Ana Duffy. The University of Queensland, Australia

191 Cartones, hedor y pulcritud en las calles porteñas. Representación literaria de los cartoneros en El Mañana (2010) de Luisa Valenzuela (Una aprox

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Revista Iberoamericana. Vol. LXIV, Nums. 184-185, Julio-Diciembre 1998; 457-469 MODERNIDAD Y RETORICA: EL MOTIVO DE LA COPA EN DOS TEXTOS MARTIANOS

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Cartones, hedor y pulcritud en las calles porteñas. Representación literaria de los cartoneros en El Mañana (2010) de Luisa Valenzuela (Una aproximación desde los criterios filosóficos de Rodolfo Kusch) Ana Duffy The University of Queensland, Australia

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a figura social de los cartoneros o recolectores urbanos es, en la Argentina del siglo XXI, una ambigüedad: son a la vez parte constitutiva del proceso de reciclaje, y por ende, partícipes de la fuerza laboral formal, pero a su vez representan una presencia amenazante en el paisaje urbano. Su alta visibilidad sobreexpone el contraste social, exacerbando diferencias y reforzando antiguas construcciones sociales que se actualizan modelando nuevos parámetros de exclusión. En el presente artículo se intenta analizar la representación literaria del cartonero porteño desde la narrativa contestataria de Valenzuela, la cual alude a la re-enunciación del caos urbano desde la mirada del cartonero como sujeto subalterno. Este análisis se enmarca dentro de los criterios filosóficos del pensador argentino Rodolfo Kusch, puntualmente en dos nociones coyunturales que responden a un esquema de pensamiento que surgiera de sus estudios culturales en comunidades quechuas sobre la identidad latinoamericana. Basado en dichos estudios, Kusch elabora la dicotomía hedor/ pulcritud que conlleva e impugna una dicotomía previa, la antinomia sarmentina de civilización y barbarie. En su novela El Mañana (2010), Luisa Valenzuela pareciera encapsular la raigambre y la permanencia de esas relaciones antagónicas que Sarmiento postulara en el siglo diecinueve y que se perpetúan hasta hoy manifestándose como situaciones de estigmatización, recelo, exclusión, vergüenza, visibilidad y anonimato en los cartoneros. Previo al análisis de la novela, se elaborará una breve introducción al fenómeno cartonero y posteriormente se revisarán someramente las bases del pensamiento kuscheano que encuadrará el presente estudio.

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Cartoneros: Una ambivalencia El así llamado cartonero es un recolector informal de aquellos subproductos del residuo urbano aptos para el reciclaje. El cartón y sus derivados se convierten así de basura en mercancía, creando el sustento para este nuevo actor social, hijo de la debacle iniciada en los noventa y profundizada en el nuevo milenio. A ya más de una década de la devastadora crisis que enfrentó la Argentina en 20011 la presencia de los cartoneros en las calles porteñas se ha convertido en un epítome de marginación social. Como consecuencia del fundamentalismo neoliberal en la Argentina, los cartoneros emergen a mediados de los años noventa como un grupo de desocupados que encuentran un nicho en el circuito de reciclaje, un espacio vacante factible de ser empleado como un medio alternativo de subsistencia. Su intervención en el paisaje urbano constituye un fenómeno que, por su alta exposición, se ha convertido en un inevitable foco de interés. Al apropiarse del espacio público, el cartonero es socialmente percibido como un problema que aparece como multidimensional: es humanitario si se analiza desde la perspectiva de su condición de exclusión social; es un problema de inconveniencia urbana si se consideran los disturbios en el tráfico; por último, se torna de dimensión económica en virtud del efecto deficitario que su intervención provoca en el peso final de la basura recogida por las empresas recolectoras (Schamber, 2008). En cuanto a cómo el cartonero se percibe a sí mismo, Perelman sugiere que abundan los sentimientos de estigmatización y vergüenza (Perelman, 2010), en tanto que Di Marco le atribuye una condición de alienamiento en relación a un nuevo grupo referencial al que involuntariamente pertenece (Dimarco, 2007). Aun mas, tomado como figura social, el cartonero es, en la Argentina pos movimiento neoliberal, una representación ambivalente. Constituyen, simultáneamente, un recurso paliativo en tiempos de crisis, a la vez que una exhibición ineludiblemente pública de la misma crisis. Son parte constitutiva del proceso de reciclaje, por ende un eslabón necesario en la cadena de producción, y a la vez, mano de obra desocupada, consecuentemente, fuera del circuito productivo formal. Son parte y no lo son. Son la encarnación

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La crisis de diciembre de 2001 fue una crisis financiera generada por la restricción de acceso a fondos (plazos fijos, cajas de ahorro y cuentas corrientes) denominada ‘Corralito’ que aspiraba detener la fuga de capitales al exterior. El entonces presidente Fernando de la Rúa, quien asumiría su cargo en medio de la recesión producto de las políticas neoliberales implementadas por su antecesor Carlos Menem, intentó sostener la política de paridad cambiaria cuando ya se vislumbraba insostenible, intensificando así aún más la crisis e incrementando ostensiblemente el descontento popular. Una oleada de protestas y saqueos determinaron la eventual renuncia de de la Rúa generándose un estado de acefalia presidencial.

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de la economía de la escasez balanceándose en las aristas de la economía del consumo. Beatriz Sarlo los define como “habitantes de la calle, que viven debajo de cartones, entre los montones de basura, producto de su trabajo cotidiano. Son lo imprevisto y lo no deseado de la ciudad, lo que se quiere borrar, alejar, desalojar, transferir, transportar, volver invisible” (2009, 66). “Lo que se quiere borrar […] volver invisible”: esta afirmación de Sarlo sea quizás el punto nodal de este proyecto, desde donde se intentará desenmascarar el espacio donde se arraiga esa necesidad de volverlos invisibles y revelar toda una retórica heredada y reformulada de exclusión. La idea es pues la de ir elaborando, desde la narrativa contestataria de Valenzuela, los patrones del discurso y del imaginario popular que se transfieren entre generaciones y se reelaboran sobre los excluidos de turno.

Kusch: cartoneros hedientos en la ciudad pulcra Hablar del filósofo argentino Rodolfo Kusch es hablar de un pionero en la arqueología de la subalternidad latinoamericana, aunque sin nombrarla como tal. Mignolo lo expone como a aquel que procuró entender a América como lugar de enunciación (Mignolo, 2000). Aquel que procuró ver lo propio con la vista propia de lo propio. Uno de los conceptos que elabora Kusch es el del hedor, el hedor de América. En su obra América profunda, lo define como “un prejuicio propio de nuestras minorías y nuestra clase media, que suelen ver lo americano como lo nauseabundo” (Kusch, 2000, 21) y también como “todo aquello que se da más allá de nuestra populosa y cómoda ciudad natal” (25), es “la segunda clase de algún tren y las villas miserias” (25); y ese hedor es exterioridad, ese hedor incomoda, acosa y angustia. Al hedor no se lo logra entender, aunque sabemos que nos provoca “un estado emocional de aversión irremediable que en vano tratamos de disimular” (25). Sin embargo, “le encontramos el remedio (…) que se concreta en el fácil mito de la pulcritud” (2000, 24). Podría decirse que Kusch revisita y cuestiona la antinomia de civilización y barbarie, con que Sarmiento categorizara a la Argentina pos-independencia. Lo que por un lado representa lo Europeo, progresista, lo urbano, la modernidad y la cultura; y por el otro, configura lo indígena, inculto y retrogrado, el gaucho, el campo. La idea ilustrada es la de terminar con la barbarie, que es también el hedor, mediante lo racional y deseable, lo civilizatorio, que es para Kusch, la pulcritud. Las dicotomías atraviesan toda la trama de nuestra historia política, social y cultural; fundan nuestra identidad y se arraigan ineludiblemente en

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nuestro discurso. El legado de esa tendencia a polarizar, de las antinomias, es aun relevante dada su prevalencia en las ideologías liberales, positivistas y neoliberales. No es de extrañar, entonces, que aun conviva en la calle, el café y en la forma del argentino de clase media de verse a sí mismo frente a un Otro que incomoda: “La categoría básica de nuestros buenos ciudadanos consiste en pensar que lo que no es ciudad, ni prócer, ni pulcritud, no es más que un simple hedor susceptible de ser eliminado” (Kusch, 2000, II, 12-13) En su análisis de la condición postcolonial de América, en el marco de la filosofía kuscheana, Esposto comenta: En América Latina, en términos de postcolonialidad, los sectores subalternos entrecruzan el continente […] y están conformados por, a saber: los Zapatistas en Chiapas, los miles de cartoneros que descienden al anochecer a la Capital Federal de Buenos Aires, […]. Desde la perspectiva del discurso triunfalista, ellos están asociados con el mal que produce la ociosidad y la inacción, la pereza y la quietud, o sea todo lo que se oponga a la diligencia y a la industria de la civilización imperante. (Esposto y Holas, 2008, 11) La era moderna excluye el hedor, lo disciplina o lo encubre; tal como sugiere la antinomia sarmentina, civilización sobre barbarie y orden sobre caos. En El hombre que está solo y espera (2005) Scalabrini Ortiz postula que […] un orden, de cualquier categoría, presupone un desorden postergado. Un orden estricto se establece sobre el máximo desorden de una trastienda. Lo difícil es descubrir el cuarto de cachivaches de un sistema. Pero en general, en el cuarto de cachivaches, está la humanidad del hombre. (Ortiz, 2005, 149) La obra de Kusch plantea esta oposición como un equilibrio entre orden y caos, donde resulta inevitable la existencia del opuesto (Chelini, 2012). La imposibilidad de comprender la necesidad de esa sincronía de orden y caos es lo que deriva en un sinnúmero de justificaciones para acciones extremas de la modernidad, si el hedor y el caos de terrorismo, pobreza, inmigración ilegal (por nombrar algunos), se tortura, se ignora, se amuralla “para que todo siga bien aquí dentro, en el mejor de todos los mundos” (Esposto y Holas, 2008, 11). Es con estas herramientas teóricas que abordaremos el examen de El Mañana de Valenzuela, en busca del caos y el orden, en perpetua tensión.

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El Mañana La novela comienza describiendo un congreso de escritoras, todas mujeres, que está teniendo lugar en un barco llamado El Mañana, tripulado también y exclusivamente por mujeres. Entre estas escritoras se encuentra la protagonista Elisa Algañaráz, quien inicialmente narra y hace una ponderación crítica del propósito original del congreso y sus limitaciones. El evento se interrumpe estrepitosamente por un grupo no identificado de hombres de negro que las acusan de terroristas, plantándoles arteramente drogas y artillería en el barco. La operación concluye con el arresto domiciliario de las escritoras, sus libros y publicaciones extirpados totalmente del dominio público. Elisa Algañaráz queda entonces incomunicada, en su departamento convenientemente esterilizado de toda literatura contaminante, con la escritura suspendida (se le inhibe toda superficie escribible, incluida una vieja PC de donde se le borra semanalmente todo lo que ingresa). Asimismo, sus captores la dejan fuera del mundo virtual de la red, por lo que se encuentra absolutamente aislada. El portero y su mujer son celosos guardianes de su confinamiento y proveedores de su magra canasta familiar, siempre bajo la rigurosa vigilancia de estas fuerzas del orden de dudosa procedencia. La situación, al parecer irreversible, sufre un giro inesperado cuando un ex agente de inteligencia israelí, Omer Katvani, interviene. Un viejo conocido de Algañaraz, Omer, emprende la operación rescate comandado por un hacker argentino que crea un adminiculo capaz de reconectarla a la red. El adminículo resulta un fiasco, pero las ganzúas dejadas por Omer a disposición de la escritora resultan altamente efectivas y Elisa queda en libertad. Una huida épica, en la que un enemigo invisible y no identificado puede ser nadie y pueden ser todos, concluye en una villa miseria poblada de cartoneros, donde Elisa se refugia bajo la protección del Viejo de los Siglos, el ideólogo y alma mater de la villa, considerada modelo. La novela se continúa con cambios de identidades, historias paralelas de amores y exilios, pero son los cartoneros de la villa quienes desenmascararán la historia real. Siguiendo a estos cartoneros y releyendo sus reflexiones es que quedan al descubierto ciertos discursos excluyentes que se arraigan en la historia argentina.

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Representación del cartonero en El Mañana de Luisa Valenzuela Retomemos el tema de la ambigüedad del cartonero; Pinkus y López los reconocen como actores genuinos en el circuito de reciclaje de la basura, por lo tanto, dignificados por la acción del trabajo, aunque también aparecen como una presencia amenazante en el paisaje urbano. Esta última percepción prevalece: el imaginario social no los califica de productivos, sino de parásitos y marginales (Ledesma et al., 2007). El mismo cartonero, arguye Perelman, al no reconocerse como parte integrante del circuito laboral formal sino como un mero practicante de una estrategia más de supervivencia frente a la crisis queda etiquetado como desocupado. Ser desocupado, ocupar toda la carga del término desocupado, afecta la identidad y el modo de verse a sí mismo (Perelman, 2007). Estas representaciones, arraigadas en la trama social, son cuestionadas por Luisa Valenzuela en El Mañana. La autora sitúa a su protagonista en una villa miseria habitada por lo que Perelman denomina nuevos cartoneros. El nuevo cartonero es el hijo de la crisis de 2001, no es un pobre estructural, proviene de la clase trabajadora que ha quedado desempleada. Como tal, agrega a un legado de prácticas discriminatorias y estigmatizantes de las que, inexorablemente, es víctima, su propio bagaje de vergüenza y resentimiento, vergüenza de no poder ser invisible y resentimiento por ser tratado como tal. “[L]os otros, los habitantes de la ciudad de cemento y ladrillo y vidrio, de sólidas paredes, donde se refugian quienes desprecian a quienes andan cirujeando por esas calles de dios” (Valenzuela, 2010, 207). La ciudad de cemento, ladrillo y vidrio de Valenzuela es ese espacio pulcro kuschiano donde se busca el orden, donde se refugia el buen ciudadano con su “miedo al desamparo”, (Kusch, 2000, 15) con su “miedo a ser primitivos en lo más íntimo, un poco hedientos, no obstante [su] firme pulcritud” (Kusch, 2000, 16). Las sólidas paredes que sirven para ‘exteriorizar’ el caos, para invisibilizarlo; y el desprecio es el mismo desprecio al hedor, porque no se admite el opuesto, porque el opuesto incomoda. “[L]os que sentados en las terrazas de los cafés ni miran a los cartoneros, los insultan con solo no mirarlos, como si no existieran como si no fueran humanos” (Valenzuela, 2010, 207). En la cita previa se vislumbra esa invisibilidad que el ciudadano pulcro pretende para el cartonero, sentimiento que este último percibe. Keith Richards, el famoso guitarrista de los Rolling Stones, define ‘el infierno’, en sus memorias, como aquel lugar tan perfecto como el cielo, pero donde no se es visto: ser invisible, para Richards, es el infierno (Richards, 2010, 431).

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Los pulcros ciudadanos no pueden ni mirar a los cartoneros porque los cartoneros invaden, penetran la trama ficticia de la pulcra ciudad. Nos dice Kusch “la tela racional e inteligente de la ciudad se perturba a cada instante” y toma la borrachera del empleado bancario, el grito de la patota o un tango como ejemplo de líneas de escape, del reverso de la vida ciudadana. Puede decirse entonces que ese mismo espacio es el del cartonero, que invade la ciudad pulcra, el refugio que es ahora vulnerable y vulnerado. Y también la villa cartonera es el reverso de la vida ciudadana, la trastienda de lo urbano y civilizado, para Valenzuela “[l]a villa: un lugar tan degradadamente urbano” (192). Es hedor, es otra línea de escape que ultraja la pulcra ciudad ficticia. Concluyendo, entonces, vemos en El Mañana y sus cartoneros un espacio de cuestionamiento. La representación de los cartoneros intenta exponer una doble visión, una visión fronteriza donde verdades consagradas se refutan, donde el imaginario social se cuestiona y se reconfigura, donde el caos trasvasa el orden. Valenzuela nos presenta un cartonero reivindicado, que habita la ciudad pulcra desenmascarando su insostenible pulcritud y su copioso cuarto de cachivaches. Un fenómeno social que engendra abundantes y variadas aproximaciones, que atrae atención internacional, repudio local, solidaridad, interés mediático, interés académico, interés literario, interés y debate político, no podía pasar desapercibido. Los cartoneros son la voz del excluido, el lado plausible de la marginalidad hedienta que crece sobre las incontables caras urbanas de la pulcritud. La presencia de los cartoneros en las calles porteñas trae la visibilidad del deterioro del margen al centro, donde ambos confluyen en una mezcla caótica. La vuelta al barro como material primal a la ciudad. El barro de Martínez Estrada expuesto ante los ojos estupefactos de la ciudad pulcra. La presencia de los cartoneros en las calles porteñas trae la marginalidad y el deterioro del margen al centro, donde ambos confluyen en una mezcla caótica. La vuelta del barro como material primal a la ciudad. El barro de Martínez Estrada expuesto ante los ojos estupefactos de la ciudad pulcra.

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