ALBANTA. Taller de Escritura Creativa Ediciones Manantay Serie Escribe Si Te Atreves

ALBANTA Taller de Escritura Creativa 2011-2012 Ediciones Manantay Serie Escribe Si Te Atreves Agurtzane Arizmendi García - Elena Bolzoni Brazaola –

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ALBANTA Taller de Escritura Creativa 2011-2012

Ediciones Manantay Serie Escribe Si Te Atreves

Agurtzane Arizmendi García - Elena Bolzoni Brazaola – Aurora Bolzoni Capilla – Begoña De Miguel Iglesias –Maite De Miguel Iglesias – Felicidad Del Río Herrera – Celia Fernández Martínez - Caridad García Gómez – Mª José Herrero Hernández - Grizzel Mayea Rosa – Mª Asun Pérez Cordero – Maite Vacarisas Puertas

ALBANTA Taller de Escritura Creativa 2011-2012

Ediciones Manantay Serie Escribe Si Te Atreves

Título original: Albanta - Taller de Escritura Creativa 2011/2012

Selección de textos surgidos de las propuestas de trabajo realizadas en el Taller de Creación Literaria, organizado por el Área de Igualdad y Políticas de Género del Ayuntamiento de Abanto y Zierbena durante el curso 2011/2012

Primera edición, mayo de 2012

© de los textos, las autoras © del prólogo, Begoña Ibáñez Avendaño © de la edición, Asociación Cultural Manantay

Diseño portada, maquetación y corrección de textos: Begoña Ibáñez Avendaño y Marisa Arza Murga

Depósito Legal: BI-851/2012

Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total ni parcial de este libro, ni la recopilación en un sistema informático por medios electrónicos, mecánicos, por fotocopias, por registro o por otros medios, sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright.

Cada viajero tiene una casa propia, y aprende a apreciar más su camino Charles Dickens

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PRÓLOGO Cuando tus manos abran este libro, Albanta, vas a encontrar el mimo por el detalle y la esperanza por retomar lo cotidiano de una manera creativa, la ternura por los personajes olvidados y la fuerza por encontrar sus destinos, la imaginación para soñar la utopía y la realidad para encarnar los sueños, porque estas escritoras creen en su espacio personal y desde ahí nacen estos relatos imaginados por ellas, mujeres que luchan en cada línea, en cada palabra. Cada relato de Albanta nace del compromiso de estas escritoras con la idea, con su gestación solitaria, durante siete días –nos reunimos cada siete días-, y con ese parto, a veces doloroso, a primeras horas de la tarde de los lunes. Y es en Sanfuentes donde los relatos dan a luz personajes – hombres y mujeres, niñas y niños-, historias, espacios y tiempos que sino seguirían habitando el silencio y la sombra. Y es en el grupo que todas formáis donde finalmente cobra voz vuestra inspiración, donde crece, donde definitivamente templáis vuestro material de escritoras. Porque la escritura nace cuando escribís y crece cuando sois capaces de compartirla con los demás, con los otras/os, con vuestros lectoras/es. Es vuestro proceso interior, la creación, vuestro proceso de entrega, la lectura. En Albanta se enlazan las voces de doce mujeres unidas a través de la escritura, mujeres que han elaborado cuidadosamente, como Aracné, el tejido literario que cada semana nos ofrecían. Cuando cada lector/a se sumerja en sus historias comprenderá que Albanta es ese lugar entre el mar y la tierra, entre lo cotidiano y lo mágico que nos une, que nos ha unido todas las tardes del lunes. Porque Albanta es ese universo en el que todo es posible, un espacio en el que la mirada cálida de María sonríe mientras le da el pecho al pequeño Julen, en el que la fidelidad de Sonia tiene un precio doloroso, en el que una mujer, Marta, homenajea a la luchadora Beatriz, en el que aún es posible luchar contra la injusticia social de Martina cerca de la fuente de Los Cuatro Vientos, en el que vive una mujer con el corazón triste, en el que Mimí continúa arrastrando su cuerpo por un mísero escenario, en el que la música y la vida de Nuria se 5

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entretejen para poder comprender desde la nostalgia, en el que la “suspiritis” no es el final sino una puerta abierta hacia el infinito, en el que finalmente Leire contempla desazonada su soledad, en el que aún permanece el aroma inconfundible de la cocina de la abuela, en el que luchan la pasión y el olvido de Eduardo, en el que renace el amor aventurero de Merche… Albanta es, en definitiva, vuestro libro, un hermoso pretexto para que todas/os podamos seguir amando la literatura. Marisa Arza Murga

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JUEGOS Agurtzane Arizmendi García La monotonía acompañada del silencio se interrumpió con la llegada de los malabares que, en su tiempo de asueto, hacía Lorenzo, quien, ya en el ocaso de su vida, se comportaba con el mismo optimismo que siempre le había caracterizado, aún cuando en esas ocasiones despertaba lleno de dolores al amanecer. Siempre empezaba los juegos con dos bolas para luego ir aumentando la dificultad hasta llegar a sostener siete pelotas en el aire. Y, aunque parecía muy concentrado, el ejercicio, además de para desentumecer sus castigadas articulaciones, le servía para pensar en su vida. Presentía que ya le quedaba poco tiempo y ser capaz de recordar todo su pasado y las personas que lo habían compartido con él, le hacía sentirse muy feliz y con unas pocas fuerzas más para seguir jugando. Testigos de sus malabares eran siempre sus nietos, Julio y María, que miraban boquiabiertos los equilibrios de las bolas y reían a carcajada limpia, cuando Lorenzo finalizaba el número lanzando todas las pelotas al aire para recogerlas luego una por una y gritar "¡TACHAAAN!". Antes que ellos fueron su mujer Paula y su hija Rosa las que, siendo él más joven y ágil, se asombraban con los ejercicios que era capaz de realizar. Pensar en ellas siempre le producía un pinchazo en el corazón, porque no había sido sincero y no conocían una parte muy importante de su vida. Lorenzo había ido a vivir con su hija por deseo expreso de ella al fallecer su mujer. Aunque él discutió alegando que no quería ser una carga, terminó cediendo cuando Rosa le explicó que se ayudarían mutuamente, porque él podría estar con los niños y entretenerlos cuando ella tuviera que trabajar. Las risas de los dos pequeños le devolvieron a la realidad. Como siempre, pedían más malabares y más difíciles, pero Lorenzo no se encontró bien y en cuanto notó un dolor agudo en el pecho mandó llamar a una ambulancia y a su hija. Dos días después, en el funeral, Rosa mantenía la compostura mientras sus hijos lloraban a su lado. La noche anterior, los tres habían pasado una larga velada en la cocina, delante de unas enormes tazas de chocolate caliente, recordando al abuelo y su habilidad para sorprenderlos y hacerles reír con los juegos malabares. 9

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Cuando Julio le preguntó a su madre dónde había aprendido Lorenzo esas técnicas, Rosa no supo qué contestar y se dio cuenta de que había muchas cosas de su padre que no sabía. Ya en el cementerio, con un hijo a cada lado, Rosa dejó de intentar desentrañar los misterios del buen hombre, cuando la música del circo interrumpió sus pensamientos. En ese momento se dio cuenta de que entre los ramos de amigos y parientes y su corona de flores había otra que rezaba: “Tu mujer Alina y tu hijo Matei no te olvidan”. Extrañada pensó que habría sido un error de la funeraria y, cuando empezaron a caer unas tímidas gotas, se fueron alejando entre las palabras de consuelo de los allegados. En la puerta se cruzaron con una mujer que tendría la edad de su padre y un hombre de unos cuarenta años que habían salido de una de las caravanas del circo. Las dos mujeres cruzaron sus miradas y, con el corazón en un puño, Rosa mandó a sus hijos al coche y, apoyada en un ciprés, observó a los dos desconocidos llegar hasta la tumba de Lorenzo y llorar en silencio.

DÍAS DE RECOGIMIENTO Elena Bolzoni Brazaola -Marta tardará un rato, ha ido al consultorio médico -dijo María a Teresa y siguió ordenando las telas. María, viendo que la clienta no se iba, nerviosa volvió a decir-: Mariana marchará a por las sedas y seguro que para la semana que viene estarán en la tienda. -Bueno, si es así esperaré -dijo Teresa y salió resignada. María entró al taller donde sus compañeras confeccionaban los elegantes vestidos. Volvió a abrirse la puerta de entrada apareciendo Marta cargada de paquetes. -María, mañana iré a Somalia, ya tengo el billete. Mira lo que he conseguido para el hospital -dijo cuando hubo cerrado la puerta -. Y para el cumpleaños le regalaré este bonito y práctico traje de entretiempo con el echarpe a juego.

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María asintió sonriendo, viendo la felicidad de su amiga y compañera. Al día siguiente en el aeropuerto madrileño, el altavoz avisaba que los viajeros a Somalia fueran pasando por el corredor de identificación y dejaran sus maletas encima de la cinta transportadora. Marta pasó por el túnel en dirección al avión y se acomodó en su asiento. Había pedido ventana porque le gustaba ver las nubes. Tras el viaje de seis horas sin contratiempos, el avión aterrizó en Mogadishu, capital de Somalia. Allí la esperaba Mohamed con su todo terreno nuevo. Después de los saludos se dirigieron por el caótico centro de la ciudad. Cada cual caminaba como podía mezclándose peatones con carros tirados por mulas o caballos y todo tipo de máquinas de circulación. Las mujeres, como siempre, arrastraban sus bellos vestidos de telas estampadas que el viento aliviaba sobre el agujereado y polvoriento asfalto. Marta pensaba que la igualdad y la libertad no llegarían nunca a este y otros países africanos. Después de aparcar, se adentraron por una estrecha calle hasta llegar al almacén de Alí Benjuto, el mercader más afamado por los europeos. Este ya los esperaba y, tranquilo, sacó de un apartado las bonitas telas encargadas bien empaquetadas. Pagaron la factura y, sin dilaciones, se despidieron hasta la próxima ocasión. Dejaron las sedas en el hotel Rothschild, donde Marta había reservado la habitación, y volvieron a introducirse por el caos. Lograron salir de él dirigiéndose hacia la región del Yuba, donde encontrarían a los agricultores afanados en sus trabajos y abrazarían a los cooperantes de Médicos Sin Fronteras. A Beatriz le diría: “Querida hermana, aquí estoy… ¿necesitas algo?”. Y ella, riendo a carcajadas, contestaría: “¡Tantas cosas!” Al llegar encontraron el sencillo edificio que hacía las veces de hospital, muy revuelto. Beatriz no estaba y los heridos no tenían fuerza para quejarse. -¿Qué ha sucedido, Alberto? -preguntó Marta al doctor y compañero de Beatriz. -Que han venido los militares, borrachos y drogados. Querían llevarse a Beatriz, pero no han podido. -¿Dónde esta? -Descansando en el patio. 11

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Marta y Mohamed salieron rápidos, conocían el sitio y la historia de siempre. Allí estaba tumbada, tapada y muerta. Era el día de su trigésimo cumpleaños. Alberto abrazó a Marta con fuerza; se sostenían recogidos sin desear desatarse. Tres años después, en el mismo lugar, nombraba Marta a Beatriz, en el homenaje que le ofrendaban recordando la tragedia. A su lado se hallaba Alberto quien, desde aquel día, era y es su inseparable compañero.

EL CORTO REVÉS OLVIDADO Goizalde Por fin llegaba la primavera, los rayos del sol adormecidos durante invierno me abrían el corazón. Entre cristales, en la lejanía, las aguas del mar del norte con sus colores azul verdoso me transmitían incertidumbre. Muy a lo lejos un barco surcaba los mares mientras los ojos inquietos de un niño preguntaban: -¿Por qué?... ¿Por qué, amama, el barco está tan lejos y aita no viene? La mecedora, donde estaba sentado Aitor junto a la cristalera, comenzó a moverse. Yo cogí su mano y sin responder nos movimos juntos al compás de la misma. Con los ojos cerrados evoqué los días en los que Yulen estaba con nosotros. Eran tiempos felices. Él entraba y salía de la casa como un torbellino, los ojos vivaces como los de su hijo Aitor transmitían cariño e inquietud por saber, por preguntar ¿por qué? siempre ¿por qué?... Yo, muchas veces, no sabía qué responder… “¿Por qué hay tanta agua en la playa?... ¿Por qué las gaviotas se quedan quietas y se mueven con las olas?... ¿Por qué tengo que ir ahora a la ikastola si hace sol?... Quiero jugar”… Siempre quería jugar, jugar, y aprender jugando. Su instinto de aprendizaje era tan alto que no le costó mucho sacar adelante su carrera de Medicina. La mano de Aitor al caer distrajo mi atención. Era regordeta, grande, a pesar de sus cuatro años. La cogí con cariño y la deposité encima de su pecho, se había quedado dormido con una sonrisa en su boca de niño 12

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bueno. Me quedé mirando sus pestañas negras curvadas y su pelo rubio con mechas doradas junto con su piel sonrosada. Me hacia olvidar, él lo era todo para mí. Pasó el tiempo y Aitor seguía con su costumbre de tumbarse en la mecedora junto conmigo en el mirador en las largas tardes de invierno, cuando en el horizonte del mar las luces de los barcos parecían flotar en la oscuridad. Pronto cumpliría cinco años y seguía con sus preguntas del porqué. Yo también muchas veces me las hacía a mí misma. ¿Por qué la historia se tenía que volver a repetir de nuevo?... aunque esta vez él tenía una amama que le adoraba, y yo en cambio tuve que sacar adelante sola a mi hijo Yulen en una sociedad machista. Aquí en cambio, al nacer el niño, su madre, un cuatro de noviembre antes de que cumpliese los dos meses, desapareció. Mi hijo la buscó desesperado hasta que al cabo de un año fue encontrada en su país, Italia, donde tenía un pasado oscuro de drogas y por el que perdió su vida. Miré de nuevo al pequeño Aitor, le quité las botas de ante azul y tapé su cuerpo con el fular morado que llevaba yo a mi cuello, y le seguí mirando. -Sueña, mi querido niño, sé feliz, tu amama te cuidará siempre, aita vendrá pronto a verte, ahora está con los niños que no tienen medicinas para curarse. Enternecida con los recuerdos, dos lágrimas corrieron por mis mejillas. Me senté de nuevo en la mecedora mirando el barco que cada vez se alejaba más en un atardecer de primavera, donde mis pensamientos se confundían con el murmullo de las olas.

CADA MOMENTO CUENTA Emeki La monotonía se había apoderado de Pablo, él nunca pensó que con la llegada de los nuevos tiempos tuviera que hacer verdaderos malabares con su vida. Ahora, inmerso en el silencio desde el amanecer hasta el

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ocaso, su ánimo tenía mucho tiempo de asueto para pensar en poder organizar todo lo que le quedaba por hacer. Pablo hacía tiempo que estaba solo y no encontraba la manera de ordenar su vida desde que le faltara Matilde, su mujer, y de que sus dos hijos Ana y Luís volaran libres. El tiempo era largo e insoportable. Recordaba con nostalgia los años pasados en familia, aquellos en los que el trabajaba en los grandes astilleros. Cuando regresaba a casa siempre le esperaba la alegría de ser recibido por su mujer y sus hijos. Hoy lo único que encontraba era la tristeza y la soledad. Su hijo Luís se había casado con Dona; ellos y su nieto Ander se habían tenido que trasladar a vivir a Barcelona por cuestiones de trabajo. Su hija Ana se fue a Londres después de terminar la carrera de Medicina, y allí seguía residiendo. Es cierto que ellos hablaban con su padre muy a menudo, pero él les echaba mucho de menos. Aquella mañana Pablo madrugó como de costumbre y, después de desayunar, salió a arreglar un poco el jardín, luego se sentó frente al rosal rojo, el lugar preferido de Matilde y en silencio habló con ella: “No sabes cuánto te echo de menos mi amor…”, le dijo, “si tú estuvieras aquí seguro que como siempre tendrías una solución para todo, pero yo estoy solo y perdido desde que aquel maldito accidente de trafico que te arrebató la vida alejándote de mí para siempre, y ahora ni siquiera se qué hacer…”, le confesó mientras se levantaba y acariciaba con mimo las rosas. En su mirada había un halo de tristeza y en sus labios un esbozo de sonrisa. “Aún son las diez”, dijo el hombre mirando al reloj y disponiéndose a cambiarse de ropa para ir a por el periódico y el pan como lo hacía todos los días. De pronto el sonido del teléfono lo sobresaltó, descolgó el auricular y respondió: -Sí… ¡Hola hijo! -… -Muy bien. Qué sorpresa me has dado, casi no me encuentras porque me disponía a salir. -… -No, no caigo. -…

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-Gracias, hijo, la verdad es que ni siquiera me había acordado de que hoy era mi cumpleaños. -… -No, no me ha llamado todavía, pero seguro que a tu hermana no se le olvida, ella es como vuestra madre, siempre lo recuerda todo. -… -¿Cómo están Dona y el niño? -… - Sí, sí, pásamelos hijo. -… -¡Hola, hija, gracias!... ¡No sabéis la alegría que me habéis dado! -… -¡Ander mi pequeño! El abuelo está muy contento por hablar contigo. -… -¿Qué?... Bueno, te prometo que voy a ir a verte… Un beso muy fuerte, cariño. Adiós, adiós. Hasta pronto… Sí. Un abrazo para todos. A Pablo se le alargó el día. Con la cara iluminada y muy contento por la llamada recibida, salió a la calle a por el correo y el pan, luego se pasó por la cafetería Candi y, delante de un humeante café, se dispuso a leer la prensa durante un buen rato como lo hacía a diario. Pasado un tiempo, levantó la vista y miró al reloj de la cafetería, marcaba la una y cuarto, dobló el diario y, despidiéndose de la camarera, se dirigió a su casa. Allí se preparó una buena paella para comer y cenar. Pablo estaba terminando de cocinar cuando sonó el timbre. -Vaya por Dios… ¿quién será ahora…? -se dijo el hombre mientras recorría el pasillo hacia la puerta. Cuando esta se abrió, la sorpresa fue mayúscula. Se quedó petrificado, mudo. -Papá… ¿no te alegras de verme? -.Pablo se abrazó fuertemente a su hija llorando sin poder articular palabra. -Ana, hija, esto sí que ha sido una gran sorpresa -consiguió articular al fin el hombre sollozando y abrazando fuertemente a la muchacha, que tampoco había podido reprimir el llanto. Cuando consiguieron serenarse, Pablo compartió con Ana las alegrías que había recibido ese día, cuando él ni siquiera había recordado que era su cumpleaños.

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-Pero mira, hija -dijo el hombre mientras preparaba la mesa-, además la voy a disfrutar con la mejor compañía que podía haber soñado, que eres tú. Hoy sí vamos a celebrar mi cumpleaños con mi especialidad, una buena paella que acabo de preparar y que seguro que tú hace mucho tiempo no degustas, -Ya lo creo, papá, has acertado de pleno, ni me acuerdo de cuando he comido paella por última vez, así que hoy me sabrá especial sobre todo por estar disfrutándola contigo… Te quiero tanto y… ¡tenía tantas ganas de verte! -También yo te he echado mucho de menos cariño -le dijo el padre besándola cariñosamente, mientras se disponían a disfrutar juntos de la comida en ese día tan especial.

EL DESPERTAR Alaibead Era el mes de septiembre de 2010 y en el reloj de la pared sonaban las cinco, la hora del té. -María, por favor, traiga el té. Así llamó Sonia a la señora que cuidaba su casa de verano, mujer a la que tenía un especial cariño ya que había criado a sus cinco hijos. -Mire, esta tarde van a llegar unos conocidos de Marcial. Ya sabe que les encanta venir a esta finca, se sienten tranquilos y sosegados, lo necesitan, ya que en la ciudad no pueden tratar de ciertos asuntos de alto secreto y aquí no tienen a nadie que les espíe. Yo iré al centro, he quedado con una amiga para ver tiendas y después iremos a cenar. Cuando recoja la vajilla, se puede ir usted también. Antes de que Sonia saliera de la casa, ya habían llegado Fidel y Lucas quienes no se percataron de que Sonia permanecía aún en ella. Tranquilamente se pusieron a charlar. -¿Cómo es capaz Marcial de enrollarse con la secretaria de Julio, su cuñado? … Y además lo hace descaradamente.

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Sonia se quedó paralizada por lo que acababa de escuchar a los socios de su marido, y se apresuró a esconderse para seguir escuchando a los colegas de Marcial. Había comprado un apartamento en la Costa Brava y era allí donde tenían su nidito de amor. Cuanto más escuchaba, más encolerizada estaba Sonia, así que empezó a maquinar un plan para darle un escarmiento a su marido que, probablemente, no olvidaría nunca. Llamó a Irene, su amiga, y se disculpó por no poder asistir a la cita planeada. Después llamó a un gurú que hacía tiempo que vivía en Ibiza. Le dio cita urgente haciendo un hueco para poder atenderla. Este invocó al espíritu de la anterior esposa de Marcial, y fue terrorífico lo que pudo escuchar sobre lo que era capaz de hacer su marido. Estaba aterrada y le preguntó si quería vengarse de ella por contarle las cosas tan espantosas que le estaba diciendo, el espíritu contestó enfadado: -Yo no te he buscado, has sido tú quien me ha invocado… y te lo cuento para que no te pase lo que a mí me ha sucedido y no tengas que estar contando a otra persona lo que yo te he dicho. Cuando volvió a casa, Marcial estaba con una copa en la mano y se la cedió a ella. Sin vacilar Sonia fue al escritorio donde tenía una catana y de un tajo le segó el cuello.

ALREDEDOR DEL SILENCIO Feli del Río Herrera Un insoportable silencio vuela alrededor de mí. Silencio que no solo se siente, si no que se escucha, se ve, se palpa... Frente a la esquina del sofá en el que paso sentada las horas muertas, veo el final del pasillo donde la puerta insistentemente me llama. La ausencia de sonido de las llaves en su cerradura pesa como una dura piedra sobre mi conciencia, pero dentro de mi corazón crece el profundo dolor de su ausencia, de su aroma, sus caricias, sus palabras... ¡Qué fácil me había parecido dar un primer paso, convencerme, de una vez por todas, de que lo que llevaba largo tiempo debatiendo dentro de mí surtiría el efecto deseado. Sentir la evidencia de que las palabras, que yo me había repetido insistentemente 17

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en los últimos días, eran las correctas y de que al final darían su fruto... Ahora, llena de amargura, de lágrimas y de remordimiento no logro dejar de recordarlas: "Leire, debes ponerlo a prueba; de una vez por todas debes ponerlo a prueba. Ya lleváis más de un año conviviendo juntos y no has conseguido que cambie lo más mínimo en sus costumbres, sus despistes, sus descuidos... Ten en cuenta vuestras eternas discusiones siempre sobre el mismo tema. Vuestros desagradables diálogos, muchas veces salidos de tono...". Sí, ahora, imborrable y horrible, recuerdo el que tuvimos el último día: « -Julen, has vuelto a dejar tu toalla de baño mojada sobre la cama. Julen, otra vez has olvidado levantar el asiento del váter antes de mear. Julen, de nuevo has dejado tu calzado sucio debajo de la cama... ¡No tienes derecho a amargarme otro día...! « -Leire… ¿no te das cuenta de que tú eres una maniática compulsiva del orden y de la limpieza? ¿No comprendes que el hogar no solo lo conforman tus singulares cuadros, tus especiales alfombras, tus selectivos muebles chinos...? Debes aprender a vivir para dejar vivir también. Sabes que yo te quiero tal y como eres, incluso con todas tus obsesivas manías... ¿O lo que prefieres es que me vaya de la casa para poder disfrutarla tú sola y a tu manera? Si esa es tu decisión dímelo y ahora mismo me largo..." Pero en aquel momento, al escucharlo, ilusa de mí, aún sonreí por dentro diciéndome orgullosa: "Leire, lo estás haciendo bien, lo vas a conseguir, en eso consiste dar el primer paso...". Y, sin mirarle a la cara, guardé silencio para no claudicar. Sin embargo, también en silencio, minutos después, le vi desaparecer tras la puerta con una abultada bolsa de deportes en la mano, sin mirarme. Ahora, solamente diez días después, me parecen de tan poco calado sus defectos… ¡Cómo pesa en mi cabeza y en mi corazón mi falta de consideración, mi poca paciencia...! El sentido desmesurado del orden me está jugando una mala partida. Sí, ahora, dentro de este horrible silencio de las paredes, sin sus atenciones, sin su presencia, sin su amor, lo veo tan claro, lo comprendo tan bien que puedo decir convencida: “Encontrarte, Julen, fue una gran suerte. Siempre has demostrado, desde el día en que nos conocimos, ocho años atrás, ser más generoso y comprensivo que yo. 18

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Eres lo mejor que me ha pasado en la vida”. Sin embargo, aún con mi corazón tremendamente dolorido, voy a castigarme con tres días más de silencio. Después le pediré perdón, pensando que él, mientras tanto, también tendrá más tiempo para poner atención, una vez que tome conciencia de algunos de sus defectos pensando en mí.

EL AMOR ESTÁ EN EL AIRE MCF Cuando se despertó no sabía dónde se encontraba. “No te pongas nerviosa, piensa un poco”. Alex, intento abrir los ojos, pero sus parpados no le obedecían, su mente comenzó a trabajar. “¿Qué hice ayer?”… Y de pronto su cabeza se llenó. “¿Quién era aquel que en el aeropuerto la abrazó contra su pecho y dándole besos parecía no querer dejarla ir?”. Vio sus ojos negros un poco rasgados, sus cejas amplias, su nariz prominente que le daba personalidad y la boca, suave, dulce, que le acariciaba las mejillas, los ojos, la boca. “¿Qué más?”, pensó y se quedó horrorizada. “¿Cómo había podido a intimar en tan poco tiempo?”. Hacía seis meses que había salido de casa con su maleta, acompañada de su prima Merche. Estaba tan triste, tan preocupada, sentía el estómago que se le subía a la garganta y los ojos le escocían del esfuerzo que hacían para no llorar. «-Ya verás como te va estupendamente… -le decía Merche-. Quién pudiera marcharse a Londres en tus condiciones… Tienes la carrera de Económicas terminada y ahora vas a estudiar inglés, que es lo que necesitas para encontrar un buen trabajo. No tienes problemas económicos, qué más quieres. «-Sí, tienes razón, pero allí sola si me pasa algo, no conozco a nadie, si al menos fuera con alguien conocido… «-Mejor así -le contestó su prima-, porque de la otra manera te pasarías el día hablando con él y tu aprendizaje dejaría mucho que desear.

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«Cuando se abrazaron en el aeropuerto, no pudo controlar la congoja y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Merche se las limpió con la mano y dándole un fuerte abrazo se alejó. Habían pasado dos meses, los más tristes de su vida. Sola en la residencia de estudiantes había comenzado las clases en la academia que le habían recomendado. Los días se le hacían eternos. Una tarde Julio, el profesor, les propuso salir a tomar unas cañas, animándoles a conocerse entre ellos. Un chico sentado detrás de ella le tocó el hombro y le dijo: «-¿Nos apuntamos?... Será la forma de conocernos-. Ella lo miró y pensó que era la primera vez que lo veía. «-¡No sé! -dijo. «-Vamos anímate, luego nos vemos. Aquello había sido el inicio de una relación amistosa que, poco a poco, se fue consolidando. Empezó a disfrutar de su independencia, de las clases, conoció a gente de otros países y su vida le gustaba. Su relación con Ricardo la llenaba tanto que ahora le parecía imposible su vida sin él. Tenía que oír su voz, decirle cuánto le echaba de menos, aunque en algunos momentos le había parecido que la vida desenfrenada que llevaban en Londres la tenía saturada. ¡Dios! Cómo le echaba de menos ahora y solo había pasado un día. Se levantó de la cama, cogió el teléfono y marcó su número.

EN LA PENUMBRA Caridad García Gómez Con los trescientos euros, que le quedaban en el bolsillo, pagó los cuatro días que había permanecido en un cuartucho de aquella pensión. Aún le sobró lo suficiente para buscar un poco de diversión nocturna. Quería ver cantar por última vez a la pérfida mujer que le había arruinado la vida, aquella a la que amó sin condiciones y de la que solo recibió desprecios. El impacto que su presencia le produjo fue más fuerte de lo que había pensado. Envejecida, demacrada, arrastrando su cuerpo por el mísero escenario, no parecía la Mimí que, orgullosa y soberbia, 20

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brilló tantas noches en los cabarets de París. Encorvado, con una larga barba blanca, Miguel se tapó los ojos al salir del cubil. Pensó que nunca más volvería a entrar en él y dirigió sus pasos hacia el Sena. Sonaron las cuatro en un reloj cercano. “Es el momento”, pensó. Se quitó el viejo gabán donde tenía su documentación y lo dejó en el suelo… Después de mirar la luna… se arrojó al río.

A TI Mª José Herrero Hernández Yo sé que hoy tu corazón está triste, tu alma partida y tu vida llena de ira… pero no sientas pena, ni rabia, ni desazón, pues esa rabia que te hiere por esa alma que te duele y por el cariño que has tenido, que has llenado, que has sufrido, que te has agotado… y que todo lo que has hecho es porque ese corazón te lo ha dictado. En su sonrisa, en tu recuerdo, tú te sentirás compensada con los momentos compartidos, con las manos enlazadas. Y vuestros labios, sin abrirse, se han dicho todo lo que callaban. Descansa y estate lo más feliz que puedas pues “ella” lo fue… viéndote día a día allí.

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ADIÓS MONOTONÍA Grizzel Mayea Rosa A Yolanda le molestaba la monotonía. Le dejaba los ánimos por los suelos y le hacía desear la llegada de los tiempos de asueto. Últimamente tenía que hacer malabares para centrar su atención en cada cosa que emprendía. En silencio, al llegar el ocaso, decidió que al amanecer del día siguiente haría las maletas y saldría de viaje sin un destino definido. Estaba harta de todo. El negocio, debido a la crisis económica no le iba bien, en parte necesitaba también alejarse de José, su ex pareja, cuya ruptura sentimental acabó con una orden de alejamiento. Se encontraba abstraída en estos pensamientos, haciendo zaping con el mando a distancia, cuando llamó su atención un documental en el canal Nacional Geographic titulado "Manana" y se dispuso a verlo. Ella era veterinaria, amaba los animales y por su clínica habían pasado muchos de ellos, todos con diferentes hábitos de vida inculcados por dueños. Mas siempre había deseado estudiarlos en su hábitat natural, sujetos exclusivamente a las leyes que rigen en la naturaleza y admiraba a todos los que se dedicaban a ello, como Fernando, viejo colega y amigo, que residía desde hacía muchísimos años en el este central de África y tenía, por tanto, un estrecho vínculo con Manana. Documentales, Internet, libros y revistas eran por el momento su única fuente de información. Al finalizar el espacio televisivo ya tenía muy claras sus ideas: quería ir a África, a reunirse con Fernando y a conocer a Manana, y con esa determinación se fue a la cama. A la mañana siguiente, después de desayunar, hizo unas llamadas telefónicas, envió algunos correos electrónicos, preparó su equipaje y salió rumbo a la terminal aérea de Barajas para embarcar en un vuelo con destino al aeropuerto internacional de Arusha, donde la esperaba Enrique, quien le prometió hacer junto a ella un safari por el Parque Nacional de Serengeti y presentarle a Manana. Tras varias horas de vuelo el avión aterrizó, y ya al pie de la escalerilla distinguió a Enrique, que agitaba en el aire sus bronceados brazos. Yolanda esbozó su mejor sonrisa, fue hacia él y se fundieron en un fuerte abrazo

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-Deja que te vea bien -le dijo él retrocediendo unos pasos y recorriéndola con la mirada de la cabeza a los pies.-Estás sencillamente fantástica -agregó visiblemente emocionado. -No seas adulador, he cambiado mucho. Tú sí que estás estupendo… ¿es que acaso te conservas en formol? -apuntó Yolanda y ambos rieron a carcajadas mientras se dirigían a la puerta de embarque para coger un vuelo charter que los llevaría a la llanura sin fin, que es como llaman los Masáis, en suahili, al Serengeti. Al dejar atrás Arusha, Yolanda contempló fascinada desde la ventanilla del avión el Monte Meru, seguido de la falla del Rift adornada por el cráter de Ngorongoro, mientras escuchaba atentamente las explicaciones de Enrique. Finalmente aterrizaron y se dirigieron al aparcamiento donde había estacionado el jeep. Recorrieron varios kilómetros charlando amenamente, recordando viejos tiempos hasta llegar al hotel. Empezaba a declinar la tarde, el cielo se había teñido de vivos colores. Yolanda enternecida dijo: -Es el atardecer más hermoso que hayan visto mis ojos. Y con un cálido beso y un hasta mañana se despidió de su amigo. Al despuntar el alba ya estaba en pie, quería ducharse antes de que llegara Enrique. Sonó el teléfono, era él, y tras darle los buenos días le dijo de sopetón: -Desperézate mujer y baja cuanto antes. Hoy te voy a llevar a la garganta de Olduvai donde hay un didáctico museo con restos de homínidos y animales que datan de hace tres millones de años. No tardes, te espero en el jeep. -¿Y cuando voy a conocer a Manana? -preguntó Yolanda. -Si bajas pronto te prometo que la veremos hoy. -En unos minutos estoy contigo -agregó ella y cortó la comunicación. Recorrieron una gran parte del Parque observando manadas de búfalos, de ñus, de cebras, de grandes y pequeños felinos interactuando con el entorno. Yolanda no cabía en sí de gozo, los filmaba, les sacaba fotos, estaba deslumbrada. Ya a pocos kilómetros del museo sonó el móvil de Enrique quien, después de atender la llamada, dio un volantazo, torció y pisó a fondo el acelerador.

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-Malas noticias, Yolanda, Manana fue atacada por una joven hembra de leopardo que iba acompañada de sus cachorros y necesita nuestra ayuda. Tenemos que darnos prisa y encontrarla antes de que el olor a sangre atraiga a los depredadores. Después de angustiosas horas de búsqueda, la encontraron echada detrás de un pequeño montículo, pero ya era demasiado tarde, estaba mortalmente herida. Enrique salió del vehículo y se acercó poco a poco a Manana que, al escuchar sus pasos, levantó ligeramente la cabeza y lo miró. Él se sentó a su lado y empezó a acariciarla con lágrimas en los ojos. Yolanda, desde el jeep, observaba la escena consternada, resistiéndose a dar crédito a lo que sus ojos veían. Era Manana, la intrépida Manana que despertó su admiración y rompió su monotonía, la que durante diecisiete años había vivido en la jungla enfrentándose a otros depredadores para defender a sus camadas. Manana que, astutamente, seducía a los machos circundantes para quedar preñada haciéndoles creer de esta manera que eran suyos los cachorros y que no los mataran, la que se enzarzó en un duelo a muerte con la pitón que engulló a su última cría mientras ella cazaba, la que durante tres días lloró a su cachorro con estertores lastimeros aún sabiendo que ya no estaba. Manana, la intrépida y majestuosa hembra de leopardo que reinó en el Serengeti, que nunca perdió una batalla, había sido abatida. Ya era muy mayor; tenía diecisiete años, tres más de los que viven sus congéneres en la jungla y que equivalen a ochenta y cinco en humanos. Por eso se había refugiado en esta región semidesértica, alejada de gran predadores, próxima al asentamiento de sus archienemigas las hienas, que tanto la asediaron durante su juventud para despojarla de sus presas y a las que burlaba de vez en cuando robándoles algún que otro bocado de carroña para poder subsistir. Manana estaba agonizando y, antes de exhalar su último aliento, Enrique la abrazó para luego volver al vehículo, ponerlo en marcha y desandar el camino sumido en un silencio absoluto, que Yolanda, apesadumbrada por Manana y por él, se empeñó en mantener. Empezaba a anochecer y aunque el cielo se tiñó de distintos tonos de rojo, de naranja, de azul y malva, y a lo lejos se divisaba el Kilimanjaro, no hubo comentario alguno. Mañana sería otro día. 24

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LA ISLA DEL RECUERDO Mª Asun Pérez Cordero Han pasado unos cuantos años y todavía hoy noto tu vacío. Eras delgada, menuda, con pelo blanco recogido en un moño sobre la nuca. Te recuerdo vestida de negro, con la bata amplia, ya que tratabas de rellenarte interiormente con otras prendas o con un jersey alrededor de tu cintura. Trasmitías tranquilidad y energía. Eras humilde, reservada y nada besucona… Nos querías a todos a tu manera. Abuela, si pudieras verme me llamarías tonta al comprobar mi sonrisa bobalicona. A veces me vienen a la memoria las sencillas patatas rojas que preparabas con premura y amor, y mi hermano decía que eran las más ricas que comía. Ya sé que de eso han pasado muchos años, tú ya no te encuentras entre nosotras, entre nosotros. Yo en tu recuerdo he querido intentarlo, pero no he podido superarte. Abuela, recuerdo que los días de lluvia no querías que fuese a casa para impedir que me mojase debido a la distancia que había desde el colegio. Te arreglabas para mandar recado a mamá para que así no me esperase a la hora de la comida. Siempre te tenía a mano. No sé si era porque tu casa estaba al lado de la librería, el caso es que si necesitaba un bolígrafo o una goma acudía a ti. Sin rechistar una palabra, tú me dabas unas pesetas y yo corría sin siquiera darte las gracias o un beso, que tú te merecías. Unas horas más tarde venía la reprimenda. Mamá se enfadaba conmigo y me decía: “No pidas dinero a la abuela, ya sabes que el abuelo tiene poca pensión.”. Pero tú nunca lo tuviste en cuenta. También recuerdo que madrugabas una hora antes los primeros viernes de cada mes durante el curso escolar, porque las monjas nos obligaban a oír misa antes de ir a clase, y como tu casa estaba cerca de todo… de la iglesia, del colegio, de la librería y de la plaza del pueblo, donde se encontraba el ayuntamiento. Qué suerte tuve, abuela. Mis amigas me envidiaban por ese motivo. Todas querían tener una abuela como tú, disponible cuando más te necesitaba, porque para cuando salía de los oficios religiosos tú ya me habías preparado el desayuno: una aromático chocolate y unas rebanadas de pan tostado que me aportaban energía para toda la mañana. Abuela, a 25

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pesar de mi corta edad, palpé tu cariño en todos tus actos. También mis primos te querían mucho, lo noto cuando en ocasiones nos reunimos y siempre recordamos algún episodio de tu vida y el amor silencioso que nos tenías a todos. Con el transcurso de los años empecé a admirarte. Te veía fuerte a pesar de tu fragilidad aparente y de la conformidad con la que viviste. Me pregunto si yo hubiera resistido las penalidades que tú pasaste durante la guerra y después en la posguerra. Fueron tiempos difíciles en los que solías decir que preferías morirte antes que volver a pasar aquellas miserias y hambrunas. Cómo han cambiado las costumbres, abuela. Si hoy vivieses verías la evolución que hemos tenido las mujeres. Algunas trabajamos fuera de nuestras casas, acostumbramos a tomar un café con nuestras amigas, si así lo deseamos, en cualquier cafetería del pueblo. Abuela, vivimos mejor, ya no es la esclavitud de antaño. Decimos que, en algunas cosas, la mujer se ha liberado. También se vive a un ritmo frenético, por lo que ciertas personas están agobiadas y estresadas. ¿A que tú, abuela, no conocías esas expresiones?… Fuisteis una generación de sufridores. Me entristece que no os reconociesen vuestra valía. Fuisteis mujeres de primera sin a penas recursos, ni comodidades. Sacabais adelante a vuestras familias que, en su mayoría, eran numerosas. Hoy me pregunto cuántas represiones y sacrificios vivisteis. Las diversiones para las mujeres estaban vedadas, como el cine, que además lo tenías al lado de casa. La televisión la conociste de mayor, en el hogar de tus hijos…, y qué decir del pisar en plenas fiestas de San Antonio… Imposible ¿verdad?... Quién pensaba en esas frivolidades… Tampoco pienses, abuela, que hoy todo es diversión. No, pero sí es más agradable la vida. También hay días complejos, otros más tranquilos… y hoy es uno de esos relajados, tontorrón y nostálgico en los que me acuerdo de ti, del olor a cocina limpia y ordenada, de las hojas de eucaliptos sobre la chapa… ¡aquel aroma inconfundible! El sabor de aquellas madalenas y bizcochos, que mamá preparaba bajo tu vigilancia, sin olvidar las rosquillas. Qué mano tenías abuela para la cocina, a pesar de la sencillez. Estos recuerdos son los que me llenan de orgullo. Me llevan lejos, a pesar de que yo tendría que ir poco a poco para recobrar la costumbre de la cocina sencilla y sabrosa, y a experimentar que cocinar también puede 26

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relajar. Claro que yo lo pienso y es bonito, pero después tendría que fregar y recoger más de lo habitual.

CAMBIO DE ESTACIÓN Maite Vacarisas Aquella mañana tenía que ser diferente, el brillo del sol acababa con la monotonía de la niebla. Era el momento de superar sus miedos y volver a oler la hierba húmeda, sentir el silencio del amanecer y dejar llegar tiempos nuevos; conectar con el mundo, desear volver a vivir. Cruzar la puerta de casa era la tarea más dura y difícil que jamás hubiera imaginado. No cabe duda de que con los tiempos que corren tenía que hacer auténticos malabares acompañados de vértigos e inseguridades y de todos los calificativos imaginables, relacionados con la sensación de soledad y abandono. Sentía un sudor frío, unas náuseas increíbles, temblores y una silenciosa ansiedad. Poco a poco, conforme el viento iba acariciando su cara y el frío y el calor simultáneos recorrían su cuerpo, pensaba en el placer de poder disfrutar de una puesta de sol en el ocaso del atardecer. Hablaba con sus piernas, les decía que tenían que seguir, que ahora no se podían parar. Veía a la gente acercarse a ella, sus caras se transformaban, sus cuerpos se alargaban, sus pasos lentos parecían avanzar y retroceder al mismo tiempo. Se sentía observada, su corazón se aceleraba, temía perder el equilibrio, presentía que podía caer en cualquier momento. Decidió detenerse, coger aire y seguir adelante. Así una y otra vez esperaba superar la sensación de llevar piedras en los zapatos, tenía la impresión de arrastrar las más pesadas del mundo. Todo le daba vueltas, no podía contener las lágrimas. Incrédula por lo que estaba sucediendo sintió una libertad añorada. Sabía que ese era el principio, pero que estaba más cerca que ayer de poder disfrutar de un nuevo amanecer. Tenía que recuperar el tiempo perdido y presentía que con los años todo quedaría en un sueño.

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UN CUMPLEAÑOS SIN SENTIDO Agurtzane Arizmendi García Como una caprichosa amante que lo mismo te acoge y te mece como te arroja lejos de ella, así veía Pedro su vida. Tan pronto le mostraba su mejor cara como le pegaba un puñetazo en el estómago y le dejaba sin respiración. Pero esta vez le había vencido por k.o. y no le quedaba nada más que hacer que rendirse. Con ese pensamiento se levantó de la cama. Después de abrir el armario y comprobar que ya no tenía ropa limpia, decidió ponerse un viejo chándal, que hacía años que no había usado, y se acercó a la ventana para levantar la persiana y dejar que la luz entrara en la habitación. No le gustó lo que vio: una cama con sábanas amarillentas, unas paredes con desconchones, manchas de humedad en el techo y una lámpara a medio descolgar. Pero ya se había acostumbrado y apenas era capaz de recordar el color de las paredes, el olor a limpio y la calidez de una cama recién hecha. Arrastrando los pies y mirando el suelo del pasillo, se dirigió a la cocina para prepararse algo para desayunar. La nevera vacía y los armarios llenos de productos caducados le dejaron el café como única opción. El cálido aroma lo transportó meses atrás y, al mirar hacia la mesa, se encontró con la mirada de María, que le sonreía mientras le daba el pecho al pequeño Julen. Un ruido por el pasillo le hizo girar la cabeza hacia la puerta y hasta se apartó de la entrada para dejar paso a su hijo mayor, que llegaba en su recién estrenado triciclo. Volvió a sentir el calor de su hogar y notó cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Un inoportuno trueno hizo que el sueño se desvaneciera, y en lugar de ganas de llorar sintió una rabia inmensa que le hizo dirigirse hacia la sala a buscar la escopeta de caza, que en los últimos diez años solo había sido disparada una vez. No vio el descolorido sofá ni la apolillada mesa, ni se dio cuenta de que el agua entraba por una ventana, que no se cerraba bien desde hacia meses, únicamente vio la sangre reseca en la pared. Mientras en su mente oía una y otra vez el atronador disparo que había arruinado su vida, el tono apagado de la mancha se volvía más vivo y el olor a pólvora quemada volvía a inundar la estancia. Aturdido, revivió la angustia y el desconcierto de los segundos que pasaron desde que oyó 28

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aquel disparo hasta que llegó a la sala y gritó con horror como lo hiciera aquel fatídico día. Ayer habría sido el cumpleaños de su hijo mayor, pero Pedro no podía ni nombrarlo. No se sentía con fuerzas para hacerlo. Metió el arma cargada en el coche y se dirigió hacia la cueva que había descubierto con su hijo hacía seis meses. Solo veía una manera de recuperar la paz.

JUEGOS MALABARES Elena Bolzoni Brazaola Me hallaba ensimismado con mis ensoñaciones debajo de una encina absorbiendo los aromas de un crepúsculo anaranjado, cuando una abeja herida cayó sobre mi regazo; le ofrecí mi dedo índice, lo que agradeció al sentir el contacto tibio con mi piel. - ¿Qué te ha sucedido pequeña? -le dije apesadumbrado. -¿Quién eres? -me contestó dudando de mi honestidad. -Ernesto y doctor para servirte -contesté dejándome llevar y seguí diciendo-: déjame curarte, en este estuche llevo todos los instrumentos necesarios. Ella en su cansancio dejaba que le limpiara las heridas de su pequeño cuerpo con sus débiles alas, y comenzó a contar su desgraciado accidente. -Avispas usurpadoras, venidas de otras tierras, antes de que lleguemos a nuestras colmenas nos roban el polen que recogemos de las flores y nos destruyen. -dijo apenada-. ¿Cómo alimentaremos a nuestra reina y a nuestras larvas? Si carecemos de polen, no podemos fabricar la miel con la que nos abastecemos el invierno, ni la jalea real para fortalecer a nuestra reina, ni la cera para crear las celdillas donde introduce la reina sus huevos.- Le sequé sus lágrimas consolándola. -Sé el problema -le dije y seguí susurrándole-: estudio maravillado vuestro mundo entregado al trabajo y me parece fantástico y perfecto.Cuando acabó de llorar me preguntó curiosa: -Y tú… ¿por qué estás deprimido? -¿En que lo has notado? 29

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-Solo con mirarte se aprecia que estás sumido en tus juegos malabares. -¡Cómo lo has adivinado? -pregunté convencido de mi admiración por ella, y me confesé desahogando mis penas-: ¡Oh… qué tragedia! He decidido que no me interesa vivir atormentado en este mundo de cristales gobernado por burócratas sin escrúpulos y por ineptos políticos que nos van llevando a este pozo, que no tiene salida, y somos barcos a la deriva en océanos borrascosos. Siempre admiré vuestro orden, vuestra coordinación establecida y vuestra laboriosidad. Contemplativo estudié vuestro mundo. Si me admitís en él, seré vuestro médico, salvaré vuestras larvas de los invasores y respetaré a los zánganos. Son los únicos por los que sufro; a ellos, después de fecundar para toda la vida a vuestra reina, los humilláis aniquilándolos, echándolos de vuestros panales. -Después de tan largo monólogo le pregunte-: ¿Estoy equivocado?... -Yo deseaba su aprobación, pero sabía que no podía ser. -En nuestros estatutos así está establecido. Todo debe funcionar programado para que no suceda lo que en tu mundo. Y bien pensado, si así lo deseas, te podemos convertir en nuestro doctor. Prepararemos un elixir especial, pero debes saber que una vez conseguido jamás podrás salir, excepto cuando sea necesario. Si es así, sígueme. Sentí un gran alivio y la seguí. Llegamos hasta donde se hallaba su hogar introducido en un hueco de la roca colmenera en medio de inmensos arbustos de brezo y de flores silvestres. Entré en él y me hizo esperar. Al rato me inyectó un aguijón doloroso y al momento me sentí empequeñecer hasta llegar a la medida deseada. Después nada me costó introducirme en la colmena y no tardé en acostumbrarme a vivir en mi nuevo mundo, porque había sido un ferviente conocedor de la vida de las abejas.

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UNA ÉPOCA, UN TRABAJO Goizalde Una multitud de gente se arremolinaba frente a la casa de Martina, todos querían saber, todos querían ver. Unos empujaban a otros levantando la cabeza por encima, a pesar de que el día era desapacible y gris. La lluvia intermitente les calaba hasta los huesos, algunos vociferaban: -¡Basta ya, es hora de trabajar! Martina, una mujer adinerada, miraba semiescondida, indiferente entre los visillos desde su mansión a escasos metros del gentío, separada por unos cipreses bien cuidados y en línea. A un costado de los mismos, la fuente de Los Cuatro Vientos. En el centro, nada más pasar la verja de hierro forjado justo antes de la entrada de la puerta principal, una enorme estatua de bronce con un gladiador exhibiendo su muscular cuerpo y las dos columnas góticas del porche parecían custodiar la mansión en la que Martina vivía sola, muy sola, con su fiel mayordomo Basi y su vieja criada Margarita. Aunque antes nunca había sido así, ahora Martina era una mujer fría y calculadora, deseada por muchos hombres que alababan sus encantos de facciones duras y cabello negro a media melena. Su cuerpo en línea vestía sobrios trajes sastre y zapatos con tacón de aguja, que a su paso trasmitía firmeza. A medida que la mañana pasaba, Martina se sentía secuestrada en su propia casa. Los hombres y mujeres, que se encontraban a su puerta, no parecían tener prisa por marchar. Por este motivo Martina se dispuso a llamar a su mayordomo: -¡Basi! Hoy me pienso quedar todo el día en mi habitación, prepárame un baño con las sales relajantes. -¡Sí, señora! -Ah… y si me llaman por teléfono, no estoy para nadie. De esta manera, tajante y sin titubeos, Martina se dispuso a bajar las escaleras mientras llamaba a su fiel criada: -¡Margarita, Margarita!... ¿Es que no oyes?... ¿Dónde te has metido? Margarita salió nerviosa de la cocina secándose las manos en el delantal. ¿Cuántas veces te he dicho que no hagas eso? 31

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-Lo siento, señora -contestó la criada titubeando. -Hoy comeré en casa, pero no antes de las tres -prosiguió Martina-. Quiero una comida ligera, de pasta, ensalada a las finas hierbas con escarola, y un yogur griego. -Muy bien señora. -¡Y no abras las ventanas! ¡Es una orden! No había dinero para pagar a toda aquella gente, así que, día tras día, se manifestaban ante las verjas de la mansión Durán. No comprendían cómo una empresa con superávit de pronto no tenía liquidez y pasaba a engrosar las listas del paro. Por este motivo Martina se vio acosada por las familias y no tuvo el valor suficiente para afrontar la situación. A la mañana siguiente sin más demora, en un lluvioso domingo de primavera, Martina decidió huir a Brasil de madrugada, en vuelo directo desde el aeropuerto de El Prat, con su inseparable maletín de piel negra, sus gafas oscuras, su traje azul marino, su gabardina clásica Burberry y sus zapatos de tacón con medias negras de seda. Llevaba en su mano izquierda el Tablet del que nunca se separaba para estar bien informada. Allí, en Barcelona, quedaba cerrada su empresa por suspensión de pagos, una de las mejores fábricas textiles de España. Empresa que sus padres habían conseguido con el constante trabajo y que ella había heredado sin ningún esfuerzo.

LA MÚSICA Y LA VIDA Emeki Vuelvo a entornar los ojos y sigo escuchando el ritmo suave de la música que me va trasladando lejos, poco a poco. Serenamente mis pensamientos retornan hacia aquellos días en que estudiábamos Teresa, Pilar y yo, cuando juntas disfrutábamos de la vida haciendo nuestros trabajos. Después, en plena juventud, comenzamos a salir los domingos, a ir al baile, solo hasta las nueve de la noche, claro, eran otros tiempos. Mi hermano Carlos, que entonces tenía veintitrés años y era tres mayor que yo, siempre me acompañaba a casa después del baile. “Es su obligación 32

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como hermano mayor", aseveraban mis padres, y eso no admitía discusión. Así que me dejaba en casa y él salía de nuevo hasta las doce o la una de la madrugada, era el privilegio de ser hombre. Aquel cálido domingo de verano vino acompañado de su amigo Javier, un joven más o menos de su edad, al que yo no conocía. -¡Hola Nuria! Este es mi amigo Javier, nos conocimos en la mili – le presentó mi hermano. El joven extendió cortésmente la mano. Cuando la sentí estrechando la mía, el corazón me dio un vuelco, se aceleró vertiginosamente y se me hizo un nudo en el estómago… No podía apartar mis ojos de aquel repeinado pelo negro. Vestía pantalón azul marino, brillantes zapatos negros y camisa blanca en contraste con sus ojos azabache de mirada profunda. Me costó reaccionar, pero su abierta sonrisa me volvió a la realidad. -Me alegra haberte conocido -me dijo amablemente Javier al despedirse -. Espero verte de nuevo el próximo domingo -continuó diciendo mientras se alejaba junto a mi hermano dedicándome una sonrisa y agitando su mano. Esa noche no pude dormir, no quería borrar la mirada ni la sonrisa de Javier y mucho menos el calor de su mano estrechando la mía. Sentí que desde ese momento mi vida cambiaría como así sucedió. La semana transcurrió lentamente. A Pilar y Teresa, mis amigas, les hice participes de lo que me sucedió el domingo y juntas disfrutamos de mi alegría y de los sentimientos que albergaba mi corazón desde que conociera a Javier. A partir del siguiente domingo, además de mi hermano, también Javier me acompañó hasta casa, teniendo así la oportunidad de conocernos a fondo hasta formalizar nuestro noviazgo. Pasado un tiempo nos casamos, tuvimos hijos y nietos. Entre tantos avatares vividos, juntos fuimos felices hasta que la vida nos golpeó separándonos físicamente para siempre, pero como ves la música y mis pensamientos siempre vuelven a ti.

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FURIA EN EL INTERIOR Alaibead La tarde estaba oscura y amenazaba tormenta, pero ellos siempre acudían al Social, León XIII. Se reunían en el primer piso, las escaleras eran estrechas y daban temblores solo de pensar en subirlas. Las mesas del León XIII estaban distribuidas en el centro del Social. Eran redondas de maderas nobles, en el centro de ellas había unos candelabros preciosos. Allí se reunían Pascual el tendero, que tenía además de la tienda una bodega con la cual surtía a sus convecinos, Herminio que tenía el Bar Tomasa, José el boticario, Andrés el prestamista, Romualdo el gerente de abastos y Juan el juez. Así se iba llenando el resto de las mesas con otras personalidades del pueblo de Abrisqueta. Unos charlaban de los nuevos impuestos, otros de cómo tenían que repartirse sus ganancias. Romualdo se levantó y fue al váter mientras los demás tertulianos reían con sus buenos puros y apurando sus copitas de zarzaparrilla. En ese mismo instante se oyó chirriar la puerta con mucho ímpetu, como si alguien la moviera para atrás y para adelante con intención de que los demás se fijaran en quién era, y así fue como todos reconocieron la levita de Don Manuel el panadero. Este era un hombre de costumbres muy extrañas ya que siempre iba contra corriente, su levita en vez de estar abierta por detrás lo estaba por los costados. Después del chirrido se oyó un grito desgarrador. Fueron todos agolpándose en la puerta del baño y allí se encontraron a Romualdo con su ropa aún sin abrochar. Estaba con la cara destrozada por los cortes de una navaja y tenía una cuchillada en el pecho. No podían creer que a su mejor amigo lo hubiera matado. ¿Qué le llevaría a Manuel a esa atrocidad?... “No era posible, se llevaban como hermanos”, dijo muy serio Juan, el juez, y con una zozobra que no podía disimular ya que aquello lo descompuso, señaló con diligencia a sus compañeros que iba a la casa de Manuel para que le aclarase aquel horror que acababa de ver. Cuando llegó, salió María, su mujer. -¿Dónde está tu marido? -preguntó Juan. Ella con temblor contestó que estaba en la cama, que le había visitado Don Anselmo el médico y que le había dicho que le quedaba poco de vida. Juan le preguntó: 34

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-¿Y no se ha movido de la cama? -¡O no!... El pobre no se puede tener de pie. -Entonces… ¿quién es el que ha matado a Romualdo? -¡Cómo… que el Romualdo está muerto! -Pues sí, señora, y hemos creído que tu marido lo había matado ya que llevaba su misma levita. -Eso no puede ser, su levita está en el armario.-Ella acudió presurosa a sus dependencias a comprobar cómo la levita de Manuel estaba en su sitio. Cuando lo abrió, comprobó que aquella había desaparecido. -¿No ha venido nadie a verlo? -Déjeme que piense. Ha estado el médico, pero yo no me he movido de la habitación, luego he ido a la farmacia. En el trayecto me he encontrado con el sobrino de Manuel, un chaval majo, pero no creo que haya ido a ver a su tío. -Cuando se despierte Manuel, pregúntale si su sobrino Juan ha venido a visitarlo. -¡Así lo haré! Pasado un buen rato, Manuel llamó a María para que le llevara un vaso de agua, y cuando María se lo entregó, le preguntó: -¿Hoy ha venido alguien a visitarte? -Déjame mujer, estoy agotado y no tengo ganas de ninguna visita –le contestó. María, meditabunda, no podía entender quién había podido coger la levita de su esposo. Justo cuando ella se dispuso a guardar la ropa en el armario, Manuel recordó que entre sueños le había parecido ver que su sobrino Juan había cogido algo del armario, pero como estaba dormitando creyó que se trataba de alguna pesadilla.

UN CONTACTO DIFÍCIL Feli del Río Herrera El titular de la portada en el diario Actualidad dejó aterrada a Lidia. No era ajena a que algunos familiares y amigos más íntimos, día tras día, 35

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habían seguido la pista de Diosdado Díez, como antes habían seguido la de mucha gente... “Pero ¿quién de esas personas queridas debería pagar ahora por su osadía?”, se preguntaba temblando de miedo. Intentó superarlo y, cuando lo logró, su mente retrocedió quince años. Tristes recuerdos se precipitaron en furioso torrente. Lo recordaba con exactitud de reloj, con memoria fotográfica... « El alba aquel día les sorprendió sobre un paisaje abrupto e infinitamente verde. Su hermano Adrián y ella caminaban, uno junto al otro, hacia el oeste en profundo silencio con la mirada fija al frente, como si en su concentración se hallara el magnetismo que hiciese brillar el punto exacto que buscaban. Les dolían los pies y la espalda sobre la que cargaban sus pesadas mochilas. Solo paraban de vez en cuando para comprobar si cada una de las cruces que iban marcando, en el simple y mal dibujado mapa de apenas medio folio, eran las correctas. «-¿Qué es aquello?-preguntó Adrián. «Lidia fijó su mirada en el lugar que su hermano señalaba con el brazo en alto, y cuando comprobó que se trataba de varios árboles talados con sus tocones resecos exclamó: «-¡Sí, mira! ¡Fíjate bien en este punto del mapa! ¡En él se aprecian seis pequeñas rayas perpendiculares...! «-¡Claro! ¡Es verdad… y a escasos metros una roca caliza! Dos de los detalles precisos que el mal nacido confesó en el último momento. «Sacaron fuerzas de flaqueza y corrieron hacia allí. Al pie de la piedra, la cola de caballo, la flor de pato y la retama loca, crecidas y frondosas, daba la impresión de que alguien lo había plantado por un motivo especial. Ambos, sospechando el alimento orgánico que los había nutrido, resistieron con esfuerzo las ganas de caer de rodillas para gritar y llorar, pero sólo posaron sus mochilas en el suelo, sacaron las dos palas de hojas brillantes y afiladas y comenzaron a cortarlo de raíz. Después excavaron la tierra. «-¡Dios mío! -susurró Lidia cuando, ante sus ojos, apareció el primer hueso. Se arrodilló y rompió a llorar. «-¡Sigamos, cariño! Ahora, por fin, dejaremos de dar palos de ciego... «-Sí, y dar a nuestra querida Jenny cristiana sepultura -matizó Lidia con un hilo de voz dentro de su congoja. 36

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«-Tú extiende la sábana y descansa, Lidia, seguiré yo. «En esos momentos, ambos inmersos en un silencio de cementerio, a medida que recogían cada fragmento de los restos de Jenny, evocaban el tremendo sufrimiento y la angustia de la familia durante tantos años... Todo lo que sucedió tras aquella noche terrible: cómo su hermana pequeña de veintiún años desapareció después de haber celebrado, en una popular y céntrica sala de fiestas junto a sus compañeros de facultad, la licenciatura de Ciencias Biológicas. Posteriormente, la intensa e infructuosa búsqueda durante interminables meses y, sin una pista ni indicio de los que echar mano, la investigación se vio obligada a centrarse en el entorno más próximo. Día tras día, después de los familiares, citaron a declarar a más de cien personas, pero ninguna de ellas aportó algo que indicara el más mínimo signo de sospecha, de encubrimiento, y aún menos la posibilidad de saber quién era el presunto culpable. Tras los primeros años del tremendo bombardeo de noticias, más o menos fidedignas, y sin haber logrado ver procesar a nadie, la prensa fue olvidando el caso. Y en el terreno judicial, el nombre de Jenny pasó a engrosar la lista de personas desaparecidas... Lidia, mientras tomaba a pequeños sorbos la segunda infusión de tila sentada en un taburete de su cocina, volvió a releer en alto la macabra noticia: “Esta madrugada cuando Esteban Garrido ha subido la escalera del número cinco, piso segundo de la calle Serrano, ha encontrado la puerta abierta y dentro a su amigo Diosdado Díez, colgado de la lámpara. Se da la circunstancia de que el fallecido es un reconocido biólogo, profesor jubilado de la facultad de Ciencias Biológicas de la ciudad, con fama de solterón seductor empedernido...”

UN MARTILLO GOLPEÓ LA TIERRA M.C.F. La llegada del ocaso cogió a Mónica por sorpresa, ya que se encontraba en una monotonía adversa que la estaba sumiendo en un continuo silencio. El cielo tenía todos los colores del arco iris: rosa, azul, 37

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violeta… Unas nubes, que parecían jirones de tela amarilla, se transformaban en un rojo intenso hasta que, poco a poco, iban desapareciendo y la tierra quedaba iluminada por una luz blanquecina, dando paso a la oscuridad de la noche. Recordó cuando Gerardo y ella, en otros tiempos, hacían malabares para acudir allí, a la casa de campo de su familia. Les encantaba la tranquilidad, el silencio, el paisaje. Fue allí donde Gerardo la había amado por primera vez. Allí en el campo, acompañados por el arco iris y la luna, bajo el manto de las estrellas, donde le prometió su amor. Aquel día descubrió el cielo entre los brazos calidos de él que la besaba suavemente en la frente, los ojos, los pómulos, los labios. Se llevó la mano a la boca, acariciándola, todavía tenía el recuerdo dulce de su sabor, su olor. Se había sentido absolutamente feliz y se entregó a él completamente y para siempre. Él le prometió quererla incondicionalmente y le pidió que fuese su esposa. Mónica se estremeció… ¡le quería tanto! En su interior brotó una congoja, algo que le pasaba a menudo. Sentía el corazón palpitar con fuerza e instintivamente se llevaba las manos al pecho, para evitar que se le saliese, como si la emoción no pudiera controlarlo. Su amor la llenaba, su vida con él era diferente, divertida. Cada momento de asueto se transformaba en una aventura maravillosa. Solo pensaba en estar con él. El día de su boda estaba feliz, era un sueño que se cumplía. Era guapo, buen partido y sobre todas las cosas ella le adoraba y nunca podría vivir sin él. Su ánimo cambió con la oscuridad, se sintió triste, apagada y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Una frase pronunciada por su hija la golpeaba como un martillo en la cabeza: ” ¿Quién es mi padre?”… A menudo pensaba que tenía que ocurrir, pero lo rechazaba. Me tiene a mí que soy su padre y su madre, pero su hija había insistido y entonces no le había dejado otra opción que mentirle: “Tu padre murió antes de saber que ibas a nacer”… “Sí, pero conocerías su nombre y apellidos…”, le dijo. “No”, le había contestado secamente. “Fue una noche de fiesta y no volví a estar con él. Laura quiero que lo olvides. Nosotras tenemos una vida plena y deja de preocuparte.”

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Hacía tiempo que había ocurrido, pero aquella pregunta la tenía obsesionada. “¿Habré obrado bien, o por el contrario se lo tenía que haber dicho? Tiene derecho a saber quién es su padre”. El dolor volvía como un martillo a golpearla. Mónica empujaba las manos hacia delante, queriendo deshacerse de él. Quizás algún día. . . -¡Hola mamá! -la voz de Laura la sobresaltó, se pasó las manos por las mejillas, no quería que su hija la viese llorar. -Hace frió, vamos dentro-. Y agarrándola del brazo entraron en casa. Mónica se recobró junto a su hija a la que adoraba y le preguntó qué tal le había ido el día, a la vez que la besaba y le acariciaba el pelo. -Hoy he conocido a un chico argentino que está de viaje de estudios y me ha contado que busca a la familia de su padre. Era de esta zona. -¿Sí…? -dijo Mónica mientras preparaba café. -Al parecer el día que se iba a casar tuvo que escapar sin ponerse en contacto con nadie. Pertenecía al partido comunista y unos amigos le avisaron de que le buscaban. Nunca escribió a su familia, ni se puso en contacto con persona alguna. Pero él los quiere conocer. Mamá tú conoces a mucha gente de aquí, quizás tú le puedas ayudar. A medida que su hija hablaba un temblor recorrió su cuerpo, sentía que la vida se le escapaba y con un hilo de voz casi un susurro preguntó: -¿Y cómo se llama? -Espera, lo tengo escrito en un papel. -Metió la mano en el bolso y sacó la libreta de direcciones. Hojeó las páginas y dijo-: Aquí está, su padre se llama Gerardo Albain. Al oír el nombre Mónica se desmayó.

NO HUBO FLORES EN MAYO Caridad García Gómez En el amanecer del 15 de mayo de 2011 la vida de Pedro Gutiérrez tomó nuevos rumbos. Después de una larga época en el Banco de Comercio, donde había desempeñado su trabajo como director comercial, con la llegada de la crisis las altas instancias del Banco decidieron 39

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prescindir de muchos de sus directivos. Pedro a sus cincuenta y ocho años fue jubilado prematuramente. Fueron días difíciles, se levantaba a la misma hora por costumbre, daba vueltas por la casa sin saber en qué emplear el tiempo. La monotonía de asistir al trabajo se había terminado, se sentía inútil, acabado, sin ideas para paliar aquel vacío que le desesperaba, produciéndole insomnio noche tras noche. Por ese motivo, en el silencio de la noche del 15 de mayo, mientras yacía en la cama después de dar un repaso a su vida, decidió darle nuevos tiempos. No tenía a quien darle explicaciones, ni a quien consultar. Él estaba soltero, le había dedicado todo su esfuerzo al Banco, pero no iba a consentir que en esos momentos los ánimos terminaran en un precipicio. Lo tenía decidido, compraría un caserío para convertirlo en alojamiento. Tuvo suerte, acudió a la inmobiliaria, le ofertaron una casa rural ya instalada, así él volvería a ser director de nuevo. Los malabares que hacían otros para poner un negocio, él no tendría que hacerlos, pues disponía de dinero suficiente que había ahorrado en sus largos años de trabajo y a buen precio. A la mañana siguiente se hizo anunciar en prensa y radio. Comenzaba la primavera cuando recibió a los primeros clientes, un matrimonio con dos niñas preciosas. Una tarde de asueto llegó una joven rubia de unos treinta y cinco años, muy atractiva que dijo llamarse Margarita. Desde el momento en que la vio sintió algo extraño dentro de su cuerpo, algo que nunca antes había sentido. “¿Qué era aquello?”, se preguntó desconcertado. A lo largo de unos días tuvieron largas conversaciones, cada vez se sentía más inquieto “¿Sería amor?”… Aquella desazón que lo perseguía y que lo llevó de nuevo al insomnio, le obligó a tomar la decisión de hablar con ella. No quería perder la ocasión de conseguir el amor que nunca había tenido. Al día siguiente la invitó a dar un paseo, le parecía más romántico. No pensaba que lo rechazaría, pues ella también le había demostrado afecto haciéndole pensar que sentía algo por él. Pero no fue así, lo escuchó con atención y respeto, le dejó hablar, contarle su vida. -Ahora que sabes quién soy y lo que deseo, puedes aceptarme o rechazarme. Es poco tiempo lo sé, aún así me he enamorado de ti y quiero compartir mi vida contigo -le dijo mirándola a los ojos. Luego bajó la vista al suelo algo avergonzado por su atrevimiento. 40

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Después de un largo silencio, ella le cogió una mano apretándosela entre las suyas. -No puede ser Pedro, soy mujer lo sé, pero no soy una mujer normal. Nací varón, pero nunca me sentí como tal. No quiero engañarte, eres un gran hombre y te aprecio de veras. Yo ya tengo mi vida y un compañero con quien compartirla, pero siempre te recordaré como un amigo entrañable -le dijo al mismo tiempo que le comunicaba que se marchaba al día siguiente.- Solo he venido a descansar y a disfrutar unos días de la naturaleza. Pedro se sintió de nuevo fracasado, pero se había propuesto llevar adelante su negocio y a él se entregaría en cuerpo y alma. El amor no era lo suyo, lo había dejado pasar en su juventud y ahora en la madurez lo tenía que dejar pasar de nuevo. Respiró profundamente disponiéndose a subir al monte, no quería estar presente cuando ella se marchase. “¡Margarita, hubiera sido bonito, te habría hecho tan feliz… “, dijo para sí mientras caminaba.

TEATRO DE MARIONESTAS Mª José Herrero Hernández Este mundo en el que nos ha tocado vivir bien puede llamarse “teatro de marionetas” en el que los políticos mueven nuestras cuerdas y nos hacen bailar al son que ellos quieren. Todos se rompen el coco para ver qué mentira y más gorda y mejor contada nos pueden meter, y empiezan a prometer y prometer, y a lo largo de toda la campaña se les va llenando la boca con tanta promesa y su palabra libertad. ¿A qué llamamos libertad?... ¿A poder votar, a poder opinar, a tener ideas políticas? ¿O a qué?... Los políticos piden libertad para hacer lo que creen que va a ser mejor para sacarnos, según ellos, de esta crisis que no existía. Libertad piden los adolescentes para llegar a la hora que quieran cuando creen ser mayores y saber de todo. Libertad, las mujeres maltratadas por esos “maravillosos maridos” a los que, a pesar de tenerlas destrozadas, tienen que darles las gracias. 41

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Libertad, preciosa palabra con muchísimos significados, unos mejores, otros no tanto, en este viaje que es nuestra vida en la cual tenemos que movernos. Al final, cada uno a su manera tiene que luchar para que ese camino, a veces lleno de baches y tropiezos, nos deje seguir con las alas abiertas para poder llegar al final de nuestras vidas con esa palabra tan bonita llamada LIBERTAD.

MOMENTOS PARA EL OLVIDO Grizzel Mayea Rosa Conocí a Eduardo hace diez años en su paseo matinal, una cálida mañana de mayo, cuando se detuvo de espaldas ante el escaparte de electrodomésticos para estirar los músculos. Vestía un chándal azul marino que le sentaba muy bien. Era alto, delgado, con el trasero bien torneado, macizo, similar a un dedil de acero, y una hermosa cabellera negra, matizada por algunos hilos de plata que contrastaban a la perfección con su morena tez. Se dio la vuelta y me miró a través de los impolutos cristales, otro tanto hice yo. Saltaron chispas, hubo química entre los dos y así comenzó nuestro amor. Cada mañana se repetía el mismo ritual hasta que un día entró en la tienda, se dirigió al dependiente y, tras un breve regateo, sacó un fajo de billetes, garabateó unos papeles y vino hacia mí. Me tomó entre sus brazos, me llevó al exterior y me depositó cuidadosamente junto a él, en el asiento del copiloto. Durante el trayecto nos entrecruzamos miradas ardientes, lascivas. Todo prometía. Y así fue. Llegamos a su apartamento, franqueamos el largo pasillo del hall y fuimos directamente a la habitación. Sus grandes y suaves manos cual fina tela de seda recorrieron mi cuerpo, haciendo sisas en él, palpando cada una de mis oquedades, hurgando en mis entretelas hasta encenderme y encenderse, y dar rienda suelta a la imaginación, deslizándonos entre canales con un estallido de imágenes y colores, y tácitamente alcanzar el clímax.

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Aún lo recuerdo y se acelera mi pulso, mi corazón late a cien revoluciones por minuto y, como una autómata, pedaleo deprisa, cosiendo retazo a retazo los momentos vividos esa primera vez y muchas otras primeras veces que descubrí junto a él. Pero el amor no es eterno, tiene caducidad, aunque no para mí. Yo fui quien lo acompañó en sus momentos de tedio, quien velaba sus sueños, quien lo colmó de placeres y mitigó su soledad. Le di mi juventud, y hoy en mi ancianidad soy un viejo botón de rosas agujereado por el tiempo, segado por las finas tijeras del mutismo, la indiferencia, la deslealtad. Soy acerico espoleado por las agujas de la traición. Ya no me mira, ya no me toca, ya no me ama. Son momentos para el olvido y he sido reemplazada por otra televisión de plasma más moderna, más esbelta que ahora ocupa mi espacio y llena sus días, mientras yo permanezco apagada en su húmedo trastero, en un oscuro rincón.

LOS MESES DE PRIMAVERA Mª Asun Pérez Cordero Me sorprende que en el año 2011 me bombardee la televisión con noticias tales como que aún existen muchas barreras arquitectónicas para una numerosa ciudadanía, desgraciadamente con dificultades de movilidad, como tú, Merche, implicada en reivindicar tus derechos como persona afectada, luchando con tesón. A tus treinta y cinco años… ¿cuántas veces te has manifestado para mejorar todo aquello que te impide acceder a ciertos lugares? Qué mala suerte tuviste ya que debido a una enfermedad congénita no puedes andar con normalidad. Fuiste una niña infeliz, diferente. Piensas que los niños deberían ser una fuente inagotable de virtud, llenos de alegría y de salud. Por desgracia a ti te tocó la otra cara. Tienes la experiencia que te demostró lo tiranos y crueles que pueden llegar a ser esos angelicales seres. Incluso en sueños te martirizaban esos personajes diminutos, satánicos los llamabas tú, sobre todo esos días en los que uno tras otro se abalanzaban sobre ti, y te derrumbaban y, apenas te incorporabas, volvías a caer al perder el 43

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equilibrio para deleite de esos malvados compañeros. Lo pasaste mal y yo sin poder hacer nada. Aunque nos llevamos pocos años, por aquel entonces no vivíamos en la misma ciudad. Tu expresión denotaba llantos en silencio, amargura en tu corazón. Tenías motivos suficientes. Una tarde me contaste que, segundo a segundo, te encontrabas en el suelo, igual que una peonza, dando vueltas y más vueltas entre risas maliciosas. Unos años después seguías igual, sin alegrías ni ilusiones. Te volcaste en los estudios obteniendo unos excelentes resultados en el instituto. Aún a tu pesar, te faltaron amigos que te acompañaran de casa al centro o que te deleitaran con su compañía en tus largas tardes de soledad. Te fuiste encerrando en tu habitación sin otra compañía que tus libros, sin horizonte ni diversiones propias de tu edad. Un tiempo después terminaste la universidad con matrícula de honor, pero te faltaba algo esencial, Merche: por tu cabeza no fluía el río de la vida. Tus padres sufrieron al igual que tú. Se resignaron o acomodaron a verte aletargada en tu estado de ánimo. Te querían, y te quieren, y te aceptan tal y como eres. Por aquel entonces yo no estaba de acuerdo con tu proceder. A veces te comentaba que cambiaras de hábitos, que hicieras cosas acordes con tu juventud. En mi interior albergué la esperanza de que alguna primavera despertaras. Sí, Merche, esa primavera llegó y mi alegría aún hoy perdura. Bendigo el sol radiante que debió entrar ese día por tu ventana. El rayo luminoso y especial que esperaba que fuese. A hora muy temprana te despertaste, te arreglaste con júbilo, como jamás lo habías hecho, te deleitabas ante el espejo con tu imagen y con tus proyectos. Bullías en nuevas ideas, te marcaste pequeñas metas que lograste con arrojo y ganas, infundiéndote confianza cada día. Con alegría vi pasar los días que dejaron atrás a la joven solitaria e introvertida de antaño. Un futuro prometedor nos esperaba, nos divertíamos con alegres y sanas cuadrillas, acudíamos juntos al cine, de compras o, simplemente, para tomar un refresco. Descubriste que tus amigos te querían. Te has visto compensada con la energía renovada que cada día te ha dado empuje para afrontar tus nuevos retos. Has sido reconocida con una medalla de plata en el campeonato de natación regional, con mucho esfuerzo, me consta. En otra ocasión te presentaste al concurso de canción del verano. Nadie esperaba tal hazaña y menos que fueses una de las 44

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favoritas del jurado, que te brindó grabar un disco. Tus padres estaban jubilosos por verte tan feliz. Se lo merecían después de todo lo que habían pasado. Ahora tienes en mente escribir un libro. No me cabe ninguna duda de que será un éxito, como tantas cosas que te propones. Merche, siempre he sabido que eres fuerte, cariñosa y bastante tozuda, como buena navarra. No creas que no me doy cuenta de que me llevas por donde tú quieres. Al final siempre hago lo que tú dices. También eres un poco distraída. Si vamos hablando y tropiezas me echas la culpa por llevarte por mal camino, y es que no miras por donde pisas, Merche, aunque a mí no me importa porque al final el cariño supera todas tus cabezonerías.

CORAZÓN SUSPIRANTE Maite Vacarisas Se levantaba con el mismo suspiro con que se había acostado la noche anterior. La suspiritis era para ella como un hipo incontrolable. Eran la espiración y el lamento quienes se despertaban tan pegados como las sábanas a su cuerpo todas las mañanas. Todo era melancolía y nostalgia, temiendo que esos sentimientos fueran más una enfermedad que la pesadumbre que la acompañaba a diario. Una vez analizados todos los pormenores, se hundía en el desconsuelo de no poder superar todo el quebranto que el suspirar suponía con empezar esa rutina que tanto costaba y que, con mucho miedo y pesadumbre, debía superar. La nostalgia de lo ajeno, el lamento de tener cerca lo que más quería. No podía dejar de gemir absorta en sus recuerdos. Durante las tareas diarias pensaba en su vida sin esfuerzos y sosegada, pero siempre con desconsuelo. Entre bostezo y sollozo tenía los mismos miedos infantiles que tuvo, y teniendo más de cincuenta años… “¿Se llamarán suspiritis?”, decía con sorna, todos esos síntomas que tanto la desconsolaban. Cuando el sol empezaba a ponerse y la oscuridad marcaba el final del día se acostaba y, entre suspiro y suspiro, intentaba dormirse. En su 45

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cabeza describía cómo sería el día siguiente y, apretando los dientes, se decía que lo mejor sería cambiar los sinónimos por antónimos y derivar la tristeza en alegría. Como siempre se lo proponía, pero esta enfermedad sin prescripción médica, ni tratamiento, la confundía, y la pena que albergaba le dictó soplar. Y sopló, suspiró… y entrada la noche se despertó. Se oyó un gemido acompañado de un deseo, un ángel la protegía. Se dejó llevar entre el silencio y la oscuridad, y se durmió.

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ÍNDICE Agurtzane Arizmendi García Juegos Un cumpleaños sin sentido

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Elena Bolzoni Brazaola Días de recogimiento Juegos malabares

10 29

Goizalde El corto revés olvidado Una época, un trabajo

12 31

Emeki Cada momento cuenta La música y la vida

13 33

Alaibead El despertar Furia en el interior

16 34

Felicidad Del Río Herrera Alrededor del silencio Un contacto difícil

17 35

Celia Fernández Martínez El amor está en el aire Un martillo golpeó la tierra

19 37

Caridad García Gómez En la penumbra No hubo flores en mayo

20 39

Mª José Herrero Hernández A ti Teatro de marionetas

21 41 47

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Grizzel Mayea Rosa Adiós monotonía Momentos para el olvido

22 42

Mª Asun Pérez Cordero La isla del recuerdo Los meses de primavera

25 43

Maite Vacarisas Puertas Cambio de estación Corazón suspirante

27 45

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