ALMAFUERTE, UN GIGANTE DE LA POESIA DE NUESTRA AMERICA

ALMAFUERTE, UN GIGANTE DE LA POESIA DE NUESTRA AMERICA Señoras y señores, amables académicos: Con alegría vuelvo a México. Estuve el ante año pasado i

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ALMAFUERTE, UN GIGANTE DE LA POESIA DE NUESTRA AMERICA Señoras y señores, amables académicos: Con alegría vuelvo a México. Estuve el ante año pasado invitado por la Universidad de Morelos para leer mis poemas ante un numeroso grupo de jóvenes y volví el año pasado con motivo de otra gentil invitación, de la UNAM para presentar mi libro de poemas “Antología para México”, publicado en éste querido país. Literariamente lo he hecho también a través de mi novela “El Informe”, pues buena parte de ella, transcurre en estas tierras. Y lo hago ahora honrado por este Instituto que, (quizá inmerecidamente), me ha elegido como miembro de número para formar parte de él. Agradezco a los Directivos, a los miembros de esta Institución, a mis amigos y a todos los que me acompañan esta noche. Mi exposición estará dedicada a un gigante de la poesía de nuestra América, Pedro Bonifacio Palacios; Almafuerte, admirado por otros gigantes como Rubén Darío, Amado Nervo, Jorge Luis Borges y Jorge Guillén. Quisiera en primer lugar explicar que tipo de poeta era Almafuerte. Para darnos una primera idea podríamos decir que sus versos están en las antípodas de aquellos que escribían Rubén Darío o la gran legión de poetas románticos y soñadores de todas las épocas. Él no podía describir un paisaje, en su poesía no estaban presentes la lluvia, la nieve, el mar o las estrellas y sólo mencionó el amor en sus primeros versos de juventud. Él escribía sobre sus vivencias, sobre la lucha permanente que mantenía contra sí mismo, contra la sociedad que lo rodeaba, contra la humanidad, a la que consideraba impiadosa, y contra Dios, al que consideraba injusto.

La mayor parte de su obra son poemas aunque también en su libro Evangélicas se encuentran pensamientos en prosa en los cuales al igual que en su poesía surge el consejo, la discusión, la duda o la reprimenda. Vale éste ejemplo: “La Felicidad bestializa y el dolor enloquece.” ¡Elige! Sus trabajos se encontraban dispersos en diferentes publicaciones (diarios, revistas, recitales). En vida publicó solamente dos libros LAMENTACIONES (La Plata 1906) y EVANGELICAS (Buenos Aires 1915), ya fallecido el poeta se recopilaron sus obras y se publicó POESIAS (con prologo de Juan Mas y Pi, Buenos Aires 1916) y POESIAS COMPLETAS (Montevideo 1917). Empezaré diciendo, con menos jactancia que orgullo, que, como el admirado Jorge Luis Borges, yo también descubrí en mi temprana adolescencia la poesía combativa a través de Almafuerte. Él contaba que siendo muy niño, Evaristo Carriego; quien era amigo de su padre; todos los domingos después del hipódromo pasaba a cenar por su casa, una noche de esas, les recitó –de una manera enérgica, casi brusca- El Misionero, y fue en ese momento que entendió que la poesía no era sólo palabras que se expresan ordenadamente, sino que era un sentimiento y también una música, como lo reflejan las estrofas de este poema: Yo repudié al infeliz, al potentado, Al honesto, al armónico y al fuerte, ¡Porque pensé que les tocó la suerte, Como a cualquier tahúr afortunado! ……. Bajé al abismo con el alma llena. De una perpetua luz que no se agota: ¡Soy miseria, soy ruina, soy derrota…! ¡Pero, por ley fatal, soy azucena! Este titán de la poesía de nuestra lengua castellana, sin conocer a Nietszche, decía Borges, coincidió en formular como él una ética del desencanto y la desdicha. Esa idea de la derrota y del fracaso como un fin

la encontramos repetidamente en este poeta, que asumió la frustración como una meta única, como un destino inapelable. Así, cuanto más humillado es un hombre, más admirable; cuanto más ruin, más idéntico a este mundo, que no es moral; cuanto más abatido, más alto. El éxito, la victoria, es para él una dádiva de Dios, una limosna que orgulloso no debe aceptar y así escribe: Mi concepto del triunfo no consiste, Ni en lucir ni en mandar, ni en tener suerte… Pero, ¿quién era este intempestivo poeta que sus contemporáneos y la posteridad han consagrado como Almafuerte? Nació en un pueblo vecino a la ciudad de Buenos Aires en 1854 y la mayor parte de su vida transcurrió dentro de los límites de la Provincia de Buenos Aires sobre todo en su capital, la ciudad de La Plata. Fue bautizado con el nombre de Pedro Bonifacio Palacios. Muerta su madre cuando él tenía cinco años y abandonado por su padre tres años después, su infancia y adolescencia quedaron en manos de unos parientes, que no alcanzaron a comprender su compleja y contradictoria personalidad. Sería su hermana Carmen; tierna y comprensiva quien más se acercaría al afecto del muchacho. A ella le dedicó estos versos: Como lluvia copiosa sobre el suelo, Como rayo de sol sobre la planta, Como cota de acero sobre el pecho, Como noble palabra sobre el alma, Para los hijos De tus entrañas Debe ser tu cariño hermana mía, Riego, calor, consolación y gracia… Destacarse en la pintura fue su primera aspiración. Se presentó a un concurso organizado por el Congreso Argentino, cuyo premio era una beca para perfeccionarse en Europa. Lo ganó, pero luego –por un arreglo

político- se lo negaron y viajó quien había quedado en segundo lugar; indignado rompió todos sus cuadros y decidió no pintar nunca más. Antes de cumplir veinte años, su irrefrenable vocación de maestro lo llevó a dirigir una escuelita, en la ciudad de Chacabuco en aquellos tiempos arduos para el magisterio. Y esa sería su principal labor durante casi toda su vida. Sin título oficial y con métodos muy particulares, impartía a los niños una enseñanza que, más que instruirlos sobre conocimientos librescos, les abría panoramas espirituales. El gran prócer Domingo Faustino Sarmiento llegó una vez a esa escuelita y alabó la abnegada tarea del joven Palacios. Un hecho éste que siempre lo colmó de orgullo. En las Evangélicas, exalta de manera poética su misión de educador y escribe sentenciosa y vigorosamente: Educar no es convencer: educar es vencer. Y aconseja: Madres, obreras del porvenir, limad, pulid, retocad con amor de artista vuestra obra –el hijo- para que ella sea digna de humanas perfecciones… Que tus hijos sepan hacer, aunque no sepan disertar, ni siquiera diez minutos sobre la bondad de sus propias obras… En 1890, por asuntos de familia debió dejar ese rincón provinciano y trasladarse a la ciudad de Buenos Aires. Pero pocos meses después se instaló en la ciudad de La Plata, para trabajar como periodista en el diario El Pueblo. Era un espíritu combativo e inconformista. Su labor periodística, aunque circunstancial, fue intensa y batalladora, insuflando su entusiasmo a la juventud que participaría de los acontecimientos revolucionarios de la década de mil ochocientos noventa.

Por aquellos años adoptaría, como poeta, el seudónimo de Almafuerte y refrendaría también su labor periodística bajo ese nombre. La Patria y la educación lo conmueven y no tarda en renunciar a su labor periodística –donde había alcanzado el cargo de director- para regresar al interior del país a cumplir su destino de maestro. A esa época pertenece su poema La sombra de la Patria, en donde refiriéndose a ella escribe: Yo la siento gemir, y en sus gemidos Resonante, recóndita, cascada, En mi cerebro entumecido se hunden, Y allí, en mitad de las tinieblas, canta… Yo la siento gemir, y me parece Que la bóveda azul se desencaja, Cual si fuera una ruina miserable… En la parte final de este extenso y maravilloso poema hace un llamado a la juventud donde los arenga para que reaccionen ante la injusticia y dice así: Los que sabéis de amor, - de amor excelso que recorre la arteria y la dilata que reside en el pecho y lo ennoblece, que palpita en el ser y lo agiganta; los que sabéis de amor, nobles mancebos, fuertes, briosos, púdicos, sin mancha, que recién penetráis en el santuario de la fecunda pubertad sagrada: ¡vosotros, si, vosotros, oh mancebos de talante gentil y alma entusiasta, que todavía honráis a vuestras madres circuyendo de besos y de lágrimas el augusto recinto de sus frentes, la espléndida corona de sus canas: volved los rostros a la reina ilustre

que prostituida por la chusma pasa, y si al poner los ojos en los suyos, ojos de diosa que del polvo no alza, no sentís el dolor que a los varones ante el dolor de la mujer asalta; si al contemplar su seno desceñido, seno de vírgen que el rubor abrasa, no sentís el torrente de la sangre que inunda el rostro en borbollón de grana; si al escuchar sus ayes angustiosos, ayes de leona que en su jaula brama, no sentís una fuerza prodigiosa que os impele a la lucha y la venganza; ¡arrancaos, a puñados, de los rostros, esas cobardes, juveniles barbas, y dejad escoltar a vuestras novias la sombra de la patria! Magnánimo, solitario, urgido por problemas económicos debido a su desprendimiento y generosidad, obligado a una vida llena de privaciones, Almafuerte siguió adelante con el destino que se había impuesto: la poesía y la enseñanza. Su pobreza no le impidió adoptar cinco niños, a quienes alimentaba y educaba. Haz todos los sacrificios imaginables, a fin de que no te veas, alguna vez, en la espantosa necesidad de devorar tu misma persona moral, en el pan de cada día… Aconseja enfáticamente en sus Evangélicas. El amor y la felicidad común de los hombres habían suscitado en él una suerte de horror sagrado, que asumía la forma del desdén o de la severa reprobación. Su testimonio personal ofrece una explicación y es más válido que cualquier discusión al respecto: Yo soy de tal condición

que me habrás de maldecir, porque tendrás que vivir en eterna humillación… Soy la expresión del vacío, de lo infecundo y lo yerto, como ese polvo desierto donde toda hierba muere… ¡Yo soy un muerto que quiere que no lo tengan por muerto! Pero, ¿qué ocurrió realmente con la mujer en la vida de Almafuerte?. Hay un primer tiempo en que le escribe hermosos versos de amor a su amada: Quiero ser las dos niñas de tus ojos, las metálicas cuerdas de tu voz, el rubor de tu sien cuando meditas y el orígen tenáz de tu rubor Quiero ser esas manos invisibles que manejan por sí a la Creación y formar con tus sueños y los míos otro mundo mejor para los dos Tengo celos del sol porque te besa Con sus labios de luz y de calor… ¿Del jardín tropical y del jilguero que decoran y alegran tu balcón. Pero luego, siendo aún muy joven; no tenía todavía treinta años; la supuesta traición y el desprecio de aquella atraviesan como un rayo el corazón del poeta y le escribe uno de los más apasionados poemas que he leído; Castigo. Que me tomaré la licencia de recitárselos. Yo te juré mi amor sobre una tumba, sobre su mármol santo¡ ¿Sabes tú las cenizas de qué muerta conjuré temerario? ¿Sabes tú que los hijos de mi temple

saludan ese mármol con la faz en el polvo y sollozantes en el polvo besando? ¿Sabes tú las cenizas de qué muerta mintiendo has profanado?... ¡No lo quieras oir, que tus oidos ya no son un santuario! ¡No lo quieras oir!... Como hay rituales secretos y sagrados, hay tan augustos nombres que no todos son dignos de escucharlos! Yo te dí un corazón joven y justo… ¡por qué te lo habré dado!... ¡Lo colmaste de besos; y una noche te dio por devorarlo! Y con ojos serenos… el verdugo, que cumple su mandato, solicita perdón de las criaturas que inmolará en el tajo!... Tú le viste serena, indiferente, gemir agonizando, mientras su roja sangre enrojecía tus mejillas de nardo! Y tus ojos…¡mis ojos de otro tiempo, que me temían tanto!, ni una perla tuvieron, ni una sola: ¡eres de nieve y mármol! ¿Acaso el que me roba tus caricias te habrá petrificado? ¿Acaso la ponzoña del Leteo te inyectó a su contacto? ¿O pretendes probarme en los crisoles de los celos amargos y me vas a mostrar cuánto me quieres, después, entre tus brazos?... ¡No se prueban así, con ignominias, corazones hidalgos!

¡No se templa el acero damasquino metiéndolo en el fango! Yo te alcé en mis estrofas, sobre todas, hasta rozar los astros tócale a mi venganza de poeta dejarte abandonada en el espacio. Nunca más después de estos versos se le conocieron poemas de amor, pero sí algunos otros de despecho y desprecio a la mujer. Luis Alberto Ruiz en las obras completas publicadas por Editorial Claridad escribió los siguientes comentarios: “… sin duda, haciendo abstracción momentánea de su desprecio a la mujer, lo debían asaltar, como a los santos anacoretas, pesadillas, fiebres y sueños eróticos en sus “noche tan solitarias”. Casi lo confiesa en el poema Vigilias Amargas, donde desliza de manera confesional, este verso incomparable: En la iracunda paz del celibato… Podríamos suponer que una imposibilidad sexual le haya hecho sospechar que estaba condenado a una vida destinada a la traición o la infidelidad forzosa de cualquier mujer. Hay otro poema, titulado En el abismo, en donde confiesa sus miedos: Mi hogar, si tuviese hogar sería un huerto sellado; tan solemne, tan aislado como una roca en el mar. Nido azul –nido y altartodo en él, luz y armonía: pero a la primer falsía… ¡todo en él, espanto y duelo, como si el alma de Otelo resplandeciese en la mía!

Tampoco es aventurado creer que alimentó un permanente deseo, pero lo contuvo también una permanente falta de fe en su virilidad. Se negó así a reconocer el cariño de una mujer, que se le acercó rechazándola de manera despreciativa ya con una confesa misoginia: Y pues que tu alma quizá por ser alma de mujer ha de obstinarse en querer lo que no quiero yo mismo… ¡sobre la faz del abismo te mando retroceder! En otra parte de sus comentarios supone que un gran complejo de inferioridad lo alejó definitivamente de las mujeres. Su vida diaria transcurría acompañado por sus hijos adoptivos que tal vez lo ayudaban a mitigar la soledad afectiva en lo sumía ese rechazo a la mujer. Su temperamento hosco lo aproximó en muchos casos al humor. Contaba Borges que un poeta del barrio de Flores viajó hasta el pueblo de Tolosa, vecino a la ciudad de La Plata, adonde vivía, para conversar con él. Pero desde el momento en que golpeó las manos no acertó con su presentación: unos de los chicos que vivían con Almafuerte respondió al llamado: -¿Quién lo busca? –preguntó. -El poeta fulano de tal –fue la respuesta del visitante. Desde adentro de la casa, se oyó el vozarrón de Almafuerte contestandoAquí no hay más poeta que yo, márchese inmediatamente, y a continuación, un exabrupto. Son muchas las anécdotas que se recuerdan de Almafuerte, un hombre que en su trato cotidiano no tuvo demasiado sentido del humor. Quizá se

justifica: fue una persona áspera que debió desempeñarse en una época adversa. Tal vez si hubiese vivido en Alejandría o en Roma en el primer o segundo siglo del cristianismo, hubiera sido un hereje o un tejedor de fórmulas mágicas y si lo imaginamos en épocas de la inquisición, sin duda hubiera terminado en la hoguera. Pero el destino le deparó la Argentina, lo redujo a los fines del siglo diecinueve y principios del veinte; lo rodeó de llanura, de incipientes pueblos de provincia, de callejones oscuros, de ranchos con techos de paja, de comités políticos, de compadritos iletrados, y de la incomprensión de la mayoría de sus semejantes. Eso lo llevó también “a despreciar el soborno del cielo”, como él mismo decía. Este temperamental Almafuerte no aceptó al Dios que nos imponen las religiones oficiales. ¿Dónde estás Jehova? ¿Dónde te ocultas? ¿Dónde estás Jehova, que así me dejas Buscarte ansioso por doquier, y callas? ¿Y callas como un ídolo sin lengua, como un muñeco rígido sin alma… Pero si acepta un Dios inmisericordioso. Es un místico sin esperanza. Tampoco acepta el perdón y lo rechaza de manera terminante. Baruch Spinoza condenó el arrepentimiento por juzgarlo una forma de la tristeza; Almafuerte condena el perdón. Lo condena, según su idea, por lo que hay en él de pedantería, de temerario juicio final ejercido por un hombre sobre otro, o por Dios, algo aún más inaceptable. Cuando el Hijo de Dios, el inefable, Perdonó desde el Gólgota al perverso… ¡Puso sobre la faz del Universo, la más horrible injuria imaginable! Más explícitos, más contundentes, son estos dos versos:

…No soy el Cristo-Dios, que te perdona. ¡Soy un Cristo mejor: soy el que ama! Ya hemos dicho que para nuestro poeta la frustración es la meta final de todo destino humano. Cuanto más abatido un hombre y cuanto más humillado, más admirable, más parecido a este universo, que indudablemente no es moral. Así pudo escribir con absoluta sinceridad: En este bajo, relativo suelo, también para ser santo hay que ser listo; no basta ir a una cruz para ir a Cristo, Ni basta la bondad para ir al Cielo… Yo derramé, con delicadas artes, Sobre cada reptil una caricia: No creí necesaria la justicia Cuando reina el dolor por todas partes. Yo repudié al feliz, al potentado, Al honesto al armónico y al fuerte… ¡Porque pensé que les tocó la suerte, Como a cualquier tahúr afortunado!… En más de una ocasión, el nombre del extraordinario poeta norteamericano Walt Whiltman se ha mencionado al hablar de Almafuerte. Se coincide en reconocer un paralelismo con el carácter incontenible, salvaje y monumental de sus obras. Y justo es reconocer que existe dicha similitud, pero también ciertas discrepancias que, paradójicamente, también los hacen gemelos. Si se intentara un cotejo que los ligara en experiencias vividas, quizá encontremos también algunos puntos de separación. Los dos son influidos en fondo y en forma por los textos bíblicos y los dos presumieron de ser recipientes de la plural humanidad, intermediarios de Dios y los hombres, por eso sus tablas morales se confunden.

Dice el poeta norteamericano en su Canto de mí mismo: Yo soy Walt Whitman. Un Cosmos… Y nuestro Almafuerte con no menos convicción y énfasis: Yo soy el indomado… que se adora a sí mismo y en sí se absorbe… Su tragedia consistió en saber que existía una realidad y que ella lo condenaba a la incomprensión, a la pobreza, a las traiciones y al desamor. Y como poeta, sentía la obligación de comunicar ese mensaje. Otro punto de ataque o de celebración, ha sido su estilo y su inapelable lenguaje. Esto le valió denostaciones, pero también uno de los elogios más consagratorios, el de Rubén Darío: “El jugo o substancia de su poesía –señaló Darío- es el Hombre. El hombre caído, vejado, prostituido, sin cielo y sin tierra, solitario en su paso por el mundo…” No rigió nunca para Almafuerte el aforismo latino in medio veritas. Era un hombre concluyente y definitivo en sus convicciones. Para él las cosas eran blancas o negras, todo estaba en los extremos. Los desengaños que le acarreaba su incorregible medida para juzgar a los hombres, solían golpearlo con formidables mazazos y hasta lo hacían llorar como una criatura desconsolada. Pero acabado el llanto y olvidado el desconsuelo, reincidía en el error. Fue un anarquista rebelde e impulsivo que no se detenía ante nada. Jamás renegó de lo que pensaba. Quizá en ese iracundo se encontraba un tierno, un sentimental que, para defenderse, se cubría de esa dura caparazón. Y así lo confiesa en estos versos: Ser bueno, en mi sentir, es lo más llano Y concilia deber, altruismo y gusto: Con el que pasa lejos, casi adusto,

Con el que viene a mí, tierno y humano… Dos amigos queridos, en 1907, en la fecha de su cumpleaños, se presentaron en su casa sin previo aviso para acompañarlo. Fueron a comer llevando con ellos todo lo necesario, ya que ese fue un año de duras carencias económicas, que lo habían sumido en una profunda depresión. Uno de ellos, en medio del brindis, sacó un soneto de José de Diego, titulado En la brecha. Pensaba que la lectura del soneto sería como una suerte de medicina tonificante para el alicaído Almafuerte. Éste lo escuchó atento, con ojos chispeantes y, finalizada la lectura, comentó:Me parece un soneto muy lindo. Pero usted no lo ha leído tan sólo porque es muy lindo, sino porque me ve desanimado y me cree incapaz de escribir un soneto tonificante. Ya veremos, los invito a comer conmigo el domingo próximo -. Cuando volvieron a la semana siguiente les leyó con toda socarronería Los siete sonetos medicinales; una de sus obras maestras. La había escrito en menos de una semana. -¿Así que no soy capaz de escribir sonetos? –concluyó con una sonrisa. He aquí algunas estrofas de éste formidable canto de esperanza: Si te postran diez veces, te levantas Otras diez, otras cien, otras quinientas… No han de ser tus caídas tan violentas No tampoco, por ley, han de ser tantas… No te des por vencido, ni aún vencido, No te sientas esclavo, ni aún esclavo. Trémulo de pavor, piénsate bravo, Y arremete feroz, ya mal herido… Ten el tezón del clavo enmohecido Que ya viejo y ruín vuelve a ser clavo

No la cobarde intrepidez del pavo Que amaina su plumaje al primer ruido. Procede como Dios que nunca llora O como Lucifer que nunca reza O como el robledal cuya grandeza Necesita del agua y no la implora. Cuando murió Carducci (a quien él admiraba profundamente). Aceptó tomar parte del homenaje que los admiradores del autor de las Odas Bárbaras, le realizaron en el Teatro Argentino de La Plata. Allí confesó su reconocimiento al gran poeta italiano, sus semejanzas y diferencias: -Carducci es un grande dijo. Lástima que circunscribió su genio a cantar solamente a su Italia. Entre él y yo hay una diferencia: él se limitó a cantar a su Patria; yo canto a la humanidad. La Universidad de La Plata entrevió que tan enorme poeta podía aspirar al Premio Nobel de Literatura. Muchos profesores y la casi totalidad de los alumnos de las diversas facultades elaboraron una petición que fue entregada al entonces gobernador de la provincia; éste acordó, sin más trámite, que se imprimiese una edición completa de sus obras, por cuenta del Estado, para ser presentada ante la Academia Sueca. La idea lo estusiasmó. El dinero del Premio podría ayudarlo a aliviar las necesidades económicas que lo acosaban. Le encantaba, por otro lado, cruzar el Atlántico para pisar Italia, país al que amaba y, si era posible, establecerse en Siena, para pasar allí los últimos años de su vida. Almafuerte nunca había salido de su patria y no hay información de que el poeta se halla desplazado fuera de la provincia de Buenos Aires. Pero para la publicación de su obra el poeta dispuso una revisión y corrección total. Lo cual era algo impensado, pues no correspondía

modificar los versos escritos hacía veinte o treinta años pues devaluaría y desfiguraría su obra; además el tiempo corría y urgía entregarla a las autoridades. Se negó a publicarla; o se hacía como él quería o no se hacía nada. Y nada se hizo. La Academia Sueca jamás se enteró de ese aspirante a su Premio Nobel. Hacia el final de su vida, casi parangonando al Martín Fierro de José Hernández, escribió sus Milongas Clásicas, demostrando su maestría en el manejo del octosílabo: Aquí me pongo a cantar Con cualquiera que se ponga, Lo mejor, la gran milonga Que se habrá de perpetuar. Y voy a cantarte a ti, ¡Oh, mi chusmaje querido! Porque lo vil y caído Me llena de amor a mí. Almafuerte murió en La Plata el 28 de febrero de 1917 a los 63 años. Yo me imagino que se habrá llevado en su diestra el poema aquel en que se enfrentó con Dios y le dijo: Aquí está mi pecado mas funesto Aquí está de mis lacras, la peor Aquí estoy ante ti, ni un solo gesto ¡Fulmínate Señor! Yo amé al poeta, nací también en La Plata, donde transcurrió la mayor parte de mi juventud y estudié en su Universidad. Ésta se encuentra enclavada en un hermoso bosque donde también se halla una estatua de Almafuerte. Ya en mi madurez, hace pocos años paseando por ese lugar y contemplando su pétrea figura decidí escribirle ésta poesía, y con ella quiero despedirme de ustedes.

ALMAFUERTE, LA PLATA Y YO Yo te alce en mis estrofas sobre todas, hasta tocar los astros tócale a mi venganza de poeta dejarte abandonada en el espacio Almafuerte

Con mucha prudencia y un poco de miedo pasé por la casa donde Usted vivía el espíritu suyo está siempre de guardia ahuyentando poetas de poca valía. Recuerdan en La Plata, como Usted solía estar enojado casi todo el día. Almafuerte era un Santo y el Santo quería que los hombres vivan tal cual él vivía Usted era temible, temible era su nombre, y el arquetipo de hombre que Usted nos exigía. Evoco “Trémolo” terrible poema en que con Dios peleó, mostró en él sus lacras exhibió sus miserias y finalmente dijo ¡Fulmíname Señor! Tanta fue la pena que vio en su corazón que Dios, aquella tarde en el cielo lloró. En otra poesía eterna a su amada dejó, flotando en el espacio, por una traición. Almafuerte no daba ni pedía perdón. Entre árboles viejos y antiguas facultades hay una esfinge suya en el Bosque Encantado la miro y recuerdo unos versos malditos que en La Plata dejó abandonados. “No creas que jamás te hayan querido “por mas besos de amor que te hayan dado” El otoño está entrando en el bosque, es hermosa la tarde en que declina el día, y pienso en el motivo de la angustia que a su vida lentamente consumía.

Una historia de amor guarda el secreto y la clave la tiene una poesía: La mujer que dejó en el espacio se quedó con su verano y su alegría. Señor Presidente, honorables académicos. Muchas gracias por el honor que significa que me consideren uno más entre ustedes.

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