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AGOSTO
El tiempo se nos va a puñaos por los agujeros de la existencia cuando no hay éxtasis en las entrañas; normalmente no lo escuchamos y, por no saber tomarle las riendas, se desboca y galopa. Aguilar despertó en cama extraña, se irguió prontamente y se vio en el espejo interior con la cruz a cuestas, como si fuese una víctima del cuarto misterio de la verdad hebrea; olió las maderas podridas de su desdicha, caló al talante de la intempestiva mañana cordobesa, volcó un jarro de agua en la palangana y empezó a batirse con las manos en el rostro. Al lavarse la cara exclamó: -- ?Por qué hace tanto tiempo que no tengo legañas?... Se vistió, le dió los buenos días al portero y salió a la calle. Pasó bajo los toldos protectores de la calle Gondomar y se dirigió por la calle Cruz Conde a Lista de Correos, buscando algún amigo, siquiera fuese por correspondencia. Tuvo suerte; le entregaron una carta de Regina Costard. La paloma mensajera llegó en buena hora: el consuelo femenino y maternal es más acogedor en las horas inciertas. La mujer le abría un postigo de esperanza y le anunciaba una carta menos perfumada, pero más más práctica, de Ernesto. A deducir por lo puesto en el escrito, algunos amigos, ya por dentro del ajo, estaban trabajando en el sentido de acelerar su retorno a la “ciudad maravillosa”. Regina se despedía en su carta con un firme propósito; alegrar por unos segundos la vida del amigo. Contaba una historia graciosa, cuya lectura, en efecto, hizo troncharse de risa al cordobés. Meno male, porque el hombre estaba necesitado de buenos estímulos: Hace algunos años, antes de conocerte a tí, hice un viaje a Europa con unos amigos míos. Tú no los conoces. Recorrimos España entera en coche y nos detuvimos en tu tierra, en Córdoba, una noche. !Qué ciudad más seria y sugestiva tienes, Pancho!... En cada casa un patio, en cada patio una fuente, en cada fuente un mensaje de amor. !Aquellas casas judías con los pedernales vivos hablando!... ?Cómo podría olvidar a los naranjos callejeros llamándonos con sus ojos dorados? Después de cenar en un restaurant típico nos llevaron a un espectáculo flamenco. Creo que fue por la Morería o por la Judería... Bueno, el local, si no
recuerdo mal, no estaba muy distante de la fantástica Mezquita. Nos sentamos en una mesa al aire libre, en medio de un patio de ensueño con flores lindísimas, cerca de un “tablao” bastante animado. A cada momento, entre cantes y bailes gitanos, nos servían vino y aperitivos. Como comprenderás, con tanto líquido en el cuerpo, llegó un momento en que sentí necesidad de ir a los aseos. Esperé, retorciéndome, hasta el intervalo del espectáculo. Como no sabía dónde estaba el baño, se me ocurrió preguntárselo a una de aquellas señoras gitanas que jaleaban el baile. Me acerqué a una mujer sentada sobre el entarimado, cargada de collares y pulseras, e inclinándome sobre ella le dije lo más claro posible al oído que me orientara. La buena mujer me entendió perfectamente, me indicó el lugar y se brindó a acompañarme. Creo que me dijo: “!No fartaba más, venga usted conmigo!”. Se levantó, me clavó un ramo de jazmines en el pelo y, como observára ella un jaleo desmesurado en la gente, muy seria, resoplando entre los dientes y batiendo palmas, exclamó: -- !!Silencio, coño; que la señora va a mear!! Aguilar estaba citado esa mañana del viernes, primer día de agosto, con Eustaquio Parrilla, presidente del Secretariado de Cursillos de Córdoba. Un hombre atento, cuerpo de roble veterano, callos en el occipital, cara ascética y seca, frente arrugada, ojos turbios, nariz torcida, la boca dura, el cuello corto, las manos rudas, las piernas robustas y aspecto de hombre maduro. Solía alternar una alegre seriedad con una infausta ironía, herencia del militar retirado en funciones, acostumbrado al despacho del cuartel. Como don Juan Capó, el conciliario del movimiento, estaba veraneando en Mallorca, su tierra natal, el presidente llevó a Rafael Belén hasta la nueva Casa de Cursillos, escondida en la parda sierra cordobesa, engarzada artísticamente en el aristocrático barrio del Brillante. Una residencia muy particular, perfectamente adecuada a los tejemanejes de un determinado modus operandi y, desde luego, reuniendo las condiciones fundamentales de un excelente redil. Pensada para albergar a los cursillistas, construida por arquitectos cursillistas bajo la orientación del caporal
Capó, el
edificador espiritual, tenía en cuenta incluso los detalles más insignificantes, como la manera de abrirse y cerrarse las puertas, para un mejor desempeño apostólico. Creo haberme referido ya al monótono chorrito provocado por el agua de la fuente, cuya finalidad era realzar el silencio nocturno: “El tiempo de silencio ha de derramarse con formato elocuente”. Con toda aquella perfección, Aguilar barruntó y se dio cuenta perfecta de estar pisando el suelo mágico de un manicomio sagrado, tan lleno de trucos como de intenciones piadosas, y con una loable
finalidad: “Ad maiorem gloriam Dei”. No fue necesario esperar mucho para saber lo ocurrido con los cursillos en Córdoba; se habían convertido en un nuevo imperio orientado hacia Dios. Por decirlo pronto; se redujeron a un compadreo beatífico de vagos profesionales y maleantes de la moralidad. Y deliberó: -- Este es el peligro que corre el cursillo en todo el mundo. Como los impactos emocionales son tremendos, media docena de elementos ociosos se hacen los amos del movimiento y lo ajustan a sus intereses particulares. !Tendré que dar el toque de alarma!... Desgraciadamente, cuando el ocio se convierte en negocio, cesa lo correcto y adviene la corrupción. Esa es, si no me paso o me quedo corto, la ley de hierro de la oligarquía. Aguilar le agradeció a Parrilla su atención y regresó a sus preocupaciones detonantes, hacia esa santabárbara particular tan cargada y peligrosa. ?Telefonear o no telefonear a Rio de Janeiro?... Esa era la cuestión del momento. Como no estaba dispuesto a soportar más desengaños, acabó desistiendo. Se reunió con su padre, comieron juntos en la Repostería de Labradores, hablaron sin comprometerse, es decir, de terceros y de todo lo que no les afectaba directamente, pasaron un buen rato sobre el mantel y terminaron la conversación cuando se agotó el estímulo de la copa de coñac siguiendo al café. Su padre se despidió: -- Bueno, ?qué vas a hacer por aquí? -- Estoy esperando noticias. -- ?Noticias? ... ?Noticias de quien?... -- De unos amigos. -- ?Sabes lo que te digo?... !Que aquí no tienes nada que hacer! ... ?Cuando te vas? -- Eso es lo que me dijo esta misma mañana Eustaquio Parrilla: ?Cuando te vas? -- !Esa gente no te dará nada! ... !Y si te da algo serán sermones!... !Lo que tienes que hacer es irte de aquí a vivir tu vida! ... !Esto aquí no es más que un corral de vacas! -- Yo soy el primero que quiero irme. Pero de momento he de aguantarme aquí. Bueno, ya nos veremos. Pásate mañana por la pensión. ?Cuando te vas?... ... ... Ni siquiera su propio padre podía pensar en la posibilidad de que su hijo decidiera quedarse. Con razón; Rafael Belén se sentía bajo el cielo de Córdoba como sobre las mares gruesas del purgatorio. En aquel triste momento, su estancia en la tierra
suponía, por lo leve, un purgante bastante amargo, ocasionando no pocas disenterías mentales. Aguilar se barrenaba el alma con odio grave, se sentía tan inútil y despreciable como el repique irreverente y sacrílego de
las castañuelas en el sepelio, pero, además, se le
acumulaba el polvo de la tristeza resecada. Sí, a medida que la húmeda liturgia del trópico se perdía en la distancia. No conseguía concentrarse en este climaterio temporal, la ansiedad sofocaba su momento, la apatía le robaba el ánimo y dificilmente podía orientarse por la marimorena lunática de su conciencia. Encontró un único remedio; andar, andar sin rumbo por las callejuelas quebradas de Córdoba. Andar sin hacer camino, eliminando el mal colesterol que estrangulaba su porvenir. De vez en cuando se cruzaba por la calle con caras conocidas, con gente de su intimidad en tiempos pretéritos... Entonces echaba la cara a otro lado, porque no estaba dispuesto al saludo amistoso. Parte del día se le iría después en su habitación, escribiendo cartas a sus amigos. Creyó conveniente mandarle también una carta a Giorgio Amon, participándole su estancia en la tierra de Maimonides, y asegurándole una vez más estar disponible para aceptar cualquier empleo en el último rincón de Europa. Sin embargo, Aguilar sabía de antemano que “Abraham Cohen” no le respondería. El insoportable calor de la ciudad llana y serrana, acogedora al sol, lo obligaba a protegerse después del almuerzo, y a reposar durante una siesta prolongada indefinidamente. El cielo es bajo en Córdoba y se está quieto en agosto, amenazando derretir al infiel, pero la noche tiene un suelo hondo y huele a limón y laurel. Sólo el espíritu errante de un cordobés foráneo y crepuscular vagaba entre acíbar y salmuera. El sábado, día 2, pasó este hombre el día enjaulado en su alcoba, dando rienda suelta a los nervios en un palmo de terreno; salió por la tarde, tras una ducha reparadora, sin otro programa que el propósito de tomar café. Se fue por la calle Concepción, siguió por Gondomar, cruzó Las Tendillas, entonces tan decadentes y hoy tan surtidoras y acuarianas. De buenas a primeras, se dio de cara con su viejo amigo Manolo Vigara, un antiguo seminarista al que conoció en un cursillo, allá por los años cincuenta. Habían cultivado una buena amistad durante algún tiempo. Se alegraron al verse porque, al parecer, los dos cordobeses se sentían medio perdidos en la tierra cálida de los califas. Entraron en la popular y brevísima calle de la Plata, entonces uno de los mejores miradores burgueses, muy
usados por los piropeadores a
distancia para tomarle el pulso a la circulación ambiental de la corporación femenina local. Se
sentaron bajo el toldo del Bar Imperio, pidieron café, se envolvieron en volutas sofisticadas de veneno y Aguilar, como si se le hubiesen borrado todas sus cuitas, le soltó alegremente a su amigo: -- ?Te puedo besar la mano? -- !La mano no me la besa ni mi madre! Vigara había sido un joven de casta contención virginal y de una prudencia romana. Pudo ordenarse sacerdote mucho antes de haberse decidido, pero aplazaba una y otra vez la tonsura con el fin de conocer mejor un mundo no situado a su alcance. Era un chico alto, delgado, bien parecido, delicado, excelente estampa torera, elegante en el vestir, oliendo a tomillo y romero, de cuidadosos ademanes, buena voz y charla interesante. El cabello bien peinado, ojos sombreados por acaracoladas y espesas pestañas, rostro claro y labios húmedos, no sólo por sobarlos a menudo como por el habla fluente. Sí, tenía buena pinta. En otros veranos ya lejanos, más limpios y jóvenes, Manolo sentía un profundo entusiasmo por el fervor apostólico de Rafael Belén. Ahora, otro gallo cantaba en el apero de Vigara. Aguilar, mal guardador de secretos, andaba buscando, sin razón suficiente y sin proponérselo, a una persona idónea, dispuesta a escuchar su pesadumbre para luego solicitarle consejo. Tras algunos tanteos, se dispuso a abrirse ante su amigo. Vació el zurrón y, no contento, lo sacudió con pelos y señales. Manolo Vigara parecía escucharlo, aunque con un oído en la voz de su amigo y otro puesto en los murmullos callejeros. En verdad, no le estaba llamando mucho la atención aquella historia. Aguilar insistió en su falta de perspectiva actual: -- Y ahora, aquí me tienes sin saber lo qué hacer ni adónde ir. Vigara le dio la solución al instante: -- !Vete a Cuba! ... Allí precisan de gente buena; principalmente de educadores y técnicos. Nuestro amigo no esperaba ese consejo; el Caribe no estaba en sus planos. colgó su problema en el armario y se interesó por la suerte de su amigo. Vigara, después de haberlo oído en confesión, correspondió a la confianza de su viejo conocido: -- ?Sabes? ... Me ordené y me destinaron a una parroquia de Santiponce, en la provincia de Sevilla. Como debes recordar, mi familia tiene algunos bienes. Tal vez por no carecer de lo elemental me acostumbré a vivir bien. Pero, después de pensarlo mucho, y empujado por mis superiores, me ordené con el propósito de vivir mal, de desvivirme. Me puse a trabajar con la
ilusión y la entrega que proporciona la fe. Me acostumbré a meter la pata en medio de los pobres y llegué a sentir envidia de su miseria. Trabajaba con los humildes y trataba de sacudirme al intentar despertarlos. La mayoría de mis feligreses eran esclavos consentidos del capital andaluz. Yo arrebañaba las horas con entrambas manos con tal de tornarme presente ante el dolor. No sé cómo se enteró de mis compromisos con esa pobre gente el Ordinario. La Iglesia siempre ha tenido orejas largas. El tío me llamó al orden con muy mala leche. !Era un obispo fascista! Yo no me daba por enterado. Entonces, al ver que el cura no escarmentaba, me arrancó de mi sitio y me trasladó aquí a Córdoba. Y aquí se produjo el choque inevitable. En el clero de Córdoba, por si no lo sabes, hay un bando de maricones, comeollas, franquistas, analfabetos, hipócritas, cerdotes, es decir, cerdos con sotana, para dar y vender. Don Juan Capó, el de los Cursillos, fue mi profesor de Teología Fundamental en el Seminario. Es un tío déspota, soberbio, no admite críticas, sus proclamaciones de justicia son actos de venganza... Después, en calidad de canónigo, formó parte de un tribunal eclesiástico constituído para sancionar mi comportamiento sacerdotal. Lo cierto fue que, para acortar el asunto, entre los consejos de algunos y las amenazas de otros, me ayudaron muchísimo a tomar la decisión de colgar la sotana. Y colgarla asqueado. Mi experiencia de cura fue tan rica y fecunda como dolorosa. Cuanto más cerca de la curia y de la corte estás, más te llega el olor nauseabundo desprendido por los detritos de los corrales curiales. El clero, en general, tiene una trayectoria entrópica; al principiante lo envuelve la esperanza salvadora del amor; al veterano, sin embargo, lo corrompe la experiencia profesional. Antes, el fervor de la oración; después, incienso, cera y cepillo. Acuérdate de lo que te digo: Si no se escoge un próximo Papa con la edad de Cristo, la Iglesia abrirá sus templos al turismo y cerrará el paso al devoto, por ignorante. ?Qué quieres saber?... ?a qué me dedico?... Actualmente soy profesor de filosofía en una Universidad de París; de París Nanterre. Te lo digo con todas las letras: !gracias a la Santa Madre Iglesia, hoy soy un hombre, por este orden, materialista, ateo y marxista! Aguilar replicó con la mayor convicción del mundo: -- “Sacerdos ab aeternum”! ... -- !Eso se lo cuentas a Capó y a tus amigos cursillistas!... !Soy feliz y no tengo ninguna duda sobre mi problemática existencial!
-- ?”Quo vadis, homo”? ... ?No te acuerdas? ... Tú querías ir al huerto, a encontrarte con el Maestro. Y veíamos muy claro que antes del Domingo de Resurrección era necesario pasar por el túnel del Viernes santo doloroso... -- Pues aquí te quedas con tus viejas teorías. Yo no creo. Fiarse de todos puede ser más noble, pero no fiarse de nadie es más seguro. Por lo visto, tú no has cruzado aún la frontera. !Vamos, que no te has emancipado! -- Quizá tengas razón... Me has ayudado mucho en este rato que llevamos juntos, porque yo sí creo, y creo sobre todo en que... quando nos confesamos es precisamente cuando más mentimos. -- !Desengáñate! ... Esa falsa fe nos colocaba plomo en los pies y paja en la cabeza, con tal de mantener sana nuestra naturaleza humana. -- No te entiendo, Manolo; tú me quieres convencer de que la experiencia acaba por cerrar todas las ventanas, pero yo sostengo que la esperanza deja siempre la puerta abierta. -- Pues yo creo, por tu semblante, que hablas contigo ahora mismo más que conmigo. Debes tener un mar de dudas y algunas gotas de certezas. Me atrevo a decirte que te llama más la atención el goteo que la inmensidad. -- Bien lo sé; porque lo cierto es lo perfecto. Y lo perfecto es lo acabado. Pero te diré una cosa; la prueba filosófica de la inmortalidad del alma es la misma que se desprende de la noción de teoría. Te has olvidado de contemplar. -- Eso podrá ser válido para los intelectuales fosilizados, para el hombre de la calle eso es puro cachondeo. Bueno, vamos a quedarnos por aquí. Ahora bien, precisamente por lo que acabas de decir, la devolución de las deudas, y ya me entiendes, habrá de ser siempre más violenta y amarga que la ingestión de la culpa. -- Sin embargo, tú podrías haber sido uno de los santos que bajaron al infierno... -- !Y allí se quedaron!... El tiro les salió por la culata. -- La intención era buena. Llevar la Misa a la fábrica. -- Pasó lo contrario; la fábrica fue a misa, pisó el templo y lo destrozó. La Iglesia se equivocó redondamente. Cuando aquel grupo lleno de fervor, cuando aquellos sacerdotes se hicieron obreros con el fin de llevar el Evangelio a los trabajadores, ?qué sucedió? -- Sucedió lo que has dicho; que el olor a sudor fue más penetrante que el olor a incienso.
-- Bien lo has dicho. !No se puede jugar con fuego! ... !Querían convertir a los comunistas sin saber que los comunistas tenemos convicciones mucho más arraigadas y realistas que los católicos! Y esto te lo dice “un cura”. No lo olvides, ?quieres? Nosotros tenemos otro Evangelio. Además, antes, en Italia, el ex alcalde de Florencia, el famoso La Pira, un católico, ?lo recuerdas?, utilizó la táctica de irse con los comunistas de paseo para atraerlos a sí. El resultado no pudo ser más catastrófico. El experimento “La Pira” fue una tremenda equivocación del catolicismo de derechas. -- !Ah, si?... Bueno, ya sé que aquellos sacerdotes franceses se pasaron al marxismo. Aunque no todos. Yo he tenido en Brasil, recientemente, en un curso de Relaciones Humanas, una experiencia con un grupo de padres y he podido comprobar que no están seguros de nada. -- Pero, ?cómo lo van a estar, hombre? Mira, después de cierto tiempo, los padres se vuelven ateos, necesariamente ateos, casi todos ateos. !Es natural! !Son hombres de frontera, como los teólogos! Si permanecen en la Iglesia es porque cuentan con el talego del estipendio y la seguridad de la cueva. Nada más. Verás lo que va a pasar de ahora en adelante... Te encontrarás con un cristianismo sin Dios. “Mayo del año pasado” tuvo muchos defectos, pero se hablará durante un gran tiempo de lo que se descubrió entonces. -- !Hombre, si estabas en París en mayo del sesenta y ocho, me gustaría que me contáras algo! -- Esto nos tomaría mucho tiempo. Si quieres ponerte al tanto te aconsejo que leas “Las palabras y las cosas”, de Michel Foucault; “Para leer el Capital”, de Althusser; “La escritura y la diferencia” de Derrida; “Los escritos” de Lacan y, principalmente, la obra recién publicada de Gilles Deleuze: “Diferencia y repetición”. -- Bueno; ya he leído algo sobre esos nuevos filósofos franceses. -- Del punto de vista filosófico, la revolución de mayo es un movimiento antimetafísico y antihumanista. Hicimos historia, aunque, desgraciadamente, sin saber qué clase de historia estábamos haciendo. -- No creo que se pueda confundir humanismo con metafísica... -- Yo no los estoy confundiendo, desde luego. Lo que te quiero decir es que nos libramos de un cierto profetismo sin consistencia, húmedo y lacrimoso: de Sartre, Merleau-Ponty y otros funcionarios de la libertad y de la busca del sentido, como podrás observarlo en la revista Les
Temps Modernes. El pensamiento dulzón de Teilhard de Chardin, los balidos tristemente universitarios de Albert Camus... Todo eso dejó de contaminarnos. La cultura estaba ocupada por Dios, por el mundo, por la semejanza de las cosas, por la repetición... El principio de una repetición es que nada se transforma y todo se conserva. -- No me querrás decir que se han superado esos escritores que acabas de nombrar... -- Esos escritores son masturbadores. Mira, toda escritura no es más que una sublimación. Quiere decir que el escritor busca el placer para sí mismo. Luego el arte de escribir no es otra cosa que una masturbación (apenas) sublimada. -- Bien; en ese caso, ?quieres decirme qué hacía la mano izquierda de Marx mientras escribía Das Kapital con la derecha? -- !Esa es muy buena! ... !Siempre serás tan venenoso! ... Se nota que eres discípulo de Capó. !Jodío! Como te digo, muchas cosas han cambiado desde el año pasado. Probablemente, correrá mucha más tinta que sangre ... !No sé si me entiendes! Se nos obligará de ahora en adelante a vivir en la contradicción: seremos “Homo faber” a lo largo del día y “Homo ludens” a lo ancho de la noche. Me gustaría hablar más contigo de estas cosas. Se conoce que te has enterrado en vida, has permanecido demasiado tiempo allá abajo. Ahora tienes que despertar. Y te darás cuenta enseguida, a juzgar por lo que me has narrado, del insignificante problemita personal que te aqueja. Si te envuelves en problemas verdaderos, se te acaba el cuento. -- “Lá bas” decimos que pimienta en los ojos de los otros es colirio. -- Puede que lo sea. La comunicación es algo muy complicado. Si hubiéses estudiado a Lacan, comprenderías lo que te quiero decir. Mira; hemos estado hablando sin enterarnos de lo que, en realidad, queremos decirnos. Somos psíquicamente sordos. !Ah, Rafael... lo imaginario! ... !Lo imaginario “c’est l’important”! Lo imaginario es una rosa con aroma y espinas. Te lo diré con pocas palabras: Tu inconsciente, esto es, el Sujeto del deseo, dirige un mensaje a mi conciencia, es decir, a mi “yo”. En seguida, mi “yo consciente” devuelve la secuencia del mensaje a tu conciencia, la cual, después de evaluar su contenido, dirige otro mensaje a mi Inconsciente, que, a su vez lo encamina al tuyo. ?Entiendes? ... !Líneas cruzadas! !Simples líneas cruzadas! Hay una relación imaginaria de conciencia a conciencia y otra inconsciente de deseo a deseo. Nos comunicamos simultaneamente en dos plantas. Tú subes por un lado
las escaleras y yo las bajo por otro. Queremos claridad al comunicarmos y tenemos que contentarnos con sombras. -- !Total ... Que hay que irse a Francia a estudiar!... -- !Tú verás! ... Hay que irse a Francia a estudiar para conocer la verdad, o hay que volver a Brasil a luchar, para conquistar la libertad. -- Creí que las dos fulanas estaban dentro de nosotros... -- !Rafael! ... !Eso son cosas de Agustín Aureliano, el Santo! Hablaron después del tremendo retraso cultural de España... Del movimiento guerrillero en Brasil, de la herencia de Ché Guevara. Manolo dio a Rafael Belén su dirección en París y se despidieron con un abrazo. Aguilar, súbdito de la emoción real, se fue por la calle Alfonso XIII hacia el Círculo de la Amistad, y Manolo, el renegado del sol azul, se perdió por la plaza de José Antonio. Rafael registró “ipso facto” en su memoria el dobre canal de la comunicación, recibió la lección del día y se llevó el deber hacia casa. Pero el señor Aguilar había prometido asistir a la clausura del cursillo número 287 de Córdoba. Se dirigió al local no muy seguro de su misión y murmurando entre dientes no sé qué dicharachos. Vigara lo había sacudido y, al mismo tiempo, lo había puesto a cavilar. Mientras caminaba, daba palos a la reverenda Iglesia española, arremetía contra los cristianos de salón y guante blanco, criticaba acerbamente a los católicos burgueses, los tesoreros del capital. Y se convencía: -- La socialización es el único camino hacia el futuro. Recordó la recomendación de su amigo: -- ?Irme a Cuba? ... !Me lo dijo con desprecio y mala leche! ... Es una prueba demasiado dura para mí, aunque tal vez fuese la mejor solución... Este tío... Manolo Vigara no debe saber si es hombre o si es mujer. Seguramente carga con un problema existencial.
!Me voy a Cuba
cuando las ranas críen pelos en la panza! Se presentó en la clausura y lo sacaron a barrer a la hora de los testimonios. Se expresó como un visitante extranjero: -- La barca de Pedro cruzó los mares y llegó al Brasil, la mayor nación católica del mundo. Algo se pesca por allí todavía. Hoy se clausura también en una ciudad cercana a Rio de Janeiro, en Vassouras, el primer cursillo de cristiandad en aquella localidad. Yo tendría que estar ahora allí, en aquel lugar. Sin embargo, el Señor ha querido que esté aquí con vosotros.
!Anímense!... Mañana empieza el cuarto día. Repitamos lo vivido por los discípulos de Emaús: !Cómo ardía nuestro corazón de gozo cuando caminábamos con El Señor por el camino! ... !Hasta mañana en la Comunión!... !De Colores! “De colores” era la canción oficial de los cursillos, aunque en Córdoba, tierra de guerrera gente y del saber clara fuente, no se permitía ese madrigal infantil. Pocos indiano,
recordaron al
menos aun lo reconocieron, algunos lo saludaron, nadie salió del local en su
compañía. Casi todos eran cursillistas de las últimas hornadas. Por la Puerta del Rincón y por la calle Carnicerias, más sólo que la una y contando las estrellas bajas del infinito, se dirigió a la pensión con el pensamiento puesto en la clausura: -- Aquí, del cursillo se conserva poco. Solamente ha quedado el espectáculo folclórico y el placer morboso de ver al amigo libertino caer de rodillas en el altar. ... !Cómo puedo estar tan lejos de la actualidad? ... Manolo Vigara me ha enseñado en pocos minutos lo que yo no he sabido captar en diez años. !Tiene razón! Los comunistas tienen contenido; los cristianos somos un rótulo estampado en el exterior de una botella vacía. Nuestra creencia la llevamos como se pasea un adherente sobre una camiseta. Como decía aquel sabio hindú al sacar una piedra de un estanque, enseñándosela a sus discípulos: “Esta piedra está mojada por todas partes, menos por dentro. Lo mismo les sucede a los cristianos”. Una especie de profecía. Porque cuando el siglo y el milenio acaba sólo lucimos adherencias. Nuestro pensamiento instrumental se fefleja en las superficies publicitarias. Aguilar, más observador y menos participante, se apercibió de lo sucedido en la clausura: los dirigentes explotaron de forma perversa, la modestia, la ignorancia y el bolsillo de la nueva promoción de cursillistas; casi todos “boñigones” adinerados de los pueblos. De forma imperativa, exigían a los novatos llevar una vida de santidad que la mayoría de los dirigentes desconocía por principio. ?Dónde se habían metido los cursillistas de su época? Había visto a poquísimos en el recinto. Reconoció enseguida no ser aquello ya, como antes, una asamblea de cristianos. El Domingo, día 3, se despertó con una idea fija: salir de Córdoba. Refugiarse en el campo, volver a la naturaleza. Tenía necesidad de reflexionar, de medir posibilidades, de evitar precipitaciones y cometer otros errores. Habló con un tal Maximiliano Lopera, encargado de la pensión, quien le recomendó hospedarse en el pueblo de Villaharta, o mejor, en el manantial
de Fuenteagria, enclavado más allá del Cerro Muriano y en plena sierra cordobesa. Aguilar ajustó las cosas para poder salir hacia allá dos días después. Volvió a Lista y recogió un telegrama de Ernesto, por cuyo vehículo le anunciaba una especie de informe detallado sobre su situación. No le quedaba más remedio, pues, sino pasear el fardo corporal por Córdoba hasta la llegada de noticias. Deambulando por las calles de los barrios, tropezando a cada paso con el pasado, se evadió de aquel espacio incómodo, lleno de revueltas, para trasladarse a Copacabana con la imaginación: -- !Mira que... paseando sin rumbo por esta mierda asquerosa, estrecha, polvorienta, insoportable y llena de coches, cuando podía estar con Guaracyara a la orilla del mar, mirando a la Cruz del Sur!... Al caminar como un viejo, arrastrando los pies por los Jardines de la Victoria, recordó la triste frase insertada en un artículo titulado “El origen deportivo del Estado”, de Ortega y Gasset, quien, por cierto, pasaba las vacaciones con su familia en una finca cordobesa: “Es Córdoba una de las ciudades del mundo cuyo subsuelo es historicamente más rico. Bajo la humilde y quieta población actual descansan los restos de seis civilizaciones: romana, gótica, árabe, hebrea y española clásica y romántica. Cada una de ellas se puede resumir en un nombre máximo: Séneca, Álvaro, Averroes, Maimónides, Góngora y el Duque de Rivas; !qué espléndido enjambre de incitaciones punzantes como espuelas o como abejas! Todo ese enorme tesoro de vitalidad ejemplar yace sepulto bajo la inercia instalada en la superficie. Diríase que Córdoba es un rosal que tiene al viento la sórdida raiz y da sus rosas bajo la tierra”. Aprovecho y salgo al comentario: Yo soy testigo de esa certera aseveración, si no para el turista, sí para el viajero atento y conocedor de la historia cordobesa; eso es lo que pasa y, a esta hora, eso es lo que hay. Con la democracia, afortunadamente, se han blanqueado las paredes, limpiado telarañas y lavado los suelos eternos. Góngora terminaba un soneto llamando a Córdoba: “!Oh flor de España!” Cansado de darle a los pies, el turista se sentó un rato en un banco de hierro de los Jardines del Duque de Rivas. Los cuadros del vergel estaban despellejados y sin plantas; las palmeras, viejas y estériles, inclinaban el cuerpo desganado; un par de palomos callejeros buscaban inutilmente entre los chinos una triste paja que llevarse al pico... La estatua impertérrita del vate, duque de Baquedano, miraba insistentemente al desterrado, al sueño del
proscrito, a quien unicamente podía recordarle la fuerza del sino. Aguilar, al escuchar el mensaje del hombre de bronce, se levantó del banco exclamando: -- !Misericordia, Señor! !Misericordia! En la mente de este ser perdido en un entorno familiar, podía leerse el último parte: -- Tengo que salir de Córdoba cuando llegue la carta de Ernesto! ... !Tengo que escaparme de esta sartén! ... !Tengo que abandonar estas murallas! Sí, claro, pero, ?dónde está la salida? ... ?Por qué puerta habría de escaparse? Podía escoger a voluntad: por la Puerta de Sevilla, por la Puerta del Puente, Puerta de Almodóvar, Puerta de Hierro, Puerta de Gallegos, Puerta de Alcolea, Puerta Nueva... !Niño, no quiés má! ... !Chiquillo que ricos están! ...!Coño!, ?quien es capaz de comerse un pestiño en verano?... En realidad, ninguna de esas puertas le servía para huir de sí mismo. La cabeza y el corazón se abren por dentro. La persona se desarticula cuando no tiene rumbo. El rumbo es el temperamento del entendimiento, el carácter de la voluntad, la personalidad de la libertad. Al que aguarda le sobreviene lo que aguarda, pero a quien espera le sucede lo inesperado. Sin rumbo no puede haber proyecto ni sirve para nada ponerle puertas al campo de Marte. Cruzó la carretera junto a los viejos pabellones militares y, en los Jardines Bajos, cuyo nombre verdadero era de la Agricultura, a la sombra de un ginkgo biloba o árbol de los escudos, oriundo de China, se hartó de higos chumbos, descascarados con precisión por la navaja certera del humilde vendedor arrodillado, familiarizado con las espinillas, quien gentilmente ofrecía el fruto manos en alto, en su jugo, como una dádiva carnal. Se paseó después por una acotada redonda limitada con bancos de azulejos dándole la vuelta a una caseta, antaño conocida como Biblioteca Séneca, abierta de higos a brevas. En ese angosto recinto, callado y ruinoso, refugio de gorriones e insectos, Rafael Belén recordó una frase proferida por otro Rafael más importante: Hebras de Aurora, abogado del Estado, a quien le cabría el honor de enterrar al Generalísimo, firmando el cheque por los gastos del funeral, en calidad de Ministro de Hacienda. Este hombre, también profesor de cursillos, dijo en un rollo: --Todos los cordobeses nos sentimos senequistas. Y nos pasamos el día en la taberna, doblándonos sobre el mármol y recitando sentencias del filósofo romano. Repetimos lo que él decía porque no tenemos el valor de vivir como él vivía.
Mirando a la carrocería carcomida de aquella recoleta biblioteca, el errante también echó mano de Séneca: --Te mando que no seas desgraciado antes de tiempo ... Nacemos para una milicia en la que no hay licencias ... Hay quien existe después de muerto y hay quien muere antes de existir ... ?Temes morir? Pero, ?por acaso vives? Hablando de Séneca... una profecía del filósofo cordobés sobre el descubrimiento de América podemos encontrarla en su tragedia “Medea”: En edades tardías venir han unos siglos en que el Océano relajará las cadenas del mundo y se abrirá una tierra inmensa; Tetis revelará un nuevo mundo y Tule ya no será la postrera de las tierras. Y una curiosidad interesante la localizamos en la Biblia: el único español citado en el libro de los libros, a quien Suetonio calificaba de orador excepcional, era hermano de Séneca. Aguilar, sin un deber por hacer, pensaba en el pensador cordobés. La vida es muy amable cuando se tiene un quehacer. Trabaja el pobre por un pedazo de pan y el rico por un lingote de oro o por conservar su patrimonio. Nos quejamos de la labor sin saber que fuera de esa iglesia no hay salvación ni vida posible. Porque la vida temporal es insoportable, sobre todo, cuando no tenemos nada que hacer. Si no hay nada que hacer, estamos embarcados en la fatalidad. Aguilar estaba acostumbrado a vivir ocupado y, por eso mismo, despreocupado: la Embajada, los estudios, las clases, los cursillos, los encuentros con amigos, los mil compromisos... Toda esta ocupación, obligada o lúdica, se fue a pique. Ahora flotaba malamente, zozobrando en un mar de perturbaciones tormentosas. Por detrás le embestía la amenaza ultramarina, por delante le enseñaba las uñas el mañana incierto. Volvió sobre sus pasos, dándole la vuelta al ruedo ajardinado en un arrastre verdaderamente lamentable, muerto y mirando hacia su sepulcro interior. Poco antes había disparado sus ojos al dinero, al placer, al consumo, al culo de la mujer, al deseo desorbitado, a las pantallas de la moderna caverna, pues, al fin y al cabo, era hijo de la época. Sí, tambien miraba de vez en cuando a las barbas del cielo, aunque en edición extraordinaria... A un cielo sin Dios, a un Dios sin cielo. Se detuvo como un alma en pena delante del estanque de los patos, vio a los niños echándole de comer a los animales y recordó su infancia. Cuando pequeño solía venir aquí con sus padres algunas tardes, a disfrutar contemplando a los palmípedos en el agua y correr atrás de las blancas palomas; cuando creció, buscaba con su novia de turno este oscuro y abandonado lugar durante la
noche con el inocente propósito de acariciarse al amparo de un árbol, lejos del mundanal comentario. Ahora estaba aquí como un caballero de piedra, semejante a la figura de la cercana estatua dedicada a Julio Romero de Torres. Con los palos del sombrajo caídos, se fue por la Avenida del Generalísimo, antes dedicada al liberal Canalejas y ahora denominada Ronda de los Tejares. Al pasar por la puerta de Rodriguez Hermanos, evocó su infancia otra vez. A cada mes solía venir a estos almacenes con su madre, empuñando un cántaro de hojalata para comprar media arroba de aceite. Allí, un poco más delante, estaba el coso taurino, al que le daría la puntilla la inmisericorde civilización para dar paso a las Galerías franquistas, más tarde arruinadas por la monarquía constitucional y la competencia, desapareciendo en toda España, para dar paso a la expansión de El Corte. Pisó primero la consoladora “Sombra”, luego atravesó la codiciada “Puerta Grande”, aunque no en hombros, y finalmente dejó atrás el “Sol” inclemente. Aquel espacio, tan alegre, vivo y perfumado otrora, estaba ahora en ruínas y oliendo a perros muertos. A la cuidada calva del ruedo le salieron pelos verdes y jaramagos fatales. Cruzó la avenida, recordó el Café Chastang de los años treinta y se fue por el Gran Capitán. Años antes, en el 66, por aquí anduvo, alojado en el Hotel Simón, hospedaje de forasteros de buenas alforjas, aunque la mesa siempre fue mejor que la cama. Le pasaba lo contrario que a su rival, el clásico Hotel Regina. Cosas de otros tiempos y de las que entendía bastante el padre de Aguilar. Pasó por San Hipólito, cuando se incriminó por no haber oído misa. Bueno; valía la del sábado en la clausura del cursillo... Miró a las paredes del famoso y viejo Gran Teatro, entonces estirando la pata... Dejó atrás la iglesia de San Nicolás, dotada de fálica torre exagonal y cortos interiores, siguió por la calle de San Felipe, de infeliz memoria... En esta calle le cayó una bomba encima al niño Rafaelín durante la guerra; en una casa situada a la espalda de la parroquia, junto a un pequeño jardín. Al ver tan fatídico lugar revivió la explosión en sus adentros. Gases venenosos lo abrumaban. Unos pasos más y aprovechó la ocasión para proyectarse la película de lo ocurrido a sus cuatro añitos de edad. Don Rafael Mir de las Heras, abogado, despedía a una visita en la puerta de su casa. Mientras tanto, Rafalín, pequeñín, travieso y regordete, se entretenía en pasar su pulgarcito izquierdo por el gozne de la cancela. El letrado, pensando tal vez en el inminente nec-otium, no vió al nene urgar, se deshizo de la visita, tal vez inoportuna, y dio un cancelazo tan violento, que la yema del pulgar se quedó dentro de los hierros, completamente aplastada.
Como, por suerte, la Casa de Socorro estaba cerca, le cosieron el dedito y el pobre pequeñuelo hubo de padecer lo suyo por algún tiempo con las curas practicadas por don Enrique Villegas, un médico aristocrático, vecino del causídico machucador. !Vaya una calle!...
Después
desembocó en la plaza de Ramón y Cajal. Ni siquiera quiso mirar a la su casa. Pasó de largo, atravesó la fachada principal del Gobierno Militar, entró en la calle Pérez de Castro y dirigió los ojos a la derecha, donde había estado instalado el antiguo “Picadero”. Aquí, en una especie de corral abandonado, se daban todos los domingos por la tarde combates de boxeo. El más popular de todos los boxeadores era un tal “Sardinilla”, peso pluma o de la categoría de los mosca, quien, indefectiblemente, quedaba fuera de combate en el primer asalto. La gente menuda lo sabía y se divertía. No hay cosa peor que quedarse fuera del combate... Después, vendrían más recuerdos: La Fonda de El Romeral, de mala fama y peor vivir, refugio de pecadores; en realidad, ese humo podrido salía de una tapadera. La verdad era otra, más política que indecente.
Observó el viejo portal inmundo de un zapatero picaresco, con
defectuoso gaznate, excelente versador con criadas y doncellas; el Horno de Salmoral, hacedor del pestoso pan de salvado en la guerra... Evocaciones locales de un insignificante testigo del planeta; pero, como ya sabemos, a cada uno nos resulta tan central como importante la propia experiencia vivida. Si pudiésemos despegarnos de los problemas que nos acucian, se haría realidad el conocido e inútil proverbio capilar: de aquí a cien años todos calvos. Estaba llegando nuestro amigo a la pensión, aunque antes de recogerse habría de comer algo: platos combinados en un bar de por allí cerca: salmorejo, ensalada del tiempo, vino tinto con sifón, bien frío; a esto lo llamaban un “vargas”, naranja y café. Se fue a descansar con los pies sacrificados. Su habitación, situada en el rincón de un patio interior rodeando una fuente de mármol y con las paredes alicatadas de arabescos, le permitía correr la cortina y dejar la puerta abierta, facilitando la entrada de aire fresco, el rumor del agua derramada en el pilón y algún buen pensamiento inspirador con olores de rosas y claveles. Dormía la siesta como debe practicarse, si se quiere mejorar el “metabolismo”: brazos y piernas ligeramente separados, decúbito supino, respiración diafragmática, almohadas y segundos fuera... hasta zambullir la conciencia en el espacio onírico. Los domingos cordobeses ya no eran como los de antiguamente. Antes, en el verano, se paseaba la gente joven al anochecer por los Jardines de la Victoria, de un extremo a otro, en
grupos, por parejas, mastigando “chochos”, mondando “pipas” o entreteniéndose con “garbanzos tostados”, cuya vendedora mayoral, la más popular de Córdoba en este corto siglo XX,
era una señora, la Rosario, rechoncha y redonda, de ajustado refajo, bata blanca
almidonada y delantal del mismo color, bien puesta, cincuentona, morena tostada, melenudo moño canoso adornado con corona de jazmines, ojos vivarachos de disparo azul, orificios respiratorios porcinos, dientes sobresalientes, más limpia que un palmito y un pregón tan enérgico que se oía venir a lo lejos y retumbaba en el aire. Vendedora exclusiva en los tendidos de la plaza de toros, canasto repleto de chocherías al brazo, con varias medidas en los departamentos de los granos para el precio: -- !!Arbellanas cordobesas, hay salaillos, arcachufas!! ... Bueno, como decía, la gente se pasaba las horas muertas dando vueltas paseo arriba y abajo. Hasta que, llegada la hora, se aglomeraban alrededor del kiosko de la Banda Municipal de música, dirigida por el demagógico maestro granadino don Dámaso Torres, quien, por cierto, sabía organizar buenos programas de música erudita. Aguilar no dejaba de pensar en el ayer hasta recibir los tres avisos de la conciencia, devolviendo al corral de la memoria sus recuerdos para habérselas con el mañana. Mala cosa, el mañana. El cordobés no sabía hacia donde dirigir sus pies ni en qué almohada reclinar la cabeza. Un latigazo seco rasgaba la tarde bochornosa como un castigo islámico. Una vez echada a perder la hora peor, Aguilar solía leer algo en el patio de la pensión, inclinando el respaldo de la silla de anea sobre la pared y dejando un par de patas al aire y sus piernas sobre los palillos, postura muy al uso en Andalucía, aunque con riesgo de romperse la crisma. Al presentarse el crepúsculo dominguero, cuando el buho se divierte entre sombras, dejó la pensión y se fue por la umbría calle Eduardo Dato, donde todavía vivía su antiguo compañero de cursillos, Rafael Sarazá. Pasó por la casa y observó la placa de “abogado”, dando a entender al transeunte que allí se trataban pleitos. Estas placas indicadoras de médicos, causídicos, arquitectos y agentes comerciales, tan divinamente provincianas, fueron barridas por la cruel tecnología. Antes de saber adónde iba, ya estaba puesto el tío en la Judería, es decir, en la Puerta de Almodóvar. Cerró los ojos y escogió al azar una calleja. Entró en la estrecha y sombría calle de los Judíos, limpia vena orgánica del distrito, aunque llena de achaques espirituales, remiendos interiores y algunas zangolotinadas, resonando a
veces, si se presta atención, los cantos de la salmodia del tiempo vivo resbalando por las encaladas paredes. Bajando por la calleja se comprende mejor la ruptura testamentaria: en el Antiguo reina la vivencia de justicia, en el Nuevo se comparte la creencia en el amor. Antes, la sanción de la realidad humana; después, la inclinación de la verdad divina. Ahora mismo, ya lo sabemos, las realidades son virtuales y las verdades sonoramente rituales y artificiales. En la primera casita de esta calle había nacido don Antonio Jaen Morente, “hijo maldito de Córdoba”, según el veredicto del benedicto régimen de Franco, un hombre muerto en su exilio de Costa Rica, en 1964, y a quien, posteriormente, el Ayuntamiento lo proclamaría “Hijo Predilecto de la ciudad”. Cada casa de esta vía estrecha guardaba una mención y un secreto: a los pocos pasos de haber pisado la calle, en un caserón encorvado por la vejez, de portal misterioso y celajes estratégicos había vivido “La Sevillana”, un amor adolescente del cordobés disputado a puñetazo limpio contra un contrincante vecino de la macarena. Un poco más allá, resguardada de la curiosidad, se encontraba la Bodega Guzmán, conservadora celosa de excelentes caldos montillanos. Siguió adelante y al mirar por una calleja afluente, a la izquierda, recordó la muerte de su madre, por allí mismo, en el Hospital de Agudos. Luego llegó a la Sinagoga, en su tiempo antiguo, vero edificio principal y en ese momento un
triste semblante turístico. En ese
momento tropezó en pensamientos con su amigo de armas, el rabino-zapatero, capaz de circuncidar con la cuchilla y la lezna a su sinónimo, el regordete marranete, hoy sentado en el trono de una fábrica de hacer billetes: -- ?Por qué no quiso reconocerme ese butifarra? ... Estoy casi seguro de que no me va a buscar ningún empleo. !Éramos tan amigos!.... !Yo debería conservar una de las cartas que me mandó! ... Aunque recuerdo perfectamente su letra y su firma en hebraico... Dejó atrás el Zoco, adaptado a la artesanía local y abierto a la visita de turistas, el Museo Taurino, antigua Casa de las Bulas, enorme vivienda de vecinos, de retrete y cocina comunitarios, donde vivió en años de posguerra su tía Estrella. En compañía de sus primos, en este preciso lugar, entre vigas de madera, patios con recios árboles, corredores siniestros y muros resistentes, escuchó por radio, en 1950, el partido de fútbol entre Brasil y España, en la semifinal de los mundiales, celebrado en el estadio de Maracanã y retransmitido por el aséptico locutor cordobés Matias Prat:
-- ?Quien jugaba por España?... Zarra, el cabeceador; Mariano Martín, el de la rodilla mutilada; Panizo, Matorell... !Una mierda! ... !Nos metieron seis a uno! ... Se aventuró por una callejita húmeda cuya anchura la ocupaban inmensos losetones cuadrangulares separados por piedras, entre las cuales crecían especies de hierbecitas urbanas, cruzó la plazuela de los hospitales y luego llegó a “Casa Pepe” el de la Judería, una de las tabernas más consideradas de Córdoba. Era una buena hora para picar. Entró por el zaguán, recorrió el pasillo y se sentó en el patio, bajo el palio, un toldo protector del verano. Antiguamente venían por aquí los obreros despues de dar de mano a jugar al dominó. Hoy vienen los jóvenes por parejas, funcionarias públicas acomodadas, algunos turistas y cuatro jubilados. Se ha perdido la tertulia pausada pero no el encanto ni la calidad. Apoyó los codos en el velador y pidió un “medio” de vino resfriado. Interrumpo el relato para advertir a los lectores y futuros visitantes: hay que tener sumo cuidado con el vino de Montilla. Ni el aristocrático de “24” ni el proletario de “16”. Números equivalentes a especiales grados alquímicos cordobeses. Aquí los buenos catadores sólo beben vino de “20”, democrático, a palo seco. A palo seco... João Cabral de Mello Neto, célebre poeta mayor brasileño, quien por esta época fue Cónsul en Sevilla, compuso unos versos deliciosos:
A PALO SECO
Se diz a palo seco o cante sem guitarra o canto sem; o cante; o cante sem mas nada; .................................... Que o cante a palo seco sem tempêro ou ajuda tem de abrir o silencio com sua chama nua. .................................... A palo seco é o cante
de caminhar mais lento: por ser a contra-pelo, por ser a contra-vento; .................................... A palo seco cantan a bigorna e o martelo, o ferro sobre a pedra, o ferro contra o ferro; .................................... A palo seco existen situações e objetos: Graciliano Ramos, desenho de arquiteto, as paredes caiadas a elegancia dos pregos a cidade de C ó r d o b a o arame dos insetos. .................................... Eis uns poucos exemplos de ser a palo seco, dos quais se retiram higiene ou conselho: não é de aceitar o seco por resignadamente, mas de empregar o seco porque é mais contundente.
Querido don Manuel: No es por ná, pero según mi modesto entender, sobraban “romana y mora”... y sobraba también “callada”. Si querías colocar una coletilla para privilegiar a Sevilla,
deberías de haber puesto: “Córdoba, a palo seco”. Sin más eco. Firmado agachado, Machado. Tuvo que corregirte un paisano mío, brasileño y enamorao de Sevilla. !Perdona, hijo! Aguilar se metió dos “medios” , y enseguida navegaron por el estrecho del estómago, enviando por su circuito gástrico incesantes mensajes de contenido destemplado a la cabeza. Mala estaba la cosa. Para suavizar: una caña de cerveza y el incompareble pescaíto frito. Se le desataron los nervios, arañó el mármol, pagó la cuenta, se levantó sin digerir el alimento y salió del local. Subió por la calle Deanes. La campana relojera de la torre de la mezquita catedral daba la hora a martillazos. En la última casa de esa farolera vía, a la izquierda, se detuvo su cuerpo vacilante llamado por un patio cargado de encantos, un derroche de gracia y elegancia. Lo contemplaba desde el exterior, al través de la trabajada reja de una cancela: le entraba por la sensibilidad una gratificación estética desbordante, y nunca mejor dicho, tan impresionista, que allí podían morar, entre cobres, macetas, cornucopias, lámparas, murmullos acuáticos y moros guardianes, la perfección encarnada, la platónica idea de bien, el arca de la alianza, el santo Grial, la gitana santa de Mondragón, el poderoso anillo de Gyges, la controversia oracular entre Jerusalém y Bagdad... porque, al comprender y conocerse por la inteligencia tal altar de tan divagadas prendas, la voluntad se apasiona perdidamente por su posesión: un coro canoro de plantas y flores rodeando a la señora emperaora, una fuente derramándose en música de plata embrujada... Azulejos dibujados por el alma sobria de Pablo de Céspedes, mármoles veteados de la quintaesencia telúrica y, entre los visillos del agua, el duende del califa jugando con el espectro del Dios cristiano. Brotaban silencios a gritos por el perfume de sus majestades la rosa y el clavel, alternando con el aroma arisco y presumido de sus súbditos, el nardo y el jazmín. Nunca se escuchó mejor el sigilo pleno que en aquel patio solitario, envuelto en el misterio elocuente y seco de Córdoba. Ese minuto teórico de sabor espiritual rascó las cuerdas de la guitarra anímica de Rafael Belén y templó su eterno corazón alocado. Menos mal. Subió por el Buen Pastor, pasó por el Asilo en cuyo recinto dejaría de existir su padre diez años más tarde; gateó por la siempre lúgubre y desierta cuesta de Leiva Aguilar y desembocó en la noble calle Barroso, cuando, allí llegando, lo esperaba un premio; la “Casa de Adriano”, un bodegón congregante de borrachos de toda especie, gente de la peor calaña, algunos honrados empleados y no pocos transeuntes incontinentes. Se comentaba con desprecio que, en cierta ocasión, se le franqueó la puerta a una mujer; !pecado mayor en la
Córdoba de los cuarenta! Aguilar abrió el portón sin titubear y se coló. Pidió en el maderamen del mostrador un “medio” de “20”, esperando recibir, con gran sacrificio de su parte, un vaso de vino avinagrado. Se equivocó. ?Cómo se bebe el vino? De muchas maneras, pero, en “Casa de Adriano” existía un rito. El tabernero llenaba el vaso hasta el borde directamente del barril y lo dejaba caer sonoramente sobre el mostrador de vieja y sólida madera sin derramar una gota. Buen cristal, reforzado y adornado en la base. El cliente miraba a prudente distancia y devota atención al “medio”, observaba y estudiaba su transparencia dorada, le daba coba al vaso durante cinco minutos, sin tocarlo, entretenido en recorrer con sus faroles los carteles de toros rociados por las paredes, en hablar del tiempo con la tertulia, en frotarse aceleradamente las manos hasta... por fin, cumplido el tiempo de parasceve, con el pulso firme de la diestra, alcanzaba el “medio”, lo elevaba ligeramente como si fuera el cáliz del tabernáculo, se lo acercaba a los labios, olfateaba su aroma y le daba un corte minúsculo, un sorbito, antes de depositarlo de nuevo en el mostrador. El cliente se volvía de espaldas, soplaba después del paladeo, magreaba los labios, sacaba del bolsillo la petaca, volcaba un poco de tabaco en la mano izquierda, lo apretaba mientras guardaba el envoltorio y extraía del librito un papel de fumar. Cataba los nudos y los tiraba al suelo. Hacía su cigarrillo con parsimonia, pasaba la lengua por la goma y, antes de encenderlo, tomaba el vaso de vino y lo vaciaba por el gaznate de un tirón. Daba un repeluzno, dejaba el importe en el mostrador, se despedía de todos mientras encendía el cigarro diciendo: !Con Dios! ... y a escupir a la calle. Aguilar hizo lo propio, menos el ritual del cigarro, pues en esa época ya venía el veneno preparado en su cajetilla, listo para el consumo. La cabeza, obedeciendo a los giros de una mente espirituosa, ordenó acelerar el paso. Dejó atrás el famoso colegio de Cultura Española, la calle de Sevilla, Conde de Gondomar, Gran Capitán... -- ?Adónde voy?... !Ya sé! ... Y continuó andando. Llegó hasta el Teatro Duque de Rivas y entró en el cine. Un cine de verano, a la intemperie. Ponían una película española antigua: “El clavo”, con Amparito Rivelles y Rafael Durán. Precedida del inevitable “NO-DO”. Dosis dupla de sopor. Aguilar, sentado en una silla de palo con otra por delante como soporte, echó el respaldo hacia atrás, apoyó los pies en el estribo, reclinó la cabeza sobre los brazos y se quedó dormido. Despertó cuando, en
la película, alguien le preguntaba al juez, cuya curiosidad profesional terminó condenando a muerte a su amada: -- ?Se salvará? Y el juez respondió, después del apelo: -- !La vida, por lo menos! Se encendieron las luces, sonó la música de despedida, un cuplé de Concha Piquer, y cada quisque a su casa. Pero Aguilar estaba en su tierra y, por no tener, no tenía raíces, ni cimientos ni casa. Ni pies ni cabeza. !Qué tristeza! A la pensión. A rezar las oraciones de la noche y a revolcarse en la cama hasta el alba. Terminaba una semana, otra empezaba. Sin intervalos. !Hay que joderse! El transeunte decidió visitar a su abuela, a quien llamaba de Mamá Isabel, en la Ciudad Jardín, lugar en el que se acababa Córdoba en los años cuarenta. Ni antes, cuando había unicamente corrales, ni ahora, cuando sólo hay bares y apretadas viviendas, se ha visto una mala maceta pública por este pétreo barrio. Rafael Belén solía venir en su niñez por estas bandas con un saco, saltaba los alambrados y se metía en un campo de amapolas con el noble fin de recoger forraje para sus conejos, multiplicándose en la azotea de su casa. Un besito a la abuelita y otros cuantos a sus tías. Oyó en silencio, sin rechistar, las quejas respecto a su padre, dejó un humilde regalito, se despidió cuanto antes y se sintió más a gusto en la calle. Acto seguido se fue nadando con los pinreles a la Avenida de Vallellano, arremetió por delante del Cementerio de la Salud, cruzó el puente nuevo sobre el rio Guadalquivir y se encaminó hacia la casa de su tía Estrella, quien ocupaba una vivienda en el Campo de la Verdad, una barriada honrada cuyas casas eran todas de mentirijillas. Un obispo dominico, más predicador que hacedor, Fray Albino, las mandó construir con donativos; piedra de la sierra, arena del río, carbonilla donada por la Renfe y cal de los alrededores. Menos mal. Dígase en su descargo que ese proyecto humanitario llamado de la Sagrada Familia, empleó en la tarea a más de mil parados y sacó de las inmundas chabolas a centenares de familias. Justicia social, sí señor. Con la familia de su madre se sentía Merinas un poco mejor, aunque sabía que su fama de “lioso” corría de boca en boca entre sus parientes con grave perjuicio para su idiosincracia. Le dijo a su tía y a sus primos estar en Córdoba de paso y les prometió alargarse a Almodóvar del Río antes de irse. Un cafelito en familia, ?cuando te vas?, y “me alegro de veros buenos”. A la calle. Aguilar, no hace
falta insistir, formaba parte de una familia decadente por partida doble. Desde allí, directamente y sin parar, a la Iglesia del Juramento, según se mire, en el “quinto coño” de la villa. Pasó por la Calahorra, más tarde embalsamada y convertida en museo interactivo por el comunista cristiano Roger Garaudy, cruzó el puente romano y, hacia la mitad, a la altura del ojo principal, brindó su suerte a la estatua de San Rafael, el permanente guardián. Ya lo había saludado antes, a la entrada del Puente Nuevo, y lo volvería a contemplar después, junto a la Puerta del Puente, colocado en la cúspide de un aparatoso monumento. Había otra estatua en lo alto de la torre de la catedral, y otras en la plaza de la Compañía, en la plaza del Potro, en la Plaza de Aguayos, en la plaza del Ángel, en la plaza de la Inquisición, en el Campo de San Antón, en la fachada de la iglesia de Capuchinas... !Niño...no quies má? Por algo será. Por algo será el haber tantos triunfos de San Rafael en Córdoba: -- !Éste! ... !Éste, el Arcángel, va a ser quien me va a sacar a mí del fregao! ... !Sólo puedo confiar en San Rafael! La Ribera estaba desierta. De vez en cuando se cruzaba con algunos camiones siguiendo su ruta por la carretera general de Madrid-Sevilla. A un lado los barandales, al otro las casitas blanqueadas, abajo el río manso, arriba la luz, detrás los puentes y al frente la cruz de los caminos.
Los pies del andante pisaban gruesas losetas. Pío Baroja, en su Feria de los
discretos, se refiere a este tramo con estas palabras: En la Ribera, algunos vagabundos y gitanos tomaban el sol ... Chiquillos de piel morena correteaban con las piernas al aire, cubiertos únicamente con una camisilla corta; viejas negruzcas salían a las ventanas y a las rejas... ?Qué rejas son esas?... Para un vasco humedecido y entalegado entre la boina y los calzoncillos largos, el espectáculo del mediodía cordobés, debió ser motivo de un asombro alucinante. De la misma forma, quizá un cordobés idiota en Santurce se hubiese puesto las botas enterrando a las sardinas. Aguilar, aguantando el chaparrón de sol, jugueteaba con las hojas de los árboles que se alzaban desde el río y sobrepasaban los barandales. Se detuvo para secarse el sudor. Los pilares del puente agredían a las aguas tranquilas, obligándolas a dividir su comunidad material. Aguas bajas y sucias, como conviene al progreso, arrastrando las basuras volcadas en el cauce. Junto a la otra margen, las casitas albas de Fray Albino, resistiendo estoicamente, entre grietas, a la canícula. Llegó a la Cruz del Rastro y desconectó para ligarse a los recuerdos. El pobre no tenía otro remedio. Era necesario evadirse del
presente ingrato, apagar el enigmático futuro y mantenerse reviviendo el pasado. Por quí, es decir, un poco más allá, se bañaba en su adolescencia. Bajaba por las escalerillas, le pagaba una perragorda al barquero, “Maero” de nombre, o, talvez un real, sin corona, con el haz de flechas estampado; pasaba al otro lado, dejaba la ropa en una caseta y se zambullía en el agua acolchonada en la base por fango y cieno. Por fortuna, en aquella época miserable o en aquella edad fresca, no hacía mucho efecto el peligro de infecciones. A veces se bañaba un poco más lejos, en el Molino Martos, el más famoso de todos los molinos del Guadalquivir, al cuidado de un viejo molinero y su familia. Un mal recuerdo guardaba Aguilar de aquel molino: un siete, una cicatriz en su mano izquierda, desgarrada al deslizarse por un tobogán que lo dejaba dentro del río. Cuando se acabó el paseo por la Ribera, tocado con un trajecito de mil rayas, el paseante transpiraba a gotas gordas. En el Campo Madre de Dios entró en un bar para refrescarse con un vaso de agua mineral: -- Tengo que llegar a la Iglesia del Juramento... Ofrezco este cansancio al Señor como sacrificio... Él me tiene que sacar de esta incertidumbre... Al pasar por Puerta Nueva, se desvió de su ruta porque decidió hacerle primero una visita a su madre. Hoy, por lo visto, habría de ser un día de visitas y despedidas. Al pasar por el antiguo dispensario recordó a los tuberculosos incurables de los años cuarenta, mirando por la ventana el triste paisaje antes de dejar para siempre el sanatorio: el Cementerio de San Rafael, que, con el de La Salud, compartía los camposantos de la villa. Siguió su camino, entró en un recinto despejado, buscó a su madre por la calle de San Romualdo y se emocionó al dar con su morada: una insignificante bovedilla en la tercera fila del inmueble. Limpia estaba la lápida, bien cuidada, con algunas flores todavía frescas. Después de diez años, su madre continuaba presente para sus parientes y amigos. Le rezó un Padrenuestro. No soportó aquel cuadro por mucho tiempo. No se sentía bien allí. Salió del cementerio, anduvo hasta San Lorenzo, se metió por un manojo de callejas y llegó a la Iglesia del Juramento. La puerta, como de costumbre, continuaba sucia y cerrada. Se coló, como todos, por la casa de la celadora. Pasó al templo y allí estaba su Custodio esperándolo. Este joven apolíneo, Arcángel alado, vestido de romano y mirando a los hijos de Dios, bordón de caminante en mano y rodeado de angelitos juguetones, impone una devoción memorable a los cordobeses. Rafael Belén se arrodilló en la
primera banca, contó sus cuitas al Arcángel, le rezó y se sentó en el banco, como esperando una respuesta. No tardó mucho en llegar: -- Necesitas tiempo para reflexionar. Retírate al desierto. Yo estaré contigo. Aguilar salió de la iglesia como si le hubiesen cambiado el aceite a su aparato locomotor; y si no fuera irreverente diría que, por su agilidad, parecía haberse impregnado el culo con una guindilla picante. Estaba decidido a salir de Córdoba en el acto: -- Me voy de aquí mañana mismo... !A ver si me llega el relato de Ernesto! ... Se acercaba la hora de comer. Acelerando el paso, remontó por San Andrés, se desvió a Santa Marina... !Que belleza!... Con la conquista de San Fernando se llevó a cabo la organización eclesiástica de la ciudad, sumando catorce feligresías. Cada parroquia le daba nombre al barrio. Salió al Campo de la Merced: -- Voy a comer al restaurant de Paco Cerezo. Llegando alli, se instaló en el comedor, encasquetado ahora al lado de la antigua fábrica de maderas de Pellicer, por haber perdido Cerezo el pleito con Benjamín Barrionuevo, el ferretero judaizante, dueño de su antiguo local ubicado al otro extremo del mismo Campo. Traslado que ocasionaría al tabernero la pérdida de un famoso terreno vinícola pisado por toreros del calibre de Manolete. Cuando se cambia el terreno, mala está la cosa, nunca será como antes. Consultó la comanda. La comida brasileira, si se me permite la intromisión, es verdad, no tiene un color definido, porque se suelen forzar las mezclas de los elementos: carnes secas en su jugo, langostinos impregnados en aceite de dendé, churrasco bautizado en salitre, pollo en salsa parda y como complemento básico fríjoles y arroz; para el pueblo llano, sin embargo, estos últimos granos representaban el único alimento sustantivo posible. En España es diferente. La comida española reúne la más pura claridad cromática; es la más olorosa, sabrosa e indigesta del mundo. Alimentos con los colores de la bandera española. La elegida por Aguilar es la consecuencia natural de una íntima amistad: tapa de callos, gazpacho de almendras, ensalada de tomate y lechuga, tortilla de chorizo y boquerones fritos. Pan y refresco de limón. De postre: helado de mantecado y café... !Hay, que lindos colores; tintes Gevis son los mejores! A dormir la siesta, pues luego es tarde. Por el trayecto, se atrevió a enfrentarse con el futuro:
-- Si mis amigos me dan esperanzas, entonces me paso un mes en París estudiando filosofía o psicología social, para darle tiempo al tiempo, y regreso después... Esta incógnita es insoportable, !coño! ... De una manera o de otra, por las buenas o por las malas, he de resolver este problema antes de que agosto acabe. Y evocó a su paisano Séneca: -- No hay que llorar antes de tiempo. Sí, eso es; a mal tiempo, buena cara. Llegó carleando a la pensión, abrió su habitación, se quitó los zapatos y se echó en la cama con la disposición de un inconsolado, como si en vez de llegar de la mesa regresase de la guerra. Sólo después de haberse revolcado en su drama, se quitó la ropa y se quedó en pelo, tal como acostumbraba trabajar en casa su excelencia el Agregado Naval Guillermo Carrero del Carré, hermano paterno del malogrado Carrero Blanco. Antes de estirarse en la cama ya estaba durmiendo. Hasta las siete. Primero el aire, luego agua fresca del botijo. Atención forasteros; hay que saber empinar el porrón y beber a chorro sin mojarse el pecho. Una ducha fría y otra vez a la calle. Tierra y fuego; Andalucía en el estío. Tenía necesidad de escribir, pero lo haría después, a la hora pastora de apacentar la insonnia. Y a dar vueltas por la Córdoba regada. El vapor subía del suelo y calentaba las nalgas. Las costumbres se perdían. Ya no entoldaban, como antiguamente, toda la calle de Gondomar, la aristocrática vía de los condes gallegos. Sí, el conde de Gondomar; responsable por el corte de la cabellera, perdón, por el corte de la cabeza de Raleigh, el gran enemigo de España. Gallegos hay en todas partes. En la Puerta de Gallegos, recordaba Rafael Belén, se ubicaban los mozos de cuerda; los únicos con fuerza bastante para cargarse baúles y pianos. Con su carrillo de mano y la cuerda alrededor del cuello, para suavizar el peso de las manos, el gallego porteador de generosos bigotes, gorra sebosa, pantalones de pana y fala proveniente de Xerez de la Fontaneira, iba y venia por calles y plazas con los bolsillos llenos de mendrugos y algunos duros de plata guardados con un nudo en el pañuelo impregnado de mocos secos. Pero, amigos míos, cuando el caldo gallego sale bueno... se transforma en conde, en reverendo, en poeta notable, en premio Nobel, en político vibrante y en Generalísimo de los Tres Ejércitos si hace falta. La calle del Conde de Gondomar, a pesar de ser la más famosa de Córdoba, no es nada más que una calle de paso, sobre todo desde que se cerró el Café de la Perla, se perdió el Club Guerrita, desapareció Padilla Crespo y se abolieron algunos toldos en verano. Ni
siquieran se lucen más por ella los vendedores ambulantes de
extravagantes corbatas
paseando sus mostradores desde Las Tendillas al Gran Capitán. No es como la calle Sierpes, donde todavía se puede tomar un dulce en La Campana, un buen café de pie, en “Catunambú”, una tapa sentado,
en la “Casa Calvillo”, y aflojarse el cinturón después de tomarse el
bicarbonato en el Círculo burgués y parasitario de los terratenientes. No es como la calle Larios, en la que charla la gente parada después de haber estado picando en “La Mar Serena” o haberse metido un talegazo de “Málaga” en el bar de la esquina. No es ni siquiera como la calle Columela, que, aunque sombría y con poca gracia, dispone de buenos bares para sentarse al aire libre y liarse de palique con el aliciente de las cañas y el pescao frito. Rafael Belén ingresó aquella tarde en la calle Gondomar y le llovieron los recuerdos como si tuviera necesidad de examinarse de una asignatura pendiente. A la entrada y a la derecha estaba instalado el Club Guerrita: -- Me parece estar viendo al Guerra sentado en el sillón principal, luciendo el sombrero, bajo la cabeza de un toro, fumándose un puro y con aquel bulto en la garganta... Se contaban anécdotas muy graciosas del Guerra, un torero más bruto que un arado, aunque con una inteligencia larga y cambiada. Una vez, con ocasión de una visita del Rey Alfonso XIII a Córdoba, durante una reunión de notables, de la que hacía parte el torero, alguien le dijo: -- !Venga Rafael, Rafael! ... !Ven enseguida, que ya está ahí el Rey! A lo que habría respondido El Guerra: -- !Pué dile ar Rey que aquí estoy yo! Una vez, en su niñez, le oyó decir Aguilar al torero, dirigiéndose a su chófer: -- !A la jinco el artomobi en la puerta! ... Se comentaba que, cuando el califa operó el quiste en la garganta, llegó al quirófano fumándose un puro. Lo apagó, se tendió, lo operaron, y cuando lo terminaron de coser se levantó como si tal cosa, encendió el medio puro que le quedaba y se fue diciendo: -- !Esta operasione no son mág-que pegoletes! ... Pasó después por la puerta de la Librería Luque, cuyo dueño, un buen hombre con la cabeza sembrada de ideas políticas, fue fusilado en la guerra al lado de su tío Pepe Aguilar, impresor de la papelería de Luque. Pasó deprisa porque le dolía la conciencia, pues aún debía
algunos plazos de una compra hecha antes de irse a Brasil: las obras completas de Ortega y Gasset. ?Cómo no recordar a Padilla Crespo, el sombrerero castizo, autor del famoso slogan: “Producto nacional, jornal para los nuestros” ... ?Qué decir de “Abel”, el mantequero? ... En cada puerta una vuelta al pasado. Al pasar por el Colegio de la Milagrosa quiso entrar en el recinto. El colegio lo catapultó a su infancia: antes y durante la guerra. De repente, se le puso por delante su profesora y maestra; Sor Juaquina, Hermana de la Caridad; con algunos achaques y más mala leche que un sargento de la guardia civil. Regordeta, baja, vieja y fea. Más horrorosa que las jóvenes de Acción Católica, que ya tiene tela. Se afeitaba el bigote y la barbilla, le salían manojos de pelos por las narices, caracoles por los oídos tapados, olores inconfesables desprendidos de sus bajos y refajos y un mal genio de puta madre. Se recreaba dando palmetazos a todos los críos, a todos menos a Juan de Dios Gimena, después médico, a quien sólo le daba bocadillos de jamón. Rafael Belén era una de sus víctimas favoritas en el martirio. Se lo llevaba arrastrando al cuarto de las ratas, lo amenazaba con clavarle en los ojos las tijeras colgadas del hábito, junto a otro colgajo que terminaba en un contundente y peligroso crucifijo. Escondía dentro de su montera blanquísima una trenza de pelo que debía llegarle a los pies. Una vez llamó a la madre de Aguilar para decirle: -- !Su hijo me tiene la sangre podrida! En sus raros momentos de estabilidad emocional, Sor Juaquina distraía a los pequeños con canciones religiosas, juegos de mano e historias piadosas. Aguilar iba agarrado a aquellos tiempos idos e intentó acordarse de una historia contada por la monja, sobrecogedora para la clase entera: Un joven desobedeció a sus padres, salió de casa y se dedicó a llevar una vida de vicios. Desesperado, acabó echándose al campo y se convirtió en un peligroso bandolero. Vivía saqueando, practicando atracos y dando tiros a diestro y siniestro por los cortijos de la sierra de Andalucía. Llegó a ser tristemente célebre en toda la comarca por su ferocidad. La Justicia perseguía a Diego Montes por todas partes. La única cosa buena que practicaba aquel hombre perverso y desgraciado era rezar todas las noches tres Avemarías, siguiendo una costumbre enseñada por su madre.
Un buen día, al subir un cerro, se topó con una joven
campesina muy bella, que lo miró fíjamente a sus ojos. El malhechor quiso seguirla, pero la perdió de vista en seguida entre los matorrales del monte. Desapareció sin dejar huella. El bandolero quedó desconsolado, se sintió sobrecojido, se sentó en un peñasco y, visiblemente
trastornado, se puso a pensar en su vida de pesares. Recordó su niñez, su hogar y los consejos de su santa madre. Sin poderlo evitar, prorrumpió a llorar amargamente. Alucinado como estaba, vio aproximarse por una escalera celestial envuelta en nubes a un hermoso ángel. El bandolero se perturbó, se arrodilló y pudo escuchar al ángel decirle: Tu reflexión y tus oraciones se han escuchado en el cielo; aun estás a tiempo de salvar tu alma. El hombre de mal vivir miró al ángel con un gesto de súplica. Entonces, el enviado del cielo le mostró un cáliz de cristal, y, poniéndoselo en sus manos, le habló con voz virginal: Si te arrepientes de tus pecados, lloras tus culpas y consigues llenar esta copa con tus lágrimas, el Todopoderoso te perdonará y será salva tu alma. Al decir esto, desapareció el ángel. El criminal pensó estar soñando, pero el cáliz estaba bien patente en sus manos. Se dispuso a merecer el perdón, como un devoto, hizo un acto de contricción, se le abrió el corazón de piedra y lloró desconsolado, rebosando el copón de lágrimas sentidas. Miró al vaso y vio reflejada en el líquido la imagen de la linda moza que había visto poco antes, y que no era otra sino su fallecida madre en plena juventud. El ángel volvió, lo llamó por su nombre y le extendió la mano: !Diego, vente conmigo! ...
Al poco rato, la Guardia Civil, siguiendo los pasos del
bandolero, pasó por allí y tropezó con su cadáver. Pensando en estos sainetes lejanos, Aguilar ya se había plantado en el Realejo, un distrito así llamado por haber tenido su Real en aquel sitio Fernando III el Santo, cuántas veces entró en Córdoba durante el tiempo en que la Ajerquia estuvo en poder de sus tropas, antes de haber rendido la Almedina: -- !Dónde coño voy? ?Hacia dónde lo llevaba el inconsciente? ... ?A la Iglesia del Juramento otra vez? ... ?Al colegio de los Salesianos, enclavado en el barrio de San Lorenzo? Se desvió por la Magdalena y se sentó en un banco de la plazuela, delante de la puta iglesia deshecha. Cambio de escenario. Rafael Belén miró alrededor y recordó el famoso cuartelillo de la Benemérita. Se comentaba en los años de su triste y cruel consagración que, cuando un peligroso delincuente internacional no conseguía confesar con los métodos de la KGB o con las técnicas modernas del FBI, traían al tal hasta el cuartelillo, porque el “Cabo de la Madalena” usaba un procedimiento infalibre. Se encerraba con el sospechoso en un calabozo y, al poco, éste salía confesando todos sus crímenes, incluso decía ser el autor de la muerte de “Manolete”. Recordó
también una anécdota contada por un amigo suyo, Rafael Gómez, compañero inseparable en su juventud, quien tuvo una novia circunstancial por ese barrio. La joven era de familia modesta, guapísima, de las que se meten por los ojos y hacen tilín tilín en la vergarotaris. Gómez, un muchacho simpático, embelezador, amigo del trabajo a la luz del día y de una buena falda en el crepúsculo, llegaba a la Magdalena todas las tardes arrastrando una pierna rencorosa con las mejores ilusiones del amor, eterno mientras dure. Pelaba la pava con delicado jarabe de pico y trataba de sacarle todas las plumas a la chavala. La pareja era un vendaval de pasiones. Bueno pues, una tarde --hay que ver, señores lectores, los problemas que crea la semántica-- una simple palabra echó a perder aquella apasionada relación. Paseaban juntos, como siameses, cuando, inesperadamente, se acercó la madre de la mozuela, pretendiendo llevársela. Fue cuando se entabló el siguiente diálogo entre madre e hija: -- !Venga ya, nena! ... !Vamos p’a casa, que tiés que planchar tó la ropa! -- !Vete tú, que yo ya voy! -- !Que te he dicho que vengas, coño! ... !Que hay mucho que jaser! -- !Que me dejes! ... !Ea, pues ahora no me voy! -- !Pues me las vas a pagar, como éstas! (Y se besó los dedos formando una cruz). -- !Que no y que no! ... !Que estoy aquí con mi Gómez! (Y diciendo esto, zarandeaba por el hombro a su amor). La mujer se retiró echando pestes sin poder llevarse a la hija. Entonces, la muchacha, apretando por el brazo cariñosamente a su amado, le dijo: --Te has dao cuenta qué siesa es mi madre? En menos tiempo del que lleva “el cabo de la Madalena” para hacerle “cantar” a un sospechoso, se le fue el encanto al novio por la musa. La belleza de la joven se apagó y Gómez, un probo delineante y sabedor de medidas y conveniencias, sólo vio en ella, por causa de aquel vómito verbal, tan infeliz y puerco al poner el culo en la boca, en su peor expresión, a una mujer ordinaria, arrabalera, hedionda, indecente, calostra, tagardinera y “que me perdonen, por débiles, todos estos adjetivos”, como diría el ilustre joven decepcionado. El novio huyó con aceleración creciente, como alma que lleva el diablo. Jamás volvió por allí. Nunca más la vio. !La influencia del verbo! ... Hoy en día estas anécdotas, me consta, no le
dicen nada a nadie. Con el destape erótico y el flujo verbal abierto al improperio, al taco y al sobaco, amparado por una democracia permisiva y liberal, en el sentido de cada uno bailar a su modo la música pensada por el disk-jockey de turno, esto es, por el programador ideológico, convengamos pues: los pudores estéticos son cosas de comunistas. Pero, en aquellos tiempos, ni ese ni otros tabús por el estilo habían caído del árbol de lo prohibido. Aguilar, reanudando de nuevo la marcha, quiso entrar en la “Casa El Pisto”, donde brillaban los altos madrigales de una Peña Flamenca. Pero la noche aún no había cubierto su manto y el cante en Córdoba, a la luz del sol, tiene mal fario. Porque se le canta al amor, a la pena negra, a los celos puñales, a los secretos de alcoba... pero no se le canta a la claridad. Volvió al centro por la calle de San Pablo, una vía pecadora y profiláctica en su infancia. Cuando regresaba a pie del Colegio de los Salesianos hacia su casa, todos los jueves a la misma hora de la tarde, se cruzaba por esta calle con un cordón interminable de mujeres, modositas, vistosas, arregladas, limpias, perfumadas, bien puestas, frescas, vestidos estampados, todas repicando los tacones, carnet en mano, dirigiendo sus pasos hacia el mismo domicilio: al dispensario de sanidad para el obligatorio reconocimiento médico semanal. Llegaban al control a manadas, de todos los burdeles de la villa, y cada una con la garantía de su certificado profesional. Ni siquiera el viandante más distraído podría pasar por alto tal desfile de putas, rostro demacrado, pintura de tornasol, bolso en mano y piernas blancas como la cera. Un río de gente desgraciada, revuelta pero no junta, bajando por San Pablo a San Andrés, buscando un consolador sello fiador. En cada adoquín una remembranza. !Joder con Córdoba!
Otra historia recordó el cordobés
vagabundo, un suceso ocurrido en la época romántica por culpa de un estrechamiento del espacio, de un tacón, casi al llegar al final de la calle del Apóstol: El Corregidor Perpetuo venía en una dirección y el Corregidor de Número en otra. Iban en carroza y uno no estaba dispuesto a cederle el paso al otro: !Paso al Corregidor de Número!... gritó el auriga de uno.
!Paso al
Corregidor Perpetuo!... vociferó el cochero del otro. !Que si quieres! ... Como le dijo el baturro al silbato del tren que se le echaba encima: !Como tú no te apartes, lo que es yo!... Perdieron la compostura, se insultaron con los peores vituperios y no llegaron a las vías de facto por un tris. Como nadie cedió, allí se quedaron paradas varios años las carrozas, protegidas con lonas contra los elementos, hasta resolverse el pleito. Realizado el juicio, se subieron a sus respectivas carrozas y el Corregidor perdedor dijo al Corregidor Perpetuo:
-- Pase usted cuando quiera, voy a retroceder. -- !De ninguna manera, pase usted primero! -- ?Qué dice? He perdido yo, de modo que... -- !No, no; no retroceda, por favor, porque creo que podremos pasar los dos. Hay espacio suficiente. En efecto, se cruzaron apretados, se dieron la mano, y aquí no ha pasado nada. !Hay que joderse! ... Pero, atención; esto retrata un poco el carácter del cordobés. Es capaz de darle una puñalá trapera a quien se atreva a la ofensa, como también no le importa arrojarse y besar los pies del adversario desamparado. “Por las buenas”, a la gloria; “por las malas”, al paredón. Creo que esto les viene del Jesús andaluz. Cada cultura tiene el Señor que merece. El Jesús violento de San Marcos, que no se casaba con nadie, y el Jesús admirable del perdón, el de San Juan. La Semana Santa de Córdoba es, entre todas las de España, la más falsa, artificial, erótica, seria y la más auténtica y absolutamente maravillosa y divina. Creo porque es absurdo. En Córdoba los espacios pueden fomentar el odio pero el tiempo es el gran amigo del olvido. Rafael Belén seguía su penitencia. En cada esquina calenturienta un refresco de memoria. Al transitar por la calle Calvo Sotelo rememoró el famoso crimen del barbero, ocurrido en los años cuarenta. Un fígaro le rebaneó el cuello a un cliente y amigo, cobrador de banco, de aquellos que se metían en una chaqueta especial una cartera de cuero de medio metro por quince centímetros llena de letras. Lo descuartizó con el máximo cariño, respetando las articulaciones, como quien sabe trinchar un pollo, y fue echando sus restos, poquito a poco, a pedacitos envueltos en paquetitos hechos con papel de periódico, para evitar el ahogo total, en el río Guadalquivir. Se cundió entonces por Córdoba que los dos, el barbero y el mal afeitado, pertenecían a la Orden del Gran Lagarto Imperial, o sea, ambos eran “masones” triangulares, la única explicación plausible para admitir el hecho en un régimen tan militarmente católico. Continuó nuestro amigo por la calle Nueva, nombre popular de la dedicada a Claudio Marcelo, el cónsul pacificador de la vieja colonia romana, íntimo amigo de Cicerón. En un hueco siniestro de esa vía, a espaldas del Ayuntamiento, se escondía en la posguerra la tristemente célebre “Higuerilla”, un local dedicado a administrar el sacramento del gaseoso amoníaco a los borrachos. El más famoso ebrio de todos los públicos y frecuentador asíduo de la Higuerilla despertadora, era un tal “Directo”, el torero callejero. Por cierto, en esa calle
romana se sucedían las ferreterías: “La Campana”, “El Candado”, “El Timbre”, “La Llave”, rivales en la venta de clavos, tornillos, escupideras, bisagras, baldes de todos los tamaños y las indeseables herramientas de todos los tiempos: el pico y la pala, además de las incómodas telas metálicas y el malhumorado alambre de espino. No debe haber restado ni una. Hoy todas esas herramientas y utensilios se resuelven por ordenador y con tarjetas electrónicas. !Adelante, adelante!... Le dijo adiós a la centenaria Relojería Suiza, a los Almacenes Sánchez, donde habían dormido sus juguetes de antaño, a la Perfumería Hoyo, vendedora de ungüentos embotellados y frascos de aguas de colonia fresca. Pasó por el epicentro, la plaza de “Las Tendillas”, se metió en el cuchitril del Bar Correo, propiedad de sus amigos, los hermanos Carrasco, y se tomó lo que tornó famoso al tugurio: una cerveza refrigerada por la serpentina a punto de caramelo; temperatura ideal que, ni el tecnológico Mac Donald podría soñar conseguir por medios electrónicos, y una tapa de arenosas “navajas”. Y a escupir a la calle, porque aquel cubículo carecía de espacio para tertulia. Con el jaleo de la gente y el agobio del calor no le llegó bien la voz rasgada del reloj guitarrero, rascando dos o tres cuartos de hora. Miró al interior de “Desayunos y Meriendas” en la calle Málaga, a cargo de quienes habían sido sus tres vecinas: Carmen, Paca y Margarita, tres hermanas casadas entre sí. Ya se habían llevado de la otra acera a los billares de La Perla, administrados por el Bizco padre y por el Bizco hijo, Angelito Trunces, campeón de Córdoba, en cuyo recinto realizó Rafael Belén sus mejores teoremas ensayados con carambolas. Más allá, la destrucción del popular tacón Bar Ariza. Ya en la calle Sevilla, hizo una reverencia al pasar ante la casa que había sido de doña Blanca Sánchez Guerra, aristocrática dama cordobesa, de feliz memoria, señora gentil, lozana y... !Hay, Córdoba, joder; que te quedas sin damas y caballeros!... Por la callejuela de Valdesleal, se cruzó con un antiguo conocido; Teodoro Ibáñez Mellado, uno de los “niños bonitos de la ciudad de los Califas”, un joven que, después de mucho patinar, encontraría la felicidad por el equívoco camino del frontón y el pelotazo. No pudo hacer la vista gorda porque la callejuela era más estrecha que un desvirgo mal hecho, contentándose con bajar los faroles y darle paso a quien le había proporcionado el primer empleo de su vida en las oficinas de “Colecor”, una cooperativa de leche en las ubres,
cuya sede había estado en una casa, como mínimo,
consecuente; poco antes habían corrido otras leches por sus interiores y había servido de botica, en cuya farmacopea se aviaban recetas de amores bajo la dirección de una dueña rival
de “La Pichichi”, la boticaria más famosa de la medina. !Esa sí que goleaba!... Otra vez hubo de pasar Aguilar delante de su antigua casa: -- ?Quien vivirá aquí ahora? ... Mejor será pasar de largo... Mañana sin falta me voy de Córdoba. Lo primero que haré será pasarme por Lista de Correos... Le escribiré esta noche sin demora a Ernesto y al Ministro. Cuando se le agotaron los recuerdos al pobre muchacho, lo apretó sin piedad el futuro siniestro y sintió en su carne los dardos ruidosos de las banderillas de fuego. El hombre se sentía acorralado. Se ahogaba en un vaso de agua, se le quemaba la esperanza en una vela, se asfixiaba en un estío intolerable para su organismo tropical, se hundía en un pozo de desconsuelos... Camina, camina... Calle Pérez de Castro, Horno de Salmoral: economato, cartillas de racionamiento, cartillas maquileras, pan abogado, pan de Viena, telera de pan, pan de cantos, pichis, molletes, palillos... Calle de Férnan Núñez y... de cabeza, al pilón de la pensión. Escribió el tío más de doce pliegos en dos horas, sentado en el patio, animado por los grillos y embriagado por el jazmín y una dama de noche. Martes, 5 de agosto. Rafael le dijo al conserje de la pensión cuando salía: -- Hoy me voy de aquí, pero voy a dejar el equipaje. Regresaré dentro de una semana. Se fue derechito a Lista de Correos y recogió una carta de Ernesto y otra de Costard. Las abrió con ansiedad y leyó lo que no esperaba en la de Ernesto: ... Tuve una entrevista con el marido de tu conocida y me contó una versión que no coincide con la tuya. Se te imputan hechos graves, aunque no voy a entretenerme hoy en incriminaciones. ... Hube de acompañarlo a la Embajada y hablamos los dos con el Ministro, señor Litago. El Ministro, impaciente y poco diplomático, como buen español, no estaba dispuesto a dedicar su tiempo a los problemas de un funcionario dimitido, de modo que evitó envolverse en la conversación, decidiendo, sin escucharnos demasiado, cortar por lo sano: “A mí no me interesa la vida particular del señor Aguilar. Lo único sabido en esta Cancillería es que el funcionario ha salido del país sin permiso para ausentarse. Siendo así, está definitivamente fuera de la plantilla. Y lamento no poder ayudar a los señores”. Mira, Pancho; te lo digo como si fuese tu padre; las cosas se han puesto muy mal para tí por aquí. Me voy a empeñar en defenderte hasta el fin, y mientras esto no acabe, para evitar mezclar las cosas, vamos a dejar nuestra amistad entre paréntesis. Espero noticias tuyas, abriéndole las puertas de tu corazón a tu abogado. Necesito
que me digas la verdad; si me has ocultado algo no podré ayudarte. Hablé por teléfono con Giorgio Amon y me dijo que te aconsejó volver. No sabe de la misa la mitad. Te acompaño una copia de la carta que le he dirigido a vuelta de correo. Trata de encontrarte un empleo, aunque me adelantó que, por lo conversado contigo, no pareces estar en tus cabales. Serénate y ten paciencia. Telefonéame cuando puedas y procura mantenerme informado de tus pasos. ... Era una carta manuscrita, muy larga y prolija. La de Costard era un preámbulo. Para evitar la intermediación de la secretaria, Ernesto dictó la carta a su amiga. Esta terminaba así: ... Espero que no te líes de nuevo con las cordobesas, echándoles piropos, hablándoles del amor de Cristo y, de paso, tocándoles el culo. Te echamos mucho de menos. Guanabara se quedó más seca y triste sin tí y Copacabana no deja de llorar desde que te fuiste... Te vamos a traer de una oreja, pero a su debido tiempo. Ten cuidado por ahí, no sea que te echen del ruedo y tengas que regresar nadando... Nada; las puertas del inmenso Brasil continuaban cerradas para Rafael Belén. Ahora bien; o mejor, ahora mal: le molestó sobremanera lo que daban a entender ambas cartas: se daba prioridad y se trataba de unir lo que, según ellos, él había separado: -- Por lo visto, nadie ha creído lo que yo he contado. !Que Dios me libre de mis amigos, porque de mis enemigos ya me libraré yo! ... Su buena amiga, tan humana y comprensiva, lo animaba a conjugar el verbo “reconstruir”. Ernesto, por lo escrito, se había hecho amigo en pocos días del oriental. En verdad, las noticias eran para desilusionarse. Visiblemente irritado, dando muestras de desespero, arrugó con furor las cartas y regresó a la pensión. No se detuvo, porque ya estaba con un embalo imparable; metió en una bolsa la ropa y objetos más necesarios y se fue a la Estación de autobuses. Dirección: Fuenteagria; por el camino más corto, la carretera de Trassierra. Hora: 10:45 de la mañana. Clima: un horno. Flora: hierbas amargas. Fauna: gallos peleones con espolones. Con tan buen pie subió al vehículo que se sentó al lado de una sotana, con un cura dentro, claro. Un hombre de unos cincuenta años, calvo, cráneo dolicocéfalo, perfil aquilino, movimientos inquietos, leyendo el Breviario y oliendo remotamente por el cuello a pringue de tocino rancio. Rafael Belén llevaba el diario “CÓRDOBA” en la mano y se dispuso a leer. De pronto, al poco de la partida, la voz campechana del compañero: -- !Joé qué caló!... !Cómo aprieta la calor hoy! .. !A este paso nos vamos a derretir!
-- ?Va usted muy lejos, padre? -- A mi destierro maldito; a Villaharta. -- Yo voy a Fuenteagria. _ ?De qué males padece usted, con esos colores tan saludables? ...
!Vamos, si se puede
saber! -- ?Yo?... No, de nada. Voy a descansar una semana en el balneario. (Por lo bajini: !Me cago en sus muertos... este tío es maricón!) -- ?En qué balneario, coño? ... !Allí ya no queda más que un pozo quejumbroso de aguas mohosas! -- ?Qué me dice usted? ... A mí me han informado que hay un hotel y todo. (Por lo bajini: !Qué puerca es la lengua de este cura!) -- !A cualquier cosa le llaman hotel!... Sí; desde luego, hay un hostal. Si le interesa el descanso no le faltará barullo. Porque habrá de contar con el tráfico de camiones, pues el hospedaje lo tiene a dos metros de la carretera. Dígame, ?es usted forastero o extranjero? -- Yo soy de aquí mismo, de Córdoba, pero ya llevo diez años en Brasil. -- !Pues se le nota un poco el aplatanamiento en el habla! -- ?El aplatanamiento? (Por lo bajini: !Este padre es un tío grosero!) -- !En el buen sentido, hombre! ... Quiero decirle que mastiga usted muy bien y despacito las sílabas. Aquí, como sabe, nos comemos la mitad. -- Me llamo Rafael Belén Aguilar, y soy periodista. -- ?Ah sí? ...!Bonito nombre torero! ... Pero le advierto que yo no soy un policía. No tiene por qué identificarse. Bueno, bien: yo soy el padre Casimiro, párroco de Villaharta. Me temo que donde va... ?como no entreviste a los chaparros y a los olivos?... -- No estoy en funciones. También soy profesor. -- !Qué bien! Como decía Bernard Shaw: el que sabe lo hace, el que no sabe lo enseña. -- !Muy gracioso! (Por lo bajini: !Este cerdote es un hijo puta!) -- !Qué calor de mierda! -- ?Está muy lejos Fuenteagria de Villaharta? -- !Que no señor! ... !A un tiro de escopeta! ... !Que no llega a media legua! -- ?Cual es el horario de misa?
-- !No me jorobe! ... ?Es usted beato con esa cara de pillo? ... En fin, todos los días; a las ocho de la mañana y a las ocho de la tarde. -- Pues ya le haré una visita. ?Conoce usted por casualidad los cursillos de cristiandad? -- !Hombre, por Dios Santo y su Santa Madre, la Virgen Santísima, no me insulte usted! ... ?Es usted un cursillante?... ?Es usted uno de esos apostólatras?... -- !Sí señor! !Con mucha honra! Y fundé los cursillos en Brasil... -- !Mal empezamos el día, coño! ... !Ya decía yo! ... Y además, hoy es martes... !Qué te habré hecho yo ahora, Señor? -- ?Tiene usted algo contra los cursillos? -- !Todo! -- ?Cómo todo? -- !Que sí, hombre, que sí!... !Eso no es más que un truco, un auténtico camelo, una casta de melones sosos y venenosos!... !Ustedes ya están calaos!... !Vergüenza debería darle a la Iglesia apoyar una perfidia desas!... !No me haga usted cagarme en todo lo cagable, joder! -- Bueno, pues, aunque usted no lo crea y esté con prevenciones, yo le aseguro a usted que los cursillos están haciendo un bien inmenso en todo el mundo. Pablo Sexto ha dicho que el Espíritu Santo sopla en los cursillos. -- ?Pablo Sexto? ... ?Qué sabe Pablo Sexto de los cursillos? ... ?Qué sabe usted de Pablo Sexto?... ?Quien es Pablo Sexto?...!Hombre, por vida de Dios! ... !Vamos a dejar al Papa en paz; bastante tiene ya con la próstata que le ha caído del cielo! -- ?No es usted muy radical, padre? (Por lo bajini: !a tí te convierto yo, cabrón!) -- !Radicales son las patatas! ... !En el Vaticano no hay más que tubérculos, por no decir tuberculosos!... !Allí no se respira nada más que microbios!... !Besaría los pies del Cardenal Montini, pero de Pablo Sexto no me llegan n’a más que papeles! .. !Y yo con los papeles me limpio el culo! Rafael se calló y reflexionó: -- Menudo elemento está hecho este padre. Hay que andarse con cuidao. Pero el padre había cerrado el Breviario y, por lo visto, tenía ganas de camorra: -- Un periodista debería de estar mejor enterado de lo que pasa en España y en el mundo. Pero como ha dicho que no vive aquí... no sabe ni un diezmo del tomate.
-- Yo no vivo aquí pero sé lo que pasa aquí, para que usted se entere, reverendo. Trabajo en la Embajada de España de Rio de Janeiro. -- !Ah, sí?...!No me diga! ... !De manera que también es diplomático!... Esto explica mejor su tirocinio. El cura se mosqueó y, por el semblante, pareció pensar: -- ?Quien es este tío? ... Hay que tener cuidado con este elemento. Puede ser un enviado de la Diócesis ... !El cabrón del Obispo es capaz de enviarme a este individuo para que me vigile! ... !Hay que andarse con pies de plomo! Rafael prosiguió: -- No, yo no soy diplomático; soy sólo un funcionario. -- Pero sí es usted cursillista, ?no es verdad? -- Bueno, no creo que eso sea pecado grave. -- !Eso dependerá de su conciencia, no te fastidia?... Si tiene usted una conciencia jesuítica, en el peor sentido de la palabra, está usted en una verdad equivocada. Ahora bien; si tuviese usted conciencia a secas, normal, como la de cualquier ser humano, entonces comprendería que el cursillismo es, no un pecado grave, sino un grave delito. -- Bien; yo creo que estoy en paz con mi conciencia, bastante escrupulosa, por cierto. Antes de proclamar lo que dice debería usted demostrarlo. -- Hablemos de otra cosa para terminar en paz: ?Quien le ha recomendado este lugar? -- !El obispo! -- ?El obispo de la diócesis? -- No, el obispo de Constantinopla. ... ... ... Estoy bromeando. Nadie en particular. Necesito aislarme un poco para recapacitar. -- ?Le vocea tal vez su conciencia escrupulosa? -- Mire, un sacerdote me parece ser una buena compañía. Quizá me pase por su parroquia un día de estos. -- !Hombre, nos vendría bien; ?sabe por qué?... !Porque siempre nos falta alguien para jugar al dominó! ... !Venga, venga por las tardes! ... !Le esperaremos en la taberna “Juan José”, en la calle Antonio Machado, muy cerquita de la iglesia! -- Bueno, pues no faltaré una tarde, aunque no para jugar al dominó.
-- !Joder, cómo aprieta este calor hoy! ... ?Cómo dice? ... Pues, si me permite, a usted le aprovecharía mucho más jugar un poco que rezar demasiado. !Como a los niños! Ya habían pasado la peligrosa curva de la herradura y se aproximaban del Cerro Muriano. Rafael desdobló el periódico y el cura Casimiro abrió de nuevo el Breviario. Ninguno de los dos se puso a leer, sino más bien a cavilar, pues por esa transparencia inefable revelada en ocasiones por los silencios, se adivinaban los pensamientos de cada uno: -- Este debe ser un beatón de sacristia, pero no me parece que tenga malas intenciones. Es posible que le pase algo relacionado con su profesión y venga al campo a curarse. Ya lo estudiaré mejor si aparece por Villaharta. De todos modos, a primera vista no pasa de un simplorio.
-- Este cura es un hombre muy violento. Colérico a todo meter. Debe tener ideas subversivas. Seguramente lo han enviado aquí de castigo y está que arde. Sin embargo, hay algo en él que me agrada. Tengo que ir a su madriguera. Quizá pueda ayudarme a encontrar una salida para mi situación. Pero, si le cuento lo que me ha pasado, es capaz de apalearme sin piedad. Pasó un buen rato. El sacerdote se dirigió de nuevo a Rafael Belén: -- Prepárese porque el autobús está llegando al cruce. En seguida verá el Hostal al lado. -- Muchas gracias. Ya nos veremos. -- Será otro día, porque hoy me voy a Fuente Obejuna. Aguilar le dio la mano y tuvo la intención de besársela, pero el padre la elevó con tal brusquedad que le machucó el labio. Se levantó del asiento, recogió su equipaje y se bajó del vehículo. Vio delante un viejo caserón amarillento, solitario, rústico, entre taramas, de tres apretadas plantas, junto a la carretera. Puerta cortijera y algunas ventanas cuadriculadas con las persianas echadas. En el borde de la pared leyó: Restaurante - Hostal, escrito de arriba abajo. Entró en el portal, vio la recepción y pidió una habitación. El mediodía clavaba el astro en el cenit. Lo acomodaron cerca del palomar, en la última planta. La habitación era chiquita pero cumplidora: los servicios, una mesita de madera, una silla y un pequeño armario. Antes se había informado del horario de la toma de aguas; tres veces al día: a las ocho de la mañana, a las doce del día y a las seis de la tarde. Nada más enterarse, como fuese buena la hora para la prueba, se encaminó directamente a la fuente. No estaba lejos, aunque era necesario
arriesgarse al bajar por un declive bastante pendiente alfombrado de hojarascas. Se encontró delante de un bello templete octogonal, oxidado hasta el tejado, desconchado, abandonado y cercado de maleza y de varios árboles ornamentales. Tal vez un conjunto importante y bien cuidado en la belle époque. Todo en ruinas. A la entrada y en el suelo, una compuerta redonda de hierro cerrada con un viejo candado, contenía el precioso líquido de tan curioso manantial. El empleado quitó el seguro, abrió la compuerta y los preclaros presentes, que deberían reducirse en aquel momento a ocho o diez, se iban sirviendo con un cazo corroído en su convexidad. Cada uno traía consigo su vaso. Aguilar, por ignorar este detalle, se quedó el último y, al alejarse todos, bebió directamente del cazo. Agua burbujeante, clara, transparente, inodora y de sabor agrio muy pronunciado: puro hierro, metal frío derretido. Rafael Belén examinó mejor el lugar: arboledas, eucaliptos, cerros por doquier. Volvió a su habitación reconfortado con los sorbos del agua, abrió la ventana y, al asomarse al exterior, observó al otro lado de la carretera un conjunto de casitas de una sóla planta, alineadas en fila como si de viviendas de cuartel se tratase, con salteadas y artísticas ventanas en arco, tejadillo inclinado y puertas del color de la aceituna. Deberían ser una docena de dependencias, preparadas para alquilarlas a las familias que tomaban las aguas o, tal vez, residencias de peones camineros, la guardia civil... ?Quien sabe? En ángulo recto con esta hilera de casas, formando un siete, se encontraba un edificio mayor: el restaurant. El viajero estaba con hambre y recordó no haber desayunado aquella mañana. Pero se contuvo. Se sentó delante de la mesita de su habitación, sacó de sus bártulos los instrumentos pertinentes y se puso a escribir, mirando absorto por la ventana, de vez en cuando, a un cerro próximo sembrado de matorrales, que si no eran nobles, sí estaban dorados, ora sorprendido ante el impertérrito paisaje, ora pidiendo inspiración a la vegetación: -- He aquí un lugar ideal para oxigenar mi cabeza. De la sequedad serrana de este campo andaluz he de extraer y recuperar lo que he perdido en la humedad de los trópicos. En esta retaguardia encontraré la solución para volver a mi mundo. Sin precipitaciones, con la seguridad que el momento requiere. Decidió escribirle una cuidadosa carta al Ministro Consejero, señor Litago. Por la tarde, pensó, contestaría a Ernesto y a Costard, ésta de viaje por esos días en Bahía, dirigiendo un cursillo. Llegó la hora de comer. Bajó las angostas escaleras, salió al campo, cruzó la carretera
antes de ser aplastado por un mastodonte cargado de ganado, y entró en el comedor del hostal. Ensalada del tiempo, chuletas de cordero, patatas fritas. Media botellita de “Bodegas Campos”. Una naranja “china” y café. De la mesa a la cama sólo había un peligroso paso por el asfalto y una empinada escalera. El huesped sintió el espíritu cansado. El aire de la sierra lo adormeció en pocos minutos, aunque por poco tiempo. !Oh campo, oh plantas y flores!...
Rafael Belén sintió la diferencia. De su organismo
brotaban sanos humores. Los poros abrieron las barreras, el aire purificó sus averiados pulmones urbanos, se aflojaron los tirantes de sus nervios y, en medio de tanto relajamiento, sus sentidos interiores despabilaron en aquella tarde saludable. !Buena disposición! ... Seis de la tarde. Vaso en mano, en mangas de camisa, salió a la puerta, siguió por la vereda junto a la carretera hasta el declive de la fuente y se dejó caer patinando. El encargado ya estaba distribuyendo. Un traguito, un poquito más... Las últimas gotas se las echó a la cara para refrescarse. Por las primeras impresiones, en esa isla serrana, pensaba mientras regresaba, se le pondría la cabeza en su sitio: -- En este desierto ameno he de encontrar una solución definitiva para mi problema. Es verdad; ?qué le había pasado a este hombre en su inmediatez? Sus ritos cotidianos, tan acelerados y minuciosos, habían perdido el ritmo y el rumbo; la cadena de su velocípedo existencial se salió de la corona y perdió así su normal realidad; sin estabilidad no hay actividad y, sin actividad, de nada sirve la balización orientadora y el sentido. En este ambiente campestre desaparecerían todos los fantasmas. ?No?... Así pensaba Aguilar, quien, reanimado, decidió seguir la carretera y dar un paseo por los alrededores del Hostal. La tarde caía llevándose con ella las peores calores. El recién llegado se entregó por entero a la naturaleza, levantó los brazos, respiró hondo, dio una carrerilla, saltó uniendo los tacones en el aire y se sintió soberano de la tierra: -- Platón tenía razón... La cultura es una caverna. He permanecido atado durante mucho tiempo... Cuando se acabó la cuerda de la ilusión se puso a pensar con serenedad en los acontecimientos que habían provocado el salto tremendo. Rumió y rumió su problema, como un animalito cercano, una cabrita paciente alimentándose de las ramas arrancadas de un olivo. Siguió caminando hacia poniente, contemplando en el horizonte a un sol que cortaba su
energía y se escondía entre escasas nubes antes de retirarse a sus aposentos. El paseante, vestido como en la urbe, acabó desviándose por un sendero que salió a su encuentro por la derecha de la carretera; pisaba la tierra con seguridad, sintiéndose un hijo auténtico y contento del planeta, mientras el aire iba y venía con suaves golpes de consuelo fresco. Trotaba alegremente por un parco camino, entre colores verdeamarillos de hierbas y flores. Olores pulcros en redor: -- No tengo nada que temer... Me he quejado de vicio... Mi situación nada tiene de desesperada... Estoy paseándome por los campos de Analucía más sano que una pera y más satisfecho que un marrano en un charco ... Lo que pasa es que me he dejado envolver por emociones enfermizas... !Esa es la pura verdad! ... Mi meta está bien clara: objetivo, Brasil... Retornaré y les diré a todos que no ha pasado nada. !La verdad! ... !Y la verdad nos hará libres! ... No, yo no soy un nómada ni un transhumante... Yo tengo mi vida hecha en Rio de Janeiro... Y, de buenas a primeras, empezó a dar gritos y a saltar como un energúmeno. Por cierto, acostumbrado a pensar en la lengua habitualmente usada, en portugués, al cambiar de código y volver al castellano, se hizo un lío colosal en los primeros días de su estancia en Córdoba. En una frase decía “ainda” por “todavía”, “cedo” por “temprano”, “perto” por “cerca” y, principalmente, “obrigado” por “gracias”. Ensalada mixta. Algo parecido a lo que yo mismo estoy “cometiendo” en esta novela histórica. Bien, Rafael Belén se alejó demasiado, hasta sentirse fatigado. Volvió sobre sus pasos y a sus meditaciones: -- ?Conseguí la plantilla en la Embajada y ahora voy a dejar escapar el empleo así como así? ... ?Tengo que quitarme del medio yo para que no se deteriore el cursillo? ... ?Se mete una mujer en mi vida sin haberla llamado y soy yo el causante de la desunión de un matrimonio? ... ?Me ha importado a mí alguna vez la suerte política del Brasil?... Lo del almirante, desde luego, es preocupante... pero, sólo lo puedo tomar a cachondeo... !Cachondeo, una leche! ... !Parece que llevo el cadáver del tío colgado al cuello! ... !Yo podría habérmelo cargao antes de que me dejara en la puerta de mi casa! ... ?Lo habré matado como consecuencia de una alucinación?... ?Qué coño estoy pensando?... !Mira que los güevos? ... Creo que me sentí importante en esta historia y dejé correr las cosas demasiado... ?Matar a un almirante de la Armada de los Estados Unidos de América?...!Casi ná! ... !Joder, pero por quien me habrán tomado a mí? ... Todo esto, como decía mi amigo Vigara, no es más que lo i m a g i n a r i o ...
?Me lo creo o no me lo creo?... ?Lo habré liquidado sin darme cuenta?... !Las causas remotas!... Por una mala cosecha de granos en la India un hombre incendió un almacén intencionalmente para cobrar el seguro. ?A qué se debió el incendio? A la presencia de oxígeno en la atmósfera. Si la compañía de seguros recibe esta respuesta de su investigador, lo pondría de patitas en la calle. En verdad lo que ocurrió es que la mujer del incendiario necesitaba más dinero para comprarse un abrigo de pieles, como el de su vecina, cuyo marido, comerciante de cereales, había ganado mucho dinero a causa del alza de los precios, debido, principalmente, a una mala cosecha en la India... !Porón pon pon!... Mi ambiente está al otro lado del mar... Es posible que fuese necesario este corte brusco para mi propio bien ... !Pero no voy a dejarme llevar por lo imaginario ni leche! ... Durante mi exilio en Chile, debo decirlo, en los años setenta, pasé por una situación semejante a la de Rafael Belén, con la desventaja de encontrarme yo en tierra extranjera. Hoy, emociones aparte, esto de las tierras y de las patrias es algo muy relativo dentro del fenómeno actual de la mobilidad. Raramente morimos donde nacemos. La nacionalidad y la ciudadanía, convengamos, no tienen los mismos registros en América y en Europa. Pero somos todos hijos de la tierra, y la tierra es redonda, y podemos resvalar hacia otras latitudes sin salir nunca del centro periférico. La tierra es para quien la trabaja y la patria para quien la usufrue. La idea de Vaterland se ha quedado atrás. Ahora se lleva la Mutterland. Sea como sea, cuando se nos arranca del ambiente comunitario, nos desconcertamos. Nos quejamos de la rutina del trabajo, de la monotonía de los ritos cotidianos, de los problemas profesionales o familiares, del entorno, cuyo torniquete a veces nos aprieta demasiado, de estar irremediablemente atado a obligaciones y compromisos irrompibles... Pero, amigos míos, así son las cosas de la vida y así son las cosas del dolor. Sin dolor no hay amor. La vida pasa y se soporta porque estamos permanentemente entretenidos con los juguetes apropiados a nuestra edad: ayer fueron los caballitos de cartón, hoy son los caballos de vapor; antes fueron las pelotas de goma, ahora son los móviles. Mañana serán los caballos alados y la inmobilidad absoluta. ?Qué sería de nosotros sin una ocupación? La ociosidad es la madrastra de la vida. Por tal motivo hay tánta gente en este momento preocupada con el tiempo lúdico. Y se inventan actividades para la “tercera edad”, neologismo ridículo, aunque ingenuamente apropiado al interfecto en su nueva infancia, y así tal vez ya no sienta lo que es, es decir, lo que ya no es. El real problema de
Rafael, no resuekto, está relacionado con el tiempo. El tiempo pático le ha despertado el hastío. De pronto, inopinadamente, perdió su agenda y ya no precisaba mirar al reloj. Y lo que es peor: no tenía obligaciones ni disponía de tropa. Un general sin soldados no tiene función, no sirve para nada. Este señor había perdido de la noche a la mañana un ejército de soldaditos piadosos; había perdido también, con la dispensa del reloj, la cadena de oro de su seguridad. Estaba libre: estaba desencadenada su libertad. Ya se habían pasado diez días de su “desahucio”
espacial y aun no se había apeado del carro. Ahora se le ofrecía la gran
oportunidad de quedarse quieto y el derecho de permanecer callado. Dedicarse a tensar el espíritu, alcanzar un punto arquimediano para observar su existencia desde el exterior. Sin calles, sin ruídos, sin público ni diversiones. Con la naturaleza, a palo seco, puesto en oración... Regresó el excursionista al hostal cuando las sombras se encendieron. Optó por una cena frugal y se puso enseguida a escribir. Como estaba sin sueño se extendió en sus cartas, y colocó en ellas como supo y pudo los pensamientos de la tarde. Apagó la luz, dejó la ventana abierta y, en sueños, se fue volando a los infiernos insondables. Se levantó con el canto de los pájaros y los primeros ladridos de los perros. Por la ventana abierta penetraba el estío sin pedir licencia. Los cerros dorados, infranqueables e imperativos, le paraban los pies a sus ojos: -- Un día tengo que subir a esa cumbre, a ver lo que hay más allá del monte. Este hombre era a nativitati un metafísico. Siempre se había interesado, no por este lado, directamente observable, pesable, medible, contable, sino por el otro, por el lado de allá de la montaña. Estiró los brazos y gruñó como un animal. Un poco de aseo, un poco de ropa, el vaso en la mano y al balneario. Estaba cerrado. Media vuelta, subió la cuesta y anduvo por la cuneta de la carretera en dirección a Córdoba. Árboles a un sitio y otro del asfalto. Curvas peligrosas. En las carreteras conviene andar siempre por la izquierda, para poder ver venir al enemigo de frente y no sentir el peligro por detrás. Anduvo de lo lindo, respirando el aroma de un denso pinar, silbando un vals de... ?de Teufelwald? ... ?de Waldteufel?... !Qué más da para la música deslizante de Los patinadores el “bosque del diablo” o el “diablo del bosque”? Al rato, con dolores en la planta de los pies, Aguilar regresó al balneario y se deslizó por la rampa trotando. Ya había gente esperando. Al poco llegó un mozo montado en una mula sin cabeza, tal era la locura sonora de la bestia ocasionada por un jumento mancebo trabado en las
cercanías. Protegido del sol con un sombrero de paja, el dueño de la llave se descubre atento ante los “buenos días” prodigados por todos los pacientes. El agua es otra que la de ayer. Está cerrada a siete llaves. El empleado abre una cancela; entra en el interior del kiosco y abre una puerta, después se inclina y abre una tapadera metálica de cerca de un metro de diámetro, pintada de rojo. Queda al descubierto una reja que requiere retirarla. Por fin, se revela un manantial con el agua al alcance de la mano. Los cazos y rebañaderas disponibles para extraer el agua están desconchados. Seguramente por la acción ferrosoférrica del líquido. Cada uno lleva su cristal, su taza o su tiesto. Conviene ingerir el agua de un trago, con decisión. Antes que se atragante. El agua es, en efecto, más agria y cargada de ciquitraque que el mal genio de ciertas naranjas rupestres al alcance de la mano en los paseos de Córdoba. Al circular el líquido por el organismo, deben resentirse, con certeza, los tubos crudos de las tripas. Aguilar bebía con fruición, sin preocuparse en saber qué dolencias remediaba. Una señora extranjera estaba entre los presentes acompañada de su hija. Hablaban inglés entre sí. Rafael Belén quiso informarse de las virtudes de aquel agua. No habiendo un médico a mano se contentó con el mozo de la mula: -- Oiga usted, ...?para qué cosas es remediaora este agua? -- ?No ha traío osté la receta? .. Pué, ?sabe osté? ... Estas aguas tien medallas. -- ?Por qué? ... ?Han ganado algún premio en exposiciones? -- !Pué no vea osté! ... !No le digo ná! ... !Hasta en Barhelona! Un señor de edad terció en la conversación: -- Si, hombre; estas aguas curan muchas enfermedades, alivian la diabetes y los cólicos nefríticos. Aguilar, mientras se retiraba, pensaba: -- Yo lo que quiero es que este agua me cure la cabeza. ?Será capaz? Se fue a desayunar al bar, mientras el agua hacía su efecto: -- No hay razón para desanimarse, hombre... La vida empieza hoy... Hay que darle gracias al Señor... No, si es lo que dice el proverbio portugués... “Deus escreve direito por linhas tortas”... ?De qué me quejo, cipote?... Tengo que agradecerle a Jesucristo el haberme acariciado con su mano izquierda... ?Qué habría sido de mi vida si hubiese continuado arrellenado?... Ahora sé
que cada día me estaba alejando más del equilibrio que debería regir mi vida... !Alégrate miserable! ... Las voces interiores no dejaban el triquitraque: -- Saca de tu bodega las energías y pégale tiros a los recuerdos hasta que se alejen de tu mente... !Negocia los talentos que Dios te dio! ... !Ha llegado la hora de la acción! ... Bendito sea Dios, que te ha permitido el encuentro con la adversidad ... “A quelque chose malheur est bon”... Se fueron callando poco a poco los cólicos interiores. Desayunó y se fue directamente a la sala del hostal. Estaba decidido a cambiar: -- !Me cago en mis muertos... antes la muerte que perder la vida! Antes de ponerse a escribir, pensó agria y friamente: -- Los problemitas personales que me cornean el ánimo han de desaparecer. Ahora mismo me pongo en estado de alerta... Perturbo a las perturbaciones, las expulso y aquí no entra ni Dios. Se puso a leer un libro que llevaba en su equipaje y, al mismo tiempo, mientras resbalaba los ojos, estuvo pensando en el contenido de las cartas, imaginado con presteza. Pero, al rato, el centinela se distrajo, abandonó la ciudadela y su pensamiento cruzó los mares: -- ?Qué día es hoy? ... ?Se acordarán todavía de mí? ... ?Se habrá cubierto mi plaza en la Embajada? ... ?Qué habrá sido de Flora? ... !Me cago en la madre que parió a la hora en que se me ocurrió llamar al calzonazos de Sergio Franco! ... Pero si yo lo he dicho siempre, !cojones!, que todos los médicos son burros... Ellos lo niegan,
dicen que no, y para
defenderse, los hijos de puta dicen que los burros son animales inteligentes... Para ellos, los realmente burros son los caballos... ?Se lo preguntamos a un veterinario? ... Pero, ?quien me hipnotizó a mí para perder el conocimiento de esta manera? Y mientras pensaba en estas cosas se iba encendiendo por dentro y apretaba los dientes y sus manos se convertían en garras peligrosísimas dispuestas a maltratar las páginas del libro que sostenía, y empezó a resoplar como un poseso, y rompió uno de los palos de la silla con el pie, y se levantó y subió las escaleras de tres en tres hasta su habitación... Había olvidado la llave, volvió a bajar tratando de dominarse, pidiéndole permiso a un pie antes de mover el otro. Se tranquilizó escribiendo. Puede ser verdad; escribir es un buen remedio para los nervios. Los médicos, ni lo sospechan. No tienen ni puta idea de esta terapia, como diría Aguilar. El hombre
se pasó la mañana con el bolígrafo en la mano. Miró al reloj de la sala; las doce menos cinco. Subió a la habitación, dejó la cartera y tomó el vaso. A la fuente. El hombre de la mula, con la cara tiznada y las manos arrugadas, ya estaba allí. Rafael Belén empinó el codo y sintió el líquido ferroso rascarle la garganta al pasar. Subió la cuesta en compañía de la familia norteamericana e incluso les dio la mano gentilmente a la señora para facilitar el ascenso. Supo que eran de Chicago, estaban de paso en España y les recomendaron Fuenteagria unos amigos. Por lo visto, la mujer padecía de una enfermedad de difícil diagnóstico. La hija era una muchacha de unos veinticinco años, bellísima: Cabello castaño, largo y acaracolado; ojos negrísimos, muy vivos y risueños; perfil samaritano, aunque bien proporcionado. Un escandaloso lunar en la barbilla llamaba la atención.
Alta y esbelta; desenvuelta en lo
doméstico y segura de sí. Invitó a Rafael a sentarse con ellas. Éste asintió de buena gana. Hablaba la niña un castellano pasable, perfectamente comprensible. Se refirieron a las riquezas culturales de España, dijeron algo sobre el estilo de vida en Estados Unidos y oportunidades de trabajo. Así supo Aguilar, para su regocijo, que la bella joven era nada menos que doctora en Teología. No les faltó tema de conversación. El cordobés se sacó de la manga a todos los teólogos conciliares, a los mejores teóricos de las iglesias protestantes, a la nueva escuela de la teología radical... Los iba desgranando y la joven, cuyo nombre era Rachel y, por más señales, judía, admirada, iba comentando las obras de cada uno y sus tendencias. Así, por ejemplo, decía Rafael Belén: -- ?Conoces algo de Martin Buber? -- Claro, hombre. Su teología está muy próxima del cristianismo. Fue un hombre muy castigado por la guerra. Acabó saliendo de Alemania para irse a Israel. Tiene obras de humanismo muy importantes, como, por ejemplo, “Ich und Du”, entre otras. Aguilar contemplaba la sapiencia de la joven entre orgásmico y boquiabierto. Parecía haber encontrado a Dios y a la Divina Pastora. Media hora de conversación con aquella chica fue suficiente para caérsele la baba materialmente en la camisa y reconocer su ignorancia integral y supina en asuntos teológicos. !Qué diferencia! ... El varniz del del aprendiz, al fin y al cabo una película subdesarrollada, no tenía la menor base para mantener con la joven una discusión teológica. La señora, sintiéndose indispuesta, se recogió con su hija y el interlocutor se retiró a su habitación:
-- ?Qué mierda sé yo de religión? ... Esa mujer me da a mí sopas con hondas y no me entero. ... ?Entiendo yo de algo? ... Como decía mi madre: “maestro de tó y oficial de ná”. ... !La vida empieza ahora!... Y se encandilaba, y le brotaban proyectos, y cerraba los puños diciéndose como el que zurra a un burro: -- !Arre!... !Adelante!... Y hubiera subido con agilidad caprina por aquellos cerros si una parilla protectora no se lo hubiese impedido. Un almuerzo de la región y siesta siniestra. Dos horitas echado a la bartola, pensando en Rachel sin poder dormir: -- !Y si me la conquisto y me voy con ellos a Estados Unidos? ... ?No me habrá traído Dios aquí para provocar este encuentro? ... ?Que son judíos? ... !Y a mí qué coño me importa! ... ?Quien dice que yo no soy un cristiano nuevo? ...!A esta nena me la quilo yo antes de irme de aquí! Destilando la gota gorda y con peligro de erección, se metió en la ducha y bajó con un libro bajo el brazo dispuesto a leer. Después de tomar las aguas se reunió de nuevo con Rachel. Pasearon por una faja de terreno disponible entre las viviendas y la carretera, sin más testigos que las parcas sombras de un par de fresnos desolados y una placa de circulación autorizando los 40 km. por hora. La joven lo invitó a hablar: -- !Tienes un magnífico nombre bíblico! ... ?A qué se debe? -- !Sí! ?... Has leído por casualidad el libro de Tobías? -- Lo he leído y lo he interpretado, aunque no por casualidad. Por cierto, ese libro bíblico tiene interpolaciones que alteran su origen y su intención. -- Bien; yo sólo lo he leído un par de veces. -- Desde luego, no es mi especialidad. Actualmente estoy interesada en estudiar el “Tratado Teológico - Político” de Baruch Espinosa, principalmente la parte correspondiente a la Ética. -- ?De qué trata? -- De la vocación de los hebreos y de su privilegio en relación con el don de profecía. De la ley divina ... De los milagros... De la interpretación de la Escritura... De los fundamentos del Estado, del derecho natural y civil de cada individuo y del derecho de los soberanos... En fin, de muchas otras cosas. -- ?Has leído a Paul Tillich?
-- !Cómo no? Su Teología Sistemática es admirable. Me interesaron sobre todo sus doctrinas sobre la Expiación. Déjame recordar... El elemento sujetivo torna el proceso de expiación dependiente, parcialmente dependiente, de las posibilidades de reacción del hombre. Sus seis principios relacionados con la doctrina de la expiación son un primor de estructura. Tal vez sea el primero el más decisivo. Déjame ver... “los procesos expiatorios son creados por Dios y solamente por Dios”. Esto envuelve graves discusiones teológicas. -- ?Cual es tu línea de pensamiento? -- Eso depende. Soy pesquisadora. Por ejemplo, trabajo en un proyecto de investigación sobre “Las raíces paganas del pesimismo sexual cristiano”. -- Debe ser interesante ... -- Sí, todo se originó con el viejo tabú contra la sangre menstrual. Un tabú particular de la antiguedad asimilado por el cristianismo. ?Sabes?... Prohibia el coito con la mujer durante la menstruación. La sangre menstrual fresca, decía un médico de Efeso en el siglo segundo antes de esta era, es un obstáculo para la concepción, porque mantiene el útero húmedo, y la humedad no sólo debilita la vitalidad del semen, sino que lo anula por completo. Por otro lado, en el Levítico 20, 18, encontramos una condenación: “Si uno se acuesta con mujer mientras tiene ésta el flujo menstrual y descubre su desnudez... serán ambos borrados de en medio de su pueblo”. Rafael Belén no lo pudo evitar: -- Esta niña me está calentando a mí... En seguida reanudó la conversación: -- ?Has oído hablar de los Cursillos de Cristiandad? -- ?Cómo?... Eso no pertenece a la era constantiniana? -- No, no. Se trata de una nueva cristiandad. -- ?Te refieres a la Acción Católica? -- No exactamente, pero se trata de un movimiento de Iglesia. -- ?Medieval?... ?Tiene en cuenta el desarrollo industrial, el sistema de producción, la división de las clases sociales, el anonimato de las grandes concentraciones urbanas, la creciente identificación entre el poder político y el poder económico, la manipulación de la conciencia del pueblo por medio de la propaganda?...
La joven parecía trastornada. Aguilar, sorprendido, contestó: -- Claro, es un movimiento de actualidad. Se conoce en el mundo entero. -- Pero, ?es un movimiento reformista o es revolucionario? -- Personalmente creo que quien pasa por un cursillo de cristiandad se transforma. -- !Ah, sí, renovador! ?No estará atrás de todo eso Theillard de Chardin, el padre Lombardi, las promesas de Fátima, el padre Peyton y quizá Billy Graham? -- Pues, ahora que lo dices... -- Pero, amigo mío... Toda esa doctrina del humanismo y del existencialismo cristiano está prácticamente liquidada. -- Creo que te equivocas. -- Mira, la religión no tiene más remedio que apoyarse actualmente en la hipótesis materialista de la historia. Una teología materialista o nada. Se ha de repensar el cristianismo fuera de las categorías de la transcendencia. ?Conoces la reciente reunión entre crsitianos y marxistas en Austria? ?Has oído hablar de Gustavo Gutierrez y su teología de la liberación? -- Si conocieras el Don de Dios... -- Me temo que tienes en la cabeza una idea alienada de Dios. En una sociedad dividida en clases, el Dios del patrón no es el mismo Dios del obrero. El Dios de los blancos no es el Dios de los indios. En una sociedad dividida, la imagen de Dios también está dividida. En una sociedad alienada, la imagen de Dios también se encuentra alienada. -- Dios es amor. -- Pregúntale a un mendigo o a un obrero parado eso que acabas de decir. Pregúntaselo a un esclavo africano. Señor Aguilar, vivimos en una sociedad laica. No hace mucho, Harvey Cox ha publicado La ciudad secular. Es la primera obra teológica que conozco sobre la secularidad moderna. La pregunta fundamental de Cox es la siguiente: ?cómo y qué Dios obra en el mundo a través de los rápidos cambios sociales? Hablar de Dios es un asunto político y registra el fracaso del existencialismo, al que acusa de inmaduro y narcisista. Y otro teólogo, Juan Bautista Metz, discípulo de Rahner, liquida con la teología de la existencia en favor de una teología política. -- Esos, más que teólogos, son marxistas.
-- Pero, hombre... Estamos viviendo un momento cultural de racionalidad materialista y dialéctica. La era de Marx, como reconocen algunos teólogos. En tales circunstancias sería irracional hacer teología volviéndose de espaldas a la hipótesis marxista. -- Marx es enemigo de la religión. -- Para tí, por lo visto, el marxismo, el psicoanálisis o cualquier teoría científica es enemiga de la religión. En sí, merecen hasta cierto punto igual interés, Marx y Nietzsche, Ernest Bloch y McLuhan, Adorno y Russel. -- No te estoy entendiendo... -- Es que tu cristiandad me ha llevado muy lejos. -- Parece complicado... Dime una cosa, Rachel, porque estoy curioso: ?cual es tu religión? -- ?Mi religión?... Ninguna. Yo soy atea... Como la joven observase el desconcierto en el rostro de Rafael Belén, le aclaró: -- ?Decepcionado?... (La joven se echó a reir). Tú no podrás comprender esto nunca porque eres católico. No, un católico, por formación quizá, no puede comprender el interés profesional que una persona normal tiene por un elemento de nuestra cultura, como, por ejemplo, la religión. Después de este imprevisto escatológico, se le ensombreció la mente a nuestro amigo el conquistador y se le arrugó la escarpia. A partir de ese momento aclaratorio, se apagaría la conversación entre ambos. Aguilar era una persona muy susceptible para ciertas cosas. Se dijeron “hasta luego”, sin pena ni gloria. Al avemaría se le caldearía el pensamiento; sentado a la puerta del hostal, mirando al océano de estrellas, se comunicaba con sus adentros. Las lenguas de aire nos hablan en el campo con mayor claridad: -- !Centinela!... ?Qué hay de la noche? ... !Centinela! ... ?Qué hay de la noche?... Hay momentos eternos. Aguilar consiguió descifrar en el firmamento de nata un mensaje divino: -- !Levántate y anda! ... Así fue; anduvo sobre las aguas del océano Atlántico y se fue a Brasil. Entró en su casa y recorrió las habitaciones. Su mesa de trabajo estaba desordenada, llena de polvo... El teléfono tocaba y nadie atendía... Entró en el cuarto de baño por la puerta secreta de su armario... abrió el grifo del lavabo y chorreó un agua marrón, tiznada por la falta de uso... Sobre su cama
deshecha caminaban a sus anchas dos enormes cucarachas... Regresó asustado, galopando por la galaxia: -- Mejor será dormir aquí mismo en Fuenteagria. Mañana será otro día. Pero la conversación con la joven teóloga no lo dejó dormir: Cuando el Señor resucita ya no muere jamás. ?Qué nos importa lo que piensen los teólogos? Cada época pretende dar una respuesta suficiente a los misterios del cristianismo. Al fin y al cabo, el que se salva sabe y el que no se salva no sabe nada. La verdad no es lo que los hombres creemos. La verdad es lo que es y sigue siendo verdad aunque se piense al revés. Jesucristo lo dijo bien claro: yo soy el camino, la verdad y la vida. La teóloga judía tenía razón. Camilo Torres preguntaba: ?Qué nos importa saber si el alma es mortal o inmortal, cuando sabemos que la miseria, ésta sí, es mortal? Y Gustavo Gutierrez coloca al principio de su Teología de la liberación las palabras de un sacristán indio: !El Dios de los señores no es igual! Cuando el padre dice que Dios está en todas partes, el indio lo niega con la cabeza: ?Cómo puede estar Dios en el cuerpo de los que matan? Jueves, 7 de agosto. Lo primero es lo primero:
desayunarse con un vaso de agua
desagradablemente agria. No se veía por la funesta fuente a nadie parecido con un sanitario ni se hacía recomendación alguna oral o escrita. Un puñado de palomas blancas se le echaron encima al madrugador, como pidiéndole algo. Sin alimento alguno a la mano, las espantó alzando los brazos. Luego se puso a mirarlas mientras revoloteaban y quiso traerlas de vuelta: -- !Coño, me traerán un mensaje? ... ?Quien sabe? ... !No me cabe la menor duda; esta visita de las palomas debe ser una señal! ... ?Qué pasará? ... !Tengo que ir con urgencia a Córdoba y pasarme por el correo! ... Como intelectual, usaba la lógica formal para raciocinar y el método hipotético-deductivo para investigar; como buen andaluz y cordobés, el chaval era razonablemente supersticioso en sumo grado. Si se encontraba con un tuerto, tenía que tocar madera tres veces. Si, en cambio, se topaba con una tuerta, compraba inmediatamente un billete de lotería. No pasaba nunca por debajo de una escalera y empezaba el día adelantando el pie derecho. Si se derramaba la sal... !Joder! ... Si se rompía un espejo... !La leche que mamó!... Si
se equivocaba y se
colocaba los calcetines al revés... !Algo le iban a regalar! ... Claro que Rafael Belén, un hombre civilizado, no creía en brujas, pero sospechaba de que “por ahí hay una bruja que dice !ay!” ...
y tinguilitínguilis, tingalaterra, vio desollar a una perra, con tres cuchillitos de caña, para ir a Torresmaña... !Oh persona fantástica, quo vadis?... Preguntó en el hostal por el pueblo de Villaharta. No estaba lejos, a unos tres kilómetros: -- Esta tarde me voy allí, a ver si me encuentro con el cura estúpido, con ese don Casimiro. Dicho y hecho. Después de la siesta y para salir de la monotonía que se iba filtrando en sus rituales, se dirigió a Villaharta. Anduvo unos quinientos metros por la carretera en dirección contraria a Córdoba y se desvió por un sendero a la derecha, indicando el camino del pueblo. Mientras dirigía sus pasos hacia el municipio, creyéndose acompañado por un espíritu benigno y estar pisando un suelo redentor, recordó la frase evangélica: -- !Cómo ardía nuestro corazón de gozo cuando caminábamos con el Señor! ... !Quien fuese uno de aquellos discípulos de Emaús!... Cuando se entretenía oliendo con los ojos el paisaje de Sierra Morena, tan convidativo y fértil, tan sugestivo y sensual, cuyas alegres lomas desgranadas, femeninas y voluptuosas, ofrecían un cierto encanto al al buen ánimo, observó a lo lejos un bulto oscuro en locomoción, andando en su dirección. No tardó mucho en sobresalir la silueta de una anciana vestida de negro, moviéndose con dificultad y con un talego en la mano. Rafael Belén la saludó con las clásicas !Buenas tardes!... La vieja lo miró con fijeza, hizo un gesto con las manos en el aire, pero no abrió la boca. El caminante prosiguió con pies ligeros y pausadas letanías en la cabeza hasta divisar, por fin, la silueta del pueblo. La localidad parecía escondida entre recodos de cerros pardos, mas, poco a poco, se fue mostrando por sorpresa, cual una lengua de piedra encalada. Aparecía y desaparecía, conforme los giros del camino, como si quisiese jugar al esconder con el visitante. Curioso y vara en mano, el peregrino puso los pies en el casco urbano. Ambiente tan rústico como recogido y acogedor. !Adelante!... Corto. Cuando yo visité este pueblo, intentando reconstruir las andanzas viajeras de Rafael Belén, la via pública principal del poblado atendía por el nombre de Andalucía; queda la sospecha de que cuando Aguilar pisó esos pavimentos, debería llamarse, como todas las arterias femorales de los pueblos de España, calle del Generalísimo, del Caudillo, Francisco Franco, del Alzamiento... o algo así. Al entrar en el pueblo, escuchó la campana de la iglesia y por el sonido apalpado se orientó. No había duda; tocaban a misa. Las mujeres, con ojos desorbitados, escondidas detrás de los portales entreabiertos, miraban con desconfianza al forastero, cuya exótica indumentaría
denunciaba su lejanía. Con una estampa de estatua plantada en medio de un solar, una anciana vestida con una bata de lunares y las piernas abiertas, meaba torrencialmente de pie, fertilizando la tierra, como las burras, pero con el cuidado de evitar
salpicar su larga
indumentaria. Al pasar por la puerta de un bar observó a un paisano con ropas de campesino, encostado a la pared, una pierna estirada y otra doblada hacia atrás, buscando apoyo, cubriéndose la cara sudada con un chambergo de paja. Los pasos ruidosos de los zapatos del desconocido, alarmaron al pobre labriego, quien se apresuró a entrar en el garito. Llegó al templo a buena hora. Primera observación en la primera parada; iglesia neoclásica de ladrillo y cal, campanario en la espadaña con un par de vocesitas, una aguda “esquila” y una “llana” serrana, veleta consagrada en todo lo alto, (desgraciadamente, cuando yo visité este lugar en 1997, junto a la veleta habían instalado una pagana antena parabólica de televisión. (!Si don Casimiro levantara la cabeza!...), farolillos andaluces en los pechos de la fachada, sólido portón de madera labrada, amparada por pilastras toscanas, bellamente arquitectadas con el típico ladrillo rojizo de la sierra, bajo un frontón triangular taqueado. Breves escalinatas a uno y otro lado de la entrada bautismal y, en el frontispicio de la plataforma, a unos metros sobre el suelo de la calle, en una hornacina de ladrillejo moreno, la estatueta del Arcángel San Rafael con el bordón y sus pies divinos pisando sobre las rocas blancas de la creación. Este encuentro lo animó sobremanera: -- !Las palomas! ... !Me han traído las palomas que me salieron al paso en el balneario!... Entró en el templo con su mejor disposición para la devoción. Una pequeña nave, bien proporcionada, adecuada al sentimiento popular. Se arrodilló hacia la mitad y recorrió con los ojos todas las imágenes. En el altar mayor, un Cristo en la cruz. Un San Antonio bendito de chocolate... una Inmaculada celeste... un Sagrado Corazón granate... una Virgen con el Niño pálido en brazos... y una estatua entronizada del Arcángel. Escrito sobre una vidriera, pudo leer las palabras de San Rafael al padre Roelas: “Yo te juro por Jesucristo Crucificado que soy Rafael, Custodio de Córdoba”. Una imagen de la Virgen del Carmen, con el milagroso escapulario... San José medio oculto en un rincón... una Dolorosa con un manojo de puñales clavados... Luego supo Rafael Belén el nombre de esta virgen: La Piedad, a la que estaba consagrado el templo. Una grata sorpresa fue contemplar un lienzo con la Virgen de Belen. San Rafael, patrón de Villaharta y la Virgen de su nombre:
-- !Chiquillo no quiés má!... !Esto no pue ser una casualiá! ... !Me han traído a este lugar las alas de San Rafael y las palomas de la Virgen! ... !Por algo será!... El sobrecogimiento lo emocionó de tal manera, que se le abrieron los centros y parecía pelechar como un pajarillo; de felicidad. Oyó misa vespertina, oficiada o, mejor dicho, despachada con una faena de aliño y debidamente descabellada por don Casimiro en quince minutos. Siendo el único varón presente, se conviritió en el polo inevitable de atención para un coro de señoras. Se acercó al altar en la Eucaristía y el cura le dio la comunión, aunque con muy mala hostia, pues poco faltó para que se le atragantáse la sagrada forma. Al finalizar, Rafael Belén entró en la sacristía y saludó al párroco: -- !Buenas tardes, señor cura! ... ?Se acuerda de mí?... ?No le dije que vendría? -- No, sí ya lo he visto la mar de comportadito. !Parecía usted un cromo! ... ?Qué se le ofrece? -- Me gustaría charlar con usted, si no está muy ocupado... -- !Espéreme un instante, enseguida salgo! Tuvo que esperarlo
algo más de un intervalo entre dos momentos porque un par de
feligresas se agarraron al párroco y no lo hubieran largado tan pronto si el curales no les hubiese dicho con sorna: -- !Hagan ustedes el favor de perdonarme, porque he de atender a Su Señoría, el enviado del Nuncio Asmodeo! Las viejas se retiraron dando marcha atrás, abriendo camino y reverenciando una visita tan importante. Aguilar se meaba patas abajo. Bajaron por la escalerilla mientras decía don Casimiro: -- Si no tiene prisa, bien podía echar una partidita de dominó con nosotros. !Siempre nos falta alguien! -- Bueno, pero le advierto que yo no juego muy bien. Sólo sé mover las fichas. -- !Pero, si es sólo para pasar el rato mientras tomamos café, leche! Entraron en la taberna de “Juan José” y el sacerdote hizo las presentaciones: -- Este señor es un periodista diplomático que viene del Brasil a “agriarse” en la fuente por unos días. (A Rafael): ?Cómo es su nombre? -- Rafael, Rafael Belen Aguilar.
-- !Ah, sí! ... Bueno, aquí tenemos a don Diego Canalejo, médico de la villa, y a don César Quetama, secretario del Ayuntamiento. !Somos cuatro! ?Jugamos a “las porras”?... Se sentaron alrededor de una mesa de mármol. Pidieron café y el dominó. Dos a dos; el cura y Aguilar, frente a frente, como compañeros, y el médico con el secretario como adversarios. El médico era un hombre bajito, cabello repartido y untado de brillantina, la frente pequenísima,
bigotillo de chorreón hormiguero, ojos ligeramente oblicuos pero en sentido
contrario, es decir, de convergencia ascendente; pabellón auditivo externo diabólico, nariz sin ternilla y labios gruesos y redondos. Trajecito blanco, de hilo, como la camisa, bordada con sus iniciales, y zapatos del mismo color. Manos torpes en el manejo de las fichas. El secretario era un hombre mayor en estatura y edad, cabello ondulado y descuidado, patillas de pico, barba por hacer, ojos pequeños y escondidos detrás de unas gafas ahumadas; pómulos móviles y sobresaltados al hablar; napias de tabique ladeado, labios tuertos, espaldas de quelonio y un trajecito oscuro, ajustado al cuerpo deforme. El juego de “las porras” se acaba cuando uno de los grupos contrincantes, en partidas sucesivas, alcanza treinta puntos. -- C. (a R) Tiene usted que prestar atención al juego y nada más... !Sale el seis dobre! -- M. !En la mesa! -- S. (a R) ?Dice usted que viene de Brasil? -- R. Sí; de Rio de Janeiro. -- S. De Rio de Janeiro... !Buen fútbol y mejores carnavales! ... Pero, principalmente, mucha miseria, ?no es verdad? -- R. De todo un poco, como en botica. -- C. !Aquello es un dolor! ... !Como toda la América española, claro! -- M. !Oigan!... !No podemos olvidar que España desempeña una misión muy importante en toda América! ... !Una misión evangelizadora y civilizadora! -- C. ?Y por el culo no entra nada? -- M. ?Cómo dice, padre? -- S. ?Ya vamos a empezar?... Por favor, vamos a prestar atención al juego ... !Por desgracia, España no ha hecho na más que meter la pata en América! -- M. !Para usted todo está mal hecho!... Pues sepa usted que el Instituto de Cultura Hispánica...
-- C. !Por favor, don Diego! ... !No nos amargue usted la tarde! ... !Si va usted a colgarle medallas a éste Régimen de mierda, me levanto y me voy! -- M. !Yo no voy a tolerar insultos a nuestra patria!... !Yo digo, insisto, mantengo y repito que gracias a España los pueblos de América han recibido una esmerada cultura!... Y mientras hablaba adelantaba la cabeza sobre la mesa, a punto de levantarse del asiento. -- S. !Cállese, por favor!... América del Sur sólo se arregla de pe a pa con el socialismo militante. !Como sucedió en Cuba! -- M. !No se lo consiento!... !El comunismo es el enemigo político número uno de la Iglesia de Dios y de la civilización occidental! -- C. !El enemigo público número uno de la religión cristiana es el capitalista, el burgués, el terrateniente, el empresario usurero, el ignorante como usted, y usted perdone, y los siete hijos de puta que gobiernan este mundo asqueroso!... -- M. !Cuidado, don Casimiro! !Sin insultar! Usted, como hombre de Dios, debería reconocer la labor social que se ha hecho en España y América a partir de la Cruzada!... -- C. !Hombre, no me joda usted por detrás, me cago en la blanca doble! ... !Solamente los comeollas aplauden a este gobierno! -- S. Aunque le recuerdo a usted, don Casimiro, por si lo ha olvidado, que su querida Iglesia es el baluarte protector del franquismo. -- C. !Paso! ... !Juegue usted! ... !Y vamos a callarnos que nos conviene a todos! ... Les manifiesto, por si las moscas, que nos acompaña esta tarde un periodista diplomático del Régimen, un hombre que nos puede poner a todos a parir... Rafael se sintió ofendido: -- No soy ningún delator ni, por otra parte, me interesan mucho las ideologías. Yo estoy escuchando esta interesante conversación y si me siento aquí con ustedes es porque el señor cura me ha invitado. Además, ni soy diplomático ni muero de amores por la política en este momento. -- C. !En este momento!... Muy significativo, ?no creen? -- M. !Si esto es una conversación civilizada e inteligente, que venga Dios y lo vea!... !Si yo estuviese en su lugar, don Rafael Belén, no permitiría como funcionario del gobierno que en mi
presencia se hablase mal de un Régimen tan perfecto como el nuestro! !Un Régimen como Dios manda! -- R. !Señores, por favor!... !Yo no soy nada, yo no soy nadie! -- S. (Respondiendo a M.). ?Dios? ... ?Qué Dios es ese?... ?Qué perfección es esa?... !Habla usted de algo que no existe y se apoya en lo que no hay! Las partidas prosiguieron más o menos equilibradas y con la discusión como aliciente. La tarde caía tranquila y apacible. Por las paredes del patio se derramaban los primeros efluvios de la flora campestre, anunciando ya el percal de la noche. Las fichas se chocaban enérgicamente contra el mármol. Por fin, llegaron a la partida definitiva. El cura y Aguilar estaban con 26 puntos; El médico y el secretario, con 28. En la última mano Aguilar tenía casi todos los cincos. Cuando se presentó la ocasión, decidió cerrar. En una puerta estaba el cuatro cinco, en otra el dos tres. Rafael cerró a cincos con el tres cinco. Todos pasaron. Luego colocó el cinco doble. Nadie podía jugar. Y se fue con el cinco uno, ganando la partida y el juego. -- C. !Joder con el diplomático de los güevos, que sólo sabía mover las fichas! ... En fin, menos mal. Más vale así. !Nos ahorramos la consumisión! El secretario y el médico pagaron los cafés, el precio de la apuesta, y el agrio prometió volver al día siguiente para hablarles, a petición, del inmenso Brasil. Cuando regresaba a la base, el manto de la noche se veía venir por oriente. Las idas, hacia la esperanza, suelen ser menos melancólicas que las vueltas, cargadas de experiencia, pero, en este caso particular, Rafael Belén se sentía a gusto por haber encontrado algunos contertulios circunstanciales, cada uno más raro y retorcido que el otro. Miró al cielo y se sintió observado por las primeras cabrillas: -- Cuando era niño oí decir que las estrellas eran las almas de los muertos. Sin razón aparente, sintió ganas de llorar nuestro caminante. A lo mejor, por lo peor; por la contemplación y muerte de la luz del día. Como buen histriónico, hizo sus pucheritos y se humedecieron sus ventanas. Se cruzó otra vez con la vieja enlutada, de regreso al pueblo. Se miraron interrogándose y nada se dijeron. Sin embargo, el hombre se sintió atraído por la mujer. El caminante llegó un poco cansado al hostal. Se aseó con agua dulce, se secó con la toalla la destilación de sus penitas y se fue al comedor en busca de un gazpacho de tomate.
Tortillita francesa y flan. Salió al exterior con los pies llenos de quejas, cruzó la carretera desierta, se sentó en un sillón de mimbre, fumó un veguero canario y, vencido por la caminata, se limitó a admirar una noche serenísima. Cuando se hizo a las sombras y alzó la gaita, rebosaba por los cerros un lujoso firmamento luciendo sus mejores galas de gasa. ?Quien ha tenido la iniciativa de torear a la noche?... La noche en el campo andaluz tiene ojos de doncella mora y embiste con el pitón del deseo. La noche no duerme por aquí jamás, vive siempre encendida y sonora en la naturaleza, pero los hombres civilizados la apagamos con neón artificial y la acallamos con espectáculos ruidosos bajo los techos. !Qué pena! ... Porque la noche es, además de joven, una excelente amiga y consejera. Suele revelarnos todos los secretos del orbe. Desgraciadamente, la noche no sabe mentir y, al contagiarnos la verdad, nos coloca delante del impertinente destino. Yo recuerdo haberme encontrado una vez con la noche, cara a cara, en los picos de los Andes, sin más testigo que el rescoldo de una hoguera. Fue una sensación inenarrable, porque la noche quería jugar conmigo, interrogarme, sorprenderme, amedrontarme... y yo, un simple mortal urbano, no conocía las reglas de su juego. Mi mente, mi pobre razón, no sabía otro jugueteo que la práctica del análisis social, la interpretación de datos, la investigación operativa y la proyección presumible. La noche se cansó de esperar a mi palerma civilizada, se disgustó y cerró las puertas. Y entonces me quedé sólo en la cordillera. !Qué horror!... Sí, claro; comprendo bien la lidia agarena mantenida por Rafael Balén, el diestro de Córdoba, con aquella noche despierta en Fuenteagria. Los enormes y opacos cerros se abrieron y de su interior se escaparon los mil diablos del universo, volando alocados como pandorgas escapados del seno de Pandora. Las estrellas guerreaban entre sí, trazando mágicos diseños ditirámbicos en el marco encantado del cosmos en movimiento. El soñador acabó embriagado por el néctar lácteo, sintió el embate de las olas en sus mares interiores y, en el paroxismo de la contemplación, se ahogaron todos sus males. Los espectros celestiales, de tanto aldabonazo indagador, lo soliviantaron y lo proyectaron a un carrusel mágico, vertiginoso
y embaucador. Una música penetrante hiriendo al viento, de
tonalidades nunca dantes navegadas por el espacio aéreo, se derramó explosiva por el entorno fantástico. Belén, ya en el más allá de la montaña, no supo entender por qué, ciertos entes ajenos al retorcido disturbio encantado, contemplaban impasibles los frenéticos giros infernales. Sorprendido, en medio a la vorágine, sufrió el impacto de la fuerza centrífuga y,
como un proyectil animado e incorpóreo, fue a caer junto a los genes expectantes, cuando escuchó a un duende decir con un relincho: -- Esas fatuas energías suponen estar vivas; creen que de verdad cabalgan... El carrusel de los objetivos muertos continuaba evolucionando simultaneamente en un sentido y en su sentido contrario, sin parar, desafiando las leyes de la mecánica y los principios de una metafísica imposible...
Y a cada revolución se complicaban más las ordenadas
elucubraciones por un infinito caótico. De repente, el cordobés, en un corte de plano espectacular, se situó en las alturas, acompañando como observador aéreo al carrusel de viento rebosante de gente. Les miró las caras espantado. Eran viajeros viejos, quietos, tristes, rostros de cera. Los quejidos inorgánicos causaban estragos en el espíritu invisible. Algunos pasajeros, al pretender escapar, se transformaban en luminoso gas... Inopinadamente, cruza el espacio un desesperado vehículo,
con los pedales tan enfurecidos que aceleran hasta
destrozarlos los pies de un ser apocalíptico. El infausto conductor no puede parar. Si el ingenio deja de pedalear, por lo visto, se para, pierde el equilibrio y cae arrastrando a todos los planetas hacia los abismos exteriores: la muerte total antes del parto. Los ónticos se han reunido en corro e, inopinadamente, también empiezan a girar como si sobre patines endiablados estuviesen. Belén y algún otro mortal quieren entrar en la rueda sulfúrica, pero no lo consiguen. Todos consultan ahora con ahinco manuales cabalísticos, editados por los creadores en los siglos que aún no se han presentado, buscando el complejo funcionamiento del tíovivo abortado. Belén se aleja y observa una acalorada discusión de políglotas con los legajos explanados. Mientras tanto, la música ventolera, repetitiva y contundente continúa rasgando los tímpanos... El protagonista mayor no puede oir lo que se discute, pero parece atender devoto al espacio sagrado, donde se vierte la vida en un estado mítico anterior a la caída, sin tener la menor noción del perdón. En ese momento siente Belén en sus estrías viscerales el vivir iluminado, el vivir como algo muy peligroso, porque un mal indefinido amenaza constantemente la existencia...
A eso de la medianoche, las alcaparras de la
comarca, transformadas en brujas azafatas, al frente de las cuales viene la vieja de luto encontrada dos veces por Aguilar aquella misma tarde en el camino de Villaharta, alzan al durmiente en medio a un remolino provocado por sus agitados abanicos relucientes y lo depositan con devoción hechicera, por la ventana, en el catre de su habitación.
Un día menos y un día más. Días de descanso y sosiego. Días machos, días borrachos, días mochos, días agrios, días sanos, días serranos. Jornadas muy diversas de las dulzonas, húmedas y traicioneras horas femeniles del sur maravilloso y tropical. Rafael Belén intentaba templar con tiento las cuerdas de su guitarra espiritual, tan olvidada y polvorienta ultimamente... Por suerte o desgracia, no podría detenerse mucho tiempo en aquel sanatorio campestre. Pero aún era demasiado pronto para recibir de los olivos facultativos el alta cabal. Era preciso sentir y acaso padecer un poco más. Tragar el agua amarga y sentirla bajar por el cuello a los toques del “Angelus”. En el hostal oyó decir que en Villaharta vivía una famosa vidente, una mujer llamada “La Farta”, una santona. Decían unos arrieros en el zaguán que venía mucha gente de Córdoba y “de entoavía más allá” a consultarla. Aguilar comentó con la gente del hostal que esos adivinos no pasan de embaucadores: -- Se aprovechan de la buena fe y de la ignorancia de las personas sencillas. Alguien le manifestó que cambiaría de opinión si la conociese. Rafael replicó con suficiencia: -- Miren ustedes; cualquiera, con un poco de labia, puede hacer milagros y todo lo que ustedes afirman de los prodigios de esa mujer. Pura sugestión. Seguramente, se ha rodeado de un repertorio de respuestas ambiguas, y sabe encajarlas perfectamente en cada problema expuesto por los desesperados consultantes. Uno de los presentes, se aventuró a decir: -- Usted no diría eso si la conociese. -- A usted le pasa lo que a todos; lo ha dejado hipnotizado y no puede ver la realidad. Terció quien parecía ser el hospedero: -- Oiga usted, señor: “La Farta” vive después de pasada la iglesia del pueblo. Para encontrarse con ella tiene usted que subir por la cuesta del “El Calvario”, trepar por unas escaleras espantosas hasta lo más alto. Allí verá usted una tienda de ultramarinos. Bueno, entonces pregunta usted por la mujer. -- !Pero a mí no me interesa esa mujer para nada en absoluto! -- No, si yo se lo digo por si quiere usted denunciarla... -- ?Denunciarla yo? ... !Yo no soy un policía, joder!... ?Por qué le dicen “La Farta”, le falta alguna pieza?
-- !No le farta ná! ... !Ar contrario, le sobra tó! Aguilar se excusó, cruzó la carretera y se fue al bar. El reconfortante cafelito. El substitutivo del “cafezinho” brasileiro. Las horas pasaban como segundos, pero los minutos le parecían siglos. Vivencias del tiempo pático. La mañana se le fue leyendo. Abrevió la siesta y se fue a Villaharta. Por el camino se detuvo más a contemplar el paisaje esta vez: los pies flotaban sobre un suelo alfombrado de hierbas maduras y salpicado de margaritas doradas; se sucedían los matorrales, los arbustos, algunos pinos y una parcela de olivos. Silencio en el orbe, sólo roto por la bocina de los insectos en su ir y venir recurrente. El trayecto era una invitación a adivinar las insinuaciones del paisaje. El caserío de Villaharta, diáfano y recoleto, contrasta con las oscuras sierras peladas
y las pardas lomas que lo cercan. Aquel camino solariego,
sembrado de yerbas duras y tal vez añorando por el paseo vistoso de las mariposas, invitaba al recogimiento. Las simpáticas sombras de un vallecillo suavizaba el estío. Las encaladas casas permanecían casi todas trancadas, defendiéndose contra la canícula, a la espera del soplo de la tarde. El impaciente andante mundano llegaba adelantado. Como siempre. Se encaminó directamente a la Casa “Juan José”. Allá en el garito encontró al cura con la sotana desabrochada, dejando asomar la camiseta, leyendo atento un periódico. Junto al clérigo estaba también el Secretario del Ayuntamiento, con una colilla en los labios, manejando papeles con devoción religiosa y haciendo cuentas sobre una mesa.
Aguilar los saludó y
tomó asiento. No tardó en llegar el médico con un maletín raído en la mano. Luego notó Rafael Belén que no era hora de dominó. Pidió una gaseosa y, antes de bebérsela, el Secretario, quien, por lo visto, había terminado su contabilidad, dijo a todos: -- Señores, vámonos al patio; allí estaremos más fresquitos. Y diciendo esto, se arrancó un pañuelo empapado de la cerviz. Así se hizo. Es decir, cada uno siguió el consejo del secretario cuando le dio la real gana. En el patio abundaban las flores y sobresalía el brocal de un pozo antiguo. Hicieron algunas preguntas a Aguilar sobre Brasil, y durante unos quince minutos, fue el centro de la atención. Después se refirieron al mundo y a sus problemas: explosión demográfica, degeneración del planeta, los dos tercios de hambrientos... Pero,
poco a poco, la conversación se fue replegando hasta tornarse más
modesta y local. Antes, sin embargo, el forastero tocó en la luna, recién visitada por los americanos:
-- !El haber escalado la luna ha sido un hecho admirable, ?no creen? -- C. Creencia por creencia, ?ustedes creen que seremos más felices por haberle visto el culo en pompa a la luna? -- M. Corrigiendo su lenguaje obceno, indigno de un reverendo, no sólo hemos visto su cara sino que se la hemos tocado!... !La creación es algo maravilloso, inenarrable!... !El dedo de Dios se manifiesta por todas partes! !La humanidad ha dado un paso gigantesco! -- S. !No me haga usted reir, por favor! ... !De ese paso no se sigue ná de ná! La ciencia ha ido más lejos sin necesidad de espectáculos. La luna lunera y las brillantes estrellas que todos vemos son las hijas afortunadas de un caótico parto explosivo ... La ciencia ha demostrado que todo empezó con una gran explosión... -- C. Sí, es verdad; tiene usted razón, sapientísimo señor secretario. Todo empezó con una gran explosión, pero, dígame, !cipote!... ?quien encendió el fósforo? -- R. !Esa es muy buena! ... !Esa es óptima!! ... !Genial!... !Definitiva!... Rafael pataleó, se echó hacía atrás y faltó poco para caerse de espaldas. -- M. No nos engañemos, el hombre no ha resuelto todavía su problema categórico. !Dios es la solución total y absoluta! -- S. !Sí, y Franco es su profeta!... !Me cachis en diez! ... ?No digo yo? ... El clero nos obliga a creer en la quimera del más allá y la medicina nos acelera el viaje... !Misterios y problemas! -- R. Pero cada vez hay menos misterios y más problemas. -- M. ?Y cual es la diferencia? -- R. El problema lo tenemos delante de nuestros ojos, el misterio vive dentro del alma. -- C. ?Nos va usted a dar una lección de teología? ... Gracias a la teología reseca e individualista... Para ustedes el prójimo es una palabra diluída, ya no es nuestro hermano, sino un adversario que nos incomoda. -- S. De hermanitos, nada. A los hermanos los ha quemado la Iglesia con mucho cariño. En cambio los camaradas han sentido siempre la unión moral. -- M. En eso coincidimos; bueno, coincidimos en parte. Durante la guerra, en Falange éramos una familia. -- S. !Me cago en la hostia, yo no me refería a los cangrejos del falansterio, yo me refería a los hijos de la libertad!
-- C. !Coño, no me pongan ustedes malo! ... !No me revienten las tripas!... !Dios nunca en su vida resucitó fantasmas! -- M. !Le hago saber a ustedes que la Cruzada no ha terminado! ... !Yo soy partidario de Cristo Rey, y no de un Cristo comunista! -- C. !Oiga usted, don Diego, me cago en dios!... !No me venga usted con indirectas: !Ni rey ni comunista ni pollas en vinagre! Menos cachondeo y menos etiquetas! ...!Más pan y menos manteles, no jodamos la perra! ...!La sotana que llevo puesta no es una bata de cola, señor doctor! -- S. Con estos follones inútiles me entra sueño a mí. Era más interesante la luna... Descartes podría haber puesto en los extremos de la vertical, como Platón, a la sombra y al sol; y debió polarizar en la horizontal, como Aristóteles, el truco y la realidad. Y si le ponemos una tercera dimensión a esta “cruz” cardinal, dejaríamos aquí, al alcance de la razón, los buenos bigotes y, los bodrios que ustedes inventan, en el culo de la luna. En esta encrucijada del mundo, casual y sin sentido, no hay cosa mejor que agarrarse al pasamano y subir la escalera de la solvencia, de espaldas y de noche. -- M. Sí, mejor será hablar del sexo de los ángeles: Ustedes que creen, ?será el cosmos un parto del caos o el caos será un aborto del cosmos? -- C. Mire, hablando en serio, la materia será una isla soltera, casada o viuda. Lo que usted quiera. Pero, desde luego, el espíritu generoso, el ánimo humano, no se somete al triste pensar ni se recorta por ninguna circunstancia. -- S. !Yo soy yo y mi circunstancia!... !Venga! Vamos a llamar al mensajero de los dioses para que nos interprete lo que el reverendo nos ha querido decir. -- R. Creo que no será necesaria la intervención de Hermes, el dios traidor de los traductores. Nos ha dicho que el ánimo no es un estado. Veamos, señores, ?qué es un estado? -- S. El Estado es el enemigo público número uno de la sociedad civil. -- M. Dígame, señor Secretario, a usted ?quien le paga? -- C. Permítame que yo me adelante, secretario. !A mí me paga el hijo puta del Estado y a la Iglesia oficial debería darle vergënza! ... -- S. !Son dineros robados! ... !Monederos falsos!... !La sangre del pobre está de por medio!... !A mí se me retribuye por mi trabajo! Presto un servicio a la comunidad. !No le debo nada al
Estado, joder! ... !No le debo nada al Estado franquista ni a su congraciada, la Iglesia de don Casimiro! Y si quiere usted denunciarme, señor matasanos, voy con usted ahora mismo al cuartel de la Guardia Civil. -- C. No se asuste usted, don Rafael Belén; estas discusiones nuestras no pasan de pedradas retóricas. Estos dos señores se quieren como burros, aunque, de vez en cuando, chocan los cascos y salen chispas. Ambos son buenas personas, pero, aquí en la sierra todos padecemos de una típica alteración de la salud: por la mañana estamos dispuestos, por la tarde, “puestos” y, cuando viene la noche, indispuestos. No hay nada más esperanzador que el Principio, nada más amable que el Verbo silencioso de la siesta y nada más triste y fatal que el predicado terminal. -- S. Mantengo lo que dije y me voy a mi molino: la materia es cósmica; la forma, caótica. -- R. !Esa es muy buena! Se acabó. La fábrica de piropos se apagó y cerró las puertas. Rafael Belén se fue con el cura a la iglesia; el médico se dirigió a visitar a un enfermo, y el secretario se quedó esperando al alcalde. Cuando Aguilar se retiraba con el párroco, lo llamó el secretario: -- ?Ha oído usted hablar del manuscrito de Villaharta? -- No señor. -- Lo encontrará en la Biblioteca Nacional de Madrid. !No se lo pierda! -- Pero, ?de qué trata? -- De los cálculos de Malba Tahan. Anotó los datos y, por el camino le preguntó Aguilar al sacerdote: -- ?Sabe usted cómo se... o cual fue el origen de Villaharta? -- !Es la pregunta del periodista!... !Tendría usted que indagar junto a los descendientes del último de los dueños del mayorazgo, Jerónimo Páez, Caballero de la Orden de Calatrava, que en gloria esté, y esto de estar en la gloria sí que sería un milagro! -- ?Jerónimo Páez? ... En Córdoba hay una casa que se llama la Casa de los Páez. -- Pues eso. Mire usted, yo no soy de aquí ni tengo dinero, pero si me tocara la lotería, cosa improbable porque nunca meto, emplearía todo el importe del premio en excavaciones. !Vamos, es que le iba a sacar hasta las asaduras a esta tierra envenená! -- ?Quiere usted decir que hay buenos minerales en el subsuelo?
-- Yo no digo nada. La “Farta” es la conocedora de este misterio fabuloso. Para que usted se entere, le voy a dar una noticia escandalosa para su periódico. ?Cual es su periódico? -- El vespertino MADRID. -- No es malo. Mire usted, entre los Duques de Alba y la distinta y noble familia llamada de los Páez, mancomunados con el rey Felipe III... ?Sabe quien fue Felipe III? -- En este momento... -- Este animal era un puro alemán de pies a cabeza; el clásico ejemplar de pelo rubio, piel de salmonete y labios propios de la Casa de Habsburgo... Creo que todos ellos, como le digo, de común acuerdo con su adversario y cómplice, el rey de Navarra, Henrique IV... !Esa es otra!... ?Sabe quien fue el rey de Navarra?... ?Sí? Bueno, pues, este tunante delegó poderes a su confesor, el dominico Gaspar de Córdoba, un enemigo acérrimo de los jesuítas... !Joder, se me van los recuerdos! En fin, todos juntos, se le aseguro, metieron aquí debajo de nuestros pies parte de lo que habían atesorado malamente no sólo ellos, sino Carlos V y Felipe II. ?Si usted supiera? Antes, ya se habían traído otros del castillo de Almodóvar del Río los tesoros de el rey Don Pedro El Cruel, pero eso es otra historia... !Si tendría poderes aquella gentuza que hasta el Dogma de la Inmaculada Concepción se originó como consecuencia de las articulaciones de esa camarilla! -- !Esto empieza a interesarme! Oiga, ?cual era su propósito? -- Salvar sus malhadados bienes de las asechanzas de una Europa inquieta y amenazadora. -- !Me está usted dejando de palo! ... !Me gustaría hablar con usted largo y tendido de esto! -- “Tempo perso”, porque yo no sé nada. ?Usted no me ha preguntado por los orígenes de Villaharta? Lo único que le puedo decir se lo despacho pronto; aquí todo está equivocao a empezar por el rótulo. Como dijo un poeta cordobés, este pueblo tiene un error en el nombre. La villa, más que hartura tiene altura, dada su situación serrana dominadora: debía llamarse Villa-Alta, o mejor, Villalta. -- Una última pregunta, ?quien es “La Farta”? -- Eso es un rosario de cuentas. De La Carlota se trasladó a Villaharta una familia de colonos alemanes venidos a España en la época de Carlos III, con el fin de organizar la agricultura en Andalucía y crear algunos pueblos. “La Farta” desciende de aquella familia. Y por aquí no hay quien entienda tanto de historia, botánica y brujería como esa mujer.
Cuando visité Córdoba, tratando de seguir las huellas dejadas por don Rafael Belén, supe que la famosa Casa de los Páez había sido transformada en Museo Arqueológico Municipal. La ironía de la historia no tiene límites: quizá falten ab aeternam en ese Museo, por carencia de arqueólogos excavadores, los preciosos trofeos sepultados bajo los suelos de Villaharta, cuyo secreto se llevó a la tumba el cacique Jerónimo. Bien, después de la misa vespertina, Aguilar, claroscura la razón, a la vez distinto y confuso el corazón, regresó a la tierra de aguas santas, al valle desvalijado por la inercia, y anduvo por una rústica carretera de caudal severo. Entre
cerros vivos, montes escondidos, pájaros
distraídos, pinos y olivos, tierra descuidada y virgen, brotes de esperanza vegetal por doquier; la naturaleza. Y se atrevió a cometer un descubrimiento: -- Ya lo tengo. Una veta de agua debe pasar por los tesoros escondidos de ahí arriba y por eso llega al balneario con ese horrible sabor a metales. El sábado, día 9 de agosto, Rafael Belén se levantó de mal humor. Tal día como aquél, en 1930, él mismo, el mismo pero distinto, empezaba y acababa llorando la jornada en su hora undécima, al asomarse al exterior por la ventana materna. Un sábado, como éste de ahora mismo, vino al mundo, poco antes de la medianoche, no muy lejos de aquella sierra. En una calleja ensuciada de Córdoba. Manchada en el sentido material e impura en el espiritual. Se habían pasado ya 39 años. Desde entonces, mucha agua corrió por la noria de su memoria. El último episodio vivido y padecido en el escenario iluminado de Rio de Janeiro, interrumpió, de forma radical, su función teatral. Pasando revista a los recientes revoltillos ocurridos al otro lado del mar, mirando de frente al campo desde el alféizar, (si lo hubiese), de su habitación y con las tripas revueltas, debido, tal vez, a las reiteradas dosis del agua férrea de Fuenteagria, llegó de forma fulminante a destapársele la olla humeante de sus entendederas para extraer de su interior una idea que se le ocultaba: -- !He hecho el primo! ... El primo o el canelo, por haber salido corriendo de su proscenio, porque alguien gritó !fuego, fuego!, por sentirse apavorado, sin la menor necesidad: -- !Esta tragedia no pasa de una comedia! ...
A ocho mil kilometros de aquel ambiente campestre y veraniego, tornasolado, mirando al sur, Aguilar imaginaba su ausente presencia en las playas del trópico. Bien entendido; sentía la falta que él mismo hacía en aquel entorno carioca: -- !Volveremos! En Brasil y en toda república tenida como tal, laica y sana, el día del cumpleaños es una conmemoración más importante que la onomástica. Se comprende; nombres como los de Wellington, Edson, Capanema, Amazonas, Newton, Jacira, Melisa, Alineta, Dosaúno, Thais, Ubirajara, Elba, Hiran, Nancy, Janina, Milton, etc., no se encuentran en el santoral. Es una tendencia en todo el mundo. Ya se celebra menos el día de San José, de San Juan, de San Pedro... incluso en la católica España, donde, en la actualidad, un triste “gay” de barriada tiene más derechos y gana más aplausos que un alegre santo universal. En una sociedad laica y pluralista como la nuestra, celebramos el día del barbero, del mestizo, de las papas fritas, del neurótico, del soplapollas, del camionero, del ilustre desconocido, del circo, de las aceitunas rellenas, del mendigo, de las inundaciones del Guadiana, del contaminado por salmonela, aunque también el día de la fraternidad, de la internacional socialista, de los oprimidos, de la justicia, etc. Todo lo habido y por haber; todo menos el día del banquero, claro, porque lo celebran todos los días del año. Estas tendencias indignaban a Aguilar, quien estaba poco dispuesto a celebrar sus 39 añejos. Añejos, desde luego: -- Se me han pasado casi cuarenta años y ha habido de todo en mi huerto... Porque, !hay que ver lo que pasamos en la guerra! ... !La vida empieza a los cuarenta!... !Menos mal! ... !Ole! Sólo me falta uno para salir del huevo... ?Del huevo o del limbo? ... !Definitivamente, hoy se me acaban los sueños! ... !De nada me sirven las lamentaciones jeremíacas! ... !Hay que batirse! ... !La vida empieza ahora! ... Y diciendo esto, arrebató el vaso de la mesa, bajó precipitadamente la escalera, se dejó caer por la ladera, entró en la fila y se tragó con vehemencia el líquido elemento, más áspero que nunca. Notó que aquel agua empezaba a alterarle el organismo. Tal vez no fuera el meollo, pero, al menos, en algo se sintió afectado; la tesitura de las heces desprendidas en la privada: menguantes, consistentes, odorosas, troceadas y de oscura herrumbre... Por algo se empieza, por el cambio de mierda. No había tiempo a perder: -- Me voy a Córdoba en el primer autobús.
Obejo, El Vacar, Cerro Muriano... Se bajó en los Jardines de la Victoria y se fue derecho al correo. Le había llegado una gruesa carta de Ernesto: -- ?Regalo de cumpleaños? ... Regresó a Fuenteagria en seguida, pasó en autocar por la estratégica iglesia de San Cayetano, dejó atrás y al otro lado el imponente muro que separaba la salud de la insania, pasó por el viejo Hospital Militar y, al poco, vió a lo lejos la cárcel nueva, de infausta memoria, y, cuando acabó la ciudad, por el ascendente y curvilíneo camino, se dispuso a leer las nuevas. Mala y grave estaba la cosa... De regresar, !ni pensarlo! ... Ernesto le relataba punto por punto, con parsimonia jurídica, numerando los párrafos, sus numerosas gestiones. Había devuelto las llaves del apartamento y colocado los muebles en un depósito, por suerte, pocos días antes de que unos vándalos, desconocidos, pretendiesen tomar el apartamento por asalto. El “oriental” se cercioró de haber dejado su enemigo el país, aunque no a causa de la enfermedad del padre, como pretendieron hacerle ver. En el interregno, Aguilar le había escrito una carta al marido de Flora, “explicando” su falta a la cita y su ausencia, debido a un problema de familia, tratando de hacerle comprender que entre su mujer y él no había más que una pura y limpia amistad entre colegas. Según Ernesto, esta carta había enfurecido todavía más al “oriental”, amenazando con ir en su busca. Decía su abogado con palabras muy claras: habrán de pasarse dos años, como mínimo, para pensar en un eventual regreso. El Ministro Litago le mandaba decir, por su intermedio, necesitar el nombre y la dirección de un banco, así como el número de la cuenta corriente, para poderle enviar sus honorarios. Los cursillistas rezaban para el pronto restablecimiento de su padre. Ernesto terminaba así: Llámame por teléfono, a cambio revertido, si quieres más aclaraciones. Sombras de plomo derretido cayeron sobre los proyectos de Rafael Belén: -- !He hecho el primo! ... !Ernesto se ha hecho amigo del marido de Flora y del Ministro, y entre todos me están haciendo la puñeta! ... !Está bien claro; no quieren que vuelva nunca más! Junto con la carta de Ernesto, le llegó una esquela de Regina Costard: No te desesperes. Continuamos a tu lado. Piensa un poco en los sufrimientos que está soportando tu amiga Flora. Es algo terrible. No te lo puedes ni imaginar... Pero lo que Panchito imaginaba era otra cosa: -- ?Para qué fue Flora a su casa, sin previo aviso, aquella tarde? ... Aquella visita inesperada fue muy extraña...
!Adios cumpleaños! ... La carta del amigo le quitó las ganas de comer. Una naranja y a la habitación. Reflexionó sobre la respuesta a Ernesto, midiendo las palabras, puntualizando... Resultado: le escribió primero una carta a su primo del mismo nombre, Rafael, refugiado desde la guerra civil en Francia; proponiéndole pasar un mes en su casa, aprovechando el tiempo para perfeccionar su francés. Este pariente vivía en el departamento de Lot-et-Garonne, en una pequeña villa llamada Lavardac, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Agen, entre Burdeos y Tuluse. Como no podía dormir y no dejaba de revolcarse en el lecho, desafiando al sol insoportable de la tarde, se fue al pueblo. Anduvo como un sonámbulo expuesto a la canícula con la mollera destapada. Sólo la sombra socorrida de los centinelas del camino le evitaban el sartenazo de una insolación. Pensando, pensando, apoyando la mano izquierda en el tronco de un árbol, le salió al encuentro un lepidóptero susurrándole al oído una coplilla, antes nunca escuchada: ?No sabes si acabas o empiezas el camino de tu existencia peregrina y loca? ?No sientes aún el giro del destino ni sospechas la suerte que te toca? Si no tienes hambre... ... se te pudrirá la sangre.
Saldo negativo, números rojos en su momento histórico. Para saldar la cuenta era preciso darle cuerda al juguete, echarle agallas a la cosa y dejar de llevar las cadenas a la rastra. Ni más ni menos. Llegó al pueblo, todavía con la sábana blanca de la siesta extendida, y no vio a un alma por parte alguna, a pesar de haber recorrido todas las calles del villarejo a plena luz: la del Posito, brillante como una espada, la del Ayuntamiento, de capa caída y a dormivela, la de San Rafael, sin la sombra de una duda, la calle del Guadalquivir, ancha, ladeada y seca, con restos de antiguos arriates... Secretos en derredor, integrales, químicamente puros, a cuarenta grados, desprendidos de los cerros. El amigo taciturno llegó a la calle del Calvario: -- !Aquí la tienes, Rafael!...
El señor Aguilar recordó aquí los 365 escalones de la empinada iglesia de la Peña. No podría decirse a ciencia cierta si la calle era más ingrata que la hora o viceversa... !Adelante! ... Penosa subida: una poderosísima pendiente de cemento, ornamentada a la izquierda junto al testero, por consoladoras escalerillas. A escoger: rampa o escalones. !Menos mal! ... Al menor descuido, el escalador corría el peligro de perder pie y salir rodando cuesta abajo... !Feliz cumpleaños, Rafael!... Esto se pasaba en el 69 y yo empecé a escribirlo en el 96. !Qué más da! En la cumbre ya, con aire de triunfo, chorreando a borbotones, tropezó con una tienda de ultramarinos y... se acordó de “La Farta”. Antes de darle tiempo a pensar che cosa fare, ya estaba dando aldabonazos en un portal. !Sacrilegio mayor! A esa hora no se labora en Andalucía ni con las tripas. La siesta en verano es una fiesta sabática. Alguien sobresaltado entreabrió la puerta. Preguntó por la vieja y hubo de esperar un rato largo al sol. Cuando se disponía a marcharse, una chiquilla con una mella en los dientes le dijo bajito: -- !Pase usté pacá! Entró por un suelo empedrado hasta dar a un patio rarísimo. Triangular, en convergente declive, con un ovalado pozo artesiano cerca de uno de los vértices, a pocos pasos de una hermosa higuera dando sopas de sombra, junto a cuyo tronco reposaba antigua, sobre
una mecedora
la cual descansaba una mujer. Una señora conocida y respetada en la
comunidad. “La Farta” no era otra sino la viejecita caminante, con quien se cruzó dos veces entre Villaharta y Fuenteagria. La vidente lo miró de reojo y, con un gesto de la mano, le indicó que podía sentarse en un taburete próximo a su asiento. Aguilar se dejó caer con precaución, contempló a la mujer, protegiendo sus canas con un pañuelo blanco. Tenía la cara clara, como la porcelana, permanecía con los ojos cerrados, pareciendo estar por su semblante en el mundo fantástico de los adagios musicales. No parecía ser una señora serrana. El hombre no sabía qué decir. No fue necesario. La señora, sin alterarse ni despegar los ojos, susurró: -- Ha tardao usté mucho en vení por aquí. Lo esperaba por ayer... -- ?Y cómo lo sabía usted, buena señora? -- Porque sus ventanas me echaron su suerte al cruzarse cormigo por el camino... ?No se acuerda ya de cómo le pesaba su sombra?... ?Ha subío usted por la cuesta para acostumbrarse a lo que le viene? Hay otro camino por la carretera de Pozoblanco.
-- Señora, yo me dedico a escribir cosas curiosas y me han dicho que usted sabe algo muy importante sobre este pueblo. Un misterio o una leyenda. Escribo crónicas para un periódico de Madrid y a mi diario le gustaría publicar algo de lo que usted sabe. Detalles de esas historias, pues, al parecer, en ellas están envueltos personajes históricos de alta... -- No se canse usté mucho. Lo voy a interrumpir porque no hay mucho tiempo en la paciencia de su casa. Usted no ha venío a verme pa convidarme a escarvar en er pasao desta tierra. ?Me entiende?... A usted le interesa más lo que venga, lo que venga, que es lo suyo.
?Qué
quiere usté saber por mí? -- !Oiga, señora! ... Bueno, también es verdad que me hablaron de usted en el balneario. Me han dicho que usted predice el futuro. Por mi formación... vamos, por mis estudios... le seré claro, yo no creo en estas cosas, pero, como soy andaluz, ?qué quiere usted?... tengo mis supersticiones. !Aunque se van a acabar todas hoy mismo! -- ?Cuantos años dice usted que cumple? -- ?Cómo dice?... !Yo no he hablado nada ni le he dicho a nadie que hoy cumplo 39 años! La mujer puso las manos sobre los palos de la mecedora, se enderezó un poco, miró con sus aceitunas verdes a Rafael Belén, cuya serenidad, por cierto, se iba evaporando, y con una voz muy queda y diferente del “seseo” cordobés, le dijo al nene: -- Lo que me va usted a contar no nos va a servir de ná. La historia ya está escrita. -- ?Lo que le voy a contar?... Pero, es usted la que debe contarme lo sucedido en este pueblo... ?Cómo puede imaginar que he venido a contarle algo? -- Por eso mesmo, porque quería despistarme al pretender que fuese yo la cuenta cuentos. -- No he venido a su encuentro para contarle cuentos. A eso que usted dice se le llama psicología casera, psocología parda. -- Mire, joven; a veces tropezamos; o nos cruzamos. Pocas veces nos encontramos. Ya me ha dicho muchas cosas. Pero, dígame otra más, ?lo que le interesa deste pueblo no podía haber esperado hasta más ida la tarde? -- ?Quiere insinuar que he llegado hasta aquí tropezando? -- Yo diría que se ha cruzao usté en su camino con una mala hora. -- Eso puede ser verdad, pero, ?es tan vago e indeterminado lo que dice?
-- Por dos veces íbamos en direción contraria por la verea. ?Lo recuerda?... La “dirección contraria” tiene una hartá de cosas pa contar... No anda usted tieso, como debiera. Le pesan las espaldas, se inclina hacia adelante y mira al suelo... ?Qué le trae por aquí? -- ?Las espaldas serían mi pasado?... -- Se viste usted de una forma muy poco natural. Esas telas forasteras en un hombre de los alrededores... -- !Me cago en la leche!... ?Quiere usted decir, señora, que yo tengo la piel postiza?... ?Que soy un sepulcro blanqueado? -- Sus ojos están vacíos, distantes, ausentes, buscando reposo en una ruzafa de otro lao... -- !Señora, no sé qué está leyendo usted en mi semblante! ... !Me gustaría contarle algo! -- ?Ve usted ese pozo ahí?... No sabe usted bien lo hondo que es. Y cuando se acaba lo profundo, mas allá y por debajo del agua, está lo que a usté le interesa. -- El qué... ?la historia del oro escondido de los reyes y de los Páez? La vieja lo miró con cierto desprecio y prosiguió: --Usted no lo quiere sabé, pero se ve atraído como una lechuza por la oscuriá. Se ha caío usté ar pozo sin que naide lo empuje... Y se ha puesto a girar como las paletas de un molino, pero a lo bestia. -- ?La oscuridad? ... Eso debe ser lo contrario de la verdad, de la luz. ... !Ahora entiendo mejor lo de la “dirección contraria”! ... ?De donde cree usted que vengo yo? -- No intente dar voces ni pedir socorro... Nadie lo ayudará a salir, nadie le echará una cuerda. Rafael Belén, intérprete de sus propias cuitas, fue perdiendo la serenidad y el dominio de sí: -- !Por el amor de Dios, señora! ... !Ayúdeme! Y al decir esto, Aguilar, fuera de sí, se echó de rodillas al suelo empedrado y comenzó a gemir. “La Farta” volvió a entornar los ojos y no se dio por enterada. Permanecieron un largo tiempo en silencio. Sin levantarse y junto al regazo de la vieja, insistió en la ayuda: -- !Señora, se lo ruego!... -- Señor, lo que hay que cumplir no son sólo los mandamientos sino los compromisos. -- Creo que yo no me oculto... -- Las mentes, como las uñas, no tienen sangre. Lo ocurto de lo ocurto no se remueve con letras, se resuerve andando, metiéndose en los riesgos de la vía. A su hora...
-- !No me desoriente, por favor! -- Óigase usté, joven... Ni la salida está por er brocal ni consiste en gatear. Ar contrario, buen mozo; déjese caer, déjese llevar, toque er fondo, arránquelo, y deje que llegue la verdad der más allá. -- !Tengo que hablar mucho con usted, señora! -- No me hable. Baje las escaleras que acaba de subir. La gente no sabe bajar por las escaleras que van de la pringue a la sangre. -- !Yo quiero bajar! ?Cómo se hace? -- Hay que seguir ese camino y también el de la dirección contra... Al subir ha sentido usté lo que no sabe... Al bajar debe usté saber lo que no se siente. -- !Mire, que no me estoy enterando de nada! -- O nos cruzamos, o tropezamos o nos encontramos. Pero pasa lo peor cuando nos ignoramos. Las hojillas de los olivos se ponen a pelear por las mañanas... ?Sabe por qué?... Cuando lo sepa comprenderá la gracia del aceite. Ahora me tengo que marchar a mi faena. !Vaya usted con su sino!... !Buen cumpleaños a usted y a la compaña! -- ?Qué compaña, si estoy sólo? -- Está sólo pero no solitario. -- No estoy tan seguro. ?Podré volver a verla, señora? -- Recuerde: las personas mienten más cuando están calladas. Pero fingen, amparadas por la concencia apagá. ?No sabe usté que la soga se parte siempre por el lao más gastao?... Una cabeza como la suya es el cajón de sastre del diablo, señorito... -- !Señora, señora! !Estoy desesperado, estoy desesperao perdío! -- ?Está usted con rabia?... !orinando se le pasará! -- !He sido víctoma de una traición! -- No tenga la mala costumbre de escupir en el plato de comida que lo alimentó. -- !Sólo pienso en vengarme! -- Las ganas dan y pasan. Cuando uno no quiere, dos no se pelean. -- Sí, como dicen donde yo vengo: una mano lava la otra y las dos lavan la cara. -- No pueo pararme más. !Buenas tardes!
Aguilar echó mano de su cartera e intentó darle un buen dinero. “La Farta” rechazó la oferta y exclamó: -- !Cuando la limosna es mucha, er santo desconfía!... !Por lo visto, no ha entendío usté na de ná!... Mejor será que empiece usté a bajar... Bajar la cuesta fue mucho más fácil. !La hora!... La Gioconda, la danza de las horas del día... la danza de las horas de la noche... la danza de todas las horas... La música de Amilcare Ponchielli lo ayudó a descender. Se metió por varias callejas tatareando y danzando con los brazos abiertos hasta llegar a la Casa “Juan José”. No había llegado nadie. Pidió un café y rememoró aquel encuentro: -- Las cosas que me ha dicho esta mujer no le convienen a cualquiera. No son tan ambiguas... No, no me ha soltado frases enigmáticas como las que ofrece la pitonisa del templo, dejando al aire la interpretación... ?De qué conoce mi vida esta señora?... Veamos, vamos a invertir las cosas... Yo soy “El Farto”, me siento con la vieja y le digo lo que le pasa. ?Que le diría yo? ... “Señora, hoy es su cumpleaños porque me lo está diciendo a cada instante con su silencio”. ... “Señora, usted es viuda porque va vestida de negro”. ... “Señora, sus arrugas en la cara significan que ha pasado usted muchas penalidades durante la guerra civil”... “Señora, usted no tiene veinticuatro años”... !!Vamos, no te jode?!... No, no es fácil embarcarse en el mundo de los otros. ... La razón no tiene sangre... La razón no tiene sangre... !Esto no lo he oído yo en mi vida! Pasó casi una hora elucubrando: -- Ni la razón tiene sangre ni la sangre tiene razón, esa es la verdad. ... Bajar es más fácil, pero bajar por dentro del agua... Poco a poco fueron llegando los conocidos. Café y dominó. Aguilar jugó con el Secretario y el médico con el cura. Se criticaba durante el juego una noticia de periódico sobre el futuro del hombre. -- C. Gastar sin disponer o es fraude o es querer ir derecho a la cárcel, disponer sin gastar es lastre. Para poder arriesgar como diez, hay que tener como cien. Y no al contrario, como nos dice la Prensa. -- S. !Que extraña contabilidad, señor cura! ... Seguramente quiere usted decir que las mariposas no creen en Dios, aunque Dios cree a las mariposas.
-- M. Muy ingeniosa, muy ingeniosa esa combinación de crer y crear. ?No estará usted en vías de convertirse? -- C. !Que va, hombre; que va! ... !En vías de pervertirse! !A éste señor no lo vierte ni el Cabo de la Benemérita de la Magdalena de Córdoba, que ya es decir! -- S. !Estoy en vías de un conversible, no te jode! ?Saben ustedes? Mis telarañas interiores son tan densas y dejan mi espacio vital tan indisponible como profundos son los arañazos sufridos por mis ideas en el tiempo. Por aquí pueden buscar la prieta transparencia de mi conciencia. Rafael Belén, impactado por la conversación con la vieja, casi no intervenía en el coloquio, pero, dada esta última colocación, se atrevío a responder al secretario: -- R. Lo oculto de lo oculto no se descifra con letras sino con las obras. -- M. (A S.): ?Su conciencia?... !Pero si no lo deja dormir con los martillazos que le debe pegar! Además, esas cosas son pegos. !No hay más solución ni mejor remedio que amar a Dios, Nuestro Señor, y al prójimo como a nosotros mismos! Así se acaban todos los problemas. -- C.
Sí, así se acaban por decreto de la medicina. Lo que les pasa a las “conciencias
piadosas”, !malas puñalás les den!, es algo muy pintoresco: por el madero vertical, como las hormigas, suben y se unen a Dios, pero, con el horizontal, se aprovechan y apalean a los hermanos. A esto le llaman “la cruz como señal de contradicción”. -- S. ( A Rafael): ?Cómo dijo usted?... Lo oculto de lo oculto no se resuelve con teorías... Hoy, por lo visto, nos llueven los dogmas por todas partes. Yo opino, sin embargo, que la solución no está en la respuesta pontifical; está en la pregunta. La pregunta inteligente lo soluciona todo. Las respuestas consolidadas que nos están bombardeando a cada momento no son más que propagaciones secas, fósiles... !Don Rafael Belén sólo presta atención al juego, aunque cuando se deja caer!... -- R. Hoy es el día de mi cumpleaños. -- S. !Hay que celebrarlo, compañero!
!Viva el cumpleaños republicano, laico y positivo...
mueran las sagradas onomásticas!... !Victoria del pueblo llano contra la nobleza y el clero! -- R. Yo estaba pensando... Hablando en serio... Al parecer, cada uno de nosotros cultiva sus ideas en un huerto reducido, sombrío y muy particular. Sembramos cadenas de hierro y recogemos un certificado de falsa seguridad.
-- M. !Ole, Don Rafael! ... !El psicólogo ha hablado y lo ha dicho todo! -- S. Esas cadenas os las ponen desde niños los evangelistas de la Iglesia. -- C. !Cuidado con lo que se habla, coño!... Una cosa es catequizar y otra evangelizar; !A ver si se enteráis!... El catequista habla sentado, reposando en suficientes escalafones jerárquicos; el evangelista es el cartero divino, siempre de pie y andando...
!El que te trae las buenas
novedades! -- R. Es verdad; tan interesante es apasionarse por las fronteras proféticas de lo nuevo como intentar conservar las diferencias. -- M. !Espere un poco!... No sé si lo he entendido bien. Yo no estoy muy de acuerdo. !Prefiero defender la santa tradición, cueste lo que cueste! Tampoco me convence mucho eso de la diferencia... !El hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios!... !Os aconsejo conservar el vínculo con la transcendencia! -- C. !Señor matasanos, no nos toque usted... vamos, no rocíe por aquí más formol, haga el favor!... !Que huele usted a zotal, joder!... !Los consejos, como las medicinas, poco curan y mucho dañan! -- M. !Y usted es un cura que no cura nada, ea! -- S. Yo metería en el mismo saco al médico y al cura, y estaría pendiente de la brújula: porque uno nos quiere devolver empaquetados a la prehistoria, otro pretende llevarnos al huerto de la isla de Utopia. -- C. Y usted, señor secretario, ?adónde va?... ?Alrededor de qué mentecateces se mueve usted?... ?A qué tribu pertenece usted? ... ?He dicho tribu? !Mejor sería decir a qué tribunal!... ?Qué busca usted, verde varón? ... !Hay quien busca todo y no encuentra nunca nada y hay quien encuentra siempre algo sin buscarlo! Creo que usted no pertenece a ninguno de estos dos tipos. !Es usted un amargao!... “Quo vadis, homo”? -- M. !El secretario no va a ninguna parte, pero yo sí sé dónde voy, porque soy una unidad irrepetible en el universo!... !Me elevo por el caracol de la montaña de los siete círculos, donde nada tiene explicación y todo se comprende! -- S. Sí, yo por aquí me quedo. Y ?saben lo que veo?... !Los hospitales llenos de moribundos, el cáncer matando a mansalva, la medicina por los suelos, los médicos en la inopia,
las
iglesias cerradas, los templos vacíos, los altares desnudos, los granujas en las sacristías, el pueblo sin alimento... -- C. (Interrumpiendo) !Gracias a la gente como usted! -- S. !No señor!... ?Saben por qué?... Porque la clerecía le lamió el culo a la burguesía. -- M. !Bueno, eso no. Pero hay que ver a algunos hombre de la Iglesia, algunos malos curas, comunistoides, queriendo republicanizar a la Iglesia!... !No saben que el Rey no tiene parientes ni paniaguados, sólo tiene súbditos!... !En cambio, los presidentes de sus repúblicas democráticas socialistas o soviéticas, no tienen súbditos, sólo tienen parientes y comeollas! ... Por lo que se refiere a los médicos... -- C. Me tengo que ir. Ese jodío campanillo ya me está buscando. !Terminamos la partida y adios! Antes, sin embargo, doctor “Esculapio” y alfaquín, quiero decirle a usted algo: La gravedad lo agarra por los pies y la obtusidad se le ha metido en la cabeza. Entre lo obtuso y lo grave veo muy crítica su situación clínica. -- R. !Esa es buena! ... !Esa es muy buena! -- M. !No sé lo que tal cosa puede significar! -- S. !Normal, don Diego; lo extraño hubiese sido que lo entendiese! ... !Los médicos piensan con el juanete!... Se acabó la partida y Aguilar se fue con el sacerdote. Empezó la misa. Epístola de San Pablo a los Corinthios: II. 9, 6-10. ... Evangelio: Seq. S. Evangélii sec. Jóannem, 12, 24-26. In illo témpore: Dixit Jesus discipulis suis: Amen, amen, dico vobis, nisi granum fruménti cadens in terram, mórtuum fúerit, ipsum solum manet:si autem mórtuum fructum affert ... Si el grano de trigo no muere... -- Si el grano de trigo no muere, entonces no podrá dar fruto. Rafael Belén se pasó la misa pensando en el dichoso “ grano de trigo”. Al terminar, buscó a don Casimiro: -- Padre, por favor; quiero que me oiga en confesión. -- !Coño, ahora? -- Es que hoy es mi cumpleaños y quisiera terminar bien el ciclo. -- !Felicidades, pero no creo que sea el mejor día para vomitar en la camisa! -- !Usted me sorprende, padre!
-- !Bueno, venga, vamos rápido! -- Quiero hacer una confesión general. -- !Pues, no cuente conmigo para esas masturbaciones místicas! Se retiraron a un rincón, se sentaron uno junto a otro y empezó a funcionar el sacramento; -- Venga, ?cuando se confesó por última vez? -- Si le digo la verdad, hace unos diez días. -- !Hombre, por Dios! ... !No precisa usted hacer inventario desde que andaba con pañales!... En vez de una confesión general, confórmese con una de cabo primero, !por favor! ... !Vamos, vamos! Abrevie, se lo ruego, porque estoy con prisa...(murmurando): !Vaya un cipote! El padre no estaba bien dispuesto. Aguilar tardó bastante en soltar el lastre. Se limitó a narrar con pormenores los últimos acontecimientos de Rio de Janeiro. Dio a entender con claridad su estado intranquilo, manifestó su sufrimiento interior e incluso transpareció un vivo dolor en su alma. Durante el relato, don Casimiro escuchó y no abrió la boca en ningún momento. Cuando terminó, el sacerdote pensó un momento y dijo al penitente: -- Hijo mío, ?qué podría aconsejarle un pobre cura de aldea a un hombre de mundo?... Mi experiencia es muy reducida. No sé, pero, tal vez la falta mayor haya sido no proteger a esa pobre mujer. Si yo fuese usted, no me lo pensaría dos veces; volvería inmediatamente con el propósito de aclarar las cosas. Quizá se ha apegado demasiado a su seguridad. No quisiera hacer uso aquí de lo que me dijo al conocernos. Sin embargo, su actitud me aclara una vez más cómo es falso y postizo ese cursillo de cristiandad... En mi opinión, unicamente cuando estamos tensos y pendientes de los demás, se nos afloja la importancia que damos a nosotros mismos. No somos nada, pero desde nuestra insignificancia podemos ayudar a mucha gente. Me da la impresión de que sufre, pero, por lo que me ha dicho, lo veo rodeado de miedos infundados. !Más se perdió en la guerra, hijo! ... Hemos de evitar las actitudes acobardadas o negativas: pesimismo, llantos, desconsuelo y gemidos, a los que el hombre se entrega en momentos ingratos con demasiada facilidad, son muestras de que faltan la fe y la entereza cristianas. Necesita usted echar mano de la virtud de la fortaleza. La fortaleza, como sabe, exige el desprecio del egoismo irritado y tembloroso y el dominio de la tiranía del instinto de conservación. Mire usted... Las lamentaciones pertenecen al Antiguo Testamento. Debemos evitar en nuestras acciones perjudicar a los otros, huir de la compasión tonta de nosotros
mismos; todo esto no es más que bambalina y no lo que debe aparecer y resonar bajo la presión del dolor... Veo también en usted una aflicción sincera, de hombre desarmado, de quien se angustia ante el espectáculo de una verdad desconocida y, por otra parte, traicionada. Como hombre de Dios debe de haber leído el Libro de Tobías. Recuerde la noble figura y la viva amargura del viejo Tobías, ciego, impotente, incapaz de valerse... pero lleno de fe y esperanza a pesar de sus tormentos. Pero le conviene fijarse ahora en el hijo, en el hijo viajero, acompañado del Arcángel que usted bien conoce. Recorra esa historia.
Sabe
perfectamente que el cristiano no sufre solamente sus propios disgustos sino que también padece los dolores del prójimo. Es insoportable para un cristiano el problema de la injusticia en el mundo y no puede, de veras, desinteresarse o desentenderse de los demás. Además de compadecernos y de interesarnos, ya que vivimos el amor de Cristo, hemos de sentir el tirón de las caídas o de las dificultades de los hermanos. Si volamos sólos nos caemos irremediablemente. Piense en que, con su vida, ha deshecho usted tal vez la de su prójimo. Le acompaño como hermano en su situación desgraciada y le deseo un feliz regreso a su huerto y a su higuera... después de haber trillado y vagado por el desierto. Encomiéndese a la Santísima Virgen de la Piedad, nuestra Madre y Patrona... Rece el Acto de Contricción y, de penitencia, si le parece, dedique algunas horas de su tiempo y un poco de su dinero a los pobres. Rafael Belén salió del templo humillado, pero fortalecido, y regresó a Fuenteagria. Por el camino recordó las emociones del día. Y también: -- Si el grano de trigo no muere... Tengo que morir para poder renacer a la vida del espíritu. Esto es muy fácil de decir ... No hay otra solución: la verdadera vida empieza con la muerte. Al llegar al cruce, recordó unos versos blancos que vio estampados en la pared de la taberna del pueblo: Aires andantes de la serranía, mecen las agrias aguas del remanso y una lengua de fuego alborotada brota de la tierra trillada y sana. Lo primero que hizo Aguilar al llegar al hostal fue ducharse y cambiarse de ropa. Después se fue al restaurant:
-- Hay que celebrar el cumpleaños, !porra, coño, Joder! ... Para empezar, como aperitivo, un vermout con ginebra. Y unas aceitunitas partidas, de ajo. -- Oiga, ?qué tapas tienen? -- Tenemos ensaladilla, boquerones en vinagre, pajaritos, conejo, callos, choricitos, “pepitos”, flamenquín, pimientos asaos... -- !Dáme una de boquerones y otra de pimientos!...
!Ah, dáme también otra “dobre
combinación”! A beber, a pinchar y a fumar. Una aureola de alcohol empezó a lucir en su cabeza: -- Hoy hay que cenar por todo lo alto. -- !Tráeme la comanda!
... A ver: Sopa castellana... pierna de cordero... !No, no; yo quiero
algo típico de aquí! -- Si quiere, le puedo poner perdices encebolladas o un caldillo. -- ?Caldillo? ... ?Qué coño es eso? -- !Hombre, eso es lo mejor que hay! -- !Venga, explícamelo! -- Lleva carne de pollo preparada con laurel, ajo, sal y pimienta, se emborriza en huevo y se frié como si fueran tortillitas. -- ?Y el caldo? -- Bueno, se hace con el agua de hervir la carne, una cabeza de ajo machacada, vinagre y sal, además de huevos duros troceados. Y se le echa a las tortillitas. Sólo hay un problema. -- ?Cual es? -- Es un plato que se sirve frío y precisa de tiempo. -- !Bueno, venga! ... !Tráeme las perdices encebolladas y me preparas el caldillo pa mañana! -- ?Quiere ensalada? -- !Sí, también ensalada! ... ?Qué vino tenéis? -- Tenemos Montilla, Jerez, Rioja... Allí los tiene usted en el estante. -- !Déjame ver!... !Tráeme una copita de Jerez!... !No de Jerez no, coño, que estamos en Córdoba!... !De Montilla... y una botella de Rioja!... !Aquel que está allí sirve, “Paternina”! Se recreó en los manjares y se chupó los dedos con las perdices. De postre, helado y café. Copita de licor. Se puso morado. Porque se olvidó de la estación. !Menudo verano! Salió al
exterior, se desabrochó la correa, expelió con ruído por la boca los gases del estómago, cruzó la carretera y se extendió en un sillón, a disfrutar de la digestión en la oscuridad. Continuaron produciéndose gases estomacales queriendo salir por cualquier orificio. !Eructos y pedos, uno detrás de otro!... Las estrellas estaban mucho más cercanas aquella noche. Parecían girar sobre la cabeza del aniversariante. Pasó de sobrio a ebrio en menos de lo que tarda en persignarse un cura majara. A Aguilar le hubiese gustado estar presente, es decir, consciente, aquella noche de agosto de 1930. Lo que son las cosas; siendo él mismo el protagonista, sin embargo, no se sintió patente: -- ?Cómo se registra la conciencia de un recién nacido? ...Se habla hasta de una conciencia intrauterina, ?será verdad?... !Joder con el curita de Villaharta! ... !El tío me ha puesto verde, me ha dado una lección de cristianismo, sirviéndose de toda la caridad del mundo! ... Pero me ha dicho las tres verdades del barquero ... Además, me ha vaticinado buenos augurios... Pues, mira el firmamento: luces y sombras... ?No parece el cosmos un caos? Así es mi vida. Así es la vida de los hombres. Somos todos iguales, como las teclas de un piano, blancos o negros. Pero cuando nos pulsa el dolor cada uno emite su propio sonido, del más grave al más agudo, de cabo a rabo. Nací aproximadamente a esta hora hace treinta y nueve años... No me acuerdo de nada. El recién nacido, como el hombre primitivo, no tiene conciencia de sí. Cuando adultos, sin embargo, somos exacerbadamente lúcidos. Conciencia más inteligencia dividido por el número pi, igual a infelicidad. Noche serena; serenísima... Lo que el tiempo intenta lavar, lo ensucia el espacio. ?Ignorante o inocente? Yo no sé lo que soy. El inocente puede equivocarse, pero no tiene necesidad de arrepentirse... He comido demasiado; tengo el estómago en la cabeza y el corazón en las tripas. Está tó revuelto aquí dentro. Está todo fuera de sitio, fuera de quicio... ?Y “La Farta” o la “Harta”?...
Me lo ha dicho con todas las letras;
nadie me va a echar un cable. Ayúdate que Dios te ayudará. Si quieres subir al cielo, tienes que bajar primero al averno. Y salir por el culo del pozo. Como un pedo. !Señores, señoreees! !Antes de subir dejen bajar!! Tengo que matar a mi padre, sin compasión. Si el grano de trigo no muere... Se levantó echando leches, paseó por la carretera, al relente, durante una media hora... De pronto, se retorció y se dedicó a practicar contorciones, como un perro asustado ante la luz de un caballito del diablo en la oscuridad. Devolvió escandalosamente hasta la última papilla
encebollada y por encebollar que le dieron a mamar treinta y nueve años antes. Se le rompió la placenta y se caía la baba barbilla abajo, mientras sus ojos viraron un manojo de luces sicodélicas. Como dijo el cura: vomitó en la camisa. Para colmo de su indigestión, una tormenta inesperada se dejó caer con todo a lo que tenía derecho: relámpagos, truenos y chuzos de punta. Entró en el hostal empapado y tambaleando. Subió las escaleras arrastrándose, sentado y de espaldas. Poco a poco, para no caerse. Tomó de asalto su habitación y se tiró de panza en la cama sin desnudarse. !Feliz cumpleaños, Rafael Belén! El Domingo, 10 de agosto, día de San Lorenzo, fue de resaca. Se levantó más tarde con sectores del organismo poco católicos, es decir, protestando. !Ah, el hermano cuerpo! No tuvo necesidad de ir aquella mañana a la fuente; nunca tuvo más agria la boca ni más amargo el bajante de la garganta. Un baño en agua dulce y a respirar cara al monte. La realidad nuda y cruda estaba allí por partida doble; delante de sus narices y dentro de su calamorra. Esa verdad viva, a palo seco, era, como mínimo, indigesta, para indicar apenas un sistema. Aguilar no tuvo más remedio que adobarla como pudo, guisársela después, para poder digerirla y soportarla. En materia de culinaria y ortopedia, este señor era un verdadero virtuoso. Sabía aliñar las cosas como pocos y enyesaba situaciones indeseables admirablemente. O no. A veces le salía rana. Ahora bien, como quien no se consuela es porque no quiere, Rafael Belén intuyó, en medio a la borrasca interior, su futuro con eperanza. Ya sabía cuales habrían de ser sus primeros pasos; irse a Francia, concretamente a Lavardac, y pasar unos tiempos con su primo Rafael, un anarquista convicto, confeso, fervoroso y fanático. Más tarde, dándole tiempo al tiempo, se trasladaría a París. Desde París daría el salto a Estados Unidos. Después, apostolicamente, por las repúblicas americanas, aquí me siento y allí me levanto; aproximándose cada vez más de Brasil. No estaba mal. Visitaría Secretariados de Cursillos como embajador itinerante del movimiento. Todo menos continuar dando tumbos. No se trasladó a Villaharta aquel día. No salió del balneario. No se alejó mucho de su habitación. Fue una jornada de lectura y de escritura epistolar con varios destinos. Mejor matar el tiempo antes que el tiempo nos mate, eso era lo importante. Como si eso fuera posible. El señor tiempo es precisamente quien nos altera, nos esclaviza, nos hiere, nos cura o nos elimina definitivamente. He aquí, pues, un hombre sin jurisdicción, sin base, sin función, sin hogar, sin cimientos, viviendo el destierro en el suelo familiar. Una persona sin más consuelo que la astringencia del
agua, un agua de efectos deudores y dudosos. Fuenteagria ya no era un escenario ideal. Ni ideal ni deseable. Por otro lado, el inconsciente de Aguilar no había dejado de trabajar. El insconciente del ente sabe más. Sabe todos los datos de la geografía y de la historia del sujeto. Conoce su lugar y sus ciclos, se relaciona con el espacio ético y el tiempo pático detrás del telón, seguramente para tejer una estructura auxiliadora y salvífica
al servicio de una
conciencia infeliz “in extremis”. Rafael Belén se miró al espejo y no se vió: -- !Coño, me he convertido en vampiro? No era el espejo sino una claraboya. Se desvió y pudo contemplar en sus ojeras moradas una situación muy dramática: Hacia los cuarenta años, con la vida deshecha, sin empleo, refugiado en una estúpida trinchera propia del avestruz... Por tanto, ?qué hacer?... Levantar el campamento, buscar un trabajo, establecerse, empezar de nuevo. Orientó su pensamiento hacia el trabajo como solución inmediata. Cuestión de sobrevivencia. El Día el Señor se lo pasó en el huerto de los olivos. El hundimiento, contrariamente al empinarse, empieza antes por la cabeza que por los pies. El lunes se inició una semana más con el pandemonium por delante. No hay nada más angustiante que un laberinto sin salida. Aguilar quiso otear el horizonte; después de bajar a los inviernos del alma, subió a los cerros materiales, en pleno estío,
con zapatos de piel,
machacando terrones de tierra al pasar y asiendo taramas para elevarse más facilmente; se perdió entre malezas y zarzas, alcanzó la cumbre y se sentó a la diestra de un hermoso árbol, porque también los vegetales tienen inclinaciones, a cuya animada sombra preguntó por la salvadora y utópica idea de bien. Pero la solución a su búsqueda no podía responderse allí. Aguilar era un hombre de la urbe, un “homo culturalis”. Por fin, se dio cuenta a tiempo de que el campo, si lo había oxigenado y curado heridas orgánicas, también había paralizado y frenado sus anticuerpos habituales. Vivimos en un mundo envenenado y cuando abandonamos el veneno nos acabamos: -- Hay que abandonar este lugar... !Hay que salir de aquí y volver a la labor, a vivir bajo la protección de la campana de barro!... !Tengo que irme de aquí, de Córdoba y de España!... !En este espacio del campo me asfixio yo con tanta pureza! ... !Me cago en la madre que me parió mil veces! ... ?Qué mierda estoy haciendo yo aquí?...
Iba elevando la voz como para enterarse mejor de lo que estaba diciendo, dio un salto, se agarró con ambas manos al brazo de un arbusto y empezó a columpiarse, impulsando el cuerpo, con extraordinario furor. Hasta escurrírsele una mano y caer de rodillas delante del árbol. Entonces fue cuando, aturdido, imploró el auxilio del Espíritu Santo: -- !Venid, oh Espíritu Santo, inflamad los corazones de vuestros fieles y encended en ellos el fuego de vuestro divino amor! Al poco le llegó una luz, con tal energía, que se estrelló contra su chola como una pedrada: -- !Ya tengo la solución! ... !Recorrer el mundo entero anunciando el prodigio de los cursillos! Ir de un sitio a otro, sin parar, con el bordón en la mano, como el peregrino. !Homo viator! ... !Primero, Europa; después, América entera! Y pensando en estos nobles propósitos y proyectos, Rafael Belén bajó los cerros corriendo y gritando con los brazos abiertos: -- !Ultreya! ... !Ultreya!... Pero se quedó en Fuenteagria dos días más, cuidando de sus rodillas machucadas. Para sedimentar las ideas. Nadie lo dude, como le dijo el cura: Volverás a tu huerto y a tu higuera, al agua milagrosa y a la acequia, al manantial y a la voz de los pájaros. Volverás a tu amada madreselva. Rafael Belén fue por última vez, con un cayado emprestado, a Villaharta; aunque no a la misa del cura ni a la mesa del dominó. Fue a despedirse de San Rafael, patrón de la villa, muy joven y con gesto peregrino en la imagen. También se despidió de la Virgen ermitaña de Belén, cuya imagen resaltaba en un cuadro guarnecido de marco de talla y rematado por dosel, a modo de altar portátil. Adiós Villaharta. Adios a tus pendientes calles empedradas, que, de abajo arriba, escalan como albo mantel las faldas del cerro de La Solana plantado de olivos. Adiós hermosa Sierra del Enjambradero, Collado de las Tres Encinas... Adiós tesoros escondidos en las entrañas de la tierra... Adiós a tí, Fuenteagria, con tus aguas ferromagnésicas; tú, antes famosa entre balnearios y medallera en congresos acuarianos... Adiós milagrosa: Quien beba de esta agua no tendrá más sed...
Adiós amor... fuiste víctima
inocente de la cruel guerra civil, y una bala perdida fusiló tu futuro... Adiós aguas del olvido y
de la memoria, aguas fuertes y rebeldes, enterradas en la hondonada abandonada y senil. Adiós ruina joven, tallo de clavel tronchado, escala coelis interrumpida por la adversidad... Adiós verbena de agosto iluminada por estrellas de hadas y brujas, definitivamente adiós, porque Rafael Belén, el saltarín perinauta, no puede quedarse ni llevarse a la luna de la Sierra. Adiós leños y leñas de las encinas corrompidas, carboneros y carboneras de ayer... Adiós perdices encebolladas y alboronías, el caldillo famoso y las humildes espinacas. Adiós don Casimiro. !Dios se lo pague! Dejó atrás la naturaleza de la serranía y regresó a Córdoba la llana. Bajó del autobús en el paseo de la Victoria con moral de derrota, preocupado. El vago y el simpático se la jugaban a este mozo cotidianamente. Primero se fue a la pensión de la calle de Fernán Núñez y recuperó su tienda; después se dirigió al correo. Cartas del Ministro Litago, de Ernesto, del franciscano Fray Clemente Klotenburg y un telegrama de Regina Costard. Se puso a abrir la correspondencia desenfrenado. La del Ministro era una carta muy atenta y
diplomática,
justificando la ocupación de su plaza, dadas las necesidades del servicio, recomendándole muy encarecidamente visitar a un hombre influyente, al embajador, don Manuel Aznar, un gerifalte del periodismo franquista, dígase entre paréntesis, con el fin de solicitarle un empleo. Bueno, pero vamos a ver; ?ese Aznar no fundó periódicos, estuvo en Cuba, fue ministro de Estado y embajador en Estados Unidos con Franco, director de la Cadena SER y pariente del actual José María, alias el tempranillo Baby?... Bien, el Ministro prometía enviarle el sueldo de dos meses y lo animaba a seguir los pasos de su verdadera vocación. !Qué bonito!.., como le diría la reina de España a Rocío Jurado. No se refería a nada más. Se hacía el sordo pluscuamperfecto. El telegrama de Regina se limitaba a decir laconicamente: “Saudades”, esto es, una fórmula política de felicitación por su cumpleaños. Saudades es un sentimiento cercano a la tristeza, y por eso un poco negativo, con el cual la persona se refiere, de preferencia, al pasado, aunque no necesariamente. Siempre se lamenta con esa expresión que no sea lo que fue o que no será lo que es. La misiva del franciscano alemán, director espiritual de cursillos, lo consolaba y le quitaba importancia a lo sucedido. Decía haberse entrevistado con el marido de Flora y estaba intentando encontrarse con ella y con el esposo. Las cartas más importantes eran las de Ernesto. En la primera, fechada en 3 de agosto, metía “paja” en abundancia, tratando de informarlo y entretenerlo: Panchito querido, trate de poner orden en sus ideas.
Reflexione bastante sobre lo ocurrido. Lo sucedido contigo ha servido para mostrarnos a todos la gran responsabilidad que adquirimos al integrarnos en el Movimiento que trajiste en buena hora al Brasil, bajo inspiración divina... En la segunda, del 8 de agosto, sin embargo, lo ponía “verde”. Empezaba con una de cal y otra de arena: Alegrei-me imensamente... Entristeceu-me a notícia... Por primera vez y sin ninguna delicadeza el ángel protector se volvió abiertamente contra su amigo: Assim agindo, você não procede como cristão. Preocupa-se única e exclusivamente con a sua pessoa. Esquece os demais. Procura solucionar o seu problema. Olvida os dos outros. Corre o risco de tocar fogo no circo, porque os seus dez anos no Brasil “pesam na minha balança vital muito mais do que os trinta vividos na Espanha”, porque aí você está se afogando!
Sempre o seu “EU” na frente de tudo e de todos. Diz ter tido un acidente.
Você não teve acidente algum. Causou, sim, um acidente, de consequencias enormes. Fique na Europa, na Africa, na Asia, na Argentina, no México, na Australia, onde você quiser. Aqui, NÃO. Terminaba con un lacónico: no cuentes conmigo para nada. Saludos. Rafael Belén se desconcertó al perder el apoyo de su amigo y, aunque acabó dándole la razón a Ernesto, creyó que éste se había pasado al otro lado: -- O mucho me engaño o Ernesto se ha pasado al enemigo y sólo me voy a quedar con las “saudades” de Costard. Viernes, 15 de agosto; Dia de la Asunción. Este día festivo le traía recuerdos sonoros, canoros y calamitosos a Aguilar: un siete en la mano izquierda, admirablemente cicatrizado, como consecuencia de un violento desgarrón; una mujer entonando unos cantares de ensueño, y las campanitas de cerámica en manos de gente menuda alegrando las fiestas de la “Casa er Viejo”. Así pensaba el niño llamarse, en sus primeros años, de oídas, el barrio del “Alcázar Viejo”. Esto ya nos da una idea de cómo se habla en Córdoba. El señor Aguilar pasó otra vez por Lista de Correos y encontró un telegrama de felicitación por su cumpleaños, firmado por Regina, Melisa, Sergio Franco, Fray Clemente y Ernesto. Al leerlo, pensó Rafael Belén con una amarga sonrisa: -- Aquí sólo falta el nombre del marido de Flora. Pasó la mañana escribiendo cartas y, en especial, prestó más atención a una dirigida a Ernesto, tratando de recuperarlo. Por la tarde se dio una vuelta por la Judería y por el Campo Santo de los Mártires. Por el arco de la antigua fortaleza se metió en el barrio del Alcázar y se
fue derecho a la iglesia de San Basilio. Revivió el ambiente de otrora: La Virgen del Tránsito en procesión; los devotos siguiendo al palio, la canalla escandalizando con el badajeo de las campanitas; mocitas arregladitas vistiendo sus leves batas de verano, oliendo a almizcle y alhucema, jugando con el abanico y meciendo la cintura, paseando en grupos por la explanada de tierra regada, a la espera, tal vez, de un macho bien hecho y atrevido; chavaletes fumando sus primeros cigarros y contándose ventajas unos a otros; cohetes baratos para el uso de gente pobre; jaleos inocentes de poca monta... Algunos puestos de pipas, altramuces, chufas, gaseosas... Fiesta popular de un día
en un barrio miserable. El Alcázar de los Reyes
Cristianos estaba con la cara limpia cuando el cordobés lo encaró. La operación interior que sufrió la edificación fue más violenta. El caserón, en la guerra cárcel política y juzgado militar, antes ainda sede de la Inquisición y hospedaje regio, tenía una historia dramática. Cuando en una ocasión, entre otras, Isabel la Católica residió en este Alcázar, dicen que observó por una almena a un gran número de mujeres congregadas en el Campo Santo de los Mártires, próximo a la fortaleza, aguardando audiencia de la soberana, castigadas que fueron con la privación de los bienes gananciales por su condición de “holgazanas”. En fin, evitando la alergia probable de esa visita, se apartó Aguilar de aquella polvareda levantada por la correría de los pequeños y, siguiendo por el Seminario de San Pelagio, otra buena y sólida mole, en cuyo recinto hizo en sus tiempos un curso de Teología Fundamental, dejó atrás la Puerta del Puente y se fue a meter después en el “patio de los naranjos”, pórtico de la Mezquita, mucho más hermoso, aireado, andaluz y alegre que su primo pobre, el patio enfermizo de la catedral de Sevilla. En ese preciso momento, al poner el pie en el recinto sagrado, el califato cualificó a Belén con un concierto de campanas. La torre de la catedral se venía abajo con el repique. Eran toques de júbilo, alegranza, alborozo, titiritaina, toques de fiesta... !Viva la Virgen de Agosto! El prófugo se sorprendió: -- ?Cómo se habrán enterado estas campanas de que estoy aquí? El lenguaje de las campanas era importante en otra época y se le metía dentro a quien las escuchaba desde su alcoba. Cuando alegres, afirma el cordobés, nos llevan a la gloria; cuando doblan, nos recuerdan la muerte. Las campanas tocan las horas litúrgicas, toque del alba, apelde, ángelus, oración, plegaria, ánimas, llaman a misa... Campanada, campaneo, tañido, latán, tilín, tintineo, retintín, tocar a vuelo, belén, belén... En ese momento, sin embargo, el
jubileo de campanas recordó a Aguilar el momento de la Consagración. Bebió agua fresca “del Cabildo” en el Caño del Olivo, uno de los cuatro situados en la fuente barroca de Santa María; se miró al espejo en las aguas del pilón y, de refilón, vio el reflejo de la torre, moviéndose como una gitana bailaora cuando ya lucía sus prendas la luna. Por este patio siempre han circulado gentes de la primera y de la tercera edad, para expresarlo con el lenguaje ridículo de hoy. En una fotografía de ayer he visto, entre naranjos, a los nenes morenos, con alpargatas, blusas sueltas, gorras envejecedoras, junto a sus botijos, jarras y cántaros... A mozuelas con delantales, medias negras, pelo recogido y el búcaro en la mano... A los hombres rodeando la fuente con su colilla en los labios, las manos apoyadas en el brocal, tocados con la gorra proletaria, sombreros de ala ancha o de jipijapa... Todos de pie o sentados en la fuente junto a sus penas. Cuando estuve aquí no sé lo que me entró. Tal vez cansado, me quité la chaqueta y apoyé mi mano izquierda en el tronco de un naranjo. Miré desconcertado a los muros de la Mezquita pero, enseguida, se me extraviaron los ojos hasta detenerse en el arca desordenada y abierta de mis peculios íntimos. Sentí una pena muy honda, una queja que no era mía. Se me coló un sentimiento más allá de los tuétanos y se me puso delante un mundo inédito. Porque las vivencias, quando quieren, se adueñan del ser. !Aquel patio mágico! Hoy sólo hay por allí estudiantes con pantalones vaqueros, las manos en los bolsillos, la barba por hacer, el pelo largo, pendiente en la oreja... chicas con pelo corto, cigarro en la mano, culo inamovible y, por otro lado,
turistas fotografiando a las piedras. Todos... insensibles al poder del espacio
histórico. Antes tal vez significaba ir al patio una especie de trabajo ritual, interruptor del descanso pasajero; ahora estar en el patio no es más que un ocio calientapoyos. Aquel recinto había que haberlo visto en medio a su esplendor real, antes del sacrilegio perpetrado por la sacrosanta estupidez. Me imagino lo que no puedo ver: Chilabas, turbantes y babuchas charlando entre jardines floridos y graciosos surtidores. Vida al paso de caballo, entre palmeras y olivos, sentimientos profundos del sereno oriente y
poemas líricos dejándose caer
embriagadores como la cromática serpentina arabesca. ?Ahora? Se instaló la esterilidad pétrea, fúnebre y sóla, en cuyo ámbito postizo se trata de restaurar la vitalidad de otrora. El turismo se monta sobre un pretérito restaurado; el arte ofrecido al viajero no pasa de reproducciones grotescas. Todo suena a hueco, para no decir a falso, en defecto de su grandeza pasada. Pero si el visitante sabe mirar al través de todos los parches, trucos y
artificios provocados, recuperaremos entre todos el paraiso de Córdoba, la medina harta de tó. No hace mucho he disfrutado ojeando un libro precioso, una auténtica joya editorial: La catedral de Córdoba, escrito por Manuel Nieto Cumplido. Busqué en sus páginas ilustradas una razón para comprender mejor lo que me sucedió a mí ante la célebre columna oncena. Pero no encontré nada, porque se trata de un libro muy serio, sin concesiones. Aguilar salió al exterior de la Mezquita y, por la calle Cardenal Herrero, fue a dar con el retablo de la Virgen de la Asunción, mejor conocida por Virgen de los Faroles. Según dicen, estos diabólicos faroles quemaron varias veces el altar de la Virgen, una imagen pintada en un cuadro; quizá porque su cara de mora, procedente de un modelo con el alma en pena, le soplaba a las candelas por orden de Belcebú. Por fin, Julio Romero de Torres, se sirvió de una gitana dicharachera y supersticiosa: pelo de azabache, ojos de lunares morabitos, pechos samaritanos y cuerpo de remolino. Y con esos motivos compuso el poema de la Asunción, una mujer deseando salirse del cuadro y volar al cielo con los deseos ardientes. Para evitar la tentación de la virgen, encerraron el cuadro en el museo y dejaron allí, en plena calle, entre faroles más castos y fatuos, una copia de muerte. De buena, no de mala muerte. Aguilar puso rumbo al centro por la calle Velázquez Bosco, donde se encuentran, si se saben buscar, los baños árabes de antaño; subió la cuesta de Blanco Belmonte, en cuyo caserón sobresaliente vivieron sus viejos compañeros de estudio, los Baquerizo, familia digna de estudio por parte de los especialistas de la razón. Aunque, dígase al paso, ni los psicólogos de la personalidad ni los psiquiatras del disturbio, se han dado muy bien alguna vez en Córdoba. Si seguimos el trayecto profesional del más famoso de todos, el ilustre poeta marxista Carlos Castilla del Pino, un teórico de fama internacional por la originalidad de sus hipótesis, autor de una obra científica considerable, observaremos que raramente fue capaz de resolver el problema más elemental de un paciente, incluso de su propia tribu. Pues, como es conocido, sucumbieron miembros muy próximos de este personaje, adictos a las frutas del tiempo, debido, en parte, al singular concepto de educación impartido por el patriarca. Eso sí, fue uno de los pocos intelectuales que, en los años cincuenta, vió el cartel de no hay billetes en la sala de espera de los Cursillos de Cristiandad, en Córdoba, prefiriendo, en consecuencia, Barrabás a Jesús. Refiero aquí lo escuchado de malas lenguas sobre un profesional que aprecio, porque, como no podía dejar de ser, el escándalo llega al dominio público a través de demonios privados, con más o menos facilidad,
dependiendo de la dignidad de quien lo provoca. Recordando a los numerosos hermanos Baquerizo, pianistas en escala menor, siguió Aguilar por Alta de Santa Ana y, al pasar por el Conservatorio, recordó lo dicho una vez por el insigne maestro don Rafael Serrano en una prueba de canto, respecto a su candidatura: “Tiene usted poquita voz, pero muy desagradable”. Por la calle Jesús María, acudieron a la mente otras memorias infantiles: cuando echaba las cartas en el viejo correo por la boca abierta de un fiero león plomizo, tan cruel y justiciero que le mordía la mano a los niños al extenderla con la carta, si no sabían decir, a voz en grito, la verdad del destinatario. Al otro lado de la calle, en su adolescencia, se pasaba las horas muertas en “Gambrinus”, un abandonado y oscuro salón, jugando al billar; a los palillos y a carambolas: de tabla, de tres bandas, de recodo, de retroceso, de corrido, de pase de bola, de carambola directa, de “massé”... Era un virtuoso con el taco, aunque el juego terminaba siempre antes de acabar, al aparecer su madre en el recinto y llevárselo resoluta de una oreja. Rafael Belén veía en el juego de billar admirables combinaciones matemáticas, alucinantes teoremas geométricos, órbitas imprevisibles, dinamismos de contenido dramático en el presumible recorrido, investigaciones operativas de elevada abstracción, obligando previa y mentalmente a las bolas a girar con diferente cadencia hacia un encuentro hipotético... Durante años se fue a la cama con las bolas en la cabeza, y sustituyendo una bola por una idea, un choque por un juício y una carambola por un raciocinio, construía raros silogismos hipotéticos: Si p, entonces q. Ora, p. Luego, q. De ahí pasaba al anacoluto retórico y, enseguida, a la teoría cuántica. Al pasar por el Cine Góngora, dijo el diestro: -- Por aquí me quedo. Construído en los años treinta, este local se consideraba en la época, tanto por su fachada como por sus interiores, de una arquitectura prematura, para no decir avanzada o posmoderna. Contrastaba con un edificio fronterizo y dieciochesco, sede de un marquesado antes de servir, como hemos anticipado, de mesón a la correspondencia postal. En la terraza del cine, Aguilar encontró a un amigo de infancia: Rafael Escobante. No podemos olvidar donde estamos; en la tierra de los “Rafaeles”. Este muchacho era Enfermero académico, graduado, mas en épocas todavía misteriosas para ciertas profesiones lo llamaban de “practicante”. Habían ido juntos al colegio, jugado al billar en la edad verde y, en los últimos tiempos de la vida de la pobre mujer, aplicaba inyecciones a la madre de Rafael Belén. Poco tenían que hablar después de los
primeros saludos. Eran dos universos semánticos tan distintos como distantes. A la salida les dio por visitar tabernas. En esta te invito yo, en aquella me invitas tú, en la de más allá hay un vino estupendo... De mostrador en mostrador, recorriendo tascas epicéntricas y elevando la voz a medida que se iban llenando de la alegría tonelera, consiguieron “ahumarse” juntos. Escobante hablaba por los codos; hablaba de la decadencia de Córdoba y de las pamplinas de los cordobeses. Aguilar le prestaba una attenzióne digna de un ave nocturna. Hasta las tantas. Cuando se despidieron le dijo con humor el uno al otro: -- !Mira, por allí van los encantadores de serpientes! ... !Adiós, adiós! ... ?Cuando te vas? Los “encantadores de serpientes” fueron una especie trabajadora muy pertinente, por parejas, ahora en extinción fulminante: empleados municipales, dedicados a la limpieza y a regar con perfección, de noche, las calles de Córdoba. Caminaban en silencio, de dos en dos, uniformados con gorra, blusa oscura calzones con polainas y botas de goma: uno iba delante, con la parte anterior de la manga enroscada al pecho y la cabeza o pitorro de metal colgándole abandonado; el otro lo seguía tres o cuatro metros detrás, enroscando al hombro la parte trasera, la cola,
y cargando en la mano con la llave que abría todas las bocas. Estos
encantadores funcionarios se entretenían, entre riego y riego, hablando con otra profesión actualmente inexistente, pues, la electrónica ha dejado sin trabajo y sin sueño a mucha gente. Me refiero al sereno o guardacalles, vigilante, autoridad máxima y centinela distrital durante la noche, dueños del manojo de chaves de las casas de todo el barrio. El trasnochador tocaba las palmas y gritaba: -- !!!Sereno!!!. La respuesta salía de un rincón invisible: -- !!!Ya va!!! Corto. Atención señores turistas: el vino de Córdoba es particular y ya se sabe; si llueve demasiado por el bajante se moja uno por dentro con fuego. Los efectos, sin embargo, se presentan de repente y sin avisar. Como dice una sentencia estampada en el azulejo ornamental de la pared de una taberna: si no lo sabes mear, no lo bebas. Aguilar volvía de la feria a la pensión meditabajo, muy abajo, y cabizbundo, muy profundo. Menos mal que, a pesar del verano, no circulaban chinches en la cama.
El tiempo no para. ?Será posible?... Bueno, y digo yo; si por un raro fenómeno sísmico y cósmico, el movimiento de rotación y de traslación de todos los planetas y cuerpos celestes, y el de la biblia incluído.. paráse por un instante, una especie de delírium tremens seguido de un stop o frenazo del ser, y comenzase luego a girar en sentido contrario, al compás del adagio de Sleeping Beauty, de Tchaikovsky ..., ?qué pasaría? ... !Lo mejor que podría pasar! ... !El mundo al revés!... La vida empezaba con la resurrección de la carne y se acababa con el nacimiento de la muerte. !Algo mucho más humano! ... !Así desaparecía uno en el vientre de mamá sin darse cuenta de nada!... Digo esto, !lo juro!, después de haberme metido entre pecho y espalda un par de medios de Montilla. Mi amigo Stephan también piensa lo mismo, ?eh? Bueno, menos cuentos. Amaneció para todos y también para nuestro protagonista. Lo primero, despachar la correspondencia; tratar de mantener al día el puente aéreo con Rio de Janeiro. Por la Puerta de Gallegos se encontró casualmente con su padre, quien tenía el extraño don de la ubicuidad, y se fueron juntos a tomar café: -- ?No te cansas? ... ?No te sabes esto ya de memoria? ... ?Hasta cuándo te vas a quedar aquí? -- Yo creo que me voy la semana que viene. -- ?A Brasil? -- No, aquello está fatal. Me voy a quedar en Europa por unos tiempos. -- Pero, entonces, ?y tu trabajo? -- Mi trabajo lo perdí. Tengo que buscarme otra cosa. -- !Quien te entienda que te compre! -- Si yo te contara con pormenores lo que me ha pasao, no me ibas a entender. -- !Eso seguro! Si me hablas en griego... -- No, no es eso; es que la cosa es muy complicada. -- Pues, ?qué quieres que te diga?... a mi me parece que el complicao eres tú. !Tú sabrás! ... Espero que me avises antes de irte. !Ahí te quedas! ... !Estoy seguro de que te has metío en un follón de miedo! ... !Eso es viejo! -- !Espera un poco! ... !No te vayas tan pronto, que le pareces a culillo mal asiento!... Dime una cosa. ?Sabes tú algo de Jerónimo Páez?
-- ?De Jerónimo Páez? Sé lo que también sabes tú. ?No te acuerdas? La Casa de Jerónimo Páez es donde estaba la antigua Academia Espinar. Tu primo Pedro estudió allí, creo. !Una escuela! -- Sim, até aí morreu o Neves! -- ?Qué dices? !Háblame a mí en mi lengua, leche! -- Me refiero a otra cosa. ?Sabes tú algo de la familia de los Paez? -- Yo no sé ná, pero, ahora que caigo... Un amigo mío, un platero que disen que é judío, muy enterao de la historia de Córdoba, debe saber argunas cosas. -- !Vamos a buscarlo! -- ?Ahora? ... Ahora está trabajando, ganando dineros. !Menudo é er tío?... Vamos a hacer una cosa; a las dos es casi fijo que lo encontramos en la Sociedad Plateros. -- ?Dónde, en la Calle Cruz Conde? -- !Allí mismo, en er recodo! -- Bueno, pues, a las dos estoy allí como un clavo. -- Allí estaré yo. A la hora concertada se encontró Aguilar con su padre en el mostrador de la taberna. -- !Venga, coño, que ya está ahí er tío! Se acercaron a una mesa en el patio y se hicieron las presentaciones: -- !Eloy, este es mi hijo der que ya te he hablao... er mayó y er má chico! Rafael Belén lo saludó y se sentó a su lado. No tardaron en llegar las primeras copas de vino. !Qué vino, cojones, qué vino de oro! El padre se retiró y los dejó sólos por dos motivos; porque no le interesaba mucho la conversación y porque no solía beber copas sino medios. El platero era un hombre bajito, tenía el pelo revuelto y no parecía importarse mucho con la indumentaria. Un par de orejones con caracoles peludos asomando, la barba por hacer, lentes de quita y pon amparando unos ojos de salto alto, nariz de bellota, labios de leve diseño y barbilla avanzando hacia el enemigo, la piel de lechón sopero y un sobresalto en cada bolsillo. Manos de artista, uñas corroídas por los ácidos y el metal. Manejaba el catavinos con rara habilidad y, con seguridad, aquel caldo fresco era su fuente inspiradora. Nuestro amigo, después de interesarse por la orfebrería, preguntó por los Páez. Tuvo que aguantar una historia muy larga, narrada con parsimonia, al cabo de la cual ya se habían bebido seis copas.
Saber alternar sin demasiados comprobantes es una virtud de los cordobeses. En otras latitudes de España se conversa demasiado, en Italia se gesticula sobremanera, en Estados Unidos se sabe animar a la gente, en Japón se mide el diálogo, pero en parte alguna se sabe alternar como allí. Ortega y Gasset, por ejemplo, aprendió a alternar en Córdoba. Para alternar hay que saber escuchar. Escuchar significa derramarse musicalmente en los otros para acoplar entre todos una melodía viajera. Un trabajo de orfebrería verbal. Bien, me limito a reproducir sólo un detalle muy apretado de la alternación, dejando en el olvido consideraciones importantes aunque no necesarias para nuestro relato: -- Los Páez de Castillejo fueron personalidades importantes en Córdoba. Se afirma que esta dinastía empezó con un gallego llamado Páez o Payo, un caballero lejano buscando tierra de moros. Gran parte de esta historia se encontraba en la biblioteca de la Diputación Provincial, donde se guardaba un manuscrito medio carcomido en el que se narraba un curioso episodio: en el año de 1595, se celebró en la Casa de los Páez un banquete de esponsales. El contrayente era el protegido de un navarro y, por más señales, un rey. Un rey enfermo buscando en el famoso balneario de Fuenteagria remedio a su crisis nefrítica. Pero había otro rey entre los comensales. Lo curioso era que ambos monarcas eran adversarios tanto en la espada
como en la cruz.
Lo cierto es que, a los postres, discutiendo las innumerables
miserias de sus respectivos reinos, endeudados entre batallas perdidas y el esplendor de las fiestas conmemorativas, se les ocurrió a los dos echar mano de uno de los Páez, comprador de terrenos, para servirles como tesorero secreto de sus muchos haberes no declarados. Los Páez eran cristianos nuevos. Antes, en el siglo XIV, el hermano de Pedro I el Cruel, don Tello, casado con doña Juana de Lara, a quien el cruel mandó matar en el castillo de Almodóvar, entró en contacto con un tal Páez en Francia y le confidenció que su hermano y enemigo, el rey don Pedro, guardaba en el castillo de Almodóvar todos sus tesoros. Bueno, en el siglo XVI, dos siglos después, en la reunión de los reyes con los Páez, en esa época, los jesuítas mangoneaban en España y en Europa a todo meter. En este significativo encuentro, el rey católico y el hugonote, ocurrido poco después de la muerte de Felipe Segundo y de haber dicho el navarro en público que “París bien vale una misa”, como tuviesen estos reyes motivos graves para temer por sus fortunas, hicieron un pacto con los Páez. Así fue como, según se refiere en el manuscrito, guardado a siete llaves por un tal don Ángel, un hombre de cabeza
angelical, rostro hermético y paseos solitarios, administrativo del Instituto de Enseñanza Media y secretario de la biblioteca de la Diputación Provincial de Córdoba
en los febles años
cuarenta..., se instaló en el mayorazgo de Villaharta toda una red de canales subterráneos, guardadores de joyas de incalculable valor, junto con los planos hurtados a un arquitecto árabe, por cierto, tal vez un documento más valioso que todo el conjunto de los tesoros, en los que se señalaba el lugar exacto de un oratorio musulmán mucho más hermoso que la parte visible del iceberg alhama conservado en Córdoba. Rafael Belén preguntó: -- ?No es esto demasiado fabuloso? -- Tan fantástico que nadie lo ha tomado en serio. Aunque si yo dispusiese de dinero lo averiguaría en seguida. El asunto es muy sugestivo. -- ?Quienes eran aquellos reyes? -- Aunque lo de los esponsales con una tal Ana de Portugal no se confirma en los testimonios de la historia oficial, los soberanos sólo podían ser Henri IV, rey de Francia, el rey que cambió de raíz la historia de aquel país, y Felipe III, rey de Castilla. Henri IV no era muy bien visto. Aquel mismo año de 1595, el obispo del territorio de Senlis lo tituló de “bastardo, hijo de puta, dragón rojo del Apocalipsis, sacrílego, se acostó con nuestra Santa Madre Iglesia y le puso los cuernos a Dios”. Esto decía el obispo Rose, aludiendo a los amores del Verde Galán con las abadesas de Montmartre y de Poissy... ?Mire quien llega? (Gritando): !Samuel! Se acerca un hombre de unos sesenta años y se le invita a la mesa. Eloy lo pone al tanto: -- Este señor es un periodista, el hijo de Antonio Aguilar, hombre... Está interesado en saber algo sobre los misterios de Villaharta. (A Rafael): Samuel es el más enterao de tó aquello. Samuel lió un cigarro, tomó el primer sorbo de un medio y contó una versión diferente: -- Todo empezó con una tal Charlotte, una mujer casada con el hijo bastardo del rey de Navarra, Condé, y perseguido por el navarro con ferocidad. Charlotte, una niña de catorce años, se casa con el príncipe Condé a mando de Henri IV, quien piensa hacerla su querida con el consentimiento del marido, su hijo. Realizada la boda, el marido huye con su mujer a los Países Bajos, donde se refugian bajo la protección del Archiduque. Henri IV, furioso, al saber lejos de sí a su amada, monta en cólera y promete hacerle la guerra a Felipe III de España, a
quien cree reponsable indirecto de su desgracia, ya que el rey católico, trata de influir en el trono de Francia, mancomunado con la reina, una Médicis de Florencia. ?Me sigue? -- ?Cómo no podría seguirlo?... !Y luego dicen que no se sabe ná en Córdoba! -- Bueno, pues, el Papa trata de interceder para evitar la guerra y, por mediación de su nuncio en Francia y de los jesuítas, ?sabe usted?, concertan un encuentro. Sucede que el rey navarro y de Francia, está lleno de achaques y llegaron a sus oídos los efectos curativos de las aguas de Fuenteagria. El encuentro secreto tendrá lugar en el Palacio de los Paez, o sea, aquí en Córdoba, lejos del mundanal ruído. Bien, vamos a darle un corte al vino... -- E. ?No le dije que este hombre entendía de tó? -- R. La verdad es que me estoy quedando... -- Bueno, venga;
cuando los reyes se encuentran en el palacio, ya están aquí algunos
banqueros europeos, varios marchands italianos y flamencos, quienes, temiendo una dolorosa guerra, acudieron con el Gobernador de los Países Bajos, el Archiduque, los nubentes, representantes del papa y casi todos cargados con sus caudales. Henri IV pregunta por su amada, aclarándosele que se encuentra con su marido, esperándole,
en una finca de la
localidad de Villaharta, no lejos de las aguas milagrosas, en la sierra cordobesa. El rey de Francia, obsesionado por el amor de la joven, se pone en camino con su séquito y los conciliadores. A su llegada, en vez de encontrar a Charlotte, tropiezan con unos salteadores, quienes matan a sus guardianes, prenden a los principales y secuestran al rey. Los maleantes piden un rescate. Banqueros y artesanos, para evitar el escándalo, dejan el oro y las piedras preciosas en manos de los bandidos. Junto con tal tesoro, se cuenta, guardado en una caverna de Villaharta, debía estar un documento con la redacción de un proyecto político jamás revelado, un pacto, por el que la Casa de Borbón y la Casa de Habsburgo se harían los dueños de un extenso terreno llamado Europa. -- R. !Fantástico! -- E. Sí, una segunda edición del Sagrado Imperio Romano. -- R. ?Cómo termina esa historia? -- Los maleantes se quedan con la pasta, la Charlotte no aparece por ninguna parte, el rey es liberto, regresa a Francia y es asesinado inmediatamente por un fanático en París. -- R. !Joder, qué curiso!
-- Lo curioso es que una semana antes de haber sido asesinado en París, todo el mundo sabía que el rey había muerto. -- Entonces, los tesoros... -- Se dice que los maleantes eran gente de los Páez, quienes juntaron estos bienes con el tesoro de don Pedro el Cruel, robado siglos antes del castillo de Almodóvar. -- Me gustaría hablar más con ustedes, pero tengo que irme. Quizá en otra ocasión. !Muchas gracias por su información! -- E. !A mandar, le hemos dao dos versiones! -- S. Si va usted a publicar algo, mándeme el recorte. Aquí en Córdoba no se sabe nada, nadie se interesa por la historia, no se practica ninguna investigación. !Con lo que habría que publicar de una ciudad con la historia que tiene Córdoba!... -- Pero, ?no es todo eso un mito? El platero, levantó su copa y respondió: -- Los mitos son realidades totalizadoras. Si contemplamos el vino de esta copa encontraremos una historia originaria. El mito es la repetición del acontecimiento. Si no hay otro lenguaje, se no se encuentran nuevos valores, si carecemos de referencias... entonces repetimos lo que nos dice el aire materno. Cuando quiso reunirse con su padre no lo vio y supuso que ya se había ido. Salió de aquel templo del vino puesto y cavilando: -- La historia se relaciona con lo que me contó don Casimiro... Pero no debe ser real. Desde luego, una cosa es cierta: los reyes de Castilla, Felipe III y Felipe IV representaron la decadencia militar, política y económica de España. ?Dónde estarán las llaves de todo este embrollo? Aguilar había sido amigo en su juventud de don Antonio García Laguna, canónigo de Sagradas Ceremonias de la Santa Iglesia Catedral. Le llamaban el “cura guapo” por su singular estampa: Cabeza de huevo, pelo lacio e insuficiente para cubrir una calvicie prematura, piel gruesa, ojos risueños si no fuesen irónicos, nariz aguileña aunque proporcionada a su perfil sarraceno, labios carnosos, mentón de senador romano, alzado al andar. Cuerpo de cilindro atlético y en proceso de expansión debido al excesivo trabajo proporcionado al estómago. Extremidades de yegua, aventajadas, y duro de cascos. Sotana impecable, al parecer, de
saetín, con bordados morados rodeando el alzacuellos, los pies planos y las manos dignas de un cocinero. Hombre culto y preparado, sacó joven las oposiciones a la canongía. Llevaba por la calle la mollera siempre cubierta con sombrero de picador a fin de ocultar su aeropuerto. Tenía fama de listo entre la gente de Iglesia, de bien parecido entre el mujerío, de hombre casto entre los feligreses y castizo en la alcoba entre los maledicentes. Don Antonio, en la intimidad y en medio de amigos, se olvidaba de guardar las formas y composturas eclesiásticas para disfrutar en buena compañía, en la trastienda de algunos bares, de la confianza del buen vino montillano, de las exquisitas tapas de cocina
ofrecidas
en Córdoba a quien puede
pagarlas y de otros frutos propios de su casta. Excelente predicador, a pesar de tener la lengua gorda. Por cierto, el muy ilustre señor, pensaba para sus adentros que ni él ni los andaluces, en general, podrían expresarse jamás en otra lengua que no fuese la aceitosa de la región, aunque fuesen “sabios doctores”, debido precisamente al mejunje del olivo y la vid en la lengua. Bueno, pues, este señor de tan alegre figura era también el capellán de la iglesia del Juramento, en la que se venera la imagen de San Rafael, Custodio de Córdoba. El estado del tiempo, no sé si lo he dicho ya, afectaba al sistema orgánico de Rafael Belén. Aquella tarde gris y bochornosa le colocó al cordobés un par de banderillas en los nervios. Al sentir el pinchazo se fue en busca de su patrón arcangélico. Oyó misa, comulgó y reconoció al oficiante. Al terminar la misa se dirigió a la sacristía, cuando don Antonio desvestía los paramentos: -- Don Antonio, ?se acuerda usted de mí? -- Usted perdone, en este momento... !Sí, hombre, no has cambiado tanto!... ?Qué tal estás? ... No sé quien me dijo hace algún tiempo que estabas en América... -- Sí, vivo en Brasil. -- Un país muy exótico. -- Sí, desde luego. Don Antonio, ?podría usted concederme cinco minutos? -- !Cinco y veinticinco, cómo no? ... Ven por aquí; vamos a subir a mi despacho. Subieron por la escalerilla de un patio interior ceniciento repleto de macetas. Las mujeres piadosas encargadas de lavar el trapo, perdón, el paño que limpiaba el cáliz después de la consagración, escurrían el agua en la tierra de estas santas macetas por si se había quedado presa alguna partícula divina en los corporales. Se acomodaron y, como Aguilar sintiese necesidad en ese momento de compartir con alguien su estado de angustiosa incertidumbre,
se quiso abrir en canal, de par en par ante el canónigo. Antes de entrar en faena, sin embargo, tanteó la disposición del reverendo: -- !Está usted tan bien como siempre!... -- Hombre, no puedo quejarme, aunque los años no pasan en balde. -- Este rincón con flores por todas partes se parece al paraiso. -- Si lo dices tú... No me hables del paraiso... Desde que nuestro padre Adán se comió el higo... -- ?El higo?... ?Ya han cambiado el texto después del Concilio? Pero, ?no fue una manzana? -- Eso dijo el escritor sagrado para dorar la píldora. -- !Esa es buena!... Mire don Antonio... Rafael Belén volvió a vaciar el saco, esperando una vez más el ábrete sésamo que tanto ansiaba. Mientras tanto, el “cura guapo” lo escuchaba como una estatua impertérrita. Después lo aconsejó como conviene a un eclesiástico y dijo algo a su conocido, tan importante, que nunca lo olvidó: -- Mi querido amigo, el éxito es un vino que embriaga y, por otro lado, tu temperamento carismático es un arma de dos filos: te llevan y te traen como si fueras un amuleto, te arrojan flores y te acreditan como si fueses un oráculo, pero, al mismo tiempo, como los ídolos, estás sometido a mil peligros que el hombre normal no tiene. Aguilar se despidió después de agradecer estas sabias palabras, encajadas como un golpe en el alma, salió del templo con los nervios tiritando y, por el Pozanco, se fue al barrio de San Agustín. Estaba seco. Los auténticos judíos de Córdoba que aún hablan ladino, los que todavía llaman Safarad a España, no viven en la Judería sino en el barrio de San Agustín, cerca de la Piedra Escrita: Engracia. Luz, Jacoba, Daniel..., eran los nombres de una familia conocida de Aguilar, una entre muchas. Se detuvo en la popular taberna de “La Paz”, junto a la plaza del convento de los dominicos, para beberse un “medio” de calidad, aunque le sentaría como un rayo: -- !Es mucho más profundo!... -- !Hombre, Aguilar; no digas eso donde te oigan! -- !Te vuelvo a decir que no le llega a los talones! ... El único inconveniente de este santo es que, como escribe divinamente, te dejas llevar por el estilo magnífico y pierdes la profundidad de la idea que nos transmite.
-- !No tiene ni la coherencia sistemática ni la capacidad de síntesis del!... --!No digas pegos, Juan; esa obra no pasa de una calcomanía de Aristóteles! -- !Já, já, já!... !Ay, ay, ay que me troncho!... ?Quien copió a Platón enterito?... Rafael Belén recordó esta discusión mantenida en esa misma taberna cerca de veinte años atrás con su amigo Juan Turrado, tratando de averiguar quien era superior, San Agustín o Santo Tomás. Salió a la calle, pasó por el Palacio de Viana y entró en la estrecha y burladora calle Espejo, empedrada y tiesa, en la que se alineaban casitas antiguas de dos plantas, viviendas de empleados modestos, pasaje que fue de serenatas, gritos y escándalos, porque, Aguilar, cada vez que se tomaba dos copas, se dejaba caer por aquí con un ejército de amigos, cantores callejeros
y vagabundos profesionales, como él, con el imprudente propósito de
establecer un cordón de gente bajo el balcón de su amada. Lo que podía pasar en cada incursión no era posible preverse: una tranquila serenata, un agitado zapateo y palmoteo flamenco, un recital de poemas horrorosos, un acalorado discurso sobre la importancia de “la patata y otros tubérculos”, un sartal de chistes y chirigotas y, en ocasiones, una invasión escandalosa y deplorable de la calle por gente autenticamente gamberra. Las consecuencias eran trágicas: ruptura del noviazgo al día siguiente, sólo reanudado después con otra peregrinación al balcón, pacífica, artística y civilizada. Esta forma de comportarse le granjeó una fama de demente dieciochesco entre la vecindad del distrito. Siguió su camino por la calle Juan Rufo, atravesó la Fuenseca, cruzó la calle Carnicerías, subió las amplias escaleras de la Cuesta del Bailío... Este lugar comunicaba antiguamente la Medina (la ciudad alta) con la Ajerquia (la ciudad baja). Aquí se encuentra precisamente la casa palaciega de los Fernández de Córdoba, los antepasados de Aguilar. !Qué verguenza! ... Como quiso pasar por delante de la casa en que vino al mundo, se coló en la calle del Obispo Fitero, mucho más decente y desgraciada que antiguamente. De su casa sólo quedaba ya el espacio, ahora ocupado por otro inmueble. Si los colores puros son siete, los olores impuros pasan de siete veces setenta. Rafael Belén tenía una memoria olfativa prodigiosa, y no le costó mucho recordar algunos efluvios de la calleja sucia al paso que descargaba descaradamente el ácido úrico en las inmediaciones del antiguo mictorio. Al poco, otra parada para tomar copa y tapa en la taberna de San Miguel, frecuentada asiduamente por su padre antes de la guerra civil. Ya no estaba al frente un tal Adolfo, el hijo del tabernero en tiempos de la República. Por cierto, cuando escribo
estas líneas, encontramos en este clásico local a la famosa Casa “El Pisto”, taberna peregrina por varios barrios cordobeses, acogedora, inquieta, persistente de los buenos cantes hondos, sonaos, servidora de los mejores caldos y conservadora de una clientela selecta y con estilo. Mucho anduvo Aguilar por su tierra aquel verano. Parecía tantear el terreno, torear a su problema, vaciar las alforjas de sus congojas una y otra vez, pero sin atreverse a echarse a matar. Cuando le llegaba la oscuridad, le sangraba el corazón, y los grillos estivales anidados en su olla, cantaban y cantaban un cri-cri torturador. Aquella noche le apretaba más el nudo en la garganta. Como era de derechas, andaba con la soga al cuello, esto es, con la corbata puesta, a cubierto y a la defensiva. Si hubiese sido verdaderamente de izquierdas se habría desabrochado el pecho y respiraría mejor. Decidió continuar su “via crucis” por los más famosos “tabernáculos” de Córdoba. Copas en “La Parra”, “La Viña”, “El Gallo”, “La Sociedad de Plateros”, “La Vinícola”, “El Bodegón”, “El Barril”, “Casa Adriano”, “La Oficina”, “La Verdad”, “Savarín”, “Rosales”... mezclando peligrosamente químicas diversas hasta caer redondo en el catre. Padeció bajo el poder de un sueño tam extraño y significativo que, al despertar, con el inconsciente alborotado, decidió trasladarse sin pérdida de tiempo al lugar del crimen. En efecto; el Domingo, día 17, tomó el tren y se fue a Almodóvar del Rio, la tierra de su madre. Se fue porque, como registramos, aquella noche, entre sudores, resoplidos, revueltas y sobresaltos espasmódicos, tuvo un sueño muy barroco. Digno de un análisis hermenéutico al detall. Antes de narrar el sueño, sin embargo, tal vez sea mejor contar un suceso de su adolescencia: Un domingo de primavera se fue Aguilar con algunos amigos al pueblo de Almodóvar. Aun con pantalones cortos, todos estaban ansiosos por visitar el magnífico castillo moruno situado en la cima de un cerro redondo y dominante; una fortaleza en las alturas del pueblo y del paisaje panorámico. Rafael Belén conocía bien el lugar porque, en la infancia, pasaba sus vacaciones con los parientes de su madre, afincados en la localidad o en los cortijos de los alrededores. Llegaron temprano a la localidad y, sin detenerse, iniciaron el ascenso desde la estación del tren. El grupo estaba constituído por dos hermanas mozuelas, algo mayores, huérfanas, trabajadoras y muy formales. Bajo su custodia se encontraban cuatro imberbes bereberes, chavales del mismo barrio, cada uno más complicado y presumido que el otro. Atravesaron el pueblo, subieron el cerro cortando un camino antipático y llegaron al castillo. Durante la visita, y mientras las muchachas contemplaban los campos cercanos desde
las almenas, Aguilar y otro amiguete decidieron abrir una compuerta de hierro, una plancha, asentada sobre el suelo de una terraza interior. Al destaparta quedó al descubierto un agujero oscuro, por el que mal pasaba el cuerpo de un hombre, cuyo fondo no podía adivinarse. No se les ocurrió cosas mejor a los nenes sino bajar por unas escalerillas de gato. Diez o quince metros se pasaron antes de dar pie. Por el ruído característico, aunque no por la visión, casi nula, dedujeron que un brazo de agua debía correr por las proximidades de aquel suelo. Algo incomprensible y lindante con la alquimia de los árabes. Como empezaran a dudar de las consecuencias de su aventura, decidieron regresar. Al iniciar la subida, el amigo de Aguilar, más ágil y adelantado, se despegó y llegó primero a la superficie. Quiso entonces gastarle una broma a su amigo; una gracia, como se dice en Córdoba: se abrió la portañuela y empezó a orinar por el agujero. Rafaelín, iniciando ya la subida, al mirar hacia arriba y sentir el líquido cayendo sobre su cabeza, y creyendo estar aun cerca del suelo, se soltó de la escalerilla instintivamente y se dejó caer, a fin de evitar la úrica ducha. Desgraciadamente, calculó mal la distancia y se rompió un pie. Hubieron de pedir ayuda, izarlo, cargar con él, prestarle los primeros socorros, etc. Se aguó definitivamente la excursión y regresaron a Córdoba con un inválido antes de lo previsto. Cuando se produjo ese accidente Aguilar ya no era un niño, pero era capaz de jurar, así me lo afirmó, el haber visto en su caída, dentro de un cuadro, a un moro ricamente ataviado, sentado en la boca de una especie de colosal ánfora dorada. La alucinación pictórica fue tan nítida, según el autor del espejismo, que no se le borraría jamás de la cabeza aquella imagen. Yo no pude creérmelo, aunque, con toda seguridad, mi amigo debió haber visto estrellas con el golpe. Como suele suceder con ciertas personalidades complejas, Aguilar trataba de dirigir una empresa propia sin fines lucrativos, psicosomática, compuesta de varios departamentos, eso sí, no necesariamente estructurados, por carecer de un organograma integrador. Por ejemplo: departamento de observación y métodos científicos; departamento de creencias religiosas; departamento generador de emociones, riesgos y aventuras; departamento de miedos y temblores; departamento de dudas rectoras, departamento de embrujos andaluces, etc... Si esto es cierto, ora se colaba en el departamento científico, ora apagaba esta luz y se iba al de “percepciones extrasensoriales cabalísticas”. No parezca a nadie anormal tal tipo de operaciones, porque suele suceder con bastante frecuencia en personas especiales. Durante la
segunda guerra mundial, vean ustedes, los más crueles verdugos nazis, dedicados al exterminio de judíos, gitanos y cristianos, llegaban después del “trabajo” tan tranquilos a su casa y se comportaban en el hogar como padres amorosos y esposos ejemplares. Y no digamos nada con el “boon” de las especializaciones en tiempos de paz... cada vez dividimos mejor nuestra personalidad en las más contradictorias funciones. !Lo malo ocurre cuando confundimos los papeles! Me comporto como jefe con mi mujer, como maestro con mis hijos, como marido con mi secretaria, como padre con el botones... Bien, como hemos anunciado, Aguilar tuvo esta noche un sueño, un sueño provocado por un deseo, un deseo espacial, probablemente. Helo aquí: Se encontraba en medio del montículo pedregoso coronado por el castillo de Almodóvar. Una lluvia recia no prevista lo obligó a refugiarse bajo una encina. Sintió miedo, miró al suelo, contempló el aguacero rebotando en la tierra, y, de pronto, entre el barrizal y unas matillas de adelfas notó cómo el agua de la lluvia corría por los surcos y se desviaba al llegar a un determinado lugar, como si encontrara resistencia. Se fijó mejor y, con gran sorpresa, observó entre nieblas los bordes redondos de un recipiente enterrado, insinuándose como el brote de una flor. Cuando amainó la tempestad, con la ayuda de un guijarro y de un palitroque consiguió remover la apretada tierra y desenterrar el objeto. No resultó fácil. Tratábase de una vasija de barro. Extrajo el recipiente, no menor que un melón de buen tamaño, tapado con un material resistente y perfectamente ajustado a la boca. Tomado por la curiosidad, intentó romper el vaso contra una piedra, pero no lo consiguió. Sin embargo, al remover el jarro, tocó inadvertidamente un resorte y saltó la tapadera. Cual no sería su sorpresa al encontrar en su interior treinta y nueve dinares, monedas de oro, junto a
un
pergamino con inscripciones árabes. Rafael, aunque no dominaba esa escritura, le dio la vuelta al papel y no tuvo ninguna dificultad en leer en sueños lo escrito en el pliego: se indicaba una entrada dentro del recinto del castillo, por la cual se tendría acceso a los secretos de un misterio universal. Guardó el documento, embolsó las monedas, penetró en el castillo, subió por unas escaleras de bucle a la Torre del Homenaje, cruzó el puente y localizó la situación indicadada en el pergamino. Siguió por una rampa hasta encontrar un pequeño disco metálico en el suelo de una mazmorra. Al pisarlo, entre brumas, se removió para su asombro una pared lateral. Rafael penetró en el interior, pero la oscuridad era total. Se le cayó del bolsillo inadvertidamente al suelo una de las treinta y nueve monedas y, de inmediato, una lámpara
aérea iluminó un pasadizo redondo por el que podía pasar sin dificultad un hombre de pie. Se aventuró por su entraña y cuando se alejaba de la luz, quiso probar suerte y dejó caer de propósito otra moneda. Entonces se oyó un fogonazo y otra lámpara se encendió delante de su espanto.
Así fue como
consiguió circular por una escalera de peldaños muy amplios y
separados en grupos de tres, por lo que todo indicaba estar circulando por rampas o plataformas descendentes. Tuvo la impresión de estar girando por una espiral centrífuga hacia lo más recóndito de las intimidades subterráneas del enorme y empinado cerro sostenedor del castillo. Pero, al mirar al suelo observó estar cubierto de agua. Las vueltas, aunque no dominadas, eran cada vez más amplias y las lámparas de una luz misteriosa se iban encendiendo a medida que Rafael arrojaba una moneda al suelo. Se encendía la luz y la moneda desaparecía. Siguió bajando en redondo una y otra vez, hasta ver luego de un recodo una inexplicable claridad. Al acercarse, comprendió mejor entonces dónde se encontraba: bajo el lecho del rio Guadalquivir, cuyo cauce transcurre, efectivamente, por la falda lateral del monte que tiene en la cúspide al castillo. Rafael se sintió muy emocionado, porque, al otro lado de un grueso cristal de roca circulaban las aguas transparentes del rio. Reanudó su marcha. La escalinata continuaba sus círculos indefinidamente. De pronto, como si soñara dos veces, encontró a sus padres sentados y hablando acaloradamente sobre un banco de azulejos arabescos. Se dirigió a ellos corriendo y exclamó: ?Qué hacen ustedes aquí? Sus padres, bastante más jóvenes, se sorprendieron ante el intruso y fue su madre quien respondió: ?Qué desea usted, buen hombre? ... ?Qué quiere usted decirnos?...
Rafael replicó entonces si
bromeaban o ya no conocían a su hijo. Sus padres se miraron y, por los gestos, entendió Aguilar que lo tomaban por chiflado. Insistió el hijo alzando la voz y abriendo los brazos. Pero fue inútil. Sus padres no lo reconocieron. Desesperado ya, les puso las manos sobre los hombros y gritó: !Qué os pasa? ... !Qué tenéis! ... !Soy yo, Rafael Belén! ... Bueno, quien pensó ser su padre, asombrado, lo miró con fijeza y le dijo: Amigo mío, buen señor, ?quiere tomarnos el pelo a su edad? ... ?Se ha mirado usted al espejo? ... ?Cómo podríamos ser sus padres si es usted mucho más viejo que nosotros y podría ser nuestro abuelo?... Rafael se miró las manos asombrado: eran las de un anciano de ochenta años. Se apalpó el rostro y reconoció su piel arrugada. Se cubrió el rostro y lloró. Cuando quiso mostrarle a sus padres una cicatriz de su infancia, el banco ya estaba vacío. Continuó su camino y, ahora sí, empezó a
sentir el peso de la edad. Aquella enigmática escalera no parecía acabarse nunca. Se agotaba al caminar, le faltaba el aliento. Notó que los círculos se iban estrechando paulatinamente y, cuando estaba a punto de caer desfallecido, entumecido y derretida la piel, se encontró en la más completa oscuridad. Sólo le quedaba una moneda. La arrojó al suelo ya sin fuerzas, se encendió una lámpara y, cual no sería su pasmo al comprobar encontrarse en el mismo punto de la partida. Fue recuperando el ánimo y, con el ánimo, el sólido vigor; con el vigor se fortaleció su organismo y volvió a establecerse en su edad verdadera. En ese momento, una avalancha de agua se desplomó sobre él, con tal impetuosidad que lo despertó. Se llevó un sobresalto muy intenso. El corazón se le disparó. Se echó abajo de la cama y respirando con profundidad se fue al espejo y le dijo en voz alta a su imagen: -- !Ahora mismo nos vamos a Almodóvar! !Allí está la puerta que estoy buscando! Dicho y hecho. Tomó el primer tren y se bajó en la estación de Almodóvar media hora después. Una mañana de sol y de Domingo. El pueblo, a lo lejos, parecía un nacimiento, un belén: las casitas blancas se derramaban como un baño de cal por las faldas de un monte fortalecido, un cerro iniciándose en las parvas, un prado abandonado desde siglos donde se alternan matorrales, hierbajos, hinojos, cardos, adelfas, pedruzcos sueltos, peñazcos afincados y árboles tan viejos como el suelo que los mantiene, cuyas raices pudieron originarse con el adobo de los árabes. Varios caminos cruzados llegaban al castillo, a la puerta de aquella obra descomunal, cuyo recorte en el espacio resultaba en un mordizco al cielo abierto dejando sobresalir torres y almenas. Desde la antigua estación, no lejos del curso del Guadalquivir, hasta el primer portal del pueblo, no hay más remedio que gatear un poco. A pesar de la lejanía, se le podía distinguir al castillo una “mancha” en la parte inferior de su torre mayor. Era el recuerdo malévolo de una “caricia” veloz enviada a distancia a la fortaleza en plena guerra civil. Según cuentan, desde el emplazamiento del ferrocarril le sacudieron un obús disparado desde un cañón del quince y medio, un proyectil lanzado con la mala intención de destruir la ciudadela, reducto postrero de los “rojos”. El violento artefacto sólo consiguió desconchar el muro. Nunca, hasta la fecha, se reparó aquel arañazo, tal vez para dejar constancia de la solidez de tan formidable muralla. Almodóvar es de origen árabe, Al-Mudawwar, que se puede traducir por “El círculo”, o “El redondel”, significando la configuración del cerro sobre el que se
alza el castillo. Ni más ni menos que el seno empinado de una mujer echada a elevada escala. Era aquella la tierra de la madre de Rafael Belén, doña Manuela Merinas, pero en tiempos pasados perteneció aquel castillo a la familia de su padre. Fue señor del castillo nada menos que don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, miembro de la Casa de Aguilar. Bueno, vamos. Aguilar inició la escalada tras apearse del tren. En las proximidades de la estación dejó atrás la vieja y triste Plaza de Toros, testimonio de más de una tragedia. Después, a medio camino, junto a un cruce, quiso detenerse en la “Venta Pastor”, una casa antigua pintada de gris y blanco, sobria, junto a la carretera, donde en las madrugadas de invierno se calienta el viajero y los peones ambulantes con el aguardiente que rasga el forro del gaznate. Más adelante, se cruzó con el abrevadero en ruínas debido a los años; le decían la fuente abajo, para distinguirla de la fuente arriba, límites inferior y superior del término municipal. Quedaban ya pocas bestias sedientas, pero, en compensación, aumentaron los ruídos. A la izquierda, todavía se apreciaban algunos huertos escondidos del sol. En uno de ellos, llamado “El cuarto”, antigua propiedad de su tío Pepe, Rafaelín asustó a toda su familia cuando contaba cuatro años de edad. Se le ocurrió sentarse a caballo sobre un canalillo e ir avanzando a saltos apoyado en las manos, en dirección a las alturas. Lo advirtieron cuando ya estaba a seis o siete metros del suelo, cerca del tejado del caserón, medio oculto por los eucaliptos. Su madre casi se muere. No quería gritarle para no asustarlo. Lo llamaron suave y cariñosamente, mientras varios mozos se situaron debajo del canalillo de cemento. Rafaelín, recreado en su hazaña, trató se seguir, pero, tal vez al escuchar la voz de su tío que decía: !puñetero chiquillo!, decidió ir bajando. Al “ponerse a tiro” lo agarró su madre, lo abrazó, se lo comió a besos y, sin perder tiempo, se quitó la alpargata y le puso el culo morado. !Buenas frutas, las de aquel Cuarto! Luego se llega al pueblo. Primeras calles: la del Rosario, de la Barca... Un alto en la escalada por la plaza del Ayuntamiento, edificio mayor, blanco y ocre, con derecho a reloj de campanadas instalado en los tejados; vantanas y balcones ovales, con mucha historia viva. Aguilar, sin ser un hombre airado, no tenía paciencia; siempre le parecía tarde, siempre estaba con prisa. Siguió subiendo, pasó delante de la iglesia, luego por la escuela y el convento de monjas. Este paisaje merece una evocación. Almodóvar del Río es un pueblo de obreros campesinos: remolacha, aceitunas, algodón, trigo... La familia Natera era una de los principales terratenientes. El primo de Aguilar, del mismo nombre, muerto esta
década de los noventa en el sur de Francia, anarquista desde que le salieron los dientes de la razón, asaltó en 1934, todavía adolescente, el polvorín de las obras del pantano de la Breña e intentó volar con otros compañeros, sin éxito, la línea de ferrocarril Córdoba-Sevilla. Algunos fueron detenidos; otros, condenados a la última pena, pero sin muertes. Al empezar la guerra civil, el alcalde, miembro de la CNT, hubo de entregar el poder a la Guardia Civil, corporación que tomó la población. Al día siguiente, sin embargo, los obreros ocupados en la reconstrucción del castillo y los campesinos, de común acuerdo, cosa rara, reaccionaron a una y se hicieron con el poder, proclamándose “in continenti” el comunismo libertario. Tres días después, quien no corre vuela, una columna de Córdoba volvió a tomar el pueblo para el glorioso Alzamiento, aunque por poco tiempo. En los primeros días de agosto del 36, recuperan la villa los obreros con los campesinos, pero el día 20, las tropas franquistas conquistarían la localidad definitivamente, por orden del insigne Coronel Ciriaco Cascajo, defensor de Córdoba, ciudad incorporada desde el principio a las huestes del Movimiento Nacional. Por tanto, el pueblo quedó hecho una lástima y los vencidos hubieron de huir, con la consiguiente represión contra las madres y mujeres de los trabajadores ausentes. El primo de Aguilar consiguió llegar a Cartagena, después, al ver todo perdido, consiguió embarcar hacia Orán, donde estuvo retenido en un campo de concentración, hasta conseguir refugiarse en Francia. Este hombre singular era conocido en el pueblo como un cabecilla anarquista en aquellos días revueltos. Las monjas del convento, mantenedoras de unas escuelas pías, se sintieron en peligro. En medio de la refriega, un bando de revolucionarios le pegó fuego al lugar sagrado. Las monjas se refugiaron junto con una imagen de la Virgen del Carmen en el corral del recinto y esperaron lo peor, encomendándose a la santísima. En la casa colindante vivía un joven descamisado, enemigo mayor de la iglesia, del clero, de la burguesía y de la madre que parió a todos esos insectos juntos. Se llamaba Rafael Peña Merinas, anarquista, el primo de nuestro protagonista. Y lo que son las cosas... Antonia, la madre del fogoso revolucionario, era íntima amiga de las monjas, especialmente de la Madre San José, la Superiora. Desde el patio de su casa vio a las religiosas arrodilladas y les hizo señas para que se acercaran. Mientras se daban tiros por todas partes y gritos por las calles, al tiempo que se golpeaban con hachazos las puertas y se cortaban cabezas, Antonia se llevó a las hermanas a su casa, quienes, con la ayuda de Dios, tuvieron que saltar por una tapia poco antes de que se destruyera el huerto del
convento. Cuando Rafael Peña Merinas llegó por la noche a su casa, fatigado, después de de haber mantenido un feroz combate callejero con las fuerzas del orden, se encontró a las monjitas en su mismísimo cuarto, lleno de peligrosísima lectura subversiva y pecadora. ?Las fusilaría o no las fusilaría? ... Las monjas le habían limpiado el culo cuando era un mocoso, porque se cagaba en los calzones todos los días en
la escuela. El anarquista pensó un
momento y exclamó: -- Hermanas... !Mientras yo viva, aquí en esta casa estaréis seguras! Aguilar, al caminar por esos lugares, refugiado en el pasado, recordaba estas cosas oídas a su madre, sin dejar de subir por cuestas enormes y ladeadas, hasta llegar a la calle Caridad. Visitó a su familia, a quien no veía desde hacía muchos años. Entró en la casa de su tía Antonia, donde vivía actualmente su prima Pilar. Todos los parientes acudieron a saludar y abrazar al “indiano”. En aquella casa histórica Rafael Belén se sintió en la cuna. El corral con los dos robustos olivos... las tapias... la linde con el clásico convento... la terracita fresca bajo la parra en la que su madre y su tía tostaban el café... Casi todo estaba igual. Una hermana, Antonia, le dio la teta a la otra, Manuela, para el descanso de “la abuela”. La tía tardía y el sobrino tempranero, anarquista, bebieron de la misma fuente, tenían la misma edad y semejantes ideas. En este ambiente materno, tan particular, Rafael Belén recuperaba la sangre sana, roja y revoltosa de la familia y se olvidaba de su tranquila cultura postiza. Almorzó con sus familiares y poco después, con su soledad a cuestas, se encaramó al castillo. Desde las alturas, tocado por el vértigo, miró desde las peñas al abismo impresionante y, allá abajo, como una indefinida estela verde y brillante, contempló el coqueteo del Guadalquivir, el rio samaritano entretenido en mariposear y darle de beber a las tierras cercanas. Rodeó al castillo y se sentó entre dos peñascos estratégicos. A lo lejos y al fondo, se divisaba la vía ferrea como dos cuerdas de guitarra rasgando el campo; en el horizonte, la campiña plateada y el pueblo de Posadas. Aquel castillo encantado, levantado sobre rocas vivas lo imantaba.
Las
numerosas y diversas torres y el salpicón de almenas rematadas por enormes cantos de filos acuchillados desafiaban a las nubes temerosas. Torre de las sonoras Campanas o de la Miga, Torre caprichosa de la Escucha, Torre enigmática de la Escuela, la misteriosa Torre Redonda, la embrujada Torre Cuadrada, la Torre del Moro vivo, la Torrecita del Morabito encantado... que cierra el concierto. Siete torres, siete virtudes pecadoras, siete colores cenicientos, siete
maravillosos fracasos, siete sabias ignorancias, siete peticiones del diablo... Rafael Belén llamó al castillo con varios aldabonazos, esperando encontrarse con Alfonso, el guarda encargado de la llave desde hacía cuatrocientos años. Nadie lo atendió. El señor Aguilar quería penetrar a toda costa en la fortaleza con objeto de desentrañar el sueño perturbador de la noche anterior, pues estaba seguro de encontrar el pasadizo, las lámparas gaseosas y el corredor de caracol que lo llevaría a los fondillos del Guadalquivir. Se quedó con las ganas. Miró a las almenas de la octava torre, la del Homenaje, como suplicando ayuda, pero la torre albarrana, unida al puente, soberana, indiferente... nada prometió. Inconformado, sin poder entrar en un mundo fantástico, fue bajando y meditando a secas sobre el sueño de la noche anterior: -- La lluvia puede expresar mi dolor y mi atrición... Desenterrar el ánfora y haber descubierto un tesoro al soltarse la tapadera, puede significar la ruptura con mi pasado pecador, aunque, por otro lado, también podría ser la clave de mi futuro... Las treinta y nueve monedas pueden simbolizar mi presente, mi edad atual, aunque, por otro lado, podrían anunciarme los treinta y nueve latigazos que me esperan... El corredor subterráneo y el fuego de las lámparas quizá quiera referirse a mi deseo de ahondar en los subterráneos de mis propias entrañas, aunque, por otro lado, podría registrar el rito de mi muerte civil... Pero no consigo descifrar la inversión de la edad en relación a mis padres y la estructura de las escalinatas... sin cambiar de dirección, me bajan al abismo y luego me suben y me dejan en el mismo lugar de partida, como la cabeza de una serpiente enroscada indefinidamente que acaba mordiéndose la cola. En aquel espacio yo no tenía libertad, no podía volver atrás. Era un espacio infernal. Mi madre era mucho más joven que yo, como sucede con algunas vírgenes de los pasos de Semana Santa... suelen ser más jovenes que su Hijo, sostenido en brazos. Pensando en figuras geométricas, Aguilar sacó una libreta y un lápiz del bolsillo y se puso a dibujar una escalera en espiral bajando primero y subiendo luego siempre hacia adelante, sin necesidad de volver atrás. Según sus cálculos, era posible el diseño de dos tirabuzones cónicos paralelos. El Freud cordobés perdió una gran ocasión de permanecer con la mente callada, pues no consiguió descifrar un sueño muy rico de contenido. Bajó atajando por veredas y barrancos hasta llegar a la esplanada de “Las Parvas”. Al dejarse llevar por la calle de la Peña ya estaba con el cuerpo empapado. Aunque cansado, antes de regresar a la Estación se fue al barrio de “El Santo”, un lugar medio escondido cuyo ambiente no contaba
con las simpatías de su madre. Cosas de los pueblos: rivalidades entre familias, envidias telúricas, incomprensiones de imágenes, bulos encontrados detrás de las puertas, escandalosos chismes, fronteras psicológicas y rencorosos rumores. Los “cucos”, pues así se llaman los de Almodóvar, como buenos descendientes de moros y con el mar del campo en puertas, eran muy dados a sembrar cizaña y recoger males. Una cosa era historicamente cierta. Su madre había perdido a su hermano mayor, otro Rafael, en una pelea callejera de ese barrio maldito, antes de venir ella al mundo. Rafael Belén, con prevenciones, pisó con cautela el distrito, entró luego en la Ermita del Rosario y rezó una oración. La mayoría de las mujeres “cucas” o se llamaban Rosario o Estrella, porque da lo mismo, aunque pocos lo saben; con ambos nombres se venera a la misma divinidad: las estrellas del rosario o un rosario de estrellas. Los hombres se dividen entre los nombres de Antonio, Pepe y Andrés, este último patrón del pueblo. Rafael Belén se marchó de allí cuando ya era antes. Antes era ya tarde. Y en la estación, al poner el pie en el estribo miró por última vez al castillo y recordó ser un Merinas, Rafael Belén Aguilar Merinas, un arcaico hijosdalgo de la localidad. Si hubiese nacido algunos siglos más temprano, seguramente le habría salvado la vida a doña Juana de Lara, presa en el castillo por su cuñado el rey don Pedro. La tal Juana, señora de Vizcaya y esposa de don Tello, infante de Castilla e hijo natural del rey Alfonso XI, era una mujer muy cabal y amiga de infusiones espirituosas. Cuando el rey se cansó de tenerla presa en la mazmorra a pan y vino y, no consiguiendo dar alcance a su odiado hermano, huído a Francia, mandó al bochero de su boche decapitarla. Y la sangre de la dama-juana se transformó en el mosto en vías de desarrollo conservado en la vasija de su nombre. Rafael Belén recordó el tesoro del don Pedro el cruel, trasladado por los Páez a los pasadizos de Villaharta. Ya en el tren, Aguilar prometió a sí mismo volver por Almodóvar después, antes de irse al Brasil. Llegó a Córdoba gastado y cargado con las emociones del día. Se le había atrofiado por completo en las forestas tropicales su amor al campo andaluz. Esta ida al mundo rural lo recuperó: -- Ahora sí; ahora tengo el espíritu en mi sitio. Luego advirtió, no sin cierto contento, ser éste el último domingo en su tierra. Una horchata de chufas en David Rico y derecho a la pensión por las calles de Gondomar y Concepción. Se quitó el polvo en la ducha y a la cama. No se puede dormir en paz con la desdicha llamando a
la puerta. El viaje metafísico por el campo le había metido dentro a Sierra Morena. Por fin, entre madroños y bellotas, abrazado a un fauno, el cordobés, onírico y pícaro, aventurero y visionario, se quedó tieso. Por la mañana, principiaba otra semana. Al levantarse, advirtió: -- !Coño, ya se me han ido las cabras durmiendo! Tomó café en El Barril, se fue al banco y cambió 550 dólares. Renovó la sepultura de su madre en la Unidad de Cementerios del Ayuntamiento y, sin otro quehacer, se sentó a escribir cartas en el Gran Bar, ya un establecimiento tan importante como antiguamente, mirando de vez en cuando a la cabeza de “Lagartijo”, adaptada a la estatua ecuestre de su pariente, el Gran Capitán, quien anduvo por Nápoles en carne y hueso gastando dineros ajenos y haciendo tales cuentas que le hicieron perder la cabeza, para terminar siendo inmortal en Córdoba, en bronce y mármol, sin un mal vino montillano que llevase su nombre y con una testa de torero emprestada. Aguilar recorrió con la mirada la plaza de las Tendillas y volvió a sus tiempos jóvenes: el pescao frito de “La Malagueña”, donde encontraba el forastero una refección barata; la tienda de ultramarinos “Conde”, célebre por sus mantequillas y violines serranos; las “Pañerías Modernas”, cuyo dueño practicaba todos los deportes menos el del amor; “Dolores Muñoz”, una misteriosa tiendecita de bolsos de señora atendida por un perfumado bigote; heladería “La flor de Levante”, que no le llegaba a los pies de su competidora, “David Rico”; “El Frontón” , sus boletos baratos y sus carísimas pelotaris;
la librería “Ibérica”, mucho más
papelera, de mango, pluma, tintero y secante que libresca; una tienda de alpargatas de cáñamo burgués y esparto proletario, “La Casa Pueyo”, famosa por sus colonias, brillantinas, peines, horquillas, ganchillos, regalos de tocador y pastillas de jabón; el Instituto de Enseñanza Media, donde, mal que le pese,
en el bachillerato unicamente aprendió a jugar a los botones
en el patio durante el recreo; La Telefónica, más parecida, en aquellos tiempos de Franco, con una comisaría americana de policía que con un centro de comunicaciones; Calzados Rodríguez, abarrotada de cajas de zapatos del mejor cartón mallorquín; “Los Madrileños”, cuyo propietario primero, empezó vendiendo agujas y terminó predicando el amor de Cristo por boca de su último dueño, Pedro Moya; la farmacia Marín, en la que se podían mercar, entre otros venenos, pastillas de leche de burra y cigarros de brea; el Bar Boston, aristócrata en su bautismo y demócrata en su extremaunción... Todo este tinglado fue posible, con el Fénix Español del actuario Velazco a la cabeza, por la destrucción del imponente Hotel Suizo en los
años veinte. Rafael Belén, tras este largo recorrido de circunsvalación por la plaza, se levantó y se dirigió al correo; echó cartas destinadas a Ernesto, Costard, Fray Clemente y Alicia, la secretaria del Embajador de España en funciones. Paseando por la diestra, bien puesta y aseada calle Cruz Conde, de elegancia, empaque
y señorío provinciano, se pasó con el
pensamiento a la otra acera, a la interminable arteria de Copacabana. Comparada con esta vena, insignificante, pueblerina, decente, acogedora y doméstica, aquella otra era el núcleo salvaje y fresco de la bella capital: las verdes y fértiles colinas engarzadas de Rio de Janeiro, amparaban el nervio inquieto y urbano del pueblo mestizo e incomensurable, circulando sin descanso por el convento metropolitano más alborotador del mundo. Aquí en Córdoba era todo muy formal, muy repipi, muy rancio, demasiado feudal... aunque con imponentes duendes invisibles en el ambiente. España era muy exigente en modos y maneras ciudadanas, aunque esa forma farisaica de cubrir al individuo ibérico provocaba entonces una grave parálisis al alma de los pueblos hispánicos. Se han escamoteado muchas suertes y se han silenciado muchos pasodobles en el ruedo ibérico. Por lo visto, ahora se recogen los frutos de las avellanas vanas. En una tarde de copas, cuando mi correligionario Julio Anguita era alcalde de Córdoba, sin el Rey presente, (para infelicidad del republicano almocadén), le oí decir algo muy real y, en parte, responsable por su fracaso como prefecto de la villa, aunque él mismo no lo reconociese en aquel momento: -- En España, por increíble que parezca, se vive ahora,
por sistema, la incomunicación
programada. En Brasil se sentía Aguilar mucho más suelto, más libre, más picante, más perdido en la masa, más impune, debido a la falta de paredes censuradoras, tan inadvertidas como eficaces. En Brasil, sin embargo, tan permisivo para el aspecto moral, no podría ser más tiránico y plebeyo en el aspecto político. Pues bien, como llegase la hora del refresco y pasase en ese momento por la Granja Royal, entró en el pequeño local, residuo de mayores glorias. Había servido allí de camarero un joven llamado Manolo, un viejo conocido, quien, cansado del sopor provocado por un espacio tan angosto y seco, cambió aquello por el mar inmenso, embarcándose como tripulante en los paquetes de la Compañía Ybarra. Este hombre facilitaría una increible aventura vivida por Aguilar, (afortunadamente para mí, no confirmada hasta hoy), durante una travesía por el Atlántico. En este rincón cordobés, cuántas veces, a través del
cristal del escaparate, a cada tarde, podía verse en los años cincuenta al Gobernador Civil de la Provincia, dedicado al noble deporte de pasarse las horas muertas jugando a las cartas con su camarilla de compinches. Poco faber y mucho ludens. !Porque nadie es de hierro, que trabajen ellos! Esta evocación, por contraste, le llevó a su madre. La memoria de su madre lo reanimaba. No se explicaba cómo su vida agitada lo había distanciado tanto de su madre, una mujer de cualidades excepcionales. Sincera y veraz en el decir, actitud que le granjearía la sospecha de los opresores;
generosa con los humildes y necesitados, hasta el punto de
sentarlos a su mesa y darles cobijo; infatigable trabajadora en la profilaxis de su modesta hacienda; mujer de convicciones firmes, decidida, voluntad tenaz y arraigadas creencias libertarias; tan rebelde ante dogmas y autoritarismos como fiel amiga y comprometida con la justicia natural; una mujer admirada por sus amistades y protegidos; respetada por la comunidad de sus vecinos; temida y denunciada por los miserables acaudalados del poder y de la riqueza heredada. Defendió heroicamente a su familia huida, ocultó a los perseguidos durante la guerra y puso en riesgo su vida al no esconder sus ideales ante la represión franquista.
Su casa, sin puertas, fue refugio de milicianos desesperados. Enterraba a los
ajusticiados para evitarle ese dolor a la familia, visitaba a los presos y les llevaba alimentos, enfrentaba a los poderosos con las armas del verbo, como en cierta ocasión, cuando, por culpa de Rafaelín, abofeteó a un guardia de asalto en plena calle. Aquel gesto de coraje en defensa de su hijo, le valió sufrir un proceso por “atentado a la autoridad”. Aguilar evocaba todo esto hasta emocionarse: -- Mi madre podría ser mi guía en el camino que me espera... !Llevo su sangre! ... Ella confiaba en sí misma... Habría yo de obrar como ella si, en serio, pretendo rehabilitarme... Rafael Belén se agarraba al recuerdo de su madre como en la infancia se agarraba a sus faldas, ante el peligro imaginado. Antes de irse de Córdoba le hizo otra visita a su pobre mujer. En aquella ocasión, en vez de exigirle explicaciones, le solicitaron con respeto una exposición de motivos en relación con su visita. Convendría decir aquí algo pertinente: Aguilar se casó con aquella joven por una pueril venganza anidada en su inconsciente. Porque le resultó difícil conquistarla y porque se sintió despreciado por la joven cuando la pretendió. Si añadimos a esto lo ya dicho, es decir, la unión enfermiza, sempiterna y umbilical de madre e hija, por una parte, y por otra la relación
dialéctica entre el cadáver de la madre y las actitudes del hijo, se comprenderá sin titubear la resistencia a poner agua por medio, a vivir separadas por un charco, mirándolo desde la hembra, y la resistencia a vivir juntos con quien no fuera su madre, mirándolo desde el macho. Hubo mucho de patológico en la relación de esta pareja, deshecha al oficializarse, aunque antes de dar tiempo a constituir una comunidad familiar. Aguilar fue tan imprudente en esta visita como en la primera. Explicó a las dos mujeres en lenguaje ininteligible su difícil situación y les aseguró con firmeza su inseguridad ante el futuro. Con semejante perspectiva, la suegra y la mujer lo acribillaron con miradas de desconfianza, tomaron nota de su explanación y se despidieron. Bastante tenían con el drama que estaban viviendo ellas. Un hermano menor de la mujer, de quien dependían las dos, pues el cabeza de familia había fallecido en 1966, se había casado estúpida o heróicamente con una mujer doce años mayor que él, con el agravante de aportar al matrimonio, por todo ajuar, un hijo concebido en otros pagos cuando soltera. Aguilar comprendió la preocupación de esta familia y le afectó en el alma su desventura. Lo ocurrido a su cuñado, desde una perspectiva burguesa y poco amorosa, era semejante a lo que, según Regina Costard, le había pasado a él con Flora: “Un mareo erótico del marinero en su primer viaje”. Salió Rafael Belén de aquella casa en la creencia de haberse reconciliado teoricamente con su mujer. La separación de cuerpos podría tornarse así más inteligente. Ingenuo a nativitate, se había olvidado de que estaba en Córdoba, la clara y llana, no en la selva de asfalto de Rio de Janeiro. Aun faltaba el rito de otra reconciliación. Hacer las paces con la ciudad que lo vio nacer: -- ?Por qué no me siento bien en mi propia tierra?... Conozco Córdoba razonablemente y he consultado su historia. Es una ciudad encantadora, quizá la más bella de España y, según el testimonio de europeos, americanos y asiáticos acostumbrados a viajar, Córdoba no tiene nada porque lo es todo. Su silencio es hablador, sus cielos bajan al atardecer buscando inspiración, como dijo el poeta de Moguer Xandro Valerio; los rumores de su Sierra llegan fogosos al rio para bañarse en las madrugadas... Como centro cultural de Occidente, tuvo ilustres pensadores de la pasión, vehementes arquitectos y procuradores del tercero incluído; admirables artífices del engarce simbólico, descubridores ocultos de la margen tercera del Guadalquivir; gente de clásica pluma, autores de la tierce place, de los tres entrambos del logos vértico, del heterólogos en singular lengua cordobesa;
excelentes campeadores, estrategas inspirados en el triángulo de las paralelas del sable; además de los espíritus del habla callada, entendedores del “duende” cordobés, quienes lo plasmaron con mil detalles que un ojo vulgar no puede captar. El turista no consigue jamás hacerle una visita a Córdoba, es Córdoba quien visita las telarañas interiores del turista, hasta limpiarlo, cambiarlo y doblarlo. !Atención! Nadie puede contar absolutamente nada de Córdoba si no sabe cantar. Y lo cantado es consecuencia de lo vivido, !coño! Lo que ha de cantarse primero con el sombrero en la mano es la mujer y el clavel. A esto se le llama una oración. Cuando en el último año de la década de los setenta, fíjense, los brujos del mundo buscaron un sitio para reunirse, recurrieron a Córdoba. Aquí se encontraron los hombres de ciencia con los profetas de las grandes tradiciones religiosas del Este y del Oeste, del Islam y de Israel, permitiendo un diálogo entre la ciencia y la mística, poniendo de evidencia la coexistencia de las varias racionalidades, tan legítimas como diversas. La razón clásica y la acrobática, sin red, se dieron la mano en un metadiscurso aclarador. Rafael Belén, el cordobés, lo confieso ahora, era para mí un descastado. El trópico esponjoso y verdegualdo le había extirpado el embrujo dorado de Al Andalus. Se le había tostado la piel, dándole un aire de “indiano”, pero no pudo conservar el rojo sangriento de las amapolas en su jardín interior. Solamente se pasaron diez años de su despegue, pero le sucedieron tantas y tan variadas cosas en Brasil que se sentía más un iberoamericano cultural que un legítimo aceitunero de los olivos de su sierra. Puede ser verdad para todos, según creo yo, que no vivimos donde pisan nuestros pies sino donde habita nuestro corazón. Aquel espacio nativo no era propicio a su situación, porque tropezaba en cada esquina con el ayer virtualmente inútil, cuando su atención existencial estaba totalmente volcada hacia el futuro. Ocurría con este hombre en tensión una acalorada discusión interior y permanente entre su demonio principal y su sparring, aunque no en el dominio de la conciencia, tratando de encontrar una salida hacia la estabilidad perdida. Se estaba hundiendo al insistir en pisar los caldos espesos de la tierra, se perdía paseando por los camposterios sembrados de hinojos y adelfas; se desplomaba entre faroles lúgubres y fosos lunares; deslizaba ilusionado por rampas de viento, aunque sin conseguir dar pie. Decidido a marcharse de Córdoba, dejó parte del equipaje con su padre, de quien se despidió prometiendo escribirle: -- De momento, me voy a Madrid. Ya te escribiré.
-- !Tú verás! ... !Yo quiero saber por donde andas! -- !En una semana se tiene que resolver mi situación! -- Lo que tienes que hacer es sentar la cabeza... !Es que no vas a crecer nunca, leche! ... !Tú vete a tu sitio, que es donde tienes que estar, y que le den por culo a tóo! -- Bueno; a ver si tú te portas bien, que ya no estás en edad de dar escándalos con el vino. -- !Tú vive tu vida y no te preocupes por mí, que yo viviré la mía! ... !Desde que tu madre se fue, nos jodimos los dos! -- !Bueno; si quieres, vente conmigo! -- !Anda ya y no digas pegoletes... vaya un cipote!!... !Sólo me fartaba a mí eso... ser tu criao ahora! ... ?No digo yo? ... !No, si te complicarás todavía más la vida! ... !Eso es viejo! .. !Ea, que sigas bien y que escribas! Vete a tu sitio... Descubre tu lugar... ?No es eso lo que he de hacer? Mi padre tiene razón. Pero, ?cual será mi lugar en el mundo?
?Tiene la vida sentido? ?En qué sentido?...
?Significado o dirección? Para mí no hay vida en el significado, pero el sentido sí tiene vida. A mí me parece que he perdido los cinco sentidos. Vamos a ver si me aclaro de una vez: ?voy yo a algún sitio o me vuelvo a mi sitio? Pero, ?se tiene un sitio? Lo digo como lo siento; vivo sitiado por mis demonios interiores. ?Me habrán echado una maldición? La superstición es un síntoma inequívoco del miedo al destino. El calor era intolerable en aquel agosto. Aguilar siguió con sus soliloquios a cuestas sin advertir a dos mujeres que se cruzaron por la calle: -- !Este verano nos vamos a achicharrar, Dolores! -- ?Te has fijao, Angustias? ... !Es que no da una abasto a abanicarse! Aguilar pasó la mañana en la Biblioteca de la Diputación. Ahora estaba interesado en una obra llamada “El Marañón”, escrita en 1578, por Diego de Aguilar y Córdoba, cordobés, claro, en la que relataba entre otras aventuras, la rebelión de Lope de Aguirre. Como se sabe, Lope de Aguirre fue un aventurero español, vasco, blanco y europeo, por más señales; un viviente y vividor del siglo XVI. Murió joven y se jactaba de ser llamado el Traidor, sobrenombre de advenimiento como anillo al dedo. Al llegar a Perú, primero tomó partido por Pizarro para después traicionarlo. De la misma forma procedería luego con Pedro de Arsúa, al que además asesinó, y la misma suerte tuvo el
sevillano Fernando de Guzmán, nombrado que fuera
general y príncipe del Perú. Recorrió todo el curso del Amazonas en una balsa y varias embarcaciones de construcción inédita llamadas chatas cordobesas, junto a otros aventureros españoles. Pidió confesión a un pobre fraile misionero y como éste se negara a absolverlo, lo mandó ahorcar. El hombre era un cromo. Murió como todos los que defienden el nacionalismo del ombligo: de un arcabuzazo en pleno rostro de uno de sus parciales. No contentos, le cortaron la cabeza y descuartizaron el tronco. Antes de morir, el vascocefalópodo mató a su propia hija, Elvira, muy joven todavía, con el propósito, según se dijo, de que no se convirtiera en una mala mujer o tuviese que pasar por la vergüenza de oirse llamar la hija del Traidor. Decía Aguirre de vez en cuando algunos dichos dignos de registro, como el siguiente: Entre los indios no hay rameras porque no hay sacerdotes. O este otro: A los vascos les gusta avanzar y despegarse de los demás pero nunca llegan al final, porque les da miedo quedarse solos. Bien, a Aguilar le interesaba saber algo muy concreto: si Aguirre, en la revuelta que capitaneó cuando se dirigían al El Dorado, abolió los dominios de Felipe II, declaró en acta la independencia de aquellos territorios y, en consecuencia, los conquistadores libertarios pasaron a llamarse marañenses, o marañones. Muchos han sido los que han transformado en leyenda esta historia, entre los cuales nos encontramos con Baroja, Valle-Inclán, Papini y Ramón Sender. La crónica del escritor cordobés, sin embargo, era historia y no leyenda. Si consiguiese documentar fielmente esta mal contada noticia, escribiría un buen artículo para el MADRID, pues tal acto podría ser considerado como la primera tentativa libertaria en el continente. Pero este hombre apresurado pretendía consultar también dos gruesos tomos sobre la Casa de Lara. Trataba de informarse con el fin de escribir algo sobre el pasado de la ciudad de Córdoba. Supo poco; la nobleza se dividía en bandos, como las cuadrillas de bandoleros. Acaudillaba uno de ellos don Gonzalo Fernández de Córdoba, señor de la Casa de Aguilar. Registró un dato interesante: los Reyes Católicos, ?quien lo diría?, tenían ideologías y credos muy diferenciados. La reina, por ejemplo, era partidaria de la Inquisición; el rey se inclinaba por la permanencia de los judíos en España. Por cierto, don Alonso de Burgos, obispo y gran inquisidor de Córdoba, era un judío converso. ?Será posible? Como dijo un escritor famoso: lo que más odio en primer lugar es lo último que dejé de adorar. !Díganlo los curas que cuelgan la sotana! ... Cuando estuvieron en Córdoba los piadosos Soberanos, hubo conflictos entre los reyes. Ya conocemos el conflicto: el rey era más consorte que la reina.
Siendo así, eso del “Tanto monta, monta tanto...” como sucede con tantos artículos de la Constitución de cualquier país, figuraba sólo para constar. La Majestad era de la reina pero no del rey. Un caballero poderoso, don Alonso de Aguilar, antepasado ilustre de Rafael Belén, enfrentó con labia a los reyes. Supo negociar con ellos. El Rey católico tuvo, entre otras, !joder con el tío!, dos hijas fuera del matrimonio: Teresa y Leonor. Alonso de Aguilar se encargó de su integridad y las mandó a Montilla. Por cierto, recientemente, según he podido leer en un periódico, un bodeguero montillano adulteraba la crianza del vino con procedimientos químicos poco potables y lo vendía en el mercado con este rótulo: “Teresa y Leonor”. Bien, la conquista de Granada, consiguió apurar Aguilar en la bibloteca, se financió con aportaciones de don Alonso, tan valeroso en el combate como cruel en sus sentencias, y acabaría muerto, cosido a lanzazos en la tienda de su campamento, una noche en la que brillaba la media luna... La hija de los Reyes Católicos, doña María, nació en Córdoba, se cristianó en la Catedral y se perdería existencialmente más tarde como reina de Portugal. Otro detalle: los reyes se entrevistaron por primera vez con Cristóbal Colón en Córdoba, y en Córdoba se casó el navegante con doña Beatriz Enriquez Arana, de la que tuvo a su hijo Fernando. Otras importantes cosas investigó Aguilar en su tiempo disperso, como, por ejemplo, que el único español citado en la Biblia, a quien Suetonio (no Paulino, sino Tranquilo) calificó de orador excepcional, era cordobés y hermano de Séneca. ?No lo he referido ya? Porque me gusta la morcilla. El investigador se retiró de la biblioteca no sin antes lamentar el no haber frecuentado más este recinto. Subió por la calle Alfonso XIII, pasó por la Emisora E.A.J. 24, radio Córdoba. Recordó el viejo espacio de discos dedicados. En vísperas de una fiesta onomástica importante, San Antonio, por ejemplo, se dedicaban discos: A continuación “Dos gardenias”, con Antonio Machín. Dedicado a Antonio Arévalo, Antonio Baena, Antonio Castellanos, Antoñita Días, Antonio Expósito, Antonio Fernández, Antonio González, Antonio Hidalgo... Antonio Zea, de sus padres y hermanos con mucho cariño felicitándolos en el día de su santo. El día pasaba. Almorzó en la Repostería de Labradores, sentado en la barra: Ensalada variada y pez espada a la plancha. Una copa de vino fresco y, al final, aquel café horroroso, pastoso, torrefactado sabe Dios cómo y servido en aquellos vulgares vasos hemisféricos cuyo cristal quedaba después del último sorbo cubierto por los vestigios de la achicoria. Al cabo de dormir la siesta y esperar en el patio
de la pensión la bajada de la insoportable temperatura, se escamondó en el agua y se fue “por ahí”. Pasó por el Gobierno Militar y por delante de su casa, sin dignarse mirarla. Aunque pensó: -- Deben continuar por aquí casi todos los vecinos. ?Cómo se llamaba aquel general de la Legióm que fue Gobernador Militar de la Plaza?... ?Castejón?... Allí vivían Zitro y Miorgo, junto a la botica... ?Y el hijo del boticario?... Los Manzanares eran once o doce hermanos... Cortó por el jardincillo de la plaza, entró en la calleja Argote, un pasaje tuerto, otrora de fama dudosa y siguió por el colegio religioso de “Las Esclavas”. A esta altura lo fulminó una intensa evocación: Un mal día de un mes loco, a las tres de la tarde, hora litúrgica de “vísperas”, Rafael Belén estaba clavado de rodillas en el interior del templo del convento y con los brazos en cruz, pidiendo a Dios por su madre, en estado muy grave, internada en el Hospital de Agudos, no lejos de allí. Pues aquel mismo día, 20 de febrero de 1959, y precisamente en aquella hora crítica, salió del infierno del mundo su amada madre. Apartó aquel inoportuno pensamiento de su cabeza, continuó por la calle Barroso, antes noble y ahora desolada, y luego se perdió por la estrecha, larguirucha e inclinada calle Rey Heredia, bajando hacia el rio envuelta en viento, como un arroyo seco. Al pasar por otro convento, recibió otra pedrada en la memoria. En ese recinto sagrado, educador del servicio doméstico, se alojaban dos jóvenes hermanas: Charito y Loli, hijas del Marqués de Casa Castillo y nietas de una importante dama, doña Justificación, espléndida cortesana, señora principal y presencia carismática en la sociedad cordobesa de la belle époque. La estampa de esta noble mujer fue inmortalizada por un famoso pintor cordobés, y su retrato representaba, y seguramente orna todavía, en uno de los salones del Círculo de la Amistad, antes Liceo Artístico y Literario, a uno de los cinco sentidos, el olfato; puede contemplársela sentada y coqueta en un jardín, oliendo delicadamente una flor. En la época de la guerra civil, algunos señoritos de la villa decidían en ese bienaventurado Círculo, entre sorbos de café y talegazos de coñac, como jugando a las quinielas, quienes deberían ser fusilados, por comunistas, socialistas o anarcosindicalistas y quienes transitoriamente encarcelados, por su sospechosa indumentaria o antipático entendimiento. Dirigían sus pronósticos especialmente contra el Centro Obrero, una buena cantera libertadora. Bueno, a los hechos; Aguilar conoció al marqués en 1949, en un bodegón manchego, tan asqueroso como peluso y maloliente de la calle Morerías, visitado por forasteros, viajantes de mala catadura, indigentes de la primera dignidad y otros singulares
elementos,
donde se servía un elemental vino de Valdepeñas sobre enormes y sucios
toneles. Don Fernando Gómez del Valle y Códez, que así se llamaba el noble, brillaba por su cultura y encantaba a todos por su conversación, al alcance de cualquier energúmeno. Ahora bien, era un hombre con sobra de verbo y falta de guita. El vil metal no sonaba en sus bolsillos. Un pobre noble arruinado, decadente, irrecuperable en todos los sentidos. Había sido oficial de la Marina mercante, conocedor máximo de la carta del cielo, matemático superior y mensurador de los astros, aunque sin ser pendenciero. Trabajaba entonces como amanuense en el despacho de un abogado postinero, un tal don Pedro Guzmán, señorito andaluz, porte de ganadero, con despacho en la plaza de las Dueñas. Don Fernando, acostumbrado a lidiar con los delitos y las penas, en calidad de esmerado delincuente,
sabía de leyes más que el
causídico. Por este hombre, conocedor de la física y del arte, de las supercordas ficticias y de la teología impura de Spinoza, especialista en geometrías no euclidianas y en lógica deóntica, hondo en el pensar, aunque con la piel amoratada, los dientes carcomidos, los dedos de manos finas nicotinados, el cuello de la camisa rozado, manchado su único traje, los cabellos tan protestones como sebosos... por este hombre, digo, Aguilar conoció a sus hijas, recién salidas a la calle impía después de haber permanecido internas largo tiempo en un religioso colegio sevillano. Porque este hombre se había separado de su mujer hacía tiempo. Charito, la mayor, y Rafael Belén pelaron limpiamente la pava durante algunos meses y el prematuro noviazgo se prolongaría hasta que el señor marqués, inesperadamente para todos, fue preso por la Justicia y trasladado inmediatamente a la cárcel de Málaga. La hija hubo de marcharse a Madrid deprisa y corriendo al cuidado de la abuela. La hermana, Loli, regresó al recogimiento, profesó, hizo sus votos y era monja ejemplar en un convento de clausura en Sevilla. Pasaron algunos años. En cierta ocasión, cuando Aguilar iba en el tren de Sevilla a Córdoba, poco antes de incorporarse al Servicio Militar, se encontró en un departamento contiguo, entre un grupo de monjitas a la Hermana Dolores, en su estado civil “Lolita”. Aguilar quiso dirigirle la palabra, pero la monja, llevándose el dedo a los labios, con un gesto significativo, le dio a entender que no podía saludarlo. Poco después le llegó una noticia desagradable al cordobés: “Loli” llegó a Madrid, se instaló en un convento de la calle Fuencarral, llamado de las Hermanas de María Inmaculada. Un día, cansada de fregar, abrió la puerta, cruzó la calle y enseguida, dejando los hábitos en el suelo, entró en el prostíbulo. Es lo de siempre: odiar lo amado y amar lo odiado.
Cosas peores sucederían en el seno de esta ilustre familia. Aguilar miró al viejo caserón, apretó el paso, queriendo librarse de los nefastos fantasmas de la calle y agitó los brazos en el aire, como si intentara espantar un incómodo mosquito a manotazos. Al pasar por la Portería de Santa Clara, otra vez se le puso por delante la infancia. Allí continuaba la casa de su tía Ana, hermana en primera instancia formal y, en realidad, tía material de su padre. En esa calle de paso sucedieron dramas tremendos con la familia de su padre, por lo que, viendo el peligro venir, el andarillo, en mangas de camisa, chaqueta por los hombros y sudororso, pasó de largo y se metió por la calle Cabezas. El nombre de tal calle, !agárrate que te caes, querido lector!, se debe a una verdad legendaria o a una leyenda verdadera; en una estrechísima galería no há mucho tiempo descubierta, con siete arquillos sucesivos, habían sido expuestas en tiempos idos las cabezas de los Siete Infantes de Lara, muertos en los campos de Montiel, debido a una traición familiar. Cuéntase que el padre, Gonzalo Gustioz, preso en Córdoba por Almanzor, fue conducido por sorpresa hasta las cabezas de sus siete hijos. El momento de más trágico interés de la gesta es la escena registrada cuando el padre toma en sus manos, una tras otra, “las siete amadas cabezas” de sus hijos y habla cariñosamente con cada una de ellas como si todavía viviesen. Gonzalo Gustioz tuvo un hijo con una mora en prisión: Mudarra, el vengador de sus hermanos. Éste desafíó y mató al traidor, el Conde de Castilla y quemó viva a doña Lambra, su mujer. La reconstitución de este cantar de gesta se debe a la pericia y sagacidad de don Ramón Menéndez Pidal, lapidador de la historia. Aguilar se detuvo un momento a leer una memoria estampada en un mosaico: Dos ilustres historiadores cordobeses, Aben Humeya y Ambrosio de Morales, etc, etc. A dos pasos de allí se encontró con la casa solariega de los Marqueses del Carpio: una gran puerta consolidada por férreas maderas, un portal amplio, adornado con pulidos guijarros, el patio de la casa, rodeado de un claustro empedrado y, al fondo, el cuidado y frondoso jardín. Aquí vivió ultimamente don Antonio Herruzo, prócer cordobés. Según Aguilar, uno de los hombres más ricos y generosos de la ciudad. Al otro lado, otra casa señorial albergó durante algún tiempo al prosaico funcionario Pepe Leva, inspector del Servicio Nacional del Trigo en los tiempos de Franco. Las malas lenguas decían: este hombre se ha enriquecido más descaradamente con el cargo que con su acaudalada consorte. Era conocido en la villa como señoritingo refinao, cateto estilizado, “nouveau riche”, excéntrico y extravagante; se encargó un coche fuera de serie, hecho a la medida, sólo para hacer juego
con sus zapatos soufflé y su encubridor sombrerito blanco tropical. Cuando casó a la hija, contrató a la orquesta “Flamingo” por medio kilo de papeles, en aquel tiempo pesando veinte veces más, con el consiguiente escándalo de los impudientes. Aguilar estaba presente en la ceremonia. Este hombre a la vez pueblerino y cosmopolita, como tantos otros gañanes cordobeses de renombre e inteligencia fuera de serie, fue atado por un buen cabestro a los cursillos y se hizo cristiano para toda la eternidad. Con la misma facilidad que, después de la muerte de Franco,
todo el mundo pintado de azul amaneció una mañana envuelto en la
bandera de la democracia. Lo recordado ahora por Aguilar al pasar por esa casa, fue el comentario de los amigos de Pepe Leva en el café, cuando éste, por descuido, en su aerodinámico topolinón descapotable, a la medida, fuera de serie, arrolló y mató a una niña de doce años: -- ?Os habéis enterado de lo que le ha pasado al pobre Pepe Leva? ... ?No? ... Cuando iba en su coche se le cruzó una nena imprudente y no le dio tiempo a frenar. !Si supiérais como ha afectado este accidente al pobre Pepe!... A nadie se le ocurrió preguntar por la chiquilla, seguramente hija de obreros o campesinos. Rafael Belén se acercó al portal entreabierto de aquella casa y le llegó una tufarada de aromas y fragancias cautivas en el patio, en el que alternaban en dilatado diálogo oloroso geranios y aspidistras, claveles y nardos, helechos y jazmines, rindiendo pleitesía a la soberana dama de noche. La tarde caía y las rejas bailaron al ritmo marcado por los arcos de agua echados al aire por el surtidor. Aguilar siguió su camino, que no era ninguno, pasó bajo el Portillo y salió a la calle de la Feria, de mal fario en la parte alta y de malas relaciones en su parte baja, hasta la Cruz del Rastro. Las mujeres públicas residían en “boticas” privadas, antiguamente en propiedad y administración del clero. Perdió rango aquella ristra de farmacopeas y se quedaron en ordinarias casas de putas, aunque de casta ligeramente superior al grupo de veteranas “pajilleras” suburbanas, trillando en el mercado del Charco de la Pava. Torció a la izquierda, hacia la parte alta, más artística y decente. Iba muy ocupado, pensando en los proyectos que llevaría a cabo en Madrid, cuando se dio con la casa, o mejor, con una de las casas, de su tío Domingo, el patriarca de la familia paterna. Hermano nominal y tio carnal de su padre, orífice y ricachón por necesidad más que por vocación. Rafael Belén no había hablado con su tío desde un mal día en su niñez. Entró sin permiso en el despacho de
don Domingo, tomó posesión del sillón del bufete y, dándoselas de maestro, tomaba un documento con una mano y lo tiraba al suelo con la otra, mientras decía: -- !Esto no sirve para nada, esto es una birria! ... !Este papel se quema, con ese me limpio!... El tío se presentó de repente en blusa de pijama, observó la escena y dio tal bronca al sobrino que éste no la olvidaría nunca, evitando desde entonces encontrarse con él. Pasaron los años. Normalmente no se visitaban. La familia paterna era muy “descastada”. Cuando en la juventud se encontraba con su tío por la calle, pasaba de largo, y es posible que su tío ni siquiera lo reconociera. Ese pariente, que enterró a dos esposas con dote, había fallecido recientemente y su muerte se rodeó de un hecho curioso, jocoso si no fuese dramático. El padre de Aguilar, al tomar conocimiento en su juventud de que una de sus hermanas era su madre, se resintió existencialmente y se vio afectado su sistema nervioso. Le dio por la bebida y se tornó un hombre inconveniente, no sólo para el trabajo sino para la propia familia. Era “bastardo”, la oveja negra de una familia de prosapia, los Aguilar. Cuando se casó, se fue apartando de los suyos y se dedicó a su nueva familia. A veces se encontraba con su “hermano Domingo”, porque nunca supo aceptar a su hermana como madre ni a Domingo como tío, y tenía que bajar la cabeza ante las críticas del patriarca, quien no le perdonaba el oler a vino ni el tambalearse por la vía pública. Una vez le endilgó lo de Alejandro: -- !Antonio, o cambias de nombre o cambias de conducta! Pero, lo que son las cosas de la vida... Rafael Belén se llevó a su padre a São Paulo. Aguantó estoicamente un año lejos de los caldos montillanos. Antes de regresar a Córdoba, sin embargo, escribió una carta a su “hermana” pidiéndole posada. El hijo tenía sesenta años y la madre cerca de ochenta. Una madre siempre será una madre. Nadie más vio esta caridad con buenos ojos. Las hermanastras por un lado, y por otro las idas y venidas a la taberna, tornaron la convivencia imposible. El brasileño, al recibir tantas quejas, lo colocó en una pensión, con más independencia. Comento ahora lo ocurrido ya en los años setenta. El dinero que Aguilar mandaba a su padre le duraba dos días. Éste, sin una gorda, recurrió alguna vez a don Domingo, suplicándole algún dinero. Pero su señor tio-hermano siempre se lo negó. Don Domingo se había casado en primeras nupcias con una mujer de pueblo, adinerada. Tuvieron un hijo. Después de algún tiempo murieron el hijo y la mujer. Heredó una pequeña fortuna y, según dicen, con el dinero compró un puñado de casas en la calle de la Feria. Casó después
con otra señora, dueña de tierras en un municipio de la provincia. Quiso el destino que también sucumbiese esta segunda mujer. !Qué mala suerte! !Qué mala pata! !Qué les daba?... Como no tenía hijos y le sobraban bienes y dinero, amén de artísticas obras de oro y plata, al hacer testamento dejó toda su fortuna a sus varios hermanos y a sus muchos sobrinos, teniendo especial cuidado de desheredar al padre de Rafael Belén, a quien ultimamente tenía entre ceja y ceja, debido a sus reiteradas “monas” y escándalos. Un día, el padre de Aguilar, más sólo que un perro callejero, tomó tal “tajada” vinatera, que se cayó al suelo en plena calle y se rompió la cabeza. Se lo llevaron al hospital, le dieron cinco o seis puntos encima de un ojo, un poco de amoníaco por la nariz y lo retuvieron en observación. Al segundo o tercer día, cuando ya planeaba la fuga al echar de menos su “gasolina”, (había planeado meterse en un enorme bidón de basura, colocar la tapadera encima, y de madrugada, al sacar los sirvientes los latones a la calle, escapar de aquel malhadado sanatorio), un conocido lo llamó para decirle a boca de jarro, como se dicen las cosas en Córdoba, con la mayor discreción: -- !Oye! ...Pero, ?no te has enterao? -- ?Que no me he enterao de qué? -- ?De qué? ... !Tu hermano Domingo está agonizando en la planta de arriba! ?Qué había pasado? Don Domingo vivía sólo. Se sintió mal y llamó a una ambulancia. Su estado empeoró al llegar al hospital, ya entrada la noche. Un enfermero lo reconoció y, sabiendo que un pariente estaba allí hospitalizado, corrió a avisarlo. Al entrar el padre de Rafael Belén en la habitación, encontró a su hermano cubierto de sudor y sin habla. Don Domingo lo reconoció y le apretó la mano. El borrachín desheredado, el obstuso botarate despreciable, tomó una toalla, le limpió el sudor, lo consoló como pudo, se arrodilló a la cabecera de la cama y, poco después, el patriarca moría en sus brazos. Por la mañana, al tomar conocimiento, llegaron todos los herederos y decidieron cuántas coronas y caballos acompañarían al entierro. Pero, a esa hora, con diez duros en el bolsillo, el desheredado ya había burlado la vigilancia y estaba tomándose el primer lingotazo de la serie en la taberna de la esquina. Más tarde, como si tal cosa, regresaba al sanatorio por la puerta grande, como los toreros, para incorporarse al duelo, pero los parientes, al olerlo y verlo escalabrado, lo entregaron a los enfermeros, quienes lo enchiqueraron sin pérdida de tiempo.
Aguilar llegó vomitando recuerdos a la Espartería, a la Córdoba de las viejas fronteras estamentarias. Así como en la activa calle Almonas se sucedían las tiendas y los silencios, aquí también se rociaban voces y pequeños almacenes; productos de cáñamo, esparto, cacharrería, tejidos, negocios de préstamos... A medida que se bajaba la cuesta entre botijos, bacalao seco, telas, jaulas, herramientas y escobones, el tiempo retrocedía a cada paso y, ya metidos en los portales de La Corredera, podían verse y apreciarse toda clases de profesiones y gremios en plena labor: almojarifes, alfayates, ceradores, afiladores, tejedores, sombrereros, cedaceros, cordoneros, aladreros, caldereros, bataneros, albarderos, especieros, zapateros, sederos, encuadernadores... sobresaliendo de entre todos, los plateros, algunos de los cuales, verdaderos artífices. ?Dónde han ido a parar todas estas artes y oficios? ... Hoy en día colocar un ordenador bajo aquellos artesanos soportales sería un sacrilegio semejante a introducir en el sagrario de una iglesia un inmundo microondas... Junto a posadas y mesones llegaba el tufo de los puestos de churros, se oían al paso los gritos de gitanas vendiendo flores, se veía flotar el ayer por los suelos pegajosos, se tocaba todavía en el aire los rescoldos de la tragedia erótica y, durante la guerra, al abrigo de aquellos contornos impenetrables, se practicaba el extraperlo de pan, aceite, ropas y otros géneros de primera necesidad. Aguilar miró todo aquello y siguió andando por la calle Calvo Sotelo, se detuvo un momento en la iglesia de San Pablo, antiguo convento de dominicos, levantado sobre un viejo palacio almohade, en el que aun se conserva la más bella capilla cordobesa del siglo XV. Para poder llegar a este templo, medio escondido y hundido en un bajo nivel, hay que inclinarse y bajar al pasado por un bloque de escaleras de mármol basto. Hizo el caballero su visita al Santísimo, en una época en la que las iglesias aún continuaban abiertas al pueblo de Dios y, por la calle Alfaros, se dirigió a la Fuenseca, con el propósito de entrar en un cine de verano. Se detuvo en una taberna conocida, de la que fue asiduo cliente en otro tiempo, y, sin comerlo ni beberlo, se encontró de sopetón con la persona a la que menos quería ver en aquel momento: Pepe Montero, su amigo de toda la vida, su compañero de penas y fatigas. No lo pudo evitar. Se abrazaron como en los viejos tiempos, esto es, dándose ruidosa y escandalosas palmadas en las espaldas, con el consiguiente repiqueteo. Aguilar hubo de oir una vez más:
-- !Coño, que alegría me has dao! ... ?Qué haces aquí? ... ?Cuando te piras? ... ?Qué quieres tomar? ...(Sin esperar respuesta, al tabernero): !Paco, joder!... !Venga, dános dos copitas del “Quijote”! Empezó el copeo y, como no tenían ninguna referencia común inmediata, después de preguntarse por la familia y el trabajo, recurrieron a los archivos. Pepe: -- ?Te acuerdas cuando nos escapamos de casa y nos agarró la Brigadilla en Baeza? -- ?Y de la noche que nos fuimos a torear al Higuerón y nos molieron a palos los cortijeros? -- ?A que no te acuerdas de la botella de vino que nos bebíamos todos los años, a las doce en punto, el día de Navidad... y luego la clavábamos en el pincho de los betuneros?.... -- ?Y las hermanas Riquelme, las jalis que vivían en El Brillante? Y acordándose de esto, de aquello y de lo otro, menos de lo que convenía silenciar, se les fue media hora larga. Pepe Montero debía tener entonces 35 años. Alto, delgado, ancho de espaldas, estrecho de pecho, nariz de pelícano, cabeza de huevo de colón, amanerado en el andar, simpático, impertinente, bohemio y profundo conocedor del hampa de la villa. Excelente dibujante, antes de hacer sus pinitos con la pintura al oleo. Alma atormentada, concupiscible, indomable. Con toda seguridad, de haber vivido en otras latitudes, se habría apreciado mejor su obra tan original como atrevida. Pero nació en una ciudad decadente. Durante el día Montero era un probo empleado de la Casa Carbonell y Compañía, una empresa exportadora de aceites y vinos. Especializado en los negocios contables, discípulo de Fray Luca Pacciolo, el señor Montero era el clásico funcionario puntual, el empleado formal y bien comportado. Ahora bien, cuando terminaba el horario de oficina, aquel burócrata ejemplar se metamorfoseaba al oscurecer en el príncipe de los gamberros. Se le atrofiaba el ethos y sus habilidades de contable meticuloso y se abrían las comprimidas compuertas del pathos, con sus mejores instintos de podredumbre artística. Amigo insaciable de la noche, mujeriego como el que más, conocido en todos los puteros de la villa, peregrino solitario de itinerarios prohibidos, no se sabía a ciencia cierta cuando este hombre dormía. En este relato no hacemos sino recordar. Ahora le toca el turno al lector. Comenzamos nuestra historia-ficción con un Memento trágico, refiriéndonos con precisión a los padres de Pepe Montero en un pasaje trágico: Marcelino (Juan José) y Rosa. Sí, la pareja que se encontró de nuevo y por casualidad en un macabro teatro de operaciones, en el cementerio de La Salud. Ella con el
pecho abierto y rebosando de vida, con un mosquetón en la mano y medio muerto él. Pepe era hijo de Rosa, de la Rosa muerta. Cuando mataron a la madre no tendría ni siquiera dos años. Creció con sus tías, encargadas de dar curso a licenciosidades impúdicas en casas y barrios de extraños interiores. Cuando Aguilar echó las cuentas y pensó haber bebido demasiado, y su amigo Pepe, echó las suyas y creyó que apenas si había remojado el gaznate, agotados ya todo el memorial, don José le propuso al señor Aguilar: -- ?Vamos a comernos un potaje? -- ?Un potaje ahora? ... !Coño, si al menos fuese un gazpacho! ... !Con este calor! -- !Tú no sabes ná!... !Tú te callas y te vienes conmigo! ... ?No me has dicho que te vas mañana?... Bueno, pues te vas a acordar de esta noche... (Al tabernero):!!Paco, qué se debe aquí? ... !Pon la espuela y cobra, que nos vamos! -- Pero, hombre, Pepe, ?dónde vamos a estas horas? -- !No seas pegoso, coño!... !El Brasil te ha vuelto fartusco y chungaleto!... ?Ya te has vuelto tarumba? !Recuerda tus tiempos, joder!... !Vamos a darnos un garbeo, a ver si te guindas de frente otra vez, que no endiquelas ná!.. -- No, pero... -- Ni pero, ni ná, que chamullas demasiao. !Achántate y sigue palante! ?Es que ya no tiras del carro?... Pues, no me veas como están las jalis por aquí!... -- Bueno, venga, !equilicuá! Subieron por la cuesta del Bailío, le cambiaron el agua al canario, apuntando la gaita contra las tapias de un convento de frailes,
sacudieron los respectivas longanizas, siguieron
canturreando por el Gobierno Viejo, la calle María Cristina y llegaron a la hedionda y hoy restaurada calleja Munda, en otros tiempos un antro de mal vivir. Entraron en un oscuro portal y, por un estrecho ventanillo, que daba al mostrador de una taberna en la penumbra, parecido con la piquera de un palomar, Pepe le pidió al mozo: -- !Oye! ... !Llena dos copas de “Oloroso”! (Aparte, a Rafael): !Verás como te entra este vino! ... !Cómo es bueno el hijo puta! Bebieron y siguieron luego por la calle del Reloj, iglesia de la Compañía, Santa Victoria y, con el alma rebosando por la glándula pineal, prorrumpieron a cantar, bailar y zapatear, como
en sus mejores tiempos, hasta llegar a las proximidades misteriosas de la Ribera. A estas alturas, Aguilar ya se había quitado, de momento, por lo menos diez años de tó. Entraron por un callejón sin una mala luz, se colaron sin llamar en una casa particular por una puerta entreabierta y crugiente, local conocido por Pepe a la perfección: -- !Agárrate Rafael Belén, que te caes! -- !Venga, tira palante, pejiguera, que te sigo! La visión era nula. Atravesaron un patio empedrado lleno de macetas con plantas y flores, empujaron otra puerta entornada, se orientaron por la luz de la luna, subieron a ciegas por una escalera y entraron en una sala muy grande, a media luz, con dos o tres mesas dispuestas. En un rincón confabulaban tres hombres y una mujer contándose cosas inconfesable. Pepe gritó, tocando con fuerza las palmas, con los dedos de las manos separados, a fin de hacer más ruído : -- !!Encarna!! ... !Venga, coño! Niña, ?dónde te metes?... Se abrieron unas cortinas y salió una mujer cuarentona, la cara tostada, los ojos grandes y ennegrecidos por el rimel, los labios chorreando pringue, kilos de colorete en las mejillas, un caracol pegado en la frente, uñas largas y pintadas, bata casera y varios semanarios de pulseras. Si no llevara el pelo recogido se diría que estaban delante de una zíngara. -- !Don José y la compaña, buenas noches! -- !Mira... !joder que bien hueles! ... !Con esas cachas que tienes de corcho! !Aquí vengo con un amigo mío brasileño, de manera que déjate de leches y trátanos bien! -- !Huelo a lo que me da la gana, naríz de langostino, que no me farta a mí colonia de la güena! ... ?Brasileño, dice? .. !Y eso está más allá de onde no hay más ná! ..., ?no é eso? !Ay, que lejo está eso, Dios mío! -- Bueno, venga, no te enrolles. !Trae una botella del vino moreno y prepara el potaje! -- !Eso ya está hecho! ... !Lo traigo enseguía! Las nenas no tardaron en aparecer; tres muchachas escapadas de los cuadros de Julio Romero: ojos llenos de sombras, caras redondas, cuerpos de guitarra, brazos y pantorrillas al aire. Al potaje no le faltaba ná. Moreno estaba en su elemento; Aguilar, en corral ajeno. Las nenas se acercaron de Pepe, lo reverenciaron y lo acariciaron, lo adularon y lo disputaron. Montero, impasible ante aquellas beldades, le decía a su amigo:
-- ?Te has dao cuenta tú, cómo me dan coba? ... !Tó es mentira!... !Lo que quieren es que nos dejemos aquí tós los “hallares”! !Si no acoquinas no hay ná que hacer! Aguilar observaba, daba sus sonrisitas, pero trataba de no envolverse. Además, estaba ya como una cuba. Lo notaron y lo respetaron. El potaje de habichelas tiernas, tocino fresco, rabo de ternera y muslos de gallinita, guisado con manteca colorada, caldo afrodisiaco y chorreones de Rute, además de las guindillas, a la hora de las brujas y en pleno verano, era un aliciente sensual que pedía vino fresco sin parsimonia. Pepe le dijo a Rafael Belén: -- ?Quieres fiesta? -- Yo no tengo prisa. Me voy mañana. -- Bueno, vamos a llamar al cantaor y al guitarrista. Le damos “un billete” y nos entretienen tó la noche con cante güeno. Estaba tan envuelto en el ambiente, que no le pareció mal a Aguilar escuchar un poco de cante flamenco. Atención, los cantes de Córdoba son diferentes, mucho más serios y filosóficos que los verbeneros de Andalucía la Baja. Las “alegrías”, los “fandangos”, las “soleares” y los llamados “cantes laborales”, tienen una cadencia más tranquila, más pausada, siguiendo la línea estoica de Séneca, la guturalidad de la lengua de Averroes, el sentimiento de las sentencias biológicas de Maimonides y reflejan el sólido carácter cordobés: amigo fiel del palo seco; discreto en el pensar, como el vino joven al navegar por los saltos del organismo; indiscreto perfecto en el sentir, como los agresivos brotes de la tierra; tieso y orgulloso, como los olivares serranos; aficionado al dicharacho y a la pendencia, como en las apuestas y las riñas de gallos; abierto al riesgo de la amistad y a la aventura de la libertad. El cordobés, lo reconozco, no es un hombre exagerado, como el andaluz en general; el cordobés es, como nadie, exageradamente hombre. Las cordobesas viven más hacia adentro, como las moras, entre las cuatro paredes de su altar; silencio redondo, elocuente, sin salida;
temple sin
calentura, cariñosos y mansos corazones, aunque con uñas de gavilán. Aguilar le preguntó a Pepe: -- ?Qué lugar es éste, coño! ... !Dónde me has traído? Pepe, cuando se ahumaba, solía hablar una lengua sólo apta para unos pocos iniciados: -- !Esto aquí es azúcar puro! ... !Canela en rama! ... !Este ambiente es más lipén que los aires de la Sierra! ... !No es cualquiera el que entra por esa puerta! ... !Tú te estás enterando? ... !Esa
mujé, la dueña, é la “Divina Pastora” en persona, y sabe cuidar de sus obejillas como la madre que la parió! ... !Aquí no hay ná que hacer, me entiendes? ... !Aquí no se “quila”; aquí nadie se trajina a una clavala desas! ... ?Te has quedao con la copla? ... !Aquí no hay morralla! Pa que tú lo sepas; este local era un senado, un convento jurídico desde los tiempos del pretor Claudio Marcelo, y ahora es un santuario der flamenco, y a nosotros nos han dao permiso pa entrar en la clausura. ?Te das cuenta?... Aquí se hace la historia, amigo mío. Aquí se escribe la historia que el gobierno borra. ?A que no sabes, a que no sabes tú que estás allí, quien llegó a América primero? -- ?No fueron las caravelas? -- !Tás viendo como no sabes ná? ... !Los primeros que llegaron a America salieron de esta casa! -- ?Qué cuento me vas a contar? -- Aguanta la tranca: aquí se reunieron un grupos de chavales de buenas familias y, alentaos por leyendas y otras leches, se fueron todos a Lisboa, fretaron un barco de maera y llegaron a América. De allí vorvieron, cinco siglos antes que Colón !Quinientos años antes que Colón, joder, cargaos con hierbas, plantas y animales raros! Y dentro de unas jaulas, trajeron a gente de pellejo de cobre y pelo lacio. !Y te digo más! ... !Allí dejaron una inscripción en la piedra, encontrá después por los conquistaores! -- Sí, algo así como lo que ha pasao ahora en la Luna. -- Con una diferencia; !los cordobeses que fueron a América tenían dos güevos y un cipote así de grandes!... Los americanos, fueron todos con preservativos. -- !Qué bestia eres! Aguilar reía de buena gana escuchando a su amigo. El saloncito se apagó discretamente para oir con más atención el cante y, además, las cuerdas de la guitarra rasgan mejor la amargura en la oscuridad. Dos o tres postigos abiertos, dejaban pasar una agradable brisa escapada del río. En las paredes colgaban carteles antiguos de toros, un cuadro de frutos cítricos y tiestos con claveles rojos. Las niñas entraban y salían, caireles y zalamares, siempre atareadas; de vez en cuando llenaban las copas, pero se notaba que, después de la bienvenida, guardaban cierta distancia. A Rafael Belén se le iban los ojos detrás de una de
ellas: morena, melena suelta, ojos rasgados y lejanos, un lunar sobre el carnoso labio superior, cuerpo de virgen viva y piernas de las que ya no hay más. Al tenerla cerca, le preguntó: -- Y tú, ?cómo te llamas? -- ?Quien, yo? Soledad. -- ?Y a qué te dedicas? -- A serví a usted. -- ?Y a Dios? -- !Dios no pasa por aquí a estas horas! -- !Pero, ?a qué te dedicas fuera de aquí? -- Soy bordadora. -- Bueno, entonces, ?qué haces aquí? -- Lo mismo que ested, pero al contrario. -- !Esa es buena! ... ?Me lo quieres explicar mejor? -- Yo creo que usted está aquí porque quiere pasar el tiempo. Yo no; yo no paso aquí el tiempo, porque el tiempo está en mí rueca. -- Pues yo pensaba que estabas aquí viviendo el tiempo y no bordándolo. -- Una equivocación cualquiera la tiene. Cada cual entra y sale del tiempo cuando quiere. Yo estoy dentro, usted está fuera. Por aquella ventana, ?la ve?... se divisa el Guadalquivir. Usted se fija en el puente, en lo que ve; yo me quedo con lo que oigo y recojo, con el ruído del agua, que no pasa. -- No me entero, pero creo que dices la verdad. -- La verdad hay que contarla y cantarla. Si no la convida... ni la la convive ni le conviene. -- La Verdad, niña, según San Agustín, está dentro de nosotros: In interiore homine habitat veritas. -- Esa verdad huele a vela. -- No lo creas. Es la que se canta en el coro... Si conocieses el Don de Dios... -- ?Otra vez con Dios? ?Ya se va usted? -- Tú eres muy bonita y quizá tengas madera de santa... Me gustaría encontrarme contigo en otra ocasión, fuera de aquí. -- ?En el cielo?
-- Antes tendríamos que pasar por el purgatorio. La de la rueca quitaba el sentío. Yo me atrevería a decir que los cordobeses son más cínicos que discretos. El cinismo es la consecuencia de una interpretación pesimista de la realidad. Muy propia de los senequistas. Aguilar se mosqueó con aquellas palabras, miró más detenidamente a la joven y, por sus ojos agarenos, entró en las honduras telúricas de Andalucía. En ese momento, desde una sala contigua, llegó el cante mayor: Sólo tres volantes solos, con puntilla negra, tiene la bata blanca de Soledad. ............................................... “Mira que bonita era; como la espiga del trigo que trilla el trillo en la era”. Sólo tres volantes solos marcan elegantes, ritmos y desplantes de “La Soleá”. Pepe se levantó eufórico, dio un bote y, antes de ponerse a bailar con los tacones, le gritó a Aguilar: -- !Ten cuidao con esa, que sabe más que los ratones! ... !Ahí donde la vez te borda como los ángeles una sentencia! ... !A mí me bordó en la cabeza un cuadro que ya lleva tres meses expuesto en el Ayuntamiento! ... !Esta nena es una artista del arma! Y al terminar de decir esto, se puso a repicar con los zapatos y a batir las palmas con tal frenesí y disposición que todos pararon para jalearlo. El guitarrista lo animaba entusiasmado con las cuerdas y el cantaor lo soliviantaba con !oles! continuados. Rafael Belén, más pendiente de la chiquilla que del improvisado bailaor, le ofreció una copa de vino a Soledad, pero ésta le respondió que sólo usaba el vino para la defensa de su cuerpo contra los peligrosos mosquitos “borrachos” y para perfumarse la cara. Los animadores se embalaron. El cantaor era un hombre regordete, de unos cincuenta años, ojos vivarachos, camisa abotonada hasta el gaznate y patillas largas. El guitarrista parecía haberse escapado de una película del
conde Drácula: Pelos tiesos, ojos redondos y revoltosos, nariz afilada, más seco que una mojama, camisa y pantalones negros, botines lustrados y manos de plata. Se trajo a la tertulia más vino, aceitunas, tomates frescos con sal, jamón y melón, tapas de ensaladilla rusa y vino tinto bautizado con gaseosa para las mujeres. Pepe les dijo a los artistas en un intervalo: -- Este señor es un amigo mío que vive en Brasil... !Y se tiene que ir daquí llorando de lo que le vamos a endiñar de cante güeno! ?Estamos?... -- !Bueno, vamos allá! ... !Venga, Pepe Leches, tiempla la guitarra! Y aumentó la “juerga” y entraron en un tiempo diferente. Como dijo la chiquilla, Aguilar había entrado en un tiempo sagrado, bajo palio, donde permanecía desde su juventud. Ahora, sin embargo, estaba a punto de abandonarlo. Hay un tiempo para cada cosa y cada cosa a su tiempo. Una copla detrás de otra, sin parar, aunque sin dejar de picar. Tarantas, peteneras, serranas, caracoles, bulerías, fandangos de Lucena, soleares, sigueriyas, verdiales... !La hostia mojá en er cardo!, como decían por allí. Total: vino, cante y potaje hasta las tantas. !Oles, palmas...y en er mundo no hay más ná!
Sin poderse contener, recuperando su casta
abandonada, Rafael Belén levantó su copa y dirigiéndose al aire viciado de la sala exclamó: -- !Este es el cante que da vida a la vida, me cago en diez! ... !No hay mejor quitapenas que sentir subir y bajar a la copla por las entretelas de l’arma! ... !!Viva la alegría serrana y que le den por culo a tó! FREUDE!... FREUDE!!... FREUDE!!!... -- !Qué dices, coño, ya estás borracho?... !Deja de hablar en brasileiro! Confieso mi ignorancia, pues no puedo explicarme cómo era posible despertar tantas ovaciones, delirios y gritos de felicidad a través de aquel rosario de coplas moradas, cuyas estrofas, como los misterios dolorosos, estaban preñadas de azotes, espinas, cruces, calvarios, tragedias en carne viva, traiciones, desengaños, la culpa, la pena, el desespero, el remordimiento, la desilusión, la puñalá y la muerte. Entre pitos y flautas, se le fueron tres “billetes” al señor Aguilar, quien, al soltarlos, no pudo dejar de hacer filosofía: -- Sabemos muchas cosas pero hay muchas cosas que no sabemos. ?De dónde viene el dinero que nos llega?... Por ejemplo, estas mil pesetas me las dio un barman al cambiarme y yo me las dejo aquí. Pero, ?de donde vinieron, por dónde pasaron, qué destino les espera?... ?Volveré a recuperarlas en su mismo estado de materia?
Aguilar, durante su corta estancia en Estados Unidos, problablemente fue contaminado por los virus americanos de la religión, el dinero y el sexo. Cuando se mezclan mal esos contravalores, la cabeza, el tronco y las extremidades del infeliz contagiado vacilan. Pepe Montero tenía el sexo en su sitio, el dinero en la cartera y la religión en el vino. El tío zapateó, jaleó y palmeteó toda la noche, bebiendo, meando y tosiendo alternadamente. Terminada la fiesta, de madrugada, quería el amigo llevarse a Aguilar a su casa, para darlo a conocer a su mujer y a sus varias hijas. De nada le valió a Rafael Belén, ya hecho un pelele, declinar la invitación. Llamaron a un taxi y cuando llegó el vehículo, le dijo Pepe al taxista: -- !Síguenos, Requena, que vamos a dar un paseo a pie por la ribera! Junto a los barandales del rio, se dejó caer un discurso de Aguilar: -- Miremos al Guadalquivir. Este río, como todos, tiene dos márgenes; ésta, la urbana; aquella, su hermana, totalmente tarambana. La que pisamos, esta ribera, es la orilla cultural; la que divisamos allí en frente, es el borde natural. Esta de la derecha tiene pegado a un pobre molino el virgo de su chomino, aquella de la izquierda, no vale una puta mierda. -- !Ole! -- !Espérate, Pepe, que no he terminao, joder! En esta orilla termina la villa, en la otra, donde los marranos la diñan, empieza la campiña. -- !Deja que yo siga, coño!: aquí se bebe el vino y se acaba la sierra, allí me voy contigo a coger er trigo. Esta es la orilla pobre del disgusto; la otra es la miserable del susto. En esta no hay más que viajeros, forasteros y plateros... -- Y la otra, Pepe, es la de las tagardineras, los gitanos y los caleros. -- Siguiendo con la copla, Aguilar, escucha más leche picón: La margen que pisamos es la de los curas, los deanes, los sacristanes, los seminaristas y los maricones, aquella de allí es la de los arrieros, los manchegos y los borricos areneros. Aquí hay asfalto, allí hay tierra. A este lado, un bando de putas, embusteros y bujarrones, al otro lado, el Campo de la Verdad. -- Y para terminar, amigo Pepe, hay que decir que en la ribera está la Cruz del Rastro, en el Campo de la Verdad, ni rastro de la cruz. Entraron en el taxi y dejaron de hablar. Aunque Rafael Belén no dejó de pensar: -- La margen tercera del Guadalquivir hay que ir a buscarla al Amazonas, entre sus orillas densas y abiertas, la contracorriente cerrada, el eje líquido... Dios no existe porque Dios es.
La tercera margen del río es la tercera margen de la razón, entre la lógica y la retórica; la margen tercera del concepto hegeliano se descubre en el encuentro de las aguas de los ríos Negro y del Solimões. Dios tiene paciencia, el diablo ni tiene paz ni ciencia. En una margen tenemos al Padre, en otra tenemos al Hijo, pero la margen tercera está ocupada por el Espíritu Santo, figura volátil, entre la arché y el telos. ?Qué me dijo Soledad?... Entramos y salimos del tiempo como si el tiempo fuese un templo. El tiempo no evoluciona, viaja. Tengo que pensar en esto... Además, ?cual es la realidad sin sueño que se encuentra al otro lado de la calle? Y mi viejo... Es más trágico un padre sin hijos que un hijo sin padres. Acabo de descubrir la coincidentia oppositorum com el tercero incluído, una nueva margen andrógena y mestiza... Llegaron a la Ciudad Jardín en cinco minutos. Con sol. Pepe abrió la puerta de su casa, enseñó los dientes y dio bronca en todo el mundo. Para su suerte, tenía a la familia domesticada, acostumbrada a la nocturnidad paterna. Aguilar, para matar un gusanillo que aun no había creado, tuvo que ingerir en pocos minutos todas las bebidas fabricadas por la Casa Carbonell: vino, anís, coñac, ponche... Menos mal; la mancha de la mora, con otra verde se quita. Mientras tanto, el dueño de la casa se duchó, vistió una ropa de figurín, impartió la bendición papal a la familia, recomendó a las hijas un buen provecho en la escuela, saludó con un toqueteo a la mujer y se fue tan contento como dispuesto a trabajar. Benevolente todavía, la luz se derramaba por los tejados de la ciudad. Observando a estos dos amigos, nos explicamos al loco de Córdoba, citado por Cervantes en el prólogo a la segunda parte del Quijote: después de los tristes ladridos del perro a consecuencia de los ladrillazos nocturnos... !cuidado con los podencos, que viene el día! De noche todos los gatos son pardos. Pero, respeto y saber respetar son actitudes muy usadas en Andalucía. Don José Montero, el diurno, era un hombre diferente. Semblante de seriedad adulta, indumentaria de corte elegante, ademán señorial... En un santiamén se puso la máscara de jefe de negociado. Iba más tieso que un ajo por la calle, al lado de Aguilar, el de los ojos brillantes, hombros caídos y los pies arrastrando. Al llegar a la calle Concepción, el caballero impecable se despidió de Rafael Belén con un apretón de manos, al tiempo que le decía: -- No hemos tenido tiempo de hablar de tí. Me ha parecido verte preocupado... !Bueno, anda; que te vaya bien, y aquí nos tienes!
Y dejó a Aguilar con la palabra en la boca porque miró al reloj, calculó sus pasos y no se dispuso a sacrificar la sagrada puntualidad en el trabajo por quedarse un minuto más con un amigo borrachín. El señor Aguilar, agobiado por sudores secos y el cuerpo revuelto, se fue con su noche a cuestas a la pensión. Por el camino, los primeros pregones del día: -- !Para hoy!... !Tengo el premio para hoy!... ?Quien me compra un numerito? Aguilar se consoló: -- !Hay ricos que lloran y pobres que bailan! Se echó en la cama sin guardar ningún tipo de ceremonia. Ya no estaba para esos trotes. La habitación giraba sobre su cabeza. Se incorporó como pudo, se aseó a trompicones, hizo las maletas, pagó la pensión, pidió un taxi y se fue a la Estación: -- !Adiós Córdoba; aquí te quedas con tus duendes y tus coplas! ... En la Estación, que tan bien conocía y tantas veces había trillado en otra época, recordó al manso, educado y nervioso “Caballo Blanco”, apodo que cargaba don Antonio Urcelay, Jefe de Estación principal; al fiero, analfabestia y arqueado “Galápago”, apelativo de don José Cruz, el inspector general y luego Jefe del Servicio, así como a otros no menos famosos ferroviarios, como los Giovanetti, los Soler y otras familias de “carbonilleros”... con dineros. Se acercó a la ventanilla, sacó el billete para el “Rápido”, se fue al andén, compró un periódico y, cuando el tren llegó, se acomodó sin dificultad. !A Madrid! ... !Al Foro! Al partir el tren, con el estómago liándole una pelotera, Aguilar se puso a pensar en Córdoba con otros ojos: -- !Joder, que mierda de ciudad; está llena de polvo por todas partes, obras en todas las esquinas y las calles levantás como si estuvieran buscando un tesoro escondido! ... Se están destruyendo los viejos caserones para construir en su solar viviendas de pisos... !Se está perdiendo tó lo clásico y se va a quedar tan vulgar como las ciudades de hoy, sin personalidad! ?Qué familias burguesas quedan? Entre las de ayer hay que contar las de Fuentes-Guerra, don Antonio Barroso, Merino Belmonte, de la Lastra y Lope de Hoces, Herruzo, Valverde, la pintoresca condesa de Zamora, la otra de Hornachuelos... Ahora que he dicho Herruzo, recuerdo que un cura, el cura Ruso, era dueño del mejor restaurant de Córdoba... queda de los populares más famosos?..
?Quien
“La Dominga”, mendiga famosa; “El betunero cojo”,
hermano carnal de Pedro Botero; “Viriato”, o don Emilio,
el recompuesto guardia de
circulación; “Pepe leches”, un pobre demente que andaba con sogas y metía todos los papeles en la gorra; “Regaera”, el de la murga; “Sardililla”, siempre en la lona; Frank Polo, excelente boxeador dentro del cuadrilátero y “Lola la de los brillantes” fuera; “Cubillo”, el repartidor de hielo y buen tercio en el billar; “Retumba”, el tabernero cuco; “Ricardito”, el peluquero, “Pepín Camará”, el futbolista torero... Había soportado un calor tan árido y seco que, lamentándose, se dijo mordiéndose los labios : -- Muy difícil tiene que ponerse mi situación para resignarme a vivir aquí. Y, poco después, con remordimientos: -- Amaré entrañablemente, eternamente a mi tierra, desde lejos, en lontananza. Córdoba siempre alegrará mis recuerdos. Su objetivo, por encima de todas las peripecias y anécdotas, no era otro que el de alcanzar una nueva frontera. Se iba con fe y esperanza: -- !He de ser el que soy! ... !Como Dios: Yo soy el que soy, Ehieh asher Ehieh, Levítico, 3,14! ... Los olivares y las encinas sombreaban los campos de Andalucía y se quedaban atrás a medida que el comboy avanzaba. Cabeceó, cabeceó, hasta dormir sentado con el periódico en las manos. Madrid, 21 de agosto. Jueves. El cordobés llegaba a Madrid por tercera vez en menos de un mes: desde Rio de Janeiro, desde Geneve, desde Córdoba. De Atocha se fue en el Metro a José Antonio, antes y ahora y siempre Gran Vía. Decidió economizar y hospedarse en una pensión de la calle Hortaleza. Dejó el equipaje, se miró al espejo, sintió su organismo por dentro, se desnudó y se fue al aseo. !Como nuevo! Bajó a la calle y pensó: --?Estará el correo abierto? Hacia allí se dirigió porque tenía todas las fechas calculadas, así como, por su información previa, los lugares a los cuales debían escribirle sus amigos. Cruzó Cibeles y se metió en el palacio de Telecomunicaciones. Subió las escalerillas, entró en el salón central y se dirigió directamente a la ventanilla de Lista de Correos. En efecto, más cartas; una de Ernesto y otra del marido de Flora. Este último lo amenazaba hasta las últimas consecuencias y lo llamaba de cobarde con todas las letras. Ernesto, después de la bronca incluída en la carta anterior,
decía estar haciendo lo imposible para conseguirle un empleo en Europa y, en verdad, daba buenas pruebas de sus gestiones: le acompañaba las copias de cartas cruzadas con el director de la Compañía SICPA SA, Département encres fiduciaires, localizada en Laussanne: Nous allons essayer de lui trouver une place dans le cadre de notre organisation... Sin embargo, le acompañaba también un recorte de periódico en el que podía leerse: La policía encontró calcinado el cadáver del Almirante Walter en el morro de Los Cabritos. Como el señor Aguilar estaba cansado de la velada de la noche anterior y del viaje, con muy buen criterio, se retiró a descansar, no sin antes presentir lo que le vendría encima. El viernes por la mañanita se fue derecho al Instituto Español de Emigración y, luego, por recomendación, a la Dirección General de ese Instituto. Aguilar estaba dispuesto a todo. Para empezar, le ofrecieron, como posibilidad inmediata, un trabajo bastante ingrato en Suiza, en el ramo de Hostelería. Se inscribió inmediatamente, sin titubeos. Lo encaminaron entonces al reconocimiento médico. En el caso de ser apto, saldría hacia su destino el primer día de septiembre. Toda la mañana se le fue en el médico: exámenes de sangre, de orina, radiografías y entrevistas con facultativos. Si todo saliese bien, habría de embarcarse en una nueva aventura a los pocos días: -- Será gracioso ir a a parar a Suiza como friegaplatos después de haber estado allí hace un mes como importante hombre de negocios. Ojeando el “ABC”, Aguilar encontró un anuncio ofreciendo trabajo, y decidió presentarse, aquella tarde, “a ver qué pasa”, sin mucho interés, por simple curiosidad, aunque también porque estaba deseando de ocuparse en lo que fuera, pues llevaba cerca de un mes sin dar golpe. Al llegar a la dirección indicada en el periódico y saber de qué trabajo se trataba, sintió una inexplicable alérgica alegría en todo el cuerpo, dio media vuelta, se retiró sin mirar hacia atrás y a gran velocidad. Por lo visto, se necesitaban vendedores de pólizas de seguros. Se ganaba por comisión. Esto contribuyó para aumentarle las ganas de irse de España cuanto antes. Visitas a “El Corte Inglés”, “Galerías Preciados”, algunos “chatos” y tapeo en la calle Victoria; breve entrada a la iglesia del Carmen, paseo por los alrededores de la Puerta del Sol y a dormir. El sábado, a las diez de la mañana, se personó en la redacción del MADRID. No pudo hablar con el director, don Antonio Fontán, porque el buen señor estaba veraneando. Fue muy
bien recibido por el señor Sánchez-Gijón, encargado del noticiario exterior, quien lo orientó sobre la manera de enfocar sus crónicas en el futuro. Le dijo el periodista, para contento de Charles Reynolds, que la mayor parte de sus artículos eran muy buenos y que si no se publicaban todos se debía a la falta de espacio. Quedó en regresar a la semana siguiente para entrevistarse con el subdirector y recibir un carnet del MADRID, acreditándolo como corresponsal itinerante. De allí se fue al domicilio del Secretariado Nacional de los Cursillos de Cristiandad. Tuvo un caloroso recibimiento por parte de don Francisco Suárez, a quien Aguilar conociera en el primer cursillo celebrado en Córdoba para caballeros adultos. Rafael Belén informó al sacerdote de su proyecto de estableciese en Suiza. El padre Suárez, director de la revista “Cursillos de Cristiandad” lo animó, instándolo a quedase algún tiempo en España para colaborar con el Secretariado Nacional, y se refirió a don Juan Capó, actualmente de vacaciones en Mallorca, quien, por cierto, le había hablado muy bien de él y de su estupenda labor en Brasil al frente de los cursillos. Belén pensó para sus adentros: -- Mi destino es peregrinar. Las horas, tiránicas, no pasaban. En Madrid se aburría como una ostra. Sin nada que hacer, se dedicaba a recorrer el centro de la villa como un vagabundo: Montera, Carmen, Preciados, Arenal, Mayor, Carretas... El Domingo oyó misa en “Las Descalzas”, desde allí se alargó al “Rastro”, saludó a Eloy Gonzalo y, como no vio mucho ambiente en el popular mercado de las pulgas, se marchó al “Retiro”. He aquí otra fuente de recuerdos. Cuando tenía veinte años menos había paseado delante del estanque más de una vez con Charito Gómez del Valle y Morante, hija del Marqués de Casa Castillo, el mayor lipendi y petate del foro, de la comarca y de las Españas; bien entendido, debido a las desfavorables circunstancias. Pudo haber sido este hombre un gran sabio y se conformó terminando su vida como marginal de superior categoría, así como sus hijas, destinadas a ser mujeres santas, no tuvieron más remedio que meterse a putas. Pero, entonces, ?es el hombre un producto del medio?... ?Tendrían razón Skiner y Pavlov?... Una moderna antropología criminal así lo asevera. Aguilar, por formación, no podía creer en tales teorías. Para librarse de la presión del pasado, se sentó en un banco, a la sombra, y se dedicó a hilvanar un artículo sobre los cursillos en Brasil, para publicarlo en la revista de Suárez. Mientras tanto, se escuchaba en las cercanías: “!Para el nene y la nena, hay barquillos”!
...?Quien quiere jugar?... Vendedores ambulantes, chachas paseando con militares sin graduación, jóvenes alegres dando vueltas con la camisa empapada de sudor,
viejos
indiferentes al calor, con las manos en los bolsillos y la mollera descubierta, turistas del color del salmonete dorándose al sol... Nadie puede pasar mucho tiempo en el “Retiro” en verano. Se retiró, almorzó en “Los Maragatos”, un restaurant que se las traía por los bajos con otro llamado “Doña Juana”. Allí conoció a Daniel, el camarero que se veía y se deseaba para atender a los dos comedores tarde y noche. Este hombre, a lo largo de los próximos treinta años, hasta el fin de siglo y del milenio, hasta que “Doña Juana” pasó a peores manos, nos serviría amablemente cuando pasábamos por Madrid. Aquel día, sin aliciente ni motivos, una paella casera con el mosto peleón de Valdepeñas animaron un poco al cordobés. Después del café y abonar la cuenta salió del local, cruzó Callao, subió por la Gran Vía, se desvió por Fuencarral y, a todo vapor, como si fuese a llegar tarde a un encuentro imaginario, se detuvo en
las inmediaciones de “Tribunal”, donde estaba instalado el “Club Caravelle”, nuevo y
lamentable sucesor del antiguo salón de baile “Barceló”, donde, en sus verdes años, bailaba como un castizo el chotis madrileño, se agarraba a su pareja para no escurrirse y restregaba la cebolleta en las ascuas de los veos cuando se lo permitía su partenaire. Eran otros tiempos. Ahora, sin el ambiente apropiado, en este salón diferente, para un hombre que ya no era el mismo, no consiguió permanecer mucho tiempo en el local. Al salir al exterior y dejar atrás las candilejas de la “boite”, Aguilar pensó medio desengañado: -- !La juventud de ahora no tiene nada que ver con la mía! ... Acabó refugiándose en el cine Sol, de entredicha reputación, y se tragó dos películas. A la salida, con el ánimo por los suelos, fue a sentarse como un sonámbulo en el cercano bar Labra, junto a un chato de vino y una tapa de bacalao fresco, y no soportando más aquel mundo, se volvió hacia adentro: -- Historia ya no me falta a mí ... España es un país con historia, Brasil es un país con futuro... !Yo no soy cangrejo, leche! ... En mi biografía hay menos experiencias malas que esperanzas vanas... En mi pasado sólo encuentro evaporaciones, ilusiones y ensueños... La curva de la vida ya empieza a bajar y me encuentro ahora más cerca de la vejez que de la infancia... Sin familia, sin hogar, con lo puesto...
Sin querer, se le puso Flora en la cabeza, luego Regina Costard, en seguida Carlota, Yolande Perreault, Beatriz Lucena... No había ninguna mujer en su vida a quien recorrer... Se vio paseando entre nubes por las arenas de Copacabana, junto a a la flor silvestre, entre el intranquilo mar azul y el inquieto y dominante Redentor del Corcovado. Aquel escenario, tan familiar y socorrido, se lo apagaron de repente con una esponja maligna. ?Sería posible?... Esperaba recibir una carta del Ministro Litago, definiendo su situación. Como si no estuviese ya determinada... No se lo acababa de creer, no se resignaba a perder el puesto... “Saudades” tremendas y espantosas de Brasil. De pronto, saliendo de su sopor, empinó el codo, se golpeó en la frente y relinchó: -- !La vista al frente, coño! Una semana más. ?Qué hacer? ... Se encaminó hacia el paseo de Recoletos y se metió en la Biblioteca Nacional, con el fin de olvidarse de su situación con el auxilio de la lectura. Se decidió por “Le Phénomène humain”, de Teilhard de Chardin, muy recomendado entonces. Al llegar a un determinado párrafo... Puisque, en un point d’elle-même, l’Étoffe de l’Univers a un face interne, c’est forcément qu’elle est biface par structure, c’est-à-dire en toute région de l’espace et du temps, aussi bien par exemple que granulaire: Coextensif à leur Dehors, il y a un Dedans des Choses... no consiguió aguantar más, no se sintió muy dispuesto a continuar el diálogo con el texto del jesuíta paleontólogo. Volvió al Instituto de Emigración y allí no le prometieron nada. -- Dehors... Dedans... ?No he oído esto antes en el Guadalquivir? Entonces, cada vez más desesperado, pensó marcharse por su cuenta y riesgo a Canadá. Sin embargo, antes de embarcarse era preciso localizar a su amiga Yolande. Estaba seguro de recibir ayuda de su colega: -- Pero, ?cómo no se me ha ocurrido esto a mí antes? ... Inmediatamente escribió una carta a su amiga, esto es, dos cartas; una dirigida a la Embajada de Canadá en Rio de Janeiro y otra al Ministerio de Asuntos Exteriores en Ottawa. Al pasar por “Lista de Correos”,
encontró un telegrama del Ministro Litago, por el que le
anunciaba una carta enviada por valija diplomática y que debería retirar en el Ministerio de Asuntos Exteriores.
-- ?Otra vez al Ministerio?... ?Después de haber encontrado el cadáver del Almirante americano?... ?No será una trampa? Sístole de goma arábiga, metáfora de azafrán, armonía preestablecida, orgasmo molecular en el yunque; diástole zíngara, metonímia melódica y dolorosos martillazos en la profunda forja ardiente de Rafael Belén. El tira y afloja de sus conflictos interiores acabarían despedazándolo. Con la vía libre, daba rienda suelta a sus instintos, impulsos y tendencias sin miramientos ni parar en consecuencias; se abría la caja de Pandora y atropellaba a distro y siniestro todas las verosimilitudes. Desesperado, trataba de escapar de un incendio que él mismo había provocado. Vivía un purgatorio en el que se calcinaban, como en los altos hornos, los últimos contenidos de sentido de su pobre existencia. Al parársele los pies, sólo encontraba auxilio delante del Santísimo. Giraba como una peonza alrededor de un eje sin norte, hartamente problemático. Calle del Arenal, plaza de la Ópera, Palacio Real, caminata sin alicientes hasta la plaza de España... Princesa, la Moncloa... Instituto de Cultura Hispánica. Aguilar subió las escaleras del edificio y preguntó por José María San Juan, a quien conoció en Rio de Janeiro. No estaba. Preguntó entonces por Antonio Amado. Estaba destinado en México. Nadie conocido a la vista. Decidió dar un paseo por la desierta Ciudad Universitaria. Ni un alma por el “campus”. Ganas le dieron de echarse al suelo, engullir unas hierbas que por allí crecían y dedicarse a rumiar por un buen rato. Flores de hastío. Los zapatos se gastaban y los pies se resentían. Vacío interior. Media vuelta. Se cerró en la habitación de la pensión y se puso a leer, a escribir y a cantar el drama: -- ?Qué drama, coño? ... !Ea! !A mí que no me jodan!... !Me estoy ahogando en una gota de agua!... !Lo que yo tengo que hacer es disfrutar de unas vacaciones, que ya vendrán tiempos peores! ... Se metió en el agua fría porque un baño lo dejaba en buena forma; se echó a la calle con la decisión de comerse al mundo, a dios y a su padre; con la espada de la magnanimidad en una mano y el escudo de la longanimidad en la otra, aceleró el paso, arremetió contra su sombra adelantada... mientras el cuerpo cargado de electricidad le daba empujones energéticos... en fin, se apagó la retrospectiva epimeteuca para dar paso a la prometeuca prospectiva, pero... al llegar a la Gran Vía, echó el freno y se preguntó: -- ?Adónde voy yo? ...
Siguió con precaución por la calle Montera abajo, le dio una vuelta a la Puerta del Sol, entró en la Carrera de San Jerónimo, se coló por la calle de Echegaray y llegó a Antón Martín. !Listo! Se le acabó el gas. !A la Mancha! Un pisto medio frío, una popular tortilla, seca, de patatas y un vulgar porrón de vino en El Molino de la calle El Príncipe... Al usar el mondadientes, tropezó sin querer con el pelo grasiento de su cabeza: -- Hay que ir al barbero. Le dolían los huesos y lo estrangulaban los nervios. !A la pensión! Al día siguiente, antes de que abriera sus puertas al público, ya estaba en el Palacio de Santa Cruz con el propósito de recoger la carta anunciada. Nadie lo molestó. La noticia del Ministro no era precisamente evangélica: apenas condolencias, pues la situación en Brasil no podría ser más grave. El señor Ministro insistía en que Rafael visitase al Embajador Aznar, director de la agencia de noticias EFE, por si hubiese algún puesto disponible. También le recomendaba presentase al Director de Personal del Ministerio, para tantear la posibilidad de trabajar en alguna Embajada. En fin, estaba leyendo una carta de despedida, más demagógica que diplomática. Sabía de antemano ser inútil entrevistarse con tales personas, dados sus antecedentes. Aguilar tenía que moverse; pero le faltaba paciencia y le sobraba desánimo. Una idea fija continuaba rondándolo: regresar a Brasil con todas las consecuencias, con todas las de la ley: -- Si no me sale lo de Suiza me busco un empleo como el que busca candela. He de entrar en vereda pero, también he de poner por vereda... Rafael, ora se daba “de baja”, lleno de desencantos, fiebres, y dolores inauténticos, ora se daba “de alta”, pletórico de entusiasmo fatuo y gaseoso. El viernes volvió
al Secretariado de Cursillos para entrevistarse con don Clemente
Sánchez, el mandamás. Como se lo figuró, resultó ser el reverendo. Con muy poco tacto, o mejor dicho, con mucha caridad y muy poco talento, le negó al cordobés las cartas de recomendación solicitadas. El clérigo cambió de tercio, como si nada, y luego volvió al tema para decidir: -- Tú no necesitas cartas para nada. Es mejor que te presentes tú mismo, en Suiza, en Austria o dónde sea, sin ningún pan debajo del brazo... Aguilar miró a los ojos del sacerdote y leyó lo que en ellos estaba escrito: No me fío de tí. No sé qué clase de pájaro eres. Lo mejor será no darte nada... La santa prudencia eclesiástica
siempre fue así. Un fraile no le preguntará nunca a nadie, “?Qué quieres?”, sino “?Qué traes?” ... Como el famoso dicho: En la puerta del rezador, no pongas tu trigo al sol, porque rezando, rezando, se lo va llevando. Rafael Belén se despidió de su eminencia y se fue derecho al MADRID. Lo recibió José Vidal, redactor-jefe. Le dió la carta de corresponsal pedida anteriormente y lo instó a seguir escribiendo desde donde estuviese. Al salir de la redacción, se le ocurrió pensar: -- Los hombres del mundo confían más en su prójimo que los hombres de la Iglesia. Cuando se alejaba del periódico, miró por última vez al edificio del MADRID. El paisano de Averroes, corresponsal itinerante, jamás podría ocurrírsele en aquel momento lo que habría de sucederle a su rotativo, tan incómodo al régimen de Franco; desgraciadamente, con carrocería y accesorios, habría de saltar el predio por los aires al poco tiempo, dinamitado. Para que no quedase ningún vestigio del intrometido vespertino madrileño. Yo no sé si los periódicos tienen alma. Es posible que la del MADRID se guarde en algún armario de las hemerotecas del limbo. El desgraciado periódico murió con todo su personal en gracia de Dios. Que yo sepa, casi toda la plantilla sobrevivió, pero nadie ha resucitado hasta ahora al periódico. Enseguida rectifico; en julio del 99, he leído algo en un periódico español sobre un pleito relacionado con los terrenos del viejo MADRID. También existe una fundación Rafael Calvo Serer, presidente del Diario de la Noche. El tiempo del corresponsal circulaba más rápido ahora; el tiempo pático, no el del calendario. Las cosas se iban aclarando, porque no hay mal que cien años dure, ni conflicto que no se deshinche, ni problema de incógnita perdurable, ni espinas en permanente estado de alerta, ni cabestro al que no muerda un jumento, ni mago que lo sepa tó. No hay sábado sin sol, sobre todo en verano. En medio de este día bíblico de descanso, le dijeron a Aguilar en el Instituto de Emigración que, por fin, había trabajo: tendría que salir hacia Suiza el próximo lunes. No hay cosa mejor que la labor; la feria prolongada es un fastidio, y puede ser una condenación fatal. Cuando no hay trabajo se afloja la vida. Bueno, desde el Instituto se marchó a la Biblioteca Nacional y allí leyó algo sobre las condiciones en que vivían los trabajadores emigrantes en Suiza. No le parecieron muy alagüeñas precisamente: “No se puede cambiar de profesión, hay que abandonar el país en el plazo de un año y los extranjeros no son muy bien vistos por los nativos”....
Se acordó del Manuscrito de Villaharta y lo solicitó en el registro. El manuscrito, supo, estaba escrito en árabe y no se encontraba disponible. Se contentó con una simple reseña, la mar de interesante. Pero su espíritu estaba en otro sitio en aquel momento: -- ?Podré aguantar el trabajo que me espera? ... ?Vale la pena cargar con las maletas para fregar platos y pelar patatas?... ?Que es lo que estoy diciendo, jolines? ... !Tengo que darle gracias a Dios por haber encontrado un trabajo y he de tomar esto como expiación y labor apostólica, no te jode! ... De modo que por muy dura que sea la tarea, la carga resultará ligera... Será preciso doblar la visagra para acercarme a la Verdad. Lo malo será relacionarse con el tiempo. Ni en Brasil ni en España se somete nadie a la dictadura del reloj. Las decisiones de nuestro protagonista, si nos fijamos, son muy pintorescas. Se había inclinado por el trabajo más difícil porque le resultó más fácil buscarlo. Se agarró al primer clavo ardiendo que encontró porque no soportaba más el ocioso inciso, sin sentido, obligado a vivir. Además, estaba dispuesto a ocuparse con urgencia en lo que fuese, con tal de no andar preocupado; dar tiempo al tiempo y regresar un día al Brasil. Un poco más holgado y con menor carga de pesadumbre, escribió una carta al Ministro Litago, dándole a entender que la vida continuaba y anunciándole su traslado a Suiza. En realidad, deseaba decirle otra cosa en lenguaje cifrado, tan habitual entre diplomáticos: -- Como me encuentre contigo en una esquina te voy a romper las espinillas, !só mamón! El Domingo lo pasó más tranquilito. Primero se fue a misa, se encomendó a todos los santos del pabellón celestial y tomó el pan de los ángeles. Después, se sentó en “Fuyma”, (!qué pena, otra esquina clásica desaparecida!) y estuvo dos horas escribiendo cartas y notificando el cambio de domicilio a todo el mundo, a Dios y a su padre también. De la misma manera, comunicó a su primo Rafael, el de Francia, que, dadas las circunstancias, se cambiaron los planes y no lo podría visitar por el momento. A todos participaba su traslado a Suiza, prometía darles pronto su domicilio, sin detenerse mucho a explicar sus nuevas funciones, pero entre una esquela y otra, quizá se excedió en los licores. La gente empezaba a ocupar la calle y salían a borbotones de las madrigueras de Callao. Rafael se entretuvo viendo escaparates, subió por aquí, bajó por la derecha, volvió a subir y llegó a Sevilla. Entró en el bar Hontanares y pidió un vermout y una tapa de champiñones a la plancha. Como se sentía transitoriamente alegrete, salió del local y, a los pocos pasos, torció a la izquierda por la calle
Arlabán, se encontró de propósito con la tasca “El Patio” y se metió entre pecho y espalda, en media hora, media botella de Montilla y alguna cosita de cocina. Al tiempo de la mesa quiso celebrar con mejores manjares y manteles su penúltimo día en los madriles. Se fue al restaurant gallego que hay por “Las Descalzas”, cuyo nombre, si no me engaño, atiende por Gondomar. No estaba muy lleno, dado que en aquella época ya era de los más caros de la capital. Caldo gallego, mariscos a discreción, bien pesados, y vino del Ribeiro. Café, cigarro puro, coñac y... un “billete” a menos. !Qué más da! ... A escupir a la calle. Derecho a la siesta, dando “camballás”, pero, eso sí, más alegre que unas pascuas, como le sucedía siempre en tal estado. Aunque por poco tiempo, es decir, durante el convivio con la melopea. De noche ya, después de haberse orinado por la tarde en el colchón como un choto, entró en un cinecito, avergonzado por el espectáculo fluvial. Un paseo nocturno por las calles de Madrid, un pensamiento retrospectivo al pasar por la Carrera de San Jerónimo, domicilio del maestro Solano: -- ?Qué habrá sido de Xandro Valerio, Jose Antonio Ochaita y Juan Solano? ... La última noticia que tuve de ellos fue hace diez años, cuando le pusieron música a una película horrorosa de Juanita Reina; dos horas de celuloide para el lucimiento de un rejoneador ... ?Me llego a casa de Juan? ... No, tendría que haberlo llamado por teléfono primero. ... ?Se acordarán de mí? ... ?Y si me ayudan en esta situación? ... !Ea, apaga y vámonos! ... Un granizado de limón aquí, una caña rubia con su buena corona de espuma allí, una tapita de pimientos fritos más allá, un cafelito moreno al pie del cañón y a la cama, no sin antes haberle dado la vuelta al colchón. Se hundió pensando como nunca en “mañana”, en su futuro inmediato, en el viaje inminente, en su colocación. El pasado, de cuerpo presente; murió de repente. El hemisferio norte estaba hirviendo, y no sólo de calor. Mayo del 68 abrió grietas insospechadas en el viejo continente, cuyo subsuelo cultural empezaba a resquebrajarse. Una nueva época se veía venir con turbulencias multidireccionales; una contra cultura se extendía sin freno por los cielos de Europa y América del Norte como una nube cargada de explosivos. La ideología del desarrollo económico, con el pretexto de la salvación de los pueblos, inició la hinchazón de la deuda pública y se establecieron puentes insólitos en relación a los mercados. Entre una iniciativa y otra, se preparaba en la caldera de la revolución de las costumbres una
espantosa ebullición de agresividad. A partir de esta época tendríamos que habérnoslas entre dos polos de contagio negativo: la neurosis de las masas y la alienación de colectividades inmensas. Los escándalos provocados por celebridades alimentaban los vehículos sedientos de información. En las deliciosas praderas urbanas de California, la adorable heroina de El baile de los vampiros, Sharon Tate, mujer del cineasta Roman Polansky, y cuatro de sus invitados, fueron violentamente asesinados en el auge de una normalísima orgía sensual. Aprovechando la sangre de las víctimas, los asesinos escribieron en la puerta del recinto la guarrúpeda palabra “Pigs”. Una celebration ritualizada y macabra, bien al estilo del director polaco. Con el agravante de que Sharon Tate habría sido madre en menos de un mes. Los Ángeles de fray Junípero, ayer tan bucólicos y pacíficos, con Hollywood y Disneyland como aliciente lúdico, se transformaron en un océano de violencia infernal en los años del destape. Y ya que de ángeles hablamos, no tenemos otro remedio sino hacer referencia a la estúpida guerra de religiones desencadenada, con aliño de fanatismo, en Irlanda del Norte. El Ulster se aproximaba cada día más de lo imprevisible y el gobierno de Belfast, de mayoría protestante, no podía detener las potentes energías divinas en choque. Estas guerras, como se registra en la historia de la humanidad, suelen durar más de una generación. Pero, en las proximidades de la venerable ciudad de Nürenberg, !olé!, se realizaba con la mayor solemnidad el “Bayreuther Festspiele”, en el monte venusiano y monumental de Wagner, con “El anillo del Nibelungo” como motivo fundamental. Amantes de la ópera del mundo entero se daban cita en Bayreuth. Aguilar, tan compenetrado en su problema, no estaba en sus luces para poder acompañar en España el inoportuno escándalo “Matesa”, acontecimiento que habría de agitar la pirámide del poder del Gobierno, no sin dejar para la posteridad un enorme rabo de impurezas.
Ni siquiera se enteró nuestro amigo de “la canción del verano”
y de sus
tejemanejes, tan ajeno al mundo estaba el pobre. Ahora bien, agosto, conviene decirlo todo, es un mes fatídico en Brasil. Un período de invierno tropical acariciado por los vientos de la violencia, aquerenciado de la fatalidad pública, y creo estar comportándome como barbero, aunque no como bárbaro o extremeño. Agosto está lleno de buracos y camastreos de toda especie en mi país. Si te descuidas, te apañan, se van los dedos y quedan los anillos. Los urubús están con mala pata y cuando vuelan, el de abajo se caga en el de encima. Cuando no hay garúa en el norte hay lancha en el sur. El que no se manda lo padece. Los gorilas de la
botica se fartaron de masacrar, y nadie me puede llamar de orejero ni de tejedor. Al que no transa lo apresuntan en la vereda. Si te colocan una arapuca te quedas banguela, lleno de carrapatos y esculachado. Todo por causa da futrica y la gerigonça. Después dicen que la jararaca es mixuruca. Los sacripantas andan ahora atrás de la perereca. ?Quien le mandó xeretar? Después te dejan sólo con el trambolho. !Es lo que yo digo; en agosto se acuesta la norma con la libertad! ... En agosto se suicidó Getulio Vargas con un tiro en el pecho, y en agosto renunció a la Presidencia el macunaimático Janio Quadros, causante directo de la actual situación “Redentora”. Este mes, en este año, se tomaría una emisora de radio por un grupo de jóvenes indóciles, traviesos y rebeldes y se lanzaría al viento este recado: Dentro de poco iniciaremos la guerrilla rural: corresponde el turno y la hora a los campesinos, cuyo instinto y conocimiento del terreno brasileiro los llevará al dominio estratégico del país; por su astucia para enfrentar al enemigo, por su capacidad de comunicación con los oprimidos y explotados, constituyen una fuerza tremenda en la revolución. Bueno, no está mal. Pero mientras los “capitostes de capirote” discutían el sexo de los ángeles con el comandante Fidel Castro, los militantes por vocación iban cayendo uno tras otro, como los bandos de pájaros. Un compañero mío, revolucionario de nervio, deshecho y carcomido el coraje, torturó, sin saberlo ni sospecharlo, a un gran número de guerrilleros presos en en un cuartel de São Paulo, al ser obligado a mover una insignificante y solitaria palanca, un interruptor de luz y de... más vale no referirlo. Las técnicas al servicio del horror son, como los errores infernales, infinitas. Marighella, el dirigente máximo de la revolución, después de observar la evaporación de las alianzas y la fracción de las izquierdas, decide publicar en agosto un panfleto radical, llamando al orden: Nuestra organización revolucionaria crece con nuestra acción concreta y decidida, no con la ayuda de los estrategas políticos que nos mandan del exterior... Rafael Belén no era un elemento olvidado, ni mucho menos, en mi país. El Ministro Encargado de Negocios, autoridad máxima de la Embajada en ausencia del Embajador, quedó desconcertado por completo. Por un lado, al descubrirse el pastel de las cartas enviadas clandestinamente por valija, quedó al tanto de las andanzas de su funcionario, envuelto hasta el tuétano con la guerrilla; por otro, pudo constatar por medio de Ernesto, ser Aguilar una persona muy importante en la élite burguesa carioca. ?Qué pasaba?... ?Era su funcionario un agente doble?... El Ministro abandonó su concha y se enteró de lo que nunca le habría
interesado. ?Qué le interesa verdaderamente a un diplomático? Veamos: el ex Presidente de la República y académico de la lengua José Sarnei tiene una teoría muy interesante: un diplomático es amante de todo el mundo pero no se casa con nadie. Temiendo represalias de una parte o de otra, el señor Ministro guardó silencio en relación a las cartas de la valija y a la interceptación de los telegramas cifrados. Para el Encargado, tan distante de sus funcionarios, Aguilar era, como mínimo, un personaje de doble filo, intrigante para unos, bienaventurado para otros. De buenas a primeras, empezó a tener miedo de su funcionario, quien sabía algo de sus negocios particulares. Por otro lado, los estudiantes subversivos del Instituto Universitario de Investigaciones Sociales seguían creyendo que el español los había traicionado desde el primer momento. Uno de ellos, Getulio, un lugarteniente de la guerrilla, pidió a los demás no preocuparse con el delator, porque él mismo tomaría cartas en el asunto y prometió al grupo perseguirlo hasta su captura y escarmiento. Pero, en la Embajada de los Estados Unidos, ?quien lo diría?, se perdió transitoriamente la pista de Aguilar, cuya importancia había crecido con el descubrimiento del cuerpo del Almirante Walter. La imponente CIA trataba por todos los medios de establecer una red para recuperar su paradero y darle alcance. La suerte, buena o mala, del cordobés era debida a la falta de diálogo entre los diferentes círculos de sus relaciones. Solamente Ernesto, dividido entre la amistad y la realidad de los hechos, estaba tratando de unir todos los cabos sueltos, aunque sin saber muy bien hacia qué lado y color se inclinaba el fiel de la balanza cuando pesaba las actividades de su defendido y amigo. Hay que decir algo mucho más importante y con más relieve para el mundo y para la sociedad del bien estar: durante este mes se vendieron en Brasil, con increíbles facilidades de pago, muchísimos receptores de televisión. Porque, según un gerifalte del gobierno, aprendiz de brujo, era preciso mantener entretenido al pueblo con novelas eróticas, películas dramáticas y otras drogas culturales igualmente eficaces. Este ensayo alienador tendría un éxito sin precedentes y acabaría extendiéndose a todo el mundo capitalista. Marx lo habría dicho ya sin dificultad: “La televisión es el opio del pueblo”.
Manuel de Falla: EL AMOR BRUJO.