Alquimia Espiritual. Por CHRISTIAN BERNARD, F.R.C. Imperator de la AMORC

Alquimia Espiritual Por CHRISTIAN BERNARD, F.R.C. – Imperator de la AMORC Si existe algo esencial para los místicos en general y para los rosacruces e

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Alquimia Espiritual Por CHRISTIAN BERNARD, F.R.C. – Imperator de la AMORC Si existe algo esencial para los místicos en general y para los rosacruces en particular, es la alquimia espiritual. Esta forma de alquimia constituye uno de los fundamentos de la filosofía y define la senda que debemos recorrer para lograr nuestra evolución interior. De hecho, en ella que reside la Gran Obra que todo ser humano debe realizar para descubrir la Piedra Filosofal que se encuentra en lo más profundo de sí y tornar real la perfección de su propia naturaleza. Si durante siglos la alquimia material, también llamada “Alquimia operativa”, ha fascinado a los científicos y los mismos místicos, lo esencial que nos reservamos para nosotros es la transmutación, o perfeccionamiento y, luego, la evolución de nuestro ser interno. Si la alquimia operativa transmuta los metales viles en oro, la alquimia espiritual transforma nuestra alma. Antes de abordar este tema, me gustaría recordarles en qué consiste la alquimia material. De manera general, ella tenía por objetivo, transformar metales viles en oro, más frecuentemente el plomo o el estaño. Con todo, esa transmutación no se aplicaba directamente al metal en cuestión, sino sobre una materia prima, es decir, sobre una materia primordial denominada “la piedra” en algunos tratados alquímicos. Es difícil precisar lo que era esta materia prima, pues las descripciones hechas de ella son confusas y varían conforme al autor. Según algunas fuentes, ella consistía de un mineral que existía en estado natural y que estaba constituido esencialmente de azufre, sal y mercurio, combinados en proporciones precisas, Aparentemente, este mineral era raro y no podía ser encontrado sino en lugares conocidos por los alquimistas, los que lo hacían del mayor secreto. Después de haber buscado la materia prima, los alquimistas la colocaban en un recipiente al que llamaban “huevo filosófico”, en parte debido a su forma ovoidal, más también para recordar de que toda la Creación es el resultado, dicen, de un huevo cósmico que existía en estado latente, es decir, el estado del germen. En seguida, ellos sometían la materia prima a sucesivas etapas. Al mismo tiempo y proporcionalmente a esas etapas, la materia prima tomaba diversos colores, hasta presentarse bajo el aspecto de un magma rojo. Después del enfriamiento, ese magma generaba una piedra más o menos voluminosa del mismo color: la Piedra Filosofal. Es precisamente por esta razón que la transmutación que buscaba obtener oro era llamada “obra en rojo”. En cuanto al proceso que tenía por objetivo fabricar plata, generalmente a partir del hierro, era denominada “obra en blanco” y se componía igualmente de diversas etapas. La última etapa de la Gran Obra consistía en la reducción de la Piedra Filosofal de forma perfectamente homogénea. Después de obtener ese polvo, el alquimista lo

proyectaba sobre el metal vil en fusión, que se transformaba gradualmente en oro al contacto con el polvo. Tal era el principio de base para la alquimia material. Es preciso saber igualmente que ella era practicada conforme a dos vías. La primera, llamada con el nombre de “vía húmeda”, privilegiaba el proceso de disolución y destilación. Este duraba varias semanas, o incluso meses y carecía (requería) del empleo de retortas y alambiques. En cuanto a la segunda, esta era llamada la “vía seca” y daba prioridad a los procesos de calcinación y de combustión, lo que implicaba, antes que todo, del uso de hornos y crisoles. Dentro de esas dos vías, la segunda era más rápida, pero también era más peligrosa, porque conllevaba el riesgo de explosión. Acontecía, por tanto, que el alquimista se hería en el ejercicio de su arte o, peor aún, encontrar su muerte. Como sabemos, los alquimistas trabajaban en un laboratorio apropiado, consagrado únicamente a este objetivo. Más frecuentemente se trataba de un ático, de un sótano o de cualquier edificio poco iluminado, pues la mayoría de las operaciones no podían ser efectuadas en la plenitud del día. Igualmente, los adeptos disponían de varios accesorios. Además de las retortas, alambiques, crisoles y hornos, los cuales acabo de citar, ellos usaban balanzas, pinzas diversas, morteros, fuelles más o menos grandes e incluso instrumentos musicales. El cuanto a la chimenea principal, llamada atanor, esta era generalmente fabricada de tierra refractaria y tenía comúnmente una forma grosera. Conforme el caso, el fuego que ardía en su interior era alimentado por madera, carbón y a veces por aceite, lo que favorecía un mejor control de la intensidad del fuego en el momento de las operaciones más delicadas. Tal vez usted se pregunte por qué los alquimistas utilizaban instrumentos musicales en el curso de sus operaciones. Porque tocando determinadas notas, o combinaciones de notas, ellos producían vibraciones que tenían un efecto preciso sobre esta o aquella fase de la Gran Obra. De acuerdo con lo que sabemos, empleaban con más frecuencia instrumentos de cuerda, tales como violines o guitarras. No obstante, a veces hacían uso de instrumentos accionados por columna de aire, como los órganos o trompetas. Además, incluso si no nos fuera posible probar, probablemente ellos entonasen sonidos vocales. Ciertamente era el caso de los alquimistas rosacruces. El objetivo pretendido era, pues, lo mismo, a saber, crear condiciones vibratorias favorables a determinadas operaciones. Podemos suponer también que esto era hecho también para ponerse ellos mismos en el estado de consciencia necesario para el trabajo. En lo que respecta a la obra en rojo y a la obra en blanco, los alquimistas las practicaban de día y de noche, conforme a la operación a ser efectuada. De hecho, incluso cuando se trabajaba en un espacio poco iluminado, creían que ciertas etapas deberían de realizarse cuando el sol ocupase esta o aquella posición en el cielo o inversamente, cuando la luna estuviese en una u otra fase de su ciclo.

Sabemos también que daban una gran importancia a los eclipses y les atribuían una influencia precisa en sus operaciones alquímicas. Conforme al caso, clasificaban la influencia como negativa o positiva y actuaban según el caso. No hay dudas de que la alquimia se valía más de la astronomía que de la astrología. No es por lo tanto, casualidad que los alquimistas establecían una correspondencia precisa entre los metales y los planetas de nuestro sistema solar. Además, tenían buenos conocimientos de química. La pregunta que podemos formularnos es si los alquimistas realmente lograron fabricar oro. Si deducimos por los escritos que nos dejaron, no caben dudas en cuanto a eso. Además, varios autores afirman que fue así como Jacques Coeur, Jean Bourré, Nicolas Flamel, Cagliostro, para no detenernos apenas en los más conocidos, produjeron sus fortunas. Suponiendo que esto sea verdad, usted notara que estos personajes eran renombrados por su generosidad y por su altruismo, lo que hace suponer que practicaban su arte para venir en ayuda de los más pobres y para financiar proyectos de interés para el bien común, como hospitales, caminos, puentes, etc. Sin embargo, aparte de estos testimonios, no disponemos de pruebas irrefutables que atestigüen que los adeptos de la Gran Obra hayan logrado su propósito o se hayan enriquecido de esta manera. Es, por tanto, a cada uno formar su opinión al respecto. Saber si los alquimistas del pasado consiguieron o no transmutar metales viles en oro es secundario. Lo más importante es el hecho de que estaban convencidos de que el hombre tiene el poder no de sustituir a la naturaleza, sino de imitarla. En virtud de esta convicción, estudiaban las leyes naturales con el mayor de los respetos. Además, la mayor parte de ellos fue profundamente espiritualista y usaban la alquimia como un soporte en la búsqueda mística. Es por esta razón que sus laboratorios incluían siempre un oratorio, es decir, un lugar reservado para la oración, la meditación y en general, el estudio de la ley divina. Este oratorio se limitaba lo más común de las veces a una silla y una mesa, en la que estaban libros esotéricos, objetos rituales y velas. La alquimia material no era más que la expresión objetiva de una transmutación infinitamente más elevada: la de la propia alma, cuyo fundamento no es más que la alquimia espiritual. Este proceso místico consiste, para el hombre, en transmutar sus imperfecciones por medio del crisol de la vida, sobre el impulso del fuego divino que las consume, Somos todos imperfectos, más el objetivo final de nuestra evolución es alcanzar el estado de perfección, aquel que los rosacruces llaman “estado Rosacruz”. Sin embargo, ese estado no se puede realizar sino después de purificar nuestra personalidad de sus cualidades negativas, lo que implica el despertar de las virtudes del alma divina que habita en nosotros y que no nos pide más que expresar su potencial de sabiduría. Pero tal objetivo no puede ser conseguido en una única vida, de ahí la necesidad de reencarnar en cuanto seamos imperfectos. Como el hombre no ha despertado las virtudes de su alma divina, él manifiesta ciertas imperfecciones, como el orgullo, egoísmo, celos, intolerancia, etc. En cambio,

esos mismos defectos le acarrean perdidas, porque generan karmas negativos que se traducen en su vida como pruebas más o menos dolorosas, tenemos pues, al menos dos buenas razones para mejorarnos: en primer lugar, esto es parte del proceso de evolución del cual no podemos evadirnos y cuya máxima finalidad es conducirnos a la perfección, así como podemos expresarnos como seres humanos. En segundo lugar, esto nos permite convertir eventualmente en positivo nuestro comportamiento y crear nosotros mismos karmas positivos, los cuales se traducen en nuestra vida por alegrías diversas y contribuyen a la felicidad que buscamos. Sin embargo, ¿no es lo ideal conocer una vida tan feliz como sea posible y obtener el dominio de la vida? Como es también el caso para la alquimia material, la alquimia espiritual demanda varias etapas para llegar al objetivo deseado. La primera consiste en aceptar la idea de que somos imperfectos y que tenemos defectos que corregir. Cuando digo “aceptar”, es más frente a sí mismo que de los otros. Esto implica no solo en mirarnos tal como somos en el espejo de nuestra alma, sino, igualmente, poner nuestra atención en la imagen que los otros nos reenvían de nosotros mismos. Si no lo hacemos, acabamos tornándonos ciegos a nuestra verdadera personalidad y damos aún más poder a nuestras deficiencias, hasta el momento en que ellas generan, de nuestra parte, comportamientos negativos que dan lugar a pruebas kármicas equivalentes. Si usted tuvo interés en leer este texto, es sin duda porque usted comenzó esta alquimia espiritual al mismo tiempo que su búsqueda personal y mística. No hay ninguna duda de que si su experiencia de vida le trajo un poco de sabiduría, ella le trajo también lucidez. Por lo tanto, tiene la posibilidad de conocer e identificar sus defectos y estoy seguro de que usted tiene en sí mismo el potencial de transmutarlos. Personalmente, puedo asegurarle que soy consciente de mis defectos, mis falibilidades y mis errores y ciertamente hago esfuerzos para mejorar. No es por tanto, con insensibilidad que presento mis reflexiones, sino también como ser humano tocado por esta alquimia. Si siempre es más fácil decir que hacer, lo mismo se aplica al trabajo y a las mejoras que solicitamos a los demás. Pero para lograr esta transmutación interior, no basta aceptar la idea de tener defectos. Es también preciso corregirlos, lo que constituye una etapa primordial de la alquimia espiritual. Dicho de otra manera, es necesario tener la voluntad de mejorar en el plano humano. Eso no es posible si no estamos verdaderamente convencidos de que el objetivo del hombre es evolucionar, lo que evidencia todo el problema del sentido real que damos a la vida. De mi parte, estoy también convencido de que cualquier persona que se esfuerce en su pulimiento, recibe el apoyo del Dios de su corazón y puede conocer la felicidad y esto incluso si las fallas fueran relativamente numerosas. Si este fuera el caso, es porque todo esfuerzo empleado en el sentido del Bien, es siempre recompensado por la ley kármica. Por el contrario, toda persona que tiene pocos defectos, pero que se deja dominar por ellos sin jamás esforzarse por transmutarlos, atrae para sí, pruebas evolutivas y problemas diversos, y eso también en cuanto ella se satisface en los límites de sus flaquezas.

Después de haber tomado la decisión de esmerarse, hay otra etapa de la alquimia espiritual. Esta consiste en concretar nuestro deseo de tornarnos mejores por medio de la transmutación de nuestros defectos. Pero para lograr ese intento, no debemos en absoluto tratar de combatirlos, lo que infelizmente tendemos a hacer. Efectivamente, ese género de combate contribuye, por el contrario, a amplificarlos, porque nuestro ego lo utiliza para darse importancia y hacer valer su influencia sobre nuestro comportamiento, Por el contrario, es preciso apartarse del defecto en cuestión y trabajar sobre sí mismo para adquirir la cualidad opuesta. Para dar un ejemplo, si una persona es profundamente orgullosa y tiene consciencia de ello, no debe tratar de luchar contra su soberbia, porque le dará más fuerza y aumentara su poder nocivo. Ella debe dedicarse a obtener la cualidad opuesta, como es el caso de la humildad. Esto implica, para ella, recurrir a su naturaleza más divina. ¿Pero para tener la cualidad opuesta a una imperfección de que debemos tener consciencia? Parece que la mejor manera de llegar a ese resultado consiste en, primero, definir la manera en que esa cualidad se traduce en la vida cotidiana. Hecho esto, es preciso obligarnos a manifestarla (expresarla) cada vez que la ocasión se presente, hasta que ella sea parte de nuestra alma y se vuelva natural. Volviendo al ejemplo del orgullo, quien quiera eliminar este defecto, debe servirse de la humildad. ¿Cómo? Obligándose a no sobrevalorar sus méritos, a no mostrar su superioridad intelectual o cualquier otra, a no procurar llamar la atención sobre si, a obrar en servicio del Bien impersonalmente, etc. Con el tiempo, este esfuerzo voluntario para mostrarse humilde acaba por volverse un hábito, es decir, una ley para su subconsciente. Es entonces que el orgullo es transmutado. Este es el principio básico de la alquimia espiritual, tal como debemos aplicar a cada una de nuestras imperfecciones. Cuando un místico transmuta todos sus defectos en las cualidades opuestas, entonces él conoce la última etapa de la alquimia espiritual, a saber, la iluminación. Él está, si no perfecto, al menos muy próximo al estado de perfección, conforme es posible a un ser humano de expresarla en la tierra. En efecto, la materia prima de su ser, es decir, su alma, se torna pura y perfecta. No es, por tanto, casualidad que los alquimistas rosacruces simbolizaran la Gran Obra con una rosa roja, a menudo rodeada con un aura de color dorado. Como quiera que sea, quien ha alcanzado este estado, ha realizado las famosas “Bodas Alquímicas”. O aun, realizó la unión entre su Yo humano y su Yo divino, simbolizado en el lenguaje alquímico por el casamiento del rey y la reina, o por la unión del azufre con el mercurio. A partir de entonces, el posee verdaderamente el elixir de larga vida, porque se ha vuelto un agente puro de la Divinidad y no tiene más la obligación de reencarnar. ¡Que la alquimia se opere en su espíritu, su corazón y su vida!

Traducción del portugués: P.C.D.G. F.R.C.

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