Arquetipos del poder político: lecturas de Philippe de Commynes en la corte de Felipe IV 1

Arquetipos del poder político: lecturas de Philippe de Commynes en la corte de Felipe IV1 Mariona Sánchez Ruiz Universidad de Girona La figura de Ph

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Arquetipos del poder político: lecturas de Philippe de Commynes en la corte de Felipe IV1

Mariona Sánchez Ruiz Universidad de Girona

La figura de Philippe de Commynes suscitó un gran interés en Europa desde finales del siglo XVI y en la literatura española a lo largo del siglo XVII, apareciendo como un escritor fundamental en autores tan importantes como Diego de Saavedra o Baltasar Gracián. En este artículo nos vamos a centrar en el análisis de algunos de los perfiles de la lectura de Philippe de Commynes en los primeros años del reinado de Felipe IV, cuando era una de las lecturas preferidas del rey y del Conde Duque de Olivares, a partir del cual podemos entrever los arquetipos políticos y la reflexión sobre la naturaleza del poder en la corte de Felipe IV en unos momentos en que se configuran los grandes programas de gobierno de la primera parte de su reinado. Las traducciones, la abundancia de testimonios manuscritos, la multiplicidad de referencias y citas nos descubren la importancia del historiador francés y nos permiten describir con rigor los arquetipos del pensamiento político, los clichés de los ambientes cortesanos del primer Felipe IV y los estereotipos literarios de la época. Philippe de Commynes es hoy un nombre que solo manejan los especialistas y, sin embargo, sus Mémoires suscitaron un gran interés en Europa desde finales del siglo XVI, 2 que puede documentarse en el caso hispánico hasta en los mismos ambientes que rodeaban al joven Felipe IV. 1

Esta comunicación se realiza dentro del Proyecto de Investigación FFI2011-22929 (“Diego de Saavedra Fajardo y las corrientes literarias e intelectuales del Humanismo”) del Ministerio de Economía y Competitividad. 2 Para una aproximación a la figura de Commynes véanse los estudios esenciales de Jean Dufournet, La vie de Philippe de Commynes, Société d’Édition d’Enseignement Supérieur, París, 1969, como también J. Dufournet, Etudes sur Philippe de Commynes, Honoré Champion, París, 1975 y su edición de Philippe de Commynes, Mémoires sur Louis XI, 1464 – 1483, Gallimard, París, 1987.Deben verse también Jöel Blanchard, Commynes l’européen: l’invention du politique, Droz, París, 1996. Seguimos el texto crítico de J. Calmette, ed., Philippe de Commynes, Mémoires, Les Belles Lettres, París, 1981, 3 vols.

Siendo un gran éxito editorial ya en la Francia del siglo XVI y en los años veinte y treinta en Italia, será a partir de los años ochenta que se generaliza su lectura en Europa. Parte de este éxito, como veremos, debe explicarse a partir del momento en que se convirtió en un ejemplo literario y político comparable a los grandes autores de la antigüedad en manos de los humanistas de los años ochenta del siglo XVI como Justo Lipsio o tratadistas ortodoxos como Giovanni Botero.3 El interés hispano por la obra del gran historiador francés es tardío respecto a las demás versiones en otros idiomas europeos: entre los años veinte del siglo XVI hasta mediados del siglo XVIII la obra de Commynes se convirtió en un éxito editorial en francés; asimismo, las versiones latinas que se imprimen en París desde mediados de los cuarenta nos hablan de su recepción continental; en estos mismos años aparecen versiones al italiano y, por último, en los años sesenta se traduce al alemán, al inglés, al holandés e, incluso, a algunas lenguas escandinavas. Mientras que en el ámbito hispano no será hasta finales de los ochenta del siglo XVI, más concretamente en 1586, cuando aparecerá el primer testimonio que será, por cierto, una traducción impresa, editada por Pedro de Aguilón, embajador de Felipe II en París durante los años setenta del siglo XVI. A ésta le seguirá una traducción que realizó el príncipe Enmanuele Filiberto de Saboya en 1622; cinco años después, en 1627, encontramos otra traducción, posible derivación de la anterior, cuyo prólogo está firmado por don Antonio Hurtado de Mendoza. Una investigación preliminar de ambos códices permite afirmar que no son copia uno del otro, como en principio parecía, manifestando así la posibilidad de que en la corte de Felipe IV circularan varios códices y copias de traducciones de Commynes. Se trata en efecto de la misma traducción, pero de copias realizadas sobre testimonios diferentes. Sospechamos, pues, que en la secretaría del Conde Duque se copiaba sistemáticamente traducciones castellanas de Philippe de

3

Véase Ch. Continisio, ed., Giovanni Botero, Della ragion di Stato, Roma, Donzelli, 1997, pág. 57.

Commynes4,

tal

como

nos

asegura

Antonio

Hurtado

de

Mendoza 5.

Conservamos también unos Fracmentos publicados en 1636 por don Felipe Vitrián de Biamonte y, por último, un impreso de Juan de Vitrián de 1643. Así pues, podemos observar que el mayor interés por el gran historiador francés en España se produjo en pleno siglo XVII. Es decir, en un momento en que se encuentra en auge en toda Europa, y sobre todo en España, el interés por la naturaleza del poder político y su imbricación con la esfera moral, siempre con el transfondo de la obra de Maquiavelo. La inclinación por la lectura del gran historiador francés tiene que ver con la irrupción de nuevos modelos políticos en Europa (como, por ejemplo, los gobiernos absolutos) y arquetipos intelectuales que intentan dar cuenta de estas nuevas realidades. Cabe tener en cuenta que a principios del siglo XVII nos encontramos ante un ambiente de literatura política que se consolida a partir de la lectura de Maquiavelo, quien, a pesar de ser considerado un consumado heresiarca desde el Concilio de Trento, muy probablemente era leído por las élites culturales y políticas de gran parte de Europa y por supuesto de España. El interés por la obra de Maquiavelo tiene varias facetas y muy íntima relación con la consolidación de gobiernos absolutos como el de Felipe II en España. En este contexto de muy subrayado interés por los temas políticos y su relación con la vida moral, Maquiavelo puede ser interpretado de formas diversas. Por una parte, emerge toda una literatura antimaquiavélica que se manifiesta en Europa de mano de los Humanistas en los años ochenta del siglo XVI, mientras que en España no surgirá hasta principios del siglo XVII, más concretamente entre 1580 y 1620. Hablamos, en efecto, de panfletos y libros 4

Actualmente estoy preparando un artículo centrado en el estudio de estas dos traducciones que circulaban por la corte de Felipe IV: el manuscrito J.I.6 del Escorial, fechado en 1622, que manejaba Felipe IV, y el manuscrito 17638 de la BNE, fechado en 1627, que manejaba el Conde Duque de Olivares. 5

“Este libro le tradujo de francés en castellano el señor príncipe Filiberto, gobernando a Sicilia, y habiéndole dirigido al Rey, Nuestro Señor, don Phelipe Quarto, se le dejó en su testamento y se le invió con su secretario suyo. Haviéndole leýdo Su Magestad como acostumbra a leer todas las ncohes las historias de Castilla y estrangeras por havérselo supplicado ansí de los prinzipios de su felizísimo reynado el Conde-Duque de San Lúcar, me mandó a mi, don Antonio de Mendoza, su ayuda de Cámara, que se llevase en su nombre, para que Su Excelencia le pusiese en su librería. En Madrid, el primero de julio MDCXXVII años. Antonio Hurtado de Mendoza.” Prólogo del manuscrito 17638 de la Biblioteca Nacional de España, fechado en 1627.

jesuitas que se oponen al pensamiento teórico de Maquiavelo, marcado por una gran exaltación de la violencia pues en su teorización se vio un elogio de la violencia política expresada en una máxima que constantemente se le atribuye: «el fin justifica los medios» y, en consecuencia, maquiavelismo y razón de estado se hicieron sinónimos. Los autores antimaquiavelianos consideraban que la política que defendía Maquiavelo era inmoral o amoral y, en consecuencia, se convirtió en un escritor rechazado por muchos autores, sobre todo en España donde el empeño por atacar a Maquiavelo era mayor que en el resto de Europa. Desde el punto de vista de los antimaquiavelianos la conducción de los asuntos públicos era perfectamente posible siguiendo las normas de la moral ortodoxa cristiana, rechazadas claramente por el florentino. La mayor parte de los que se opusieron a Maquiavelo, como he comentado anteriormente, eran jesuitas y entre ellos destacan autores como Rivadeneyra, Gentillet e incluso Bodin o Botero. 6 En esta misma línea estaría la obra política de Quevedo, en especial su Política de Dios, aunque se desliza hacia el realismo político en el Marco Bruto. Hubo, a su vez, un intento de adaptación ortodoxa de Maquiavelo, siendo Giovanni Botero uno de los principales autores que intentaron dicha habilitación. Botero es autor de La Ragione di Stato, obra en la que expone las ideas políticas y, por consiguiente, morales, propias de Maquiavelo pero de forma ortodoxa, y todo ello a pesar de ser considerado enemigo del florentino. Podríamos decir que se oponía a Maquiavelo en el hecho de considerar la religión como la base del estado pero, a su vez, acabó desarrollando un nuevo tipo de maquiavelismo y de realismo político, propio del barroco, basado en la razón de estado, concepto definido por Maquiavelo pero que aparecerá por primera vez en la literatura política en el texto de Giovanni Botero, uno de los impugnadores del florentino. Botero, en su obra, se manifiesta en contra de Maquiavelo y de su visión de lo que denomina «razón de estado», a pesar de estar adaptando a la tradición cristiana ortodoxa las ideas políticas y morales 6

Se trata, en efecto, de Pedro de Rivadeneyra, y su obra Tratado de la religión y virtudes que debe tener el príncipe christiano, para gobernar y conservar sus estados. Contra lo que Nicolás Machiavello y los Políticos de este tiempo enseñan editada en Madrid en 1595; de I. Gentillet y su obra Discours sur les moyens de bien gouverner editada en Genève en 1576, de J. Bodin y su obra Les six libres de a République de 1576 y G. Botero y su obra Della Ragion di Stato de 1589.

del

florentino. Así

pues,

esas

ideas

maquiavelianas

acaban

siendo

indirectamente aceptadas por la sociedad en ese ambiente tan interesado por los temas políticos y su relación con la vida moral. Es interesante, asimismo, que Filiberto de Saboya, uno de los traductores de Commynes al castellano, se hubiera educado al lado de Botero. Una

última

interpretación

serían

las

lecturas

más

próximas

al

pensamiento de Maquiavelo, que nos conducen a hablar de Lipsio y de Montaigne. Montaigne, pensador y político francés del Renacimiento, implica la lectura o el conocimiento de algunas de las principales problemáticas de la obra de Maquiavelo. Basta leer, por ejemplo, el primero de los Essais7 para observar que nos muestra que la misma actitud en diferentes contextos da lugar a diferentes finalidades, una de las preocupaciones centrales de Maquiavelo. Observamos, pues, que en el arranque de la obra de Montaigne se vislumbran algunas de las problemáticas más típicas de la obra de Maquiavelo. Por lo que respecta a Lipsio, filólogo y humanista de origen flamenco, podemos diferenciar dos motivos que aproximan sus obras al pensamiento del florentino. Su reflexión política se basa en el concepto de «prudencia compuesta», por ello distintos autores antimaquiavelianos, como Gentillet, lo acusaron de ser maquiavelisant, esto es, próximo a Maquiavelo. Además, Lipsio fue uno de los editores de Tácito, autor clásico cuya visión política estaba relacionada con el realismo político maquiaveliano. Según esta interpretación clásica de la italianística, la censura y la prohibición de Maquiavelo por el Concilio de Trento, lo convirtió en un autor apestado, por lo que los humanistas de los años ochenta, y entre ellos Lipsio, buscaron un escritor clásico que reflejara el mundo de Maquiavelo sin mencionarlo, y este autor fue fundamentalmente Tácito, quien, en consecuencia, acabó poniéndose de moda desde finales del siglo XVI. En esta línea deberíamos colocar a Diego de Saavedra, escritor y político español del Barroco, y Baltasar Gracián, escritor del Siglo de Oro español, aunque con muchos matices entre sí. Saavedra y Gracián son autores que dentro de la ortodoxia intentan elaborar una reflexión que puede insertarse 7

M. de Montaigne, Les Essais, ed. de Jean Balsamo, Michel Magnien y Catherine MagnienSimonin, Gallimard, París, 2007.

también dentro del realismo maquiaveliano. Ambos escritores, a pesar de declararse abiertamente autores antimaquiavélicos, admiten las conclusiones a las que llega el florentino, manifestando, por tanto, una cierta contradicción en lo que respecta a su visión política y moral del poder. Tanto el uno como el otro son autores de obras en las que podemos rastrear sentencias de Tácito, Luis XI o Philippe de Commynes. En este sentido, podemos hablar de la segunda parte de El criticón8

de Gracián, así como también son relevantes las

Empresas políticas de Saavedra, donde encontramos una cantidad relevante de citas del rey francés.9 No es casual, pues, que ambos escribieran con un estilo claramente lacónico que, en efecto, había puesto de moda la lectura de Tácito. Tácito, en su obra, describe el comportamiento político de Tiberio, que era un príncipe absoluto, por lo tanto, nos presenta una corte dominada por el terror y la arbitrariedad cuya figura central es un príncipe inmoral que se apoya en la violencia para gobernar y a quien solo le interesa mantener el poder. A partir de esa interpretación el lector de finales del siglo XVI tiene ante los ojos un mundo muy paralelo al de Maquiavelo y, además, desde ambientes europeos se relacionaba el comportamiento de Tiberio con determinados actos de Felipe II que tuvieron una gran resonancia en toda Europa como, por ejemplo, el asesinato de Escobedo en 1578 por razón de estado. En esta perspectiva, debemos recordar que Lipsio y Botero pusieron en circulación un elogio de Commynes que le asemejaba a Tácito. Tanto por el estilo literario del historiador francés, como por el mundo que describía era muy similar a lo que nos encontramos en las obras del escritor clásico, pero manteniéndose, a diferencia de Maquiavelo o de Tácito, autor gentil, dentro de la ortodoxia. En este sentido, era evidente la estrecha relación existente entre Tácito y Commynes, autores que desde perspectivas dispares parecían reflejar enfoques e intereses que reflejaban el mundo de Maquiavelo. Porque estos tres nombres implican también una gradación ideológica. La obra de 8

Recuerda Correa Calderón, ed., B. Gracián, El criticón, Madrid, Espasa, 1971, II, 208, la probable alusión a Luis XI. 9 Luis XI es citado como ejemplo de gobernante o son citados dichos suyos en las Empresas 21, 23, 36, 59, 77 y 95 (véase S. López Poza, ed., D. De Saavedra, Empresas políticas, Cátedra, Madrid, 1999, págs. 365, 386, 475, 691, 853 y 987).

Commynes se mueve muy cerca del mundo que caracteriza a Maquiavelo, pero sin conferir tanta importancia a la Fortuna, concediendo todo su valor a la Providencia como base fundamental del mundo político y moral. Esta combinación nos permite comenzar a explicar el gran interés hispano por la obra del historiador francés. Al Conde Duque de Olivares y a Felipe IV, como a los escritores del medio siglo, probablemente Commynes les suscitaba un gran interés porque propone un mundo muy próximo al de Tácito, que es el modelo de la reflexión política, pero sin dar la espalda a la Providencia. Commynes es el historiador que saca lecciones políticas de la historia, al igual que Maquaivelo, pero dentro de una lectura ortodoxa. Así pues, podríamos decir que el pensamiento político de Commynes consiste en plantear una lección política parecida a la de Tácito y Maquiavelo pero se lee en términos ortodoxos, que es lo que hace Giovanni Botero quien, por cierto, fue maestro de Filiberto de Saboya, autor italiano que tradujo la obra de Commynes al castellano para Felipe IV. Podríamos enunciar que en Commynes encontramos dos arquetipos del pensamiento político: por una parte, el mundo de Maquiavelo, en el que encontramos los mecanismos del poder descritos en términos realistas. Y, por otra parte, el mundo de Giovanni Botero, quien, en la línea de Maquiavelo, plantea una asimilación del florentino. Vemos, por tanto, que por una parte reproduce el realismo político de Maquiavelo en el comportamiento de Luis XI, frente a la conducta de Carlos el Temerario pero, por otra parte, no llega a los extremos de negar la moral basada fundamentalmente en la Providencia y en los valores de la tradición ortodoxa. En este complejo contexto de una evidente inclinación por los temas políticos y su relación con la esfera moral, debe entenderse el interés que suscita la obra de Commynes desde finales de los años ochenta en toda Europa y muy especialmente en España. Para darse cuenta de ello, basta hacer hincapié en varios motivos. En primer lugar, es especialmente llamativo que Commynes narre la derrota de Carlos el Temerario, antepasado de la casa de Austria, que era también la casa de Borgoña. El historiador francés fue un miembro en la corte de Borgoña y de Francia; en su juventud fue puesto bajo el cuidado de Felipe el Bueno, duque de Borgoña, su padrino, y terminó siendo chambelán, confidente y embajador de Carlos el Temerario y, en consecuencia,

tomó parte en muchas decisiones importantes; por ejemplo, estuvo presente en la reunión entre Carlos y Luis XI de Francia en Péronne en octubre de 1468. No obstante, en 1472 Commynes, quien posiblemente sospechó el fatídico final que le esperaba a Carlos el Temerario, cedió a las presiones del rey francés, caracterizado por su gran inteligencia política, y pasó al servicio de Luis XI de Francia, uno de sus mayores enemigos. Así pues, el interés por Commynes en la España de Felipe IV es un hecho complejo ya que se puede relacionar, en parte, con el origen borgoñón de la corte de Felipe II, cuyo rebisabuelo o tatarabuelo era Carlos de Borgoña, denominado también Carlos el Temerario, quien, bajo su reinado, logró que el poder de Borgoña alcanzara su máximo apogeo, sin embargo, acabó sucumbiendo en virtud de los hábiles golpes políticos del rey francés y por sus propios errores gubernamentales. Esto nos induce a suponer que Commynes no tenía entrada fácil en la corte española pues el tatarabuelo de Felipe IV era Carlos el Temerario, no Luis XI, de ahí que Filiberto de Saboya en la dedicatoria que encabeza su traducción hable del Duque de Borgoña como Carlos el Valeroso. Y, sin embargo, basta un repaso somero de su argumento para darse cuenta de que el interés que suscitó la lectura de Commynes en toda Europa y muy especialmente en España, por modas intelectuales y literarias de principios del XVII, no es gratuito. Como se recordará, la obra de Commynes nos cuenta, por una parte, el reinado de Luis XI de Francia, y, por otra, el reinado de Carlos VIII, su hijo. Si bien, acabó considerándose “la historia de Luis XI”, rey francés de finales del siglo XV que conquistó buena parte de Borgoña zafándose de la actitud combatiente de Carlos el Temerario, magnífico ejemplo de cómo la estrategia, personificada en Luis XI, vence a la fuerza, representada en Carlos el Temerario. Luis XI representa la virtù en términos maquiavelianos. Luis XI es un rey pacífico porque en el contexto político y social de la época lo que interesaba era el equilibrio político, de ahí su exitoso triunfo. Mientras que Carlos el Temerario era un rey dado a la aventura política y, en consecuencia, se acaba perdiendo en su propio laberinto militar. Podríamos decir, por tanto, que en este contexto la estrategia vence a la violencia; la virtú maquiaveliana a la fuerza y la visión política de conjunto acaba venciendo a la pasión bélica. En términos maquiavelianos podríamos

decir que Philippe de Commynes explica la historia de Carlos el Temerario, que era un rey belicista, que arriesgaba, y también la historia de Luis XI, que era un rey tranquilo, político, que logró conquistar Borgoña pues es un rey inteligente que tiene virtú, es decir, que sabe elaborar una estrategia. Esta historia de la estrategia política de Luis XI que describe el historiador francés en sus Mémories es, por tanto, muy paralela a la virtú maquiaveliana y al realismo político del florentino, de ahí su interés en los ambientes políticos y sociales de Europa y, sobre todo, de España. Además de los manuscritos conservados de Commynes, del interés del Conde Duque y de su recepción en los ambientes cortesanos, podemos hablar también de diversas obras en las que se cita al historiador francés. Philippe de Commynes aparece citado por primera vez en España en la República literaria10 (ca. 1620) de Diego de Saavedra Fajardo, «brillante y conocido prosista y político de la corte de Felipe IV» 11. La República literaria es una de sus principales obras, conservada en dos versiones muy diferentes entre sí. En la primera redacción Saavedra cita a Philippe de Commynes, alabándolo por su gran ingenio y considerándolo el mejor historiador del momento, comparable a los clásicos: Después de la declinación del imperio, apenas hay quien merezca nombre de historiador si no es Felipe Comines, que aunque desnudo de ciencias, con su buen natural y juicio se igualó a los antiguos; es maravilloso en penetrar las causas de los sucesos y en dar consejos.12

La cita nos viene a indicar que a principios del siglo XVII Commynes ya era considerado un gran historiador con un valor estético y moral en el ambiente hispánico. Si bien cabe tener en cuenta también que Saavedra Fajardo, debido a su cargo en el gobierno como embajador, pasó gran parte de su vida en Italia y en Centroeuropa, lo cual nos induce a pensar que es probable que su interés por el historiador francés naciera en otros ambientes europeos, quizá en Italia. Y un elogio muy paralelo lo encontramos en la 10

D. de Saavedra Fajardo. República literaria, edición de Jorge García López, Barcelona, Crítica, 2006. 11 J. García López. «Philippe de Commynes en España: materiales para un estudio», Boletín de la Real Academia Española, Madrid, XCIII (2013), págs. 45-67. 12 J. García López, ed. cit., p. 132.

segunda redacción: «Filipe Comíneo, señor de Argentón, cuya frente, tendida y lisa, descubre su buen juicio, en quien obró la naturaleza sin ayuda del arte.» 13 Podemos hablar también de su uso en Gracián, autor español que cita a Commynes en El político14 (1640), tratado de moral práctica en el que defiende que Fernando el Católico fue el mayor rey de la monarquía española; se describen sus dotes políticas y sus virtudes como ejemplo de emulación para el hombre político. Gracián, gran escritor político, famoso por sus obras, en el exordio de El político afirma que «quedó envidiando a Tácito y a Comines las plumas, mas no el cetro; el espíritu, mas no el objeto» 15. La cita no deja de ser sorprendente pues, en primer lugar, nos está diciendo que Gracián, considerado el gran estilista de la literatura española del XVII, envidia el estilo de Commynes, más no el objeto que sería, en este caso, Tiberio. En el mismo sentido, el gran estilista expone que envidia a Commynes por el estilo, así como también lo envidia por el hecho de que el historiador francés reproduce el realismo político de Maquiavelo manteniéndose dentro de la ortodoxia católica. Vemos, pues, que escritores de mediados del siglo XVII, como Gracián, reflexionan sobre los arquetipos del poder político ya que necesitan reconocer la importancia del realismo político y por eso se acercan a Maquiavelo. Tácito, al ser un autor clásico, es anterior a la ortodoxia y, por tanto, no se le podía acusar de hereje, mientras que Commynes sí que podía ser tachado de hereje pues era un autor cristiano, pero en su obra, de crudo realismo político, se mantenía dentro de la ortodoxia. Gracián es el autor más leído en la Europa de la segunda mitad del siglo XVII, por lo tanto, podríamos considerar que la cima del interés por Commynes en España se da en el exordio de El político de Gracián ya que su obra tiene una resonancia extraordinaria en la segunda mitad del siglo XVII. El estudio de Commynes, pues, pone de manifiesto la gradación de arquetipos y modelos del pensamiento político en un momento en que se encuentra en auge en toda Europa, y sobre todo en España, el interés por la naturaleza del poder político y su imbricación con la esfera moral, siempre con 13

J. García López, ed. cit., p. 228. B. Gracián. El político Don Fernando el Católico, ed. Aurora Egido, Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1985. 15 ibid., p. 4. 14

el trasfondo de la obra de Maquiavelo y del absolutismo político. Los escritores del siglo XVII, como Saavedra y Gracián, reflexionan sobre los arquetipos del poder político y ello les conduce hacia el realismo político propio de Maquiavelo. En este ambiente, pues, se ponen de moda autores clásicos, entre los cuales destaca fundamentalmente Tácito, cuya obra refleja el pensamiento político del florentino. Dentro de este contexto en el que la política y la moral son fundamentales para la vida social, tiene sentido la lectura de Commynes, quien propone un mundo parecido al de Tácito manteniéndose siempre dentro de la ortodoxia católica, lo cual explica su aprecio en los ambientes hispánicos. Su obra sintetiza a mediados del siglo XVII las aspiraciones y las limitaciones de una época.

Nota bibliográfica del autor: Licenciada en Filología Hispánica y Filología Catalana en la Universitat de Girona. Estudiante del Máster de Educación Secundaria en la Universitat de Girona. Colaboradora en el proyecto de investigación de Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648) y las corrientes intelectuales y literarias del Humanismo. Está interesada en la recepción de Philippe de Commynes en España y en la actualidad está realizando una Tesis Doctoral sobre los manuscritos castellanos de Philippe de Commynes de la Secretaría Real que manejaban el Conde Duque y Felipe IV. Palabras clave: arquetipos, estereotipos, clichés, Philippe de Commynes, poder político, Maquiavelo, Tácito, Felipe IV, Conde Duque, Luis XI, Gracián, Saavedra.

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