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ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LAS COMUNIDADES LAICAS CISTERCIENES ENCUENTRO DE ESPAÑA 25 al 28 de Abril de 2013 Monasterio de Santa María de Huerta
En la tarde del Jueves 25 fuimos llegando al monasterio antes de Vísperas y tras la oración, el Abad Isidoro y Tina, dieron la bienvenida a los asistentes y se hizo una presentación de lo que sería el Encuentro. Polo, coordinador de la Fraternidad de Huerta ya había saludado y repartido carpetas con horario y lista de participantes, así como la carátula con el nombre de cada uno y el monasterio al que pertenecía, para que desde el principio pudiéramos irnos conociendo. RELACIÓN DE ASISTENTES Fraternidad Cisterciense de La Oliva (Navarra) Pilar Puente (Delegada) Guillermo Oroz Fraternidad Cisterciense de Vico (La Rioja) Carmen Solana (Delegada) Mª Ángeles Llamazares (Delegada) M. María Borrel (Enlace monástico) Puri Solana
Nico López Merche Rodríguez Familia Cisterciense de Villamayor de los Montes (Burgos) Tina Parayre (Comité Internacional) Olga Gamarra (Delegada) M. Presentación (Enlace monástico) César Martín Antonio Capilla Fraternidad Cisterciense de San Clemente (Sevilla) Puri Mendoza (Delegada) Fraternidad Cisterciense de Huerta (Soria) Polo Mosquera (Delegado) Mª Paz López Santos (Delegada) P. José Ignacio Manzano (Enlace monástico) Isabel Martín José Manuel Madrid Lourdes G. Ramos Mª Carmen Martín Pilar Rojas Pilar Claver Isy Liras Jesús Rivera Isabel Martínez
Tras la cena nos unimos a la comunidad de monjes para la oración de Completas y luego disfrutar una noche tranquila y reponer las fuerzas gastadas en el día. ………….…… El Viernes 26, fiesta de San Isidoro de Sevilla y onomástica del Abad Isidoro, quien presidió la Eucaristía. El evangelio del día (Mt 5, 13-16: “Vosotros sois la sal de la tierra (…), vosotros sois la luz del mundo”) animaba desde la mañana a mirar nuestra vida como laicos cistercienses y ser luz para otros y que puedan “dar gloria a Dios que está en el cielo”. Al ser el objetivo prioritario de este Encuentro la preparación del próximo Encuentro Internacional de Lourdes 2014 se escogieron como temas para las conferencias en Huerta “Camino Espiritual” y “Formación” al ser los temas propuestos por el Comité Internacional para ser tratados en Lourdes 2014. La primera charla (9:15-) a cargo del P. José Ignacio Manzano versó sobre la Formación (se adjunta a esta crónica como documento nº 1)1 y posteriormente, en pequeños grupos formados aleatoriamente, pasamos al Trabajo común sobre la exposición del tema y con el texto mártir que aportó el Comité Internacional para debatir el Estatuto sobre la Formación en Lourdes-2014 (Se adjunta el texto como documento nº 2).2
De nuevo juntos en la capilla para Sexta y después seguir compartiendo y conociéndonos en la comida, servida por turnos por los participantes del Encuentro. Estos momentos son especialmente valiosos a la hora de reunirse las Fraternidades, ya que no hay muchas oportunidades de conocernos y todos hemos valorado mucho el hecho de confraternizar en estos pequeños espacios que nos ayudan a consolidar la unión en la oración y el sabernos en lo mismo por el camino espiritual cisterciense. Después de Nona, hubo una puesta en común sobre el texto del Estatuto de La formación, aportando cada grupo lo que había comentado. Las impresiones sobre el texto mártir fueron positivas ya que se especifica la necesidad de una Formación común a todos pero respetando la autonomía de las comunidades laicas a la hora de elaborar su propio Plan de Formación. Se hicieron aportaciones y sugerencias de los tres grupos, que se enviarán a Tina. Sobre las 17:30, más bien pasadas, ya que la puesta en común se alargó bastante, el Abad Isidoro nos adentró por un sendero al que todos estamos llamados, en “Camino Espiritual”, título a su charla (Se adjunta el texto de la charla como documento nº 3).3
Tras la charla del Abad la campana del monasterio nos convocó a Vísperas. Más tarde la cena y de nuevo a la campilla para acabar el día juntos en Completas, dando gracias por lo recibido a lo largo del día. …………………. El sábado 27, se celebraba la fiesta del San Rafael Arnáiz (el Hno. Rafael); bajo el altar había una foto de todos conocida. En el evangelio del día (Jn 14, 7-14) escuchamos: “Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí”. Esa unión, dijo el P. Juan, que presidía la Eucaristía, esa unidad no es como lo que tantas veces queremos, una unión de hormigón, que no permite cambios, ni abrirse, que permanece inmóvil, estática… esa no es la que unión de Jesús y el Padre. A las 9:30 se inició el Trabajo sobre el Camino Espiritual. Se propusieron dos preguntas para adentrarnos en ellas primero personalmente durante un rato y luego compartir en pequeños grupos: 1) ¿Qué me ha aportado en mi camino espiritual el pertenecer a una comunidad laica cisterciense? 2) ¿Mi comunidad laica cisterciense hubiera sido la misma conmigo o sin mí? Posteriormente hubo una puesta en común en la que se compartió lo comentado en los grupos. Siendo este un espacio muy interesante para valorar cómo se vive el camino espiritual tanto personal como comunitario como laicos cistercienses.
De 12 a 13:30 se realizó una Visita especial “Año de la Fe” al Monasterio; guiada por los hermanos Eduardo y Paco Rivera. Es una iniciativa que se viene haciendo desde que empezó el Año de la Fe, en la que se explica el monasterio desde una dimensión no sólo histórica y arquitectónica, sino dando a conocer el fondo espiritual que animó a la construcción del monasterio desde el siglo XII. El agua, la luz, el claustro cuadrado significando la Jerusalén celestial del Apocalipsis, el ordenamiento de los espacios (cilla, refectorios, iglesia, etc.) todo enfocado a la vida que los monjes dentro de estas
bellas paredes que son como libro abierto explicando qué es la vida del monje en la sincronía de días y noches, de oración, lectio divina, trabajo, acogida, etc.
Después de Sexta, los encuentros en el comedor de la hospedería para la comida, siguieron siendo lugar para conocerse unos y otros, todos los participantes de las cinco Fraternidades presentes en Huerta. A las 15:45 figuraba en el programa el Trabajo común sobre la Asamblea general de la Asociación Internacional con los temas: Propuesta de Reglamento Interno y Elección del Comité Internacional con vista al Encuentro Lourdes-2014.
Tina propuso empezar tratando algunos temas que, en las puestas en común de los días anteriores, se había visto que eran de interés y se veía que era importante tratarlos. Se trato en primer lugar el hecho de que haya Fraternidades de laicos cistercienses españolas que no han podían asistir a este Encuentro, por el hecho de que no pertenecen a la Asociación Internacional de L.C. Hubo un gran y largo debate sobre este tema al haber, por parte de todos, una gran sensibilidad y un gran interés en crear vínculos de unión entre todos los que comparten nuestros valores cistercienses. Para aclarar este punto, Tina hizo referencia a los documentos aprobados por unanimidad en el Encuentro Internacional de Dubuque en los que se indica que sólo las comunidades laicas asociadas podrán asistir a los Encuentros y reuniones convocadas por las Asociación Internacional. También se aclara que las comunidades laicas que no forman parte de la Asociación Internacional ha sido por decisión propia y
conociendo las consecuencias de dicha decisión. También saben que tienen la posibilidad de integrarse cuando lo deseen siempre que reúnan las condiciones que se aprobaron y se recogen en los documentos de la Asociación. La mayoría de los presentes están de acuerdo con esta aclaración y en que en este tipo de reuniones sólo sean invitadas las comunidades asociadas, pero como se considera que es bueno que todos nos vayamos conociendo se planteó hacer Jornadas de Encuentro específicas con el fin de conocernos y compartir, ya que transitamos por el mismo camino, se pertenezca o no a la Asociación. Hubo una opinión dividida, ya que algunas fraternidades consideran que son muchas reuniones. En segundo lugar se planteó a Tina, como representante del Comité Internacional, que hubiera sido muy interesante preguntar con tiempo a las Comunidades Laicas Cistercienses qué temas de interés podrían ser llevados a los Encuentros Internacionales. No darlos por hechos, como en este caso. Para el siguiente Encuentro Internacional se pide que haya un sondeo sobre los temas a tratar. En tercer lugar se habló de la web de la Asociación indicando que tendría que ser más dinámica, más formativa e informativa. Que hubiera aportaciones de laicos cistercienses. Tina comentó que se necesita un equipo de personas para mantener la web activa, en donde tendría que haber traductores a los tres idiomas oficiales, y un encargado de actualizarla (ahora que Dennis no puede); así como personas que valoraran lo que se publica o no se publica. Sonó la campana para ir a Vísperas. Todos lo estábamos necesitado pues el día fue intenso y había que empezar a reponer fuerzas en la oración. Y después en la cena. …………
El domingo 28 tras las oraciones y el desayuno se comenzó la sesión de Trabajo común tratando temas generales: -
Aclaró Tina cual es el objetivo de los escritos que han de aportar las Comunidades Laicas sobre el Camino Espiritual y cual es el sentido de elegir uno en cada idioma para ser leído en el Encuentro Internacional. También indica que con todos los textos recibidos el C.I. redactará una síntesis que será texto mártir para trabajar en el Encuentro Internacional y elaborar un documento para presentar al Capítulo General de la Orden. Este documento puede ser un gran testimonio de como avanzamos los laicos en nuestro camino espiritual por medio de nuestras Fraternidades junto a las comunidades monásticas a las que estamos vinculados, confirmando la fuerza y veracidad de nuestro carisma laico cisterciense
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El C.I. también solicita un Informe Interno para actualizar y tener datos reales de todas las comunidades laicas cistercienses de la Asociación.
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El Encuentro Internacional-2017 será en un país de habla hispana. Se habló de la posibilidad de hacerlo en Madrid para facilitar el acceso a todos los participantes. De celebrarse en España se crearía un comité conjunto de Fraternidades para organizar el Encuentro.
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Se presenta la propuesta de crear una Bolsa Común para atender los gastos que suponen desplazamiento y alojamiento de los delegados de Fraternidades que no puedan atenderlos.
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Se pide a Huerta hacer la crónica del Encuentro.
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Tina reenviará a las fraternidades las aportaciones de los grupos pequeños sobre la Formación y el Camino Espiritual cuando los complete.
VOTACION Se plantean tres preguntas para ser votadas por los representantes de las Fraternidades presentes: 1) ¿Deseamos que las comunidades de laicos cistercienses puedan hacer propuestas de los temas a tratar en los encuentros internaciones? -
Frat. La Oliva: Frat. Villamayor: Frat. Vico: Frat. S. Clemente: Frat. Huerta:
Sí Sí Sí Sí Sí
2) ¿Deseamos hacer, entre el próximo encuentro internacional (Lourdes-2014) y el siguiente, unas jornadas invitando a los laicos cistercienses de comunidades que no estén asociadas? Se acuerda preguntar a las Fraternidades y después se volverá a tratar. 3) ¿Deseamos que se cree un sistema para que el costo de los viajes a los encuentros internacionales sea igual para todos? - Frat. La Oliva: Sí - Frat. Villamayor: Sí - Frat. Vico: Abstención - Frat. S. Clemente: Sí - Frat. Huerta: Sí Finalizada la votación queda clausurado el Encuentro
De nuevo nos reunimos en la Capilla para celebrar la Eucaristía de este domingo V de Pascua, en el que las lecturas hablan de abrir puertas (Hc 14,21b-27 “… cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe”); de novedades (Ap. 21,1-5ª “Todo lo hago nuevo”); y “la señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros” (Jn 13, 34-35)
Como cada día se finalizó la Eucaristía entonando juntos a María el canto más cisterciense: “Madre de la Iglesia, Reina del Cister, Virgen María, intercede por nosotros, acompaña y mantén en la esperanza al Pueblo de Dios que camina hacia el Reino de tu Hijo”… Alleluia, alleluia, Alleluia.
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Documento nº 1 LA FORMACIÓN, CAMINO DE CONVERSIÓN 0 INTRODUCCIÓN
Ya se que no sois monjes ni monjas, pero se que vuestra vida cristiana, que vuestra vida de discípulos de Cristo, está creciendo en esta prometedora “rama” que el Espíritu ha hecho brotar en el árbol de la familia cisterciense. Voy a leer el número 1 de la constitución 45 de la O.C.S.O, que habla de la formación; y nos daremos cuenta de que no es necesario cambiar ninguna palabra, salvo donde dice “vida monástica” (que podemos cambiar por “vida cristiana”, sin forzar el texto y su contexto) y que se puede aplicar completamente a las Fraternidades de Laicos Cistercienses. “La formación en la vida cisterciense tiene como fin restaurar en los hermanos la semejanza divina por la acción del Espíritu Santo. Ayudados por el cuidado maternal de la Madre de Dios, los hermanos van creciendo en la (vida cristiana), hasta alcanzar progresivamente la madurez de la plenitud de Cristo”. También el número 3 de dicha constitución puede aplicarse literalmente a las Fraternidades de laicos Cistercienses: “Esta formación, que se inicia en el momento del ingreso y se debe prolongar durante toda la vida, abarca varios aspectos: el humano, el doctrinal y el espiritual”. “La formación cristiana es como la respiración, algo que acompaña a la vida en su transcurso ordinario y extraordinario; es su ritmo constante, y que se realiza de acuerdo con el plan de Dios. La formación es fundamentalmente acción divina, por tanto don y gracia, antes que ser esfuerzo del hombre; pero requiere la plena disponibilidad del hombre, su libertad, inteligente y activa, para aprender de toda persona y en todo contexto, en cada época y edad, con el fin de dejarse instruir y enriquecer”. Estas palabras son de Amedeo Cencini, autor de diversos libros, hombre de gran experiencia en el acompañamiento personal y uno de los máximos representantes de la psicología en el terreno espiritual formativo. Ha publicado un trabajo sobre la formación permanente en la vida consagrada. Quiero servirme de algunos subrayados importantes que hace el autor, ayudarnos a profundizar en esta tarea importante de nuestra vida. La etapa que estamos viviendo como Iglesia viene caracterizada por un clima de incertidumbre y al mismo tiempo de discernimiento, de expectativa y transición, de largo camino por el desierto sin que se vea todavía cerca la tierra donde habitar. Muchos ven todo esto como un hecho negativo, induciendo a una cierta desconfianza y depresión; hay otros muchos que sienten soplar los nuevos vientos del Espíritu, que nos están liberando de tantas pequeñas y grandes esclavitudes para hacer nuevas todas las cosas. Es el tiempo que nos toca vivir, tiempo cargado de desafíos y promesas, y que puede convertirse en nuestras manos en verdadero tiempo de gracia y de sabiduría, de renovación desde las mismas raíces de nuestro ser creyentes en el Dios de la salvación. Con tal de que sepamos captar los “murmullos del Espíritu”, y reconocer los caminos que está abriendo ante nosotros. Uno de estos “murmullos” o de estos caminos es la formación permanente en el camino de una conversión permanente. La formación permanente debería formar parte de la evolución profunda y normal del ser creyente; debería concebirse más como formación ordinaria que como algo extraordinario; debería ser unificadora del camino de vida diario, querida más por cada uno de vosotros que por los monasterios y monjes que os acogen, ya que en muchos
casos puede terminar siendo impuesta por estos y mal digerida por muchos de aquellos. Puede que algunos no terminen de sentir la formación permanente como una gracia sino como una carga. Los documentos del magisterio nos recuerdan una y otra vez que la renovación de la vida de la Iglesia depende principalmente de la formación de los creyentes y de una manera especial de la formación permanente de los mismos. Una formación defectuosa o ausente, precisamente porque no acompaña la vida toda del creyente, no puede ciertamente renovar la vida del bautizado en particular y la vida de la Iglesia en general. Acabo de decir y lo haré a lo largo de la reflexión que la FORMACIÓN PERMANENTE DEL CREYENTE ES CAMINO DE CONVERSIÓN PERMANENTE. Si nuestra vida cristiana no es formación permanente, conversión permanente, será frustración permanente. Lo contrario de la formación no es simplemente la falta de ayuda o la pérdida de una oportunidad, sino el proceso opuesto: el de la de-formación. Nuestros Padres Cistercienses a esta “de-formación” la llaman “pecado”. 1. NUEVA IDEA DE LA FORMACIÓN PERMANENTE En la mentalidad dominante, la formación es sobre todo la inicial: se trata en efecto del período de crecimiento por excelencia. La etapa posterior es considerada como una etapa única y sin distinción en la que bastarían ciertos “reclamos” (ej. el retiro mensual, los ejercicios espirituales anuales o, a lo sumo, algunos cursillos periódicos de actualización) para mantener el tono espiritual: “mantener” como si ya no fuera posible crecer. Este tipo de interpretación ha prevalecido durante mucho tiempo, y es probablemente responsable, aunque de manera indirecta, de las tristes consecuencias que todos sabemos y experimentamos: de una vida que se ha ido alejando progresivamente del ideal, de un enamoramiento que poco a poco se ha ido disipando y de una persona que ha iniciado en ese momento un lento declinar hacia la insignificancia y la apatía, la rutina y el aburrimiento. La perspectiva normal desde la que hay que observar y programar el camino de maduración de la persona es la de la vida en su totalidad, porque sólo con el paso de los años y con el sucederse de las distintas fases o etapas evolutivas de la vida, puede llevar a cabo el individuo, en la medida en que es posible, el ideal que se ha propuesto. La formación es de por sí permanente. La formación permanente no es lo que viene después de la formación inicial, sino lo que –por paradójico que pueda parecer- la precede y la hace posible, la idea madre o el seno que la cobija y le da identidad. Esto, que es verdad en el plano simplemente humano, es aún más verdad en el plano de la teología de la fe. La fe tiene una estructura progresiva y dinámica, histórica y existencial, es un asentimiento que va madurando Creer es como una lenta peregrinación que a cada paso revela algo nuevo y acaso imprevisto, una experiencia de Dios que día a día se enriquece y es puesta a prueba, que debe luchar y se hace más fuerte, hasta el último día de la vida. El fin de nuestra vida monástica y cristiana es la conformación con Cristo y con su total oblación, y a esto se debe orientar ante todo la formación; es más, en esto consiste la formación, en esto consiste la conversión, en un itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre. Evidentemente un itinerario como este no puede sino durar toda la vida e implicar a la persona entera. No basta ciertamente un tiempo limitado para llegar a tener los “sentimientos del Hijo”; es más, no bastará ni
siquiera la vida entera y, por consiguiente, será necesario caminar todos los días por este exaltante y fatigoso camino, con la mirada puesta en un objetivo que nos supera por todas partes. Es importante comprender la relevancia teológica del concepto de formación permanente, porque esto nos permite entender mejor la naturaleza de la vida cristiana, que es, por su naturaleza, como una larga, paciente y nunca acabada gestación del Hijo en nosotros por obra del Padre y por el poder del Espíritu, como un interminable proceso evolutivo psicológico y al mismo tiempo espiritual. Otra dimensión importante a subrayar es la de la formación como misterio, o como acogida del misterio del hombre y respuesta a él. Misterio no simplemente como algo que no se puede entender, como oscuridad para la mente, penetrable sólo para el acto (ciego) de fe, sino como posibilidad de mantener dinámicamente unidos polos aparentemente opuestos, como pueden ser los límites y las aspiraciones del hombre, o el santo y el pecador presentes en todo ser humano, su libertad y su esclavitud, el espíritu y el cuerpo, la llamada de Dios y las pretensiones del instinto. El misterio del ser humano es ambas cosas, sería absurdo suprimir una de las dos dimensiones, y es precisamente esta dimensión del misterio que somos la que permite integrar con inteligencia, los dos polos contrapuestos no ya como contrapuestos, o por lo menos no ya de un modo irremediable o estérilmente conflictivo. Por ejemplo: el hombre espiritual no es tanto el “perfecto”, que ha suprimido sus instintos y no siente ya ninguna llamada de la carne, cuanto el que ha aprendido a reconocer en ella una llamada aún más profunda que abre la vida a la relación auténtica con el Señor. La dinámica formativa que se prolonga a lo largo de toda la vida permite penetrar hasta el fondo este misterio del hombre, hasta descender, por ejemplo, a los infiernos de su iniquidad y vulnerabilidad, y ascender también para captar la trascendencia de la llamada que lo introduce en el mundo de los deseos divinos; a lo largo de la vida los hechos positivos y negativos se suceden y contraponen, trazando, al final, una imagen realista del hombre, en la que la conciencia de pecado se une armónicamente a la auténtica tensión a la santidad. En un camino formativo que dura tanto como la existencia es más fácil captar la misteriosa complejidad del corazón humano, su grandeza y al mismo tiempo su debilidad. En la formación permanente es donde se revela con claridad la verdad del hombre, santo y pecador, hecho de tierra y de deseos celestes, y en donde se corrigen los unilateralismos y exageraciones, en sentido optimista o pesimista, de las visiones parciales que no saben acoger el misterio. 2. EL RETO DE LA “DOCIBILITAS” Entre la formación inicial y la formación permanente, hay un punto de encuentro que hace posible la continuidad de la formación de la persona a lo largo de toda la vida. Dicho punto de encuentro está constituido por lo que Cencini, el autor ya citado, llama la docibilitas Docibilitas es la libertad del sujeto para dejarse tocar/educar por la vida, por los otros y por toda la situación existencial, con el fin de aprender de la vida y la experiencia. No se trata sólo de docilidad, ya que implica determinados factores más allá de la acogida obediente y un tanto pasiva. Se trata de: • El compromiso pleno, activo y responsable de la persona, primera protagonista del proceso educativo.
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Una actitud fundamentalmente positiva frente a la realidad: de reconciliación y agradecimiento hacia la propia historia y de confianza en los demás. • La libertad interior y el deseo inteligente de dejarse instruir por todo lo que sea verdadero, bueno y bello. • La capacidad de relación con lo otro con el otro, con los otros, capacidad de relación fecunda, activa y pasiva, con la realidad objetiva, hasta dejarse formar por ella. Todo ello nos pone en actitud de “aprender a aprender”, es decir, de vivir en un estado continuo de formación a lo largo de la existencia. Este estado interior para aprender en la vida y de la vida es precisamente el punto de llegada de la formación inicial; y en este punto precisamente es donde la formación inicial “abre” a la continua y se une a ella. Hemos de tener claro el error de algunos “tópicos”, que con mucha frecuencia escuchamos o incluso nosotros defendemos, pues no siempre es necesariamente verdad que la “experiencia enseña”, o que “errando, o incluso pecando, se reaprende”, o que “la historia es nuestra maestra de la vida”, o que “uno tiene derecho a equivocarse”, y otras frase por el estilo. Son muchas las personas adultas que repiten siempre impertérritas los mismos errores (echando regularmente la culpa a los demás), o que confunden la madurez con un título académico, o con el fruto natural de la ancianidad. En cuanto a la historia se ha dicho que lo único que enseña es que algunos, acaso muchos, nunca aprenden nada de ella. Y es verdad que hay que respetar el derecho de cada uno a equivocarse, pero sería más digno todavía ayudarles a reconocerlos y si es posible, a evitarlos. Si la docibilitas es el reto y el objetivo de la primera formación, la formación permanente es el reto del reto, contenido en la vida de siempre, y puede entenderse como la disponibilidad constante a aprender que se expresa en una serie de actividades ordinarias, y luego también extraordinarias, de vigilancia y discernimiento, de ascesis y oración, de estudio y trabajo, de verificación personal y comunitaria, etc., que ayudan cotidianamente a madurar en la identidad creyente y en la fidelidad creativa a la propia vocación en las diversas circunstancias y fases de la vida. Hasta el último día. Se trata, por tanto, de un proceso que prolonga en el tiempo la formación inicial y del camino que va haciendo la vida consagrada “como un proceso de conversión continua”, o como una peregrinación de la fe. En este caminar, individual y de grupo, todo acontecimiento, aun el que parece negativo, y toda realidad, aun la inédita e imprevista, pueden convertirse en instrumento providencial a través del cual el Padre forma en el discípulo los sentimientos del Hijo, y este se deja formar por él y por sus mediaciones. La formación permanente es exactamente este proceso humano-divino en acto, es el sujeto que de hecho se deja provocar y modelar por la existencia de todos los días, no sólo en las ocasiones especiales y a través de intervenciones excepcionales, sino también a través de los que se podrían llamar los “instrumentos cotidianos” de la formación permanente, desde las mediaciones más humildes y ordinarias hasta las más intrínsecas y explícitamente formativas: la relación con Dios y con los hermanos, la Palabra del día y las palabras de todos los días, el ambiente monástico, la comunidad fraterna y la gente en general, los acontecimientos y los incidentes, los superiores y la gente sencilla, los signos de los tiempos, el carisma de la orden, la cotidianidad más ordinaria y también los imprevistos.
Adquieren entonces cierta importancia algunos instrumentos comunitarios de crecimiento, que ayudan en particular a vivir juntos, delante del mismo Dios y Padre de todos, las experiencias positivas y negativas, el bien y el mal que forman parte de la vida cotidiana; por ejemplo la puesta en común de la Palabra, discernimiento comunitario, la corrección fraterna, la revisión de la vida, etc. Es importante redescubrir el papel y la función educativa de la comunidad, dentro de esta lógica de formación permanente “ordinaria”. Por eso todo lo que acontece en el ritmo diario de nuestra vida, puede ser interpretado como llamada misteriosa o posibilidad de purificación y crecimiento, incluso un sufrimiento, una calumnia, un fracaso… Es como si la vida toda estuviera salpicada de innumerables ocasiones formativas, que nos mantiene jóvenes y capaces de mejorar continuamente, y sostiene alta la tensión saludable del crecimiento y la capacidad para apreciar las novedades y la belleza de la vida. 3. EL CARÁCTER EXTRAORDINARIO DE LO ORDINARIO Si el proceso de la formación permanente abarca la vida entera y se extiende, por tanto, a las actividades ordinarias, esto no se produce automáticamente, sino sólo cuando estas se realizan con un cierto espíritu; por otro lado, aunque todo es formativo, hay sin embargo algo que lo es de manera particular, ciertos momentos privilegiados del día y del tiempo (pensemos, por ejemplo, en la eucaristía), que no sólo no deben descuidarse, sino que es menester además promover y vivir con fidelidad: gracias a ello adquiere lo demás valor formativo. De este modo lo ordinario y rutinario, lo pequeño y aparentemente insignificante, se convierte realmente en momento normal e indispensable del proceso de la formación permanente, y sólo así puede este proceso durar toda la vida. Siempre estamos tentados de evadirnos y buscar en otra parte condiciones mejores, justificando acaso nuestra mediocridad con la excusa del ambiente o las personas con las que nos ha tocado vivir, o lamentándonos de lo que nos reserva la vida de cada día, por ser débil y limitado, o repetitivo y trivial, o demasiado simple o excesivamente ordinario. Un poco como Naamán el sirio, que se irrita ante la propuesta que le hace el profeta, considerada demasiado trivial, irrespetuosa incluso para alguien como él. En cambio, la formación permanente nace de la fe elemental en el misterio del vivir ordinario, se hace posible a partir de la aceptación incondicional del mismo en su cotidianeidad a veces gris, sin artificios ni huidas; estriba en la convicción de que la vida nos forma si la respetamos, si la aceptamos de mano de Otro, si no pretendemos dominarla, corregirla, suprimirla en alguna de sus partes, limarle alguna arista, hacerla más agradable. La vida nos forma cuando no nos dejamos dominar por la manía y la preocupación pagana de programar, garantizar, calcular, asegurar… arreglando y conduciendo las cosas y la vida como el que tiene que defenderse continuamente de un enemigo al acecho. Actuar así es carecer de confianza, y no saber que no hay vida humana tan pobre y trivial que no pueda estar habitada por el poder de la gracia. Decía Guardini: “Quien ajusta las cosas según su imaginación…, quien hace violencia a la verdad, hace violencia también a Dios. Piensa a Dios en términos imaginarios, porque lo esquiva. Pero si toma las cosas como son, también su pensar a Dios alcanza a la realidad. Si acepta las cosas como voluntad del Dios vivo estas mismas cosas lo llevan a una actitud en la que entiende la palabra con la que Dios habla de sí mismo… La palabra con la que Dios me habla de sí se abre a la interpretación
mediante lo que me ocurre, y la entiendo en la medida en que acojo con obediencia y confianza estos sucesos. En lo ordinario de la vida cotidiana, en su debilidad incluso y en lo que tiene de imprevisible, se esconde el poder extraordinario e inédito de la gracia. En esta conversión de lo ordinario en extraordinario consiste ante todo la formación permanente. Desde que Cristo murió en la cruz cualquier situación, aún la más débil y trágica, o aparentemente en quiebra y maldita, puede convertirse en lugar y causa de salvación. Si el contexto histórico elegido por Dios o a través del cual nos ha salvado el Padre es un crimen horrendo, cualquier escenario histórico es ideal para vivir la propia historia personal de salvación. Decir que la formación permanente tiene un ritmo vital significa concretamente que nos educamos y formamos en la vida y en las relaciones cotidianas, en contacto con las personas con las que nos es dado vivir y que no hemos elegido, sin evitar por tanto los tipos difíciles o imposibles, considerados tales, ni huir de las rupturas o contradicciones de la vida de siempre, sin soñar una perfección irreal, que no es de este mundo, ni una santidad sin debilidades, que no tiene nada de cristiana; sin pretender que el reino de Dios se dé “ya” ahora, y desaparezca del mundo toda huella de resistencia y oposición a él, toda toxina del anticristo. De manera más práctica todavía, afirmar que es la vida la que nos forma significa subrayar el valor educativo intrínseco de dos contextos característicos de nuestra vida: el ritmo de la jornada y la vida en común, como dos lugares naturales de formación. 4. DOS LUGARES NATURALES DE FORMACIÓN El “ora et labora”, con las fatigas y desilusiones que conlleva, es uno de los lugares naturales en que el monje está llamado a crecer, en el que es edificado por la misión que desempeña, en el que tiene continuas y excepcionales ocasiones de desarrollar en sí la perfección de la caridad, que constituye el secreto de nuestra vida en Cristo. El “ora et labora” nos forma porque es una escuela: “UNA ESCUELA DEL SERVICIO DIVINO”; así ofrece san Benito su Regla a sus discípulos. En efecto, no es, ante todo, un conjunto de costumbres o preceptos que observar, sino una vida. Los consejos que da son otros tantos puntos de referencia acerca de un camino que él mismo ha recorrido antes, que le han sido dictados por la experiencia y prudencia adquirida en la vida diaria, y que ha consignado poco a poco, para que esta vida de fe se transmita a los discípulos en el futuro; camino de la conversión del corazón y la intimidad divina, en la humilde caridad. Quiero recordar aquí nuevamente que la FORMACIÓN PERMANENTE DEL CREYENTE ES CAMINO DE CONVERSIÓN PERMANENTE. Los primeros cistercienses tomaron y desarrollaron esta idea de la “escuela”, en este siglo XII, rico de escuelas prestigiosas (antecesoras de nuestras facultades). Se propusieron abrir una ESCUELA DE CARIDAD (“Schola charitatis”). Allí no se da retórica, ni escolástica, ni ciencia profana. La enseñanza no se toma de los libros; se da en la vida misma, sobre la marcha, por así decir; y el maestro, si no es brillante dialéctico, sí es hombre experto en los caminos de Dios. Convierte los corazones al Verbo de Dios, enseña a alimentarse de Él y descubre a sus discípulos el arte de buscar a Dios. Conocerse y conocer a Dios es toda su ciencia. Se trata de descubrir la miseria del propio corazón y la herida del pecado, dentro de la tierna compasión de Dios, para ser purificado de todo ello y recibir el corazón manso y humilde de Jesús. Conociendo
por experiencia el gran amor con que lo ha amado el Padre, el corazón del “estudiante” se hace capaz de la caridad misma de Dios y desborda de su piedad que se extiende a todos los hombres y no cesa de refluir hacia su fuente, en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La vida cenobítica, la vida en fraternidad, es otro de los lugares naturales en que estamos en permanente formación; aprendiendo diariamente el difícil arte de crecer juntos, dejándose formar y modelar por los hermanos, a los que no nos une ningún vínculo de carne ni de sangre humana, pero sí nos une la misma Carne y Sangre de Jesucristo que se convierte en instrumento misterioso de la acción formadora del Padre. La fraternidad cristiana es ante todo, el lugar en el que todo está ordenado en función del crecimiento de todos, en el que se custodia el don particular del Espíritu y resuena la Palabra, en el que se comparte la tensión de la santidad y también esa misericordia que es más fuerte que el pecado; pero es antes aún el lugar de la relación con el otro, y del “otro” verdaderamente tal, porque no ha sido elegido por el sujeto, sobre la base quizá de sus preferencias, y porque con frecuencia, hoy cada vez más, es distinto incluso de origen y nacionalidad, cultura y experiencia de vida, gustos y costumbres. Vivir en comunidad significa aprender la ascesis del “reconocimiento radical del otro”, de la aceptación incondicional de su realidad total, incluidas sus miserias y cuanto le hace indigno de amor, y es disciplina de realismo, de capacidad de acogida, de mirada que sabe captar la amabilidad radical de la persona más allá de la apariencia e incluso de los comportamientos a veces negativos. Pero la vida común forma sólo a los que se dejan formar y acompañar por ella, que no son ciertamente los llamados “consumidores” de comunidad, (de los que se dicen: “la comunidad para mí”) sino exactamente los opuestos, los “constructores” de comunidad (de los que se dicen: “yo para la comunidad”); es decir, los que aceptan ser responsables del crecimiento de los demás, custodios unos de otros, los que se hacen cargo de quienes están a su lado, de ayudar y dejarse ayudar, de sustituir y ser sustituidos. Nadie puede descargar sobre la fraternidad la tarea de su propia formación, y esperarlo infantilmente todo de ella; o pretender que sea perfecta para recorrer el camino personal de crecimiento, justificando acaso su inercia al respecto con la inmadurez de los otros. La comunidad es formativa en la medida en que la hacen formativa sus componentes, o en la medida en que cada uno se hace cargo de los otros hermanos y de toda la comunidad. Así pues, es precisamente el sentido de la responsabilidad mutua, de la responsabilidad fraterna, el que hace de la comunidad lugar y sujeto de formación, y de formación permanente. 5. EL RITMO COTIDIANO Dentro del gran ritmo existencial, en el sentido de que es la vida la que nos va formando, se hace evidente otro ritmo, que marca el tiempo a todo el proceso de la formación permanente: es el ritmo de la vida de cada día, ritmo humilde y con frecuencia ignorado, porque normalmente nadie le concede importancia cuando se habla de formación permanente, pero que está cargado de gracia y de posibilidad de crecimiento. Es el ritmo que da a la jornada una estructura precisa, reflejo de lo que es más importante en nuestra vida, de lo que debe permanecer en el centro y no debe
descuidarse por ningún motivo. Es un ritmo que distribuye tiempos, energías y actividades de acuerdo con un cierto orden, a fin de que este orden se haga interno al individuo; es como una regla de vida que da unidad, como un horario no escrito sobre el papel ni impuesto desde fuera, sino que articula de modo inteligente la jornada. Es un ritmo que no sólo confía a cada día ciertos valores con sus correspondientes modos de vivirlos, sino que los custodia y protege como algo precioso. Dicho ritmo se expresa naturalmente en lo que podemos llamar los rituales cotidianos, formados no sólo por la organización que nos da el horario, sino también en los gestos, modos, actitudes, palabras, etc. repetidos habitualmente y no necesariamente relevantes, pero que articulan el vivir cotidiano. Es todo aquello que predispone a acoger el don con la sorpresa de la primera vez, a cumplir con el deber con plena responsabilidad a vivir delante de Dios la plena consagración en los diversos momentos del día, simplemente para hacer bien lo que se está llamado a hacer, con solicitud y ánimo alegre Los rituales cotidianos expresan no sólo el ritmo, sino también, a través de él, lo que la persona ama y cree, y el empeño que pone en seguir amándolo y creyéndolo, o bien las atenciones, pequeñas o grandes, o los signos y símbolos, oraciones y operaciones, escogidos por cada uno o por la comunidad, que pueden ayudar a permanecer fieles, diaria y creativamente fieles. Son o se convierten en costumbre, pero ayudan a mantener vivo y a renovar el impulso de la decisión inicial; son por tanto buenas costumbres. Cuando son comunitarias regulan la relación con el grupo y fomentan el sentido de pertenencia y la fidelidad de todos; pueden dar desde fuera una sensación de monotonía y repetitividad, pero la regularidad diaria ayuda a penetrar en el sentido profundo de una práctica vital. Los llamados rituales cotidianos pueden ser personales-individuales y colectivos-comunitarios. Rituales personales-individuales La Eucaristía de cada día y la escucha de la Palabra al comienzo de cada día, no debería ser un tiempo cualquiera, lleno de interferencias, somnoliento y cansado, sino un tiempo íntegro y adecuado, para no orar con el corazón y la mente en otras cosas. Es ritual el modo de disponerse al trabajo cotidiano; creando ritos adecuados para aligerar y alegrar una tarea de por sí en general repetitiva y sin particulares sorpresas Es necesario naturalmente que nuestros rituales personales sean elegidos y estructurados con inteligencia, para que, con la oportuna variedad, resulten portadores de una disciplina elástica y agradable, de modo que responda a las necesidades del individuo y lo inste en la justa medida a abandonar costumbres o modos de comportamientos inmaduros y a adquirir hábitos buenos, más libres y liberadores. El ritual debe ser siempre personalizado y elegido por un corazón vigilante y lúcido que piensa y quiere conseguir un determinado objetivo, quizá no fácil ni inmediato, pero cuyo anhelo de alcanzarlo lo mantiene luego vivo; y como progresivamente facilita su acceso, cada vez se realiza de un modo más natural y espontáneo, como si formara parte de uno mismo. Precisamente por eso al final da alegría y es sentido como un aliado fiel en la propia formación. Rituales colectivos-comunitarios También a nivel comunitario los rituales son indispensables, porque constituyen los lenguajes normales que crean claridad en los fines y en los modos concretos de conseguirlos, así como en el estilo existencial coherente con ellos, y que promueven la convivencia en la perspectiva de una educación mutua.
A través de los rituales de cada día la vida cotidiana es sometida a la disciplina de la aceptación de un “orden” interno y externo, que encuentra en el ritual una ayuda para dar alma a ese orden, convirtiéndolo en instrumento de formación permanente. Son rituales comunitarios, por ejemplo, ciertos modos de vivir la relación, desde el saludo por la mañana al “rito”, precisamente, de la comida en común, precedido por la oración de bendición de la mesa. Gestos sencillos, decididos en comunidad, refiere y revela la relación religiosa común y el tipo de cultura de la convivencia, iluminada y concretada por un efectivo compartir no sólo los bienes materiales, sino también y antes los espirituales, y que crea en cualquier caso un clima de familia, indispensable para caminar y formarse juntos. 6. RITMO DEL TIEMPO ORDINARIO Cencini, al que venimos siguiendo en la reflexión sobre la formación permanente, hace un comentario sobre la formación del Año Litúrgico; la dejo para los distintos tiempos correspondientes porque nos pueden ayudar a vivirlos. Paso a la reflexión que hace del llamado Tiempo Ordinario. Para el cristiano todo domingo es pascua, así como toda oración expresa la espera del que ha de venir, toda relación humana revela al que está siempre con nosotros, el Enmanuel, todo sufrimiento es participación en el misterio de la pasión del Hombre de dolores, todo anuncio es manifestación del Espíritu y celebración de su poder y fantasía. Dicho de otro modo: también el tiempo ordinario es tiempo de salvación y santidad, porque esta también se realiza en los días laborables y no sólo en los festivos. Pero se nos pide una condición: que haya detrás un deseo intenso, un deseo extraordinario en el tiempo ordinario. Es decir, una motivación fuerte para caminar, para aprender de todo y de todos, para crecer en la propia vida cristiana, para mejorar la calidad de las aspiraciones, para entender y apreciar el sentido de la vida que transcurre, sin reducirlo a un mero y triste proceso de envejecimiento, y, por consiguiente, para vivir plenamente la etapa existencial que se está viviendo, sin añorar y correr tras otra. Es el deseo que hace nacer dentro la disponibilidad para aprender; cuanto mayor sea el deseo más atenta estará la persona para aprovechar cada circunstancia de la vida como momento formativo. Por lo demás, sin la humildad y el aparente anonimato del tiempo ordinario una cierta interpretación del tiempo extraordinario correría el riesgo de ineficacia, la vida se reduciría a una historia de provocaciones eventuales y excepcionales, y la formación permanente se reduciría, una vez más, a las consabidas iniciativas extraordinarias y esporádicas. Hay que recuperar la dignidad y el valor de lo cotidiano, devolver eficacia a lo normal y no despreciar lo que es rutinario y se repite todo los días, aprender a dejarse educar-formar por las mediaciones de siempre y no esperar el gran acontecimiento, el gran profeta, la gran emoción, para llevar a cabo la formación, ni pretender que se den las supuestas “condiciones ideales” para crecer o exigir un gran signo para convertirse. El verdadero problema es la perspicacia o atención con que se reconocen, aceptan y utilizan las diversas incitaciones que se nos presentan en el tiempo ordinario; perspicacia y atención que nacen del deseo de ir al encuentro del Esposo; deseo que, a su vez, enciende el deseo de aprender de todo y de todos, la lámpara de la docibilitas (la libertad del sujeto para dejarse tocar-educar por la vida, los otros y toda la situación existencial, y aprender de la vida y la experiencia) que nos permite ver en
profundidad, aun en medio de la noche de situaciones imprevistas y aparentemente hostiles. Por eso, cuanto más vivo es el deseo de configurarse con el modelo del Hijo más capaz es la persona de captar el sentido formativo intrínseco de las diversas situaciones de la vida y más libre para dejarse formar por ellas. Es más, se puede decir que sólo un deseo extraordinario permite una formación permanente en el ritmo ordinario de la vida cotidiana. Pero, en cualquier caso, es fundamental reafirmar que de hecho la formación permanente está ya dentro de la vida, en la vida de cada día; nos está ya dada; es la respiración de la vida; es gracia que previene y que acompaña. Por tanto, cada día, cada instante de la vida es gracia, gracia de formación permanente, con su fascinación y su gravedad, sus crisis y su belleza. P. José Ignacio Manzano 2
Documento nº 2
ESTATUTO SOBRE LA FORMACIÓN
Declaración sobre la Formación de los Laicos Cistercienses
Introducción: Reconocemos la necesidad de una declaración oficial sobre la Formación de los Laicos Cistercienses, que sea común a todos pero siempre respetando la autonomía de cada comunidad. Este Estatuto Formación es necesario para edificar una identidad laica cisterciense común a todos, que ya fue reconocida y aceptada por todos en el documento Identidad Laica Cisterciense aprobado por unanimidad en el Encuentro Internacional de Santa María de Huerta 2008. Es fundamental distinguir el significado entre “Formación” y “Programa de Formación”. Entendemos que la verdadera Formación es la que, por su medio, realiza nuestra transformación – conversión y que se produce por nuestro deseo y voluntad de aprender para encarnar los Valores Laicos Cistercienses. Por tanto, partimos de la base de que esta declaración es sobre la Formación entendiendo que cada Comunidad Laica tiene total autonomía para elaborar su propio Programa de Formación guiándose por los contenidos, fundamentos y principios básicos de esta declaración. Contenidos:
Entre los contenidos fundamentales para ser conformados a Cristo según el carisma Cisterciense destacamos: • • • •
Lectio Divina Regla de San Benito Herencia literaria cisterciense tanto antigua como contemporánea Oficio Divino
El contenido de la Formación puede adaptarse a las circunstancias y necesidades concretas tanto de la comunidad en general como de sus miembros individualmente, siendo fundamentales los conocimientos de Biblia, Catecismo de la Iglesia Católica, Eclesiología, Cristología, Historia de la Iglesia, Historia de la Salvación, Etc. Consideramos importante resaltar que la comunidad en sí misma es la mejor herramienta formativa, siendo el ejemplo de sus miembros el mejor vehiculo para tutelar unas relaciones humanas y espirituales que incluyen la relación filial de una comunidad de laicos con un monasterio concreto y el acompañamiento por su comunidad monástica, así como la inmersión en su comunidad laica cisterciense, viviendo en corresponsabilidad el ser ambas comunidades expresión del carisma cisterciense en sus dos modalidades laica y monástica Rol del Asociación Internacional en la Formación: Animar a las diversas comunidades a compartir sus recursos formativos, tales como: encuentros, intercambios, foros, conferencias, documentos, etc. Animar a las diversas comunidades a publicar en su propio sitio Web sus programas y recursos formativos. Se creará un link directo en el sito Web de la Asociación Internacional para facilitar el acceso a esta importante información. Se nombrará un Web master para el sitio Web de la Asociación que trabajará en coordinación con Comité Internacional y que estará bajo su responsabilidad.
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Documento nº 3 CAMINO ESPIRITUAL (Encuentro Fraternidades Laicas Cistercienses de España en Huerta, 26.ABR.2013)
Pretender exponer un camino espiritual en una charla sería de una presunción sin límites. Pero ya que me lo habéis pedido, os propongo un simple esquema que pudiera ser útil para los que os sentís atraídos por el carisma monástico cisterciense. INTRODUCCIÓN En la vida todos sabemos que tenemos que hacer múltiples caminos. La vida misma es un camino existencial con diversas facetas. Nos vamos desarrollando físicamente, intelectualmente, relacionalmente, laboralmente,… Podemos seguir una dirección u otra. Según lo que elijamos así vamos fraguando nuestro futuro, vamos haciendo surgir las diversas puertas que se nos abren una tras otra ante nosotros. Pero todo eso que está en el plano del hacer o en su dimensión más visible, se sostiene por una realidad interior, espiritual, que no se ve, pero que sin ella el camino sería algo mecánico, como los movimientos de un robot más que de una persona. La realidad interior, espiritual, es como el alma que da vida a las cosas, el aire que nos mantiene vivos aunque no lo veamos. Un aire enrarecido nos va enfermando, mientras que un aire puro nos llena de fuerzas. Y aún sabiendo eso, la inmediatez y el pragmatismo en el que vivimos nos hace valorar poco lo más esencial por no ser claramente tangible.
¿Qué es hacer un camino espiritual? Hablar de algo espiritual nos puede sugerir entrar en el ámbito de las teorías, de lo no concreto, de lo romántico. Y, sin embargo, si creemos verdaderamente que somos espirituales, seres vivos y libres que hemos recibido el espíritu del Señor, entonces podemos pensar que hacer un camino espiritual es ser más y más nosotros mismos, entrar en relación con el misterio de vida que late en nosotros, con nuestra esencia más profunda y pura, liberada de tantos condicionantes que enrarecen nuestro aire y no nos dejan ser verdaderamente nosotros mismos. Con razón la palabra “espíritu” (pneuma) tiene el mismo origen que la palabra aire, que no paramos de inspirar y expirar, sin el cual no viviríamos más allá de unos pocos minutos. Cuando emprendemos un camino no podemos ir sin rumbo. Todo camino es un proceso que tiene un inicio, un recorrido y una meta hacia la que se dirige. Quien va sin rumbo fijo, simplemente pasea, el recorrido no le importa tanto. Pero quien busca llegar a una meta sí se preocupa por saber el itinerario que le lleve a ella. Lo que sucede en el caso del camino espiritual es que no se trata de acometer un proceso o unos ejercicios concretos que vayan a dar un determinado resultado, como el que se pone a construir un edificio o estudia una determinada carrera. El camino espiritual se sustenta más en la apertura a la gracia y en el cambio de actitudes que en las cosas concretas a realizar. Es un camino intuido, pero no trazado. Cada persona ha de realizar un camino muy personal, su camino, si bien hay unas claves comunes. El camino espiritual tiene algo de futuro y algo de pasado, encierra una novedad al mismo tiempo que tiene algo de “retorno”, no un retorno en el tiempo, sino en el sentido mismo del porqué existimos. El camino espiritual parte de lo que somos y se orienta a un futuro que no es absolutamente nuevo, pues busca recuperar algo perdido, descubrir lo que late escondido en nosotros, intentando ser lo que realmente somos y hemos sido llamados a ser y de lo que nos hemos “despistado” de alguna manera. Para Orígenes nuestra existencia terrenal es un regalo de Dios, un tiempo que se concede al ser humano para retornar a su Creador, de quien se alejó por el pecado, por el “cansancio” o “aburrimiento” de contemplar su rostro, atendiendo a otras cosas que le entretienen y hacen vivir fuera de sí. De las manos de Dios no ha podido salir nada malo. Todo lo creado es muy bueno. Es nuestra libertad la que elige el camino a seguir, pues la maldad sólo se encuentra en la decisión del corazón, no en los acontecimientos que vivimos, por muy dolorosos que sean. El camino espiritual tiene siempre como punto de partida a uno mismo, nuestra realidad personal, aquello que somos, con todo lo que somos y con toda nuestra historia. De ahí lo importante que es conocernos para iniciar el camino. Si no sabemos dónde estamos, ¿cómo saber por dónde ir? Ese camino es un proceso que exige un trabajo personal necesario que nos abrirá las puertas a una realidad fraterna y espiritual. Sócrates invitaba a comenzar el camino del conocimiento desprendiéndonos de lo que no somos, aunque lo aparentemos, de las cosas aprendidas pero no “sabidas”, es decir, saboreadas, experimentadas, conocidas por nosotros mismos. Hay que comenzar reconociendo nuestra propia ignorancia, nuestro saber meramente de oídas que no es más que repetición de lo escuchado, para atender al propio corazón, donde reside nuestro verdadero yo iluminado por la presencia del espíritu de Dios. PUNTO DE PARTIDA “Conócete a ti mismo” decían ya los griegos antiguos y se dijeron con decisión los primeros cistercienses. Quien no se conoce desvirtuará lo que conoce, pues no
siendo consciente de sus límites proyectará en los otros sus limitaciones. Quien no se conoce pensará poder conocer, sin saber que el verdadero conocimiento no lo puede alcanzar desde sí, sino mirándose con otra perspectiva, pues quien está en medio del bosque no alcanza a vislumbrar la fisonomía del mismo. Quien no se acepta, nunca podrá llegar a conocerse, pues no aceptará lo que de él conoce. Pero para aceptarse hay que saberse aceptado, como para amar hay que sentirse amado. ¿Quién soy yo? ¿Cuáles son mis anhelos profundos? ¿Cuáles son mis deseos inmediatos? ¿Cuáles son mis sentimientos y emociones? ¿Qué es lo que no me perdono o rechazo de mí? ¿Qué borraría de mi pasado? ¿Cuáles son mis limitaciones, incoherencias y mentiras? ¿Qué cosas me arrastran, me esclavizan u obstaculizan el camino de mis deseos más profundos? Conócete a ti mismo sin miedo ni vergüenza. Debemos conocer y reconocer lo que somos, abrazando nuestra realidad y nuestra historia, reconciliándonos con todo lo que somos, lo que nos ha acontecido, nuestros límites. ¿Pero cómo poder hacerlo verdaderamente? Sólo hay una forma posible a mí entender: sólo podremos mirarnos con compasión y amor si nos sentimos mirados con compasión y amor. Cuando uno busca conocerse, aún en su mayor debilidad, debe hacerlo sabiéndose en la presencia de los ojos misericordiosos de Dios, que nos mira como hijos que le muestran sus heridas para ser curados y no condenados. Esta mirada de sí ante los ojos amorosos de Dios nos reconstruye, nos sana la mirada y el corazón para verlo todo de una forma nueva y saludable. Si primero no sanamos el sujeto, ¿cómo podrá ser saludable la relación con los objetos (personas, cosas, acontecimientos,…)? Y si sólo podemos conocernos y reconocernos desde la perspectiva y el amor de Dios, eso significa que necesitamos dejarle entrar en nuestras vidas, primero por el oído. Escuchar su palabra, rumiarla en la lectio divina, dejar que nos interpele en la oración, será el lugar idóneo para conocernos verdadera y pacíficamente, pues es la forma ideal para conocernos como él nos conoce. META Como decía al principio, necesitamos un objetivo en nuestro caminar, una meta a la que dirigirnos. La meta del camino espiritual no es otra que la de vivir en Dios y desde Dios, lo que nos da una forma nueva de ver y relacionarnos con los hombres, los acontecimientos y nosotros mismos, pues nada de lo creado es ajeno a Dios, mientras que vivir de espaldas a Dios nos distorsiona la realidad, viéndolo todo con la mirada invertida del egocéntrico, desfigurando la percepción y relación con lo creado, incluso con nosotros mismos. Con razón San Benito centra el camino del monje en la búsqueda de Dios, sin anteponer nada a Cristo, su presencia viva y tangible en medio de nosotros. Jesús vivía de cara al Padre, desde el Padre. Vino únicamente a hacer la voluntad del Padre. Y nos enseñó el camino, pues su deseo era que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. San Pablo nos invita incesantemente a dejarnos transformar por Cristo, diciendo de sí mismo que ya no es él quien vive, sino Cristo quien vive en él. En la tradición cisterciense se insiste continuamente en conformarnos con Cristo, adquirir la forma de Cristo, recobrar la semejanza divina con la que fuimos creados y que perdimos. El número 45 de nuestras constituciones dice que el fin de la formación a la vida cisterciense es "restaurar a los hermanos la semejanza divina por la acción del Espíritu Santo..., hasta alcanzar progresivamente la madurez de la plenitud de Cristo". Para ello nos ejercitamos en un estilo de vida que no son meras técnicas humanas, sino que por la acción del Espíritu nos van configurando con Cristo pobre,
orante, obediente, etc. Ese camino espiritual basado en el buscar "revestirse más y más de Cristo", aprendiendo la "filosofía de Cristo", es algo que las mismas constituciones recuerdan al profeso solemne como una tarea a realizar durante toda la vida (cst 56 y 58); ese es el camino a seguir al que se nos invita a todos nosotros. Sólo haciendo ese camino recibiremos la mirada contemplativa propia del Espíritu. La paternidad espiritual que se recibe cuando se ha avanzado en el camino y que permite discernir entre los buenos y los malos espíritus. Pneumatóforos, es como se le llamaba al anciano espiritual capaz de ese discernimiento. Un discernimiento que todos reciben cuando se han puesto en esa senda. En la meta de ese camino está la unidad. Unidos a Dios y en Dios nos reencontramos con toda su obra creadora, en él realizamos nuestra unificación personal por su gracia, en él podemos vivir la unidad con nuestros semejantes, sintiéndonos hermanos, hijos de un mismo Padre y viéndonos más allá de las apariencias, viendo el corazón y valor intrínseco de cada uno. Podríamos pensar que no es para nosotros, pero todos estamos llamados a adentrarnos en la unidad del misterio divino, desde la oscuridad contemplativa de una fe deslumbrada, como bellamente nos lo expresa Isaac de Stella. Nuestra conformación con Cristo unifica el corazón, invitándolo a sobrepasar la pluralidad y la dispersión en que vivimos fruto de nuestra “deformación”, para volver a la unidad conciliadora de nuestro ser con Dios, armonizando mente y deseo (affectus), sometiendo la voluntad a la razón que mira hacia Dios, permitiendo así que el conocimiento de Dios nos vaya transformando, simplificados y unidos a él. Sólo vive en paz quien vive unido a Dios y a los hermanos, sólo éste conoce a Dios. Es una invitación a volver a lo esencial, a adentrarnos en la Unidad de Dios, uniéndonos a todo y a todos, con un corazón unificado que anticipa de algún modo la realidad futura, escatológica. Es un camino que busca una meta más allá de la inmediatez de adquirir buenas costumbres, busca la transformación del corazón en su realidad más profunda, revitalizar la imagen divina impresa en nosotros, viviendo desde Dios, en unidad con Él, sabiéndonos parte del Cristo total que a todos abarca. PROCESO 1. Introspección: conocimiento del propio corazón a la luz de la palabra de Dios El trabajo de introspección y conocimiento personal requiere un ámbito de silencio. Para oír debemos apartarnos del ruido. Cuanto más suave es el susurro que pretendemos escuchar, tanto mayor debe ser el silencio que se requiere. El hesicasmo nos propone tres momentos: fuge, tace, quiesce, o lo que es lo mismo, apártate del ruido, calla y mantente en reposo interior. El reposo no es mero descanso, sino oportunidad para que el agua agitada asiente sus sedimentos y se vuelva transparente o tiempo para poder asimilar lo que se ha tomado. Más que de inactividad habría que hablar de una actividad pasiva, momento en el que se deja que las cosas sean ellas mismas, paso de una etapa a otra, invierno donde las ramas se paran para que profundicen las raíces. El reposo del corazón prepara la estación de la vida, es la puerta de un nuevo crecimiento. Quien se aparta de los ruidos exteriores no se aleja por comodidad, sino que lo hace para descubrir sus ruidos interiores a los que hacer frente. Evagrio nos decía que cuando el monje va al desierto se ahorra las turbaciones de los sentidos, quedando frente a su mundo interior, el mundo de los sentimientos y emociones, el mundo de los pensamientos y las fantasías, el mundo de las propias pasiones, ese mundo que debe
trabajar. Es una separación que nos permite tomar distancia de las cosas para no vernos atados por el activismo o la ansiedad. Pero si el apartamiento exterior es saludable, más lo es el silenciamiento interior. El primero no siempre es posible realizarlo, pero el segundo está más a nuestro alcance y tiene una mayor profundidad, adentrándonos en el reposo del corazón. Aquí se realiza un camino más espiritual, más pasivo. No es un mero estado de paz interior, de armonía o sosiego, aunque se dé. Se trata de un vivir en Dios por la oración, unido a Él y encontrando en Él la paz y la quietud. Ese reposo supone un pararse en todos los sentidos, un “estar” donde se está, no sólo estar en un sitio físico, sino estar con todo mi ser, sin divagar por otros lugares mientras estoy en un determinado lugar. Sólo así se da el reposo. Quien está en un sitio a disgusto o por obligación, está, pero no encuentra reposo, está inquieto, deseoso de marchar de allí, dándose la paradoja que, por ese mismo motivo, en realidad no se encuentra donde está presente su cuerpo. Para que haya verdadero reposo deben encontrarse en el mismo sitio el cuerpo y el espíritu, lo que supone estar con la voluntad y con la consciencia, sin dejar a los pensamientos volar sin orden ni concierto. Al crear ese ámbito de escucha interior vamos conociendo y descubriendo nuestra dualidad y división interna, nuestro querer y no hacer, una división no conocida antes del pecado. El hombre fue hecho por Dios a su imagen para poder vivir unido a Él, pero experimenta la dualidad fruto del pecado, la división y la falta de armonía por el enfrentamiento entre su origen divino y su egoísmo, entre el amor y el odio que parecen cohabitar dentro de sí. El hombre es "capacidad de Dios" y al mismo tiempo se aparta de El por el pecado. El pecado es el que trae la división y deteriora la imagen y semejanza que el hombre había recibido de Dios. La libertad humana pierde su adhesión espontánea a Dios y al bien, prefiriendo una adhesión que busca su propia gratificación inmediata. La palabra de Dios, con la reflexión bíblica que encierra, nos ilumina la realidad humana, su grandeza y su miseria, su deseo de Dios y su apartamiento de él. La rumia de la palabra de Dios nos ayuda a conocernos más y más, pues todo lo que en la Biblia se escribe es fruto de una experiencia iluminada por una vida de fe que lucha con sus dudas. La palabra acogida en la lectio divina y que nos interpela en la oración silenciosa, ilumina profundamente nuestro verdadero yo, nuestra imagen puesta frente a su modelo. Perdida la semejanza divina entramos en la región de la desemejanza nos dice Bernardo siguiendo a San Agustín. Una región que nos pone frente a los resultados de una vida sin Dios, de la experiencia de todas nuestras pasiones de una forma dominadora, desordenada y desorientada. Hasta llegar a la toma de conciencia del hijo pródigo que cuidando cerdos y sin tener qué comer, se acuerda de lo que ha perdido y emprende el camino de retorno: Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros” (Lc 15, 14-19). En la región de la desemejanza reina la confusión, la noche de la ignorancia. No se puede salir de ahí por uno mismo. Se necesita tomar conciencia de la propia miseria por el camino de la humildad, aprender a conocerse y admitir que me encuentro en la
región de la desemejanza. Este conocimiento de sí constituye el punto de partida del retorno a Dios, si bien el retorno no es posible sino por la Encarnación redentora del Verbo: el Hijo, que es la imagen perfecta del Padre, pasa de la “forma Dei” a la “forma servi” para “reformarnos”. El Hijo de Dios viene a buscar al hombre a la región de la desemejanza para volverlo al Padre. De ahí la importancia de escuchar su palabra, prestar atención al espíritu que late en nosotros de forma oculta y que se estimula al ponerlo en contacto con la palabra de Dios, palabra inspirada por el Espíritu de Dios y escuchada con el corazón. 2. Retorno ascético de conversión que purifica el corazón La vuelta a nuestra condición primera donde recobrar la semejanza perdida supone un programa de vida, un recorrido ascético orientado a combatir todo aquello que nos aleja de la semejanza divina, semejanza de Cristo, y a adquirir todo lo que nos hace crecer en dicha semejanza, especialmente la virtud del amor fraterno que nos lleva a la plenitud de vida en Dios. Un camino ascético que se hace gozoso cuando busca gustar a Dios, como les decía Guillermo de S. Th. a los novicios cartujos de Monte Dei: “Dejad para los demás el servir a Dios; vosotros debéis gustarle, entenderle, penetrarle, gozarle”. Cuando nos apartamos de los ruidos que nos entretienen comenzamos a escuchar lo que se produce en el propio corazón. Es entonces cuando oímos el ruido de las pasiones. Unas pasiones que desde antiguo se han sintetizado en los conocidos siete pecados capitales. Conocer cómo actúan en nosotros y cómo se engendran los unos a los otros, es importante para afrontarlos en el camino espiritual, como lo es también el papel del acompañante espiritual y de la comunidad que nos ayuda a reconocerlos con mayor objetividad. La soberbia es el primero de ellos, la fuente de todos los demás, su cabeza y origen. La soberbia es el alejamiento de Dios, atribuyéndonos a nosotros lo que sólo a Él le corresponde. Cuando esto hacemos, entramos en una espiral que nos aparta del prójimo por la envidia, pues quien se cree como dios no puede soportar que nadie le haga sombra. Enredados en la envidia hacemos que brote dentro de nosotros la ira, buscando la muerte del hermano. Es lo que el libro del Génesis nos recuerda cuando nos presenta como un acto de soberbia la pretensión de Adán y Eva de ser como Dios, por lo que fueron alejados del paraíso de Dios. Ellos engendraron entonces unos hijos entre los que se suscitó la envidia (Caín-Abel) hasta que prendió en la ira que dio muerte al hermano. Es la envidia y la persecución que sufrieron los profetas, los apóstoles y el mismo Jesús, cuya sentencia de muerte fue motivada por la envidia de los que se tenían por buenos. Quien experimenta las ataduras de esas pasiones se adentra poco a poco en una profunda tristeza que le llena de desgana por todo, especialmente por las cosas espirituales (acedia), abriéndole el camino de las compensaciones: la avaricia que busca consuelo y seguridad en las cosas materiales, la gula y la lujuria que buscan compensar desordenadamente en sí lo que no se ha sabido vivir gozosamente desde la donación y apertura a los otros. La lejanía de Dios nos va alejando del prójimo para encerrarnos en nosotros mismos, pero muy lejos de nuestro verdadero yo. Isaac de Stella nos representa esto diciéndonos: “Hay en nosotros siete corrupciones unidas a nuestra raza y a nuestro origen, de quien nace toda la generación perversa y la prole viperina de vicios y pecados. Estas son las raíces de la amargura, donde surge y proliferan los fuegos del pecado, las moradas de los demonios, los nidos de la muerte. La primera de estas corrupciones, yendo de arriba hacia abajo, según los vicios, su número, su orden y su maldad, es la soberbia. Esta es el amor a la propia excelencia. Es el usurpador que en cuanto puede se iguala al Altísimo; y como rechaza dar a otro la gloria de sus
acciones, de él nace su primogénito: la envidia; porque todo arrogante es necesariamente envidioso. La envidia es el odio de la felicidad ajena. Detrás de ella viene la ira, que perturba el alma, porque no se puede tener calma para con el que se envidia. Si penetra más profundamente en el alma, engendra la tristeza; que absorbe sin medida el alma perturbándola, sumergiéndola en un abismo de desesperación. Allí es recogida por la avaricia: el amor del mundo viene a consolar suave y dulcemente a aquél que ha perdido una esperanza mejor. La avaricia se entrega a la gula, que le dice: Alma mía, tienes muchos bienes y reservas para muchos años, come y bebe. Lo que la gula engulle lo echa por la lujuria haciendo del ser humano tan precioso un vil excremento. Así se cumple en él aquello que se dice: "los que se criaban entre delicias abrazan los estercoleros". Y también: "están podridos como bestias en su estiércol". He aquí cómo el hombre que se ha deshonrado es comparado a las bestias, no sólo carentes de inteligencia, sino inmundas, porque se ha hecho semejante a ellas. En efecto, la soberbia le ha despojado de Dios; la envidia, del prójimo, la ira de sí mismo. La tristeza le ha tirado por tierra; la avaricia le ha maniatado; la gula le ha devorado; la lujuria le transforma en basura”.
El monacato antiguo centró la parte ascética del camino espiritual en la lucha contra esos pecados o vicios, como vemos en Evagrio Póntico o Casiano, fuentes clásicas de la espiritualidad cristiana. Una lucha que se ha de orientar ante todo contra la cabeza, la soberbia, desactivando así en buena medida todas las demás. Y no hay mejor camino para ello que el de la humildad, su virtud contraria, como nos recuerda San Bernardo. San Benito dedica un capítulo de su Regla a hablarnos de los diversos grados de la humildad, como bien sabéis por los comentarios que os he enviado en estos últimos meses. Ese es el mejor itinerario para hacer un camino espiritual. Comienza con el reconocimiento de nuestra tierra (humus), nuestra frágil humanidad, sabiendo la predilección de Dios por los pequeños, los anawin, aquellos a quienes da a conocer los misterios de salvación. Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes, nos recuerda la Escritura, porque sólo ellos dejan a Dios ser Dios en sus vidas, confiando en él. La soberbia nos aleja de Dios y de nuestros semejantes. La humildad nos acerca a Dios y a nuestros semejantes. La soberbia provoca rechazo en los otros y alejamiento del mismo que la vive. La humildad atrae a los otros porque quien la posee se vacía de sí mismo. Jesús, nuestro modelo, decía de sí mismo que era manso y humilde de corazón. Los que somos su imagen tenemos que asemejarnos a nuestro modelo. El trabajo por subir los diversos grados de la humildad según San Benito será la mejor forma de orientar el camino espiritual. Es la subida por una escala que se asienta en su primer grado, el “temor de Dios”, es decir, caminar en su presencia, sabiéndole presente en todos los momentos de nuestra vida. Continúa en la actitud humilde para con nuestros semejante expresada en el amor y la obediencia mutua, aceptando con paciencia las cosas ásperas y duras, reconociendo los propios pecados, considerándose el último sin arrogarse dignidades indebidas. Finaliza expresando esa humildad en el porte exterior, en la mesura de la lengua, sin significaciones ni altanerías, en la actitud humilde, no violenta ni acusadora. La humildad sólo resulta creíble cuando su expresión externa es fruto de la vivencia interna que San Benito ha comentado. En caso contrario resulta afectada y repulsiva. El trabajo contra las propias pasiones nos da dominio humilde sobre ellas, lo que los antiguos llamaban apatheia, o en un sentido más cercano a nosotros “pureza de corazón”. Un corazón purificado es un corazón preparado para el amor, para entrar en unas relaciones saludables con los demás, sin las cadenas del propio egoísmo, aunque éste siempre esté acechando. 3. Amor: Agape – Schola Caritatis
El ágape es el amor de donación. Pero dentro de nosotros tendemos al egoísmo, a la defensa del propio yo, como si de un instinto de supervivencia se tratase. Sin embargo, a los demás no tendríamos que percibirlos como una amenaza para nosotros. Cuando tenemos una visión de la realidad centrada en nosotros es normal que nos encontremos más seguros con nosotros mismos que con el diferente. Pero cuando se ha purificado el corazón, cuando la soberbia no reina en nosotros, habiendo dado paso a la humildad, se produce un cambio de percepción, comienzo a verme como parte de un yo más grande. Es entonces cuando empiezo a percibir a los otros como parte de mí y yo de ellos, como miembros de un mismo cuerpo, como hermanos, hijos de un mismo Padre, vivificados por un mismo espíritu como si de una sola alma se tratase. Es entonces cuando se comienza a vivir el amor de donación como algo natural, no son simples actos de caridad, sino un amor que brota hacia el otro sintiéndolo propio. No es un mero sentimiento gratificante –que puede no existir-, sino un acto libre que brota de una nueva visión de las cosas. Muy diferente del que vive dominado por sus propias pasiones, incapaz de amar en gratuidad cuando no recibe a cambio ni un sentimiento placentero. En la tradición cisterciense se habla con frecuencia de la schola caritatis, la escuela de caridad que es la comunidad. En el camino espiritual acecha muy frecuentemente el engaño, la ilusión, confundiendo los deseos con realidades consumadas. La comunidad es la escuela privilegiada donde se ponen a prueba nuestras pasiones, donde surge todo el mundo oscuro que llevamos dentro para ser conocido y trabajado. Es ahí también donde se pone a prueba la autenticidad del amor. Donde se capta la diferencia entre los actos de caridad que buscan sumar en perfección y la caridad que brota de un corazón que vive unificado, viendo a todos como parte de un mismo cuerpo, habiendo ordenado las pasiones, y todo ello sin que las cosas dejen de costar. La renuncia, el despojo, conlleva un dolor, pero el amor da una forma nueva al dolor de la renuncia: se duele más por el otro que por uno mismo. O dicho de otro modo, se siente el propio dolor en el fallo del amor más que en la pérdida personal. 4. Libertad de hijos: Parrhesía El trabajo ascético que lleva a la pureza de un corazón unificado con Dios y con los hombres en el amor hace experimentar la libertad de los hijos, que tradicionalmente se llama parrhesía. Es la libertad del que ama y nada teme perder porque nada le pueden arrebatar, ya que el amor pertenece al ámbito de su libertad y nada tiene para sí más precioso que el mismo amor. Es la libertad del que vive en presencia de Dios sabiendo que Él no dejará de portarse como padre. Aquí no son las leyes las que mueven, sino el amor, la respuesta al ser amado. Ese mismo amor que le lleva a anunciar y compartir lo que tiene, el amor recibido, la experiencia de una fe que le sostiene. La libertad que se vive en el interior se muestra en el exterior dando testimonio de lo vivido, sin complejos ni temores. 5. Contemplación, mirada contemplativa A veces la palabra contemplación nos puede asustar o pensar que no es para nosotros, pero no hay nada más lejos de la verdad. No todos tienen por qué tener experiencias extraordinarias, pero sí todos estamos llamados a ser contemplativos, a tener una mirada contemplativa, que no es otra cosa que vivir en Dios y desde Dios, haberse dejado transformar por la gracia, dejar que Cristo viva en uno y mirar las cosas, los acontecimientos, a nuestros semejantes y a nosotros mismos desde Dios. El contemplativo es tal en su propia vida, no por los acontecimientos puntuales que le puedan suceder. Esta es la meta del camino espiritual, del seguimiento de Jesús,
habiendo adquirido la forma de Cristo. Ciertamente que esa transformación sólo la lograremos en plenitud después de la muerte, pero quien se sabe parte del cuerpo del Cristo Total, intuye y “saborea” de alguna forma esa plenitud, pues la gracia de Cristo es más fuerte que nuestro propio pecado. Es la fe que celebramos en los sacramentos, pero que necesitan un camino ascético para que sean fiel reflejo de una vida vivida, verdadera celebración. 6. Testimonio Quien tiene, da de lo que tiene. Quien no tiene, sólo puede dar de lo que le prestan. Quien se ha dejado conformar con Cristo no puede evitar que brote de su interior los sentimientos de Cristo, el deseo de vivir de cara al Padre, de anunciar a Dios, de dar su vida por todos, especialmente atento a los predilectos de Dios que sufren de cualquier forma. Quien conoce a Cristo, conoce al Padre. Quien conoce al Padre vive desde el amor del Padre y lo da a conocer. Por eso Jesús centraba la evangelización en ese testimonio: En esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros. Abad Isidoro Anguita
Conócete a ti mismo………………………….Configurarse con Cristo (que viva en mí), Unión con Dios -
Introspección: necesidad de silencio, reposo interior a la luz de la palabra de Dios en la oración
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Salir de la región de la desemejanza: conocer las pasiones y dominarlas (apátheia) Soberbia – Humildad
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Ágape: Schola Caritatis: amor fraterno
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Parrhesía: libertad de hijos
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Contemplación – mirada contemplativa
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Testimonio
Para la reflexión en grupos: 1. Qué resaltarías de lo expuesto en el camino espiritual. 2. Cuáles crees que son los vicios principales que acechan en nuestro tiempo. 3. Cuáles son las mayores dificultades que encuentras en el camino propuesto. 4. Cuál es tu propia experiencia en el camino espiritual.