Así gira el mundo Capítulo 0 Flipbook PDF


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© 2023 de Marco William Danieli. Copyright reserveed


2 Capítulo 0 Taberna Da Estação, Lisboa Doce años después. Catarina Wallenstein cantaba Prece (O Fado) y el silencio en la taberna casi vacía le daba un aire aún más melancólico. Grace Marsh levantó su jarra de cerveza, dejando un cerco en la mesa de madera. Dio un buen trago y volvió a dejarla sobre la mesa, sin apartar los ojos de Danny, con una sonrisa tan dulce y delicada como un sueño dibujado en los labios. Dos ancianos sentados detrás de una columna rieron a carcajadas, uno de ellos empezó a toser. ⸺Aún no estamos a ese nivel ⸺dijo Grace, ampliando ligeramente la sonrisa. ⸺Es cuestión de tiempo ⸺respondió Danny con solemnidad, antes de beberse el último sorbo que le quedaba. Permanecieron en silencio, mirándose a los ojos, dejando que la música impregnara sus oídos y sus almas. Les encantaba esa canción, pero, como siempre, Grace se había negado a ir a pedirle a David que la pusiera. «Tú conoces al camarero mejor que yo», le había dicho a su amigo. Así que Danny había puesto los ojos en blanco mirando al cielo, se había levantado, se había acercado a la barra y, con su portugués imperfecto pero aceptable, le había pedido al encargado que pusiera esa canción, por favor, a mi amiga le encanta. ⸺Qué ciudad más triste. Y qué música más triste ⸺dijo Grace fingiendo desdén. ⸺Es lo más ⸺respondió Danny con seriedad. ⸺Maravillosa ⸺añadió Grace. Pablo, el camarero nuevo, aunque no tanto como para no saber que Grace y Danny eran clientes habituales, se acercó con la bandeja en la mano y un trapo colgado del antebrazo peludo. ⸺Voces querem otra? ⸺preguntó con una media sonrisa socarrona, sabiendo perfectamente que la respuesta sería afirmativa. Grace miró a Danny y enarcó la ceja izquierda. ⸺¿Tenemos que conducir? ⸺preguntó. ⸺No. ⸺¿Vivimos lejos? ⸺A cinco minutos andando. ⸺Perfecto. Danny miró al camarero y le dijo: ⸺Sim por favor, para ela o mesmo e


3 para mim uma cerveja preta de duple malte Danny miró a Grace satisfecho, ella apretó los labios y dijo: ⸺Ya nos ha quedado claro, cariño. ⸺¿El qué? ⸺preguntó Danny fingiendo no entender. ⸺Primero: que te gusta el camarero. Segundo: que estás aprendiendo portugués más rápido que yo. ⸺No seas tonta. ⸺Gilipollas. ⸺Bruja. Una pareja se acercó a la puerta para salir del pub. Él le cedió el paso a ella. Al abrirla, el ruido de la lluvia se hizo más fuerte y una ráfaga de viento frío se coló en la estancia, Grace se estremeció, cogió la bufanda que colgaba del respaldo de la silla y se la enrolló alrededor del cuello. Unos segundos de silencio. ⸺¿Quién lo hubiera pensado? ⸺preguntó Danny, bajando la mirada hacia la mesa. ⸺Yo desde luego no ⸺contestó Grace. Pablo se acercó a la mesa y dejó la cerveza negra de doble malta delante de Danny y la Sagres rubia delante de Grace, que dijo: ⸺Fue un poco como huir, ¿no? Danny arqueó las cejas. ⸺Un poco. Teníamos razones para hacerlo. Una de ellas es que no aguantaba más en esa maldita isla. Grace sonrió; fue una sonrisa amarga, con un velo de tristeza. Una sonrisa detrás de la cual se ocultaban muchas cosas. ⸺Sí ⸺confirmó⸺. Al menos tú estuviste un tiempo viviendo fuera de Springfield. Yo ni siquiera eso. ⸺¿Has vuelto a hablar con alguien? ⸺No. Sólo con Beth. A ella no quiero perderla. ⸺¿Recuerdas aquella vez delante de la escuela? Cuando una mantis se le posó en el hombro. ⸺Dios ⸺dijo Grace con cara de asco. ⸺Cuando se dio cuenta, empezó a correr como una loca. Parecía que la persiguiera el mismo diablo. Se rieron y luego escucharon a Mariza cantar sobre un amor lejano. ⸺Han pasado muchas cosas ⸺dijo Grace mientras daba otro sorbo a la cerveza. Con todo lo que había bebido, debería sentirse un poco piripi, sin embargo estaba prácticamente sobria. ⸺Demasiadas ⸺respondió Danny. ⸺¿Te acuerdas de Rosy? ⸺Por supuesto. ¿Quién lo hubiera dicho? Parecía estar siempre al borde de un infarto. ⸺Cierto. Cuando llegó a Springfield parecía un pajarito asustado, pero luego todo cambió. ⸺Sí, también porque se encontró en una situación verdaderamente


4 difícil. Lo que le pasó no es algo que suceda todos los días. ⸺No, en absoluto ⸺convino Danny dando otro trago. ⸺Ya. Una vez estaba saliendo del Company y me la encontré sentada en el suelo, con un ataque de pánico. Me dio mucha pena. ⸺¿Echas de menos el Company? ⸺Por supuesto ⸺respondió Grace sin dudarlo⸺. Mi familia regentó ese bar durante casi veinte años. Me crie allí. Era un lugar acogedor. Al menos hasta que empezó toda la historia de mi hermano. ⸺Dios. Se me había olvidado. Qué locura. ⸺Parece mentira. No se puede decir que nos aburriéramos. Pero luego, en algún momento, dejó de ser emocionante, por así decirlo. Danny miró a su amiga, que apartó la mirada de la suya, intentando ocultar su brillo. «Su resplandor», como solía decir Danny. Grace tenía el resplandor, por su empatía, su perspicacia, su buen corazón, su fuerza, todo en ella irradiaba ese resplandor y Danny sabía y le había dicho muchas veces que había que proteger ese resplandor, «porque hay personas, sobre todo las pobres de espíritu, que se agarrarán a ese resplandor y lo querrán todo para sí y harán lo que sea para absorber su energía». ⸺No te preocupes ⸺dijo Danny, esbozando una sonrisa⸺. Lo encontraremos. Todo irá bien. Grace asintió con los labios apretados. Luego, sin decir palabra, decidieron que era hora de marcharse. Se levantaron, Danny se dirigió a la barra para pagar y salieron. El aire frío les golpeó en la cara como una bofetada. Grace se apretó la bufanda y se puso los guantes que llevaba en los bolsillos de la chaqueta. Era un domingo tranquilo, no había mucha gente, el barrio de Alfama estaba dormido y eso era algo muy raro y difícil de ver. «Nosotros tampoco dormimos nunca», pensó Danny sin comprender el significado de su pensamiento. Lo ignoró. Miró a su izquierda y vio el río sumido en la oscuridad del cielo y salpicado de unas pocas y embarcaciones diminutas. Empezaron a bajar por el Beco de Pocinho hacia los edificios bajos cercanos al museo judío. Ya casi estaban en casa. ⸺¿Qué tal la novela? ⸺le preguntó Grace con la voz amortiguada por la bufanda que le cubría la boca. ⸺Todavía hay mucho que contar. Acabo de empezar. Me gusta. Mañana imprimiré un par de capítulos y te los subiré. ⸺Me está gustando mucho. Danny miró a su amiga y sonrió. Danny escribía para Grace. Era su «lectora ideal». Cuando escribía una escena especialmente emotiva o importante, siempre se preguntaba qué pensaría Grace al leerla. No podía evitarlo. Permanecieron en silencio hasta llegar a la entrada del edificio. Danny pensó que habían envejecido. Y que había ocurrido de manera totalmente inesperada, sobre todo desde que habían abandonado la isla de Corinto y Springfield. Era inevitable, pensó. Había empezado a escribir la historia, pero aún no estaba terminada. Aún quedaba mucho por contar y ambos lo


5 sabían. Entraron en el edificio, subieron las escaleras hasta el segundo piso, Grace sonrió y le dio un beso en la mejilla, luego subió a la planta de arriba, sin decir nada más. Danny sabía lo que estaba pensando. La vio subir hasta que desapareció al doblar el recodo de la escalera, la oyó abrir la puerta y cerrarla con delicadeza. Sonrió para sí y entró en su casa. La música de la taberna seguía zumbando en su cabeza. Qué frío hacía. Encendió la calefacción. Se quitó el abrigo, pero no la bufanda. Abrió la nevera, cogió una cerveza y la abrió. Habían cenado como locos, no corría el riesgo de emborracharse. «No te preocupes, lo encontraremos», le había dicho él. ¿Lo creía de verdad? En parte, sí. ¿Estaba seguro de ello? Por supuesto que no. Danny caminó lentamente por el pasillo, sintiendo cómo crujía el suelo de parqué bajo sus pies descalzos. Entró en el estudio, su pequeño estudio que tanto amaba. Las librerías que rodeaban el escritorio le hacían sentirse seguro. Se sentó, encendió el ordenador y buscó en Internet la misma canción que habían escuchado en la taberna. Preciosa. Imaginó que Grace también había abierto una cerveza, se había puesto el pijama y se había sentado en el sofá, con los pies recogidos bajo su cuerpo, las luces tenues y unas cuantas velas de vainilla encendidas. Era importante que siguiera escribiendo. Era lo único que se sentía capaz de hacer para no olvidar lo que había pasado y contar todo lo que aún estaba por venir. Tenía que hacerlo. Quería hacerlo. Encendió la lamparita del escritorio, apoyó las muñecas en el ordenador y con los dedos empezó a rozar las teclas, suavemente. Comenzaron a moverse despacio, luego más rápido. Las librerías empezaron a desvanecerse; los coches que de vez en cuando pasaban bajo la lluvia, también. Oyó el sonido del mar contra las rocas (o quizás lo imaginó), recordó el aire húmedo y fresco, los años pasados, el olor de las hamburguesas del Company, las charlas interminables con Grace, los rostros familiares de la gente de Springfield. Todas esas historias, las lágrimas, los momentos maravillosos, las luchas. La vida. «No podemos hacer nada», le había dicho Bea Marsh en una ocasión, poco después de la muerte de su marido. Así va el mundo, algunas cosas no se pueden cambiar, solo aceptar. Y a partir de ahí, Daniel Shayne empezó a escribir de nuevo, sobre aquel día en que la vida de Rosy Vasco cambió, como la de Tony Marsh cuando encontró aquella maldita foto y la de Grace cuando le dijo que esperaba un bebé. A partir de ahí, la historia continuó. Y había mucho que contar.


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