ALGUNAS NOTAS SOBRE EL SENTIMIENTO DEL AMOR EN UNAMUNO

ALGUNAS NOTAS SOBRE EL SENTIMIENTO DEL AMOR EN UNAMUNO Por el Prf. A. VAN' BEYSTERUELDT En oposición con Lope de Vega, Espronceda, VaJle-In clán y o

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ALGUNAS NOTAS SOBRE EL SENTIMIENTO DEL AMOR EN UNAMUNO

Por el Prf. A. VAN' BEYSTERUELDT

En oposición con Lope de Vega, Espronceda, VaJle-In clán y otros, cuyos amores, tanto como sus obras, h an llenado de resonanciia la época en que vivieron, la vida intima, amorosa de Unamuno se' ha desarrollado por comtpleto en el seno del hogar, eslte «pequeño mundo al margen de la historia», como él mismo dice. «Le bonheur n'a pas d'htstoire», ha dicho André Gide .. Sólo lo que lo hacel nacer en el coraz6n y lo que después lo destruye, forma materia de arte, de litera.t ura. No sería, por lo tanto, indiscreción y mal gusto, de parte del crítico, dirigir la mirada hasta en la intimidad del hogar de' Una muno, este mundo cerrado, a fin de cooseguir sobre el hombre Unamuno datos que nos expliquen mlejor los· productos de su espíritu. Hacer esta pregunta es contestarla. Todos los medios son buenos cuando se tm.t a, no de satisfacer una curiosidad profana de mal gusto, sino de com prender una obra de arte. Y más cuando de Unamuno se habla porque él se' ha negado siempre a considerar «in abstracto» un pens0.miento, una idea, una obra artística, sinO' que s0lía buscar a través de estos productosi del espíritu a la persona, al hombre .d el que emanaban. Si seguimos, pue's, el camino que el mismo Unamiuno n os indica, tendremos que buscar en el hombre Unaniuno las razones por las cuales ha colocado -invitándonos a seguir su e}emplo- el sentimiento de'l amor tan lejos de·l centro de sus preocupacion es de hombrn tanto como de artist.a. Esta posición ante el amor Unamuno la ha afirmad.o reiteradas vetees en toda su obra. En su «Vida de Don Quijote 1

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y Sancho», p. 17, lanzando su llamada para ir a rescatar el sepulcro de Don Quijote «del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado», no quiere llevar a los que piensan en el amor: «Hace tiempo que se dijo quei el hambre y el amor son los dos resortes. de la vida humana. De la baja vida humana, de la vida de tierra. Los danzantes no bailan sino por hambre o p01 amor; hambre de carne, amQr de carne también. Echalos de tu eiscuadrón, y que allí, en un prado se harten de bailar mientras uno toca la jeringa, otro da palmaditas y otro canta a un pla.t o de alubias o los muslos de su querida de· la temporada. Y que allí inventen nuevas piruetas, nuevos trenzados del pies, nuevas figuras de rigodón». En la página anterior ya dijo: «Mira, am'i1go, si quieres cumplir tu misión y servir a tu patria, es preciso que te hagas odioso a los muchachos sensibles que no ven el universo sino a través de' los ojos: de su novia. O algo aún. Que tllis palabras sean estridentes y agrias a sus oidos». En los pasajes siguientes veremos por qué Unamuno excluye de sus escuadrones que salen a la busca de la verdad, a todos los que al amor se dedican. En «Andanzas yVisiones españolas», en el capítulo sobre «Coimbra», Una-muna se alza en profética indignación contra una actitud. de vida -que rige en Portugal- la cual busca en e~ a mor la solución de todo: «En la ciencia, en el conocimiento de las razones de las cosas, de la ley de' los movimientos, en la matemática, en fin, buscan unos hombres y unos pueblos el secreto del universo, de la vida y de la muerte ( ...... ). Y hay quien busca e>n el amor el secreto de la. vtda, de la mue["te y del universo, y su razón de1 ser. Tal creo, aquí, en Portugal ( .... . . ) . Amando se suicida Portugal, buscando en el amor,. en el amor a la mujer, el secir eto de la vida» (p. 94) . Y!t en «Por Tierra. de1 Portugal y de España» aparece, cierto no por primera vez, esta idea de que el amor, lejos. 1

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de ser un medio de conocimiento, es más bie'n un esit orbo a toda e·l evación espiritual. En el capítulo «Excursión», p. 122, hablando d ~l «ardiente patriotismo de Castelar, de' aquel culto apasionado que profesó a España», intercala ·e sta frase significativa: «¿Quién sabe si por eso permaneció célibe, por no distraer este am!o r con otro?». MáSI expresamente aún esta idea se encuet~1tra en los artículos reunidos con el título: «Mi religión y otros ensayos» donde dice1 en el capítulo «Sobre la, lujuria»: «Es sensible la enorme cantidad de energía eispiritual que se derrocha y desperdicia en perseguir la satisfacción d e~ deseo carnal. La mayor de las ventajas del matrimonio, y son mucha1s las que tiene, es que, regularizando el apetito carnal, le quita al hombre pruritos de desasosiego dejándole ti.e1mpo y energía para más altas empresas». Para poner bien de reUeve el hecho de que esta idea unamuniana sobre la función de~ amor carnal figura entre las pocas que durante toda su vida no ha dejado de expresar con rigurosa entereza, creemos no poder prescindir de~ paisaje siguiente, bastante largo, porque e3 la ·e laboración de la idea eincerrada en el pasaje inmediatamente anterior. En el capítulo XVII de la «Vida de Don Quijote y Sancho», al hablar de Maritornes, cr)i.a da de la venta en que se alojaron Don Quijote y su escu dero, Unamuno nos dice: «Creed que la dadivosa moza asturiana más buscaba dar placer que no rncibirlo, y si se entregaba e•ra como no a pocas Maritornes les sucede, por no ver penar y consumiris·e a los hombres. Quería purificar a los arrierotS' de' los torpes deseos que les emporcaban la imaginación y dejarlos limpios para el traba.jo» ( ...... ). «Creed que h ay pocos pasajels más castos. Maritornes no es una moza del partido que por no trabajar o por ajenas culpas comercia con su cuerpo, ni es una pervertidora que embruja a. los hombres encendiéndoles los deseos

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para apartarles de su ruta y distraerles de su labo:r; es pura y sencillamente la criada, de un mesón, que, .t raba.ja y sirve, y alivia las gravezas y relmedia los aprietus de loo viandantes, quitándoles un peso de ,e ncima para que puedan reanudar, más desembarazados, su camino». Esta breve colección de afirmaciones de Unamuno en torno al amor nos muestran su deseo de reducir este sentimiento a su aS1pecto más prosaico, más social, más mecánico. Con Unamuno estamos lejos, no sólo en ,el tiempo sino también en actitud de vida, ctelJ. insigne poeta italiano, Eil Tasso, del siglo XVI, que1afirmó: «Perduto e tutto i1 tempo che in amore non si spende». Entre estas ctos concepciones me'dia un m undo, precisamente el mundo del equilibrio, del término medio, de la mediocridad, de la vida cotidiana, encima del cual pasa, .s1n tocarlo, el péndulo del arte en su ir y venir incesante«, a lo largoi de los siglos, ora buscando verda d y belleza en el polo extremo de' la razón, ora en el a nte1puesto de la sensibilidad, del corazón. Como nos habíamos propuesto, buscaríamos la explicación de la actitud negativa. de Unamuno ante el amor en el hombre Unamuno mismo. Tarea delJ.icada en que conviene distinguir lo esencial de lo secundario. El intento de llegar a la ·esencia del pensamiento unamuniano acerca del sentimiento del amor formará la segunda. parte de este artículo. Prime•ro veremos al hombre, al hombre bioJógico. Por eso hay que adentrarse en la zona más recatada de su intimJidad, y por falta absoluta de aventuras amorosas, según la opinión de todos .s1Us biógrafos, en la vida misma que Unamuno compartió con su esposa Concha Lizárraga y Ecénarro. Al leer las consideraciones generales sobre e1l ma,t rimonio que Unamuno esparció en sus escritos, es dificil escapar de la impresión de que lo que este, hombre, tan batallador y hasta agresivo en público, buscaba ante todo

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en la familia, fue refugio, amparo, cal0ir de nído. Si se añade a esto el papel muy restringido que Unamuno atribuye, según su propia confesión, al amor, rigurosamentE: privado de todos sus adornos, no queda más para la mujer que su papel de madre, madre pa.r a los hijos, claro está --Unamuno tenía ocho._, pero también dé'l m arido. Y en efecto, sobre la existencia de Unamuno flota esta figura de madre protectora y consoladora. En «Cómo se hace una novela ~· , hay un pasa.jo muy significativo_. a este respecto. Dice Unamuno: «En un momento de suprema, de abismática congoja, cuando me vio en las garras del Angel de la Nada, llorar con un llanto sobrehUII$no, me gritó desd.e• el fondo de entrañas maternales sobrehumanas, divinas, arrojándose en mis brazos: «¡Hijo mio!». Entonces descubrí todo lo que' Dios hizo para mí en esta mujer, la madre de mis ocho hijos, mi virgen madre, que no tiene otra novela que mi novela>. «Hijo mio», «virgen madre», c'S evidente que entre el niñc1 y el hombre Unamuno jamás la escisión ha sido completa. Los lazos que ataron la vida de Unamuno tan estrechamente a la de su espasia llevan en sí e1 sello maternal. En el fondo de la personalidad unamuniana hay algo de infantil. Fue este rasgo innato de ,S!\l tem)peramento el subterfugio que le permitió eludir -o solucionar, si se quiere-. en su vida personal, e1 problema del amor. No se ha de olvidar que ése es el punto fijo, biológico, de que sale Unamuno cuando, en su obra, se empetfía en demostrar la nulidad del sentimiento del amor. Por terminar esta primera parte, conviene preguntarnos hasta qué punto la concepción unamuniana del amor es propia de él solo o si hay en ella algo, o mucho, de genuinamente español, No cabe la menor duda de que, en E•s paña, la tonalidad maternal e•n la pasión amorosa es más fuerte', en todo caso, se expresa con má;s1fuerza y frecuencia en la literatura y también ·e n el lenguaje conversacional de los enamorados, que en los demás paíser.i europeos. Por



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otra 'Ilarte, la predilección de los españoles por los clubes, los caféS, las penas. e'n fin, por las reuniones puramente masculinas, es un rasgo que Unamuno tiene en común con sus compatriotas. En este respecto hay un pasaje int~r,e­ san te ·e n «Docei Cualidades de la Mujer» de José Marí.a Pemán, este libro escrito con tanta intuic•i ón femenina, por un hombre refinadamente sensible que, e'n muchos aspectos, forma el contrapié de Unamuno. Es interesante porque coincide con Unamuno, a pesar de puntos de v;ista tan distintos, en una visión fundamentalmente española.. Dice D. José María Pemán que el amor tiene miedQ de sí mismo y «busca mil jue1gos y travesuras para disimular su propia seriedad y trascendenciia» y sigue: «Pero no hay otra realidad entre hombres y mujer.es. Los niños se buscan ·e ntr·e\ sí y sie aburren cerca de las niñas. Se agrupan por sexos comunes para jugar a «sus cosas» cada uno. Luego los viejos vuelven a separarse del mismo modo. Para ellos el casino; para. elllas la tertulia murmuradora. Es en el centro, .en las edades púberes y viriles, cuando se buscan hombrres y mujeres. No les ::i.cerca ninguna relación tranquila., sino la batalla del amor. Fuera del amor, los sexos vue'lven a separarse como el agua y el aceite. Porque todo lo deim!ás que no sea e!l amor -amistad, confidencia, colaboración de trabajo, COIIIl\Pl"ensión, consejo>- tiene mejor ólrbita de expansión dentro del mismo sexo. El amor tiene eso de bello: que no se Sirve más que a sí mismo. Quteh quiera busca rle otras utilizaciones complementarias, hace literatura. El solo es bastante. El amor no sirve más que para amar. Es casii un divino estorbo de todas las demás cosas. Estorbo que a.celptamlos go~osos, porque él solo vale más qule todas las otras cosas que él estorba». En esta primera parte se ha intentado demostrar que Unamuno ha rechazado el amor de·l centro de sus preocupaciones. Como primera ·e xplicación de esta actitud negativa frente al sentimiento del amor, nuestro puntQ de partida ha sido el homnre Una.muno. Como primer da.t o se h a

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obte1nido de sus afirmaciones acerca del amor y del matrimonio, la predisposición de Unamuno a subestimar el prestigio, eil carácter avasallador y misterioso del amor, despojándoio de sus adornos románticos: y reduciéndolo, de un !acto, a un sentimiento próximo a la compasión, de' otro, a una fu n ción meramente carnaJ y reproductiva. Sin embargo, creemos que es inadmisible buscar toda la explicación ae la actitud unamuniana ante e'l amor en esta predispos1ción, en este rasgo innato de este hombr,e, tan vamnil en ,nuch os as.pectos1, pero que, como tantos artistas, ha sufrido toda su vida la nostalgia de la niflez. Si nos ne1gáramos a bu.c:car Taices más profundas del problema, seriamos como aquellas personas que afirman que la historia de Europa occidental pr·e sentaría otro asipecto si la. nariz d.e' Cleopatra hubiera sido mas larga. Con el psicoanáJisis nunca se ha llegado muy lejos cuando se trata de analizar una obra de arte. V:-remos cómo la concepción unamuniana del sentimientn del amor está etstrechamente vinculada., no sólo con el teill\I)eramento del hombre Unamuno, sino también cQn todo su modo de ser, con su filosofía de la vida. Porque se trata de una filosofía, e1s decir, una búsqueda de soluciones a los problemas fundamE?ntales que rodean la existencia humana. !._.q, vida humana se extiende entre dos enig·mas: ¿de dóndP venimos? ¿a dónde vamos? Toda la obra unamu nesca representa el afán agónico de' hallar en esta parte d.el drama que vivimos, la de la propia existencia, una solució'n para el enigma con que ést a se concluye. Entre estos dos puntos de interrogación la vida humana toma form a de pl'egunta, de una breve fra se pronunciada -o soñada- por Dios. Los únicos datos que E:Jstén a nuestro alcance son el propio existir y el mismo existe1nte: «Permitidme -dice Unarnuno~ que os hable solamente de mí; .súy el hombr0 que tengo más a manQ». La extrañez que puede causar la lectura de una obra

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de Unamuno proviene de esta tendencia a relacionar cada he ~ho, cada idea con su persona, con su «yo». También proviene del hecho d e que en sus1 escritos hay un acento angustiado, muy personal. Es que Unam.uno, en cada mome~t.o, tiene pre'sentes, se formula ante cada hecho la-& preguntas fundamentales: ¿Por qué estoy en el mundo existiendo? ¿A dónde voy? Su visión de la existencia desnuda del hombre en un mundo hostil recuerda la de Sartre que hace de'cir a uno de sus persúna.j es: «Tu n'es pas chez toi ici, intrus, tu es dans le monde comme l'écharde dans la chair, com!me le braconnier dans la f'o ret seigneuriale». («Les Mouche!s»). Unamuno también ha sentido y expresado con angustiosa gravedad este abandono del hombre en la tierra: «A la dtsltancia, aparéciensenos los hombres tale's como son, bailando y agitándose sin sentido; pataleando sobre esta pobre tierra» . ( «Soledad», ENSAYOS, p. 688). En esta ded~~;Lcción ,e\str:iba tamb~én la significación me'tafísica que Unamuno quiere dar al aburrimiento. E.1 aburrimiento enseña al hombre que no está aquí en su lugar, quie estaría mejor en cualquier parte, «anywhere out of the world». En «Niebla», p. 40, Augusto Pérez hace la reflexión siguiente: «Casi todos los hombres nos aburrimos inconscilentemente. El aburrimiento e\s el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor». Repetimos que se' trata de una filosofía; no de una fifosofía sistematizada, sino de un manantial de hondas intuiciones filosóficas, vividas con toda la plenitud de su vida, o, usando una expresión suya predilecta, «con el fondo del corazón'>. Unamuno mane1ja experiencias vividas y no ideas y conceptos ; ha vuelto la espalda hacia la imagen idealista del mundo que le ofrecían los filósofos anteriores para hacer del h0:mbre1, como dice S. Serrano Poncela en su «Pensa1

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m1ento de Unamuno», p. 76, mn ente tranquilo, ocultándole la angustia que brota del hontanar de la existencia». Y más adelante, p. 74, dice: «Simultáneamente, al trastornar su paz, el hombre ha dejado de ser una conciencia espectadora. y pr·e sentacional frente al mundo para convertirse en una conciencia actora, dramatizada, agonizante', como diría Unamu1110 ( ... ) El conocimiento tranquilo se convierte en conocimiento angustiado y siente el vértigQ ontológico». Se trata na da meno8 que del descubrimiento de' una nueva realidad. Realidad, claro está, nada consoladora, si no amarga y aterradora, pero que se am'o lda más e str e~ha­ miente a la condición humana. No cabe la menor duda de que, según e·l pensamiento de' Unamuo, la gran vela que se ha interpuesto durante siglos entre el hombre y este conocimiento desnudo, crudo, de su verdadera condición es el amor con su dulce cortejo de encantamientos, bru·~e­ rías y ensueños; con su mentirosa secuela de engaños, falsifü:-.aciones y contorsiones. EJ amor es e'l gran sustitutivo a que ,se dejan derivar para m10['ir los anhelos de inmortalidad, de sed de Dios que viven en eil hombre. ¿Es que Unamuno ,eJJ.imina por completo el amor de sus novelas y, si no, cuál .es entonces el sitio que concede al amJor en sus novelas? Para contestar esta. pregunta hace falta prime'ro determinar el papel que Unamuno atribuye «al otro». Para Unamuno es «el otro» quien revela la c0inc~enci3, de1 nuestra existencia. En «Niebla», hablando de Augusto Pérez. dice Unamuno: Al salir a la calle se calmó. La muche'dumbre es como un bosque; le pone a uno ·e n su lugar, le reencaj a» . Y más a.delante cuando, Liduvina, la ociada de Augusto, muerto éste, habla al médico de disparates que estaba diciendo, éste pregunta: «Qué disparatels? » «Que él no existía y otras cosas así. ..» «Disparates? añadió el médico entre dientes igual h a -

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blando consigo mismo. ¿Quién sabe si existía o no, men o::; él mis!rtl,o .. . ? Uno mismo es qui-en menos sabe' de su existencia .. . No existe sino para los demás ... > Pero también esta relación del yo con el! otro es una relac,i ón agónica., de lucha, porque a penas si ha entrado en comunicación con él, «que siente este contacto como una disminución de' su idividualidad, se retrae a la soledad en la que la duda vuelve a. infundirle el ansia de la comunicación» (S. Serrano Poncela, lib. cit. p. 78). Más clara que en la nov:ela, Unamu110 expone esta idea en sus «Ensayosi>, «Soledad>, I, p. 681: «Si huyo tanto de' él es, no lo dudes, por lo mucho que le quiero. Huyo de él buscándole. Cuando le tengo junto a mí, y veo su mirada y oigo sus palabras, quisiera apagarle aauella y volverle mudo para siempre'; pero luego, cuando me aparto de éI y me ·e ncuentro a solas conmigo mismo, veo aparecer en los abismos tenebrosos de mi conciencia dos temblorosas luces ... .v oígo en mi silencio unos rumores lejanos y apa.gados. Son sus ojos y sus palabras purificados por la distancia y la mudez. Y he aquí por qué huyo de él para buscarle, y cómo le' evito porque le quiero>. Ahora bien, en las novelas de Unamuho el arr..or, la mujer amada es simplemente una modalidad «dei otro» que· desencadena la misma sucesión de lo.Si movimientos contradictorios de comunicación y repelencia. Sobra r:l amor y hasta la muje'r que se convierte en merco ente funcional del yo, ora para re1velar a1 hombre a sí mismo, ora en fin de darle' un objeto para gastar su existencia. Ateniéndonos a la misma novela «Niebla», ya .e n la primera página, Augusto Pérez, para sabeir qu.~ diret.:ción tomar al salir a la calle, está dispuesto a seguir ttn perro, tanto como a «una garrida moza>: ·«Esperaré a que pase• un perro -se dijo-- y tomaré la dirección inicial que él tome». Al escribir su primera carta a Eugenia, la pía '!"lista. y después de eñtretgarla a la portera de la casa donde vive Eugenia, se llena de una gran satisfa:cción: 1

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