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Vivir Y sí, vivir….esa aventura apasionante que inicia cada día, con una propuesta distinta, con un desafío nuevo…o con nada, simplemente lo cotidiano, eso que ocurre sin darnos cuenta. Y, tal vez comenzamos a darnos cuenta si pasan en nuestro diario trajinar cosas que cambian la rutina. Como cuando de la mano de mamá llegué a la escuela, yo ya lo he olvidado a ese día aunque años después surgieron los gastados escalones en una poesía, no sé si fue el recuerdo o solo el hecho de haber subido y bajado tantos años por ellos, pero un día ocurrió y formaron parte mía durante mucho tiempo. Desde mi primer guardapolvo blanco me fui enamorando de la Escuela, adoraba a mi maestra, la lectura me apasionaba y mi mesita de luz era casi una biblioteca. Mis pequeños anteojos redonditos me permitían superar mi astigmatismo y leía, leía y leía. ¿Cuál sería mi futuro? Había cumplido mis doce años y una nueva maestra, la señorita Alejandrina, en una reunión de madres, se aparta unos minutos para hablar con mi mamá. Yo pensaba ¿qué le estará diciendo?, que soy distraída, que hablo mucho en clase, si le dijo eso, y bueno, no soy la única. Caminé con mi madre casi en silencio las tres cuadras que separaban la escuela de mi casa ¿Por qué mamá no me dijo nada en el trayecto? A la hora de la cena, después que papá comentaba los acontecimientos ocurridos en su jornada laboral y mi hermano exhibiera una camiseta de Racing que le había regalado el tío Roque mamá bajó un poco el volumen de la radio y comentó ¿saben qué me dijo hoy la maestra? El tenedor casi se me cae de la mano, y continuó mamá, me dijo que Susana es muy inteligente y que por su forma de ser tiene que estudiar de maestra. ¡Qué alivio, por Dios! Papá sólo dijo con una emocionada sonrisa ¡ah, pero muy bien!, mi hermano sólo agregó ¿ésta va a ser maestra? Y siguió disfrutando la cena, aunque se le notaba en su expresión que le gustaba la idea. ¿Y vos Susana, qué opinas?, me dijeron casi a dúo mis padres. Y, sí a mí me gusta estudiar, la escuela y ahora que lo dijo la señorita Alejandrina me parece que es lo que más me gusta. Desde ese momento todo se desarrolla rápidamente en mis recuerdos, la compra del uniforme del colegio, las charlas con las compañeras que también ingresarían a primer año y el encuentro con las alumnas que venían de otras localidades cubrieron todas mis expectativas, mi niñez había sido un maravilloso tiempo de la Escuela Primaria,

ahora éramos adolescentes, los juegos se transformaron en ilusiones, salidas sabatinas con estrictos horarios de regreso. Y un día tuvimos que prepararnos para la colación en el colegio ¡Y preparamos el Baile de Egresadas! Mamá cosió mis blancos vestidos, uno para la colación en el colegio, el otro para el baile. Concreción de un sueño maravilloso, ya éramos maestras. El título me daba la posibilidad de imaginar y construir un proyecto de vida, todo parecía estar a mi alcance. Pero los ojos de mi madre ya no tenían el brillo de aquella charla con la señorita Alejandrina. Una grave enfermedad la fue llenando de sombras hasta dejarla ciega. Mi hermano ya se había casado, tenía su propia familia y ya no vivía con nosotros. Mi padre, vendedor, empleado de comercio, distribuidor de semillas realizaba cuánto trabajo estuviera a su alcance para sostener los gastos de la casa. Mamá no podía quedar sola y yo, casi solamente yo, fui su auxilio, su consuelo, su atención permanente que le permitiera adaptarse a un su nuevo entorno sin luces, sin los colores que nos brinda la naturaleza. Se interrumpió mi posibilidad de trabajar en el aula, ella necesitaba atención, compañía y yo no podría alejarme por muchas horas de casa. Pero los libros que siempre me acompañaron me fueron acercando a la Biblioteca Sarmiento que estaba a mi alcance, sólo tenía que cruzar la calle y caminar media cuadra. Mi pasión por la lectura me llevó a desempeñarme como Bibliotecaria sin alejarme de mi madre, lograba una pequeña remuneración mensual y me mantenía en contacto con los niños de las distintas Escuelas que se acercaban a investigar y a buscar información a la Biblioteca, en esa tarea permanecí por espacio de cinco años y cuatro meses. Mientras tanto mi padre de tanto viajar como vendedor de semillas, en improvisados campamentos rurales se había convertido en eximio cocinero y al obtener el beneficio de la jubilación se convirtió en la compañía inseparable de mi madre. Había llegado el momento de ejercer mi profesión y comenzar los reemplazos en las escuelas rurales, algunos meses en la ciudad de Rosario, algunos años en la provincia de Córdoba y casi dos años en la vecina localidad de Las Parejas, junto a una Directora excepcional, Edith, mi gran amiga. En el primer llamado a concurso me presenté aprobándolo; al ofrecimiento de cargos fui con mis amigos Quique y Nora. Era en un teatro de la ciudad de Santa Fe , estuvimos expectantes hasta que me llamaron, mis amigos insistían que espere un próximo ofrecimiento, era muy lejos, pero decidida me dirigí a aceptar aquello que tanto deseaba ¡ser titular!, tenía que convertir mi estabilidad laboral en una oportunidad. Y fui titular de la Escuela “Dr. Mariano Romano” en la zona rural de

Gregoria Pérez de Denis, estación El Nochero, estaba sobre el camino límite entre Santa Fe y Santiago del Estero, 15 kilómetros al norte Chaco. El ómnibus me llevó hasta la ciudad de Santa Fe y el tren que ya no tenemos inició el recorrido. A veces ocurren hechos inolvidables, bueno, tal vez todo es inolvidable o no, pero ese viaje que inicié desde la ciudad de Santa Fe hacia mi destino es imborrable, me acompañaron ellos, mis amigos santafesinos, también felices porque al fin lo había logrado, y bueno, al fin partía. El interminable tren al Norte, lleno de gente, de familias con sus enceres, niños en brazos y niños correteando, creo que hasta gallinas enjauladas se veían, armaban su lugar y allí se acomodaban, conversando entre ellos. Esos largos vagones que empezaron a rechinar lentamente al principio y luego fueron acelerando su marcha hasta sentirse el inconfundible “chucu-chucu-chucu” y los rechinares de los acomodamientos de los vagones, todo entre el bullicio de la gente que conversaba, a veces algún grito o algún llanto de niños. Sorprendida, intrigada iba alerta, todo era desconocido….al fin llegó el guarda con sus charlas inevitables, pude preguntar: -¿Ud. no sabe, por favor, si en algún vagón viajan maestras hacia el norte? Me escuchó atentamente, se fue, paso para mí una eternidad hasta que volvió para decirme que unos siete vagones hacia atrás estaban las chicas, y sí…respiré aliviada, tendría con quién compartir mi aventura. Y cargando mi equipaje, no fue tan fácil, me trasladé al vagón donde estaban las futuras compañeras. Había de todo, eso sí todas ansiosas de hallar el nuevo destino. Dos habían dejado sus pequeños hijos, eso sí al cuidado del padre y los abuelos pero… una iba con su mamá. Por lo tanto resulté ser una más, dejé a mami con su ceguera… el tren seguía con su sonido a lo largo de la noche, tal vez más larga que otras noches… y empezaron a llegar… y fueron bajando. Ceres, Tostado, Pozo Borrado, Villa Minetti, Santa Margarita, al llegar a El Nochero quedábamos las últimas, cuatro maestras y la mamá de la jovencita. Las que habían dejado a sus hijos, era transitorio, más tarde vendrían sus maridos con sus hijos, a la que acompañaba su mamá y yo, sola pero feliz, un mundo nuevo se abría en nuestros caminos Bajamos, nos ayudaron… el tren nos saludó con su silbido y quedamos solas en la oscuridad del amanecer en medio de las vías. Atrás quedaban los recuerdos, las familias, la otra vida, frente a ellas su destino y lo desconocido, pero los chicos de Susana, y sí quedaron con el papá y los abuelos, ¿y la gordita de Cristina? Mejor no pensar, seguro está bien, ella recordaba a los papis, son grandes, saben vivir, sí pero claro, bueno se van a arreglar, aquí no se ve nada, no, pero no va a pasar nada, dicen que la gente de estos lugares es muy buena, veremos.

Sobre las vías, rodeadas de una total oscuridad, solas pero unidas porque en momentos así la solidaridad implícita nos hermana, murmurando bajito, nada se oía, sólo por momentos la sombra ruidosa del tren que se alejaba hacia el norte, nada más, tal vez pasaron horas o minutos. Es una imagen estática rodeada de una luz mortecina que apenas permite distinguir alrededor, fue en ese instante en el cual tal vez cada una comprendía que ya había comenzado la misión emprendida. Se escuchan voces

nerviosas, algunas risas

apagadas. Tal vez se había detenido el tiempo. Pero no, tal vez porque empezó a esclarecer el día, tal vez porque la voz amistosa que llegaba desde las sombras dándonos la bienvenida hizo que de repente todo cambiara. Esa voz nos explicaba, nos preguntaba. Era un hombre, ni joven ni viejo, Charqui le decían, tengo que llevarlas a sus escuelas, nos dijo, y nos llevó. Tenía una camioneta desvencijada con la cual nos repartió. Yo, la última, era la que iba más lejos. Ya era el mediodía cuando llegamos al boliche donde estaban reunidos los vecinos para las cuadreras, estaba ahí quién me llevaría a la escuela, una señora mayor con sus dos hijas, una un poco enferma. Hoy veo las imágenes pasar en mis recuerdos rápidamente, había algunos que trabajaban en la escuela, apenas si relacionaba la coincidencia, nos conocimos, parecía gente amable, con el paso del tiempo pude comprobar que eran así, amables, sinceros, buena gente. Terminó el día y partimos en sulky hacia la escuela. En ese momento tal vez ya había escuchado el nombre, tal vez ya sabía la depredación hecha en el norte del país, tal vez ya había escuchado “LA FORESTAL”… pero pude ver campos llanos, secos, sin árboles, algunos montecitos de espinillos a la orilla del camino, yo sabía que el norte tenía árboles enormes, algarrobos, robles, lo había estudiado en las clases de geografía, pero…en el trayecto que hice no los vi ¡ni uno!, y llegamos a la escuela, también sin árboles. Es que el trabajo silencioso hecho año tras año no tenía demasiada difusión o sí, lo gracioso y lo trágico es que los que estábamos en otras regiones no lo comprendíamos, “ni podíamos hacer nada.” Es así de sencillo, qué puedes hacer a cientos de kilómetros de distancia, sin comprender lo que no ves ni vivís y sin ningún poder para luchar”, la mentalidad era hacer una patria poderosa, se ve que nadie comprendía que destruyendo no se iba a lograr. Sí se logró que los poderosos de turno se enriquezcan y que los dueños naturales de la “tierra” se empobrezcan. Porque allá sí que había pobreza, es también difícil de comprender en una zona, cómo la mía, donde los pobres son casi más ricos que los ricos de aquella región. Pobreza, escasez, estrechez, indigencia, inopia, miseria, necesidad, penuria, todas significan lo mismo, estado del que carece de lo necesario para vivir.

Así es allá, apenas tienen como subsistir, pero la calidez humana no la han perdido, aún hoy, después de tantos años los recuerdo y me recuerdan, en su momento fui una más de ellos que nunca los olvidó, será por eso tal vez que aún me recuerdan. Al fin llegamos a la escuela, aún la veo en mis recuerdos, dos hectáreas de campo alambrado, con algunos espinillos, al llegar se ve la casa que fue la primer escuela, sólida, con ventanas chicas de madera, una tabla tapando la abertura, lo mismo la puerta en el centro de la pared del frente, unos cincuenta metros más adelante se erguía el edificio nuevo, con sus techos rojos, sus galerías al costado, el frente mirando el camino que nos separa de Santiago del Estero, dos grandes salones, el comedor, una galería con los baños y al final la casa del director. Ahí estaba yo, frente a mi destino. Y entramos al gran patio, más tarde llegó Marina con su esposo, Carlos y Débora, la hija, una niña preciosa que en pocos minutos se ganó mi corazón. En esa soledad, en ese paraje tan alejado, tan olvidado, el comedor escolar les brindaba la alimentación necesaria imprescindible. Y me propuse una meta además de desarrollar el programa educativo establecido, inculcarles la dignidad y los derechos que les corresponden, que el solo hecho de haber nacido los transformaba en ganadores. Fueron dos años de afectos, de convivencia donde una radio a pilas nos conectaba con el mundo. Mis padres me extrañaban y me necesitaban y una vacante en la Escuela Nº 646 “Bernardino Rivadavia” permitió mi regreso. El balance del tiempo transcurrido había postergado mis afectos personales, era una maestra titular soltera dispuesta a participar de todas las reuniones, de todos los emprendimientos culturales y sociales. En mi nueva Escuela consideraron que era la docente ideal para hacer uso de la palabra en los actos centrales de la celebración de la Independencia el 9 de Julio. Con el sueldo del mes de Junio me compré un guardapolvo nuevo, algo me decía que tenía que estar impecable. El día frío se presentaba espléndido, conduciendo el acto estaba Ernesto, locutor, periodista, historiador. Se hablaba mucho de él pero era la primera vez que lo tenía cerca de mí. Anunció mi alocución con palabras simples referidas a nuestra independencia como era su costumbre y me acomodó el micrófono con una sonrisa que respondí de igual manera. El día 20 de Julio recibo una carta donde me deseaba feliz día del amigo. Nos casamos en Diciembre y de nuestra unión nacieron dos hijos, Alberto y Silvia que multiplicaron las caricias de mi madre que con el calor de sus cuerpitos reemplazaba la luz de sus ojos y le ampliaron la vida a mi padre que compartiendo su tiempo con balbuceos y travesuras sobrevivió diez años a su infarto. Hoy, ya jubilada recibo el premio de un ex –alumno, hoy licenciado en letras que conduce un taller literario donde yo concurro, simplemente como alumna.

Susana Lucía Polverini

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