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alessandro pronzato
en busca de las virtudes perdidas
ediciones sígueme - salamanca 2001
A don Ambrosio Bosisio que me hace entender qué es la amistad, y me explica mejor que cien libros de pastoral lo hermoso que es ser párroco «de una cierta manera». A sus parroquianos de San Abundio que han participado en estos años en la búsqueda de las virtudes perdidas (arrastrando tras de sí también al predicador...).
Tradujo Germán González Domingo sobre el original italiano Alla ricerca delle virtù perdute © Alessandro Pronzato 1997 © Ediciones Sígueme, S.A. 2001 Apartado 332 - E-37080 Salamanca/España
ISBN 84-301-1403-3 Depósito legal: S. 1529-2000 Printed in Spain Imprime: Gráficas Varona Polígono El Montalvo - Salamanca 2000
CONTENIDO
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11. 12. 13. 14. 15. 16.
17. 18. 19. 20. 21. 22. 23.
La paciencia «difamada» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Un joven implicado en una historia de asnos . . . . . . . . . . Han hecho callar al silencio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sólo nos falta la palabra... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Urge reencontrar un lenguaje modesto . . . . . . . . . . . . . . . Ha desaparecido el lenguaje de la dulzura . . . . . . . . . . . . No logramos «hablar bien» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Alguien ha visto por ahí a la finura? . . . . . . . . . . . . . . . . Esas tres señoras austeras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Hacerse acompañar del perdón para encontrar el gusto de la libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Esa señora que hace decir «no»… . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ¿Alguien ha visto por ahí a la honradez? . . . . . . . . . . . . . Hay una palabra que sufre terriblemente de soledad . . . . La lección de la modestia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cuando se enfurece el «todopalabra» . . . . . . . . . . . . . . . . Para estar en regla hay que pasar por la ventanilla del sacrificio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Amigo tiempo, enemiga prisa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Inventar la lentitud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pararse para encontrar la sorpresa . . . . . . . . . . . . . . . . . . Ya no sabemos contar hasta uno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Hemos terminado por olvidar el nombre y perder la cara Recuperar las ganas de intentar algo . . . . . . . . . . . . . . . . Deseo de normalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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Contenido
24. Raspando el barniz de las apariencias, aparece el hombre (cuando existe) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25. Deshonra al mentiroso, honra al ingenuo . . . . . . . . . . . . . 26. La sencillez no es una cosa sencilla . . . . . . . . . . . . . . . . . 27. Prefiero hechos viejos a palabras nuevas . . . . . . . . . . . . . 28. Amor, palabra maltratada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29. ¡No hacen falta trompetas! A la caridad le gusta viajar de incógnito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30. Las citas del amor no se pueden aplazar . . . . . . . . . . . . . 31. Operación rescate de las ocasiones perdidas . . . . . . . . . . 32. El amor no puede prescindir de la fantasía . . . . . . . . . . . . 33. Para ser equilibrado, el amor precisa de una pizca de locura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
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1 La paciencia «difamada»
Búsqueda en el desván
La foca monje está fuera de peligro. Y temblamos también –faltaría más– por el panda, tan simpático, infatigable masticador de su especialísimo chicle a base de bambú. Pero, quizá, sería hora de caer en la cuenta de que, además de ciertas especies de animales, existen también virtudes amenazadas de extinción. Virtudes que hemos abandonado en el desván, echándolas en el montón de los trastos inútiles. Abandonadas allí porque se consideran inservibles, hasta embarazosas, e incluso peligrosas, para la vida que hoy se lleva bajo el signo del dinamismo, de la eficacia y, con frecuencia, de la despreocupación y de la insensatez. Virtudes que, como mucho, aceptamos que se cultiven –casi como una rareza exótica– en los conventos, en donde debería existir el terreno de cultivo más apto. Pero cuando visitamos, por ejemplo, ciertos monasterios célebres, compramos normalmente el licor tradicional, fingiendo que ignoramos que la venerable y secreta receta ha pasado a manos de alguna importante industria no precisamente acostumbrada a la oración. Pero, aun estando allí, no es que nos sintamos obligados a informarnos de si esas virtudes, ya desaparecidas de la circulación, todavía se guardan
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en aquellos recintos sagrados. Preferimos creerlo a ojos cerrados, sin indagar demasiado, como en el caso de ese elixir de hierbas que es nuestro preferido. Para caminar «aquí abajo»
Determinadas virtudes no pueden permanecer confinadas en una especie de reserva religiosa, protegida, donde las cuidarían amorosamente individuos entregados a la perfección. Para crecer y multiplicarse tienen necesidad del corazón de cada uno de nosotros, que es su verdadero, insustituible ambiente natural. Tampoco solemos darnos cuenta de que las mismas virtudes no nos acompañan a lo largo de un itinerario «espiritual», para conducirnos con suficiente garantía de seguridad al paraíso, sino que pretenden acompañarnos en la vida de aquí abajo, para ayudarnos a resolver no pocos conflictos, a suavizar ciertas tensiones, a hacer menos áspera la convivencia con los demás y con nosotros mismos. Personalmente estoy convencido de que, si existiese el coraje de volver a poner en circulación estas virtudes que tenemos ocultas, casi con vergüenza, si osáramos volver a exponer su validez frente a las modas, las ideologías y las fórmulas brillantes que regulan la vida de hoy, muchas cosas en esta tierra funcionarían un poco mejor y distintos problemas encontrarían una solución casi natural, sin necesidad de acudir a proclamas ruidosas (que no cambian nada), y a proyectos grandiosos (que dejan las cosas como están). Quizá se pueda ser progresista reclamando el valor de algo «antiguo» capaz de arrastrar lo «nuevo». Víctima de una campaña de desinformación
Una de esas virtudes que me gustaría volver a proponer es, sin duda, la paciencia.
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Pero antes es necesaria una operación radical de desescombro. Se trata, en efecto, de liberar el terreno de numerosos equívocos, lugares comunes, prejuicios, que han terminado por coser encima de esta virtud «tradicional» un vestido ridículo, pasado de moda, que la hace irreconocible, y casi impresentable en nuestra sociedad. La paciencia ha sido excluida gracias a una falsa campaña de desinformación e incluso de difamación. Se le han atribuido compañías sospechosas, amistades ambiguas, acciones vergonzosas, operaciones viles, cesiones poco dignas. O, en el mejor de los casos, se la ha juzgado como «no idónea» para caminar al ritmo de la vida activa, acusada de retrasar la marcha, considerada incapaz de asegurar el éxito de una empresa, estando siempre disponible para firmar rendiciones humillantes. En una palabra, se le ha llegado a negar el derecho de ciudadanía en el mundo de hoy porque se la confunde... con otra cosa. Intentemos disipar algunos de esos equívocos fastidiosos, contradiciendo argumentos falsos, desenmascarando las sospechas injustas de una propaganda negativa. La paciencia no se resigna jamás
No debemos confundir la paciencia con la resignación. La paciencia no es la virtud que interviene para firmar la rendición. La paciencia nunca sale vencida, tiene el vicio de no reconocerse jamás derrotada. La paciencia sale victoriosa –aunque seguramente no a la manera humana ni en los tiempos fijados comúnmente por nuestras... impaciencias– de todas las empresas. Sale infaliblemente con la cabeza alta, porque nada ni nadie es capaz de hacérsela bajar. Pensar en la paciencia no significa imaginar un rostro apagado, pálido, anémico, lastimero, maquillado por la resignación, entorpecido por el fatalismo.
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En busca de las virtudes perdidas
La paciencia es humilde. Pero se trata de una humildad que no excluye la bravura, la obstinación, la porfía. La de los filósofos es otra cosa
No hay que confundir la paciencia cristiana con la de los filósofos. Los estoicos, especialmente, cumplían y recomendaban una operación particular que consistía en reducir lo más posible y endurecer hasta la callosidad la superficie expuesta a los golpes. Una especie de contracción muscular que, espesando y endureciendo el tejido, tuviera como fin detener el sufrimiento en lo exterior, impidiéndole penetrar en profundidad y turbar así la armonía interior. La paciencia cristiana, que no está en la misma órbita que la sabiduría humana, la paciencia de los mártires, es, por el contrario, acogida del sufrimiento, vulnerabilidad extrema, debilidad desarmada. Pero el testigo no ama al dolor por sí mismo (sería una postura morbosa, ambigua). No se trata de amar el sufrimiento. El mismo Cristo ha amado a los hombres hasta la cruz, pero no ha amado necesariamente la cruz. Para el cristiano el dolor representa un medio privilegiado de comunión y de comunicación con el Otro. El filósofo se desposa con la paciencia para permanecer fiel a sí mismo, al propio personaje «imperturbable». Para el mártir, se trata de unirse a la paciencia para permanecer fiel a Dios. No tiene nada que ver con el bronce y menos con el fanatismo
La paciencia no tiene nada que ver con la dureza. Más bien agradece la compañía de la dulzura, tiene afinidad con la delicadeza, no con el bronce o con el cuero.
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Una paciencia irascible, sombría, áspera, tediosa, árida, ya no es paciencia. Por el contrario, la dulzura es su fuerza. Otra corrección necesaria: la paciencia no atenúa el celo; al contrario, está muy de acuerdo con el celo. Únicamente no está de acuerdo con el fanatismo. Pues el fanatismo es la caricatura del celo. El celo es cálido, mientras que el fanatismo es gélido. Con sólo pensarlo entran escalofríos. La paciencia no está viuda
Digamos la verdad. Muchos de nosotros, si tuviéramos que figurarnos la paciencia, no dudaríamos en representarla con los rasgos de una bisabuela lastimera, enjuta, un poco asmática... y a lo mejor con barba. Nada más contrario a la verdad. Aclaremos finalmente el asunto: la paciencia no es la virtud de los viejos. El papel específico de la paciencia es, por el contrario, impedir el proceso de envejecimiento debido a la usura. Entendámoslo bien. No tiene nada contra los ancianos, que le resultan muy simpáticos, desde los tiempos oscuros en los que aún no habían sido bautizados y denominados con esa expresión «de la tercera edad». Pero la paciencia no se resigna a la tarea de confortar a los viejos. Demasiado poco para sus energías. La paciencia es sobre todo la virtud de los jóvenes, al menos de quien pretende permanecer joven. La paciencia no se resigna a estar en labios de los viejos, o sea, de esos individuos –y aquí la edad no cuenta– que, habiendo perdido por el camino los sueños, habiendo dejado apagar los ideales más audaces, habiendo apartado los proyectos más arriesgados, pretenden sustituirlos con la «santa paciencia», que se convertiría así en la consoladora de los... viudos, de esos que han celebrado los funerales de la esperanza.
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En busca de las virtudes perdidas
La paciencia sirve para no dejar morir los sueños. Por eso los jóvenes son quienes deben equiparse de paciencia, como cobertura de los ideales más altos. Sin la colaboración de la paciencia, se desiste de la obra después del primer fracaso. Después de un incidente, se limita uno a limpiarse las heridas, gimoteando de una manera insoportable. Se adoptan ridículamente posturas de víctima, después de un rechazo, de una incomprensión. Se abaten y se desinflan después de un impacto ante el más insignificante obstáculo, la dificultad más modesta. En el próximo capítulo intentaremos descubrir la verdadera identidad de la paciencia, sus rasgos auténticos, su función específica. Pero, antes, era necesario quitar de su figura las incrustaciones abusivas que la desfiguran o, al menos, la hacen escasamente apetecible. De momento será suficiente recuperar la imagen de una mujer joven, valiente, emprendedora, obstinada y, al mismo tiempo, delicada, muy vulnerable. Si no precisamente atrayente, sí dotada de una energía insospechada, que no se resigna a quedar al margen. Si los lectores saben esperar... con paciencia, podremos celebrar, aunque sea modestamente, la reconciliación con esta virtud preciosa.