2016 Qué-Hacer con las letras. IV Jornadas de Literatura y Psicoanálisis

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IV JORNADAS DE HISTORIA POLÍTICA
IV JORNADAS DE HISTORIA POLÍTICA Bahía Blanca / 30 de septiembre y 1-2 de octubre de 2009 Casa de la Cultura de la Universidad Nacional del Sur Avenid

Jornadas Internacionales de Literatura Infantil y Juvenil
Jornadas Internacionales de Literatura Infantil y Juvenil “En la infancia pasan las cosas de una vez y para siempre, por eso la infancia, decide” Grac

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Lo inquietante como modo de narrar. Líneas de interpretación elaboradas en el taller de lecturas en el Vilardebó, sobre «Las lombrices» de Pablo Dobrinin «Lo inquietante» como modo de narrar, la experiencia mediatizada y el despertar sexual Este trabajo toma un cuento de Pablo Dobrinin (Uruguay, 1970) acerca de un chico de once años que vive una transición de sus entretenimientos pueriles a su despertar sexual adolescente; el título del cuento es «Las lombrices». Este trabajo se realizó a partir de un taller de lectura en el Hospital Vilardebó, aquí exploro primero «lo inquietante de una literatura» como un modo de narrar (en oposición a una cualidad temática), desde el punto de vista de la experiencia mediatizada por el lenguaje y la memoria, y luego la relación ambivalente de atracción y repulsión con respecto a la sexualidad (como área de la experiencia vital). Estas líneas de análisis fueron algunas de las señaladas por los talleristas, por lo tanto es necesario referir el contexto de trabajo en que surgieron. El taller de lecturas comenzó a mediados de 2014 como parte del Programa de Puertas Abiertas que lleva a cabo el psicólogo Raúl Penino en el hospital, y su coordinador fue el psicólogo Mattías Bruni. Yo me uní al taller como co-coordinador en setiembre del mismo año. Este, el taller, fue contemporáneo con otros que trabajaban con literatura en el hospital. En 2015 creamos, con Bruni, un EFI alrededor del taller, en el marco del Proyecto de raros y fantásticos en la literatura uruguaya (1963-2004), coordinado por el profesor Hebert Benítez Pezzolano. A este Espacio de Formación Integral lo llamamos «Taller abierto - Literaturas no realistas, insólitas y fantásticas en sala 14 del Vilardebó». En el segundo semestre de 2015 participaron del taller estudiantes de la licenciatura en letras, de la licenciatura en antropología, y, como co-coordinadora en el pabellón de mujeres, la profesora y estudiante avanzada de psicología Estefanía Pagano. Las actividades se desarrollaron en espacios de recreación y rehabilitación del Hospital Vilardebó, principalmente en la sala 14 «Espacio Humanizante» del pabellón de hombres y la sala 20 del de mujeres. Al desempeñar un papel coordinador, nuestra relación con los talleristas, si bien no fue vertical, tampoco fue horizontal, implicó un trabajo de glisado y negociación con los intereses y las ansiedades de cada uno (tanto en el diálogo como en el manejo de otros elementos de la sala: el piano, el teléfono, las salidas a fumar). Es importante subrayar el carácter abierto del taller: si bien podían ir pacientes ambulatorios, fue principalmente para los internados que tuvieran interés (incluyendo algunos analfabetos funcionales y aquellos que por su tratamiento veían su espectro de atención alterado).1

La mayoría de los talleres con literatura en el Vilardebó, de los que tengo conocimiento, han funcionado en el Centro Diurno, con pacientes ambulatorios. Trabajar con esa población tiene algunos beneficios 1

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Por esto conviene aclarar que no fue un taller de narrativa y perfeccionamiento de escritura, preferimos llamarlo «taller de lectura». El espacio propició que se compartieran cuentos, poemas y pasajes de novelas de literaturas no realistas, insólitas y fantásticas, a partir de los cuales las personas internadas pudieran conocer y experimentar expresiones de una imaginación artística cuya apertura cuestiona ciertas codificaciones de la idea de realidad.2 Entablamos un diálogo interpretativo y asociativo a partir de estas literaturas, proponiendo, cuestionando y construyendo en conjunto.3 Consideramos particularmente valiosos los aportes sobre textos de este carácter por parte de personas no provenientes del ámbito académico, cuyo discurso analítico explicativo suele recurrir a hermenéuticas singulares de los textos y de los conflictos que en ellos se proponen. Como coordinadores del espacio, nos propusimos lograr ciertos efectos terapéuticos o, al menos, recreativo-paliativos para las psicopatologías que aquejan a los pacientes internados en el hospital. Para lograr esto, nuestro principal interés fue fomentar la libertad intelectual, los ejercicios interpretativo-argumentativos y el diálogo fluido, lejos de la mayéutica. —— Una vez hecha esta introducción, con respecto al cuento: «Lombrices» es un relato narrado en primera persona por un adulto que recuerda un pasaje de su infancia, transcurre en el patio de la casa donde vivía con su madre y su abuela, lindero con una vecina viuda, «la bruja». El protagonista jugaba con soldaditos de plástico, pero a partir de la aparición de gusanos peludos –asociada a la bruja–, comienza a explorar juegos con insectos y lombrices, matándolos, sometiéndolos a pruebas y diseccionándolos, eventualmente centra su interés en las lombrices, que asocia a los gusanos y vincula con cierto poder misterioso. Busca leer los movimientos de las lombrices como un oráculo, se las pasa por el cuerpo y, en última instancia, las consume. En paralelo a su relación con los anélidos, se masturba y deriva placer del tacto de estos. Al final la bruja lo lleva a su casa, lo besa y lo inicia en «la energía que mueve al mundo», dejando un final cuasiabierto.4

evidentes, principalmente el que los talleristas difícilmente estén descompensados, y la nómina de asistencia no varía tanto como en nuestro taller de lecturas, lo cual permite un trabajo sostenido en el tiempo con las mismas personas. 2 Estas literaturas tienen, también, la cualidad de poner sus conflictos en el foco de atención del lector, lo cual ayuda a generar inquietudes con respecto a elementos indeterminados, a su vez propiciando su discusión a partir de la lectura. 3 Cuando los talleristas se acostumbraban a la dinámica, ellos también pasaban a interpelarnos con respecto a nuestras interpretaciones. 4 Debería explicar por qué seleccioné este cuento para el corpus de lectura para el taller pero la justificación responde a criterios más bien pragmáticos, para evitar que algunos talleristas se perdieran en la lectura usamos cuentos cortos o pasajes breves de novelas, a veces algún cuento largo retaceado (también hacíamos cortes intermedios, para resumir los sucesos acaecidos hasta el momento). Pero, con respecto a por qué elegí este cuento para el trabajo en cuestión: si bien me gusta y me parece rico en disparadores, no fue por eso. Fue simplemente porque generó uno de los intercambios más

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—— Lo inquietante como modo de narrar, la experiencia mediatizada El día que leímos «Las lombrices» la primera observación de un tallerista vino en forma de pregunta, y sirve para abrir el tema de «lo inquietante» como modo de narrar que atraviesa lo narrado. Fue con respecto a un conflicto sugerido entre la legalidad realista y otra de orden mágico (específicamente: la coocurrencia implica causalidad): [La bruja.] Una vez su aparición me tomó tan de improviso que no atiné a otra cosa que a ocultarme atrás del ciruelo. Desde esa posición la espié un buen rato, hasta que ella dirigió una mirada disimulada hacia el árbol y se fue para adentro. Solo entonces pensé en dejar el escondite. Sin embargo, un extraño fenómeno me paralizó de terror. En un hueco, situado en la parte baja del tronco del ciruelo, había una multitud de negros, gruesos y peludos gusanos.

Luego el chico grita, la abuela acude, rocía los gusanos con querosén y los prende fuego, lo cual provoca gran fascinación al protagonista. Esto suscitó la pregunta: Lo que se estaba quemando, los gusanos, el chiquilín lo hacía, ¿y eso fue porque vio a la señora, a la loca?

Es decir, ¿aparecieron por obra de la bruja?, ¿prenderlos fuego fue una reacción normal o motivada por el contacto visual?, ¿hubo una suerte de mal de ojo? Después de recordar que no era el chico, sino la abuela quien incineró a los gusanos, conversamos acerca de que, justamente, la narrativa deja planteadas varias preguntas de ese tipo. Más allá de que la pregunta fuera con respecto a «la loca», la duda acerca de cuál fue el papel de la bruja en el episodio es alimentada por su apelativo, ser «la bruja» ya la asocia a capacidades que niegan la legalidad lógico-realista. Es más, desde que casi no se la llama de otro modo que «la bruja», se le hace difícil al lector enunciar al personaje –o pensar en él– separado de su connotación mágica. Para potenciar esa nominación hay varios marcadores de atmósfera alrededor del personaje, el narrador se cuida muy bien de evitar la caracterización explícita. Así genera un ambiente tenso, a través de indicios, sin confirmar nada: … una viuda. […] Según decían, había estado en un manicomio, y sabía leer las manos, tirar las cartas y realizar una extensa lista de prodigios. […] Se referían a ella con una mezcla de temor y admiración, y la nombraban con un apelativo que para mí tenía resonancias sobrecogedoras: la bruja. […] la observaba recoger yuyos, que suponía le eran necesarios para la elaboración de espantosas pociones.

Con estos elementos se va construyendo, alrededor de la mujer, un ambiente mucho más poderoso que si se la describiera directamente como loca, o como capaz de hacer magia, o si se elidiera el «suponía». La sugestión sin confirmación impide que esta –mujer– sea categorizada clara y distintamente, sus cualidades quedan en una nebulosa y no permite un acostumbramiento; no hay clausura sobre el personaje, su construcción queda interesantes y más participativos que se dieron en el taller. Incluso un cuento magistral, que toque núcleos temáticos que a uno le interesa trabajar en ese contexto, que uno prevea que va a ser interesante, puede fracasar estrepitosamente si los talleristas no están afines –drogados, medicados, dormidos, dolidos, descompensados, peleados, intensamente angustiados–, o simplemente la concurrencia es mínima y se hace el taller con apenas uno o dos.

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abierta y eso le confiere una suerte de magnetismo. Lo inquietante no aparece a partir del peligro, de la presencia del riesgo, lo inquietante se nutre directamente de lo indeterminado –por ejemplo, de la sospecha del riesgo. Esta construcción resulta importante para el análisis, porque el narrador no se postula impersonal, está contando su propia historia. A su vez, no es un narrador autodiegético, hay una disociación fuerte entre lo adulto y lo infantil, y esto lo mantiene a distancia del protagonista. Con este narrador –digamos homodiegético– estamos ante una ficción de experiencia mediatizada, doblemente, por el recuerdo: primero lo rememora, segundo recrea el ambiente. Y más que relatar hechos, busca recrear un ambiente –el sentido por el niño que fue–, para ello evita caracterizaciones unívocas y organiza los elementos de su discurso. —— A continuación refiero un intercambio de observaciones con respecto a los juegos del chico cuando, junto a los soldaditos, pasaron a tener a hormigas, cascarudos y lombrices como víctimas: 2. Le gustó eso de prenderlo fuego, sentirse un técnico en prender cosas. FC: No sé si técnico… Él se veía como el amo y señor del patio. 3. Pero debe ser algo común en un niño, ya no era tan niño, sentir su patio como su reino es propio de homo sapiens. MB: Y lo de las lombrices, cortarlas sí es común, capaz que no prenderlas fuego. 4. Como dice él, el homo sapiens tiende a hacer esas cosas cuando niño. Y a veces de adulto lo hacemos. Y cuando comemos matamos para comer. Somos niños grandes.

A partir de esos comentarios conversamos acerca de la crueldad del chico; hubo posturas cruzadas, podía «ser medio raro» o podía ser un chico común. A lo largo de la lectura esas posturas se fueron complejizando, desconstruyendo la manera de narrar. Encontramos una vez más la experiencia mediatizada. Es la forma en que el narrador refiere los hechos lo que genera inquietud; la siguiente intervención elabora sobre este aspecto: 4. Cuando mi madre hacía mejillones con arroz, mientras cocinás, los mejillones se aprietan, se aprietan y mueren. Esa comida parece un poco satánica o algo así, como hace con los gusanos. FC: Cuando lo decís así me pasa lo que decía 3., es algo común pero suena medio terrible. Lo contaste como lo contaba Dobrinin acá.

La demora del narrador en los pasajes en que el chico quema o corta a los bichos, su concentración en esos episodios y su repetición, generan un efecto de extrañamiento, una impresión de obsesión –quizás hasta de embrujo– que no se lograría si simplemente se dijera algo como «yo andaba desculando hormigas». A través de la minuciosidad e insistencia con la que el narrador describe la violencia encontramos quizás un juicio posterior sobre lo «cruel», un recuerdo del deleite en el método, u otros contenidos, pero ciertamente a través del modo de narrar se genera una carga connotativa que

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inviste de significado los hechos concretos. —— Despertar sexual El pasaje en que se describe a la bruja tempranamente, «Era una mujer enorme, de largo cabello negro, anchas caderas y pechos opulentos», generó comentarios atinados, y anticipados (ya que no había otros indicios sexuales): 4. Hay algo medio sexual. 2. Una obsesión. 3. Falta que diga que tenía tarjeta joven y la bruja estaba divina, pelo largo negro, pechos opulentos, caderas generosas…

El mismo tallerista que realizó este último comentario siguió con esa línea luego, cuando cerca del final del cuento el chico sueña con la bruja desnuda, con sus senos «enormes y turgentes». 3. La bruja se ve que le interesaba, porque al describirla no es una visión infantil. Quizás sea medio autobiográfico. Es muy difícil hacer un cuento y de alguna forma no escribirte…

Puede pensarse que el primer pasaje –la descripción más extensa– revela la fijación del narrador, no del personaje, que la voz del adulto mediatiza la experiencia del niño y genera una disociación del personaje infantil con «la inocencia infantil», lo que resulta ominoso, como si el adulto usara al niño a modo de polichinela. En el pasaje del sueño ya no es tan seguro que la visión no sea la del protagonista, la ambigüedad vuelve con otro juego, ya que para entonces el niño es menos «niño». Y es que el elemento sexual no aparece solo en las apreciaciones del narrador: asocié [las lombrices] con los gusanos, y barajé la posibilidad de exterminarlas. […] Tímidamente al principio y con más confianza después, comencé a tocarlas. Había algo prohibido en aquellas criaturas rosadas y cilíndricas de movimientos sinuosos. Cuando tuve una buena cantidad en la mano, me deleité sintiendo su contacto viscoso, con una mezcla de rechazo y atracción. Luego rocié un par con queroseno y las prendí fuego. […] Esa noche, a la hora en que debía estar durmiendo, envuelto en la tibieza de las sábanas, y saboreando estos recuerdos, me dediqué a explorar mi cuerpo con un placer infinito.

Si bien el léxico puede ser adulto, las experiencias concretas le corresponden al personaje, y sí, efectivamente puede resultar ominoso el enfrentamiento con un niño que va dejando la infancia sin dejar atrás su carácter de niño; es, hasta cierto punto, la colonización de un cuerpo por una voz adulta. También puede inquietar el grado de mediatización. El protagonista se masturba recordando a las lombrices, que asocia con los gusanos, que asocia con la bruja. El deseo está desplazado, pero se alimenta de una mujer que es espejo de la madre –ausente en el cuento–: ajena pero cercana, viuda, con enormes senos (no dejan de ser un atributo materno). Esto merece mayor examen. Como se observa en el transcurso del cuento, la relación con la bruja y sus metonimias (los gusanos, las lombrices) es ambivalente. El primer movimiento es de atracción, cuando la observa escondido mientras recoge yuyos, el segundo es el evento crítico que parecería desencadenar todo, con los gusanos negros. Ese evento es complejo y consta

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de muchas partes: por un lado los gusanos peludos le generan rechazo y representan un desafío, el desafío de las cosas vivas ante su ejército de juguete, a su señorío sobre el patio, como observa uno de los talleristas: 3. [Se sentirá el señor del patio, pero] También es débil, porque está bajo la protección de la abuela y de la madre. Muestra su flaqueza, cuando se asustó.

Por otra parte, en ese mismo episodio recupera, gracias a la abuela, el dominio sobre el patio a través del fuego. Y aunque en un principio la relación de poder destructor ante lo desconocido lo satisface, conforme pasa el tiempo se interesa más en «el misterio de la vida». Todo esto va más allá de lo que pueda ir una alegoría sobre la relación de un preadolescente con su sexualidad –en el sentido más lato–. La reacción de miedo y fascinación ante bichos peludos negros en el agujero del árbol, sin restringirse a un régimen alegórico, acompaña ese conflictivo proceso de descubrimiento. A partir de entonces, en un tercer movimiento, el protagonista se aleja de su patio y olvida completamente a los soldaditos. Lo que comenzó como un combate violento al miedo va dando lugar a una apreciación y un deseo por aquello que había detrás de ese miedo, a través de los bichos, el misterio de lo vivo. Explora la «lectura de la maraña de lombrices», las mueve y la abuela se aleja. De nuevo se presenta el conflicto entre legalidades lógico-realista y mágica (coocurrenciacausalidad), pero esta vez representa un acercamiento a la bruja en dos niveles: uno, se inicia en la magia, dos, se aleja de la abuela. Podemos ver un cuarto movimiento, porque varía la intensidad de los eventos, cuando llega a realizar, cual ritual, una cópula metonímica con la bruja: coloqué unas cuantas [lombrices] sobre mi torso desnudo. Cerré los ojos y las sentí deslizarse por el pecho y el vientre. En esa oscuridad iluminadora, las veía de un amarillo eléctrico, dejando a su paso pequeños ríos de luz fosforescente. Permanecí un buen rato en esa suerte de éxtasis primordial…

Continuación de ese cuarto movimiento: al mismo tiempo que confiesa que la bruja es aquello a lo que más teme en el mundo, busca una consustanciación con eso viscoso, rosado y vivo que llega a ser símbolo del placer físico. Primero come una lombriz quemada –dominada por el fuego–, pero no le resulta satisfactorio, de modo que deja de lado el fuego para comer una viva. Esa eliminación de la contradicción a través de la incorporación anticipa ya el final del cuento. El quinto movimiento es complejo y no podremos explorarlo aquí, pero baste con decir que: cuando la bruja va a buscar al chico él quiere huir. Pero no se permite huir. La atmósfera generada en esta escena es aciaga y oscura, y entre inciensos, velas de colores y un diablo en un estante, la mujer lo «inició en el conocimiento de la energía que mueve al mundo». Aquí la carga simbólica es muy pesada y no es posible sintetizar algo sencillo de entre los miedos, el pecado, la culpa, lo prohibido, lo nocturno, lo místico, etcétera.

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Espero que esta lectura analítica resulte fértil para el pensamiento, los acerque a la obra de Dobrinin, y sirva para pensar el trabajo en espacios –digo esto sin malicia– de reclusión que también pretenden ser de rehabilitación. —— Omití otras líneas de análisis por la extensión del trabajo, pero también se hicieron observaciones con relación a la falta de la figura paterna en relación al poder sobre el patio y la protección ante la bruja; se habló del homo sapiens dominador y su arrogancia, también se relativizó su capacidad destructora; en cierta ocasión a la bruja se la llamó «la loca» y no «la bruja», lo que se presta para pensar acerca de cómo gravitan las interpretaciones hacia la experiencia personal. Las observaciones finales de aquella lectura fueron: . Se lo terminó garchando. . Parece que le metió un polvo ahí. . Vio que las brujas no son malas.

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