminará toda de arriba abajo con cien antorchas de luces claras, las que estarán iluminadas por bastante tiempo (…) echando fuego a modo de agua y despedirán al acabar una porción de luces y carretillas”113. La participación del Cabildo Catedralicio en la fiesta de Cuarenta Horas puede establecerse en dos vertientes: una espiritual, relativa a la asistencia de prebendados para decir las Misas de los tres días, así como de racioneros para el canto de las epístolas; y otra material, consistente en el préstamo de elementos de ornamento y uso litúrgico; ambas contribuciones respondieron a las peticiones y solicitudes formales que presentaron los mayordomos ante la institución. La primera referencia que hemos podido localizar y que relaciona al Cabildo con la función data de 1654 y corresponde al préstamo de la plata frontalera de la Catedral para las Cuarenta Horas114. A juzgar por esta fecha, cabría pensar que el Cabildo, por tanto, se “incorporó” a la función más tarde que el propio Ayuntamiento, quien ya lo habría hecho cuatro años antes, afirmación que sostenemos partiendo tan sólo de la documentación conservada115. En los años inmediatamente posteriores, aparece ya en los libros de Actas Capitulares la licencia que permitía a tres de sus prebendados acudir a la función de Cuarenta Horas; asistencia que se repetía cada año, si exceptuamos los casos comentados más arriba, ocasionados por la falta de un mayordomo en representación del Cabildo. Pero esta contribución “espiritual” se vio también envuelta en problemas de orden interno en el seno del Cabildo que afectó no sólo a las Cuarenta Horas, sino a otros cultos extra catedralicios. Nos referimos al problema susci-
108 En los ingresos de 1769 no aparece reflejada la cantidad obtenida por las limosnas recaudadas. Ibídem 109 A pesar de la negativa, el Gobernador intervino a favor de los mayordomos, consiguiendo que la ciudad finalmente concediera la licencia, ya que “los dueños de los novillos exigen se les pague lo ajustado, aunque no se corran y por el desconsuelo del pueblo. A.H.P.Za. Actas Municipales, nº 103, sesiones 13/02 (fols. 21v-22r), 15/02 (fol. 24v) y 16/02 (fol. 25v) 110 Ibídem, nº 136, sesión 27/01/1763, fol. 15r 111 Los ingresos por la venta de la carne de los toros fue de 640 reales en 1749 y 500 reales en 1752, frente a los 960 y 1.200 reales, respectivamente, que habían costado. Además del gasto de los toros, lo organizadores de Cuarenta Horas debían asumir otros gastos menores, como pagar a los maromeros y vaqueros. A.H.D.Za. Pleitos Civiles, Leg-1059 112 En 1752, por ejemplo, el coste de los fuegos fue de 1.500 reales, frente a los 1.430 que se pagaron por la hechura del altar o los 1.200 reales que costaron los toros. Ibídem. 113 “Memoria de los fuegos que se han de hacer para la función de cuarenta Horas de este año de 1752”. Ibídem 114 A.C.Za. Actas Capitulares, nº 125, sesión 10/02/1654 115 Nos parece necesario matizar esta afirmación, puesto que nuevos hallazgos en archivos y bibliotecas podrían contradecirla.
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tado en el siglo XVIII en torno a la participación de dignidades y canónigos en funciones religiosas ajenas al marco de la Catedral. En 1720 tres racioneros, Manuel Pinto, Antonio Velasco y Manuel Álvarez, se negaron por dos veces consecutivas a ir a cantar las epístolas de Cuarenta Horas, alegando “razones que dicen que tienen”, a pesar de que el Cabildo les exigió su asistencia al no encontrar motivo para excusarse, abriéndoles el correspondiente proceso disciplinario por la desobediencia; expediente que finalmente fue detenido, gracias al ofrecimiento del racionero Marbán, que se prestó a cantar voluntariamente durante los tres días. La oposición en el seno de la institución catedralicia ganó la partida en 1738, cuando denegó la licencia a las dignidades y racioneros para acudir a las Cuarenta Horas116. Algunos miembros del Cabildo fueron muy recelosos no sólo de participar en cultos celebrados fuera de la Catedral, sino también en lo que al préstamo de ornamentos se refiere, movidos sin lugar a dudas por las numerosas peticiones que se le hacían. Sabemos que ya en 1609 el Cabildo había acordado que no se prestase la plata, ornamentos y el órgano para funciones celebradas fuera de la Catedral; acuerdo que volvió a ser refrendado en 1618117 y 1669118, sancionando incluso económicamente al capitular que lo solicitase. Sin embargo, la gran mayoría de los años, el Cabildo accedió a las peticiones de los mayordomos de Cuarenta Horas dejando para la función: plata (fiada), frontaleras, paños de púlpito, ternos y órgano. El órgano fue tal vez el préstamo más debatido, estableciendo como condición que “cualquier quiebra que sufriese lo aya de aderezar a su costa”. Además, el Cabildo permitió también que la capilla de música, los niños de coro del Colegio Seminario de San Pablo y los mozos de coro acudieran a San Juan con el fin de acompañar y solemnizar la fiesta. Sobre el papel que jugó la música en las Cuarenta Horas volveremos más adelante, pues su importancia en la misma creemos que así lo merece. Es difícil precisar la estructura que debió tener la función de Cuarenta Horas. Para el caso de la Capilla Real, sabemos que el patrón ceremonial era muy similar al de otras festividades solemnes: el jueves y viernes se dividía en dos partes, la Misa y sus solemnidades por la mañana y la siesta y reserva del Santísimo por la tarde119. Respecto a la celebración en Zamora, ese patrón debe ser reconstruido, puesto que no tenemos noticias exactas del ceremonial. Sin embargo, si tenemos en cuenta que las ordenanzas de la Cofradía de Cuarenta Horas redactadas en 1832 por el párroco de la iglesia de San Juan tuvieron un carácter recopilatorio en cuanto a la tradición y costumbre se refiere, podemos al menos utilizar esta fuente, junto con otras referencias contenidas en el Diario de Antonio Moreno y en las Actas Municipales, para trazar un guión fidedigno de las partes de la fiesta. La Misa de los tres días debía comenzar a las diez de la mañana120. Un poco
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antes los mayordomos salían de la sacristía a buscar a la “ciudad” al Consistorio que, de forma oficial, concurría a la celebración. En la iglesia eran recibidos por el párroco o por la persona en quien delegase, ofreciéndoles agua bendita. Una vez acomodados, se daba comienzo a la solemnidad, saliendo los participantes de la sacristía por estricto orden: en primer lugar, los mayordomos con hachas encendidas, guardando el protocolo y preferencias (el canónigo o inmediato a los sacerdotes, el clérigo, el regidor y delante el mayordomo nombrado en representación del pueblo), después le seguía el párroco con sus ministros para exponer el Santísimo. En el caso de que el Obispo asistiese a alguno de los cultos de la mañana o de la tarde, tenía un sitio marcado en el centro de la Capilla Mayor, sin necesidad de avisar de su concurrencia. Los sermones se predicaban concluido el evangelio, saliendo el predicador al que le tocase ese día al concluir la epístola, acompañado en esta forma: el párroco era el primero en salir de la sacristía, seguido del mayordomo del pueblo, el regidor, el clérigo, el canónigo, y los dos predicadores escogidos para el resto de los días, por orden de dignidad. El predicador se subía al púlpito y los demás se colocaban en los asientos prevenidos a tal efecto. Al término de la prédica, regresaban a la sacristía en el mismo orden en el que salieron. Antes de concluir la Misa, volvían a salir los mayordomos con sus hachas para acompañar a los ministros del altar. Por las tardes, en los tres días se celebraban completas “con música”, reservándose a su término el Santísimo. La tarde del martes, por ser el último día de la fiesta, se adelantaba un poco la hora de las completas y asistía también la “ciudad”121. Sobre este patrón base hay elementos o partes que, aun no siendo citados en la documentación referida, no debieron faltar en la función. Imaginamos, por ejemplo, que también se llevaría a cabo una procesión por el interior de la iglesia con el Santísimo. Curiosamente, la única noticia que tenemos de una procesión de Cuarenta Horas en Zamora corresponde a la realizada el Domingo de Carnestolendas (primer día de la fiesta) en 1692, pero con la peculiaridad de que el recorrido se efectuó por la Plaza, siendo necesario pedir las andas de plata de Santo
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A.C.Za, nº 134, sesión 16/01/1738, fol. 53v Ibídem, nº 123, sesión 05/03/1618, fol. 271 Ibídem, nº 126, sesión 02/03/1669 Rodríguez, Pablo, L.: “Música, devoción y esparcimiento…”, op.cit. p. 34. Puede verse una descripción más completa en las tablas que contiene el Apéndice 1 de este mismo artículo. 120 A.H.P.Za. Actas Municipales. nº38, sesión 09/02/1652 121 Sabemos que en algunos años se predicaba otro sermón la tarde del martes, al que también asistía la ciudad. Así, por ejemplo, en 1682, el Consistorio acuerda la libranza de la propina correspondiente a los caballeros que habían asistido el domingo, lunes y martes a la Misa Solemne y el martes por la tarde al “completorio y sermón”. Ibídem, L-55, sesión 12/02/1682, fol. 50r
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Domingo122. Del mismo modo, aunque tampoco se recojan en las Ordenanzas de 1832, sabemos que entre las cuatro y las cinco de la tarde tenían lugar las “siestas”, momento donde la capilla de música interpretaba varios villancicos al Santísimo a modo de pequeño concierto.
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3. Los ELEMENTOS ARATEATRALES de la fiesta
P
A lo largo de este estudio hemos identificado en numerosas ocasiones a las Cuarenta Horas con la “fiesta”, atribución que dista mucho de ser gratuita. Y es que las Cuarenta Horas fueron precisamente eso, una gran “fiesta barroca” en el sentido más amplio de su identidad histórica. No es este el lugar de comentar el significado de esta realidad asociada a múltiples celebraciones de la España de entonces, puesto que es ya muy abundante la historiografía que se ha acercado a ella. Pero lo que sí tenemos que tener en cuenta es que la fiesta, en palabras de Maravall, también “podía ser dolorosa, edificante, llamando a la penitencia del pueblo, que como el cristianismo, siempre se siente pecador y celebra con tal acto despojarse de culpas que encienden la ira del Altísimo”123. Por tanto, las Cuarenta Horas aun siendo una función de desagravio ante los excesos cometidos en las calles durante el Carnaval, de “culto reparador”, fue ante todo una fiesta y como tal debe ser aceptada. Hemos demostrado cómo los vecinos que ostentaron la mayordomía en representación del pueblo pertenecían a un nivel social acomodado que les permitía afrontar con solvencia los costes que dicho cargo conllevaba, lo que nos autoriza a expresar con rotundidad que el culto de las Cuarenta Horas en Zamora, contrariamente a lo que pudiera pensarse en un principio, constituyó para el pueblo una fiesta de contemplación; es decir, éste actúa en ella como mero espectador, la contempla y se adhiere, pero no participa en su organización y dirección. Su papel más relevante –si puede decirse así- lo representa el sostenimiento de la función a través de limosnas. En cierta manera, las Cuarenta Horas venían a solapar una celebración mucho más popular y espontánea, ese mundo al revés, que ofrecían los carnavales. Y para esto, la fiesta de las Cuarenta Horas contó con elementos parateatrales como vehículos e instrumentos de transmisión de su mensaje, de la misma manera que también estuvieron presentes en otras festividades. Por tanto, al carácter religioso de la función debe sumarse el de la teatralización de la misma y, por consiguiente, el del entretenimiento. Lo afirma Cotarelo en sus controversias sobre la licitud del teatro en el famoso diálogo que presenta entre un regidor y un teólogo, donde este últi-
122 Ibídem, L-65, sesión 08/01/1692, fol. 10r 123 Maravall, J.A.: Teatro y literatura en la sociedad barroca. Crítica. Barcelona, 1990, p 179
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mo resalta la concurrencia pública a las comedias de devoción, “pues vemos que la gente acude a las fiestas del Santísimo y a las Cuarenta Horas, y fiestas donde se hacen, y como haya cosa en que entretenedles allí se quedan”124.
3.1 El
Sermón
La palabra, el elemento textual, representado en el sermón fue en numerosas ocasiones la esencia de la fiesta de Cuarenta Horas. La oratoria sagrada del Siglo de Oro ha sido estudiada en profundidad y suele hablarse de su caracterización como parte integrante del espectáculo religioso barroco, con el corolario del papel del predicador como “representante a lo divino”125. El predicador tuvo en la fiesta la responsabilidad y, a su vez, la oportunidad de dirigirse a un auditorio y transmitir de forma directa los postulados de la iglesia católica tras la contrarreforma tridentina. Dentro de ese templo teatralizado, el sermón se predica utilizando recursos propios de la escena: a la palabra se unen los gestos y ademanes del orador, buscando no sólo ya enseñar la doctrina, sino también deleitar y conmover a los asistentes. El templo se concibe con sentido paralelo a la escena para cumplir, a lo divino, la función social que en lo mundano realiza el teatro126. Por tanto, hubo una clara influencia del comediante sobre el predicador: en palabras de Lara Garrido, se produjo una transformación del sermón en farsa, donde el predicador se sometía al juicio de sus oyentes, como si de un autor teatral se tratase, preocupado además por su éxito127. Desde el otro lado del púlpito, los fieles asisten al sermón con actitud de espectadores, esperando disfrutar de la representación, de un auténtico soliloquio teatral. Esta situación fue criticada no sólo por sectores religiosos que veían amenazada la verdadera esencia de la predicación, sino por autores contemporáneos como Lope o Góngora, quienes no vacilaron en escribir sátiras sobre los oradores128. Son numerosos los testimonios que se refieren a los sermones predicados en las distintas festividades del calendario religioso de Zamora, pero, quizás, los sermones de Cuaresma, repartidos por el propio Obispo con la ayuda de dos comisarios del Cabildo catedralicio, fueron los que contaron con una mayor oficialidad. De hecho, estos sermones llegaron a entrar en competencia con los organizados por la ciudad en la Iglesia de San Juan los miércoles y viernes de Cuaresma129. Los religiosos encargados de las prédicas de Cuarenta Horas eran teóricamente escogidos por los mayordomos del año, ya que el Obispo en ocasiones interfería en los nombramientos. Como criterio de selección, los mayordomos se dejaban guiar por los conocimientos y fuerza expresiva con la que contaban determinados frailes ads-
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critos a colegios, conventos y monasterios de diversos lugares. La venida de predicadores de fuera para la fiesta de Cuarenta Horas fue una costumbre que criticó severamente en su Diario Antonio Moreno, puesto que “aunque vinieron como si estuvieran conventuales, aunque no es dable en el pago que algo se les ha de alargar más que al de casa”130. El Merino llegó a afirmar que el hecho de que en la celebración de 1677 se trajeran predicadores foráneos había supuesto 1.500 reales más sobre los gastos generales de la fiesta131. Fuera exagerada o no la cantidad a la que se refiere Antonio Moreno, lo cierto es que en los balances económicos conservados el pago a los predicadores oscila entre los 720 reales de 1749 y los 952 de 1752; aunque debe tenerse en cuenta que algunos de estos religiosos rehusaron cobrar la propina asignada, recibiendo a cambio un regalo que les entregaban los mayordomos132. Las Ordenanzas de 1832 recogen la preferencia que tenían unos predicadores sobre otros, respecto al orden que debían seguir de predicación, “según se ha observado de tiempo inmemorial”; de esta manera, los canónigos, dignidades, racioneros o catedráticos en Teología o Sagrada Escritura podían predicar por derecho propio el primer día, frente a párrocos o predicadores regulares que debían hacerlo después de aquellos133. En el caso de que fueran todos canónigos, la preferencia la tendría el que fuera de oficio y más antiguo en posesión. Respecto al contenido de los sermones, se trata de textos de gran complejidad, donde la retórica llega a ser forzada a límites extremos, caracterizados por el triunfo de la
124 Cotarelo y Mori, E. Bibliografía de las controversias sobre la licitud del Teatro. Madrid, 1904, pp. 228 y 229 125 Vid. Cerdán, F.: “El Púlpito de la Capilla Real en la Época de los Austrias. Receptáculo y eco sonoro de la cultura del Barroco”, en La Capilla Real de los Austrias. Música y ritual de corte en la Europa moderna. Fundación Carlos de Amberes, Madrid, 2001, pp. 305-323 126 Orozco Díaz, E.: “Sobre la teatralización del templo y la función religiosa en el Barroco: el predicador y el comediante”, en Cuadernos para la investigación de la literatura hispánica. 1980, p. 171 127 Lara Garrido, J.: “La predicación barroca, espectáculo denostado”, en Analecta Malacitana, 1983, VI-1, 384. 128 Algunos de estos obras están recogidos en el artículo de Dámaso Alonso “Predicadores ensonetados”, publicado por el mismo autor en Del Siglo de Oro a este siglo de siglas. Campo Abierto. Madrid, 1968, pp. 95-105. En la Antología Poética de Josef Alfay hay unos versos que creemos son más que significativos para representar ese paralelismo entre comedia y sermón: “¡Oh, sacro oficio! Ya profanado en todo / es comedia el sermón, teatro el templo / farsante el que predica, autor el diablo”. Blecua, J.Mª: Poesías varias de grandes ingenios españoles recogidas por Josef Alfay. Institución “Fernando el Católico” Zaragoza, 1946, p. 198. Citada por Lara Garrido, J., op. cit. 129 En 1654 a petición del Obispo, el Ayuntamiento acordó suspender “de momento” los sermones de Cuaresma que organizaba. A.H.P.Za. Actas Municipales, nº 39, sesión 20/01/1654. 130 Vasallo Toranzo, L y Lorenzo Pinar, F.J. op. cit. p. 118 131 Ibídem, p. 155 132 En el balance de 1752 puede leerse: “propina de los tres sermones a los predicadores en que está incluso el coste del regalo hecho a uno de ellos que no quiso recibir el doblón de a ocho de 301 reales y 6 mrs.” Por el contrario, el coste que ocasionaron los predicadores en 1769 fue de 120 reales “la propina por el sermón al lector de San Francisco” y de 236 reales el “coste del regalo hecho a los dos predicadores familiares de S.I. que no tomaron la propina”. A.H.D.Za. Pleitos Civiles. Leg. 1059 133 Ibídem. Parroquia de San Juan de Puerta Nueva, 281-10. L-22. Ordenanzas de la Cofradía de Cuarenta Horas, art. 10
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metáfora134. En los sermones, además, se hacían exaltaciones de la fiesta y de la ciudad, utilizando con frecuencia juegos de palabras135. Afortunadamente, conservamos al respecto un documento excepcional para las Cuarenta Horas de la ciudad, depositado en el Archivo Histórico Diocesano de Zamora: se trata de las “circunstancias” que debían tener en cuenta los predicadores antes de preparar sus pláticas.136 Los tachones y añadidos que contiene nos hacen pensar que corresponda al borrador de la memoria enviada por el clérigo de menores y Notario Mayor, Alonso López de Porres al canónigo Joseph Zeledón Ramos, ambos mayordomos de Cuarenta Horas en 1752, respondiendo a la solicitud que éste le hizo con la intención de remitírsela a Fray Pablo Fidel de Burgos, uno de los predicadores elegidos para los sermones de dicho año137. En estas “circunstancias”, además de recordar en la salutación la presencia en la función de Cuarenta Horas del Cabildo Catedralicio, del Ayuntamiento y de “otros diferentes individuos de diversos estados eclesiásticos, seculares, regulares, militares y del Común del pueblo”, debía aplicarse en ella “un punto breve de la doctrina cristiana para cumplir con lo dispuesto por el edicto a este fin publicado, y en todo los demás será panegírico el sermón; porque aunque el tiempo y la necesidad parece piden reprensión de vicios y asunto de misión; pero ni es en rigor propio de la festiva solemnidad, ni de la contemplación y gusto del auditorio. Todo su contexto (del sermón) se reduce a las tres materias de Cruz, Sepulcro y Sacramento del Señor, y entonces más relevante y de mejores quilates cuando cada uno de sus textos y discursos se acomoden a todas tres, de modo que enlazadas e igualmente hechos objetos al texto, recaiga éste sobre todas y cada una probándose con él en su aplicación, tanto las glorias y misterio del Sacramento, como lo lúgubre y funesto del Sepulcro, y los acerbos dolores y pasión de la Cruz, componiendo de todos el número usurpado vocablo de cuarenta horas”.138 Cuando nos referimos a la historia de la celebración, vimos la importancia que tenían al respecto los sermones impresos conservados y su validez como fuente documental para el estudio de las Cuarenta Horas. Sabemos que en ocasiones los sermones predicados, si la calidad del texto lo merecía y las posibilidades económicas lo permitían, eran enviados a la imprenta con el fin de lograr una mayor difusión139, convirtiéndose entonces esa literatura oral en literatura impresa. Para el caso de Zamora hemos podido localizar y recuperar dos sermones de Cuarenta Horas: el primero de ellos, datado en 1704, es el “Sermón en la fiesta de cuarenta horas que en annual celebridad solemniza la antigua invicta Numancia, la novísima ciudad de Zamora, en el templo de San Juan Bautista”, predicado por Fray Pedro de Lorenzo, de la Orden de los Jerónimos en el segundo día de la fiesta, y depositado en la Biblioteca Nacional140; el segundo, corresponde a 1739, que con el título “Trisagio sacro, lazo trino de la Santa Cruz, vivifico Sepulcro del Señor y Divino Sacramento del Altar”, fue predicado por Fray Manuel de la Virgen, carmelita descalzo, y se conserva en
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la Biblioteca de la Obra Social de Caja España141. Además de las correspondientes aprobaciones y licencias para su impresión, estos sermones contienen en el preámbulo del texto otra información de indudable valía. Así, por ejemplo, el sermón de 1704 incluye un soneto del maestro Alonso Crespo de la Penilla, dedicado al autor de la prédica, y un epigrama del catedrático de latinidad en el estudio de Zamora, Juan Olivera. Pero mucho más importante, respecto a la celebración de las Cuarenta Horas, es la descripción de la tramoya ingeniada para el altar de ese año, que más tarde comentaremos. Para el sermón de 1739, también nos gustaría destacar una oración dedicada a la Virgen del Viso, de gran devoción en la Tierra del Vino de la provincia de Zamora. De hecho, en estos sermones había continuas alusiones y referencias a la Virgen, a quien se rezaba el “Ave María” antes de comenzar con los asuntos principales del sermón. La metáfora y el símil protagonizan gran parte del contenido de estos dos sermones, proponiendo a la feligresía numerosos jeroglíficos orales. En ocasiones se trataría de la descripción y comentario de los jeroglíficos colocados en el altar, pero es probable que otros pertenecieran a los recursos de la oratoria en los que se apoyaba continuamente el predicador.
3.2 Los
Altares
En el interior de ese templo teatralizado, el montaje de espectaculares altares jugó un papel relevante en la fiesta sensorial de las Cuarenta Horas. Esta escenografía venía a refrendar y completar las palabras dictadas desde el púlpito, y asimismo, representaba otro elemento, más vistoso si cabe, procedente de los corrales de comedias. Los altares de Cuarenta Horas eran nuevos cada año, poseyendo pues un carácter de arquitectura efíme-
134 Sobre la exaltación de la metáfora y su utilización en la prédica barroca, vid. Álvarez Santaló, L.C.: “El espectáculo religioso barroco”, en Manuscripts, 13. 1995, pp. 157-183 135 Un ejemplo de ello puede ser la descripción que hace del sermón de 1676 donde el predicador, además de tratar sobre el gobierno de la Santa Madre Iglesia, afirmaba “que a Zamora, quitando la primera letra y la postrera quiere decir amor, que es en el Espíritu Santo”; ver también el correspondiente a 1674: “entró el sermón con alabanzas a Numancia, ciudad de Zamora, nobleza, ciudadanos, mayordomos, pompa de la grandeza de la fiesta”. Vasallo Toranzo, L y Lorenzo Pinar, F.J. op. cit. p. 118 y 48, respectivamente. 136 A.H.D.Za. Pleitos Civiles. Leg. 1059 137 La carta está fechada en Toro a 7 de Enero de 1752. Ibídem 138 Ibídem 139 Nos referimos no sólo a los sermones de Cuarenta Horas, sino a los predicados en las distintas festividades. 140 B.N. Libros Antiguos, 2/33730 (8). Existe otra copia de este sermón en la Biblioteca Regional de Castilla la Mancha. Fondo Antiguo. 33812 (6). La localización de este interesante documento se la debemos a la habilidad investigadora de Marta Lorenzo, quien supo relacionar decenas de fichas sin apenas descripción. 141 Biblioteca de Caja España. Obra Social. L-11619.
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ra con fecha de caducidad. Pero, además, el montaje de los altares se configuraba como un auténtico decorado escénico, con mutaciones y efectos logrados a través del uso de tramoyas. Y es que debe tenerse en cuenta que las comedias de tramoya, la mayoría hagiográficas o de santos, no fueron siempre escritas originalmente para ser representadas en los corrales, sino que, en opinión de Ruano de la Haza, algunos de esos efectos es posible que fueran concebidos para ser montados, como en los autos sacramentales, en los carros sobre los que tenía lugar la acción teatral en calles y plazas142. Para Orozco Díaz, el precursor de la escenografía barroca en el interior de los templos fue Lorenzo Bernini, quien en 1628 realizó un espectacular montaje en la Capilla Paulina del Vaticano con motivo, precisamente, de la función papal del jubileo de Cuarenta Horas143. En España, Francia e Italia se experimentaron estas espectaculares prácticas, que eran acogidas con entusiasmo por los fieles-espectadores144. El momento solemne de manifestar el Santísimo Sacramento era muy favorable para ingeniar mecanismos que buscaban excitar la devoción de los asistentes; no en vano, la construcción y funcionamiento del “manifestador”, de acuerdo con la orientación litúrgica de la Contrarreforma, se hizo general en todos los retablos mayores de los templos para exposición del Sacramento145. Respecto a los altares levantados en el interior de San Juan de Puerta Nueva para la fiesta de Cuarenta Horas, poseemos minuciosas descripciones en el Diario de Antonio Moreno de la Torre, tanto de la iconografía que aparecía en ellos representada, como de los efectos y tramoyas. Pero antes de entrar a comentar dichas descripciones, varias de las cuales han sido citadas ya por varios autores,146 conviene que nos detengamos en algunos aspectos que creemos relevantes. En primer lugar, debe tenerse en cuenta que estos altares estaban compuestos de materiales efímeros como el cartón, pasta, telas, etc., contando con un armazón o estructura de madera. Además de ello, también integraban jeroglíficos con expresiones o imágenes que venían a refrendar la composición didáctica del altar. Una vez erigida la estructura y los elementos efímeros, se completaba con tablas, esculturas, lienzos y otros elementos de ornamentación menores. De este modo, gracias a las descripciones de Antonio Moreno, sabemos que algunas de las imágenes principales dispuestas en estas composiciones fueron las de San Juan y la Inmaculada Concepción (1674), San Pedro, San Pablo y San Ildefonso (1676 y 1678) o San José y San Andrés (1679). Había, pues, una espacio para los santos ligados con Zamora, como los patronos San Ildefonso y San Atilano, a los que en ocasiones se sumó también la imagen de San Fernando: las Actas Capitulares del Cabildo recogen en dos ocasiones, concretamente en 1729147 y 1750148, la petición y el acuerdo de préstamo a los mayordomos de las Cuarenta Horas de la efigie de San Fernando que se encontraba en la Catedral, en una de las dos hornacinas
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abiertas en los paramentos laterales de la Capilla de Santa Inés; hecho que no es de extrañar si tenemos en cuenta que este rey -nacido en Valparaíso- fue canonizado en 1671, celebrándose el evento en la ciudad con grandes fastos, y pasando al devocionario zamorano. Respecto a los jeroglíficos y letreros presentes en estas arquitecturas efímeras su función era doble: por un lado, reforzaban el ornamento, y, por otro, constituían auténticos mensajes que los asistentes sabían descifrar. La emblemática fue algo cotidiano en el Siglo de Oro español: túmulos y catafalcos, altares y otras fábricas levantadas con motivo de un acontecimiento meritorio de homenaje, estuvieron muy presentes en la celebración barroca. Los jeroglíficos solían responder a una estructura tripartita: un lema o mote, generalmente en latín, que resumía el mensaje; una pictura o dibujo que mostraba gráficamente la idea; y un epigrama explicativo de mayor o menor agudeza149. En el Diario de Antonio Moreno conservamos la noticia de uno de estos jeroglíficos colocado en el altar de Cuarenta Horas de 1675; concretamente, se trata de las “Glorias del Tabor”, es decir, el momento de la Transfiguración de Cristo, acompañado por Elías y Moisés, con el lema evangélico Filius meus dilectus150. El resto de ornamentación de carácter menor, era prestado por parte de las distintas parroquias y conventos de la ciudad. En el legajo 1059 del Archivo Diocesano, imprescindible para el estudio de la celebración, se conserva un listado que, con el título de “Alhajas que se han de buscar”, recoge los ornamentos y su procedencia, creemos que para el año 1752: “Santa Marta, gradas y flores; las gradas y trono de Santa Paula; Santa Marina, gradas y algunas flores; Concepción, gradas; San Bernabé, plata; las gradas de las Angustias; las gradas de San Cebrián. Cornecopias (los sujetos que las tienen): D. Antonio Esteban, 12; D. Jerónimo Manrique, 6; Juan Corzes, 6; D. Santiago López, 6; D. Pedro Duarte, 6. Se buscaron seis espejos grandes dorados de: D. Vicente de la Concha, 2; D. Ignacio Gómez, 2; las Ariolas, 2. La plata de
142 Ruano de la Haza, J.M. y Allen, J.: Los teatros comerciales del siglo XVII y la escenificación de la comedia. Ed. Castalia. Madrid, 1994, p. 445 143 Orozco Díaz, E.: El teatro y la teatralidad del Barroco. Ed. Planeta. Barcelona, 1969, p. 139 144 Vid. Orozco Díaz, E.: “Sobre la teatralización del templo…”, op. cit. pp. 173 y ss. 145 El teatro y la teatralidad… op. cit, p. 139 146 Vid. Casquero Fernández, J.A. op. cit. p. 392, donde inserta la descripción que Antonio Moreno hace de los altares y tramoyas montadas en la fiesta de Cuarenta Horas de1674 y 1679; y Peláez Franco, P., op. cit. con relación a los correspondientes a 1674 y 1677. 147 A.C.Za. Actas Capitulares. L-133, sesión 19/02/1729 148 Ibídem, L-135, sesión 09/01/1750 149 Sobre los jeroglíficos barrocos, vid. Molins Mugueta, J.L. y Azanza López, J.J.: Exequias reales del Regimiento pamplonés en la Edad Moderna. Ayuntamiento de Pamplona, 2005 150 Lorenzo Pinar, J. y Vasallo Toranzo, L., op. cit. 89
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las iglesias: Capilla del Cardenal, San Ildefonso, Capilla de D. Gabriel, de León Díez, diez candeleros de plata, la Trinidad, San Francisco y San Vicente”151.Todas estas alhajas exigían una vigilancia continua, labor que desempeñaban varios mozos día y noche152. Por último, citar los tafetanes153, los paños que ornamentaban el púlpito y los coros, así como las numerosas velas que alumbraban al Santísimo Sacramento, logrando un efecto de gran llamarada, y que, junto al piso enjuncado de la Iglesia, completaban el espectacular decorado. Los artífices de estos altares eran carpinteros y ensambladores. Antonio Moreno al comentar en su Diario la fiesta de San José de San Cebrián en 1675, se refiere a Pedro Alfonso como “el que ha enseñado hacer altares a todos los altareros que hay en esta ciudad, y que es el mejor, trataron con él hiciera altar con sus coros y tramoyas”154. Sin embargo, apenas nos han quedado noticias sobre los autores y condiciones con que se realizaban los altares de Cuarenta Horas. De hecho, para el siglo XVII sólo conocemos una escritura notarial de 1661 formalizada para la fábrica de unas frontaleras, entre Alonso de Almaraz y Joseph Enrique, maestros de ensamblaje y carpintería, y los mayordomos de Cuarenta Horas, Francisco de Villagómez y Matías Cedrón, diputados para dicha fiesta155. Para la ejecución de la obra debían utilizarse 66 varas de cartón, según la traza y muestra enseñada a los mayordomos, rubricada por el mismo escribano156, teniendo que ser entregada para la fiesta cuatro días antes del Domingo de Carnestolendas. La ausencia de contratos notariales, tal y como sucede con otras fiestas barrocas157, nos hace pensar que se tratase de acuerdos privados entre los mayordomos y los artesanos responsables de la fabricación de los altares. Reafirma esta teoría una carta de obligación firmada por Joseph García, maestro altarero y vecino de Toro, por la que se comprometía en 1751 a “poner un altar para la función de Cuarenta Horas de este año que viene de mil setecientos cincuenta y dos, repartida entre tres cuerpos que han de ocupar todo el claro de la capilla mayor, cuyo remate ha de ascender sobre el arco de la misma capilla y dos colaterales a los extremos han de tener de alto a la correspondencia de la altar y han de cubrir los dos colaterales de la capilla mayor y dicho adorno ha de ser lucido y a gusto de los señores mayordomos, y se ajustó alzadamente en precio de mil trescientos reales de vellón”158. Asimismo, conservamos otra carta del mismo altarero en la que se obliga a “colgar” toda la Iglesia con tafetanes “decentes en la forma y estilo que se acostumbra”159. Lo cierto, a juzgar por las memorias económicas que han llegado hasta nosotros, es que la fábrica del altar y la colgadura de los tafetanes fueron los gastos más elevados, como norma general, a los que tuvieron que hacer frente los responsables de la fiesta160. En dichos balances aparece también asentado los “guantes”161 que se entregaban a mayores al carpintero o ensamblador por la ejecución de la obra.
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El efectismo de los altares, el impacto que provocaba sobre los asistentes que acudían a esa iglesia teatralizada, lo constituía, sin lugar a dudas, el uso de tramoyas. Esta práctica escénica rompía con la visión estática del tradicional retablo. Movimientos que se conseguían a través del uso de contrapesos y plomadas, y que en gran parte se trataba de movimientos verticales, de abajo arriba o viceversa. En opinión de Ruano de la Haza, siguiendo las ideas de Roux, en las comedias el movimiento de las tramoyas era casi exclusivamente vertical, determinado por la doble idea de revelación y ascensión que saturaba estos dramas162. En la fiesta de Cuarenta Horas esta verticalidad estaba unida al propio carácter de la función (devoción del hombre a la divinidad), por lo que era muy fácil interpretar esas mutaciones. No tenemos referencias sobre quiénes estaban tras estos decorados, manipulando y logrando esos cambios escenográficos que conmovían a los fieles congregados. Antonio Moreno cita en tan sólo una ocasión a los colgadores y tramoyeros, al comentar lo ocurrido en 1678 cuando estuvo a punto de incendiarse parte del altar debido a la proximidad de las velas y a lo altamente inflamable del material utilizado para su construcción163. Debemos pensar, pues, que posiblemente fueran los propios artífices de la hechura de estos altares o “personal” adscrito a ellos, los encargados de “mover los hilos” del aparato escénico, utilizando poleas, maromas u otra maquinaria más compleja. El número de tramoyas utilizadas varió según el año y, por supuesto, venía condicionado
151 A.H.D.Za. Pleitos Civiles. Leg. 1059 152 Los mayordomos eran auxiliados en sus tareas por mozos que, además de la labor de vigilancia y seguridad citadas, se encargaban de traer y llevar los ornamentos. 153 Los tafetanes eran telas de seda que se colgaban en distintas partes de la iglesia como adorno. Antonio Moreno sobre la fiesta de Cuarenta Horas de 1675 escribe: “la iglesia estaba colgada todo alto y bajo con 230 tafetanes alistados”. Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L. op. cit., p. 88. En ocasiones, los tafetanes eran responsabilidad del artífice del altar, tal y como nos consta en 1752. 154 Ibídem, p. 91 155 A.H.P.Za. Protocolos Notariales. Notario Nicolás Méndez de Herrero. Leg. 1427, fol. 51, de fecha 18/01/1661. Agradezco al profesor Francisco Javier Lorenzo Pinar la información sobre este documento. 156 Desafortunadamente, no se ha conservado el dibujo. 157 En este aspecto es muy significativo que sobre la fiesta celebrada con motivo del nuevo retablo de San Ildefonso, no sólo no se han encontrado contratos o pagos, sino tampoco referencias en las Actas del Ayuntamiento y del Cabildo. Vid. Vasallo Toranzo, L. y Fernández Salvador, A.I: “Una fiesta barroca en la Zamora del siglo XVII”, en Anuario del IEZ, 1988, pp. 525-533 158 A.H.D.Za. Pleitos Civiles. Leg. 1059. En 1769 el altar para la fiesta fue realizado por Manuel García, recibiendo por este trabajo 500 reales. 159 Ibídem. El escrito está fechado el 16 de Enero de 1752 160 Para 1749 y 1752 es difícil conocer el coste de la hechura del altar, puesto que este gasto aparece sumado al de los tafetanes, cera y palenque para los músicos. 161 Según el Diccionario de Autoridades, el término “guantes” usado siempre en plural, se llamaba al agasajo que se daba al artífice después de acabada la obra, de más de lo ajustado. Al igual que a los altareros, también se entregaba esta propina a los responsables de los fuegos artificiales y solía estar en torno a los 100 reales. 162 Ruano de la Haza, J.M.: op. cit. p. 48 163 Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L. op. cit. 190
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por las posibilidades y recursos económicos de los que se pudiera disponer. Creemos, desde nuestro punto de vista, que existía una complicidad entre el maestro de capilla y el altarero, puesto que algunos elementos o partes del altar acompasaban su aparición con determinadas expresiones contenidas en las letras de los villancicos que interpretaba la capilla de música catedralicia164. Asimismo, el predicador hacía referencias en su sermón a las representaciones y simbolismos del altar, lo que sugiere que también estuviera al corriente de la traza e iconografía compuesta para la ocasión. Ya comentamos más arriba que Antonio Moreno describe minuciosamente en su Diario los altares y tramoyas de Cuarenta Horas como testigo directo, como feligrés-espectador. Algunas de estas descripciones ya han sido publicadas por otros autores, por lo que no creemos conveniente volver a incidir sobre ellas. No obstante, dado el carácter global que hemos pretendido dar a este trabajo, hemos escogido la descripción que el Merino Mayor nos ofrece de las ingeniadas en 1675: “Las tramoyas fueron 4. La primera era u espejo de lazos, grandioso dibujo, claraboya en forma de rastrillo, que apartándose por dentro de una cortina, se veían las luces por más de mil cortaduras, y bajándose el rastrillo para abajo se veía el camarín donde estaba el Santísimo. Se subía el Espíritu Santo, el cual se subía para abajo, en que descubría el Santísimo; y encima a Dios Padre con un jeroglífico que decía ‘Filius meus dilectus’, etc.”165 Mucho más interesante, por su carácter inédito, es la descripción de la tramoya correspondiente a la fiesta de 1704 que contiene el sermón impreso de Fray Pedro de Lorenzo, al que antes aludíamos. En el preámbulo, y tras las licencias oportunas, figura un texto con el epígrafe de “Advertencia”, cuyo contenido es de gran valor histórico: entre otras informaciones sobre la fiesta, detalla la composición de la tramoya, que a continuación transcribimos íntegramente: “El altar, que en todos los años es empeño Numantino idearle nuevo, se trazó en éste ingeniosamente; sólo diré la tramoya. Constaba de cuatro coronas, que unidas formaban una encomienda de San Juan y al desunirse descubrían una luminosa esfera, esmaltada del Sol, Luna y Estrellas, con tan perfecta proporción que parece que estaba ‘ponderibus librata suis’ y al moverse giraba la esfera de los Astros con círculo admirable y a cuya cumplida circunferencia franqueaba el Cielo a nuestra vista por una puerta a nuestro gran Dios Sacramentado, quedando dentro del cielo, su propia habitación, aún cuando está en la tierra”166. Creemos que estos textos son suficientemente explicativos para darnos cuenta del montaje representado sobre el “escenario” de la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva durante la fiesta de Cuarenta Horas.
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3.2 La
Música
El último elemento de la fiesta que nos queda por comentar es la música y el papel que ésta jugó dentro de la función. Los villancicos en vernácula dedicados al Santísimo Sacramento constituyeron el “repertorio estrella” interpretado en las Cuarenta Horas. Desde una óptica musicológica, Pablo L. Rodríguez ha trabajado sobre el protagonismo musical en la fiesta de las Cuarenta Horas celebradas en la Capilla Real, poniendo de manifiesto que la interpretación de villancicos se circunscribía a la parte de la ceremonia denominada “siesta”167 los jueves y viernes168. Según este mismo autor y en base al Tratado de Ceremonias de 1668, la situación del rey durante las Cuarenta Horas, por ser ésta una celebración “privada”, cambiaba la habitual cortina, en el lado del evangelio, cerca del altar, por la tribuna o cancel a los pies de la capilla; y por otro lado, los músicos, que solían estar colocados habitualmente en una tribuna encima de la que en este caso ocupaba el rey, bajaban al banco de los capellanes en el lado de la epístola169. No es este el lugar para desarrollar la importancia del villancico, desde su acepción musical y literaria, en la España del Barroco, pero al menos creemos que deben tenerse en cuenta una serie de aspectos generales sobre los mismos para una mejor comprensión del paisaje sonoro de la celebración. En primer lugar, el villancico estuvo presente en numerosas celebraciones del calendario religioso, aunque por la cuantía de los interpretados y la expectación que levantaban sobre el pueblo, tuvieron especial relevancia los correspondientes a los ciclos de Navidad y Corpus. Del mismo modo, a pesar de estar íntimamente ligados a las capillas catedralicias, ya que sus maestros eran los responsables de su composición, la interpretación traspasó el marco de la Catedral. En segundo lugar, ese afán consumista de villancicos y su presencia en distintas festividades, exigía a los maestros un ritmo de trabajo frenético, difícil de asumir. Estas composiciones, al igual que comentamos para la fábrica de altares,
164 Sirva como ejemplo la descripción Antonio Moreno en su Diario para la fiesta de 1674: “a la tarde, cerrando lo de adentro con dos puertas, con un Jesús y un cuadro de Concepción que tapa todo, del mismo tamaño, cantando ‘Oh, admirable Sacramento’; al decir, ‘y la pura Concepción’, subió otro lienzo diferente con la Virgen”. Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L. op. cit., p. 48 165 Ibídem, p. 89 166 “Sermón en la fiesta de cuarenta horas que en annual celebridad solemniza la antigua invicta Numancia…” op. cit. 167 Según el Diccionario de Autoridades, la siesta corresponde “al punto de música que en las iglesias se canta por la tarde. Dixose así, porque en las Catedrales se canta en la hora de la siesta”. Diccionario de Autoridades, tomo III. Gredos, Madrid, 1979, p. 110 168 Rodríguez, Pablo, L.: “Música, devoción y esparcimiento…”, op. cit. 169 Ibídem, p. 38
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tenían también un carácter efímero, por lo que el repertorio debía renovarse cada año. Los cabildos obligaban a los maestros a componer nuevos villancicos, pero este carácter de estreno o “primicia” ha sido matizado por Carmelo Caballero, incidiendo en que a los compositores se les permitía utilizar textos ya cantados en otras instituciones, siempre y cuando el ropaje musical que los debía acompañar fuera de nueva creación170. Esta situación provocaba que los maestros tuvieran que abastecerse de gran cantidad de textos y letras. Alejandro Luis Iglesias resume en tres las posibles fuentes de recopilación171: una primera, centrada en el recurso que los compositores tomaron de la colección de textos de entretenimiento con vocación espiritual (López Úbeda, Piño, Valdivielso, etc.); una segunda, que responde a la ya más que demostrada circulación de letras con o sin música que atendió a los intercambios entre maestros y/o músicos de diferentes capillas y lugares con el fin de hacer frente a las exigencias compositivas; y una tercera, la provisión de letras por parte de algún poeta o autor local. Con estas consideraciones, sabemos que demasiado generales, podemos abordar de una manera más analítica la presencia de la música en la función. A las Cuarenta Horas celebradas en la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva acudía la Capilla de Música de la Catedral de Zamora y, a juzgar por las referencias conservadas, lo hacía con todos sus efectivos; es decir, cantantes, instrumentistas, mozos de coro y colegiales del Colegio Seminario de San Pablo. Lo que no puede afirmarse con rotundidad es que todos los años la presencia de la Capilla fuera tan completa. El hecho de su participación merece considerarse como una de las excepcionales salidas y “actuaciones” que la Capilla realizaba fuera del ámbito catedralicio. No en vano, es fácil rastrear en las Actas Capitulares las sanciones impuestas a determinados miembros de la Capilla por haber asistido a varias de estas celebraciones sin contar con la pertinente licencia del Cabildo172. De hecho, en 1656, dos años después de que el Cabildo comenzara su relación con la fiesta, hubo de remitirse una pena a los músicos“por haber ido a San Juan a las Cuarenta Horas acabado el asperges, respecto que les dio licencia el Sr. Deán y les mandaron que de adelante residan primero en esta Santa Iglesia a todas las horas”173, poniendo de manifiesto que la colaboración del Cabildo con la festividad en ese año no estaba aún consolidada. En lo que respecta a los colegiales del Seminario de San Pablo, su participación en las Cuarenta Horas, vino determinada, por tanto, por la presencia de la Capilla de Música. Desde 1673 aparece referenciada su participación174 y por lo que puede deducirse de la documentación, el mayordomo que hacía la solicitud al Cabildo tenía la posibilidad de elegir a los niños que más le agradasen de entre la plantilla de colegiales175. Lo que puede constatar-
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se con certeza es que el Cabildo cuando negó a los organizadores de la fiesta su colaboración en la forma habitual, movido por la falta de un mayordomo que les representase institucionalmente, sí permitía, al menos, que los colegiales asistiesen, previo consentimiento de los patronos del Seminario,176 determinando como condición que los niños acudieran con la decencia que correspondía177. La Capilla de Música utilizaba en la función un órgano realejo prestado para la ocasión por el Cabildo178. Sin lugar a dudas, el préstamo del órgano fue uno de los elementos más debatidos en el seno de la institución catedralicia. Si antes ya aludimos al recelo que la cesión de los ornamentos provocó en el cabildo cuando se trataba de funciones celebradas fuera de la Catedral, al órgano se sumaba su carácter de “alhaja”, dificultando más su préstamo y estableciéndose como norma que en el caso de que sufriera algún desperfecto o deterioro los mayordomos debían responsabilizarse de su arreglo. En 1669, por ejemplo, se permite que se lleve el órgano para la fiesta, expresándose que “para adelante no se preste y cuatro ducados de pena para el Sr. Capitular que lo pidiere para aplicar a la fábrica”179. Sin embargo, el acuerdo no se cumplió y el realejo catedralicio estuvo presente de forma
170 Caballero Fernández-Rufete, C.: Al sacro esplendor. Villancicos barrocos en la Catedral de Valladolid. Glares Gestión Cultural. Valladolid, 2004, p. 19. 171 Luis Iglesias, A.: La Colección de Villancicos de Joao IV, Rey de Portugal. Editora Regional de Extremadura. Mérida, 2002, t. I, p. 29 172 La prohibición partía, al menos, desde 1534: “Que los cantores de la Iglesia no vayan a cantar fuera de la Iglesia a monasterios, ni a Iglesia, ni a Misas nuevas, ni a casa de ningún seglar, aunque hayan oficiado en la Iglesia, sopena de un ducado a cada cantor e otro ducado a cada beneficiado”. A.C.Za. Actas Capitulares. L-210, sesión 07/06/1534, fol. 46v. Otro acuerdo fue tomado al respecto el 4 de Septiembre de 1613: “para que ningún músico, ni ministril, cante ni toque fuera de esta Santa Iglesia, sino yendo la Capilla, pena de dos ducados a cada uno”. Ibídem. Acuerdo que fue de nuevo renovado el 05/02/1613. 173 Ibídem, L-125, sesión 04/03/1656 174 “Que se deje el órgano y lo demás necesario para las 40 Horas y que vayan a cantar los colegiales”. Ibídem, L-127, sesión 06/02/1673, fol. 71 175 “Licencia al Prior Juan Duro, mayordomo de 40 Horas para que elija a los tres prebendados para decir las Misas, se les deje la plata y elija a los colegiales del Seminario que quisiere”. Ibídem, L-134, sesión 27/01/1736 176 Así sucedió, por ejemplo, en 1757 y 1759. Ibídem, L-136, sesiones 07/02/1757 y 09/01/1759. Del mismo modo, se atestigua en un acuerdo de 1711: “habiéndose visto la Fundación del Colegio Seminario, se acordó que los colegiales no puedan ir a funciones fuera de esta Santa Iglesia no saliendo el Cabildo o para las fiestas de Cuarenta Horas”. Ibídem, L-211, sesión 10/03/1711. 177 El acuerdo del Cabildo tomado el 13 de Marzo de 1787 sobre la concurrencia de los colegiales a este respecto es muy significativa, puesto que se les permitía su asistencia “siempre que les lleve y traiga con decencia, y encargar al Sr. Blas de Nebreda, que cuida de sus enseñanza, lo hiciera también en que no diesen motivo que pudiera ser perjudicial a la compostura y salud de dichos colegiales”. Ibídem, L-140, sesión, 13/02/1787 178 Cuando a finales del siglo XVII, la Catedral encarga un realejo nuevo, se siguió prestando el órgano “ordinario pequeño antiguo”. Ibídem, L- 130, sesión X/X/1708, fol. 387v. Sobre los órganos de la Catedral, vid. Ramos de Castro, G.: La Catedral de Zamora. Fundación Ramos de Castro. Zamora, 1982, pp. 439-445; y Luis Iglesias, A.: “La Música en Zamora”, en Historia de Zamora. IEZ Florián de Ocampo, vol. II, pp. 584 y ss. 179 Ibídem, L-126, sesión 12702/1669. El 2 de Marzo del mismo año, se acordaba que no se prestase “el órgano, ni paños de púlpito, ni facistoles y plata, ni otra cosa de la Catedral”. Ibídem
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habitual en la Iglesia de San Juan para la fiesta. Además de este órgano, Antonio Moreno nos informa que en 1679 se llevó para la función un órgano procedente del Convento de San Benito, pero debió ser con carácter excepcional, máxime a juzgar por el mal estado en el que se encontraba180. Obviamente, la asistencia de los músicos era remunerada y si el Cabildo no veía con demasiados buenos ojos que se participara en funciones extra catedralicias, los ministriles y cantantes en un primer momento debieron aceptar de buen grado estas invitaciones, pues les suponían unos ingresos extraordinarios181. Según los balances conservados, la Capilla cobraba por asistir a las Cuarenta Horas en torno a los 640 reales, los mozos de coro 24 y los colegiales del Seminario entre 30 y 60 reales, dependiendo del número de ellos que asistiese182. Por desgracia, el hecho de que no se conserven en Zamora villancicos impresos anteriores al siglo XIX y que sean muy escasas las composiciones en vernácula que han llegado hasta nosotros dificulta la reconstrucción musical de las obras en castellano que debieron interpretarse en la ciudad durante los siglos XVII y XVIII183. Para la fiesta de las Cuarenta Horas, lo único de lo que disponemos es una información cuantitativa, de títulos o versos sueltos y de algunos de los contenidos temáticos de los villancicos interpretados. Y esta escasa, pero, a su vez, valiosa información, está estrechamente ligada a la figura de Luis de Sandoval y Mallas, a quien ya dedicamos en otro lugar un estudio monográfico184. Mercader burgalés, afincado en Zamora y con grandes inquietudes literarias, Mallas escribió numerosas letras de villancicos para las distintas celebraciones de la ciudad en la segunda mitad del siglo XVII, bien fueran religiosas o seculares. Su amistad con Antonio Moreno hizo que el Merino dejara referenciada su obra en el Diario, quedando constancia del arraigo e importancia que tenía el villancico en las festividades. Respecto a las Cuarenta Horas, el Diario nos informa de letras de Luis de Mallas escritas para las funciones de 1675, 1677 y 1678. Estas letras no se circunscribían sólo a temática religiosa, sino que podían despegarse de la celebración para la que fueron concebidos, siendo fácil entender desde esta perspectiva la preocupación que tuvo el cabildo por vigilar que las letras de los villancicos fueran acordes con el carácter de la fiesta, en especial para los correspondientes a los ciclos de Navidad y Corpus que les tocaban de manera más directa. Por ello, algunos de los villancicos de Mallas escritos para las Cuarenta Horas no respetaran al cien por cien su dedicación al Santísimo Sacramento. Pero esa trasgresión era aceptada por el pueblo, más aún: la esperaba y, en parte, de ello dependía el triunfo de la fiesta. Esta idea se refleja con claridad en la descripción que Antonio Moreno asienta en su Diario sobre los villancicos de 1675: “el primero del abecé, la escuela de niños, y aún para los
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más grandes fue de admiración. El otro, de poner la casa al Rey de Reyes y al Señor de Señores, trobado de los divino a lo humano, a don Carlos II”.185 En este mismo año fue el propio Antonio Moreno quien elaboró un cuaderno con las letras que se habían interpretado, pero desgraciadamente no se ha conservado186. Estas letras eran puestas en música por el maestro de capilla, como así lo demuestra el estudio de otros villancicos compuestos para distintas fiestas; hecho importante, puesto que evidencia la labor del maestro fuera de su trabajo en la Catedral187. Además de Luis de Mallas, aparecen en el Diario otros tres autores de villancicos: dos de ellos lo hacen en la fiesta de 1675, el toresano José Florez, y Antonio García Álvarez188, curas de las localidades zamoranas de Torres y Luelmo, respectivamente. El tercero fue el licenciado Cardoso, quien escribió letras para las Cuarenta Horas de 1678189. No faltan tampoco referencias al tan extendido “Oh Admirable Sacramento”, del que su mera cita nos impide saber con exactitud qué versión textual, de las variantes existentes, era la que se cantaba en Zamora190. Al menos en los años centrales de siglo XVIII, puede comprobarse que el maestro de capilla componía tres nuevos villancicos para ser
180 “… vi en el coro un órgano de San Benito, al modo, sin bien mayor novedad, pero sonaba poco y mal, como un sambenitado. (…) Mañana estará mejorado y el órgano remediados los fuelles, que se sale el aire, de que carece el maestro de capilla “. Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L., op, cit., p. 240 y 241 181 Podíamos decir que este debió de ser el sentir de los músicos de la capilla; sin embargo, también tenemos constancia de que, en ocasiones, algunos componentes solicitaban ser excusados de la celebración. El caso más significativo tal vez sea el del primer violín de la capilla, Joseph Ayala, quien solicitó mediante un memorial al Cabildo en 1763 no asistir a las Cuarenta Horas, alegando “el mucho trabajo que tiene en dicha función”. El Cabildo no aceptó la petición, exigiéndole su presencia en la función. A.C.Za. Actas Capitulares. L-137, sesión 11/02/1763. Sin embargo, fue en 1774 cuando varios músicos de la Capilla solicitaron al Cabildo excusarse de las funciones que se celebraban fuera de la Catedral por estar poco dotadas económicamente. El Cabildo delegó en el maestro de capilla el problema, puesto que éste debía ser “quien tenga la facultad de poder nombrar las partes de música que necesitase para el desempeño de las funciones de la Capilla fuera de la Iglesia, así entre los músicos de la Capilla, como valiéndose de otros que considere útiles y que igualmente puedan llevar a las funciones particulares del pueblo los niños del Seminario, y que a los músicos que no concurran en dichas funciones se les tenga desde luego desdepidos de ellas y no pueda volvérseles a dar parte en dichas funciones”. Ibídem, L-138, sesiones 07/01 y 11/01/1774. 182 En 1752 y 1769 los 60 reales corresponden a cuatro colegiales. A.H.D.Za. Pleitos Civiles, L-1059 183 Los villancicos conservados han sido estudiados y publicados por Luis Iglesias, A.: Villancicos de Navidad en la Catedral de Zamora (siglo XVII). Caja de Zamora, 1989; y “Dos villancicos inéditos de Juan García de Salazar en la Catedral de Zamora”, en Anuario del IEZ “Florián de Ocampo”, 1986, pp. 387-417 184 Martín Márquez, A.: “Luis de Sandoval y Mallas: autor de villancicos”, en Anuario Musical nº 62, 2007 (en prensa) 185 Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L.: op. cit. p. 89. Debe destacarse que el último villancico citado se trata de una composición trobada de lo divino a lo humano y no a la inversa como era mucho más habitual. 186 Ibídem, p. 90. Lo mismo sucede con el cuaderno entregado al Conde de Peñaflor que contenía los villancicos escritos por Mallas para la Fiesta de la Virgen de los Remedios de 1677. 187 Para estas composiciones y la colaboración con maestros como García de Salazar, vid. Martín Márquez, A.: op.cit. 188 Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L.: op. cit. p. 89. 189 Ibídem, p. 192 190 Aunque su uso debió ser muy frecuente, el Diario nos informa de la interpretación del “Oh, admirable Sacramento” en dos ocasiones: en la fiesta de Cuarenta Horas de 1674 y en la colocación del Santísimo en la Concepción en 1676. Ibídem, pp. 48 y 123, respectivamente.
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estrenados en la función de Cuarenta Horas de cada año, recibiendo a cambio una remuneración más que ínfima, tan sólo 45 reales por las tres composiciones191, algo que demuestra el escaso valor con el que contaban. Si Mallas representa como autor local una de las fuentes de abastecimiento de villancicos, no fue menos importante el tráfico de obras con o sin música que circuló de forma intensa entre los maestros de diferentes centros españoles. Antonio Moreno fue consciente de este intercambio y no dudó en criticar dicha práctica. En la fiesta de Cuarenta Horas de 1675, por ejemplo, el Merino reprochó la actitud del maestro al no considerar como debía la calidad de los villancicos compuestos por autores locales, dando más importancia a los que procedían de fuera, fruto de ese tráfico: “que si tratamos de los villancicos por venir compuestos de Toledo, Madrid, de Málaga y otras partes, el maestro lo tuvo por caso de menos valer”192. No son éstos los únicos juicios de valor que emitió Antonio Moreno sobre los villancicos, sino que también expresó su opinión sobre su calidad e interpretación en las Cuarenta Horas y en otras festividades193. Al fin y al cabo, Zamora respondía al modelo de sistemas de redes superpuestas y conectadas, propuesto por algunos musicólogos,194 actuando, en especial, como receptora de música procedente de los grandes centros (Madrid y Toledo, entre otros). Según los estudios de Pablo L. Rodríguez, el papel de la música en las Cuarenta Horas que se celebraban en la Capilla Real se circunscribía a las “siestas” -independientemente de otras intervenciones musicales que acompañaban la Misa, todas ellas en latínaportando incluso un patrón de su estructura195. Para el caso de Zamora, la falta de documentación impide una reconstrucción similar, pero lo que sí puede asegurarse es que los villancicos que se interpretaban en la función de la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva no se limitaban solamente a ese tiempo concreto, sino que, por el contrario, también podían escucharse en otros momentos de la fiesta. La referencia la proporciona de nuevo Antonio Moreno en sus comentarios sobre la fiesta de 1675:“los villancicos fueron muchos y buenos, así en los puntos de las solemnidades como en las siestas”196. A juzgar por otras indicaciones del Merino, la Capilla debía interpretar villancicos en las mañanas de la celebración, en especial, al concluir el sermón197. Las Cuarenta Horas fueron, en definitiva, una función devocional, donde fiesta y celebración, expresados en divertimiento y culto, lograron una perfecta simbiosis. Hoy en día, continúa celebrándose en la Iglesia de San Juan de Puerta Nueva, impulsada y, sobre
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todo, protegida, por un grupo de fieles; aunque haya perdido todo el aparato escénico. Esperamos que en un futuro la documentación perdida pueda recuperarse y reclame la atención de los investigadores.
Zamora, Enero de 2007
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A.H.D.Za. Pleitos Civiles. Leg. 1059 Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L.: op. cit. p. 90 Vid. Martín Márquez, A..: op. cit. Si bien esta teoría fue en principio elaborada para el estudio y análisis de historia económica, se ha llevado con éxito al terreno de la musicología, donde su aplicación permite una comprensión de los circuitos musicales. Vid. Marín, M.A.: “’A copiar la pureza’. Música procedente de Madrid en la Catedral de Jaca”, en Artigrama, 12 (19961997), p. 259, nota 3 195 Rodríguez, Pablo L.: “Música, devoción y esparcimiento…”, op. cit. p. 35 196 Lorenzo Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L.: op. cit. p 89 197 La descripción que hace Antonio Moreno de las Cuarenta Horas de 1675 al respecto es muy significativa: “al término (del sermón) villancicos de tres mercaderes portugueses a la Pasión, muy al gusto. 'Ay, que fino como una jalea', 'Todo me derrito' y 'Ollas que voy'. Entre tres cantóse mañana y tarde”. Ibídem, p. 48
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Se terminó de imprimir y encuadernar el miércoles 21 de marzo de 2007 en los talleres de Gráficas Artime, sitos en Zamora. Aproximadamente, cuarenta horas antes de celebrarse en San Cipriano la Fiesta de “Las Cuarenta Horas”, primera producción propia del Festival Pórtico de Zamora.