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ARTICULOS
LA URBANIZACION MEXICANA DESDE
1821:
U N EN FO Q U E M ACROHISTORICO *
Robert Ke m pe r
Southern Methodist University A n y a P . R oyce
Indiana University
La urbanización mexicana es un proceso multidimen sional dentro del conjunto de la transformación históricoestructural. Sus componentes demográficos, económicos, ecológicos, políticos y culturales habrán de examinarse dentro de un marco unificado que refleje la diversidad temporal y espa cial de la experiencia mexicana. En años recientes los an tropólogos y otros científicos sociales han abandonado su interés por los estudios etnográficos en pequeña escala (e. g. Lewis 1952, 1959, 1961) en favor de investigaciones sobre las fuerzas históricas y estructurales a nivel macro que se manifiestan en las ciudades mexicanas y en sus residen tes. Esta nueva tendencia en los paradigmas de investiga ción ha sido tratada en amplitud (Leeds 1976; Margolies 1979; Portes y Browning 1976; Singer 1975; Walton 1979). pero pocos científicos sociales han sometido sus perspectivas teóricas a la prueba de la investigación histórica específica. En el presente trabajo, nos centraremos en el desarro llo del sistema urbano en México a partir de 1821 (i.e., el período “national” de la historia mexicana) aunque reco nocemos (véase Kemper y Royce, en prensa) la importancia *
Versión castellana de Pastara Rodríguez Aviñoá.
de los períodos prehíspánico y colonial para un entendi miento completo de la urbanización mexicana. Nuestro análisis trata de abarcar la diversidad temporal y espacial del proceso urbano: primero, se presenta una visión cro nológica general de la urbanización en el conjunto del país; luego se analizan cuatro casos importantes de desarrollo urbano. Las experiencias particulares de la ciudad de México, Oaxaca, Mérida y Monterrey servirán para mos trar las dimensiones regionales de la urbanización a partir de 1821 dentro del contexto nacional e internacional más amplio. Como esperamos demostrar, cada ciudad ha ju gado un papel diferente en el proceso de urbanización, aunque todas lian participado en sus oscilaciones centrí fugas y centrípetas. Esta síntesis de la urbanización mexicana proviene de un examen de una cierta variedad de unidades “urba nas” (i. e., localidades y poblaciones) estudiadas por es pecialistas de diversas disciplinas en una amplia gama de contextos temporal-espaciales. A este respecto, nuestra in terpretación del caso mexicano refleja no sólo el punto de vista tradicional sobre la historia urbana de México (e.g. Kaplan 1964; Nutini 1972), sino también un interés por la ‘ciudad como contexto” (Rollwagen 1972), el papel de los fenómenos urbanos en el sistema nacional de las co munidades (e.g., Chambers y Young 1979; Schwartz 1978), y la función de los sistemas culturales de ciudades dentro de un marco global (Rollwagen 1980). El
pasado c o lo n ia l
La caída de Tenochtitlán inició una nueva era en la urbanización mexicana. Entre 1521 y 1820, los espa ñoles crearon cientos de ciudades grandes y pequeñas, sobre asientos indígenas ya establecidos o cercanos a ellos, así como en las tierras recién conquistadas más allá de los límites del antiguo imperio azteca. Esta expansión urba na considerable no se llevó a cabo sólo para asegurar el
control militar y político de la vasta región que se de nominó Nueva España, sino también a fin de crear un sis tema para explotar sus recursos humanos, minerales y agrí colas en beneficio de la metrópoli (Bassols Batalla 1979: 95-98). La política de asentamientos de la Corona y sus representantes reflejaba lo que Morse ha llamado el *'centrifugalismo de la ciudad latinoamericana como punto de asal to a la tierra y sus minerales” (1971:5). En este contexto, la hegemonía de la ciudad de México refleja un sistema ur bano diseñado para despachar el flujo de mercancías entre el interior y la capital y de ésta, por el puerto de Veracruz, ha cia España, así como el contraflujo recíproco de mercancías e inmigrantes de España a México. El sistema urbano colonial consistía en una cierta va riedad de tipos de asentamiento, dominados por las ciu dades administrativo-militares como la ciudad de México, Guadalajara y Mérida, los puertos de Veracruz, Acapul co y Mazatlán, y los centros mineros de Guanajuato, Pachuca, Zacatecas, San Luis Potosí y Taxco (Un¿kel et al 1976:18). La relación campo-ciudad adquirió tres formas importantes: a) unos cuantos centros urbanos im portantes—e.g. ciudad de México, Guadalajara, Oaxaca (Antequera) — controlaban sus hinterlands respectivos sin competencia efectiva de ciudades menores; b) surgieron ciudades paralelas en ciertas regiones (e.g. Orizaba y Cór doba tenían una relación simbiótica como centros de trans porte, manufactureros, comerciales y agrícolas); y c) una red de ciudades interdependientes combinaban activida des agrícolas, mineras y las consiguientes actividades co merciales (e.g, el sistema del Bajío de Querétaro, Guana juato y Zamora, y centros menores como Acámbaro, Celaya, León, Silao, Irapuato, Salamanca y Salvatierra (cf. Moreno Toscano 1978). La red urbana de la Nueva España se hallaba básica mente completa hacia mediados del siglo XVIII. Se ex tendía desde Mérida (Yucatán) en el sureste hasta la
aldea de San Francisco (Alta California) en el noroeste, con el centro siempre en la ciudad de México y de allí a España y Europa. El carácter explotador y dependiente de la urbanización mexicana durante la Colonia reflejaba las instituciones económicas, políticas, religiosas y sociales responsables de construir y mantener la jerarquía de ciu dades, villas y pueblos. La “clausura’ del sistema urbano colonial se ve reflejada en el desarrollo de una jerarquía demográfica por tamaño a fines del período colonial. Por ejemplo, en 1790, la ciudad de México contaba c o n ... 113 000 habitantes, mientras la segunda ciudad —Pue bla— tenía 57 000, y la tercera —Guanajuato— 32 000 (W ibel y de la Cruz 1971:95). Esta jerarquía demográ fica era flexible: la población de Guanajuato se disparó a 71 000 habitantes en 1803 y alcanzó 90 000 en 1809 antes de caer precipitadamente durante la independencia a unos 36 000 en 1822, mientras que la población de Querétaro se elevó a 90 000 después de la revolución de independen cia, más del doble que anteriormente. En suma, las ten dencias urbanizadoras se vieron muy afectadas por el impacto de las transformaciones político-económicas en la Colonia al igual que por las dislocaciones poblacionales (y epidemias) que le siguieron. La
u r b a n iz a c ió n
m e x ic a n a d e sd e
1821
La independencia de España no resultó en una era de rápido crecimiento urbano. Al contrario, las hacien das —que han sido llamadas “el baluarte del poder en el campo” (W olf 195 9:24 5)— asumieron un papel central en las luchas económicas y políticas entre las fuerzas li berales y conservadoras de la nueva nación. Hasta que se estableció la paz porfiriana en los años 1880 el desarrollo industrial y urbano no recibió un apoyo significativo del gobierno. La caída de Porfirio Díaz con la Revolución (1910-1921) se vio acompañada por un llamado de “tie rra y libertad”; el régimen cardenista (1934-1940) represen
tó el apogeo de esta orientación rural que hacía hincapié en los programas de reforma agraria. A partir de 1940 hasta la fecha, la industrialización y la urbanización asumieron una vez más un lugar predominante en los sectores ofi cial y privado para forjar un desarrollo —(lmilagro”— económico. Esta dialéctica continua entre campo y ciudad durante el período nacional de la historia mexicana puede en tenderse mejor en el contexto de la expansión internacio nal del capitalismo industrial durante los siglos XIX y XX. Los Estados Unidos, en particular, han jugado un papel importante en calidad de protagonista y socio en el establecimiento de las condiciones en que se ha desarro llado el sistema urbano del México moderno. A lo largo del período 1821-1880 —una era de “revolución y reforma política”— México y su vecino del norte entraron en di versas confrontaciones. La guerra con los colonos anglos en Texas (1836), los conflictos en California y en el co razón de México (1846-1848), la compra Gadsen de Arizona (1853) transformaron profundamente el territorio nacional. De 4.2 millones de Km2 en el momento de la independencia, la nación se redujo a menos de 2 millones de Km.2 Una consecuencia a largo plazo de estos conflic tos militares y políticos fue la creación de una vasta zona fronteriza que, un siglo más tarde, se convertiría en una de las áreas urbanas de mayor crecimiento en el mundo y serviría de membrana semi-permeable entre las culturas mexicana y chicana. El sistema urbano de México cambió poco entre 1821 y 1860, período que finaliza con las Leyes de Reforma y la Guerra Civil en Estados Unidos. La población total era de 8.4 millones y crecía a una tasa lenta del 1% anual en 1862. Aunque la hegemonía política y cultural de la ciudad de México (210 000 habitantes en 1862) era incuestionable, no fue hasta esta época en la historia urbana del México de después de la conquista que la jerarquía
de las ciudades de acuerdo a su tamaño dejó paso de nue vo a un patrón de primacía demográfica. Esta transforma ción se debió en parte a los efectos de las Leyes de Refor ma, especialmente después de la desamortización de las propiedades en manos de las grandes corporaciones civiles y religiosas en 1859. Los años 1860 vieron caer a Puebla de su segundo lugar tradicional en la jerarquía urbana, a medida que Guadalajara (65 000 habitantes) prosperó como centro re gional del occidente. Mientras tanto, Guanajuato y un cierto número de otras ciudades del Bajío comenzaban una gradual decadencia. Aunque el capital británico había ayu dado a financiar el relanzamiento de la minería en muchas áreas después de la independencia, por los años 1860 Gua najuato —situado en una zona aislada, montañosa, exhaustas sus minas de plata y su población en unos 37 000 habi tantes— era una ‘ciudad moribunda” (W ibel y de la Cruz 1971: 98-99). La decadencia de las ciudades del Bajío se vio equilibrada por los esfuerzos por ampliar el comercio a otros puertos además de Veracuz. El desarrollo de Tam pico como el segundo puerto de México, en particular durante el tráfico de armas para la guerra civil norteame ricana, se vio impulsado por su« comerciantes extranjeros, que daban servicio al interior hasta Zacatecas y San Luis Potosí (W ibel y de la Cruz 1971: 100). Así, México, cuando entró en las tres últimas décadas del siglo XIX, cargaba con un sistema urbano altamente regionalizado, débilmente articulado en el que las ciu dades eran consumidoras más que productoras. Las tasas de crecimiento de la población urbana eran bajas; las ciuda des raramente sobrepasaban las tendencias demográficas nacionales. La ciudad de México surgía como la primera ciudad, no tanto por su dinamismo como por falta de alternativas. El poder político y económico se hallaba muy disperso acuñado a las haciendas y a su dominio regional. Y por primera vez en la historia mexicana (o
mesoamericana), había ocurrido una ruptura entre los líderes políticos y religiosos que abría nuevas posibilidades de desarrollo. En esta situación llega al poder Porfirio Díaz (18771911), que gobernó sin miramiento por la ruda existen cia de más del 90% de la población mexicana. Díaz, reem plazando la violencia de los decenios previos con una “paz” basada en la dictadura, estableció un medio. estable que atrajo una considerable inversión extranjera en una época que los gobiernos, los barcos, y las corporaciones nortea mericanas y europeas ansiaban expandir sus posesiones en el exterior. En este período de capitalismo dependiente, el gobierno mexicano otorgó numerosas concesiones para fomentar la industrialización y sacar la economía nacional de su agricultura de subsistencia. La combinación de paz, creciente explotación minera, desarrollo industrial, los ini cios de un sistema ferrocarrilero nacional y las exportaciones e importaciones crecientes dieron un enorme impulso a la urbanización. La expansión de la red ferrocarrilera fue especial mente importante para el desarrollo urbano. Con la termi nación de la línea ciudad de México-Veracruz en 1872, y la expansión de la red ferrocarrilera a otras ciudades en la región central para 1880, Veracruz reforzó su posición como el puerto más importante del Golfo. La construcción de vías férreas benefició a ciudades unidas con la capital y los puertos importantes, pero suscitó la decadencia de las ciudades que quedaron al margen. La ciudad de Mé xico, Guadalajara, Toluca y Aguascalientes crecieron rá pidamente como centros comerciales y manufactureros, Pue bla, Morelia, Tlaxcala, León y Guanajuato se vieron re ducidas a ciudades con mercados regionales limitados. To rreón (Coahuila) es un ejemplo notable del impacto posi tivo de ferracarril; floreció virtualmente de la noche a la mañana como un centro importante de producción al lí
godonera y creció de un pueblo de unos 200 residentes en 1892 a 34 000 en 1910 (Wibel y de la Cruz 1971: 102). En estas circunstancias, las ciudades más grandes comenzaron a ejercer su dominio, creciendo al doble de la tasa nacional en el período 1880-1910. Por ejemplo, la ciudad de México tenía 300 000 habitantes en 1884, Gua dalajara 80 000, Puebla 75 000 y Monterrey 42 000. En 1910, éstas continuaban siendo las ciudades más grandes de México con 471 000, 119 000, 96 000, y 79 000 habi tantes respectivamente (Boyer 1972:157-158). Durante ese período, Guadalajara y Monterrey, al igual que ciuda des más pequeñas como Mérida, San Luis Potosí y Veracruz crecieron más rápidamente que la capital. Para 1900 Monterrey era un centro industrial-manufacturero más im portante que la ciudad de México. En la primera década del siglo XX, la orientación del sistema ferrocarrilero, el estricto control gubernamental de las finanzas públicas, y el fácil acceso del capital extran jero al mercado nacional se combinaron para concentrar los asuntos nacionales en la ciudad de México. La ‘ esta bilidad” del Porfiriato llevó al estancamiento del campo: tal vez un 80% de los peones agrícolas (ó 47% de la población nacional) se hallaba endeudado con los terra tenientes y no podía emigrar libremente. En ese contexto, el impacto de la inversión extranjera y local en los pro yectos industrial-urbanos fomentó un sistema urbano que comenzó a diferir significativamente del establecido en los inicios del período nacional. A fines del Porfiriato, ciertas tendencias de la urbanización del siglo XX ya se hallaban asentadas: la alta primacía de la ciudad de México; la importancia de Veracruz como el puerto importante de cara al exterior; la dependencia política y económica del extranjero; la configuración del sistema multifuncional de las ciudades del Bajío; y el aislamiento de los puertos en la costa occidental (Unikel et al 1976: 23-24,36).
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