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¿América como exilio para los valores caballerescos?: apuntes sobre la Numancia de Cervantes, la Araucana de Ercilla y algunos textos americanos en torno al 1600 Michael Róssner Las tres partes de la Araucana, publicadas entre 1569 y 1589, se insertan en una corriente europea de epopeyas renacentistas que tendía a la composición de la epopeya heroica nacional, fracasada en la Franciade de Ronsard, lograda en las Lusíadas de Luis de Camóes.' Como este último, Ercilla canta las hazañas de su pueblo en Ultramar, los grandes descubrimientos y conquistas, pero a diferencia de él no escribe la 'Hispaniada', sino la Araucana, es decir el poema heroico de los indios y no el de los españoles. Claro está que con el elogio de los enemigos aumentaba también el valor de las hazañas propias, como lo hace notar el mismo Ercilla: 'que más los españoles engrandecen/ pues no es el vencedor más estimado/ de aquello en que el vencido es reputado' (I, 2; 78);2 no obstante esta segunda finalidad, me parece interesante notar que, en un pueblo con la reputación estereotípica de ser orgulloso, en el título del más importante poema heroico del Renacimiento la propia nación es reemplazada por el enemigo. Sin embargo, el caso de la admiración en Ercilla, por el valor de los indios araucanos, que algunos han querido explicar por animosidades personales, no es aislado: ya el sobrio cronista Gerónimo de Vivar en su Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile (escrita en
1558), en la presentación de un indio que, habiendo perdido ambas manos, incita a sus compañeros a seguir la lucha, recurre a esta comparación sorprendente: 'Quiselo poner aquí por no me parecer rrazones de yndios, syno de aquellos antiguos numantinos quando se defendian de los rromanos'.' A primera vista parece extraño que un cronista-soldado en Chile comparase a los indios precisamente con un pueblo de la antigüedad; sin embargo, con esta comparación, Vivar se refiere a uno de los mitos claves de la nación española de aquella época, mito que debería servir pocos años después a Miguel de Cervantes para la composición de su 'tragedia nacional' Numancia. La leyenda del suicidio colectivo de los numantinos ibéricos que no le permite a Cipión, general romano, gozar de su triunfo, es propagada por primera vez por Lucio Anneo Floro en su Compendio de hazañas romanas, y recogido por
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¿América como exilio para los valores caballerescos? 195 Alfonso el Sabio en su Primera crónica general de España (1270). El
episodio final del joven Bariato, último de los numantinos, que en vez de entregarse y entregar su ciudad a los romanos se arroja de la torre, aparece en 1481 en la Crónica de España abreviada de Moisén Diego de Valera; es a través de esta tradición que debe haber llegado a Gerónimo de Vivar, porque el romance de Timoneda (Rosa gentil) que trata este tema es de 1573, catorce años después de la crónica de Vivar. En todo caso, la mención de los numantinos en esta sobria crónica de un conquistador prueba que el tema debe haber gozado ya de cierta popularidad en torno a 1550. En la tragedia cervantina (escrita probablemente en 1581, es decir 22 años después de la crónica de Vivar y entre las fechas de publicación de la segunda (1578) y la tercera parte (1589) de la Araucana, los numantinos explícitamente (por las palabras de la figura alegórica del río Duero) son presentados como los antepasados de los españoles actuales que realizarían bajo el reinado de Felipe II aquella plenitud de poder merecido ya entonces por su constancia.4 Más importante que esta búsqueda de antepasados ilustres me parece que la actitud de los numantinos, en oposición a la de los romanos, representa valores caballerescos, por lo menos en aquella variante típica de la Reconquista, es decir, de fe y de espíritu de sacrificio descritos en los romances. El enemigo, los romanos, aparece organizado según principios lógicos de estrategia, y su comandante Cipión no está dispuesto a arriesgar su éxito por escrúpulos caballerescos: ya que tiene el poder de forzar a los numantinos a escoger entre la muerte por el hambre y la capitulación, rechaza la oferta de un duelo. Él es, en lo bueno (sus celos de organización y disciplina) y en lo malo (su utilitarismo y falta de escrúpulos) un guerrero de la modernidad, condottiere de mercenarios que se orienta únicamente hacia el éxito. La obra cervantina muestra así dos mundos en oposición: un mundo de valores medievales de nobleza y virtud abstracta; y un mundo maquiavélico, de mercenarios y estrategas razonables que no se interesan por valores abstractos, sino por éxitos palpables; éste último triunfante en la realidad y la actualidad, el otro en la idealidad y en el futuro anunciado por el Duero. Pero más que este 'consuelo', se hace palpable, ya en la obra de Cervantes, la desorientación de un mundo que todavía conservaba valores caballerescos en un contexto dominado por la razón práctica. El caso de España, en el que coincide, gracias a la larga duración de la Reconquista, el final de una sociedad caballeresca con el apogeo de una sociedad imperialista y mercantil, la experiencia italiana (un mundo absolutista y con papel importante de la burguesía) con el último acto de las 'cruzadas' anti-islámicas, es el fondo ideal para este conflicto, tratado por Cervantes también, y no sin matices trágicos, en su Don Quijote.5 A diferencia del Quijote que oscila entre locura y cordura, entre trágico fracaso y ridicula obcecación, en la Numancia las cosas están
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bien claras: por una parte, los españoles caballeros que no vacilan ni un momento en su decisión de sacrificarse; por otra, los romanos superiores en la técnica y la organización estratégicas, pero inferiores en la virtud. Si nos acordamos de este esquema de Cervantes, muy importante en el momento de la formación de una nación española (la unión de Castilla y Aragón es todavía reciente, se acaba de conquistar Portugal), resulta extraño ver que la comparación de Vivar implícitamente pone a los indios araucanos en el lugar de los numantinos/ españoles, y aun más, que esta misma comparación aparece, no explícita sino implícitamente, varias veces en la Araucana de Ercilla. Los Araucanos no son gente civilizada: 'Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta/ aquel que fue del cielo derribado' (I, 40; 91). Pero son héroes en el sentido épico, héroes según el modelo de la antigüedad y de los cantares medievales: 'siendo incultos bárbaros, ganaron/ con no poca razón claros renombres' (II, 10; 108). Lo único nuevo es la posición central de un 'amor a la patria', valor más cerca de las ideas de la antigüedad (sobre todo de los romanos) que de los conceptos medievales. Así, incluso la traición de un indio movido por el amor a la patria no aparece como hecho negativo: cuando Lautaro, el paje de Valdivia ('acariciado del y favorido') se opone de repente a su maestro y a los españoles, lo hace 'del amor de su patria comovido' (III, 34; 146) y se convierte eo ipso en una figura de dimensiones mítico-heroicas: Ercilla cita toda una serie de héroes de la antigüedad (Curcio, Horacio, Scévola y Leónidas y diez más) para concluir con la pregunta retórica: 'Decidme: estos famosos ¿qué hicieron/ que al hecho deste bárbaro igual fuese?' (III, 44; 150) Los españoles no son comparables a estos gigantes de estatura romana o medieval. Sólo en la primera parte (canto IV) aparece una vez la comparación (pero medio irónica) con los héroes de los Cantares épicos. Uno de los catorce caballeros españoles que resisten a un gran ejército indio casi irónicamente exclama '¡A Dios pluguiera/ fuéramos solos doce y dos faltaran/ que Doce de la Fama nos llamaran' (aludiendo a los Doce Pares de la Francia de Carlomagno y los Nueve de la Fama del ciclo de Alejandro, IV, 23; 174). Pero en la práctica son mucho más los indios quienes, por lo menos en el combate individual, muestran su valor. Los españoles ni siquiera en la primera parte, donde aparecen como víctimas, muestran un comportamiento ejemplar: mientras los indios masacran a viejos, niños y mujeres embarazadas, todos piensan únicamente en la propia salvación y nadie ayuda al prójimo: 'Aquel que por desgracia atrás venía/ ninguno, aunque sea amigo, le socorre' (VI, 55; 232). En esta situación, por parte de los españoles, son los 'débiles', viejos y mujeres, los que deben salvar la honra. Así, un viejo amonesta a sus compatriotas atemorizados: '¡Gente vil, acobardada,/ deshonra del honor y ser de España!/ ¿Qué es esto?, ¿dónde vais?, ¿quién os engaña?' (VII, 18; 238), y una mujer, Doña Mencía de Nidos, que está enferma, se levanta para hacerles un gran discurso a sus compatriotas: '¡Volved, no vais así desa
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manera/ ni del temor os deis tan por amigos/ que yo me ofrezco aquí, que por primera/ me arrojaré en los hierros enemigos!' (VII, 28; 241) Así, aparecen también en Ercilla las típicas figuras femeninas fuertes y virtuosas que avergüenzan a los hombres y son tan frecuentes en las obras de Lope, Tirso o incluso Calderón. En el otro bando, entre los araucanos, los valores caballerescos y varoniles quedan intactos. Así, un 'bárbaro valiente' que ha cautivado a un 'indio cristiano' cobarde lo pone a servir en la cocina con las palabras: 'Mujer debes de ser, pues que temías/ tanto de alguna espada los aceros;/ y así quiero que tengas el oficio/ en todo lo que toca a mi servicio' (VII, 36; 244). Los indios no dejan de vencer, y en el canto XII las primeras negociaciones diplomáticas muestran a los indios en el papel de los moros de la Reconquista descritos en Las famosas asturianas: demandan un tributo de vasallaje de 'treinta mujeres virgines [...] blancas, rubias, hermosas' por año, además de sesenta capas de tejidos preciosos, doce caballos y seis lebreles. Naturalmente, los españoles no aceptan esta proposición de paz. Al contrario, ayudados por la traición de un indio, cogen a los enemigos por sorpresa, mientras que el jefe de éstos, Lautaro, está 'durmiendo con la bella Guacolda', o sea que repite un gesto de un rey moro, Boabdil, ante el peligro de los invasores españoles. En esta batalla, los españoles por primera vez tienen entre ellos también un héroe épico, pero es italiano: 'Llamábase éste Andrea, que en grandeza/ y proporción del cuerpo era gigante,/ de estirpe humilde y su naturaleza/ era arriba de Genova al Levante' (XIV, 46; 426). Los indios mueren todos en la batalla, el único que se había escondido por temor repentino se arrepiente cuando ve a sus compañeros muertos y se mata con su propia espada para no vivir con la vergüenza de haber sobrevivido la derrota, un primer paralelo con la actitud de los numantinos protoespañoles en la Numancia de Cervantes. Así, la primera parte muestra indios valientes y españoles en parte cobardes, corrompidos por la siempre acusada codicia, y por lo tanto, castigados justamente por Dios. Sin embargo, los españoles (que todavía no incluyen al propio autor) tienen algunos restos de características heroicas: sus mujeres y viejos, algunos héroes aunque sean a veces italianos, y el viejo capitán Villagrán. La segunda parte (publicada pocos años antes de la composición de la tragedia cervantina) narra las propias experiencias de Ercilla, y es aún más dura para con los propios compatriotas. Sin embargo, desde este momento, la imagen de los españoles aparece dividida en dos versiones antagónicas: españoles buenos, caballerescos y nobles en Europa y malos, traidores, maquiavélicos en América. Allá, a los 'defensores de su patria' se opone un ejército moderno español que explica sus intenciones en términos de la teoría del bellum iustum cuyos mayores exponentes eran Francisco de Vitoria y Francisco Suárez, o sea de reacción a una traición y de salvamento de la religión. Sin embargo, los indios parecen conocer sus verdaderas intenciones; el
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viejo Colocólo recomienda a sus compatriotas distraer la atención de los europeos mostrándoles pretendidas minas de oro, 'cebo goloso en que esta gente pica' (XVI, 77; 491). Y esta visión desengañadora corresponde a la actitud práctica de los españoles en América, siempre en contraste con el comportamiento de los mismos españoles en Europa: mientras por ejemplo en las batallas europeas de St.Quentin o de Lepanto narradas en forma de visión por Ercilla los españoles no matan a los fugitivos: 'los brazos altos y armas suspendieron/ por no manchar con sangre el vencimiento' (XVIII, 17; 522), en Chile hacen lo contrario. En el canto XXVI, por ejemplo, 'los nuestros hasta allí cristianos, [!] que los términos lícitos pasando,/ con crueles armas y actos inhumanos,/ iban la gran victoria deslustrando', es decir, matan a los enemigos que ya se han rendido (XXVI, 7; 719). Ercilla, que defiende valores caballerescos y humanistas a la vez, se distancia en términos casi lascasianos de este comportamiento: 'Así el entendimiento y pluma mía,/ aunque usada al destrozo de la guerra,/ huye del grande estrago que este día/ hubo en los defensores de su tierra' (XXVI, 8; 719).6 Otra vez este término de 'defensores de su tierra' hace aparecer a los indios como gente que combate en una guerra justa, mientras que los invasores españoles, de dudosa justificación, cometen estragos. Pero lo que nos interesa aquí no es esta posición crítica en cuanto a la conquista, posición en parte debida a la influencia lascasiana de Fray Gil González de San Nicolás, dominicano y consejero del gobernador García Hurtado de Mendoza y por eso compañero de viaje del mismo Ercilla. Lo que es importante son los modelos con los cuales Ercilla trata de identificar a los héroes-indios: en primer lugar los hombres y mujeres ejemplares de la antigüedad con su constancia, valor y amor de la patria. De particular interés me parece, sin embargo, el papel de las mujeres que, como ya he mencionado, suele ser positivo en la tutela de los valores caballerescos también en el teatro del Siglo de Oro. A lo largo de la Araucana aparecen cuatro figuras femeninas ejemplares: Tegualda en los cantos XX y XXI, Glaura en el XXVIII, Lauca en el XXXII y finalmente Fresia, la esposa de Caupolicán, el Supremo Jefe de los Araucanos, en el XXXIII. Las primeras tres figuras tienen también algo de novelesco, en particular la historia de Glaura recuerda las historias insertadas tan frecuentes en las novelas de la época (las novelas pastoriles, o el mismo Quijote). Tegualda es hallada por el autor que está de guardia, mientras busca en la oscuridad de la noche el cadáver de su esposo amado para darle sepultura y le cuenta una historia de claros rasgos caballerescos: hija de un cacique (es decir, de alto linaje), es pedida por muchos en casamiento pero no quiere a ninguno (el motivo bucólico de la ninfa de Diana). Así, su padre decide casarla con el vencedor de unos juegos organizados para esta ocasión. Ella teme la pérdida de su 'libertad y señorío'. Pero cuando ya parece haber vencido el 'robusto joven Mareguano', de repente aparece un 'extranjero', vestido 'de verde y encarnado', o sea, sin nombre, pero con señales de colores (la lengua del
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amor en el amor cortés), que vence a Mareguano y recibe la guirnalda de sus manos, no sin hacer una declaración 'con una humilde y baja cortesía', es decir, otra vez en el lenguaje del amor cortés. Esto hace su efecto: Tegualda 'comenzó a temblar y un fuego ardiendo/ fue por todos sus huesos discurriendo' (XX, 58; 580). Poco después se celebran las bodas, y ahora la joven viuda reclama ayuda y muerte del poeta-caballero español: 'haznos con esa espada y mano dura/ iguales, en la muerte y sepultura' (XX, 75; 585). Ercilla, impresionado por tanto valor y constancia, hace una larga enumeración de mujeres virtuosas de la antigüedad (tomada de Boccaccio, De claris mulieribus) a quienes iguala la india: 'Bien puede ser entre éstas colocada/ la hermosa Tegualda' (XXI, 4; 588). Ya en el canto XXVIII aparece otra mujer heroica, cuya belleza tiene rasgos europeos: 'Era mochacha grande, bien formada,/ de frente alegre y ojos estremados, nariz perfeta, boca colorada,/ los dientes en coral fino engastados;/ espaciosa de pecho y relevada,/ hermosas manos, brazos bien sacados,/ acrecentando más su hermosura/ un natural donaire y apostura' (XXVIII, 4; 760) Glaura, también 'persona de linaje', cuenta otra historia novelesca. Requerida por un pariente que detesta, resiste castamente a sus declaraciones de amor, hasta que el infeliz, a la manera de los pastores, con el grito '¡Oh fiera tigre endurecida,/ inhumana y cruel con los humanos!' (XXVIII, 18; 764) busca la muerte en la guerra y la halla, junto con el padre de Glaura, mientras ésta huye a través de montañas y bosques, despojada y casi violada por dos negros (los negros aparecen siempre en una luz extremamente negativa) y salvada por un 'caballero andante' indio, Cariolán, que mata a los 'perros, bárbaros, traidores'. La joven casta, 'por evitar al fin murmuraciones/ y no mostrarme ingrata al beneficio [...] recibido'( XXVIII, 29; 768), pero obviamente no sin amor, se casa con él. Cuando el joven marido ve otro caso de necesidad (diez indios presos en manos de los cristianos) tiene que desempeñar otra vez el papel de caballero andante y le ordena esperarlo en el bosque, pero no vuelve. Ahora la pobre mujer lo busca desesperadamente y reclama la propia muerte. Sin embargo, este es el único episodio con un bappy ending: en medio de una emboscada de indios, uno de los cautivos que sirve a Ercilla 'no en figura de siervo mas de amigo' es reconocido como el marido perdido, y los dos se abrazan en medio de la guerra. En el canto XXXIII encontramos a la siguiente moza noble, esta vez incluso herida: la hermosa Lauca, de sólo quince años, ha seguido incluso a su 'esposo y dulce amigo' en la guerra y lo ha visto morir a su lado. El cuarto caso finalmente se nos presenta ya en el canto siguiente. Caupolicán, el jefe de los araucanos, preso por traición en su escondite, se ha vestido de 'bajo soldado' para escapar de la venganza y niega ser el 'capitán buscado'. En este momento aparece otra vez una mujer, con un niño de quince meses, lo reconoce como su marido y le reprocha su
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cobardía, lo llama 'afeminado', lo acusa de haberla engañado presentándose como hombre valiente y gran capitán, y al fin, con las palabras 'yo no quiero título de madre/ del hijo infame de infame padre', 'el tierno niño le arrojó delante' (XXXIII, 81s.; 892). Esta escena y su retórica recuerdan a grandes figuras femeninas de los dramas de honor, como, por ejemplo, a Laurencia en Fuenteovejuna y Doña Sancha de Las famosas asturianas. Una vez más, por lo tanto, las mujeres indias aparecen con rasgos y valores de la España medieval. Pero en la mayoría de los casos, también los hombres muestran un comportamiento ejemplar según las normas de la caballería. No hay que pensar sólo en sus hazañas heroicas y casi sobrehumanas en la lucha; muy importantes me parecen también los hechos de que los araucanos prefieren la muerte a la vergüenza de haber sido vencidos o que los mayores guerreros rechazan los métodos ilícitos: cuando piensan coger a los españoles durmiendo con la ayuda de un traidor, los 'soldados principales' no 'iban delante en la primera hilera' como suelen hacerlo en otras ocasiones, porque 'el General usado había de fraude y trato entre ellos reprobado/ diciendo ser vileza y cobardía/ tomar al enemigo descuidado' (XXXII, 22; 846). En este contexto hay que mencionar también la actitud ejemplar de los indios ante la muerte y la tormenta como en el episodio del ya mencionado Galbarino en el canto XXII, al que, para 'ejemplar castigo de los rebeldes pueblos comarcanos', se le ordena 'cortar ambas las manos'. Cuando en el canto XXVI los españoles aumentan la crueldad de sus castigos ejemplares queriendo ahorcar a algunos de los presos y Ercilla quiere salvar al menos a uno de ellos, éste se revela como Galbarino sin manos, que injuria otra vez a los españoles y los incita a darle muerte proclamando 'muertos podremos ser, mas no vencidos/ ni los ánimos libres oprimidos' (XXVI, 25; 725). Basta con los ejemplos. Creo haber hecho patente que la imagen de los indios en Ercilla no sólo es sumamente positiva, en oposición a la de los españoles, sino que ellos aparecen como los verdaderos representantes del ideal de la virtud antigua (en los numantinos) y medieval (en los héroes de los romances) de España. El autor nos presenta esta impresión, con cierta habilidad retórica, mediante expresiones de asombro: 'Cosa es digna de ser considerada [...])/ que gente tan ignota y desviada de la frecuencia y trato de otra gente,/ de innavegables golfos rodeada,/ alcance lo que así difícilmente/ alcanzaron por curso de la guerra/ los más famosos hombres de la tierra' (XXV, 1; 693) y pregunta: '¿Quién les mostró a formar escuadrones, [...] que todo es un bastante y claro indicio/ del valor desta gente y ejercicio?' (XXV, 3; 694) En el canto XXIX, él mismo da la respuesta: '¡Oh, cuánta fuerza tiene!; ¡oh cuánto incita el amor de la patria [...]!' (XXIX, 1; 783) Los araucanos para Ercilla se convierten así en un pueblo que, a pesar de no tener los medios técnicos de los españoles, ha sabido conservar, a diferencia de éstos, los valores de patria,
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coraje, caballería y constancia. Ya he mencionado los paralelos con la Numancia de Cervantes. El caso más patente es la decisión de los indios de quemar sus casas y haciendas, así como lo hacen también los numantinos ante la victoria inminente de Cipión. También en la Numancia, los dos partidos representan dos sistemas de valores: los romanos la técnica superior, la guerra calculada, fría y eficaz que corresponde a la nueva época maquiavélica del Renacimiento; los numantinos/ españoles el amor a la patria, el coraje personal, los valores caballerescos asociables con la Edad Media heroica y la Reconquista. La guerra de Arauco muestra la misma oposición, sólo que esta vez los españoles se encuentran del otro lado. Esto podría explicar el hecho de que Ercilla escribió una Araucana y no una Hispaniada; a mi entender, permitiría incluso ver en Ercilla como en Cervantes a dos hombres de tránsito que dudan del nuevo sistema de valores y le oponen el viejo paradigma, en una visión heroica como en la Numancia y la Araucana o también en la irónica del Quijote. Pero es interesante que Ercilla, a diferencia de Cervantes, proyecte este sistema de valores en los indios, cambiando así mucho la imagen que del indio se tenía. Claro fue después de Colón se había escrito mucho sobre la organización militar y estatal y los logros arquitectónicos de los indios. Pero nadie antes de Ercilla los había presentado como 'los mejores españoles'. Por eso, pienso que también la calificación de Ercilla como Hascasiano', que ha impedido durante mucho tiempo un análisis objetivo de su obra, es tan superficial como la visión de su poema como expresión del espíritu chileno propuesta por varios críticos de este país.7 Ercilla no quiere proteger a los pobres indios inocentes y martirizados, quiere proteger el espíritu caballeresco que encarna literariamente en ellos, creando así una imagen totalmente nueva del indio como generoso y valiente caballero andante en un mundo que ya se ha vuelto definitivamente moderno. Post scriptum: Este 'exilio' de los valores caballerescos en el 'Nuevo Mundo' no se limita sin embargo a los indios: la réplica de Pedro de Oña al poema de Ercilla muestra al enemigo de éste, García Hurtado de Mendoza, en el papel del caballero de virtudes medievales cuando amonesta a sus tropas: 'Y que tengáis por colmo de la gloria/ Usar con el vencido de clemencia/ De suerte que al furor no deis licencia,/ Para manchar con sangre la vitoria' (VIII; 134).8 Esto no impide que también los indios sepan ser generosos y respetar el código de caballeros: cuando Hernán Guillen lucha heroicamente contra muchos indios, el cacique Orompello quiere impedir que se lo mate con una cita de los romances del Cid: 'Afuera, afuera / Quien sabe así matar, no es bien que muera' (X; 161). Ya que Galbarino entonces mata por la espalda al heroico español como 'traidor de aleve pecho', la crueldad descrita en Ercilla y Vivar aparece como castigo del cielo.
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Este mundo de los romances está presente dondequiera en la literatura temprana del continente. Sea en el romance de Cortés, transmitido por Bernal Díaz del Castillo ('En Tacuba está Cortés [...]'), sea en los nombres de los nuevos pueblos ('Segura de la Frontera', llama Cortés el lugar en el que escribe su 'Segunda Carta'), sea en la propia concepción de identidad de los conquistadores que, como el Cid, pensaban ir hacia el país de los moros para compensar con el botín los defectos de su nacimiento de segundones o hidalgos de baja nobleza.9 Es impresionante ver que incluso los indios, como el famoso Waman Puma de Ayala, aceptan esta visión feudal y medieval del mundo. El mundo prehispánico descrito por Waman Puma es un mundo feudal, destruido no por los españoles sino por los alevosos incas, y que habría que restaurar con la ayuda de los españoles, aunque sea reconociendo la superior autoridad del rey español como monarca del mundo. Sin embargo, los españoles no respetan sus propios ideales: ni en lo espiritual, ni en la esfera profana. Así, el mundo se ha puesto al revés, los 'indios bajos', con la ayuda de los españoles, oprimen a la antigua nobleza, la virtud, el espíritu cristiano... 'y no hay remedio', como suele escribir Waman Puma al final de cada capítulo de su Nueva coránica y buen gobierno (escrita 1595-1615).1() Casi lo mismo parecen decir Ercilla en su Araucana y, a pesar del optimismo para el futuro, Cervantes en su Numancia. El exilio de los valores caballerescos en América es un exilio literario, ficticio, independientemente del hecho de si se proyecta en los indios o en los conquistadores españoles; sin embargo, es expresión de una verdadera y profunda crisis de valores de una España apenas salida de la Edad Media y fue sin hallarse preparada ingresa en una Época Moderna de guerras eficaces, imperialismo mercantil y dominio del mundo.
NOTAS 1
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Véase Leo Pollmann, Das Epos in den romanischen Literaturen: Verlust und Wandlung (Stuttgart: Kohlhammer, 1966), pp. 127-40. Las citas están tomadas de Alonso de Ercilla: 'La Araucana', editado por Isaías Lerner (Madrid: Cátedra, 1993), indicando el canto, la estrofa, y finalmente la página. Gerónimo de Vivar, Crónica y relación copiosa y verdadera de los Reinos de Chile, editado por Leopoldo Sáez-Godoy (Berlin: Colloquium, 1979), p.242. Véase Miguel de Cervantes: Numancia, editado por Francisco Ynduraín (Madrid: Cátedra, 1964), I, vv.441 y ss.. No quiero citar aquí toda la literatura cervantina que se refiere a este tema. Sin embargo, para una orientación general sobre la mentalidad del Renacimiento español es siempre recomendable el ya clásico libro de Otis H. Green, Spain and the Western Tradition: the Castilian Mind in
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¿América como exilio para los valores caballerescos? 203 Literature from El Cid to Calderón, 4 vols (Madison; London: University of Wisconsin Press,1966), vol. III; para el aspecto político, véase también José Antonio Fernández Santamaría, The State, War and Peace: Spanisb Political Thought in the Renaissance 1516-1559 (Cambridge: Cambridge University Press, 1977). Subrayado mío. Véase Dieter Janik, 'La valoración múltiple del indio en La Araucana de Alonso de Ercilla', en La imagen del indio en la Europa moderna (Sevilla: CSIC, 1990), pp.237-88; e Isaías Lerner, 'Para los contextos ideológicos de La Araucana\ en Lía Schwartz y Isaías Lerner (eds.), Homenaje a Ana María Barrenechea (Madrid: Castalia, 1984), pp.261-70. Las citas de Pedro de Oña están tomadas de la edición facsímil (Madrid: Cultura Hispánica, 1944) de la impresión original (Lima: Antonio Ricardo de Turín, 1596), indicando el canto y la página. Véanse Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, editado por Carmelo Sáenz de Santa María (Madrid: Alianza, 1989), p.485; y Hernán Cortés, Cartas de relación, editado por Mario Hernández (Madrid: Historia 16, 1985), p.77. Véase Felipe Guarnan Poma de Ayala, Nueva crónica y buen gobierno, editado por John Murra, Rolena Adorno y Jorge C. Uriarte (Madrid: Historia 16, 1987).
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