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Consideraciones en relación al bautismo precoz Es el primero de los sacramentos católicos, es indeleble, de larga tradición cultural en occidente, nos referimos al bautismo; polémico sacramento porque muchas veces no participa la voluntad del bautizado. A continuación abordaremos ciertas consideraciones que es menester enunciar en relación al sacramento en rigor. La palabra bautismo deriva del griego baptein, que significa sumergir, que es precisamente lo que efectúan las iglesias ortodoxas y baptistas con el bautizado. Para las iglesias cristianas en su conjunto es un rito de iniciación que se administra con agua, normalmente en nombre de la Trinidad o en nombre de Cristo. Los ritos más comunes desarrollan este sacramento por afusión (verter), por aspersión (rociar) o por inmersión (sumergir) Los precedentes históricos inmediatos del bautismo cristiano los encontramos en el judaísmo; aunque previamente ya se practicaban los baños sagrados en aguas del Ganges en India, del Éufrates en Babilonia, y del Nilo en Egipto. En efecto, la ley judía establecía la utilización del agua como limpieza ritualística; antes del siglo I d.C., se pedía a los conversos al judaísmo que se bañaran (o bautizaran) ellos mismos como signo de aceptación de la alianza. Algunos de los profetas consideraron más tarde que los exiliados judíos que volvían a casa cruzarían el río Jordán y serían rociados con su agua para ser limpiados de sus pecados antes del establecimiento del reino de Dios (Ez.·. 36,25). En esta tradición, el contemporáneo de más edad que Jesús, Juan Bautista, apuraba a los judíos a bautizarse en el Jordán para la remisión de sus pecados (Mc.·. 1,4) Como se puede desprender, el bautismo era una ley moral para el judío; no obstante tenía una doble significación. El ritual era, por una parte, símbolo de la aceptación de la alianza con Dios, es decir, de conversión; y por otra, acto de limpieza de los pecados, lo que implicaba un arrepentimiento por parte del bautizado. En este contexto es que Juan Bautista, mientras administraba el ritual, instaba a enderezar la senda, a corregir el camino por la vía del arrepentimiento. Entonces, para acceder a esta gracia era necesario una real conversión y un arrepentimiento, y ambas actitudes sólo pueden existir en una persona conciente de sí misma, con voluntad y libre albedrío, razón por la cual los judíos bautizábanse de adultos, como Jesús, que llegó a las aguas del Jordán aproximadamente a los 30 años, según aseguran los cuatro evangelistas. Fuertemente influido por el judío, el bautismo cristiano participa de varios patrones comunes. Al igual que el de Juan, el bautismo cristiano se realiza con agua para la remisión de los pecados. Por la doctrina de Pablo, vino a ser entendido también como participación en la muerte y resurrección de Cristo (Rom.·. 6,3−11). Es también el camino sacramental por el que los conversos reciben los diferentes dones del Espíritu Santo. De aceptar esto, resulta improcedente que este sacramento se le administre a un infante, y más a un neonato, dado que no tiene pecados imputables; tanto la conversión como el arrepentimiento de los pecados aparecen como anacrónicos cuado le son atribuidos a un infante que ni siquiera posee la facultad de desobedecer, más todavía a una ley supuestamente divina que ignora. Por otra parte, es improbable saber si el bautizado adoptará la fe católica, si creerá en aquel Espíritu Santo del cual recibe sus dones, o en Cristo, en su muerte y resurrección de la cual, según Pablo, participa por medio del bautismo. Según Mateo 28.·.19, el Cristo resucitado acercándose a sus discípulos ordena ...Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Conforme a este relato, junto con instituir el bautismo, Jesús impone como misión la de hacer discípulos, es decir, convertir y bautizar. El sacramento se eleva, entonces, como un símbolo de la conversión. Se produce una relación de causalidad entre ser discípulo (acto) y el bautismo (signo), luego, si se es bautizado sin mediar el deseo de serlo, no necesariamente se es discípulo, sería un signo carente de fondo. En Hechos 2.·.38, Pedro dice: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo 1
para el perdón de los pecados. En este versículo, Pedro aparece dando cumplimiento al mandato de su Maestro, y el bautismo se configura como un acto posterior, o cuando menos, simultaneo al arrepentimiento de los pecados, es decir, con Pedro este sacramento posee una clara connotación penitencial, sin relación alguna con una precoz inscripción matricular en alguna religión o credo. ¿De qué acto pecaminoso podría ser plenamente culpable un niño?, pues la culpa, el arrepentimiento, la comprensión de la doctrina de la salvación, pueden ser asimilados sólo por parte de una persona con al menos un mínimo grado de madurez espiritual. Basados en esta doctrina, iglesias protestantes, baptistas y anabaptistas insisten en el bautismo a edad adulta, punto de vista adoptado también por las iglesias pentecostales y neopentecostales. Cuando la Iglesia Católica bautiza, inicia al sacramentado en esa religión; en otros términos, lo hace católico, y si el sacramentado no es capaz por su corta edad de optar por una vía espiritual, entonces, se ha de esperar la hora y la edad precisa; pero en vez de hacer esto, los padres parecen decidir a través de este acto la religión de su hijo, imponiéndole apriorísticamente creer en sus dogmas y creencias para ser un católico consecuente, ignorantes, al parecer, de que para abrazar una filosofía de vida, para ser seguidor de una enseñanza, se necesita conocimiento de la doctrina, aquiescencia y fe del sacramentado, circunstancias que no coexisten en un menor, al margen de que éste en edad madura opte por la religión católica. Continuando con la controversia, mucho se esgrime el argumento de que varios aspectos del niño se deciden sin consultarle a él: nombre, vestimenta, escuela, etc., justificando de esta manera el bautismo en infantes. Al respecto es acertado responder que ni el nombre, ni la vestimenta, ni la escuela, ni nada de igual naturaleza, compromete el ser íntimo y espiritual del niño como lo hace el bautismo. Precisamente por tratarse de una acto de incorporación a la iglesia que lo administra, el bautismo compromete per se el credo en los dogmas de esa iglesia, apoyado por los padres que parecen estar impacientes por ligar la conciencia de su hijo a la religión que ellos dicen profesar. En relación a esto último, se dice, como una apología del bautismo precoz, que el individuo sacramentado verá si en el futuro adopta la religión bajo la cual fue bautizado o renuncia a ella. Lo cierto es que el bautismo es indeleble, y por otra parte, ¿qué sentido tiene entonces este sacramento si en el futuro, la persona concientemente, optará por pertenecer a una u otra confesión, o bien, no pertenecer a ninguna?. Parece ser no más que el anticipado atropello a la conciencia de una persona, efecto de una sociedad que instaura rituales por tradición más que por convicción...¿Cuántos padres que bautizan a sus hijos conocerán plenamente el real significado de este sacramento?. El bautismo tiene por principal efecto convertir al sacramentado en miembro de la iglesia y otorgarle la vida de la gracia. Ampliamente nos hemos referido ya al tema de lo imprudente que resulta una temprana incorporación a una iglesia, nos centraremos por tanto en el nuevo concepto que aquí aparece: gracia. En la teología cristiana, gracia es el favor no ganado, concedido por Dios a los individuos que por recibirla son redimidos y santificados, que en el Nuevo Testamento, se asocia casi exclusivamente a la figura de Cristo. Con su muerte expiatoria, se revela el favor ilimitado de Dios: el favor de la salvación. Varios teólogos como Pelagio, han considerado que la gracia la ha dado Dios a través de las enseñanzas y el ejemplo de Jesús, y no a través del bautismo, así que mediante la gracia cada cual puede conocer el bien y el mal. Sin embargo, este tipo de gracia es "resistible", porque cada uno es libre de rechazarla. Surgen los siguientes cuestionamiento: Un menor de edad bautizado ¿sabe que está recibiendo la gracia? ¿Sabe por lo menos qué es la gracia, o lo saben sus padres o sus padrinos? ¿Creerá el bautizado cuando crezca en aquel Dios del cual proviene esa gracia?. A todas luces este sacramento comienza a parecer innecesario a tan corta edad. Puede ser que ese menor en el futuro, de ser un creyente, considere que la salvación es la recompensa que Dios da a una vida de obediencia elegida con libertad, y no de un sacramento impuesto sin que haya participado su voluntad. ¿Qué utilidad tendría entonces la gracia supuestamente otorgada en el bautismo? Otro argumento que emerge en favor del bautismo infantil, es el que todo ser humano nace con un pecado de nacimiento, haciendo referencia a la desobediencia de Adán y Eva, conocida como el pecado original, que se 2
transmite a los descendientes de aquella pareja primitiva, es decir, a la humanidad completa. Pues bien, el bautismo expiaría tal pecado, haciendo necesario de esta manera el bautismo lo antes posible. Lo cierto es que en ninguno de los 73 libros de la Biblia, se menciona el pecado original, obviamente tampoco su transmisión generacional. Esta idea haya su génesis a finales del siglo IV d.C. cuando el monje romano−británico Palagio, posicionó a la libertad de la voluntad como elemento decisivo de la perfección humana, minimizando la necesidad de la gracia divina y la redención. Ante esta controversia dogmática, Agustín de Hipona, hace un llamamiento a la comprensión apocalíptica paulina destinada al perdón de los pecados. En la elaboración de su doctrina, sin embargo, Agustín de Hipona aportó una idea extraña a la Biblia: la noción de que la mancha del pecado original se transmite de generación en generación mediante el acto de la procreación. Tomó esta idea del teólogo del siglo II d.C., Tertuliano, quien en realidad acuñó la frase pecado original. Es decir, el pecado original del cual nos expiaría el bautismo, resulta ser tanto en su concepto como en su carácter hereditario, una invención teológica del hombre, posterior al mismos instaurador del sacramento: Jesús, que no lo menciona, no lo hacen sus apóstoles, ni ningún libro del Antiguo o Nuevo Testamento.
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