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Ponencia. Jueves, 27 de enero “ALIANZAS PARA LA SOLIDARIDAD” Eduardo Punset Casals Abogado, economista y comunicador científico.
Muchas gracias por la presentación y por darme esta oportunidad de reflexionar en voz alta sobre temas que nos interesan y en los que estamos inmersos. Es realmente una gozada, con la cantidad de tentaciones que uno tiene de hacer cosas sin gran interés, el poder empezar de buena mañana aprovechando una ocasión como ésta para confraternizar realmente con el voluntariado, con una vena que, ojalá veamos progresar y consolidarse a lo largo de esta historia accidentada de España. Bien, reflexionemos un poco sobre lo vuestro y no nuestro. Hay un estudio de una persona que yo quiero mucho, de un científico, Steve Pinker, que es un psicólogo, neurólogo y lingüista norteamericano, que yo estoy seguro que un día le darán el Premio Nobel ‐si es que hay alguien que piensa de verdad en estas cosas‐, que ha hecho un trabajo en el que ha comprobado que, en contra de lo que cree la mayoría de la gente, los índices de violencia en la sociedad moderna están disminuyendo y los índices de altruismo están aumentando. Es para ponerse el cinturón de seguridad cuando oyes eso porque no se lo cree nadie, pero es absolutamente verdad y eso, en gran parte, es gracias a esta vena de que hablábamos antes y que vosotros tan bien representáis. Vamos hacia una sociedad en la que los índices de violencia van a seguir disminuyendo y los índices de altruismo van a seguir aumentado. Es algo absolutamente nuevo; yo creo que en parte se ha debido a la irrupción de la ciencia en la cultura y particularmente en la cultura popular. El viejo litigio entre los que no tenían nada y los que se aferraban a lo que tenían e impedían, si podían, la agresión de los que no tenían nada para quitárselo, este litigio, digo, que ha sido la historia de la humanidad se está resolviendo gracias a los avances tecnológicos, gracias a la ciencia que nos está ayudando a resolver problemas que antes nos parecían de imposible solución. Es que es un momento maravilloso para constatar realmente esto y observar lo que está ocurriendo.
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Salón de Actos. Ateneo de Madrid
Ponencia. Jueves, 27 de enero “ALIANZAS PARA LA SOLIDARIDAD” Eduardo Punset Casals Abogado, economista y comunicador científico.
Y yo quiero llamar la atención sobre dos experimentos que a mi juicio están transformando con sus resultados nuestra visión. El primero es el experimento que ha hecho una científica hace unos seis años en Londres sobre el volumen del hipocampo, el órgano de la memoria, de los taxistas de Londres comparado con el volumen del hipocampo del promedio de los ciudadanos de Londres. Y resulta que es tan difícil aprobar el test del examen para taxista en Londres ‐yo he vivido allí once años y os aseguro que el callejero es imposible, es muy difícil, es una gran ciudad‐ que, en promedio, los taxistas tardan tres años en hacerlo. El resultado es que su hipocampo es netamente mayor, ‐lo hemos visto con resonancias magnéticas‐, que el hipocampo del promedio de los ciudadanos de Londres. Lo que esto ha zanjado definitivamente era el viejo debate entre los reduccionistas por un lado, los que decían que nuestro comportamiento es el resultado de nuestra programación cerebral y genética, de nuestra estructura cerebral y genética, enfrentados a los psicólogos y psicoanalistas que, en su gran parte, decían que tenía que haber un resquicio para que la experiencia individual pudiera incidir sobre la estructura del cerebro y sobre la estructura genética. De manera que el comportamiento se pueda explicar por los dos factores, tanto el de la programación, digamos genética o cerebral, como por la propia experiencia individual. Yo tengo un amigo neurólogo suizo, que resume esta idea en una frase fantástica que dice: “Es cierto, estamos programados, pero para ser únicos”. Y estamos programados para ser únicos porque justamente hay que dar cabida a la experiencia de cada individuo a la hora de decidir su propio comportamiento y no solo a su estructura cerebral. Es muy importante. Si yo hubiera sabido eso en los años 50 no habría entrado en el Partido Comunista. ¿Por qué? Pues porque ahora lo que me están demostrando estos descubrimientos es que por primera podemos tal vez, no transformar el mundo pero sí cambiar la mentalidad de los demás, sí interactuar con el cerebro de mi interlocutor que tengo enfrente. Y eso es inaudito, es la primera vez que lo sabemos experimentalmente.
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Es decir, por primera vez las acciones que estáis realizando están incidiendo directamente sobre la propia estructura cerebral y genética de las personas. El segundo experimento que ha tenido lugar y en el que yo llevo unos tres años meditando e intentando llevar a la práctica es un experimento que se hizo en la Universidad de Columbia que ha durado como 16 o 17 años. Es un experimento de un psicólogo, Walter Mischel, que está revolucionando los sistemas educativos de todo el mundo, salvo el nuestro, pero llegará. Y es un experimento que probablemente lo habréis visto reflejado en grabaciones que hizo la propia BBC y yo hice en Redes, en el que unos niños y niñas de entre 4 y 8 o 9 años se les sometía a un tormento, ‐civilizado pero tormento como pudimos descubrir al fin y al cabo‐, de enfrentarles con sus propios instintos más primarios. El experimento consistía en dejar a los niños y niñas en una clase y la maestra les decía: “mirad, yo tengo que salir media hora. Te dejo encima de la mesa un caramelo y una campana. Si no puedes resistir la tentación de comerte el caramelo llamas con la campana, pero si resistes tu instinto de comértelo, cuando yo regrese te voy a dar un segundo caramelo”. Y lo primero que descubrimos fue la tormenta hormonal que supone el tentar a un alma tan joven. Un niño está desamparado comparado con un mayor; nosotros podemos llamar a la novia, podemos llamar a la mujer, podemos llamar a un amigo, podemos decir, “oye, ¿tienes cinco minutos para tomar un café?” Un bebé o un niño de 4 años no puede hacer nada de todo eso. Cuando le pasa algo está solo. Y yo los veo y cuando los veo, pienso siempre en el experimento; cuando los veo allí, abandonados en la puerta de la escuela, que está anocheciendo y alguien se ha olvidado de ir a buscarle con el coche, no ha llegado o se ha retrasado, el pánico de aquel niño nadie lo puede describir; pero, Mischel lo ha descrito muy bien con su experimento.
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Lo que vimos, porque este experimento sigue ahora con los hijos de aquellos hijos, es que en la adolescencia los que no habían sabido o podido resistir la tentación de sus instintos primarios eran más pródigos con la droga, tenían más dificultades en encontrar trabajo, tenían más dificultades en finalizar sus estudios y otras situaciones. O sea que en ciencia nunca hay que olvidar que lo que es verdad de un promedio puede no serlo de un individuo. Pero es evidente que lo que hemos descubierto, es que hay una ventana crítica en la que si no enseñamos lo que de verdad cuenta, habremos perdido una gran ocasión. Y en esto se ha fundamentado, ‐lo digo porque puede tener un interés para vosotros también‐, toda la irrupción de lo que llamamos el aprendizaje social y emocional de la juventud en la escuela primaria. Otro descubrimiento reciente es que los ejecutivos de las grandes corporaciones son igual que los niños, así que el aprendizaje social y emocional lo deberíamos aplicar también no solo en la escuela primaria sino también en las grandes corporaciones, en las multinacionales, en las empresas en donde a mí nadie me lo enseñó pero a mis hijas y a mis nietas tampoco. Cuando les pregunto: “Oye, ¿os han explicado por fin la diferencia entre ansiedad ‐que es algo que sirve para ponerse en estado de alerta cuando tienes un examen o un viaje y que es útil‐, y el miedo, el miedo que paraliza, que interrumpe la menstruación y el crecimiento?”. Y, claro, se echan a reír porque nadie se lo ha explicado, pero espero que un día se lo expliquen. Otra cosa que estamos descubriendo es la importancia del subconsciente a la hora de tomar decisiones. Resulta que lo que llamamos el pensamiento racional está muy bien cuando tienes o cuentas con todos los datos y con el tiempo suficiente para analizar estos datos, pero eso nunca o casi nunca ocurre. Esto es lo primero que os quería decir en esta reflexión. Está cambiando realmente nuestro porvenir. Yo creo que por primera vez hay vida realmente antes de la muerte. El otro día me paró alguien en la calle, de unos 70 años o así y me dice: “No, es que usted me
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ha enseñado que hay vida antes de la muerte”. Y yo me quedé helado porque eso que te lo diga alguien de 25 años lo entiendes perfectamente pero que te lo diga alguien de 70 años es inconcebible. Pero es verdad, realmente estamos descubriendo por primera vez en la historia de la evolución que hay vida antes de muerte. Y es que nos habían acostumbrado a preocuparnos solo por saber si había vida después de la muerte. En esta vida la gente lo ha pasado muy mal, tremendamente mal. Yo cuando veo que en el siglo XVII en Europa se quemaron a más de 30.000 “brujas”, que eran las primeras científicas, eran las únicas personas que sabían de hierbas medicinales, de partos, de cuidados inmediatos, las quemaron por brujas. Y siempre me acuerdo de mi hija Elsa que cuando era pequeña me enseñó un texto de una monja española que escribía con faltas de ortografía para despistar a la Inquisición y que no la tomara por alguien inteligente y la juzgara. Así que realmente cuando miras para atrás es impresionante, y en este sentido yo creo que es una oportunidad fantástica la que tenemos de vivir este momento. Antes se podía dudar de sus resultados pero a la luz de estos experimentos no hay ninguna duda de que estáis haciendo lo que hay que hacer. ¿Qué es lo que hace más falta para sentirse cómodo en este mundo moderno? Pues una cosa que me aceptan difícilmente mis amigos en el mundo de la ciencia, en el mundo de la investigación, en el mundo de la tecnología. Y es que yo les recuerdo que los problemas no son por falta de recursos: “es que si tuviera dinero, yo haría…”. Los problemas de verdad no son por falta de recursos; claro que a veces iría bien tener recursos pero lo importante es el conocimiento. La falta de conocimiento, la falta de tecnología, la falta de profundización en el conocimiento de las cosas, es lo que puede detener realmente el crecimiento. Y lo estamos viendo en muchos campos, en la medicina, en el de la fusión nuclear, en la utilización de energías nuevas, no contaminantes, en donde el problema no es
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realmente una falta de recursos sino una falta de conocimiento. ¿Cómo controlo este magma que tiene una temperatura veinte veces superior a la que impera en la superficie del sol y que me daría gratis y forever todo tipo de energía y sin embargo todavía no sé como controlarla y estoy intentando prefigurar un campo magnético que me la controle? Yo creo que lo que estamos descubriendo es que no se trata tanto, como creen a veces mis amigos o en los sectores privado y público, de una falta de recursos como de una falta de conocimiento. ¿Cuáles son a la luz de esto, ‐y con esto termino‐, los secretos del voluntariado? ¿Cuáles son los secretos de una vida entregada, entramada con los demás y con sus necesidades? Pues lo estamos descubriendo también ahora, y es curioso que hayamos tardado tanto en saberlo. A nivel individual lo primero que es preciso ‐yo se lo digo a las madres y a los hijos cuando me lo preguntan ‐, es detectar, identificar cual es tu dominio, cual es tu elemento, que es con lo que tú te sientes bien. Los grandes psicólogos hablan de flow, hablan de flujo, de saber sumergirse en el flujo, que puede ser el ir a jugar al fútbol o el ir a jugar al tenis o puede ser estudiar o puede ser fabricar un cuadro o puede ser terminar un master, pero hay que tener una obsesión, algo en lo que haciéndolo te sientes bien. Mucha gente no sabe cual es su elemento, cual es realmente su dominio. La segunda cosa es que hay que abordarlo apasionadamente no fríamente. Hay que abordar este dominio, esta vocación por una cosa, por una tarea particular de una forma apasionada. ¿Por qué? Porque hace falta controlarla. Y para controlarla hay que olvidarse del resto de las cosas. Para controlarla hace falta profundizar en el conocimiento de ese elemento, hace falta estudiarlo, hace falta disciplinarse. Es decir, hace falta esforzarse para profundizar en el conocimiento de lo que te hace feliz.
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Y eso es algo que parece sencillo pero que no lo es. No es fácil encontrar la solución, pero la solución pasa por ese esfuerzo multidisciplinar, por ese esfuerzo solidario. Vosotros habláis mucho de la solidaridad pero es que es verdad. Fijaros, que a mí el estudio de la evolución me ha enseñado algo, alguna pequeñita cosa. Yo iba a escribir un libro en el que pensaba dejar a mis nietas las tres o cuatro cosas que en 74 años considero que he aprendido y que vale la pena no olvidar, pero luego he desistido de escribir el libro porque no encuentro ni las tres o cuatro cosas, o sea que no es tan fácil. Pero la historia de la evolución sí me ha enseñado por ejemplo a no tener prisa. A mi me gustan los fósiles y me ha ocurrido a menudo que al estar acariciando un ammonites o un trilobites de hace 500 millones de años y suena el teléfono y me dice alguien al otro extremo del teléfono que, por favor vaya corriendo y digo “venga, hombre, voy a ir corriendo si estoy acariciando un ammonites de 300 millones de años y ahora voy a ir corriendo…”. Y luego pregunto a mis amigos físicos: “Oye, ¿me podéis decir la diferencia entre un instante de sosiego y un millón de años de sosiego?”. Y no saben. O que es muy difícil distinguir esta subdivisión en el tiempo en la que nos empeñamos nosotros. Pero la otra cosa que me ha enseñado la observación de la evolución tiene que ver con el debate con respecto a si somos únicos o no somos únicos con relación al resto de los animales. Es un debate que se acaba de zanjar y que ha estado presente durante 200 años, porque ya sabéis cómo estaba el patio. Están los darvinistas que decían, “oiga, nuestro origen es común y eso está tan comprobado que no vale la pena que usted pierda el tiempo buscando un origen distinto del resto de los animales”. Y es verdad que hay una artista famosa española que conocéis todos pero que yo quiero mucho y que por eso no quiero citar su nombre, que me decía: “Eduardo, yo no desciendo del mono”. Y yo siempre le decía: “No, tú no desciendes del mono, tú desciendes de la mosca de la fruta, que es peor, o sea tienes el mismo DNA que la mosca
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de la fruta, lo cual es más raro y más difícil de admitir que tener el mismo DNA que el antecesor común que tuvimos con el chimpancé”. Pero en cambio somos únicos en cuanto a la incidencia impresionante que tiene la interactividad social en los humanos. Es eso lo que nos ha hecho únicos. La capacidad de altruismo; de empatizar con el sentimiento de los demás, la manera de la que formamos parte de un todo. Esto ha condicionado nuestra unicidad, nos ha hecho únicos, somos distintos del resto de los animales gracias a esta solidaridad, gracias a esta familiaridad con el resto de los semejantes. Y yo creo que estáis tan inmersos en eso que lo único que os puedo decir no solo es que tenéis razón si no que no os asombre, no os sorprenda que de vez en cuando también tengáis que dejar algo a la suerte y asumir algún riesgo porque no todo está tan explicado y tan predeterminado como a veces creemos. Muchísimas gracias.
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