ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET 4

1 FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET –4 Evangelios dominicales EDICIONES PAULINAS 2 C Ediciones Paulinas 1986 (Protas

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FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ

ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET –4 Evangelios dominicales

EDICIONES PAULINAS

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C Ediciones Paulinas 1986 (Protasio Gómez, 13-15. 28027 Madrid) ® Francisco Bartolomé González 1986 Fotocomposición: Marasán, S. A. San Enrique, 4. 28020 Madrid Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. Humanes (Madrid) ISBN: 84-285-1104-7 Depósito legal: M. 15.993-1986 Impreso en España. Printed in Spain

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A mi padre, fallecido cuando escribía el capítulo "Crucifixión y muerte de Jesús".

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Entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente; encontraréis en seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto. Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: "Decid a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila”. Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: -¡Viva el Hijo de David! -¡Bendito el que viene en nombre del Señor! -¡Viva el Altísimo! Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: -¿Quién es éste? La gente que venía con él decía: -Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea. (Mt 21,1-11) Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto. Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: -¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los manteos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban: -Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo! (Mc 11,1-10) Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente: al entrar encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", contestadle: "El Señor lo necesita". Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron:

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-¿Por qué desatáis el borrico? Ellos contestaron: -El Señor lo necesita. Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos por todos los milagros que habían visto, diciendo: -¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto. Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: -Maestro, reprende a tus discípulos. El replicó: -Os digo que si éstos callan, gritarán las piedras. (Lc 19,28-40; cf Jn 12,12-19) 1. Sus seguidores siguen -¿seguimos?- sin entender Esta entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén es relatada por los cuatro evangelistas, aunque con notables variantes, lo que demuestra su gran importancia. La narración está centrada en la índole del Mesías que llega. Describe la aclama-ción mesiánica nacionalista y temporal de los discípulos y de la gente y la reacción de Jesús, terminando -en Lucas y en Juan- con los comentarios adversos de un grupo de fariseos. Nos muestra la soledad de un Mesías incomprendido. Este conocido episodio es más profundo de lo que solemos creer en general llevados por la costumbre. Presenta una enseñanza tan importante, que apenas tiene sentido preguntarnos por su exacto desarrollo y alcance histórico, por la idea que motivaba a sus acompañantes o por la impresión que produjo en la opinión pública. Los evangelistas no buscan tanto la fidelidad histórica como el ayudarnos a desentrañar las intenciones de Jesús; intenciones que los cristianos preferimos esconder entre las palmas de los niños en la procesión del domingo de ramos. Mientras que para Jesús es un llamamiento a su reino interior de paz y de reconciliación, sus adeptos se imaginan que es el inicio de un reinado temporal, el inicio de la guerra santa que acabe con el sometimiento de Israel a los romanos y haga de ella una nación poderosa. Todos los intentos que se han hecho de atribuir a esta acción de Jesús unos propósitos políticos han fracasado. En el proceso seguido contra él, este episodio no desempeña ningún papel. Según los sinópticos es la primera vez que Jesús visita la ciudad santa durante su vida pública. Juan informa de varias visitas anteriores (Jn 2,13; 5,1; 7,10; 10,22-23) y nos presenta buena parte de la actividad de Jesús dentro de sus murallas. El relato de Juan es el más esquemático de todos; omite todo lo anecdótico y

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providencial. Destaca la repercusión que tuvo la resurrección de Lázaro y distingue dos muchedumbres distintas: la que le acompaña en su recorrido y la que sale de la ciudad. Es el único que menciona las palmas, y es el propio Jesús el que encuentra el borrico. Jesús había resucitado a Lázaro (Jn 11,1-44), acción que le presentaba como vencedor de la muerte. Como consecuencia de ella, el sanedrín lo había condenado a la máxima pena (Jn 11,4753). Es el vencedor de la muerte, el Señor de la vida, el que entra en Jerusalén. Es, a la vez, el condenado a muerte por los dirigentes religiosos del pueblo. ¿Hemos reflexionado lo bastante sobre esto? Intentemos descubrir el significado de esta entrada de Jesús en Jerusalén, el alcance real de este episodio. Es indudable que Jesús ha querido darle al suceso un sentido mesiánico, romper el silencio de otras ocasiones y manifestarse abiertamente tal cual es. ¡Faltaba tan poco para el desenlace! También es evidente que sus seguidores siguen sin entender. Los discípulos comprenderán después de su muerte y resurrección, a cuya luz escribieron los evangelistas. ¿Entenderemos algún día los cristianos? 2. Entramos en la última semana Juan es el único que precisa el día del acontecimiento: el día siguiente de la unción en Betania (Jn 12,12), ocurrida "seis días antes de la pascua" (Jn 12,1). Sitúa el episodio en conexión con la tarde anterior. Avanza la semana final, y el desenlace se acerca. Como de costumbre en estas fechas, la ciudad estaba repleta de forasteros. Para los otros tres evangelistas, Jesús ha terminado su largo viaje simbólico a través de Palestina y ha llegado a Jerusalén, donde se desarrollarán los últimos y más importantes acontecimientos de su vida. Mateo no menciona a Betania, ni Juan a Betfagé. Sorprende a primera vista el orden en que Marcos y Lucas citan a ambas, ya que Betfagé -citada en primer lugar- está más cerca de Jerusalén (es casi un suburbio de ella) que Betania (distante unos tres kilómetros). Quien viaje de Jericó a Jerusalén llega primero a Betania, luego a Betfagé. Parece que los evangelistas que citan las dos ciudades contemplan el camino desde Jerusalén, enjuician el viaje en función de la meta; sólo así se puede comprender debidamente la marcha. Si tenemos en cuenta a los cuatro evangelistas, Jesús y sus acompañantes llegaron a Betania procedentes de Jericó, donde tuvo lugar la cena citada por Juan. Al día siguiente partieron para Jerusalén. Dieron vista a Betfagé, cerca del monte de los Olivos; monte que era presentado por la escatología judía como el lugar donde aparecería el Mesías (Zac 14,4) y donde tendría lugar la resurrección de los

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muertos. Es curiosa la afirmación de los rabinos: si Israel era puro, el Mesías vendría sobre las nubes (conforme, a Dan 7,13); si no, sobre un asno (Zac 9,9). 3. Jesús tiene necesidad de un asno Dan vista "a la aldea de enfrente", que es probablemente Betfagé, lugar donde los peregrinos se sometían a los ritos de la purificación antes de hacer su entrada en la ciudad santa. También Jesús se prepara -según los sinópticos- para su entrada en Jerusalén. En Juan es la multitud la que inicia el acontecimiento. Los peregrinos que se reunían en la ciudad para las fiestas iban normalmente a pie. La entrada de Jesús será desacostumbrada. El final del camino, que le llevará en pocos días a la cruz, comienza con un gesto de señor. Hasta ahora nunca ha dicho en público que él es el Señor, y sólo ha aceptado de sus discípulos y de algunos marginados (samaritana, ciego de nacimiento, ciegos de Jericó...) una confesión explícita de su mesianismo. Pero ahora prepara conscientemente una manifestación pública mesiánica, destinada a los creyentes. Envía a dos de sus discípulos, cuyos nombres no se citan, con un encargo bien preciso. Los sinópticos subrayan el conocimiento previo que tiene Jesús de los más mínimos detalles; excelente manera de sugerirnos la soberanía y la libertad con que el Mesías va a adentrarse en la pasión. Jesús tiene necesidad de un borrico. Los guerreros montan a caballo. En el antiguo Oriente, la mula -no el asno- servía de montura a reyes y nobles (1 Re 1,33.38.44). El asno era la cabalgadura de los pobres y de las gentes de paz. Eligiendo este tipo de cabalgadura, pretende resaltar el significado pacífico, prioritariamente espiritual e interior de su acción. No es el rey guerrero que viene a conquistar por la fuerza ni un libertador político rodeado de carros de guerra, sino el Mesías de la paz, que trae la salvación, la vida en plenitud para los hombres; una vida que surge de su mismo interior como una fuente (Jn 4,14). Tal es el rey de Israel querido por Dios. La observación de Marcos y Lucas sobre el asno "que nadie ha montado todavía" tiene su importancia. Subraya la dignidad de Jesús, que utiliza un animal no empleado todavía ni como montura ni como animal de carga. Según textos del Antiguo Testamento, todo cuanto se utilice en el servicio de Dios no ha debido usarse antes: determinadas víctimas (Núm 19,2; Dt 21,3)... Con este detalle nos muestran todo el respeto que sienten por el Maestro: encuentran normal que se adopten unas medidas que antiguamente se adoptaban únicamente cuando se trataba de Dios. Llama también la atención el que Jesús se designe a sí mismo como "el Señor", y que pretenda disponer libremente del asno de un aldeano desconocido. Basta decir: "El Señor lo necesita". (Mateo menciona "borrica" y "pollino"). Pocos días después

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será humillado y crucificado, estará a merced de la crueldad humana...; pero ahora se nos advierte que ese hombre maltratado y asesinado es en realidad "el Señor", el que puede disponer de todas las cosas. En Juan es Jesús el que encuentra el pollino. Según él, al día siguiente al banquete en Betania llega a Jerusalén, traída por la gente que regresa de Betania, la noticia de que Jesús se acerca a la ciudad, lo que provoca una gran conmoción en los peregrinos; y muchos de ellos le salen al encuentro llevando palmas en las manos para escoltarlo solemnemente a la ciudad, y lo aclaman como rey mesiánico. Sólo Juan menciona los ramos de palmera. Mateo y Marcos hablan de ramas. El uso de las palmas se asociaba a la conmemoración anual del triunfo macabeo, que significaba la liberación de Jerusalén (1 Mac 13,50-52; 2 Mac 10,1-8). Al mencionar los ramos, Juan quiere expresar que la multitud vio en Jesús al que, uniendo en sí el poder espiritual y el temporal, llevaría a feliz término la liberación deseada al estilo de lo ocurrido en tiempos de los Macabeos. El ramo de palma es el símbolo de la victoria, y se llevaba en los cortejos triunfales (1 Mac 13,51; Ap 7,9). Alude al ramo que se cogía y agitaba en la fiesta de los campamentos, compuesto de un ramo de palma, otro de sauce y otro de mirto. Al no existir en Jerusalén plantaciones de palmas, los ramos que portaban debían ser los mismos que habían usado en la fiesta de los campamentos y que guardaban en casa. La multitud anhela la vida que existe en Jesús y que ha expresado resucitando a Lázaro. Pero en sus aclamaciones está latente un equívoco: esperan un rey que se instale en el poder y haga justicia. No entienden el programa de Jesús, sus intenciones: él da vida al hombre desde dentro, dándole la fuerza del Espíritu. Ellos, en cambio, la esperan desde fuera, de la reforma -política y sin compromiso personal- hecha por un rey justo. Es la mentalidad que tratará de deshacer Jesús, de forma silenciosa, montándose en el borrico. Quiere desmentir toda pretensión de violencia y de realeza mundana que la multitud pudiera esperar de él. Su misión es dar libertad y vida a los hombres, como manifestó con la resurrección de Lázaro. La multitud se va con Jesús, pero sin abandonar sus propios ideales. Una situación ambigua que prepara la próxima decepción. Quien separe la fe cristiana de la historia concreta de Jesús -incluida su pasión, muerte y resurrección-, habrá inventado una religión que puede ser muy loable, pero que ya no será la del Mesías de Dios. ¿Será nuestro "invento"? Toda la escena tiene como trasfondo -aunque Marcos y Lucas no lo citan- un pasaje de Zacarías (Zac 9,9), a pesar de la inverosimilitud histórica. La profecía de Zacarías -centro del relato- tuvo lugar entre los años 520 y 518 antes de Cristo. Era la época del retorno de los judíos de la cautividad. El año 536 a.C. habían

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empezado los trabajos de reconstrucción del templo; pero en forma tan modesta que los viejos, que habían conocido el templo de Salomón, lloraban desconsolados. Zacarías y su contemporáneo Ageo quieren presentar un Mesías sencillo, muy lejos de la imagen que los judíos derrotados y humillados tenían de su soñado jefe. Por eso Zacarías lo presenta sentado sobre un asno. No es de extrañar que las autoridades de Jerusalén no se alarmasen ante el acontecimiento: un pretendido mesías montado sobre un asno... y prestado. 4. Aclamamos a otro mesías Los discípulos encontraron el asno. Es la versión de los sinópticos. Todo sucede tal como Jesús les había indicado. Los borricos solían estar atados a una de las argollas o salientes de las casas mientras sus dueños hacían sus encargos. Les dejaron llevarlo. Acaso eran simpatizantes, amigos o conocidos de Jesús. Y, en cualquier caso, era un honor para ellos prestar un servicio al que era considerado como un maestro y taumaturgo famoso. Los discípulos colocan sus mantos sobre el animal en señal de honor, y Jesús se montó en él. Así montado, acompañado del entusiasmo popular y rodeado de sus discípulos, algunos de los cuales llevarían de un ronzal al asnillo, ya que ésta era la costumbre que tenían los discípulos con sus maestros, se encamina hacia Jerusalén. Las gentes -según Marcos y Lucas- tienden sus vestiduras en el camino delante de Jesús, que es también una costumbre oriental. Es como una especie de acto de vasallaje. Poniendo a los pies del rey los propios vestidos, se esperaba que él los recubriera con su propia gloria, tomara la defensa de su pueblo y asegurara la justicia. Otros, según nos dicen Mateo y Marcos, alfombraban el camino con ramajes cortados de los árboles. Se formó un cortejo delante y detrás de él, que le aclamaba con entusiasmo. Un cortejo que no debió revestir un volumen desorbitado. Quizá pudo pasar por una de tantas nutridas caravanas de las que por aquellos días estaban llegando a la ciudad para la fiesta de la pascua, y a las que salían a recibir algunos peregrinos llegados antes. Cuando estaban cerca de Jerusalén fue cuando comenzó a desbordarse el entusiasmo, al juntarse los que venían con él y los que salieron de la ciudad (Jn 12,12-13). Todo rebosa soberanía, todo es significativo. Aunque Jesús viene sentado en una humilde cabalgadura, es el Señor. Lo proclaman con sus gritos y aclamaciones todos sus acompañantes. Pero se tiene la impresión de que las invocaciones se dirigen a otro mesías, no a aquel que cabalga en el borrico. Y es que pueden existir oraciones

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bellísimas, ceremonias y fiestas espléndidas..., pero equivocadas al estar dirigidas a "otro". Es posible que Jesús se haya sentido pocas veces tan solo como en medio de aquel griterío. Las aclamaciones que nos transmiten los cuatro evangelistas son mesiánicas. "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" está tomada del salmo 118 (vv. 25-26), que se cantaba en algunas de las fiestas más solemnes; un salmo que nos ayuda a captar el verdadero sentido de aquel episodio, y que quizá recitaran completo. La aclamación "Hosanna" -"Dios salva"- había perdido su sentido como invocación para pedir la ayuda divina, y se había convertido en una expresión de júbilo y entusiasmo, como nuestro "viva" o "aleluya". La exclamación "Viva el Hijo de David" nos indica la realeza que esperan de Jesús: que restaure la monarquía davídica. De ahí la frase de Marcos: "Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David". Jesús calla ante las aclamaciones que le dirigen. La plasticidad de la escena se encarga de corregir sus -nuestras- falsas esperanzas. Los discípulos no entendieron el alcance de aquella escena hasta que Jesús fue glorificado (Jn 12,16). Sólo entonces se les iluminó el misterio de Jesús, la intención que tuvo con aquel gesto. Comprendieron también el error de la multitud, que entendió el mesianismo en un sentido completamente distinto a como lo había anunciado Zacarías. Ha sido la Iglesia primitiva la que, reflexionando sobre este hecho a la luz de la pascua, ha descubierto todas las características de una manifestación mesiánica. Así ha sido revivido el acontecimiento y se lo ha comprendido cuando ya había pasado. El modo que ha elegido para su entrada era muy apropiado para declarar su mesianidad a los que estaban abiertos a comprenderla, y al mismo tiempo para esconderla a los demás. Jesús se manifiesta únicamente a los que tienen "ojos" para ver y "oídos" para escuchar y entender. 5. Aparecen los fariseos Entre la multitud y los discípulos que lo aclaman se hallan "algunos fariseos" (Lucas). Le llaman Maestro y le insinúan que mande guardar silencio a sus discípulos. Muchas veces se lo había mandado él, pero ha pasado ya el tiempo de callar. A pesar del equívoco de sus seguidores sobre su verdadero mesianismo, Jesús les deja gritar porque ya ha llegado su hora: va a morir, y su muerte quitará toda ambigüedad a su realeza, a los que se dejen guiar por el Espíritu (Jn 14,26). Para él, los únicos que reaccionan negativamente son los dirigentes religiosos de Jerusalén, en claro contraste con el pueblo. Eran los que más tenían que perder..., porque su mesianismo amenazaba seriamente toda su estructura religiosa. Jesús era y es un peligro para los que viven

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aferrados a sus bienes económicos, a sus privilegios humanos y religiosos; bienes y privilegios que Jesús pone en crisis. La respuesta de Jesús les debió desconcertar. Si callaran gritarían las piedras. Acaso esta expresión fuese un proverbio. Las piedras están más dispuestas a acoger al Mesías de Dios que los jefes religiosos del pueblo, cuya incredulidad es tan tenaz que parece persistir aún. ¡Qué obstinación en cerrarse al Dios de Jesús en los que se consideran sus máximos representantes! ¡Qué enseñanza para nosotros! Los incrédulos y adversarios de Jesús, de corazón más duro que la piedra, formaban parte de la élite espiritual que todos consideraban la más dispuesta a recibir al Enviado de Dios. ¿Se repite la historia? Sólo Mateo nos describe la reacción de Jerusalén a la entrada del cortejo. Toda la ciudad, jefes y pueblo, sintió una fuerte sacudida, como un seísmo. Emplea el verbo que se usa para los temblores de tierra. Es lo que sucede cuando, creyendo estar en la verdad, descubrimos el error y el profundo cambio de mentalidad y de vida que requiere el retorno a la fe en el Dios de Jesucristo. Quizá nunca nos enteremos, lamentablemente, de que estamos siguiendo a otro mesías... “¿Quién es éste?" El entusiasmo de la multitud parece apagarse dentro de la ciudad. Ya no hablan del Mesías triunfador; se limitan a presentarlo como el gran profeta de Nazaret. Son las rebajas ¿por miedo a los dirigentes?, ¿o una prueba más de la inconstancia de sus convicciones? Lo que es evidente es que para ellos el Mesías no representa una ruptura, sino una continuidad con las instituciones de Israel. Al margen de la concentración de la gente alrededor de Jesús, Juan menciona a los fariseos, que no participan en el tumulto y que reaccionan en el interior de su círculo -"entre sí"- ante los acontecimientos que se están desarrollando en su presencia. No hacen un simple comentario pesimista de la situación, sino que se echan unos a otros la culpa de lo que sucede: "¿Veis? No adelantáis nada; todo el mundo se ha ido tras él" (Jn 12,19). Ninguno se hace responsable (hablan de "no adelantáis nada", en lugar de "no adelantamos"). Están unidos contra Jesús, pero ante el fracaso se dividen (Jn 9,16). Constatan que la multitud se marcha con Jesús -al que ellos ya han condenado a muerte-, lo que para ellos y su sistema significaría la ruina. Es posible que con su amarga reflexión estén precipitando aún más los acontecimientos. Es indudable que también se equivocaban al afirmar que todos se iban con Jesús... 6. El silencio de Jesús En el relato de Juan, Jesús no ha dicho ni una palabra. En los sinópticos, su

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silencio ha sido total después de los preparativos. Este silencio de Jesús nos debe hacer pensar, porque el silencio de Dios es más inquietante que cualquier palabra suya. Cuando los hombres nos empeñamos en hablar en su nombre, se calla para desmentirnos. No tiene nada que ver con lo que tramamos los hombres. Sus caminos y sus pensamientos raramente coinciden con los nuestros (Is 55,8-9). Es posible que para Jesús esta entrada haya sido casi como una crucifixión. No existía la más mínima comunión entre el que cabalgaba y la multitud que gritaba. El pueblo pensaba en algo muy distinto a la pasión y muerte que se cernía sobre él. Se comprende su reacción unos días después... Y es que la masa nunca se entusiasma con la verdad. Cuando una multitud se enardece, no está jamás por la verdad...; se guía por la ley del mínimo esfuerzo y por las ventajas personales. Amar a los individuos que la componen significa, antes de nada, tomar distancias. La ideología y la política son las que captan a la gente en cuanto multitud. Es su función: halagarla para lograr los propios fines. Jesús no acepta las adhesiones superficiales porque sabe de qué están hechas. Nos quiere personas reflexivas, libres, comprometidas con el bien y la justicia para todos. Quiere que usemos nuestra propia cabeza. Cualquier sistema de sugestión o de presión para captar a los hombres como masa, fuera de la adhesión interior, va en contra de sus procedimientos. Los últimos días de vida de Jesús estarán marcados por dos desilusiones: la de Jesús y la del pueblo. La de Jesús, porque no encuentra la respuesta adecuada a su misión; la del pueblo, porque evidentemente esperaba a otro mesías. Una desilusión que viene de lejos... desde que Dios había elegido al pueblo de Israel. Dos desilusiones que nacen de dos motivos opuestos. Israel y el hombre masificado y robotizado buscan la libertad y la vida sin tener que pagar su verdadero precio; les gustaría un Dios que se acomodara a sus deseos. Dios y Jesús quieren hacer de Israel un pueblo testigo, y de cada hombre un ser solidario y fraternal. Sorprende la obstinación de Dios y de su Cristo en esta empresa: ¿por qué se empeñan en querer construir su reino con nosotros?, ¿no estarán hartos de tantas desilusiones?... ¡Qué gran lección para nuestro cansancio y derrotismo, para nuestro "no hay nada que hacer"! En la capital permanecerá Jesús solamente durante el día. Las noches las pasará en Betania. La única noche que quedará en Jerusalén será la de la pasión.

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El proceso del grano de trigo

Entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: -Señor, quisiéramos ver a Jesús. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: -Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, ¿y qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: -Lo he glorificado y volveré a glorificarlo. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: -Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. La gente le respondió: -Nosotros sabemos por la ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es ese Hijo del hombre? Jesús les dijo: -Todavía, por un poco de tiempo, está la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas, no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz. Dicho esto, se marchó Jesús y se ocultó a su vista. (Jn 12,20-36) Estamos en los días previos a la prisión de Jesús. Cuando el fracaso del Calvario está ya a las puertas, Jesús vuelve a presentarse como luz para el hombre, como la fuente de la vida verdadera. El pasaje consta de dos partes: la petición de unos griegos -"gentiles"- y las palabras de Jesús sobre su glorificación por la muerte

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1. Unos griegos quieren ver a Jesús Este relato es propio de Juan. Unos griegos quieren ver a Jesús. Son representantes del mundo pagano, de todos los no judíos, de todos los nuevos pueblos que participarán de la salvación-liberación de Jesús, de todos los hombres que quieran conocer el verdadero rostro de Dios. El hecho de haber ido a Jerusalén a celebrar la fiesta nos hace suponer que no eran simples paganos, sino prosélitos que habrían entrado a formar parte de la sinagoga de su patria. Estos gentiles renunciaban a la idolatría y reconocían al Dios de Israel como al único verdadero; observaban la ley moral judía, pero no aceptaban la circuncisión ni se sujetaban a las prescripciones rituales. Manifiestan a Felipe su deseo de conocer personalmente a Jesús. No parecen guiados por una simple curiosidad, sino por el deseo de buscar la luz. ¿Se presentará por ello Jesús como la luz al final de este episodio? Quieren conocerlo tal cual es, tener experiencia personal de él. Buscan sinceramente la respuesta a la pregunta: ¿Cómo se nos manifiesta Dios para que lo conozcamos? Felipe se lo comunica a Andrés. Son los dos únicos apóstoles que llevan nombre griego, lo que nos indica que serían los más idóneos para comprender y tratar de satisfacer su deseo. Es posible, además, que procedieran de alguna ciudad de la Decápolis, cercana a Betsaida, y conocieran ya a Felipe y a Andrés. Ambos transmitieron a Jesús la petición. Y nada más se dice del suceso. Para Juan, la evangelización de los gentiles tuvo lugar después de terminado el ministerio terreno de Jesús. Fue tarea de los discípulos, de la Iglesia. El deseo de los griegos no es satisfecho, porque ellos verán a Jesús únicamente a través del ministerio de los discípulos, ministerio que no comenzará hasta después de la resurrección de Jesús. 2. "Ha llegado la hora" El discurso de Jesús sobre su glorificación por la muerte es, literariamente, respuesta a la comunicación de Felipe y Andrés. Sin embargo, no presenta ninguna relación con la petición de los gentiles, si exceptuamos el hecho de que con la llegada de la "hora" de la glorificación de Jesús su evangelio se abrirá a todos los hombres. Es un discurso que introduce y sintetiza los acontecimientos que se aproximan. La "hora" de Jesús -su muerte y resurrección- es la clave para entender todo lo que ha hecho y dicho a lo largo de su vida. Jesús declara, en primer lugar y por primera vez, que la "hora", tantas veces anunciada (Jn 2,4; 7,30; 8,20) y que había regulado su vida, ha llegado, y que en ella se

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manifestará su fidelidad -"la glorificación del Hijo del hombre"- al realizar hasta el final el proyecto de Dios, a pesar de costarle la vida. Donación que le hizo posible alcanzar la plenitud humana. Jesús no nos propuso una doctrina ni una ideología; nos mostró qué significa ser hombre de verdad, sus valores fundamentales, por encima de toda ideología y doctrina. Los enemigos ya pueden apoderarse de él. La misión que le confió el Padre está sólo a falta de un final trágico que él mismo había provocado con su actuación. ¡Eran muchas y muy poderosas "las personalidades" que había molestado con sus obras y sus palabras, y tenía que pagarlo! ¡Cómo iban a consentir verse derribados de sus tronos y privilegios y permitir que los pobres fueran colmados de bienes! (Lc 1,52-53). Las verdaderas razones del proceso que llevó al asesinato de Jesús eran y siguen siendo empleadas constantemente en la historia humana. La "hora" de Jesús nos coloca a sus seguidores en una disyuntiva: o hacer lo mismo que él y romper con la sociedad de consumo o contemporizar con el mundo y, al final, perder la vida. 3. Algo tiene que morir Los hombres no tenemos nada más importante que la vida. Es nuestro máximo valor y, a la vez, nuestro problema. Siempre nos amenaza el temor a perderla; la muerte física nos angustia. Pero hay otra muerte más sutil que nos ronda sin que nos demos cuenta muchas veces: la ausencia del sentido de la vida. ¿Para qué vivimos?, ¿merece la pena vivir la vida? Esto que tenemos entre las manos, ¿es una oportunidad para algo o un castigo? ¿Somos algo más que un absurdo, una pasión inútil, un sinsentido?... El hombre de hoy está orgulloso del progreso, de su técnica, de sus adelantos... Vive devorado por el vértigo de la velocidad, de las prisas...; pero ¿va a alguna parte? Con tantos reclamos como solicitan su atención ha terminado por dejar de lado muchas cosas importantes: Dios, el espíritu, la oración, la contemplación, la comunicación, la fraternidad, la justicia, el amor... Y se ha olvidado hasta de sí mismo. Ya no sabe a dónde va y por qué. Vive absorbido por las muchas cosas que le ofrece la sociedad... e insatisfecho. Puede disponer de placeres y de comodidades, ofrecidos en abundancia por la técnica; puede concederse todas las libertades a las que le "obliga" la sociedad permisiva. Pero le falta algo; tiene necesidad de todo lo que el dinero y el éxito no pueden darle. Y así, el hombre vive frustrado, resignado, sin caer en la cuenta de lo que ha perdido. ¿Cómo despertar en el hombre y en la sociedad moderna la nostalgia de lo perdido, la nostalgia de los verdaderos valores humanos, la nostalgia

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de la vida? ¿Cómo hacer que vuelva a ser criatura de deseos de plenitud y eternidad? Nuestra vida es tan importante que el núcleo del mensaje de Jesús es el anuncio de la salvación ofrecida al hombre en cuanto vida plena y para siempre. Ser seguidor de Jesús es creer que el hombre no acaba con la muerte, que nuestra vida no se estrella contra el muro de la nada y del absurdo. En un mundo como el nuestro, en el que se busca el éxito, el dinero, el ser más que los demás, aunque ello signifique atropellarlos..., es difícil entender las palabras de Jesús sobre el grano de trigo. Y, sin embargo, son palabras imprescindibles si queremos descubrir qué es realmente vivir. No se puede producir vida sin dar la propia, porque la vida es fruto del amor y no brota si el amor no es pleno, si no lleva al don total de sí. Amar es darse sin medida, sin esperar nada a cambio; hasta desaparecer, si es necesario, como individuo y como comunidad. "Si el grano de trigo..." Para ilustrar el sentido de su vida -glorificación por su muerte-, Jesús utiliza la metáfora del grano de trigo. No es una consideración científica, sino una apreciación popular, ya que si el grano muriera realmente no podría surgir la espiga. Como el grano de trigo que, para producir fruto, tiene que caer en el surco y deshacerse para poder germinar, Jesús tiene que morir para dar vida, para dejar libre de dificultades el camino hacia el Padre. La fuerza de la comparación no está colocada en la muerte del grano, sino en el fruto. Jesús lo que busca es la vida, el amor a los hombres, y se encuentra con un único camino para lograrlo: un camino de lucha hasta la muerte. Jesús "cae" en la realidad humana, en la que hay injusticia, odio, opresiones..., y no puede ni quiere evadirse. Y dedicará su vida a la superación de todo mal. Sólo luchando por el mundo nuevo logrará la vida, la victoria. La muerte de que habla Jesús es la culminación de un proceso de donación de sí mismo, el último acto de una entrega constante. El no ha dudado en seguir este camino: su cuerpo traspasado en la cruz y su sangre derramada son el signo de quien se ha olvidado de sí mismo para conseguir la vida para siempre. La muerte a sí mismo es el camino de la vida y de la fecundidad. Fue el camino de Jesús y debe ser el camino de sus seguidores. Nuestra gran tentación es la de evadirnos. Para dar fruto, para comunicar vida, amor, esperanza..., es preciso no escamotear la lucha, el esfuerzo y el sacrificio. Aunque parezca un camino de muerte, es un camino de vida. ¿No es una experiencia que todos podemos tener? Preguntémonos cuándo nos hemos sentido más satisfechos en lo más profundo de nosotros mismos: cuando hemos buscado por encima de todo nuestro bienestar, nuestro provecho..., o cuando hemos

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sabido ayudar a los demás, compartir nuestra vida, amar de verdad... Aunque esto segundo nos haya ocasionado esfuerzo, dolor y algo de "muerte" para nuestro egoísmo y orgullo. No hay vida sin muerte. "El que se ama a sí mismo..." Valiéndose de una frase antitética, Jesús nos presenta la paradoja de la vida: se pierde precisamente cuando se quiere conservar, y se salva cuando se hace entrega de ella. Es una idea enunciada también en los sinópticos (Mt 10,39; 16,25; Mc 8,35; Lc 9,24; 17,33). El que ama su vida, es decir, el que no está dispuesto a sacrificar su existencia actual en favor del bien de los demás, se verá privado de la vida verdadera; por el contrario, quien está dispuesto a entregarla, camina en la verdadera dirección: conseguirá la vida plena y para siempre. Al primero, la vida se le escapa de las manos, se le pudre como el agua estancada; al segundo se le está eternizando. Conservamos lo que damos, perdemos lo que guardamos. Una ley que vale para todos los seres humanos. Amarse a sí mismo es ponerse uno en primer lugar, es hacer de la propia persona un absoluto. El que así obra queda solo, como el grano que no fructifica. Aborrecerse a sí mismo es colocar en primer lugar el amor y la vida, la justicia y la libertad, la paz y la verdad... de todos. Pierde el que vive encerrado en sí mismo, el que no sabe amar, el que no sabe dar y menos darse. El que así vive, ya está muerto. Gana el que no tiene miedo a darse, a compartir todo con los otros, porque sabe -¿hará falta experimentarlo?- que se vive auténticamente sólo en la medida en que se hace donación de la propia existencia en favor del bien de la humanidad. Este hace crecer la vida y el amor; éste vive para siempre. ¿Estará aquí -vivir para sí mismola razón principal de tanto vacío y soledad como se experimenta en nuestra sociedad moderna? Dar la propia vida, condición para la fecundidad, es la medida suprema del amor; no es una pérdida para el hombre, sino su máxima ganancia, su completo éxito. Infundir miedo es la gran arma del orden injusto. El que no teme ni a la propia muerte, es decir, el que aun teniendo miedo se juega la vida en función de un ideal, se hace invencible y totalmente libre. El miedo a perder la vida biológica es el principal obstáculo a la entrega; poner límite al compromiso por apego a la vida terrena es llevarla al fracaso. El apego a la vida lleva a todas las abdicaciones, a ceder ante cualquier amenaza, a cometer la injusticia o a callar ante ella. Jesús está dispuesto a enfrentarse con la muerte. Para dar vida está dispuesto a entregar la propia. Su donación es la gran victoria de la humanidad. Es el camino que nos invita a seguir, el único que lleva a la vida. Porque Jesús no nos sustituye, sino que nos posibilita, al vivirlo él en plenitud, que nosotros podamos seguirlo. El

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camino ha quedado abierto. El fruto supone una muerte. "El que quiera servirme, que me siga..." También la primera parte de estas palabras de Jesús tiene su paralelo, aunque menos preciso que las anteriores, en los otros evangelios (Mt 10,38; 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23; 14,27). El discípulo debe seguir al Maestro en la muerte a sí mismo; y si le sigue en la muerte, también le acompañará en la gloria: "el Padre le premiará". Lo expresa con dos frases que dicen sustancialmente lo mismo. Jesús, que ha insistido en que el secreto de la fecundidad está en el don de la propia vida, nos invita ahora a seguirle por ese camino: el del servicio total. Ser discípulo de alguien consiste en colaborar en la misma tarea del maestro, en estar dispuesto a sufrir su misma suerte, a pesar de las dificultades y de las persecuciones y aun a riesgo de perderlo todo. La muerte física será el último acto de la donación hecha en cada momento. "Donde esté yo, allí también estará mi servidor". Jesús vive en la esfera del Espíritu, que es la de Dios. Quien se decide a seguirle ahora en la "muerte" entrará en el ámbito divino. Sólo hay vida verdadera donde hay amor. El que ama es libre, dueño de su vida; y por eso puede darla. Vivir es dar vida; la vida se tiene en la medida en que se da. Cuando el hombre va dando su vida, el Padre va comunicando vida a otros y acrecentándola en el hombre mismo, que se va haciendo cada día más semejante a él y viviendo cada vez más de su misma vida... hasta vivirla en plenitud y para siempre después de la muerte biológica. Es el premio del Padre. Seguir el camino de Jesús significa vivir dependiendo de la voluntad del Padre (Jn 4,34), trabajando para que se haga realidad su plan sobre la humanidad. Nosotros tenemos dos riesgos evidentes: vivir dependiendo del ambiente, aunque nos creamos los seres más libres porque hacemos "lo que queremos", o vivir solitarios, independientes en el sentido de individualistas. Son dos actitudes que suelen darse juntas, aunque se note más la primera. El vivir es algo solidario que hay que hacer juntos. Es lo que hizo Jesús: con su estilo de vida nos reveló al hombre nuevo -al "Hijo del hombre"- y al Padre. Un hombre nuevo -resurrección- que surge cuando se entrega sin condiciones el hombre viejo -muerte-. Nuestro grave problema consiste en querer compaginar el hombre viejo con el hombre nuevo, vivirlos a la vez; lo cual es imposible.

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4. Versión joánica de la escena de Getsemaní "Ahora mi alma está agitada..." Es la versión de Juan de la escena de Getsemaní, reducida a lo esencial. La traslada aquí porque en la presentación que él hace de la pasión no encajaba. En ella Jesús sigue siendo el rey de Israel y actúa con autoridad y gran dominio de la situación. ¿Cómo compaginar en este esquema la angustia de Jesús, su miedo ante lo que se le avecinaba? Por otro lado, era una escena que no podía suprimir al ser importantísima para comprender los sentimientos que embargaban el alma de Jesús en estos momentos decisivos de su vida. Si los sinópticos nos narran la agonía de Getsemaní (miedo, pavor, tedio), Juan nos habla de su hora de agitación y angustia pidiendo al Padre que le libre de ella. Una actitud inesperada para los que han mitificado su figura y olvidado que Jesús es solidario nuestro. Jesús ha desafiado a la institución religiosa judía y denunciado todo tipo de injusticias y opresiones padecidas por el pueblo, lo que le va a costar la vida. Ahora su ser protesta, se agita, oponiéndose a la muerte que intuye cercana. Una muerte violenta y prematura, en la flor de la vida, consecuencia de su oposición al triple poder que domina el mundo (religioso, político-militar y económico). Arriesgar la vida, aceptar el sufrimiento, es duro. Sufrir y morir tampoco fue fácil para Jesús. Si lo fuera, ¿sería un hombre semejante en todo a nosotros, menos en el pecado? (Heb 4,15). La fe no suprime las dificultades ni los miedos, sino que ayuda a enfrentarse con ellos y superarlos. Sería una falsa imagen de Jesús el imaginarlo como un superhombre, como un ángel impasible, por encima de nuestras experiencias de dolor, miedo, duda y crisis. En medio de la angustia que experimenta su alma, Jesús se pregunta qué debe hacer, qué oración debe dirigir al Padre. Parece que siente de nuevo la tentación tan humana de llevar adelante su misión por un camino distinto al de la cruz, lo que equivaldría a oponerse a la voluntad del Padre. Pero en seguida, a pesar de su turbación, asume el único objetivo que ha tenido durante su corta pero intensa vida: la fidelidad al Padre y a los hombres. Y así, su oración a Dios tiene este sentido: Padre, si la gloria de tu nombre o, lo que es lo mismo, si el cumplimiento de la misión que me has confiado lo requiere, estoy dispuesto a ir a la muerte. Era la única oración posible, si no quería apartarse del camino que había emprendido hacía unos tres años. Todo el sentido de su vida dependía de su actitud ante esta "hora" suprema, consecuencia irremediable de las opciones tomadas. Asume conscientemente su postura en contra de su inclinación natural, que preferiría librarse de la muerte. La glorificación del Padre está por encima de todo lo demás.

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Después de la oración de Jesús "vino una voz del cielo", que es como la respuesta positiva a la actitud tomada. La vida y la muerte del Hijo revelan la obra del Padre. Por eso la glorificación del Hijo coincide con la del Padre, y viceversa. Glorificación que ya ha tenido lugar -se expresa en pasado-, porque las obras de Jesús han sido hechas como respuesta incondicional a la voluntad del Padre. Y seguirá glorificándolo -ahora se alude al futuro-, porque esta voluntad del Padre se acentuará todavía más en la muerte-resurrección. En la Escritura la palabra "gloria", en especial cuando se trata de la gloria de Dios, no significa, como en nuestras lenguas modernas, una buena fama o un honor que se concede a alguien. Dios, que es amor (1 Jn 4,8), es glorificado a través de la vida de amor sin límites del Hijo, manifestado principalmente en su entrega hasta la muerte. Una vida que es glorificación, a la vez, para el Padre y el Hijo, al ser manifestación plena de ambos. Juan nos presenta a Jesús consciente de esta mutua glorificación entre él y el Padre. Su unión con Dios, su entrega a cumplir su voluntad, es distinta de la que pueda tener cualquier otro ser humano. Por eso la voz del cielo no vino por él, sino por los oyentes, para que sepan que el Padre está de acuerdo en las obras del Hijo, que las aprueba y se identifica con ellas. Jesús no tiene necesidad de una aprobación sensible de su oración, porque sabe -tal es su fe- que el Padre le escucha siempre (Jn 11,42). La gente interpreta a su modo la "voz del cielo". Es el contraste de actitudes que existe cuando se nos presenta alguna novedad... Con la muerte de Jesús llegará al máximo la glorificación del Padre, porque a través de ella sucederán tres cosas importantes: el juicio del mundo, la derrota de su príncipe y su levantamiento de la tierra. "Ahora va a ser juzgado el mundo". El mundo son aquí los enemigos de la luz, de la libertad y de la justicia, del amor; los que mantienen la opresión. La presencia de la luz, de la verdad, provoca inevitablemente un juicio, una separación. Todo depende de la actitud mantenida por el hombre ante Jesús, ante sus planteamientos, lo haga consciente o inconscientemente, conociéndole a él o sin conocerle. El que acepte vivir de un modo solidario obtendrá una sentencia positiva; el que elija su propio provecho escuchará una sentencia negativa. El "mundo" se condena automáticamente por su postura de rechazo a la obra de Cristo, que es lo mismo que el rechazo a la fraternidad universal. "Ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera".Este príncipe es Satanás, nombre que designa el poder que oprime a los hombres, el origen de tanto mal como nos rodea. Es el dios-dinero (Mt 6,24), causante de la ceguera de los hombres, de

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su insolidaridad y egoísmo. Un dios que se ha apoderado de la institución religiosa de Israel (Jn 8,44). Con la vida de Jesús, entregada hasta la muerte, se abre a los hombres el camino para liberarse de este ídolo, superando el pecado -mal- y todas sus secuelas. No hay más "dentro" que la vida de Jesús, que es la del Padre. El que no esté con él será arrojado fuera (Jn 15,6). Jesús no habla abiertamente de la cruz; se refiere a ella de forma velada, pero inteligible; presenta su pasión como una "elevación". Elevación que incluye la cruz y la gloria, y que implica para la humanidad una ruptura; porque mientras los incrédulos -los que busquen sus propios intereses, con olvido de los demáscompartirán la suerte del mundo hostil a Dios, los que busquen el bien del hombre -sólo éstos son verdaderos creyentes- serán atraídos hacia él, hacia la cruz, al exponerlos al odio y a la persecución de que fue víctima él mismo. Dejarse atraer equivaldrá para ellos a "ser levantados del mundo", ya que desde ese momento no pertenecen al mundo caído en la corrupción. El Dios de Jesús no es el ídolo de nuestra fantasía. Su gloria brilla a través del amor sin límites y en la debilidad de la muerte, nunca en la fuerza del poder. La muerte de Jesús universaliza su obra, que, por su resurrección, adquiere un carácter de atemporalidad para poder ser válida en cualquier lugar y tiempo, para cualquier clase de personas, para todos aquellos que se identifiquen con su camino y lo sigan. La cruz no termina en la muerte, no es signo de derrota, sino de subida hacia el Padre por la resurrección. Lo mismo que el grano de trigo que se deshace en el surco posibilita la futura espiga. 5. Reacción del auditorio y respuesta de Jesús Jesús se ha identificado con el "Hijo del hombre" y ha hablado, al mismo tiempo, de su "elevación". La gente relaciona Hijo del hombre con el Mesías que, según numerosos textos de la Escritura (Is 9,6; Jer 31,35-37; Ez 37,24-28; Dan 2,44; Os 2,21; Jl 4,20; Miq 4,7...), fundaría un reinado de duración eterna. La turba comprende de sobra que él se tiene por Mesías y que piensa que lo crucificarán. Si el Mesías debe permanecer para siempre -tal es el único Mesías que ellos aceptan-, ¿cómo se compagina esta permanencia para siempre con su elevación? No pueden comprender que la elevación haga referencia a algo más que a la muerte. Consideran que sus palabras implican una contradicción con las prerrogativas mesiánicas que pareció admitir en el momento de su entrada mesiánica en Jerusalén. ¿Quién es este Hijo del hombre, el Mesías, que así desaparece y no cumple lo que la Escritura dice de él? Del

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Mesías-Siervo (Sal 21; Is 52,13 - 53,12) prefieren no enterarse. Siempre estamos más dispuestos al triunfalismo que al compromiso. Nuestro Mesías no es un Señor al que tenemos que obedecer, sino una meta que hemos de alcanzar. Su pregunta final: "¿Quién es ese Hijo del hombre?", muestra su incertidumbre. Quieren saber qué título se aplica Jesús, puesto que no puede ser el Mesías por no corresponder a lo anunciado. Sólo lo aceptarán si se presenta con las características propias del poder y de la gloria humanos. No son mejores ni peores que nosotros... El Mesías que esperan impondrá su reinado sin dejar opción. Jesús atraerá hacia él respetando la libertad de cada uno, para llevar a los que lo acepten a una entrega como la suya. Ellos, que a causa de la interpretación de la ley que hacen sus dirigentes nunca han sido estimulados a la libertad y responsabilidad personales, no desean su mesianismo porque intuyen que les compromete personalmente. Deseamos la reforma de las estructuras de la sociedad y de la Iglesia que nos beneficien, pero rechazamos nuestra propia reforma -conversión- personal, interior. Jesús no responde a la objeción de la multitud, pero toma ocasión de ella para dirigirles una seria advertencia sobre la urgencia de la opción, sobre la necesidad de aprovechar bien el tiempo presente, en vez de permanecer pasivos esperando el futuro y suspirando por la deseada prosperidad mesiánica. Los exhorta a la reflexión, porque el tiempo apremia y está a punto de consumarse la ruptura. Es la última oportunidad. La tiniebla los rodea y está al acecho, y van a tener por poco tiempo la luz que les permita salir de ella. Deben separarse de los dirigentes, que han optado contra él, que es lo mismo que optar contra la vida y contra Dios. Les invita a que prescindan de ideas preconcebidas si quieren alcanzar el sentido de sus vidas. Les contesta presentándose de nuevo como "la luz" (Jn 8,12; 9,5) y urgiéndoles a que aprovechen el poco tiempo que aún estará entre ellos (Jn 7,33); a que caminen a la luz de sus enseñanzas, si no quieren verse envueltos en las tinieblas que se difundirán una vez se extinga su luz. Una luz que se posee como propia, igual que el agua que él da se convierte en un manantial interior (Jn 4,14); una luz que es la vida y que se integra en la persona. Su misión, que está a punto de terminar, ha consistido en arrancar al hombre del poder del "príncipe de este mundo", del misterio de su oscuridad y tinieblas, y trasladarlo a la luz; separarlo de una vida sin sentido centrada en el tener, para animarle a caminar hacia la plenitud humana. El camino es él mismo; si lo siguen, llegarán a ser hijos de la luz, y ya no tendrán por qué temer la presencia de las tinieblas. El esfuerzo más importante de todo hombre consiste en ir desarrollando a lo largo de su vida todas las posibilidades que encuentra dentro de su persona. Dios trabaja junto con cada ser humano, desde dentro de él mismo, para hacer surgir en cada uno el hombre nuevo creado a su imagen y semejanza; el hombre regenerado,

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responsable, abierto al amor sin fronteras. Los hombres estamos llamados, por parte de Dios y de un modo irrevocable, a la perfección. Para ello Dios no nos da leyes escritas en piedra, sino que ha grabado su ley de amor universal en el interior del corazón humano. Ese deseo de plenitud y de felicidad, que todos llevamos dentro, es el mismo plan del Padre para que lleguemos a la madurez. Jesús ha sido el primer hombre que, en favor suyo y en beneficio de los demás, ha llegado a ser en plenitud el hombre nuevo. El Padre se ha complacido en su vida, porque conoció la ley escrita en su corazón y la obedeció plenamente. Por ello ha llegado a la perfección y nos ha descubierto el camino para llegar al Padre, y puede decir en verdad que es "la luz". Después del aviso que les ha dado, Jesús se aleja. Es una fórmula literaria para indicar el final de sus palabras. Ha querido darles otra oportunidad -la última de este evangelista- para que rechacen la tiniebla que les domina, pero no aceptan; la ley, enseñada por sus dirigentes, les impide ver. Jesús sigue atrayendo, interrogando, fascinando. Deberíamos preguntarnos con sinceridad qué influjo ejerce en nosotros y qué respuesta estamos dando a sus planteamientos. Porque no es suficiente participar en unas celebraciones litúrgicas, recibir los sacramentos, dedicar un tiempo a la oración... Es preciso que todo eso nos lleve al fondo: ¿Hasta qué punto creemos en Jesucristo? ¿Hasta qué punto esta fe se realiza en un seguirle? Damos la impresión de haber montado la fe sobre "creencias" y conveniencias y de haber vaciado el misterio de Jesús. Mejor sería decir que no hemos intentado en absoluto desentrañarlo, por ser menos peligroso aceptar la caricatura que nos han presentado desde los años de la catequesis. Nos hemos fabricado un Cristo superficial, de consumo. Pero, sin creer y seguir al Jesús del evangelio, nos va a ser imposible salir de esta situación. ¿Se realiza en nosotros el proceso del grano de trigo que muere para dar fruto? Dice Sudhu Sundar Singh: "Un día estaba yo sentado cerca del Himalaya, a la orilla de un río. Saqué del agua una piedra hermosa, dura, redonda, y la rompí. Su interior estaba completamente seco. Esta piedra hacía tiempo que estaba en el agua, pero el agua no había penetrado en ella. Lo mismo ocurre con los hombres en Europa. Hace tiempo que fluye en torno suyo el cristianismo, y éste no ha penetrado y no vive dentro de ellos. La falta no está en el cristianismo, sino en los corazones cristianos".

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Parábola de los dos hijos

Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". El le contestó: "No quiero". Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. El le contestó: "Voy, señor". Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre? Contestaron: -El primero. Jesús les dijo: -Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis: en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y aun después de ver esto vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis. (Mt 21,28-32)

1. El poder y la autosuficiencia ciegan Los dirigentes religiosos de Israel le han pedido a Jesús que les explique con qué autoridad expone su mensaje y realiza sus acciones y quién se la ha dado. Jesús les ha respondido con otra pregunta sobre el origen del bautismo de Juan, a la que sabe no van a querer responder (Mt 21,23-27; Mc 11,27-33; Lc 20,1-2). ¿Para qué darles razones si no piensan hacerle caso? En lugar de responderles directamente, les cuenta tres parábolas de denuncia sobre su actitud ante él. La primera -que sólo nos narra Mateo- es la parábola de los dos hijos. Las tres anticipan las durísimas palabras de Jesús a los letrados y a los fariseos a causa de su hipocresía (Mt 23). Con la parábola-alegoría de los dos hijos, Jesús nos presenta el contraste entre la actitud de los notables del pueblo, que se proclamaban fieles seguidores de Dios, pero que en realidad no vivían de acuerdo con las enseñanzas de los profetas, y la gente considerada pecadora e infiel, que escuchaba a Jesús y se convertía; deja entrever el conflicto entre las actitudes colectivas de los dirigentes religiosos y las reacciones personales de muchos marginados de la sociedad. Apunta directamente a lo fundamental: a la conversión del corazón; no bastan las palabras, se requieren las obras. Sólo los hechos son garantía de la veracidad de las palabras. A Jesús le dan asco la hipocresía, las apariencias, las "fachadas"; él mira el fondo del corazón y se

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complace en la sencillez de los que se reconocen débiles. Es una lectura desconcertante, hiriente, escandalosa para los cumplidores de preceptos externos y para los dirigentes religiosos de todos los tiempos, siempre que queramos enterarnos. Un verdadero insulto. Con ellas Jesús da razón de su comportamiento, que salta por encima de los convencionalismos sociales, de su acercamiento a los marginados. Normalmente eran los únicos que le escuchaban con el corazón abierto de par en par, y le entendían. Ya sabemos lo caro que pagó su osadía. En sus años de predicador ambulante, Jesús ha experimentado hasta la saciedad que son los que se reconocen de verdad como pecadores y los marginados de la sociedad los que están más cerca de la salvación. El comportamiento con él de los que se creían justos fue incalificable: han acabado con él en la cruz. Es una experiencia que todos podemos tener si algún día nos decidimos a convertirnos al evangelio. El gran problema del cristianismo en los países de tradición cristiana es el conformarnos con unas prácticas religiosas. Pero Jesús no se conforma; quiere que seamos realistas. Porque es verdad que Dios quiere que recemos, que recibamos los sacramentos...; pero quiere también que trabajemos por su reino de libertad, de justicia, de amor...; que compartamos. ¿No es una de las tradicionales acusaciones contra los cristianos y contra la Iglesia que... mucho rezar y muy buenas palabras, pero que nuestra vida no está de acuerdo con lo que decimos creer? Los que son objeto de desprecio son más capaces de conversión que los orgullosos y los que se bastan a sí mismos. Los dirigentes religiosos del pueblo de Israel decían que cumplían la ley del Señor (algunos, como los fariseos, en exceso), pero de hecho lo hacían superficialmente. Otros, que estaban marginados de la ley, de la comunidad cultual, del pueblo sagrado, y que parecía que vivían de espaldas a Dios, escuchaban al joven maestro, y sus palabras les llegaban al corazón. La parábola está muy bien proyectada. Primero la expone, luego provoca el juicio de los dirigentes; finalmente, al dar la explicación, la vuelve contra ellos. 2. Exposición de la parábola La parábola no es una historia desarrollada. Contrapone a dos hijos de un padre. Comienza con un interrogante -"¿Qué os parece?"-, fórmula usual de introducir las parábolas. El primero de los hijos rehúsa la invitación del padre, pero luego cambia de opinión y va a trabajar a la viña. El segundo, por el contrario, se declara dispuesto, pero luego no va. Es de notar la cortesía de este segundo hijo: llama al padre "señor".

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De paradoja en paradoja vamos penetrando en el misterio del reino de Dios. De escándalo en escándalo vamos comprendiendo, si queremos, toda la novedad del mensaje de Jesús. El hijo que parecía desobediente resultó ser el fiel; el que parecía sumiso fue el rebelde. Es evidente que nos plantea la falta de adecuación entre lo que decimos y lo que luego hacemos. El primero ha respondido: "No quiero". Pero después de reflexionar fue a cumplir el encargo del padre. Se comporta de un modo muy humano. La parábola parece que considera normal en el hombre creyente una primera actitud de rebeldía; de otra forma podría haber presentado un tercer caso en que el hijo dijera "voy" y fuera. ¿No hubiera sido éste el ideal? También prescinde del caso -sería la cuarta actitud posible- del hijo que diga "no " y se mantenga en su negativa. Estas dos posibilidades no servían para el fin que se proponía Jesús: desenmascarar a sus interlocutores. Dios no quiere sometimientos serviles; busca respuestas reflexionadas y libres por parte de los hombres. Entregar la propia voluntad en manos de otro, en forma indiscriminada, es algo que atenta gravemente contra sí mismo. Sólo en la medida en que reflexionamos y actuamos conforme a esa reflexión nos afirmamos como auténticos seres humanos. De la actitud de este primer hijo parece que podemos concluir que, durante algún tiempo, tenemos derecho a decirle "no" a Dios, a medir el significado de un seguimiento que jamás debe significar la renuncia a la propia identidad y opción. Lo que no acepta Jesús es la actitud hipócrita y santurrona de los que se creen mejores que los demás y sin necesidad de cambio alguno. Prefiere el largo camino, lleno de libertad y de fracasos, de los buscadores de nuevos horizontes a causa de su inconformismo con la vida que les rodea, a la comodidad de los que dicen "sí" a todo, pero no se comprometen con nada. La mayoría de los grandes santos, ¿no llegaron a la fe de adultos? ¿Qué queda de tantas prácticas religiosas desde niños? ¿No deberíamos cambiar de táctica y decidirnos a evangelizar? Ciertamente, la parábola no alaba la negativa del primer hijo al padre como tal, sino el proceso de ese hijo que fue capaz, desde ese rechazo instintivo, de llegar a una aceptación pensada y libre de lo que quería el padre. Dios no tiene prisa por recoger frutos del hombre; sabe esperar. Nos deja tiempo para que pensemos nuestras decisiones, para que reflexionemos el alcance de un seguimiento que, para ser verdadero, debe ser definitivo. A Dios no le asustan nuestras debilidades, ni nuestros pecados, ni nuestras rebeldías. ¿Cómo llegar a liberarnos interiormente sin ser conscientes de ellos? La conciencia de las propias limitaciones y pecados nos confiere la experiencia de las ataduras interiores, lo que tiene un valor inmenso a la hora de

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elegir. Si la respuesta que damos a los interrogantes que nos presenta la vida no es fruto de un acto reflexivo y libre, su duración será escasa y nulo su valor. Sólo personas serviles y domesticadas pueden exigir una respuesta servil al súbdito. Dios nos da tiempo para que respondamos; no nos apresuremos antes de tiempo. Estudiemos y reflexionemos directamente el evangelio -lo que implica posponer otros estudios, aunque sean muy importantes-; conozcamos, si queremos, otros esquemas de vida... para que nuestra opción de fe sea más libre y definitiva. Es importante que busquemos vivir en libertad y lo consigamos. Jesús sabe que su evangelio no defraudará al hombre sincero. El segundo hijo representa a los dirigentes religiosos y, por extensión, a todos los que viven hipócritamente enmascarados en una religiosidad de ritos externos. Su conducta, sumisa aparentemente y conformista, le lleva al fracaso del proyecto humano. Ha confundido obediencia con sumisión, respuesta con sometimiento, palabras con hechos, celebraciones religiosas con transformación de la humanidad -"trabajar en la viña"-. Parece que no quiere saber que obedecer no es someterse al que manda, ni mandar someter al subordinado; es proponer o escuchar la palabra desde dentro de uno mismo, como una invitación para el encuentro. Sólo es auténtica obediencia la respuesta que se da reflexivamente y en libertad. Son muchos los cristianos que viven aplastados por el peso de las prácticas; y muchos los dirigentes que especulan con el sometimiento servil, colocándose la máscara de la obediencia para escalar mejores puestos; prácticas y sometimiento que les sirven para justificar el resto de sus acciones. Esta actitud imposibilita al hombre para todo proceso de liberación interior y prostituye la imagen de Dios, de Jesucristo y de la Iglesia. Todos conocemos grupos y personas que hacen grandes profesiones de fe, de fidelidad al mensaje de Jesús y a los ideales más elevados, y después son unos empedernidos materialistas; y grupos y personas que nunca hablan de ello y están tratando -la mayoría lejos de la institución eclesiástica, lo que debería hacernos pensar- de instaurar el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33). 3. No deciden las palabras, sino las acciones Los dirigentes religiosos del pueblo tienen que reconocer que es el primer hijo el que, a pesar de su negativa inicial, "hizo lo que quería el padre". Edificó su casa sobre roca (Mt 7,24s). El segundo ha construido su fe sobre arena (Mt 7,26s). Jesús, en un ataque de una aspereza inaudita, aplica la breve parábola a sus interlocutores: "los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo". Un ataque que estamos tan acostumbrados a escuchar que no nos impresiona; y que, si somos

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dirigentes, ni por un momento nos imaginamos que pueda ser actual. Todos necesitamos escuchar siempre el evangelio como si fuera por primera vez. Jesús los pone por debajo de las dos categorías de personas más despreciadas de Israel: "los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios". Eran dos grupos de personas que no observaban la ley y hacían caso omiso de las prescripciones rabínicas, por lo que, según la doctrina del judaísmo, no tendrían parte en el mundo futuro. Los compara -y salen perdiendo- con el desecho de la sociedad. Jesús sabe que hay quienes afirman con sus labios cumplir la palabra de Dios, pero en realidad después sólo buscan sus propios intereses; y que otros, que parecen vivir de espaldas a Dios, están luchando por implantar su justicia en la sociedad. Los dirigentes religiosos, casi en general, se habían apresurado a decir "sí" a Dios, pero su vida... En cambio, muchos publicanos y prostitutas habían prestado atención a la predicación de Juan Bautista, y ahora escuchaban a Jesús. Mientras los letrados y los fariseos se han quedado indiferentes ante sus palabras y tratarán de librarse de él sin importarles los medios, los marginados han entendido. Juan y Jesús han enseñado el mismo camino; el que no cree en el primero, tampoco creerá en el Mesías. Los que agradan a Dios son aquellos que se ponen de verdad a trabajar en la viña -"el camino de la justicia", enseñado por Juan y Jesús-, aunque hayan protestado porque no querían ir. Esto, que es de sentido común, lo contrapone Jesús a los que creen agradar a Dios por estar constantemente con su nombre en los labios y por el cumplimiento externo de los preceptos; a los que creen tener la exclusiva sobre Dios y su Cristo, mientras optan por mantener situaciones establecidas de injusticia que evitan los riesgos, dan tranquilidad en el presente y les aseguran el llamado cielo. La palabra hay que vivirla. No es suficiente con afirmar el "amor a la Iglesia"; tenemos que comprometernos con ella en el camino de fidelidad al evangelio. No basta con declararnos "servidores del mundo", si no tiramos fuerte para que la historia avance. ¿De qué sirve hablar de amor, de fraternidad, de justicia... si solamente hablamos? ¿Para qué tanto rito, y misas, y tradiciones escrupulosamente guardadas, si no practicamos la justicia? Esta actitud farisaica, que anida en el corazón de todos, impide que lleguemos a ser creyentes. 4. Aplicación para nosotros hoy Pensemos en nosotros. Es muy fácil condenar a aquellos dirigentes... Pero ¿y nosotros? Porque creo que no estamos tan lejos. Jesús siempre es imprevisible, a

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pesar de nuestro empeño en encasillarlo. El mal de aquellos sacerdotes y ancianos era estar satisfechos de sí mismos, tener muy aprendidas sus reglas, conocer perfectamente su juego. Así cumplían. Estaba todo reglamentado y claro. Tan claro, que les impedía ver cómo aquel primer hermano, que había dicho que no, pronto se arrepentía y tomaba el camino de la viña; mientras ellos, como el segundo hermano, se contentaban con buenas palabras y andaban a lo suyo, jugando el juego social y religioso que ellos mismos habían establecido... para su servicio. Pero no iban a la viña que Dios quería. Tan claro, que no tenían por qué prestar atención a nadie que se atreviera a llevarles la contraria o hacerles alguna advertencia. ¿Convertirse ellos? ¿Cambiar de forma de pensar o de comportarse? ¿Hacer caso de aquel galileo? Es lo mismo que hacemos ahora con los verdaderos profetas actuales. Israel, principalmente sus dirigentes, debería ser un escarmiento para nosotros. "Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo" decían oficialmente "sí", pero no cumplían. Todo era fachada y apariencia. Y se tenían por perfectos... No parece que los dirigentes de la Iglesia mediten en demasía esta parábola. Por eso no han sacado sus rigurosas conclusiones, corriendo el peligro de equivocarse a la hora de descubrir quiénes son los que verdaderamente trabajan por el reino de Dios y quiénes son los cristianos sinceramente obedientes. Porque adular o simular obediencia no es sinónimo de fidelidad a la Iglesia. Los especialistas del saludo, de las buenas palabras, de la diplomacia, los que se encuentran en primera fila en las celebraciones religiosas o cuando se reparten los mejores puestos, suelen estar siempre en la retaguardia, con las manos bien limpias, cuando llega la hora de trabajar en serio en la "viña". Son, sin duda, los hijos "rebeldes" los más apasionados de la casa. El suyo suele ser un amor desilusionado. Es posible que sean así porque alguien los ha herido, porque alguien ha pretendido llevarles por caminos inaceptables para ellos. Quizá son "rebeldes" porque tratan de ser fieles a unos valores olvidados, porque tienen la virtud de no saber emplear las palabras como incensario. Solamente los obreros de la verdad, y no los especialistas del "sí", llegan a la luz. Lo que importa es hacer la voluntad de Dios: cultivar la viña; no defenderla únicamente. El Padre se fía de las personas que trabajan por la justicia, por la libertad, por la paz y por la igualdad de todos los hombres. ¿Nos preocupamos de verdad por descubrir qué quiere Dios de nosotros ahora y aquí, en las circunstancias históricas concretas que estamos viviendo? ¡Cuántas veces hemos faltado los cristianos a la cita de la historia! ¡Cuántos retrasos ha impuesto nuestra pereza a la marcha del evangelio! Menos mal que el Padre tiene a su disposición otros hijos que, aunque parezca que no le dicen "voy", hacen lo que deben hacer. Los cristianos poseemos un mensaje de liberación, seguimos a un hombre que logró

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la liberación plena, pero han sido frecuentemente otros los que han liberado y siguen liberando a los hombres. Es esperanzador comprobar que los cristianos de base de Latinoamérica están acudiendo a la cita con la historia, con gran dolor de los "cristianos de buena educación y mejor mesa". ¡Cuántos rechazan la Iglesia a causa de sus traiciones a la justicia, de su negativa a defender con hechos -las palabras no les faltan- a los marginados y expoliados! Detrás de ciertos cristianismos -grupos, asociaciones,

congregaciones,

órdenes,

pías

uniones,

cofradías,

comunidades,

parroquias, diócesis...- hay la misma vaciedad que Jesús denuncia en los dirigentes religiosos de su tiempo. Estemos atentos a la vida de cada día y escuchemos ahí las llamadas del Padre. Estemos atentos..., y cuando algo nos sorprenda -el comportamiento de una persona, las reflexiones de un compañero, las críticas de alguien...- no nos apresuremos a condenarlo y a justificarnos nosotros, porque por mil caminos inesperados puede sorprendernos la llamada del Señor. No vale acudir a excusas a la hora de admitir la propia responsabilidad.

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Parábola de los viñadores asesinos

-Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: "Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia". Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores? Le contestaron: -Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos. Y Jesús les dice: -¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de los cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que se estaba refiriendo a ellos. Y trataban de detenerle, pero tuvieron miedo a la gente porque le tenían por profeta. (Mt 21,33-46; cf Mc 12,1-12; Lc 20,9-19)

1. La incomprensible incredulidad de los hombres religiosos de siempre Si los textos evangélicos insisten en un tema, no debemos evadirlo, aunque nos resulte muy conflictivo y desagradable. Vamos a comentar la segunda de las tres parábolas que Jesús dedicó al final de su vida a la incredulidad del pueblo de Israel en general, encabezados por unos dirigentes religiosos que anteponían sus intereses y ganancias a los deseos de Dios. Una parábola que, con una fuerza extraordinaria, pide cuentas de su actuación a los falsos pastores de Israel, que han llevado al pueblo al rechazo del enviado de Dios, y anuncia la sustitución del pueblo judío por un nuevo pueblo. Nos cuenta una terrible historia de maldad humana, nos revela el drama del judaísmo y el futuro de la Iglesia si es infiel a la misión que le han encomendado. A diferencia de la anterior,

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que sólo nos narraba Mateo, esta parábola nos es relatada por los tres evangelistas sinópticos con ligerísimas diferencias secundarias. Existen en ella muchos puntos alegóricos, por lo que podemos considerarla como una parábola alegorizante, evitando dar interpretación a todos los detalles (cerca, lagar, casa del guarda...) puestos en función de la narración. Puede ser muy aleccionador leer la historia de estos veinte siglos de Iglesia a la luz de esta parábola-alegoría. Muchas cosas incomprensibles pueden resultar diáfanas. De nada sirve esa falsa seguridad de creer que lo nuestro es lo que Dios quiere y bendice, tan frecuente en muchas personas de la Iglesia, en los políticos que se llaman sin rubor cristianos, en los hombres muy acomodados... En lugar de identificar, sin más, sus opiniones con las de Dios, deberían tener en cuenta la opinión de ciertas comunidades cristianas aleccionadas por unos profetas que aparecen de vez en cuando como estrellas fugaces. No estamos lejos de los tiempos en que los intereses de un Estado, o de un partido político, o de un régimen, o de una ideología, fueron presentados como los auténticos intereses de Dios. El desastre a que lleva este proceder está anunciado en el texto y es una experiencia que todos podemos tener si queremos abrir los ojos. La parábola-alegoría nos invita a la conversión al presentarnos la culminación de una larga historia de infidelidades. Es una seria advertencia para los cristianos, obligados a dar los frutos que no dio el pueblo de la antigua alianza. 2. La muerte de los profetas no es consecuencia de un trágico error Desde los tiempos del profeta Isaías, aparece frecuentemente en la literatura bíblica el tema de la viña como símbolo de Israel. Una gran vid de oro macizo y de grandes proporciones estaba colocada encima de la entrada del santuario en el templo de Jerusalén, representando al pueblo israelita. Jesús calca su parábola del cántico conmovedor del profeta (Is 5,1-7), cambiando su final. Ambos -Isaías y Jesús- describen la viña en condiciones óptimas para producir frutos abundantes. Para tener más claro desde el principio el significado de la parábola, adelantamos su simbolismo: el propietario es Dios; los trabajos que realiza en la viña nos están indicando su solicitud y amor por el pueblo elegido; los labradores son principalmente los dirigentes religiosos de Israel, y con menor responsabilidad el resto del pueblo; el fruto es el amor, la justicia...; los criados, los profetas; los envíos repetidos significan la constante llamada de Dios a la conversión; el hijo es Jesús. Dios había formado un pueblo de esclavos en Egipto y lo había hecho propiedad personal, adoctrinándolo con una historia de salvación-liberación. Frecuentemente le

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enviaba profetas para que le indicaran el camino a seguir. Y esperó que diera fruto, pero le dio agrazones (Is 5,2). Todavía hoy podemos comprobar en Palestina la existencia de muchos de los detalles que adornan o se insinúan en la parábola. El muro que sirve de cerca a las viñas, construido con piedras sueltas, sin conexión entre sí, pero colocadas con gran maestría. El lagar, menos frecuente, también se construía dentro de algunas viñas, excavado en roca. La casa del guarda -que Marcos llama "torre" (Mc 12,1)- no era más que una caseta redonda y sin techo, construida también con piedras sueltas, y que cuando maduraban las uvas se la cubría de follaje, dejando una especie de atalaya para vigilar la viña, y se utilizaba de vivienda permanente para el guarda y para los viñadores en la época de la vendimia. Todos estos elementos pretenden indicarnos que en la viña no faltaba ningún detalle para que los frutos pudieran ser muy abundantes; que el dueño había puesto todo el interés (se ve mucho más claro en el texto citado de Isaías). El detalle del amo que arrienda la viña a unos labradores y se va de viaje al extranjero era normal. Muchos terrenos de Palestina, principalmente de Galilea, pertenecían a latifundistas extranjeros. Como siempre, Jesús trata de ser en sus parábolas lo más realista posible. Las viñas comenzaban en Palestina a dar fruto al tercer año, y la renta se cobraba a partir del quinto año, según estipulaba la ley (Lev 19,23-25). Es lo que hace el dueño: envía unos criados para recibir su parte de los frutos de la viña. Las condiciones de Palestina en tiempos de Jesús eran difíciles: todo el país, sobre todo Galilea, vivía revuelto desde Judas el Galileo (año 6 d.C.). Los numerosos latifundios en manos de extranjeros, unido a los sentimientos nacionalistas del pueblo, influido por la propaganda de los zelotes, hacían posible la verosimilitud del comportamiento de los arrendatarios, que alimentaban un vivo odio hacia esos propietarios extranjeros. En una situación así era muy posible que la reclamación de unas rentas ocasionara palizas e incluso muertes. Parece que la parábola refleja el ambiente que se respiraba antes de la gran revolución (año 66 d.C.). Los malos tratos que reciben los criados van en aumento, lo que nos indica que las relaciones del pueblo con Dios son cada vez peores. Es el trato que han recibido la mayoría de los grandes profetas. Un antiguo texto judío ha reunido unas breves biografías de veintitrés profetas. Seis de ellos murieron violentamente: Amós, muerto a mazazos; Miqueas, arrojado a un precipicio; Isaías, aserrado en dos; Jeremías, lapidado en Egipto; Ezequías, muerto en Babilonia; Zacarías, despedazado. El último había sido el Bautista. Es evidente que las lamentaciones de Jesús sobre el asesinato de los profetas están plenamente justificadas (Mt 23,37).

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Es verdad que no todos fueron maltratados, que la viña no siempre dio agrazones. Pero en la historia de Israel -como en toda historia que describa las relaciones del hombre con Dios- pesan más las infidelidades que el amor. Maltratar, apedrear, matar a los enviados... es el fiel reflejo de la pretensión del hombre que quiere construir su vida por sí mismo, desde sí mismo y para sí mismo, con autonomía absoluta y total, eliminando toda injerencia exterior, incluso la de Dios. "Por último, les mandó a su hijo". El comportamiento del amo es inexplicable; parece un hombre ingenuo o un inconsciente al exponer al peligro también a su propio hijo, después del asesinato de numerosos criados. Pero se trata de Dios, que cuando entra en acción pone en crisis todos los modelos humanos de comportamiento, hace saltar los criterios de la racionalidad y de la prudencia. El envío del hijo es el punto central del relato. No han hecho caso de los profetas, y tampoco lo harán del hijo. La situación histórica en que se encuentra Jesús cuando propone esta parábola es dramática: está a escasos días de ser crucificado. Israel, con sus jefes religiosos al frente, está ante el último enviado de Dios. Si no lo acogen, les será quitado el reino. Jesús es consciente de esto, y hace los últimos intentos para que crean en él, en su misión y en su mensaje, aunque no espera tener mejor suerte que los profetas que le han precedido. Más bien parece convencido de que sufrirá la prueba del justo (Sab 2,12-20). La muerte del hijo no es consecuencia de un error trágico. Es un asesinato muy consciente y premeditado. Tienen plena conciencia de la gravedad de su acción. Con ella, el enfrentamiento entre el propietario -Dios- y sus arrendatarios llega a su punto culminante. El complot de los dirigentes religiosos se basa en motivos claramente blasfemos: quieren matar a Jesús porque saben que él proclama una religión universal, lo que les quita a ellos el monopolio de Dios, sobre el que han construido su poder económico y político. Quieren ser ellos los únicos dueños y señores de la viña, del pueblo de Dios. Jamás aceptarán al que pretenda poner en duda las bases de su sistema. El asesinato del heredero era una manera de entrar en posesión de la viña, puesto que el derecho concedía a los primeros ocupantes una tierra vacante. A la muerte del propietario, que quizá pensaban ya hubiera sucedido, puesto que venía el heredero para tomar posesión de los frutos, la viña pasaba al hijo. Si lo mataban, quedaba sin dueño. Como ellos eran los primeros ocupantes, podrían posesionarse de ella. Asocian la legalidad y la bajeza. "Lo empujaron fuera de la viña y lo mataron". Prefigura la muerte de Jesús fuera de las murallas de Jerusalén, según Mateo y Lucas. En Marcos, el asesinato tiene lugar dentro de la viña, arrojan el cadáver fuera de ella (Mc 12,8). Indica la exclusión de la sociedad judía que los dirigentes han decretado contra Jesús.

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La parábola se refiere directamente a los dirigentes religiosos; pero indirectamente toca también al pueblo, en cuanto se deja arrastrar y participa de la infidelidad de sus jefes (Mt 27,20). 3. Los frutos de la viña La viña no es estéril. Pero, desde el punto de vista del amo, es como si lo fuese, ya que los frutos que le corresponderían le son retenidos por los arrendatarios, que se comportan como si la viña fuese de su propiedad. La referencia a lo que sucede en el templo, en donde prospera un comercio y un tipo de religiosidad útil para algunos -no para el destinatario original ni para el pueblo-, es bastante transparente. Los dirigentes deberían preocuparse de los intereses de Dios, del que son representantes, en lugar de buscar los propios. Administran el templo como si fuese de su propiedad y no debieran responder de su gestión ante el dueño -Dios-. Han recurrido a la violencia y al asesinato cuando han visto peligrar sus ingresos y su poder. Nunca faltaron -ni faltan- quienes se apoderaron de la institución religiosa para aprovecharse de ella, incapacitándola como bien al servicio de la humanidad. En todas las religiones suele darse este fenómeno: lo que comienza siendo obra de Dios al servicio de todos los hombres, se transforma con el paso del tiempo en el negocio de unos pocos. Cuando aparecen los reformadores y los profetas, suelen encontrarse generalmente con la oposición sistemática de los dirigentes religiosos -nunca del pueblo-, que ven peligrar su prestigio y sus intereses ante la sola idea de una reforma a fondo. ¡Cuántos intereses personales y de grupos están dificultando la puesta al día de la Iglesia! Lo que más falsea una religión es hacer coincidir los intereses del reino de Dios con los propios y mezquinos intereses personales o comunitarios. Fue lo que Jesús reprochó a aquellos jefes del pueblo judío; atrevimiento que le llevó a ser apresado y asesinado. Es triste constatar cómo la historia fue testigo del mismo proceso en el seno de la Iglesia en demasiadas ocasiones. Y lo sigue siendo. ¿Por qué han sido rechazados Jesús y los profetas? Porque el verdadero profeta o creyente no halaga nunca los oídos del pueblo, y mucho menos permite a los jefes que confundan la voluntad de Dios con sus propias decisiones interesadas. 4. La última palabra pertenece a Dios "Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?" La respuesta de los dirigentes a esta pregunta de Jesús es lógica: "Hará morir de mala muerte

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a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos". Los viñadores se equivocaban: el propietario acudiría personalmente y se la confiaría a otros. La última palabra de la historia no es la muerte del profeta, sino la intervención de Dios, que se hace solidario con los que le son fieles. Jesús les cita el salmo 118, salmo mesiánico, que también había sido empleado en las aclamaciones triunfales de la entrada en Jerusalén. "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular" (Sal 118,22). Es una clara alusión a la resurrección, y supone la costumbre de que el encargado de la construcción diera su aprobación a cada uno de los sillares destinados a un edificio: los defectuosos eran desechados. La piedra que los dirigentes desechan ahora será la que fundamente la nueva edificación, el nuevo pueblo de Dios. Se discute si "la piedra angular" es la puesta en los cimientos del edificio o la colocada en el remate de la construcción, encima del arquitrabe. Aquí encaja mejor lo segundo, pero puede ser una y otra: algo fundamental y que unifica y ensambla el conjunto al mismo tiempo. El final de Jesús no coincide con Isaías: la parábola sugiere un castigo y una promesa. Su castigo no cae sobre la viña -como en Isaías-, sino sobre los viñadores. La viña -que ya no es sólo Israel, sino toda la humanidad- pasará a otras manos. Algo inconcebible para los judíos: siempre, a pesar de las infidelidades y de los castigos, Israel permanecía como el pueblo elegido. No se trata ya de un exterminio, sino de una sustitución: la elección de Israel quedará suprimida "y el reino de los cielos se dará a un pueblo que produzca sus frutos". La parábola pasa de la viña al reino de los cielos, término mucho más universal que el primero, que solamente se refería a Israel. Es necesario dar frutos verdaderos. Si la Iglesia no los da, le será arrebatado el reino y dado a otros. Preguntémonos con seriedad: ¿Qué frutos concretos está dando la Iglesia universal, nuestra comunidad, cada uno de nosotros? ¿Cómo nos comportamos con los profetas que surgen entre nosotros, sean o no de los nuestros? No podemos seguir edificando la vida al margen del evangelio, aunque nos justifiquemos con mucho derecho canónico. Y no olvidemos que el reino de Dios es mucho más grande e importante que nuestra Iglesia. 5. Los dirigentes han entendido Los destinatarios principales de la parábola -sumos sacerdotes y guías de Israel, entre los que vuelven a aparecer los fariseos- han entendido perfectamente

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el ataque de Jesús. Al darse cuenta de que iba por ellos, piensan en un primer momento capturarle, pero tienen miedo de la gente. Aunque son palabras claras, no conducen a aquellos hombres al verdadero conocimiento y conversión, sino a un mayor endurecimiento y enfrentamiento con Jesús. Es la reacción normal de los jefes cuando le han cogido gusto al cargo. Nadie es dueño de la Iglesia. El sentirse los dueños de la comunidad y el usufructuarla a la sombra del supuesto interés de Dios lleva necesariamente a excluir a las personas que con sus ideas, esquemas y actuaciones pueden tirar por tierra los propios planes. Sería muy cómodo aplicar la lección a Israel y a su infidelidad. Pero ¿no nos portamos los cristianos de hoy de la misma manera?, ¿no somos labradores descuidados, infieles, estériles, que frustran constantemente los planes de Dios? ¿Reconocemos a Cristo como la única piedra en la que fundamentar nuestra vida, con algo más que con palabras? ¿Creemos en él, en su evangelio, aceptando sus criterios de vida como nuestros? ¿Estamos verdaderamente unidos a la vid? (Jn 15,1-8). Los dirigentes religiosos de Israel eran cumplidores, conservaban externamente la alianza, iban al templo y a las sinagogas, recitaban sus oraciones..., pero no cumplían el espíritu de la ley. Por eso no aceptaron a Jesús. ¿Y nosotros?. ¿No le falta a, nuestro cristianismo encarnación? ¿Damos al mundo la imagen de Dios que es y necesita? Dios sigue enviando profetas: voces inconformistas que reclaman un cambio de dirección en la humanidad y en la Iglesia. Voces que tratamos de esquivar de mil modos: difamando, acusando, excluyendo, ignorando, despreciando..., incluso asesinando. Mientras, defendemos un cristianismo tranquilo, cómodo, egoísta, individualista, clasista... La parábola sigue siendo actual, escandalosa, directa, acusadora. No tratemos de "aguarla". No olvidemos que los textos evangélicos van siempre mucho más allá del contexto histórico. El reino de Dios se hace presente allí donde existen hombres dispuestos a dedicarse, desinteresadamente, al bien de la humanidad. Estar dentro de la Iglesia no garantiza estar trabajando para Dios, si nuestra actitud profunda no se adecua a los criterios del reino, expuestos en todo el evangelio.

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Parábola de la boda del hijo del rey

Volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, diciendo: -El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda. Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: -La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis convidadlos a la boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta, y le dijo: -Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: -Atadlo de pies v manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí verá el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos. (Mt 22,1-14)

1. El banquete mesiánico La parábola alegorizada de la boda del hijo del rey es la tercera de las tres que Jesús expuso "a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo" sobre el rechazo de Israel, en la última semana de su vida. Responde a la actitud que siguen mostrando los dirigentes religiosos después de oír las dos primeras. Aunque Lucas narra sustancialmente la misma parábola (Lc 14,15-24), lo hace en otras circunstancias -segundo año de la vida pública de Jesús, en casa de uno de los principales fariseos, durante una comida de mediodía-, por lo que podemos considerar este texto como propio de Mateo. Ambos han hecho de ella un compendio alegórico de la historia de la salvación. En el momento en que Mateo redacta esta parábola, los cristianos están siendo despreciados y perseguidos por los judíos, por lo que es necesario ayudarles a perseverar en la fe, haciéndoles ver cómo sus dificultades actuales son transitorias y

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preludio del castigo próximo de los judíos perseguidores. Esta parábola es muy parecida a la de la viña (Mt 21,33-46 y par.). En ambas ocupa el hijo un lugar destacado, es similar la violencia ejercida contra los criados, se da un cambio de destinatarios... La diferencia fundamental estriba en que en ésta se ofrece un banquete -perfectamente actualizado en la eucaristía-, mientras en la de la viña se piden unos frutos; ésta está vinculada a la fiesta, la otra hace hincapié en la finalidad del trabajo. La vida cristiana es, indisolublemente, las dos cosas: fiesta y lucha. Predicar el evangelio es ofrecer a los hombres una fiesta interminable, más segura que cualquier otra fiesta que pueda alegrarnos. Porque toda fiesta, por noble que sea, termina cuando finalizan los días del hombre sobre la tierra; pero la fiesta del Dios de Jesucristo lleva a la comunión plena y para siempre con todo lo que amamos. Jesús basa también esta parábola en una imagen que sus oyentes conocían bien por hallarse muy presente en el Antiguo Testamento, al igual que la imagen de la viña. Ya Isaías (Is 25,6-10) nos describe el banquete que Dios preparará, en los tiempos mesiánicos, a todos los pueblos. Las imágenes se suceden: comida, alegría, vinos, destierro de todo dolor y tristeza, victoria de la vida sobre la muerte, celebración gozosa de la presencia de Dios en medio de su pueblo. El banquete sagrado, después de ofrecer un sacrificio a Yahvé, constituía para Israel un importante acto de culto, principalmente en las grandes fiestas. La comida sagrada simbolizaba el recuerdo y la confirmación de la alianza entre Dios y su pueblo. El banquete ha sido y seguirá siendo uno de los signos que mejor entendemos los hombres para expresar todo lo que de bueno y de celebrativo nos ofrece la vida, tanto en las relaciones con Dios como con las demás personas; signo de comunión entre los comensales y con el que invita; signo de solidaridad y de alianza, de alegría y de felicidad. La parábola se refiere directamente al destino de Israel, que desoyó a los profetas y repudió la invitación al banquete mesiánico. Retrata la actitud negativa frente al reino de Dios de todos los que se apoyan en sí mismos y rechazan todo lo que pueda venir de los demás o de Dios. Insiste en la universalidad de la llamada de Dios, a la que es necesario responder con ciertas condiciones y exigencias. Y es una nueva interpelación para nosotros. 2. Los primeros convidados rehúsan conscientemente la invitación La enseñanza o comparación que pretende darnos la parábola-alegoría está indicada expresamente al comienzo: "El reino de los cielos se parece..." Una forma muy usual de comenzarlas. Un tema -el del reino de Dios- que ha estado inexplicablemente ausente prácticamente, de las catequesis cristianas, cuando es esencial para

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comprender el mensaje de Jesús, hasta el punto de que el evangelio resulta incomprensible sin este eje central. Debemos situarla en el ambiente en que fue pronunciada: el que celebraba una fiesta se distinguía por el número de invitados y por la calidad del servicio. A cada invitado se le comunicaban los nombres del resto de los comensales días antes y se le pedía su conformidad. El mismo día del banquete se les volvía a llamar por medio de criados, independientemente de la invitación anterior, que ya habían aceptado. Detalles que hacen más ingrata la negativa, y más comprensible el que el banquete ya estuviera preparado: se sabía el número exacto de comensales. Destacan la importancia del que llama: "un rey" -la mentalidad popular pensaba en Dios-, y la fiesta que se celebra: "la boda de su hijo". El banquete describe el reino de Dios; aquel reino que habían anunciado los profetas y que todo israelita piadoso esperaba con impaciencia. Se invita al banquete mesiánico, en primer lugar, al pueblo elegido, que, falto de verdaderos pastores, rechaza la invitación del Mesías, a pesar de sus buenas palabras anteriores. El rechazo, en realidad, proviene de ciertas figuras representativas y pudientes de la sociedad, encabezadas por los dirigentes religiosos. Es como la primera etapa necesaria para llegar al desenlace. Y es que hay personas que, a pesar de las apariencias, no pueden participar del reino de Dios porque otros intereses les preocupan e interesan más, y porque, en el fondo, parecen despreciar los ideales del Dios de Jesús. Todo profeta que nos invita a hacer un futuro mejor para todos hace la subversión sobre el presente, lo pone en entredicho y proclama que lo que vivimos con tanta entrega está llamado a desaparecer; nos anuncia que todo lo humano puede y debe ser superado; nos incita a un legítimo deseo de transformación de la sociedad. ¿De qué puede servir una religión que se limita a unos actos de culto y deja a la humanidad sumida en la más cruel injusticia? Los convidados rehúsan conscientemente la invitación: "no quisieron ir". Tienen otras cosas más importantes que hacer. La insistencia del rey enviando otros criados muestra el amor y la paciencia de Dios con Israel. Unos reaccionan con total indiferencia; otros, con hostilidad, llegando al asesinato. La situación sigue siendo semejante a la de la parábola de los viñadores asesinos. Al rechazar la invitación y maltratar a los criados, muestran que están en contra de ese rey -del Dios del Mesías-. Es casi incomprensible que los primeros invitados desoyeran la invitación del rey, sabiendo que ese gesto podría desatar sus iras por la afrenta que significaba y ocasionarles la muerte al tener entonces los reyes orientales tal poder. Negarse era imposible en la práctica: la invitación de un rey oriental era una orden. Todo se explica si tenemos en cuenta que el rey de la parábola -el Dios de Israel- se identifica con el crucificado, con el Mesías de los humildes y de los pobres. ¿Cómo no van a rechazar

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a este rey los que rechazan a los pobres y a los que vienen a revolucionar los esquemas sociales? Los que viven en la abundancia tienden a guardar, conservar, retener, defender lo que tienen; frenan la marcha de la historia y se quedan fuera de ella. Lo que tienen les basta. No quieren el mundo nuevo. No quieren que exista otro modo de vivir en la tierra que el que ellos han fabricado y en el que viven tan bien. No pueden tolerar que se incite a alumbrar una situación distinta. Defienden sus privilegios con todos los medios imaginables. Esto es historia constante; no exageración. Ha pasado siempre y seguirá pasando. Como todas las parábolas del reino, tiene un significado que va más allá de su contexto histórico inmediato. Incluido el secuestro de Dios por los que lo niegan con sus obras, que no con sus palabras. 3. El rechazo de los primeros no significa el fracaso del reino La reacción del rey ante el agravio es doble: terminar "con aquellos asesinos", destruir su "ciudad" y convidar a todos los que encuentren por los "caminos". ¿Sólo en camino, desinstalado, se puede entender el mensaje? La primera reacción parece que refleja la destrucción de Jerusalén del año 70, ya acaecida cuando Mateo escribe esta parábola. En ella, como castigo, debieron pensar los cristianos del tiempo de Mateo. Se adivina el trágico destino de Israel. Pero el rechazo de los primeros invitados no significa el fracaso del reino. Es más bien la oportunidad para que el reino pueda deshacerse de ciertos condicionamientos humanos y se abra decididamente hacia todos los hombres. El banquete está preparado y no debe perderse por ellos. La segunda invitación va dirigida a todos los pueblos. Es el ofrecimiento de una salvación que alcanza a la totalidad de la vida humana y a la totalidad de los hombres, especialmente a los que buscan en "los cruces de los caminos": los que viven a la intemperie de las seguridades humanas, sin propiedades ni negocios; los marginados de la sociedad consumista y conformista. ¿Cómo ofrecer algo al que cree que ya lo tiene todo o piensa conseguirlo con sus solas fuerzas? Representan al nuevo pueblo, al Israel mesiánico. El futuro está al alcance de los que no tienen, de los que padecen explotación, de los que no pueden vivir ni como hombres, de todos los que buscan por los caminos del mundo la nueva humanidad. El futuro es patrimonio del proletariado y de los pueblos subdesarrollados, si son capaces de aceptar la invitación y realizar su destino. No nos podemos engañar. Hay dos tipos de hombres y de pueblos: los satisfechos -los hartos- y los que no tienen nada. Los primeros se conforman y no pueden esperar otra cosa. Los otros lo desean todo. Los satisfechos no quieren más banquete que el organizado por ellos. Los pobres sueñan todos los días con llegar a

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una situación justa y humana. Esta lucha entre los acaparadores y los que carecen de casi todo es una de las mayores fuerzas transformadoras de la historia. ¿Creéis que Jesús hubiera muerto crucificado si se hubiera limitado a bellas declaraciones o a fastuosas celebraciones litúrgicas? El repudio de los obreros y de los intelectuales y el abandono de los jóvenes, unido al fracaso de las misiones y al desprestigio de la Iglesia, quizá nos ayude a volver la vista a muchas páginas del evangelio demasiado olvidadas. Es esta universalidad una de las mayores dificultades que tuvieron que superar los primeros cristianos salidos del judaísmo, que no estaban dispuestos a ceder sus derechos en igualdad con los incircuncisos. Con el ofrecimiento del banquete mesiánico a todos, Jesús justifica su propio comportamiento: ante el desinterés de los primeros invitados -dirigentes religiosos, pueblo de Israel casi en bloque-, llena la sala con los desconocidos que se encuentran por los caminos. Pero no deben criticarle; toda la responsabilidad la tienen ellos, encerrados en sus propios intereses, en sus conveniencias, en sus tinglados, en sus ceremonias religiosas, en su juego de influencias y de diplomacias, en su ídolo... Los menos preparados han resultado ser los más dispuestos. Fue el resto humilde del pueblo judío, el "resto" de los pobres de Yahvé, los primeros que entraron a la mesa del reino, y, tras ellos, los hombres solidarios de los pueblos paganos. Los deseos del rey se cumplen: "La sala del banquete se llenó de comensales"; de toda clase de gente: "malos y buenos", de marginados y de bien considerados. El nuevo pueblo tampoco está formado por santos. Todos estamos invitados. El que tenga el corazón abierto a la esperanza de un futuro mejor para todos, que entre y emprenda el camino. 4. El traje de fiesta La entrada del rey en la sala del banquete para saludar a los comensales aparece como un acto judicial, preludio del juicio final. "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El rey lo excluye de la fiesta por ser culpable: "no abrió la boca". El banquete cuestionaba una conducta centrada en el egoísmo; exigía entrar en relación de amistad con el rey y con su hijo; subrayaba la primacía de la solidaridad humana, del amor fraterno, por encima de todas las demás cosas. El reino no es un refugio fácil donde todo está hecho. Todos los invitados deben ser conscientes de que entrar en el banquete mesiánico implica revestirse interiormente con el "traje de fiesta". Tanto a los primeros como a los últimos invitados se les exigen ciertas actitudes para entrar en el reino. Con Jesús se

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acaba toda discriminación: no hay buenos ni malos por nacimiento, por raza, por el tamaño de la cartera, por pertenecer a la Iglesia... Aceptar la invitación quiere decir aceptar el reino con todas sus consecuencias: cumplir las condiciones marcadas por Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5-7) -sintetizadas en las bienaventuranzas (Mt 5,3-10)- y que culminó en la última cena (Jn 13-17). Del hecho de pertenecer a la comunidad eclesial no se sigue automáticamente la entrada en el reino; es necesaria una transformación personal, expresada en la imagen del traje de fiesta, símbolo de la nueva vida a la que debemos ajustarnos: la vida de Jesús. Es verdad que todos somos llamados, pero la elección depende de nuestra respuesta. La hipotética pertenencia al reino puede ser pretexto de fáciles ganancias y prestigio; tampoco puede ser opio que adormezca para que todo siga igual. Si hemos sido llamados gratis y por amor, algo debemos hacer para que ese amor no quede en bellas palabras. ¿Le preocupaba a Mateo la entrada masiva y fácil de gente en la Iglesia sin pasar por la aceptación plena de las exigencias evangélicas? Si así fuera, ¡pobre de él si viviera ahora! Porque con el paso de los siglos hemos llegado a una situación que parece incurable: nada más fácil que ser cristiano. Basta el deseo de los padres, nunca avalado por sus propias vidas; un bautismo convencional... y todo resuelto. Los resultados no pueden ser más desastrosos: una inmensa masa que se dice cristiana, pero que no ha cambiado su vieja vestidura; sólo la ha cubierto con un manto ritual... y hasta con disfraces. No es rebajando el cristianismo como contribuimos a su universalidad. El celo por extender el mensaje de Jesús debe llevarnos a trabajar seriamente por el cambio profundo de la sociedad. Sin este esfuerzo, el evangelio no deja de ser una palabra más. "Muchos son los llamados y pocos los escogidos". Con esta sentencia termina el texto. La llamada de Dios es para todos, pero exige una respuesta que no todos dan. ¿Cómo interpretar estos "muchos" y "pocos"? Si tenemos en cuenta el modo hebreo de establecer la comparación, la frase indica una superioridad numérica, sin referirse a las relativas proporciones. Se podría traducir: "Hay más llamados que escogidos o decididos".

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El tributo al César

Entonces los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: -Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no? Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: -¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto. Le presentaron un denario. El les preguntó: -¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: -Del César. Entonces les replicó: -Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Admirados de aquella respuesta, lo dejaron allí y se fueron. (Mt 22,15-22; cf Mc 12,13-17; Lc 20,20-26) 1. Los enemigos se unen cada vez más Después de las parábolas sobre el reino, dedicadas a los dirigentes religiosos de Israel, nos encontramos con unas controversias provocadas por los dos grupos más representativos del judaísmo: los fariseos y los saduceos. La primera trata del tributo personal que se pagaba al César, que estaba rodeado, en la teoría y en la práctica, de honores y exigencias divinos. Nos la cuentan los tres sinópticos. Para entender correctamente el texto debemos saber las circunstancias concretas en que vivían los oyentes de Jesús. Israel, un pueblo con tanta historia a sus espaldas, que amaba profundamente la libertad y la independencia de su nación, se encuentra ocupada por las tropas del emperador romano. El signo más visible y más odiado de esta ocupación era el impuesto que debían pagar al César todas las personas, incluidos los siervos; los hombres desde los catorce años, y las mujeres desde los doce, hasta la edad de sesenta y cinco para todos. Había sido la introducción de este tributo la que había provocado la rebelión de Judas en el templo el año 6 d.C. Pagar o rechazar este impuesto tenía para ellos una doble significación: someterse o rebelarse ante la ocupación y someterse o rebelarse ante la pretendida divinidad del emperador. Someterse y pagar significaba abandonar la defensa de la propia independencia y la divinidad única de Yahvé, o reducirlas a puras palabras, ya que, según la

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concepción antigua general, uno se sometía al régimen en el poder mediante el pago de tributos e impuestos. Rebelarse y no pagar obligaba a levantarse en armas, ya que con ellas forzaba la policía romana a los que se negaban, y así defender esa independencia y esa única divinidad. La postura de los diversos grupos políticos y religiosos estaba muy dividida. Los más radicales eran los zelotes, para los que pagar el impuesto era ir en contra del primer mandamiento, que manda reconocer a Yahvé como único Dios (Dt 6,4-5), y defendían la lucha armada contra Roma como camino para defender la independencia nacional. En el otro extremo estaban los herodianos, partidarios de Herodes, el rey-títere admitido por los romanos, que defendían el pago del impuesto por los beneficios y privilegios que disfrutaban con la ocupación. También los saduceos -el partido de las clases altas sacerdotales y laicas que dominaba el sanedrín y ejercía el poder político mediante una alianza de sumisión con los romanos- se había resignado al pago del impuesto y a todo aquello que no pusiera en peligro sus intereses económicos privados. Finalmente, los fariseos eran contrarios a la ocupación romana y al pago del impuesto, pero se habían sometido como mal menor, y adoctrinado al pueblo para que siguiera su ejemplo. Es curioso constatar que, de los cuatro partidos, el único que jamás se enfrentó con Jesús fue el primero: el de los zelotes. También fue el único que Jesús no atacó, a pesar de todas sus imperfecciones de fondo e incorrecciones de forma. Atacar su ideología y su programa de lucha habría supuesto ponerse de parte de los conservadores y de los romanos. De su postura deberían tomar ejemplo muchas personas influyentes, siempre dispuestas a criticar la ideología y las estrategias de los movimientos revolucionarios populares que, lógicamente, tienen aspectos oscuros e imperfectos, dejando a los pueblos sin defensa posible. 2. Si los pensamientos olieran... La actitud negativa de los fariseos frente al reino de Dios había sido puesta en evidencia por Jesús en tres parábolas (los dos hijos, los viñadores asesinos y la boda del hijo del rey). Pasan ahora al ataque y buscan desacreditarle ante el pueblo o hacerle prender por las tropas romanas, proponiéndole una cuestión política que le obligaría a una declaración comprometedora para él, diera la respuesta que diera. La presencia de unos herodianos aseguraría la denuncia, en caso de responder negativamente, que les parecía lo más probable teniendo en cuenta la opción de Jesús por el pueblo y que éste odiaba pagar un impuesto que les recordaba constantemente la dominación extranjera. El pueblo, testigo también de la pregunta, se separaría de él si contestaba de modo afirmativo. De esta forma pretenden, además, eludir las exigencias que Jesús predicaba.

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Ya tenían bastante con sus 613 preceptos. Es lo de siempre: desviar el verdadero problema y eliminar, si se puede, al que importuna. Actitud siempre lamentable, pero mucho más cuando se hace en nombre de Dios. La pregunta no la hacen los mismos fariseos, sino "unos discípulos, con unos partidarios de Herodes". Estos jóvenes estudiantes de la ley, que aún no habían recibido el título de rabí, fueron los encargados de proponerle la difícil cuestión; posiblemente con más candidez y menor malicia que los jefes que los habían enviado. Se dirigen a él cortésmente -"Maestro"- y preparan el terreno alabando su enseñanza y su valentía y libertad, que no se deja impresionar por la posición social de los hombres ni por los riesgos que le puedan ocasionar. Se presentan como israelitas piadosos que tienen un grave escrúpulo de conciencia. El elogio que hacen de Jesús, antes de lanzarle la insidiosa pregunta, subraya la figura de un rabino íntegro, honesto, resistente a todo chantaje..., todo lo contrario a un oportunista. Con sus palabras -para ellos aduladoras- quieren, evidentemente, empujarle a una declaración en contra del tributo. La trampa, de claro matiz político, es manifiesta: de responder negativamente, habría provocado la reacción inmediata de las autoridades romanas; si la respuesta era afirmativa -poco probable, si tenían en cuenta sus enseñanzas-, perdería la simpatía de las multitudes. Jesús se da cuenta de la trampa que intentan tenderle. Por esa razón no acepta el planteamiento. Y así, después de desenmascararlos -"¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis?"-, hace que los mismos que han formulado la pregunta queden implicados en la respuesta. 3. Los cazadores, cazados Les obliga a quitarse la máscara: tienen que enseñarle una moneda del tributo y reconocer que se sirven del dinero del César. El no puede mostrarla porque no la tiene. En el mundo grecorromano y en el judío estaba en vigor este principio: la zona de soberanía de un rey se extiende al área de validez de sus monedas. Quien acepta y utiliza una moneda reconoce la soberanía del que la ha mandado acuñar. Si los judíos utilizan la moneda del emperador, reconocen también su soberanía y, consiguientemente, su deber de pagar impuestos. Así pues, ellos mismos han resuelto ya de antemano la cuestión que plantean a Jesús, que sólo tendrá que sacar la conclusión. Son precisamente ellos, los que querían comprometerle ante el pueblo o ante el gobernador, quienes atesoraban monedas de aquellas, tantas como podían, a costa del trabajo y de la miseria de las clases humildes, del pueblo. No en vano eran las capas sociales altas, sacerdotales y laicas, las que se habían sometido al pago del impuesto.

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"Le presentaron un denario", moneda de plata que pesaba unos 3,40 gramos. Conocemos la efigie y la inscripción que llevaba la moneda del impuesto en tiempos de Tiberio (14-27 d.C.): en el anverso, el busto del emperador, adornado con una guirnalda de laurel que indicaba su dignidad divina, acompañado de la siguiente inscripción: "Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto"; en el reverso aparece "pontifex maximus" y la imagen de la madre del emperador sentada en un trono de dioses, llevando a la derecha el cetro olímpico y en la izquierda un ramo de olivo, que la hace aparecer como encarnación terrena de la paz celestial. Los enviados, celosos de la ley de Dios, llevan consigo esta moneda con todos los símbolos de la divinización del poder romano. Jesús les pide algo que repugnaba a los "piadosos": mirar la efigie del emperador y la inscripción, impresas en la moneda del tributo, que indicaba su naturaleza divina. No teme hablar en presencia de la efigie del César, que en aquellos tiempos comprometía mucho: cualquier desacato ante su imagen era considerado como crimen de lesa majestad; despreciarla era un acto religioso-político de clara rebeldía contra el orden establecido. Naturalmente, penado con la muerte. 4. Al César lo del César y a Dios lo de Dios Las relaciones entre lo religioso y lo político han estado, casi siempre, saturadas de confusionismo, llegándose en las grandes religiones a una estrecha relación, hasta el punto de ejercer una misma persona las máximas autoridades civil y religiosa: el rey era, a la vez, el máximo jefe religioso. El cristianismo nace independiente del poder político y sin relación con los Estados, que ven en él un peligro cuando es fiel a su Maestro. La fe cristiana no inspira a ningún partido político. Es una actitud de respuesta total a Dios, pero no invade los fueros de la vida secular. ¡Cuántas veces se ha olvidado, en la historia, un principio tan elemental! "Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Palabras que se han utilizado para defender todo tipo de posiciones contrapuestas. Desde afirmar que la Iglesia no tenía que meterse en cuestiones políticas ni sociales, porque eso eran cosas de los gobernantes y Dios no tenía nada que decir sobre ellas, hasta defender que, puesto que el poder venía de Dios y era Dios el que ponía a los gobernantes, la Iglesia tenía derecho a hacer y deshacer en todo lo de este mundo y del otro. Ambas posiciones extremas fueron defendidas por los que ocupaban los poderes políticos, económicos y religiosos: la primera, cuando la Iglesia se convertía al evangelio de Jesús y defendía los derechos de los oprimidos y explotados; la segunda, cuando las

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altas jerarquías religiosas y civiles unían sus intereses. Siempre era el pueblo sencillo el que pagaba los platos rotos. La respuesta de Jesús se parece a esas frases enigmáticas de los sabios, que tienen la finalidad de demostrar la inteligencia del maestro y de obligar, al mismo tiempo, al discípulo a superar el caso particular para llegar a la raíz del tema planteado, porque son conscientes de lo limitadas e ineficaces que son las respuestas que sólo se interesan por las soluciones inmediatas. La respuesta de Jesús es inesperada. Lleva el razonamiento a mayor profundidad. No coloca a Dios y al César en el mismo plano. Afirma claramente, delante de la moneda, cometiendo crimen de lesa majestad, que el César no es Dios; que hay cosas que no son suyas; que su poder no es absoluto, ni mucho menos. Negando la divinidad del César, ataca en su raíz los fundamentos del Estado romano. Toma una posición política definida: si hay algo que de verdad sea de los romanos, que se queden con ello y que se vayan. Años más tarde, por entender perfectamente esta respuesta de Jesús y ser consecuentes con ella, muchos cristianos fueron asesinados. "A Dios lo que es de Dios". No se limita a responder a la pregunta. Añade unas palabras para él decisivas: lo fundamental es ponerse totalmente a disposición de Dios, que es lo que ellos tratan de evitar. Para todo israelita consciente de su raza y de su fe, la tierra de Palestina, sus habitantes, el templo, los productos del suelo..., pertenecen a su único rey: Yahvé. Devolver todo aquello a Dios implicaba, de momento, darle la primacía, sacarlo de las manos de los romanos y colocar al emperador en su justo lugar. Para Jesús, las cosas que son de Dios se le devuelven únicamente si son compartidas por todos los hombres por igual. ¿Hay algo en el mundo que no sea de Dios? Son de Dios los hombres y las cosas, el presente y el futuro, los gobernantes de todo tipo. Todos somos de Dios, llevamos la imagen y la inscripción de Dios en nuestro ser profundo. Imagen que puede desdibujarse, pero nunca borrarse del todo mientras vivamos. Y porque somos de Dios, cada uno de nosotros vale más que cualquier autoridad civil o religiosa de la tierra. Ninguna autoridad puede arrogarse atributos totalitarios y absolutos; ninguna autoridad es dueña del hombre y de su conciencia. Ser de Dios nos obliga a realizarnos como personas responsables y solidarias, a llevar a plenitud el plan que Dios se propuso realizar en nosotros, como individuos y como humanidad, antes de crear el mundo (Ef 1,4-5). A pesar de su aparente oscuridad, la gente entendió perfectamente la respuesta de Jesús sobre el tributo. Los sumos sacerdotes y los letrados también. Pronto veremos cómo le acusan ante Pilato de haber dicho que no había que pagar tributo al César (Lc 23,2). La actitud de Jesús era clara y definida. Le negaba al César todo poder para dominar y para imponer tributos; le negaba todo derecho a oprimir a los súbditos,

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que era lo mejor que el emperador sabía hacer. Una vez más, se jugaba la vida. Su palabra se extendía desde lo más íntimo del hombre hasta lo más público de la sociedad, incluyendo las realidades políticas; removió conciencias e instituciones, intentó que los poderosos abandonaran su opresión y comodidad, llamó a todos a comprometerse en la edificación de una nueva humanidad. La red se había tendido en vano. Los que habían planteado la cuestión enmudecen. La respuesta es objeto de admiración. Pretendían poner una trampa a Jesús, y han resultado cogidos en ella. ¿Qué conclusiones podemos sacar para nosotros? Principalmente que un cristiano puede pensar políticamente como le parezca más oportuno, sabiendo que su pensamiento nunca será la perfección, nunca será lo absoluto. Pero con una limitación fundamental: jamás debemos amparar las dictaduras ni las esclavitudes del signo que sean, ni la opresión del pueblo, ni la insolidaridad. En todo lo demás, pensará y actuará como quiera, pero teniendo en cuenta que el evangelio de Jesús es una crítica constante de los pensamientos y las obras de los hombres, ya que los hombres nunca llegamos a realizar plenamente su amor y su justicia, nunca llegaremos a realizar en plenitud el reino de Dios. ¡Qué difícil les resulta a los que luchan por una sociedad más justa realizar su trabajo desde dentro de la Iglesia institucional, y a los cristianos comprometidos con la causa de los pueblos luchar por una sociedad más justa! Sólo uniendo la fe al trabajo por la liberación integral de los pueblos y de las personas seremos fieles a Jesús. Ni limitarnos a los problemas temporales del hombre, renunciando a su destino trascendente; ni evadirnos de esos problemas refugiados en un cristianismo desencarnado que, evidentemente, no es el de Jesús. La tarea de evangelización cristiana no se identifica con la promoción humana que buscan los líderes políticos que de verdad quieren promocionar al pueblo. A pesar de ello, el cristiano verdadero lucha con el pueblo para lograr su liberación total y colabora con todos los que buscan sacar de la opresión a los hombres, aunque se queden en lo temporal.

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La resurrección de los muertos

Se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: -Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano". Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó v murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. Jesús les contestó: -En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor: "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos. Algunos de los letrados le dijeron: -Maestro, has hablado bien. Y no se atrevieron a hacerle más preguntas. (Lc 20,27-40; cf Mt 22,23-33; Mc 12,18-27) 1. La resurrección En todas las grandes culturas antiguas de la humanidad siempre estuvo presente el mito de la vida después de la muerte: hindúes, mesopotámicos, egipcios y griegos. Lo mismo sucede en las culturas menos desarrolladas, pero cargadas de sentimiento religioso, como las australianas, africanas y americanas. Hablar de mitos no significa referirnos a leyendas carentes de sentido crítico, sino a una concepción de la vida expresada a través de vidas ejemplares. No puede existir conciencia religiosa sin una fe en la trascendencia de la existencia de la vida humana, cualquiera que sea su forma. ¿De qué nos serviría la existencia de Dios si nos hubiera arrojado en el mundo para prescindir después de nosotros y de nuestras más inquietantes preocupaciones? El hombre moderno, que vive en medio de una cultura científica y técnica tan desarrollada, parece que ha perdido el rumbo, viviendo intensamente el tiempo presente como refugio o evasión del futuro y eludiendo la pregunta sobre el sentido de la vida humana. Parece que le da miedo reflexionar sobre la muerte para encontrarle ese sentido necesario que evite considerar la existencia del hombre sobre la tierra como un absurdo. Como el tema de la resurrección está ligado al de la muerte, no podemos

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abordarlo sin preguntarnos: ¿qué es el hombre?; cuando uno se muere, ¿no hay nada más que hacer? Para el creyente de cualquier religión, el hombre viene de Dios. Lo que significa que la vida humana no puede analizarse sin una referencia al Dios de la vida, aunque todo a nuestro alrededor nos hable de muerte y destrucción. Con otras palabras: la misma fe que enseña el origen divino del hombre afirma el retorno a Dios. La resurrección de los muertos es el centro de la fe cristiana, la columna vertebral del evangelio y de todo el Nuevo Testamento. Si se suprimiera de sus libros las referencias a la resurrección, quedarían sin base. Sin ella nuestra fe en Jesús de Nazaret no tendría sentido: "Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados" (1 Cor 15,19). Creer en un Dios Padre que nos ama totalmente y pensar que este amor se limita a nuestro paso por la tierra, sería tener una lamentable imagen de Dios. Dios no puede amarnos sólo por un tiempo. Si nos hace partícipes de su vida, si establece una alianza de amor con nosotros, es porque la muerte no es el final de la vida humana. Creemos en la resurrección, la esperamos, pero no podemos demostrarla ni imaginarla. Somos un poco como el niño antes de nacer en el seno de su madre: ¿qué sabe de la vida que le espera? Pero la vida que le espera es real, aunque él no pueda imaginarla. Una vida que ya vive, de alguna manera, en el seno materno. También nosotros, ahora, podemos vivir ya la vida de Dios; una vida que se construye paso a paso, día a día: en nuestro modo de amar, de luchar por la libertad y la justicia... Una vida que llegará a una plenitud que ahora no podemos ni imaginar (1 Cor 2,9). Una vida que no podemos confundir con el vigor físico, con las energías juveniles. Por ello no podemos ser hombres tristes, por más motivos de tristeza que pueda haber en nuestra vida; ni vivir sin esperanza, por más razones de desesperanza que tengamos. Las palabras de Jesús, en el texto que vamos a comentar, son un canto a la vida para siempre; una llamada a la plenitud transformadora, sin ninguna de las limitaciones que nos impone la vida presente. Para muchos, el problema no está en saber si creen o no en la resurrección, sino en saber si tienen ganas de resucitar. Porque para tener ganas de resucitar es necesario tener antes ganas de vivir, de nacer a una vida que deseemos prolongar durante toda la eternidad. ¿Cómo desear eternizar una vida llena de sufrimientos, de conflictos, de soledad...? ¿Quién podrá soportar una vida eterna fuera de Dios? Sólo él ama lo bastante para que no le asuste una vida para siempre; sólo él es capaz de revelarnos una vida tan verdadera que deseemos detenernos en ella para siempre. La fe en la resurrección brota de un amor verdadero. Nuestra fe en la resurrección depende estrechamente de nuestra capacidad de amar. Por ello no es fácil, ni mucho menos.

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2. El turno de los saduceos La vida de Jesús está próxima a su fin. El ataque viene ahora de los saduceos. Formaban un partido aristocrático, político-religioso, poco numeroso. A él pertenecían los sumos sacerdotes y los senadores, aristocracia religiosa y seglar, conocidos por sus riquezas. Naturalmente, eran conservadores en política, materialistas natos y colaboradores de los romanos. Controlaban el sanedrín. De sus filas salieron casi todos los sumos sacerdotes desde el año 6 al 70 d.C. Su indudable habilidad política les permitió ocupar los puestos clave durante el reinado de Herodes y de los gobernadores romanos. Dominaban, por tanto, el sanedrín y el poder civil. Nunca pudieron ganarse al pueblo sencillo. Sus principales adversarios fueron los zelotes, por su hipócrita lealtad a los romanos. Salen prácticamente de escena en el año 70, juntamente con la destrucción del templo. Sólo admitían como canónicos los cinco libros de la ley -Pentateuco-. Aceptaban también los escritos de los profetas, pero sin darles el carácter de canonicidad. Desde el punto de vista religioso, se distinguían de los fariseos, sobre todo, en dos puntos: afirmaban que sólo obliga la ley escrita, por lo que rechazaban las tradiciones orales de los antepasados -tan del agrado de los fariseos- y negaban la resurrección, admitida por los fariseos, aunque discutían entre ellos si resucitarían únicamente los justos, o sólo los judíos, o todos los hombres; además, los fariseos consideraban la otra vida como una prolongación de la de aquí; creencia no compartida por Jesús, como veremos. Esta diferencia esencial entre saduceos y fariseos la utilizó hábilmente el fariseo Pablo en su favor al dividirlos (He 23,8s). No admitían la resurrección -doctrina que se había desarrollado en la tradición oral- por no estar contenida en los libros de la ley. No admitían más vida que la presente. Limitaban su horizonte al dinero, al honor y al poder en este mundo. Creían que el hombre prolongaba su existencia en los hijos; es decir, confundían la eternidad del hombre con la conservación de la especie humana -algo así como perpetuar el apellido-. Lo demás era para ellos doctrina popular y grotesca, que daba lugar a discusiones absurdas y sin sentido. La ley no solamente no conocía la existencia de una vida después de la muerte, sino que contenía, además, disposiciones que la hacían absurda, como el caso que le van a plantear a Jesús. El segundo libro de los Macabeos (2 Mac 7,1-14) nos muestra que hacia el año 150 a.C. algunos grupos israelitas afirmaban sin vacilar su fe en la resurrección de los muertos. El profeta Daniel (Dan 12,2s) la afirma de un modo claro y formal. En tiempos de Jesús, muchos judíos creían en la resurrección de los muertos; resurrección que deducían de su fe en el Dios de la alianza. Los cristianos participamos de la misma

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convicción, pero tenemos una ventaja sobre los israelitas: la fe en la resurrección de Jesús. Parece que las encuestas actuales indican que, en relación a épocas anteriores, crece el número de personas, especialmente jóvenes, que afirman no creer en el más allá. Y, curiosamente, muchas de ellas manifiestan, al mismo tiempo, creer en la existencia de Dios. Es la incoherencia de los saduceos. Pero ¿cómo admitir la existencia de Dios y negar, a la vez, la resurrección de los muertos? Una incoherencia que se palpa en las reacciones de muchos cristianos ante la muerte. Como Jesús comparte con los fariseos y con el pueblo la fe en la resurrección de los muertos, los saduceos quieren ponerlo en ridículo con un ejemplo grotesco, invocando la ley del levirato (Dt 25,5-6). Ley de difícil aplicación, frecuentemente olvidada y, en tiempos de Jesús, prácticamente anulada. El Talmud cuenta un caso semejante: un judío pierde a doce hermanos casados y sin hijos; acepta tomar a cada una de las viudas por mujer un mes al año, y al cabo de tres años era padre de treinta y seis niños. Se acercan a Jesús sin palabras aduladoras y sin el apasionamiento típico de los fariseos; con ironía en lugar de agresividad; con la autosuficiencia propia de los ricos. El caso que le proponen, que afirman ser real, sí podía atacar la doctrina farisea de la resurrección al considerar éstos la vida futura como una continuación de la vida terrena, provista en abundancia de todo lo que uno puede desear; es decir, en condiciones de plena felicidad. La anécdota de la mujer con siete maridos entraba, por tanto, en la casuística de los fariseos. "¿De cuál de ellos será la mujer?" 3. Doble argumentación de Jesús Jesús les contesta con un doble razonamiento, cortando de raíz toda la base de su argumentación: afirmando la vida futura, que no es continuación de la actual, y citándoles un texto de la ley, que sí admitían los saduceos como canónico. Les hace ver que después de la resurrección los cuerpos no tienen la finalidad transitoria que tienen aquí. Es erróneo atribuir a los cuerpos resucitados las funciones sexuales que tienen en la tierra, como afirmaban muchos fariseos, que atribuían a la mujer resucitada una procreación prodigiosa, fruto de las bendiciones divinas: pariría cada día un hijo, lo mismo que ponen las gallinas un huevo diario; la sexualidad masculina sería igual de prolifera: cada israelita tendría 600.000 hijos. La respuesta de Jesús se diferencia en gran medida de los fariseos. La vida que perdura no es una prolongación de la vida biológica, puesto que ya no está sujeta a la muerte. En ella están en vigor otras leyes ocultas a nosotros. Procede directamente de Dios. La vida de los resucitados será tan distinta y tan nueva, que es mejor evitar comparaciones con la presente. De ahí que Jesús

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responda con imágenes ambiguas: "Son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan de la resurrección". Lo que importa es el hecho de la resurrección. El matrimonio pertenece al mundo presente, es una realidad de aquí abajo, exigencia de una humanidad mortal, obligada a perpetuarse, a reproducirse. En el futuro ya no será necesario perpetuar la especie -finalidad primordial del matrimonio para los judíos-, al no existir ya la muerte. ¿Presenta Jesús el celibato como signo del reino de Dios? "No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos". En la segunda parte de su razonamiento, Jesús les responde con el pasaje de la zarza ardiendo (Ex 3,6). Sabe qué libros sagrados admiten los saduceos, y les argumenta con ellos. El texto que les cita no afirma expresamente la resurrección, pero si Yahvé sigue siendo el Dios de los patriarcas es porque están vivos. Lo contrario carecería de sentido. Extraña la frase: "Los que sean juzgados dignos de la vida futura..." Parece que la resurrección es un privilegio exclusivo de los justos. Jesús no entra en las discusiones de los rabinos sobre la resurrección de todos, de los judíos o de los justos. Afirma que los patriarcas -que sí son "dignos"- viven; de los demás no trata. Lo mismo que prescinde de los otros fines del matrimonio. Muchos andan preocupados por la realidad de la resurrección, o no creen en ella, porque no aciertan a imaginar el modo en que resucitaremos. Las imágenes infantiloides que hemos recibido en la catequesis aún no se han borrado en nosotros y nos crean graves conflictos para admitir la resurrección. Científicos modernos consideran absurda la idea de que vuelvan a la vida millones y millones de personas; afirman que el cadáver putrefacto se disuelve por completo reintegrándose en el proceso circular de la naturaleza. Esta objeción no tiene en cuenta la afirmación fundamental de Jesús: la resurrección de los muertos pertenece a un orden completamente distinto, a un mundo creado de nuevo, que sobrepasa nuestras experiencias y representaciones. La resurrección no es la reanimación de un cadáver; es un salto cualitativo, una nueva existencia en la que entra toda la persona. Jesús habla de resurrección, no de inmortalidad; de vida nueva, de realidad transformada. Dice el libro del Apocalipsis: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado... Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado... Ahora hago el universo nuevo" (Ap 12,1-5). San Pablo escribe profundamente sobre el particular (1 Cor 15), empleando muchas imágenes para acercarse prudentemente a lo que quiere decir. Volver a esta vida y prolongarla no tendría demasiado sentido.

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Jesús no ha querido hablar más de este misterio. Con su doble argumentación nos ha abierto las puertas a la mayor esperanza humana. Dios es fiel y ama la vida. Es inconcebible que haya creado al hombre sediento de vida ilimitada para abandonarle luego a la muerte. Trabajemos por la plenitud que anhelamos, por el amor sin límites..., pero no construyamos sueños en torno al cómo y cuándo será la resurrección. Dejémosla en las manos del Padre Dios. Los cristianos esperamos la resurrección porque creemos que Jesús ha resucitado y tenemos que participar de su mismo destino. La resurrección de Jesús es la prueba más evidente para nuestra fe. 4. La gran esperanza cristiana "Maestro, has hablado bien". Es la respuesta de algunos letrados, sin duda de la secta de los fariseos, al verse apoyados en sus creencias. Aplauden la decisión de Jesús por sinceridad o política. Mateo nos narra la reacción de la gente de forma idéntica a la registrada después del sermón de la montaña (Mt 7,28): "La gente se maravillaba de su doctrina" (Mt 22,33). Marcos no hace ningún comentario sobre ello; termina Jesús diciendo a los saduceos: "Estáis muy equivocados" (Mc 12,27). Sólo Lucas nos dice que "no se atrevieron a hacerle más preguntas". La respuesta de Jesús parece que dejó sin ganas a los saduceos de continuar su ataque. Es la reacción lógica de personas que tienen sus verdaderos intereses en otro sitio. El texto que hemos comentado nos invita a recordar la gran esperanza que los creyentes llevamos en el corazón. La gran esperanza que nos dice que nuestra vida no está ordenada a desaparecer con la muerte. Seguiremos amando a las personas y a las cosas, veremos desaparecer definitivamente todo dolor y toda muerte, porque nuestro Padre Dios quiere acogernos en su reino y darnos su vida para siempre. Todo esfuerzo por amar, por buscar la justicia y la paz..., no se pierde; todo lo contrario: se está eternizando desde el mismo momento en que lo realizamos. ¿Cómo? No lo sabemos, pero permanece en la vida. No se pierde nada, todo tiene sentido en un camino que lleva a la vida total. Porque creemos en la vida, amamos, luchamos, buscamos la alegría, rehuimos la mediocridad, apreciamos todo lo que es humano... Presentar la resurrección a los hombres que nos rodean no supone discutir sobre el texto evangélico, ni aportar argumentos filosóficos o teológicos. La mejor prueba que podemos darles es vivir cada día una vida realmente solidaria con los hombres, una vida que merezca realmente eternizarse, una vida que no nos cansaremos nunca de vivir. El núcleo de nuestra fe es una esperanza en que toda prueba se transforma en gracia, toda tristeza en alegría, toda muerte en resurrección. Dios puede hacer de nosotros

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eso que parece imposible: hacernos felices, darnos a conocer una vida que deseemos prolongar por toda la eternidad. ¿Existe en nuestra vida tanto amor que sintamos la necesidad de resucitar para vivir eternamente con todos los que amamos?

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El primer mandamiento de la ley

Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba: -Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? El le dijo: -"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: -"Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los Profetas. (Mt 22,34-40) Un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: -¿Qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús: -El primero es: "Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser". El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". No hay mandamiento mayor que éstos. El letrado replicó: -Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con lodo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: -No estás lejos del reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas. (Mc 12,28-34) 1. Lo único necesario Dentro de la atmósfera de complot contra Jesús que precede a su pasión y muerte, este texto evangélico nos presenta el primer mandamiento, la ley fundamental del reino de Dios, que valoriza y unifica todo lo demás, y que si falta deja sin contenido y sin sentido "todos los holocaustos y sacrificios". Nos lo transmiten, en forma análoga, Mateo y Marcos. El primero lo introduce con más detalles; el segundo alarga el final. Lucas trata el tema en la introducción a la parábola del buen samaritano (Lc 10,2528). En la crisis actual del cristianismo es fácil observar que los militantes cristianos que descubren las injusticias y opresiones que existen en la humanidad y trabajan

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por combatirlas -a través de una lucha política de liberación-, se sienten obligados a abandonar su fe cristiana ante el absentismo, cuando no oposición, de los dirigentes eclesiásticos frente a esa liberación necesaria. Y dejan así libre el camino a los defensores de las incalificables injusticias que padecen tantas naciones y tantas personas; muchas de las cuales manipulan el mensaje de Jesús para sus fines egoístas, defendiendo -e incluso financiando- unas prácticas inoperantes y vacías, ocultando con ellas sus inconfesables intereses. Por otra parte, vivimos absorbidos por los reclamos de la sociedad de consumo. Nos gustan muchas cosas; pero ¿nos "llena" alguna? A juzgar por los anuncios y propagandas que padecemos, podríamos pensar que nuestras vidas se llenarían a base de alimentos naturales, desodorantes, modas, coches más rápidos y cómodos -los jóvenes, la moto-, loterías y quinielas... Sería inútil burlarnos de ello. Pero existe un factor absolutamente central en nuestras vidas que posee tal importancia que sin él todas las demás cosas, incluso las mayores satisfacciones y realizaciones humanas, son insuficientes para extinguir la sed de infinito y plenitud de nuestras mentes y corazones. ¿Tendremos que buscar todos los placeres, excitaciones y experiencias posibles antes de convencernos de ello? Con su respuesta, Jesús trata de responder a ese "algo" que podría llenar el corazón humano e impediría la salida de la Iglesia de muchos de los mejores de sus miembros. En efecto, Jesús nos habla del amor; del verdadero amor -¡se llama amor a tantas cosas!-. De ese amor que él vivió y que le llevó a la muerte. Porque la vida y la muerte de Jesús tuvieron un objetivo principal: enseñarnos a amar. Enseñarnos ese amor que nos aparta de nuestros planes, de nuestras costumbres, de nuestra comodidad, y nos conduce al desgaste total de nuestras fuerzas humanas. Ese amor que nos entrega vencidos, triturados, siempre sin acabar, a la voluntad del Padre, presente en los acontecimientos cotidianos, en la lucha por la justicia y la libertad... y, sobre todo, presente en el sufrimiento de los hombres, nuestros hermanos, frente a los que tenemos que renunciar a nuestro deseo de hacer algo eficaz inmediato al carecer de recursos para remediar tanto sufrimiento y tanta injusticia... Saber amar con Jesús y como Jesús es nuestra vocación y el precepto fundamental del reino de Dios. No tenemos otra cosa que aprender: es la perfección. ¿Qué sentido pueden tener una fe de palabras, unas prácticas religiosas..., si no contribuyen a arrancarnos de nuestro egoísmo y comodidad? El único verdadero objetivo para cada uno de nosotros es el de comprometer nuestra vida en un gran amor que abrace a la vez a Dios, a su Mesías y a todos nuestros hermanos. Un amor que debe desarrollarse en una sensibilidad y afectividad que le permita expresarse hacia Dios y hacia los hombres con todas las posibilidades de ternura, de amistad, de dulzura y

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de fuerza de nuestro corazón humano. Un amor que lleve a trabajar para hacer desaparecer tantas injusticias, opresiones y esclavitudes que padecen la mayoría de hombres y de naciones. 2. Seiscientos trece mandamientos Los fariseos y los saduceos ya habían sido puestos en su lugar por Jesús, con sus respuestas sobre el pago del tributo al César y la resurrección de los muertos. Ahora le toca a los letrados, según Marcos. Mateo habla de un fariseo que "le preguntó para ponerlo a prueba". En Marcos, el letrado se acerca a Jesús con buenas intenciones y con el deseo de aprender; la conversación es amigable. Es posible que fuera un letrado perteneciente a la secta de los fariseos, que ha escuchado la polémica de Jesús con los saduceos y admirado su respuesta, con la que está de acuerdo. Todo lo que los hombres hacemos tiende, en el fondo, a buscar la felicidad, la realización de nuestras esperanzas más vivas. La pregunta del letrado es similar a la que todos, en un momento u otro de nuestra existencia, nos debemos hacer: ¿Qué es, realmente, lo más importante en la vida? Es posible que sean muchas las respuestas que demos a esa pregunta; unas más teóricas y rutinarias, otras más experimentadas y vividas. Pero primero es la pregunta, después la respuesta. ¿Cómo sentirnos interpelados por una respuesta que no hemos solicitado? Ofrecer respuestas escamoteando o dando por supuestas las preguntas personales es totalmente ineficaz. Y es así como estamos propagando el cristianismo, desde hace muchos siglos, con las catequesis y demás medios de enseñanza. El mensaje de Jesús responde auténtica y profundamente a las preguntas más íntimas del hombre. Preguntas que debemos formularnos y ayudar a otros a hacerse, y que tenemos dentro. Sólo después de "decirnos" cuál es nuestra gran pregunta, qué es lo más importante en nuestra vida, podremos valorar la respuesta que ofrece Jesús. Cuando existen multitud de mandatos y de prohibiciones es prácticamente imposible descubrir el principio que los justifique y unifique. Y sin un principio que la unifique, la vida se autodestruye por esa múltiple división en parcelas insignificantes, que el hombre no puede cultivar debidamente. Conocer el mandamiento máximo, compendio de todos los demás, era particularmente importante en el judaísmo, que contaba en los tiempos de Jesús con seiscientos trece mandamientos, derivados de la ley; por lo que todos tenían el mismo valor al haberlos mandado Dios a Moisés. De ellos, trescientos sesenta y cinco -tantos como días del año- eran prohibiciones, y doscientos cuarenta y ocho -equivalente al supuesto número de miembros del cuerpo-, prescripciones positivas. Se distinguía -dentro de su

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idéntica obligatoriedad- entre mandamientos grandes y pequeños, pesados y ligeros; pero el israelita se preguntaba cómo se podría resumir toda la ley en una breve sentencia. Era difícil orientarse en aquel barullo de disposiciones insignificantes, mezcladas con normas importantes. Después de veinte siglos de existencia, también los cristianos nos hemos atiborrado de leyes y prescripciones que nos impiden descubrir lo único que importa: el amor a Dios y al prójimo. Debemos revisar muchos de nuestros conceptos, porque con demasiada facilidad hemos divinizado prácticas e instituciones, fruto de una época y no directamente del evangelio. El letrado fariseo pregunta a Jesús por un tema que se discutía en las escuelas teológicas de entonces. Aunque no faltaban quienes reclamaban el primer lugar para el amor a Dios y al prójimo, la mayoría de los dirigentes opinaban -más bien actuaban- que el mandamiento más importante y que resumía la ley entera, era la observancia del sábado, piedra fundamental del sistema. El letrado quiere conocer la opinión de Jesús sobre un debate de moda. ¿Cuál de los seiscientos trece preceptos de la ley es el más importante y unificador de todos los demás? 3. El primero son dos Jesús enuncia dos mandamientos, cuando en realidad le han preguntado por uno. Y lo hace citando dos pasajes de la ley mosaica: amor a Dios (Dt 6,4-5) y al prójimo (Lev 19,18). El primero ocupaba el centro de la espiritualidad de Israel: se recitaba por la mañana y por la noche -también lo haría Jesús-, se bordaba en las mangas de los vestidos y se escribía en los dinteles de las puertas (Dt 6,6-9). Su respuesta conecta con los resultados más maduros de la tradición de su pueblo y los hace suyos. El primero es el amor a Dios. Pero un amor total que implique a toda la persona. Amar con todo el corazón, alma, mente y ser significa desterrar de nuestro interior todo lo que no tenga su fundamento en Dios. Amar a Dios es querer la raíz misma de todo lo que existe, ir al fundamento de la realidad, beber en las fuentes de donde brota la misma vida; aceptar vivir según el estilo que me pide ese amor a Dios. Un amor que dé sentido a toda nuestra vida y por el que hacemos todo lo que hacemos: el trabajo, las prácticas religiosas, la lucha por la liberación de la sociedad. Porque amar a Dios no es sólo no blasfemar o santificar las fiestas... Es poner el proyecto de Dios sobre el mundo y sobre el hombre como prioridad absoluta en nuestros propios proyectos y en nuestra propia mentalidad; es escuchar su palabra asiduamente, encontrarnos con él en la oración... Quien de verdad ama a Dios, ama todo lo que

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Dios es y todo lo que Dios ama. Un amor que exige un amor al mundo, una aceptación de sí mismo y un esfuerzo por entrar en comunión con el prójimo. Hemos perdido el sentido de este mandamiento. Nos preocupan más el prestigio de la Iglesia, el precepto dominical, el ayuno y la abstinencia, recibir unos sacramentos rutinariamente, cumplir con unas devociones... -siempre es más fácil-, que el examinar cómo cumplimos el precepto irrenunciable del amor. Colamos el mosquito y nos tragamos el camello (Mt 23,24). Hemos sido instruidos con un método que pone más interés en lo periférico que en lo profundo. Las formas, lo externo, nos dejan tranquilos. Estamos pendientes del aparentar. "Nuestro Dios es el único Señor", dice Jesús en el texto de Marcos, afirmando el monoteísmo, signo de libertad y de dependencia. Ningún otro Señor fuera del único Dios: eso es la libertad. Pero existe un Señor al que debemos amar por encima de todo, pertenecerle por completo: eso es la dependencia. El hombre no tiene que hacerse esclavo de otros hombres ni de las cosas; tampoco tiene que erigirse a sí mismo en señor, en centro de todo. La libertad consiste en la obediencia al único Señor verdadero, cumbre de todo lo humano. ¿No es la capacidad de elegir lo mejor? La primacía de Dios no anula el amor al prójimo -como veremos-, sino que lo libera, porque el prójimo no es nuestro Dios. Si lo considerásemos como tal, nos convertiríamos en esclavos suyos y andaríamos mendigando su apoyo; nuestro amor a él ya no sería libre, desinteresado, crítico. El hombre que busca la aprobación de otros hombres y la posesión de las cosas, los convierte en sus ídolos y se prostituye en su presencia. Sólo el amor a Dios hace posible el amor al prójimo. Sólo el hombre que ha renunciado a su "yo" ante Dios es capaz de encontrar el "tú". Amamos a Dios porque creemos que no hay otro fuera de él. Ni el dinero, ni el poder, ni el placer, ni nada de este mundo son dioses; son trampas de muerte en las que el hombre sucumbe a su propio egoísmo. El primer mandamiento ataca frontalmente todos los ídolos de antes y los de ahora. "El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Lo añade sin que se lo hayan preguntado. Y hace muy bien: era -es- un mandamiento muy discutido y pospuesto en la práctica a otros preceptos menores, como la circuncisión y el reposo sabático, y a muchas minucias. Amar a los demás como a nosotros mismos es la prueba evidente del verdadero amor a Dios. "Quien diga que ama a Dios y no ama a su prójimo es un mentiroso..." (1 Jn 4,20). No se puede pedir más claridad: es imposible cumplir el primero sin el segundo. La comprobación de nuestro amor a Dios consiste en el amor al prójimo. No son dos amores. En Dios está todo inmerso de tal manera que quien le ama a él acepta y ama toda la realidad que existe.

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"Como a ti mismo". ¿Cómo amar a los demás sin trabajar por el pleno desarrollo de la propia personalidad? El amor a sí mismo, demostrado en una vida de fidelidad a la propia conciencia, está en la base del auténtico amor a los demás. Muchas veces somos incapaces de aceptar y amar verdaderamente a los demás porque somos incapaces de aceptarnos y de amarnos a nosotros mismos. "Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas". Jesús rechaza toda solución unilateral -Dios o prójimo; prójimo o Dios-. Sólo el amor que incluye a Dios y al prójimo resume toda la ley y los profetas. Todos los demás preceptos son válidos en cuanto son expresión del amor a Dios en los demás. Si se suprimen estos dos mandamientos, todo se viene abajo. El Dios cristiano no quiere un culto exclusivista: quiere ser amado en el hombre (Mt 25,31-46). La respuesta de Jesús es ortodoxa, aunque no exenta de originalidad: no sólo son el primer mandamiento, sino el centro del que deriva todo e impregna e informa todo; universaliza el concepto de prójimo -todos los hombres-, que para el judío era únicamente el compatriota y, a lo más, el simpatizante con su religión, nunca el extranjero y el pagano; hace de los dos un solo mandamiento -celebraciones religiosas y liberación integral del h o m b r e -. El que no haya descubierto esto no puede llamarse creyente cristiano. Quizá esté cerca de otra religión, pero no del cristianismo, porque el cristianismo es amor. La realización del amor de Dios en el amor al prójimo constituye el verdadero núcleo de la revolución de Jesús. Un amor que hay que vivirlo en las exigencias concretas del momento histórico. A amar a Dios en el prójimo se reducen los diez mandamientos y las bienaventuranzas. Pobres son los que apostaron por el amor en todas sus manifestaciones: de verdad, de justicia, de paz, de fraternidad... Dios está en el grito de todos los que claman por una vida digna, por su realización como personas. Mientras haya explotados y oprimidos, hay una acusación puesta en el mundo. El que no ayuda a los demás eficazmente a salir de su situación inhumana no puede llamarse cristiano. La oración, el culto, la contemplación... -necesarias-, tienen valor cuando expresan y alimentan un amor auténtico; esto es, un servicio real al hombre. Hemos de admitir que no hay verdadero amor a Dios sin amor explícito al hombre -reflejado en obras-, pero que puede haber un amor verdadero al hombre sin un amor explícito a Dios. Porque todo verdadero amor al hombre es un amor, una fe implícita en Dios. El amor a Dios está lleno de ilusiones. No crea problemas: no molesta, no habla, no reprocha, no discute nuestras opiniones ni se opone a nuestros planes... Jesús afirma

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este primer mandamiento, e inquieta por la forma en que lo lleva a la práctica: el servicio incondicional al prójimo. 4. La respuesta del letrado Mateo ha omitido este desenlace del diálogo, cosa comprensible en su planteamiento del mismo como disputa. Marcos introduce dos detalles significativos: la afirmación del monoteísmo -"nuestro Dios es el único Señor"-, que ya vimos, y una observación contra el culto -el amor a Dios y al prójimo "vale más que todos los holocaustos y sacrificios"-. La primera la cita dos veces: en boca de Jesús y del letrado; la segunda sólo el letrado, siguiendo la línea polémica de los profetas. El letrado reflexiona sobre la respuesta de Jesús, reconoce su profunda verdad y saca la consecuencia de que este amor a Dios en el prójimo es superior a todos los sacrificios del templo. Sitúa correctamente el precepto del amor. Siempre existe el peligro de que las prácticas cultuales estorben y distraigan de la lucha por la justicia y la libertad; pero cuando están bien orientadas, la alientan y posibilitan. Es muy digno de atención este judío: en puntos tan esenciales supo adoptar la misma posición original de Jesús. Tiene un modo de entender la ley distinto del que habitualmente se encontraba entre las clases dirigentes. Ha dicho algo particularmente nuevo y valiente. Se comprende el elogio de Jesús: "No estás lejos del reino de Dios". Jesús ha captado en él una búsqueda desinteresada de la verdad, una disponibilidad sin prejuicios ante su persona. También en los que menos se podía esperar brota la fe verdadera. Marcos termina: "Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas". Palabras que pueden ser un recurso literario para indicar el fin del tema o reflejo del impacto que las respuestas del galileo iban causando en los "sabios" de Israel. Les cierra la boca, pero no logra convertirlos. Se marchan vencidos, pero irritados.

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Incomprensible hipocresía de hombres religiosos

Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: -En la cátedra de Moisés se han asentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame "maestro". Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. (Mt 23,1-12) Enseñaba Jesús a la multitud y les decía: -¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa. (Mc 12,38-40; cf Lc 20,45-47) 1.El espíritu farisaico ¿Por qué Jesús, que ha mostrado siempre tanta comprensión hacia los pecadores, ha usado un lenguaje tan violento contra los letrados -expertos en la enseñanza de las Escrituras- y los fariseos -fieles cumplidores de la ley-, que formaban los dos grupos más sanos del judaísmo de aquel tiempo? Es necesario que hagamos justicia, antes de seguir adelante, a los dos grupos, pues toda identificación masiva es siempre injusta. No olvidemos que san Pablo pertenecía a la secta de los fariseos, y que de ambos grupos salieron numerosos seguidores suyos. El fariseísmo contra el que Jesús lanzó sus diatribas es una categoría del espíritu, más que un determinado grupo de personas. Una actitud permanente, más que un pecado ocasional. Una tentación capaz de desarrollarse en cualquier época y de manifestarse en las situaciones más diversas. Por lo que no podemos considerar sus palabras como dirigidas a todos los letrados y fariseos, sino a aquellos de sus

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miembros que habían caído en los defectos que Jesús les reprocha, y que les impedía aceptar sus enseñanzas. Además de denuncia a sus adversarios, son un aviso a sus seguidores de todos los tiempos y lugares para que se cuiden de caer en esta repugnante deformación religiosa. Porque no fue la gente considerada pecadora y proscrita la que se opuso a Jesús, sino precisamente los más piadosos y religiosos del pueblo. Fenómeno frecuente en la Biblia, en las demás confesiones religiosas y en la misma Iglesia, cuando la fe se transforma en fanatismo ciego al servicio de la ley, del culto, del dogma o de la institución. Entonces se traiciona inexorablemente el espíritu religioso, caracterizado en todas las grandes religiones como una postura de comprensión y de amor al prójimo. El fanatismo coloca las ideas y las estructuras por encima del amor, llegando al desprecio y hasta el asesinato del hombre por defenderlas, como le ocurrió a Jesús y a tantos a lo largo de la historia de las religiones, incluyendo nuestra Iglesia. Es la trayectoria constante del integrismo intransigente, situado en las antípodas del reino de Dios. El espíritu farisaico representa la perversión de las relaciones que unen al hombre con Dios y con los demás seres humanos. Perversión que tiene un nombre: legalismo, que es el conocimiento de todas las leyes, menos la del amor. El legalismo reduce la ley a prácticas religiosas y normas externas, en lugar de interiorizarla; sólo tiene las apariencias de la fidelidad a la ley, al reducirla a medir, a pesar observancias exteriores. El comportamiento externo tiene la preferencia sobre la actitud interior. La más pequeña infracción legal es espiada, denunciada, condenada sin piedad, mientras se aceptan tranquilamente las más atroces deformaciones interiores. El exhibicionismo es otro rasgo del espíritu farisaico. El fariseo es un actor que recita el papel de sus buenas obras (Lc 18,1112). Tiene necesidad de muchos preceptos para evadirse de lo fundamental: el amor desinteresado al prójimo. Ha inventado la casuística porque, con un poco de paciencia, ayuda siempre a encontrar la escapatoria para eludir el espíritu de la ley. Se considera superior a los demás, lo que le lleva a convertirse en "casta". Está seguro de poseer toda la verdad, y así no puede avanzar y se ve obligado a defender un orden inmutable: todo bien claro, bien definido, organizado... de una vez para siempre, y en todos los campos. Rechazan la tradición viviente, y cualquier novedad es para ellos motivo de escándalo. En definitiva, los defectos de los letrados y fariseos son los riesgos "profesionales" de la gente que vive de la religión; de los que identifican el reino de Dios con las estructuras eclesiales, consideradas como inamovibles. El espíritu farisaico -la hipocresía- es la disociación culpable entre el decir y el hacer. El gran desafío para el hombre es vivir en la verdad, en su verdad, reconocerla, no esconderla ni ante sí mismo ni ante los demás. Saberse mirar al

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espejo exige mucha valentía. Jesús va a insistirnos en el gran peligro de manipular la religión, de utilizarla para esconder -para escondernos incluso ante nosotros mismos- nuestra verdad y para escalar posiciones de prestigio social. Fijemos cada uno nuestra mirada en nuestra propia vida. Solamente así los textos evangélicos que vamos leyendo y comentando nos serán verdaderamente útiles para ayudarnos a transformar nuestro comportamiento, además de ilustrarnos. 2. El discurso más terrible de todo el evangelio En su capítulo 23, Mateo nos dice hasta dónde puede llegar un hombre religioso que no tiene un buen punto de partida. Quiere desengañar a todos los que piensan que la doctrina de letrados y fariseos -cumplimiento exclusivo de unas prácticas externas- es compatible con el cristianismo. Es el discurso más terrible de todo el evangelio, construido con palabras pronunciadas por Jesús en diversas circunstancias y agrupadas en este capítulo por afinidad temática. Si no fuera Jesús el que lo dice, podríamos interpretarlo como una fenomenal falta a la prudencia. Es como el reverso del sermón de la montaña (Mt 5-7): allí se proclamó la doctrina de la verdadera justicia; aquí se pone al descubierto la falsa justicia -la hipocresía- de los dirigentes religiosos del judaísmo. Palabras polémicas que representan la culminación de la ruptura entre Jesús y los letrados y fariseos. Ya no discute con ellos; les considera irrecuperables, dada su cerrazón preconcebida. Jesús ataca abiertamente y con insólita violencia, poniendo al descubierto las verdaderas y ocultas raíces de su resistencia. El auditorio está formado por los discípulos y el pueblo, a los que quiere poner en guardia contra la falsedad de sus dirigentes. El discurso consta de tres partes: actitud de los letrados y fariseos, dejando al descubierto la opresión que ejercen sobre el pueblo y su ansia de prestigio y poder, e instrucciones a sus seguidores para que no los imiten (vv. 1-12); siete anatemas contra ambos grupos religiosos, que ponen en evidencia la hipocresía de la doctrina que proponen (vv. 13-22), y la predicción de su castigo y el de Jerusalén (vv. 33-39). Lucas utiliza en parte el mismo material en otro contexto (Lc 11,39-52), pero separando las palabras contra los fariseos de las dirigidas contra los letrados. En este contexto, Marcos y Lucas citan sólo unas pocas palabras decisivas contra los letrados. Todo el discurso, aunque evidentemente se remite a la época de Jesús, está dirigido, en realidad, a nosotros... a la comunidad cristiana de todos los tiempos. En la primera parte, que vamos a comentar, Jesús condena las contradicciones de los letrados y fariseos, describiendo luego, como contraste, algunas características del verdadero discípulo.

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3. La cátedra de Moisés está en malas manos Moisés es el primer legislador de Israel. Después de él sólo está la tradición de los antepasados, desarrollada a partir de su muerte. En tiempos de Jesús, los letrados, o doctores de la ley, eran los profesionales de la ley mosaica con reconocimiento oficial. Tenían gran influencia en la sociedad por su tarea específica de formar a los demás, dictar sentencia en los tribunales y determinar el sentido de la ley y las normas de conducta. Pocas veces citaban la Biblia; eran más teólogos que intérpretes de la Escritura, que leían poco. Hacían algo similar a lo que hacemos ahora en el cristianismo: parece que todo vale -estudios universitarios con la finalidad de obtener títulos académicos, cursillos varios, planes de formación y de pastoral...-, menos ahondar con seriedad en lo que dice Jesús en el evangelio. Este estudio y enseñanza de la ley lo hacían compatible normalmente con otra profesión que les daba para vivir; algunos pertenecían a la secta de los fariseos, uno de los cuatro partidos más importantes del judaísmo. La ley y los profetas reservaban la enseñanza y la interpretación de la palabra de Dios a los sacerdotes (Dt 17,8-12; 31,9; Miq 3,11; Mal 2,7). Al usurpar esa función, los letrados han introducido un profundo y grave cambio en la religión, sustituyendo la fe en la palabra por un método intelectualista -¿nuestra teología escolástica?- y la obediencia al plan de Dios por el juridicismo -ahora el Código de derecho canónico- y la casuística -nuestros ¿antiguos? manuales de moral-. El puesto de los profetas lo tomaron los doctores de la ley y sus observantes, convirtiendo la misión profética de enseñar en una profesión que no comprometía para nada la vida personal y violentaba la libertad de conciencia de los demás con la intransigencia con que se obligaba a la adhesión a sus dogmas. ¿Nos suena? Han sustituido la referencia a Dios, propia de los profetas, por un código minuciosamente comentado e interpretado, que ahoga al hombre. Recordemos los seiscientos trece mandamientos que se distinguían en la ley, todos obligatorios por igual. Al no ser hombres cualesquiera, su mal comportamiento resultaba mucho más escandaloso. Transmitir la palabra de Dios reviste una especial responsabilidad. Jesús les hace dos reproches: la incoherencia entre lo que dicen y lo que hacen y el buscarse a sí mismos. Han establecido dos medidas: una indulgente para ellos, y otra severa para los demás; con lo que mienten a Dios y a los demás y se engañan a sí mismos. Han confundido la apariencia con la realidad. No parece que Jesús recomiende a sus seguidores que obedezcan a lo que dicen los letrados y los fariseos. Las palabras que siguen -"no hagáis lo que ellos hacen"neutralizan las anteriores, pues nadie hace caso de unos maestros si sabe que son

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hipócritas. Esta interpretación se confirma si constatamos que Jesús no sólo ataca la conducta de estos dirigentes religiosos, sino también la doctrina de los fariseos (Mt 15,69.14; 16,12; 23,16-22). No se trata sólo de predicar, de precisar minuciosamente los preceptos de una ley, ni tan sólo de celebrar el culto en el templo de Dios; es imprescindible testimoniar la verdad de lo que se dice con el ejemplo de la propia vida. Además de no cumplir lo que enseñaban, cargaron la ley con una enorme cantidad de minuciosidades y reglamentaciones que la hacían odiosa e insoportable. Prescripciones ridículas sobre el lavado de las manos, vasos, alimentos... La casuística rabínica es uno de los mayores absurdos que produjo la mente humana, en parte imitada por muchos manuales de moral católica anteriores al concilio Vaticano II. Celo por la ley para que la cumplan otros. Los "fardos pesados" se oponen a la "carga ligera" de Jesús (Mt 11,30). No pretenden ayudar a los hombres con su doctrina, sino dominarlos. Con este dominio oprimían al pueblo: los letrados, aplicando el peso de la ley a los demás, aunque ellos eran poco escrupulosos y no presumían de ser santos; los fariseos, con su puritanismo exclusivista, que había quitado a la ley todo su humanitarismo y prescindía olímpicamente de las necesidades del prójimo. "Todo lo que hacen es para que los vea la gente". Es el segundo reproche que les hace Jesús: el buscarse a sí mismos. Todas sus obras son fingidas, puro exhibicionismo, porque no las hacen por Dios, que conoce lo oculto, sino para que los hombres reconozcan su autoridad y prestigio. Buscan por todos los medios llamar la atención del pueblo, siempre crédulo ante las apariencias. "Alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto". Las filacterias eran unos colgantes con pequeños estuches o cajitas que contenían fragmentos de textos de la ley de particular importancia (Dt 6,4-9; 11,13-23; Ex 13,2-16...) e interpretación literal de la misma ley, como indican los mismos textos citados. Tenían un alto significado simbólico: mantener siempre presente en el espíritu el recuerdo de la ley del Señor y el compromiso de observarla. Y justamente eso era lo que no hacían los letrados y fariseos. Se colgaban en la frente y en el brazo izquierdo. Jesús les ataca porque no sólo no cumplían con los textos que llevaban escritos, sino que los llevaban más grandes de lo ordinario para hacer ostentación de una falsa fidelidad a la ley. Los flecos o franjas del manto tenían una función análoga, según se desprende del libro de los Números (Núm 15,3839). Ahora llevamos las medallas y los escapularios, muchos como si fueran amuletos y bastantes como joyas de valor. ¿Cuántos con verdadero sentido cristiano? Poseídos de su superioridad, se consideraban merecedores de los primeros puestos en la vida civil y religiosa. Los puestos de honor se otorgaban de dos formas: por la edad o por la dignidad del personaje. Ellos los querían siempre por la segunda razón. Tenían un ansia desmedida, casi patológica, de vanidad y de soberbia. Desean que la

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gente reconozca su dignidad con señales externas de aprecio y sumisión, con lo que creaban desigualdad y se constituían en casta privilegiada repleta de ambición. En las sinagogas, los que ocupaban los primeros puestos daban la espalda al arca que contenía los rollos de la ley y se sentaban de cara al público. Todos se enteraban de su importante e imprescindible presencia. Les encantaba dar paseos por las plazas vestidos con largas y amplias túnicas de colores llamativos, para atraer la atención. Su porte era ostentoso, su paso lento. Y así eran saludados por las gentes, que veían en ellos a los estudiosos de la ley y sucesores de Moisés. ¿Qué religión podían enseñar tales sacos de vanidad? Y no creamos que todo esto ya pasó. Abramos bien los ojos... Las palabras de Jesús son claras: ¡Cuidado con ellos!, porque, a la vez que simulan y hacen ostentación de largas oraciones, "devoran los bienes de las viudas", nos dicen Marcos y Lucas; aprovechan el culto y las plegarias para enriquecerse. Parece que se hacían pagar espléndidamente los consejos y recomendaciones que daban a la gente del pueblo, abusando de la buena voluntad y generosidad de las mujeres pobres. Con su vida no responden, evidentemente, a lo que deberían ser como dirigentes del pueblo. ¿Cómo van a aceptar las enseñanzas de Jesús? ¿Qué nos está impidiendo aceptarla a nosotros? "Recibirán una sentencia más rigurosa", terminan diciéndonos Marcos y Lucas. Por su conocimiento de la ley deberían saber mejor que los demás cuál es la voluntad de Dios, y como maestros de justicia son responsables de los demás. Dios los reprueba. En resumen, las acusaciones de Jesús son tres. De vanidad: pasear pomposamente enfundados en sus amplios ropajes de lana amarilla o violeta, el complacerse en las reverencias y saludos por parte de la gente, el acaparamiento de los puestos de honor en los banquetes y en las asambleas litúrgicas. De hipocresía: devoción ostentosa, basada en la cantidad y duración de las oraciones, hechas como espectáculo para lograr la estima y admiración del pueblo sencillo, especialmente de las mujeres. Y de avaricia: en vez de ayudar a los pobres, a los pequeños, a los indefensos, no dudan en explotarlos descaradamente, aprovechándose incluso de su hospitalidad. ¡Desgraciado del pueblo que caiga en tales manos! Una revisión de nuestras actitudes es particularmente necesaria ante textos de esta claridad y dureza. ¿Quién estará libre de, al menos, alguna de las tres acusaciones? 4. Algunas características del verdadero discípulo El título de "maestro" (rabí) era el más codiciado por los dirigentes de Israel. Era tal el ansia que tenían de ser saludados con este título, que llegaron a enseñar que los

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discípulos que no llamaran a sus maestros por ese nombre provocaban la ira divina sobre Israel. "No os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos". Todos se limitan a dar lo que reciben. Ninguno tiene nada por sí mismo. Jesús insiste en la igualdad entre los suyos. Nadie de su comunidad tiene derecho a rango o privilegio; nadie depende de otro para la doctrina: el único maestro es el mismo Jesús. Todos los cristianos somos iguales en la Iglesia, hermanos. Nadie tiene derecho a constituir doctrina que no tenga su fundamento en la que él expone. Ningún hombre puede llevar el título de padre para expresar su dignidad religiosa, "porque uno solo es vuestro padre, el del cielo". Los judíos llamaban "padre" a los miembros del Gran Consejo (He 7,2; 22,1). "Padre" significaba transmisor de la tradición y modelo de vida. Jesús prohíbe a los suyos reconocer otra paternidad distinta de la de Dios; es decir, ni someterse a lo que transmiten otros ni tomarlos por modelo. El discípulo no tiene más modelo que el Padre Dios, reflejado plenamente en Jesús. "No os dejéis llamar jefes". El término significa consejero y guía espiritual. Jesús se reserva también este título. Es únicamente él, en cuanto Mesías, el que señala el camino y es merecedor de seguimiento. La fuerza de las palabras de Jesús está principalmente en la expresión "uno solo es vuestro...", repetida tres veces. Ninguna autoridad puede oscurecer un hecho fundamental: Jesús es el único Señor. La verdadera autoridad es transparencia. Señorío de Dios y de su Cristo, filiación divina y fraternidad son las categorías fundamentales de la comunidad cristiana. La autoridad, que está a su servicio, debe defenderlas, revelarlas; jamás oscurecerlas. Sólo podrá ser maestro quien se sepa discípulo del único Maestro; padre, quien se sienta hijo del único Padre; jefe, quien de verdad sea seguidor del único Señor. Establecida la diferencia entre el comportamiento de los letrados y fariseos y el que deben tener los discípulos, Jesús nos señala cuál es la verdadera grandeza: hacerse los últimos y siervos de todos. Es verdadero discípulo el que no se da importancia, el que no tiene posiciones que defender, el que está siempre en camino. El sujeto no indicado en los verbos "será humillado" y "será enaltecido" es Dios mismo. Las palabras enuncian, por tanto, un juicio de Dios sobre las actitudes humanas. La estima que pretenden los dirigentes religiosos ante los hombres es desestima a los ojos de Dios. Es grande ante Dios el que se vuelve pequeño ante los hombres. Los criterios de Dios raras veces coinciden con los nuestros. Menos mal...

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La ofrenda de la viuda

Estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: -Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra; pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir. (Mc 12,41-44; cf Lc 21,1-4) 1. El contraste Este sencillo episodio presenta un profundo contraste con el precedente. La pobre viuda avergüenza a la gente de largas oraciones y de palabras brillantes. Mateo, a quien interesaba más desenmascarar con inusitada dureza a los letrados y fariseos, lo ha omitido. La escena tiene todo el aire de haber sido captada de la realidad. Y la enseñanza de Jesús adquiere un relieve especial al estar colocada al final de las disputas y de su vida. Una y otra vez trueca nuestras ideas de grandeza. Juzga por lo que hay en el corazón del ser humano, no por la lista de obras materiales que los hombres realicen ni por los honores y aplausos que puedan recibir. La escena consta de tres cuadros: Jesús, sentado enfrente del cepillo del templo, observa; se acerca una viuda pobre, y la enseñanza a sus discípulos. El lugar donde se echaban las limosnas en el templo estaba situado en el atrio de las mujeres. Alrededor del muro se habían colocado trece cepillos en forma de embudo al revés o de trompeta -el cuello arriba, ancho abajo, a causa de los ladrones-. El número estaba en relación con los distintos destinos de las ofrendas. Los oferentes no depositaban ellos mismos el dinero en los embudos, sino que los entregaban al sacerdote encargado, el cual lo depositaba en el cepillo que correspondiera al deseo del donante. Esto explica el que Jesús pudiera advertir las ofrendas de los visitantes y la de la viuda. Ella indicó la cantidad y su destino al sacerdote, y Jesús pudo oírlo. La ofrenda consistió en dos de las monedas más pequeñas que estaban en circulación. Las dos únicas que tenía. ¿No debería haberse reservado una? No, porque era como ofrecer la propia vida, y ésta no se entrega a medias. Su gesto es sencillo, escondido..., como otros tantos gestos de hombres y de mujeres que nunca saldrán en los periódicos ni en la televisión. Confiaba en Dios, al que amaba con todas sus fuerzas, más que en sí misma. Intuía que la total pobreza, elegida, era el camino para llegar a él; que dar lo que

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sobra es un engaño. Había comprendido que si el amor no es total, no es amor. Los frutos que Jesús ha buscado inútilmente son ofrecidos por esta viuda pobre, que, por fortuna, no se ha dirigido a consultar a los maestros lo que debía hacer. Para no hacer cálculos no necesitaba a nadie. 2. Llama a los discípulos Jesús no quiere dejar pasar el gesto de la mujer, y llama a los discípulos. Les señala a la pobre viuda, que ya debía marchar humilde y desconocida entre la multitud. Ella ni se enteró, como nunca se enteran los verdaderos pobres de que ellos son los primeros en el reino de Dios. Jesús invita a sus discípulos a observar en profundidad, a no dar valoraciones superficiales a hechos y personas. Es engañoso buscar la vida, la alegría, el amor..., al margen de la donación generosa de nosotros mismos. Jesús mide el valor de las ofrendas al templo según el grado de entrega de uno mismo que llevan consigo. En los ricos, que han entregado grandes donativos, no existe entrega alguna de sí mismos. La pobre viuda ha entregado "todo lo que tenía para vivir". Y Jesús se siente identificado con ella. ¿Alaba Jesús la ofrenda dada al templo por la mujer o su significado? ¿Podía alabar el que la gente humilde cayera en la trampa tendida por los poderosos bajo pretexto religioso? Jesús ha atacado duramente el culto sacrílego de aquellos mercaderes del templo (Mt 21,12-13 y par.). Lo normal parece que hubiera sido decir a la mujer que no tenía por qué echar nada allí, y menos si le hacía falta para comer; a los discípulos, que no hicieran como aquella viuda pobre, y criticar de nuevo con dureza el negocio del templo. Jesús no pone a la viuda como ejemplo en ese sentido, sino que resalta su disponibilidad y total entrega a Dios, de las que las ofrendas religiosas son la expresión externa. La mujer que lo da todo es un testimonio impresionante de fe en Dios como Absoluto. La ley no es para ella una cuestión de prestigio personal, sino una realidad vivida en el fondo del corazón y expresada eficazmente en el culto. Dice un proverbio chino: "El que se pone a la búsqueda de Dios y vende todo lo que posee salvo el último dinero es sin duda un loco; es precisamente con el último dinero con el que se compra a Dios". Y san Ambrosio: "Dios no se fija tanto en lo que damos cuanto en lo que nos reservamos para nosotros". El lugar del encuentro con Dios no pasa a través del culto, y menos de la institución, sino a través del corazón pobre, totalmente disponible y abierto a Dios. El culto celebra esta disponibilidad cuando la hay; si falta, está vacío. Quien ama de

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verdad, entrega su persona; ¿cómo no va a entregar también todas sus cosas, si son menos importantes que la persona? Nuestra sociedad y nuestra Iglesia están montadas sobre otros criterios. No importa el amor con que se hagan las limosnas y donativos; lo que importa es que sean abundantes y cuantiosos. De ahí esas listas para animarnos a superarnos cada año... Reconozcamos que damos siempre de lo que nos sobra. Al menos, démoslo con amor.

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Jesús anuncia destrucciones y persecuciones

Algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: -Esto que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido. Ellos le preguntaron: -Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? El contestó: -Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: "Yo soy" o bien "el momento está cerca'; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida. Luego les dijo: -Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. (Lc 21,5-19; cf Mt 24,1-14; Mc 13,1-13) Jesús ha enseñado en el templo. En el corazón del mundo judío ha lanzado su acusación demoledora contra los intérpretes de la ley (Mt 23). Sale del sagrado recinto después de acabar sus discursos a la masa del pueblo y a sus dirigentes. Y ahora, en los últimos días antes de su muerte, cuando el nerviosismo se ha apoderado de sus discípulos, que intuyen la inminencia de acontecimientos decisivos, Jesús les quiere hablar del futuro, del camino que deben recorrer. 1. El discurso escatológico En casi todas las grandes culturas existieron relatos míticos de una o varias destrucciones del mundo, algunas de ellas sucedidas en los orígenes -como el diluvioy otras en el final definitivo de este tiempo y de esta historia. Estos mitos reflejan

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una idea esencial: la instauración de lo nuevo exige la destrucción de lo viejo. Y en cristiano: la historia va caminando hacia un último término, bajo la dirección de Dios; la salvación-liberación definitiva e indestructible está más allá de la historia, en la comunión con Dios. Los tres evangelistas sinópticos concluyen las enseñanzas de Jesús en Jerusalén con un discurso escatológico, al que Mateo ha añadido las parábolas de las doncellas, de los talentos y del juicio final. Es uno de los textos más difíciles del Nuevo Testamento, y no parece que haya sido pronunciado por Jesús tal como nos es presentado. El discurso se remonta a Jesús y está formado por diversas frases suyas pertenecientes a momentos históricos distintos, y agrupadas aquí por la comunidad cristiana primitiva en razón de su unidad temática, al reflexionar sobre el sentido del camino de la historia humana y aplicarlo a su incipiente vida. Supone en los tres un origen común, cuya base parece ser el capítulo 13 de Marcos. En él podemos distinguir -con ligeras variantes en los tres evangelistas- una introducción y el discurso de Jesús dividido en tres partes: la gran prueba, la venida del Hijo del hombre y la llamada a la vigilancia. La primera y la tercera parte están redactadas de forma cíclica: comienzan y terminan con el mismo tema, dejando en el centro la enseñanza principal. En la primera, el centro lo ocupa el anuncio de las persecuciones a sus seguidores; en la tercera, la confirmación de la profecía: "mis palabras no pasarán". Todo el discurso gira sobre la venida del Hijo del hombre, eje principal de toda su enseñanza. Redactado después de la destrucción de Jerusalén, hecho que tuvo lugar en el año 70, es símbolo de la destrucción de un mundo corrompido y de espaldas a la llamada de Dios. Los hechos, ya acaecidos, demuestran que Jesús había visto con claridad lo que iba a suceder; lo que garantiza que también sucederán los acontecimientos aquí narrados y que están por llegar: los referidos al final de los tiempos. La destrucción de Jerusalén y del templo, que aquellos hombres considerarían como un terrible juicio divino, suscitó en la comunidad cristiana la pregunta de si no sería el comienzo del final. Es un discurso escatológico de género literario apocalíptico, que no debe interpretarse al pie de la letra. La escatología trata de las realidades últimas, definitivas. La escatología bíblica es un modo de leer y de asumir la historia; tiene una visión grandiosa de la realidad y se despreocupa de la curiosidad del cuándo y del cómo sucederán los acontecimientos que refiere. Apocalipsis significa "quitar el velo", "re-velar". La apocalíptica, en cambio, sí se preocupa del cómo y del cuándo y utiliza con abundancia las imágenes fantásticas, los tonos dramáticos, los elementos catastróficos y terroríficos. Recurre también a los rumores: y son espantosos. Son rasgos apocalípticos las guerras, los terremotos, las carestías, las catástrofes cósmicas... Pero no son los que prevalecen.

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Forman el marco del cuadro. Hace hincapié en la venida del Hijo del hombre y en la insistente exhortación a la vigilancia, que es llamada al compromiso en la historia. Más que un anuncio de catástrofes es un anuncio de salvación, que se podría resumir así: a pesar de todo lo que suceda, no perdáis la fe, porque Dios os salvará. Una buena recomendación para entonces y para ahora. Los primeros tiempos del cristianismo fueron vividos con una fuerte tensión escatológica, con la idea de la vuelta inmediata de Jesús, que destruiría este mundo de pecado para comenzar su reino. Aunque Jesús había sido asesinado y todo parecía seguir como antes, los primeros cristianos caen en la cuenta -no sin vacilaciones y dificultades- de dos cosas que caracterizan justamente su modo de concebir la historia. La primera es que Cristo volverá, la historia tendrá un final en el que se manifestará en toda su plenitud la victoria de Jesús. La segunda es que esa victoria está ya presente, pero a nivel de fe. De ahí la vigilancia, integrada de espera -el cristiano vive orientado hacia el futuro- y de compromiso -el futuro se va construyendo aquí-. Esta tensión fue disminuyendo, y los cristianos se fueron resignando a la idea de una historia humana lánguida que tenía aún mucho camino que recorrer. La misma Iglesia se fue aceptando como una realidad de este mundo, atada a las contingencias históricas y sociales y cada vez más lejana y ajena al tiempo final. Así llegamos a nuestros días, en los que las expectativas de la segunda venida de Cristo y de la renovación final del mundo son casi nulas. Nuestro cristianismo carece de tensión escatológica de dimensiones cósmicas. Existe una gran diferencia entre el temor actual a un desastre nuclear y la tensión escatológica de que hablan los evangelistas: el hombre moderno considera esta posible destrucción como el final de todo, sin escatología. En contraste con el mensaje de Jesús, el hombre moderno aprendió a autodestruirse sin ninguna esperanza de regeneración, lo que es trágico. Jesús prevé tiempos difíciles. Nos presenta la historia humana inmersa en el dolor, la lucha, la guerra y la persecución. Nos anuncia que, a través de toda esta tremenda confusión, se está gestando el futuro: un mundo en continuos "dolores de parto" (Rom 8,22) y en continuo nacimiento del hombre nuevo (Ap 12,2.4-5). Quiere infundirnos confianza, para que no decaigamos en la fe en la hora de la prueba y sepamos reconocer en todos los acontecimientos de la historia la mano de Dios, que nos lleva a la plenitud. Nos explica el significado último de su intervención mesiánica. Porque ¿para qué vivir, esperar, creer, amar... si la muerte fuera el final de todo? Jesús, que una y otra vez nos ha dicho que su reino se comienza a vivir y a construir ahora, al final de su camino nos recuerda que la plenitud de todo sólo vendrá después. Nos dice a los cristianos que debemos disponernos a una larga etapa de es-

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pera y de lucha; que las persecuciones serán la principal característica de la vida del cristiano que lo sea de verdad, mientras dure la historia del mundo. Lo mismo que él llegó a la gloria a través de luchas y de tribulaciones, le sucederá a los que sigan su camino. 2. Ocasión del discurso Los discípulos, que no han estado atentos a gestos pequeños pero significativos como el realizado por la viuda -capítulo anterior-, se dejan sugestionar aún fácilmente por las cosas relumbrantes. Quieren que Jesús se fije en la magnificencia del templo. El templo, en cuyo embellecimiento y decoración se trabajaba todavía en tiempos de Jesús (habían sido ultimados unos diez años antes de los acontecimientos del 70), era considerado como una de las siete maravillas del mundo antiguo. Representaba lo más sagrado, tanto para los judíos como para los primeros cristianos, nacidos todos ellos en Palestina. Construido por Herodes I y llamado templo de Herodes, era verdaderamente grandioso. Los judíos se sentían orgullosos de él, a pesar de sus antipatías por el idumeo Herodes y sus sucesores. Dice de él Flavio Josefo: "No había nada en todo el aspecto exterior del templo que no arrebatase los ojos de admiración y no impresionase el espíritu. Estaba todo cubierto de oro, de láminas tan espesas, que desde que el día comenzaba a despuntar aparecía tan deslumbrante como no lo hubiese estado por los rayos del sol. Y en los otros lados que no estaban vestidos de oro, las piedras de ellos eran tan blancas, que esta soberbia masa parecía desde lejos, a los extranjeros que la veían por primera vez, una montaña cubierta de nieve". Y el Talmud: "Quien no ha visto ultimado el santuario en todo su esplendor, no sabe qué es la suntuosidad de un edificio". La palabra griega "exvotos" indica las estatuas, las columnatas, los soportes... Cuando Israel se encierra en sus fronteras, en sus seguridades y leyes y no admite la renovación interior que Jesús le ha transmitido, su templo -símbolo de su presente religioso- se ha convertido en una pura realidad humana. Con toda su belleza y con su antigua hondura de señal de Dios sobre la tierra, el templo de Jerusalén lleva dentro de sí los rasgos de la muerte. Su destrucción fue una llamada de atención sobre algo que Jesús ya había anunciado: el final de la antigua alianza y el comienzo de una nueva era de adoración al Padre "en espíritu y verdad" (Jn 4,23). "Todo será destruido". La respuesta de Jesús es una predicción de ruina total. Dios busca un pueblo en el que se palpe su presencia. Al haberse apartado de él, se han incapacitado para tener un templo y celebrar en él los actos de culto. La destrucción del santuario es para Jesús la consecuencia externa de la obstinación interior

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del pueblo. Cosas que parecen intocables y eternas deben caer para que sea posible el reino de Dios, el hombre nuevo, la nueva humanidad. Jerusalén y el templo han traicionado su misión y serán destruidos. Este texto de la destrucción del templo es muy significativo para nosotros. El pueblo judío vivía seguro y satisfecho a la sombra de su templo, orgullo de aquel pueblo pobre y humillado. Será destruida la maravillosa arquitectura del templo de Jerusalén y, con ella, el orden teocrático de Israel, su liturgia sacrificial, su sacerdocio, sus élites directoras y los que vivían a costa de los demás amparados en el desorden que habían establecido en nombre de Dios. De la misma manera debe ser destruido todo lo que no tenga su fundamento en el evangelio de Jesús. La respuesta de Jesús no provoca ninguna reacción de asombro ni de protesta o dolor por parte de los discípulos, sino una pregunta. No inquieren sobre el porqué o el cómo ni pretenden averiguar quién va a ser el que lleve a cabo la destrucción; sólo les interesa la fecha del acontecimiento y la señal que lo anunciará. Pero el evangelio no satisface nuestra curiosidad acerca del supuesto fin del mundo y otras cuestiones similares, sino que es una llamada a una vida nueva en Cristo. Es Mateo el que precisa más la pregunta: "Dinos: ¿cuándo tendrá lugar todo esto y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?" Jesús va a dirigir el discurso sólo a sus discípulos, a aquellos hombres que le seguían, que creían en el reino y esperaban anhelantes su llegada. 3. El doloroso alumbramiento de todo lo verdadero En lugar de responder directamente a la pregunta, Jesús orienta su respuesta hacia el destino universal de la creación y de la historia. Nos introduce en un ambiente apocalíptico. El fin del mundo, en el sentido corriente de la expresión, no es inmediato. Habrá unos signos previos, que nunca deben entenderse como datos indicadores del momento en que tendrá lugar. Siempre que se han ensayado cálculos para determinarlo, se ha podido comprobar el error. El cálculo del momento preciso en que tendrá lugar el fin del mundo va directamente en contra de todos los pasajes evangélicos que exhortan a la vigilancia y que ponen de manifiesto la incertidumbre del momento final. Los signos que apunta Jesús sirven para recordarnos nuestro peregrinar hacia un mundo nuevo, ya que aquí no tenemos morada permanente. "Cuidado con que nadie os engañe". El discurso de Jesús comienza con la enumeración de las cosas que deben suceder. Las señales afectan a todo lo que rodea al hombre. Todo lo que asegura su vida se tambalea. El orden pacífico entre los pueblos es destruido

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por guerras; la solidez de la tierra, sacudida por terremotos; la vida del hombre, amenazada por epidemias y hambres; el orden de los cuerpos celestes, trastornado por fenómenos inexplicables. Surgirán seductores que se presentarán como los portadores de la salvación escatológica, como el cristo de la parusía. La frase "yo soy" es un hebraísmo que indica al mismo Dios. Siempre ha habido -y sigue habiendo- quienes pretenden colocarse en el lugar de Dios: ideologías, estados, regímenes, personas, que aseguran que son el bien último, la victoria definitiva del hombre. La historia bíblica, junto a la genuina experiencia religiosa y profética, registra un pulular de fanáticos e impostores religiosos que, sobre todo en tiempos de crisis, explotan la emotividad popular. En las guerras espantosas, en las catástrofes de la naturaleza, como epidemias y terremotos, se debe ver "el comienzo de un doloroso alumbramiento" (Mt y Mc), pero no el anuncio del fin del mundo. Son rasgos que se encuentran también en los antiguos profetas y en el Apocalipsis de Juan. Todo son advertencias ante el peligro de seducción, ante el riesgo de errar el camino. 4. Las persecuciones El triunfalismo de muchos cristianos no tiene ningún apoyo en el evangelio. Jesús no engañó a la Iglesia presentándole un camino de facilidades y de seguridades, sino que expresamente nos dio a entender que el camino de sus seguidores estaría lleno de luchas y de dificultades. Nos anuncia la victoria final y, al mismo tiempo, un camino azaroso, difícil. Marcos y Lucas detallan más las persecuciones a que serán sometidos los discípulos. Mateo ya lo había hecho en el capítulo 10. La historia ha verificado la verdad de estas afirmaciones, como lo demuestra todo el libro de los Hechos de los Apóstoles y la historia posterior de la Iglesia. Ya en el año 64 estallará la sangrienta persecución de Nerón. Jesús lanza una seria advertencia a todos los que quieran ser sus discípulos, a todos los que quieran seguir su proyecto de reino. Deben ser conscientes de la dificultad del camino, sobre todo cuando las cosas llegan a situaciones límite, en las que se sigue adelante o se deja todo; cuando los caminos emprendidos son verdaderamente liberadores, y no se quedan en meras palabras o ritos. Deben saber que el camino y las dificultades que él tuvo serán el camino y las dificultades de sus seguidores; tanto más semejantes cuanto mayor sea la entrega a su proyecto. Sabremos si seguimos o no a Jesús si las cosas que le pasaron a él y la respuesta que le dieron los distintos grupos sociales son las cosas y las respuestas que nos van pasando a nosotros. Es el mejor termómetro. A él le seguían los pobres, los sencillos, los hambrientos

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de pan y de justicia... Le rechazaron los hartos, los ricos... ¿Nos pasa igual a nosotros? ¿Y a la Iglesia? Jesús tiene una visión de la historia realista y profunda. Sabe por propia experiencia que los que más busquen la justicia, la libertad y la verdad, los auténticos seguidores suyos, serán perseguidos y asesinados por los que teman perder algo en el cambio. Y muchas veces en nombre de Dios, como le sucedió a él mismo (Jn 16,2; Mt 26,65). Hemos de entender correctamente quiénes son los destinatarios de las persecuciones que anuncia Jesús. Incluye a personas que, desde otras ideologías y religiones, trabajan seriamente por un mundo distinto; muchas veces empleando el evangelio que nosotros profesamos de palabra. Los cristianos tenemos que ser hombres molestos en el mundo. Debemos ser inquietos, porque tenemos que estar siempre intuyendo nuevas metas, criticando situaciones defectuosas, animando a seguir hacia el futuro, tratando de no desfallecer nunca. "Por mi causa os odiará todo el mundo". ¡Cuántas veces nos odian y nos desprecian por no ser fieles al Maestro! Nos deberían odiar los defensores de las insultantes desigualdades sociales, los explotadores, los dictadores -asesinos "al por mayor"-... Nunca los luchadores por la igualdad entre hombres y pueblos, los inconformistas... ¿Sucede así o es lo contrario? La tribulación será tanto más grande cuanto mayor sea la fidelidad con que se transmite el mensaje de Jesús. Prevalecerá el desenfreno. Se experimentará el escándalo del nombre de Jesús en todos los lugares en que vivan verdaderos discípulos suyos. Una persecución que no sólo procede de fuera, sino también de dentro, de las mismas comunidades cristianas, de la misma jerarquía. Falsos profetas que confundirán a muchos y traicionarán la verdadera misión del cristiano y de la Iglesia: anunciar el reino del amor, de la justicia, de la libertad... Muchos fallarán y se acomodarán al perder fuerza su fe y enfriarse su amor; bastantes, buscando otros objetivos a la sombra de la religión, tratarán de eliminar a los que intenten desenmascararles. 5. Necesidad de la perseverancia Teniendo en cuenta todo lo dicho anteriormente, es lógico que Jesús nos haga una llamada a la perseverancia. No a la paciencia, a no ser que ésta sea entendida en su sentido bíblico de constancia y fidelidad en el camino emprendido. Nos acecha la tentación de prescindir de las exigencias de Jesús y acomodarnos a los valores de este mundo: violencia, compromiso con el poder, riqueza, apariencia... En medio de la lucha, Jesús nos promete que sólo a su lado encontraremos el sentido de la vida. Una vida que no se confunde con el final feliz de una novela. Desde una

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perspectiva humana, el fin será un completo fracaso; supondrá probablemente soledad e incomprensión respecto a los antiguos amigos y a los propios familiares, si buscan el éxito en esta vida; supondrá dificultades con respecto a los poderes de este mundo -político, económico y religioso-, siempre en guardia contra los que anuncian otras verdades y exigencias; parecerá que las leyes de la naturaleza y de la historia se ríen de la ilusión y de la utopía del cristiano. Cuando todo se haya unido para señalar la "insensatez" de la vida cristiana, Jesús nos dice que no perderemos ni un cabello de la cabeza y que la perseverancia nos llevará al triunfo definitivo. Nada verdadero se pierde, sino todo lo contrario: se plenifica y eterniza. El hombre nuevo y la nueva creación se iniciaron con la venida de Jesús de Nazaret. Su desarrollo durará toda la historia humana. El fin individual del ser humano no se identifica con el fin de la historia. La salvación individual no coincide con la social. La maduración del individuo, por su entrega total y su constancia, es más rápida que la de la humanidad en general. El que se mantenga firme hasta el final obtendrá la salvación-liberación. Clara postura cristiana, virtud escatológica, para vivir en el mundo actual. El evangelio permanecerá aunque muchos, a quienes está confiado, mueran interiormente y ya no estén a la altura de lo que requiere seguir el camino de Jesús. Su conocimiento llegará a todos los pueblos. Mateo se refiere al mundo conocido entonces: el grecorromano. "Y luego vendrá el fin" (Mt 24,14). Podríamos resumir el anuncio de Jesús: deberemos luchar siempre, nunca podremos pensar que hemos ganado, pero ganaremos. No se trata de una lucha contra nadie, sino entre el bien y el mal, verdad y mentira, amor y egoísmo, justicia e injusticia. Esta lucha está también dentro de nosotros, porque todos tenemos bien y mal, amor y egoísmo... Mal vamos a colaborar en la transformación del mundo si no empezamos por nosotros mismos. Porque no cambiaremos la sociedad sólo por lo que hagamos, sino principalmente por lo que seamos. Es necesario que nuestra acción hacia afuera sea consecuencia de una vida interior profundamente enraizada en el evangelio de Jesús. Lo contrario es hipocresía; y la hipocresía no puede hacer avanzar la sociedad. Nadie está completamente en el bando de la verdad ni en el bando de la mentira. Únicamente Dios está totalmente en el primer bando, porque es ese bando.

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La gran tribulación y la venida del Hijo del hombre

Siguió diciendo Jesús a sus discípulos: -Cuando veáis al ídolo del opresor instalado en el lugar donde no debe estar (el que lea, que entienda bien), entonces los que estén en Judea huyan a los montes; el que esté en la terraza, que no baje a recoger sus cosas; el que esté en el campo, que no vuelva a buscar sus ropas. ¡Pobres de las mujeres que estén embarazadas o estén criando en aquellos días! Orad para que esto no suceda en invierno. Porque en aquellos días habrá una angustia como no hubo otra igual desde el principio de la creación hasta los días presentes, ni la habrá en el futuro. Y si el Señor no acortara esos días, no se salvaría nadie; pero ha decidido acortar esos días en favor de los que quiere salvar. Si alguien os dice entonces: "Mira, el Cristo está aquí" o "está allá', no le creáis. Ya que aparecerán falsos cristos y falsos profetas que harán señales y prodigios con el fin de engañar incluso a los elegidos, si esto fuera posible. Vosotros, pues, estad preparados; os lo he advertido de antemano. En aquellos días, después de esta gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo. Aprended lo que os enseña la higuera: cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre. (Mc 13,14-32) -Cuando veáis a Jerusalén rodeada por ejércitos, sabed que ha llegado el tiempo de la destrucción. Si estáis en Judea, huid a los montes. Si estáis dentro de la ciudad, salid y alejaos. Si estáis en los campos, no volváis a la ciudad. Porque ésos serán los días del castigo, en que se cumplirán todas las cosas que fueron anunciadas en la Escritura. ¡Pobres de las que estén embarazadas o estén criando en aquellos días! Porque una gran calamidad sobrevendrá al país y estallará sobre este pueblo la cólera de Dios. Morirán al filo de la espada, serán llevados prisioneros a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos hasta que se cumplan los tiempos de las naciones. Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.

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Les propuso esta comparación: -Fijaos en la higuera y en los demás árboles. Cuando comienzan a brotar os dais cuenta de que está cerca el verano. Así también, cuando veáis las señales que os dije, pensad que está cerca el reino de Dios. En verdad os digo que no pasará esta generación sin que sucedan estas cosas. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. (Lc 21,20-33; cf Mt 24,15-36) En el discurso escatológico está latente el recuerdo de las dificultades que encuentra la Iglesia alrededor del año 65: los cristianos de Roma acaban de padecer la persecución de Nerón, en la que han sido asesinados Pedro y Pablo; Palestina se halla agitada violentamente por los levantamientos que han conducido a la guerra y a la toma de Jerusalén por Tito. El discurso es una llamada a la fe; a una fe capaz de seguir creyendo que las promesas hechas por Dios, a través de Jesús, se cumplirán a pesar de todo. Nos muestra el término de la historia del hombre sobre la tierra: el triunfo final del Hijo del hombre y la felicidad para siempre de sus amigos, "sus elegidos de los cuatro vientos". En el presente texto podemos distinguir tres partes: la gran tribulación, la venida del Hijo del hombre y la parábola de la higuera. 1. El poder de las tinieblas "Cuando veáis al ídolo del opresor instalado en el lugar donde no debe estar", escribe Marcos. Mateo se refiere a lo mismo con palabras muy semejantes: "Cuando veáis instalado en el templo al ídolo del invasor". Lucas no habla del "ídolo"; pone en su lugar: "Cuando veáis a Jerusalén rodeada por ejércitos". ¿A qué se refiere? Es difícil saberlo con exactitud. La expresión de los dos primeros es de Daniel (Dan 9,27), e indica el hecho sacrílego del que fue protagonista Antíoco IV Epífanes. En el año 168 a.C., este rey había osado erigir dentro del templo un altar en honor de Zeus (Júpiter) Olímpico (2 Mac 6,2). También puede ser una referencia a Calígula, obstinado en colocar en el templo su propia estatua (año 40 a.C.). O una alusión a la destrucción de Jerusalén, cuando los soldados romanos alzaron dentro del templo los estandartes de su emperador. Finalmente, alguno ve la figura del anticristo. El libro del Apocalipsis puede darnos también una pista con el símbolo de las dos bestias (Ap 13). La primera bestia es un poder político que blasfema de Dios, se hace adorar y persigue a los verdaderos creyentes. La segunda es una realidad religiosa que lucha contra el Cordero -Cristo-, y realiza milagros capciosos y seduce a los hombres para que adoren a la primera bestia.

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El poder político de siempre acepta al creyente en la medida en que éste está de acuerdo con él y colabora. De lo contrario, lo perseguirá. La historia es testigo de esta afirmación. Lo más grave es cuando el poder religioso se alía con el poder político. ¿No será eso "instalar en el templo el ídolo del invasor"? Si la religión se vuelve contra sí misma, ¿quién presentará su verdadero rostro? La lucha de las dos bestias contra el Cordero narra, con palabras veladas, la situación en que se hallaba la Iglesia de Juan, perseguida por el imperio romano y por el sanedrín. Y es la lucha de la Iglesia de todos los tiempos y de ahora: en unos lugares, para purificarse de sus continuas tentaciones de alianzas con toda clase de poderes; en otros, para seguir ejerciendo la misión encomendada por Jesús. En el centro de las preocupaciones de los evangelistas no parece estar la profanación del templo, sino la dramática situación que vivirán los más débiles. La gran tribulación nos hace pensar en terrores históricos y cósmicos, como ya fueron indicados en las guerras, terremotos y hambres. La magnitud del desastre que va a abatirse sobre Jerusalén se muestra en que sólo queda la posibilidad de la huida. Nadie debe volver atrás. La huida siempre ha sido un trance y una prueba especiales; incluso en la actualidad, en la que constantemente se tienen que desplazar, huir de sus países millones de personas. El hombre quiere ser caminante y no fugitivo. El caminante conoce el término de su camino y lo busca con ilusión; el fugitivo se dirige hacia lo incierto y vive con temor. En cualquier huida puede percibirse algo de la tribulación del tiempo final, como en cualquier guerra, terremoto y hambre. Lo que normalmente es recibido con alegría, crea ahora grandes dificultades. Las madres que estén embarazadas o criando experimentarán una mayor aflicción y desamparo por las atrocidades que los soldados romanos cometían frecuentemente con ellas y con los niños pequeños. Pide a los suyos que rueguen para que estos hechos no sucedan en invierno ni en sábado: en invierno, a causa de las especiales incomodidades que provoca esta estación, en la que, entre otras cosas, los ríos llevan el máximo caudal y dificultan la huida; en sábado, por los escrúpulos que podían tener muchos judíos piadosos a caminar más de lo permitido ese día. Será la calamidad más grande que ha conocido y conocerá la historia de la humanidad. Su magnitud no depende solamente del dolor que causa, sino también del valor de lo que se destruye. El pueblo judío va a desaparecer como nación; el pueblo que había sido llamado por Dios para ser su testigo entre las naciones. Todos los testimonios del amor de Dios van a ser arrasados.

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Aunque nuestra situación histórica sea distinta de la que tenía la comunidad cristiana de entonces, es totalmente actual la existencia de fuerzas maléficas y que la humanidad está amenazada por ellas. Y es también actual que la fe debe hacerles frente. No podemos tomar literalmente la invitación a la huida, porque equivaldría a invalidar la llamada anterior a la perseverancia. Con la imagen de la huida se nos quiere decir algo distinto: vigilancia y prontitud para actuar ante el mal. Los discípulos deben saber que nunca serán probados por encima de sus posibilidades. Si los poderes del mal fueran desencadenados sin ningún freno y pudieran desfogarse, nadie se salvaría. Pero siempre hay un límite, porque Dios sostiene en la mano las riendas de la historia. No dejará destruir su plan sobre la creación. Por ello abreviará los días y la fuerza del mal. "Aparecerán falsos cristos y falsos profetas..." Los falsos profetas ya fueron anunciados (Mt 7,15). Son una verdadera plaga. ¿No vivimos continuamente asediados por falsos profetas? Pero todavía es peor que se presenten los que afirman que son el Mesías. Y tampoco es raro que suceda. Han sido bastantes a lo largo de la historia los que se han presentado con la pretensión de ser la respuesta definitiva a los anhelos del hombre. ¿No lo son, de algún modo, la sociedad consumista que padecemos y las ideologías que prometen al hombre la felicidad plena para el "más acá"? Ante estos falsos cristos y falsos profetas, de gran éxito en nuestro mundo, ¿cuántas veces nos hemos preguntado si no es una equivocación creer? ¿Para qué vivir contra corriente si hasta la misma Iglesia jerárquica parece haberse acomodado, abandonando las exigencias evangélicas? ¿Pasa el evangelio de ser un bello sueño irrealizable? ¿Por qué les va tan mal a los que tratan de serle fieles, incluso ante los que más tenían que apoyar?... Es posible que detrás de esta advertencia se encuentren ciertos sucesos históricos del tiempo de los evangelistas. La expresión "Cristo está aquí o allá" puede indicar cristianos exaltados, que daban la llegada de la parusía -segunda venida de Cristocomo inminente. Mateo habla de "desierto" y de "lugar retirado" como sitios posibles de donde se creía que vendría el "Cristo". El desierto era el lugar tradicional para reunir fuerzas y organizar un levantamiento. En lugares retirados -sótanos o habitaciones más escondidas de las casas- se tramaban las conspiraciones contra los poderes opresores. De ninguno de ellos vendría el Mesías. Su mesianismo no era el político y triunfalista que muchos esperaban y en el que muchos viven. Su venida "será como el relámpago", tan evidente que será vista por todos; de la misma manera -sigue Mateo- que el cadáver de un animal queda al descubierto en el desierto y es inevitable que, por su instinto, lo vean los buitres y las águilas y caigan sobre él.

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Para la gran masa del pueblo, Jesús permanece desconocido. Su mesianidad está oculta, antes y ahora. Solamente tenemos el camino de la fe. Y, a causa de su oscuridad, es posible cambiarla, engañándonos a nosotros mismos. El poder de seducción de estos falsos cristos y falsos profetas puede ser tan grande que lleguen a obrar señales y prodigios que causen asombro en los hombres. Son un constante peligro para los que intentan ser fieles, que podrían ser víctimas de ellos si Dios lo permitiese. Cuando son más peligrosos es cuando se presentan como el nuevo dios y la nueva religión. Todas las "renovaciones" hechas con poder y apoyadas por el dinero pueden tener este signo. Los efectos grandiosos que producen, recibidos como "señales y prodigios", no son signo del espíritu del bien. Incluso las curaciones y los milagros, que no pueden clasificarse entre las leyes de la naturaleza que conocemos, por sí solos no demuestran que son obrados por la virtud de Dios. Tampoco obras que son realizadas en nombre de la religión. Es necesario examinar la vida de estos hombres, porque ahí está la verdadera clave de interpretación. En todas partes está al acecho el peligro de desorientación para el pueblo, de confundir al verdadero Mesías, que sólo busca la gloria del Padre, con los falsos mesías, que se buscan a sí mismos; de confundir a los verdaderos profetas con los falsos. Reflexionemos seriamente sobre qué buscamos en la vida: si es el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33), nuestro Mesías es Jesús de Nazaret; pero si pensamos que vivir el evangelio hoy -ser pobre, perseguido...- es imposible porque los tiempos han cambiado, es evidente que no lo es. 2. El retorno de Jesús al final de los tiempos La venida del Hijo del hombre es el núcleo central en torno al cual gira todo el complejo discurso de Jesús. Las imágenes o metáforas empleadas para señalar la venida son las características de la tradición profética, en donde la intervención de Dios es siempre precedida por acontecimientos cósmicos excepcionales. "El sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán". Son unas imágenes fuertes para indicarnos que Dios entra en escena. Todos los acontecimientos aquí descritos tenemos que imaginárnoslos yuxtapuestos: destrucciones y guerras, confusión en la Iglesia, aparición de seductores. Ahora se añaden fenómenos en el universo, se anuncia el tiempo final con grandes señales en el espacio. Lo que aquí se describe no es la destrucción de un mundo, sino una escena de dimensiones cósmicas que nos prepara para presentarnos el gran acontecimiento: el retorno de Jesús. Todo a base de elementos apocalípticos, que nos obliga a interpretar todo su contenido y enseñanza en función de este género literario.

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Se verán sacudidos los tres ámbitos de la creación, conforme a la idea de la época, que concebía el mundo dividido en tres pisos. En el firmamento, el sol, la luna y las estrellas dejarán de prestar sus servicios. En la tierra se verán las gentes presa de angustia y de desconcierto. El mar quedará abandonado a sus impulsos caóticos. "Entonces verán al Hijo del hombre..." Es el término de la historia humana, el momento en que se acabará el tiempo. A pesar de la importancia que los evangelistas conceden al presente -un presente en el que cada uno debe asumir sus responsabilidades-, no se olvidan de dirigir la mirada de los cristianos hacia el futuro pleno y definitivo, en el que el reino de Dios quedará establecido. Lección imprescindible, ya que pensar la vida en cristiano es conceder al presente y al futuro la importancia que merecen, es saber que la vida humana es mucho más que el ahora y aquí; que el presente no recibe su plena significación más que en función del futuro, del esperado retorno de Cristo. ¿No es imprescindible que el hombre descubra que el sinsentido de la vida actual se transforma en sentido pleno y definitivo desde el futuro de Dios? Es fundamental para el cristiano la esperanza que brota de la venida de Jesús al final de los tiempos. Por las opciones hechas hoy, gracias a la vigilancia vivida día a día, a través de la oración y del trabajo por la justicia..., nos vamos preparando para el misterioso encuentro, turbador y tranquilizante a la vez, con Jesús, en el que se resume el futuro del cristiano. En la agonía de los hombres que fracasan sin consuelo, en la falta de sentido de una sociedad que machaca a los mejores de sus hijos..., está llegando Cristo. No importa que los astros hayan terminado su servicio. Los hombres tendrán posibilidad de "ver" gracias a la luz que emana directamente del Hijo del hombre. No habrá posibilidad de engaño; la mentira no tendrá ya lugar. Esta es una luz que ilumina cualquier zona de oscuridad, cualquier posibilidad de duda. ¿Exige la parusía la manifestación sensible y corporal de Cristo? Parece que no, si tenemos en cuenta el género literario en que está descrita y al que tenemos que acudir para valorarla. Lo mismo que no es necesario que el final del tiempo sea precedido de la destrucción del cosmos. Con la aparición del Hijo del hombre cesarán los peligros y las persecuciones, se verá cumplida la esperanza, antes ridiculizada y escarnecida, de una fraternidad universal. Aparecerá con gloria el reino que el discípulo siempre conoció por la fe. Reunirá "a sus elegidos de los cuatro vientos". No se alude al juicio de los malvados, como se hace en otros lugares. El único objetivo de la venida del Hijo del hombre es reunir a los suyos. Con esta imagen se describe la salvación de los que perseveren hasta el final. Los que han dado la vida por el evangelio, se han desvivido por los demás, sin dejarse descorazonar por la maldad o la persecución, llegarán al reino definitivo.

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En lugar de la reunión de los elegidos que nos narran Marcos y Mateo, Lucas escribe: "Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación". Y es que la tragedia y el dolor que trae consigo cada avance revolucionario de la historia nos acercan a la auténtica y total libertad de la vida. Este anuncio de nuestra plena liberación tiene que suscitar en nosotros un poderoso sentimiento de esperanza. Esa llama frágil que cualquier soplo puede apagar. Una esperanza brutalmente desmentida tantas veces por la historia. ¿Cómo esperar entre tantas guerras, injusticias y crueldades...? ¿Cómo esperar cuando los que tienen el coraje de testimoniar a Jesús con su vida son perseguidos, acusados, condenados? De improviso, los papeles se cambian: precisamente el Hijo del hombre -derrotado, humillado y asesinado por los que más tenían que haberlo apoyado- aparece vencedor para pronunciar el juicio inapelable sobre la historia y sus llamados protagonistas... ¿Cómo no esperar ante semejante anuncio? 3. Parábola de la higuera Lo mismo que los brotes de los árboles indican la cercanía del verano, los acontecimientos antes narrados señalan hacia el final del tiempo. Cuando la higuera retoña, cualquiera conoce que se acerca el buen tiempo. Lo mismo que el campesino está ejercitado en sacar sus conclusiones hasta de las pequeñas señales de la naturaleza, los cristianos debemos vivir atentos en el mundo y prestar atención a todo lo que en él ocurre. La fe vivida con compromiso nos irá ofreciendo la debida interpretación. Sólo una señal nos puede anunciar el final de un mundo: la aparición del Hijo del hombre. Todas las demás señales pueden admitir varias interpretaciones. Tenemos que estar en vela, dándole a cada momento de la existencia la importancia que tiene; comprender que cada situación que vivimos es como una llamada de Dios a ser fieles al evangelio, a estar atentos a las personas que nos rodean, para decidir qué es lo que debemos hacer según el Espíritu de Jesús. Cada momento es el último. No volverá. No habrá un futuro que repita el pasado y nos permita corregirlo. Del pasado podemos arrepentirnos, pero nunca cambiarlo. "No pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán". Las palabras de Jesús no dejarán de cumplirse; no son meras palabras de consuelo. Se hace duro perseverar con paciencia cuando la espera no tiene fin y cuando tantas y tantas cosas no tienen solución, al menos aparentemente. Marcos y Mateo concluyen: "El día y la hora nadie lo sabe..., sólo el Padre". Cualquier interpretación que fije una fecha exacta para el final del mundo queda eliminada. El día y la hora están reservados exclusivamente al conocimiento del Padre. Jesús debía

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comunicar a los hombres un mensaje determinado, con sus límites y sus fronteras. Y en este mensaje no entraba satisfacer la curiosidad de los hombres con respecto al final de la historia. Tenemos que caminar tratando de ser fieles al evangelio, sin pretender conocer días ni horas. La plenitud llegará, pero cuando el Padre quiera. Ciertamente, habrá un fin: individual primero, universal después. Pero no será el acabamiento de todo, sino un cambio. Será el final de una etapa para iniciar otra: la definitiva. No se trata de indagar cuándo sucederán todas estas cosas, sino de saber cómo debemos comportarnos en la espera.

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Despreocupación de los hombres e invitación a la vigilancia

Siguió diciendo Jesús a sus discípulos: -Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre. ¿Dónde hay un criado fiel y cuidadoso a quien el amo encarga de dar a la servidumbre la comida a sus horas? Pues dichoso ese criado si el amo, al llegar, lo encuentra portándose así. Os aseguro que le confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el criado es un canalla y, pensando que su amo tardará, empieza a pegar a sus compañeros, y a comer y a beber con los borrachos, el día y la hora que menos se lo espera llegará el amo y lo hará pedazos, como se merecen los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. (Mt 24, 37-51) Dijo Jesús a sus discípulos: -Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad! (Mc 13,33-37) -Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre. (Lc 21,34

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También este pasaje forma parte del discurso escatológico de Jesús. En él nos recomienda insistentemente estar en vela y en constante vigilancia, porque el final -individual y colectivo- será inesperado. Después ya no habrá tiempo para nada más: cada uno será "llevado" o "dejado" según la consistencia de su vivir. Nuestro tiempo sobre la tierra es breve, único y decisivo; es un tiempo no terminado, no definitivo. El tiempo que vivimos no es el último, sino el penúltimo. Tiempo de hacer como Noé, como el dueño de la casa que espera al ladrón, como el criado fiel y cuidadoso. Es lo que responde Jesús a los que querían saber cuándo tendría lugar la parusía: en lugar de responder a su curiosidad, les indica la actitud que deben tener durante este tiempo de activa espera. El tiempo final será el cumplimiento y la consumación de todas las esperanzas y anhelos de la humanidad; el desarrollo lógico de la fe cristiana en Jesús resucitado. ¿Es posible esta esperanza en un mundo atormentado por la violencia, la injusticia, el paro, las insistentes amenazas de guerra nuclear...?; ¿un mundo en el que parece que Dios ha muerto, suplantado por los dioses de turno: consumismo, fama, poder, sexo, dinero...?; ¿un mundo en el que Dios ha dejado de ser noticia y centro de interés?

1. El ejemplo de Noé La generación del diluvio pasó a la historia como una generación corrompida. Pero Jesús no trae su recuerdo principalmente a causa de su maldad, sino para indicarnos su vivir despreocupado de lo fundamental: su relación con los valores de Dios. Vivían zambullidos y absorbidos en sus preocupaciones cotidianas; de espaldas al vivir verdadero; tranquilos, sin tener idea del juicio de Dios que les amenazaba. Jesús explica a los que le escuchaban que los que vivan en el momento de su vuelta se portarán lo mismo que los contemporáneos de Noé. Un aviso que se haría actual en sus propios contemporáneos, que se hace actual ahora y que será actual siempre. Jesús nos llama la atención del peligro que corremos de vivir indiferentes ante los verdaderos valores de la vida. La actitud de Noé traduce perfectamente la postura del hombre de fe. El no contaba con datos de ningún tipo para deducir la catástrofe que se cernía sobre ellos. Se fía única y exclusivamente de la palabra de Dios, de sus insinuaciones. Y lleva a cabo aquella construcción absurda en un país seco, guiado únicamente por la orden que creía haber recibido de Dios. Noé está en la línea más pura de Abrahán, modelo de creyentes; en la línea de los que ponen incondicionalmente su fe en Dios. Antes del diluvio la gente hacía una vida normal: "comía, bebía y se casaba". La

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vida se juega en esos momentos normales, cotidianos. No esperemos muchas ni pocas oportunidades para hacer cosas importantes. Correríamos el riesgo de pasarnos la vida sin hacer nada. Las decisiones definitivas las vamos tomando en la vida corriente, lo mismo que nuestro cuerpo se va formando día a día sin que nos demos cuenta de ello. "Cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos". Vivían seguros y, de pronto, les sorprendió el diluvio. Se da un cambio brusco: de la seguridad a la destrucción. Vivimos inmersos en las actividades cotidianas, siguiendo el curso normal de ellas, y repentinamente puede cambiarse por completo nuestra vida, incluso puede acabar inesperadamente. ¡Es tan frágil la vida del hombre! Los cristianos debemos estar siempre atentos a lo desconocido, a lo imprevisto. Nunca podemos creernos seguros. La vida segura de sí misma se hace perezosa y pesada. La vida del hombre vigilante está llena de viva tensión. Deberíamos saber claramente lo que esperamos. Lo imprevisible de los acontecimientos últimos, a nivel colectivo -final del mundo- o a nivel individual -la propia muerte-, no nos permiten esperar al último momento para la conversión a una vida auténtica. Hemos de vivir vigilantes y cumpliendo con fidelidad nuestro deber. Sólo así estaremos disponibles a la vuelta del Señor. Jesús nos invita a ser como Noé y no como sus conciudadanos, porque cuando venga él se repetirá la imprevisión de los hombres. El momento de la muerte de cada uno y del juicio final son desconocidos. Ignorancia que debe provocar en nosotros la vigilancia. Además, sería dramático que supiéramos el momento de nuestra muerte: viviríamos como condenados a la máxima pena esperando el momento, aunque la fe en Jesús dulcificara en ocasiones esta idea. Siempre es duro caminar hacia lo incierto. Lo mismo la humanidad: las reacciones de las masas ante la inminencia del final serían catastróficas. Esta ignorancia no debemos confundirla con despreocupación. La venida del Hijo del hombre tendrá lugar dentro de la normalidad cotidiana, mientras se hacen las labores del campo o las domésticas. Con dos comparaciones ambientales nos indica el valor selectivo de las obras. La venida mostrará las diferencias existentes entre las personas; diferencias que ahora pasan desapercibidas. Exteriormente hacen lo mismo los dos hombres y las dos mujeres. En su actividad no hay nada que los distinga. La diferencia está en su actitud: uno cuenta consigo y con su propio plan de vida, anda a lo suyo; el otro cuenta con Dios y su venida, está abierto a las necesidades y problemas de los demás. Uno interiormente está dormido; el otro está despierto.

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2. Hemos de vivir vigilantes, en vela Se nos señala uno de los motivos de la vigilancia: "Porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor". La parusía es, al mismo tiempo, inminente e imprevisible: el Señor puede llegar hoy y puede tardar. Nadie puede saber de un acontecimiento que depende de la voluntad soberana de Dios. De aquí que el único comportamiento serio sea la vigilancia, estar siempre dispuestos a acogerlo, en cualquier momento y lugar, con una vida digna. Una realidad que se hace acuciante en la actualidad por las numerosas muertes repentinas y de accidente. Vigilar significa estar constantemente en vela, despiertos, en actitud de espera activa; significa vivir una actitud de servicio permanente al prójimo, a disposición del Hijo del hombre, que puede regresar en cualquier momento; significa lucha, fatiga, renuncia. No significa, ni mucho menos, indiferencia o falta de compromiso ante las obligaciones de cada día. No son los acontecimientos externos, por muy ruidosos y terroríficos que sean, los que nos hacen estar vigilantes, aunque nos impidan dormir. La vigilancia cristiana es otra cosa: depende de algo que está dentro de nosotros, del paso por nuestra vida de Alguien que nos mantiene despiertos y a la escucha en medio del silencio interior; de Alguien que nos empuja a hacer realidad el reino de Dios a nuestro alrededor. La vigilancia nos previene de los que viven preocupados por saber el día y la hora y de las desviaciones de los falsos mesías y falsos profetas. También de la relajación de los que se acomodan a este mundo: ese día descubrirán que su modo de pensar y de vivir fue una necedad. Lucas nos exhorta a "no embotar nuestra mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero"; a "mantenernos en pie ante el Hijo del hombre". Hemos de vivir con sobriedad, convencidos de que lo verdaderamente necesario para una vida humana digna es mucho menos de lo que quiere hacernos creer la sociedad de consumo. A los que nos gusta la vida al aire libre sabemos por propia experiencia qué pocas cosas son necesarias para vivir. Contrariamente a las leyes del mundo de la física, sólo se está de pie, según el evangelio, cuando nuestro eje de gravedad pasa fuera de nosotros. 3. Tres breves parábolas La necesidad de la vigilancia es ilustrada por Mateo con dos comparaciones o pequeñas parábolas: la del dueño de la casa que espera en vela al ladrón y la del criado fiel que aguarda la llegada del amo. Marcos nos ha transmitido sólo una; Lucas, ninguna,

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pero nos ha avisado del peligro de embotar la mente y nos ha invitado a estar siempre despiertos y en pie. La parábola del dueño de la casa y el ladrón puede hacer alusión a un robo reciente. Las casas palestinas estaban construidas, sobre todo en su techumbre, con barro mezclado con ramajes, y las paredes laterales eran con frecuencia de adobes. De ahí la descripción del ladrón que abre un boquete para entrar a robar. Si el dueño de la casa hubiera sabido la hora en que se iba a realizar el robo en su hogar, es lógico que hubiera vigilado para evitarlo. Jesús aplica este suceso a la caída de Jerusalén y a su parusía. Ambas se producirán en plena despreocupación, y sorprenderá a los hombres como el ladrón sorprendió al dueño de la casa. Sólo para los que viven despreocupados o dormidos aparecerá el retorno de Jesús como el de un ladrón; para los que estén velando, trabajando por el reino, Cristo vendrá como un amigo: "Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos. A los vencedores los sentaré en mi trono, junto a mí; lo mismo que yo, cuando vencí, me senté en el trono de mi Padre, junto a él" (Ap 3,20-21). La segunda parábola de Mateo no invita sólo a estar en vela, sino también a ser fiel a la voluntad del amo. Nos presenta a un señor que tiene varios criados y pone a uno de ellos al mando de los demás, encargándole que sea leal en su ausencia a la misión que le confía. Si al volver a casa sin avisar lo encuentra cumpliendo bien su oficio, obtendrá la recompensa de los que son fieles. Pero si, viendo que tarda el amo, maltrata a los compañeros y busca únicamente su propio provecho, busca ser servido en lugar de servir, tendrá su merecido castigo cuando vuelva su señor "el día y la hora que menos se lo espera". La escena de golpear a los compañeros y abusar de ellos era muy frecuente en el criado oriental que era encumbrado por el amo. No se especifica el castigo. Textualmente dice: "Lo hará pedazos, como se merecen los hipócritas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes". Marcos recoge el caso de un hombre que parte de viaje y deja a cada uno de sus criados una tarea a realizar durante su ausencia. Es el portero el único encargado de vigilar, mientras los demás criados se dedican al trabajo encomendado. Las cuatro posibles venidas del dueño -"al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer"- hacen alusión a las cuatro vigilias en que dividían los judíos la noche e indican que la vuelta del amo será siempre inesperada -en la noche-. El amo no procede, a su vuelta, a ninguna rendición de cuentas, lo que hace suponer que la parábola no apunta hacia la vigilancia que todos hemos de tener para prepararnos al juicio, sino hacia esa vigilancia más especial que corresponde, en primer lugar, a Pedro -el portero que vela-, después a cada uno de los cristianos -"lo digo a todos: ¡velad!"-, y que consiste en estar atentos a los signos de los tiempos: esas señales que nos van marcando la dirección, casi siempre imprevisible, del reino de Dios. La vigilancia

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es la disponibilidad para la última venida de Cristo y para su venida de cada día en los acontecimientos cotidianos de los hombres.

4. El adviento Estos textos se leen, en los tres ciclos, el domingo primero de adviento. Por eso me parece importante dar algunas ideas sobre este tiempo litúrgico. La peculiaridad del adviento -significa venida o llegada- no es tanto una llamada a la conversión personal -más propia de la cuaresma- como un abrirnos a la esperanza. El núcleo de este tiempo lo constituyen el nacimiento histórico de Jesús, su parusía al final de los tiempos y su constante venida al corazón de los que viven despiertos. Y así es recuerdo del Cristo que vino y espera de sus venidas cotidianas y escatológica. Porque Jesús no sólo vino en la historia, sino que viene constantemente y vendrá el último día para plenificar y eternizar todas las verdaderas ilusiones humanas. Es un tiempo de anhelos, de utopías, de deseos, de esperanzas, de oración. Nos recuerda el horizonte último de la historia; que caminamos por un mundo que pasa, y que debemos poner el corazón en los bienes que perduran: en Dios. Nos llama a mirar hacia adelante con valentía, a seguir caminando. En él cobra sentido nuestra vida de cada día: la lucha por irnos liberando de tantas servidumbres que nos atenazan, en espera de la liberación definitiva que nos llegará a todos después de la muerte. El adviento nos invita a despertar, a abrir los ojos para descubrir a ese Dios que está en lo más íntimo de nosotros mismos. La espiritualidad del adviento tiene que ser una espiritualidad de liberación que estará centrada en una conversión al prójimo, al hombre oprimido, a la clase social expoliada, a la raza despreciada... Una liberación que comienza cuando salimos de nosotros mismos, cuando dejamos de preocuparnos únicamente de nuestras cosas. Implica una sobriedad de vida, porque nos ayuda a saber cada vez mejor que en cualquier momento podemos ser llamados a participar en una vida más plena y definitiva. Adviento es un tiempo y una actitud; algo que se celebra y se vive. Vivimos en adviento y somos adviento. El pasado es nuestra historia; el presente, nuestro quehacer o compromiso; el futuro es el que da sentido y dirección al presente. Mientras en el mundo haya una pequeña injusticia, los hombres seguimos en construcción y debemos celebrar el adviento; mientras haya un marginado, un despreciado, un parado..., la humanidad no estará consumada y tendrá necesidad de celebrar el adviento; mientras todos los hombres no vivamos como hermanos e iguales, el adviento será un tiempo y una actitud obligados.

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Parábola de las diez doncellas

Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -El reino de los cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se ovó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas". Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis". Mientras iban a comprarlo llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos ”. Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco". Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora. (Mt 25,1-13) Mateo añade a su discurso escatológico tres parábolas propias, a las que dedica todo el capítulo 25. En ellas insiste Jesús en que la muerte del discípulo es el fruto de su vida, y que no tiene en sí misma nada de terrible para el que ha sido fiel a su conciencia, porque corona la vida que se ha llevado. Una vida que no se puede improvisar en el último momento, ni se puede prestar o transferir de uno a otro. Cada uno es responsable de sus propios actos. Actualizar el contenido de la parábola de las diez doncellas -primera de las tres- no es difícil: en el tiempo presente, el creyente y la comunidad que esperan al Señor tienen que ser sensatos y vivir en una permanente actitud de disponibilidad a las llamadas que Dios nos hace a través de los sucesos diarios, ya que los hombres no disponemos de la vida para usarla según nuestros caprichos. Hemos de contemplar y valorar todo lo que hacemos desde el acontecimiento decisivo de la muerte, del encuentro definitivo con el Señor. Este encuentro es comparado a una fiesta de bodas, que en Palestina se celebraba con

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gran pompa. Comenzaba a la puesta del sol. La novia, que llevaba su cabeza ceñida con una corona, esperaba en su casa, acompañada de sus amigas, la llegada del novio, que acudía a buscarla acompañado de sus familiares, amigos y demás amistades para llevarla en una litera a su casa. Todo el cortejo se realizaba con antorchas y cantos festivos alusivos a los desposados. A la llegada del cortejo a la casa del esposo se celebraba el banquete de bodas. Por ser una parábola y tener muchos rasgos irreales -dormirse, comprar aceite de noche, no ser reconocidas por el esposo...-, no podemos sacar conclusiones de todos y cada uno de los detalles, sino con todo el conjunto. 1. El necio y el sensato ¿Qué es ser necio y ser sensato? Nuestra sociedad considera necia -al menos es como actúa- a la persona que quiere cambiar las cosas que están mal, la que se mete en complicaciones; y sensata, a la que trata de evitar todos los conflictos y vivir tranquila. Y como los cristianos debemos ser personas sensatas y no necias, procuramos no meternos en nada y justificar nuestra fe con la misa dominical y poco más. Y aconsejamos a los jóvenes, sobre todo si son los propios hijos, que hagan lo mismo, que si hay cosas que están mal ya habrá quien las cambie. No era ésta la idea de Jesús. Para él es sensato el que trata de servir, de cambiar la sociedad para que se asemeje cada vez más al reino de Dios; el que sirve de luz para algo o para alguien y trata de ahondar y poner en práctica el evangelio. No consiste en absoluto en desentenderse de las injusticias que nos rodean. ¿Puede haber mayor necedad que despreocuparse de los demás, cuando el principal mandamiento cristiano es el del amor, que se realiza en el servicio al prójimo? Para Jesús el necio es el que no actúa de acuerdo con sus palabras, el que no aporta obras. Si no hubiera sido por los que han arriesgado, han luchado, se han complicado la vida para transformar la sociedad, ésta no habría dado ni un paso hacia adelante. Trabajar para hacer una sociedad más justa, más igualitaria, más fraternal, es ser sensato, aunque se pierda la vida en el empeño. Los cristianos tenemos ante nuestros ojos el ejemplo de Jesús. ¿Creemos que actuó sensatamente? ¿No fue su vida una necedad al pretender cambiar lo que nosotros consideramos incambiable? ¿No murió por ello? Menos mal que la sensatez de Jesús era distinta a la nuestra...

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2. El polvo del camino y la despreocupación humana Para que la parábola sirva al propósito de Jesús son necesarios dos detalles: el retraso del novio y el sueño de las que esperan. Mientras aguardan, se duermen todas. La insensatez de las necias no está, por tanto, en haberse dormido, sino en no estar preparadas para la misión que se les había confiado. En la vida es fácil que el polvo del camino nos impida ver la realidad y el peso de la costumbre nos adormezca. Es fácil pasar los días y los años distraídos buscando otros valores y modos de pasar la vida, y estar desprevenidos a la llegada del verdadero valor y del verdadero modo de vivir. Pero lo que se edifica sobre roca (Mt 7,24s) reaparecerá en los momentos más importantes de la vida. Jesús nos invita a no vivir distraídos, a no dejar escapar las oportunidades que no vuelven, a que lleguemos hasta el fondo de las ideas que pasan por delante de nosotros, porque está en juego nuestra vida, a la que debemos dedicar todo el tiempo. Se despiertan con el clamor de la llegada del esposo "a medianoche", fuera de lo previsto. El encuentro de Dios con el hombre siempre tiene lugar fuera de nuestros cálculos. Dios nunca responde a nuestros bien preparados planes, está más allá de nuestros interesados proyectos; lo que nos exige una preparación o espera constantes, pues en cualquier momento se puede producir su llegada. Llegada que se identifica con los dos momentos culminantes de cada uno de los hombres y de la humanidad: nuestra propia muerte y el final de los tiempos. En la espera, las necias han consumido el aceite, y las vasijas tienen que ser llenadas de nuevo. Han edificado la vida sobre arena (Mt 7,26s). Las sensatas han venido prevenidas. El aceite simboliza las obras, el evangelio realizado en la vida, la atenta y constante vigilancia ante la llegada imprevista del esposo; cualidad interior que, por ser tal, no puede ser compartida por otro, ni prestada ni vendida. De ahí que su negativa a la petición de las necias no sea por egoísmo. En el momento decisivo e imprevisto de la propia muerte no tienen cabida las ayudas que podamos hacernos unos a otros; exige una preparación personal e insustituible. Puedo compartir con los demás mi experiencia de fe, pero no mi responsabilidad ni mi respuesta. "Las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta". El encuentro definitivo con Dios es comparado a un banquete de bodas que no acabará nunca. Pero tan brusco que requiere una actitud de constante vigilancia. Son dos aspectos clave de la vida y de la muerte cristianas, complementarios entre sí y necesarios: lucha y fiesta. Una lucha sin fiesta tiene el riesgo de endurecerse; una fiesta sin lucha se banaliza o se transforma en orgía. Jesús nos invita a su reino, y nos pide una respuesta personal antes que se cierre la

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puerta. El retraso, la falta de preparación, implica la exclusión definitiva de la fiesta, como les sucedió a las doncellas necias de la parábola. Una vez que la puerta se haya cerrado es inútil insistir. Jesús solamente reconocerá a los que antes, a lo largo de la vida, lo hayan reconocido a él por medio de sus obras. Mateo termina la parábola exhortándonos a la vigilancia, ya que el día y la hora decisivos son inciertos. ¿Cómo querríamos haber vivido en el momento de la muerte? Tratemos de vivir así ya ahora. Eso es ser sensato. El momento del paso de este mundo al Padre es el más veraz del hombre. Sólo desde él, el planteamiento de nuestra vida será verdadero.

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Parábola de los talentos

Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: -Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata; a otro, dos; a otro, uno; a cada cual según su capacidad. Luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: -Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. Su .señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor. Se acercó luego el que había recibido dos talentos, y dijo: -Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos. Su señor le dijo: -Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al banquete de tu señor. Finalmente, se acercó el que había recibido un talento, y dijo: -Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le respondió: -Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes. (Mt 25,14-30) La segunda de las parábolas de Mateo sobre la vigilancia insiste en la tarea que cada uno recibimos en este tiempo de espera de la venida del Señor. Una espera que debe ser en todo tiempo activa y responsable: los dones que cada uno hemos recibido no pueden estar ociosos; tenemos que hacerlos fructificar al máximo. Relatada solamente por Mateo -Lucas nos ha transmitido una similar: la de las minas (Lc 19,11-27)-, está vinculada a la anterior y a la siguiente, el juicio final. Con la anterior, porque tiene el mismo objeto y el mismo fin: que cada uno esté siempre preparado para el segundo advenimiento de Cristo. Pero mientras la de las diez doncellas hace hincapié en la vigilancia continua para que la parusía no nos coja de improviso, ésta resalta más el trabajo que hemos de realizar durante esa vela. La del juicio final es

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como el colofón de esa vigilancia y de ese trabajo. 1. Según la capacidad de cada uno Dios nos confía sus dones de acuerdo con la capacidad de cada uno de nosotros, puesto que nos conoce en profundidad. Todos venimos a la vida con unas cualidades, unos dones. Dones de inteligencia, artísticos, espirituales..., que hemos de desarrollar durante el tiempo que dure nuestra vida. Unos más que otros. Y Dios, que sabe lo que ha dado a cada uno, nos pedirá cuentas según lo que hayamos recibido. Ni más ni menos. La cantidad que confía a cada uno es enorme. El talento, más que una moneda, era el peso de una determinada cantidad de dinero. Pesaba unos 42 kilos, y equivalía a 6.000 denarios o jornadas de trabajo de un obrero. Repartió, por tanto, 30.000, 12.000 y 6.000 denarios a cada uno de los empleados, respectivamente. Los dones que recibimos al nacer son cuantiosos. Hemos de saber que no somos dueños de ellos, sino adminis-tradores, y que debemos desarrollar al máximo todas nuestras cualidades, nuestra propia vocación. El amo estuvo ausente el tiempo suficiente para que los bienes que había repartido fructificasen. Los dos primeros negociaron con ellos y lograron duplicarlos. El terce-ro los enterró. Los dos primeros han sido "fieles en lo poco". ¿Qué significa esto? Pues que han hecho lo normal, lo que debían y podían hacer; que el trabajo que han realizado no ha sido un acto extraordinario de heroísmo..., porque cuando un hombre crece como hombre, simplemente hace lo poco que debe hacer. Lo que se nos ha dado gratuitamente tenemos que desarrollarlo con nuestro trabajo, porque no somos una estatua acabada, sino un proyecto. No nacemos plenamente nacidos, tenemos que nacer constantemente. La capacidad de cada persona es insospechada. Hacer fructificar los talentos persona-les y colectivos es la gran tarea de toda la vida, la gran oportunidad ofrecida al hombre. La vocación de cada ser humano consiste en crecer hasta llegar a la madu-rez, nunca definitivamente conseguida. Quien "entierra" sus cualidades por comodidad o por lo que sea, se entierra a sí mismo y opta por su propia destrucción. Tenemos que trabajar los dones recibidos; no podemos guardarlos, enterrarlos. No basta con no malgastarlos: ninguno de los tres lo hace. El premio que se les concede a los primeros es la vida definitiva.

2. La vida es constante crecimiento La parábola centra su atención en el "empleado negligente y holgazán", en el diálogo que mantiene con el amo. Es reprobado, aunque se excuse, porque se quedó con los brazos cruzados,

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porque no desarrolló los dones que había recibido con la vida. No ha crecido ni en el amor, ni en la justicia..., ni en nada. Es la postura de los que tienen un concepto estático del cristianismo y de la vida: se limitan a conservar las tradiciones, defender unos esquemas, repetir de memoria unas palabras... Su objetivo es parar la historia y fijarla en un punto que les beneficie. Su idea del amo -de Dios- es negativa. Y con esa idea sólo hay lugar para el miedo y la observancia escrupulosa de unos ritos. No quiere correr riesgos, y se considera fiel porque puede devolver al amo lo que ha recibido. Su actitud es suicida. Crecer en todo, personal y colectivamente, es la ley fundamental del reino de Dios y de la vida. Las instituciones y las personas morimos sin crecimiento. Es un hecho evidente que todo lo que no crece al ritmo de la historia deja de ser válido. El cristianismo no es un concepto estático de la vida, ni la justificación de una perezosa resignación, ni miedo a asumir las propias responsabilidades. El reino de Dios crece a través de nuestro propio crecimiento. El señor le responde duramente. Ha defraudado las esperanzas que había puesto en él. Su holgazanería es la única causa de haber dejado improductivo el talento que se le había confiado. La parábola es dura para quien todo lo calcula. Echa en cara el no hacer nada ni dejar que los demás lo hagan -podía haberlo prestado a otro: "puesto en el banco"-. Manifiesta repulsa por los inactivos, por los que huyen de las propias responsa-bilidades, por los que no quieren saber nada de nada, por los que jamás se equivocan porque nunca se comprometen a hacer algo en serio, por los que buscan su seguridad personal en la observancia de unas leyes. La parábola quiere hacernos comprender la relación de amor que existe entre Dios y el hombre. Una relación de la que sólo puede brotar amor, generosidad, justicia... cuando nos hacemos conscientes de ella. El castigo que le anuncia es doble: quitarle el talento -dejarlo sin bienes- y echarlo a las tinieblas -muerte definitiva-. Castigos que serán irreversibles al haberse acabado el tiempo. El talento se le da al que tiene diez. ¿Qué nos indica? El constante avance de la vida: que o crecemos con la historia o nos hundimos cada vez más; que lo que hoy es signo de vida, mañana puede ser pieza de museo; que el que trabaja sus cualidades y su fe, las aumenta constantemente; que la libertad, la esperanza, la paz... que tenemos hoy nos sirven para hoy, pero no para mañana... La vida crece arriesgándola, lo cual supone que valoramos más lo que esperamos conseguir que lo que tenemos. El que no arriesga nada es porque no espera nada. El que lo arriesga todo es porque lo espera todo. Este texto nos obliga a revisar toda nuestra vida: la privada, la social y la religiosa. Es mucho lo que hemos recibido de los siglos anteriores; pero nuestra misión no es únicamente recibir, sino también hacer crecer y fructificar lo recibido. No es cierto, evidentemente, que todo lo antiguo sea malo; pero tampoco lo es que sea suficiente. Dios no se conforma con que le devolvamos lo que

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nos ha dado, sino que quiere mucho más. Pero plantear el tema sólo en una óptica personal es limitarlo. La propia Iglesia y cada comunidad deben correr también el riesgo de "negociar" con los dones recibidos. Y negociar supone reflexionar constantemente sobre el mensaje de Jesús, explicándolo en el lenguaje más inteligible posible, encarnándolo en todas las culturas y ambientes, confrontándolo con los grandes interrogantes de la sociedad.

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El juicio final

Dijo Jesús a sus discípulos: -Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y todos los ángeles con él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: -Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me hospedasteis; estuve desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme. Entonces los justos le contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: -Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Y entonces dirá a los de su izquierda: -Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: -Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, o con sed, o forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te asistimos? Y él replicará. -Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo. Y éstos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna. (Mt 25,31-46) La parábola del juicio final es el término natural de toda la construcción literaria del discurso escatológico de Mateo. No habla de la resurrección de los muertos -que da por supuesta-, ni de las transformaciones que experimentarán los difuntos al ser revestidos de las cualidades gloriosas. San Pablo dedica todo un capítulo a ello (1 Cor 15). Aquí sólo se presenta el hecho de Cristo, juez del universo -tomando para sí un atributo divino-, en el momento de sentenciar pública y definitivamente a toda la humanidad. Nos invita a mirar la historia humana desde su final; ese momento en que todos y cada

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uno nos encontraremos en completa desnudez con nosotros mismos y con nuestras obras, y que, por ello, debe iluminar el verdadero significado de nuestras vidas. No será necesario un largo proceso judicial: cada uno presentará sus obras; y esas obras serán el dictamen final. Interpretemos desde él nuestra vida ya desde ahora si no queremos equivocarnos. Es un relato imaginario que nos quiere sintetizar lo que significaban las repetidas exhortaciones anteriores a la vigilancia. Prepararse para la venida del Señor significa prepararse para ser juzgados según los criterios que aquí se exponen. La descripción es sobria y está estructurada en dos partes paralelas y antitéticas.

1. La última prueba será sobre el amor La parábola nos describe la llegada de Jesús para el juicio. Viene como juez para concluir la historia de la humanidad. Ser juez significa que él es el criterio último de toda actitud y comportamiento. Aunque no se sepa, es bueno lo que se hace según sus criterios y malo lo que va en contra. La colocación a la derecha o a la izquierda es convencional. Es una imagen que recuerda al pastor que, al caer la tarde, reúne a su rebaño y coloca a su derecha lo mejor, según el uso rabínico de casos de separación. Una colocación que supone que el juicio ya ha sido realizado. A continuación nos dará las razones que lo han motivado. El examen va a ser sobre el amor, aunque no se pronuncie esa palabra. La traduce en seis actitudes que concretan lo que significa amar. Asombra que no se haga en ellas ni una sola alusión a conductas específicamente religiosas o cultuales. Cada uno es declarado justo o es rechazado según haya servido a los demás o se haya evadido de hacerlo. Jesús invita a los de la derecha a entrar en posesión del reino a causa de sus obras en favor de sus hermanos: en favor suyo, al haberse hecho él solidario de todos los que tienen alguna necesidad de ayuda. La supresión de todo poder opresor y la implantación de la única ley del amor, serán la tarea del hombre en la historia. Las palabras son claras y no sorprenden a los que hayan escuchado o leído con atención el sermón de la montaña. o las parábolas sobre el reino y sobre la vigilancia, o las increpaciones a los hipócritas... Las palabras no sirven para nada si no se llevan a la práctica. Una idea machaconamente repetida por los evangelistas: lo esencial de la vida cristiana no es decir, y ni siquiera confesar a Jesús de palabra, sino practicar el amor concreto a los hambrientos y sedientos, a los forasteros, a los desnudos, a los enfermos, a los presos. Esta es la voluntad de Dios. Esta es la vigilancia. El reino de Dios se hace presente allí donde los hombres se tratan como hermanos, compartiendo lo que tienen, con los que les rodean. Es un reino que no tiene nada que ver con la

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fuerza, ni con el dinero, ni con el prestigio... Los que están a la izquierda no han actuado. La indigencia del prójimo no les ha conmovido, no les ha impulsado a ayudarles. No podemos hacernos ilusiones: no se trata de buenas intenciones, de buenas palabras, de muchas reuniones y actos de culto, de muchos sacramentos... Se trata de hechos, de obras. Solamente vale lo que cada uno ha hecho, y no lo que ha pensado, o creído, o dicho. El peligro de no pertenecer al reino no nos viene tanto por lo que hacemos mal -aunque también influya- como por lo que dejamos de hacer. Cada persona que no es amada suficientemente o que no recibe la ayuda que podríamos prestarle; nuestra inhibición de los problemas vecinales, comarcales.... nuestra despreocupación por los problemas de los países del tercer mundo..., nos están impidiendo pertenecer al reino de Dios. El egoísta, el que vive para sí mismo, será exterminado. Todo lo que dejamos de hacer en favor de los demás es lo que más nos aleja de Jesús. El "diablo", que ha ido apareciendo en los textos evangélicos con distintos nombres -Satanás, demonio, el malo, Belcebú, diablo-, es siempre el símbolo del poder opresor, símbolo de todo lo que trata de impedir a los hombres serlo de verdad y en plenitud. 2. Aunque no se sepa Unos y otros preguntan asombrados cuándo le han visto y le han servido o no le han ayudado. El gesto de sorpresa no debe extrañarnos. A los que no leen asiduamente los textos evangélicos -¿cuántos cristianos lo hacen?- les parece absurdo que una religión ponga en estas "nimiedades" su fundamento. Para los que sí los leen y los profundizan, ya hemos dicho que es la conclusión más lógica. Jesús recibirá en su reino a todos los que han construido amor en este mundo, aunque no supieran que actuando así manifestaban su amor al propio Jesús y cometan errores. La pertenencia al reino no exige el conocimiento explícito de Cristo ni de Dios, sino únicamente la acogida concreta del hermano necesitado, individuos y pueblos. Jesús de Nazaret se ha identificado con los que sufren injusticia, cualquiera que ésta sea; con los que malviven explotados por los demás. ¡Cuándo terminaremos de entenderlo y comenzaremos a obrar en consecuencia! Los cristianos no tenemos la exclusiva del reino de Dios ni la exclusiva del servicio a Dios. El reino de Dios se extiende más allá de nuestras fronteras: se encuentra dondequiera que haya hombres capaces de amar y de servir a los hermanos. Lo que uno ha hecho a otro, lo ha hecho a Jesús y a Dios. Ya no tiene importancia si lo sabía o no, si quería o no servir en él a Jesús y a Dios. Al fin se manifiesta que todo servicio al amor fue servicio al Padre.

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Cena en Betania

Faltaban dos días para la pascua y los ácimos. Los sumos sacerdotes y los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían: -No durante las fiestas: podría amotinarse el pueblo. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro: quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban, indignados: -¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó: -Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis: pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta. (Mc 14,1-9; cf Mt 26,1-13; Lc 22.1-2; Jn 12,2-11) 1. Los relatos de la pasión Los últimos capítulos de los evangelios condensan toda la fe de la comunidad cristiana. Su eje y centro es Jesús muerto, resucitado y ascendido a los cielos hasta el Padre como Señor de la vida plena y para siempre. La hora de la gran prueba inicia su cuenta atrás, y Satanás vuelve para culminar su obra (Lc 4,13). Terminan las palabras y comienzan los hechos. Su lenguaje continuará sin patetismos. Muchos acontecimientos dolorosos que los cristianos posteriores hemos reflexionado con profunda emoción -la flagelación, el horror de clavar a un hombre en una cruz-, son mencionados por los evangelistas con brevedad. Eran cosas muy conocidas para los hombres de entonces por tratarse de medidas frecuentes de una justicia cruel, y para ellos menos conmovedoras -a todo nos acabamos acostumbrando- que las razones secretas que habían llevado a Jesús a la condena a muerte y el profundo misterio que encerraba. Ahora es posible que hagamos más lo contrario: dramatizar los tormentos y perder de vista las causas y los protagonistas de una muerte que, desgraciadamente, se ha repetido con demasiada frecuencia a lo largo de la historia humana en personas y en pueblos enteros. Visto humanamente, el proceso constituye un increíble error de la justicia, empujada por la actitud inconfesable de unos dirigentes religiosos -máximos representantes de Dios ante el pueblo-, que deberían haberle defendido y apoyado de un modo incondicional. Considerado desde Dios, era un conflicto necesario si Jesús quería ser fiel a las exigencias de su misión liberadora. ¿Cómo no desenmascarar a aquellos miserables de Israel que vivían de la explotación del pueblo? (Ez 34).

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Los relatos de la pasión fueron elaborados en un largo proceso, en el que varios sucesos entraron sólo más tarde en la narración definitiva, originariamente más breve: la unción en Betania, la preparación de la cena, la escena de Barrabás, las burlas al rey de los judíos... Esto explica que cada evangelista introduzca escenas y rasgos propios. De aquí que debamos valorar y enjuiciar cada episodio aisladamente, pero sin perder la visión global. En su conjunto, la narración de la pasión -al igual que la totalidad de los evangelios- no trata de ofrecernos, en primera línea, el orden cronológico de los hechos, sino que, teniendo en cuenta la historia y aceptando numerosas tradiciones particulares, pretende conducir a la comunidad creyente a una inteligencia más profunda de aquel acontecimiento. Tengamos en cuenta estas ideas para ahondar en los verdaderos propósitos de los evangelistas -comunidades cristianas primitivas-, y no dejarnos llevar entre el fárrago de las discusiones sobre las diferencias, siempre de aspectos secundarios, de lo fundamental: presentar a los cristianos el camino de muerte de Jesús y de toda vida verdadera, profundizar en su testamento y exhortarnos vivamente al seguimiento del camino trazado por él. Los textos evangélicos anteponen al verdadero y propio relato de la pasión una amplia introducción que cumple una función muy importante: crear el marco en el que se ha de leer la pasión y ofrecer la clave para comprenderla en profundidad. Tienen este propósito la conspiración de los sumos sacerdotes y letrados, la unción en Betania, la traición de Judas, la preparación y la celebración de la última cena, la institución de la eucaristía y la predicción del abandono de los discípulos con las negaciones de Pedro.

2. Origen de la pascua Se acercaba la fiesta de la pascua. Mateo y Marcos precisan que "faltaban dos días". Marcos la designa con la doble expresión de "pascua" y "ácimos". Originariamente, la pascua era una fiesta de pastores, que se celebraba al comienzo de la primavera y tenía la finalidad de propiciar la fecundidad de los rebaños y de alejar de ellos las potencias maléficas. Marcaba también el comienzo de la trashumancia. Más tarde se incluyó en ella el recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto, ocurrida doce siglos antes de Cristo, con lo que vino a ser la fiesta principal de los judíos. Solamente podía celebrarse en Jerusalén. La fiesta de los ácimos, de origen agrícola, marcaba el comienzo de la siega de la cebada y tenía el carácter de ofrenda de las primicias a Yahvé. Como es lógico, no tenía fecha fija, al depender de la recolección de los campos. El nombre le venía del

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pan sin levadura que era obligatorio comer durante todos los días de la fiesta. Al juntarse las dos fiestas y ocupar el primer lugar la celebración de la liberación de la esclavitud de Egipto, se hizo depender su celebración de la primera luna llena de primavera: esa noche se celebraba la pascua, sin tener en cuenta el día que fuera de la semana. Luna llena que había facilitado la salida de noche de los israelitas después de la décima plaga. Noche que hacían coincidir con el comienzo del día 15 del mes de Nisán (marzo-abril), día grande de las fiestas. Algo parecido hacemos nosotros con nuestra semana santa: el domingo siguiente a la primera luna llena del equinoccio de primavera celebramos nuestra pascua: la resurrección de Jesús. La víspera de su comienzo -día 14 de Nisán- había que retirar de las casas todo pan con levadura. Ese día tenía lugar una curiosa ceremonia: el padre de familia, con la ayuda de un farol, buscaba todos los restos de pan fermentado que pudiera haber en cualquier rincón de la casa, ya que debían desaparecer completamente. Posteriormente, los rabinos, para asegurarse mejor del cumplimiento del precepto de la ley de comer pan sin levadura, extendieron esta obligación desde el mediodía del día 14. Con ello, en el uso vulgar, las fiestas vinieron a durar ocho días: hasta el 21 de Nisán. 3. El complot de los dirigentes Las maquinaciones criminales de los sumos sacerdotes y letrados contra Jesús se recrudecen antes de la fiesta. Esta escena, que los sinópticos presentan esquematizada, es la misma que nos narra Juan con gran detalle con motivo de la resurrección de Lázaro (Jn 11,45-53). No sólo quieren acabar con Jesús, sino también con Lázaro, al ser causa de que muchos judíos crean en el joven rabino galileo por el milagro que ha obrado en él (Jn 12,9-11). La decisión de hacerle morir no es nueva: había sido tomada ya hacía tiempo (Mc 3,6). Buscan prenderle de forma clandestina y "a traición", pues en público podía ser peligroso en aquellos días pascuales. Se exponían a una revuelta a favor de Jesús por parte de los galileos, gente fácilmente inflamable, y de los peregrinos, que con tanto entusiasmo lo habían recibido a la entrada de Jerusalén. El temor a que estallara un motín durante las fiestas de pascua no carecía de fundamento. De hecho, en esa gran fiesta se repitieron las sublevaciones, al excitarse fácilmente las esperanzas mesiánicas y los sentimientos nacionalistas entre los miles de peregrinos que acudían a la festividad. No olvidemos que el centro de la celebración era el recuerdo de una liberación que mantenía viva la esperanza de la liberación futura y, sin duda, de la opresión de los romanos. Los romanos vigila-ban todo lo que pasaba en el templo desde su fortaleza Antonia, levantada expresamente para ello. Vigilancia que extremaban en estos días de fiesta, interviniendo solamente en casos extremos. Para

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mantener el orden normal confiaban en la policía del templo, compuesta por levitas. "No durante las fiestas". No significa que quieran detenerlo y asesinarlo después de pasadas éstas, sino en ellas, pero no en medio del pueblo, no entre la aglomeración de las gentes. Y así se explica que el ofrecimiento de Judas Iscariote de entregárselo sea la ocasión que esperaban para llevar a cabo sus planes (capítulo siguiente). Esta interpretación adquiere más fuerza aún si tenemos en cuenta una enseñanza de la "Michná" (parte del Talmud), según la cual ciertos malhechores debían ser ejecutados precisamente con ocasión de una fiesta de peregrinación. Jesús, cuando está rodeado de la masa popular, sobre todo de los campesinos galileos, está seguro. Los dirigentes religiosos y la policía del templo no se meterán con él. Se armaría un disturbio demasiado grande y de consecuencias imprevisibles. Pero de noche la cosa es más difícil para él. Tiene que esconderse; algo relativamente fácil si tenemos en cuenta que en aquellos días festivos habría en Jerusalén más de cien mil personas. Cada atardecer desaparecía procurando no dejar pistas. Pero cada día está menos seguro. El cerco se está estrechando. Y, además, habrá un traidor. 4. La unción Juan sitúa con precisión cronológica esta escena: fue "seis días antes de la pascua" (Jn 12,1), antes de la entrada mesiánica en Jerusalén. Mateo y Marcos prefieren colocarla en un contexto lógico: en relación con la muerte inminente de Jesús, entre el complot de los dirigentes religiosos de Israel, que anuncian en los versículos anteriores, y la traición de Judas. Lucas no narra esta cena en Betania, pero sí otra muy semejante, que en ningún caso debemos identificar con ésta (Lc 7,36-50). Mateo y Marcos no dan más nombres que el del anfitrión. Juan dice que la mujer era María, la hermana de Marta y Lázaro, que también estaban presentes: Marta sirviendo y Lázaro sentado a la mesa con él. Simón da un banquete a Jesús. Parece que había sido leproso y se había curado. ¿Lo había curado Jesús? Los asistentes se recostaban sobre almohadones en torno a una mesa, ocupando tres lados y dejando el cuarto para que pudieran servir. En estos banquetes servían las mujeres, y nunca se sentaban a la mesa con los hombres. Durante la cena, María se acercó a Jesús con un "frasco de alabastro" (Mateo) contenien-do "una libra (237,45 gramos) de perfume de nardo puro" (Juan), "quebró el frasco" (Marcos) y lo derramó sobre la cabeza de Jesús (Mateo y Marcos). Juan nos dice que lo derramó sobre sus pies y que se los secó después con sus cabellos. Es posible que la unción fuera en cabeza y pies y que cada evangelista narre el

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hecho en función de lo que nos quiere enseñar. Era costumbre ofrecer agua a los huéspedes para lavar los pies fatigados del camino y calor de Palestina, y ungir con perfumes sus cabezas sudorosas. Pero era un gesto extraordinario ungir los pies. Si Juan detalla esta unción es porque quería evocar de una forma más clara la sepultura de Jesús. Tampoco es un gesto corriente ungir la cabeza de un huésped después de comenzada la comida. El nardo era un ,perfume muy apreciado, que solamente podían permitirse los ricos. Se obtenía de la planta del nardo, originaria de la India, triturando sus raíces. De ahí su elevado precio. Este perfume, que se evapora rápidamente, se conservaba normalmente en valiosos frascos de alabastro de cuello alargado, y también de ónice. La cantidad y el alto precio del perfume dejan ver la profunda veneración de María por Jesús. Su acción está dictada por el amor y por la comprensión de todo lo que está ocurrien-do. Ha entendido bien a Jesús. ¿No había permanecido a sus pies escuchándole atentamente? (Lc 10,38-42). Sabe que Jesús no es el mesías triunfal soñado por muchos, y que le esperan momentos muy amargos. Quiere demostrarle su fe y amor con este gesto de derramar un perfume costoso. Como la viuda (Mc 12,41-44), ha comprendido que el verdadero amor se expresa en el don total: por eso ha roto el recipiente y derramado todo el perfume. Su "despilfarro" no está sólo en el perfume derramado, sino también en el frasco roto, que ya no podrá ser utilizado. 5. Reacciones La acción de la mujer es muy discutida. En Mateo protestan los discípulos; en Marcos "algunos". En Juan es Judas el que se indigna, y nos dice el porqué: era ladrón y, como tenía la bolsa del grupo, sisaba lo que podía (Jn 12,6). "Trescientos denarios" equivalía casi al salario anual de un jornalero. Era verdaderamente mucho dinero. Quieren oponer el servicio a los pobres a la adhesión a Jesús que va a morir, sin darse cuenta que es la actitud de María la que permitirá la redención de los pobres, la única que capacitará al discípulo para ponerse incondi-cionalmente al servicio de los necesitados y oprimidos. Ven la solución para los pobres únicamente en el dinero, no en la entrega por el amor. Sigue patente un tema manifestado a lo largo de las narraciones evangélicas: la incomprensión frente a la persona y a la misión de Jesús se traduce en incomprensión hacia las personas que le manifiestan amor y entrega y quieren seguirle con fidelidad. Los que se indignan contra la mujer no comprenden que Jesús y los que le son fieles están más allá de los principios racionales y de las formas habituales de comportamiento. En el relato todos han hablado, todos han tenido algo que decir o que replicar. Todos

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menos María, que se ha limitado a actuar, que se ha contentado con obrar en silencio. Sólo Jesús ha leído exactamente la intención de la mujer, mientras los demás se han afanado en pedirle cuentas. Ella ha puesto la acción, y Jesús la va a comentar. 6. Jesús aprueba la acción Jesús aprueba incondicionalmente la acción de la mujer y pronuncia unas palabras que deberíamos ahondar constantemente. Su respuesta consta de tres partes. María ha reconocido en Jesús al pobre verdadero: rechazado por la gente importante, abandonado por la multitud, incomprendido por los discípulos, traicionado por un amigo, solo, sin seguidores, sin poder, sin resultados, sin apoyos... Además, la actitud de la mujer es el camino para hacer realidad la fraternidad universal -reino de Dios-, porque Jesús y los pobres están en la misma dirección. ¿Cómo amar a Jesús sin proyectarnos, sin dedicar la vida a los demás? Unos "demás" que siempre tendremos con nosotros. A Jesús no: va a morir. El cristiano que ha comprendido su fe se convierte en don de sí, y "los pobres que tendremos siempre con nosotros" se beneficiarán de su entrega. Los necesitados tienen mucho que ganar de la gratuidad de los que siguen a Jesús de verdad, porque de ellos recibirán siempre "todo": dinero, tiempo, afecto... ¡Cuántas veces necesitamos más una sonrisa que una comida! De los "razonables" no les llegarán más que las migajas. Los amigos verdaderos de los necesitados y oprimidos han sido y serán siempre hombres entregados, dispuestos a todos los excesos y locuras, prestos a esa donación total que vivió Jesús y pide a los suyos. ¿No es la caridad burocrática, que se limita a lo estrictamente necesario, lo más opuesto al amor? No podemos interpretar las palabras de Jesús, sobre los pobres que siempre tendremos con nosotros, como una afirmación de la imposibilidad de erradicar la miseria del mundo, y menos como si fuera algo querido por Dios. No han sido pocas las veces que se ha hecho. Con estas palabras se nos empuja a no eludir una realidad histórica innegable y a trabajar con todas nuestras posibilidades para superar este endémico mal. La ayuda a los necesitados no puede limitarse a acciones ocasionales. Debe ser preocupación constante de la solicitud de la comunidad. Una comunidad formada por los que han renunciado a todo y en la que, por ello, los pobres se encuentran en su casa. Los discípulos verdaderos de Jesús no son hombres que disponen de dinero para darlo a los que carecen de él, sino gente que pone a disposición de los demás todo lo que tienen y son. Jesús da un paso más: interpreta proféticamente el gesto de la mujer. Para entender bien sus palabras sobre su sepultura debemos tener presente que los judíos valoraban

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más las obras de misericordia en las que el hombre hacía efectivamente algo en favor de otro, le dedicaba un esfuerzo de sus manos, que la simple entrega de dinero. Entre estas obras ocupaban un puesto muy importante el enterrar a los muertos. Mediante la unción ha recibido simbólicamente una honrosa sepultura, que muy pronto ya no tendrá oportunidad de realizar. Añade así Jesús otro elogio y explicación a la acción de María. Finalmente, y cuando todo hace presagiar que su misión está destinada a terminar en el fracaso, Jesús anuncia la difusión de sus enseñanzas por todo el mundo. Y en ellas habrá un lugar para esta mujer. Subraya el contraste entre una perspectiva limitada y la capacidad para ver más lejos. El fracaso de su misión, que parece evidente, no será definitivo. La fe en él posibilita la superación del escándalo que provocará su muerte en la cruz y dará fuerza a los suyos para continuar su misión.

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La última cena en los evangelios sinópticos

Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: -¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego? Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: -¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua? El contestó: -Id a casa de Fulano v decidle: "El .Maesrro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la pascua en tu casa con mis discípulos". Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los doce. Mientras comían dijo: -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: -¿Soy yo acaso, Señor? El respondió: -El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: -¿Soy yo acaso, Maestro? El respondió: -Así es. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo: -Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo: -Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre. (Mt 26,14-29) Judas Iscariote, uno de los doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. El andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de pascua? El envió a dos discípulos diciéndoles: -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arregladla con divanes. Preparadnos allí la cena. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que

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les había dicho y prepararon la cena de pascua. Al atardecer fue él con los doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús: -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro: -¿Seré yo? Respondió: -Uno de los doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido! Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: -Tomad, esto es mi cuerpo. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios. (Mc 14,10-25)

Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los doce: y se fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del modo de entregárselo. Ellos se alegraron y quedaron con él en darle dinero. El aceptó y andaba buscando una oportunidad para entregarle sin que la gente lo advirtiera. Llegó el día de los ácimos, en el que se había de sacrificar el cordero de pascua: y envió a Pedro y a Juan, diciendo: "Id y preparadnos la pascua para que la comamos". Ellos le dijeron: -¿Dónde quieres que la preparemos? Les respondió: -Cuando entréis en la ciudad, os saldrá al paso un hombre llevando un cántaro de agua: seguidle hasta la casa en que entre, y diréis al dueño de la casa: "El Maestro te dice: ¿Dónde está la sala donde pueda comer la pascua con mis discípulos?" El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta: haced allí los preparativos. Fueron y lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la pascua. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos, y les dijo: -He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y tomando una copa, dio gracias y dijo: -Tomad esto, repartidlo entre vosotros: porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios. Y tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: -Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros: haced esto en memoria mía. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: -Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros

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Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va según lo establecido: pero ¡ay de ése que lo entrega! Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: -Los reyes de los gentiles los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel. (Lc 22,3-30)

Jesús, profundamente conmovido, dijo: -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, estaba a la mesa a su derecha. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: -Señor, ¿quién es? Le contestó Jesús: -Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado. Y untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: -Lo que tienes que hacer hazlo en seguida. Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. (Jn 13,21-30) En la cena de despedida dirige Jesús una mirada retrospectiva a su vida. Experimenta cómo toda su actividad ha estado acompañada por la incomprensión de sus discípulos, la incredulidad y equívoco del pueblo sencillo, el odio y la persecución de los dirigentes religiosos y de los poderosos. Muy pocos han sido los que han ido asimilando parte de sus enseñanzas. Ahora le aguarda la reprobación oficial y la condena a muerte. ¿Por qué la causa de Dios no se acredita con poder, sino con impotencia? ¿Por qué su reino se manifiesta en el desvalimiento del que sufre, es perseguido y crucificado? ¿No es escándalo para sus seguidores y origen de la deserción del pueblo? Ahora es posible que no nos escandalicemos, pero porque nos estamos engañando con un mensaje y una

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"religión" distintos a los de Jesús. ¡Cuántas veces oímos decir que si de verdad Dios existiera no permitiría tantos males e injusticias como pululan por el mundo! Nos hemos olvidado de que el amor no se impone, que respeta totalmente a los hombres y que el mal es muy poderoso. ¿Entre dos que se aman no pierde siempre, aparentemente, el que más ama? Es algo que podemos observar y experimentar constantemente. La vida de Jesús fue de amor pleno. Por eso no podía acabar de otra manera... 1. Traición de Judas Los textos comienzan con el acuerdo entre Judas y los jefes religiosos para entregar a Jesús. Es continuación en Lucas del complot de los dirigentes contra él, que Mateo y Marcos han separado para introducir en medio la unción en Betania. Los tres evangelistas destacan la culpabilidad de Judas al decirnos que fue él a ofrecerse para entregarlo. Y acentúan que es "uno de los doce". Es la perplejidad de las comunidades primitivas ante el enigma de que uno de los que formaban el grupo de sus íntimos hubiera sido el traidor; sentimiento que se percibe aún mejor en el texto de Juan. Trató con los sumos sacerdotes. Según Lucas, también lo hizo con "los jefes de la guardia" del templo. Los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia serán también los que dirijan la lucha en Jerusalén contra la Iglesia naciente (He 4,1 - 5,42). La acción de Judas se expresa mediante el verbo "entregar". Esta palabra irá marcando las etapas del drama. En Mateo es Judas quien pide dinero por entregar a Jesús. En los tres el acuerdo es pecuniario. "Se alegraron" al oír a Judas. Su proyecto de apoderarse clandestinamente de Jesús podrá llevarse a feliz término gracias a él. Su principal problema había encontrado la solución. Sus discípulos eran los que conocían mejor el lugar o lugares de su refugio nocturno. Con la oferta del traidor pueden ejecutar su deseo de entregar a Jesús a las autoridades judías y darle muerte sin temer ya al pueblo. Sólo Mateo nos dice la cantidad acordada: "treinta monedas" de plata, o treinta siclos del templo. Cada siclo equivalía a diez denarios aproximadamente. Marcos y Lucas omiten la cantidad, quizá por no saber el significado despectivo del precio fijado. Al acordar la cantidad en treinta monedas de plata realizan un acto más de desprecio a Jesús, ya que era el precio que había de pagarse a un dueño por un esclavo que se hubiera inutilizado (Ex 21,32). Era, por tanto, precio de esclavo. Algo abominable para el judío. Judas quedó comprometido a entregárselo en la primera ocasión propicia, evitando a la gente. ¿Por qué lo hizo? Escuchó a Jesús, convivió con él y lo acompañó a todas partes lo mismo que los demás... Las razones han podido ser dos principales: el afán de

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dinero (Jn 12,6), que le incapacitó para entender a Jesús (Mt 13,22), y su decepción ante el mesianismo que presentaba, tan lejano de sus ideales zelotas. Es poco probable -alguno lo ha apuntado- que intentara meter a Jesús en una situación difícil para que éste reaccionara y empleara esa fuerza que hasta el momento se había negado a ejercer, y que evidentemente tenía, como había demostrado en tantas ocasiones. 2. La fecha de la cena y de la muerte de Jesús Sobre la fecha de la última cena y de la pasión y muerte de Jesús existe una importante diferencia entre los sinópticos y Juan. Es importante tener en cuenta la forma distinta de contar los días en el calendario grecorromano y en los ambientes judíos. Para los primeros el día comenzaba por la mañana, mientras que para los israelitas a la puesta del sol (cuando no se distinguía un hilo blanco de otro negro). Según los sinópticos, Jesús celebra la última cena -para ellos pascual- al comienzo del día 15 del mes de Nisán -noche del jueves al viernes en el cómputo nuestro-, el día que correspondía, y muere el mismo día de la pascua, el día 15, que aquel año fue viernes. Juan sitúa la muerte de Jesús el día antes de la pascua -14 de Nisán-, a las tres de la tarde, en el preciso momento en que se degollaban los corderos pascuales en el templo, alusión evidente al nuevo cordero y a la nueva pascua. Lo mismo la cena (Jn 13,1), que parece no es la pascual judía. Para él la pascua de aquel año se celebró en sábado (Jn 19,31). En todos, el día de la muerte de Jesús es un viernes. Pero al desconocer el año, nos es difícil saber si ese viernes fue el mismo día de la fiesta o la víspera. La fecha de Juan parece la más fiable porque, entre otras cosas, no parece probable que el día más importante de las fiestas detengan a Jesús en Getsemaní, se convoque el tribunal, se le condene, un hombre venga de trabajar del campo y se ejecute una sentencia de muerte. Son muchos acontecimientos prohibidos en un día en que regía el gran reposo sabático. Sería una gravísima violación organizada por el sanedrín. Más grave para ellos que el asesinato de un inocente. 3. Los discípulos preparan la cena Los tres sinópticos sitúan la preparación de la última cena en "el primer día de los ácimos", 14 de Nisán, "cuando se sacrificaba el cordero pascual". Todo el pasaje tiene

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el objetivo de precisarnos que Jesús prepara su pascua. Una pascua que se inserta en la hebrea, pero que cobra un significado y un contenido totalmente diverso. De hecho, el cordero, que constituye el centro de la cena, no aparece por ningún lado. La preparación y el adorno de la sala, el vino y el cordero caracterizaban a la cena pascual como un banquete de alegría. Se celebraba con gozo la salida de Egipto y la consecución de la libertad. Además de este recuerdo del pasado, la fiesta asumió también un carácter de esperanza: anticipación de la liberación escatológica. De esta forma, la cena presentaba un doble aspecto: uno dirigido al pasado y otro al futuro. Pero esta dimensión escatológica quedaba fácilmente contaminada por las ambiguas esperanzas mesiánicas del pueblo. Y es aquí precisamente -una vez más- donde Jesús presentará su novedad, anticipando y significando el futuro liberador en una cena que marcará su camino mesiánico: la entrega de su vida en la cruz por fidelidad a Dios y a los hombres. La fiesta con su consiguiente banquete sólo podía celebrarse dentro de las murallas de Jerusalén. Todos sus habitantes., de acuerdo con sus posibilidades, se creían en el deber de dar hospedaje a los peregrinos para la cena pascual. Los jerosolimitanos estaban orgullosos de que jamás ningún forastero había dejado de encontrar hospitalidad en esa noche. La hospitalidad era gratuita, pero la costumbre había establecido que los peregrinos les dejasen como compensación la piel del cordero pascual inmolado. En Mateo y Marcos son los discípulos los que preguntan a Jesús dónde quiere que preparen la cena de pascua. En Lucas es el Maestro el que toma la iniciativa. La respuesta de Jesús, según Mateo, es escueta. Los otros dos nos narran la escena de una forma muy semejante al envío en busca del pollino en su entrada mesiánica en Jerusalén. Jesús se dirige a un amigo, y la señal para reconocerlo será que sigan a "un hombre que lleva un cántaro de agua". Donde entre, pregunten al dueño sobre el lugar que les ha preparado. Se les ofrecerá una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes y alfombras, y en ella deben hacer los preparativos. En la forma de escoger el lugar para celebrar la cena se observa una manera velada de decir que se trataba de un lugar clandestino, resguardado de posibles visitas de los guardias del templo, ya que se le buscaba para matarlo (Jn 11,53-54). Lucas nos dice los nombres de los dos discípulos que van a cumplir el encargo de Jesús: Pedro y Juan. En Mateo fueron todos los discípulos. El "momento" (Mateo) es el de su muerte. No sabemos el lugar de la última cena. La sala que hoy se muestra -en estilo gótico- es de la época de las cruzadas. Los dos discípulos lo encuentran todo como les había dicho Jesús, y preparan la mesa con lo necesario para la cena: el cordero pascual, que era sacrificado en el templo en la tarde del 14 de Nisán y asado a la brasa teniendo mucho cuidado de no romperle

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ningún hueso; panes ácimos, pequeñas tortas de pan sin fermentar, que recordaban la presteza de la liberación de Egipto, en que no hubo tiempo para que la masa fermentara (Ex 12,39); otras carnes para añadir a la posible escasez de cordero; lechugas y hierbas amargas (perifollo o perejil silvestre), en recuerdo de las amarguras pasadas en Egipto; fuentes con zumos de diversos frutos, que con su color rojizo recordaban el barro que los israelitas tuvieron que trabajar en Egipto para hacer ladrillos; vino en abundancia (los días ordinarios no bebían más que agua en las comidas) para las tres copas rituales, y las lámparas.

4. Judas se sabe descubierto

Poco después de oscurecer comenzaba la cena pascual. La señal de su comienzo la daban las estridentes trompetas del templo. A esa hora llega Jesús con sus discípulos al lugar preparado para la celebración. Los tres sinópticos omiten el lavatorio de los pies, que nos relata Juan. Pero ninguno de los cuatro omite la denuncia del traidor. "Profundamente conmovido" (Juan) ante la inmensa gravedad de la culpa de Judas, Jesús anuncia la traición, provocando la tristeza y la inseguridad de todos los apóstoles. Lo hace de un modo solemne: se trata de una realidad muy dolorosa, que no es posible olvidar: "Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar". Uno de los que se sientan con él a la mesa y le ha acompañado durante los tres años que lleva dedicado a la proclamación del reino de Dios por los pueblos y caminos de Palestina le va a traicionar, entregándole a sus enemigos. Algo inesperado e incomprensible. El anuncio alude al salmo 41,10: "Hasta mi amigo íntimo en quien yo confiaba, el que comía mi pan, levanta contra mí su calcañar". Es la plegaria de un hombre abandonado y traicionado. Una traición a la elección y a la amistad. Profundamente impresionados, "los discípulos se miraron unos a otros" (Juan), y le preguntaron: "¿Soy yo acaso, Señor?" La nobleza de su corazón les hacía ver su inocencia; pero las palabras de Jesús, que siempre se habían cumplido, les hizo temer en un futuro de villanía. De momento no se sienten culpables de traición, pero no excluyen su posibilidad en el futuro. El pecado siempre es posible y nunca podemos fiarnos de nuestras propias fuerzas. Su actitud de no desviar la afirmación de Jesús hacia los demás, sino de dejar que les golpee, se abra camino hacia la propia conciencia, les juzgue y les cuestione, es muy auténtica. Es el verdadero camino hacia el Padre: que cada uno se mire en el espejo... Simboliza la actitud que hemos de tener todos los cristianos ante la posibilidad de traicionar y negar a Jesús. Estamos ante un inte-

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rrogante que todos llevamos dentro. Es un importante aviso a nuestras seguridades. "Mojar en la misma fuente" significa familiaridad e intimidad. En Oriente, comer juntos indicaba gran amistad. Es el sentido que le dan al gesto los evangelistas. La comunidad de mesa es comunidad de fidelidad y de amistad. La comunidad de mesa con Jesús que se realiza en nuestras eucaristías obliga a la fidelidad a Jesús. Distingue Jesús a continuación un doble camino: el suyo personal y el del que lo va a entregar. El suyo, de fidelidad al Padre, incluye la muerte violenta, lo que en absoluto disminuye la terrible responsabilidad del traidor. El "ay" es un grito de dolor, más que una maldición, aunque con un cierto matiz de advertencia y de amenaza por lo peligrosa que es tal acción en orden a la salvación. La expresión "más le valdría no haber nacido" no parece que indique la predicción de la condenación eterna de Judas, sino provocar la repulsa ante la acción que va a realizar, aludiendo también a que se expone a un severo juicio de Dios. Se trata de una forma judía de hablar, de una hipérbole parecida a otras que hay en los evangelios (Mc 9,42; Mt 19,24). Por tanto, está fuera de lugar completamente plantearse el problema del destino eterno de Judas. Lo que sí se puede afirmar, porque es evidente, es que Judas, al "entregar al Hijo del hombre" a la muerte, renuncia a su plenitud humana, que prefiere el dinero a su propio ser. En Mateo, Judas pregunta a Jesús: "¿Soy yo acaso, Maestro?", y recibe una respuesta afirmativa. Marcos y Lucas no identifican a Judas como el traidor. Es posible que la identificación no fuera tan clara como nos hemos imaginado, pues cuando Judas salió del cenáculo -hecho que sólo nos dice Juan-, los demás apóstoles no sabían quién era el traidor. Juan relata la traición de forma muy distinta a los sinópticos. Su versión parece la más probable. Ante el anuncio de Jesús, Pedro hace señas a Juan para que le pregunte quién es el traidor. Y Juan, que estaba recostado delante del Maestro, se inclinó hacia atrás y le preguntó a Jesús en voz baja, recostado en su pecho. La contraseña que le da es una prueba de máxima deferencia. El gesto de Jesús no supone delación alguna. Da a conocer al que le va a entregar con un gesto de amor, con un gesto que quiere ayudar a Judas a rectificar, a ser de los suyos de verdad. Pero llevaba ya mucho tiempo lejos de él para poder captar estos signos... Jesús no intenta forzarlo, ni lo denuncia delante de los compañeros. Le deja plena libertad de opción, aun a costa de su propia vida. Y como ya es inútil prolongar más la situación, lo invita a que realice lo antes posible sus intenciones; le facilita la salida de la sala. Ninguno comprendió aquella salida intempestiva. Unos pensaron que iba a comprar cosas que necesitaban, otros que lo mandaba a dar limosnas a los pobres. Pensamientos raros por las horas que eran... Las palabras de Jesús le permiten

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marcharse de un círculo al que ya no le une nada, con lo que su separación del grupo de los doce se hace completa y definitiva. "Era de noche". Extrañas palabras de Juan. ¿No era evidente, al haber comenzado la cena después de oscurecer? Es otra cosa lo que quiere decirnos el evangelista: Judas ha sucumbido irremisiblemente al poder de las tinieblas; al apartarse de la luz -Jesús-, su corazón se inundó de oscuridad. Y siempre es de noche cuando falta la luz. Ahora ya puede Jesús comenzar su discurso de despedida. 5. La cena pascual según el rito de los judíos Se celebraba siguiendo un orden riguroso (Ex 12,1-14; Dt 16,1-8). En ella no debía haber menos de diez ni más de veinte comensales. Un grupo que, por su número, bien podía estar formado por Jesús y sus discípulos. Consistía esencialmente en comer el cordero, con salsas, pan ácimo y vino, mientras se recitaban salmos alusivos. Solamente se podía preparar un cordero por cada grupo y no debía sobrar nada. Ningún comensal podía comer un pedazo de cordero inferior al tamaño de una aceituna. Primitivamente se comía de pie; pero ya en Israel la celebraban recostados, como hombres libres. Cada generación debía considerarse como si ella misma hubiera sido sacada de Egipto. El padre de familia inauguraba la cena con una acción de gracias por la fiesta. Tomaba a continuación una copa con vino y pronunciaba sobre ella la bendición: "Bendito seas, Yahvé, Dios nuestro, rey del mundo, que creaste el fruto de la vid". Y se bebía el vino de esta primera copa. Los comensales se lavaban la mano derecha y consumían el primer plato: hierbas amargas empapadas en una salsa muy fuerte que masticaban mientras meditaban. Se mezclaba una segunda copa -siempre se le echaban unas gotas de agua-, que se ponía delante y no se bebía inmediatamente. Entonces uno de los presentes -el hijo mayor- preguntaba al padre de familia en qué se distinguía aquella noche de las demás, a qué se debían aquellas rúbricas y aquellos alimentos tan especiales. El anfitrión explicaba el sentido de la solemnidad pascual y el significado de los manjares. En esta instrucción debía recordarse, por lo menos, la pascua ("porque Dios pasó de largo las casas de nuestros padres en Egipto"), el pan sin levadura y las hierbas amargas. Tras estas palabras se cantaba la primera parte del "hallel” (Sal 113), que terminaba con el himno pascual: "Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de un pueblo bárbaro, se hizo Judá su santuario, Israel su dominio..." (Sal 114). Y se bebía la segunda copa. A continuación se lavaban los comensales las manos y comenzaba la parte principal de la cena. El padre de familia tomaba pan sin levadura y pronunciaba sobre él la acción de

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gracias: "Bendito seas, Yahvé, Dios nuestro, rey del mundo, que haces brotar pan de la tierra". Partía el pan en pedazos y lo daba a los comensales, que lo comían con hierbas amargas y zumo de frutas. Después se comía el cordero pascual, centro de la comida. Con ello terminaba la cena propiamente dicha. Una vez terminado el banquete, el padre pronunciaba sobre la tercera copa, llamada "de bendición", la acción de gracias por la comida y que manifiesta la esperanza mesiánica: "Señor, Dios nuestro, a ti se dirigen nuestros ojos. Tú eres Dios, rey de misericordia y gracia. Tu soberanía sea sobre nosotros siempre y eternamente. Envíanos al profeta Elías, que nos traiga el evangelio, ayuda y consuelo. Otórganos los días del Mesías y la vida del mundo venidero..." Después de beber esta tercera copa se cantaba la segunda parte del "hallel" (Sal 115-118), con lo que terminaba la celebración. 6. La cena de Jesús Todos los preparativos se han hecho como si se tratara de una cena pascual, pero no se va a desarrollar de acuerdo con el rito judío. No se hace alusión alguna al cordero que ocupaba el centro de la comida. La atención se dirige a los gestos y palabras de Jesús sobre el pan y el vino. No se habla de las tres copas de vino rituales, sino de una sola (Lucas habla de dos). El orden de los hechos en la cena de Jesús pudo ser éste: Después de beber el vino de la primera copa, Jesús lavó los pies de sus discípulos. La explicación de su gesto, el anuncio de la traición y salida de Judas, debió tener lugar después de comido el primer plato. A continuación de la segunda copa tomó el pan sin levadura y pronunció sobre él las palabras: "Esto es mi cuerpo", del que todos comieron. La tercera copa -terminada ya la cena (Lucas)- es la que dio a sus discípulos como su propia sangre. La primera copa que refiere Lucas pudo ser la primera o la segunda. Debió seguir una larga sobremesa, que explicaría los cinco capítulos que dedica Juan a este fundamental acontecimiento. La cena de Jesús no es un gesto aislado e imprevisto. Pone profundamente de manifiesto el significado de toda su vida, permitiéndonos captar la tensión interior que lo dirigió desde el comienzo de su actividad: una vida entregada totalmente. Todos sus gestos, incluso prescindiendo de las palabras que les acompañan, están cargados de significados: el pan partido, el vino rojo, el pan y el vino repartidos. Todo indica la muerte violenta cercana y el don de sí mismo que encierra. Y todo dentro de un contexto de repulsa y de incomprensión... La cena representa el punto de llegada de toda la vida de Jesús; explica el

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significado de su existencia entregada, donada. Por fin, un hombre ha existido y vivido sin guardarse nada para sí; nada hay en él que no esté destinado a todos. Por eso, cuando le llegó la muerte, no encontró de qué apropiarse, porque ya todo había sido entregado. Conservamos lo que entregamos, perdemos todo lo que nos guardamos. De esta forma mató a la muerte. Si durante nuestra existencia damos todo; si no conservamos la propiedad de nada; si intercambiamos, ponemos en comunión todo lo que tenemos y todo lo que somos, también nosotros venceremos a la muerte. Dos textos del Antiguo Testamento son importantes para ayudarnos a entender la cena de Jesús: el poema del siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12) y la ratificación de la alianza realizada por Moisés (Éx 24,3-8). La institución de la eucaristía aparece en los cuatro relatos -los tres sinópticos y Pablo (1 Cor 11,23-26)- reducida a lo esencial. No era necesario un desarrollo amplio, al ser muy conocida por estar incorporada al uso litúrgico. No pretenden ser un relato escrupulosamente histórico de lo que entonces tuvo lugar. Les importa mucho más interpretar fielmente su acción. Las narraciones están influidas indudablemente por las primeras comunidades cristianas, por lo que se notan en ellas dos fuentes diversas, aunque con algunas diferencias dentro de cada uno de los grupos. Una incluye a Mateo y a Marcos, y representa la práctica de alguna iglesia de Palestina -quizá Jerusalén-; la otra está formada por Lucas y Pablo, y refleja la tradición de la comunidad de Antioquía o Corinto. La acción tiene lugar mientras comen. Jesús tomó pan, lo partió y se lo dio a los discípulos: "Tomad, comed: esto es mi cuerpo". El que fuera pan ácimo fue algo accidental en la práctica de la Iglesia desde un principio. Antes lo bendijo (Mateo y Marcos). Lucas dice que "dio gracias". Son expresiones sinónimas. Cuando Jesús toma el pan en sus manos y pronuncia aquellas palabras, atribuye al pan una función que deja de ser la de un simple alimento físico para asumir la de hacerle presente a él en medio de su comunidad de creyentes. Si tenemos en cuenta lo que va a suceder en su pasión y muerte, la expresión "esto es mi cuerpo" podría completarse así: éste es mi cuerpo entregado, traicionado, golpeado, hecho objeto de burlas y ultrajes. Ya sabemos que cuerpo indica toda la persona. Comulgar con él es asumir todo lo que ese cuerpo ha vivido y vive, incluida la resurrección. Lo mismo que Jesús se entrega a los suyos, deben hacer éstos con los demás. "Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados". Toda su vida está puesta totalmente bajo el signo de la comunión y de la solidaridad con todos los hombres, y muere en lugar de ellos. Jesús hace una clara referencia al rito de Moisés, a la vez que anuncia una nueva alianza y, en consecuencia, el nacimiento de una nueva comunidad. La alianza del Sinaí creaba una comunión de vida entre Yahvé e Israel. Los que sellaban una alianza se convertían

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en cierto modo en una comunidad. El simbolismo del rito que realizó Moisés es muy sutil. Moisés tomó la mitad de la sangre -signo de vida- y roció el altar con ella. Significaba que la vida se había divinizado: había pasado de la esfera profana a la sagrada. Después se rociaba al pueblo con la que había sobrado. El rito expresaba el establecimiento de una comunidad de vida entre Dios y los hombres y, además, la recepción por el pueblo de esta nueva vida procedente de Dios. "Derramada" nos recuerda al siervo de Yahvé que entrega su vida. Invita a todos a beber de la copa, lo que significaba asimilarse a su muerte, asociarse a su destino, posibilitar un encuentro nuevo entre Dios y los hombres y entre los mismos hombres, completar el seguimiento. El que bebe de esa copa, aceptando el amor de Jesús hasta la muerte y comprometiéndose personalmente con ese amor, recibe el Espíritu, la vida nueva (Jn 3,3). La razón última por la que se derrama esta sangre es "el perdón de los pecados" de todos los hombres. En adelante ya no será la sangre simbólica de los animales sacrificados la que una a los miembros de esta comunidad renovada, sino la realidad expresada por "la sangre derramada": el amor fiel hasta la muerte. "Haced esto en memoria mía". Mateo y Marcos omiten estas palabras. Lo consideran innecesario al estarse ya celebrando. Cuando la realicen él estará presente. "No beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre". Es la concepción escatológica del reino, símbolo del nuevo orden que regirá después de la muerte. Porque existe un más allá de la cruz. Su vida pasará por la muerte, pero no terminará en ella. La angustia del presente queda superada por la certeza de la resurrección. La muerte no será la última palabra; será el paso a la comunión definitiva con Dios y con los hermanos. Con esta perspectiva, la cena del Señor sólo puede celebrarse con alegría (He 2,46).

7. Nuestras eucaristías No basta con afirmar que Jesús está presente en el pan y en el vino. Es preciso que descubramos en ellos una vida entregada y que tomemos parte en ella. No podemos participar de verdad en la eucaristía más que "entregados" y entre una comunidad de entregados. Cada vez que la celebramos con estos sentimientos y con esta actitud hacemos presente el reino de Dios, se realiza la salvación-liberación iniciada por Jesús y continuada por sus seguidores. En ella celebramos lo que vivimos, lo que somos, comunitariamente, porque la vida es comunidad. Si falta la lucha por esta actitud fundamental, no se puede ser cristiano; la misa carece de sentido. Todas estas ideas implican un cambio radical en la mentalidad religiosa de los cristianos y un cambio profundo

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en sus estructuras sociales. La eucaristía sintetiza todo el pensamiento de Jesús sobre la vida humana. No es un espectáculo para mirar ni un rito para oír, y menos aún una celebración social o folclórica. Ya es hora de terminar con la misa obligación, la misa para actos oficiales o políticos, la misa silenciosa, la misa fijada hasta en sus menores detalles. Misas sin comunicación, sin alegría, sin gestos espontáneos, sin participación sincera... Es una comida a la que somos invitados por el mismo Jesús para compartir su cuerpo entregado y su sangre derramada. Porque comer juntos significa participar de las mismas ilusiones, de idénticos sentimientos; es compartir la existencia. No podemos comulgar con cualquier Jesús, sino con el Jesús entregado y derramado, con el mismo que muere en la cruz... y resucita. ¿Cómo comulgar con él sin entregarnos como él? Nadie puede recibir ni comprender a una persona entregada sin entregarse él. La celebración eucarística es un desafío y una exigencia: renovamos la alianza con el Dios del amor y nos comprometemos a continuar la liberación humana. Es compromiso de servir a la humanidad. Por algo Juan, que no nos narra la institución de la eucaristía, coloca en su lugar el lavatorio de los pies. Parece que intuye el drama de las comunidades que se quedan en un rito desprovisto de sentido. La eucaristía es una reunión de alcances históricos, que rebasa los límites de los templos y de las comunidades. La primera pascua urgió a todo un pueblo a romper sus cadenas, a lanzarse al desierto para reconquistar la libertad perdida y poder entrar en la tierra prometida. ¿Qué alcances históricos tienen hoy nuestras eucaristías? 8. Discusión sobre la primacía y el premio a la perseverancia A la cena siguen en Lucas. y sobre todo en Juan, unas palabras de despedida, recopiladas con material de la tradición. No es raro que la historia nos transmita las últimas palabras de grandes hombres. Así, Platón escribió el testamento espiritual de Sócrates como palabras de despedida. El libro del Deuteronomio suena como un último legado de Moisés. En el libro de Tobías leemos exhortaciones del viejo Tobías moribundo a su hijo. A esta tradición pertenecen las palabras póstumas de Jesús en estos dos evangelios. Los discípulos discutían "sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero". Hasta la gran iluminación de Pentecostés, los apóstoles mantuvieron pretensiones de este tipo al concebir el reino de Dios al modo de los nacionalistas judíos. Este pasaje lo traen también los otros dos sinópticos, aunque en otro contexto: después de la petición de los Zebedeos (Mt 20,25-28; Mc 10,4245). La discusión sobre la primacía tuvo lugar en otra

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ocasión al menos; discusión que zanjó Jesús poniendo a un niño como ejemplo (Mt 18,15; Mc 9,33-37; Lc 9,46-48). La primacía en la comunidad de sus seguidores no tiene el mismo sentido que en la sociedad civil. En nuestro mundo, el que tiene poder lo ejerce para dominar a los demás. Es una ironía el que estos gobernantes "se hagan llamar bienhechores". El ansia de poder, de lucro y de dominio suele disfrazarse con las máscaras de la amistad, de la "defensa nacional"... ¡Nos quieren defender tanto que ya pueden matar a toda la humanidad más de cincuenta veces! ¿Quién nos defenderá de ellos? Siempre que un hombre, basado en cualquier tipo de posible derecho, utiliza a los demás o los emplea para lograr sus fines egoístas, se está convirtiendo en señor del otro y ejerciendo una autoridad según las leyes de este mundo. Jesús presenta otro estilo. Su doctrina es clara. Entre los suyos no puede haber las apetencias de mando que hay entre los gobernantes de la tierra. Su reino está formado por hombres libres, que ya no toleran la existencia de amos y criados. Si todos somos libres por el amor, sólo es grande en su comunidad el que más ama y más se entrega a los demás. Entre los suyos, los puestos de jerarquía y mando son de servicio. Lavando los pies a sus discípulos (capítulo siguiente), Jesús nos va a demostrar prácticamente el sentido de su respuesta, su revolucionario concepto de la autoridad cristiana, cuyo primer ejemplo fue él. Termina prometiéndoles que "comerán y beberán en la mesa de su reino", porque han perseverado, y que "se sentarán en tronos para regir a las doce tribus de Israel". Esta segunda promesa la transmite también Mateo (Mt 19,28).

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Jesús lava los pies a sus discípulos Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara), y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: -Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le replicó: -Lo que hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. Pedro le dijo: -No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: -Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Simón Pedro le dijo: -Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: -Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotras estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: "No todos estáis limpios".) Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "El Maestro" y "El Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. (Jn 13,1-15)

Los apóstoles llegaron a creer en Jesús no porque entendieran mucho lo que decía, sino porque veían cómo vivía, cómo era. Intuían que encima de la mesa de la cena, además de alimentos y utensilios para comer, había una realidad profunda y subterránea: la entrega de Jesús. Juan es el único evangelista que no nos ha transmitido la institución de la eucaristía, probablemente porque cuando escribió su evangelio era muy practicada y conocida y contaba ya con cuatro redacciones de ella (los tres sinópticos y Pablo). En su lugar coloca el lavatorio de los pies -que los otros omiten- y una serie de discursos de Jesús que ocupan cinco capítulos de gran importancia dogmática (Jn 13-17). Estos discursos están concebidos a modo de

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testamento espiritual de Jesús. Al morir, él vuelve al Padre, de quien ha venido, pero sigue en comunicación con sus discípulos a través del amor y del Espíritu. Ahora que está próximo a la muerte, nos entrega su testamento, volcando en este gesto su ser entero. Nos lo entrega todo antes de entregar su vida. Con el lavatorio de los pies profundiza en el sentido del rito eucarístico, del que ya ha hablado ampliamente en el capítulo sexto. Entonces la gente no entendió cómo podía dar su carne como comida y su sangre como bebida. Los oyentes se formaron las más rudas ideas. La noche de la cena se puso en claro lo que quiso decir Jesús. Con el lavatorio de los pies nos quiere decir que no puede haber eucaristía sin verdadero servicio a los hermanos. 1. L a "hora" de Jesús Hasta este momento, Juan había seguido en su narración un método de trabajo casi inalterable. El esquema era el siguiente: relato de uno o de más de un signo o hecho; después venía el discurso o discursos que aclaraban el significado y alcance del signo o signos. Ahora cambia de procedimiento. Primero nos presenta una serie de discursos, localizados todos en la última cena; luego nos expone los hechos: la traición y el arresto, el proceso, la crucifixión y la resurrección. Pero este cambio no es radical. El comienzo de la pasión se abre también con la narración de un hecho: el lavatorio de los pies a los discípulos. Antes coloca un pequeño prólogo, en el que destaca la grandeza de Jesús y cómo es él el único consciente de todo lo que está ocurriendo. "Antes de la fiesta de la pascua". Ya vimos que, según Juan, Jesús celebró la última cena el día antes de la pascua, al anochecer del día 14 del mes de Nisán, y que, posiblemente, se trata de una cena ordinaria. Es otra forma de presentarnos la ruptura de Jesús con las instituciones de la antigua alianza. Judas tiene ya tramada la entrega y, para mejor lograr su propósito, asiste a esta comida armado con el cinismo del disimulo. Jesús no celebró el rito establecido, porque la cena cristiana no es continuación de la judía. La cena pascual cristiana -la eucaristía- consistirá en la entrega de su cuerpo y sangre. No se llama ya pascua de los judíos, como la ha denominado Juan hasta este momento, porque ahora es la pascua de Jesús, el Cordero de Dios que, con el ejemplo de su vida, va a liberar a la humanidad de su pecado. Comienza la pascua de la liberación del hombre. Es la "hora" de Jesús, su última etapa. Una palabra frecuente en Juan (Jn 2,4; 7,30; 8,20; 12,23.27; 16,32; 17,1). Es su momento culminante en tres niveles: encomendar a sus discípulos la continuación de su tarea y de su amor -significado del lavatorio-, manifestar el máximo amor a los suyos dando la vida y quedándose en el sacramento

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eucarístico y "pasar de este mundo al Padre". No va a la muerte únicamente arrastrado por las circunstancias, sino libremente, con plena conciencia de que no puede volverse atrás, de que tiene que pagar el precio por su atrevimiento de desafiar y desenmascarar a los poderosos. Describe su muerte en términos de "paso". Es lo que significa pascua: el paso del pueblo de la esclavitud de Egipto -de cualquier esclavitud y alienación- a la libertad. Jesús va a pasar de este mundo al Padre a través de una muerte violenta, consecuencia de haber querido ser fiel a sí mismo, de haberse negado a contemporizar con los jefes religiosos y políticos; por haber roto con las instituciones opresoras de Israel. Jesús es plenamente libre porque, después de haber comprendido el sentido de la propia misión y haber aceptado las responsabilidades y consecuencias correspondientes, llega hasta el fondo rechazando decididamente todo aquello que podría apartarle de su camino. Todas sus decisiones están determinadas por la opción fundamental de su vida, sometida frecuentemente a las duras y dolorosas pruebas de los acontecimientos. Una libertad que pasa a través de la duda, la lucha interior, el sudor de sangre de Getsemaní. Con su vida, Jesús nos demuestra que la verdadera libertad es siempre exigente. ¡Esclava sociedad la que cree que es libre porque hace lo que le gusta! Jesús es plenamente libre porque es totalmente pobre de sí mismo. En él sólo hay lugar para la voluntad del Padre y el servicio a los demás. En la verdadera libertad, para lo único que no hay sitio es para el egoísmo. La libertad de Jesús desafía la mentalidad común en los ambientes políticos y religiosos. Todos sus gestos de libertad, sus constantes desafíos al "sentido común", le llevarán a la cruz, resultado de su plena libertad, su final inevitable, el "premio" lógico a su vida comprometida con la justicia y el amor. Nunca es la libertad un camino de facilidades. Jesús ha vivido volcado completamente en sus discípulos. El sentido y el estilo de su vida no ha sido otro que el vivir para los demás. Su misión tiene el nombre de servicio. Su aliciente es el amor. En su quehacer diario de anunciar el reino de Dios, en las polémicas, en los signos o milagros..., Jesús amaba. Su relación con el Padre, con los hombres y con la naturaleza era de amor, de comunión, de apertura y armonía. Nunca cedió ante la amenaza y el peligro. Amaba a los suyos, a los que había liberado de la institución judía y con los que había formado su comunidad, y al final se lo demostró con su muerte. Una muerte que fue la consecuencia de su vida. Una vida que Juan quiere clarificamos un poco más con las dos escenas que siguen: el lavatorio y el mandamiento nuevo.

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2. El lavatorio El lavatorio de los pies resume lo que fue toda la vida de Jesús: servicio y amor a la humanidad. Estaba cenando con los suyos. Cita de pasada la traición de Judas Iscariote, presentándola como obra del "diablo". La pasión y muerte de Jesús es un terrible drama entre el reino de Satán -las fuerzas del mal- y el reino de Jesús -el amor-. En este enfrentamiento, las máximas autoridades religiosas y uno de sus íntimos se han aliado en contra suya. ¿Cómo explicar algo tan tremendo sin nombrar al que consideraban responsable principal de todos los males? Muchas veces las palabras son incapaces de expresar toda la tragedia o toda la grandeza de los acontecimientos, de los ideales y esperanzas, y nos vemos forzados a emplear símbolos y comparaciones. "El diablo" es el padre de los dirigentes judíos (Jn 8,44); el principio de la opresión y de la mentira, que cristaliza en explotación e injusticia, en despojo al pueblo. Es el dios-dinero entronizado en el templo de Jerusalén (Mt 21,12-13 y par.). ¿Sólo en él? Vamos naciendo al Espíritu en la medida en que amamos y servimos al prójimo. Somos esclavos del "diablo" cuando lo somos del dinero -de todo lo que representay centramos nuestro interés en poseer, aunque sea a costa de despojar a los demás empleando la violencia y la mentira. Este "diablo", el dios del propio interés y egoísmo, traducido en ambición y codicia, ha empujado ya a Judas a entregar a Jesús aliándose con los círculos de poder. Jesús es consciente de su plena libertad de acción, de tenerlo todo en su mano, incluida su propia vida; sabe que puede huir, desaparecer y callarse por un tiempo o definitivamente, que el Padre no se entromete en su libertad... ¿Qué obediencia y libertad habría en él si se hubiera visto forzado a un camino, aunque fuera por Dios? Pero sabe también que los hombres necesitamos descubrir qué es ser persona solidaria y verdadera, que no puede abandonar, que debe fundar su nueva comunidad, que el reino de Dios debe seguir adelante. Conoce, en definitiva, las exigencias de la vocación elegida, a la que tiene que seguir siendo fiel ahora más que nunca, pues para eso ha venido (Jn 12,27). Sus pensamientos y decisiones se identifican totalmente con los pensamientos y decisiones del Padre. Lo que Dios quiere es lo mismo que quiere él. La identificación es perfecta. Es lo que nos quería decir cuando afirmaba: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra" (Jn 4,34). Ambos son "uno" (Jn 17,11). No parece que la expresión "venir de Dios y volver a Dios" aluda a su generación eterna, sino a que salió del Padre por la encarnación y a él volvía por la muerte y resurrección.

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El amor se traduce en acciones concretas de servicio. Jesús se levanta de la mesa; se despoja del manto, la prenda exterior, y se ciñe una toalla a modo de delantal. Lavar los pies era considerado entre los hebreos oficio de esclavos (1 Sam 25,41). Si la madre de un rabino quería lavar los pies de su hijo en señal de veneración, éste no podía tolerar semejante humillación. Basándose en un texto de la ley (Lev 25,39), los rabinos llegaron a la conclusión de que un israelita no debe acceder a que un esclavo suyo le lave los pies si es también hebreo. Jesús no tiene en cuenta estas consideraciones, y se presenta ante sus discípulos con vestidos y en función de esclavo. Inicia el lavatorio de los pies de los discípulos. Gesto impresionante e insólito en aquellos tiempos, que deja mudos a los discípulos. El lavado de los pies se hacía siempre antes. Al ser dentro de la cena nos indica que Jesús no presta un servicio cualquiera, que no se trata únicamente de un acto de gran humildad. Se purificaban ritualmente las manos, pero no existía un lavado ritual para purificar los pies. El lavado de los pies pertenecía a las costumbres domésticas. Con su acción quiere enseñar a los suyos cuál ha de ser su actitud en el mundo, qué significa amar y ser cristiano. Los apóstoles, reclinados en los lechos del triclinio, tenían los pies hacia atrás, muy cerca del suelo. Es posible que, presos de la sorpresa, se hubieran sentado en sus lechos inclinados en dirección a sus pies, mientras contemplaban atónitos la acción que estaba realizando Jesús. Juan esquematiza el relato y lo centra en la figura de Pedro por dos razones: por su prestigio ante el resto de discípulos y porque su reacción le iba a dar la oportunidad de hacer la enseñanza que se proponía; sin olvidar que es el máximo representante de la Iglesia. "Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?" Son unas palabras que reflejan bien la actitud de Pedro. El, que había visto tantas veces la grandeza de Jesús, no resistía ahora verle a sus pies con intención de lavárselos. Es consciente de que Jesús con esa acción invierte el orden de valores admitido comúnmente. Reconoce la enorme diferencia que existe entre el Maestro y él, y muestra su desaprobación a lo que está haciendo. Interpreta el gesto en clave de humildad. Se imagina el reino mesiánico como una sociedad parecida a la del mundo. No comprende las intenciones de Jesús. Jesús no se extraña de la incomprensión de Pedro. Acabará por entender, pero dentro de algún tiempo. Será necesaria la venida del Espíritu para que llegue a la plena comprensión (Jn 16,13). Pedro entiende la humillación de Jesús y se niega rotundamente: "No me lavarás los pies jamás". Pero en aquella actitud de Pedro, de indudable amor a Jesús, había aspectos censurables. Necesitaba que Jesús le diera una lección más. En su negativa, Pedro -simboliza a la Iglesia- viene a afirmar que en una comunidad cada uno debe

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ocupar y defender su puesto, su rango. Intuye que defender el rango de otro es una buena forma de defender el propio. Y Jesús sabe que, aunque Pedro no sea consciente de ello, la verdadera razón de su negativa es que no está dispuesto a portarse como él. Pedro quiere mantener los principios que rigen la sociedad. Cree que la desigualdad es legítima y necesaria. Si el jefe abandona su puesto y se rebaja o iguala a los demás, ¿dónde iríamos a parar? Quiere que Jesús sea un líder al estilo del mundo. No ha entendido demasiado del sentido que ha dado Jesús en varias ocasiones a ser primero o último en el reino de Dios (Mt 18,1-5; 20,25-28 y par.). La respuesta de Jesús a Pedro es tajante: "Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo". Para tener parte con él hay que estar dispuesto a lavar los pies a los demás y a dejarse lavar los propios, a servir a los otros y dejarse servir por ellos. Más difícil, sin duda, lo segundo que lo primero, siempre que entendamos correctamente el servicio que imparte Jesús. (Naturalmente, no tiene nada que ver con el servicio doméstico o similares.) Si Pedro no se deja lavar los pies, no puede compartir la misma suerte que Jesús, se incapacita paya seguir su mismo camino. A la terquedad de Pedro responde Jesús avisándole del grave peligro que corre. En su comunidad sólo tienen sitio los que sirven y se dejan servir. Quien rechaza este rasgo distintivo de su grupo queda excluido de la unión con Jesús. Podrá ser cualquier otra cosa, pero nunca cristiano. Las palabras de Jesús son irresistibles para los que lo aman. Y Pedro, con la vehemencia de su carácter impulsivo, se ofrece también a que le lave "las manos y la cabeza". Sin entender el gesto del Maestro, le muestra su adhesión incondicional. Con tal de no separarse de él está dispuesto a hacer todo lo que quiera, pero por ser voluntad del jefe, no por convicción personal. No es necesario que les lave más que los pies para poder darles una importantísima enseñanza. Además, están todos limpios, menos uno. Es la primera denuncia velada de la traición de Judas del evangelio de Juan. Uno no quiere compartir sus criterios y su programa. En unos minutos Jesús ha revolucionado el mundo de lo religioso. La autoridad, el culto, la institución..., tienen sentido si sirven para que el hombre crezca y la sociedad se transforme. Aquel signo preludiaba la institución de la eucaristía, del sacerdocio y del mandamiento nuevo. 3. "Os he dado ejemplo" Después de terminar su recorrido, tomó de nuevo el manto y se volvió a su sitio. Veladamente les va a explicar su acción, aunque, como le ha dicho a Pedro, no la entenderán hasta más adelante. Después de su muerte y resurrección comprenderán, por obra del Espíritu, que toda su vida fue un constante servicio y una incansable entrega, de lo que el lavatorio quiso ser expresión simbólica.

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Este signo tiene un sentido mucho más profundo del que a primera vista pueda parecer. Es una acción ejemplar, que nos invita a entender la vida como servicio. Es tan normal que el hombre no sirva a los demás, que el servicio se ha convertido en un trabajo remunerado y, en muchos ambientes, despreciable. ¿Quién es capaz de ponerse a servir espontáneamente a los demás? Los que tienen dinero ponen a su servicio a otros que no lo tienen. Cuanto más poderosa y rica es una persona, tiene más servidores y él tiene que servir menos. Quien tenga esta mentalidad no entenderá nada de los criterios evangélicos sobre el servicio a los demás. "¿Comprendéis...?" Quiere evitar que se interprete su gesto como un acto de humillación. En ese caso no hubiera sido necesaria ninguna explicación, al ser evidente sobre todo en aquellos tiempos. No se permitía a los discípulos llamar a sus maestros por sus nombres. Jesús se lo recuerda para que comprendan en qué consiste verdaderamente ser maestro y señor. Ellos le llaman "El Maestro" y "El Señor", y lo es. El artículo nos indica que no es un señor y un maestro como otros muchos, y que lo es de todos los hombres. Es el único verdadero. Es Señor porque nos comunica la libertad y el amor del Padre, porque nos enseña la verdad y la vida de Dios (Jn 1,18). Es Maestro porque nos "muestra" al Padre (Jn 14,8), porque nos da la experiencia de sentirnos amados y nos enseña a amar, máxima enseñanza que se le puede dar a un discípulo. Las enseñanzas y experiencias de todos los demás "señores" y "maestros" están muy limitadas. Ninguna es "El Hijo" (Mt 3,17 y par.). El servicio es la manifestación del amor a los demás. Un amor que no puede limitarse a palabras, porque necesita demostrar su autenticidad con hechos. "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis". Jesús no nos dejó grandes teorías sobre la vida, ni un catálogo de dogmas, ni un código moral, ni un organigrama que determinara cómo debía organizarse su comunidad..., sino una manera de vivir. Todo eso fue inventado después por los hombres "religiosos" para evitarse el compromiso de imitarle. Jesús es el modelo de hombre pleno, acabado. Su vida nos indica la dirección verdadera de la existencia humana. Cuando queramos saber qué es ser hombre, no tenemos más que contemplar cómo vivió Jesús. Nada fácil de descubrir en esta sociedad llamada cristiana, que si algo tiene del Maestro debe ser por pura coincidencia, no por haberlo pretendido. No existe otra felicidad, otra alegría, otro auténtico modo de vivir que el de acoger a todos los hombres y servirles como él lo hizo. Es todo un programa de vida. Decía un poeta: "Soñé que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida es servicio. Serví, y experimenté que el servicio es la alegría". Solamente siguiendo su ejemplo podemos amar de verdad, podemos entrar en la intimidad de un Dios que se

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entrega. Al ponerse Jesús, "Dios-con-nosotros" (Mt 1,23), a los pies de los discípulos, destruyó la idea de Dios creada por las religiones. Quizá fuera mejor decir que intentó destruirla porque, según nos muestra la historia de las religiones, incluida la nuestra, no lo han asimilado. Como los hombres buscamos, casi en general, el poder, el dinero, tener, ser más que los demás, "subir" en la escala social..., nos hemos inventado un dios en esa misma dirección: todopoderoso, rico, dominador... El Dios de Jesús es otro: es Padre, amor, pobre..., y nos invita a servir, a ser pobres (Mt 5,3), a "bajar" en la escala social (Mt 18,4; 20,27)... Es un Dios que quiere la igualdad, eliminar todo rango. En su reino no hay amos y criados; todos son señores, al ser todos servidores. Con Jesús, Dios ha recobrado su verdadero rostro, deformado por los hombres, que habían proyectado en él sus ambiciones, miedos, intereses y crueldades. Ni el deseo de hacer el bien puede justificar el ponerse por encima de los demás. Ponerse por encima del hombre es ponerse por encima de Dios, que sirve al hombre y lo eleva hasta él. Jesús con su gesto destruye todo dominio del hombre por el hombre y quita la justificación a toda superioridad. Su comunidad no es piramidal, sino horizontal: todos al servicio de todos, a imitación suya y de Dios. No es que Jesús se haya abajado al lavar los pies a sus discípulos, sino que ha destruido las desigualdades o categorías sociales. La grandeza humana no es un valor al que él renuncia por humildad, sino una falsedad e injusticia que él no acepta. La única grandeza está en ser como él: don total y gratuito de sí mismo. Y la Iglesia, las comunidades cristianas y cada uno de nosotros resistiendo, como Pedro... Queriendo ser más que "El Maestro y El Señor". Buscando las riquezas, el lujo, el poder, las glorias mundanas, temiendo mancharnos con las justas reivindicaciones de los pueblos expoliados por los grandes, callando las injusticias cuando las cometen los poderosos "fieles", escondiéndonos cuando otros "se la juegan". Unos cristianos que seguimos sin comprender el gesto de Jesús, aunque lo repitamos infinitas veces como una rutina. Es necesario que nos convirtamos en Iglesia sencilla, humilde, sin nada para sí misma, solícita por los demás, preocupada por los otros; sin nada que suene a poder, prestigio, riquezas, miedo o imposición. Su -nuestro- único camino válido lo señaló definitivamente Jesús durante una cena de despedida. Desde entonces -desde su comienzo- la Iglesia y cada comunidad cristiana no tienen más sentido en el mundo que ser servidores de la humanidad, abriéndole, con su estilo de vida, un camino de plenitud, de solidaridad, de fraternidad universal. Paradoja de la libertad cristiana: al despojarnos totalmente de nosotros mismos para transformarnos en servidores de la familia humana, adquirimos la libertad que da el amor: libertad para dar, para

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hacer crecer, para construir. Así nos salvó, liberó Jesús: descubriéndonos qué es ser hombre de verdad. Nos salvamos-liberamos siguiendo su camino.

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El mandamiento nuevo

Cuando salió Judas, dijo Jesús: -Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.) Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, os digo también ahora a vosotros: adonde yo voy, vosotros no podéis venir. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros. (Jn 13,31-35) Los sinópticos dedican una parte considerable de sus páginas a exponer las enseñanzas de Jesús a sus discípulos, distribuyéndolas a todo lo largo de la vida pública. En Juan, por el contrario, el conjunto de las instrucciones a los discípulos se encuentra reunido en el gran discurso que sigue a la última cena, dominado todo él por el pensamiento de la próxima separación. Un discurso con muchas repeticiones y grandes dificultades en su estructura, lo que hace pensar que se trata de una recopilación de enseñanzas de Jesús. En él podemos distinguir tres partes. La primera abarca hasta el final del capítulo 14; la segunda, los capítulos 15 y 16, y la tercera, el capítulo 17. El texto que vamos a comentar inicia la primera parte. 1. La glorificación de Jesús y del Padre La salida de Judas del cenáculo señala el momento cumbre del amor de Jesús al Padre y del Padre a Jesús. Judas ha salido para poner al Maestro en las manos de los que van a matarlo. "Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él". ¿Qué quiere decir esto? "Glorificación" significa la plena comunión de ideales y de vida entre el Padre y Jesús, que se va a hacer patente en la entrega total -hasta la muerte (Flp 2,58)- del Hijo por fidelidad y amor al Padre en los hombres. Al dejar de lado todo lo caduco, todo asomo de egoísmo, y enseñar a los hombres el camino hacia el Padre (Jn 17,4-6), Jesús ha conquistado la plenitud de vida humana y ha logrado la unidad perfecta con el Padre. Dios es glorificado en Jesús porque ha realizado el proyecto humano que el Padre había ideado cuando creó al hombre. ¡Por fin, un hombre había llegado a ser Hombre! La "imagen" se había identificado con el "original" (Gén 1,26-27), "el Hijo

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del hombre" es, a la vez, "el Hijo de Dios". Llegaban a la plena identificación el humanismo y el cristianismo, porque Jesús es la plenitud de ambos, lo humano y lo divino. También Jesús va a ser glorificado en seguida por el Padre al resucitarlo de entre los muertos (Flp 2,9-11). La pascua cristiana proclama esta comunión de vida entre el Padre y el Hijo. Comunión de vida que se derrama, se comunica a todos los hombres de buena voluntad. Esta común glorificación se expresa en presente porque es contemplada desde una perspectiva eterna, en la que no existe ni el pasado ni el futuro; sólo el "hoy" (Sal 2,7). En la forma en que se dirige a sus discípulos les muestra el cariño que les tiene: "Hijos míos". Muchos traducen "hijitos". El va a la muerte. Por eso le queda poco tiempo para estar con ellos. Ya se lo había dicho a los judíos (Jn 7,33). Ellos no pueden ir con él ahora. "Vosotros me buscaréis". Las personas auténticas dejan un vacío muy grande al marcharse, pero siguen "vivas" en aquellos que llegaron a comulgar con sus ideales y con sus obras. La marcha de Jesús estimulará a los suyos a seguir el camino por él comenzado. A los discípulos no les dice que no le encontrarán, como había anunciado a los judíos (Jn 7,34). La búsqueda de Jesús se realiza a través de las obras del amor.

2. El precepto del amor Juan sitúa el mandamiento del amor -tema central de la última cena y de la vida humana- entre el anuncio de la traición de Judas y la predicción de las negaciones de Pedro, en el mismo lugar donde Mateo y Marcos colocan la institución de la eucaristía. Con su mandamiento nuevo, Juan pretende explicar el sentido profundo de aquel gesto de Jesús: la entrega de la propia vida a un amor que incluye la misma muerte. Jesús, en el momento en que camina hacia su glorificación, nos da su testimonio entrañable: "Que os améis unos a otros como yo os he amado". No nos lo da como consejo, sino como mandato o precepto. No se trata de cualquier amor, sino del amor que él vivió en plenitud y que le llevó a la muerte. Al dejarnos el pan y el vino eucarísticos para que lo compartamos hasta su vuelta, nos ha dicho de palabra el alcance de ese rito, lo que debe significar para nosotros. El mandamiento del amor constituía ya la esencia de la antigua ley, como ya vimos. ¿En qué sentido es nuevo? ¿Dónde está la novedad? En varias razones. Jesús lo universaliza: su mandamiento no se limita a los del grupo o raza o religión..., sino que alcanza a toda la humanidad, derribando todas las barreras. Lo sitúa por encima del culto, del templo, de la institución... Está en la misma línea que la que existe entre él y el Padre, y refleja la verdadera relación con la divinidad. "Edifica" la comunidad y

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"revela" al verdadero discípulo. Finalmente, es nuevo porque desarrolla la etapa definitiva que ha inaugurado Jesús con sus palabras y con su vida, con su muerte y resurrección. El amor humano puede presentar tres formas básicas: amor cualitativo, posesivo y de solidaridad. El primero consiste en gozar cualidades positivas de las personas o cosas; es esencialmente egoísta. En el amor posesivo, el hombre intenta aliviar su inseguridad poseyendo a otro ser humano o siendo poseído por él. Como el anterior, es muy frecuente en los matrimonios, noviazgos, relaciones de padres e hijos, entre amigos, adultos y jóvenes. El amor de solidaridad busca a las personas amadas y pretende la identificación con ellas. Fundamenta la verdadera amistad: amor correspondido, compartido, encuentro de intimidades. Es muy difícil conseguirlo, porque requiere tres etapas: descubrirse a sí mismo como persona, descubrir a los demás como personas y resistir a la tentación de poseerlas. Este amor es el que nos lleva a la plenitud de la vida: amar para hacer amar, amar al otro hasta que sea capaz, a su vez, de ese amor solidario que crea comunidad. Sólo entonces se puede decir que una persona es adulta. Este es el amor que desarrolla san Pablo en una de sus cartas (1 Cor 13). No hay más absoluto que el amor, porque "Dios es amor" (1 Jn 4,8). Todo lo demás es relativo. La pobreza -resumen de las bienaventuranzas- antes que pobreza tiene que ser amor; de otra forma no sirve para nada; se convierte en carencia y se incapacita para alumbrar al hombre nuevo. Hemos querido justificarnos inventando dos amores: uno para tratar con Dios y otro para tratar con los hombres. Pero si no amamos al hermano, es imposible amar a Dios (1 Jn 4,20). Dice Peguy: "Porque no tienen el coraje de ser del mundo, creen que son de Dios... Porque no son del hombre, creen que son de Dios. Porque no aman a nadie, creen que aman a Dios". Unas palabras que todos haríamos bien en considerar. El verdadero amor implica entregarse a los amados totalmente y para siempre. Un amor que no consiste en dar cosas, simpatía, dinero..., porque lo que cuenta en él es el encuentro íntimo de personas entregadas. Amar es dar lo que soy, más que lo que tengo o lo que valgo. Es importante distinguir entre amor afectivo y amor efectivo. El primero incluye a todas las personas; es una disponibilidad para el amor. El segundo se reduce a pocos, a los que podemos abarcar personalmente. El modo con que amemos efectivamente marcará la medida y la veracidad del amor afectivo. El amor a Dios y a los que están lejos tenemos que demostrarlo en todos los que tenemos cerca.

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3. "Como yo os he amado" Jesús no manda a los suyos un amor cualquiera. Habla de amar como él, es decir, "hasta el extremo" (Jn 13,1), hasta la muerte por el otro (Jn 15,13). Que los hombres nos amemos, evidentemente, no es una novedad. Pero que una persona dedique toda su vida al servicio exclusivo de los demás, hasta la muerte de sí misma, sigue siendo tan novedad, que su sola mención nos hace temblar. Es el tema machacón de Jesús. Unido a la unidad que debe existir entre sus seguidores, lo repite hasta diecisiete veces en el transcurso de la última cena. Podemos distinguir tres grados en el amor: amar al prójimo como a nosotros mismos (Mt 22,39), amarle como a Jesús (Mt 25,31-46) y amarle como Cristo le ama. Sólo el amor de Jesús puede ser la norma de nuestro amor. El que ama a otro como a sí mismo puede deformar ese amor según la deformación que tenga de su persona y del sentido de la vida. Mirándose a sí mismo, limitado y egoísta, le será difícil saber lo que es realmente lo mejor para su prójimo. ¡Cuántas veces el amor de los padres a los hijos no es suficiente para ayudarles a ser personas auténticas, influenciados por los "valores" que presenta la sociedad! Y así, desean para ellos buenas posiciones sin riesgos, sin importarles demasiado sus actitudes ante los que les rodean, ni sus esfuerzos o claudicaciones en la construcción de la nueva humanidad. Les lanzan a la competencia, y no al amor; a lo mismo que viven ellos. Algo parecido nos sucede con el amor que podamos tener a Jesús: dependerá del concepto que tengamos de él y de nuestras posibilidades y entrega. Amar como Jesús constituye la única forma plena de ser personas verdaderas. Un amor que fue muy concreto, de pocas palabras y mucha sangre, y que abrió a los hombres el camino de la liberación de todos los egoísmos y esclavitudes. Es la meta que debemos ir alcanzando y a la que nunca acabaremos de llegar. Dios no quiere que pongamos un límite cualquiera a nuestro amor. Debe crecer infinitamente, hasta la medida de Cristo. Una medida que debemos ir profundizando cada vez más, en el gesto del lavatorio de los pies a los discípulos y en la institución de la eucaristía, en el significado del pan y del vino. Un pan formado por muchos granos de trigo que se han molido, mezclado, unificado. Lo mismo ha sucedido con las uvas para hacer el vino. Jesús puede hacerse presente en la eucaristía porque ha habido comunicación de granos de trigo y de uvas para formar el pan y el vino. Comunicación que ha hecho posible simbolizar su entrega. En seguida nos dirá que a través del amor que manifiesten sus seguidores se hará presente en la humanidad. Sin pan y vino no es posible la eucaristía; sin amor de solidaridad entre los suyos y a la humanidad, su presencia -la fe en él- será imposible entre los hombres. Jesús concibe el amor como un servicio

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a la comunidad, como un hacerse servidores de la sociedad, animándola y ayudándola a que se construya como fraternidad universal. Lo que para la mentalidad común era un signo despreciable -servir a otro- es para el cristiano el camino verdadero de la vida humana. No hay mayor gloria que hacerse servidor del prójimo por amor. Es el camino que nos transforma en personas solidarias y hace que los otros puedan alcanzar también esa meta. La salvación-liberación del hombre consiste en ser como Jesús -Hombre pleno-, cumbre de las posibilidades humanas. El amor de Jesús logra la comunión con la humanidad y, al mismo tiempo, el constante desposeimiento de sí mismo. Hay que amar a todos, pero no de la misma manera. Al marginado y explotado hay que amarlo optando en favor de su liberación. Al opresor, ayudándole a abandonar la situación en que vive... 4. Es el distintivo del cristiano en el mundo "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros". Ningún otro signo es válido si falta éste. Todos los demás tienen valor si vivimos el amor de Jesús. Ni la eucaristía -máxima celebración cristiana- ni la misma Iglesia tienen sentido sin la primacía del amor. En él radica la originalidad cristiana, su identidad propia en medio de tantas religiones, culturas e ideologías. Un amor que tiene que ser visible, reconocido por todos, mostrado con obras como las de Jesús. Los primeros cristianos lo habían entendido perfectamente y lo vivían: tenían un solo corazón y una sola alma... (He 4,32-35). Decía Tertuliano que los paganos, maravillados por el testimonio de amor de los cristianos, comentaban: "Mirad cómo se aman entre sí y cómo están dispuestos a morir unos por otros". Quien no vive en el amor no conoce la vida ni puede ofrecerla. El amor existente entre las tres personas de la Trinidad -comunidad de amor-, el que ellas tienen a la creación entera y el que podamos tenerles nosotros, se hace visible, palpable, únicamente a través del amor que nos tengamos unos a otros. Un amor que manifiesta día a día la presencia de Dios en el mundo y que debe crecer constantemente hacia nuevos caminos de convivencia en la familia, hacia una organización más justa de la sociedad, hacia una solidaridad cada vez más efectiva con los pueblos y las personas más necesitados y explotados, hacia una Iglesia más fiel a este mandamiento de Jesús. Un amor que hace posible la utopía del hombre nuevo, de la humanidad solidaria. Si queremos conocer la seriedad, la verdad de nuestra fe, no tenemos otra alternativa que examinar la calidad de nuestro amor. El amor de Jesús es el modelo que estimula

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nuestro amor y lo critica. Su amor exigente, eficaz, sin exclusiones, entregado y crucificado, nos señala el camino. Todo hombre que quiera vivir como tal, construirse, debe amar. No hay otro camino. En Jesús, y sólo en él -en los demás en la medida en que sigan su camino, aunque sea sin saberlo-, está el sentido de la vida. Porque sin amor, apara qué la fe y la vida? Nada es grave, salvo perder el amor. La lucha por el mundo nuevo y la contemplación son siempre frutos del amor. El amor es también la razón de ser de la Iglesia. Según lo viva, será luz y sal del mundo (Mt 5,13-16). ¿Se realiza este amor en el seno de la Iglesia, en nuestra comunidad cristiana, en cada uno de nosotros? ¿Vivimos una verdadera fraternidad? ¿Podrán reconocernos como discípulos de Jesús por el amor? Dios espera siempre más de nosotros. Nos queda un largo camino. Un camino que nunca acabaremos de recorrer, porque el amor es infinito: es Dios.

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Jesús predice las negaciones de Pedro

Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: -Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño". Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea. Pedro replicó: -Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré. Jesús le contestó: -Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás. Pedro le replicó: -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y lo mismo decían los demás discípulos. (Mt 26,30-35) Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo: -Todos vais a caer, como está escrito: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas". Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea. Pedro replicó: -Aunque todos caigan, yo no. Jesús le dijo: -Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres. Pero él insistía: -Aunque t e n g a que morir contigo, no te negaré. Y los demás decían lo mismo. (Mc 14,26-31)

Y añadió: -Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos. El le contestó: -Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte. Jesús le replicó: -Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme. Y dijo a todos: -Cuando os envié sin bolsa ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo? Contestaron: -Nada. El añadió: -Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja: y el que no tiene espada que venda su manto y compre una. Porque os aseguro

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que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: "fue contado con los malhechores". Lo que se refiere a mí toca a su fin. Ellos dijeron: -Señor, aquí hay dos espadas. El les contestó: -Basta. (Lc 22,31-38) Simón Pedro le dice: -Señor, ¿adónde vas? Jesús le respondió: -A donde yo voy no puedes seguirme ahora: me seguirás más tarde. Pedro le dice: -¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti. Le responde Jesús: -¿Que darás tu vida por mí? Yo te aseguro: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces. (Jn 13,36-38) Los cuatro evangelistas nos describen ahora la actitud autosuficiente de Pedro respecto a Jesús, al que sigue considerando como un mesías político, como un líder al que los súbditos deben sacrificar su propia vida si fuera necesario. El que todos los evangelios nos narren el anuncio de las negaciones de Pedro prueba la fuerte impresión que esto causó en las primeras comunidades y de lo que Pedro significaba para ellas. 1. Habrá abandonos En Mateo y Marcos, el anuncio de Jesús sobre el abandono de todos los discípulos y las negaciones de Pedro tiene lugar después de terminada la cena, en el camino hacia el huerto de Getsemaní. Lucas y Juan, aunque en diferentes contextos, sitúan la predicción de las negaciones de Pedro en el cenáculo. De la huida del resto de discípulos no dicen nada, si bien el primero la insinúa al decir: "Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo". Se trata, una vez más, de tradiciones particulares, que se fueron introduciendo en el relato continuado de la pasión, y en cuya forma actual se muestra la labor de reflexión de la Iglesia primitiva. Es posible que sea Juan el más exacto, al colocar las palabras de Jesús durante la cena y en respuesta a una pregunta de Pedro: "Señor, ¿adónde vas?" De las palabras anteriores de Jesús ha retenido solamente las que anunciaban su marcha. Quiere saber adónde y por qué ellos no lo pueden seguir ahora. Intuye que se refiere a que va a la muerte. Pedro no puede seguirle todavía porque aún no es capaz de amar hasta el final: hasta dar la vida por los demás. Lo mismo los demás discípulos. Jesús le promete que "le seguirá más tarde"; no sólo a la muerte, que llega inexorablemente para todos, sino en la cruz. ¿Sospechó algo Pedro, que le prometió seguirle con la vida?

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"Simón, Simón..." (Lucas). La repetición del nombre de Pedro da más fuerza y seguridad a las palabras que vienen a continuación, por sorprendente y desconcertante que sea lo que con ellas se expresa. La tentación de apostasía no perdona ni a los mismos apóstoles, sobre todo si están confiados únicamente en sus propias fuerzas. Entonces, ¿quién podrá tenerse por seguro? El ataque de "Satanás" va dirigido contra los apóstoles principalmente. Tiene que lograr que se tambalee su fe en Jesús, que deserten para que su obra termine con su muerte. Al no conseguirlo, trabaja desde hace siglos para desvirtuar el mensaje de Jesús, para desviar el camino de la Iglesia. Es mucho más eficaz: nos imaginamos que seguimos al Maestro, cuando lo que estamos haciendo es algo muy distinto... Los verdaderos discípulos serán zarandeados como trigo por el mundo, acosados por todas partes. Dios no exime a los apóstoles y a la Iglesia de las persecuciones y tentaciones. No los saca del "mundo" (Jn 17,15). En el centro del anuncio colocan Mateo y Marcos una cita bíblica: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas" (Zac 13,7). La muerte de Jesús provocará la dispersión de sus discípulos, será el motivo de que todos fallen. Habían confundido el mesianismo de Jesús, y el abandono será la consecuencia. La referencia a la Escritura, hecha después de los acontecimientos, no justifica en absoluto el comportamiento cobarde de sus discípulos. Su culpa permanece. A las maquinaciones de Satanás -del mal- se opone la oración de Jesús, que rogará al Padre por Pedro, dice Lucas, "para que su fe no se apague". Las dificultades y persecuciones a sus discípulos serán vencidas con la oración del Maestro, que reza sólo por Pedro, no por los demás, aunque todos se verán en el mismo peligro. La razón está en que sobre la fe de Pedro se edificará la fe de la Iglesia: "Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos". La oración de Jesús por Pedro no tiene como finalidad exclusiva su persona. Es una plegaria orientada a los demás. Pedro se desviará del camino y negará al Señor. Deberá reflexionar y volver desde el límite de la apostasía. La oración de Jesús será escuchada y no perderá la fe. Cuando se "recobre", cuando se convierta al verdadero mesianismo de Jesús, dará "firmeza" a la fe de sus hermanos. Su debilidad y caída en la prueba le hará comprensivo con los demás. Quedará preparado para la misión que le confiará Jesús (Jn 21,15-17). La predicción no termina en negaciones y abandonos. Jesús anuncia de nuevo su resurrección (Mateo y Marcos). El marchará a Galilea y espera que ellos le sigan, pues su camino debe ser el de sus discípulos. La promesa supera el desmoronamiento de los hombres. De la misma forma que en el triple anuncio de la pasión, también ahora se pone el acento en la realidad de la resurrección. El Mesías no les decepcionará; reunirá de nuevo a los suyos, desperdigados por la gran prueba. En Galilea ha

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comenzado todo, y allí recomenzará. Ir a Galilea -lugar fronterizo con los pueblos paganos- significa reunirlos de nuevo para comenzar la misión universal. 2. Pedro no se lo cree Pedro no se conforma. Su carácter impetuoso le hace intervenir, con un fondo de amor y de lealtad cargados de confianza sólo humana, para testimoniar su fidelidad al Maestro. Le parece que Jesús exagera y que solamente él conoce sus propias posibilidades. Se coloca por encima de todos los demás: "Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré" (Mateo y Marcos); está "dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte" (Lucas) por él. En su caso no se cumplirá lo dicho por Jesús. Quiere considerarse una excepción. No puede soportar que se ponga en duda su fidelidad. La temeraria confianza en sí mismo le llevará a las negaciones. No ha prestado atención a las palabras de Jesús, a que únicamente la oración que por él ha dirigido al Padre lo detendrá al borde del abismo e impedirá que se hunda. Pedro no ha entendido que no se trata de morir por el líder político que para él es Jesús, sino por el hombre. Sigue sin entender el significado del lavatorio y del mandamiento nuevo. Está dispuesto a morir por el Jesús que se imagina, como un fiel súbdito, pero no a ofrecer su vida, minuto a minuto, por los demás. Y es precisamente eso lo que quiere Jesús que descubra y haga. En el mandamiento nuevo no les ha pedido nada para sí: su precepto está orientado a los hermanos. No ha entendido aún -¿lo entenderemos algún día?- que el camino hacia Dios se identifica con el camino hacia el prójimo, que el seguimiento de Jesús implica la entrega de la propia vida al bien de la humanidad, como ha hecho el Maestro; que el hombre no termina de recorrer su camino de fidelidad al Padre hasta que llega a ser don total para los demás. Don que será posible alcanzar por la oración de Jesús. Pedro pretende vincularse sólo a Jesús. No ha comprendido que Jesús es inseparable del grupo, de la humanidad. A la superioridad que Pedro se atribuye, Jesús opone un fallo mucho mayor que el de los otros. Tres veces va a negar esa misma noche que le conoce. Su seguridad se hará pedazos en unas horas. Es precisamente el que más ha alardeado de firmeza y fidelidad el que caerá del modo más vergonzoso. Cuando la realidad de los hechos le descubra, por fin, que Jesús no es el Mesías que él sueña, su adhesión se disipará, y quedará patente que su relación con Jesús no estaba fundamentada tanto en el amor a su persona cuanto a la función mesiánica que se había imaginado. Sus negaciones no serán efecto de ligereza ni sólo de cobardía momentánea, sino indicio de una gran decepción. No comprende a Jesús, y lo negará tres veces. Entonces cantará el gallo en medio de las tinieblas. Es el canto victorioso de Satanás...

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Las palabras de Jesús van a chocar con un blindaje de seguridad. De Pedro y de todos los demás. Mateo y Marcos nos dicen que Pedro afirmó por dos veces su lealtad inquebrantable a Jesús, incluso hasta la muerte. Y que "lo mismo decían los demás discípulos". Lucas y Juan atenúan la seguridad de Pedro transmitiéndonos sus palabras de fidelidad una sola vez, y silencian la actitud de los demás. El orgullo y la ceguera humanos de los discípulos forman parte también del misterio de la pasión a que se somete Jesús. Pedro consigue que los demás discípulos no hagan caso a Jesús, sino a él. Todos comparten la actitud de Pedro. Ninguno duda en afirmar su disponibilidad para el martirio. El texto intenta ponernos sobre aviso contra el peligro de presunción basado en la fortaleza de la propia fe. Quiere ayudarnos a reflexionar y a evaluar nuestra fragilidad y nuestra incapacidad para permanecer fieles en los momentos límite. Sólo cuando permitamos que estas palabras resquebrajen nuestra seguridad e hieran nuestra presunción podremos sentirnos seguros. Jesús no vuelve a replicar. Su silencio contribuye todavía más a hacernos reflexionar hasta qué grado de obcecación puede empujar el orgullo humano. 3. Las armas del cristiano "Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?" (Lucas). Pobres y sin recursos había enviado Jesús a los apóstoles por las aldeas de Palestina, y nada les había faltado. Pero los tiempos han cambiado. Ha pasado ya la paz que han vivido bajo su protección. La existencia resguardada de los discípulos llega a su final. En adelante tendrán que mirar por ellos mismos y protegerse. Les esperan grandes dificultades y persecuciones. Comienza el tiempo de la Iglesia, descrito en el libro de los Hechos. Empieza con la pasión de Jesús y no terminará hasta su retorno al final de los tiempos. Ahora necesitan la "espada". Les es tan necesaria, que si no tienen espada han de vender hasta lo más necesario para poder adquirirla: el manto, que de día les servía de vestido y de noche de manta. Son unas palabras misteriosas, un modo de expresar los tiempos que se avecinan. Los discípulos interpretan que les invita a combatir al estilo de los zelotes, y le responden que tienen "dos espadas". Están preparados para una guerra políticoreligiosa. Jesús habla de persecución y martirio, y ellos de un combate en que se lucha con espadas. Siguen sin entender y ¡queda tan poco tiempo!

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"Basta". La palabra con que Jesús corta el diálogo es enigmática. Está envuelta en la tristeza del que se siente incomprendido y se halla solo. Suena casi a ironía. ¿Qué van a hacer con dos espadas? Las armas del cristiano son otras: la verdad, la perseverancia, la oración, el celo por el evangelio, la fe, la justicia... (Ef 6,10-20). Son armas que deben adquirirse a cualquier precio. Con estas palabras sobre las espadas se cierra el discurso de despedida de Jesús en el evangelio de Lucas.

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Jesús, camino hacia el Padre

-No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino. Tomás le dice: -Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino? Jesús le responde: -Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto. Felipe le dice: -Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le replica: -Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre, y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. (Jn 14,1-14) 1. Buscadores de Dios Son muchos los que actualmente afirman categóricamente la muerte de Dios y el final de la Iglesia de Jesús. Es verdad que a ello ha contribuido en gran manera la presentación que de Dios y de la Iglesia hemos hecho los cristianos. Otros, sin decir ni palabra, han abandonado, convencidos de lo superfluo de ambas realidades en una sociedad que está logrando niveles técnicos hasta hace poco insospechados. ¿Qué puede decirle Dios al hombre de hoy, lanzado a un progreso de tanta magnitud? Todo parece indicar que los espacios que en otro tiempo fueron reservados a las religiones están hoy ocupados por otros intereses. No queda lugar para ellas. Los que con tanta facilidad eliminan una realidad que son incapaces de "ver" -la trascendencia humana-, han olvidado un dato importantísimo: cristiano es el que sigue el camino de vida y verdad marcado por Jesús de Nazaret. Y esto es, con o sin permiso de tantos, una señal decisiva de vitalidad. Pueden y deben desaparecer las numerosas ideas falsas de Dios

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Padre, de las religiones..., pero nunca la verdad y necesidad de una plenitud y eternidad que dé sentido a la vida humana. Las posesiones, la ambición de poder, la técnica y el progreso... pueden atraer los intereses de la mayoría de la humanidad. Es natural que, cuando se trata de conquistar puestos de influencia y prestigio, haya competencia y muchedumbres abriéndose paso a codazos. Y es lógico que por este camino el cristianismo no tenga nada que decir ni aportar a la sociedad. ¿Estará ahí su fracaso y el de la Iglesia? Las cosas cambian cuando el hombre desea únicamente buscar a Dios -situándose fuera de las luchas egoístas-, prescindiendo de puestos de prestigio y no defendiendo posesiones personales; cuando solamente reivindica para sí el derecho de búsqueda. Una búsqueda que le promete un descubrimiento, un encuentro ante el cual todo lo demás es polvo. En nuestro mundo siempre habrá un sitio para estos buscadores de infinito y de plenitud, para estos buscadores de Dios. Su deseo es uno solo: alcanzar la dimensión del hombre verdadero a través de la ofrenda de la propia vida al servicio de la fraternidad universal, tal como hizo el joven rabino de Galilea. En ellos no tienen sentido el aplauso y el éxito, la conquista de una posición y de una fama..., porque pertenecen a otro mundo, porque viven otros valores, dejando en los corazones de los que los rodean la nostalgia de una patria más verdadera, de una tierra más humana, de una plenitud de paz y de alegría, inconcebible para los hombres distraídos por los lazos que tiende la sociedad del consumo y del progreso... de unas minorías. La Iglesia no es más verdadera cuando amplía su esfera de influencia, conquista más privilegios, honores o bienes terrenos... Es todo lo contrario. Es grande solamente si puede demostrar que busca exclusivamente a Dios. ¿Somos buscadores de Dios y de su Cristo? ¿Podríamos demostrarlo? El que sigue el camino de búsqueda de Dios se va dando cuenta, poco a poco, de que toda la tierra le pertenece, que es libre. Es posible que muchos no entiendan de momento. Pero el que sigue hasta el final, con coherencia y entusiasmo, demostrará que tenía razón. Felices los que buscan a Dios -todo lo que él representa-, porque tendrán siempre la posibilidad de ofrecer algo a nuestra sociedad. 2. "No perdáis la calma" Jesús tranquiliza a sus discípulos, inquietos por el anuncio que les ha hecho de su partida. Para ello va a explicarles el resultado de su marcha. Sobre esta base debemos entender todo el capítulo 14 del evangelio de Juan. No deben perder la confianza en él, a pesar de tantas circunstancias adversas. La opción por su mesianismo se identifica con la opción por Dios, aunque ahora no lo comprendan. Todo su anhelo de Dios encontrará su realización y consumación en Jesús. Deben creer que su partida les favorece. Con esta fe pronto experimentarán lo que es el optimismo, y superarán la angustia y el

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desaliento que ahora les aflige. Su ausencia física le va a posibilitar una perspectiva más amplia y mejor, en la que la relación con los suyos va a ganar si se apoyan en la fe. Hasta ahora ha vivido limitado, como todos los hombres, a un espacio y a un tiempo determinados; con su muerte y resurrección desaparecerán todos los límites. Sólo en un clima de fe-obras se le podrá conocer. Es un conocimiento sapiencial y experimental que trasciende a la razón. "La casa" del Padre indica, al mismo tiempo, un lugar concreto y una comunidad de vida, como es propio de una familia. En ella "hay muchas estancias", tiene una capacidad inmensa. Su partida del mundo significará el retorno victorioso al lado del Padre. Una fe así los debe ayudar a superar la tristeza de la separación y la soledad en que van a encontrarse enfrentados con un mundo hostil. "Va a prepararles sitio". Es otro motivo de esperanza: el camino del Maestro será el camino de sus discípulos; el lugar en que él vivirá para siempre, será el mismo de sus seguidores. Extraordinaria forma de hablar de la muerte y del "más allá", quitándole todo el dramatismo que rodea normalmente a estos acontecimientos. "Volveré y os llevaré conmigo". El Padre quiere tener más hijos. La lejanía y el misterio de lo divino se transforma en cercanía. Dios quiere estar y vivir con los hombres, sus hijos. Este será el resultado final de su misión: integrarlos en la familia del Padre. La marcha de Jesús implica su retorno. De otra forma su misión hubiese quedado incompleta. Vivirán juntos para siempre. Es a lo que lleva la verdadera amistad. ¿A qué momento se refiere esta vuelta? Se puede referir al retorno visible en la parusía o al retorno invisible en el momento de la muerte. Son mayoría los que piensan que se trata del retorno de Jesús al fin del mundo. Pero nada indica que los discípulos sólo se volverán a reunir con él después de la resurrección universal. Al "buen ladrón" le prometió que ese mismo día estaría con él en el paraíso (Lc 23,43), lo que ayudaría a la hipótesis del momento de la muerte de cada uno. Los cristianos somos seguidores de uno que pertenece al "otro lado". No hay lugar para el miedo. Los hombres podremos ser hijos del Padre Dios, hermanos de Jesús y vivir en su intimidad para siempre. Los más grandes ideales humanos serán un día realidad. El camino ya lo sabemos: amar a la humanidad con un amor como el suyo, hasta la muerte. Ese amor que ha manifestado ya en tres momentos claves de la cena: el lavatorio de los pies, la institución de la eucaristía y el mandamiento nuevo. Le falta rubricarlo con sangre. Los discípulos, capacitados por el Espíritu, aprenderán a amar hasta el final, y ése será su camino. El don total de sí mismos los realizará plenamente. Un camino que las autoridades religiosas de Israel estaban incapacitadas para seguir (Jn 7,34) por ser opresoras del pueblo. Vivían cerradas al Espíritu, por no estar dispuestos a cesar en su injusticia.

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3. Jesús, vida plena y verdad total Sorprendido ante la afirmación de Jesús, Tomás objeta: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?" Es una pregunta poco afortunada, porque debería saber a estas alturas cuál es el camino que conduce al Padre. Sí, es exacto un aspecto de su pregunta: el reconocimiento que hace de la relación de dependencia que existe entre el conocimiento del camino y el conocimiento del término. Tomás ya había intervenido en el episodio de Lázaro (Jn 11,16). En aquella ocasión estaba dispuesto a morir por Jesús, al estar convencido que el viaje a Judea, que se proponía hacer Jesús, era suicida. Ahora Tomás no entiende cómo la muerte pueda ser un paso que permita alcanzar una meta. Parece que para él la muerte es meta y final del camino humano. De ahí que piense que Jesús se refiere a otra cosa y no sepa qué. Su idea mesiánica sigue siendo distinta de la de Jesús. Aun después de la resurrección le costará entender (Jn 20,24-29). Está desconcertado. No debemos entender literalmente la afirmación de Jesús, como hizo Tomás. Es evidente que no es necesario conocer el camino, desde el punto de vista geográfico, para ir al Padre. El lenguaje del camino está dentro de la perspectiva de la metáfora. Una persona no es nunca un camino. Pero sí puede decirse con propiedad que una persona es el medio por el cual alguien llega a otra persona. Jesús explica a continuación a Tomás cuál es el camino y cuál es el término: el camino es él, y el término el Padre. El mismo es, en cierto sentido, el camino y el término, al identificar el conocimiento que tengan de su persona con el conocimiento del Padre. Quien le conozca a él conocerá al Padre, puesto que el Padre está en él y él en el Padre. Jesús se hace el absoluto de todo, se define a sí mismo como el camino, pero uniendo esta cualidad suya a otras dos: la verdad y la vida. Es "el camino" por haber vivido en sí mismo la plenitud humana. Un camino que se conoce a medida que se avanza por él. Verdad y vida son modos diversos de expresar la misma realidad. "La verdad" supone un contenido y hace referencia a él. Ese contenido es "la vida", que se identifica con el amor. De los tres términos, el único absoluto es el tercero. Los otros dos han de estar en relación con ella. Jesús es la vida, porque es el único que la posee en plenitud y puede comunicarla (Jn 5,26). Por ser la vida plena es la verdad total, la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único camino -"Nadie va al Padre sino por mí"-, porque sólo su vida y su muerte muestran a la humanidad el itinerario que la pueda llevar a la máxima realización. Un camino que se sigue con las obras del amor, y no con palabras solas. Un camino que han seguido y continúan siguiendo muchos no cristianos. Lo que en Jesús se encuentra en su cumbre definitiva, sus seguidores deberán alcanzarlo de forma gradual por la entrega de sus vidas a imitación suya. Al don total de sí corresponde la plenitud de vida y verdad, el final del camino, donde la plenitud del hombre encuentra la plenitud de Dios.

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Los discípulos poseen ya un conocimiento de Jesús. En esa misma medida conocen al Padre. Este conocimiento debe crecer para llegar cada día más cerca de Dios. No es meramente intelectual ni exterior, sino experiencial, fundado en la familiaridad que crea el amor, y que se alcanza sólo por la práctica del amor. Progresar en el conocimiento de Jesús, ahondando la comunión con él por la práctica de un amor como el suyo, va haciendo al hombre hijo de Dios y dándole a conocer al Padre. ¿Cómo pretender creer en Dios Padre sin un gran amor por los hermanos? "Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto". Jesús es el "Dios-con-nosotros" (Mt 1,23), el Dios invisible que se hace "visible" a los hombres que vivan con, en y para los demás. 4. Jesús, sacramento del Padre A través de las preguntas de sus discípulos, Juan nos va introduciendo en el mensaje de Jesús. No están preparados aún para entender sus palabras, y le piden algo más concreto por boca de Felipe: una visión directa de Dios. Con ella quedarían satisfechos. Es un deseo contrario a lo manifestado en el prólogo: "A Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1,18). Su visión es indirecta, y llega a nosotros a través de la vida y las palabras del Hijo. Felipe no pide ser transportado al mundo del más allá para ver a Dios cara a cara y estar siempre con él; sólo pide para el tiempo actual, mientras está todavía en la tierra. Piensa que Jesús, que hizo tantos milagros, se lo puede mostrar ahora con una maravillosa teofanía, al estilo de las que se creía habían sido concedidas a Moisés y a algunos profetas, que habían visto a Dios. Es una prueba más de la rudeza e incomprensión de los apóstoles hasta la gran iluminación de Pentecostés. Felipe sigue identificando a Jesús con la figura del Mesías que podía deducirse de la ley de Moisés y de los profetas (Jn 1,43-45). No ha comprendido todavía que Jesús es la realización no de la ley, sino del amor de Dios. Tampoco entendió en la multiplicación de los panes (Jn 6,5-7) la novedad del reino mesiánico. Está estancado en la mentalidad de la antigua alianza. No ha descubierto que Jesús desborda toda promesa, que él mismo es la presencia de Dios en el mundo. Jesús contesta a Felipe con una queja. La ya prolongada convivencia con él no ha ampliado su horizonte. Y es que es muy difícil superar la mentalidad formada por el ambiente en que se vive. Es muy difícil, por ejemplo, que los cristianos europeos superemos la fe sociológica y descubramos que los planteamientos de Jesús eran muy distintos a los que nuestra sociedad considera como cristianos. Su petición es injustificada, porque Jesús es Dios encarnado. Quien lo ve y lo sigue, ve y sigue a Dios. Dios se ha hecho visible en sus palabras y en sus obras. En Juan, ver, conocer-amar y creer son palabras prácticamente sinónimas. La "visión" de Dios se logra mediante el conocimiento que nace de la vida entregada al amor, cuyo modelo perfecto es Jesús. En la medida en que aumente el conocimiento de Jesús -imitando su vida-, aumentará el conocimiento y la visión

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de Dios. En el que le conozca a él de verdad se hará realidad el deseo de ver a Dios: lo estará experimentando en su propia vida de entrega al amor, porque "Dios es amor" (1 Jn 4,8). Jesús quiere que Felipe entienda -y con él todos los discípulos de siempre- que su petición no tiene razón de ser, dado que a Dios no se le puede ver directamente en el curso de la vida terrena, y lo invita -nos invita- a adquirir la visión mediata, única posible y que por ahora basta plenamente. Jesús es el sacramento del Padre -signo sensible-. ¿Somos los cristianos sacramento de Cristo? "Yo estoy en el Padre y el Padre en mí". ¿Cómo puede estar una persona en otra? Por el amor, por la pobreza, por el pensar, sentir y obrar. Jesús está en el Padre y el Padre en Jesús en este sentido. Por el mutuo amor se han entregado, donado en plenitud y constituido la Trinidad, junto con el Espíritu. Lo tienen todo en común. Son pobres. Esta mutua presencia no es visible o asequible más que por la fe. La plena identificación que existe entre el Padre y el Hijo es causa de que Jesús no hable ni obre "por cuenta propia". Es Dios mismo el que actúa a través de Jesús (Jn 7,16; 8,28; 12,49). El Padre realiza su obra en la humanidad por medio de las exigencias que propone el Hijo con su modo de vivir. Imitándole, alcanzaremos la vida que el Padre quiere para sus hijos, la única que podrá saciar nuestra hambre y nuestra sed de infinito. Jesús insiste en su total identificación con el Padre, y, como último criterio, nos remite a sus obras (Jn 10,37-38). Quien reflexione sobre ellas no tendrá más remedio que concluir que son de Dios. Su amor "hasta el extremo" (Jn 13,1) es la más clara demostración de su unidad con el Padre (Jn 17,11). Las obras son la Única prueba de la honradez de nuestras palabras. La vida es lo que importa. 5. Las obras del discípulo Jesús promete a los que crean en él que después de su partida harán obras iguales a las suyas, "y aun mayores". Y da la razón: su retorno al Padre. Su misión no acabará con su partida, sino que será continuada y superada por sus discípulos. Lo suyo ha sido sólo el comienzo de un futuro mucho más extenso, un cambio de rumbo para la humanidad. Dirección que deberán continuar los que crean. ¿Cuáles son esas "obras mayores"? No se refiere, como es evidente, a que sus seguidores tendrán una mayor entrega que la suya, ni tampoco a milagros mayores que los obrados por él, ni a doctrinas más profundas..., sino a la expansión de su mensaje por todo el mundo. Jesús limitó su actividad a Palestina, y no logró más que un reducido número de seguidores. Serán sus discípulos los que la extiendan por todo el imperio romano y, posteriormente, a todas las naciones. Una expansión que se mantuvo fiel hasta los siglos VII y VIII, degenerando después en el cristianismo

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masificado que ha llegado a nosotros, salvando esas minorías -el "resto de Yavé"- que se han mantenido fieles al Maestro. La condición para hacer esas obras es que crean en él. Así como con su actitud ha mostrado Jesús su comunión con el Padre, de la misma manera mostrarán sus discípulos a través de sus obras la intimidad con él. Termina el texto dándonos Jesús la razón de su afirmación anterior: los discípulos harán obras como las suyas, y aun mayores, porque desde su nueva condición de resucitado él seguirá actuando con ellos. Las obras no serán fruto únicamente de la acción de los suyos, sino principalmente de su oración junto al Padre. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en su camino. La comunicación de Dios con los hombres será constante a través de la mediación de Jesús. Las obras llegarán a feliz término si están maduradas por la oración. Jesús repetirá varias veces que las peticiones hechas en su nombre serán escuchadas siempre (Jn 15,16; 16,23.24.26). Al insistir en la promesa de que él mismo escuchara la oración de sus discípulos, Jesús trata de inculcarles e inculcarnos que toda nuestra actividad es en realidad obra suya. No especifica el contenido de esa oración; pero es evidente que no pueden ser intereses humanos y personales, sino únicamente lo que necesiten para llevar adelante la obra de su Maestro. Al afirmar Juan que el mismo Jesús escuchara la oración de sus discípulos, nos esta afirmando, una vez mas, su divinidad.

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La triple venida

-Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda; ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él. Le dijo Judas, no el Iscariote: -Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo? Respondió Jesús y les dijo: -El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo .y os yaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la del mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir."Me voy y vuelvo a vuestro lado". Si me amarais os alegraríais de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda sigáis creyendo. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago. ¡Levantaos, vámonos de aquí! (Jn 14,15-31) El texto trata de una triple "venida": del Defensor o Paráclito, del mismo Jesús y del Padre. Les deja su paz y termina con unas palabras de despedida y de aliento. Esa triple venida y su paz se harán realidad en los que amen a Jesús con sinceridad; amor que deberá manifestarse en la observancia de sus preceptos. Sin referencia alguna a su unidad indivisible, Padre, Hijo y Espíritu aparecen como realidades distintas. El misterio de la Santísima Trinidad se encuentra ya presente, en sus líneas fundamentales, en este evangelio.

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1. El amor a Jesús Todos los hombres buscamos el amor. Los momentos de amor que nos proporciona la vida son fuente de un gozo difícil de comunicar y describir. También es causa, sobre todo cuando no es correspondido, de un dolor que no podríamos comparar con nada. El amor se nos presenta como una vocación, camino y meta de nuestras vidas. Y, a la vez, como desventura. ¡Qué difícil es amar y que nos amen de verdad! ¿A cuántas personas de las que viven a nuestro alrededor queremos de verdad? ¿Cuántas nos quieren? Desgraciadamente, no es el amor una experiencia ordinaria que acompañe a nuestras relaciones con los demás. En medio de este sombrío panorama de la humanidad, Jesús nos sigue hablando del amor. Nos insiste en que, a pesar de todas las experiencias en contrario, el amor es posible, que existe y es nuestra única vocación. Sólo en el amor la vida humana puede ser auténtica. Es la tarea de toda la vida, porque el amor, como Dios mismo, no es para nosotros algo conquistado, sino una esperanza, una promesa, la nueva humanidad que confiamos alcanzar en plenitud algún día. La marcha de Jesús es inminente. ¿Cómo podrán seguir unidos a él después de la separación física? La respuesta es clara: por el amor. En el momento de su partida histórica, en que termina la convivencia terrena con sus discípulos, Jesús nos desvela y funda una nueva forma de comunión. Una comunión que la presencia corporal no había podido dar: sin límites y con alcance universal. Un amor que no será posible expresar con manifestaciones afectivas, sino con la observancia de los mandamientos. La vida cristiana no es cuestión de cumplimientos legales, sino de amor. "Si me amáis..." Jesús reivindica para sí el amor que la Escritura pedía para Dios (Dt 6,4-9). Al constituirse, en igualdad con el Padre, como objeto del amor de los hombres, Jesús no desdobla el mandamiento del amor a Dios, ya que él está en el Padre, y quien le ama, ama también al Padre. El amor a Jesús es la condición para cumplir sus mandamientos en libertad, lo mismo que cumplirlos será la prueba del amor que le tengamos a él. Quien no ama a Jesús no puede amar a los demás; quien no ama a los demás no es posible que ame a Jesús (1 Jn 4,20). El que ama lo manifestará en todo lo que haga, ya que el amor posee a la persona. No podemos actuar con amor unas veces y otras no. Jesús menciona por primera vez el amor de sus d i s c í p u l o s a é l . Hasta ahora se había referido al amor de "unos a otros" (Jn 13,34-35). Se trata del mismo amor: amarle a él lo identifica con guardar sus mandamientos, que se reducen a uno: amar a Dios en el prójimo (Mc 12,28-31 y par.). El amor quita a los mandamientos todo carácter de imposición, porque no son otra cosa que exigencias del amor. Cumplirlos significa

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seguir su mismo camino, al que nos lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No se trata de obedecer normas externas, sino de responder con obras a la fe en Jesús. "Mis mandamientos", indica la oposición a los de la ley de Moisés. Nunca los enumera ni formula. Son la respuesta al mandamiento principal -el amor-, que debe concretarse en cada época y circunstancias de acuerdo con las necesidades de los hombres y de los pueblos. 2. Entra en escena el Espíritu Santo Entra en escena otro protagonista: el Espíritu Santo. Es el mayor don que Jesús resucitado ha hecho a su Iglesia y a cada uno de sus seguidores, el efecto primero y más trascendental de su oración ante el Padre. Recibirlo es mucho más que recibir el sacramento de la confirmación, de la misma forma que ser cristiano es bastante más que estar bautizado. Recibir el Espíritu Santo es lanzarse a vivir la fe con todas las exigencias que nos señala el evangelio, y que no pueden encerrarse o limitarse ni a unos libros o catequesis, ni en unos ritos o tradiciones, ni en un código. Nos anima, desde dentro de nosotros mismos, a caminar siempre más allá. Es la fuerza interior que necesita la Iglesia y cada cristiano para ser testigos de Jesús a pesar de las contrariedades. Es "otro Defensor" o Abogado de sus discípulos. Continuará, de forma misteriosa, la misión del primer Defensor: Jesús de Nazaret. Al ocupar el puesto de Cristo, ser "otro Cristo", se sigue que su origen es también divino. Este Defensor o Abogado no será sólo una persona encargada de aducir pruebas a favor de sus defendidos, según nuestro concepto de abogado. Siguiendo los procedimientos y costumbres judías, el abogado es una persona de gran categoría y prestigio ante el juez, al que podía influir favorablemente con su sola presencia, por tratarse de un hombre que gozaba de la estima de la sociedad. De aquí que, según el contexto, la promesa de Jesús es escatológica, con una referencia inmediata al último juicio de Dios. Los judíos creían que, en aquel momento, tendrían a su disposición, además de sus buenas obras y las de sus antepasados, un abogado de esa naturaleza. Jesús, en palabras del evangelista Juan, hace uso del futuro para describir el presente. Es decir, promete a sus discípulos un abogado no sólo para el futuro juicio de Dios, sino también para que esté con ellos desde el momento de su partida. La presencia activa del Espíritu será el nuevo modo de estar presente Jesús resucitado en sus discípulos, colmando con creces el vacío que les produzca su ausencia física. Deberán aprender a vivir en su nueva presencia después de su asesinato. Un aprendizaje difícil si tenemos en cuenta que los cristianos, casi en general, ignoran que exista esta presencia entre nosotros y el papel que juega en la Iglesia y en los individuos. Se nos

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hace difícil e incomprensible este tema. ¿Dónde está cuando arrecian los problemas y los conflictos parecen insuperables? ¿Por qué permite tantas desviaciones entre los suyos y tantas injusticias?... Al permanecer siempre con los discípulos, es dado a toda la Iglesia, no sólo a los once considerados como personas particulares. El Espíritu de Dios está presente en los que siguen el camino de Jesús trabajando para convencer al mundo de su injusticia y liberarlo de su pecado, continuando la presencia iluminadora de Jesús en la tierra. Los cristianos debemos ser conscientes de su actuación en nuestros corazones, en la Iglesia y en "los signos de los tiempos". La Iglesia tiene en él sus verdaderas raíces y es fiel a Jesús cuando sigue sus insinuaciones. Tenemos que estar muy atentos: habla en el silencio, en los acontecimientos cotidianos... Es un "Defensor" que no nos asegura éxitos ni triunfos humanos, como tampoco se los aseguró a Jesús. Es otra la calidad de su defensa... Es "el Espíritu de la verdad", el que nos dará la comprensión sincera y profunda del evangelio. Una verdad que "está siempre con nosotros", "vive con nosotros" y es la actitud básica para comprender el evangelio: sinceridad y disponibilidad totales a una palabra que exige una constante conversión personal y la reforma de las estructuras. Es la verdad sobre Dios, por ser también Dios; y sobre el hombre, al ser el Espíritu de Jesús, Hombre pleno. Por ser el Espíritu de la verdad lo es también de la libertad, pues la verdad hace libres (Jn 8,32). Desarrolla, profundiza y completa la obra de Jesús. Es el Espíritu lo que distingue a la comunidad cristiana de cualquier otra organización. Nos hace ver lo que otros no vieron, comprender lo que aún no se ha comprendido, descubrir lo que todavía no se ha escrito ni codificado. Si nos abrimos a él con el silencio y la oración, nos hará vernos a nosotros mismos tal cual somos. Esta acción y presencia sólo podrá ser captada por la fe. 3. El orden injusto será su principal enemigo La palabra "mundo" suele tener en Juan un sentido peyorativo, de "orden injusto". Así considerado, no puede entender esto del Espíritu de Jesús, al haberse colocado a otro nivel. El "mundo" y el "Defensor" son seres de naturaleza opuesta y no pueden coexistir, como el agua y el fuego. El mundo no lo puede recibir, porque culpablemente vive al margen del amor. De ahí tanta desolación: gastos incalculables en armas, torturas del poder, terrorismo, desigualdades económicas irritantes, abortos, explotación de la juventud con las drogas y las modas, las bebidas alcohólicas, las necesidades superfluas que hacen al hombre cada vez más esclavo y autómata, la

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indiferencia ante el sufrimiento de los otros... La estructura del mundo en que vivimos está poseída por un espíritu de injusticia radical. La sociedad de consumo siempre estará en contra del Espíritu de Jesús. Y cuando los cristianos la aceptamos y promovemos, dejamos de ser capaces de entender el evangelio. Es posible que recitemos palabras de Jesús, pero las diremos sin entenderlas, de memoria. ¿No debemos reconocer que nos comportamos, con demasiada frecuencia, como "mundo"? Por eso no podemos conocer a aquel que está en nuestro interior: el "gran Desconocido". Tenemos otras aspiraciones, buscamos otras cosas... Los discípulos sí lo conocerán, experimentarán su acción en sí mismos. Es el conocimiento de la fe, el conocimiento que orienta hacia la verdadera vida humana. 4. Jesús promete su retorno Jesús "no dejará desamparados" a los suyos: "volverá". Como antes con el Defensor, la promesa rebasa al círculo apostólico: vendrá a todos los que reciban y guarden sus preceptos. No nos dejará huérfanos. Un término que tiene fuertes connotaciones en la Biblia, en la que el huérfano es prototipo del que está a merced de los poderosos, aquel con quien se cometen todas las injusticias. No los dejará indefensos. Su ausencia no será definitiva. ¿A qué se refiere esta vuelta suya después de resucitado? No parece que sea únicamente a las apariciones que hizo a los apóstoles y a otras personas, ni sólo a su parusía -no sería "dentro de poco"-. Parece referirse, principalmente, a su vuelta a través de la experiencia de la fe y del amor. Y así, está presente en la eucaristía, en las necesidades de los demás (Mt 25,31-46), en el corazón de los que le son fieles, como dirá más adelante, y en el amor de la comunidad. Esa presencia suya por la fe y el amor no podrá verla el "mundo", encerrado en sus egoísmos. Sólo podrá verlo el que tenga como norma de su vida las bienaventuranzas; el que viva abierto, desprendido..., porque sólo éstos viven, y son únicamente los vivos los que pueden conectar con Jesús. El evangelio de Juan interioriza las llamadas "últimas realidades". La venida de Jesús al final de los tiempos, el juicio..., se realizan ya en este tiempo, no por un proceso espectacular y apocalíptico, sino por el encuentro con Cristo vivo en la comunidad a través del testimonio del amor fraterno. Es lo que significan sus palabras: "Vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo viviendo". La calidad de la vida depende de la verdad del amor. La vida-amor de la comunidad hace posible ver y hacer presente a Jesús entre nosotros.

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"Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros". Después de su muerte-resurrección, la fe de los discípulos irá descubriendo -fruto de la acción del Espíritu- la unidad existente entre el Padre y el Hijo, que Jesús actuó siempre siguiendo los deseos de Dios y que poseía su mismo Espíritu y plenitud de amor. Jesús vive en el Padre y en nosotros. No son palabras poéticas o místicas, sino expresión de una realidad alcanzada con la resurrección de Jesús. Una vida que se va comunicando exclusivamente a los que consideran secundario todo lo demás, a los que comparten lo que son y lo que tienen. Los primeros cristianos tenían muy arraigada la presencia en ellos de la Trinidad: el Padre, Jesús y el Espíritu eran realidades casi visibles que orientaban toda su vida. No parece que suceda ahora lo mismo. "El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él". Pasa Jesús al singular, a la relación que el Padre y él establecen con cada miembro de la comunidad. Cada uno debe aceptar y vivir los mandamientos de Jesús, cada uno es responsable de su propia vida. No quiere una comunidad de gregarios. El amor, fundamento de su comunidad, consiste en vivir los mismos valores que Jesús y comportarse como él. El verdadero amor no es sólo interior; es también visible. La respuesta del Padre será de amor, y la de Jesús se traducirá en una mayor revelación. El Padre y Jesús, que son uno (Jn 17,11), responden al unísono. El Padre considera como hijo al que ama igual que Jesús; Jesús lo ve como hermano. 5. Tercera venida: la del Padre "Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?" Aparece de nuevo la incomprensión y la decepción de los discípulos. Esta vez es Judas Tadeo el que hace la pregunta. Juan establece una especie de turno de preguntas para que Jesús pueda aclararles las muchas cosas que no entienden. Judas no comprende el modo de la manifestación de Jesús. Su pregunta presupone, conforme a la esperanza judía, que el Mesías, cuando aparezca, se manifestará a todo el mundo, aparecerá como un triunfador terreno. Aunque con dificultad, los discípulos podían entender que Jesús hasta ahora hubiese tomado una apariencia externa humilde y que, como consecuencia, su persona hubiese provocado la indiferencia o el rechazo. Pero esta fase ya había terminado. Jesús mismo ha hablado de su "glorificación". ¿Cómo entender ésta sin una manifestación sensacional al mundo? Siguen sin renunciar a su concepción mesiánica triunfalista.

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La respuesta de Jesús a la pregunta de Judas es sólo indirecta. Las cosas no sucederán como ellos piensan. El Mesías nacionalista, triunfal, que aclare todas las dudas y ambigüedades de la fe y se manifieste a los hombres con todos los títulos atribuidos al poder divino, no es el de Dios. La fe seguirá siendo invisible, no se presentará rodeada de sensacionalismos y milagros. Las cosas en el mundo seguirán igual que antes. ¿No les ha dicho que "el mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni lo conoce"? Sin embargo, nada será igual... para el que ama. Su retorno no será un alarde de poder ni una reivindicación de la injusticia cometida con él. La transformación de la sociedad que les ha propuesto no se hará por la fuerza. Su comunidad la formarán exclusivamente los que estén dispuestos al ofrecimiento de sus vidas por la nueva humanidad, a ejemplo suyo. Por eso, en respuesta a Judas, repite lo dicho antes, con palabras muy parecidas. El amor a Jesús está formado de trato personal, de intimidad... Pero no se queda ahí. La frase "el que me ama", entendida a la luz de todo el mensaje evangélico, equivale a "el que ama", aunque nunca haya oído hablar de él. Abarca toda la vida, toda la realidad y a todos los hombres. Jesús quiere hechos, y no palabras. No obliga a optar por él. Pero al que opta le exige un amor de obras: "guardar su palabra". En esta palabra ocupa el puesto principal su mandamiento del amor, hasta el punto que el único criterio que tenemos para saber si amamos es el amor que en la práctica profesemos a los hermanos. Los que no conocen sus verdaderos planteamientos optan por él cuando trabajan por la fraternidad universal. "Haremos morada en él". Incluye la tercera venida: la del Padre. El amor a Jesús y su venida junto con el Padre a vivir con el discípulo son dos descripciones de una misma realidad. Una desde cada extremo. Amar a Jesús es acercarse a él, lo que puede describirse como un movimiento del discípulo hacia Jesús. Venir a habitar en el hombre implica un movimiento de Dios al interior de sus hijos. El fruto será vivir juntos, ya en esta vida, en la intimidad de la nueva familia. Cada miembro de la comunidad será morada de Dios. Se promete una presencia de Jesús y del Padre semejante en todo a la que tenía Jesús con los suyos, pero interiorizada. Todo será efecto del don del Espíritu. Esta presencia del Padre y del Hijo no es transitoria, sino permanente, pues en el que ama establecen su "morada". Y es una presencia distinta de la que tiene Dios en todas las cosas como Creador, al limitarse a los que le aman. La presencia de Dios en la comunidad cristiana y en cada miembro que vive en el amor, tal como se nos describe en este pasaje de la última cena, cambia por completo el concepto antiguo de Dios y la relación del hombre con él. Se concebía a Dios como una realidad exterior y lejana al hombre. La relación con la divinidad se establecía a través de

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mediaciones, de las que era la ley la principal. De su observancia dependía su favor. Con Jesús, cada comunidad y cada miembro se convierten en morada de Dios. Dios "sacraliza" al hombre y, en él, a toda la creación. Nuestro Dios es un Dios cercano: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28). Aunque no se diga aquí explícitamente que también venga a morar en el discípulo el Espíritu Santo, es lo que está suponiendo todo el contexto. Padre, Hijo y Espíritu constituyen una unidad de tal manera indivisible, que no es posible tener a una de las tres personas sin las otras dos. Es lo que la teología llama "inhabitación de la Trinidad", tomando como base los escritos joánicos y paulinos. Inhabitación que nos muestra como ninguna otra realidad la profundidad de la vocación cristiana. 6. La tarea del Espíritu Al que no ha optado por Jesús, al que no ama, le resbalará su mensaje, se le caerá de las manos. ¡Cuánta apatía en los cristianos por conocer los verdaderos planteamientos de Jesús! Jesús identifica sus palabras con las del Padre. Se trata del mensaje de Dios, presente ya inicialmente en el Antiguo Testamento, el de su amor por el hombre. Un amor que mostró a lo largo de la historia de Israel, poniéndose siempre de parte del oprimido e injustamente tratado. Fue su amor el que sacó a Israel de la esclavitud de Egipto; un amor que ofrece al oprimido el medio de salir de su opresión. El tiempo de Jesús para enseñar a sus discípulos se está acabando. Vuelve a repetirles quién será en adelante su guía y luz: "Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho". Cuando Juan escribió estas palabras -unos setenta años después de la muerte de Jesús- ya había vivido la Iglesia la amargura de duras crisis internas. Saberlo puede ayudarnos a comprender el trasfondo de estas palabras. Jesús había enseñado a sus discípulos todo lo necesario mientras estuvo con ellos. Pero no fue mucho lo que entendieron, empeñados en mantener sus esquemas religiosos y su mesías nacionalista. Será el Espíritu el que les vaya haciendo comprender el verdadero sentido de sus palabras. Su acción no se limitará a una mera repetición interior de las palabras y hechos de Jesús, sino a profundizarlos e interpretarlos en todo su alcance para la vida de la Iglesia, partiendo de la luz que sobre ellos proyectó la resurrección. Profundización que no será posible mientras no exista una ruptura con lo mundano. Nos irá enseñando el mensaje de Jesús en la medida en que lo vayamos viviendo. No hay otro modo de conocer a Dios y a su Cristo. Por eso pasa tan desapercibida su acción.

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¿Cómo actuar con personas e instituciones que se mueven por otros intereses? Es en la experiencia cotidiana del que ama donde tiene lugar la enseñanza íntima, nunca espectacular, del Espíritu. No agrega nada a lo enseñado por Jesús, pero hace actuales sus palabras, de forma que cada comunidad y cada cristiano tenga en esas palabras actualizadas el criterio para resolver sus problemas y conflictos. Quiere que evitemos querer resolver los problemas solos, o que los resolvamos por simple referencia a antiguas enseñanzas que hayamos recibido. No es suficiente conservar; es necesario innovar, caminar constantemente. Es decir, buscar nuevas soluciones a los nuevos problemas, a la realidad actual, sin miedo hacia el futuro. A Jesús no lo podemos recordar como un simple personaje del pasado ni sus palabras se han quedado petrificadas en las páginas evangélicas. Cristo resucitado está vivo en la comunidad; y sus palabras tienen valor, si son algo vivo para cada época, lugar y circunstancia. ¿Cómo hacerlo? La promesa de Jesús nos asegura el camino: confiar en el Espíritu. Jesús no habló concretamente más que de los problemas de su época, pero planteó un cierto esquema fundamental según el cual los cristianos de todos los tiempos debíamos orientar nuestras vidas. Es normal encontrarnos con interrogantes cuya respuesta directa e inmediata no está en el evangelio ni en toda la Escritura tomada en su conjunto: problema social, sexualidad, relaciones Iglesia-Estado... Es la tarea del Espíritu Santo; un Espíritu que no actúa mágicamente resolviendo nuestros problemas desde el cielo, sino que obra dentro de la misma comunidad pluralista y compleja que, afortunadamente, pretende ser hoy la Iglesia. La comunidad cristiana debe vivir en permanente alerta y en constante escucha del Espíritu, con un corazón pobre, desprendido, abierto y disponible para que todas las palabras de Jesús sean reflexionadas y vividas, evitando recordar únicamente las que nos favorezcan y olvidando las que nos resulten molestas. Cuando la Iglesia y las comunidades cristianas se cierran al Espíritu y se instalan en una posición fija y cómoda; cuando los intereses creados nos hacen olvidar ciertas páginas del evangelio; cuando el mensaje de Jesús se transforma en un frío catecismo para aprender de memoria como una receta..., es inevitable que dejen de ser fermento de verdad en el mundo. ¿Tenemos conciencia de que nos mueve el Espíritu? ¿Le dejamos? 7. La paz de Dios La paz no es un signo que caracterice a nuestro tiempo. Para convencernos de ello es suficiente con hacer un recorrido por el mapa mundial y ver los lugares en los que corre la pólvora y la sangre, las zonas del hambre y del subdesarrollo que atenazan a las tres

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cuartas partes de la humanidad, los países sometidos a las tiranías de los más poderosos, la galopante carrera de armamentos... Pensemos, además, en la convivencia entre personas, entre grupos y estructuras sociales. Las relaciones humanas, la política, la ideología y la economía no pueden ser calificadas precisamente de pacíficas. La misma Iglesia da muestras con frecuencia de crispación y de irritabilidad. Todos queremos tener razón defendiendo exclusivamente los propios intereses. Junto a esta situación, están los que mantienen las guerras y las injusticias, los que tienen miedo a perder algo, los que más hablan de querer la paz. Hay anuncios y propagandas de paz que adormecen y drogan a las personas y a los pueblos. Los explotados y oprimidos no suelen tener ocasión de hablar de la paz que necesitan. Todo esto nos debe hacer pensar "peligrosamente". En lo más profundo del corazón del hombre y de la vida de los pueblos existe un profundo anhelo de paz. La paz está en el fondo de todas las aspiraciones humanas. Una paz que es imposible lograr sin libertad, sin justicia, sin verdad y sin amor, porque la paz es el resultado de la unión de las cuatro. A la vez que deseamos la paz, sentimos la total incapacidad de lograrla para todos... Los pueblos semitas se daban la paz en los saludos y despedidas. Abarcaba todos los bienes y era sinónimo de felicidad. Jesús se acomoda a esta costumbre, pero sus palabras se diferencian esencialmente de la despedida o saludos profanos. Su paz no se refiere a una prosperidad de carácter terreno y ni siquiera a la paz interior del alma. Se trata de su paz, la paz que posee el que no pertenece a este mundo, y que llega a los discípulos a través de la comunión que los une con él. No es una paz totalmente hecha, sino una tarea que entre todos debemos realizar. Tampoco se coloca fuera del alcance de las dificultades de la vida, pero sí da las fuerzas necesarias para superarlas. La paz no puede venirnos más que de Dios. Es un don suyo. Un don que debemos pedir y agradecer y con el que debemos colaborar. Un don que en Jesús se ha hecho realidad palpable y vital. El, Jesús, es nuestra paz; el único que da la paz que necesita la humanidad. Una paz que hará posible el hombre nuevo, la nueva humanidad; que producirá una sensación interior de plenitud, al no contentarse con lograr un orden externo justo. El amor de Jesús es su paz, la paz que él nos deja. La paz difícil de quien ama perdiendo las propias seguridades; la paz misteriosa de Getsemaní y de la cruz, que llevaba en germen la paz de la resurrección. Incluye la triple venida, el gran don trinitario al discípulo. Es la paz que celebra el amor entre los hombres que se descubren hermanos y deciden vivir como tales; el espejo de la humanidad verdadera, auténtica, fraternal.

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Su paz no es como la del mundo, que se reduce a la tranquilidad y seguridad de orden terreno y a la prosperidad temporal de unos pocos. Paz externa, alejada de molestias. La de Jesús es interior y compatible con las persecuciones del desorden establecido. Una paz que nos libera del miedo, verdadera parálisis de la sociedad. Los cristianos no podemos creer en una paz construida sobre el miedo de las armas y de los bloques militares, que se han inventado los poderes de este mundo. Ni en una paz que consagra el desorden de la riqueza mal repartida o que acepta cínicamente la tragedia del hambre y del empobrecimiento del tercer mundo. Ni en una paz que se mantiene por la tortura, la cárcel, el asesinato o el desprecio de los derechos humanos. La paz no puede ser un narcotizante, sino el resultado del esfuerzo de toda la sociedad por llegar a un progreso equilibrado y equitativo, por instaurar la justicia, por conseguir el respeto a los derechos de las personas y de los pueblos. No habrá paz mientras haya algún sector ciudadano, teórica o prácticamente, disminuido para participar en la vida social, política o económica, o impedido de alguna manera para hacer efectivos sus derechos fundamentales, como son el acceso a la cultura y a la educación, a expresar sus opiniones, a tener un trabajo bien remunerado, una vivienda digna... ¿Qué hacemos por la paz? ¿Cómo nos responsabilizamos de este don de Dios? Si no amamos con obras, nuestro anhelo de paz es un sentimiento vacío. Es urgente un compromiso colectivo y solidario en favor de la paz. 8. Palabras de despedida y aliento "Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde". Cierra Jesús esta parte de su enseñanza como la había comenzado (Jn 14,1). El se va por poco tiempo. Volverá para estar siempre con los suyos. Deben alegrarse porque su presencia en el Espíritu no estará limitada ya a una época y lugar: será universal en el tiempo y en el espacio. Con su Espíritu llevará a plenitud la obra comenzada en Palestina. "Si me amarais, os alegraríais de que me vaya al Padre". Ir al Padre a través de la muerte no es una tragedia, puesto que con ella va a derrotar al mundo y a la misma muerte. Su ausencia no será para ellos una pérdida, sino una ganancia, ocasión de una gran alegría. Con su retorno al Padre alcanzará su plena glorificación, quedará consumada su obra. Jesús da aquí el verdadero sentido que la muerte debe tener para los creyentes: llegada a la casa del Padre, encuentro definitivo con él, culminación de una vida consagrada al amor. Ante estas palabras debemos perder ese sentido trágico que damos a la muerte, como si fuera algo irreparable. Con Jesús, hasta la muerte ha quedado derrotada. Si no fuera así, ¿de qué nos serviría la fe en él? (1 Cor 15,19).

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Nuestra esperanza escatológica es como la estrella polar de los creyentes. No podemos renunciar a ella sin renunciar a Jesús. Nos señala la meta utópica, el norte de la historia. Jesús es, para los cristianos creyentes, la garantía de que la historia humana tiene una meta más allá de la muerte. ¿En qué sentido el Padre "es más" que Jesús? Parece que en cuanto es el origen de la Trinidad y ha enviado al Hijo a realizar la tarea de liberar a los hombres de todas las esclavitudes. "Os lo he dicho ahora..." Jesús, que había anunciado la traición de Judas, el abandono de los discípulos y las negaciones de Pedro para que sus discípulos comprendieran después de su partida la fidelidad de su amor y se convencieran de su verdadero mesianismo, repite ahora la frase a propósito de su promesa de volver. La primera vez (Jn 13,19) se refería a su muerte; la segunda, a sus efectos: el triunfo final de la vida. "Ya no hablaré mucho con vosotros". Repite de nuevo la inminencia de su marcha. La estancia con los suyos llega al final. Va a enfrentarse con el "príncipe" del mundo injusto, al que va a derrotar (Jn 12,31) de una forma incomprensible a la mente humana: muriendo de una forma ignominiosa, como un malhechor. Este jefe es la personificación del poder opresor, figura de los que van a detenerlo: ¡los representantes del poder civil y religioso! Jesús no está en absoluto sometido a tal poder, sencillamente porque es un poder que sólo puede dominar a los que viven esclavizados por sus pasiones e intereses particulares, por sus pecados. De todo ello está libre Jesús. Al no poder dominarlo, lo asesinará. Le quitará la vida, pero no podrá hacer nada para separarlo de la fidelidad al Padre. Su muerte será el argumento final y más valioso de su amor al Padre y a la humanidad, la verificación de la autenticidad de toda su vida, la rúbrica de su victoria total, la prueba de no haber transigido con el mundo en ningún momento. "¡Levantaos, vámonos de aquí!" Estas palabras dividen el discurso de la cena en dos partes. Hasta ahora se ha referido a la constitución de la comunidad; en la segunda (cc. 15-16) va a tratar de su identidad y misión en medio del mundo, del fruto que ha de producir y de la oposición y persecución que sufrirán. La invitación a levantarse y marchar con él indica precisamente la diferencia de tema. Son unas palabras de desafío que se convierten en consigna para toda la comunidad. Los cristianos han de estar en el mundo y en él dar fruto. Les costará sufrimiento y persecuciones siempre que se mantengan fieles a sus enseñanzas, porque el mundo odia a muerte los planteamientos revolucionarios de Jesús. La comunidad -la Iglesia- se ha constituido dentro de casa; pero su camino está fuera, en medio de la humanidad oprimida y en oposición a todos los poderes.

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La vid y los sarmientos

-Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto. Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como al sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos. (Jn 15,1-8) Los capítulos 15-17 del evangelio de Juan parecen estar en una situación anómala con relación al 14, que, al terminar con unas palabras de Jesús de partida a Getsemaní, entronca perfectamente con el comienzo del capítulo 18. Son varias las soluciones que se han dado a esta dificultad. Unos piensan que Jesús, una vez dada la orden de partida, continuó en la misma sala de la cena sus discursos. Otros opinan que los pronunció por el camino. Un tercer grupo prefiere cambiar el orden de capítulos, dando a éstos una hipotética situación primitiva. Finalmente, algunos los consideran como añadidos a la primitiva redacción del evangelio. Jesús pudo pronunciar estos discursos en la misma cena o en situaciones anteriores distintas; y fueron incluidos aquí, en retoques posteriores, por razón de la temática común. Esta opinión es la más probable, si tenemos en cuenta que los textos evangélicos se fueron elaborando en el transcurso de unos años y que el autor primero no les dio la última mano. Si hubiera sido únicamente obra del evangelista, lo hubiera presentado de forma más ordenada, sin tantas repeticiones. 1. La vid y el labrador Discuten algunos el género literario de este pasaje, sobre si es alegoría o parábola. Hay elementos de ambas, aunque prevalece la alegoría. Podemos considerarlo como lenguaje metafórico, en el que unas palabras se toman en sentido propio y otras en sentido figurado.

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La imagen de la viña-vid -símbolo de Israel- es usada frecuentemente en el Antiguo Testamento, casi siempre en relación con la infidelidad del pueblo de Dios (Is 5,1-7; Jer 2,21; 5,10; Ez 15,1-8; 17,5-10; 19,10-14; Os 10,1; Sal 80,9-17). Aquí no se habla de la historia de una vid o de una viña -imágenes equivalentes-, como en los textos citados, sino únicamente de algunos trabajos realizados en la vid en orden a un mayor fruto. La primera parte señala las exigencias que Dios impone al que pretenda ser discípulo del Hijo; la segunda subraya la necesidad de mantenerse constantemente en comunión o relación vital con Jesús para producir frutos verdaderos. Jesús se presenta como "la verdadera vid", el verdadero pueblo de Dios, formado por la vid y sus sarmientos. Una afirmación que se contrapone a la Escritura, en la que el pueblo de Israel era la viña plantada por Dios. La vid -muy abundante en Palestina- expresa magníficamente lo que debe ser la comunidad de Dios. Con estas palabras, Jesús continúa el tema de las sustituciones: él es el verdadero templo (Jn 2,19), la nueva ley (Jn 13,3435), mayor que el sábado (Mt 12,8)..., el nuevo pueblo de Dios. No hay más pueblo de Dios que el que se construye a partir de él, por ser el único dispensador de la auténtica vida: la vida divina (Jn 1,4). Y si Jesús es la vid, el Padre "es el labrador". Un labrador que quiere que su viña dé los frutos convenientes. Un Padre que trabaja para que todos los miembros de su pueblo lleguen a vivir con autenticidad y plenitud. El texto no dice que el Padre plantó la vid, pero lo da por supuesto. 2. La poda Parece que nuestra sociedad ha perdido el sentido de la vida, arrastrada por infinidad de reclamos e intereses que difícilmente podrán colmar sus ilusiones más queridas. Nos jugamos todo en el dilema de sarmiento vivo o sarmiento muerto. En la opción de vivir con responsabilidad o dejarnos llevar por el ambiente consumista y facilón que nos rodea. También los cristianos tenemos necesidad de profundizar nuestra adhesión personal a Jesús. Es frecuente que, junto a una abundancia de prácticas y actividades religiosas, se encuentre una vida vacía, sin ilusión, sin lucha por lograr una sociedad mejor para todos. Hacemos compatible la adhesión exterior o supuesta a Jesús con una carencia total de adhesión interior y afectiva. Gente de muchas misas, novenas, reuniones, actividades pastorales..., a las que, de pronto, se les hunde todo; que nunca han conocido una emoción religiosa personal, un rato de plegaria íntima... Es preciso que nos esforcemos por querer vivir, en la vida concreta de cada día, nuestra fe en un Dios que es amor y quiere que vivamos en el amor; que nos dediquemos a traducir en hechos -"frutos"- nuestra fe.

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"A todo sarmiento mío que no da fruto lo corta". Advertencia severa de Jesús, que se refiere a los miembros de su comunidad -"sarmiento mío"- que no producen los frutos que debieran. Son los que dicen y no hacen, los que comen el "pan eucarístico" sin intentar seguir el camino de vida de Jesús, los que no responden a las insinuaciones del Espíritu... Todos los cristianos -como todos los hombres- tenemos una misión que cumplir; un crecimiento que realizar, a nivel de individuo y de comunidad, en intensidad y en extensión, realizado a través del don de nosotros mismos a los demás. Jesús no fundó una comunidad cerrada, sino en expansión. Los sarmientos que no producen frutos son cortados por el labrador. No se dice cuándo ni los frutos que deben producir. Son indudablemente los frutos de un amor como el de Jesús. El cristiano que se niega a amar y no hace caso al Hijo, se separa él mismo de la vid al no hacer caso de la vida que se le comunica. "Y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto". No es suficiente que los discípulos produzcan frutos; deben producirlos en la mayor cantidad posible. El que practica el amor tiene que seguir un proceso ascendente, un desarrollo. En este camino no existe más final que amar "hasta el extremo" (Jn 13,1), como Jesús. Cuando en las vides proliferan los sarmientos, hay que podarlas para que produzcan más. Cuando el labrador hace la poda, siente cierta tristeza porque muchos sarmientos son cortados y la vid queda transformada en un desnudo esqueleto inútil, muerta aparentemente. Pero sabe que, si no lo hace, la próxima temporada sólo podrá cosechar hojas. No es exactamente ése el sentido que tiene la poda que realiza el Padre: cortar unos sarmientos para que produzcan más los que quedan. Sí significa cortar los que no cumplen la misión encomendada: dar frutos. Es, además, una poda continuada, orientada a quitar los obstáculos que vayan surgiendo y que impiden al sarmiento fiel fructificar y expansionarse. Corta unos y limpia otros, porque sabe que con rebajas no se consiguen verdaderos seguidores. La limpieza simboliza las dificultades de la vida, la lucha, las persecuciones e incomprensiones..., que van aumentando en la medida en que crece el compromiso con el evangelio. Esta enseñanza de la poda es el mejor comentario que puede hacerse al libro de Job: por qué sufre el justo. Es el "negarse a sí mismo" (Mc 8,34). La poda es una actividad positiva: elimina factores de muerte, haciendo que el discípulo sea cada vez más auténtico, más libre, tenga mayor capacidad de entrega y aumente su eficacia. ¡Cuántas veces son las dificultades, las incomprensiones y marginaciones, las que nos despiertan y nos empujan a seguir a Jesús! ¿Qué se puede esperar del que vive sin dificultades y sin problemas? Así como el grano de trigo tiene que morir para producir fruto (Jn 12,24) y la mujer sufrir para que nazca el niño (Jn 16,21), también el discípulo debe ser "podado" del propio interés, del apego a la propia vida (Jn 12,25)... y así impedir que la vida personal y de la comunidad se malgasten en tantas cosas que nada tienen que ver con la vivencia del evangelio.

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La historia de la Iglesia nos enseña con claridad que cuando prescindió del seguimiento de Jesús, cuando buscó otros intereses, creció en ella el follaje estéril de las riquezas, el poder, la vanidad, la superficialidad en el culto y en los sacramentos. Y que cuando vivió el espíritu de pobreza y de renuncia y afrontó con valentía las persecuciones y la oposición de los poderes de este mundo, revivieron las comunidades, se afianzaron las responsabilidades de los cristianos y floreció un culto vivo. Cuando observo el inmenso poderío de la Iglesia en recursos humanos, bienes económicos, influencias políticas, congregaciones religiosas, colegios, campos y edificios..., la administración masiva de sacramentos, y que sólo una mínima parte de su esfuerzo está realmente orientado a la evangelización, me pregunto si no hará falta una gran poda; una poda inmensa que haga posible el retorno al evangelio. ¿Cuándo dejaremos de obstaculizar el encuentro de Jesús con los hombres que trabajan actualmente por su reino, aunque lo hagan alejados de la Iglesia? Buscar el reino es sufrir la persecución de los que defienden esta sociedad injusta, es la poda necesaria para que la viña-vid -la Iglesia- dé abundantes frutos. 3. Limpieza inicial y su crecimiento Repite Jesús lo afirmado en el lavatorio de los pies (Jn 13,10): "Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado". Aquí sin ninguna exclusión, por haberse marchado ya Judas. Es la limpieza inicial de los que han optado por el seguimiento de Jesús -por el amorrompiendo con el mundo -orden injusto-. Han asimilado lo suficiente de sus palabras para empezar a dar fruto. Si permanecen dóciles al Espíritu, serán purificados cada vez más, como los sarmientos que fructifican y que siguen siendo podados para que den frutos más abundantes. Es ir descubriendo que la limpieza no se logra porque nos laven los pies, sino por lavárselos a los demás. Quien demuestra con hechos concretos su amor, queda limpio. Más limpio cuanto mayor sea el amor. ¿Qué significa "permanecer" en Cristo? Permanecer es un término propio y técnico de Juan. Lo usa cuarenta veces en su evangelio y veintitrés en su primera carta. Expresa la íntima, constante y vital unión del discípulo con Jesús. Es permanencia mutua: vosotros "en mí y yo en vosotros". A Jesús no lo podemos improvisar; no nos lo "sabemos", como tenemos el riesgo de creernos los que hemos oído hablar de él desde pequeños. Jesús es Jesús, a pesar de nuestras ideas, de nuestros manejos para que sea lo que nosotros queremos que sea, para así evadirnos del compromiso. Un compromiso de amor con la humanidad que debe crecer todos los días. Permanecer en Jesús y él en nosotros significa trabajar por transformar el mundo en el reino de Dios, empezando por nuestra vida. Es humanizarnos, única forma de divinizar la vida humana.

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Sólo puede dar frutos verdaderos el que vive en comunión con Jesús. Comunión que hace posible la existencia de la nueva humanidad en medio de la sociedad. Una humanidad que no depende de una institución, sino de la participación en la vida de Jesús, de la comunicación de su Espíritu. Es la alternativa de vida que ofrece Jesús al orden injusto de este mundo: la humanidad del amor fraterno y universal. La necesidad de esta mutua permanencia para producir frutos en orden al reino de Dios se ilustra con la analogía de lo que sucede entre la vid y sus sarmientos: éste no puede vivir ni dar fruto alguno si no recibe la vida y la fecundidad de la vid, por carecer de vida propia. De la misma forma, los discípulos sólo pueden dar fruto a condición de mantenerse en contacto vital con Jesús. Interrumpir esta relación vital con él significa reducirse a la esterilidad. La ausencia de frutos delata la falta de unión con Jesús. Una unión que no se consigue de modo ritual ni automático; necesita nuestra decisión personal e interna. La unión mutua entre Jesús y sus discípulos, considerados aquí como grupo, será la condición para la existencia de la comunidad y para los frutos que éste debe producir. Una comunidad que mostrará su amor a Jesús a través de los frutos que realice en favor de los hombres. El anuncio evangélico sólo tiene fuerza cuando surge del testimonio de una comunidad unida en el amor a Jesús en el prójimo. Unidad compatible con diferencias de criterios sobre ciertos aspectos secundarios, lo que exige madurez. Una unidad que no podemos tratar de conseguir a cualquier precio, sometiendo los propios pensamientos y actuaciones al criterio de uno solo o de unos pocos, porque debe fundamentarse, inexcusablemente, en Jesús. ¿De qué sirve una uniformidad si margina el evangelio? Si queremos saber si permanecemos en Jesús y él en nosotros, miremos las obras que hacemos en favor de los demás. Son la medida de su presencia en nuestro interior. 4. Todo lo puede el que cree "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos". ¿No hubiera sido más exacto afirmar que Jesús es la cepa o tronco, nosotros los sarmientos y todos juntos la vid? Parece que no, porque Cristo es la cepa y cada uno de los sarmientos, cada uno de los miembros de la familia humana. Está unido entrañablemente a cada persona que ama, hasta el punto de vivir en cada uno. Podemos afirmar que Jesús es la comunidad y la comunidad es Jesús. Recordemos la parábola del juicio final (Mt 25,31-46). La vid -la comunidad de Cristoes una sola: un solo cuerpo (1 Cor 12). Separarse de la comunidad de Jesús o de uno solo de sus miembros es separarse de él. Todos somos sarmientes entroncados directamente con la vid. Jesús -la vid- comunica la vida. Para que los discípulos -la comunidad de los creyentes- podamos tener vida es necesario que vivamos unidos vitalmente con Jesús por

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medio del amor mutuo. Una corriente de vida -la savia- circula de él hacia nosotros. Si la aceptamos, damos un fruto que se nota en toda nuestra existencia. La consecuencia inevitable de esa vida que circula por la vid es la acción social incontenible, el trabajo por una sociedad justa y libre, fraternal. La fe es inseparable de la tarea social de transformar el mundo de lo mucho que tiene de inhumano. Es más, en las personas que no tienen una fe explícita en Cristo -no le conocen-, pero sí implícita a través de una vida humana auténtica, se percibe el trabajo por el desarrollo del hombre y de la humanidad. Y es que Jesús trabaja a través de todos los que edifican su reino en este mundo, un reino que es mucho más grande que la Iglesia. Cuando los cristianos descubrimos y aceptamos que pertenecemos a una única vid en unión íntima con Jesús resucitado, nos vemos obligados inmediatamente a cambiar muchos de nuestros cómodos esquemas mentales. ¿No hubiera evitado la Iglesia muchas disensiones si hubiera mantenido siempre viva la fe en Jesús resucitado? Todos y cada uno hemos de descubrir personalmente esta comunicación viva con Jesús si queremos ir entendiendo los fundamentos de nuestra fe, porque la vida cristiana nace de él. Entrar en esta comunión es asequible a todos, en cualquier momento, al margen de cualquier organización. Ninguno lo puede hacer por otro. Solamente podemos animarnos unos a otros a realizar la experiencia. Cuanto más en comunión estemos con Jesús a través de la fe, de la oración, de los sacramentos..., más en comunión estaremos con el prójimo, compartiendo sus alegrías y sus tristezas, sus luchas y sus esperanzas. Y viceversa, a condición de que la fe sea verdadera. "El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante". Es el fruto de las buenas obras, que sólo puede realizar el discípulo que permanezca vitalmente unido a Jesús, por participar de su misma vida, lo que supone la ruptura con el mundo injusto, hasta dar la vida. Es la asimilación a Jesús la que produce el fruto. No se trata de voluntarismo o activismo. Donde faltan estas buenas obras, es evidente que no existe la fe en Jesús. Seamos conscientes de esta permanencia y de que nuestros frutos no son simplemente nuestros. Esta verdad, a la vez que nos hace más realistas y conocedores de nuestros límites y pecados, nos abre a un futuro esperanzador por las maravillas que Jesús puede operar en nuestras vidas. "Porque sin mí no podéis hacer nada". Es la sentencia fundamental de todo el pasaje. Afirma tajantemente la absoluta necesidad de Jesús para poder realizar la más mínima obra buena. Jesús es la fuente de la vida y de las obras buenas. Anunciar que los hombres nos realizamos, vivimos únicamente si nos abrimos a una comunión de amor con Jesús, es el corazón del evangelio. A esa comunión nos impulsa el Espíritu. Y eso es lo que debe traducirse en hechos, probablemente muy sencillos, mezclados inevitablemente con nuestros pecados y mediocridades.

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La clave de la vida cristiana es la constante fidelidad a Jesús, el encuentro con él. Su fruto no es moverse mucho, sino dejarle actuar a través de nosotros; dejarle que nos "construya" por dentro. Sólo así lograremos realizar la máxima obra buena: ser para hacer ser, amar para hacer amar. Porque, ¿cómo encontrarse con Jesús sin sentir la urgencia de comunicarlo a los demás? "Al que no permanece en mí..." Es el riesgo de vivir al margen del amor, al margen de la verdadera vida. Es la falta de respuesta. Su futuro es "secarse", vivir vacío, muerto; porque quien renuncia a amar renuncia a vivir. Su final es la destrucción. El que vive muerto acaba en la muerte definitiva, opuesta a la vida plena y para siempre del que permanece en comunión con Jesús. Me parece que nos sería muy útil a todos medir nuestro seguimiento de Jesús por los frutos que estemos dando en el terreno del amor, de la verdad, de la justicia social, de la liberación de tantos pueblos oprimidos por los grandes, de la fraternidad... Todo lo demás puede ser peligrosamente ilusorio. 5. No podemos dejar la oración Jesús identifica permanecer en él y permanecer en sus palabras. Une la fe y la práctica de sus enseñanzas, la profesión de fe y las obras. No podemos decir que creemos en Cristo si no tratamos de vivir sus palabras. Siempre sin olvidar que Jesús es el que es, el que se da a conocer a través del evangelio, y no esa especie de caricatura que circula entre nosotros. Es al Cristo del evangelio al que debemos unirnos, y al que necesitamos liberar del secuestro de la piedad burguesa. Sin un profundo conocimiento del evangelio no es posible seguirle, permanecer en él. Permanece en nosotros si está vivo en lo que sentimos, decimos o hacemos. ¿Cómo podemos permanecer unidos a Jesús después de su marcha sin una oración constante? ¿Cómo saber lo que debemos hacer en cada momento sin preguntárselo a él? El que vive unido a Cristo va captando, por la plegaria, el plan de Dios sobre la humanidad, y es movido a realizarlo. La oración, personal y comunitaria, es un momento privilegiado de encuentro con Jesús y con su palabra, que permite que sigan vivos y en crecimiento la fe y el amor. Aquellos que permanecen en unión vital con Jesús y hacen de sus palabras la norma de la propia conducta, reciben la promesa de que todas sus peticiones serán escuchadas. Se les concederá cualquier cosa que pidan. Aunque no se especifica, las peticiones escuchadas serán las que se hagan en orden a la tarea de continuar su misión. Si la vida es según Jesús, el éxito es seguro en nuestra vida, pero... después de la muerte. Es lo que atestiguan con sus vidas los profetas, Jesús, los apóstoles y tantos otros.

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Cuando una comunidad vive en comunión con Jesús y entregada a la tarea de continuar su obra, puede pedir lo que quiera en favor del hombre, porque Jesús sigue actuando por medio del Espíritu que ha comunicado a los suyos. La eucaristía resume, condensándolos, todos los lazos de unión con Jesús. Cada vez que la celebramos invade nuestro interior la vida glorificada de Jesús y nos renueva. La fecundidad de los discípulos, y de sus continuadores a través de los tiempos, que los revela como verdaderos seguidores de Jesús, contribuye a la "gloria del Padre". Lo mismo que Jesús lo glorificó por el fiel cumplimiento de su misión, lo harán los cristianos que sigan su mismo camino. De nuevo, machaconamente, las obras. Las palabras no sirven para nada cuando no están respaldadas por la fidelidad a la vida de Jesús.

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Amigos y elegidos

-Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido; y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto es mando: que os améis unos a otros. (Jn 15,9-17) Este texto es paralelo al anterior. En el pasaje de la vid y los sarmientos, el tema dominante era la permanencia en Jesús; éste precisa que esa permanencia es en su amor. La condición necesaria para permanecer en su amor es la observancia de sus preceptos, lo cual implica que "nos amemos unos a otros como él nos ama". La demostración más palpable de ese amor consiste en entregar la vida por aquellos a quienes se ama. Nos habla también de amistad, elección y alegría que llega a plenitud. Recordemos que son palabras de Jesús en el atardecer de su vida, su testamento. Son como la confidencia íntima del amigo al término del camino, y como tales deben penetrar en nuestro corazón. De un amigo que murió asesinado por ser culpable de tener razón. Revelan el fondo de la realidad de la vida humana. 1. El amor es la realidad más entrañable de la vida humana "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor". Estas palabras recogen, en síntesis, lo más entrañable de las confidencias de Jesús, lo más profundo de su mensaje, lo más decisivo de su testamento. Son la revelación de la realidad fundamental: el Padre ama, el Hijo ama. Es más: son Amor (1 Jn 4,8).

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Juan va repitiendo lo mismo desde distintos puntos de vista, para ir profundizando más y más en una realidad que nunca llegaremos a agotar en su riqueza de contenido. Quiere llevarnos a que descubramos y reconozcamos la hondura del amor del Padre y del Hijo como base de nuestro camino. Sabe por propia experiencia que podemos vivir, participar y crecer en ese amor. El amor del Padre a Jesús es total: es el Hijo único (Jn 1,14), al que comunicó su Espíritu (Jn 1,32-33); lo tienen todo en común (Jn 17,10); son uno (Jn 17,21-23). El amor de Jesús a los suyos es idéntico al que el Padre le ha mostrado a él. Los gestos del lavatorio de los pies, la institución de la eucaristía, la insistencia en el mandamiento del amor..., ¿no son pruebas evidentes de un amor sin límites? Jesús razona y actúa a partir del amor que le ha tenido el Padre. Un amor que llegó a sus últimas consecuencias con la resurrección del Hijo, signo y esperanza de la resurrección de todos los que vivan con su vida. El amor pleno lleva a la comunicación de todo lo que se tiene y se es, y Dios es la vida total en la qué no tiene cabida ningún tipo de muerte. Al pedir Jesús a sus discípulos que permanezcan en el amor que han recibido, les invita a hacerse dignos de seguir siendo objeto de su amor mediante la fidelidad a sus mandamientos, lo mismo que él lo fue a los mandamientos de su Padre. El amor es el mandamiento del cristiano, la prueba evidente de haber entendido la misión de Jesús. Por ser una palabra muy manoseada y tergiversada en nuestra sociedad, será necesario un constante esfuerzo para sentirla de una manera nueva. Cristiano es el que vive en intimidad con Jesús. En un mundo duro e insensible, despersonalizado, en el que los hombres aparecen como meros números, víctimas del consumo y del anonimato si dejamos que se nos endurezca el corazón, las palabras de Jesús nos resultarán vacías, sin vida, sin sentido, sin un interés real y hasta absurdas. Pero si vivimos la experiencia concreta y real del amor, el Dios de Jesús adquirirá consistencia ante nuestros ojos. En una tierra marcada por el egoísmo, el odio..., el camino del amor se convierte en una ruta peligrosa. Jesús dejó la vida en él. Este lenguaje sólo lo entienden los que aman y en la medida en que aman. Quien no ama no puede conocer a Dios, no puede creer en él. El amor solamente permanece si crece, si crea nuevas relaciones de amor. Existe una relación de amor entre el Padre y Jesús y entre Jesús y sus discípulos, y debe establecerse entre ellos una relación de amor que reproduzca el amor que Jesús les tiene y esté abierto a todos los hombres. La presencia de Cristo se manifiesta por encima de todas las cosas en el amor.

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Donde alguien ama, allí está Jesús. Donde hay ausencia de amor, él no puede estar. Urge superar la idea de que Jesús está allí donde alguien dice que es cristiano o cumple determinadas prácticas cultuales. Sin amor no sirven para nada (1 Cor 13,1-3). 2. La experiencia de Dios es imposible sin amor y sin alegría "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor". Jesús pone en paralelo la relación de amor de los discípulos con él y la suya con el Padre. Amar a Jesús equivale a guardar sus mandamientos, es tratar de vivir como él, aceptarlo como única norma de nuestra vida. Lo demás es engañarnos y velar su rostro a los hombres. No existe amor a Jesús ni vida cristiana si no desemboca en el compromiso con los otros. La verdad de nuestra fe es verificable; podemos saber si permanecemos en el amor de Jesús, lo mismo que él sabe que permanece en el amor del Padre. El angustioso interrogante sobre si Dios nos es propicio ha encontrado su respuesta afirmativa en la dedicación al bien del prójimo. Solamente la entrega de la propia vida al servicio de los demás nos puede dar la certeza de ser objeto del amor del Padre y del Hijo. Las obras en favor de los hermanos son la prueba de la veracidad de nuestra fe. Sin amor, la vinculación con Jesús y la experiencia del Padre son imposibles. Donde no hay amor no queda más que el vacío, la soledad, el individualismo, el egoísmo, la ausencia de Dios; Dios podrá ser imaginado, pero no experimentado. El vacío de Dios se llena de dioses falsos, capitaneados por las cosas que se pueden comprar con dinero. Para justificar su exigencia, Jesús aduce una vez más su propio ejemplo: él ha entregado toda su vida en favor del bien de la humanidad, obedeciendo totalmente a la voluntad del Padre (Jn 4,34). Ha liberado de la opresión del templo (Jn 2,13-16), ha abierto los ojos de los oprimidos (Jn 9,6-7), ayudado a caminar a los paralizados (Jn 5,8-9), dado la vida a los muertos (Jn 11,4344)... Y ya hemos visto el profundo significado de todos estos signos para la vida de los hombres de todos los tiempos y lugares. Es su misión de liberación de todo tipo de esclavitudes la que deben continuar sus discípulos si quieren -si queremos- permanecer en el amor del Maestro. El amor tiene que circular; de lo contrario, le pasa como al agua estancada: se pudre. Es encuentro entre personas; comunicación plena de vidas. Tiende a ser correspondido para formar comunidad, a ejemplo de la Trinidad: comunidad de amor. Aparece por primera vez en la cena el tema de la alegría que vive Jesús y que quiere comunicar a los suyos. Lo desarrollará más adelante comparándola con la que produce

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el nacimiento de un niño, siempre precedido de los dolores y angustias del parto (Jn 16,2024). Si su mensaje ofrece a los hombres los más nobles ideales humanos, es lógico que produzca la más auténtica alegría. Jesús promete el gozo perfecto a los que sigan su camino, porque ésa es su experiencia. Es la alegría de quien se posee y puede darse; la alegría del hombre libre; la que brota de la experiencia de sentirse útiles a los demás, de vivir para ellos con olvido de sí mismo, el fruto último y definitivo del amor. Una alegría que llegó a plenitud en Jesús con su resurrección, y llegará igualmente a sus seguidores, porque es la alegría que, al igual que la paz (Jn 14,27; 16,33), brota directamente de la esperanza en la liberación-salvación definitiva. Gozar la alegría del amor es adelantar el gozo escatológico, pregustar la vida nueva del Espíritu, recibir en esperanza nuestra propia resurrección. La alegría de Jesús sólo puede brotar de una vida como la suya. Si nosotros no hemos descubierto la alegría de ser sus testigos es porque o no le seguimos o le seguimos muy de lejos. Alegría plena, interior, profunda..., que nada tiene que ver con la fugacidad de la carcajada o del placer. 3. Otras dos veces el mandamiento nuevo Repite Jesús por dos veces su mandamiento nuevo, que ya había enunciado en esta misma cena (Jn 13,34-35). El amor es lo único que puede unificar y dar sentido al resto de nuestras ocupaciones diarias: trabajar o estudiar, comer, pasear, dormir, divertirse, luchar por algún ideal... Es el que hará posible el deseo de eternizar lo que estamos haciendo. Con su mandamiento, Jesús pretende dar respuesta a todas las posibles preguntas que nos podamos hacer en orden a nuestra felicidad y la de los demás, en orden a la verdadera humanidad. El amor es el camino que hará posible que "la alegría llegue a plenitud" en nosotros. Es la "constitución" de la comunidad cristiana; su primero y único artículo. Nada ni nadie deberá ser motivo para que se viole este precepto de Jesús. Todas las estructuras de la Iglesia deben surgir de este mandamiento, y todas sus disposiciones tender a su mejor cumplimiento. Donde no hay comunidad de amor mutuo, hablar de seguimiento de Jesús es una quimera. Dios sólo se hace presente y activo donde existe un amor como el de Jesús. "Que os améis unos a otros" parece que rompe la lógica de lo que nos venía diciendo: si el Padre le ama y Jesús nos ama, lo normal sería que nosotros amáramos y Jesús y él amara al Padre. Sin embargo, la conclusión es otra: Jesús transforma el amor que le tiene el Padre en amor a los hombres, y nos pide que nosotros hagamos lo mismo. Y es que el amor a Dios se presta a muchas falsas ilusiones. Lo que importa,

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lo que en realidad merece la pena, es amar, es comunicar amor y abrirse al amor, máximo don de Dios que nos lleva hacia él, que nos hace vivir por él, con él y en él, como Jesús. Todo lo que no sea amor es camino sin futuro. Todo lo que sea amor conduce a Dios. Ninguna otra realidad puede sustituirlo, ni la fidelidad a Jesús puede expresarse más que por la práctica del amor mutuo. A continuación Jesús va a explicar a fondo a sus discípulos cómo les ama: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Es el grado sumo del amor, el máximo de alegría y de fecundidad. Aunque la frase es indeterminada, es evidente que se refiere a su amor, al que le llevará a la muerte dentro de pocas horas. Es así como deben amar los que elijan seguirlo. Sólo el que le sigue por este camino "ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1 Jn 4,7). Sólo éstos pueden ser creyentes, porque únicamente a través de la experiencia de un amor desinteresado y total se nos abre la puerta de la trascendencia. Por ser el gesto supremo del amor, el don de la vida es también el acto supremo de la libertad. 4. Amigos de Jesús Los que cumplan su mandamiento nuevo serán sus amigos. El amor no impone sumisión ni crea "siervos": hace iguales. La amistad nace de la identidad de ideales y de la común experiencia de la entrega a los demás. Presupone grandes y nobles aspiraciones; exige sinceridad absoluta, amor mutuo, conocimiento mutuo de ese amor y comunicación total de bienes. Esta comunicación mutua produce compenetración e intimidad, situaciones vitales que van mucho más allá de la enseñanza; los amigos pueden aprender entre sí por sintonía y comunión. Con el amigo se puede hablar de todas las ilusiones y fracasos como si se hablara con uno mismo; muchas veces hasta sin palabras. Jesús excluye expresamente el seguimiento propio de siervos que se limitan a cumplir órdenes ciegamente y nunca saben lo que hacen ni piensan los señores. Sus discípulos no continuarán su misión como asalariados, como contratados para realizar un trabajo y ejecutar unas órdenes, sino como amigos que comparten voluntariamente una tarea común. Jesús llama "amigos" a sus discípulos, porque en todo el tiempo en que ha estado en su compañía los ha tratado como verdaderos amigos, nunca como inferiores. Quiere con ellos una relación de amistad, de iguales, de compañeros. Siendo el centro, el Maestro de la comunidad, no se coloca por encima de ella. Ha terminado el aprendizaje. En el contexto de misión, la amistad con Jesús significa la colaboración en un trabajo que se considera común a todos y responsabilidad de todos. Por eso pueden

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compartir también su alegría. En este clima de igualdad y de afecto se desarrolla la verdadera libertad humana. La prueba de la amistad que quiere con ellos está en haberlos hecho sus confidentes, comunicándoles "todo lo que ha oído al Padre". Les ha dado a conocer sus profundos descubrimientos e ilusiones, sus intimidades y las de Dios. Es el que mejor ha hecho realidad esa palabra. No le ha importado decirles que les ama hasta morir por ellos, que tenemos que amar como él. Unas palabras que, si las pensamos, veremos que son muy difíciles de comunicar a los demás. Al revelarnos que el amor compartido (=amistad) es la vida del hombre nuevo, Jesús agota todos sus secretos. Ya lo ha dicho todo. Al llamarlos amigos, reconoce que su obra ha terminado: los ha capacitado con la libertad plena que otorga el amor supremo. Ninguna ley los ata ya, porque será el impulso del amor el que los lleve a aceptar y vivir la voluntad del Padre, camino de alegría y de libertad interior. Les invita -nos invita- a vivir su experiencia de amor sin fronteras. Una experiencia que a él le llevó a la resurrección. A ella llevará también a los que le sigan. Resumiendo, Jesús define la amistad por dos rasgos: la confianza plena y la prontitud para dar la vida. El es el ejemplo a seguir en ambos casos: no tiene secretos para ellos, y morirá por amor al Padre y a los suyos. Es reconfortante oír a Jesús llamándonos "amigos". Pero no es fácil desprenderse del espíritu servil. Somos serviles cuando perdemos el sentido de la gratuidad y nos dejamos aprisionar por una vida superficial, cuando nos quedamos en las cosas y suprimimos o no desarrollamos la relación personal con Jesús y con los demás: participar en la eucaristía sin relación con él, vivir en la familia o en los grupos sin intercambio de ilusiones e intimidades... 5. Elegidos de Dios Dios pensó desde siempre en cada uno de los hombres, asignándonos una tarea a realizar en la vida. Todos los hombres somos objeto del amor de Dios, aunque ignoremos los caminos que ha elegido en la mayoría para la realización de su plan de salvación. Ser cristiano no es motivo de orgullo o vanagloria; menos de desprecio o descalificación de las demás religiones e ideologías de la humanidad. Dice san Pablo: "Dios nos eligió en la persona de Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor" (Ef 1,4). La iniciativa es de Dios, de Jesús. Su amor precede y sigue a la decisión del hombre, sin forzarla. El sentirnos elegidos, amados de Dios, tiene que dar un gran sentido a

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nuestra vida. El Padre, en Cristo, nos ha elegido para que seamos portadores de vida para los demás hombres. "Soy yo quien os he elegido". La frase expresa la experiencia de todo cristiano, que, consciente de su opción libre, sabe que no puede atribuir sólo a su iniciativa la condición de miembro de la comunidad de Jesús, porque el acercamiento a él es siempre respuesta a una elección que fue primero. ¿Qué decir del cristianismo de consumo que nos invade, y en el que hablar de opción por Jesús es algo ininteligible? La elección es para una tarea como la suya, para una vida como la suya. Sus discípulos debemos continuar su misión de hacernos y hacer hombres adultos, libres y responsables. No podemos hacerlo como jornaleros, sino como colaboradores que han aceptado la elección en libertad. Jesús espera que la misión de los suyos tenga un fruto duradero, que vaya cambiando la sociedad. La eficacia de la tarea no se mide tanto por su extensión como por su profundidad, de la que depende la duración del fruto. Es la semilla caída en buena tierra (Mt 13,8.23). El medio mejor que tenemos de corresponder a su elección y amistad es comunicar sus palabras y su vida a los demás. Termina, otra vez (Jn 15,7), poniendo la oración como medio eficaz de apostolado. El discípulo tiene en ella una fuente necesaria para el éxito, y tiene la obligación de usarla como medio normal para el fruto de su apostolado. ¿Lo hacemos así?

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La misión del Espíritu

Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo. (Jn 15,26-27) Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas ahora: cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por v e n i r . El me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo comunicará. (Jn 16,12-15) 1. El testimonio del Espíritu y de los discípulos Siguen las repeticiones de Juan en el discurso de despedida de Jesús. Ya en la primera parte había prometido a sus discípulos la permanencia en ellos del "Espíritu de la Verdad" (Jn 14,17), que los iría llevando a la comprensión de todo su mensaje (Jn 14,26). Ahora les anuncia la actividad del Espíritu en orden a la misión, dando testimonio en favor del mismo Jesús, condenado por el mundo. El Espíritu -significa "viento" o "aliento"- es el "aliento" de Dios, la expresión de su vida, de la intimidad de su ser. Es el amor del Padre y del Hijo derramado en el corazón de los hombres. Es el Espíritu creador, que procede de Dios Padre. Este Espíritu es quien va a dar testimonio de Jesús, de la verdad de su vida y de su amor. Continuará la salvación-liberación que comenzó Jesús, ofreciéndola a toda la humanidad (Jn 3,17, 12,47). Jesús ya no habla de "su Padre" (Jn 15,23-24), sino "del Padre", porque la relación filial con Dios va a ser posible a todo hombre que responda a su amor. El testimonio que Jesús ha dado de sí mismo y de su misión no se verá reducido al silencio después de su partida de este mundo, seguirá resonando a través de la obra del Paráclito y de los discípulos, en medio de crueles enfrentamientos con el mundo hostil, y en los que los discípulos llevarán la peor parte (Jn 16,33). Un testimonio que sólo podrán descubrir los pobres, los que lloran, los perseguidos por ser justos, los misericordiosos..., es decir, todos los bienaventurados (Mt 5,3-12). Todos los demás seguirán -¿seguiremos?- empeñados en no querer ver. Un peligro que todos corremos, especialmente los que monopolizan las ideologías, la economía, la política o las religiones.

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Los testimonios del Espíritu y de los discípulos constituyen una unidad, porque el Consolador da su propio testimonio precisamente a través de los discípulos, llevándolos a entender más a fondo la obra de Jesús y sirviéndose de ellos como instrumentos para continuarla. El Espíritu dará su testimonio dentro de las comunidades, confirmando la experiencia interior de Jesús en sus miembros y empujándolos a la lucha por el reino de Dios, que implica necesariamente la ruptura con el mundo injusto. Un testimonio que renovará en cada época la obra del Mesías de Dios. De esta forma, además del Espíritu, también los discípulos darán testimonio del Maestro. Un testimonio que sólo llegará al pueblo si el discípulo vive de acuerdo con el mensaje de Jesús. "Porque desde el principio estáis conmigo". ¿Qué significa esta expresión? No puede referirse únicamente a los apóstoles, porque todo discípulo, en cualquier época y lugar, está llamado a dar testimonio de Jesús. Por lo que estas palabras son válidas, necesariamente, siempre. Parecen afirmar, más bien, que para dar testimonio de Jesús es imprescindible aceptar como norma de la propia vida toda su existencia -"desde el principio"-, sin separar al Jesús resucitado del histórico, huyendo de la tentación de quedarnos únicamente con el primero y olvidando la entrega hasta la muerte que le llevó a esa glorificación. Entrega que deberemos imitar sus seguidores si queremos dar ese testimonio que nos pide. 2. La verdad es un largo camino "Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas ahora". ¿Fue incompleta la enseñanza de Jesús a sus discípulos durante el tiempo que vivió con ellos? Parece que ésa es la respuesta que se deduce de estas palabras. Sin embargo, no debemos entenderlas en sentido cuantitativo, como si Jesús hubiera dejado un determinado número de verdades para que se las enseñara el Espíritu Santo, sino cualitativamente, en cuanto comprensión en profundidad: mayor penetración del misterio de la persona y de la obra de Jesús, del sentido de su muerte, la sustitución que ha protagonizado de todo el orden religioso, la universalidad de su misión salvadora... No estaban capacitados aún para entender toda la hondura de estos acontecimientos. Los mismos evangelios nos dicen que algunos sucesos de la vida de Jesús no fueron entendidos por los discípulos cuando tuvieron lugar, sino después de su resurrección (Jn 2,22; 12,16). Ya hemos visto la reacción de todos cuando Jesús trataba de mostrarles su verdadero mesianismo... Nunca acabaremos de comprender en toda su profundidad la vida y la misión del Hijo de Dios. Nos pasa con ellas algo parecido a lo que sucede con las etapas del desarrollo del hombre: vamos entendiendo las cosas de niño, adolescente, joven y adulto según nuestra capacidad y nuestra vida concreta. Es la dinámica que sigue todo progreso humano, que requiere una constante reformulación y profundización de lo que sabemos para evitar el estancamiento y el infantilismo.

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Por tercera vez habla del "Espíritu de la Verdad". Será el que "los guiará hasta la verdad plena", en el sentido que hemos visto. Verdad plena que es Cristo resucitado. Ante los nuevos hechos y circunstancias de la vida humana, el Espíritu irá iluminando a los creyentes las palabras de Jesús, las mismas que dijo a sus apóstoles. Las respuestas suelen "tocamos" después de hacernos las preguntas. Como sucedió con Jesús, tampoco el Paráclito hablará por iniciativa propia, sino que anunciará únicamente lo que oye de Dios (Jn 7,17; 8,28; 12,49; 14,10). "Os comunicará lo que está por venir". Ayudará a los discípulos a sacar del mensaje de Jesús las enseñanzas adecuadas para cada época o situación. Para lo que será necesario estar muy atentos al "periódico" y al evangelio: uno en cada mano. La verdadera clave de lectura de la historia humana es para los creyentes la plena comprensión del misterio de Jesús de Nazaret. O dicho de otra forma: Jesús marca la verdadera dirección de la humanidad, porque sólo a través de un amor como el suyo se puede conocer el ser del hombre, interpretar su destino y realizar la sociedad humana. La comprensión del Mesías la irán experimentando exclusivamente los que vivan desprendidos. El Espíritu "glorificará" a Jesús porque, gracias a la iluminación que producirá en los discípulos su testimonio, éstos podrán ir comprendiendo que la muerte de Cristo fue el principio de su exaltación junto al Padre; que el camino elegido por Jesús -lleno de fracasos, humillaciones y derrotas- encerraba la verdadera vida humana. "Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo comunicará". Al irnos ayudando a profundizar en las palabras de Jesús, el Espíritu nos manifiesta también quién es el Padre, porque el Padre y Jesús tienen todo en común. Todo lo que tiene que decirnos el Padre nos lo ha dicho en Jesús. Todo lo que el Espíritu tiene que comunicarnos lo toma de Jesús. El Padre y Jesús nos envían su Espíritu para que nos renueve íntimamente y mantenga vivo en nosotros, a lo largo de la historia personal y colectiva, el testimonio del Hijo. A Dios se le ha hecho decir y defender todo. El Espíritu nos irá desvelando el auténtico Dios de Jesucristo, haciéndonos experimentar que el camino de transformación de la sociedad emprendido por Jesús es el camino de Dios. Es garantía de libertad -no está ligado a ninguna época pasada ni a ninguna situación fija- y también de fidelidad, porque retorna siempre al testimonio de Jesús, vuelve siempre a los orígenes. ¿No debiera haber hecho siempre -y seguir haciéndolo- esto mismo la Iglesia? ¡Cuántas reuniones y documentos en los que no se tiene en cuenta para nada el evangelio! Jesús, lleno del Espíritu, ha llevado a término la misión que le confió el Padre, consistente en mostrar a los hombres su amor y su deseo de fraternidad universal, de salvación-liberación para todos los hombres. Ahora nos corresponde a sus discípulos, guiados por su mismo Espíritu, continuar en el mundo esta obra de liberación.

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3. La Trinidad de personas en Dios La teología considera los dos últimos versículos de este texto evangélico como uno de los más claros de la Escritura sobre la unidad de naturaleza y la distinción de personas en la Trinidad, y sobre la procedencia del Espíritu del Padre y del Hijo. La frase "todo lo que tiene el Padre es mío" se refiere, directamente, sólo a la verdad revelada por Dios, pero indirectamente se puede entender también en relación con la naturaleza divina, ya que la unidad de naturaleza es la razón última para que el Padre, el Hijo y el Espíritu posean la verdad en común. La Trinidad de Dios es, para la mayoría de los cristianos, un problema matemático, fruto de un falso planteamiento desde las primeras catequesis: ¿cómo tres pueden ser uno? Es preciso buscar en el Nuevo Testamento qué significa creer en la Trinidad, qué representa en concreto para la vida de los hombres. Porque no podemos olvidar que toda verdad de nuestra fe, toda afirmación del credo, son realidades de vida. Todos los hombres tenemos la experiencia de ser individuos que no se confunden con nada ni con nadie, irrepetibles. Nuestra propia intimidad es como una isla inabordable, que nos hace ser diversos, inconfundibles. Pero, a la vez, sentimos una irresistible tendencia al amor, a la amistad, a relacionarnos. Sentimos la necesidad de los demás para ser nosotros mismos. Somos diversos, pero sentimos la llamada a vivir en comunión. Estas tendencias de las personas se repiten en los pueblos y en toda la creación. Conforme avanza la ciencia y la técnica, se va descubriendo cada vez mejor la tendencia a la unidad que existe en el universo. Nuestro mundo y nosotros somos así, porque somos creación de un Dios trino. ¿No deja el artista parte de su propio ser en su obra? Hemos sido creados para compartir, para complementarnos unos a otros. Nada podemos hacer solos. Todo se explica y se realiza por la comunicación y la colaboración de unos hombres con otros. No podemos vivir ni un solo día de nuestra existencia sin la ayuda de los demás. ¿Cuántas personas colaboran constantemente para que podamos alimentarnos, vestirnos...? Es necesario que nos hagamos conscientes de ello para intuir algo de esa vida trinitaria presente en lo más profundo de la creación. En la raíz del ser humano existe la añoranza de una realidad trinitaria -comunitaria-. Nuestra intimidad personal incluye unas aspiraciones inagotables a la común-unión, porque cada ser humano es la imagen viva de Dios (Gén 1,26-27). El misterio más profundo de Dios, el dogma más vital, está presente en las aspiraciones y esperanzas más hondas y auténticas del ser humano. Toda la humanidad está implicada en la realidad trinitaria. Dios nos ha creado semejantes a él y quiere que seamos, por opción libre nuestra, fieles a esa semejanza. La Trinidad es la raíz, la fuente y la meta de nuestra fraternidad humana. Dios vive una vida semejante a como debería ser la nuestra: vida de familia, de comunicación, de entrega de la propia vida.

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El misterio -realidad llena de vida- de la Trinidad nos tiene que ayudar para rechazar ese Dios que nos hemos imaginado tantas veces: un ser autosuficiente, dominador de todo, totalmente solitario en su cielo, rico... El Dios trino es un Dios cercano, que se comunica, que se da. Una realidad de vida que intentamos describir con nuestro lenguaje, siempre limitado y deficiente, aproximativo, y que es el núcleo fundamental del cristianismo. Es verdad que el ser de Dios supera nuestra comprensión, que no lo podemos demostrar ni definir, pero sí podemos vivir inmersos en él. Nos equivocamos cuando pretendemos reducir la Trinidad a fríos razonamientos. Lo que debemos hacer es vivir atentos a su existencia dentro de nosotros (Jn 14,23). Creer en Dios como Padre, Hijo y Espíritu, no es saber unas fórmulas, sino vivir en comunión con ellos. Un Padre, un Hijo y un Espíritu que se nos revelan en continua relación de amor, de comunicación, de fecundidad, de diálogo... Manifestamos nuestra fe en la Trinidad a través del amor, de la comunicación, de la fecundidad, del diálogo... que mantengamos unos con otros. El hombre que vive como hijo de Dios y hermano de todos los hombres, fruto de su libertad interior, ha encontrado la razón de su vida; experimenta la Trinidad al vivir como hijo del Padre, siguiendo al Hijo, guiado por el Espíritu.

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La oración sacerdotal de Jesús

Levantando los ojos al cielo, Jesús dijo: -Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo mientras yo voy a ti. Padre santo: guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba; y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo, para que en ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.

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No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad; tu Palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad. No sólo ruego por ellos, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy en ellos. (Jn 17,1-26)

En su discurso de la última cena, Juan ha establecido los fundamentos de la comunidad de Jesús (cc. 13-14), señalándole el camino con el lavatorio de los pies, el mandamiento nuevo y la promesa del Espíritu Santo; y ha expuesto las condiciones para la misión y ha predicho el odio del mundo y la ayuda que van a recibir en medio de las dificultades (cc. 15-16). Ahora Jesús cierra su testamento dirigiendo al Padre una larga oración (c. 17), cuyo tema central es la unidad de la Iglesia. Esta oración es conocida con el nombre de "Oración sacerdotal", porque en ella Jesús se presenta al Padre en actitud de sacerdote: intercediendo y ofreciéndose por los suyos, a los que va a dejar solos en el mundo. Algunos autores la titulan "Oración de Jesús por la unidad de la Iglesia", en razón de la prioridad que parece tener la unidad, fruto del amor, para Jesús. ¿Dónde fue pronunciada esta oración? Según los sinópticos, al finalizar la cena Jesús

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se retiró a Getsemaní, donde tuvo una larga oración. Juan nos la sitúa en el mismo cenáculo. En unos y otro, la actitud de Jesús en la oración es distinta: en los primeros está triste y pide que pase aquel cáliz amargo, aunque la última palabra es siempre la aceptación de la voluntad del Padre. Juan habla de glorificación, vida eterna, unidad... No menciona para nada su tristeza. Como todo el cuarto evangelio, esta oración supone una gran elaboración del evangelista sobre la base de los temas tratados por el Maestro en ocasiones anteriores distintas. En todos, el telón de fondo de la oración es la muerte-resurrección del Mesías. La relación de esta oración con el prólogo (Jn 1,1-18) es tan estrecha, que podemos afirmar que los temas allí apuntados quedan explicados en este capítulo. En la oración se distinguen tres partes y una conclusión. En la primera, Jesús ora al Padre por sí mismo, para que se realice plenamente la misión que le encomendó (vv. 1-5). En la segunda ruega por los apóstoles, por la comunidad presente (vv. 6-19). En la tercera, por las comunidades cristianas del futuro (vv. 20-23). La conclusión (vv. 24-26) expresa el deseo de Jesús de que el Padre conceda a los que le han sido fieles estar para siempre con él. A) ORA POR SI MISMO 1. La glorificación del Padre y del Hijo Para hablar con el Padre "levanta los ojos al cielo", como ya lo había hecho ante el sepulcro de Lázaro (Jn 11,41), únicas dos ocasiones en que se explicita en el evangelio de Juan una oración de Jesús. El cielo simboliza la esfera de lo divino. "Padre". Por seis veces repite Jesús esta palabra en la oración. Llama así a Dios porque está lleno de su vida de amor, porque se siente enteramente Hijo. "Ha llegado la hora" de Jesús de "pasar" -pascua- del mundo al Padre, de sellar con la muerte la verdad de la propia vida, de la glorificación plena del Padre y del Hijo. La hora -bautismo- que tanto había deseado (Lc 12,50) y que había provocado la crisis de Jesús (Jn 12,27). Ante su hora, que culminará con su muerte inmediata, Jesús está completamente tranquilo. Es más, va a pedir que no se demore. Sabe que va a significar su victoria sobre el mundo (Jn 16,33). "Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique". Jesús tiene prisa por manifestar a la humanidad su propio amor y el del Padre. Con la entrega de la propia vida hasta la muerte, Jesús demostrará su amor sin límites al Padre, su total fidelidad a su venida, y así le glorificará. El Padre, a su vez, glorificará al Hijo, ayudándole a ser fiel a su misión hasta la muerte y dándole la resurrección. Ambas glorificaciones no son independientes, sino que la del uno redunda en la del otro.

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"Y, por el poder que tú le diste sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confaste". No es el poder y autoridad que hay en el mundo, y que normalmente se transforman en opresión y dominio de unos hombres sobre otros, sino el poder-servicio (Jn 13,12-17) que surge del amor y se manifiesta en obras en favor de los hombres, el poder que brota desde dentro del corazón y crea comunidad. Designa la capacidad que el Padre ha concedido a Jesús de hacer que el hombre, superando "el pecado del mundo" (Jn 1,29), nazca de Dios (Jn 1,13), de lo alto (Jn 3,3). Jesús ha vivido plenamente la vida humana, ha realizado en sí mismo el proyecto de vida para siempre que el Padre quería para sus hijos. Y así, por la comunicación de su Espíritu, ha abierto el camino a los demás hombres. Siguiendo su ejemplo, podemos alcanzar "la vida eterna", como un don que supera todas nuestras posibilidades. Los que entiendan este "poder" y lo pongan en práctica tendrán "la vida eterna". La "carne" es lo perecedero del hombre, lo caduco. Dominar todo lo caduco es abrirse a la plenitud de la vida, eternizarla. ¿Cómo entender estas palabras inmersos en un mundo insensible a la verdadera vida? Todos podemos obtener esta vida aceptando el ofrecimiento que nos hace Jesús. "Los que le confiaste" no es una frase restrictiva. Por parte de Dios no existe la más mínima limitación. Es el hombre quien decide su destino. El que rechaza el amor-vida, él mismo se excluye. Poseen la vida definitiva los que se dejan iluminar por el Espíritu, los que escuchan y aprenden del Padre y ansían alcanzar la plenitud humana. 2. La vida eterna es un conocimiento amoroso "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo". ¿Qué significa "conocer"? Es adquirir la noción de las cosas mediante el ejercicio del entendimiento, distinguir una cosa de las demás, tener trato con alguien. Aquí no se trata de un conocimiento meramente intelectual, sino experiencial, inmediato, personal, vital; un conocimiento que sólo puede adquirirse en la intimidad del amor; un conocimiento que es vida. En este sentido, conocer a Dios -plenitud de vida para siempre- se identifica con la vida eterna. Dios es el verdadero futuro del hombre, porque nada que tenga fin puede llenar nuestro corazón. Jesús identifica el conocimiento del Padre con el que tengamos de él mismo, porque con su vida nos ha abierto el camino hacia lo eterno, hacia Dios. Conocer a Jesús es lo mismo que encarnarse en la vida, es imitar su modo de vivir, tenerlo como único modelo a seguir. En este seguimiento, encarnado en la vida diaria, vamos conociendo al único Dios: en la completa entrega a él, demostrada en el servicio-amor a los que nos rodean. A Dios sólo se le puede conocer en la medida en que estemos viviendo de su Palabra -Jesús-. ¡Qué fácil es acostumbrarse a esta Palabra, quedarse a mitad del camino, engañarnos a nosotros mismos! Este conocimiento define a sus seguidores. Es cristiano el que "conoce" que Jesús, a través de su vida entregada hasta la muerte y de su resurrección, ha sido constituido Señor, Mesías, Hijo

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de Dios; el que por medio de él "ve" al Padre (Jn 14,9) y acepta una nueva forma de vida que aquí es presentada con el nombre de "vida eterna". ¿Cómo podemos "conocer" a Jesús, creer en él? Fe es fiarse de otro, confiar en otro. Una demostración no es fe. Todo hombre debe reflexionar sobre sus ilusiones, proyectos...; sobre qué espera de la vida, qué es para él la vida, cómo querría vivirla..., el porqué de las dificultades, sufrimientos... Y debe buscar respuestas a todas sus preguntas. Habrá respuestas que podrá encontrar por sí mismo; para otras necesitará la ayuda de otros; y algunas le parecerán imposibles, estarán por encima de sus posibilidades. ¿Qué respuestas hay para la muerte? ¿No se dice que es lo único que no tiene remedio? Situado ante esta pregunta límite, el ser humano se sentirá incapacitado para responder. Esto es previo a la fe. ¿Para qué quiere respuestas el que no tiene preguntas? Aquel que responda afirmativamente a todas nuestras preguntas, incluida la respuesta positiva a la muerte, será el Mesías, el Señor, del hombre. Porque Mesías-Señor es el que responde y resuelve positivamente todas las búsquedas de la persona humana y le abre a la plenitud y eternidad. Jesús de Nazaret -nuestro Señor y Mesías- demostró con su vida muchas cosas, resumidas en una: su modo de vivir entregado al bien del prójimo es el único verdadero. Una experiencia que pueden tener todos los que sigan su camino. Pero hay algo que no nos puede demostrar: su resurrección. Pero afirmó en incontables ocasiones la resurrección de los muertos, la vida para siempre; hasta el punto de que, si suprimimos los pasajes bíblicos que hablan de la resurrección, desaparecería su verdadero mensaje, perderían su pleno sentido todas sus palabras. Conocer-creer en Jesús supone llegar a aceptar la resurrección porque lo dijo él. Sin más. Y creer que sólo él es la respuesta a todas las ilusiones que el hombre pueda plantearse. Si tuvo razón en todo lo que podemos experimentar, ¿por qué vamos a dudar de lo único que no puede ser demostrado antes de la muerte física? Esta fe-conocimiento nos va llevando a la certeza de su divinidad, a su identificación con el Padre y el Espíritu. Conocer-creer en Jesús nos lleva a afirmar que los hombres caminamos hacia el Padre; que somos eternos y un día viviremos esa plenitud y eternidad que anhelamos, esa esperanza que brota de lo más profundo de nuestros corazones: que un día seremos capaces de vivir la comunicación, el amor, la amistad, la libertad, la verdad, la paz, la justicia... en plenitud y para siempre, y que eso es "la vida eterna". 3. La glorificación es fruto de la fidelidad "Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste". La misión que el Padre le había encomendado pretendía hacer posible y creíble la vida eterna. Jesús la corona en sí mismo, realizando la obra de una manera perfecta y completa. También ha hecho posible, con su vida ejemplar, que los hombres nos situemos en una nueva relación con el Padre, con el

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mundo y con los demás hombres. Una obra que, como todo lo que tiene su origen en Dios, no se ha realizado entre los aplausos de la sociedad, y se ha ido haciendo comprensible con el paso del tiempo. El verdadero profeta raras veces es reconocido por su propia generación, viéndose forzado a pagar en soledad e incomprensión el precio de la grandeza de quien habla "otra lengua". "Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese". ¿Qué "glorificación" tuvo Jesús junto al Padre "antes que el mundo existiese"? Se trata de su divinidad en cuanto Hijo de Dios. Juan no separa en Jesús al Verbo del hombre; por eso da la impresión de hablar de la eternidad de Jesús. Su petición no puede referirse a la glorificación de su divinidad en sí misma, oculta por la humanidad que asumió, sino a la glorificación de su humanidad; que a través de ella irradie su divinidad. Una divinidad que Jesús no llegaría a experimentar plenamente hasta después de su resurrección. De otra forma, ¿se podría hablar de él como "probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado" (Heb 4,15)? El desarrollo de la conciencia de su divinidad iría unido a su crecimiento humano (Lc 2,52). La resurrección será la respuesta positiva del Padre a esta petición. Y su mejor comentario, unas palabras de san Pablo: Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. El, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismoy toda lengua proclame: "¡Jesucristo es Señor!", para gloria de Dios (Flp 2,5-11)

B) ORACION POR LOS APÓSTOLES

4. La comunicación es posible cuando se ama

Ruega ahora por los apóstoles, por la comunidad presente (vv. 6-19). La petición central consiste en que el Padre los guarde en la unidad (v. 11b) y los santifique con la verdad, para que puedan continuar su misma misión en el mundo (vv. 17-19) sin ceder a sus presiones (vv. 1416). Los demás versículos (6-1 la. 12-13) introducen o complementan la petición principal.

"He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra". "Nombre" aparece cuatro veces en la oración, siempre sustituyendo a la persona del Padre. Jesús es la manifestación del Padre, porque a través de

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su vida entregada podemos contemplar -ver- la gloria -la vida- del Padre que lo llena (Jn 1,14). Nos enseñó que había un Padre verdadero, del cual él es el Hijo (Jn 1,18). Para poder conocer esta revelación de Jesús es necesaria una actitud de búsqueda sincera, que implica abandonar los planteamientos del "mundo" -de lo mundano-. Estos son los que el Padre entrega a Jesús y a los que éste puede dar a conocer al Padre. El "mundo" rechaza la paternidad de Dios al defender un modo de vivir centrado en el propio interés egoísta. Eran del Padre porque habían respondido a su ofrecimiento como fieles israelitas que esperaban al Mesías, rompiendo con el sistema de injusticia y de muerte defendido por las autoridades religiosas. Así preparados, se los dio a Jesús para que recibiesen de él su mensaje y fuesen sus apóstoles, los continuadores de su obra de salvación-liberación. Mensaje de amor que ellos han aceptado y puesto en práctica.

"Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti". Al aceptar las exigencias del mandamiento nuevo y llevarlas a la práctica, los apóstoles han experimentado en sí mismos la acción del Espíritu, lo que les convence de la misión divina de Jesús y de que todo lo que tiene procede del Padre; que no hay en él nada que no proceda de Dios; que cada faceta de su persona, mensaje y modo de obrar reflejan exactamente lo que es el Padre (Jn 14,9). Se llega así, a través de Jesús, a conocer al único Dios verdadero, la única vida con sentido.

"Porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos las han recibido". La comunicación es fruto del amor: nos comunicamos con los que amamos y en la medida en que los amamos. Jesús nos comunica todo (Jn 15,15). Comunicar todo es el secreto de la comunidad cristiana, la única forma de lograr que la vida tenga sentido. ¿Qué sentido puede tener vivir para sí mismo? La comunicación nos hace experimentar -palpar- la comunidad de amor que es Dios trino, y que vive dentro de los que aman (Jn 14,23). Jesús comunica porque ama; lo comunica todo porque ama hasta el extremo (Jn 13,1). El que ama necesita saber todo lo que hace el amado y contarle todo lo suyo, como el Padre al Hijo, el Hijo al Padre y ambos al Espíritu. ¡Cuánto sufrimiento, soledad y vacío a causa de la incomunicación! La comunicación nos capacita para descubrir que el "otro" es aquel que me necesita para alcanzar su plenitud, aquel que yo necesito para alcanzar la mía. Una persona integrada en una comunidad encuentra en la comunicaciónservicio la orientación de su vida, que no puede ser más que la comunidad de amor de las tres personas. Porque el hombre no ha sido creado en solitario; por su propia naturaleza es un ser sociable y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse. sin comunicarse con los demás. Esto es algo que todos podemos experimentar, que no hay que demostrar. Los discípulos han aceptado las palabras de Jesús, las han puesto en práctica. Esta es la

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razón que hace saber y conocer: aceptar las exigencias. Esta aceptación precede al conocimiento y es condición para él. El conocimiento no es posible sin una decisión previa de la voluntad; no se sale de la duda sin comprometerse en favor de la humanidad. La certeza de la fe no se funda en testimonios externos, sino en la experiencia de vida que comunica la vivencia del mensaje de Jesús y que crea la comunión con él. Apoyada en esa experiencia, la fe no necesita más pruebas y puede superar todas las dificultades. Implícitamente se vuelve a afirmar lo que es la verdad: la evidencia de la vida experimentada. "Y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado". Las expresiones "recibir", "conocer" y "creer", del versículo 8 vienen a ser sinónimas. Los discípulos han llegado a la certeza del origen de Jesús porque han aceptado las exigencias del mandamiento nuevo, han experimentado en sí mismos la plenitud de vida que encerraba en sus palabras. Jesús no pide obras para honrar a Dios, sino para ayudar al hombre. No es posible conocerle sin colaborar en la transformación de la humanidad. 5. Jesús y "el mundo" son incompatibles Terminada la relación de su actuación con los apóstoles en el tiempo que han vivido juntos (vv. 6-8), Jesús comienza la oración propiamente dicha, indicando las tres razones que le inducen a orar por ellos: "son tuyos", "en ellos he sido glorificado" y "ya no voy a estar en el mundo" (vv. 9-11a). "Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste y son tuyos". La oración que Jesús hace por los suyos no se refiere a necesidades particulares, sino al futuro de su comunidad en medio de un mundo hostil. Sabe que van a vivir en unas circunstancias muy parecidas a las que él ha vivido y que le van a llevar a un trágico final. Necesitarán la ayuda del Padre para superar las muchas dificultades que van a encontrar en el fiel cumplimiento de su misión. No puede rogar por el "mundo" -orden injusto que le llevará a él a la muerte-. Respecto a él, sólo se puede pedir que se destruya y desaparezca. La injusticia institucional, que se llama "mundo" en el evangelio de Juan, es enemiga del hombre y, por tanto, de Dios. La oración de Jesús subraya su total incompatibilidad con el sistema de opresión y de muerte que reinan aquí abajo. Al rogar por sus discípulos y no por el mundo, Jesús distingue a los suyos del sistema injusto. Sus seguidores forman la comunidad de la vida -amor, libertad, justicia, paz...-, reunida en torno al Padre y a Jesús. Sólo a éstos se les puede llamar cristianos. Son del Padre. Con su vida de servicio a imitación del Hijo han entrado a formar parte de la familia de Dios. "Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado". Los discípulos no son únicamente del Padre; son también de Jesús, objeto del amor inseparable de ambos, al exis-

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tir entre ellos una comunidad de amor total, efecto de su identificación. Jesús encuentra y realiza su vida en los discípulos, en la vida de amor total que les comunica. De esa forma pudo ser el hombre pleno e identificarse con el Padre. Al rezar y ofrecerse por los suyos, Jesús se constituye en sacerdote: ofrece su vida, es puente entre los hombres y Dios -es Dios y es hombre-, habla a los hombres de Dios y a Dios de los hombres. Es el único sacerdote. Los demás lo seremos en la medida en que vivamos como él. Da que pensar el que Jesús viviera como un laico; que con su actitud rechazara todo el montaje sacerdotal de su época. Es verdad que no pertenecía a la tribu de Leví, sino a la de Judá, pero... ¡Qué lejos estaban sus planteamientos de lo enseñado por los dirigentes religiosos! Juan Bautista sí era levita, y tampoco vivía como tal. ¿Qué harían ahora?... Jesús es glorificado en los discípulos cuando éstos actúan de acuerdo con las enseñanzas recibidas, cuando a través de su amor se transparenta el amor del Padre y del Hijo. "Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo mientras yo voy a ti". Jesús se marcha con el Padre. Su comunidad ya no tendrá el apoyo de su presencia física, y tendrá que vivir en medio de un mundo que intentará por todos los medios hacerla desaparecer. Sin su apoyo visible, necesitará una ayuda para conservar su identidad, resistiendo al ambiente hostil y seductor al mismo tiempo del mundo y manifestando a los hombres el amor de Jesús y del Padre. 6. La unidad-amor, distintivo del cristianismo Enumeradas las razones -tres- que han motivado esta oración por los apóstoles, Jesús dice: "Padre santo". "Santo" significa "separado" y "santificador". Indica que el Padre se distingue del "mundo", del orden injusto, y se opone a él. Por su calidad de "santificador" no se retira de la realidad humana, sino que interviene en ella por medio del Espíritu para transformarla; con su amor atrae hacia sí, separando del mundo del pecado a los que lo acepten. "Guárdalos en tu nombre a los que me has dado". Pide la protección del Padre para los que han creído en él. No pide para ellos una seguridad física ni que sean librados del sufrimiento y de la muerte biológica, sino que los defienda de todo aquello que pudiera llevarlos a renunciar a su fe y a abandonar su seguimiento. Esto es lo que significa "guardar en su nombre". Es como el aspecto negativo de la petición principal -la unidad-: quitar los obstáculos. El positivo -"santificarlos en la verdad"- lo desarrolla más adelante (vv. 17-19). "Para que sean uno, como nosotros". Hasta diecisiete veces repetirá Jesús en su testamento que la unidad y el amor son el distintivo de sus discípulos. Es el tema fundamental de la oración, que repetirá más ampliamente después (vv. 21-23). La protección se pide para que permanezcan unidos en el amor mutuo, porque es este amor el que hace que sus seguidores participen en el amor que el Padre tiene al Hijo y el Hijo al Padre. La unidad de la Iglesia sólo puede fundarse en un amor como el de Jesús (Jn 13,34-35). ¿Por qué tanto empeño en imponer

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sucedáneos? Con amor, todo lo demás llega a ser válido. A través de él vamos adquiriendo el conocimiento del Padre y del Hijo, y aceptando las verdades de la fe de una forma vivencial. ¡Lástima que estemos siguiendo el camino inverso y quedándonos en la teoría! Lo mismo que los discípulos están unidos a Jesús, vid verdadera (Jn 15,1-8), así deben mantenerse con el Padre. De esta forma no cederán ante los peligros y seducciones del mundo hostil que los rodea. La defensa y victoria sobre él se logra por la unidad del grupo. Unidad que tiene como meta la que existe entre las personas divinas: infinita. Siempre será posible tender a una unidad mayor. Nunca podremos decir que ya la hemos logrado. La lograremos después de la muerte, porque sólo entonces descubriremos en su plenitud la vida eterna: conoceremos la unidad de la Trinidad. Ahora sabemos el camino: abrirnos a la comunicación con los que nos rodean, compartirlo todo con los demás. La comparación que hace Jesús entre la unidad de los discípulos con la que existe entre él y el Padre elimina toda idea de dominio de unos sobre otros; se trata de la unidad que se logra por medio del amor, una unidad que identifica y compenetra, que hace hermanos. 7. Razones para la alegría "Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba". Hasta ahora, viviendo con ellos, los ha mantenido unidos al Padre, a través de su persona. Se trataba de una experiencia externa. En adelante, con su marcha, la situación va a cambiar: la experiencia que tendrán de ambos será interior, fruto del Espíritu. "Y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de la perdición". Su amor no ha sido en vano. Sólo se ha producido una excepción: la de Judas, que nunca había aceptado el mesianismo de Jesús (Jn 6,64.70-71). Además, era ladrón (Jn 12,6). Ha sido incapaz de responder al amor de Jesús al no haber roto con el "mundo". Siempre estuvo colocado a otro nivel, buscando unos intereses que nada tenían que ver con el reino de Dios. Al cerrarse conscientemente a la vida que le ofrece Jesús, él mismo se pierde. "El hijo de la perdición" es una frase que se empleaba para designar a un personaje que, según la mitología, era considerado como el gran enemigo de Dios, como una especie de personificación del mal que vendría antes de la parusía (2 Tes 2,3). La alusión de Juan no puede ser más dura para Judas. "Para que se cumpliera la Escritura". Judas no entregó a Jesús porque estaba escrito, sino que estaba escrito porque lo iba a entregar. Juan no cita aquí el pasaje que se cumple, pero por el lugar paralelo con éste (Jn 13,18) sabemos que se refiere al allí citado (Sal 41,10). La mención del traidor en este lugar es un aviso a las comunidades cristianas de siempre. El riesgo de pretender ser cristianos al margen de la práctica del amor, buscando exclusivamente el provecho personal, es constante. Mayor riesgo cuanto más alto sea el puesto ocupado en la

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sociedad y en la Iglesia. ¿Dudaremos de esta evidencia después de veinte siglos de historia? El recuerdo del traidor prepara el párrafo siguiente. Si durante su convivencia con ellos se ha perdido uno, ahora que se marcha alguien tendrá que protegerlos. "Ahora voy a ti". De nuevo menciona Jesús su marcha. Será la ocasión para que venga el Espíritu (Jn 16,7). Ir al Padre, eso es la muerte para Jesús. Con él está rota la última esclavitud humana, la que limitaba nuestra sed de infinito. Voy sabiendo que para creer en la eternidad es necesario edificar una vida lo suficientemente llena como para querer que dure siempre. De otra forma, creo imposible creer en ella. ¿Cómo querer eternizar una vida sin ilusión, sin utopía? "Y digo esto en el mundo". En un mundo en el que nuestro amor por los demás está lleno de egoísmo, nuestra libertad repleta de esclavitudes, nuestra paz inundada de agitación... Jesús nos invita a que confiemos en que, si nos dejamos, un día podremos amar para siempre a todos como deseamos amarlos ahora, ser libres sin la más mínima atadura, vivir en la paz que nos trajo. De aquí brota la "alegría cumplida" que ya vive Jesús. El tema de la alegría ya ha aparecido varias veces en la cena (Jn 15,11; 16,22.24). Es una alegría interior -"en ellos mismos" -que se vive ya ahora si se comprenden correctamente las palabras de vida de Jesús, y que se verá colmada el día en que vivamos en plenitud todo lo que anhelamos, todo lo que amamos, todo por lo que luchamos en este mundo. Tenemos que soñar con ese día. Pero antes tiene que desmoronarse este cuerpo de muerte que nos tiene presos en sus redes. Ese día seremos libres; habremos conquistado la paz porque viviremos, como don del Padre, de la plenitud de su amor. Esta alegría interior actual hará posible la perseverancia en el seguimiento de Jesús. Con tristeza y a la fuerza no se puede ir muy lejos.

8. El odio del mundo "Yo les he dado tu palabra". Jesús ha transmitido a sus discípulos el mensaje de amor del Padre. Los que lo han aceptado y llevado a la práctica se han situado inevitablemente fuera de la influencia del "mundo". Ya sabemos que con la palabra "mundo" Juan no se refiere al planeta en que vivimos, sino al conjunto de las tres ambiciones humanas: "la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas" (1 Jn 2,16). Es decir: sexo, poder y dinero. "Y el mundo los ha odiado porque no son del mundo". Con su vida de entrega a favor del bien del hombre, los discípulos provocan el odio del mundo al dejar al descubierto la falsedad de su montaje (Jn 15,18-25). Son testigos molestos porque demuestran con sus obras que se puede vivir de otra manera. El "mundo" no soporta a los que desertan de sus filas, a los que desenmascaran su injusticia radical. ¿No es suficiente con abrir un poco los ojos para compro-

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barlo? Una sociedad marcada por la triple ambición antes señalada está incapacitada para comprender un amor capaz de lograr la fraternidad universal. No la quiere. Prefiere que siga la opresión de unos pocos sobre los demás, engañándonos sobre la verdadera finalidad de los armamentos y de los bloques militares. Los discípulos consideran la paz-amor demasiado importante para dejarla en manos de militares. "Como tampoco yo soy del mundo". La oposición que mantuvieron en contra de Jesús los instalados -conservadores- de su época, la mantendrán con los que en el transcurso de los siglos le sean fieles. Palabras desconcertantes para los hombres que teorizan, para los que sólo buscan mantener sus posiciones; pero de una claridad meridiana para el hombre que vive con, en y para los demás, y en la medida en que lo viva, porque no pertenecen al mundo, son "propiedad" de Dios. El amor de Jesús les ha llevado a "salir del mundo", porque Dios y "mundo" son dos realidades opuestas. Nuestro drama es que queremos estar a todo: con el mundo y con Dios. Y de esa forma no estamos a nada. El mundo, !o mundano, odiará siempre todo lo que sea evangelio. ¿Nos atrae el montaje mundano -juegos de azar, modas, cachivaches...-? Si vivimos entre sus reclamos, ¿cómo vamos a entender el amor de Jesús? Pensar otra cosa es engañarnos. Aquí está la raíz de muchas decepciones y de muchos vacíos religiosos. Cristiano es el que actúa movido exclusivamente por los valores del reino de Dios, siempre opuestos a los mundanos. ¿Somos odiados o vivimos contentos en medio de tanto engaño? "No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal". El cristiano no puede apartarse físicamente del mundo, porque es en él donde tiene que realizar la misión de Jesús. Vivimos en el mundo, y a eso no podemos renunciar. Lo que pide Jesús es que no caigamos en sus sutiles redes, que descubramos que lo mundano está profundamente metido en el montaje de la vida de todo hombre, que es necesario descubrirlo para poder dejarlo. Ceder a la triple ambición -antípodas del amor- nos llevaría a ser cómplices de la opresión; sería el fin de la comunidad de Jesús, al habernos pasado los cristianos a las filas del mundo. Nada peor podría sucederle a la Iglesia que ostentar por un lado el nombre de Jesús y por otro ser solidaria de la injusticia social, en connivencia con los poderes que dieron muerte a Jesús. ¿Qué piensan de la Iglesia y de los cristianos los pueblos y los hombres oprimidos? La lucha por la liberación de esos pueblos y de esos hombres es vital si queremos ser fieles a un Maestro que fue asesinado precisamente por querer cambiar la sociedad. "No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo". Jesús expresa de nuevo la ruptura de los discípulos con el orden injusto, en solidaridad con la suya propia. Introduce así la petición del apartado siguiente, que constituye el punto culminante de esta oración. Jesús pasó haciendo el bien (Mc 7,37). Era un hombre bueno, como no llegaremos a serlo ninguno de nosotros. La preocupación de toda su vida fue alcanzar la unión de todo su pueblo en el amor. Pero su bondad no le convirtió en un ser neutro ni le impidió tomar partido, sino

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que el bien que pretendió hacer le colocó inevitablemente en el bando de los pobres -del pueblo (Lc 2,10-11), de los enfermos (todas sus curaciones), de los que son como los niños (Mt 18,4) y de los pecadores (Mt 9,13)-. Sin pretender apartar a nadie, era muy consciente de quiénes le tenían por enemigo y se le habían puesto enfrente. Con su vida nos clarifica la contradicción que sus discípulos nunca podremos superar en este mundo: buscando la unidad provocó la oposición de los que se consideraron perjudicados. ¡Qué equivocados viven los que pretenden estar a bien con todos! Jesús pretendió la unidad verdadera de la única forma que era posible: mediante la desaparición de los ricos, ofreciendo a los pobres el reino del Padre, desenmascarando a los fariseos y a la podrida aristocracia de los saduceos y herodianos, llamando a los sacerdotes a vivir lo que celebraban en el culto, invitando a los dirigentes de las naciones a servirlas en lugar de dominarlas despóticamente... La cruz fue la consecuencia de esa lucha. El drama de Jesús se repite en todo hombre bueno. El evangelio jamás es indiferente a la injusticia estructural del mundo en que vivimos. El hombre honrado no puede permitir tantas opresiones e injusticias, lo que provoca la oposición sistemática de los que las causan. La tensión no surge normalmente si nos limitamos a hablar; pero se hace inevitable cuando se pretende "hacer" la justicia, cuando se pretende desenmascarar y desterrar las teorías y las mentiras establecidas. Las oposiciones que provoca la "teología de la liberación" de parte de los instalados en una cómoda religión son causadas por el intento de esta teología de hacer realidad ahora y aquí el mensaje de amor de Jesús. ¿Para qué una teología y una religión que no lucha por hacer realidad, también ahora y aquí, el reino de Dios? Cuando la verdad descubre la mentira, se pone furioso todo lo que se encuentra debajo de la trampa. La verdad lo arrolla todo: llama al rico por su nombre: ladrón, al usurpar unos bienes que son patrimonio de todos; a los "salvadores" de los pueblos: opresores, dictadores y criminales; nunca presenta la guerra como causa de la paz ni la explotación como progreso; inquieta las conciencias -cuando la tienen- de los que han construido este mundo absurdo; llama alienante a una Iglesia que no está con todas las consecuencias al servicio de los pueblos oprimidos por los grandes... 9. Vivir en la verdad "Santifícalos en la verdad". Si en la primera parte de esta oración predominaba el aspecto negativo -"guárdalos... para que sean uno"-, en ésta predomina el positivo de santificación. Jesús pide al Padre que santifique a sus discípulos para que continúen su misión. Una santificación que, como en él, es fruto del "Espíritu de la verdad" (Jn 14,17; 15,26; 16,13).

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Jesús la enuncia en este pasaje central de toda su oración. Existe una clara relación entre santificación y verdad. La verdad es Dios, presente en Jesús, su amor sin límites. "Santificar en la verdad" significa comunicar el Espíritu, que hace descubrir la verdad sobre Dios y sobre el hombre. Una verdad que irán experimentando y que les hará mantenerse firmes en medio de un mundo hostil. "Tu Palabra es verdad". La palabra es Dios (Jn 1,1); la verdad también (Jn 14,6). El Espíritu separa al hombre del orden injusto capacitándolo para el amor, que también es Dios (1 Jn 4,8). Pero el Padre no pide al hombre nada para sí, sino que lo impulsa a entregarse a los demás, como indica el mandamiento nuevo (Jn 13,34-35). No hay dualismo ni dispersión en la vida que propone Jesús: la esfera de Dios lleva a la esfera humana; el culto a Dios se verifica en el servicio al hombre. La verdad es un mensaje de amor y de vida. Jesús sustituye la ley antigua por la entrega al bien del hombre: ésa es la verdad del Padre. "Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo". Los discípulos no pueden aislarse, desentendiéndose de la realidad humana e indiferentes al dolor de los demás. No existe vida cristiana personal si se prescinde de comunicarla a los demás. Todo cristiano tiene la misión ineludible de transmitir a Jesús a través de su vida diaria. No es una tarea exclusiva de los sacerdotes, como muchos creen, sino de todos. "Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad". La "consagración" de Jesús consiste en el don de sí mismo generoso y gratuito. "Por ellos" evoca la muerte de cruz que sufriría a las pocas horas. Su muerte, su don total, será la aceptación plena del Espíritu, la última consecuencia de su amor a la humanidad. Con su muerte en cruz termina Jesús su propia consagración o santificación. Una consagración que brotaba como fruto de una vida interior intensa. Es esta misma entrega hasta la muerte la que deben estar dispuestos a realizar sus seguidores, si quieren comunicar al mundo su verdadero mensaje. Jesús no propone un seguimiento voluntarista; no da únicamente ejemplo, sino la fuerza para seguirlo. No es sólo Maestro; es sobre todo el Salvador. El hombre no llega a su máximo desarrollo hasta que no ha aprendido a darse del todo, como Jesús (Jn 15,13). El don de sí mismo es progresivo, es un camino, un crecimiento en intensidad y extensión. Cada donación de amor expresa y comunica el Espíritu de Dios, y prepara para la siguiente. Para poder darse, el hombre necesita poseerse, ser dueño de sí mismo. En la medida en que se posea y se entregue va consagrándose en esa verdad que pide Jesús. Y en esa medida dará fruto su actividad en favor de los demás.

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C) ORACION POR LAS COMUNIDADES CRISTIANAS DEL FUTURO 10. La unidad es esencial a la Iglesia "No sólo ruego por ellos, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos". En la tercera y última parte de su oración ruega Jesús por todos aquellos que, a lo largo de los siglos, creerán en él. Pide por la fidelidad de todos los cristianos, también por nosotros. Sabe que la obra que ha comenzado continuará, que siempre habrá hombres que respondan a la llamada de la vida. El mensaje que Jesús nos ha transmitido por encargo del Padre no podemos reducirlo a una doctrina aprendida. El mensaje del amor no se puede proclamar si no se vive: se comunica a través de la propia vida, de la propia entrega a favor de los demás. No es una teoría sobre el amor, sino la experiencia vivida por Jesús, que ha de producir como fruto la adhesión personal e incondicional a él. Expone la persona y la obra de Jesús, el amor que el Padre tiene a todos sus hijos. Un mensaje que pierde todo su valor si no lleva a Jesús, si prescinde del amor. La petición va a ser la misma que en la oración anterior: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado". La unidad es la expresión y la prueba más evidente del amor. Se realiza cumpliendo el mandamiento nuevo, ya que la unidad por la que ruega Jesús sólo es posible cuando los miembros de la comunidad se aman de tal manera que cada uno se entrega a los demás sin límite. La unidad no se logra dando "cosas", sino dándose uno mismo, entregando la propia persona. El don total de sí que exige esta unidad no despersonaliza al donante, no lo disuelve al integrarlo en el "nosotros", sino que lo hace capaz de vivir como verdadero hijo de Dios, experimentar en sí mismo la verdadera vida: la unidad total que existe entre el Padre y el Hijo. Únicamente por el amor puede una persona estar en otra, vivir cada uno en los demás y los otros en uno mismo, por la vida que se están comunicando y compartiendo. El que ama tiende a transformarse en el amado. Esa es la verdadera pobreza. La unión de la comunidad es condición previa para la unión con el Padre y Jesús, fruto del Espíritu. Si existe, la comunidad vive unida con ellos. Si falta, esa unión se hace imposible. Quienes no aman no pueden tener un conocimiento y un trato verdadero con Dios. La unidad ha de ser visible, al presentarla Jesús como testimonio ante el mundo de la veracidad de su misión. El mundo creerá en Dios si lo experimenta en el amor de sus testigos. Si falta el amor, Jesús aparecerá como un teórico de la utopía humana, como un filósofo más. Sólo si su proyecto de vida se encarna en una comunidad será creíble para los hombres, hartos de palabras bonitas. Hasta ahora, Jesús ha hecho presente al Padre en la tierra con su vida. En adelante será la comunidad unida en el amor la que muestre su existencia y su amor a la humanidad. Anhelo difícil, pero posible, porque Jesús lo está impulsando. A pesar de la triste realidad de estos

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veinte siglos... "También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno". La gloria que el Padre ha comunicado a Jesús es su misma divinidad -llamada "unión hipostática"-, que le ha constituido en el Hijo. A su vez, Jesús ha hecho partícipes de su naturaleza divina a los que lo han recibido, capacitándolos para ser "hijos de Dios" (Jn 1,12). De esta forma ha comunicado a los suyos la gloria recibida del Padre. Los creyentes quedan asociados a la gran familia de Dios. La comunicación tiene una clara finalidad: ser uno como ellos, repite machaconamente. Y no será la última vez. "Yo en ellos y tú en mí. para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí". La unidad perfecta es el único argumento capaz de convencer a la humanidad. Una unidad lograda como fruto del amor, nunca por la obediencia a una legalidad o a una autoridad por muy legítima que sea. Esta unidad, efecto visible de un amor incondicional, se manifiesta en un servicio que llega hasta el don de la propia vida. Este amor-unidad vivido en la comunidad será el que provoque la fe del mundo. Si Jesús hubiera venido a revelar unas verdades doctrinales, hubiera sido suficiente para un discípulo aceptar sus ideas prescindiendo de él. Jesús y el mensaje no serían una misma cosa. Pero al presentarnos su vida como camino a seguir (Jn 14,6), no podemos quedarnos en sus enseñanzas. El es el cristianismo. CONCLUSION 11. El amor tiende a querer estar siempre con los que se ama "Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas antes de la fundación del mundo". Es la última petición de Jesús por sus discípulos: que estén un día con él en el cielo. Equivale a pedir para ellos la vida definitiva. El amor, el compartir, lleva a querer estar siempre juntos. Este deseo abarca por igual a su comunidad presente y a las que se fueren sucediendo en el transcurso del tiempo. Entonces contemplarán su gloria: el verdadero sentido de todo lo que hizo, el amor que el Padre le tuvo desde siempre. Es así como ama Dios: antes del tiempo, por ser eterno. (El tiempo comenzó con la creación y terminará con la parusía.) Una gloria que incluye la vida definitiva -plenitud a que aspira nuestro corazón- de los suyos, objeto de su misión en el mundo. "Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste". Si llama aquí al Padre "justo", no lo hace por una simple variación literaria, sino en relación al contexto en que lo emplea. Antes lo ha llamado "santo" (v. 11) y ha pedido para los suyos la "santificación en la verdad" (v. 17). Siendo el Padre "justo", verá lógica la petición

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que hace Jesús para sus seguidores que, en contraste con el "mundo", han aceptado sus palabras. El "mundo" está incapacitado para conocer a Jesús y al Padre. Va por otro camino. Ya tiene su dios: el dinero y todo lo que se puede comprar con él. Quiere demostraciones palpables, doctrinas que no comprometan la vida, verdades a la medida de su mediocridad y conveniencia. Ha caído de lleno en las tres tentaciones que superó Jesús porque vivía otros valores (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13). Un "mundo" metido de lleno en las estructuras y en la vida de la Iglesia y de los cristianos. El conocimiento de que habla Jesús se fundamenta en el amor mutuo. Conoce a Jesús, se encuentra con él, el que ama hasta el don de sí mismo. Actitud opuesta a la conducta perversa de un mundo injusto, que niega a Dios con su modo de obrar. "Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre". En sus últimas palabras resume Jesús el contenido de su oración. Alude a su actividad pasada y afirma su propósito para el futuro. Jesús ha revelado a los suyos al Padre. Pero ese conocimiento se hará cada vez más hondo. Con su muerte en la cruz y su resurrección la revelación será más plena. Después, el Espíritu los irá llevando a la verdad completa (Jn 16,13), que sólo será total y definitiva después de la muerte, al identificar el conocimiento del Padre y del Hijo con la vida eterna (Jn 17,3). "Para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos". Jesús quiere que los discípulos sean iguales a él ante el Padre; que gocen del mismo amor del Padre que él ha gozado. No dice que ellos estén identificados con él; es Jesús el que está con sus discípulos, presente en la comunidad, uno con ella. Jesús no absorbe ni acapara para sí a los suyos. Los acompaña en la tarea, actúa con ellos y por ellos, por la comunicación del Espíritu. Todo el discurso de la última cena, y también la oración, es un esfuerzo de penetración y explicación del modo como Jesús se hace presente en sus discípulos después de su muerte y resurrección. Se puede afirmar que algo del cielo es comunicado a los creyentes ya en su vida en la tierra; que el mundo de "arriba" se acerca al de "abajo", irrumpe en él, llega a penetrarlo. ¿Cómo es posible? Es una realidad demasiado misteriosa e inabarcable para el hombre. La realidad Jesús nos dice que es posible al ser humano tener una experiencia de Dios ahora y aquí, particularmente a través de la participación en la vida entregada del Hijo.

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La oración de Getsemaní

Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemani, y les dijo: -Sentaos aquí, mientras voy allá a orar. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:, -Me muero de tristeza; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo: -Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: -¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: -Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo: -Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega. (Mt 26,36-46) Fueron a una finca que llaman Getsemaní y dijo a sus discípulos: -Sentaos aquí mientras voy a orar. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y angustia, y les dijo: -Me muero de tristeza: quedaos aquí velando. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo: -¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Volvió, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: -Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez, y les dijo: -Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega. (Mc 14,32-42)

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Y salió Jesús como de costumbre al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: -Orad, para no caer en la tentación. El se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra, y arrodillado, oraba diciendo: -Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba. En medio de su angustia oraba con más insistencia. Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos; los encontró dormidos por la pena, y les dijo: -¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en la tentación. (Lc 22,39-46) Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. (Jn 18,1) 1. La pasión de Jesús Las narraciones de la pasión, muerte y resurrección de Jesús son los primeros núcleos de las redacciones evangélicas. Son el relato verdadero y objetivo de unos hechos complejos, desconcertantes, paradójicos y, a la vez, llenos de esa lógica con que los poderes civiles y religiosos de siempre persiguen, procesan y matan a quienes tienen la osadía de atacar sus planteamientos e intereses, a quienes pretenden despertar a los pueblos oprimidos de la alienación que padecen para que luchen contra sus opresores. Ponen en evidencia a los que pretenden barrer de la existencia a los que les estorban. La historia demuestra que siempre que los poderes políticos, económicos y religiosos se sienten amenazados no escatiman medios para destruir a los que intenten cambiar las cosas. La resurrección es la prueba palpable de que la última palabra la tiene siempre Dios. De esta pasión inicua nacen todos los desastres que se producen en las relaciones humanas. Las voces de los profetas de todos los tiempos se han alzado contra los hombres que viven en el lujo a costa del sudor de la mayoría, contra los que reducen las religiones a unos ritos que poco o nada tienen que ver con la vida de los pueblos. El paro, el salario insuficiente, el aplastar las justas reivindicaciones de los débiles -individuos o naciones-..., es matar a los hombres. Matanza humana que, así interpretada, no sólo se refleja en las guerras -siempre condenables-, sino en hechos tan corrientes como la imposibilidad de acercarse con igualdad de oportunidades a la cultura y al trabajo, la manipulación de los medios de comunicación que impiden expresar con objetividad y responsabilidad los propios criterios en orden a la edificación del bien común, las noticias

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tergiversadas para tapar los atropellos de las naciones más poderosas sobre las demás... Son narraciones "religiosas": han brotado de la fe de las primeras comunidades cristianas, que meditaban la resurrección del Crucificado, y se preguntaban cómo y por quiénes fue asesinado Jesús, descubriendo a través de ella la intervención de Dios en todos estos acontecimientos. Han brotado de la fe y se dirigen a la fe. La muerte de Jesús no es en los evangelios un hecho aislado o casual, sino la consecuencia de su vida y mensaje y como el lado de acá de una vida plena de sentido que culminará en la resurrección. Está inscrita en el plan de Dios, prevista en las Escrituras, a cuya luz debemos leerla. No se trata de un incidente ni de una equivocación, sino que es el cumplimiento de una lógica que ha guiado y seguirá guiando la historia de la humanidad. Aquí está la razón profunda de las desilusiones que han experimentado todos los que esperaban a un Dios triunfador. De aquí arranca el error de los que siguen pretendiendo y defendiendo una Iglesia influyente y poderosa. Pero muchos seguirán dormidos, como los apóstoles en el huerto. Al final de la vida de Jesús, el egoísmo humano parece anular la fuerza del amor del Padre. Un amor que aparece en toda su debilidad, en toda su inutilidad. ¿No está Jesús solo y abandonado? Esta experiencia se hará realidad en la Iglesia -cuando se mantenga firme en el seguimiento, nunca si se rodea de boato y de honores-, y en todo hombre de buena voluntad. ¿No es experiencia de muchos que al que intenta amar con un amor cercano al de Jesús le cae su evangelio encima? Si eso sucede, será necesario recurrir al silencio y a la oración, al consuelo de Dios y a la certidumbre de la resurrección. Dios nos ofrece un papel en la pasión del Hijo; nos invita a asumir el dolor de los hombres, a compartirlo para que despliegue su poder de denuncia y subversión, y a luchar por su liberación. Porque donde un hombre o un pueblo sufre, allí está Dios. Al ser el dolor la prueba de la verdad en la mentira, despierta un amor que ya no puede ser indiferente. En el dolor se rompe toda apatía. En la pasión de Jesús, Dios nos ha prometido hacer del sufrimiento humano, consecuencia de una vida entregada, su propio lugar. Ha prometido fuerza salvadora al fracaso, asistencia en el abandono, consolación en el desamparo. Al final, alcanzará su verdadero sentido lo que ahora parece insensato: el sufrimiento de los inocentes, el padecimiento de los perseguidos por causa de la justicia y de los condenados por trabajar por la libertad. También nos indica que jamás tendrá sentido el perseguir, condenar o hacer sufrir injustamente... La pasión nos compromete a entregarnos a la liberación del sufrimiento injusto, a desmontar los mecanismos y las causas de los padecimientos que siempre recaen sobre los mismos hombres, la misma clase y los mismos pueblos.

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Los cuatro relatos de la pasión de Jesús están construidos siguiendo un amplio esquema común: oración y prisión en Getsemaní, proceso judío, proceso romano, camino del Calvario, crucifixión, muerte y sepultura. Las semejanzas son tan grandes, que constituyen un caso único en los evangelios. También hay notables diferencias, pero siempre en cosas muy secundarias, fruto de las diversas fuentes empleadas y de las distintas comunidades a que se destinan. Los más afines son los de Mateo y Marcos. Son relatos para contemplar en silencio, sin palabras que estorben la interpelación personal que deben provocar. Debemos sentir su fuerza en nuestros corazones. Son los últimos pasos de la vida de Jesús, la conclusión de su camino de fidelidad incondicional a los ideales que había vivido y proclamado. Testimonian su inocencia, y la culpabilidad de los dirigentes y del pueblo. Todos le abandonan. Jesús, solo ante el dolor, persevera hasta el final. Choca la serenidad de todos los evangelistas al narrar la pasión. No hacen dramatismos ni incitan a consideraciones devotas. Llaman a conversión y revisión. Nos descubren la impotencia de Jesús -y de todos los que sigan de cerca su camino- ante el poder del mal que le rodea y aprisiona. 2. Soledad y tristeza de Jesús Desde que Jesús entró en Jerusalén, enseña todos los días en el templo, y por la noche sale de la ciudad para pernoctar en el huerto de Getsemaní, situado en la ladera occidental del monte de los Olivos. Es un lugar habitual de reunión para Jesús y los suyos, privado y clandestino, que conoce perfectamente también Judas. Debía de ser propiedad de algún conocido o amigo de Jesús. Esta vez ha celebrado la cena con sus discípulos y ha pronunciado unas palabras de despedida. Sabe que el complot de los poderosos provocará su muerte. La llegada al huerto tuvo lugar ya avanzada la noche. Algunos opinan que entre las diez y las once de la noche, al tener en cuenta que la cena había comenzado después de oscurecido (a mediados de marzo en Jerusalén oscurece sobre las seis y media), la larga duración de los diferentes ritos y las palabras de despedida. En el huerto busca el lugar de las noches anteriores. Está preocupado por sus discípulos, que siguen empeñados en un mesianismo contrario al suyo. Con su próxima detención se va a iniciar para ellos la gran tentación. Los sucesos que se avecinan los desconcertarán y harán peligrar su fe. Esta preocupación se agudiza cuando ve que, en lugar de rezar, se duermen. Es un sueño que preludia el abandono. La oración de Jesús en Getsemaní (significa lugar de aceitunas o aceites) es de gran importancia para comprender la pasión. Nos revela su íntima reacción, su estado de ánimo

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ante lo que se le viene encima, los sentimientos que lo embargan. Los relatos que siguen -apresamiento, procesos y muerte- son la crónica de lo que los hombres hicieron con Jesús. Aquí, cómo reaccionó en su ánimo. La escena de Getsemaní es una clave indispensable para comprender en profundidad el resto de la narración. Getsemaní es la negación más rotunda de Jesús como superhombre: se angustia ante la perspectiva de la pasión, que acepta definitivamente después de una larga oración, en la que se hace solidario con todas las víctimas humanas causadas por los poderes en todas las épocas y en todos los países. Subraya el aislamiento y la soledad cada vez más completos del Maestro, que ha perdido ya la aceptación de las multitudes y allegados y va a vivir el abandono de sus propios discípulos, que llegan aquí a la más completa ceguera. Juan omite todo el relato de los sinópticos sobre la "agonía" de Jesús. La había indicado ya brevemente con anterioridad (Jn 12,27). Invita a los suyos a orar con él (Lucas), "para no caer en la tentación". La tentación será ver al Mesías humillado y prisionero, en lugar del triunfador que esperaban los judíos y los discípulos. Mateo y Marcos dicen que llevó con él a los tres discípulos más íntimos, a los mismos que habían sido testigos de la transfiguración (Mt 17,1-9 y par.). Allí fueron testigos de su gloria; ahora lo serán de su angustia. Les recomienda que estén en vela con él. Deben presenciar y comprender la terrible sensación de fracaso que supone una muerte como la suya. A los ojos del mundo, Jesús va a fracasar; sus enemigos van a triunfar sobre él. "Me muero de tristeza". Jesús de Nazaret sufre de verdad. Experimenta el miedo y el pavor de la muerte, la tristeza y el tedio de la soledad y el abandono, la angustia de la injusticia y la calumnia. Está profundamente preocupado por lo que le espera; por la falta de comprensión de sus discípulos, a pesar de las palabras de fidelidad que le han manifestado en la cena; porque el Padre va a ser ultrajado y considerado como un Dios falso. Si Jesús muere condenado como un malhechor, los hombres despreciarán al Dios de quien se fiaba. El Padre que se revela en Getsemaní es completamente distinto del Dios que la humanidad conocía y al que los dirigentes de Israel -y con ellos todos los que dominan- daban su adhesión. No es el Dios de la imposición y del triunfo, sino el Padre que acepta el fracaso ante la historia con tal de ser fiel al amor y hacer posible al hombre alcanzar su plenitud. ¿Qué plenitud podemos alcanzar fuera del amor? Y si en el mundo triunfa el egoísmo y el odio, ¿qué futuro le espera al que ama? Jesús ha penetrado en la soledad y en la tristeza de la tentación, allí donde desaparecen todas las palabras y no queda más que una inmensa sensación de ahogo y de

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fracaso. ¿Qué ha quedado de sus tres años de trabajo por el reino? Unos pocos discípulos... dormidos. Ante tanta sombra, Jesús recurre a la oración.

3. Una oración impresionante Se separó de los tres discípulos, "como a un tiro de piedra" (Lucas) -unos treinta metros-, para orar. Los discípulos pudieron verle con la luna llena de Nisán, mientras estuvieron despiertos. Es Mateo el que más destaca la postura de su oración: arrodillado, inclinó su rostro hasta el suelo. Es una forma oriental y judía muy frecuente para rezar. Se palpa en su oración una doble soledad. Una soledad querida por Jesús, que se separa de los suyos. La otra, causada por sus discípulos. La primera, necesaria; culpable la segunda. Todos los discípulos permanecen a cierta distancia, aunque tres estén algo más cerca. Es un modo de decirnos los evangelistas que, ante el sufrimiento del hombre, existe un umbral que no puede ser traspasado ni por el mejor amigo. Cuando la tristeza llega a cierta profundidad, se está necesariamente solo. Es el caso de Jesús enfrentado con la crudeza de su próxima muerte. Está también la soledad causada por la incomprensión y la indiferencia de sus discípulos, que se duermen cuando más necesidad tenía de su apoyo. Su oración comienza, como de costumbre, con la invocación "Padre". Sólo Marcos conserva el término arameo "Abba". Palabra filial, íntima, llena de confianza. Toda la oración evoca el recuerdo del padrenuestro. Su petición es condicionada: "Si es posible... Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres". Reconoce que no penetra hasta el fondo en los designios divinos, que no acaba de entender. Por eso se pone en sus manos. La tentación de huir es grande. Lentamente va comprendiendo que todo lo que sea defender la causa de los parias de la tierra es defender la causa de Dios, y que traicionar o abandonar ahora esa causa a la que ha dedicado su vida es traicionar y abandonar a Dios. Debe hacer lo que mejor sea para el pueblo, porque Dios está en el pueblo y avanza con él. Lucas destaca de un modo singular la intensidad de la oración de Jesús. Su relato es el más impresionante. La tensión entablada en su interior, entre el deseo de conservar la vida o beber el "cáliz" de la fidelidad al Padre, fue tan fuerte que le provocó sudores de sangre. Es un sudor posible cuando la angustia supera todos los límites y se convierte en una especie de agonía. ¡Es duro ofrecer la vida a cambio de un rotundo fracaso! "Y le bajaba el sudor a goterones, como de sangre, hasta el suelo". "Y se le apareció un ángel del cielo que lo animaba" (Lucas). Es una forma de

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indicarnos que el Padre escuchaba su oración, que tenía que seguir adelante. Su ayuda no le faltará. Es la tercera vez que Dios responde a la oración de Jesús en Lucas. Las otras dos -relatadas también por los otros dos sinópticos- fueron en el bautismo y en la transfiguración (Lc 3, 21-22: 9, 35 y par.). Tres acontecimientos decisivos en la vida de Jesús. 4. Los discípulos duermen Mateo y Marcos señalan que por tres veces acudió Jesús a sus discípulos en busca de aliento, de ayuda, de comprensión. Lucas las sintetiza en una sola. Las tres veces los encuentra dormidos. En lugar de velar y acompañarle, se abandonan pasivamente a todo lo que va a sobrevenir. No son capaces de compartir sus sentimientos, siguen sin entender lo que está pasando. Esto aumenta la sensación de fracaso que atenaza a Jesús. Su soledad es profunda, total. Tampoco entienden los pocos seguidores que le quedan. Ahora pretendemos haber entendido con unas pocas catequesis o largos años de estudio sin compromiso. "Simón, ¿duermes?..." Ya no lo llama Pedro; ha desaparecido el hombre-piedra. El sueño indica su falta de identificación con Jesús, que les reprocha su incapacidad para velar con él. Ahora no sólo les invita a velar, sino también a orar "para no caer en la tentación". Es la tentación del mesianismo triunfante, tal como le fue propuesto a él en el desierto (Mt 4,1-1 1 y par.). Deben "velar y orar", estar atentos a los acontecimientos para descubrir en ellos la verdadera presencia del Padre. Por segunda vez se retiró "y oraba repitiendo las mismas palabras". Y por segunda vez encuentra dormidos a los discípulos. Su falta de comprensión es la causa de su indiferencia ante el sufrimiento y angustia que necesariamente deben notar en el Maestro. Tres veces les ha pedido vigilancia y oración, porque el "espíritu", la parte noble del hombre, está pronto para las muestras de lealtad, "pero la carne es débil", tiene sus compromisos de miedo y de pasión. En el Antiguo Testamento, el "espíritu" es presentado en cuanto influido por el Espíritu divino, mientras la "carne" es el hombre dejado a sus propios impulsos. Las palabras de fidelidad no pueden cumplirlas si se entregan al sueño. Un momento de sueño, y Jesús se convierte en alguien con quien nada se tiene que ver. El espíritu de Pedro estaba decidido a dar la vida por Jesús, según sus propias palabras (Lc 22,33), que le valieron el anuncio de su triple negación por parte de Jesús. La "carne" se hará fuerte si rezan. Por tercera vez se dirige al Padre con las mismas palabras. Su tristeza y angustia han sido superadas y vencidas por la larga plegaria. Jesús se somete totalmente al

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Padre. Terminada la oración, vuelve adonde están los discípulos. Hace todo lo que puede para lograr que también ellos acepten el desenlace próximo. "Ya podéis dormir y descansar". Con un nuevo reproche, no exento de ironía, los despierta y les hace saber que se aproxima "la hora" final. Deben salir al encuentro del traidor.

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Jesús es detenido

Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: -Al que yo bese, ése es: detenedlo. Después se acercó a Jesús y le dijo: -¡Salve, Maestro! Y lo besó. Pero Jesús le contestó: -Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo: -Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene que pasar. Entonces dijo Jesús a la gente: -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. (Mt 26,47-56) Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: -Al que yo bese, es él: prendedlo Y conducidlo bien sujeto. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: -¡M aestro! Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo: -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero que se cumplan las Escrituras. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo. (Mc 14,43-52) Todavía estaba hablando, cuando aparece gente: y los guiaba el llamado Judas, uno de los doce. Y se acercó a besar a Jesús. Jesús le dijo:

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-Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: -Señor, ¿herimos con la espada? Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo: -Dejadlo, basta. Y tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes, y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él: -¿Habéis salido con espadas y palos a caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas. (Lc 22,47-53) Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: -¿A quién buscáis? Le contestaron: -A Jesús el Nazareno. Les dijo Jesús: -Yo soy. Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles "Yo soy", retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: -¿A quién buscáis? Ellos dijeron: -A Jesús el Nazareno. Jesús contestó: -Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos. Y así se cumplió lo que había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me diste". Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: -Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber? (Jn 18,2-11) Jesús fue apresado por gentes pagadas a sueldo por las autoridades de Israel, que lo llevaron a la cárcel. Padeció interrogatorios y acusaciones falsas sin ninguna posibilidad de defensa: los dos procesos -judío y romano- fueron una farsa. Se le torturó física y psicológicamente: salivazos, bofetadas, flagelación, corona de espinas, burlas. Finalmente, invocando hipócritamente sus leyes y pensando dar culto a Dios, se le asesinó. Todo esto le pasó por ser creyente, por ser fiel con su vida al reino que proclamaba. Fue condenado a muerte por ponerse de parte de un mundo nuevo, de "un reino eterno y universal: el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz"

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(prefacio de la fiesta de Jesucristo, rey del universo). Siempre fue -y es- muy peligroso intentar cambiar el "desorden establecido". El reino que proclamaba Jesús debía comenzar a ser realidad en este mundo. No se le perdonó que optara en favor de los pobres, que condenara sin atenuantes a los ricos, que desenmascarara la mentira de las clases dirigentes, que criticara el culto del templo expulsando de él a los que hacían negocio con la piedad del pueblo... ¿Cómo iban a permitir los que tenían el poder en sus manos que continuara poniendo en evidencia sus desmanes? Si la voz de la verdad no se atiende, porque no interesa, es necesario hacer callar la garganta de donde sale. Esta es la verdadera razón de la violencia que irá cayendo sobre él, fruto de la unión de los que ostentaban el dominio de la religión, de la política y del dinero. Y esto es lo que les pasará siempre a los que sigan con fidelidad su camino (Jn 15,20). ¿No observamos que cuando un cristiano empieza a ser medianamente creyente estorba en todos los sitios? Nuestra sociedad y nuestra Iglesia están organizadas para defenderse de todos aquellos que molestan. Ni una ni otra toleran el testimonio crítico y sincero de la fe cuando se encarna en situaciones concretas que demuestran la falsedad o insuficiencia de sus planteamientos. ¿Padecemos algún riesgo? ¿De quiénes? Lo sucedido con Jesús continúa en la historia de los hombres que luchan por un mundo distinto. 1. El sanedrín envía gente para detenerlo Los sinópticos ponen la llegada de Judas con la gente para detener a Jesús cuando éste estaba aún hablando con sus discípulos. Los tres subrayan que era "uno de los doce". Uno de sus íntimos les sirve de guía; ha sido utilizado como delator por las autoridades para encontrar a Jesús. No llega una tropa organizada, sino "un tropel de gente" (Mateo) -de pueblo-, que desempeñan un papel instrumental. Van armados "con espadas y palos" (Mateo y Marcos). Lucas no habla de armas. Juan menciona "faroles, antorchas y armas". Los palos y las antorchas eran elementos del equipo de la guardia del templo. Es una operación clamorosa, de más de cincuenta personas, que no pretende disimular nada. Van mandados, según la versión de Marcos, por las tres categorías que componían el sanedrín, máxima asamblea legislativa y judicial de Israel y guía de la nación en la práctica, formado por setenta y un miembros, presididos por el sumo sacerdote. Los "sumos sacerdotes" formaban la nobleza religiosa y eran en su mayoría de la secta de los saduceos que negaban la resurrección; "los ancianos", la aristocracia laica, formda esencialmente por ricos propietarios terratenientes; "los letrados" -que tantas disputas entablaron con Jesús- eran casi todos fariseos y laicos, aunque también

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había algunos sacerdotes, con frecuencia de origen modesto, que se dedicaban al estudio de la ley. Los tres grupos se han unido contra Jesús. Es la constante alianza del poder religioso con el dinero, apoyados ambos en las leyes y en el manejo de los pueblos. Su modo de proceder es legal, ya que Roma solía respetar los poderes locales y se sabe que el sanedrín ejercía funciones de todo tipo, excepto la ejecución de la pena capital, al menos por crucifixión. Es posible que sí pudieran apedrear, como parece demostrar la muerte de Esteban por lapidación (He 7,57-60). Juan menciona también entre la gente que va a detener a Jesús a la "patrulla" romana. Quiere implicar ya desde el principio al imperio romano en el proceso de Jesús. A la cita no falta ninguna autoridad. Todos los representantes del "mundo" se confabulan y despliegan su poder. Aunque sus intereses son muy diversos, ven en Jesús un peligro común. Distintos en la apariencia, en el momento decisivo todos descubren su verdadero y único rostro: son enemigos de la vida del pueblo, sólo les interesa mantener sus privilegios. Figuran la movilización de las fuerzas de la sociedad con toda su capacidad represiva, cuando alguien intenta poner en peligro sus interesados planteamientos. 2. El beso de Judas Era uso normal entre los judíos que los discípulos, cuando se encontraban con sus maestros, después de abrazarles, los besaran en la mano, rostro y cabeza. Esta señal de respeto y veneración es la utilizada por Judas para su traición. Se adelanta disimuladamente, como para darle cuenta del resultado del encargo que le había obligado a abandonar la cena (Jn 13,27-30). "Y lo besó". "Amigo, ¿a qué vienes?" (Mateo). "¿Con un beso entregas al Hijo del hombre?" (Lucas). Sobre un tropel de gente decidida a hacer el mal, destaca el empeño de un hombre por hacer el bien, por ser bueno, por superar el odio con el amor, por ayudar incluso a los que lo rechazan. Juan no menciona el beso. Es Jesús el que se adelanta hacia los que llegan y les pregunta: "¿A quién buscáis?" Le responden con el nombre con que era generalmente conocido: "A Jesús el Nazareno". Jesús se identifica él mismo; no necesita contraseñas: "Yo soy". Son dos palabras que indican su calidad de Mesías y su divinidad (Ex 3,14). Ante tales palabras "retrocedieron y cayeron a tierra". Es una forma simbólica de indicarnos que los dominadores del mundo no tienen poder alguno sobre él (Jn 14,30), que su detención no es ningún signo de derrota, que se entrega libremente, que él es el dueño de la situación.

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Jesús repite la pregunta que va a permitir detenerlo. Se identifica de nuevo, y les ordena que se limiten a detenerle a él y que dejen marchar a sus discípulos. De esta narración de Juan parece deducirse que llevaban intención de encarcelar también a sus discípulos y que Jesús actúa para evitarlo. "Marcharse" es el movimiento contrario a "seguirlo" y estar con él. El seguimiento ha de ser libre, nunca forzado por las circunstancias o costumbres. 3. La violencia de Pedro Pedro, obstinado en su idea mesiánica, no acepta la decisión de Jesús y pretende defenderlo. Saca su espada -llevaban dos (Lc 22,38)- y ataca "al criado del sumo sacerdote". Los sinópticos no dicen quién hirió al criado, posiblemente por temor a las represalias. Juan da todos los detalles. Al final del siglo, cuando es escrito el cuarto evangelio, ya no había motivos para ocultar el secreto. Pedro se muestra poco realista: ¿qué van a hacer ellos frente a la turba que tienen enfrente? En la caricatura de su defensa se echa de ver su buena voluntad, pero también la insuficiencia de su fe. Al discípulo de Jesús se le exige algo más que fidelidad humana: necesita entender las verdaderas intenciones de Jesús, que no pretende el triunfo humano, sino descubrir a los hombres la verdadera vida, la que se consigue entregando la propia. El criado se llamaba Malco (significa rey en arameo). Posiblemente era el jefe del grupo que pretendía detener a Jesús y el primero que se adelantó hacia él para prenderlo. Jesús no acepta la violencia. Quiere vivir hasta el fondo la debilidad del amor, porque sabe que únicamente en él se revela la fuerza de Dios. Las cosas del Padre no se promueven ni se defienden con las armas, aunque, desgraciadamente, hayan sido innumerables las veces que se ha intentado a lo largo de la historia de la Iglesia. El Dios verdadero jamás recurre al dominio de los hombres ni a las "espadas". Quien pretenda hacerlo presente en el mundo tiene que renunciar a toda violencia; si hace falta, dando la propia vida o dejando que se la quiten. En su oración había preguntado al Padre si era posible que lo sacase de la situación en que se encontraba. Ahora afirma que lo era: "¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? El me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles" (Mateo) -sobre seis mil ángeles-. Pero no quiere que esto suceda: "El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?" (Juan). Acepta el plan del Padre, y con él el fracaso humano, porque es el que mejor muestra el amor total al hombre. Si utilizase la ayuda del Padre en estos momentos, lo haría en beneficio propio; lo que implicaría ceder a las tentaciones que había superado en el desierto al comienzo de su vida pública. El

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Padre, que no puede negarle nada, mostraría al defenderlo su amor al Hijo, pero no su amor a la humanidad; se mostraría la fuerza del amor de Dios; pero no su debilidad, que deja su eficacia en manos de la respuesta del hombre. Jesús renuncia a poner a salvo su vida. Sería una falsa salvación. Debe asumir las consecuencias de todo lo que ha dicho y vivido. Con su actitud nos indica que el Padre no manda el dolor; pero puede querer que el hombre lo acepte cuando es consecuencia inevitable del testimonio del verdadero amor y de la denuncia de toda opresión. Entonces acepta incluso la muerte, aun sabiendo que es una injusticia. El corte que Pedro le produjo en la oreja al criado no debió llegar a desprendérsela totalmente. Lucas nos dice que Jesús se la curó con sólo tocársela. 4. La mala conciencia de las autoridades Jesús reprocha a los que han ido a detenerle su conducta con él: "¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido?" Mientras le han visto rodeado del pueblo no se han atrevido. Han preferido detenerlo a traición, lo que demuestra su mala conciencia. Es lo que quiere resaltar el texto de Lucas, al decir Jesús: "Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas". Es la hora del triunfo aparente de las fuerzas que dominan este mundo. Le detienen. Privado de su libertad, será llevado con urgencia a presencia de las autoridades que puedan legitimar su asesinato. Como había anunciado Jesús, "todos los discípulos lo abandonaron y huyeron". Los que habían presumido de haberlo dejado todo para seguirlo (Mt 19,27 y par.), ahora, en el momento del peligro, huyen. ¿Quién podrá decir con sinceridad que ya dejó todo y le sigue? Sólo el que vive un seguimiento desprendido hasta de sí mismo camina en la verdad y en la libertad del amor de Jesús. Un seguimiento que debe renovarse personalmente a cada instante de nuestra vida. Seguimiento que debe demostrarse con el compromiso de la propia vida, nunca por saber o defender teóricamente una doctrina. Marcos añade el episodio de "un muchacho envuelto sólo en una sábana" que seguía a la comitiva que llevaba preso a Jesús. La tradición afirma que el joven era el mismo evangelista. Es posible que fuera el encargado o un familiar de los dueños del huerto, que estaba durmiendo en la cabaña del guarda. Sin duda, alguien muy interesado por la suerte de Jesús.

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El proceso judío y las negaciones de Pedro

Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte, y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon: -Este ha dicho: "Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días". El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo: -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti? Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo: -Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios. Jesús le respondió: -Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: -Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís? Y ellos contestaron: -Es reo de muerte. Entonces le escupieron en la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo: -Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado. Pedro estaba sentado fuera, en el patio, y se le acercó una criada y le dijo: -También tú andabas con Jesús el Galileo. El lo negó delante de todos diciendo: -No sé qué quieres decir. Y al salir al portal lo vio otra, y dijo a los que estaban allí: -Este andaba con Jesús el Nazareno. Otra vez negó él con juramento: -No conozco a ese hombre. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron: -Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo: -No conozco a ese hombre. Y en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: "Antes de que cante el gallo me negarás tres veces". Y saliendo afuera, lloró amargamente. (Mt 26,57-75)

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Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose de pie, daban testimonio contra él diciendo: -Nosotros le hemos oído decir: "Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres". Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús: -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti? Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo preguntándole: -¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito? Jesús contestó: -Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo: -¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís? Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirlo, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían: -Haz de profeta. Y los criados le daban bofetadas. Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo: -También tú andabas con Jesús el Nazareno. El lo negó diciendo: -Ni sé ni entiendo lo que quieres decir. Salió fuera, al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes: -Este es uno de ellos. Y él lo volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro: -Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: -No conozco a ese hombre que decís. Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: "Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres", y rompió a llorar. (Mc 14,53-72) Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor y Pedro se sentó entre ellos. Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y le dijo: -También éste estaba con él. Pero él lo negó diciendo:

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-No lo conozco, mujer. Poco después lo vio otro y le dijo: -Tú también eres uno de ellos. Pedro replicó: -Hombre, no lo soy. Pasada cosa de una hora, otro insistía: -Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo. Pedro contestó: -Hombre, no sé de qué hablas. Y estaba todavía hablando cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: "Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces". Y, saliendo afuera, lloró amargamente. Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban: -Haz de profeta: ¿quién te ha pegado? Y proferían contra él otros muchos insultos. Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea sumos sacerdotes y letrados, y, haciéndole comparecer ante su sanedrín, le dijeron: -Si tú eres el Mesías, dínoslo. El les contestó: -Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso. Dijeron todos: -Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios? El les contestó: -Vosotros lo decís, yo lo soy. Ellos dijeron: -¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca. (Lc 22,54-71) La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo". Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: -¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre? El dijo: -No lo soy Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó: -Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los

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judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: -¿Así contestas al sumo sacerdote? Jesús respondió: -Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas? Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron: -¿No eres tú también de sus discípulos?. El lo negó diciendo: -No lo soy. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: -¿No te he visto yo con él en el huerto? Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo. (Jn 18,12-27) Comienza uno de esos enredos socio-político-religiosos que dejan desorientados y perplejos aun a los cristianos más comprometidos y clarividentes. Los evangelistas no tienen intención de referirnos todos los hechos ni el orden exacto en que ocurrieron. Eligieron los que, a la luz de la resurrección de Jesús y del Espíritu, consideraron más importantes para la fe de las comunidades cristianas. De ahí que nos sea difícil ordenar los acontecimientos y armonizarlos con la jurisprudencia judía y romana del tiempo. Son un entramado de historia y de relato e interpretación teológica. Uno a uno desfilarán ante Jesús los distintos grupos y personajes humanos que componen las sociedades de todos los tiempos y lugares. Cada uno tendrá que enfrentarse con su conciencia, representada por Jesús. En ese enfrentamiento cada uno demostrará ser quien realmente es: Pedro y los apóstoles, aparentemente fieles seguidores de Jesús con sus constantes adhesiones verbales, mostrarán su cobardía, sus dobles intenciones, su afán de poder y de triunfo humanos; Judas, símbolo de la traición de los amigos; Anás y Caifás, máximos representantes de Dios, que abusan de su situación de hombres sagrados para dominar y explotar al pueblo, amparados en su situación de privilegio y en el apoyo del poder político; el sanedrín, fiel comparsa de unos jefes corrompidos; Pilato, representante del poder civil, pusilánime, sin convicciones propias, asesino legal, buscador de prestigio personal y buenos puestos, servil al dictador romano, juez de maleantes sin corbata; los guardias, expresión de la brutalidad humana descontrolada, al servicio de una causa que no conocen y a la que se entregan con saña; el pueblo, engañado por sus jefes, usado para fines inconfesables bajo el pretexto de la defensa de los valores religiosos y patrióticos; María, las mujeres y Juan,

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sufriendo en silencio el salvaje atropello padecido por Jesús; y los paganos, únicos que reconocen la divinidad del crucificado. Todos tenemos nuestro papel en este drama humano amasado por el egoísmo. Todos somos cómplices de una sociedad injusta, clasista, individualista..., que recurre al insulto, a la calum-nia, al chantaje, a la presión religiosa o psicológica, al desprecio, a la marginación... y al crimen cuando presiente que peligran sus cimientos.

1. En casa de Anás Jesús es llevado atado a casa de Anás. Sólo Juan nos transmite este dato, silenciado por los sinópticos. Anás, hijo de Set y con una gran fortuna, había sido nombrado sumo sacerdote el año 6 d.C. por Sulpicio Quirino, legado de Siria, y depuesto el año 15 de nuestra era por Valerio Grato. Es bien sabido que los sumos sacerdotes solían lograr el cargo a fuerza de dinero y venalidades. Dice de Anás el historiador Flavio Josefo que, caso único entre los sumos sacerdotes, logró que cinco hijos suyos, su yerno Caifás y su nieto Matías llegaran también al sumo pontificado. Esto prueba que, aun después de haber sido depuesto, siguiera ejerciendo gran influencia sobre la política judía y sobre los legados y procuradores romanos. Anás sigue siendo el jefe supremo, el inspirador de la conducta opresora de los dirigentes judíos, el máximo representante del poder político-religioso. Ni Caifás hubiera hecho seguramente nada contrario a los deseos de este hombre omnipotente. Era el jefe de la familia, el que manejaba los hilos entre bastidores, el personaje más importante entre las autoridades del tiempo. Se le llegó a llamar "hombre felicísimo" precisamente por su influjo social. Es probablemente el iniciador de la persecución contra Jesús, por cuya razón sería llevado a su palacio en primer lugar. Aunque la razón que da Juan de esta deferencia es otra: "porque era suegro de Caifás". Es posible que quieran obtener de su astucia sugerencias para la presentación a Pilato de la condena oficial contra Jesús. La entrevista no es un juicio, no hay formalidad jurídica alguna. La sentencia está ya dada por Caifás (Jn 11,49-53). Sólo buscan la mejor forma de ejecutarla. Anás "interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina". Es simple información. En realidad, no le importa si este hombre tiene o no razón. Lo único que intenta es prote-ger los intereses de la institución, fuertemente socavados por este galileo. En ese sentido quiere saber quiénes le apoyan y la doctrina que propone, evaluar el peligro. No duda que la razón está siempre de parte de su autoridad. Gran riesgo de los dirigentes de siempre, en especial de los religiosos.

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Jesús no tiene ninguna doctrina secreta que descubrir. Su enseñanza ha sido siempre pública. Son ellos los que deben explicarle de qué le acusan, por qué le han llevado atado allí. Le han detenido sin imputarle ningún cargo, y ahora pretenden que él mismo les ofrezca motivos de acusación. Que pregunten a los que lo han oído en las sinagogas y en el templo. No da la más mínima información sobre sus discípulos. No compromete a nadie. Responde con la serenidad de quien no tiene nada que ocultar. Ante un juez que no busca ni está capacitado para encontrar la verdad -tiene otros intereses que se lo impiden- no tiene por qué defenderse, ni justificarse, ni dar razones. La respuesta de Jesús no gustó a uno de los guardias, que le propinó una bofetada. Su actuación fue una intromisión, una injusticia y una coacción a la libertad de defensa del detenido. Según este individuo, al jefe no se le puede contradecir en nada; con él no hay que pretender dialogar ni razonar, sino únicamente obedecer. En el fondo es la subordinación que desean la mayoría de los dirigentes, la más sencilla. El súbdito respondón, crítico, obliga a actuar con gran responsabilidad y justicia. El servil lo acepta todo con tal de recibir alguna compensación, algún buen puesto, que nunca le falta por su "fidelidad". El poder está sostenido por sus esclavos; por los que renuncian a analizar los hechos por sí mismos, aceptando una sumisión acrítica al que manda. Jesús se dirige al guardia: "Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?" Le recuerda sus propias palabras y le pide que las analice sin prejuicios. Intenta hacerle comprender su modo irracional de actuar, invitándole a fijarse en la realidad de sus afirmaciones. La vanidad de Anás debió quedar satisfecha con aquel gesto irracional del guardia, y envió a Jesús a su yerno Caifás. La sesión no debió ser larga. Acaso un pequeño interrogatorio para confirmar sus ideas aquel viejo astuto. 2. Juicio nocturno en el palacio de Caifás Caifás ejerció el cargo de sumo sacerdote entre los años 18 y 36 d.C. El envío de Anás a Caifás indica la amenaza que ve en Jesús la institución religiosa de Israel. La principal es la libertad con que actúa este galileo, que los deja desarmados. "Pedro lo seguía de lejos". No es ya un seguimiento propio de discípulo. "Seguir" y "de lejos" son dos términos antitéticos e irreconciliables cuando se trata de Jesús. Juan dice que otro discípulo le acompañaba, y que fue el que facilitó a Pedro la entrada al palacio del sumo sacerdote. Parece que se trata del propio evangelista. Se sentaron "con los criados a la lumbre para calentarse" (Marcos). Teniendo en

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cuenta la altitud de Jerusalén (760-790 metros), se comprende que hacia el tiempo de pascua las noches sean todavía muy frías. También "para ver en qué paraba aquello" (Mateo). Todavía esperan que algo imprevisto impida la muerte de Jesús. Mateo y Marcos relatan una sesión nocturna del sanedrín en casa de Caifás. Al ser de día, vuelven a reunirse para preparar la condena a muerte de Jesús y llevársela a Pilato. Lucas sólo deja constancia de esta sesión mañanera de Jesús ante las máximas autoridades judías de Israel. En Juan no hay huella del relato que los sinópticos dedican al proceso en casa de Caifás. El proceso judío ha perdido todo interés para él, porque éstos ya lo habían condenado a muerte con anterioridad. En cambio, su narración del interrogatorio ante Pilato tiene una mayor extensión que en los sinópticos. No se observan unas reglas fundamentales del derecho judío, según las cuales una condena a muerte nunca se podía pronunciar de noche, ni antes de un proceso de dos o tres jornadas de duración, y con la declaración privada de al menos los testimonios totalmente concordes de dos testigos. Los miembros del sanedrín también podían acusar. No se trata, por tanto, de un verdadero proceso, sino de un intento de buscar razones para legalizar una condena ya decidida. Está reunido "el sanedrín en pleno". Con ello Mateo y Marcos quieren indicarnos la responsabilidad global del mismo. "Buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte". El proceso fue una caricatura; un ultraje descarado a la verdad, perpetrado por los máximos responsables religiosos. Sólo buscan salvar las apariencias de una legalidad formal. Es evidente que tenían "razones" para condenarlo, y más de una, pero no eran motivos legales: la constante oposición a sus privilegios y manejos, la simpatía de las multitudes, la lucidez de sus juicios... Estas son las verdaderas razones de su condena; pero era necesario ocultarlas detrás de pretextos más nobles. Han olvidado que únicamente pueden estar de parte de la legalidad si no están en contra de nadie y no defienden intereses personales. Comparecían "muchos falsos testigos". Durante este amañado proceso, la vida y las palabras de Jesús fueron completamente tergiversadas, mal interpretadas, desfiguradas tendenciosamente. Por fin se deciden a centrar las acusaciones en un punto concreto: el templo. Un tema siempre candente, por ser el centro de la religiosidad de Israel. Tampoco aquí se pusieron de acuerdo los dos testigos que se presentaron. Es verdad que Jesús había anunciado la destrucción del templo, pero refiriéndose a su cuerpo (Jn 2,18-21); y cuando predijo la destrucción del templo de Jerusalén, no afirmó que lo destruiría él (Mt 24,1-2 y par.). Por eso es falso el testimonio de los dos testigos. Esta acusación refleja los rumores que corrían contra él, y que lo presentaban como un enemigo de la institución judía que pretendía sustituir el templo, orgullo y símbolo de Israel. Expresa, deformándola, la amenaza que ellos deducen de la actuación

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de Jesús. Es, en el fondo, una acusación mesiánica. Ante la mala fe que muestran sus acusadores, Jesús guarda silencio. No les interesa conocer la verdad, sino condenarlo a muerte. Ante el silencio que los desarma, el sumo sacerdote preguntó a Jesús, bajo juramento solemne, que manifestara con claridad su identidad: "Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". La respuesta de Jesús a la pregunta de Caifás es afirmativa, aunque con cierta reserva. El es el Mesías, pero no el que ellos esperan, triunfal y político, sino el Mesías paciente del que habían ya hablado los profetas. Con su respuesta supera la pregunta. Enuncia las consecuencias que va a tener para Israel el rechazo del Enviado de Dios: "Veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo". Verán su triunfo, afirma su condición divina y que Dios hace causa común con él contra ellos. Afirma de sí mismo que es el máximo exponente de la humanidad: "El Hijo del hombre". "Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?" Tratándose de Jesús no es necesario preocuparse por encontrar testigos falsos. Sus palabras son suficientes para condenarlo. La verdadera e imperdonable culpa no está en lo que queremos que diga, sino en lo que en realidad dice. El evangelio es la máxima acusación contra él: no puede ser más que culpable. La blasfemia no está en que se declare Mesías, que no era delito, sino en que se declare "Hijo de Dios". El grito del pontífice deja entrever la alegría por haber encontrado, al fin, un cargo consistente contra él. Jesús de Nazaret se hace igual a Dios, se arroga funciones que son propias del Señor. Que el hombre proclame su condición divina es una blasfemia insoportable para los oídos de los que establecían la más absoluta separación entre el hombre y Dios. En aquella farsa de juicio hubo muchos intereses personales y de casta. Pero tenían que buscar motivos "profundos" para asesinar a Jesús y quedar tranquilos y convencidos de que habían obrado bien. Los que condenan no son personas concretas; es la clase social formada por ellos. La condena del sanedrín es claramente religiosa. La sentencia es unánime. Y se rasgaron las vestiduras. Era señal de dolor y luto. Ya han encontrado un motivo válido para darle muerte. No se cuestionan ni por un momento su propia postura. Ellos, representantes del Dios de Israel, no pueden tener más que razón. Desde su posición de poder pueden dictaminar sin duda lo que es o no blasfemia contra su Dios. La casuística rabínica llegó a legislar por dónde se debía comenzar a rasgar las túnicas y las medidas de estos desgarros. Es lo que aquí reflejan Mateo y Marcos. Algunos afirman que las túnicas ya tenían un lugar preparado para poderlas volver a coser fácilmente.

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3. Los ultrajes y las negaciones Aquellos irreprochables jueces, después de haber salvado las apariencias legales durante el proceso, dejan ahora paso libre a sus auténticos sentimientos para con Jesús. El odio acumulado se desata en ultrajes, bofetadas, salivazos... Todos están contra él. A su alrededor no hay más que incomprensión y violencia. Es tratado como un profeta de burla. La violencia encubre la debilidad del poder ante la fuerza de una libertad coherente con la verdad de la existencia. La libertad ataca al poder en su raíz; el poder, en cambio, actúa contra la libertad sólo externamente: atando o golpeando, actos que revelan impotencia. A las bofetadas y los golpes viene a añadirse un desagradable juego: se le vendan los ojos a Jesús para que haga de adivino. Era creencia entre los judíos que el Mesías, sin hacer uso de los ojos ni de los oídos, podría, por sólo el olfato, conocer lo justo y lo injusto. Y así ahora al que se proclamaba Mesías se le pedía, burlescamente y por adulación servil, que lo mostrase con los hechos. Jesús, aunque atado, es libre. No así Pedro, que estando en libertad está encadenado por el miedo a las posibles consecuencias de confesarse partidario del preso. Los cuatro evangelistas narran sus tres negaciones ante las acusaciones que le hacen en el patio. Con sus negaciones, que van subiendo de tono, Pedro se va desfigurando como discípulo. Bien pensado, Pedro ha sido sincero al decir que no conocía a Jesús. Al Jesús humillado, rechazado, condenado..., nunca ha querido reconocerlo. El aceptaba a otro Jesús. Con el Jesús que está siendo juzgado nunca ha estado de acuerdo. Estaba dispuesto a seguir al Mesías de los milagros, de las curaciones, de las revelaciones excepcionales..., pero no a este hombre que no se defiende, que se deja procesar y ultrajar. No cae en la falsedad de la gran mayoría de cristianos, que afirman que están de parte de Jesús y, en realidad, no tienen nada que ver con el verdadero. Es decir, lo reconocen; pero evitan totalmente parecerse a él, seguir su mismo camino. El canto del gallo, considerado animal diabólico por cantar de noche, representa el triunfo del mal, de las tinieblas; pero recuerda a Pedro las palabras de Jesús, que le hacen romper radicalmente con su ideología mesiánica. Esta escena debió ser sobre las cinco de la mañana, hora en que suelen cantar los gallos en Jerusalén por esta época. Lucas menciona un cruce de miradas entre Jesús y Pedro, posiblemente en el momento en que el pelotón de soldados bajaba a Jesús del piso superior, donde había tenido lugar el proceso, para llevarlo a algún calabozo, donde estará hasta el alba. El llanto de Pedro es la mejor prueba de su arrepentimiento. La oración de Jesús por Pedro ha sido escuchada (Lc 22,31-32).

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4. Segunda sesión del sanedrín Los enemigos de Jesús eran la élite intelectual, social, religiosa y política de Israel; eran de ese tipo de gente cuya amistad e invitación a comer en sus casas es considerado como un honor. No eran unos enemigos cualquiera. Ya tienen a Jesús en prisión; ahora deben pensar la mejor forma de deshacerse de él. No basta con matarle; es necesario desprestigiarlo al máximo, destruirlo totalmente ante el pueblo; y nada mejor que con una infamia sagrada y ritual, en una nación teocrática y religiosa como Israel. Si ellos hubieran ejecutado la sentencia de muerte, Jesús tendría que haber sido lapidado por blasfemo con el permiso del gobernador romano. Pero buscan que muera crucificado, una pena particularmente infamante y capaz de desacreditarle definitivamente ante la gente. Para ello necesitan que los romanos se hagan cargo del asunto. De esta forma, Jesús aparecerá más como un delincuente que como un hereje. En la ley se leía: "El colgado es una maldición de Dios" (Dt 21,23). "Cuando se hizo de día" (Lucas) llevaron a Jesús de casa de Caifás al local propio del sanedrín para preparar allí la condena oficial y presentarla a Pilato. El relato de Lucas diurno es similar al nocturno de Mateo y Marcos. El proceso lo realizan según una apresurada apariencia de legalidad. En lugar de blasfemo, lo acusarán de subversivo y peligroso para el imperio romano. La acusación es política. En este tipo de sistemas en que vivían -y vivimos-, la oposición o es política o no es oposición; es nada. Pilato hará el resto. Su complot es casi perfecto. Según la Michná (compilación de leyes realizada después de la destrucción de Jerusalén y que, con la Gemara, que es su comentario, forma el Talmud), en los procesos de pena capital hacían falta un mínimo de veintitrés jueces, y para la condena, al menos dos votos de mayoría.

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El proceso romano

Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y senadores, diciendo: -He pecado, he entregado a la muerte a un inocente. Pero ellos dijeron: -¿A nosotros qué? ¡Allá tú! El, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron: -No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía "Campo de Sangre". Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: "Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel,y pagaron con ellas el campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor". Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó: -¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús respondió: -Tú lo dices. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó: -¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti? Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato: -¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías? Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir: -No te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó: -¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Ellos dijeron: -A Barrabás. Pilato les preguntó: -¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías? Contestaron todos: -Que lo crucifiquen. Pilato insistió: -Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos gritaban más fuerte: -¡Qué lo crucifiquen!

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Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo: -Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros! Y el pueblo entero contestó: -¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: -¡Salve, rey de los judíos! Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. (Mt 27,1-30) Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno prepararon la sentencia;y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: -¿Eres tú el rey de los judíos? El respondió: -T ú lo d ic e s. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: -¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó: -¿Queréis que os suelte al rey de los judíos? Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: -¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos? Ellos gritaron de nuevo: -Crucifícalo. Pilato les dijo: -Pues ¿qué mal ha hecho? Ellos gritaron más fuerte: -Crucifícalo. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado y comenzaron a hacerle el saludo: -¡Salve, rey de los judíos! Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. (Mc 15,1-19)

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El senado del pueblo, o sea sumos sacerdotes y letrados, se levantaron y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. Y se pusieron a acusarlo, diciendo: -Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey. Pilato preguntó a Jesús: -¿Eres tú el rey de los judíos? El le contestó: -Tú lo dices. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la turba: -No encuentro ninguna culpa en este hombre. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: -Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los letrados acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: -Me habéis traído a este hombre alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo le he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa, diciendo: -¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás. (A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.) Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: -¡Crucifícalo, crucifícalo! El les dijo por tercera vez: -Pues ¿qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. (Lc 23,1-25) Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era al amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

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-¿Qué acusación presentáis contra este hombre? Le contestaron: -Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos. Pilato les dijo: -Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. Los judíos le dijeron: -No estamos autorizados para dar muerte a nadie. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: -¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: -¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilato replicó: -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho? Jesús le contestó: -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí. Pilato le dijo: -Conque ¿tú eres rey? Jesús le contestó: -Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Pilato le dijo: - Y ¿qué es la verdad? Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:: -Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos? Volvieron a gritar: -A ése no, a Barrabás. (El tal Barrabás era un bandido.) Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: -¡Salve, rey de los judíos! Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: -Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: -A quí lo tenéis. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias, gritaron: -¡Crucifícalo, crucifícalo! Pilato les dijo: -Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él. Los judíos le contestaron: -Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.

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Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: -¿De dónde eres tú? Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: -¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte? Jesús le contestó: -No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: -Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "El Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la preparación de la pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: -Aquí tenéis a vuestro rey. Ellos gritaron: -¡Fuera, fuera; crucifícalo! Pilato les dijo: -¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los sumos sacerdotes: -No tenemos más rey que al César. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. (Jn 18,28-19,16) 1. Es llevado a Pilato Después del proceso judío, "legalizado" por la sesión matinal del sanedrín, tiene lugar el proceso romano. Los evangelistas reproducen únicamente fragmentos de este juicio. Mateo y Marcos lo relatan de una forma muy parecida, si bien Mateo nos cuenta en solitario la muerte de Judas, el mensaje de la mujer de Pilato y el lavatorio de las manos del procurador. Lucas nos da algunos detalles de interés: añade a las acusaciones las de amotinar al pueblo y oponerse a que paguen el tributo al César, más la escena del envío a Herodes. Es Juan el evangelista que narra con mayor amplitud este proceso: el sentido espiritual del reino, la escena del "Ecce Homo" y el interrogatorio sobre la divinidad de Jesús. Los romanos aplicaban a los pueblos sometidos su propia legislación, su jurisprudencia y su administración. Pero los judíos disfrutaban de privilegios especiales. En los tiempos de los procuradores (desde el año 6 d.C.) podía el sanedrín celebrar procesos y condenar a muerte. Sin embargo, la ejecución de estas sentencias capitales era competencia de la autoridad romana, al igual que en todas las provincias del imperio. Si los dirigentes judíos querían que fuera ejecutada la

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sentencia de muerte que habían decretado contra Jesús, tenían que recurrir al procurador romano, máxime si pretendían que muriera crucificado. El procurador podía, en su calidad de juez supremo y único, reconocer sin más la sentencia del sanedrín y ejecutarla, o entablar de nuevo el proceso. Se iniciaba con la acusación y era público. La ejecución de la sentencia era inmediata. Con la intención de lograr la condena y su rápida ejecución llevan los sanedritas a Jesús ante Pilato. Pilato fue gobernador de Judea y Samaria desde el año 26 al 36 ó 37 d.C. Los historiadores judíos contemporáneos Filón y Flavio Josefo nos hablan de un Pilato de carácter inflexible y duro, que cubrió de infamia el ejercicio de su cargo con sobornos, rapiñas, malos tratos, amenazas, frecuentes homicidios sin sentencia judicial y violencias intolerables. Al pasarse en su crueldad con los samaritanos, fue depuesto por Vitelo, legado imperial de Siria, y enviado a Roma, donde se le pierde la pista. Pilato despreciaba a los judíos. Ya al tomar posesión de su cargo provocó un grave incidente al intentar colocar en el templo de Jerusalén la imagen de Tiberio que figuraba en los estandartes romanos. Pero los judíos acudieron a su residencia de Cesarea y durante cinco días protestaron airados y dispuestos a morir si era necesario, como demostraron ofreciendo sus cuellos a las espadas cuando Pilato mandó a los soldados que las desenvainaran y rodearan a la multitud. Los judíos consiguieron su propósito y la imagen del emperador fue colocada en Cesarea. En otra ocasión cogió de las ofrendas del templo el dinero necesario para la construcción de un acueducto, lo que provocó una sublevación popular, en la que fueron degollados numerosos judíos. Parece que gozaba provocando a los judíos en lo que para ellos era más sagrado: su templo. El relato del proceso nos lo presenta como un hombre ambiguo, mediocre, indeciso y oportunista. El procurador romano residía habitualmente en Cesarea, una localidad balnearia a orillas del mar Mediterráneo. Acudía a Jerusalén en las grandes festividades judías para garantizar el orden público y prevenir posibles revueltas populares. "El pretorio" es el lugar donde el procurador residía durante el tiempo que permanecía en la capital judía. No se sabe con certeza en cual de las dos residencias que le servían de morada se encontraba en esta ocasión: la fortaleza Antonia, situada en el ángulo noroeste de la explanada del templo, y desde la que se podía vigilar todo lo que acontecía en su recinto; o el viejo palacio de Herodes, levantado en la parte occidental de la ciudad alta, cerca de la actual puerta de Jaffa. A uno de estos dos lugares fue llevado Jesús. Más probablemente al primero. Los tribunales romanos se abrían de madrugada. El comienzo de este proceso pudo ser entre las seis y las siete de la mañana. Los miembros del sanedrín "no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la pascua" (Juan). Según la

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Michná, la impureza legal duraba siete días si se entraba en casa de un pagano. Los opresores del pueblo suelen poner mucho cuidado en la observancia de las prescripciones legales. La consideraban más importante que asesinar a un inocente. Inevitable fanatismo siempre que la fe se convierte en intransigencia religiosa o se usa para defender los propios intereses. 2. La muerte de Judas Mateo no cuenta el proceso romano inmediatamente después del judío. Intercala entre ambos el final de Judas. Colocar aquí este episodio no tiene ningún fundamento cronológico. Parece que Mateo intenta subrayar con él la mala fe de los dirigentes, si quedaba alguna duda. Al conocer la sentencia del sanedrín, a Judas le remuerde la conciencia y acude a devolver las treinta monedas a los dirigentes, diciendo: "He pecado, he entregado a la muerte a un inocente". La legislación judía establecía que la retractación del delator invalidaba el juicio celebrado antes. El presunto reo debía ser puesto en libertad, aunque estuviera ya camino del suplicio, y el acusador condenado a muerte (Dan 13). Los jefes religiosos no hacen caso de la declaración de inocencia de Judas. Ya saben que es inocente. Judas no ha presentado contra él ninguna acusación; se ha limitado a decirles dónde estaba. El discípulo ha sido únicamente un instrumento. Son ellos los que han tramado la muerte de Jesús con anterioridad a todo juicio y seguirán adelante. Le responden con el mayor sarcasmo: "¿A nosotros qué? ¡Allá tú!" Judas "arrojó las monedas en el templo". Su gesto es una denuncia; quiere deshacer la ejecución de Jesús. "Y se ahorcó". Ejecuta en sí mismo la sentencia que le debían haber infligido los dirigentes si él hubiera acusado a Jesús de cosas que no había hecho. El suicidio pudo ser en aquel momento de desesperación, o días después al ir creciendo el remordimiento. Pero el arrepentimiento verdadero da otros frutos, como demostrará Pedro. Los sanedritas "recogieron las monedas" y compraron un campo para cementerio de los judíos peregrinos, sobre todo de la diáspora, ya que del enterramiento de los gentiles se ocupaban las autoridades romanas. Se muestran observantes minuciosos de la ley, que prohibía dedicar al templo dinero de procedencia infame. El dinero impuro sirve para comprar un lugar impuro. Evidentemente saben "colar el mosquito y tragarse el camello" (Mt 23,24). El hecho de la compra de este cementerio tuvo gran divulgación en las primeras comunidades cristianas.

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El texto profético, que el evangelista atribuye a Jeremías, es en realidad una mezcla de textos de este profeta y de Zacarías (Jer 32,7-9; Zac 11,13). Se le apropia al primero por ser un profeta más importante. 3. La acusación "Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo: ¿Qué acusación presentáis contra este hombre?" El proceso se va a desarrollar en un doble escenario: uno interior, donde está Jesús preso; otro exterior, en el que se encuentran reunidos sus acusadores. Pilato saldrá y entrará continuamente en una serie de episodios en que se divide el proceso. Dentro reina la calma, la sensatez y se reconoce la inocencia de Jesús. Fuera, por el contrario, domina la violencia, el odio y la coacción para conseguir su condena. Entre estos dos frentes Pilato va a librar una batalla por la que, como "buen" político, no está dispuesto a arriesgar nada personal. La acusación que le hacen es distinta de la de blasfemia por la que le ha condenado el sanedrín. En realidad, Jesús es condenado a muerte dos veces por distintos motivos. En el fondo, será eliminado porque, tanto en el orden religioso como en el político, es un peligroso perturbador para los intereses de los dirigentes de ambos estamentos. Los jefes religiosos han intuido perfectamente que a Pilato lo único que le puede interesar es el aspecto político del asunto: "Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey" (Lucas). Juan no especifica la acusación: "Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos". Todos tratan de manipular a Jesús para justificar sus planteamientos. Es importante que las comunidades cristianas seamos conscientes de esto y nos esforcémos en ser objetivos. Lo iremos logrando únicamente en la medida en que sigamos su camino de vida. Pilato se encuentra ante un hecho nuevo. ¿Por qué razón se lo entregan en lugar de protegerlo? ¿No son ellos contrarios a la ocupación y, por tanto, enemigos del César? Es evidente que son otros los motivos de la entrega de Jesús. Para un político profesional es fácil descubrir que el verdadero móvil de la actuación del sanedrín es el temor a perder el poder y el prestigio que gozan ante el pueblo. Se da cuenta de que la envidia está detrás de todo este asunto, y pretende esquivar la responsabilidad directa: "Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley". "No estamos autorizados para dar muerte a nadie" (Juan). Descubren su verdadera intención: no han traído a Jesús ante Pilato para que lo juzgue, sino para que le dé muerte. Quieren que muera crucificado: "Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir" (Juan).

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4. Jesús es rey Comienza el primer interrogatorio de Pilato. Entre las acusaciones que le han presentado, elige la que a él más puede preocuparle como celoso guardián de los derechos del emperador: la de que Jesús sea un caudillo nacionalista en lucha por instaurar un nuevo orden político libre de la opresión romana. Trata de informarse de las pretensiones reales de Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Y comienza un diálogo entre dos hombres que hablan entre sí sin entenderse por estar colocados a distintos niveles. Jesús también interroga a Pilato: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" (Juan). Después de conocer que la pregunta no procede del procurador, sino de los judíos, expone Jesús su pensamiento sin equívocos de ninguna clase. Para responder correctamente a la pregunta de Pilato, distingue entre rey de los judíos en sentido romano y Mesías-rey de un reino totalmente distinto. Sus respuestas están cargadas de sentido. "Mi reino no es de este mundo". Esta afirmación de Jesús es decisiva; pero es necesario entenderla rectamente. Significa que no es deducible de la realidad de este mundo. Jesús no enfrenta sin más las cosas de los hombres, que son cosas del mundo, con las cosas de Dios. Nuestro mundo está fundamentado en el dinero, en la injusticia, en las armas... Jesús quiere implantar el reino de la verdad, de la vida, de la justicia, del amor, de la paz... Por tanto, no se trata de un enfrentamiento entre las cosas de la tierra y las del cielo, sino entre el mundo tal como lo tenemos organizado y que destruye a los hombres, y el mundo que Jesús viene a proponer y a realizar, el mundo que tiene su plenitud en Dios. El reino del Padre afecta a los mismos hombres y discurre en una misma historia que los reinos de este mundo, pero es de otro orden y no se puede confundir con ningún proyecto temporal ni político. No se apoya en ejércitos, ni en policías, ni en ningún poder coactivo. Está entre los hombres totalmente indefenso. El mundo que tenemos organizado debería hacernos enrojecer de vergüenza: esas brutales desigualdades económicas que provocan situaciones infrahumanas, mantenidas por el control de los mercados mundiales por parte de los países ricos y por la locura de los gastos de armamentos. Y, entre tanto, faltan hospitales, escuelas, centros deportivos, carreteras, alimentos para una gran parte de la humanidad... Si el reino de Jesús fuera de este mundo, es evidente que su modo de actuar hubiera sido muy distinto: "Mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos". No aspira a una realeza temporal, como lo demuestra su enseñanza y su conducta, tan distinta de los agitadores políticos y pseudomesías que por entonces aparecían. Todos sufrimos constantemente la tentación de creer que lo eficaz en este mundo es la

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violencia, el dinero, la mentira y la fuerza. Por eso nos es tan difícil aceptar en la práctica los planteamientos de Jesús. Este reino de Jesús no es exclusiva de los cristianos. En él tiene cabida todo lo justo y verdadero de los hombres y de los pueblos. Está presente en todo esfuerzo por la justicia y la libertad, en el amor de unos a otros..., proceda de quien proceda. Crece imperceptiblemente en medio de grandes dificultades. Jamás podrá ser defendido ni destruido por los poderes de este mundo, aunque se disfracen de religiosos. Se debilitará y perderá su identidad siempre que emplee la fuerza y la coacción. Pilato es incapaz de comprender qué cosa sea tal rey y tal reino: "Conque ¿tú eres rey?" ¿Un rey atado y a punto de ser condenado a una muerte terrible, y que no hace uso de la fuerza para defender su derecho? No tiene ningún parecido con los reyes que él conoce. La duda de Pilato es la nuestra: ¿eres tú el rey, la respuesta a todas las preguntas e ilusiones de los hombres? ¿Así?... "Tú lo dices: soy rey". Jesús, que había rechazado los intentos del pueblo de hacerle rey (Jn 6,15), lo afirma ahora ante Pilato teniendo las manos atadas y en la cara las huellas de una noche de sufrimientos y las señales de golpes y salivazos. Cree que ahora ya no hay peligro de que su realeza sea tergiversada. Su realeza la ha recibido del Padre, pertenece al ámbito del Espíritu y alcanza al mundo entero: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad". Dar testimonio de la verdad es dar a conocer el amor de Dios a la humanidad y la dignidad y libertad a la que llama a todos los hombres, responder a la vocación humana a la plenitud, revelar a través de su existencia el plan total de Dios sobre la vida de los hombres, convertirse en camino a seguir, descubrirnos la vida escondida en Dios... Jesús se encuentra con un mundo dominado por la ambición de dinero y poder. Ambición que da origen a una ideología contraria a la verdad de Dios y que justifica un orden social que impide a los hombres ser libres y alcanzar la plenitud de vida a la que aspiramos desde lo más profundo de nuestros corazones. Orden social que beneficia a los que dominan y que cristaliza en unas estructuras sociales injustas, respaldadas por la ideología del poder, del dinero y de la violencia. El pueblo es la víctima de este desorden social: sufre la opresión y se somete a la ideología que se le propone. Para sacar al pueblo de la opresión en que vive, Jesús no combate el orden injusto oponiendo violencia a violencia, sino haciéndole ver la falsedad de lo que cree; que no es voluntad de Dios que sea esclavo, sino libre. A la falsa ideología no enfrenta Jesús otra verdadera, sino la experiencia de un amor que es la verdadera vida de los hombres (Jn 13,34-35). Trata de hacer descubrir al hombre la verdad sobre Dios y sobre sí mismo, y de animarle a que camine para alcanzarla. Recorriendo este camino de amor

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irá comprendiendo la opresión en que ha vivido y abandonará la ideología que lo tenía aprisionado. La última frase de Jesús es un desafío a Pilato y a todos los hombres a tomar postura ante él: "Todo el que es de la verdad escucha mi voz". Para escuchar y seguir a Jesús necesitamos una disposición previa de amor a la vida y al hombre. Es de la verdad el que trabaja por su plenitud y la de la sociedad, el que lucha por un mundo justo y libre... Todo el que busca desinteresadamente la verdad se encuentra con Jesús. Es muy fácil confundirse de "verdad" cuando hay algo que perder. Jesús es la esperanza del futuro de todos los pueblos y de todos los hombres inconformistas con la sociedad que padecemos y que están trabajando por su transformación. No es de la verdad el que busca privilegios, distinciones, títulos, dinero... ¿Qué buscamos? "Y ¿qué es la verdad?" Su gesto refleja una perfecta situación histórica. Quizá piensa Pilato en los filósofos ambulantes que exponían en Roma sus pensamientos. ¿La verdad? ¿Quién la iba a discernir entre tantos sistemas? Se acusa bien en él el escepticismo especulativo de un romano y de un político, a quien sólo le interesa lo práctico. No puede entender a Jesús. El hombre de poder pertenece a este mundo injusto, no a la verdad, y no puede escuchar las palabras de Jesús. No sabe lo que es la verdad, porque desconoce la verdadera vida. Se desentiende; no lo considera peligroso. Un rey cuyas preocupaciones se pierden en abstracciones sobre la verdad no es preocupante. Con esas ideas no puede ir muy lejos. La pregunta de Pilato condensa todo el cansancio, el desfallecimiento, el vacío y la desesperanza de la humanidad. En los sinópticos, Jesús da una sola respuesta a Pilato -"Tú lo dices"- y después renuncia a defenderse. ¿Para qué hablar en ciertas ocasiones y a ciertas personas? Este silencio admira a Pilato: "¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?" "Salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: Yo no encuentro en él ninguna culpa" (Juan). Parecía un soñador, un filósofo o un oriental iluminado. En todo caso, era inofensivo y no había lugar a más proceso. Pero no se había comprometido con la justicia. Proclamó su inocencia, y se quedó quieto, mirando cómo acusaban de nuevo a Jesús. "Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí" (Lucas). Los gritos de los jefes contra Jesús arrecian, y Pilato trata de buscar una salida que le evite enfrentarse con ellos. 5. El envío a Herodes "Al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió". Sólo Lucas nos cuenta esta escena. El procurador romano podía delegar en el tetrarca los asuntos de

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los galileos, aunque también éstos caían bajo la autoridad del sanedrín en todo lo judío. Espera que Antipas se haga cargo del caso definitivamente, o corrobore al menos su inocencia. De paso, mejorar sus relaciones diplomáticas. Herodes Antipas era hijo de Herodes el Grande. Debía ser un hombre muy entrado en años, ya que era tetrarca de Galilea desde el año 4 a.C. Se le considera el más inteligente de los hijos de Herodes. Hombre sensual y frívolo, subía algunas veces a Jerusalén por las fiestas y se hospedaba en el palacio de los Asmodeos. Se alegró mucho de ver a Jesús. Espera presenciar algún milagro del taumaturgo. Lo consideró como un bufón o como persona entregada a artes ocultas, que divertían por entonces a las cortes. Debió suponer que Jesús accedería a sus deseos, pues lo tenía en sus manos. A este propósito "le hizo un interrogatorio bastante largo". Jesús no le contestó nada. Su silencio es como un reto de la dignidad a la frivolidad. Hasta el palacio de Herodes acudieron también "los sumos sacerdotes y los letrados" para seguir acusando a Jesús. No quieren perder ninguna oportunidad. Lo acusan "con ahínco". Herodes, que en un principio no dio importancia a las acusaciones de los sanedritas, permite ahora que le acusen; quizá para salir de la embarazosa situación en que lo había colocado Jesús con su silencio. Para vengarse de la ofensa, "Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato". Lo viste de rey de burla y logra que le haga coro la corte servilista que tenía. Es evidente que no considera peligroso a Jesús, ni culpable. "Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal". Se ignora el motivo de la enemistad. Acaso por haber hecho colocar Pilato unos escudos de oro con inscripciones romanas ofensivas en el antiguo palacio de Herodes, o por la matanza de galileos (Lc 13,1). Se sabe por Flavio Josefo que las relaciones de Herodes con Tiberio eran muy cordiales y que el tetrarca informaba al emperador sobre el comportamiento de sus representantes. A Pilato le convenía estar a bien con él. Y utilizó políticamente el caso de Jesús para conseguirlo. Hacer diplomacia pasándose un prisionero como si fuera una pelota sirve para hacer "amistad" dos poderosos, que en el fondo seguirán odiándose y vigilándose. Así juegan los ricos con los pobres del mundo. 6. Prefieren a Barrabás Al fracasarle el recurso a Herodes, Pilato hace conocer por segunda vez al sanedrín la inocencia de Jesús; juicio respaldado ahora por el tetrarca. A la vez, anuncia

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que "le dará un escarmiento y lo soltará" (Lucas). Ante las protestas de los dirigentes, Pilato va a cometer otra equivocación: compararlo con Barrabás, aprovechando que la gente estaba acudiendo ya para pedirle el indulto de costumbre. Si es inocente, lo único que tiene que hacer es soltarlo. Paso a paso va retrocediendo ante las exigencias de las autoridades judías, que ahora van a manipular a las masas para que pidan con ellos la crucifixión de Jesús. Los pueblos creyentes, como el judío, tienen en sus dirigentes religiosos una enorme credibilidad. ¿No sucede algo así en la mayoría de nuestros pueblos? Apelando a la costumbre de liberar a un preso por la pascua -"el que la gente quisiera"-, Pilato quiere liberar a Jesús sin comprometerse. Espera que la gente que se va reuniendo le apoye. Olvida lo fácil que es manejar a las masas para que apoyen todo lo que quieran sus líderes. Esta costumbre quizá sea en recuerdo de la liberación de la esclavitud de Egipto. No hay documentos, fuera de los evangelios, que atestigüen esta usanza. Elige entre los presos al más famoso y peligroso: a Barrabás, que "era un bandido" (Juan) y "había cometido un homicidio en una revuelta" (Marcos). En este momento Mateo nos trae el aviso que la mujer de Pilato (la tradición la llama Claudia Prócula) le envía al tribunal. Los sueños tenían en la antigüedad gran importancia; pensaban que Dios se comunicaba con los hombres a través de ellos. Todo se puede explicar de una forma natural. La mujer de Pilato había oído hablar de Jesús, de sus milagros..., y manifiesta en aquella hora trágica sus sentimientos sobre aquel "justo". Quiere evitar que su marido cometa una arbitrariedad más. Una pagana reconoce una realidad que los máximos representantes de Dios quieren ocultar por todos los medios. Al final de este drama serán otros paganos los que volverán a reconocer la inocencia de Jesús: el centurión y sus guardias (Mt 27,54 y par.). Evidentemente, un magistrado no podía fundamentar una sentencia en unos sueños. Las multitudes, que habían simpatizado con Jesús, pero que nunca le habían dado su plena adhesión, son manipuladas por los miembros del sanedrín, que consideran más peligrosa la libertad de Jesús que la del violento que usa sus mismas armas. Jesús rechaza la violencia, pero con su vida y actividad es una constante denuncia de la opresión que ellos ejercen sobre el pueblo y de la falsedad de su religiosidad. No niegan que sea inocente, no aducen acusaciones que hagan rectificar el veredicto absolutorio de Pilato. Muestran la incompatibilidad entre lo que ellos defienden y Jesús, que con su vida no deja tranquilos a los opresores. Si quieren seguir -y quieren- con su dominio y explotación del pueblo, tienen que suprimirlo. El pueblo va a ser cómplice del asesinato del Mesías, arrastrado por sus dirigentes. Una vez más -¿cuántas en la historia de la humanidad?- el pueblo actuará en contra de sí mismo.

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La manipulación produce su efecto. Ante la pregunta de Pilato, la multitud opta por Barrabás y pide para Jesús la crucifixión. Eligen -ironía de la vida- a un bandido y rechazan al Mesías tantos siglos esperado. La escena es altamente simbólica. No se puede rechazar a Jesús sin más. Todo rechazo tiene un precio, lo mismo que toda elección. El pueblo no alcanzará su liberación mientras se deje manejar. De nuevo le fallan los planes a Pilato, que tiene el pleito perdido por torpeza y cobardía. "¿Qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte" (Lucas). Por tercera vez reconoce Pilato la inocencia de Jesús. La primera es el resultado de su propia investigación, la segunda es apoyada por Herodes, la tercera ante la elección que hacen de Barrabás. Las dos primeras han sido hechas ante los dirigentes; en la tercera está también el pueblo. El griterío se impuso. Ahora se imponen las propagandas de los medios de comunicación, en especial las de la televisión. Aunque el pueblo también gritó contra Jesús, es evidente que los verdaderos responsables de esos gritos son los dirigentes, los de la alta sociedad y grandes negocios. 7. La flagelación y las burlas de los guardias romanos Excepto Lucas, los otros tres evangelistas nos narran ahora dos escenas: la flagelación -Lucas habla en dos ocasiones de "escarmiento"- y las burlas de los soldados. Posiblemente Lucas las suprime por consideración al público gentil al que destina su evangelio y por juzgar innecesario repetir lo sucedido al final del proceso judío. Mateo y Marcos las sitúan al final del proceso; Juan, en un intermedio. Parece que era costumbre entregar a los soldados al condenado a muerte, que lo hacían víctima de sus "diversiones" más brutales. Por esta razón es posible que estos hechos tuvieran lugar al término del juicio, después de la condena a muerte. Juan los coloca antes, presentándolos como otro recurso de Pilato para librarlo de la muerte. Sigo el orden del cuarto evangelio. Los judíos flagelaban con una especie de fusta que tenía atadas varias correas. La ley prohibía dar más de cuarenta azotes. De hecho, por prevención y para no transgredir la ley, solían dar treinta y nueve golpes. En el derecho romano, la flagelación, que no señalaba límite de golpes, precedía a la crucifixión y la preparaba, aunque también se empleaba independientemente de otras penas. Este atroz castigo constituía, paradójicamente, un acto de piedad para con los condenados a la crucifixión. Como la muerte en la cruz era desgarradoramente larga, los condenados a ella eran flagelados con anterioridad para que perdieran sangre que los debilitara y así murieran con más rapidez. Algunos morían en el transcurso de este prólogo cruel, y la mayoría quedaban tendidos en tierra, sin sentido y bañados en sangre o

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retorciéndose por el dolor. No era raro que la flagelación romana llegara a dejar los huesos al descubierto. Usaban dos tipos de flagelos: el más simple era similar al que empleaban los judíos; con los esclavos y en los casos más graves, unían en las extremidades de las correas -o cadenas- trozos de hueso o bolas de plomo con salientes en forma de púas. Para flagelar desnudaban al reo en su mayor parte y le ataban fuertemente a una columna. Solían azotarlo dos, cuatro o seis verdugos. El número de golpes lo determinaba el mismo juez que condenaba a este castigo. Los golpes no sólo caían en la espalda, sino en todas las partes del cuerpo, con frecuencia a causa de la crueldad de los sayones y el abuso de los jueces. Los efectos que producía este tormento en los cuerpos de los reos los describen los historiadores romanos con los calificativos siguientes: herir, cortar, desgarrar, romper, machacar, agujerear, excavar. La flagelación de Jesús es ejecutada por los soldados del procurador, posiblemente de origen sirio o samaritano, fieles a Roma y enemigos declarados de los judíos, dentro del pretorio. No se sabe el número de azotes recibidos por Jesús. Pero si Pilato buscaba con ella librarlo de la muerte impresionando al pueblo, debió ser muy dura. Terminada la flagelación, los soldados romanos preparan una escena de ultrajes paralela a la realizada por los guardias judíos al final de su proceso. Allí habían hecho burla de Jesús profeta; ahora la harán de Jesús rey. Se reúnen todos los soldados romanos disponibles en aquella hora y protagonizan con Jesús una brutal bufonada. Parodian una entronización real. "Lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura", manto basto de lana teñida de rojo que los soldados usaban sobre la armadura. Pretenden simbolizar la dignidad real. "Trenzando una corona de espinas, se la ciñeron en la cabeza". La corona era otro signo de la realeza. Las espinas eran abundantes en Jerusalén y se almacenaban y usaban por los habitantes de la ciudad para el fuego doméstico. No es necesario suponer que se trate de una corona tejida con esmero, sino de un zarzal al que le dieron forma de casquete para colocarlo sobre la cabeza de Jesús. Para continuar el escarnio, "le pusieron una caña en la mano derecha", simbolizando el cetro de los reyes. Y se arrodillaban grotescamente ante él, según la ceremonia militar del saludo al emperador: leve inclinación del cuerpo hacia adelante, con las piernas algo dobladas, mientras que con la derecha se tocaba el objeto reverenciado. También solían elevar la mano izquierda hasta la boca, besarla y agitarla hacia el objeto que se quería reverenciar. Es fácil transformar estos gestos en bofetadas, que es lo que hacen con Jesús, mientras le saludan burlescamente con el "Salve, rey de los judíos". Todo esto acompañado de salivazos en el rostro y golpes en la cabeza con la caña. Unen a la injuria moral, la repugnancia y el dolor físico, al hacer más hirientes las espinas de la cabeza. No se especifica el tiempo empleado en esta escena brutal.

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8. Jesús, hijo de Dios Las escenas de la presentación de Jesús ante sus acusadores, el segundo interrogatorio que le hace Pilato y la amenaza que le dirigen los sanedritas de denunciarlo al César son propias de Juan. Salió Pilato otra vez al exterior y dijo a los reunidos: "Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa". De nuevo -la cuarta- reconoce su inocencia. "Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura". Jesús se presenta ante los suyos llevando los atributos reales de la burla. "Aquí lo tenéis", les dijo Pilato. Por primera vez en la historia se está haciendo realidad lo que es y significa ser hombre en plenitud. ¡Y los hombres, empeñados en destruir lo que anhelamos en lo profundo de nuestros corazones, en despreciar a los que han convertido toda su vida en una constante entrega al bien de la humanidad! ¡Cuánta tristeza y dolor lleva consigo buscar desinteresadamente el bien del pueblo! El aspecto del preso debería haber impresionado a la gente y aplacado su instinto asesino. Eso es lo que pretendía Pilato. ¿Cómo iban a seguir manteniendo las acusaciones sobre esta caricatura de rey? De nuevo se equivocaba; el odio contra Jesús es mayor de lo que cree Pilato. "¡Crucifícalo, crucifícalo!" "Los sacerdotes y los guardias" piden la muerte infamante. Los dirigentes no pueden soportar -ni entonces ni nuncala presencia del que con su verdad derriba sus mentiras. Gritan porque no tienen armas contra esa verdad. Los guardias que gritan representan a los oprimidos que aceptan la opresión y la defienden. Son los oprimidos opresores, las primeras víctimas de los que dominan. "Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él". Es la segunda vez que Pilato muestra su deseo de que se encarguen ellos de Jesús. Quiere inhibirse del asunto, convencido de la injusticia de todo el proceso. Muestra su exasperación al ver que, uno tras otro, sus intentos de ponerlo en libertad son rechazados por el sanedrín. Aprovecha para proclamar una vez más -la quinta- su inocencia. Los dirigentes parece que han comprendido las intenciones de Pilato de ridiculizar la realeza de Jesús, y con ella las acusaciones que le han presentado, y cambian de táctica: "Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios". Mencionan la ley que poseen y manejan, haciéndola instrumento de su opresión. Un Mesías que se opone a su institución no puede ser más que un blasfemo. Y encima se hace "Hijo de Dios". Pilato se asusta ante estas palabras. Ante la posible presencia de lo divino no sabe cómo comportarse, se siente inseguro. Los dirigentes judíos juegan con saña con su miedo.

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Vuelve a entrar dentro, llevándose con él a Jesús. Como pagano, Pilato era supersticioso. Pregunta a Jesús: "¿De dónde eres tú?" Pretende saber si está en presencia de uno de esos seres míticos o semidioses -ya sabía que era de Galilea-. Jesús no le contesta. No se aprovecha de su miedo para forzarlo a darle la libertad. Además, ¿para qué dar explicaciones al que no trata más que de salir airoso de este trance, sin riesgos personales? Para forzarlo a hablar recurre a la amenaza: "¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?- Jesús afirma que toda autoridad viene de lo alto y que es mayor el pecado de los que le han entregado a él: el sanedrín. 9. Los dirigentes judíos juegan su última carta Al decirle Jesús que toda autoridad viene "de lo alto", Pilato comprende su responsabilidad y que no puede actuar arbitrariamente. Descubre que está al borde de cometer una grave injusticia y quiere rectificar a tiempo. Está decidido a darle la libertad. Al darse cuenta los dirigentes de sus intenciones, juegan su última y decisiva carta: "Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César". La religión judía era considerada como lícita, y el procurador romano debía respetarla y hacer cumplir sus leyes, siempre que no estuvieran en oposición a los intereses de Roma. Para los miembros del sanedrín este caso entra dentro de esas leyes que Pilato está obligado a hacer cumplir. Le insinúan que lo denunciarán a Roma si lo suelta, donde ya tenía otras delaciones que le habían ocasionado algunas dificultades. De hecho, algunos años más tarde, será depuesto de su cargo por instigación de alguien que era más amigo del César que él. Es la máxima amenaza para alguien cuya carrera depende de la voluntad del emperador. Máxime sabiendo que Tiberio castigaba atrozmente -según Suetonio- el no velar por la autoridad de Roma ante un competidor rey. La amenaza surte efecto. Los jefes judíos de Israel tienen ganada la partida. Nada es tan digno de atención para Pilato como su carrera política. Apenas se ve comprometido personalmente, deja de lado su objetividad, que no va más allá de un cierto precio. Hay para él una razón de estado que prevalece sobre la verdad y la justicia. No está en absoluto dispuesto a perderse a sí mismo. ¿Leal al hombre o al sistema? Son lealtades inconciliables. Quien da su lealtad al poderoso termina sacrificando al hombre: "Sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal'. "Aquí tenéis a vuestro rey". La condena a muerte está próxima. "¡Fuera, fuera; crucifícalo!", gritan cada vez más fuerte los judíos. "¿A vuestro rey voy a crucificar?-

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Juan quiere dejar las cosas claras: Jesús fue asesinado por los romanos, pero por la acusación de ser el rey de los judíos. La culpa y la responsabilidad fueron judías, no romanas. "No tenemos más rey que al César", es la respuesta final de los sumos sacerdotes. Rechazan al Mesías que Dios les envía y eligen ser súbditos del emperador romano, del poder invasor, del pagano que no reconoce a Dios. Con sus palabras muestran el ateísmo radical de su sistema teocrático. Los máximos representantes de Dios son los que lo traicionan. En realidad, al elegir al emperador, eligen a su dios de siempre: el poder y el dinero. Que se llame de un modo u otro, es secundario. Lo importante no es el nombre que se dé a Dios, sino el contenido que se significa con ese nombre. Jesús ha puesto al descubierto la realidad de su irreligiosidad, y ellos lo han entendido. En lugar de rectificar, eliminan al testigo molesto. En su opción arrastran al pueblo, que en seguida va a decir que la sangre de Jesús caiga sobre ellos y sobre sus hijos. 10. La condena Todo el derecho, toda la verdad de la justicia, dicen a Pilato que libere a Jesús. Pero él calcula que no merece la pena exponer su carrera por un hombre sin importancia al que han entregado sus mismos paisanos. El ejemplo del procurador nos descubre todo el mal de la política del mundo, que continuamente cede en la justicia ante las llamadas "razones de estado", que no son más que disculpas para defender los políticos las propia conveniencias y alianzas y no arriesgarse. El uso de lavarse las manos para declarar la propia inocencia era practicado entre los grecorromanos y entre los judíos (Sal 26,6; 73,13). Es evidente que esta protesta de inocencia es insuficiente e hipócrita. La respuesta del pueblo es trágica: asume la responsabilidad de esta muerte, que el mismo juez ha declarado injusta. La sangre siempre cae sobre el pueblo. Es siempre el pueblo el que sufre las consecuencias de los desmanes de sus gobernantes. "Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús lo entregó para que lo crucificaran". Se consuma la injusticia: pone en libertad al culpable y entrega a la muerte al inocente sabiendo que lo es. La sentencia había de darse sentado en la silla "curul" puesta sobre el estrado. La fórmula posiblemente fue: "Iras a la cruz", u otra semejante. La crucifixión era una muerte fuera de las categorías legales judías, y tan denigrante que los romanos habían prohibido condenar a ella a un ciudadano romano. El crucificado era excluido de las sociedades judía y romana. Ninguna institución admite a este Mesías. Cuando no se tiene valor de comprometerse con el Justo por defender intereses propios, se toman las mismas decisiones que Pilato. A Pilato se le obligó a elegir: su

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carrera, su prestigio... Siempre pasa lo mismo con Jesús. Es fácil -¿no lo estamos haciendo todos los días?- acogerlo o rechazarlo sin ocuparnos demasiado de él; aceptarlo o eliminarlo sin tener que elegir. Pero Jesús se presenta siempre como alternativa de alguien o de algo. El "sí" a él implica el "no" a otros o a otras cosas. Solamente se escucha su voz haciendo callar otros ruidos. La mayoría de los hombres actúan -¿actuamos?- como Pilato: guardar el cargo, y desinteresarse de la verdad; subir en la escala social, y traicionar o ignorar las exigencias inaplazables de la justicia, del amor, de la paz... Jesús, y con él la verdad, pierden el proceso. Entonces y siempre triunfa el engaño. Así se transmite el reino... Ha terminado el proceso; queda por ejecutar la sentencia.

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Crucifixión y muerte de Jesús

Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir "La Calavera”), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: "Este es Jesús, el rey de los judíos". Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: -Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. Los sumos sacerdotes, con los letrados y los senadores, se burlaban también diciendo: -A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios? Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó: -Elí, Elí, lamá sabaktani? (Es decir: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"). Al oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron: -A Elías llama éste. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: -Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: -Realmente, éste era el Hijo de Dios. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

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A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron: -Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: "A los tres días resucitaré". Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: "Ha resucitado de entre los muertos". La última impostura sería peor que la primera. Pilato contestó: -Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro. (Mt 27,31-66) Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de "La Calavera —), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: "El rey de los judíos". Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura, que dice: "Lo consideraron como un malhechor." Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: -¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo: -A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos y creamos. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: -Eloí Eloí, lamá sabaktaní? (Que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?) Algunos de los presentes, al oírlo, decían: -Mira, está llamando a Elías. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña y le daba de beber, diciendo: -Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: -Realmente, este hombre era Hijo de Dios. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que cuando él estaba en Galilea lo seguían para atenderlo, y otras muchas que habían subido a Jerusalén. Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera de sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el reino de Dios: se presentó decidido ante Pilato v le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto va; y. llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.

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Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana v, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro excavado en una roca .v rodó una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían. (Mc 15,20-47) Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: -Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: "Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes: "Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas: "Sepultadnos"; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco? Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Y cuando llegaron al lugar llamado de "La Calavera", lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: -Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y se repartieron sus ropas echándolas a suerte. El pueblo estaba mirando. Las autoridades le hacían muecas diciendo: -A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: -Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: "Este es el rey de los judíos". Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: -¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro le increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada. Y decía: -Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: -Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso. Era ya eso de mediodía y vinieron las tinieblas sobre toda la región hasta la media tarde, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: -Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios diciendo: -Realmente, este hombre era justo. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando. Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea y que aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de

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Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento. (Lc 23,26-56) Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado "de la Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús el Nazareno, el rey de los judíos". Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato: -No escribas "El rey de los judíos", sino "Este ha dicho: Soy rey de los judíos". Pilato les contestó: -Lo escrito, escrito está. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: -No la rasguemos, sino echemos a suerte a ver a quién le toca. Así se cumplió la Escritura: "Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica'. Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: -Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: -Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: -Tengo sed. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: -Está cumplido. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: "No le quebrarán un hueso"; y en otro lugar la Escritura dice: "Mirarán al que atravesaron". Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato

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lo autorizó. El fue entonces y se llevó al cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche. y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca. pusieron allí a Jesús. (Jn 19,17-42) 1. Camino del Gólgota La sentencia solía ejecutarse inmediatamente después de su promulgación. Le despojaron del manto de burla y de la corona de espinas, "le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar". El condenado a la crucifixión debía llevar el palo transversal de la cruz al lugar del suplicio, cargado sobre un hombro o por detrás del cuello y atadas a él las manos. Se le calcula que tendría de 2,30 a 2,60 metros de largo y unos treinta kilos de peso. El palo vertical estaba ya clavado en el lugar de la ejecución. También llevaba una tablilla colgada del cuello o de una mano, en la que iba escrita la causa de la condena, aunque en ocasiones la llevaba delante un soldado en una pancarta. Esta tablilla se colocaba sobre la cruz después de clavar en ella al desgraciado. También era frecuente que abriera la comitiva un heraldo proclamando los motivos de la sentencia. Se lo llevaba por los lugares más concurridos para que sirviera de escarmiento al pueblo. Frecuentemente, los sayones los azotaban por el camino. Después de una noche de tormentos y burlas, de juicios amañados, salió Jesús para el lugar de la ejecución cargado con el madero, signo externo del peso que aplastaba su corazón y signo externo también del peso insoportable que aplasta a millones y millones de personas a todo lo largo de la historia de la humanidad, causado por las arbitrariedades e injusticias de los que dominan. Ningún sufrimiento humano es extraño a aquella cruz. Incomprendido, abandonado y traicionado, camina tambaleándose, trágicamente solo. Debía estar tan debilitado, que los soldados obligaron a un hombre -Simón de Cirene- a llevar el madero de la cruz "detrás de Jesús" (Lucas), como exigía él a sus discípulos (Mt 10,38; 16,24). La autoridad podía requisar a quien quisiera para que prestase este servicio público. Debió ser al salir de las murallas de la ciudad, no del pretorio, porque Jesús ya ha caminado un trecho y no resiste físicamente con su peso, lo que prueba la dureza de la flagelación. Simón es "el padre de Alejandro y de Rufo" (Marcos), sin duda miembros de alguna de las primitivas comunidades cristianas. Cirene era una ciudad del norte de Africa, cercana a la actual Bengasi (Libia), de la que la cuarta parte de sus moradores de entonces eran judíos. Es erróneo, por tanto, presentar al Cirineo ayudando a Jesús a llevar la cruz entera y a éste con la corona de espinas que había servido para la burla, y que tuvieron que quitarle antes de

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salir del pretorio por ser una irregularidad jurídica. La cruz -el palo transversal- lo llevó el Cirineo solo, detrás de Jesús. Lucas nos cuenta en solitario que "lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él". Ya sabemos que era costumbre que unas mujeres plañideras fueran a llorar a las casas de los difuntos; pero estas manifestaciones de dolor estaban prohibidas por las leyes con los condenados a muerte, porque podían interpretarse o prestarse a protestas por la condena. Acaso formaran parte de la cofradía que existía en Jerusalén para ofrecer vino mezclado con "mirra" (Marcos) o "hiel' (Mateo) a los que iban a ejecutar, y aliviar de esa forma los dolores de la crucifixión. Consideraban que esa mezcla tenía propiedades narcóticas e insensibilizaba en parte al condenado, haciéndole menos insoportable el tormento. Dan un valiente testimonio de que Jesús no es un malhechor. Jesús se volvió a ellas para agradecerles aquella compasión; quizá también para evitarles complicaciones legales de continuar así, y, sobre todo, para hacerles la profecía de la destrucción de Jerusalén. El castigo iba a ser terrible. Jesús piensa más en la triste suerte de la ciudad y de sus habitantes que en sus sufrimientos. Llevaban también para crucificar con él "a dos bandidos" (Mateo-Marcos). Con esta denominación se designaba a los zelotes que combatían con las armas a los invasores. Los romanos solían practicar a la vez varias ejecuciones. -¿Por qué no decir asesinatos? ¿Quién tiene derecho a mandar matar o matar a otros? ¡En nombre de qué intereses se ha asesinado legalmente a tantos en la historia! ¿Cuándo acabarán estos desmanes?- Quintilio Varo condenó en cierta ocasión a dos mil judíos a morir a la vez en la cruz. Los judíos prohibían ejecutar a dos personas el mismo día. Para Pilato aquella ejecución triple pudo ser por razón de comodidad; pero más parece que de burla a los dirigentes al crucificar al "rey de los judíos" en medio de "dos malhechores" (Lucas). Juan no les da ningún calificativo. Son tres hombres los que van a "pagar". Dos por sí mismos. Uno por "el pueblo" (Jn 11,50). Y la gente "bien", apiñada a lo largo del camino para observar, comentar, sentenciar. El pueblo, como nos dice Lucas, lo seguía. El mundo está plagado de crímenes, de defectos de toda clase... Pero en la vía pública sólo encontramos jueces. La tierra está poblada de jueces. Faltan los culpables verdaderos, que normalmente no suelen pertenecer al pueblo, aunque sí pertenezcan a él la mayoría de los que abarrotan las cárceles y mueren en las guerras. Jesús, el inocente que todo lo ha hecho bien (Mc 7,37), ha sido declarado culpable por la "gente bien". Hoy siguen siendo condenados inocentes: las víctimas de las guerras provocadas por los que dominan y a las que ellos no van, los niños y ancianos abrasados por las bombas, los mutilados y muertos por las explosiones, los soldados obligados a realizar acciones incalificables... Todos aquellos que pagan con la propia sangre la cuenta de la locura de los grandes. Es inau-

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dito el instinto de juzgar a los demás -sobre todo si son de una clase social despreciada-, de condenar desde la altura de la propia virtud el escándalo por la culpa de los otros. Un cortejo formado por sólo tres culpables camino del Calvario es, dadas las circunstancias, verdaderamente raquítico. 2. La crucifixión El lugar de la crucifixión fue un montículo cercano, fuera de las murallas de Jerusalén, llamado Gólgota -"La Calavera"- por su forma. Jesús no quiso beber el brebaje narcotizante que le ofrecieron antes de empezar a clavarlo. "Lo crucificaron". Nos hemos acostumbrado a oírlo, pero debió ser un espectáculo horrible. El suplicio de la cruz se consideraba el más atroz después del de ser quemados vivos, si bien éste es más rápido. Era un suplicio infamante, reservado a los esclavos o a los que no eran ciudadanos romanos. Sobre la colina había varios postes verticales de unos 4 ó 4,50 metros de alto, que tenían hacia su mitad una pequeña tablilla, llamada “sedil", sobre la que se ponía a horcajadas al crucificado, para que descansara su peso sobre ella; y arriba una muesca para encajar el palo transversal o patíbulo. Los romanos crucificaban desnudos a los condenados. Era un momento de humillación, porque los vestidos no cubren sólo el cuerpo, sino que protegen el misterio personal que cada uno lleva consigo. Pero se supone que en Palestina, para no herir la sensibilidad judía, muy delicada a este respecto, respetaran la ley judía que mandaba colocar un trozo de tela alrededor de la cintura del reo. Es posible que los soldados romanos hayan dejado un retazo de paño en torno a los costados de Jesús. Muchos de los hechos ocurridos en la crucifixión están narrados utilizando el salmo 22. Desnudo, el reo se tendía de espaldas en tierra y era fijado al patíbulo con cuerdas o clavos. Si nos atenemos a los documentos que se conservan, la crucifixión con clavos era menos frecuente que el atarlos. En ocasiones los ataban y luego los clavaban. Jesús fue clavado, al igual que los otros dos. Los clavos eran introducidos a martillazos por las muñecas, no por las palmas de las manos, cuyo tejido se desgarra con facilidad. Una vez sujetos al travesaño, éste era elevado con su carga sobre el poste hasta encajarlo en la muesca superior. El reo quedaba como sentado sobre el sedil. A continuación le clavaban los pies al palo vertical. La víctima, desnuda e incapaz del más leve movimiento, quedaba expuesta a una sed atormentadora, a los insectos y a los dolores más desgarradores. La muerte llegaba por agotamiento o ahogamiento, a veces después de varios días de atroces sufrimientos. En ocasiones, los mismos verdugos, incapaces de soportar tan cruel espectáculo, les rompían las piernas o los remataban con sus lanzas.

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Marcos nos señala la hora de la crucifixión: "Era media mañana". Los judíos dividían el día y la noche en cuatro partes cada una. La crucifixión tuvo lugar a la hora de tercia -entre las nueve y las doce de la mañana-. Jesús cuelga de la cruz, víctima del poder de los amos de su pueblo y de la cobardía de sus seguidores. Clavado en la cruz resume todo lo que el mal y la mentira han sembrado en nuestro mundo; sin olvidar el mal y la mentira que dejamos que crezca en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Clavado en la cruz es una llamada para que todos y cada uno miremos en lo profundo de nosotros mismos y reconozcamos nuestro pecado, tan hábil y sutilmente disimulado. El desenlace de la cruz debe transformar nuestras normales y razonables ideas y esperanzas religiosas, vaciar sus contenidos y llenarlos con los que se desprenden de este aparente fracaso humano. Dios no quiso que su Hijo se paseara como triunfador por la historia humana, porque sabía que esa salvación-liberación siempre es falsa, sino que compartiera el dolor y el infortunio de los hombres dedicando su vida a sacarlos de todas las opresiones, porque eso sí era una verdadera liberación. El Mesías, que se empeñó en crear entre los hombres unas condiciones de vida que hicieran imposible producir cruces para los demás, cuelga de una cruz, víctima de la organización del mundo, en constante enfrentamiento con el reino del Padre. La cruz es un misterio de solidaridad. La cruz es la vida humana: la misma existencia, el modo que tenemos de vivirla, nuestra condición de hombres...; es lo que nos crucifica. Nacemos llenos de proyectos e ilusiones... De pronto descubrimos que es imposible cambiar las estructuras empecatadas del mundo, que no somos ni podemos ser libres... Y las ilusiones se agostan. Nos instalamos, al precio de renunciar a vivir, o nos dedicamos de lleno a la transformación de la sociedad, incluso convencidos de la inutilidad del esfuerzo, y acabamos crucificados. ¿La victoria no está siempre más allá de lo que podemos experimentar? ¡Es duro esperar a que las cosas que soñamos para nosotros y para los demás sean una realidad únicamente después de la muerte! A Jesús le han cerrado todos los caminos los profesionales de la política, de la religión, de las finanzas y de la indiferencia. En Jesús, el hombre está impotente, colmado por la amargura y las injusticias de la vida. La cruz es una experiencia agotadora: una vez aceptada, se sabe que el final terreno es la muerte y el fracaso..., como le sucedió a Jesús. Es difícil no claudicar, seguir afirmando los valores de la vida que parecen apoyarse en el vacío y en el fracaso más rotundo. Para captar plenamente el significado de la crucifixión de Jesús es necesario que no la separemos de su vida: por anunciar los valores del reino de Dios, los intereses de los dominadores del mundo lo han llevado a este desenlace cruel. Hoy sigue crucificado en todos los que sufren sin ver el sentido de su dolor, en los pueblos sometidos a la explotación de los grandes, en el hambre, en el analfabetismo... Colaboramos a esta crucifixión actual con nuestro miedo a comprometemos en favor de los débiles, de los oprimidos; con nuestra negativa a

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prestar nuestra voz a los sin voz, pero siempre dispuestos a gritar apenas hieran nuestros intereses... 3. El título de la cruz El letrero colocado en la cruz sobre la cabeza de Jesús indica la causa de la condena. Al mismo tiempo proclama su verdadera realeza y el desprecio que Pilato siente por los judíos. La inscripción es su mejor venganza contra el sanedrín, que le ha arrancado a la fuerza la sentencia de muerte contra Jesús. ¿Qué clase de rey y de pueblo son éstos? Un rey impotente y colgado de un madero, y un pueblo sometido a los romanos. Juan añade "Nazareno", un motivo más de burla a los dirigentes por parte del procurador, que sabía el trato despectivo que daban los judíos a los habitantes de Galilea en general, y de Nazaret en particular. El rótulo estaba redactado en tres lenguas: en hebreo -lengua del país-, en latín -lengua oficial del imperio- y en griego -lengua conocida en todo el mundo de entonces, principalmente por las gentes cultas-. Juan escribe que los sumos sacerdotes no toleran el título, que equivale al de Mesías, al percibir la ofensa que les quiere hacer Pilato tanto a ellos como al pueblo, y le piden que haga cambiar el texto de la inscripción, pero sin resultado. Esta protesta de la institución simboliza su rechazo del Mesías verdadero, su rivalidad con él. ¿Siempre? ¿Cómo van a aceptar a un liberador unos dirigentes que se han apoderado del pueblo, sobre el que ejercen despóticamente el poder político y religioso? No estaba equivocado el cartel que le pusieron encima de la cruz. Jesús es rey al modo de Dios, sin otra pretensión que inaugurar la era del amor. Es rey de un reino de paz y justicia, a despecho de los poderosos de cualquier signo. Su misión iba dirigida a hundir cualquier dominación de unos hombres sobre otros, cualquier imperio, cualquier clase social opresora. Por no entender el camino de Jesús hemos convertido su realeza en dogmatismos, cruzadas, asesinatos... al grito, muchas veces, de "¡Viva Cristo rey!" ¿Por qué desde Constantino ha sido -y es- tan habitual esta confusión? Tengamos cuidado de no confundir las palabras rey y reino de Jesús con los reyes y reinos terrestres. ¿Los caminos de unos y otros son siempre opuestos? Los reyes del mundo se llaman dinero, fuerza, ciencia, poder, armas..., y sus principales defensores tienen nombres propios: los máximos dirigentes de las grandes potencias y de las multinacionales. Existen también una recua de reyes menores: dictadores, dueños de grandes fábricas y de grandes extensiones de terreno... Sin olvidar el rey que tenemos cada uno dentro y que nos impulsa a aprovechar cualquier ocasión para sentirnos superiores... Jesús es rey; pero no un rey junto a los demás: es el único rey, porque "es el fin de la historia..., centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus

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aspiraciones" (Constitución "Gaudium et spes", 45). Todas las demás realezas son vanas, aunque de momento parezca que ganan. Jesús reina desde el madero, y su reino está en perpetua enemistad con todos los poderes de la tierra -incluido el poder religioso-, de todos los tiempos y lugares (Gén 3,15). Un reino que se edifica en lo que normalmente los hombres consideramos como fracaso. Siempre que la Iglesia pacta con los poderes, es al precio de claudicar de la radicalidad de Jesús; es al precio de renunciar en la práctica -las palabras bonitas no suelen faltar- a su misión inalienable de evangelizar a los pobres (Mt 11,5). Jesús rey condensa en sí todas las profundas aspiraciones de la humanidad, da sentido a nuestra vida y señala el rumbo de la historia. No es el rey que se imagina Pilato, ni los soldados que le han ultrajado, ni el que se imaginan la gran mayoría de cristianos. Es un rey que pretende dirigir los corazones de sus súbditos con justicia y paz, con libertad y verdad, con amor. Jamás con la fuerza o la violencia. Un rey que nos trae la verdad del Padre, los valores eternos y absolutos; un reino en el que él va siempre delante; en el que cada uno es lo que es, sin agregados ni disimulos. Un rey que se manifiesta por su verdad, por la coherencia que existe entre sus enseñanzas y su vida; verdad que no consiste en grandes discursos ni en unas leyes. Su verdad es él mismo, entregado totalmente por la liberación del pueblo. Jesús rey nos exige romper con todo esquema de mesianismo político y guerrero, y seguir su mismo camino. No es súbdito de Jesús rey el que empuña la espada, sino el que toma su cruz y lo sigue. Jesús clavado en la cruz ridiculiza las pretensiones de los hombres religiosos de apoderarse del poder y de las riquezas a la sombra de la fe. A partir de este rey no es posible tomar en serio las pretensiones de fundar y mantener un reino que domine sobre los hombres; que acumule riquezas; que dé sensación de fuerza, de autoridad coercitiva, de pompa y lujo. Jesús, con el letrero "I.N.R.I." sobre su cabeza, es la vacuna contra toda ambición de poder y riqueza que anida en la Iglesia y en cada cristiano, y nos impulsa a rechazar todas sus diplomacias con las fuerzas políticas, militares y económicas. Jesús es rey donde hay un hombre que se convierte a la verdad, cambiando los valores recibidos de la sociedad competitiva en que vivimos, y cree que es mejor ser pobre que rico, ser perseguido que perseguidor, pacificador que violento... Es rey de todos los que viven el espíritu de las bienaventuranzas. Y no nos engañemos: ninguna estructura social produce este cambio por sí misma. Los políticos que prometen la igualdad y la fraternidad sin pedir esta conversión interior potencian, a la larga, unas relaciones sociales inhumanas. El reino de Dios -la verdad del hombre- se juega en el corazón de cada ser humano.

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4. ¡Qué pocas veces sabemos lo que hacemos! "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Sólo Lucas recoge la "primera palabra" de Jesús en la cruz. Quizá fuera pronunciada varias veces durante la crucifixión y después de ella. Vive de tal manera el amor, que es capaz de comprender hasta a los mismos causantes de su trágica muerte. ¿A quiénes se refiere con sus palabras? Parece que directamente a los dirigentes de Israel, verdaderos culpables de su muerte. También es grande la responsabilidad de Pilato. No así la de los soldados romanos, que se limitaban a cumplir unas ordenanzas. Los jefes no suelen mancharse las manos directamente. A las autoridades religiosas palestinas se les había ofuscado culpablemente la mente a causa de sus intereses, por lo que se podía decir que no sabían lo que habían hecho. ¡Qué fácil es esta ofuscación cuando hay algo que perder! La mayoría de la gente no es consciente normalmente de lo que hace y de las consecuencias que ello trae. Es posible que muchos de los que intervinieron en el asesinato de Jesús lo hicieran con una cierta "buena fe", que nunca arregla nada, pero que sirve para que se les pueda excusar hasta cierto punto personalmente por "tontos útiles". Es el caso del pueblo, siempre desorientado por falta de dirigentes políticos y religiosos realmente populares, por sus divisiones internas, por el egoísmo burgués que le han inyectado, por el opio que llevan dentro las ideas religiosas que se les enseña... Jesús afirma que incluso los máximos responsables de sus sufrimientos no han sabido lo que hacían, seguros de tener la verdad de Dios por el mero hecho de ser sus máximos representantes. ¿Lo hubieran hecho si lo hubieran sabido? Personalmente creo que sí, a causa de la corrupción que siempre ocasiona el poder. Y también creo que Jesús les hubiera perdonado igualmente. 5. Se reparten sus ropas El emperador Adriano había reglamentado que las ropas del ajusticiado pertenecían a los verdugos. Es lo que hacen los soldados con los vestidos de Jesús después de crucificarlo: "Se repartieron su ropa echándola a suertes". Los sinópticos no dicen nada más sobre este reparto. Juan, para explicar que "así se cumplió la Escritura", lo detalla: "hicieron cuatro partes -con el manto, el cinto, las sandalias y acaso una especie de turbante con que se cubrían la cabeza-, una para cada soldado, y apartaron la túnica" -la prenda interior- para sortearla. La universalidad del reino de Jesús, expresada antes simbólicamente por las tres lenguas en que estaba escrita la causa de su crucifixión, la vuelve a indicar Juan ahora con el reparto de los vestidos de Jesús. Las cuatro partes en que fueron divididas sus ropas simbolizan los cuatro puntos cardinales de su reino, su extensión universal. El sorteo de la túnica, su unidad interior e indivisible. Jesús no es sólo rey de los judíos, sino de la tierra entera. Esta universalidad no significa división: la "túnica sin costura" quedará intacta para señalar la unidad. Flavio Josefo

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describe la túnica del sumo sacerdote de la misma manera que lo hace Juan. La túnica sin costura de Jesús, especialidad de Galilea, sugiere el sacerdocio universal del Mesías. Jesús es sacerdote único y universal por la ofrenda de la propia vida -sin ningún tipo de sacramento-, única forma de serlo de verdad. De poco sirve un sacramento si no es signo de esa entrega. Las palabras "tejida toda de una pieza de arriba abajo" indican que la unidad viene de lo alto, del Padre. Muchas veces habló Jesús de la pobreza y de hacerse pobre. Ahora se le ha quitado todo lo que poseía: la libertad, con la crucifixión; la honra, al ser contado entre los malhechores; los vestidos, como derecho de sus verdugos. Al serlo todo, era preciso que no tuviera nada. La plenitud del ser consiste precisamente en el despojo total. Una plenitud que iremos alcanzando en la medida en que lo demos todo y nos entreguemos desprendidos al amor. La lista de los despojados de la tierra es interminable: los humillados de mil formas, los escarnecidos, los torturados, los difamados y calumniados; los privados de su dignidad, libertad, confianza, respeto, honor y de los más elementales derechos humanos; las innumerables personas que son manipuladas por las más refinadas técnicas inventadas por la propaganda, los medios de difusión social, la televisión... Somos cómplices de estos despojos cuando quitamos a alguien la dignidad con nuestros chismes, insinuaciones; cuando tratamos a las personas como a cosas o nos aprovechamos de ellas, cuando cedemos a la curiosidad y pisoteamos la intimidad de los demás, cuando dejamos al descubierto los defectos de los otros y encubrimos e ignoramos sus cualidades... Después del reparto, los soldados se sentaron para hacer la guardia hasta que murieran los condenados. El juego de los dados era una forma corriente de entretenerse para hacer más llevadera la espera. 6. Las burlas al crucificado y segunda palabra Los tres evangelistas sinópticos -Juan no habla de ello- nos relatan a continuación las reacciones de los espectadores; cómo Jesús se encuentra en el más completo abandono. El sufrimiento del suplicio de la cruz es incalculable. Sin embargo, tengo la impresión de que es más fácil soportar el dolor físico que aguantar la maldad y la estupidez de los hombres, sobre todo cuando llegan a ciertos abismos de maldad. Es probable que los clavos duelan menos que la idiotez humana volcada contra el torturado. Lo que Jesús ve y experimenta colgado de la cruz es tremendo. Son horas llenas de los insultos y escarnios de "los que pasaban" (Mateo y Marcos), de "los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores", de "los soldados" (Lucas) y de "uno de los malhechores crucificados" con él (Lucas). Mateo y Marcos no especifican, y dicen que "hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban". Es la seguridad irónica de una sociedad que no entiende la verdad que lleva

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dentro la radical pobreza de Jesús, que supera la capacidad de comprensión del hombre que no ha elegido ser pobre. Para hacer la experiencia de Dios y de Jesús hay que ser pobre. ¿De ahí tanta ambigüedad en nuestra vida de cristianos? "Los que pasaban" se burlaban "meneando la cabeza", gesto oriental de desprecio. La acusación que le han formulado en el proceso judío unos falsos testigos se ha difundido entre el pueblo, convertido en comparsa de los dirigentes. Si quiere probar que es el Hijo de Dios, tiene que bajar ahora de la cruz y salvarse. Para ellos la salvación consiste en poner a salvo la vida física. La frase está redactada como dos de las tres tentaciones del desierto (Mt 4,3.6; Lc 4,3.9). Al fundamentar ellos su fe en un dios de poder que se impone al hombre y lo domina, Jesús debe demostrar sus afirmaciones con un acto de poder. Pero Jesús no ha venido para deslumbrar a la gente con milagros espectaculares, como creían entonces y seguimos creyendo ahora. Un hombre que acaba de esa forma no puede ser Hijo ni amado por Dios. Al ultrajar a Jesús, ofenden también al Padre. El segundo grupo que lo insulta está formado por las tres categorías que componen el sanedrín. Posiblemente, formando un grupo ostentoso con sus llamativas vestimentas y hablando en voz alta para que se les oyese bien. Le echan en cara su impotencia, gran escándalo para los hombres que identifican razón y fuerza. Jesús ha pretendido salvar al pueblo, liberarlo de la opresión, y él mismo ha acabado en el patíbulo. Su fracaso demuestra a las claras su sinrazón. Si pretende ser el rey de Israel, debe manifestarlo con un poder excepcional. Le piden el milagro. No pueden creer en un Mesías que no haga prodigios. Para ellos es imposible que el Hijo de Dios sufra y muera de ese modo. Todo lo juzgan desde sus categorías de poder. ¿Por qué no te ayuda Dios? ¿No es su silencio la prueba de tu error? Y no es un razonamiento meramente humano: existen textos bíblicos que aseguran que Dios interviene siempre a favor de sus elegidos, aunque sea en el último momento, para derrotar a los enemigos y hacer triunfar al justo. Si no puede salvarse, si Dios no le salva, significa que han tenido razón al tomarlo por un falso Mesías, por un impostor y un blasfemo. La muerte de Jesús en la cruz es la gran prueba de la fe; una prueba que hemos de superar constantemente, porque nunca la acabaremos de entender del todo. Para el que acepte la dialéctica del poder, la muerte de Jesús es incomprensible, y se verá obligado a hacer de ella esa lectura burguesa a la que estamos tan acostumbrados. El tercer grupo sólo lo menciona Lucas, y está compuesto por los soldados. Por último, uno de sus compañeros de suplicio le insultaba algún tiempo después de la crucifixión, pues sus palabras hacen suponer que ya se había recuperado algo de los espasmos causados por los clavos. Además, lo injuriaba con las palabras que oye a los demás. "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino" (Lucas). No es fácil ahondar en la grandeza de este acto de fe realizado en un momento de máxima abominación, entre las burlas de los que los rodean. Proclama la realeza de Jesús en el momento menos triunfal. Ha dicho lo

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esencial: ha confesado sus pecados -"lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos"-, ha proclamado la inocencia de Jesús -"éste no ha faltado en nada"-, ha obligado a callar al compañero atrevido -"¿ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio?"-, declara que cree en el reino de Jesús y reconoce que la muerte es la puerta de entrada en él. El compartir el mismo suplicio de Jesús le ha hecho tan lúcido que intuye y proclama unas verdades fundamentales. Y así podrá acompañar a Jesús a su reino: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso". Es la "segunda palabra" de Jesús, que, al igual que la primera, sólo nos transmite Lucas. Los dos bandidos crucificados con Jesús han adoptado con él actitudes muy diferentes. Uno ha tomado parte en las burlas, el otro supo llenar el poco tiempo que le quedaba de vida y reconoce en Jesús al Mesías. ¡Ojalá seamos capaces de creer en Jesús como Mesías de la misma forma que este primer santo cristiano, canonizado directamente por Jesús! 7. Su madre no faltó a la cita con el dolor Juan es el único evangelista que nos informa de que al pie de la cruz de Jesús estaba su madre con algunas mujeres y él mismo. Es la segunda vez que aparece María en este evangelio. La primera fue en las bodas de Caná de Galilea (Jn 2,1-12). La escena debe tener lugar poco antes de la muerte de Jesús, cuando los primeros síntomas de la agonía comenzaban a acusarse, porque sólo entonces podía dejar el centurión acercarse a las cruces a los familiares. Únicamente unas mujeres y el discípulo más joven. ¿Dónde está la multitud que quería hacerle rey, los ciegos, los leprosos, los lisiados, todos los enfermos curados..., los demás discípulos? ¡Menos mal que Jesús no había entregado su vida al servicio del pueblo para que éste se lo agradeciera! La madre no falla. Una madre que le ha dejado completamente libre para la misión que le había confiado el Padre y que durante los éxitos de su vida pública prácticamente ha desaparecido de la escena. Ahora reaparece para vivir la última consecuencia del "sí" inicial (Lc 1,38). El Hijo puede contar con ella incondicionalmente. "Mujer, ahí tienes a tu hijo...; ahí tienes a tu madre". Es la "tercera palabra" de Jesús, exclusiva de Juan. Su madre quedaba sola y quiere que cuide de ella su discípulo más amado. Esto prueba que María no tenía más hijos y que José ya había muerto, pues, de lo contrario, a ellos o a él les hubiera correspondido protegerla. La tradición no descubrió en este texto el sentido de la maternidad espiritual de María sobre los cristianos hasta siglos después. A partir del siglo XI, ya es bastante conocida esta interpretación. Desde Dionisio el Cartujano, siglo xv, el sentir cristiano y la literatura le dan

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ordinariamente esta interpretación espiritual. Juan no lo debió entender de momento, sino más tarde a la luz de Pentecostés. 8. Jesús se siente abandonado "Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda la región", nos dicen los sinópticos. Parecen aludir a los tres días de tinieblas sobre la tierra de Egipto (Ex 10,21-23). Lo mismo que entonces fueron anuncio de liberación para los israelitas, lo son ahora para todos los pueblos. Anuncio, no realidad, del nacimiento del mundo nuevo. De momento, el poder de los explotadores de los pueblos ensombrece el futuro de la historia humana en todas sus épocas. La "cuarta palabra" de Jesús nos la ofrecen Mateo y Marcos: "Eloí, Eloí, lamá sabaktaní? -Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?-" Es media tarde, hacia las tres, cuando las pronuncia gritando. Jesús, que ha llegado al fondo de su angustia y soledad, experimenta el abandono hasta del Padre. Es el abandono del que se siente al final desmentido, del que no sabe si su esfuerzo en favor de los hombres servirá para algo. La angustia que revela el grito muestra su perplejidad sobre la eficacia de su muerte en la historia. ¿No es el fracaso de los mejores lo que causa en gran parte la incredulidad del pueblo? Si nos abrimos al grito de Jesús, no podremos cerrarnos luego a los gritos de todos los demás: enfermos, hambrientos, torturados... Un grito que sólo se puede acallar con mucho ruido... o con un gran silencio. Algunos de los presentes cambiaron "Eloí" por "Elías". ¿Confusión o chiste de mal gusto? Son posibles las dos respuestas. Quizá alguno que desconocía el arameo cometió la equivocación de buena fe. Pero es más posible que las autoridades religiosas allí presentes, y felices por lo que estaba pasando, cambiaran intencionadamente los nombres, interpretando irónicamente el grito de Jesús como una confesión de su fracaso. Según la doctrina del judaísmo, Elías vendría para preparar el camino del Mesías (Mt 17,10). Aluden sarcásticamente a esta creencia para mofarse de Jesús. 9. Las "tres últimas palabras" de Jesús La "quinta palabra" de Jesús solamente nos la ha transmitido Juan: "Tengo sed". La sed era uno de los tormentos más ordinarios y atroces de los crucificados. Que Jesús tuviese sed después de todo lo padecido en la pasión es completamente natural. Desde Getsemaní hasta la cruz, pasando por los procesos, la flagelación y el camino hacia el Calvario, en el que desfalleció, la deshidratación tenía que causarle una sed abrasadora. Además, es posible que todos estos tormentos le hubieran producido una fiebre superior a los treinta y nueve grados.

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Juan no se limita a constatar algo tan evidente. Siguiendo su costumbre de servirse de estos hechos naturales para enseñarnos algo más profundo, simboliza en esta sed fisiológica la intensa tendencia de Jesús hacia Dios, su sed de fidelidad al Padre y a los hombres, su amor. Es la sed de Dios a que se refiere el salmo 63. Los soldados interpretaron, lógicamente, que tenía sed física, y uno de ellos le ofreció vinagre. Los romanos daban vinagre a los condenados para reanimarlos y obligarlos a prolongar sus sufrimientos. Incluso llegaban a rociarles las heridas con él para reavivarlas. El gesto del soldado que empapa una esponja (las llevaban para limpiarse la sangre que les saltase de los crucificados) en vinagre y se lo ofrece puede interpretarse como una última y cruel broma o como un gesto aislado de compasión. En este último caso, lo ofrecido a Jesús no fue vinagre, sino una bebida llamada "posca", muy usada por clases bajas romanas y por los soldados, que éstos habrían llevado como refresco para el tiempo que durara la custodia. Consistía en agua mezclada con vinagre y, a veces, también con huevos batidos y algún otro ingrediente. Es posible que fuera un gesto de burla y odio, simbolizados por el vinagre (Sal 69,22), como parece indicar el comentario de los otros soldados: "Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo" (Mateo). Marcos, que pone estas palabras en boca del mismo soldado que le da de beber, deja más claro que fue una burla más. Después de probar el vinagre, Jesús dijo: "Está cumplido". Es su "sexta palabra", propia también de Juan, con la que daba por terminada su misión. La misión que el Padre le había encomendado la había realizado con total fidelidad y entrega. ¡Dichoso quien pueda terminar la vida afirmando con verdad lo mismo! Sólo Lucas recoge la "séptima palabra": "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Es como una repetición de la anterior. La "voz potente" con que las pronuncia parece querer indicarnos la libertad con que muere (Jn 10,18). 10. La muerte La muerte sucedió en las primeras horas de la tarde de un viernes. El cuadro de la muerte de Jesús que ofrece Juan es más tranquilo y más familiar que el de los sinópticos: "E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu". Según Mateo y Marcos, "Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu". En Lucas, "expiró" después de haber pronunciado con "voz potente" la última palabra. Aquel que había vivido en plenitud el amor, comunicado bondad y vida, proclamado libertad y justicia, entregado totalmente al servicio de los otros con olvido de sí mismo, muere colgado de una cruz como un malhechor. Como tantos hombres que han visto romperse sus esfuerzos por una vida más justa para todos, Jesús ha experimentado en su propia carne las

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consecuencias de la miseria y opresión que aplasta a la humanidad y que parece invencible. Con su muerte, el mal-pecado del mundo parece vencer definitivamente. Para comprender la causa de la muerte de Jesús es necesario ahondar en el sentido de su misión. Jesús protagonizó un cambio radical no sólo de una manera de pensar y sentir interiormente, sino también de las estructuras tanto religiosas como político-sociales. Jesús no buscaba únicamente hombres buenos y honestos. Su proyecto abarcaba la conversión de toda la estructura humana, individual y social, personal y comunitaria. Era un proyecto totalizante y universal, porque incluía a todo el hombre e iba más allá de los pueblos, de las culturas y de los siglos. Por otra parte, la sociedad contemporánea de Jesús vivía dominada por un poder religioso y político que contradecía totalmente el nuevo proyecto de Jesús, lo que tuvo como consecuencia su abierto enfrentamiento con el régimen, con la autoridad, con las instituciones (ley, culto, templo, ética...) que regían la vida del pueblo. El conflicto entre Jesús y su sociedad llegó a tal extremo que los dirigentes religiosos y políticos decretaron su muerte como única forma de salvar "el orden establecido" y evitar toda innovación que perjudicara los intereses personales de los que regían los destinos de la comunidad judía. El cambio que protagonizaba Jesús exigía la supremacía absoluta de los valores del reino de Dios, que debían ser tenidos como única norma de la conducta humana. Era lógico que pagara con su vida su atrevimiento. Lo que él hacía no lo podían permitir..., y lo asesinaron. Jesús no murió a manos de un grupo extremista que actuara desde la clandestinidad. Murió bajo el imperio de las leyes humanas y divinas, en forma pública y oficial, después de haber sido juzgado por los tribunales religioso y político. Ambos poderes justificaron ante la historia este asesinato como una verdadera necesidad para salvar al pueblo de un proyecto corruptor. Fue un escarmiento para que quedara claro para siempre lo peligroso que es presentar un mensaje verdaderamente liberador para los pobres. Se le mató en nombre de Dios, de la ley divina, del templo sagrado, del culto, de las tradiciones religiosas..., porque tuvo la osadía de darles su verdadero sentido. Su muerte sigue teniendo vigencia y actualidad, a pesar de los veinte siglos que nos separan de ella. Nos descubre el misterio de la iniquidad humana de todos los tiempos, de la corrupción política y religiosa de siempre, de los poderes absolutos..., que matan a inocentes para mantener sus "derechos". Su muerte prematura da sentido a la muerte de los hombres, porque no se han extinguido los poderes que mataron a Jesús. Todo sistema de explotación sigue provocando hoy agonías y muertes prematuras e injustas. Veinte siglos después de que Caifás profetizara que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo (Jn 11,50), otros sentencian "conviene que pueblos enteros mueran por nosotros". Una ojeada a los periódicos de cada día es

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suficiente para convencernos de ello. La mayoría de los pueblos del planeta trabajan, sufren y mueren para asegurar las delicias de unos pocos. Con su muerte, Jesús nos ha demostrado que se puede y se debe vivir enfrentado con las injusticias y opresiones, que es posible ser hombre verdadero... De momento, él pagaba todos los gastos. 11. Efectos de la muerte Los sinópticos encuadran la muerte de Jesús entre dos signos: las tinieblas y el desgarramiento del velo del templo. Mateo añade algunos símbolos más. No es verosímil que pretendan narrar hechos históricos, difícilmente sucedidos, sino ayudarnos a profundizar en el sentido de esta muerte. "El velo del templo se rasgó". Indica que Jesús es el verdadero templo de Dios, que en adelante el Padre se comunicará con los hombres a través de él, que Dios ya no está vinculado a ningún lugar, que el antiguo santuario queda anulado. El temblor de tierra representa el impacto constante de esta manifestación divina sobre la humanidad. Que Dios se manifieste a través de un hombre crucificado será siempre escándalo para los creyentes y necedad para los demás (I Cor 1,23-25). Que las rocas se rajen significa que, a partir de la muerte de Jesús, no existe para la humanidad más fundamento sólido para construirse que Jesús mismo y su palabra, que todos los demás sistemas y seguridades se desmoronan ante él. La resurrección de "muchos cuerpos de santos" indica la llegada de los tiempos mesiánicos, que el sepulcro ya no es el estado final del hombre, que Jesús, muriendo, ha vencido a la muerte para siempre. "La Ciudad Santa" ya no es Jerusalén, ciudad asesina (Mt 23,3739), sino la ciudad consagrada por el Espíritu. "Se aparecieron a muchos" simboliza la seguridad que los creyentes en Jesús deben tener de su propia resurrección. El centurión o capitán de la guardia que custodiaba a los crucificados fue testigo del drama que se desarrollaba en el Calvario. Ha observado que Jesús no ha gritado de rabia y de dolor como otros, ni ha maldecido a nadie... Al contrario, ha pedido perdón para los culpables de su muerte, ha callado ante las burlas... Lo que ha sucedido ante sus ojos supera todas las fuerzas humanas. El centurión está convencido de que aquí está actuando Dios, de que Jesús no puede ser más que inocente. Su fe contrasta con la burla de los judíos, y representa la conversión de los paganos. El mensaje de Jesús va a quedar estéril en Israel, que seguirá aferrado a su falso mesianismo, pero será aceptado por otros pueblos. No hay fracaso de Dios en la historia, porque siempre habrá alguien venido de lejos que realice las acciones que debieran haber hecho los cercanos. "Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvían dándose golpes de pecho" (Lucas). Como pertenecían al pueblo elegido, no

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sintieron la necesidad de confesar nada... ¿Cómo será posible compaginar la asistencia a estos macabros espectáculos con la creencia en Dios? Los sinópticos hacen mención de "muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo". Y señalan a varias entre ellas. La distancia de la cruz muestra su estado de duda, su desconcierto ante lo que sucede. De los hombres, ni rastro. Sólo Juan afirma en su evangelio que él sí estuvo. 12. La lanzada A la puesta del sol, pocas horas después de la muerte de Jesús, comenzaba la pascua. "Los judíos" -los dirigentes religiosos- van a pedir a Pilato que les rompan las piernas a los crucificados y los quiten de las cruces. Según la ley judía, los cuerpos de los crucificados debían ser descolgados y enterrados antes de la noche, sobre todo si el día que comenzaba era su gran fiesta. Ya sabemos que los crucificados podían vivir varios días clavados. Desde la primera entrevista con Pilato han tenido presente la pureza legal requerida por la pascua que se acercaba. Ahora quieren acelerar la muerte de los condenados para que no estén vivos en la fiesta. Piensan que pueden romper las piernas a Jesús. No saben que es el cordero de la nueva pascua. No consideran que el crimen los impurifique, pero sí la violación de una prescripción legal. ¡A qué absurdos puede llevar el fanatismo religioso! La costumbre de romper las piernas con un mazo a los crucificados era para los romanos un castigo independiente de la crucifixión, aplicable a esclavos y desertores; pero a veces era complemento de ella y tenía como finalidad acelerar la muerte de los condenados, como en esta ocasión. Pilato accedió a la petición. Los dirigentes ya sabían que accedería, porque su petición entraba dentro de los procedimientos legales romanos en los ambientes judíos. Los soldados no harán con Jesús ninguna de las dos cosas pedidas por las autoridades judías. Ni le romperán las piernas ni lo quitarán de la cruz. Esto último será motivo de otra petición a Pilato, pero realizada por un discípulo. Los soldados rompieron las piernas a los dos compañeros de Jesús que estaban aún vivos. Lo hacían dándoles en ellas con un mazo de madera o hierro contra el palo vertical de la cruz, produciéndoles así la muerte casi instantáneamente. Jesús está ya muerto. Para ellos, y para todos los que carecen de fe, es una muerte definitiva. En lugar de romperle las piernas, "uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado". Buscaba, sin duda, atravesar el corazón para garantizar la muerte. Por la herida de la lanza "salió sangre y agua". A través de estas palabras nos presenta Juan un hondo significado. La sangre simboliza su amor hasta el extremo (Jn 13,1), al pastor que da su vida por sus ovejas (Jn 10,11), al amigo que se entrega por los amigos (Jn 15,13), su

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amor demostrado; el agua, su amor comunicado a los hombres para que también nosotros seamos capaces de dar la vida. El plan que Dios ideó para la humanidad al crearla ha sido llevado a plenitud por Jesús y debe seguir siendo realizado por sus seguidores. Con estos hombres nuevos, entregados al amor, se formará la comunidad mesiánica. El evangelista, que declara ser testigo de lo que relata, ve en esta escena el cumplimiento de dos pasajes bíblicos: "No le quebrarán un hueso" (Ex 12,46; Núm 9,12), y "mirarán al que atravesaron" (Zac 12,10). Jesús en la cruz es la gran señal en la que convergen todas las que se han ido dando en los evangelios y que da a todas su pleno sentido. Es paradójico que esta gran señal sea, de alguna manera, una antiseñal: un hombre condenado y muerto en una cruz. Nada más lejos de lo que podía esperarse como manifestación divina. Y es que el Padre se manifiesta solamente en el amor sin límites, única posibilidad para el hombre de lograr su plenitud y construir la sociedad nueva, y que suele acabar así en este mundo de pecado. 13. La sepultura La legislación romana ordenaba que el ajusticiado debía permanecer insepulto hasta que, devorado por los animales y por las aves de rapiña, sólo quedaran de él los huesos. El que por su propia cuenta enterraba el cadáver de un condenado a la máxima pena cometía un delito muy castigado por las leyes. En cambio, ya vimos que la ley judía no toleraba que los cuerpos quedaran colgados por la noche, pero enterraban estos cadáveres en un terreno especial, ya que los pecadores no debían reposar al lado de los justos para que éstos no fueran deshonrados. Después de corrompido el cadáver, sí entregaban los huesos a los familiares. Los romanos se acomodaban a las leyes judías. Alguien interviene inesperadamente para que Jesús no sea enterrado en ese terreno reservado a los delincuentes. No es ninguno de sus íntimos. Es un miembro del sanedrín contrario al asesinato que han cometido sus compañeros con Jesús. Sólo un hombre influyente podía obtener el cadáver de un crucificado del procurador romano. Quiere rendirle los últimos honores, mostrar su solidaridad con el asesinado, proclamar su inocencia. Es un "discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos" (Juan). El miedo lo ha tenido paralizado hasta ahora, en que se atreve a pedir a Pilato el cuerpo de Jesús. Urgía activar los trámites para enterrarlo (el sol se pone en Jerusalén por esos días entre las seis y las seis y media de la tarde). Pilato se lo concedió después de cerciorarse por el centurión de su muerte. Con ello sale Marcos al paso de las habladurías que corrían entre la gente sobre su muerte aparente. Le mueven varios motivos a concederle esa autorización: la costumbre romana, ser un sanedrita el que lo pide y herir a los dirigentes, que no podrán enterrarlo en los terrenos que tienen reservados a los ajusticiados.

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Le acompaña Nicodemo (Juan) para dar sepultura al cadáver de Jesús. No irían los dos solos, porque era un trabajo que requería más gente. Desclavan el cadáver y lo preparan para darle una digna sepultura. Los sinópticos no mencionan los aromas; se limitan a indicar que lo envolvieron en una sábana. Es Juan el que narra con más detalle el enterramiento. Las "cien libras de mixtura de mirra y áloe", que lleva Nicodemo, equivalen a unos 32,700 kilos. La mirra es una resina y el áloe una madera, ambas olorosas, que se usaban entre los judíos para evitar el mal olor de los cadáveres, nunca para impedir la putrefacción. Jesús es lavado y vendado con los aromas, "según se acostumbra a enterrar entre los judíos". Fue sepultado en el sepulcro de José de Arimatea, que estaba cerca del Calvario. Entonces no había cementerios como los nuestros, sino que las tumbas se excavaban en terrenos adquiridos para ello fuera de los lugares habitados (nunca a menos de veinticinco metros de ellos). Las familias ricas solían poseer sus propios terrenos para estos fines. Por los datos evangélicos y por otros conocidos de otros sepulcros podemos deducir que el lugar en que fue colocado el cuerpo de Jesús "había sido excavado en una roca", tenía de entrada un vestíbulo y dentro una cámara mortuoria con una especie de lecho en el que se ponía el cadáver. Se entraba por un boquete muy bajo abierto en la roca y que se cerraba con una gran piedra giratoria, empotrada en una ranura. Servían generalmente para dos o tres cadáveres a un mismo tiempo, y se usaban varias veces, dado que, una vez descompuesto el cuerpo, los huesos se recogían en un recipiente apropiado (osario), que se colocaba en otro lugar del mismo sepulcro. Es Jesús el primero en ser enterrado en este sepulcro. Mateo y Marcos dicen que rodaron "una piedra grande a la entrada del sepulcro". Lucas y Juan no hablan de ello. La piedra separa la muerte de la vida. Jesús, y todos los que mueran como él, no quedarán encerrados en la muerte. "Y se marchó" (Mateo). José no espera nada más. Para él la muerte de Jesús ha sido el fracaso y el fin de toda esperanza. Al ser rico no puede comprender a Jesús, porque espera un mesías para esta vida. Con su marcha nos muestra una cuestión crucial para los cristianos: la autenticidad de la fe se mide por nuestra actitud ante la muerte. Mientras ésta nos aparezca como una derrota definitiva, como el fin de toda vida, viviremos paralizados por el miedo y por la desesperanza. Según los sinópticos, unas cuantas mujeres, que han seguido a Jesús desde Galilea y han sido testigos de su muerte en la cruz, observan ahora bien el sepulcro en que colocan el cuerpo. No quieren que cuando vuelvan, pasado el reposo de la fiesta, duden de dónde está enterrado. Después preparan todo lo necesario para completar el domingo por la mañana lo que no ha sido posible hacer al anochecer del viernes por las prisas. Nosotros debemos reflexionar si con nuestro modo de vivir afirmamos que la vida de Jesús continúa o si, por el contrario, vivimos sin ningún tipo de esperanza. Sepultamos

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definitivamente a Jesús cuando lo enmascaramos con nuestros falsos compromisos, con nuestras componendas, con nuestras "rebajas" a su mensaje de liberación integral, cuando ponemos en circulación una imagen deformada, cuando nos refugiamos en el formalismo y en el ritualismo..., siempre que no consideramos aquella tumba como el comienzo de la gran historia humana: la resurrección de Jesús. 14. Sellan el sepulcro Mateo termina el relato de la pasión y muerte de Jesús informándonos de la petición a Pilato de un grupo de dirigentes del pueblo de que pusiera guardia al sepulcro para evitar que sus discípulos robaran el cuerpo (robar un cadáver estaba penado con la muerte) e hicieran creer al pueblo que había resucitado. Pilato manda sellar el sepulcro y custodiarlo. De esta forma los guardias se verán obligados a dar testimonio de la resurrección. Con este pasaje, Mateo pretende prevenir las acusaciones posteriores de muerte aparente, robo del cadáver..., para negar la resurrección. Todo esto queda descartado ante las medidas de seguridad adoptadas ante la entrada del sepulcro, y que pretenden garantizar que Jesús no saldrá de la muerte y, a la vez, mostrarnos que el rechazo de los dirigentes religiosos fue lúcido y de tan mala fe que les llevará incluso a la calumnia y al soborno.

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La resurrección

En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres: -Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: HA RESUCITADO, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí le veréis". Mirad, os lo he anunciado. Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: -Alegraos. Ellas se acercaron, se postraron ante él y abrazaron los pies. Jesús les dijo: -No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán. Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: -Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy. (Mt 28,1-15) Pasado el sábado, María la Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: -¿Quién nos correrá la piedra a la entrada del sepulcro? Al mirar vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. El les dijo: -No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. HA RESUCITADO. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: El va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo. Salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían. Jesús, resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros, que estaban tristes y llorando.

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Ellos, al oírla decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. (Mc 16,1-11) El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas, despavoridas, miraban al suelo, y ellos les dijeron: -¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. HA RESUCITADO. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea: "El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar". Recordaron sus palabras, volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los once y a los demás. María Magdalena, Juana y María la de Santiago y sus compañeras contaban esto a los apóstoles. Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron. Pedro se levantó y fue corriendo al sepulcro. Asomándose, vio sólo las vendas en el suelo. Y se volvió admirándose de lo sucedido. (Lc 24,1-12) El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: -Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Los discípulos, entonces, se volvieron a casa. Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Mientras lloraba se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: -Mujer, ¿por qué lloras? Ella les contesta: -Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Dicho esto da media vuelta y ve a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: -Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: -Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré Jesús le dice:

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-¡María! Ella se vuelve y le dice: -Rabboni! (que significa Maestro). Jesús le dice: -.Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro". María Magdalena fue y anunció a los discípulos: -He visto al Señor y ha dicho esto. (Jn 20,1-18) 1. También la muerte tiene remedio ¿Se pierde el hombre con la muerte'? ¿Se acaba todo con ella? Es la pregunta más inquietante que se han hecho -y seguimos haciéndonos- los hombres a lo largo de los muchos siglos de historia humana. ¿Por qué no nos cansamos nunca de interrogarnos si no tenemos derecho a esperar nada?... Todo hombre es una llamada hacia el infinito. O es un absurdo o tiene que existir una respuesta a esta pregunta esencial. Todos los evangelios terminan con el relato de los acontecimientos pascuales. Fundamentando la antiquísima convicción cristiana de la resurrección de Jesús de entre los muertos, fruto de la acción del Padre. Esta fe la profesó la Iglesia en símbolos (1 Cor 15,34), la expresó en la predicación (discursos del libro de los Hechos de los Apóstoles) y la cantó en los himnos (Flp 2,6-11). Es corriente considerar la resurrección de Jesús como un milagro biológico por el que un cadáver vuelve a la vida para no abandonarla; o centrar toda la atención en la narración de los relatos de los evangelistas, como si éstos trataran el tema de una forma minuciosa, algo así a como hacen los periodistas y los historiadores modernos. Esta interpretación nos llevaría a una confusa conclusión: existen claras contradicciones entre los mismos evangelistas y con Pablo. La resurrección no es una vuelta a esta vida, sino un paso hacia adelante, hacia una vida nueva en comunión con el Padre y con toda la humanidad. Para las primeras comunidades cristianas, la resurrección de Jesús fue el acontecimiento fundamental de su fe. y los relatos una forma de ahondar en el sentido de ese hecho. Es lo que debemos hacer nosotros: abrir bien los ojos para saber descubrir el significado o los significados profundos de ese signo llamado "resurrección", que será siempre para la ciencia y para la historia un verdadero enigma. La resurrección no se instala en el más acá de la historia, sino en el más allá, pues es la entrada en el reino definitivo de Dios y su suprema manifestación. Toda la existencia de Jesús fue un constante abrirse a la verdadera vida humana, tanto con sus palabras como con sus obras. Y así, su resurrección consistió en alcanzar la

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meta y la plenitud de esa vida, la liberación total de todas las ataduras y limitaciones que nos oprimen a los hombres. En él, el reino del Padre, la nueva humanidad, es ya una realidad. Un reino que no se cierra en él, sino que pasa a ser, en la esperanza, patrimonio de todos los hombres. Jesús no se encontró de repente y por sorpresa con la resurrección, sino que recogió en su muerte lo que había sembrado durante su vida. Luchó por hacer realidad, ahora y aquí, el reino de Dios entre los hombres. Curó a los enfermos, dio respuesta a las ilusiones y esperanzas de los pobres, se enfrentó con las mentiras e injusticias de las autoridades, rebatió los esquemas religiosos de unos dirigentes corrompidos por el poder y la ambición..., sin pensar en ningún momento que todo se iba a resolver en la otra vida. No fue un piadoso idealista, ni un romántico de la revolución social, ni un poeta de la utopía. Si se hubiera limitado a eso, habría muerto de viejo y en la cama. Jamás se cruzó de brazos para que Dios y la muerte solucionaran los problemas de los hombres. Es esta actitud pasiva, tan extendida entre los cristianos, la que fue definida en el siglo pasado como "opio del pueblo". En el asesinato brutal de Jesús en la cruz veíamos la muerte anónima, silenciosa o heroica de millones de hombres sacrificados a través de los siglos por los intereses inconfesables de los que se apoderan, incluso "democráticamente", de los gobiernos y de los bienes de los pueblos. Aquel asesinato, a todas luces inútil y sin sentido, no era la última palabra del Dios de Jesús. Si la muerte del Hijo se refleja en cada dolor humano, su resurrección brilla en cada avance del universo, en cada esperanza de mejora humana y social, en cada sonrisa de niño, en cada noble proyecto del joven, en cada esfuerzo del adulto por ser mejor y por hacer mejor la humanidad... Desde la resurrección de Jesús, los sufrimientos y las muertes de los que trabajan por la libertad y la justicia, por el amor y la paz, por la verdad..., no son un absurdo ni una pérdida definitiva. Aparecen como una positiva contribución a la caída de toda estructura opresora -sea del signo que sea- que impida al hombre alcanzar la plenitud para la que fue creado por Dios. Que tal resurrección sea una utopía o un sueño de niños ingenuos es algo inútil de discutir: se cree o no se cree. Pero el cristiano ni puede avergonzarse de creer en esta utopía ni vivir como si no creyera en ella. Es precisamente por la utopía de creer en el reino de Dios por la que podemos llamarnos cristianos. Esta esperanza es la palanca que mueve la historia. Con su muerte en la cruz culminó Jesús su triunfo en la vida. Un triunfo que había comenzado cuando prefirió la pobreza de Belén, la oscuridad de Nazaret, la compañía de publicanos y pecadores, el dolor de los enfermos...

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2. El núcleo de nuestra fe Así como la muerte es la realidad más trágica del hombre, la resurrección es su máximo gozo, porque celebra el nacimiento del mundo nuevo. Creer en la vida eterna es esencial a la fe. El ritmo mismo de la naturaleza, las aspiraciones más profundas del hombre, el progreso de la humanidad y del universo son siempre marcha hacia adelante, esfuerzo de superación hacia un desarrollo definitivo más allá del tiempo presente. El grano caído en tierra no está condenado a morir; de él brota una vida más rica y abundante. El grano no muere, florece en otra vida más hermosa y noble... En el mismo plano humano, los hombres no morimos definitivamente; vivimos en los otros, en los hijos, en los nietos... y también en todos aquellos a los que se ha amado. Vivimos en nuestros actos y en las consecuencias de ellos hasta el fin del mundo. Hay cristianos que dan la impresión de haberse quedado en la muerte de Jesús, limitando su fe a una lucha por un mundo más justo. Otros, por el contrario, parece que han llegado a la pascua con gran facilidad, a través de un atajo -las prácticas religiosas de cualquier tipo- descubierto con astucia para evitar el camino incómodo del compromiso personal. Y han presentado estos caminos desfigurados como el verdadero. Unos y otros han hecho de la fe algo muy "razonable". El verdadero creyente, si quiere ofrecer un testimonio completo, debe unir la pasión y la muerte de Jesús -la lucha por el mundo nuevo, celebrada en los sacramentos- con su resurrección. Se llega a la alegría de la pascua únicamente a través de las tinieblas del Calvario. El que se queda en la muerte o salta por encima de la cruz, no podrá reconocer al Resucitado. El cristiano es un hombre que cree en Dios. Pero no es necesario ser cristiano para creer en Dios: hay millones de creyentes en Dios que no son cristianos. El cristiano cree en una vida que no termina con la muerte. Pero tampoco es exclusiva nuestra creer en la eternidad: otros muchos esperan otra vida sin ser cristianos. El cristiano cree que la vida verdadera se basa en el amor, en la justicia, en la verdad, en la libertad, en la paz... para todos. Otros muchos, incluso ateos o agnósticos, luchan por una vida de esas características. Todos estos razonamientos, y otros muchos que podríamos hacernos, no definen lo que es nuestra fe. Tampoco es suficiente decir que es cristiano el que inspira su vida en la palabra y en el ejemplo de Jesús, porque Jesús no es sólo un maestro o un ejemplo para nosotros. Nuestra fe nos pide un paso más, de una importancia decisiva: ser cristiano es creer en la resurrección de Jesucristo, que es mucho más que afirmar su salida del sepulcro con la ayuda de Dios; porque es reconocer que el proyecto de Dios se puede realizar en cada hombre, ahora sólo entre luchas y como principio, y en el

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futuro como total realidad. Quien tiene esta fe, con todas sus consecuencias, es cristiano. Quien no cree en esta resurrección no puede llamarse cristiano, por más que pueda ser una persona muy religiosa, o muy justa, o muy admiradora de Jesús. Ser cristiano es creer que Jesús, después de anunciar la buena noticia del reino de Dios siendo fiel a él hasta el final, fue resucitado por el Padre como primogénito de la nueva humanidad; y que lo que ya ha sido realidad en él lo irá siendo en cada uno de los que sigan su camino. Revelación plena del camino de Jesús, la resurrección es también la revelación de la plenitud de la existencia humana. El núcleo de nuestra fe es una esperanza en que toda lucha se transforma en victoria, toda tristeza en alegría, toda muerte en resurrección. El cristianismo es luz, alegría, resurrección, vida en plenitud y para siempre. La dificultad principal no está en saber si creemos en la resurrección -¡y ya es dificultad!-, sino en saber si tenemos ganas de resucitar; porque para tener ganas de resucitar es necesario que tengamos antes ganas de vivir. Antes de creer en la resurrección necesitamos nacer a una vida que deseemos prolongar por toda la eternidad. Nuestra esperanza de resucitar depende estrechamente de nuestra capacidad de amar. ¿Hay algo o alguien que amemos tanto que deseemos estar siempre a su lado? ¿Qué experiencias de amor tenemos que queramos vivir en plenitud y para siempre? ¿Sentimos la necesidad de resucitar y de llenar nuestra eternidad con las presencias de todos aquellos con los que nos gustaría vivir para siempre? ¿Cómo querer que resucite nuestra vida egoísta, dolorosa, triste...? Prolongarla indefinidamente, ¿no sería más un castigo que una recompensa? Solamente Dios puede soportar una vida eterna, porque solamente él ama lo suficiente para llenarla de contenido. Darnos a conocer esta vida que deseemos prolongar para siempre ha sido el encargo que el Padre ha dado a Jesús. La fe en la resurrección de Jesús no puede brotar más que de un amor verdadero. 3. Las mujeres van al sepulcro Este texto es más evangelio que ninguno, porque nos narra la gran noticia: ¡Jesús, el Crucificado, vive! Es muy significativo que los evangelistas, que tanto se preocuparon de los detalles cuando relataron la resurrección de la hija de Jairo (sinópticos) o la de Lázaro (Juan), guarden silencio cuando anuncian la resurrección de Jesús. La razón es evidente: en la resurrección de Jesús no ha habido testigos, y ni la historia ni las ciencias pueden demostrarla aplicando sus leyes y sus métodos peculiares. Es una razón más para creer en sus afirmaciones: unos falsarios se hubieran preocupado por contamos el acontecimiento con muchos detalles.

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El relato de la resurrección de Jesús lo recogen los cuatro evangelistas. Todos hablan de una visita que en la madrugada del domingo hacen al sepulcro un grupo de mujeres que acompañaban a Jesús y que habían asistido a su crucifixión y sepultura. Los relatos de los sinópticos presentan un notable parecido, dentro de no pocas diferencias. Juan sigue su propio camino. Todos emplean géneros literarios, única posibilidad de referirnos unos acontecimientos que trascienden lo humano. Los judíos nombraban los días de la semana por el lugar que ocupaban en ella, excepto el séptimo, que, por ser el día del reposo, llamaban "sábado" (significa "descanso"). Lucas es el más extenso y explícito en la narración de la visita de las mujeres, y nos dirá al final quiénes eran (Lc 24,10). "El primer día de la semana" corresponde a nuestro domingo. La visita debió ser sobre las seis de la mañana, hora en que amanece en Jerusalén en esta época del año. Su propósito no está claro. Según Mateo, fueron "a ver el sepulcro". Era costumbre visitar los sepulcros de las personas queridas, especialmente en los tres primeros días después de la muerte. Marcos y Lucas nos indican que su intención era completar el embalsamamiento del cuerpo de Jesús, dejado sin terminar a causa de la llegada de la noche. Pretenden penetrar en el sepulcro para realizar esa misión. Marcos señala que caminan preocupadas por la gran piedra que cierra la tumba. No debían tener noticias de la guardia puesta por Pilato. Parece raro que se preocupen por la piedra que cerraba la tumba, cuando eran normalmente piedras rodantes que un solo hombre podía mover y que, por tanto, también podían hacerlo varias mujeres uniendo sus fuerzas. Algunos dicen que eran piedras de gran tamaño y que para moverlas debían usarse frecuentemente palancas de hierro. Al mencionar la dificultad de removerla, las mujeres piensan que Jesús está definitivamente muerto. Creen que la muerte ha triunfado. 4. Encuentran el sepulcro abierto Las mujeres irán pasando de sorpresa en sorpresa. La primera es la piedra corrida. Su problema ha quedado resuelto. Pero son incapaces de interpretar el signo. Se habían quedado más acá del verdadero significado de Jesús y de su muerte. ¡Qué mal nos abrimos todos a la verdadera vida! Contrariamente a los demás evangelistas, Mateo describe la resurrección dentro de un contexto que nos recuerda las grandes teofanías apocalípticas de Yahvé: temblor de tierra, ángel que desciende del cielo, terror y pánico en los guardias, que se quedan como muertos; blancura de los vestidos del enviado. De esta forma, Mateo, sirviéndose de los clichés de los milagros bíblicos, nos quiere indicar que la resurrección de Jesús no es

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una simple vuelta a esta vida biológica o una inmortalidad espiritual, sino una verdadera acción de Dios en orden a la vida definitiva, un acontecimiento estrictamente sobrenatural, que ni fue visto por nadie ni pudo serlo. Ha intentado describir lo indescriptible, interpretar simbólicamente lo ocurrido: el fin del viejo mundo y el principio del nuevo. El ángel ha corrido la losa para que pueda constatarse que Jesús no está en el sepulcro. Las mujeres deben ser testigos del hecho, para comunicarlo inmediatamente a los discípulos. El temblor de tierra, como en la crucifixión, es señal de la teofanía o manifestación divina. La muerte y la resurrección de Jesús nos muestran los dos aspectos complementarios de la misma teofanía: la muerte a manos de los dirigentes manifiesta el amor que da su vida -la "debilidad" del amor-; el sepulcro vacío, señal de la resurrección, el amor que da vida -la fuerza del amor-. El ángel, revestido del poder del Padre -color blanco-, aparta la losa del sepulcro, que simbolizaba la separación entre el mundo de los vivos y el de los muertos, porque para Dios no hay más que vivos (Lc 20,38). La aparición hace inútil la vigilancia de los guardias, que irán a la ciudad a dar cuenta al sanedrín de lo sucedido. María Magdalena –que, según Juan, había ido sola al sepulcro- fue a comunicar a Pedro y a Juan lo sucedido. Al no estar el cuerpo de Jesús en el sepulcro, piensa que lo han robado. Las demás se quedan, y podrán escuchar de labios de los ángeles el anuncio de la resurrección de Jesús. 5. El anuncio de la resurrección En los sinópticos, el anuncio de la resurrección lo hacen unos enviados celestiales a unas mujeres incapaces de comprender por sí solas. En Juan se limitan a preguntarle a María Magdalena por el motivo de su llanto. "Un ángel' (Mateo), "un joven" (Marcos), "dos hombres" (Lucas), "dos ángeles" (Juan), todos vestidos de blanco, son los anunciadores o intérpretes de la resurrección. ¿Cómo conciliar estas diferencias? Ya vimos que los evangelistas tratan de introducirnos en el terreno de lo sobrenatural. El cómo no forma parte de lo que Dios quiere comunicar a los hombres, sino que tiende más bien a satisfacer nuestra curiosidad. Y así, todas pueden ser verídicas, porque las cuatro intentan decirnos lo mismo: que Dios ha intervenido en la historia cuando desde el punto de vista humano todo estaba acabado. El discurso del enviado o enviados tiene cuatro partes: exhortación a dejar el temor, lógico ante lo sobrenatural; anuncio de la resurrección, que ya les había profetizado Jesús en varias ocasiones; invitación a que se convenzan por sí mismas de la desaparición del cuerpo; finalmente, les da un mensaje para los discípulos.

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En el temor (Mateo), desconcierto (Lucas) o susto (Marcos) de las mujeres se refleja la reacción constante de los hombres ante las acciones divinas. En lugar de abrirnos con gozo a una alegría desbordante, mostramos una total incomprensión e incredulidad. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?" (Lucas). ¿Por qué nos empeñamos en cerrarnos a la vida plena y para siempre que nos ofrece el Padre? "No está aquí: ha resucitado, como había dicho". Dios no deja perecer al hombre que confía en él. ¡Jesús vive para siempre! La muerte no ha podido destruirle. El último enemigo del hombre -la muerte- ha sido vencido. La incomprensión de estas visitantes del sepulcro está motivada por su olvido de las palabras de Jesús. La alusión del mensajero a las predicciones de la resurrección que Jesús les había hecho implica un reproche a las mujeres, a los discípulos y a todos los seguidores que en el futuro no vivan fundamentados en esta gran esperanza. Si hubieran recordado esas palabras, habrían entendido el sentido de la experiencia que estaban teniendo. Los textos no dicen nada sobre cuándo tuvo lugar la resurrección. Debió ser durante la noche, como expresa la tradición litúrgica. Los tres días profetizados por Jesús se cumplieron (los judíos contaban como días completos el día ya comenzado o la parte de un día). "Venid a ver el sitio donde yacía". El mensaje de la resurrección no hubiera podido sostenerse en Jerusalén ni un día, si la tumba vacía no hubiera sido un hecho comprobado por todos los interesados. Pero la tumba vacía no es la explicación de la resurrección. Es ésta la que explica por qué la tumba está vacía. La fe en la resurrección no nace del sepulcro vacío, sino de una revelación. El ángel no había abierto el sepulcro para que Jesús resucitara y saliera con su cuerpo glorioso por aquella entrada. Su acción tuvo como objetivo mostrar que el cuerpo del Señor no estaba allí, y que pudieran de esa forma las mujeres y los discípulos comprobarlo y sacar las consecuencias de acuerdo con lo enseñado por Jesús. También para demostrar a los guardias y a las autoridades la inutilidad de custodiar a un cadáver al que Dios se había propuesto resucitar. Finalmente, las manda a comunicar la gran noticia a los discípulos. Le verán en Galilea, dicen Mateo y Marcos, adonde irá delante de ellos. Quiere separarlos del ambiente hostil de Jerusalén, después de los días terribles de la pasión. Un Dios que va delante de nosotros significa un Dios diverso de como lo pensamos, de como nos agrada imaginarlo. Porque es un Dios que no permite que nos quedemos parados, un Dios que no se deja enjaular por nuestros esquemas y ritos asfixiantes y vacíos. Han sido unas mujeres las primeras en recibir el gran anuncio; ellas, las tenidas como personas de segunda clase, las olvidadas, el pueblo humilde y marginado. Es la tónica de todo el evangelio: Dios se revela siempre a los pobres y oprimidos, a la gente despreciada, a los que la sociedad niega sus derechos, a los ignorantes. El enviado

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celestial había cumplido su misión. Había que obrar en consecuencia y decírselo a los discípulos. Nacer, vivir, morir, ser sepultado. Es la trayectoria normal de la vida humana. La resurrección de Jesús rompe esta trayectoria, supera definitivamente esta historia. El sepulcro -el de Jesús vacío- marca un comienzo, nunca un final. 6. Reacciones Las mujeres marcharon del sepulcro a toda prisa. "Impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos" (Mateo). Marcos dice que "no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían". Es la reacción normal del hombre ante todo aquello que supera sus posibilidades. Lucas afirma que "anunciaron todo esto a los once y a los demás", pero "ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron". Habría de todo en la actitud de las mujeres: primero, miedo y silencio; después, al reflexionar, se llenarían de esa alegría que dice Mateo e irían a hacer partícipes de ella a los discípulos, que, llenos de suficiencia, no las creyeron. Estas reacciones tan diversas, provocadas por el anuncio de la resurrección, nos esclarecen nuestro propio comportamiento con relación a la fe en Jesús. Porque cada uno de nosotros nos enfrentaremos algún día con la misma dificultad fundamental: creer en Jesús resucitado con todas sus consecuencias. Somos terriblemente rebeldes a la alegría. Damos la impresión de vivir cerrados y hostiles al verdadero gozo. Creemos en las guerras, en los peligros, en las crisis -las palpamos-... Pero nos reímos cuando nos encontramos con alguien que quiere convencernos de que la dicha existe. Hemos convertido en signo de madurez y de cultura el hecho de no creer en Dios, de no esperar nada de él. Con mucha frecuencia pensamos -ésa parece ser la experiencia de todos los días- que es imposible ser feliz. Olvidamos que lo que parece imposible para el hombre es lo que más fácil resulta para Dios. Es el Padre precisamente el que tiene que hacer ese imposible: hacernos felices. ¿Cómo queremos que lo haga si no le dejamos realizar en nosotros más que aquellas cosas que podríamos hacer por nosotros mismos? Es necesario que aceptemos este imposible: que la alegría invada de nuevo nuestra vida, para que Dios pueda ser en nosotros realmente Dios. Esto es lo que les sucedió a las mujeres, y es lo que nos debe suceder a nosotros ante el anuncio de la resurrección de Jesús. Su entrega hasta la muerte no ha quedado encerrada por la piedra del sepulcro, no se ha perdido para siempre... La larga historia del amor de Dios es cierta. La llamada a la vida para siempre es verdad.

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7.. Pedro y Juan van al sepulcro Los discípulos, en lugar de recibir el testimonio de las mujeres como una prueba que hace avanzar en el descubrimiento del misterio, han rehusado aceptarlo. Parece que Pedro reaccionó más tarde "y fue corriendo al sepulcro" (Lucas). Juan se incluye a sí mismo como compañero de Pedro, y señala que la noticia se la da a ambos María Magdalena. Esta visita la traen únicamente estos dos evangelistas. El primero, más esquematizada y omitiendo la compañía de Juan. Pero el relato es el mismo. Juan llega primero. Es normal, si tenemos en cuenta que era mucho más joven que Pedro. Pero no entrará en el sepulcro hasta que lo haga Pedro. Le muestra así su deferencia. Ambos comprueban que el sepulcro está vacío. Miran atentamente dentro de la cámara sepulcral, y sólo ven los lienzos en que se había envuelto el cadáver colocados "en el suelo". Juan recoge también datos del sudario: estaba "no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte". Era inadmisible que un ladrón hubiese dejado las cosas tan ordenadas. Lucas termina el relato diciendo que Pedro "se volvió admirándose de lo sucedido". La causa de su admiración es doble: una por la desaparición del cuerpo de Jesús; la otra por el orden en que habían quedado las vendas y el sudario. No se trataba, pues, de un robo. Había sido algo distinto. Ahí termina su indagación. No continúa la búsqueda de Jesús, sino que se vuelve a casa. No anuncia nada a los demás. Aún no ha visto a Jesús; solamente ha constatado su ausencia. Para dar testimonio de Jesús no basta saber que está vivo; necesitamos experimentarlo presente. Juan nos da más datos. Dice que cuando entró y observó la colocación de las vendas y del sudario, "vio y creyó". Comprendió que "hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos". Es la única ocasión en que se afirma en todo el Nuevo Testamento que alguien creyó al ver el sepulcro vacío. Es posible que Juan intente afirmar que fue él el primer apóstol que creyó en la resurrección de Jesús. Sería lo más lógico: ¿no era el discípulo más querido por Jesús y el único que había estado junto a la cruz? El amor hace lúcido y capacita para comprender aun las cosas más difíciles. 8. Las mujeres ven a Jesús Las divergencias entre los evangelistas sobre las personas y lugares de las apariciones son enormes. La solución parece indicarla Lucas en su segundo libro al decirnos que Jesús se apareció muchas veces, durante cuarenta días (He 1,3), mientras en su evangelio las reduce a un solo día. Según esto, cada uno recogió algunas como "tipo" de las

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demás; las que consideraron más idóneas para sus propósitos. Quieren también enseñarnos que lo importante no son estos relatos de apariciones, sino continuar la misión del Resucitado, como veremos en el apartado siguiente. Las primeras que vieron a Jesús bajo su nueva dimensión fueron las mujeres que lo habían seguido hasta la cruz. Según Marcos y Juan, la primera fue María Magdalena. Choca observar el silencio que guardan los evangelistas sobre la indudable aparición de Jesús a su madre. "Alegraos", les dice Jesús saliéndoles al encuentro. Ningún saludo mejor que invitar a la alegría a las que habían sufrido la tristeza de su muerte. La emoción de este encuentro se adivina. ¡Era él! "Ellas se acercaron, se postraron ante él y abrazaron sus pies" (Mateo), con todo el afecto y al modo oriental. No son solamente el sepulcro y las palabras del ángel los que documentan la fe en la resurrección; es el encuentro con el mismo Jesús en medio de los acontecimientos de la vida diaria. Las mujeres se estrechan en torno a Jesús, y sus gestos expresan gozo, veneración y oración. Pero Jesús las envía a los discípulos. El encuentro con el Resucitado ha de convertirse en testimonio y misión. Jesús les da un mensaje: "No, tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán". Es el mismo que les encargó el ángel en el sepulcro. No deben temer. Su resurrección es sólo causa de alegría. Llama "hermanos" a los discípulos, título que les da únicamente después de la resurrección. Las relaciones de Jesús resucitado con los discípulos se han hecho más íntimas, han alcanzado otro nivel. Deben dirigirse a Galilea. Allí comenzó su misión; y de esa región, situada en la frontera con los gentiles, partirán sus seguidores para anunciar el reino de Dios a todos los pueblos. Juan nos informa con detalle de la aparición de Jesús -la primera- a María Magdalena. Marcos lo hace brevemente. María ha vuelto al sepulcro a llorar la ausencia de Jesús. Ha olvidado las palabras del Maestro. No entiende que no es tiempo de llorar, sino de alegrarse, porque ha nacido el Hombre nuevo. Al mirar dentro del sepulcro, "vio dos ángeles vestidos de blanco", el color de la gloria divina. Su misma presencia es ya un anuncio de vida y de resurrección. Le preguntan por el motivo de su llanto. ¿Su presencia allí no demuestra que su llanto es infundado? María, obsesionada con su desesperanza, repite la frase que expresa su desorientación y su pena: "Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Con estas palabras de María quiere subrayar el evangelista la dificultad que experimentó el grupo de discípulos en tomar conciencia de la resurrección de Jesús. María sigue pensando que con la muerte de Jesús todo ha terminado. No cree en la fuerza de la vida ni en la inmortalidad del amor, al considerar la muerte como hecho definitivo.

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Al volverse "ve a Jesús de pie", pero no lo reconoce. No se imagina que pueda ser verdad tanto gozo. La pregunta de Jesús es la misma que la de los ángeles. Y añade: "¿A quién buscas?" Ella piensa, lógicamente, en el hortelano al estar el sepulcro en un huerto. Jesús la llama por su nombre, y ella lo reconoce por su voz. La alegría de María se desborda. Pero debe apartarse de Jesús y comunicar a los hermanos la gran noticia. Al tener Jesús una vida "gloriosa" y nueva, ya no puede tener con él el mismo trato que antes. Ahora será a un nivel distinto, en el que no es posible el contacto físico. "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro". Es el mensaje que María debe transmitir a los discípulos. Estas palabras de Jesús señalan, por un lado, la diferencia que existe entre él y sus seguidores, y, por otro, su solidaridad y unión con ellos. Dios es Padre de todos, pero no de la misma manera. María se convierte en mensajera. Su anuncio es fruto de su experiencia personal. 9. El reto de la resurrección ¿Qué realidad pretenden mostrarnos los evangelistas a través de estos relatos? Las mujeres, y posteriormente los apóstoles, se dan cuenta de que Jesús vive porque sienten hervir en ellos las ganas y la exigencia de continuar lo que él había comenzado. La fraternidad que quieren vivir, el anhelo por la llegada de ese reino que Jesús anunciaba, la necesidad de un cambio personal y social..., los interpretan como presencia de Jesús vivo en medio de ellos. Un Jesús que les empuja hacia adelante, que les hace crecer, luchar, amar, salir de su egoísmo y de su pequeño mundo. El camino esta abierto. Más allá de su muerte -y de tantas como aquella que ha habido en el mundo y habrá, sin duda- hay una fuerza, un sentido en el luchar por la justicia, una esperanza creadora, una vida personal y colectiva cuando el amor se hace concreto en la vida de las personas, una presencia vitalizadora y animadora constante... que bien pueden llamarse "resurrección". Jesús vive, y se nota en el entusiasmo de los suyos por seguir la tarea comenzada en Galilea unos tres años antes. Vive en los que siguen trabajando por hacer realidad la justicia y la libertad para todos. Vive en todo hombre que libera y se libera. Vive en el amor que no muere... La resurrección es una manera de entender la vida, la historia, cada hombre, cada pueblo, a nosotros mismos. Jesús resucitado forma parte de la vida de los que combaten por la igualdad entre todos los hombres; de los que eligen ser pobres, solidarios, justos...

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Creer en la resurrección de Jesús es confiar en el triunfo final de la justicia, de la libertad, del amor. La resurrección de Jesús es como la primera semilla de la gran resurrección de todos los pobres de la tierra. Afirmar hoy que Jesús ha resucitado no crea ninguna tensión. Si acaso, sonrisas de conmiseración. Lo que produce la crisis, la persecución, es tratar de poner en práctica las consecuencias de esta acción de Dios, que ha resucitado a Jesucristo: la justicia e igualdad de todos los hombres. Contra ella lucharán -incluso con el nombre de cristianos- todos los que se consideren perjudicados en esa nueva humanidad. 10. Los soldados informan al sanedrín Este pasaje es exclusivo de Mateo, que quiere subrayar aún más la mala fe de los máximos representantes religiosos del pueblo judío. Lo mismo que las mujeres han ido a dar la noticia a los amigos de Jesús, los soldados van a los enemigos. Los guardias de la custodia, al ver que la piedra del sepulcro estaba corrida, rotos los sellos y el cadáver desaparecido, juzgaron que lo lógico era ir a informar de lo ocurrido a los que habían pedido a Pilato la vigilancia del sepulcro. Ante el informe, se reúne el sanedrín para tratar de contrarrestar los hechos. No les interesa lo que realmente haya sucedido, sino la repercusión que pueda tener en el pueblo. Ante la realidad del sepulcro vacío, que no pueden negar, no les queda más que una posibilidad: el robo del cadáver. No quieren indagar en la verdad, y menos decirla oficialmente. Sería quedar ellos en evidencia ante el. pueblo y perder influencia sobre él. Prefieren divulgar la calumnia. Toman el acuerdo de sobornar con dinero a los soldados, que debían correr entre la gente la noticia de que los discípulos habían robado el cadáver de Jesús de noche mientras ellos dormían. ¿Qué fe en Dios puede haber en individuos que actúan de un modo tan rastrero? El bulo podía parecer creíble a simple vista. Pero, pensando un poco, se hacía difícil. ¿Quién se atrevería a acercarse a robar a un sepulcro guardado y sellado? ¿Cómo dormían los guardias, cuando el castigo por ello era gravísimo? ¿Y cómo no despertaron ante toda la maniobra, de gente y de ruidos, para hacer rodar la piedra del sepulcro? Pero alguna disculpa había que buscar, y la credulidad del pueblo es grande; pensar no es precisamente su fuerte. Además del dinero, se comprometen a defenderlos ante el procurador de su falta en la custodia del sepulcro. Era tarea fácil: si Pilato se vio forzado a poner la guardia en contra de su voluntad, no diría nada cuando se enterase si ellos no urgían. Indudablemente, se supondría que era otra jugada de ellos.

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Los soldados cogieron el dinero e hicieron lo que les mandaron. Los guardias pretorianos eran mercenarios y, por tanto, fáciles de sobornar. Insiste Mateo en el poder corruptor del dinero, arma del sistema opresor. Con dinero se habían apoderado de Jesús; con dinero quieren ahora impedir la fe en él. Termina Mateo diciendo que "esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy". La resurrección de Jesús no es un hecho controlable, sino un acontecimiento sobrenatural admisible únicamente desde la fe. Cuando se cierra el corazón a la fe, la resurrección pasa automáticamente al terreno de la leyenda.

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Por el camino de Emaús

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. El les dijo: -¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se detuvieron, preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: -¿Eres tú el único forastero de Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días? El les preguntó: -¿Qué? Ellos le contestaron: -Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron. Entonces Jesús les dijo: -¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante, pero ellos le apremiaron diciendo: -Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: -¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban diciendo: -Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24,13-35)

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Después se apareció en figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca. También ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no les creyeron. (Mc 16,12-13) 1. En la vida de cada día Jesús muerto y resucitado es la razón de ser de nuestra fe cristiana, el núcleo de nuestra esperanza, el impulsor de nuestra lucha y compromiso con el mundo nuevo, el centro del testimonio que tenemos que dar en medio de la sociedad. Pero ¿cómo y dónde experimentamos hoy los creyentes la presencia de Jesús resucitado? Muchos cristianos creen que la fe es algo que puede vivirse aparte de la vida diaria; como si fuera un añadido a ella. Y así, buscan a Dios o a Jesús por los cielos, fuera del compromiso por un mundo fraternal. No saben -¿quieren saberlo?- que la fe es un encuentro con Jesús que se produce y se desarrolla en los acontecimientos de la vida ordinaria. Los hechos diarios vividos con espíritu observador son una escuela inagotable de descubrimientos. En ellos surge la noticia de lo que sucede; mientras se camina, hay tiempo para reflexionarlos, interpretarlos, asimilarlos. Sentados no podemos llegar a parte alguna. En un camino normal, hacia Emaús, Jesús se hace presente, comenta e interpreta lo ocurrido en Jerusalén, se abre a la intimidad de dos caminantes, entra en su casa y les ayuda a nacer a la fe. Lucas condensa en tres las apariciones de Jesús: a las mujeres, a dos discípulos que van de camino y a los apóstoles. Como narrador religioso, pretende con ellas abrir nuestros corazones al gozo pascual, hacer que los corazones de los creyentes "ardan" de alegría y esperanza. Sus relatos de las apariciones difieren de los de Mateo y Marcos por su naturalidad. Los dos primeros subrayan el aspecto milagroso y extraordinario (temblor de tierra...) y destacan el miedo y el terror de los testigos. La resurrección en Lucas ha perdido el carácter de milagro de poder a la manera bíblica, para quedarse en un acontecimiento que alegra el corazón y conduce a los testigos a la oración (Lc 24,53). Marcos nos transmite el episodio de Emaús con sobriedad. Lo abrevia refiriéndonos únicamente que Jesús se apareció "en figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca". Destaca sobre todo que los otros discípulos "no les creyeron". El largo y profundo relato de Lucas es la expresión gráfica del proceso interior por el que debieron pasar los apóstoles en su fe hacia Jesús resucitado. Los dos discípulos de Emaús -única vez que se habla de ellos- son el símbolo de la comunidad cristiana

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primitiva y, también, de las comunidades de todos los tiempos hacia el Cristo de la fe. En su segundo libro, Lucas nos cuenta un episodio con idéntica estructura que éste (He 8,26-40). Nos da tres pistas para descubrir la presencia del resucitado en medio de nosotros: la palabra -"les explicó la Escritura... ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?"-, la eucaristía -"y ellos contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan"- y la comunidad -"se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros"-. Es el nuevo modo de encontrar a Jesús de los que no le hemos visto personalmente. Pero siempre que "caminemos" desprendidos y comprometidos con la humanidad. Ahí parece que apunta Lucas al colocar este entrañable relato en el último capítulo de su evangelio. 2. Jesús está presente en el hombre que camina a nuestro lado El mismo día de la resurrección, dos discípulos caminan hacia la aldea de Emaús, situada a unos once kilómetros al noroeste de Jerusalén. Habían perdido a Jesús y se dispersan; dejan el grupo de los discípulos y vuelven a su mundo viejo, a sus ocupaciones pasadas, como si la persona y el mensaje de Jesús hubieran sido un paréntesis de ilusión en el caminar de sus vidas. Lucas nos describe detalladamente su estado de ánimo. Los dos se alejan de Jerusalén, en la que siguen reunidos los demás discípulos con las puertas cerradas. La ruina de la comunidad es total. La ruptura parece consumada y las esperanzas muertas. Una nube de dudas y de incredulidad rodea sus mentes, y el desprecio por la opinión de las mujeres es evidente. Caminan derrotados, sin esperanza, desilusionados y encerrados tercamente en su posición. Lucas ahonda en el drama de los apóstoles, cuya crisis a consecuencia de la muerte de Jesús fue mucho más seria de lo que tendemos a suponer. Jesús les sale al encuentro como un caminante más. Pero este caminante no vive en la desesperanza: está sereno y confiado. ¿Por qué no lo pueden reconocer? Porque tienen vendados los ojos a causa de lo increíble del mensaje pascual: ¿cuándo se ha visto que un cadáver recobre la vida y salga de su sepulcro? Encerrados en su pena, sólo les interesa su yo. Su verdadera preocupación no era ver a Jesús, sino el fracaso que les consumía, su ilusión evaporada y su orgullo herido. Y así no pueden ver nada. Ni siquiera les interesa saber quién es el acompañante. Sólo hablan y hablan de su situación perdida. Son ellos el centro de toda la charla. Están tristes, quizá no tanto por la muerte de Jesús cuanto por el fracaso de sus planes mesiánicos triunfalistas. Así, Lucas, el evangelista de la sensibilidad humana, nos descubre el drama íntimo de aquellos cristianos que son incapaces de ver a Jesús, y nos insinúa que para ver a Jesús

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resucitado la primera condición es ver al hombre que camina a nuestro lado. Quien no ve al prójimo, no puede ver a Jesús. Es inútil buscarlo en el sepulcro: está vivo entre nosotros, tan cercano que su presencia puede resultarnos muy incómoda. No les faltaba la presencia de Jesús, como no nos falta a nosotros. Pero no son conscientes de ella porque no han ahondado en el sentido de esa vida aparentemente fracasada. En la confusión que llevan dentro no distinguen nada con claridad. No es que Jesús se haya disfrazado; es su falta de fe y de esperanza lo que oculta su presencia. 3. Necesitamos ahondar constantemente en lo que ya sabemos... "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?", les pregunta Jesús. Las palabras de los discípulos son como un resumen de la catequesis primitiva. Los dos caminantes conocen el mensaje de la resurrección de Jesús al tercer día, que él mismo les había profetizado. Han oído el anuncio de las mujeres, han visto el sepulcro vacío. Pero todo esto no basta para convencerlos: a él no le han visto. Esperaban "que fuera el futuro liberador de Israel", que terminara con la opresión de los romanos, que implantara el orden nuevo de la justicia y de la libertad sobre la tierra. Su alegría al seguir a Jesús estaba en que veían que con él estas cosas podían ser pronto realidad. Con su muerte, todas sus esperanzas de una sociedad nueva se habían derrumbado. Las palabras con que explican al desconocido su estado de ánimo son claras: Jesús ha sido víctima impotente del poder de los dirigentes religiosos judíos y de la soberanía romana. Ha sido derrotado por ellos. Y ellos soñando con sus planes triunfalistas... Su problema es muy serio y actual. No podrán -no podremos- ver a Jesús mientras no modifiquen la idea que se han formado de él, mientras no comprendan lo más esencial: que su reino no tiene nada que ver con el poder, porque es el reino del amor en el servicio fraternal. ¿Cómo lo van a reconocer en ese hombre extraño que se les ha unido en el camino? Han abandonado en el sepulcro vacío todas sus esperanzas, a pesar de haber escuchado muchas veces los pasajes de la Biblia referidos al Mesías. La muerte de Jesús les ha provocado una crisis de difícil solución al oscurecerles todas las salidas. Sus ilusiones y esperanzas han desaparecido por completo. Sin embargo, su decepción tiene un remedio: deben repasar nuevamente el mensaje bíblico para sentir la constante novedad que encierra. Es lo que hará Jesús cuando ellos terminen de formularle sus lamentos. No sabemos esperar. Somos incapaces de pagar el precio de la paciencia por los ideales que llevamos en el corazón y de sufrir en silencio. Sentimos la necesidad de ver

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reconocidas inmediatamente, y triunfadoras, nuestras ideas. Nuestra esperanza está escasamente proyectada al futuro, por lo que ya no es esperanza, sino cálculo humano. Damos la impresión de no saber ver más allá del fracaso inmediato, del dolor profundo, de la incomprensión de los que deberían entendernos y apoyarnos. Conocemos demasiado nuestra soledad, nuestras debilidades, nuestra oscuridad, para advertir a este discreto compañero de viaje que camina siempre a nuestro lado; irreconocible por nuestro cansancio, pereza, aplazamientos, cobardía, individualismo... ¿Cuándo hemos tomado en serio las palabras de Jesús y hemos profundizado en ellas a través de una oración asidua y apasionada? Por eso no debemos quejarnos si no logramos leer los acontecimientos que nos afectan personalmente. Los discípulos de Emaús son la expresión de los cristianos de hoy y de siempre que viven desilusionados, desengañados, y que, al faltarles el punto de apoyo, lo dejan todo, no por despecho ni por convencimiento. No están contra nada, pero sienten que Jesús les ha fallado... Reflejan nuestra situación actual, personal y comunitaria, de desánimo, oscuridad, falta de ilusión, diálogo sin salida, huida de la comunidad; de fáciles lamentaciones, incertidumbres y dudas. Vivimos como si Jesús no estuviera vivo, como si no fuera una fuerza para nosotros. Nos es difícil aceptar que en el sufrimiento del mundo asumido por Jesús, en el camino de la humanidad que padece y se mantiene en la esperanza, está latente la resurrección que se aproxima y que podemos adelantar con nuestro esfuerzo. 4. ... Porque Jesús está siempre más allá "¡Qué necios y torpes sois para creer en lo que anunciaron los profetas!" Por fin, los dos discípulos se callaron y dejaron que el desconocido pudiera hablarles. Comienza con un reproche: les echa en cara su insensatez, la superficialidad con que han leído las Escrituras y la ligereza con que han tomado sus enseñanzas para acomodarlas a sus deseos. Después les explica el sentido de todo lo que ha pasado y el sentido de la historia humana. Les habla al corazón y les ayuda a profundizar en los mismos textos sagrados que ellos estaban convencidos de conocer. El reproche de Jesús a los dos abatidos discípulos debemos escucharlo como dirigido a nosotros. ¿No vivimos como si el camino cristiano fuera fácil, seguro, sin lucha? No creemos que "era necesario que el Mesías padeciera" a causa de la situación empecatada del mundo. Y menos aún creemos que su camino de lucha y de sufrimientos es el mismo que tendrán que seguir sus verdaderos seguidores. Hemos de reconocer que los cristianos no sabemos leer las Escrituras. Conocemos superficialmente las narraciones, pero no profundizamos en su sentido. No basta decir

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que creemos en Jesús, porque no es difícil inventarse uno que se acomode a nuestra forma de ser y de vivir. ¡Cuántas interpretaciones de Jesús a lo largo de la historia para evitar el esfuerzo personal! ¿Quién es Jesús para nosotros? Decimos que es el Mesías, pero ¿cómo interpretó él su mesianismo? Afirmamos que es el Hijo de Dios; mas ¿qué significa en la práctica tan pomposo título? Necesitamos volver a las fuentes, como hizo Jesús con aquellos dos discípulos por el camino. Necesitamos descubrir el misterio de la existencia humana en el misterio de este Jesús que destruye nuestros mitos de falsa grandeza y nos sitúa en el verdadero camino humano y divino: el del amor hasta dar la vida (Jn 15, 13-14). 5. Presencia de Jesús en la eucaristía y en los caminos Llegan al término del viaje. Jesús pretende seguir caminando, pero es invitado a que se quede con ellos. Han atinado con las palabras justas: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída". ¿Qué haremos solos cuando llega la "noche"? Jesús se sienta a la mesa con los dos discípulos y asume la función que le corresponde como invitado: bendecir y repartir el pan, gesto propio del padre de familia. Las comidas de los judíos comenzaban con la bendición y fracción del pan. Lo que no ha logrado Jesús con sus explicaciones lo va a conseguir con sus gestos. Los oídos de los caminantes están ya muy cerrados a las palabras. Han escuchado demasiadas razones, y nada puede convencerles. Jesús unió a su enseñanza la fracción del pan, y los discípulos "abrieron los ojos y lo reconocieron". La fe se había despertado, purificado y enriquecido. Jesús resucitado está allí iluminando la aventura aparentemente fracasada de los que trabajan por la fraternidad universal. Según los evangelistas, Jesús prefería para sus manifestaciones a los discípulos la hora de la comida y la fracción del pan. Es una forma de decirnos que la reunión eucarística fue el lugar privilegiado en el que los primeros cristianos descubrieron la presencia de Jesús. La misma finalidad deben tener nuestras eucaristías dominicales. En ellas están presentes la palabra, el pan y la comunidad, lugares privilegiados de la presencia del Resucitado en medio de nosotros. ¿Son nuestras eucaristías una comida de amigos? ¿En el gesto de comer juntos el mismo pan descubrimos al mismo Jesús, Señor de la comunidad? Sólo si vivimos la celebración eucarística como un encuentro personal con Jesús vivo -que camina con nosotros- descubriremos su sentido, su valor, su posible repercusión en toda nuestra vida. Tan pronto como los discípulos reconocen a Jesús, desaparece de su vista. Más que resaltar el hecho de la resurrección de Jesús, Lucas quiere señalar que las relaciones de

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los creyentes con Jesús ya no pueden fundarse en su presencia física y visible, sino en la fe en su nueva presencia misteriosa. Ahora comprenden lo que les sucedía cuando Jesús les explicaba las Escrituras por el camino: les parecía que les ardía el corazón. Once kilómetros de camino con aquel desconocido que "no sabe lo que ha pasado", para darse cuenta al fin que son ellos en realidad los que lo ignoraban todo, porque desconocían el significado de unos acontecimientos que solamente sabían narrar. Once kilómetros de camino con aquel compañero de viaje para reconocer que no pueden prescindir de él. Lucas, con un estilo concreto, humano, vivo, tan humano y tan vivo que nos alcanza de lleno, nos presenta a dos discípulos de Jesús modificando radicalmente su interpretación de los hechos de la vida del Maestro a medida que se iba apoderando de ellos la fe en su resurrección. Al final de la larga marcha, los dos caminantes se han descubierto renovados por completo. Su comprensión de la vida de Jesús es "otra". Hasta entonces consideraban a la muerte como el fracaso definitivo de la humanidad. A sus ojos, aun el mayor profeta fracasaba estrepitosamente si su final era una muerte ignominiosa. Ahora habían comprendido y sabían que tenían que seguir profundizando para comprender cada vez mejor. La huella que dejó Jesús en los discípulos que caminaban hacia Emaús fue determinante. Se convencieron de su resurrección por los mismos medios por los que nos podemos convencer nosotros: la meditación de la Escritura, la celebración de la eucaristía en comunidades vivas y el trabajo por el reino de Dios. Si esto no nos sucede hoy, la razón habrá que buscarla en la ausencia de estos medios en nuestra vida. ¿Tienen algo que ver la mayoría de nuestras eucaristías con la última cena de Jesús? De ahora en adelante podremos encontrar a Jesús en nuestros caminos. Viaja de incógnito. Es uno cualquiera, tiene el aspecto común de las personas que me encuentro cada día. Nos espera en la cita con lo imprevisible. 6. Los discípulos dan testimonio Siempre permanecerá en el misterio saber con precisión cómo llegaron los dos caminantes a este nuevo conocimiento de Jesús. Pero lo que sí sabemos es cuál fue su reacción después de haber abierto los ojos. Los dos discípulos, olvidando su cansancio y que la noche ya había llegado, se levantan y corren gozosos a comunicar la gran noticia al resto de discípulos. El descubrimiento les lleva necesariamente a un compartir, a una comunicación, a un testimonio. Nada podía ser ya como antes. Vuelven con sus hermanos. Su puesto está allí, en la edificación de la comunidad de seguidores de Jesús, en el testimonio y la misión de lo que saben. Han descubierto que

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Jesús resucitado está allí donde se encuentra la comunidad reunida. La señal más convincente y plena de la resurrección no llega hasta que la comunidad, renovada, se pone en marcha para seguir la tarea iniciada por Jesús. Se encontraron con que la comunidad tenía la misma fe que ellos, porque Jesús se había aparecido a Pedro. Se han convencido de que el camino vivido y enseñado por Jesús era el verdadero. Esta experiencia es necesario que la adquiramos cada uno de nosotros. No basta ni debemos dejar que sean otros los que "sientan" por nosotros, los que nos digan que Jesús resucitado es el auténtico camino de la vida. Para ello necesitamos tener la mirada, el cerebro y el corazón preparados para entender. 7. ¿Cómo interpretar este pasaje? Después de su dispersión en el huerto de Getsemaní y de derrumbarse con la muerte del Maestro las pocas esperanzas que les quedaban, los discípulos fueron reflexionando lentamente todo lo que acababa de pasar de forma tan rápida y decisiva. Eran conscientes de que los acontecimientos sucedidos estaban por encima de su comprensión, de sus perspectivas sobre el futuro... Desorientados, se reunieron para intercambiar sus reflexiones en medio del abatimiento y de la pena. Según su costumbre, releyeron ciertos pasajes bíblicos y compararon lo que estaba allí anunciado con lo sucedido a Jesús. El largo cortejo de inocentes perseguidos, de profetas asesinados..., iba desvelándoles magníficamente la vida del Maestro. La liberación después de la esclavitud, los regresos triunfales después de los largos destierros..., anunciaban que la muerte del justo no podía ser definitiva. La imagen del siervo de Isaías adquiría un relieve impresionante a la luz de la pasión de Jesús (Is 52,13 53,12). Numerosos pasajes de los salmos y de los profetas se iluminaban de una forma inesperada y reveladora cuando los escuchaban y comentaban al recuerdo de Jesús. Con ayuda de la Escritura fueron ahondando en las palabras e intenciones de Jesús. Palabras e intenciones que habían velado con sus prejuicios y ambiciones terrenas. Y empezaron a maravillarse de la profundidad de sus designios, de lo acertado de sus planteamientos. Empezaron a comprender que el reino que proclamaba Jesús se abría en otra dirección muy distinta a la que ellos habían interpretado. Y así, el conocimiento de Jesús se fue reforzando al caminar en común. Se sentían cada vez más cerca de él cuando se juntaban para la oración y para el intercambio de sus reflexiones y experiencias. Y cuando querían hacer esta presencia realmente

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viva y sensible, obedecían a su recomendación en la última cena: se sentaban, como tantas veces lo habían hecho con él, y compartían el pan y el vino. Y era tan grande la intensidad de su visión interior y tanta la fuerza de su recogimiento y de su amistad, que la presencia de Jesús se les hacía casi palpable, evidente, y lo reconocían como nunca hasta entonces lo habían reconocido. Se desbordaba su alegría, su fe se hacía comunicativa y contagiosa y no podían menos de empezar a anunciar a los demás aquello mismo que llenaba sus corazones. Se sorprendían diciendo cosas que aprendían ellos mismos al decirlas. Ya no echaban de menos el tiempo de la vida terrena de Jesús. En medio de las más duras persecuciones -libro de los Hechos de los Apóstoles-, de los fracasos y de los golpes, experimentaban que el Señor estaba con ellos y entre ellos más vivo que nunca, que Jesús era su misma vida...

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En la comunidad reunida

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. Tomás, uno de los doce, llamado El Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: -Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre. (Jn 20,19-31) Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: -Paz a vosotros. Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo: -¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría y seguían atónitos, les dijo: -¿Tenéis ahí algo que comer?

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Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: -Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse. Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: -Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto. (Lc 24,36-49) 1. Significado de la pascua El hombre moderno da la impresión de haber perdido el sentido de la vida. Vive cada vez más de prisa, incapaz ya de detenerse. Vive en la superficie de muchas cosas; pero ha perdido el sentido de lo esencial, de la profundidad, de lo maravilloso. Ha perdido el sentido de Dios, de la trascendencia. Está todo tan programado -el trabajo y el paro, el ocio, las fiestas, los estudios, las reuniones...-, que es casi imposible que los hombres nos paremos a contemplar. Todo parece indicar que hoy los hombres tenemos prisa por llegar... a ninguna parte..., pero cuanto antes. Rozamos las cosas y las personas, pero sin entrar en comunión con nada ni con nadie. Y así, nuestros ojos miran rápidamente, de pasada; pero no ven. Y las maravillas de la creación se convierten en objetos de consumo, no de contemplación. Si hay algo que pueda todavía detener momentáneamente a los hombres en su carrera es un acontecimiento sensacional, de proporciones gigantescas. Pero también este hecho sensacional es absorbido rápidamente por la indiferencia o anulado por otro acontecimiento posterior. Sin la capacidad de maravillarse, el mundo está firmando su propia destrucción. Una destrucción de otro signo que la siempre posible aniquilación nuclear, pero no menos peligrosa. Sólo del sentido de lo maravilloso nace la estima por las cosas y por las personas. El inicio de nuestro gozo está en comprender que una vida sin maravilla no merece la pena ser vivida, que las mejores cosas de la vida -amistad, alegría, justicia, paz, amor, naturaleza...- aún no están racionadas y son "gratis". La realidad más esencial de nuestra vida se abre exclusivamente al espíritu capaz de admirarse. El hombre corriente ve en los hechos un mínimo de significación; en cambio, para el poeta están llenos de significados. Al hombre de fe le pueden llevar a Dios, "pues en él vivimos, nos movemos y existimos" (He 17,28). Nuestro encuentro con la realidad puede acontecer a través de dos caminos: el de la utilidad y el de la contemplación. El primero nos limita a acumular datos, nociones, informaciones, que nos permiten conocernos superficialmente y dominar el mundo

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externo. En nombre de la utilidad y de la posesión asaltamos el mundo, en vez de entrar en comunión con él. Saqueamos y arrebatamos las cosas, en lugar de acogerlas y asimilarlas. Un ejemplo claro lo tenemos en el "progreso" moderno, que está destruyendo el equilibrio ecológico. El camino de la contemplación nos introduce en la estima de las personas y de las cosas, en el descubrimiento del significado de todo, hasta llegar a la comunión con toda la creación y con Dios. El lenguaje del primero es la posesión; el lenguaje de la contemplación es la poesía. Es necesario que cultivemos en nosotros la contemplación, que nos introducirá en el sentido del misterio, en la verdadera realidad, que siempre estará más allá de cuanto nosotros sepamos y logremos decir. Por esa razón nos llevará al choque con las palabras, a experimentar la incapacidad de todo lenguaje para expresarla. El hombre actual conoce el precio de todo, pero no su valor. Al perder el sentido del misterio, ha terminado por prostituir la realidad. Si queremos recuperar el valor de las personas y de las cosas, hemos de acercarnos a la realidad por medio de la contemplación y del misterio. Contemplación que nos conducirá a no pararnos en ellas, sino a llegar, juntamente con ellas, a la fuente de todo: Dios. Por la contemplación, el hombre religioso experimenta que las cosas le indican inequívocamente la dirección del Creador. ¡Dios no habla, pero todo nos habla de Dios! Jesús anunció a la humanidad la liberación total de todas las alienaciones de la existencia humana: dolor, odio, vacío, soledad, individualismo, pecado... y, ¡por fin!, también de la muerte. A esta revolución de los fundamentos de este mundo la llamó "reino de Dios". Pero su muerte pareció que enterraba todas las esperanzas... Después de su muerte aconteció algo inaudito y único en la historia de la humanidad: Dios lo resucitó y lo reveló a sus discípulos. Con ella, una esperanza indestructible penetró en el corazón humano. La puerta hacia la vida eterna y plena estaba abierta. ¿Cómo expresar una realidad que supera todo lo que los hombres podamos imaginar? Esta es la razón del lenguaje simbólico empleado por los evangelistas en sus relatos de las apariciones. Esta victoria de Jesús sobre la muerte es lo que celebramos durante los cincuenta días pascuales, tiempo cumbre de la liturgia cristiana. Contemplamos también su presencia resucitada en medio de sus comunidades, y que se manifiesta de múltiples formas. En pascua celebramos la alegría del amor que se entrega hasta el extremo, que se ofrece en el pan y en el vino, que comparte y que sirve (última cena). Una comunidad sin amor, sin responsabilidades compartidas, no podrá gozar de la verdadera alegría pascual. Sin pascua-amor no hay comunidad cristiana, aunque haya ritos, oraciones, santas reglas y hasta un techo común. En esto se diferencia la comunidad cristiana de las demás comunidades: su centro es el amor de Jesús resucitado, la esperanza de rena-

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cer constantemente (Jn 3,3-8). Quien no muere cada día a su pasado para renacer al futuro que se debe construir, no puede llamarse cristiano. La pascua nos obliga a distinguir lo verdadero y esencial de lo falso y accesorio. La alegría pascual surge de la hondura interior, fruto del Espíritu. La pascua celebra la victoria del hombre libre que, al descubrir lo que es, vive como es y nada le impide ser lo que es. ¿Cómo entenderlo sin contemplación? 2. El miedo los tiene paralizados El texto que vamos a comentar es una catequesis sobre la resurrección. Una catequesis muy actual. Nos presenta la aparición de Jesús a los suyos el mismo día de su resurrección (Lucas y Juan), y de nuevo "a los ocho días" (Juan). Las dos -una sin Tomás y la otra con él- tienen lugar estando reunidos los discípulos y en domingo. Jesús no puede ser visto ni reconocido fuera de la comunidad reunida en su nombre (Mt 18,20). El mismo día de la resurrección de Jesús, sus discípulos están reunidos en una casa. La situación en que se encuentran -"al anochecer..., con las puertas cerradas, por miedo a los judíos"- muestra su desamparo en medio de un ambiente adverso. El miedo los tiene paralizados. Es un grupo que se ha reunido para encerrarse y aislarse de los demás. Mutuamente se consuelan por el fracaso de sus ilusiones y esperanzas. El miedo es fruto de su inseguridad, de su falta de fe en Jesús resucitado. El mensaje de las mujeres no les ha liberado todavía de él. Quieren pasar desapercibidos, no llamar la atención, no establecer relaciones con nadie. Es la actitud que parecen tener muchas comunidades cristianas laicas y religiosas en la actualidad, desconocedoras de que si cerramos las puertas a los demás, las cerramos a Jesús vivo y presente en los otros. ¿Qué puede hacer una comunidad encerrada, sino vegetar? Al poco tiempo muere en sus miembros el sentimiento, el afecto, las iniciativas, las esperanzas, el deseo de caminar y progresar. Como los discípulos del relato, estarán juntos pero no vivirán en comunidad, al no unirles la fe en Jesús resucitado. ¿Qué puede unir a un grupo de personas que ya no saben mirar hacia el futuro? Encerradas en sus cuatro paredes, su vacío será cada día más desolador. Sólo la presencia del Resucitado les dará la firmeza y la alegría necesaria en medio de la hostilidad del mundo.

3. La paz de Jesús "Mientras hablaban" los dos caminantes de Emaús (Lucas), "se presentó Jesús en medio de sus discípulos". Ya no es un hombre como los demás, puesto que pasa a través

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de las puertas cerradas. La resurrección le ha otorgado un nuevo modo de existencia corporal. No es un espíritu: se le puede ver y tocar. Viene a llenar el vacío de los suyos, a devolverles la ilusión y la esperanza, a abrir las puertas y las ventanas cerradas de las casas que se dicen suyas. Ya nada ni nadie podrá obstaculizar su acción. El único verdadero escollo que tendrá siempre será su propia comunidad, los que están dentro; sólo ellos pueden tergiversar su mensaje y su vida, presentarlo como no es. Y es éste el único y verdadero peligro, como ha demostrado y sigue demostrando la historia de la Iglesia. "Paz a vosotros". Su saludo es todo un proyecto de vida. Es la paz del profeta, del inconformista, del rebelde con causa, del pobre, del perseguido por ser justo... Una paz que es fruto de la lucha por la nueva humanidad; la paz del que ha vencido al mundo (Jn 16,33) y a la muerte. En medio del temor a la persecución que domina a los discípulos, Jesús los urge a la paz. Emplea la palabra "Shalom", saludo familiar para todo israelita. Jesús nos da su paz, que en él indica plenitud, bienestar, alcanzable solamente por medio de una íntima comunión con Dios. Como de la alegría, también de la paz podemos decir que existen dos tipos: la nuestra y la que nos proporcionan los demás. La nuestra es inalterable; la que nos dan los otros es precaria y provisional. Si alguien o algo me hacen perder la paz, es prueba de que mi paz no es mía, es prestada. La paz que no es nuestra dura mientras todo va bien. En cambio, la paz nuestra permanece también en medio de los fracasos. Jesús nos da su paz. Es una paz diferente, porque si nosotros la acogemos se convierte en nuestra; se sitúa en las profundidades de nuestro ser. Si acogemos a Jesús, con todas las consecuencias, alcanzaremos la plenitud de nuestro ser. No nos faltará nada. Habremos conseguido la paz. La paz es el signo más evidente de que hemos abierto nuestra vida totalmente a Jesús. Esta paz, más que una conquista, es una elección: la elección de un todo. La paz es una totalidad. No se puede tener un poco de ella. Tener un poco es no tener nada. Es un don extremadamente comprometido, como lo es el que nos la regala. "Les enseñó las manos y el costado", signos de su amor y de su victoria. No deben temer a la muerte que puedan infligirles los enemigos de la verdadera vida, porque ya nada ni nadie podrá quitarles la única vida que merece la pena ser vivida: la que él les comunica. "Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor". No es un fantasma; es el mismo condenado a muerte. Cuando la pena es más honda y más sin futuro, la alegría se torna más desbordante. Jesús ha muerto a un modo de vida, y ahora retorna para continuar en medio de ellos. La alegría es el signo de la presencia de Jesús resucitado.

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Es en comunidad donde podemos palpar la presencia de Jesús como un bien común. También nos da su paz y su alegría como dones comunitarios. Quien no comparta su vida con los demás, no podrá alcanzar la paz y la alegría de Jesús resucitado, siempre presente en medio de los que comparten la paz, la alegría y la unidad del Espíritu. La alegría de la comunidad cristiana es fruto de la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza de la muerte, la expresión de una profunda paz interior. La alegría, como la paz y la unidad, son virtudes que brotan de la pascua. Salen de dentro de nosotros mismos, del interior hacia afuera. No es producida por lo bueno que hay en el exterior, sino por el bien que tenemos dentro: la presencia de Cristo. Así lo entienden los discípulos, que se llenan de alegría a pesar del ambiente hostil que seguirá fuera. Muy pronto comenzará contra ellos la abierta persecución del sanedrín, como nos cuenta detalladamente el libro de los Hechos. La alegría que depende del exterior es muy limitada, porque no suprime la cobardía ante la vida ni tiene nada esencial para fundamentarla. Su alegría brotaba de la presencia del Señor, que jamás abandonaría a los que creyeran en él. A partir de la resurrección de Jesús, contemplada desde la fe, todo cristiano tiene la obligación de ser optimista, porque no se puede ser creyente sin esa alegría profunda que brota de una fe consecuente. Si la fe no nos sirve para los momentos difíciles, ¿para qué la queremos? 4. Los detalles de Lucas ¿Ha resucitado Jesús y ha sido visto por sus discípulos? ¿Es real su triunfo personal sobre la muerte? Para responder a estas preguntas, Lucas utiliza el recuerdo de las apariciones del Resucitado, tal como se transmitían dentro de las comunidades. Sin embargo, su exposición tiene algo nuevo: al darse cuenta del peligro de interpretar estas apariciones como fenómenos psicológicos -"fantasmas", según el texto-, resalta la corporalidad de Jesús y la realidad física de su encuentro con los discípulos. Y así, quiere que le palpen las señales de los clavos y come delante de ellos. La descripción es realista, pero impregnada también de un cierto misterio. ¿Por qué dice que Jesús "comió delante de ellos" y no con ellos?; ¿por qué los discípulos permanecen "atónitos" tanto tiempo?; ¿por qué no dice el texto que le tocaron, cuando se les invita a hacerlo? Lucas refleja el descubrimiento progresivo que hace la comunidad a medida que su fe en el Resucitado se va haciendo más profunda. Lentamente van comprendiendo los acontecimientos, hasta que llegan a descubrirlos llenos de una coherencia insospechada hasta entonces. Lo importante para el evangelista es que admitamos la realidad de la resurrección de Jesús, su valor como

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principio de la nueva humanidad, su función de comienzo de la historia verdadera de los hombres. "No acababan de creer por la alegría". La resurrección es algo que sobrepasa la capacidad de comprensión humana. No acabamos de creer una pena que nos supera -la muerte de un padre, o de un hermano, o de un hijo, por ejemplo-. Lo mismo una gran alegría -la resurrección de los muertos-. ¡Qué difícil es al hombre abrirse a la vida eterna, incluso a los que hablan tanto de ella! Pero no podemos olvidar nunca que la esperanza de los cristianos se concentra en la verdad de la resurrección de Jesús y de toda la humanidad. Creer en Jesús resucitado significa cambiar toda la propia vida. Para ello necesitamos unos ojos abiertos por Dios. Después de comer "delante de ellos", les explicó "todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de él", como había hecho con los caminantes a Emaús. Este pasaje debe ser como una síntesis de las conversaciones de Jesús con los discípulos durante los cuarenta días que, según Lucas (He 1,3), se les apareció para hablarles del reino de Dios. Les hace comprender que el plan del Padre sobre él no tenía nada que ver con el mesianismo ambiental, nacionalista y político; que todo lo que le ha sucedido está anunciado en las Escrituras; que "en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén". Los discípulos serán "testigos de esto". Serán preparados por el Espíritu Santo para esta misión universal. Serán -seremos- verdaderos testigos en la medida en que anuncien su mismo mensaje. Responsabilidad que nunca reflexionaremos bastante. 5. Su misión tiene que continuar Mientras Lucas presenta a Jesús vuelto hacia el pasado con el fin de probar que su resurrección estaba prevista, en Juan está más bien orientado hacia el futuro y enviando a sus discípulos al mundo para que continúen su misión. Misión que supone una oferta de vida para siempre, de salvación-liberación para todos, fruto del Espíritu Santo. Es el Espíritu, fuente de esa vida, el que llevará a la humanidad a la comunión con Dios, con los hombres, con nosotros mismos y con toda la creación. Para introducir la misión, repite Jesús su saludo de paz. Una paz que abarca el presente y el futuro, y que permanecerá en medio de las dificultades y enfrentamientos con el mundo. "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Los discípulos deben continuar la obra comenzada por Jesús, realizarla como él: por medio del amor hasta la entrega de la propia vida. Después de la experiencia que tienen de su resurrección, están ya preparados para continuar su tarea. Por eso, haciendo uso de su cualidad de resucitado, les transmite todos sus poderes. El envío de los discípulos es prolongación del que el

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Padre le hizo a él. Deben continuar su obra comenzada, y nosotros debemos continuar la obra de los apóstoles. ¿Lo hacemos? ¿Estamos contagiando a alguien nuestra fe? ¿Sentimos la Iglesia como algo propio? No anunciamos bien a Dios si no lo hacemos apasionadamente, vivencialmente, si su anuncio no es fruto del propio convencimiento y de la propia vida. "Exhaló su aliento sobre ellos", símbolo de la vida que concede Dios (Gén 2,7; Sab 15,11; Ez 37,9-14). Con él les infunde el Espíritu, la vida que supera la muerte y que les capacita para enfrentarse a ella. "Recibid el Espíritu Santo". Jesús lo había prometido en varias ocasiones a sus discípulos, insistiendo que sólo él les llevaría a la verdad plena, a la nueva vida de hijos de Dios. Juan narra la venida del Espíritu sobre los apóstoles el mismo día de la resurrección de Jesús. Lucas, en Pentecostés, cincuenta días después (He 2,1-11), haciéndola coincidir con la fiesta que celebraban los judíos para conmemorar la entrega de las tablas de la ley por Dios a Moisés en el Sinaí, lo que explica la gran cantidad de peregrinos que había en Jerusalén de todas las partes del mundo. Se lo da para que continúen su misión, comprometiendo toda su vida en la lucha contra el mal-pecado del mundo. ¿Cómo imaginarnos la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos -unos ciento veinte (He 1,15)-? Jesús marchó, y ellos vivieron reunidos, compartiendo la oración, las mutuas experiencias y recuerdos de Jesús. Y fueron descubriendo detalles de su vida y obra que hasta ese momento les pasaron desapercibidos. Y así, poco a poco, se fueron llenando del Espíritu de Jesús, de las profundas razones de su actuar..., y comprendieron..., y se vieron impulsados irresistiblemente a comunicarlo. El Espíritu, que es Dios, está en el mundo desde su principio (Gén 1,2). Espíritu que se revela constantemente en los logros de los pueblos, en el amor y en el valor de cada hombre y cada generación. Espíritu que se ha embarcado en la misma historia de los hombres y que es para todos revelador de la palabra de Dios. Espíritu que llevará a su plenitud a la creación y a cada uno de nosotros. ¿Cómo conocer hoy al verdadero Espíritu? ¿Cómo seguirlo sin vacilaciones? Sólo un fruto revela con claridad al Espíritu de Jesús: un amor como el suyo. Todo lo demás será verdadero en tanto refleje ese amor: la institución, el culto, las palabras... "A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". Van a ser sus enviados y tendrán el poder de perdonar los pecados. Algo insólito: "¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?" (Mc 2,7). Es el fruto principal de su resurrección, el núcleo de la enseñanza que deben transmitir a los hombres. Se necesita una victoria de la magnitud de la resurrección para arrancar el mal del corazón del hombre. Allí donde la conversión-perdón se extiende entre los hombres, allí donde existe una vida fraternal..., allí tiene sentido y puede comprenderse el triunfo pascual de Jesús. Fuera de este campo de conversión-

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perdón sin límites y de vivencia comunitaria, la resurrección de Jesús se presenta como un problema mítico o como un dato nunca demostrado ni demostrable en la historia de los hombres. La muerte-resurrección de Jesús es el gran juicio de Dios contra el mal. En estas palabras de Jesús sobre el perdón ha visto la tradición católica el origen del sacramento de la penitencia. El pecado consiste en integrarse voluntariamente en el orden injusto. "Los pecados" son las injusticias concretas a que conducen la adhesión al montaje mundano y a sus principios. A los que involuntariamente han aceptado la situación de mal de la sociedad deben mostrarles el proyecto de Dios sobre ella y ayudarles a abandonarla y a convertirse, como hizo él con sus curaciones. Con los que se nieguen a ponerse de parte del hombre y se obstinen en su conducta opresora adoptarán una clara postura de denuncia, sin temer a las consecuencias que les puedan venir. Juan no concibe el pecado como una mancha o un acto malo concreto, sino como una actitud del individuo. Para él, pecar es ser cómplice de la injusticia encarnada en la opresión y explotación de unos hombres sobre otros. Cuando el hombre cambia de actitud y se pone en favor del hombre, cesa el pecado. El perdón se hace imposible para el que no reconoce su pecado o no quiere salir de él. En éstos, el pecado persiste. 6. Faltaba Tomás "Tomás, uno de los doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús". No comprendía que la muerte no era el final, sino el encuentro con el Padre; no concebía una vida después de la muerte. Separado de la comunidad, está en peligro de perderse por no haber participado de la experiencia común. No sabía que no existe verdadera adhesión a Jesús mientras no se crea en la victoria de la vida; que mientras considere a la muerte como el final no logrará la libertad de los hijos de Dios ni le será posible cumplir el mandamiento de Jesús: amar como él ha amado. El miedo a perder la vida lleva a defenderla incluso con la violencia. "Hemos visto al Señor". La frase jubilosa de sus compañeros formula la experiencia que tienen de Jesús; experiencia que los ha transformado al infundirles el Espíritu. La existencia de tal comunidad es la prueba de que Jesús vive. Tomás no acepta el testimonio de sus compañeros. No se dejó contagiar por la vivencia que invadía los corazones y las bocas de todo el grupo, que proclamaban que habían visto a Jesús. Exige una prueba individual y extraordinaria: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo". Con sus palabras subraya Tomás su testarudez. Su postura no es de creyente. Aceptará la resurrección únicamente cuando se le muestre

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su evidencia. Sólo se fía de su propia experiencia, de lo que pueda tocar y palpar. Y eso ya no es fe. Tomás sólo cree lo que ve, lo que toca. ¡Como si la única realidad existente fuese la sensible! No quiere vivir de ilusiones; no se atreve a creer en la dicha, en la alegría, en la felicidad. Parece que para él lo peor es siempre lo más seguro. Es la tercera vez que interviene en este evangelio (las otras dos: Jn 11,16; 14,5). Demuestra ser un hombre pesimista y práctico. Son duras las condiciones que pone a su rendición. Una dureza tan grande no puede provenir más que de un gran sufrimiento. Ha sufrido por la pasión y muerte de Jesús, se ha dolido de no haber estado a su lado. La consecuencia ha sido su falta total de esperanza. ¡Es todo tan actual! Tomás está muy cercano a nosotros: el camino de la fe no es fácil; requiere mucha sinceridad con nosotros mismos y salir de todo tipo de espiritualismo. ¿Creemos, o decimos que creemos? ¿Ahondamos en nuestra fe para saber si es nuestra, o es ambiental? La fe, como el amor, exige desprendimiento, pobreza de espíritu, ponerse en camino, trabajar por el reino de Dios. La fe no pide pruebas; se fía del Otro. Los cristianos no tenemos pruebas, sino signos. Y los signos máximos son los sacramentos y nuestra propia vida. La duda de Tomás no está sólo en el hecho y en la posibilidad de la resurrección, sino también en que Dios se complazca precisamente en un hombre que sufrió semejante muerte. ¿Cómo es posible que aquella muerte tan ignominiosa sea realmente una victoria? La muerte de Jesús en la cruz es la prueba evidente de su fracaso, la señal más clara de que Dios no estaba con él. No es posible que Dios esté de su parte. Los cristianos afirmamos que creemos y aceptamos esta muerte ignominiosa de Jesús. Pero con nuestro modo de vivir estamos demostrando que nuestro mesianismo es otro. ¿No buscamos el éxito? ¿En qué se distingue nuestra vida de la vida de los no creyentes? ¿En meras palabras y algunos ritos sin compromiso? 7. "A los ocho días" Al domingo siguiente "estaban otra vez dentro los discípulos, y Tomás con ellos". Se refleja la costumbre de celebrar en ese día la reunión comunitaria. "Llegó Jesús" y les saludó con las mismas palabras que el domingo anterior: "Paz a vosotros". Después invita a Tomás a que verifique en él las condiciones que ha puesto a sus compañeros para creer en su resurrección. Quiere que penetre en el profundo significado de su muerte y de su resurrección, y que sea consecuente. Acepta sus exigencias porque lo ama, porque conoce sus sufrimientos. Sabe que debe consolarlo, animarlo, abrirlo de nuevo a la vida, a la esperanza... Pero no se le aparece a él solo. Porque se unió con sus compañeros, pudo Tomás experimentar la presencia de Jesús y sentirse miembro de la comunidad.

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La respuesta de Tomás es tan extrema como su incredulidad: "¡Señor mío y Dios mío!" Confesar a Jesús como Señor es aceptarlo como lo absoluto, como aquel por el que todo adquiere su verdadero sentido y sin el que nada tiene valor. Ha llegado también a descubrir la total identificación de Jesús con el Padre: "Dios mío". Reconoce en Jesús al Hombre-Dios; al Hombre pleno y al verdadero Dios. Confiesa al Jesús total: el de la muerte y el de la resurrección. Es la más clara y contundente profesión de fe de todo el Nuevo Testamento. "¿Porque me has visto has creído?" Jesús le reprocha el no haberse fiado de la comunidad y exigir una experiencia individual, separado de ella. "Dichosos los que crean sin haber visto", porque el futuro no se puede "ver"; se cree en él, se espera en él, pero no se le puede "tocar". El que cree en este futuro ofrecido por Dios en Jesucristo es creyente. Hemos de creer desprendidamente, sin buscar pruebas de ningún tipo, fiados en las palabras de Jesús. El evangelio queda así abierto al futuro. No pidamos pruebas. Un día lo veremos y tocaremos; un día nos convenceremos de la verdad de sus palabras y de su vida. Ese día ya no podremos negarnos a la dicha, al amor y a la presencia de Dios, porque le veremos cara a cara (1 Jn 3,2). Aquel día descubriremos que lo sabíamos desde siempre, que nuestro mayor sufrimiento había consistido en aparentar no haberlo creído. Dichosos los que creen, porque serán libres. ¿Debería dejar Jesús de decir su verdad por ser demasiado luminosa? ¿Somos menos hombres porque creemos en el Hombre pleno, porque nos fiamos de las promesas del Padre? Racionalizamos demasiado la fe; por eso surgen tantas crisis.

8. ¿Cómo entrar hoy en contacto con la resurrección de Jesús? ¿Cómo podemos ahora aceptar y vivir un hecho tan insólito, tan sin precedentes? No por el camino del tocar, porque Jesús resucitado ya no es objeto de los sentidos. Hay unos ojos de la fe, una mirada profunda, contemplativa, especial del creyente, que es la que le lleva al encuentro con el Cristo glorioso. Juan es el evangelista que más profundiza en estas dos clases de ver, sobre estas dos fuentes de conocimiento: el conocimiento empírico, cientifista, que funciona mecánica y automáticamente y que se aplica a la técnica; y el conocimiento interior, personal, intuitivo, contemplativo, que es fruto de la fe, del riesgo, del amor, del compromiso, de la libertad, de la lucha por la justicia. Todos sabemos que quien no ama no opta, no confía, no se decide, no se arriesga; y vive cerrado a las realidades más sublimes y densas de la vida, porque se le escapan, le resbalan, le superan. Cuanto más sutil e

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importante es la realidad vital, más necesidad tenemos de aplicar ese mirar profundo del conocer interior, personal. Dios Padre y Jesús resucitado son las realidades vivientes y supremas que reclaman un especial esfuerzo para purificar nuestra mirada. De aquí arranca todo lo demás. Nuestra fe en la resurrección no se apoya en los sentidos. Se fundamenta en la palabra del Padre. Para el israelita, la palabra significa la fuerza de la persona que se comunica y suscita en el interior del que escucha una transformación. La Palabra, que es Jesús (Jn 1,14), nos llega hoy a través de otros hombres como nosotros. Y sabemos que es la suya porque va acompañada de hechos, de signos, de Espíritu, de un amor que vence todas las dificultades. Son estas señales las que nos lo muestran vivo, compañero y hermano en nuestra vida. La resurrección es un acontecimiento personal y social, que afecta decisivamente a la lucha que libramos los hombres por la libertad, la justicia, el amor, por la humanización y transformación de la sociedad, por encontrarnos a nosotros mismos como individuos y como comunidad. Es el anuncio de que él sigue siendo en cada época el hombre pleno, el hombre llegado a la plenitud, la meta de todas nuestras esperanzas, ilusiones y utopías; el Hombre que nos brinda a cada uno de nosotros la posibilidad del encuentro personal y absoluto con el Padre; el Hombre de la transparencia, del amor fraternal y universal, que nos empuja y nos reta diariamente; el Hombre vencedor de todo mal y de toda muerte. Es el triunfo de la humanidad utópica, "increíble", imposible de edificar con nuestras manos; el triunfo de las esperanzas de los pobres, porque el Pobre perseguido, Jesús, ha vencido el odio de los poderosos. Después de la resurrección de Jesús no tenemos derecho a perder nunca la esperanza en el triunfo final de nuestra lucha liberadora en favor de la fraternidad universal. La victoria es segura..., pero -como le sucedió a Jesús- después de nuestra muerte. Esa muerte que sigue siendo hoy ley de vida para todos. La fe en la resurrección de Jesús tenemos que vivirla como experiencia de un amor no manipulable, subversivo. Al hombre que nunca le ha sonado el mensaje de Jesús como intolerable y delictivo, no está preparado para creer en él. Desde el edicto de Milán -año 313- la fe está en rebajas, y la Iglesia se ha ido convirtiendo en unos grandes almacenes donde todos podemos entrar y apuntarnos, al resultarnos muy útil para vivir tranquilos y sin riesgos, dado su bajo precio. Jesús resucitado vive entre nosotros, está en nosotros, sobre todo en nuestra lucha denodada contra todas las formas de muerte que siguen oprimiendo al hombre de hoy. Creemos en él si estamos presentes allí donde la muerte ha clavado sus garras. Si nuestra fe no nos lleva a luchar contra toda clase de muerte, ¿cómo podremos creer en la vida?

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Con esta apertura al futuro termina Juan el relato de los hechos de Jesús. Todo lo que sigue fue añadido después. 9. Juan sólo ha contado algunos signos "Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre". Es el primer epílogo o colofón del cuarto evangelio. Después de la escena del lago de Tiberíades, el libro tendrá su segundo colofón final. El autor ha hecho una selección de los acontecimientos vividos por Jesús. La experiencia de los discípulos fue mucho más amplia de lo que está contado en el evangelio. Ellos son testigos de todo. Lo escrito tiene como finalidad conseguir la fe de los lectores y, con ella, la vida definitiva.

En el lago de Galilea

Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: -Me voy a pescar. Ellos contestan: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: -Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: -No. El les dice:

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-Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: -Es el Señor. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: -Traed de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red Jesús les dice: -Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: -Apacienta mis corderos. Por segunda vez le pregunta: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? El le contesta: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. El le dice: -Pastorea mis ovejas. Por tercera vez le pregunta: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería, y le contestó: -Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: -Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: -Sígueme. Pedro entonces, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto quería (el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te va a entregar?). Al verlo, Pedro dice a Jesús: -Señor, y éste, ¿qué? Jesús le contesta: -Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme. Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: "Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?"

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Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito: y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo. (Jn 21,1-25) 1. Tercera manifestación de Jesús en Juan Este episodio suele considerarse como un apéndice agregado después al evangelio de Juan, que habría quedado concluido con el capítulo 20. Enlaza con el relato precedente de modo parecido a como los Hechos continúan el evangelio de Lucas, aunque su extensión sea notablemente menor. Evoca el misterio de la Iglesia mediante el hecho simbólico de la pesca milagrosa. La escena tiene lugar en la ribera del lago de Genesaret, al oeste de Cafarnaún, en Galilea. Está llena de detalles de gran calor humano: las brasas, el pescado, el pan, la espera, la mutua acogida, el comer juntos... En un clima así, la exigencia se convierte en gozo, la corrección es ayuda de hermanos, el fracaso es aceptado con buen ánimo. Para todo esto es decisiva la ayuda del Espíritu. Una narración semejante nos ofrece Lucas, pero situada al comienzo de la vida pública de Jesús (Lc 5,1-11). Nada se dice del regreso de los discípulos a Galilea. Debió ocurrir al finalizar los días de la solemnidad pascual. Entre lo narrado en el capítulo anterior y lo que sigue hay un intervalo indeterminado de tiempo. Se anuncia una nueva manifestación de Jesús a los apóstoles, que aparecen situados en las inmediaciones del "lago de Tiberíades". Los discípulos de Jesús, después de su resurrección, no parecen tener ideas claras sobre lo que deben hacer, y han vuelto a su antigua profesión de pescadores. Sin el Maestro, quedaron desconcertados hasta que recibieron instrucciones suyas sobre la misión que debían cumplir. Pedro debió volver a su casa de Cafarnaún. La circunstancia de ser él quien toma la iniciativa de ir a pescar -los demás le siguen- y quien dirige al grupo es importante a causa del valor simbólico que encierra toda la narración. Sólo siete de los once apóstoles van a ser testigos de la nueva aparición. Número de totalidad que, referido a los pueblos, indica la universalidad de las naciones. Desde ahora la comunidad de Jesús vivirá abierta a todos los hombres, renunciando a todo particularismo. 2. La pesca es nula

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En las narraciones neotestamentarias, los apóstoles solos nunca logran pescar. La expresión "aquella noche" es importante para comprender la escena. Significa la ausencia de Jesús y está en relación con sus palabras: "Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo" (Jn 9,4-5). En ella no pueden realizar las obras del Padre. La falta de pesca nos indica que no se refiere en primer lugar a la noche física, sino al resultado de una actitud: la carencia se debe a la falta de unión con él. En este momento de depresión, en medio del trabajo infructuoso, se les presenta Jesús resucitado, que coincide con la llegada de la mañana. No los acompaña en la pesca, se queda en tierra: su misión en el mundo será ejercida por medio de sus discípulos. Concentrados en su esfuerzo inútil, no lo reconocen. Se han cerrado en sí mismos, confían en sus propias fuerzas y conocimientos; y el trabajo, al faltarle la vinculación con Jesús, no puede rendir. ¡Cuánto esfuerzo inútil, cuánto ruido y planes pastorales que no tienen nada que ver con su seguimiento! Creemos que hacemos algo en favor de Jesús, y, quizá, lo que conseguimos es velar a los hombres su verdadero rostro. "Muchachos, ¿tenéis pescado?" Jesús se dirige a ellos con afecto. Con sus palabras interrumpe su inútil trabajo. Los siete están desorientados ante el total fracaso, puesto en evidencia por la pregunta de Jesús. Responden todos a una, secamente, mostrando su decepción: "No". 3. Con Jesús todo es posible Jesús les señala el lugar donde tienen que echar la red para encontrar peces y pescarlos. Al faltarles la intuición del Espíritu, no habían dado con él. Los discípulos, ante el fracaso de su búsqueda, siguen la indicación de Jesús, y la red se llena de peces grandes, signo de la fecundidad de la misión de la Iglesia cuando es fiel al Maestro. El fruto se debe a la docilidad a sus palabras, que representan el mensaje. ¿Por qué nos empeñamos en "pescar" a los hartos, cuando el evangelio sólo puede ser acogido por los pobres? Jesús les indica que, para obtener resultados verdaderos, han de dirigirse al pueblo oprimido y abandonado, que ha perdido prácticamente la esperanza. A ellos deben dedicar su vida, para hacer hombres justos y libres, como hizo él durante toda su vida pública. En ese grupo humano el fruto será abundante. En él hemos de lanzar las redes en nombre de Jesús, confiando en su palabra, aun cuando todas las apariencias parezcan abogar por lo contrario. Los ojos de Juan se iluminan y descubren en aquel signo la evidencia de la presencia de Jesús resucitado. Sólo el que tiene experiencia del amor de Jesús sabe leer las señales. Una cosa así no podía ser obra más que de Jesús: "Es el Señor".

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Pedro no había percibido la causa de la fecundidad; pero, al oír las palabras de Juan, comprende y se tira al agua, después de atarse la túnica, como Jesús se había atado la toalla antes de lavarles los pies (Jn 13,4). Como él, está dispuesto al servicio hasta la muerte. Ha entendido el gesto de amor de Jesús en la última cena, y con su acción individual simboliza su nueva actitud. Para que los hombres encuentren la vida es preciso que los seguidores de Jesús estén dispuestos a entregarse hasta el fin. "Los demás discípulos se acercaron en la barca". Estaban cerca de tierra: "unos cien metros". De momento, no sienten la necesidad de rectificar nada de su conducta. 4. La comida fraterna Al llegar a tierra, Jesús los sorprende con su señal inconfundible: la comida fraterna, signo de la eucaristía. Les tiene preparados unos alimentos, distintos de los que ellos han obtenido por iniciativa suya. El primero es gratuito; el segundo es fruto de un trabajo en comunión con Jesús. Existen, pues, dos clases de alimento: el que ofrece Jesús directamente y el que se obtiene respondiendo a su mensaje. No tiene sentido comer con Jesús si no se aporta nada; pero lo que se aporta no se obtiene sin él. Si el texto menciona el número de peces capturados, debemos estar seguros de que no lo hace para satisfacer la curiosidad de los lectores o precisar una cantidad. Si hubiera pretendido afirmar lo extraordinario de la pesca lograda, habría redondeado la cifra, que siempre es más impresionante. Tengamos en cuenta, además, que en aquella cultura se daba una importancia excepcional al simbolismo de los números. ¿Qué significa el número de peces recogidos -"ciento cincuenta y tres"-? Según san Jerónimo, algunos naturalistas antiguos afirmaban que las especies distintas de peces que existían en los mares eran ciento cincuenta y tres. Es también la suma de tres grupos de cincuenta más un tres, que es precisamente el multiplicador. El número cincuenta, que está en relación con los cinco mil del episodio de los panes (Jn 6,10) al conservarse el valor simbólico de una cifra en sus múltiplos, designa a una comunidad como profética, a la comunidad del Espíritu. Cada grupo de cincuenta peces "grandes" corresponde a una comunidad de hombres "adultos", de hombres que se han realizado en plenitud por obra del Espíritu. El número tres, que multiplica las comunidades, es el de la divinidad. Además, ciento cincuenta y tres resulta de la suma de todos los números desde el uno al diecisiete, ambos inclusive, y que se compone de la suma de diez más siete; números que, cada uno de por sí, significan una totalidad perfecta. Por todo lo dicho podemos concluir que la cantidad indicada de peces debe ser entendida como símbolo de la totalidad, de la plenitud de algo. Así, los ciento

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cincuenta y tres peces simbolizan la totalidad de los hombres llamados a recibir el reino de Dios, sin distinción de raza, condición social, religión o sexo. Lo recibirán en la proporción exacta en que los discípulos sean fieles a su mensaje y a su presencia en medio de ellos. "Y aunque eran tantos, no se rompió la red". La red que no se rompe simboliza la unidad por la que Jesús había rogado en su cena de despedida. Unidad que debe permanecer en medio de la enorme diversidad de pueblos. Esta universalidad y unidad habían sido ya reflejadas en el reparto de sus ropas y en el sorteo de su túnica por los soldados que lo crucificaron. "Vamos, almorzad". Jesús invita a todos a participar de su comida. El ofrece los alimentos. Les invita a su eucaristía, a participar de su entrega hasta la muerte. Los discípulos lo han reconocido por los frutos conseguidos. Experimentan que es necesaria la presencia y actividad de Jesús para que su misión sea fecunda; que sin él la actividad de los cristianos está destinada al fracaso. Saben también que su colaboración con el Maestro es esencial para que éste pueda continuar su obra en el mundo. Tarea que deberán realizar unidos a Jesús por el vínculo de la amistad. Jesús está presente como el Amigo que da fecundidad a sus esfuerzos. El fruto de la misión de los cristianos depende de la docilidad a las palabras de Jesús, a su mensaje de amor, que pide la decisión de seguirlo hasta dar la vida. Esta misión cristiana, realizada en comunión con Jesús, la celebramos en la eucaristía comunitaria. En ella Jesús se ofrece como alimento, y los discípulos aportan sus propias personas. Se verifica así la comunión entre la entrega de Jesús a los suyos y de éstos a él. ¿Cómo comprender y celebrar la entrega de Jesús en la eucaristía si asistimos a ella como espectadores? 5. Jesús y Pedro dialogan sobre el amor En la segunda parte de este evangelio hallamos una conmovedora escenificación de la relación entre Jesús y Pedro, encuadrada en el marco de la eucaristía que acaban de celebrar. Jesús se dirige a Pedro para resolver una cuestión pendiente desde las negaciones del discípulo. Pedro propugnaba una salvación-liberación por la fuerza, no por el amor, y Jesús quiere curarlo de raíz. Terminada la comida comunitaria, Jesús se dirige a Pedro de un modo parecido a como había hecho con Tomás unos días antes. Es de nuevo el Maestro el que toma la iniciativa. El objetivo central es mostrarnos la función directiva de Pedro en la Iglesia en un tiempo en que ésta empezaba a tener las primeras dificultades de cara a su unidad. Es este pasaje el argumento bíblico más importante y decisivo sobre el primado de Pedro en la Iglesia universal.

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El diálogo se sitúa en lo que más interesa: el amor. Sólo el que ama con humildad puede enseñar a amar, puede enseñar a ser cristiano. El camino no es fácil, ni mucho menos. Se resume en la palabra final: "Sígueme". Después de la comida se habían puesto los dos a caminar. Hacía tiempo que no se encontraban juntos. Habían pasado muchas cosas desde que sus dos miradas se cruzaron en el palacio de Caifás (Lc 22,61), después de su triple negación. Jesús se lo había dicho, pero Pedro no quiso creerlo. Estaba completamente seguro de sí mismo, seguro de la amistad que le unía a Jesús. Jesús había tenido amigos que le habían abandonado (Jn 6,66). Había sido muy duro... Pedro se había quedado (Jn 6,67-69). Sentía en torno a Jesús una gran hostilidad, y eso aumentaba su coraje, su fuerza, su amistad. Se acordaba de lo que había ficho en la cena de despedida (Jn 13,37). Cuando a Jesús se le miraba con buenos ojos, cuando era bien recibido por la muchedumbre, era fácil decir: "Yo daré por ti la vida". Pero después se había convertido en un prisionero, en un hombre del que todos se burlaban y al que iban a condenar a muerte. Y Pedro tuvo miedo de ser detenido; temió por su vida. Y le negó las tres veces que Jesús le había anunciado. Ahora están allí los dos, Jesús y Pedro, con la experiencia de tres años de amistad, con sus momentos buenos y malos. Teniendo detrás de sí ese acontecimiento inesperado: la muerte de Jesús en la cruz; y ese otro suceso aún más insospechado: su presencia de resucitado al lado de Pedro. "Al tercer día resucitaré" (Mt 16,21; 17,23; 20,19). Pedro lo recuerda. Se lo había anunciado a todos. Pero ninguno había hecho caso; ninguno había creído tal cosa. Sin embargo, todo había sucedido como él les había profetizado. Y Jesús pregunta a Pedro: "¿Me amas?" Es el amigo que quiere saber; quiere estar seguro, como si tuviese necesidad de su apoyo, de su amistad, de su fidelidad; como si quisiera asegurarse de poder contar con él para siempre. Y Pedro responde: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Conoce su debilidad y no se enorgullece ahora de su amor ni de su lealtad hacia Jesús. El, que conoce su corazón, sabe que lo ama de verdad. Tres veces la pregunta de Jesús, como tres veces le había negado. Pedro no puede afirmar nada después de lo que ha sucedido. Aunque ahora declare ser su amigo, quizá vuelva a negarle otra vez. Y Pedro mide su debilidad, se da cuenta de sus limitaciones, de su radical pobreza. A pesar de todo, quiere a Jesús, porque es su amigo, porque es todo para él. No puede explicarlo, pero es así. Y se remite al conocimiento que Jesús tiene de él; él puede juzgar de la veracidad de sus palabras. A este hombre que conoce ahora su valía, a este amigo que le ha negado, Jesús le va a confiar la dirección de su propia misión: extender el amor por el mundo. "Apacienta mis corderos..., pastorea mis ovejas". Jesús le confía lo que más quiere en el mundo, porque Pedro ha hablado esta vez no únicamente por sí mismo, sino

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por y con el Espíritu que está en él. Jesús le pide que el amor que le tiene a él lo demuestre en la entrega sin límites a los demás. El Pedro de la espada y de la violencia, el Pedro de las disputas y de las ambiciones por el primer puesto, tenía que morir para convertirse en el Pedro del amor, de la renuncia y de la entrega a los hermanos. "Apacentar", "pastorear", es conducir a los miembros de la comunidad a la vida según el Espíritu de Jesús; es velar por su fe y promoverla; es alimentar el amor, la unidad, la pobreza, la libertad, la justicia; es ser signo de alegría, de esperanza, de lucha por el mundo nuevo; es animar a una experiencia interior más que a un oficio: la gozosa experiencia del amor de Dios derramado en el corazón de los hombres. 6 Pedro ya puede seguirle hasta el martirio Jesús anuncia a Pedro su muerte cruenta con una imagen tomada del medio ambiente. Los orientales usaban vestidos muy amplios y acostumbraban a recogerlos con un cíngulo para poder caminar largas distancias o trabajar, que es lo que hizo Pedro al echarse al mar para ir al encuentro de Jesús. Un joven podía hacerlo con facilidad; un hombre mayor, no. Si Pedro quería seguir a Jesús empuñando su propio cayado, tenía que hacerlo por su mismo camino de amor, de servicio, de olvido total de sí mismo hasta la muerte. El resultado sería el mismo que había obtenido Jesús. Después que le hizo este vaticinio, añadió: "Sígueme". Sólo ahora que sabe y acepta el precio de ser discípulo podrá seguir a Jesús hasta el final. Jesús, repetidamente, durante sus breves años de predicación por Palestina, hizo esta invitación a seguirle a hombres del pueblo. Ahora, resucitado, se la hace a Pedro. Y es porque su llamada no se dirige sólo a aquellos que le conocieron durante su vida física, sino también a nosotros, a los cristianos de todas las épocas y lugares. Jesús pasa constantemente a nuestro lado para invitarnos a seguirle, a vivir la verdadera vida humana. Y espera nuestra respuesta. Pero es importante que comprendamos bien qué significa seguir a Jesús; que entendamos qué exige. Para ello es necesario que aceptemos que Jesús es el Señor. Ser "Señor" significa que Jesús es nuestra única norma, nuestra única ley, nuestro único camino, verdad y vida. Significa que de él no podemos discrepar, aunque nos cueste. Significa tener la certeza de que él siempre tiene razón. Podemos querer mucho a una persona, estar de acuerdo con sus planteamientos..., pero ello nunca nos llevará a obedecerla ciegamente. Con Jesús es distinto: seguirle es confiar incondicionalmente en él, es saber decir "amén" a su palabra, a su voluntad. Aunque estemos muy lejos de serle fiel, de vivir como él espera de nosotros, de entenderle... Decir "Jesús es Señor" es creer que la vida está llena de sentido.

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Si es el amor lo que transforma al hombre en discípulo de Jesús, es solamente el amor de los cristianos lo que permitirá que "la red no se rompa", que la unidad sea posible. Desde este texto, ¿cómo entender y creer en una Iglesia poderosa? Es necesario que los cristianos ahondemos en estas pocas líneas y hagamos una clara opción por la Iglesia del amor y de los pobres, de la paz, de la no violencia activa... No existe otra manera de unir a los hombres que ésta. ¿Es el amor el que mueve a los cristianos? ¿Es el amor el que rige las relaciones entre los miembros de las comunidades? ¿Es el amor lo que está por debajo de nuestras instituciones, cánones, ritos y costumbres?... Es la pregunta que Jesús resucitado plantea a nuestras comunidades. No nos demos prisa en responder... 7. El futuro de Juan Una vez más entra en escena el apóstol y evangelista Juan junto a Pedro, que al ver "que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto quería" le preguntó a Jesús: "Señor, y éste, ¿qué?" Pedro, que había comprendido que Jesús había aludido a su muerte, se interesó por el futuro de su amigo Juan. Jesús no le contesta directamente. La invitación que le ha hecho es para él. Pedro debe seguirle hasta la muerte y no debe meterse en los planes del Padre para su compañero. Las palabras de Jesús sobre el futuro de Juan corrieron deformadas entre los cristianos, hasta el punto de afirmar que Jesús le había prometido que él volvería antes de su muerte. Los primeros cristianos esperaban la segunda venida de Jesús como algo inminente, por lo que creían que, aunque muchos muriesen, algunos otros vivirían hasta el regreso del Señor. Se interpretó que Juan era uno de ellos. Entre tanto, había muerto Juan. Y ante su muerte se sintió la necesidad de aclarar las ambiguas palabras de Jesús. Hacer esta rectificación fue la razón principal de añadir estos versículos al evangelio después del fallecimiento del apóstol, muerto en edad muy avanzada. "Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito: y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero". Es el segundo colofón o epílogo de este evangelio, redactado, sin duda, por un grupo de discípulos de Juan, quizá en Efeso. Testifican que el evangelio que publican está escrito por el menor de los hijos de Zebedeo y ellos saben la verdad de su testimonio. Dar testimonio es declarar que realmente se ha presenciado un hecho o se tiene la experiencia directa de algo ocurrido. Dar testimonio de Jesús no consiste simplemente en relatar una historia pasada, sino en transmitir la vivencia de una experiencia personal. Cada comunidad puede comunicarlo así a los demás siempre de primera mano. Esta

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es la obra del Espíritu. Pero la experiencia es intransferible. El testimonio sólo puede invitarnos al encuentro personal con Jesús, que producirá en nosotros una experiencia semejante si aceptamos su Espíritu y practicamos su amor. Jesús no es una figura del pasado; sigue presente entre sus seguidores como centro de donde brota la vida de su comunidad, capacitándola para entregarse como él al servicio de la humanidad hasta la muerte. No basta para llegar a ser discípulo suyo la mera reconstrucción histórica de su actividad y enseñanza, si por ello se entiende hacer la crónica de su vida. El hecho cristiano arranca ciertamente del personaje histórico Jesús, que murió condenado en la cruz por las autoridades religiosas y políticas de su tiempo; pero su verdadera dimensión histórica se expresa en la capacidad transformadora de aquel acontecimiento. Aceptando el testimonio de aquellos que han experimentado su acción transformadora se puede llegar, por el encuentro personal con él, a la misma experiencia. "Muchas otras cosas hizo Jesús..." Termina el cuarto evangelio afirmando que lo escrito es sólo una muestra de las muchas cosas que hizo Jesús, una muestra de su fecunda y prodigiosa obra. No es preciso saber todo lo que hizo; lo que verdaderamente importa es penetrar en su significado. Para conocer a Jesús no hace falta tanto la plena información histórica como llegar a su interior, a las profundas razones de su vivir, y comprender su significado esencial, conocer su incidencia sobre el hombre y su vida, su alternativa de vida plena y para siempre.

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Despedida y comienzo

Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: -Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id .y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; .y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mt 28,16-20) Por último, se apareció Jesús a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo: -Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación. El que crea e se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos. fueron y proclamaron el evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban. (Mc 16, 14-20) Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia el cielo.

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Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. (Lc 24,50-53) Con estos textos terminan los evangelios sinópticos. La conclusión de un evangelio es importante porque ayuda a profundizar en todas sus páginas y, a la vez, supone la lectura íntegra de ellas para comprender mejor su desenlace. Mateo destaca la conciencia que tenían las primeras comunidades cristianas de su misión en el mundo y de su relación con el Resucitado, presente en medio de ellos. En su última aparición, Jesús da algunas instrucciones a sus discípulos sobre cómo deben proseguir su obra, siempre en comunión con él. Tres son los temas que trata el primer evangelio en su final: la plena potestad del Hijo, la misión universal de la Iglesia y la presencia del Señor resucitado en su comunidad "hasta el fin del mundo". Los exegetas modernos están de acuerdo en afirmar que el evangelio original de Marcos termina en el versículo 8 de este capítulo, y que los versículos 9-20 son un añadido posterior hecho por otra mano, posiblemente por alguna comunidad cristiana del siglo I o II. Pero ninguno niega su canonicidad. Jesús se aparece "a los once", aunque sean incrédulos, no para consolarles, sino para confiarles la responsabilidad de continuar su misión y para darles los medios necesarios para dominar las fuerzas hostiles a la venida del reino. El tema central es la fe; una fe que debe ser respuesta a una proclamación anterior del mensaje y que debe sellarse con el compromiso bautismal. Lucas es el más esquemático de los tres. Insiste en un hecho: finaliza una página de la historia evangélica. La experiencia que tuvieron algunos discípulos de la cercanía inmediata y visible de Jesús ha terminado. A partir de ahora estará "ausente". Nadie volverá a verle ni a oírle. Jesús no volverá ya a acercarse a ninguno de sus amigos. En su primer libro, Lucas insiste sobre todo en la partida de Jesús, en el final de su misión visible entre nosotros. En su libro de los Hechos destacará el comienzo de la tarea de la Iglesia. 1. Una muy saludable incredulidad ¿Dónde tuvo lugar la despedida definitiva? Mateo nos dice que en un monte de Galilea, Marcos no indica nada y Lucas precisa que cerca de Betania, lugar próximo a Jerusalén. En los dos primeros es la única vez que los discípulos tienen experiencia personal del Resucitado. Es posible que los relatos se refieran a distintas experiencias o descubrimientos realizados por los discípulos a lo largo de los cuarenta días que, según Lucas (He 1,3), se les manifestó Jesús después de su resurrección. Mateo la sitúa en Galilea, probablemente para significar que Jerusalén había dejado de ser el centro del culto y de la religiosidad. Desde ahora el verdadero templo

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no estará circunscrito a un lugar, sino a la persona de Jesús. El monte es mencionado únicamente por razón de su simbolismo: es el lugar de la cercanía de Dios, de la revelación del Padre; representa la esfera divina, la del Espíritu. Desde él va a enviar Jesús a los suyos al mundo. "Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban" (Mateo). Se postran al aceptarlo como Señor. A la vez vacilan porque aún no tienen la fe suficiente para asumir el destino de Jesús con todas sus imprevisibles consecuencias. Es la duda constante que embarga a los cristianos sobre el sentido de la presencia de Jesús y sobre su acción en la Iglesia. Marcos subraya una vez más la incredulidad de los discípulos, su actitud refractaria a abrirse a los acontecimientos: "Por último, se apareció Jesús a los once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado". Es verdad que la resurrección es un misterio inasequible e increíble desde la lógica humana; pero ellos debieron aceptarla después de la experiencia que tenían de él, adquirida durante los tres años de convivencia y de sus repetidos anuncios. Los apóstoles no disimularon nunca su incredulidad ante las palabras de Jesús. Reconocen que no entienden nada de sus planteamientos. Su conducta sincera nos debería liberar a nosotros de tantas comedias piadosas, de tanto convencionalismo inútil y tantas devociones vacías. Nuestra torpeza en creer es evidente; se va haciendo natural, e incluso tranquilizante, a medida que van apareciendo nuestras encarnizadas resistencias a todo lo espiritual, nuestra impermeabilidad a todo lo verdaderamente divino. "Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes". (Is 55,8-9) Los apóstoles habían compartido su vida durante unos años con Jesús, habían sido testigos de sus enseñanzas, de sus milagros, de toda su vida. A pesar de ello, nunca comprendían nada: les tenía que explicar el significado de las parábolas más sencillas, interpretaban de un modo material las enseñanzas más espirituales, intentaban servirse de él incluso pensando que le hacían un favor, se escandalizaban cuando les anunciaba su trágico final... ¡Cuántas dificultades encontraron para creer en la resurrección! ¡Qué lentos fueron en rendirse ante lo evidente! ¡Qué ciegos ante las más claras manifestaciones! Pero al menos no pusieron caras de intelectuales, de haber comprendido perfectamente, de saberlo ya todo, de rego-

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cijo... Fueron sinceros, se manifestaron tal como eran, y por eso las palabras de Jesús llegaron a penetrar en sus vidas para siempre. Los cristianos damos la impresión de ser unos seres superdotados al lado de aquella pobre gente tan pesada y lenta. Pero cada paso que daban los apóstoles hacia adelante era un paso de verdad. Y así, su fe llegó a ser tan sincera como sincera había sido antes su incredulidad. Nosotros ya creemos totalmente desde la catequesis para la primera comunión... ¿La rodearemos por eso de tanto folklore? ¿Cómo va a dudar de su propia fe un sacerdote o un obispo? ¡No faltaría más!... ¡Así nos va! 2. Continuadores de la misión de Jesús "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra" (Mateo). Jesús resucitado ha recibido del Padre "pleno poder" sobre toda la realidad, fruto de su entrega total. Un poder que es servicio, porque se fundamenta en el amor. Este poder universal y absoluto del Resucitado es la raíz de donde brota el universalismo de la misión. El breve discurso de Jesús en Mateo y Marcos está dominado por la idea de plenitud y universalidad. En Mateo, "todo" aparece cuatro veces. "Id y haced discípulos de todos los pueblos" (Mateo). "Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación" (Marcos). Los discípulos deben tomar el relevo de su obra. Jesús ya no está visible para anunciar su buena noticia a los hombres. Somos los que creemos en él los que debemos hacerlo, los que debemos proclamar que hay un Dios que es amor, un Dios que quiere que los hombres vivamos en plenitud. Esta es la única razón de la Iglesia: continuar con fidelidad el camino marcado por Jesús. E Iglesia somos todos. La misión a la que envía Jesús a sus seguidores es universal, y consiste en "hacer discípulos". No se trata de ofrecer un mensaje, sino de establecer entre los hombres y Jesús resucitado una relación personal y un seguimiento. Lo fundamental es posibilitar el encuentro con Jesús, no la doctrina, para que el hombre se comprometa a compartir su proyecto de vida. "Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (Mateo). El bautismo en el nombre de la Trinidad nos indica la relación personal que cada bautizado debe establecer con cada persona, que el creyente entra en el ámbito de comunión y de vida que se da entre ellas. Es el texto bíblico más claro sobre la Trinidad de personas en Dios. Lo primero será anunciar el mensaje de Jesús, después su aceptación y, finalmente, el bautismo, que implica necesariamente el seguimiento de Jesús durante toda la vida.

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Sin entrar en si estas palabras son del mismo Jesús o una fórmula posterior introducida como síntesis de la fe cristiana y fórmula bautismal al mismo tiempo, vamos a procurar ahondar en el significado de un bautismo realizado en el nombre de tres personas, que tienen tanto que ver con nuestra vida. El bautismo cristiano se realiza, en primer lugar, "en el nombre del Padre". Jesús, que soslayó ciertas características divinas -poder, majestad...- nos presentó a Dios como un Padre que busca la verdadera vida para sus hijos, a los que cuida y alimenta con singular cariño (Mt 6,25-34). Esta palabra entraña sus dificultades, ya que hay muchas maneras de ser padre y madre, y cada edad los ve de una manera distinta. No es lo mismo el padre para un niño pequeño que para un adolescente o para un adulto. Por otra parte, en cada cultura han asumido los padres funciones y características muy distintas. De aquí que llamar a Dios "Padre" puede significar mucho o nada, según la idea concreta que pueda tener esta palabra en cada edad y en cada cultura. ¿Qué significa para los cristianos que Dios es Padre? Es Padre porque engendra a la vida, sacando a los seres de la nada, de la esclavitud y de la muerte. En primer lugar, es Padre porque creó el universo de la nada -la primera materia-. El Dios-Padre de la Biblia es un Dios que interviene en favor del hombre oprimido, tanto por yugos exteriores como por el yugo interior del pecado. Los israelitas tomaron conciencia de la paternidad de Dios cuando se sintieron oprimidos en Egipto, cuando fueron obligados a trabajos forzados, cuando se encontraron errantes y en peligro en el desierto... Dios se les reveló como una fuerza que los liberaba de la servidumbre para conducirlos a la libertad. También es Padre porque nos libra de la muerte, como demostró con Jesús. De aquí que sea Padre porque, además de engendrarnos a la vida, nos conduce hacia su madurez y plenitud. Quiere que sus hijos sean libres y responsables. A ese nuevo nacimiento eterno es al que nos engendra el bautismo recibido en el nombre del Padre. Si Dios Padre quiere para sus hijos una vida plena y para siempre, el Hijo es el camino que debemos seguir para conseguirla. El bautismo en el nombre "del Hijo" nos compromete a permanecer unidos a sus palabras, a seguir su testimonio de vida, a imitar su amor. El bautismo en nombre "del Espíritu Santo" nos obliga a vivir abiertos a sus constantes insinuaciones, a dejarle que nos guíe a la verdad total (Jn 16,13). La Trinidad nos debe hacer cada vez más conscientes de la condición comunitaria de cada persona, de la obligación que todos tenemos de ser solidarios con la familia humana universal. Cada hombre, como Dios mismo, no es un ser individualista, sino un ser comunitario, un miembro de la humanidad, que debe vivir responsablemente como tal. Bastaría ser conscientes de la imposibilidad radical que tenemos de hacer

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algo solos para decidirnos a dar un paso decisivo hacia la verdadera vida que Dios quiere para todos. Preguntémonos: ¿Cuántas personas colaboran para que podamos comer cada día -labradores, vendedores...-, vestir, divertirnos, estudiar...? ¿Alguien nació solo?... Si estamos creados para vivir juntos, para compartir, para apoyarnos..., ¿por qué nos empeñamos en vivir para nosotros mismos? Las tres personas divinas están íntimamente relacionadas con el proceso liberador-salvador del hombre como individuo y como comunidad. Dios es amor que se realiza en la comunicación plena entre el Padre, el Hijo y el Espíritu; comunión tan total que les hace ser uno. Hemos sido creados a imagen de esta comunidad de amor (Gén 1,26), llamados a vivir en comunión con ella. 3. Los sacramentos no tienen nada que ver con la magia "El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado" (Marcos). La salvación no es automática: los sacramentos nada tienen que ver con la magia. La fe es previa al bautismo; una fe con obras. No es el bautismo el que salva, sino la fe-obras que el bautismo expresa y alienta. Hemos creído demasiado en la acción de los sacramentos, olvidando lamentablemente las obligaciones que implican en el hombre que los recibe. Los sacramentos son fuente de gracia, ayuda eficaz en el caminar, pero con la condición de que se reciban con esa fe que lleva a la conversión y al amor. De otra forma son estériles, como no es difícil comprobar con sólo abrir un poco los ojos. ¿Qué vale más, la feobras sin bautismo o el bautismo sin fe?, ¿el amor sin matrimonio o el matrimonio sin amor?, ¿la misa sin comunidad o la comunidad sin misa?... La verdadera pastoral, dejando de lado estas preguntas de clara respuesta, debe unir las dos cosas. Todos los que oigan la predicación del evangelio deben sentirse cuestionados, interrogados personalmente. La respuesta positiva es la fe-obras, que se expresa en el bautismo. El rechazo del mensaje supone excluirse de la salvación-liberación ofrecida por Dios a todos los hombres. El texto no dice que el que no se bautiza se condena, sino solamente que serán condenados los que se nieguen a creer, es decir, los que se nieguen a vivir una vida solidaria. Claramente se está pensando en esa obstinación culpable frente a la fe, que la Biblia llama riquezas (Mt 6,24). Evidentemente, no se refiere a los ateos o agnósticos que vivan una vida solidaria con los demás; pero sí incluye a los cristianos que vivan para sí mismos. "Enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mateo). La fe es un don al que hay que permanecer fieles. Los cristianos tenemos que vivir en permanente recuerdo-presencia de la persona, palabras y acciones de Jesús. Su Espíritu nos ha sido dado para ello. Jesús es origen, camino y meta de toda nuestra vida. La vitali-

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dad de la Iglesia, de cada comunidad y de cada cristiano, será proporcional a la fidelidad con que escuche la voz del Espíritu y la siga. Voz que quiere llevarnos siempre a Jesús, para que, reencontrándonos a nosotros mismos mediante la contemplación amorosa del Hijo, la meditación atenta y asidua de su palabra y la encarnación arriesgada de su mensaje, nos renovemos incesantemente. Jesús no encarga a sus discípulos únicamente que enseñen una doctrina, sino que animen a practicarla. Deben enseñar su mensaje completo a través de sus propias vidas, de su propia fidelidad a las palabras de Jesús. Es la vida de las comunidades cristianas la escuela donde se inician los nuevos creyentes. Deben enseñar sabiendo que no son maestros, sino discípulos del único Maestro; que no enseñan algo propio. Su enseñanza debe tener la fidelidad y la dependencia más absolutas de la de Jesús. Nace de una escucha. Marcos señala unos signos que acompañarán "a los que crean". La lista no es completa. Enumera cinco en un lenguaje acomodado a la mentalidad mágica de entonces. Viene a decirnos que la fe hará posible la total superación del mal-pecado y vivir una vida distinta, edificada sobre el amor. 4. El final de Mateo "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Son el final del evangelio de Mateo. La ausencia física de Jesús ayudó a los discípulos a recapacitar y a darse cuenta de la gran promesa-realidad que les había ofrecido. Antes lo tenían junto a ellos, ahora lo tienen dentro. En su misión en el mundo no van a estar solos. Jesús les acompañará constantemente; estará presente en sus seguidores de todos los tiempos a través del Espíritu que ha penetrado en sus corazones. Porque es Señor, porque está vivo, porque está más allá del espacio y del tiempo, podemos experimentar su presencia en todas las épocas y lugares. Una presencia que apunta hacia la plenitud escatológica. Debemos superar su ausencia física creyendo que sigue vivo entre nosotros cuando nos reunimos para la fracción del pan, cuando vivimos su amor y anunciamos al mundo su mensaje de vida para siempre. Nos convenía que se marchara físicamente (Jn 16,7), para que pudiéramos encontrar por todas partes su presencia. El cristianismo surgió como anuncio y celebración de la alegría de una presencia: la de Jesús resucitado. El Resucitado no vive entre nosotros únicamente a través de su recuerdo histórico y de su mensaje liberador. Está presente en medio del mundo con una vida que supera totalmente las limitaciones humanas. Jesús resucitado está presente y activo en todos aquellos que llevan su causa adelante, independientemente de su ideología o religión. En todo hombre que busca el

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bien, el amor, la libertad, la justicia..., podemos decir, con toda certeza, que el Resucitado está presente porque su causa está siendo llevada adelante, aun cuando no haga referencia explícita a su persona. Está presente de forma cualificada en los creyentes que intentan comportarse en su vida como Jesús se comportó en la suya, en los que poseen su misma actitud y su mismo Espíritu. 5. La ascensión El final será una ascensión. Todo lo que acontece aquí abajo es provisional: los fracasos, los sufrimientos, las tristezas... También todas las alegrías que existen en este mundo son provisionales: esos momentos que nos gustaría eternizar... No existe más que un lugar definitivo, un sitio en que nos juntaremos todos para siempre. Y ese sitio no está aquí, en esta tierra. También nuestros bienes, todo lo que poseemos, es provisional. No nos podremos llevar nada con nosotros, a no ser que lo hayamos confiado a ese famoso "banco" que da el ciento por uno, pero que tiene tan pocos clientes (Mt 19,29). ¡Todo lo que no compartamos con los demás lo perderemos! Todo lo que guardemos para nosotros solos, todo lo que intentemos conservar con nuestras propias fuerzas, se deshará en nuestras manos. Todo lo que conservamos con cariño, todo lo que consideramos más valioso de nuestra vida..., lo perderemos si no lo ponemos al servicio de los hermanos: bienes materiales, tiempo, conocimientos... Nuestra vida sobre la tierra debe ser una constante superación, un progreso, una maduración. Vivir es dar pasos adelante, alcanzar nuevas metas, acercarse a la plenitud. Las imágenes que indican las posibilidades de la vida humana son la semilla que crece, el camino que se recorre, la meta que se espera... Sin embargo, el ser humano nunca llega a alcanzar la madurez que persigue. La vida es un proyecto que se va perfilando, pero que nunca se acaba. Para ello, para mantener la esperanza, la ilusión, es necesario tener siempre presente la meta que queremos alcanzar. Una esperanza que no se limita a anhelar algo lejano que se intuye, sino que nos lanza a un quehacer, a un compromiso actual. El futuro que se espera llena de contenido el presente que se vive. La ascensión de Jesús nos revela que la plenitud humana solamente la alcanzaremos al final del camino y que, además, es un don de Dios. También nos revela que todas las ilusiones, esperanzas, proyectos de plenitud y de infinito de los hombres, serán un día realidad. Jesús glorificado -llegado a plenitud- es la garantía de la promesa que esperamos. Y es, a la vez, un proyecto inmediato de acción, un quehacer, una tarea en favor del reino proclamado por Jesús.

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Lucas nos ha transmitido dos relatos de la ascensión de Jesús: uno al final de su evangelio y otro al comienzo de su segundo libro, en el que nos habla de la historia de la primitiva comunidad cristiana en los primeros treinta años. "Mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia el cielo" (Lucas). "Después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios" (Marcos). Se inicia la época histórica de encontrar a Jesús resucitado en todo lo que es crecimiento y liberación humanos. No tenemos que buscar a Jesús ya directamente en su cuerpo palpable. Su corporeidad es otra -muy real-, tan grande y activa como la sociedad que vamos construyendo. Para esta tarea nos ha dejado su Espíritu. Es evidente que las narraciones referidas a la ascensión de Jesús no fueron escritas como quien describe un fenómeno científico, ni siquiera un hecho histórico palpable por los sentidos. Tan cierto es esto, que los relatos varían muchísimo entre un evangelista y los demás. Más aún, Juan ni la trae: nos insinúa que la ascensión está implícita en la resurrección (Jn 20,17). Pretenden expresar, con un lenguaje mitológico, una realidad que no pertenece a la experiencia sensible, sino a la visión de la fe. Es inútil preguntarnos si Jesús subió a los cielos en Galilea -como afirma Mateo- o en Betania -como dice Lucas-. Son lugares simbólicos que obedecen a las intenciones de cada evangelista. Hemos de intentar desentrañar, más que el relato exterior de la ascensión, su sentido interior, lo que se esconde detrás de estas narraciones, eso que está oculto por el velo de las palabras, siempre inadecuadas cuando intentan interpretar el misterio profundo de la vida. Porque del misterio de la vida tenemos que hablar si queremos comprender de un modo aproximado el sentido de la ascensión de Jesús a los cielos. Si repasamos los escritos religiosos y mitológicos de muchos pueblos de la antigüedad, veremos que "subir al cielo" fue la máxima aspiración del hombre antiguo. Escritos que no son cuentos vulgares ni fantasías tontas, sino expresiones, en un lenguaje simbólico, de la sed de trascendencia total que anida en el corazón humano. "Subir al cielo" es lo mismo que alcanzar el objetivo supremo de la vida humana, objetivo que puede variar según las diversas religiones o filosofías, pero que siempre, de una u otra forma, se refiere a eso que hoy llamamos trascendencia. Poco importa que el cielo esté arriba o abajo, aquí o allá, dentro o fuera; poco importa que debamos cambiar nuestra visión del cosmos, que las palabras de los antiguos puedan ser hoy traducidas por otras más adaptadas... Lo importante, ayer y siempre, es el hombre y su problema fundamental: el sentido de su vida, su sed de infinito y plenitud. Desde esta perspectiva, la ascensión significa que Jesús ha llegado a la culminación de su proceso. Rubrica el sentido de la resurrección, subrayando un aspecto particular de ella: la total liberación del hombre de las pasadas contingencias terrenas.

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El reino de Dios madura en esta liberación que se va dando poco a poco y con esfuerzo a lo largo de la vida para rematar en la escatología. Considerada así la ascensión de Jesús, prototipo de la nuestra y modelo ejemplar, nada tiene que ver con el infantilismo con que se consideró muchas veces y que tanto perjudicó a la imagen del cristianismo ante el mundo moderno y científico. Una vez más nos hemos quedado con el ropaje exterior, con los detalles anecdóticos de las narraciones, con un estilo literario propio de una época y cultura, sin hacer el esfuerzo necesario por acercarnos a su contenido antropológico y religioso, que está en la misma esencia del hombre. Detrás del mito de la ascensión está la gran pregunta de todo hombre: ¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene y adónde va? Según los evangelios, Jesús viene del Padre y vuelve al Padre; viene del Amor y vuelve al Amor. 6. El final de Marcos y Lucas "Ellos fueron y proclamaron el evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban". Con estas palabras finaliza Marcos su relato sobre la vida de Jesús. Jesús había terminado su misión visible en el mundo y había subido al cielo como garantía de la ascensión final de toda la humanidad. Pero mientras llega ese momento, los discípulos tienen -tenemos- que continuar la misión por él comenzada, ser testigos de su resurrección. Un testimonio que sólo es posible por la fe. Sólo el verdadero creyente y seguidor de Jesús puede testificar convencido de que él es la verdadera solución de todos los problemas de la humanidad, la plenitud de todo lo humano. Evangelizar es ponerlo todo al servicio de la causa del hombre: hechos y palabras. Es poner nuestras personas y bienes al servicio de la paz, de la justa distribución de las riquezas, de un progreso al alcance de todos, del respeto a los derechos humanos... Es luchar por valores más verdaderos que el dinero, el sexo y la comodidad. Es denunciar la opresión de los poderosos y de sus estructuras sociales, políticas e incluso religiosas, los gastos en armamentos y en ejércitos... Es trabajar por mejorar este mundo, porque los cristianos no creemos en "otra" vida, sino en ésta eternizada y plenificada. Y siempre empleando un lenguaje actual para que el hombre moderno nos entienda, respondiendo a sus interrogantes e inquietudes, sabiendo lo que decimos y haciendo lo que creemos. Nada que sea verdadero, justo y beneficioso para el hombre es ajeno al mensaje evangélico proclamado por Jesús y seguido por sus verdaderos fieles. Revisemos nuestras instituciones, congregaciones, estructuras... No nos quedemos plantados mirando al cielo (He 1,11), mientras otros toman en sus manos las exigencias evangélicas que nosotros decimos profesar y que tan a rastras llevamos.

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Jesús, al subir al cielo, nos dejó físicamente para estar más cerca de nosotros en el tiempo y en el espacio. Porque se fue, lo tenemos ahora aquí, presente entre nosotros, muy cerca de nuestro corazón. Nos basta abrir los ojos de la fe para verlo, para encontrarnos con él. Los discípulos no empezaron a darse cuenta de quién era Jesús hasta que desapareció visiblemente de sus vidas y vino sobre ellos el Espíritu Santo a recordarles lo que él les había enseñado (Jn 16,13). Descubrieron que Jesús les escuchaba mejor desde que se había ido al lado del Padre: obtenían todo lo que pedían en su nombre. Jamás lo habían sentido tan presente, tan fuerte, tan cariñoso. Jesús, desde su subida al cielo, rompió los límites a que nos tiene sujetos este cuerpo y extendió su presencia por el mundo entero: en todos los lugares del mundo podemos entablar contacto con él por el amor a los hermanos -son Jesús (Mt 25,3146)-, por la oración, por los sacramentos. Adonde iban los discípulos, él los acompañaba y ayudaba. Y fueron comprendiendo que Jesús, que no había abandonado al Padre al venir a la tierra -como Hijo-, tampoco se había separado de ellos al volver al Padre. En el mismo momento en que se imaginaban que lo habían perdido empezaron a experimentarlo de verdad en sus vidas y en los frutos de su labor, a reconocerlo en su verdadera realidad. Por eso no sintieron pena de haber perdido su presencia corporal. "Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios". Lucas, que comenzó su evangelio en el templo con el oficio sacerdotal de Zacarías, lo termina igualmente en el templo, con la asidua oración de los apóstoles. El cristianismo no rompió de golpe con ciertas prácticas religiosas judías. El templo, lugar de oración, siguió siendo lugar de reunión constante de los discípulos, que se preparaban así para recibir al Espíritu Santo prometido. ¿Cómo pueden alegrarse cuando se ha ido Jesús? Porque han comprendido el verdadero sentido de la vida humana: que su desaparición es consecuencia de haber alcanzado la plenitud y, además, ha dejado sitio a otra presencia libre de las limitaciones a que nos tiene sujetos este cuerpo mortal. Esta presencia nueva, en el Espíritu, va a cambiar la vida de los discípulos. Hay ausentes cuyo aparente alejamiento es más elocuente que su presencia visible. Jesús es uno de ellos; y más que ningún otro.

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Índice litúrgico

DOMINGO - FIESTA

CICLO A Tomo-Páginas

CICLO B Tomo-Páginas

CICLO C Tomo-Páginas

ADVIENTO Primero Segundo Tercero Cuarto

4--- 91-96 1---115-133 2---51-61 1---53-62

4---91-96 1---115-133 1---156-160 1---25-43

4---83-90. 91-96 1---115-133 1---115-133 1---44-52

NAVIDAD Vigilia Medianoche Aurora Dia Sagrada familia Santa María Segundo domingo Epifanía del Señor Bautismo de Jesús

1---53-62 1---63-79 1---63-79 1---8-24 1--- 99-102 1--- 63-79 1---8-24 1--- 80-91 1---134-139

1---53-62 1---63-79 1---63-79 1---8-24 1---92-98 1---63-79 1---8-24 1---80-91 1---134-139

1---53-62 1---63-79 1---63-79 1---8-24 1---103-114 1---63-79 1---8-24 1—80-91 1---134-139

CUARESMA: Primero Segundo Tercero Cuarto Quinto

1---140-155 3---91-100 1---209-221 3---141-154 3---227-239

1---140-155 3---91-100 1---185-193 1---194-208 4---14-24

1---140-155 3---91-100 2---170-174 2---233-243 3---136-140

4---5-13 4---115-128. 144-149. 206-213.214-219. 220-229. 230-248 249-270. 4---129-137 4---206-213. 214-219. 220-229. 230-248. 249-270.

4---5-13 4---108-114. 115-128. 144-149. 206-213. 214-219. 220-229. 230-248. 249-270. 4---129-137 4---206-213. 214-219. 220-229. 230-248. 249-270.

4---5-13 4---115-128. 144-149. 206-213. 214-219. 220-229.230-248. 249-270. 4---129-137 4---206-213. 214-219. 220-229. 230-248. 249-270.

PASCUA Vigilia Pascual Resurrección Segundo Tercero Cuarto

4---271-285 4---271-285 4---295-307 4---286-294 3---155-168

4---271-285 4---271-285 4---295-307 4---295-307 3---155-168

4---271-285 4---271-285 4---295-307 4---308-317 3---183-191

Quinto Sexto Ascensión Séptimo Pentecostés Santísima Trinidad Corpus Christi

4---150-156 4---157-168 4---318-328 4---189-205 4---295-307 1---194-208 3---23-47

4---169-176 4---177-183 4---318-328 4---189-205 4---184-188 4---318-328 4---115-128

4---138-143 4---157-168 4---318-328 4---189-205 4---157-168 4---184-188 3---4-15

SEMANA SANTA Ramos-Procesión Ramos Misa

Jueves santo Viernes santo

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DOMINGO - FIESTA ORDINARIO Segundo Tercero Cuarto Quinto Sexto Séptimo Octavo Noveno Décimo Decimoprimero Decimosegundo Decimotercero Decimocuarto Decimoquinto Decimosexto Decimoséptimo Decimoctavo Decimonoveno Vigésimo Vigésimo primero Vigésimo segundo Vigésimo tercero Vigésimo cuarto Vigésimo quinto Vigésimo sexto Vigésimo séptimo Vigésimo octavo Vigésimo noveno Trigésimo Trigésimo primero Trigésimo segundo Trigésimo tercero Cristo rey FIESTAS San José San Pedro y san Pablo Santiago apóstol Asunción de María Todos los santos Inmaculada Concepción

CICLO A

CICLO B

CICLO C

1---161-166 1---231-241 2---4-16 2---17-19 2---20-29 2---20-29 2---30-32 2---36-39 I---277-280 2---261-265 2---266-268 2---269-272 2---92-96 2---133-139 2---140-147 2---175-178 3---4-15 3---16-22 3---58-63 3---69-77 3---78-90 3---118-120 3---121-123 3---219-226 4---25-31 4---32-38 4---39-44 4---45-50 4---58-64 4---65-71 4---97-100 4---101-104 4---105-107

1---166-177 1---231-241 1---242-248 1---249-256 1---265-269 1---270-276 1---281-286 1---287-292 2---124-132 2---140-147 2---179-185 2---186-193 2---194-204 2---261-265 3---4-15 3---4-15 3---23-47 3---23-47 3---23-47 3---23-47 3---48-57 3---64-68 3---69-77. 78-90 3---101-108 3---109-114. 115-117 3---192-204 3---205-218 3---240-248 3---249-252 4---58-64 4---65-71. 72-74 4---83-90 4---230-248

1---178-184 1---222-230 2---194-204 1---257-264 2---4-16 2---20-29 2---33-35 2---40-43 2---44-50 2---62-72 3---69-77. 78-90 2---73-80 2---81-91 2---97-107 2---108-114 2---115-123 2---148-153 2---154-161 2---162-169 2---205-209 2---210-217 2---218-226 2---227-232. 233-243 2---244-253 2---254-260 3---124-129 3---130-135 3---169-174 3---175-182 3---253-258 4---51-57 4---75-82 4---249-270

1---53-62 3---69-77 3---240-248 1---44-52 2---4-16

1---53-62 3---69-77 3---240-248 1---44-52 2---4-16

1---53-62 3---69-77 3---240-248 1---44-52 2---4-16

1---25-43

1---25-43

1---25-43

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Índice

Entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén (Mt 21, 1-11; Mc 11, 1-10; Lc 19, 28-40; cf Jn 12, 12-19) 1. Sus seguidores siguen -¿seguiremos?- sin entender 2. Entramos en la última semana 3. Jesús tiene necesidad de un asno 4. Aclamamos a otro mesías 5. Aparecen los fariseos 6. El silencio de Jesús Procesión del domingo de ramos. Ciclo A Procesión del domingo de ramos. Ciclo B Procesión del domingo de ramos. Ciclo C

5 6 7 8 10 11 12

El proceso del grano de trigo (Jn 12, 20-36) 1. Unos griegos quieren ver a Jesús 2. “Ha llegado la hora” 3. Algo tiene que morir 4. Versión joánica de la escena de Getsemaní 5. Reacción del auditorio y respuesta de Jesús Quinto domingo de cuaresma. Ciclo B

14 15 15 16 20 22

Parábola de los dos hijos (Mt 21, 28-32) 1. El poder y la autosuficiencia ciegan 2. Exposición de la parábola 3. No deciden las palabras, sino las acciones 4. Aplicación para nosotros hoy Domingo decimosexto ordinario. Ciclo A

25 25 26 28 29

Parábola de los viñadores asesinos (Mt 21, 33-46; cf Mc 12, 1-12; Lc 20, 9-19) 1. La incomprensible incredulidad de los hombres religiosos de siempre 2. La muerte de los profetas no es consecuencia de un trágico error 3. Los frutos de la viña 4. La última palabra pertenece a Dios 5. Los dirigentes han entendido Domingo vigesimoséptimo ordinario. Ciclo A

32 32 33 36 36 37

Parábola de la boda del hijo del rey (Mt 22, 1-14) 1. El banquete mesiánico 2. Los primeros invitados rehúsan conscientemente la invitación 3. El rechazo de los primeros no significa el fracaso del reino 4. El traje de fiesta Domingo decimoctavo ordinario. Ciclo A

39 39 40 42 43

El tributo al César (Mt 22, 15-22; cf Mc 12, 13-17; Lc 20, 20-26) 1. Los enemigos se unen cada vez más 2. Si los pensamientos olieran 3. Los cazadores, cazados 4. Al César lo del César y a Dios lo de Dios Domingo decimonoveno ordinario. Ciclo A La resurrección de los muertos (Lc 20, 27-40; cf Mt 22, 23-33; Mc 12, 18-27) 1. La resurrección 2. El turno de los saduceos

45 45 46 47 48 51 51 53

330

3. Doble argumentación de Jesús 4. La gran esperanza cristiana Domingo trigesimosegundo ordinario. Ciclo C

54 56

El primer mandamiento de la ley (Mt 22, 34-40; Mc 12, 28-34) 1. Lo único necesario 2. Seiscientos trece mandamientos 3. El primero son dos 4. La respuesta del letrado Domingo trigésimo ordinario. Ciclo A Domingo trigesimoprimero ordinario. Ciclo B

58 58 60 61 64

Incompresible hipocresía de hombres religiosos (Mt 23, 1-12; Mc 12, 38-40; cf Lc 20, 45-47) 1. El espíritu farisaico 2. El discurso más terrible de todo el evangelio 3. La cátedra de Moisés está en malas manos 4. Algunas características del verdadero discípulo Trigesimoprimer domingo ordinario. Ciclo A Trigesimosegundo domingo ordinario. Ciclo B La ofrenda de la viuda (Mc 12, 41-44; cf Lc 21, 1-4) 1. El contraste 2. Llama a los discípulos Trigesimosegundo domingo ordinario. Ciclo B

65 65 67 68 70

72 72 73

Jesús anuncia destrucciones y persecuciones (Lc 21, 5-19; cf Mt 24, 1-14; Mc 13, 1-13)75 1. El discurso escatológico 75 2. Ocasión del discurso 78 3. El doloroso alumbramiento de todo lo verdadero 79 4. Las persecuciones 80 5. Necesidad de la perseverancia 81 Trigésimotercer domingo ordinario. Ciclo C La gran tribulación y la venida del Hijo del hombre (Mc 13, 14-32; Lc 21, 20-33; cf Mt 24, 15-36) 1. El poder de las tinieblas 2. El retorno de Jesús al final de los tiempos 3. Parábola de la higuera Trigésimotercer domingo ordinario. Ciclo B Primer domingo de adviento. Ciclo C Despreocupación de los hombres e invitación a la vigilancia (Mt 24, 37-51; Mc 13, 33-37; Lc 21, 34-36) 1. El ejemplo de Noé 2. Hemos de vivir vigilantes, en vela 3. Tres breves parábolas 4. El adviento Primer domingo de adviento. Ciclo A Primer domingo de adviento. Ciclo B Primer domingo de adviento. Ciclo C Parábola de las diez doncellas (Mt 25, 1-13) 1. Lo necio y lo sensato 2. El polvo del camino y la despreocupación humana Trigesimosegundo domingo ordinario. Ciclo A

83 84 87 89

91 92 94 94 96

97 98 99

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Parábola de los talentos (Mt 25, 14-30) 1. Según la capacidad de cada uno 2. La vida es constante crecimiento Trigesimotercer domingo ordinario. Ciclo A

101 102 102

El juicio final (Mt 25, 31-46) 1. La última prueba será sobre el amor 2. Aunque no se sepa Trigésimo cuarto domingo ordinario o de Cristo rey. Ciclo A

105 106 107

Cena en Betania (Mc 14, 1-9; cf Mt 26, 1-13; Lc 22, 1-2: Jn 12, 2-11) 1. Los relatos de la pasión 2. Origen de la pascua 3. El complot de los dirigentes 4. La unción 5. Reacciones 6. Jesús aprueba la acción Domingo de ramos. Ciclo B

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La última cena en los evangelios sinópticos (Mt 26, 14-29; Mc 14, 10-25; Lc 22, 3-30; Jn 13, 21-30) 1. Traición de Judas 2. La fecha de la cena y de la muerte de Jesús 3. Los discípulos preparan la cena 4. Judas se sabe descubierto 5. La cena pascual según el rito de los judíos 6. La cena de Jesús 7. Nuestras eucaristías 8. Discusión sobre la primacía y el premio a la perseverancia Domingo de ramos. Ciclo A Domingo de ramos. Ciclo B Domingo de ramos. Ciclo C Fiesta del Corpus Christi. Ciclo B

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Jesús lava los pies a sus discípulos (Jn 13, 1-20) 1. La “hora” de Jesús 2. El lavatorio 3. “Os he dado ejemplo” Jueves santo

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El mandamiento nuevo (Jn 13, 31-35) 1. La glorificación de Jesús y del Padre 2. El precepto del amor 3. “Como yo os he amado” 4. Es el distintivo del cristiano en el mundo Quinto domingo de pascua. Ciclo C

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Jesús predice las negaciones de Pedro (Mt 26, 30-35; Mc 14, 26-31; Lc 22, 31-38; Jn 13, 36-38) 1. Habrá abandonos 2. Pedro no se lo cree 3. Las armas del cristiano Domingo de ramos. Ciclo A Domingo de ramos. Ciclo B Domingo de ramos. Ciclo C Jesús, camino hacia el Padre (Jn 14, 1-14)

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1. Buscadores de Dios 2. “No perdáis la calma” 3. Jesús, vida plena y verdad total 4. Jesús, sacramento del Padre 5. Las obras del discípulo Quinto domingo de pascua. Ciclo A

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La triple venida (Jn 14, 15-31) 1. El amor a Jesús 2. Entra en escena el Espíritu Santo 3. El orden injusto será su principal enemigo 4. Jesús promete su retorno 5. Tercera venida: la del Padre 6. La tarea del Espíritu 7. La paz de Dios 8. Palabras de despedida y aliento Sexto domingo de pascua. Ciclo A Sexto domingo de pascua. Ciclo C Domingo de Pentecostés. Ciclo C

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La vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8) 1. La vid y el labrador 2. La poda 3. Limpieza inicial y su crecimiento 4. Todo lo puede el que cree 5. No podemos dejar la oración Domingo quinto de pascua. Ciclo B

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Amigos y elegidos (Jn 15, 9-17) 1. El amor es la realidad más entrañable de la vida humana 2. La experiencia de Dios es imposible sin amor y sin alegría 3. Otras dos veces el mandamiento nuevo 4. Amigos de Jesús 5. Elegidos de Dios Domingo sexto de pascua. Ciclo B

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La misión del Espíritu (Jn 15, 26-27; 16, 12-15) 1. El testimonio del Espíritu y de los discípulos 2. La verdad es un largo camino 3. La Trinidad de personas en Dios Domingo de Pentecostés. Ciclo B Domingo de la Santísima Trinidad. Ciclo C

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La oración sacerdotal de Jesús (Jn 17, 1-26) A) Ora por sí mismo 1. La glorificación del Padre y del Hijo 2. La vida eterna es un conocimiento amororo 3. La glorificación es fruto de la fidelidad B) Oración por los apóstoles 4. La comunicación es posible cuando se ama 5. Jesús y “el mundo” son incompatibles 6. La unidad-amor, distintivo del cristianismo 7. Razones para la alegría 8. El odio del mundo 9. Vivir en la verdad C) Oración por las comunidades cristianas del futuro 10. La unidad es esencial a la Iglesia

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Conclusión 11. El amor tiende a querer estar siempre en los que se ama Domingo séptimo de pascua. Ciclo A Domingo séptimo de pascua. Ciclo B Domingo séptimo de pascua. Ciclo C

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La oración de Getsemaní (Mt 26, 36-46; Mc 14, 32-42; Lc 22, 39-46; Jn 18, 1) 1. La pasión de Jesús 2. Soledad y tristeza de Jesús 3. Una oración impresionante 4. Los discípulos duermen Domingo de ramos. Ciclo A Domingo de ramos. Ciclo B Domingo de ramos. Ciclo C Viernes santo

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Jesús es detenido (Mt 26, 47-56; Mc 14, 43-52; Lc 22, 47-53; Jn 18, 2-11) 1. El sanedrín envía gente para detenerlo 2. El beso de Judas 3. La violencia de Pedro 4. La mala conciencia de las autoridades Domingo de ramos. Ciclo A Domingo de ramos. Ciclo B Domingo de ramos. Ciclo C Viernes santo.

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El proceso judío y las negaciones de Pedro (Mt 26, 57-75; Mc 14, 53-72; Lc 22, 54-72; Jn 18, 12-27) 220 1. En casa de Anás 224 2. Juicio nocturno en el palacio de Caifás 225 3. Los ultrajes y las negaciones 228 4. Segunda sesión del sanedrín 229 Domingo de ramos. Ciclo A Domingo de ramos. Ciclo B Domingo de ramos. Ciclo C Viernes santo El proceso romano (Mt 27, 1-30; Mc 15, 1-19; Lc 23, 1-25; Jn 18, 28-19, 16) 1. Es llevado a Pilato 2. La muerte de Judas 3. La acusación 4. Jesús es rey 5. El envío a Herodes 6. Prefieren a Barrabás 7. La flagelación y las burlas de los guardias romanos 8. Jesús, Hijo de Dios 9. Los dirigentes judíos juegan su última carta 10. La condena Domingo de ramos. Ciclo A Domingo de ramos. Ciclo B Domingo de ramos. Ciclo C Viernes santo Domingo de Cristo rey. Ciclo B

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Crucifixión y muerte de Jesús (Mt 27, 31-66; Mc 15, 20-47; Lc 23, 26-56; Jn 19, 17-42)249 1. Camino el Gólgota 253 2. La crucifixión 255

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3. El título de la cruz 4. ¡Qué pocas veces sabemos lo que hacemos! 5. Se reparten sus ropas 6. Las burlas al crucificado y segunda “palabra” 7. Su madre no faltó a la cita con el dolor 8. Jesús se siente abandonado 9. Las tres últimas “palabras” de Jesús 10. La muerte 11. Efectos de la muerte 12. La lanzada 13. La sepultura 14. Sellan el sepulcro Domingo de ramos. Ciclo A Domingo de ramos. Ciclo B Domingo de ramos. Ciclo C Viernes santo Domingo de Cristo rey. Ciclo C

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La resurrección (Mt 28, 1-15; Mc 16, 1-11; Lc 24, 1-12; Jn 20, 1-18) 1. También la muerte tiene remedio 2. El núcleo de nuestra fe 3. Las mujeres van al sepulcro 4. Encuentran el sepulcro abierto 5. El anuncio de la resurrección 6. Reacciones 7. Pedro y Juan van al sepulcro 8. Las mujeres ven a Jesús 9. El reto de la resurrección 10. Los soldados informan al sanedrín Vigilia pascual. Ciclo A Vigilia pascual. Ciclo B Vigilia pascual. Ciclo C Domingo de resurrección

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Por el camino de Emaús (Lc 24, 13-35; Mc 16, 12-13) 1. En la vida de cada día 2. Jesús está presente en el hombre que camina a nuestro lado 3. Necesitamos ahondar constantemente en lo que ya sabemos... 4. ... Porque Jesús está siempre más allá 5. Presencia de Jesús en la eucaristía y en los caminos 6. Los discípulos dan testimonio 7. ¿Cómo interpretar este pasaje? Domingo tercero de pascua. Ciclo A

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En la comunidad reunida (Jn 20, 19-31; Lc 24, 36-49) 1. Significado de la pascua 2. El miedo los tiene paralizados 3. La paz de Jesús 4. Los detalles de Lucas 5. Su misión tiene que continuar 6. Faltaba Tomás 7. “A los ocho días” 8. ¿Cómo entrar hoy en contacto con la resurrección de Jesús? 9. Juan sólo ha contado algunos signos Domingo segundo de pascua. Ciclo A Domingo segundo de pascua. Ciclo B Domingo segundo de pascua. Ciclo C

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Domingo tercero de pascua. Ciclo B Domingo de Pentecostés. Ciclo A En el lago de Galilea (Jn 21, 1-25) 1. Tercera manifestación de Jesús en Juan 2. La pesca es nula 3. Con Jesús todo es posible 4. La comida fraterna 5. Jesús y Pedro dialogan sobre el amor 6. Pedro ya puede seguirle hasta el martirio 7. El futuro de Juan Domingo tercero de pascua. Ciclo C

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Despedida en comienzo (Mt 28, 16-20; Mc 16, 14-20; Lc 24, 50-53) 1. Una muy saludable incredulidad 2. Continuadores de la misión de Jesús 3. Los sacramentos no tienen nada que ver con la magia 4. El final de Mateo 5. La ascensión 6. El final en Marcos y Lucas Domingo de la ascensión. Ciclo A Domingo de la ascensión. Ciclo B Domingo de la ascensión. Ciclo C Domingo de la Santísima Trinidad. Ciclo B

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Índice litúrgico

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Índice

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