ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL MISTERIO TRINITARIO ANTE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD 1

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL MISTERIO TRINITARIO ANTE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD 1 Sergio Zañartu, s.j. Profesor de la Facultd de Teología de la P

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ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL MISTERIO TRINITARIO ANTE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD 1

Sergio Zañartu, s.j. Profesor de la Facultd de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile

1) El hombre en busca de unidad. Trataremos del Dios trascendente, que es uno. El Dios de Jesús es el Dios único de Dt 6, 4: "Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor" (Mc 12, 29; cf. 12, 32). La unicidad de Dios, herencia sagrada del Antiguo Testamento, será a menudo repetida en el Nuevo Testamento.2 Por otro lado, el hombre vive sumergido en la pluralidad, en el fragmento; es parte de esa pluralidad. Su vida en esta tierra es un momento del tiempo. Pasa como la hierba que ya está seca por la tarde.3 Somos un punto en el espacio entre billones de galaxias. ¡Señor!, "¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él te cuides?"4 Somos como individuos perdidos en la inmensidad de la humanidad histórica y actual. Sin embargo, esta pequeñez en el espacio y en el tiempo, malograda por el pecado, está surcada por anhelos de infinito, de eternidad. Está siempre en busca de unidad, de su sentido respecto a la totalidad en que vive inmersa. Experimenta la multiplicidad y aspira a la unidad. En su desgarramiento, en sus dolores y fracasos, se siente salvada por el Dios trascendente, al que tiende con todo su ser: al Dios que está más allá de la contingencia de lo múltiple, el totalmente otro y, por eso, el único que la puede realmente salvar. Ese Dios, como dijimos al comienzo, es justamente uno y único. Los dioses politeístas, que reflejan nuestra pluralidad cósmica, se autolimitan entre ellos y no son verdaderamente trascendentes. Son ídolos muertos, que no salvan. Respecto a los dioses griegos, afirmaba K. Rahner: "Los dioses griegos no son sino la personificación concreta de los rasgos fundamentales de la realidad del mundo, concebida en forma de mito (Homero), de una arché (física jónica) unitaria y última, o de una idéa filosófica. Ahora bien, esta realidad es pluriforme y se acerca al hombre con las más diversas exigencias que en el corazón humano se entrecruzan, a menudo trágicamente, si bien allá arriba, en el mundo de los dioses, están unas frente a otras, libre y tranquilamente. De ahí el plural theoí, el politeísmo Ante una realidad profunda que irrumpe con su ser espléndido en el mundo, el griego afirmará necesariamente que eso -y no el 'totalmente otro'- es Dios. Los dioses son, pues, poderes que gobiernan el mundo y lo salvan del caos. Ellos son su orden, forma y sentido".5 1 Este artículo fue publicado en Anales (U. C. de la Santísima Concepción) 3(2001)123-131.

De ninguna manera pretendemos presentar todas las consideraciones posibles, ni menos agotarlas, sino sólo seguir una línea y esto en forma escueta, suponiendo, por lo demás, bien conocida la doctrina sobre la Trinidad. 2 Cf. S. Zañartu, El Dios del Nuevo Testamento. Ensayo de una forma de lectura pastoral espiritual de la Biblia, pp. 212-214, en Sociedad Chilena de Teología, La Teología del tiempo, Santiago de Chile 1998, pp. 203-229. 3 Sal 90, 5s. 4 Sal 8, 5. 5 K. Rahner, Theos en el Nuevo Testamento, p. 106, en Escritos de Teología, I, 3a. ed., Madrid 1967, pp93-166. Antes había dicho: "Como el hombre, aun en el estado de naturaleza caída consiguiente al pecado original, actúa siempre

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2) El Dios cristiano entre la unidad y la pluralidad Pero el Dios cristiano, el que realmente salva, no sólo es unidad, sino trinidad, distinción posibilitante de la realidad plural creada. La fe neotestamentaria que confiesa a Cristo como hijo unigénito del Padre6 y al Espíritu como el otro Paráclito 7 que nos diviniza, termina proclamando oficialmente, en torno al concilio de Constantinopla I (381), a un Dios en tres personas (hipóstasis) o tres personas de un solo Dios (Tri-unidad).8 Tres distintas relaciones subsistentes en la única esencia o naturaleza divina, dirá Tomás. Cada uno de los tres sujetos son la única naturaleza divina con su única inteligencia y voluntad. Pero este concepto de persona, creado por el cristianismo en contraposición a naturaleza racional, ha variado con la cultura moderna que ha integrado la subjetividad en él. Así, para el hombre actual, 'persona' es un centro de conciencia y libertad, que busca autorrealizarse. Pero si en Dios ponemos tres autoconciencias y tres libertades, correspondientes a tres personas según el concepto moderno, habría tres dioses. Para evitar sugerir esto en nuestra predicación, K. Barth habló de tres modos de ser, siguiendo en esto a los antiguos trópoi tês hypárxeos, y K. Rahner propuso complementar con tres modos distintos de subsistencia. Notamos de hecho en cierto lenguaje actual, una tendencia triteísta y el triteísmo evaporaría la trascendencia de Dios. Este peligro de la separación de los tres se dio antiguamente como subordinacionismo, porque a eso se prestaban las categorías plátonicas y gnósticas de una divinidad que se iba aminorando en su escala descendente. Esa desviación quedó excluida de la conciencia cristiana por el consubstancial (homooúsion) del Credo de Nicea (325). Y las categorías del subordinacionismo han desaparecido de la cultura. Pero el peligro ha permanecido latente al decir el misterio que siempre escapa a nuestras racionalizaciones, como si la palabra 'persona' fuera simplemente un universal que se concretiza en tres individuos diferentes. Pero, a su vez, siempre ha existido también el peligro contrario: el modalismo. Se trata de un Dios unipersonal que se revela con tres rostros diferentes o de tres modos diferentes. No hay, por tanto, una distinción real, aunque relativa, entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así se los tildó de 'patripasianos": el Padre es el que padeció en la cruz. Al modalismo también se podría prestar una mala intelección de la comparación agustiniana y explicación tomista, si se llega a concebir a Dios como un solo sujeto (persona) absoluto que se autoconoce y autoama, en una especie de 'solipsismo' muy poco comunitario. A lo cual puede igualmente converger la insistencia latina en la única esencia divina, y en el tratado de Deo Uno que deja en las sombras del misterio la trinidad de personas. Opinaba K. Rahner, a este respecto: "De esta forma el tratado sobre la Trinidad cae, aún más, en una splendid isolation por la que el peligro de que sea tenido por falto de interés para la existencia movido por la naturaleza y por la gracia, nunca podrá desvanecerse totalmente la conciencia de un Dios único, trascendente y libre, que libremente actúa con él dentro de la historia. Pero el hombre vive en un estado cuya base es el pecado original, y pecado es, en última instancia, la voluntad de no dejar que Dios sea Dios. Por eso, toda religión extracristiana, en cuanto que está, y tiene que estar, bajo el signo teológico del pecado, interpretará necesariamente la infinidad de Dios como infinidad de las fuerzas y poderes imperantes en el mundo. Será politeísta, y se convertirá inevitablemente en panteísta siempre que intente reducir a unidad la multiplicidad de fuerzas y poderes mundanos divinizados, en un esfuerzo metafísico y religioso, por lo demás justificado, hacia la unidad. Necesariamente olvidará, culpablemente, la personalidad y la libertad que Dios posee para obrar históricamente en el mundo. Acabará convirtiéndose en adoración del mundo, en vez de obediencia al Dios único y vivo" (Ib., 99s). 6 Jn 1, 14.18; 3, 16.18; 1Jn 4, 9. 7 Jn 14, 16. 8 Cf. Tomás, STh, I, 31, 1.

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TRINIDAD ENTRE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD religiosa se hace todavía mayor; parece como si todo lo que en Dios tiene importancia para nosotros hubiera sido ya dicho antes en el tratado De Deo uno"9 Esto puede verse reforzado en la época moderna por la concepción hegeliana de un Dios que se distingue de sí mismo en el Hijo y vuelve a sí mismo en el Espíritu, en un proceso dialéctico. Y muchos temen a este Dios, sujeto absoluto y a su posible arbitrariedad omnipotente, limitante de la autonomía y libertad humanas, tan apreciadas por el hombre actual. Recordemos que la anhelada autonomía ha ido de la mano con el proceso de secularización occidental. Nace, en parte como reacción contra la silueta amenazante del Dios arbitrario del Ockhamismo. Es reforzada por la revolución burguesa del hombre que se hace a sí mismo, dejando atrás la herencia de lo recibido, bastante determinante en el Antiguo Régimen. En el vertiginoso desarrollo actual científico técnico, en que se supervaloriza lo nuevo, el pasado y su sabiduría pesa menos. A esto viene a sumarse la toma de conciencia de los complejos antipaternos. Así se produce en algunos un fuerte rechazo al padre y a Dios. Porque, para ellos, afirmar al hombre y su libertad, es negar a Dios. Y entre los creyentes, contra el despliegue trinitario de un Dios sujeto absoluto, se consolida una comprensión de la Trinidad como la perfecta comunidad igualitaria, que en su perijóresis es una. A veces arrinconan la esencia una, en busca de una nueva ontología. Así se acercan al linde de la tendencia triteísta, de la que hablamos antes. En busca del prototipo y modelo de la comunidad sociopolítica y eclesial, reaccionan, pues, contra la monarquía del Padre, de la que hablaremos a continuación, porque temen que sirva de legitimación de las autoridades humanas despóticas, bajo el lema: un Dios, un monarca, un pueblo. Si la Iglesia antigua confesó la fe contra el subordinacionismo de Arrio y el modalismo de Sabelio, así ahora debemos confesarla sin desviarnos hacia el lenguaje triteísta ni hacia el sujeto absoluto, nuevo tipo de modalismo. La fe ortodoxa sigue estando, por tanto, entre la desviación unitaria y la plural. 3) La monarquía del Padre en el Nuevo Testamento Acabamos de destacar la tensión que atraviesa el misterio trinitario en su expresión10 y las desviaciones a que se presta. Pero además y sobre todo: ¿cómo vivir la fe?, ¿cómo predicar pastoralmente al Dios cristiano? Nuestra propuesta es volver más al lenguaje de la revelación neotestamentaria, sin olvidar por ello el desarrollo de la expresión y comprensión dogmática, los grandes concilios. Se trata de un problema de acentuación que nos permita vivir y testimoniar mejor la fe. En esta línea, en una conferencia dada anteriormente en este 9 Advertencias sobre el tratado dogmático 'De Trinitate", p. 113, en Escritos de Teología, IV, Madrid 1963, pp. 105-136.

Dice este autor en otra parte: "Todos estos datos no deben inducirnos a engaño: los critianos, a pesar de que hacen profesión de fe ortodoxa en la Trinidad, en la realización religiosa de su existencia son casi exclusivamente 'monoteístas'. Podemos, por tanto, aventurar la conjetura de que si tuviéramos que eliminar un día la doctrina de la Trinidad por haber descubierto que era falsa, la mayor parte de la literatura religiosa quedaría casi inalterada... Cabe la sospecha de que, si no hubiera Trinidad, en el catecismo de la cabeza y el corazón (a diferencia del catecismo impreso) la idea que tienen los cristianos de la encarnación no necesitaría cambiar en absoluto. En ese caso, Dios como (la única) persona se habría hecho hombre, y de hecho, el cristiano ordinario no piensa explícitamente en nada más cuando confiesa su fe en la encarnación" (El Dios Trino como principio y fundamento trascendente de la historia de salvación, p. 271, en Mysterium Salutis, II, 2a ed., Madrid, 1977, pp. 269-338). Y más adelante añade: "La consecuencia de todo esto es que el tratado sobre la Santísima Trinidad se halla bastante aislado dentro de la estructura total de la dogmática. Dicho en pocas palabras (naturalmente, exagerando y generalizando): una vez que se ha acabado de exponer este tratado en la dogmática, no vuelve a aparecer nunca más" (Ib., 273). 10 Mirado desde el uno y el múltiple.

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TRINIDAD ENTRE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD mismo Centro de Estudios11, hablábamos de la monarquía del Padre. Ciertamente no en el sentido de los herejes monarquianos (modalistas), sino mostrando que el Dios del Nuevo Testamento es el Padre de Jesús, quien nos lo envió (en y con su Espíritu). Así dice Jesús en la oración a su Padre: "La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a quien enviaste, Jesucristo" (Jn 17, 3). Y Pablo replicará: "No hay para nosotros sino un solo Dios, el Padre, del cual todo procede y para el cual somos, y un sólo Señor Jesucristo, por quien todo y también nosotros por él" (1Co 8, 6).12 Y este Dios, que resucitó a Jesús es el Dios de los Padres, de Abraham, Isaac y Jacob13, el Dios único del Antiguo Testamento. ¿Cómo pudo la comunidad de los creyentes confesar la divinidad de Jesús, el Hijo, y la personalidad distinta del Espíritu de Dios y así llegar a la fórmula bautismal de Mt 28, 19, sin romper por esto la fe en el único Dios, el Padre? Respondíamos, en esa conferencia, que apoyada fundamentalmente en dos paradigmas conceptuales, ambos con raíces véterotestamentarias, por así llamarlos, el de asociación14 y el de desdoblamiento. El Padre asocia al Hijo resucitándolo y sentándolo a su derecha, conforme al Sal 110, 1.15 El Padre, que ya en el Antiguo Testamento obraba mediante su Palabra y su Espíritu, ahora en los últimos tiempos, envía a su Hijo (su Palabra) encarnado, quien es su imagen16, y nos da, mediante el resucitado, el don de su Espíritu, que nos diviniza, como dirán los Padres Alejandrinos. Por eso el Padre y el Hijo no son dos dioses, sino que, como Jesús exclama, son uno.17 Es decir, el hecho de que haya otros dos sujetos en Dios no rompe la monarquía del Padre sino que la refuerza, porque como dirá Ireneo, el Dios cristiano no necesita de intermediarios para crear y salvar, porque tiene sus dos manos: el Hijo y el Espíritu.18 La 'monarquía' del Padre, tan querida por los cristianos orientales, significa una sola fuente, un solo principio (sin principio), de donde todo dimana y en cuya unidad todo permanece o hacia ella vuelve. Salida y retorno resumen la misión de Jesús, quien el último día entregará el reino al Padre y se le someterá para que Dios sea todo en todos19: "salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre" (Jn 16, 28).20 "A él la gloria por los siglos de los siglos".21 Respecto a la relación de Cristo con el Padre, llega Pablo a escribir: "La cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de la mujer el varón, y la cabeza de Cristo, el Dios" (1Co 11, 3).22 11 S. Zañartu, La monarquía del Padre, Anales de Teología (Univ. Cat. de la Santísima Concepción) I, 2(1999)115-131. 12 "Al Dios único, nuestro Salvador, por Jesucristo Nuestro Señor, gloria, grandeza, poder y autoridad, antes de todos

los tiempos, ahora y por siempre. Amén" (Jd 25). Cf. Ef 4, 6, etc. 13 Hch 3, 13. 14 Nos parece que el Credo de Nicea y Constantinopla I sigue fundamentalmente un esquema asociativo: un Dios, un Señor nacido del Padre y consubstancial, y el Espíritu que procede del Padre y que es coadorado y conglorificado. 15 Cf. Mt 26, 64par; Mc 16, 19; Hch 2, 34s; 7, 55s; Rm 8, 34; Ef 1, 20-22; Flp 2, 9-11; Col 3, 1; Hb 1, 3.13; 8, 1; 12, 2; 1P 3, 22; Ap 3, 21. En Ap 22, 1.3 el trono será de Dios y del cordero sacrificado y victorioso. 16 2Co 4, 4; Col 1, 15. Cf. Jn 12, 45; 14, 9. 17 Jn 10, 30. El Hijo en todo hace la voluntad del Padre. 18 Cf. Adv Haer, IV, 20, 1. Cf. Ib., I, 22, 1; IV, praef., 4; 7, 4; V, 1, 3; 6, 1; 28, 4. 19 1Co 15, 24.28. 20 Cf. Jn 13, 3. 21 Ga 1, 5. Cf. Rm 11, 36; 16, 27; Ef 3, 21; Flp 4, 20; 1Tm 1, 17; 1P 4, 11; Ap 4, 9; 5, 13; 7, 12, etc. "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 6) 22 Cf. 1Co 3, 23. "El Padre es mayor que yo" (Jn 14, 28).

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TRINIDAD ENTRE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD Así los cristianos, respetando la monarquía, seguían confesando al único Dios, que es el Padre. Observemos que en la economía de la Encarnación, donde culmina la inmanencia de Dios, justamente éste se nos revela como Trinidad. Inmanencia y trascendencia son dos categorías claves en toda experiencia religiosa. Inmanencia en que Dios nos salva y nos toca, pero el que nos salva debe ser, para poder salvarnos, exactamente el trascendente, el totalmente Otro. En el Nuevo Testamento, la trascendencia se nos manifiesta sobre todo en el Padre (en correspondencia a la monarquía de éste), Dios inaccesible, a quien nunca nadie ha visto 23, de quien todo viene y a quien todo vuelve, como acabamos de ver. Con todo, el Padre es cercano en su creación y providencia, como lo anuncia Jesús; sufre con el hijo pródigo24 y nos entrega su propio Hijo y nos da su Espíritu, pasando así a ser nosotros sus hijos adoptivos.25 Es el abba.26 Si en el Padre descansa sobre todo la trascendencia, Cristo, el enviado y encarnado, es el Dios con nosotros (Emmanuel)27, perfecto en la divinidad y él mismo perfecto en la humanidad, como dirá Calcedonia28, el único mediador29, el que murió por nuestros pecados30, y al que nosotros nos vamos conformando.31 Y el Espíritu es el don de Dios32, que está en nuestros corazones33, ora a nombre nuestro34, nos conduce al Padre por Cristo 35. El Espíritu y Cristo representan el polo de la inmanencia del único Dios. Así somos salvados. En conclusión, gracias a que Dios es trinitario, puede ser tan inmanente a nosotros, en Cristo y el Espíritu, sin dejar por eso de ser trascendente (Padre). Hasta aquí la vital monarquía del Padre en el Nuevo Testamento 4) La monarquía del Padre frente a las dos desviaciones. Creemos que la 'monarquía del Padre' no sólo es lo que mejor corresponde a la mentalidad neotestamentaria, resguardando además la trascendencia de Dios, sino que sirve también para expresar la fe sin desviarnos ni hacia el triteísmo ni hacia el modalismo de tipo hegeliano. Al triteísmo se contrapone la unidad. Pero esa unidad no es mostrada en la esencia divina, como insisten muchos teólogos occidentales (lo que se presta a un desarrollo extrapolado del tratado De Deo uno, a lo que ya nos hemos referido), sino en la Persona del Padre, como gusta concebirlo la teología oriental. El Padre es la fuente de la divinidad36 unitaria (el es la divinidad, la cual él comunica totalmente al Hijo y al Espíritu), el garante de la unidad en la perfecta perijóresis. Pero, por otro lado y contra un modalismo 'hegeliano', no es el Dios temible, individuo absoluto que se autodesenvuelve, sino que es 23 Jn 1, 18; 5, 37; 6, 46; Col 1, 15; 1Tm 1, 17; 6, 16; 1Jn 4, 12. Cf. Mt 11, 27par. 24 Lc 15, 11-32. Viene a morar en nosotros junto con el Hijo (Jn 14, 23). 25 Cf. p. e. Jn 1, 12; 11, 52; Rm 8, 15-17.19.21.23.29; Ga 4, 5-7; Ef 1, 5; Flp 2, 15; Hb 2, 10; 1Jn 3, 1s. 26 Mc 14, 36; Rm 8, 15; Ga 4, 6. 27 Mt 1, 23. Cf. Mt 28, 20. 28 Dz 148, DH 301. 29 1Tm 2, 5. Cf. Hb 8, 6; 9, 15; 12, 24. 30 1Co 15, 3. Cf. Ga 1, 4; Hb 9, 26; 10, 12; 1P 2, 24; 3, 18; 1Jn 4,10; Ap 1, 5, etc. 31 Cf. p. e. Rm 6, 4-9; 8, 29; 1,Co 15, 49; 2Co 3, 18; Ga 4, 19; Flp 3, 10s.21. 32 Hch 2, 38; 8, 20; 10, 45; 11, 17. 33 2Co 1, 22; Ga 4, 6. 34 Rm 8, 26; Ga 4, 6. 35 Cf. Ef 2, 18. 36 Cf. Dz 275, DH 525.

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TRINIDAD ENTRE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD amor. Así da toda la divinidad al Hijo y al Espíritu, que le son consubstanciales. Esto es lo digno de Dios.37 Así el Padre es la fuente de la comunidad trinitaria, en su mutua inhabitación y compenetración. Más aún, el Padre sólo se constituye como tal en su relación al Hijo, gracias al Hijo.38 El ser la fuente originaria (mon-arquía) no inhibe, pues, en este caso, una perfecta comunidad (consubstancial), sino que la garantiza. Los Padres griegos que insisten en el Padre, a su vez destacan la comunidad de los tres. Partir del Padre, es partir de una persona y no de una esencia común. Cuando rezamos nos dirigimos a una persona. Y si rezamos a Dios sin connotar la persona, sería al Padre, el origen sin origen, a quien rezamos implícitamente.39 5) La Trinidad y la pluralidad creada y redimida. Las dos manos del Padre Habíamos comenzado esta presentación con el hombre fragmento de la pluralidad y sumergido en ella, que aspira a la unidad, que la intuye en el principio sin principio. Su salvación está en su unión con el Dios único. Ese Dios salvador es el Dios cristiano, el trinitario, mediante su inmanencia trascendente. Y en ese Dios aparece, a nuestros ojos, una tensión entre unidad (el Dios único) y pluralidad (el Dios trino), que puede llegar a ser concebido unilateral y desviadamente como triteísmo o como modalismo del autodesarrollo de un sujeto absoluto. Ante esto proponíamos destacar la concepción neotestamentaria de la monarquía del Padre. Volvamos ahora a la pluralidad de la creación. La creación es el misterio de la infinita libertad y gratuidad del amor de Dios que nos llama a existir y participar, adoptivamente, en la eterna filiación de su Hijo, introduciéndonos así en su vida trinitaria. Lo creado necesariamente es plural. Es propio de la creatura, de lo contingente, el ser plural, el ser fragmento, justamente porque no es Dios (único y total) sino lo otro. Por tanto, Dios no puede crear sino la pluralidad. Pero la pluralidad implica una relación a la unidad. Se es plural exactamente por relación a lo uno. La pluralidad sale, pues, del Dios uno y vuelve a él, a una íntima unión con él, pero manteniendo la diferencia. El caso de Cristo Jesús, nuestro único mediador, es el paradigma de esta unión en la diferencia, unión en la no mezcla de sus dos naturalezas. El hombre (y a través de él la 37 Todo hijo es consubstancial a su Padre, en sentido amplio: tiene su misma naturaleza específica. Pero en Dios esto

acontece con una naturaleza que es numéricamente única. 38 Que la primera persona en Dios sólo subsista como Padre (y espirador del Espíritu), lo que está condicionado por la relación al Hijo, sería una de las formas en que nuestras concepciones topan más evidentemente con el misterio. Porque la persona humana primero es hombre y después es padre. 39 Rahner, hablando del Dios de la teología natural, dice lo siguiente: "Desde luego es obvio que la teología natural no conoce al Padre en cuanto Padre, esto es, como el ser que comunica su esencia al Hijo en una generación eterna. Y, naturalmente, para la teología natural, la unicidad de la esencia divina es una afirmación necesaria. Sin embargo, podemos decir que quien de hecho es conocido a través del mundo es concretamente el Padre, y no la Trinidad, de manera general y confusa. Y es que la teología natural no conoce sólo una divinidad, sino justamente un Dios: la esencia divina tiene que subsistir de manera necesaria en una ausencia de origen absoluta en todo aspecto. Ahora bien, el ser así conocido es el Padre y sólo el Padre. La necesidad de una total ausencia de origen en Dios, bajo cualquier aspecto imaginable y posible, puede ser afirmada por la teología natural, si bien de manera puramente formal. Pero la teología natural desconoce en absoluto que este origen concreto de toda realidad, carente totalmente de origen, es también origen, por comunicación de la esencia divina, y no sólo por creación de la nada. Ignora, pues, que existe un 'otro' que proviene de Dios y posee la misma esencia divina. Y por tanto, que tal ser, absolutamente sin origen, no posee la esencia divina y su propia ausencia absoluta de origen más que dentro de un 'hacia', una relación a su Hijo. Ignora, en consecuencia, que no todo lo que procede de Dios pertenece a la realidad finita de lo creado. Pero esto no modifica en nada el hecho de que cuando la teología natural conoce el principio, primero bajo cualquier aspecto, de toda realidad -no sólo contingente-, conoce al Padre. Y es que, para decirlo una vez más, la afirmación formal ontológica de la nececesidad de una arjé que sea absolutamente ánarjos, se refiere a priori y de manera formal a una carencia de origen en contraposición no sólo a un origen por creación, sino a cualquier origen posible real o hipotético" (Theos, 150).

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TRINIDAD ENTRE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD creación) está hecho para Dios: "inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti"40, Señor. El fragmento no puede no aspirar a la totalidad, al uno, a Dios, aunque pueda rechazarlo cayendo en autocontradicción. El sentido, que tanto busca el hombre actual, está justamente en la absolutez divina.41 Ciertamente la creación no viene del interior de Dios, de su substancia, sino de la nada, por bondad y omnipotencia divinas. Vayamos a la condición de posibilidad. ¿Cómo podría un Dios monopersonal, en su eternidad, decidirse a crear, a que exista un tú temporal? ¿Cómo podría un Dios monopersonal encarnarse en lo otro de sí y morir en una cruz, hecho maldición y clamando a Dios? La respuesta de Ireneo, como vimos antes, es que Dios tiene dos manos para esto. Creación y redención sólo son entendibles para nosotros en la perspectiva de un Dios trinitario. Dios sale de sí por el Hijo en el Espíritu, y el mundo vuelve al Padre en el Espíritu por Cristo, quien entregará el reino al Padre para que Dios sea todo en todos. Es decir, la Trinidad sería la condición de posibilidad de la creación de lo plural y de su redención. Dicho de otra forma, la creación y redención sólo son posibles porque hay una cierta pluralidad en Dios, tres distintos. Más en concreto, todo fue creado por Cristo, en él y para él.42 El es la imagen del Padre y nosotros somos creados a su imagen43, y llamados a serle semejantes por gracia, a ser hijos en su filiación natural. El Hijo de Dios se ha hecho cabeza de nuestra humanidad44 y primogénito de una multitud de hermanos.45 La Encarnación es como una prolongación, a nuestra historia en el mundo, de la eterna procedencia del Hijo respecto al Padre, en un salto infinito y gratuito de amor kenótico. En ese sentido el Hijo sale del Padre para encarnarse en María y ser nuestro hermano. Y como hermano nuestro es el único mediador46, nuestro sumo sacerdote 47: nos redime. Nuestra filiación adoptiva nos hace miembros del mismo cuerpo48 y hermanos ante el Padre. Por eso la Iglesia es comunión, y la sociedad civil debería reflejar esa comunión de hermanos. Algunos autores insisten tanto en la Trinidad como comunidad igualitaria. modelo de convivencia humana y eclesial, que marginan el dato central de que en la Trinidad nos integramos como hermanos de Cristo e hijos del Padre Pero Dios para crear necesita también de su Espíritu vivificante, la fuerza de Dios.49 "Si envías tu espíritu, son creados y renuevas la faz de la tierra", leemos en Sal 104, 30.50 También el Espíritu Santo interviene para la Encarnación51, resurrección52 y nueva creación

40 Agustín, Confessiones, I, 1, 1. 41 También podemos decir que el sentido del fragmento sólo se ilumina a la luz de la totalidad de la que es fragmento. 42 Jn 1, 3; Col 1, 16; Hb 1, 2. Cf. 1Co 8, 6; Hb 1, 10. 43 Cf. Gn 1, 26s. 44 Es el último Adán, contrapuesto al primero (1Co 15, 45-49; cf. Rm 5, 12ss). 45 Rm 8, 29. Cf. Mt 12, 49par; 28, 10;Jn 20, 17; Hb 2, 11s.17. 46 1Tm 2, 5; Hb 8, 6; 9, 15; 12, 24. 47 Hb 2, 17s; 3, 1; 4, 14s; 5, 5-10; 6, 20; 7, 26-28; 8, 1ss; 9, 11ss.24ss; 13, 11s. 48 Rm 12, 4s; 1Co 10, 17; 12, 12ss; Ef 1, 23; 2, 16; 4, 4.12.16.25; 5, 23.30; Col 1, 18; 2, 19; 3, 15. 49 Respecto al Espíritu en el Nuevo Testamento, puede leerse S. Zañartu, El espíritu de Dios en el Nuevo Testamento.

Ensayo de una forma de lectura pastoral espiritual de la Biblia, en Sociedad Chilena de Teología, Novena jornada. Sociedad Chilena de Teología, Valparaíso (UCV) 1998, pp. 233-268. 50 Cf. Gn 1, 2; Sal 33, 6; Is 42, 5; Ez 37, 1-14; Jb 27, 3; 34, 14s; Qo 12, 7; Ap 11, 11. Véase Gn 2, 7; Rm 8, 2.6.10.13; 2Co 3, 6; Ga 5, 25; 6, 8. 51 Mt 1, 20; Lc 1, 35. 52 Hch 2, 33; Rm 1, 4; 8, 11; 1Tm 3, 16; 1P 3, 18.

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TRINIDAD ENTRE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD en Cristo, etc.53 Nacemos del agua y del Espiritu.54 Es el Espíritu de la filiación55, que nos hace hijos uniéndonos a Cristo 56; El Espíritu, que nos va transformando57, es como el alma de la Iglesia.58 Trabaja en el mundo más allá de las fronteras de la Iglesia. Con él comienza la escatología y nos será dado en plenitud al final de ella.59 Gracias, pues, a que hay Trinidad, hay creación, redención y escatología. Así la pluralidad es llamada a ser, y conducida al seno de la Trinidad. 6) La imagen de la refracción en la lejanía. Si la Trinidad es una condición de posibilidad de la pluralidad (como una mediación hacia ella), quizás pueda ilustrar nuestro pensamiento cierto esquema neoplatónico respecto al uno y el múltiple. El Uno es lo incognoscible, que está más allá y a quien sólo se llega en el éxtasis. De él procede descendiendo, por así decirlo, el intelecto, que contiene los inteligibles. El intelecto se constituye volviéndose hacia el Uno, de donde proviene. El mundo de lo inteligible ya tiene partes que viven en una verdadera perijóresis. Más abajo está la hipóstasis del alma, por así decirlo, más extendida (en sus partes), que puede enredarse con la materia (la que está todavía más abajo, en el límite), o volverse a la contemplación de los inteligibles y aspirar al éxtasis unitivo con el Uno. Este es un esquema de salida y de retorno. Lo que aquí nos interesa es que las hipóstasis, en la medida en que se alejan del Uno, manifiestan sus partes, es decir la pluralidad. Podríamos compararla a la luz, que, en la medida en que se aleja de su foco, se expande (y debilita). En el arco iris, la luz se descompone en colores como en un efecto de refracción. Así, en cierta manera, el mundo creado refleja a Dios, pero como refractado en la multiplicidad de los fragmentos. La distancia entre Dios y el mundo es infinita. Un ejemplo podría ser la refracción del 'dialogo' eterno entre el Hijo y el Padre, en la vida y muerte de Jesús de Nazaret. El Evangelio nos presenta un constante dirigirse de Jesús a su Abba. En el huerto y en el grito de la cruz, como que la distancia se hubiera hecho aún mayor. A la pregunta, pues, de cómo es el diálogo entre el Hijo y el Padre en la comunidad trinitaria inmanente, responderíamos que no hay un diálogo como entre los hombres, en que las palabras comienzan y terminan. El Hijo es la eterna Palabra del Padre. En ese sentido, no necesita diálogo. Lo que se produce en la vida de Jesús y en la pasión sería, entonces, como una refracción a través de la infinita distancia creatural de la naturaleza humana de Jesús y su conciencia, respecto a Dios. Pero esa naturaleza humana sólo existe en la eterna persona del Hijo de Dios, de quien es propia. Ese eterno estar hacia al Padre es, pues, el que se reflejaría y refractaría en la pasión. Lo dicho no va más allá de una simple comparación, que más es lo que esconde que lo que 53 2Co 5, 17; Ga 6, 15; Ef 2, 10.15; 4, 23s; Col 3, 10s. 54 Jn 3, 5-8. El Espíritu nos hace nacer de arriba (Jn 3, 3ss; cf. Tt 3, 5). 55 Rm 8, 15-17.23; Ga 4, 6s. 56 En fórmula de Ireneo, el Espíritu nos conduce al Hijo y éste nos presenta al Padre (Epideixis, 7; cf. Adv Haer, IV, 20, 5´;

V, 36, 2). 57 Según Ireneo hay un mutuo acostumbramiento entre la carne y el Espíritu; el hombre se va progresivamente espiritualizando (cf. p. e. R. Polanco, La encarnación en el Adversus Haereses de San Ireneo. Acercamiento a su comprensión, Tesis, Fac. Teol de la PUCCh, 1994, pp. 129-134; Id., La encarnación en la teología de San Ireneo de Lyon, p. 60s, en A Meis, A. Rehbein y S. Fernández (ed.), Sapientia Patrum. Homenaje al Profesor Dr. Sergio Zañartu Undurraga, S.J., ANALES, LI, 2(2000)43-89. 58 LG, 7. 59 Cf. Hch 2, 17ss. El Espíritu es primicia y prenda de consumación (Rm 8, 23; 2Co 1, 22; 5, 5; Ef 1, 14). Véase Is 32, 15ss; 44, 3; Ez 39, 29; Za 12, 10.

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TRINIDAD ENTRE LA UNIDAD Y LA PLURALIDAD aclara. Y con el neoplatonismo tenemos, entre otras, una diferencia fundamental. En un lenguaje creacional que fuera neoplatónico, diríamos que al comienzo existía el Uno; en cambio, para nosotros, al comienzo existían los tres, aunque sólo el Padre sea el principio sin principio. Y la creación no es una emanación del Uno, sino que surge, por así decirlo, de la nada por la bondad libérrima y omnipotente de Dios, de un Dios que entrará en la historia. 7) Palabras finales Si miramos la Trinidad desde la tensión unidad-pluralidad, los dos peligros actuales que podrían amenazar su comprensión ortodoxa serían un cierto lenguaje triteísta y un modalismo encubierto referente a un sujeto absoluto que se autodesarrolla. En esto se enfrentan la interpersonalidad comunional según unos (que puede desembocar en expresiones triteístas), y el monosubjetivismo según los otros (que puede llegar a encubrir modalismo). Frente a esto proponemos, en esta presentación, una mayor acentuación del lenguaje neotestamentario que, en cierto modo, destaca al único Dios el Padre. El Padre, por un lado, como fuente sin origen, da la unidad a la Trinidad en la consubstancialidad, y, por otro lado, es correlativo al Hijo (y al Espíritu), constituyéndose así como Padre. Esto es lo que hemos llamado la monarquía del Padre, que, bien entendida, evitaría ambos peligros. Y este lenguaje es el que nos parece reflejar mejor la trascendencia y, a la vez, total inmanencia del Dios cristiano. Y que Dios sea Tri-unidad (Trinidad) nos ilumina la comprensión de la creación plural y de su recapitulación en Cristo.

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