ALEJANDRO JODOROWSKY. Cabaret místico

ALEJANDRO JODOROWSKY Cabaret místico 2 Índice Prólogo Alejandro Jodorowsky 4 CABARET MÍSTICO 1. Quien siembra proyecciones cosecha enfermedades

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Alejandro Fantino @fantinofantino SYLMIANLAND No vaya a ser cosa que...... http://t.co/oBLee7m8Lz On line desde febrero 2012 Ir a fantinofantino en t

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ALEJANDRO JODOROWSKY Cabaret místico

2

Índice

Prólogo Alejandro Jodorowsky

4

CABARET MÍSTICO

1. Quien siembra proyecciones cosecha enfermedades

9

2. El cuerpo, el alma y el espíritu

15

3. Los dientes del perro

21

4. ¡Ternera otra vez!

23

5. Un modelo que no se debe imitar

25

6. La clase de conducir

28

7. Ciclos repetitivos

30

8. El precio justo

32

9. Obligar a recibir

34

10. No hay méritos

36

11. Desviaciones de la personalidad

38

12. Si te golpean una mejilla...

41

13. Anatomía de la pareja

44

14. Tomar el barco

52

15. Una buena noticia

54

16. Niveles de Consciencia

57

17. El milagro

63

18. Bolas chinas, esferas de ch 'i

68

19. La tradición

70

20. El baile de los mentirosos

75

3

21. Saber escuchar

79

22. Chistes para niños

84

23. Chistes para adultos

90

24. Ser lo que se es

93

25. Aproximaciones

98

26. Magia en el pensamiento

103

27. La doma del elefante

109

28. Niveles de vida

118

29. La felicidad de envejecer

133

4

Prólogo

Cuando me sentí cansado de parir obras que eran sólo espejo de mis egos, abandoné durante dos años el arte. Al olvidarme de mí mismo, me cayó encima el dolor del mundo. Envueltos en su laborioso acontecer, no siendo sino pareciendo, los ciudadanos, como yo, habían perdido la alegría de vivir. Amortiguados por drogas, café, tabaco, alcohol, azúcar, exceso de carne, desengañados de la política, la religión, la ciencia, la economía, las guerras «patrióticas», la cultura, la familia, tristes animales sin finalidad con máscaras de satisfechos, nos paseábamos por las calles de un planeta al que sabíamos que poco a poco íbamos envenenando. La enfermedad de nuestra sociedad era profunda. Un antiguo cuento chino me sacó del abismo:

Una gran montaña cubre con su sombra una pequeña aldea. Por falta de rayos solares los niños crecen raquíticos. Un buen día los aldeanos ven al más anciano de ellos dirigirse hacia los límites del pueblo, llevando una cuchara de loza en las manos. -¿A dónde vas? -le preguntan. Responde: -Voy a la montaña. -¿Para qué? -Para desplazarla. -¿Con qué? -Con esta cuchara. -¡Estás loco! ¡Nunca podrás! -No estoy loco: sé que nunca podré, pero alguien tiene que comenzar. El mensaje de este cuento me impulsó a la acción. Me dije: «No puedo cambiar el mundo pero sí puedo empezar a cambiarlo». Y sin tardar conseguí que un amigo mío, campeón de karate, me prestara su dojo [recinto sagrado para el entrenamiento] una vez por semana. Comencé a dar conferencias gratuitas los miércoles. Por sentido del humor, las definí como un servicio individual de salud pública. Me propuse realizar durante hora y media una terapia colectiva, aplicando el resultado de mis búsquedas teatrales. El actor (en este caso yo) no debía ser un hombre que tratara de interpretar un personaje, sino una persona (convertida en personaje por su familia, su sociedad y su cultura) tratando de encontrarse a sí misma... Eliminé los decorados, el texto aprendido de memoria, los cambios de luces, los disfraces, los acompañamientos musicales, e incluso limité el escenario. Nunca me otorgué un suelo de más de dos metros de ancho por uno de largo. Poco a poco se fue creando un público que, heroicamente, se quitaba los zapatos y se sentaba en el suelo durante hora y media. Antes de comenzar a hablar les pedía que se tomaran del dedo meñique formando una cadena, luego que suspiraran cuatro veces sintiendo que se liberaban de las tensiones de su cuerpo, de la urgencia de sus deseos, de las oleadas de sus emociones y del incesante coro de sus pensamientos. Finalmente les pedía que estiraran los brazos con las palmas dirigidas hacia mí para que me bendijeran y diesen el poder de comunicarles algo útil y sanador... Fiel a mi decisión, sin abandonar nunca, he dado estas charlas, con la sala del dojo llena, durante más de veinte años. Cada conferencia era el resumen de aquello que había aprendido en mis lecturas de la semana más la interpretación de los símbolos de una carta del Tarot, más (siguiendo el lema «Lo que das, te lo das; y lo que no das, te lo quitas») la descripción de mis íntimos trabajos para llegar a mí mismo y, por último, como fin de fiesta, la explicación de un texto sagrado y su aplicación de manera útil a la vida cotidiana. Guiado por los tres principales consejos de la Bhagavad-Gita (

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