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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
A TRAVES DE LOS CERROS El sábado 22 de mayo aterrizó en Puerto Howard un helicóptero Bell 212 de la FAA al comando de los tenientes Marcelo Jorge Pinto y Héctor Ricardo Ludueña, quienes traían órdenes de localizar y trasladar a los pilotos de los Dagger abatidos el día anterior. A efectos de prestar colaboración en las tareas de búsqueda, Castagneto ordenó a García Pinasco que acompañara a la tripulación acordando que un a vez cumplida la misión, regresarían por él para llevarlo a Puerto Argentino a recibir nuevas directivas. Dos de los aviadores fueron rescatados gracias al uso de las bengalas luminosas que ellos mismos dispararon al escuchar el ruido del rotor. Al primer teniente Senn, lo vieron cuando caminaba junto a un alambrado, paralelo a la costa y al mayor Gustavo Piuma, al salir, no sin dificultad, de una suerte de choza en la que se había refugiado porque tenía un tobillo fracturado. La suya fue una verdadera odisea, que varios años después, relató de la siguiente manera. ...Ocho horas antes creía que me moría; estaba amaneciendo y ahora tenía la certeza que iba a seguir viviendo. Me había propuesto llegar este día a un refugio. Me encontraba subiendo una pendiente, serían aproximadamente las 14:00 hs, veinticuatro horas después de mi eyección, cuando me desbarranco y caigo con todos los elementos de supervivencia esparciéndose a lo largo de mi trayectoria de descenso. Había perdido la noción del tiempo pues había extraviado el reloj. Decidí que, por cada caída debía rezar dos rosarios y luego incorporarme. Me dio resultado, cincuenta o sesenta minutos después estaba frente a un alambrado de cinco hilos que rodeaba el puesto de un establecimiento lanero. Éste pequeño refugio estaba en el medio de varios potreros, tres o cuatro, cuyas tranqueras se encontraban del otro lado y ya no tenía fuerzas para rodearlas. Me recosté con el torso sobre el alambrado y comencé a balancearme hasta perder el equilibrio y caer del otro lado. La casa era de chapa, con una puerta de madera, tenía un ancho de dos metros por tres de alto; al abrir observé que la mitad del piso estaba cubierto de abundante lana, hice un mullido colchón, me recosté y dormí profundamente. Me desperté y enseguida, comencé a ordenar todos los elementos de supervivencia, las bengalas diurnas las coloqué a la derecha de la puerta, las nocturnas a la izquierda; tomé dos calmantes y entre las botellas que había en el refugio busqué la más limpia, recuerdo que en su etiqueta decía Queen Drink (El trago de la Reina). Sobre una de las paredes del refugio efectué siete marcas paralelas, taché la primera pensando que llegado el séptimo día iniciaría la marcha hacia Puerto Howard, que yo creía que estaba aproximadamente a cinco kilómetros del lugar de mi caída. Cuando estaba intentando cortar los cordones de la bota de mi pie derecho, escucho el ruido característico de las palas de un helicóptero, ¡qué emoción!; podía afirmar que sentía los latidos de mi corazón. Rápidamente tomé una bengala diurna y arrastrándome, llegué al borde del cerro. Allí abajo vi un helicóptero, pero no distinguía muy bien si era británico o argentino. En uno de sus giros alcanzo a distinguir la escarapela argentina y lanzo la bengala, un humo anaranjado cubrió la colina. El helicóptero se posó a unos metros de distancia y de él saltaron dos suboficiales con una camilla y un capitán del Ejército Argentino, que constituían un grupo comando de rescate. Ya en el helicóptero, el comandante de aeronave, primer teniente Marcelo Jorge Pinto me pregunta si había visto a otro oficial eyectado. Inmediatamente
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le contesto que sí, que me llevara hasta los restos de mi avión donde resultaría más fácil ubicarme. Minutos más tarde recuperamos al primer teniente Jorge Senn, compañero de misión, y luego de una emotivo abrazo, nos dirigimos a Puerto Howard. Al llegar el helicóptero aterrizó en un pequeño potrero, ahí recogió al primer teniente de la RAF D. Jeff Glover (piloto inglés derribado horas antes), que habiendo sido rescatado del agua, fue llevado a una sala de primeros auxilios. La odisea que precede nuestro traslado a Darwin es otra historia. El cruce del canal de San Carlos fue realizado en pleno combate, no sólo teníamos a los buques enemigos a la vista, sino también aviones amigos y enemigos, hasta la satisfacción de ver un buque inglés en llamas, pero siempre con la preocupación que nos podían derribar. Sobre las islas comenzaba el crepúsculo y lentamente nos acercábamos al pequeño poblado de Darwin. Finalmente aterrizamos y nos trasladaron al hospital de campaña, no sin antes presenciar el ataque de una sección de Harrier y el derribo de uno de ellos. Después de dos días fui examinado por un médico. Me colocaron suero y me inyectaron morfina. Cuando desperté no sabía cuánto tiempo había transcurrido.
Su jefe de escuadrilla, el capitán Donadille, aterrizó con su paracaídas en las inmediaciones del puente de Green Hill (Colinas Verdes en la toponimia argentina), al sudoeste del monte Rosalía y desde allí intentó alcanzar las líneas propias. Una vez más el buen Dios me protegió y salí en momentos en que mi avión no apuntaba hacia abajo. Se abrió el paracaídas y en segundos estaba tocando en forma no muy elegante la Gran Malvina. Agradecí al Señor pues salvo la visión que por la velocidad con que había saltado estaba muy afectada, escondí el paracaídas y me alejé del lugar, mientras escuchaba a los cañones de mi avión, caído a unos trescientos metros, que se disparaban solos. Esperando a un Harrier que me buscaba, caminé medio congelado durante una hora y cuarto siguiendo una línea de postes telegráficos, mientras rezaba a la Virgen María y a su hijo agradeciendo el estar aún con vida. Encontré un viejo arado rompí un portón, saqué dos tablas largas y armé un pequeño refugio para aislarme de la humedad pues ya anochecía. Llené una bolsa de arpillera que estaba junto al arado con pasto y me preparé a pasar la noche más larga de mi vida. Y verdaderamente lo fue, sería mucho escribir el relatar todo lo que pasó por mi mente esa noche; pensé en mis hijos y mi señora, a quién faltaban diez días para entrar en la fecha de nacimiento de nuestro sexto hijo (Ana Paula nació el 17 de Junio), sobre el destino de mis compañeros de Escuadrilla y los que quedaron en la Base, la cual parecía tremendamente lejana ahora, en medio del frío; un frío tremendo que parecía venir a oleadas, el cual me impidió dormir en esas interminables horas y a la vez brindar un sonoro concierto de entrechocar de dientes en ese solitario paraje. Pero estaba lúcido y bastante entero; sabía en donde me encontraba, y el terreno que pisaba y tenía una gran confianza en Dios y en mí (¡algo tenía que poner yo también!). Además a pesar de que mi situación no era muy envidiable me reconfortaba el reflejo de incendios que intermitentemente observaba en la panza de los estratos bajos (nubes), del otro lado de la montaña, que marcan el inicio del estrecho de San Carlos, pues sabía que ahí únicamente había barcos ingleses. Dios me perdone pero sin tener nada en contra de los ingleses como personas, estaba contento porque esos reflejos que cambiaban de intensidad me
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indicaban que gracias a mi Fuerza Aérea, la reina tenía menos súbditos y material de guerra. Junto con la claridad se disiparon mis dudas sobre si me podría levantar o no por algún problema en la espalda o cintura pues no tuve mayores inconvenientes en pararme. En aras de la brevedad, ese día caminé unos veinticinco kilómetros a brújula y guiándome por mi memoria y conocimiento de la geografía de la isla llegué por fin alrededor de las tres de la tarde a Puerto Howard, en donde había un regimiento de nuestro Ejército. Más muerto que vivo por el cansancio y con principio de deshidratación, pero bastante entero en el resto, me animaba el hecho que podría enterar a mi familia y camaradas, de que todavía no había pasado a ser solamente un recuerdo en esta tierra. Sentí una gran emoción en la formación del 25 de mayo en Puerto Howard, y gran orgullo también pues en el momento que se celebraba ésta, pasaron dos Dagger más bajo que las piedras y a máxima velocidad; orgullo repito pues le señalé a mis camaradas presentes: “Esos son de los míos”. Luego de varias peripecias más, que conjuntamente con otros argentinos metidos en el tema tuvimos que sortear, algunas de ellas por demás interesantes, conseguí cruzar a Puerto Argentino cinco días después. Casi a fin de mayo, pude volver al continente, lleno de orgullo por mi Fuerza pues verdaderamente presencié lo que estaba haciendo y había hecho durante el conflicto, no sólo por parte de los aviadores sino también por todo el resto del personal de oficiales, suboficiales y soldados, que dieron más que algo por la Patria.
Después de recoger a los náufragos, el helicóptero se preparaba para volar de regreso a Puerto Howard llevando a bordo a los tres pilotos recuperados, a Jeff Glover y al mayor Castagneto, tal como se había convenido con el comando en Puerto Argentino. Cuando los efectivos del RI5 ayudaron a subir al inglés y a acomodarlo en la cabina, los comandos le mostraron el Blow Pipe de Fernández y le explicaron que con él lo habían derribado. El británico lo observó un instante y luego respondió, levantando el pulgar: -Muy bien hecho, compañero1. En esos momentos Castagneto exploraba los alrededores, confiado que del helicóptero lo esperaría para trasladarlo a la capital, pero una vez que todos estuvieron a bordo (Piuma, Senn, Donadille, el Dr. Llanos y el prisionero), dieron potencia al rotor y se dispusieron a despegar. Entonces, llegó corriendo el teniente Sergio Fernández para exigir a los gritos que aguardasen allí hasta la llegada de su jefe, pero el piloto volvió a insistir con las órdenes que tenía y sin decir más, accionó los mandos y remontó vuelo. En ese mismo momento, Castagneto entraba en el pueblo y atraído del motor, corrió hacia la aeronave agitando los brazos, pero todo fue en vano. La máquina se elevó y desapareció en dirección al este. Hecho una furia, el jefe de la 601 descargó su ira dándole una fuerte reprimenda al teniente Fernández, que de esa manera, pagó los platos rotos. El helicóptero Bell voló primero a Puerto Darwin y desde allí a Puerto Argentino donde Glover fue entregado a las autoridades. Lo primero que hicieron fue someter al inglés a una exhaustiva revisación médica y después de aplicarle algunos medicamentos, lo subieron a un transporte Hércules y
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en compañía de Donadille, Piuma y Senn, lo enviaron al continente, más precisamente a Comodoro Rivadavia, para que las autoridades resolviesen su situación. Una vez llegado a destino, una ambulancia que aguardaba al costado de la pista condujo a Glover al hospital militar regional, donde quedó bajo llave en el casino de oficiales por espacio de dos días Comenzó, de esa manera, su prolongado período de cautiverio ya que al cabo de ese tiempo, fue enviado a Buenos Aires, a bordo de un Boeing y después de un breve período en un nuevo nosocomio castrense, lo pasaron a una base del ejército en la provincia de Córdoba, donde permaneció detenido hasta el fin de la guerra. Fue en ese lugar cuando un día llegó a sus manos un ejemplar de “una revista muy brillante”, cuyas páginas contenían, exclusivamente, información de la guerra. En una de sus notas, el detalle de las pérdidas de uno y otro bando era tan absurdo y fantasioso, que el inglés no pudo menos que sonreír y preguntarse a si mismo: “¿Será una broma?”2. Seguramente habrá pensado que aquello que tenía en sus manos había sido impreso especialmente para él, con la intensión de desmoralizarlo pero no era así. Se trataba de un ejemplo claro y acabado de lo que era (y sigue siendo) la “prensa especializada” argentina; un pasquín de pseudo actualidad con aire de publicación seria que se vendía y aún se vende, en todo el país. Cuando el helicóptero Bel 212 se alejaba de Puerto Howard en dirección a Darwin, en Puerto Argentino se ultimaban los detalles de una compleja misión de tres a cuatro días de duración que debían llevar a cabo fuerzas especiales de las tres armas. El general Parada había decidido enviar grupos comando a la zona de San Carlos para que tomasen conocimiento de la verdadera capacidad del enemigo y confirmar, de paso, la existencia de radares en la cima del monte Alberdi (Osborne en la nomenclatura británica), en el cordón montañoso que conformaban las alturas Rivadavia, cuyo pico más alto alcanzaba los 690 metros sobre el nivel del mar. El capitán Figueroa explicó a Parada que una misión de exploración era algo muy distinto a una de combate ya que el equipo para una y otra era diferente. Además, el grupo a sus órdenes solo disponía de la sección al mando del teniente primero Daniel González Deibe, poco numerosa para esa tarea y eso, según su parecer, no era suficiente para cumplir el cometido. Como el general Parada insistió (después de todo, era el tipo de misiones que Castagneto venía reclamando desde su llegada al archipiélago), se decidió el envío de una avanzada al mando del capitán Jándula, a quien debían secundar los sargentos Vallejo y Salazar, para estudiar y preparar el terreno además de efectuar observaciones. Esta operación, se había planificó con las otras tres armas, cada una de las cuales iba a aportar sus propias tropas de elite. El grupo comando de la Infantería de Marina a las órdenes del capitán Dante Juan Manuel Camiletti, estaba compuesto por once efectivos y tendría como objetivo los alrededores de Puerto San Carlos; los catorce hombres del Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea, al mando del primer teniente Salvador Ozán, el monte Alberti y los comandos del Ejército, integrados por Figueroa, González Deibe, Elmíger, Brizuela, Negretti y Llanos el sector de Establecimiento San Carlos. El 22 de mayo por la mañana, los comandos del Ejército abordaron dos helicópteros Bell 212 y esperaron pacientemente a que la niebla que envolvía la región se disipase. Al cabo de dos horas, las aeronaves levantaron vuelo y después de
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sobrevolar los campos aledaños a la Casa del Gobernador enfilaron hacia el monte Simmons3, punto de encuentro con sus pares de la Armada y la Fuerza Aérea, a mitad de camino entre Puerto Argentino y San Carlos, donde aguardaban Jándula y su sección. Cuando las aeronaves aterrizaron, la gente de Figueroa saltó a tierra y enseguida echó a correr para tomar posiciones. Fue en ese momento que el jefe de la sección se dio cuenta que Jándula tenía el tobillo derecho lesionado a causa de una caída y eso lo obligaba a caminar con cierta dificultad. Al verlo en esas condiciones, el capitán médico Llanos lo sometió a una rigurosa revisión y al cabo de unos minutos pudo determinar que el oficial presentaba un esguince leve. Mientras era atendido, Jándula informó que había observado mucha actividad enemiga en el oeste, especialmente en los alrededores del monte Alberti, pero que según su opinión, no iba a impedir el desarrollo de la operación. Figueroa dividió a su grupo en dos columnas, poniendo a González Deibe al mando de la primera para que avanzase por el sur, con el teniente Eduardo Elmíger como asistente y a la segunda, encabezada por el propio Figueroa haciendo lo propio por el norte, llevando al teniente Alejandro Brizuela como segundo. Partieron cargando armas y mochilas, descendiendo la pendiente oeste del monte Simmons para iniciar una marcha que duraría varias horas. Por la tarde, cuando los relojes daban las 17.00, las secciones se habían separado tanto que acabaron por extraviar el camino, razón por la cual, decidieron acampar y esperar hasta el otro día. Los efectivos racionaron y descansaron después de montar guardias por turnos y al día siguiente, alrededor de las 09.00, reiniciaron el avance después que González Deibe trepase una abrupta loma para orientarse. Allí arriba, en lo alto creyó escuchar voces para su tranquilidad, después de aguzar el oído, notó que hablaban en español. Era la sección de Figueroa que al igual que ellos, había acampado en las inmediaciones. González Deibe se dio conocer y después de intercambiar una serie de palabras con Figueroa, resolvieron seguir juntos. Era el 25 de mayo, día de la Patria y eso fue motivo de festejos y saludos efusivos. Y para levantar los ánimos, noticias provenientes de radios uruguayas dieron cuenta de la feroz batalla aeronaval que había tenido lugar ese día, con su saldo favorable a la Argentina luego de los espectaculares ataques de la Fuerza Aérea y la Aviación Naval. En horas de la noche, cuando los comandos se desplazaban por el terreno, se sintieron varias veces lejanos sonidos que evidenciaban el paso de helicópteros enemigos yendo y viniendo entre Darwin, Prado del Ganso, Estancia House y Teal Inlet. A eso de las 03.30, los argentinos alcanzaron la Gran Montaña, punto próximo al río San Carlos, donde acamparon y racionaron moderadamente a causa de la escasez de alimentos. Desde ese punto establecieron comunicación radiofónica con el general Parada para informarle las últimas novedades. La respuesta que recibieron fue realmente asombrosa, por venir de quien venía. Se les exigió más acción y se les informó que iban a ser relevados ni bien la 2ª Sección regresase en helicóptero desde Puerto Howard. Mientras tanto, en las simas del monte Simmons, Jándula y su sección4, se mantenían a la espera, convencidos de que permanecer en ese sitio era contraproducente e innecesario porque desde allí no podían hacer absolutamente nada y corrían el riesgo de ser detectados. El frecuente paso de los Harrier tomando fotografías, los decidió a efectuar un nuevo desplazamiento5.
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Desde donde se hallaban ubicados, los hombres de Jándula se podía ver una casa de dos plantas próxima al arroyo Top Malo, la misma que González Deibe había explorado días atrás, que parecía un refugio relativamente seguro donde ampararse de las inclemencias del tiempo. Después de evaluar diversas alternativas, los comandos se incorporaron y comenzaron a acercarse muy lentamente apuntando con sus armas al edificio y mirando en todas direcciones, en prevención de cualquier contingencia.
La propiedad parecía abandonada y evidenciaba mucho descuido y suciedad. Los hombres la rodearon y después de echar un vistazo, ingresaron, comprobando que, efectivamente, no había nadie. Una vez adentro, la inspeccionaron de arriba abajo, limpiaron las habitaciones lo mejor que pudieron y las acondicionaron como para pernoctar allí. Parecía el lugar ideal para pasar la noche, de ahí la decisión de asar un cordero al que Salazar y Vallejo fueron a buscar. Esa misma noche, después de racionar en caliente (el cordero capturado), llegó hasta ellos el lejano sonido de un helicóptero que merodeaba por las inmediaciones. Una vez fuera, pudieron ver que se trataba de un Sea King enemigo que, al parecer, desembarcaba efectivos en las laderas de monte Simmons, el mismo lugar donde habían estado horas antes. Jándula creyó prudente abandonar la casa, cosa con la que estuvieron todos de acuerdo y sin decir más, recogieron el equipo y se alejaron, encaminándose hacia el sur, en dirección al monte Iglesias, detrás del cual, se extendían las tierras de Fitz Roy. En determinado momento, cuando empezaba a amanecer e intentaban comunicarse con Puerto Argentino, sus emisiones fueron captadas por helicópteros enemigos que de manera inmediata se lanzaron en su búsqueda. En vista de ello, intentaron advertir a González Deibe sobre la actividad que se estaba desarrollando pero el paso de una de aquellas máquinas a escasos 50 metros de sus cabezas, los hizo desistir. Pasado un tiempo, cuando caía sobre ellos una llovizna helada, volvieron a encender la radio y eso atrajo nuevamente al enemigo que emprendió una implacable persecución a través de los cerros, que obligó a los argentinos a desplazarse en zigzag, ocultándose de tanto en tanto y emitiendo brevísimas señales cada media hora. Finalizada la guerra, al rememorar las acciones, Jándula recordaría que se trató de una verdadera cacería humana de la que lograron zafar gracias a sus constantes desplazamientos. Así fue como atravesaron zonas pantanosas, escalaron pendientes, descendieron laderas y cruzaron riachos de piedra, soportando el frío y la lluvia, aguantando el cansancio y el hambre e incluso dándose fuertes golpes al resbalar, tal como le ocurrió al sargento Silverio Mario Arroyo, que en una de esas caídas, se lastimó la cadera. Una de aquellas noches, poco antes del amanecer, Jándula y su sección vieron aproximarse un helicóptero británico, más precisamente un Sea King artillado que al parecer, trasladaba pertrechos y hombres hacia una posición. Al verlo venir, Llanos propuso tomar ubicación cerca de unas rocas y abatirlo con el fuego reunido de sus armas livianas idea que, salvo el sargento Arroyo, todos los demás objetaron por considerarla imprudente.
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Los argumentos que se esgrimieron eran acertados pues el valle por el que se movían era un corredor aéreo muy transitado por el enemigo y eso implicaba, atraer su atención y poner en riesgo la operación. Llanos volvió a insistir porque estaba seguro que Sea King era presa fácil pero sus compañeros volvieron se negarse. Y como el helicóptero estaba prácticamente sobre ellos, buscaron cobertura y esperaron. El oficial médico no se resignaba a desperdiciar semejante oportunidad porque era evidente que con el fuego reunido de sus armas lograrían impactos de consideración por lo que exhortó a sus compañeros una vez más. Después de todo, el teniente primero Esteban lo había hecho en San Carlos, abatiendo a dos aeronaves y averiando a otras y eso había tenido incidencia en el enemigo. Sin embargo, no hubo caso. El helicóptero pasó tan cerca, que pudieron observar claramente la cabina iluminada y a los pilotos en su interior. Hubiera sido, en verdad, un blanco extremadamente fácil y una baja sensible para los británicos. Mientras la máquina se alejaba y se perdía de vista, Llanos se incorporó furioso y arrojando su fusil al suelo gritó: -¡¡A partir de este momento soy solamente médico!! Sus compañeros, lo escucharon en silencio, profundamente avergonzados pues si la decisión de Jándula había sido correcta, en lo más profundo de sus corazones sabían que Llanos tenía razón. Tiempo después, en Puerto Argentino, Jándula le comentaría perturbado al mayor Aldo Rico que aún sentía remordimientos al recordar aquello. El amanecer de un día espléndido sorprendió a la sección en plena marcha, con Arroyo avanzando con dificultad a causa del golpe que se había dado al resbalar en el lecho de un riacho pedregoso y el resto completamente extenuado. Después de trepar una pendiente y descender por el otro lado, decidieron hacer un alto para racionar. Era media mañana y el sol brillaba en el cielo despejado, provocando una sensación agradable. Mientras consumían su alimento, llegaron a contar entre 40 y 50 helicópteros enemigos desplazándose por el mismo corredor, a una distancia de 200 metros uno de otro, algo digno de preocupación porque mostraba a las claras que el avance británico era realmente incontenible. Desde las alturas en las que se hallaban ubicados y usando sus binoculares, los hombres de Jándula pudieron ver Fitz Roy a 20 kilómetros al sudeste. Cerca de allí, a metros de su posición, había una casa abandonada y bastante deteriorada que como en el caso de Top Malo House, decidieron inspeccionar. Echaron a andar y a mitad de camino, se dividieron en dos, Llanos y Arroyo (cada vez más dolorido) avanzando hacia el edificio y el resto cubriéndolos desde la ladera este del cerro. Llanos y Arroyo descendieron lentamente y una vez junto al edificio, observaron su interior comprobando que estaba abandonado. Ingresaron con mucha cautela y una vez en la sala principal vieron que había un teléfono. El médico tomó el tubo y lo apoyó sobre su oreja derecha pero para su desazón, notó que no funcionaba. Los exploradores pernoctaron esa noche en el interior de la casa mientras sus compañeros, sobre la ladera, lo hacían a la intemperie, contemplando desde su posición el fantasmagórico y siniestro resplandor de las artillerías de ambos bandos batiéndose fieramente en Prado del Ganso. A la mañana siguiente Arroyo se dio cuenta que cerca de la propiedad pastaban una yegua y su potrillo y enseguida se lo informó a su compañero. Los animales eran dóciles y eso posibilitó que montasen ambos la yagua para reemprender la marcha
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cabalgando sobre su lomo, pero al cabo de un tiempo, debieron desistir porque el movimiento de las ancas le provocaba fuertes dolores a Arroyo. El comando debió bajar y seguir a pie, llevando a la yegua de las riendas. Al cabo de cinco horas, los hombres y su cabalgadura divisaron el puente de Fitz Roy donde una compañía de Ingenieros que se hallaba apostada los confundió con ingleses y les disparó. Asustada por los estampidos, la yegua comenzó a corcovear arrojando a Llanos por el aire, aunque sin consecuencias. Percatados del error, los ingenieros corrieron hacia ellos y los ayudaron con el equipo. Dos efectivos cargaron a Arroyo sobre sus hombros y el resto de ocupó de las mochilas y las armas. Esa misma noche llegó el helicóptero Bell UH-1H matrícula AE-406 del valeroso teniente Guillermo Anaya, hijo del severo integrante de la Junta Militar, y a bordo del mismo ambos comandos partieron hacia Puerto Argentino. Aterrizaron en la cancha de fútbol contigua a la Casa de Gobierno, en pleno bombardeo de los Sea Harrier. Jándula y los suyos fueron recogidos por un Chinook cargado de heridos proveniente de Darwin. Debieron agitar sus brazos y hasta un trapo blanco atado al extremo de uno de los fusiles para que alguien a bordo se percatase de los movimientos y le indicase al piloto que alguien, allí abajo, hacía señas. Los comandos vieron al helicóptero efectuar un pronunciado giro y volver sobre sus pasos para recuperarlos y grande fue su alivio cuando lo vieron posarse en la turba y a un suboficial haciéndoles señas para que se apurasen a subir. En cuanto a los cuadros de la Armada y la Fuerza Aérea, sus acciones implicaron tareas de patrulla y exploración similares a la de sus pares del Ejército. Siguiendo el relato del primer teniente Eduardo Spadano, integrante del Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea Argentina, el 22 de mayo por la tarde la unidad recibió la orden de investigar el potencial enemigo en cercanías de de Colorado Pond. La tarde el 23, cuando el sol iniciaba su caída, sus integrantes se encaminaron hacia Moody Brook para abordar los dos helicópteros que debían llevarlos hasta la posición asignada. Media hora después estaban junto al lago Colorado y a poco de echar pie levantaron su campamento y montaron los puestos de guardia. Por orden del primer teniente Ozán, fue apostado un vigía en las alturas y poco después los efectivos iniciaron la marcha hacia el objetivo. Llevaban tres horas de marcha cuando percibieron el inconfundible sonido del rotor de un helicóptero. Los soldados detuvieron la marcha y esperaron hasta que el mismo desapareciese y cuando hubo pasado un tiempo prudencial, reiniciaron su avance en plena obscuridad cayendo de tanto en tanto por causa de las rocas, el musgo y los pantanos. Lo malo era que estaban siempre mojados, hacía mucho frío y la fatiga se hacía una carga aumentando la sensación de que el enemigo se hallaba cerca y podía aparecer de un momento a otro. Pero eran hombres duros, entrenados para soportar todo tipo de privaciones y enfrentar la adversidad en situaciones extremas. El 24 de mayo se ocultaron en unos accidentes del terreno y apenas oscureció reiniciaron el avance, un avance que implicaba mucho riesgo ya que un helicóptero británico que sobrevolaba las inmediaciones comenzó a arrojar bengalas para ubicarlos. Aún así, los comandos siguieron adelante con su misión, efectuando observación y
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realizando patrullajes durante todo el día siguiente. A media tarde decidieron acampar para reponer fuerzas y en cuanto oscureció reiniciaron la marcha hasta la madrugada del 26 de mayo cuando resolvieron dejar a nueve hombres en un punto determinado del terreno, siempre a cubierto y seguir los cinco restantes hasta donde, de acuerdo a lo planificado, debía finalizar el recorrido. Encabezados por Spadano los efectivos, que llevaban los indicativos “Gallo”, “Penélope”, “Perro”, “Amancay” y “Taño”, caminaron todo el 26 y parte del 27 de mayo, hasta alcanzar el objetivo (monte Osborne) donde, previa inspección, montaron un puesto de observación. Permanecieron allí varias horas, sin ver nada a causa de la niebla pero escuchando el sonido de los helicópteros enemigos, desplazándose por las inmediaciones. En la madrugada del 28 emprendieron el regreso y al llegar al punto de partida, donde esperaban sus nueve compañeros, embarcaron en un helicóptero que vino a recogerlos y se alejaron a excepción de “La Vieja”, el “Gato” y “Penélope” que permanecieron en el lugar con el equipo de radio. Al día siguiente, 29 de mayo, se le encomendó al Grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea una nueva misión: debían cortar el avance del enemigo. Fue una orden que los llenó de sobresaltos y también de emoción porque ese era el tipo de tareas para el que habían sido preparados. El plan consistía en marchar hacia el cerro Dos Hermanas, dejarse sobrepasar por el enemigo y luego atacarlo por la retaguardia. Para ello abordarían tres helicópteros en Moody Brook (09:00), el primero, con efectivos del Ejército (Compañía de Comandos 601), el segundo llevando a los hombres de la Fuerza Aérea (Grupo de Operaciones Especiales) y el tercero a tropas de Gendarmería (Escuadrón “Alacrán”). Siguiendo el plan de operaciones, los comandos se concentraron en el cuartel de los Royal Marines y a la hora indicada comenzaron a embarcar. El primer helicóptero partió llevando a los efectivos del Ejército; inmediatamente después lo hizo el tercero, con las tropas de Gendarmería. El que transportar al Grupo de Operaciones Especiales, se demoró por desperfectos mecánicos y cuando estaba a punto de elevarse, se le ordenó abortar la misión porque aviones Sea Harrier habían atacado a sus colegas en las laderas del cerro produciendo muertos y heridos en el Escuadrón “Alacrán”. Todo ocurrido muy de prisa. Los comandos de la Fuerza Aérea estaban esperando para embarcar, cuando llegaron corriendo dos gendarmes para informarles que su helicóptero había sido abatido y que los efectivos del Ejército habían sido emboscados. La noticia cayó como un rayo porque el enemigo ya dominaba Dos Hermanas y la pésima dirección argentina no contaba con esa información. El embarque se suspendió y los cuadros de la Fuerza Aérea devueltos a su asiento donde aguardaban la orden de movilización cuando a las 23:50 horas, comenzó un nuevo cañoneo naval que mató a uno de sus oficiales más dinámicos, el primer teniente Luis Castagnari, caído en la zona del aeropuerto cuando intentaba ubicar a un grupo de subordinados que había quedado aislado. Junto a él, dos suboficiales sufrieron heridas de gravedad, los cabos primeros Walter Abal, alcanzado por las esquirlas en la pierna derecha y Juan Chiantore, en el brazo derecho. Cuando el operativo de las fuerzas especiales ordenado por el general Parada se puso en marcha, a los comandos anfibios se les asignaron las alturas de Bombilla Hill y el cerro Montevideo, próximas a San Carlos, donde debían observar los movimientos del enemigo y hacer una evaluación de su potencial.
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Los efectivos partieron de Moody Brook en la mañana del 24, a las órdenes del capitán de corbeta de Infantería de Marina Dante Juan Manuel Camiletti, quien se ofreció como voluntario para encabezar la patrulla pese a no ser comando anfibio. El pelotón embarcó en dos helicópteros del Ejército y se desplazó hasta Chata Hill, a unos 50 kilómetros al oeste de la capital, donde estableció su base de patrulla reducida (BPR) después de enterrar parte de su equipo para aligerar su peso. Los comandos reiniciaron el avance acordando previamente que una vez cumplida la misión, volverían al BPR para reunirse. La marcha hacia Bombilla Hill, se hizo bajo una tenue llovizna y un frío intenso, el típico clima malvinense previo al crudo invierno. Bombilla Hill era una altura importante que dominaba buena parte de la ría de San Carlos y el cerro Montevideo, objetivo final de la misión. Llegaron el 25 de mayo, después de una marcha extenuante y lo primero que hicieron fue montar un puesto de observación desde el cual pudieron seguir la intensa actividad enemiga en torno a la mencionada elevación. Tropas y vehículos, incluyendo helicópteros en misiones de transporte y patrulla, iban y venían desde San Carlos en lo que parecía una operación de gran envergadura. Pasado un período prudencial, el puesto de observación fue levantado y la patrulla se encaminó hacia el cerro Tercer Corral, otra altura importante ubicada algo más al sudoeste, desde la cual era posible cumplir la misión con mayor efectividad. Fue en ese momento que comenzaron a surgir algunos roces entre Camiletti y sus subordinados debido a la velocidad que aquel pretendía imponer a la misión. Dada la evidente proximidad del enemigo, el suboficial más antiguo de los comandos, Miguel Ángel Basualdo, reclamaba el apego a los procedimientos propios de su entrenamiento y en eso tenía razón ya que, durante el trayecto hacia Tercer Corral, los efectivos habían sido sobrevolados varias veces por una PAC de Sea Harrier que patrullaba el área. Tras el intercambio de opiniones, la columna continuó su avance cruzando un afluente del río San Carlos donde varios de sus componentes perdieron el equilibrio y cayeron al agua, empapándose de pies a cabeza. Llegaron al cerro el 26 de mayo por la mañana y casi enseguida establecieron un nuevo puesto de observación desde el cual obtuvieron una excelente vista de Puerto San Carlos y el cerro Montevideo. En ese punto surgieron nuevas discrepancias entre Camiletti y Basualdo debido a la exposición por demás innecesaria que el primero hizo del grupo, entusiasmado con los resultados de la misión. En vista de ello aunque preocupado porque todavía no se había establecido comunicación con Puerto Argentino, decidió dividir la patrulla en dos; la primera fracción, a las órdenes del suboficial Basualdo6, debía regresar a Puerto Argentino para llevar la importante información obtenida y la segunda, a las del cabo principal enfermero Jesús A. Pereyra7, permanecería en el área junto a Camiletti, intentando ampliar el cuadro de situación del enemigo y continuar su aproximación a San Carlos y el cerro Montevideo. Cuando la fracción del suboficial Basualdo emprendió el regreso, ignoraba que iba a enfrentar situaciones de alto riesgo. Durante su paso por Teal Inlet, los británicos le tomaron prisionero al cabo principal Juan Carrasco que se había rezagado y a punto estuvieron de emboscarlos y entablar combate pero el oportuno hallazgo de una ruta de escape les permitió eludir s las columnas enemigas que avanzaban en su misma dirección y deslizarse detrás, siguiendo al ejército británico en su avance hacia el este. A esa altura, después de la captura de Carrasco, el enemigo estaba al tanto de la presencia de comandos
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argentinos en el área y los buscaba intensamente. Para su fortuna, el 30 de mayo tomaron contacto con recientemente llegada Compañía de Comandos 602 que estaba efectuando sus primeras misiones avanzadas y ello les permitió reingresar en las líneas de defensa propias sin inconvenientes y de esa manera, entregar al Comando Superior la vital información que habían recogido. Tras la partida de Basualdo, la fracción de Camiletti se desplazó unos 300 metros al oeste, en pos de los montes Verdes, lo que le permitió aproximarse un poco más a Establecimiento San Carlos y ampliar el reconocimiento del área. Alcanzaron la base de los cerros de noche y en la madrugada siguiente comenzaron su ascenso para establecer en su cima una nueva base de observación. La nueva ubicación les permitió estudiar con más detalle los movimientos del enemigo utilizando para ello sus visores nocturnos. Demostrando una gran determinación, Camiletti decidió avanzar un trecho más, con el objeto de ampliar el campo visual, seleccionando para acompañarlo al cabo principal Pereyra. Los dos comandos se desplazaron varios metros hacia delante, atentos al menor movimiento hasta que en un determinado momento, el cabo Pereyra manifestó su preocupación por el peligro que corría el total de la patrulla si los ingleses los descubrían. Camiletti le ordenó regresar y cuando las primeras luces comenzaban a asomar en el horizonte, reanudó la marcha solo. Cuando el cabo Pereyra se reunió con el resto de la sección, una serie de descargas provenientes del sector donde se hallaba Camiletti hizo poner a los comandos en alerta. El oficial había sido descubierto y tras un breve intercambio de disparos, había caído prisionero, razón por la cual el resto de la patrulla, siguiendo sus indicaciones, decidió emprender el regreso. El desplazamiento se hizo con mucha cautela dado que la captura de Camiletti había puesto en alerta a las fuerzas británicas que, de manera inmediata, iniciaron un despliegue en cadena para cubrir la zona y evitar la salida de la patrulla argentina. Era necesario buscar cobertura y en esa acción, tres comandos se arrojaron dentro de un pozo inundado y allí permanecieron varias horas en cuclillas, con el agua helada hasta la cintura, cubiertos por unos pastizales que para su fortuna, los hicieron pasar desapercibidos. El cabo Verón, no tuvo espacio dentro del pozo y por esa razón se arrojó de espaldas dentro de un hoyo de 20 centímetros de profundidad, con su fusil sobre el pecho, cubierto por el agua de un delgado manantial. Los británicos pasaron junto a ellos sin percatarse de su presencia y siguieron de largo avanzando muy lentamente, atentos a cualquier sonido o movimiento. Comenzaba a anochecer y los hombres llevaban varias horas en esos lugares, con los cuerpos entumecidos por el agua helada y la baja temperatura, cuando desde la derecha se escuchó un disparo de fusil seguido por un nutrido tiroteo. Las balas pasaban a centímetros de sus cabezas y se perdían en la obscuridad, en diferentes direcciones. Al cabo de varios minutos, el fuego cesó y después de media hora de silencio, el sonido de los helicópteros se dejó oír nuevamente. Con la noche ya avanzada, los comandos salieron de sus escondites y al amparo de la obscuridad, echaron a andar aunque con mucha dificultad por tener sus cuerpos tan agarrotados, que debieron arrastrarse varios metros sobre la turba porque las piernas no les respondían. Cuando pudieron caminar, comenzaron a desplazarse en cuatro patas y después de recuperar lentamente la movilidad, se pusieron de pie y siguieron
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Alberto N. Manfredi (h)
la marcha hacia sus propias líneas, siempre rodeados por el enemigo que convergía sobre Darwin y Puerto Argentino. El lunes 31 de mayo los comandos transitaban un sendero al sudeste del monte Estancia cuando tropas británicas los emboscaron. Se entabló a continuación, un recio tiroteo en el que Pereyra y López cayeron gravemente heridos y sus dos compañeros, Alvarado y López, fueron hechos prisioneros. La fotografía de Camiletti prisionero, esposado y con el rostro cubierto mientras efectivos británicos le apuntan con sus armas, dio la vuelta al mundo y se convirtió en una de las imágenes más famosas de la guerra. Tanto él como sus hombres fueron tratados de acuerdo a la Convención de Ginebra aunque con cierta dureza debido a su condición de tropas especiales. Pese a los contratiempos, a los rigores del tiempo y al hecho de que se habían perdido algunos hombres, la misión alcanzó su objetivo cuando la sección del suboficial Basualdo logró llegar a las líneas propias y entregó la información obtenida al Estado Mayor del general Menéndez.
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Referencias 1 Isidoro Ruiz Moreno, op. cit. 2 Ídem. 3 480 metros de altura sobre el nivel del mar. 4 La integraban el capitán médico Llanos y los sargentos ayudantes Salazar, Vallejo y Silverio Arroyo, el más joven de todos 5 Uno de los Harrier pasó volando por debajo de la cumbre del cerro. Los hombres de Jándula tomaron rigurosa nota del tipo de aparatos, rumbos y trayectorias, ya que la información era de vital importancia para el alto mando argentino. 6 La integraban el suboficial Ramón López y los cabos principales de Infantería de Marina Juan Héctor Márquez, Osvaldo César Ozán, Juan Carrasco y Pedro Baccili. 7 Quedó constituida por el cabo primero de Infantería de Marina Pablo Alvarado y los cabos segundos de Infantería de Marina Omar A. López y Pedro C. Verón. 8 Debemos recordar que el resto de los comandos anfibios se encontraban en Río Gallegos (provincia de Santa Cruz), preparándose para una posible incursión sobre Malvinas (Operación Buitre).
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