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Borges y las magias del Quijote Biagio D’Angelo Universidad Católica Sedes Sapientiae El hombre se despierta de un incierto Sueño de alfanjes y de campo llano Y se toca la barba con la mano Y se pregunta si está herido o muerto. ¿No lo perseguirán los hechiceros que han jurado su mal bajo la luna? Nada. Apenas el frío. Apenas una Dolencia de sus años postrimeros. El hidalgo fue un sueño de Cervantes Y don Quijote un sueño del hidalgo. El doble sueño los confunde y algo está pasando que pasó mucho antes. Quijano duerme y sueña. Una batalla: Los mares de Lepanto y la metralla. (J.L. Borges, Sueña Alonso Quijano)
El sinólogo Stephen Albert, en El jardín de los senderos que se bifurcan, refiere que un ilustre hombre de letras, Ts’ui Pên, nunca se creyó novelista, porque era consciente de que “en su país la novela es un género subalterno”1, hasta haber sido, en los tiempos pasados de su producción creativa, un género despreciable. Tal afirmación podría ser del mismo Borges, que, al no escribir nunca una novela, se consideraba ajeno a una forma, como la novelesca, que desconoce la síntesis, que acepta sólo un modelo cerrado y cuya extensión amenaza seriamente la emoción estética textual. Sin embargo, hay excepciones: los relatos abiertos de Las mil y una noches, que se nutren de la forma misma del libro, para superar la tentación de la oralidad y el terror de lo infinito, y las aventuras del paladín furioso 1
Jorge Luis Borges, Ficciones, en Obras completas en cuatro volúmenes, Buenos Aires, Emecé, 2005, vol. I, p. 513.
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de
Ariosto,
ejemplo
de
imaginación
libre
de
especulaciones
ideológicas, recorren las páginas de las ficciones borgianas, como las pocas, únicas “novelas” apreciadas por el escritor argentino. Si bien se señala la oscura decisión de Borges de nunca escribir novelas, de una cierta manera, podríamos atrevernos a pensar que el Quijote cervantino sea una conspicua excepción. Maestro absoluto del palimpsesto, Borges transforma sus cuentos en apariencia de ensayos, y el lector no sabe con certeza a qué atenerse: es lo que ocurre, por ejemplo, con Pierre Menard, autor del Quijote. El mundo clasificatorio parece, en una atenta investigación, eliminar las barreras entre un género y otro, entre una forma y otra, hasta la realización de un nuevo Quijote, en todo similar a la edición primaria de 1605. Entre palimpsestos, revisiones y alteraciones de los códigos literarios, Borges cambia definitivamente las estructuras mentales del lector, subvierte las categorías de la comunicación escrita, adopta una postura casi marginal, pero en esta marginalidad construye una propia epistemología. El Quijote borgiano, de hecho, simboliza el paradigma de la reflexión sobre los géneros literarios y la creación literaria, donde campean victoriosos el protagonismo del lector y la figura indispensable, aunque a veces esquiva, del autor. Un lector y un autor que operan, ambos,
como
“traductores”,
identificando
así,
de
forma
extraordinaria, las diferentes actividades de la literatura, en un único eje generador, fundamental en la estética borgiana. Lisa Block de Behar recuerda que, entrevistando a Borges y preguntándole si Pierre Menard era, “más que el autor, un lector de Don Quijote”, el autor de
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Ficciones le había respondido “sin vacilar: lector o autor, es lo mismo, ¿no es cierto?”.2 Al hablar del Don Quijote en la obra de Borges, resulta casi imposible distanciarlo de la figura ya igualmente mítica de Pierre Menard, sobre el que se han derramado ríos de palabras y comentarios. Sin embargo, el breve ensayo crítico sobre las “magias parciales” del Quijote, insertado en Otras inquisiciones, se abre a una discusión sobre la “posible verdad” de nuevas observaciones sobre la obra cervantina. Se trata de un apasionado homenaje no solo a Cervantes sino a la lectura, como capacidad imaginativa de recreación de mundos ficcionales, como posibilidad interpretativa de la realidad y, finalmente, como función pedagógica ineludible, aunque arriesgada, demoledora, cuando no guiada, no acompañada, no sostenida. Los libros de caballerías hacen perder el seso a Alonso Quijano: careciendo de un guía que le ayude a descubrir el sentido unitario de las cosas, don Quijote reconstruye el mundo a su manera; es por eso, que él constituye el primer ejemplo moderno de separación y contradicción de la realidad. Para Borges, el Quijote es una obra “realista”, no en el sentido que siempre se le otorga a esta taxonomía: Cervantes “le hizo contraponer a un mundo imaginario poético, un mundo real prosaico”. […] Para Cervantes son antinomias lo real y lo poético”3. Cervantes, en la lectura borgiana, observa la realidad entera como novela, es decir como posible argumento novelesco, puesto que indirectamente poética. La intuición de Borges/Cervantes -porque el crítico mismo se coloca en un plan de 2
Lisa Block de Behar, Una retórica del silencio. Funciones del lector y procedimientos de la lectura literaria, México-Buenos Aires-Madrid, Siglo XXI, 1994, p. 73. 3 Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones, en Obras completas en cuatro volúmenes, op. cit., vol. II, p. 48.
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traducción e interpretación de la obra-, consiste, entonces, en el hecho de que la exclusión de lo sobrenatural desde el Don Quijote refuerza paradójicamente la percepción maravillosa de lo cotidiano4. El plan de su obra le vedaba lo maravilloso; este, sin embargo, tenía que figurar, siquiera de manera indirecta, como los crímenes y el misterio en una parodia de la novela policial. Cervantes no podía recurrir a talismanes o a sortilegios, pero insinuó lo sobrenatural de un modo sutil, y, por ello mismo, más eficaz. Íntimamente, Cervantes amaba lo sobrenatural5.
Alguien ha escrito que las oscilaciones de engaños y desengaños construyen el Don Quijote como una máquina de sueños, un artificio narrativo que muestra situaciones, circunstancias que carecerían de realidad o fundamento; sin embargo, si nos fiamos de las palabras de Borges, Cervantes debía amar aquella realidad que trasciende la realidad física, natural; más bien, crea, penetrando en los abismos metafísicos barrocos, una nueva estratificación y significación del “sueño”: no ya como ausencia o irrealización de proyectos, sino como “aventura”, es decir como un acontecimiento tal vez inexplicable, sobrenatural, que se alimenta de la misma realidad y, al mismo tiempo, la excede para buscarle sentido. Para Borges, Don Quijote es una ingeniosa construcción ficcional de aventuras que procuran empujar la razón, a través de riesgos, peligros y acaecimientos felices, a la búsqueda de la verdad, que, según las palabras de C. S. Lewis, compendia la aventura más 4
Es notorio que en la época cervantina, la poética al uso exigía la narración de hechos extraordinarios, de forma que el escritor no tenía en principio ningún tipo de compromiso realista. Cervantes encontró en la contraposición de "realidad" y "fantasía" el espacio de la parodia que permitía la inversión de los órdenes: ver la realidad como algo "maravilloso" (como en el caso del debate sobre el yelmo de Mambrino) y, al revés, lo fantástico, lo literario, como algo del día a día (de aquí se mueven la banalización y el comentario sobre los libros a lo largo de la novela cervantina). 5 Jorge Luis Borges, Otras inquisiciones, en Obras completas en cuatro volúmenes, op. cit., vol. II, p. 48.
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apasionante de lo cotidiano. Se trata, asimismo, de aventuras que cuestionan la realidad y la imaginación, transformando el libro cervantino en una narración-pretexto, que enlaza viajes concretos y viajes intangibles, y la lectura en acto de conocimiento que se estructura a través de palabras y ficciones. Fernando del Paso observa que cada aventura del Quijote desvía, con frecuencia, hacia el desencanto: la realidad no linda con las aspiraciones fantásticas del hombre, y más bien, aumenta el intervalo entre ellas: “El libro de Cervantes es asimismo, quizás, un viaje que tiene como punto de partida la ilusión y como punto de llegada la desolación”6. *** De aquí se bifurcan dos aspectos íntimos de la poética borgiana: por un lado, la aventura como hilo conductor de sus preferencias estéticas (piénsese en su predilección hacia Stevenson o hacia la ciencia ficción); por el otro, la superación de la monotonía de la realidad a través de los libros, legítimos “amigos” que acompañan la experiencia de la lectura. La conferencia que Borges pronunció en la Universidad de Texas en 1968 es reveladora de algunos de estos aspectos que estamos tratando, de la aventura al sueño, de lo sobrenatural a la amistad, en una feliz mezcla que sublima el libro en cuanto experiencia de apertura de la razón y de la imaginación. Borges admiraba la capacidad imaginativa de Cervantes, y loaba, sobre todo, su habilidad de insertar, en una realidad aparentemente seca, árida, despojada de cualquier realismo que presuma copiar lo 6
Fernando del Paso, Viaje alrededor del Quijote, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 67.
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que se observa, sueños, aventuras, fantasías, que ennoblecen la percepción de lo visible (en unas significativas líneas de El otro, el mismo se lee: “Para borrar o mitigar la saña / de lo real, buscaba lo soñado/ Y le dieron un mágico pasado/ Los ciclos de Rolando y de Bretaña”7). Esta magia es, a la vez, efecto y artificio de la literatura. Como nos recuerda en “Un problema” (El Hacedor), donde afirma, con un paradójico ejemplo, que don Quijote,
—el cual “no logró
jamás olvidar que era una proyección de Alonso Quijano, lector de historias fabulosas”— intuye que “matar y engendrar son actos divinos
o
mágicos
que
notoriamente
trascienden
la
condición
humana”8. Borges sabe que la literatura (en su acto de aceptación reconocida, la lectura) trasciende justamente la condición humana porque “en el principio de la literatura está el mito, y asimismo en el fin”9. Sin la literatura, la realidad, para don Quijote y para Cervantes, vencería el impulso imaginativo y creativo (“le temps mange la vie”, nos advierte Baudelaire): “Para el soñador y el soñado, toda esa trama fue la oposición de dos mundos: el mundo irreal de los libros de caballerías, y el mundo cotidiano y común del siglo XVII”10. Sin embargo,
el
Quijote,
paradigma
del
destino
de
la
verdadera
literatura, que sobrepasa la intención del autor, “pobre cosa humana, falible”11, perdura por la “pasión del tema tratado”12, que dominaba Cervantes: “Le interesaban demasiado los destinos de Quijote y Sancho para dejarse distraer por su propia voz”13. Como Borges, también Ortega y Gasset, décadas antes, había problematizado la realidad
7
del
personaje-Quijote,
delineando
su
ontología
y
sus
Jorge Luis Borges, El otro el mismo, en Obras completas en cuatro volúmenes, op. cit., vol. II, p. 272. 8 Ibidem, p. 183. 9 Ibidem, p. 188. 10 Ibidem, p. 188. 11 Ibidem, vol. IV, p. 180. 12 Ibidem, vol. I, p. 216. 13 Ibidem, vol. I, p. 215.
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aventuras
dentro
una
“naturaleza
fronteriza”,
una
naturaleza
totalmente humana, que permite un milagro laico: “Tal vez no sospechábamos hace un momento lo que ahora nos ocurre: que la realidad entre en la poesía para elevar a una potencia estética más alta la aventura”14. Borges descubre que, a pesar de sus debilidades estilísticas, de estas patéticas vanidades que creen en la perfección humana, la propuesta cervantina puede sobrevivir al fuego de la inmortalidad: son el diálogo sincero y la tierna amistad que vinculan a Cervantes con su Quijote que, fuera de psicologismos presuntuosos y jadeantes, permiten que el autor “padezca” (en su sentido etimológico y evangélico de “pasión”) con su personaje, y el lector, gracias a una callada complicidad, reviva eternamente las aventuras del héroe, como si soñador y soñado se unieran en la función capital del lector, es decir, la magia de hacer “experiencia” de la ficción. El poema “Lectores”, extraído de El otro, el mismo, permite adentrarse hasta en la misma experiencia de Borges autor y lector cervantino. De aquel hidalgo de cetrina y seca tez y de heroico afán se conjetura que, en víspera perpetua de aventura, no salió nunca de su biblioteca. La crónica puntual que sus empeños narra y sus tragicómicos desplantes fue soñada por él, no por Cervantes, y no es más que una crónica de sueños. Tal es también mi suerte. Sé que hay algo inmortal y esencial que he sepultado en esa biblioteca del pasado en que leí la historia del hidalgo. Las lentas hojas vuelve un niño y grave sueña con vagas cosas que no sabe15.
14
José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote. Ideas sobre la novela, Madrid, Espasa-Calpe, 1969, p. 127. 15 Ibidem, vol. II, p. 287.
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El yo poético (es fácil, en este caso, identificar Borges con Alonso Quijano) percibe la fuerza de los libros en lo inmortal y esencial que ellos ocultan: como los volúmenes quemados en la biblioteca de Alejandría y en la biblioteca quijotesca de libros de caballería, censurada por el barbero y el cura, en un fuego grotescamente depurador, las “vagas cosas que no sabe(mos)” pertenecen a la memoria de la humanidad y en los libros leemos y releemos – operación fundamental en la estética borgiana – líneas, palabras, frases para escudriñar la felicidad que conllevan y para satisfacer la justa virtud del conocimiento. Borges hubiera, sin duda, subrayado el comienzo del ensayo de Montaigne sobre las experiencias, que recuerda que “ningún deseo más natural que el deseo de conocer. Todos los medios que a él pueden conducirnos los ensayamos, y, cuando la razón nos falta, echamos mano de la experiencia”16. Para Borges los libros son sendas y crónicas de sueños, enciclopedias infinitas y posibilidades de felicidad: Montaigne, borgiano ante litteram, asegura que “la verdad es cosa tan grande que no debemos desdeñar ninguna senda que a ella nos conduzca”17. Así, la literatura se convierte en signo y alegoría de la auténtica amistad: al recibir en obsequio una edición de la Enciclopedia de Brokhause Borges afirmaba haber sentido “como una gravitación amistosa del libro”18. Un libro, como el Amadis de Gaula, encendió la mente de Alonso Quijano de sueños y otras ilusiones: ¿podría, entonces, el libro ser incluido dentro la lista de las relaciones “no peligrosas” que sustentan al lector, si tamaño desastre ha causado por toda la Mancha? Si el libro estropea, corroe, desfigura la realidad como signo cierto, ¿puede 16
Michel de Montaigne, Ensayos, Libro II, cap. XIII, “De la experiencia”, traducción de Constantino Román y Salamero, en http://www.cervantesvirtual.com 17 Ibidem 18 Jorge Luis Borges, Borges, oral, en Obras completas en cuatro volúmenes, op. cit., vol. IV, p. 183.
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ser invocado como divino, sagrado, amigo? A Montaigne le fastidiaba la conversación sobre los libros, y a su manera, tenía razón: “Da más quehacer – glosaba él - interpretar las interpretaciones que dilucidar las cosas; y más libros se compusieron sobre los libros que sobre ningún otro asunto: no hacemos más que entreglosarnos unos a otros. El mundo hormiguea en comentadores; de autores hay gran carestía”19. Aunque Montaigne, desde su escepticismo aniquilador, advierte del peligro de las interpretaciones librescas, para Borges, el Quijote huye del grupo de los textos que se nutren, como vampiros, de otros textos. Más que un libro, o más que un autor, el Quijote representa el milagro de la consubstanciación de un héroe de papel en “amigo”: como pocos otros (Huckleberry Finn, Mr. Pickwick y Peer Gynt), “todos podemos considerar a Don Quijote como un amigo. Esto no ocurre con todos los personajes de ficción”20, declara Borges en la célebre conferencia de 1968.
Borges concuerda con Stevenson en
considerar al personaje como “tan sólo una ristra de palabras”21; sin embargo, el Quijote, desde las miles páginas que se consignan al lector, cobra vida y confunde, por la eternidad, dos sueños, el sueño de la realidad y el de la matière de Bretagne. Sin embargo, el problema, como afirma Carlos Fuentes, está en otra dimensión: la lectura, ya que “el Hidalgo cree en lo que lee y su sacrificio consiste en recobrar la razón. Debe, entonces, morir. Cuando Alonso Quijano se vuelve razonable, Don Quijote ya no puede 19
Michel de Montaigne, Ensayos, Libro II, cap. XIII, “De la experiencia”, op. cit. Jorge Luis Borges, “Mi entrañable señor Cervantes”, en Papel Literario de El Nacional, 1 de agosto de 1999, recogido por Julio Ortega y Publicada en Inti. Revista de literatura hispánica (Providence, U. S. A.), número 45, primavera de 1997. Se ha consultado, en este caso, la página web: http://www.analitica.com/bitbiblioteca/jjborges/cervantes.asp 21 Ibidem. 20
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imaginar”22. La lectura, por tanto, sugiere Borges, amenaza al lector con un juego perverso: el lector puede volverse ser de ficción. Pierre Menard es un caso típico que aquí solo se menciona. Cervantes, además, entra y sale de su misma escritura, en un divertido juego de fantasía y realidad, consciente que la misma realidad que estaba ficcionalizando se componía, a su vez, de imaginación, ensueños, utopías, los cuales constituyen la naturaleza propia de cualquier relato y la posibilidad de configurar nuevos mundos y nuevos paradigmas poéticos: pensemos en el capítulo IX de la primera parte del Quijote, cuando, tras haberse suspendido la batalla entre el vizcaíno y don Quijote, aparece el "autor" (léase Cervantes u otro alter ego suyo) que encuentra el manuscrito arábigo de Cide Hamete, o las charlas de los primeros capítulos de la segunda parte con el simpático Sansón Carrasco, estudiante de Salamanca que ha leído la novela. “Cervantes deja abierto un libro donde el lector se sabe leído y el autor se sabe escrito”, bromea Fuentes. Borges bien conoce este espacio fronterizo en el que la tragedia se adentra en la historia y la burla se “burla” de su autor (no del bonachón que la sufre). Por ello, Borges recuerda en su conferencia: Cervantes, como él mismo dijo dos o tres veces, quería que el mundo olvidara los romances de caballería que él acostumbraba leer. Y sin embargo si hoy se recuerdan nombres tales como Palmerín de Inglaterra, Tirant lo Blanc, Amadís de Gaula y otros, es porque Cervantes se burló de ellos. Y de algún modo esos nombres ahora son inmortales. Entonces uno no debe quejarse si la gente se ríe de nosotros, porque por lo que sabemos, esa gente puede inmortalizarnos con su risa23.
Los lectores conocen los riesgos del olvido; sin embargo, comienzan a desearlo después de haber leído la historia de Funes; saben que la 22
Carlos Fuentes, Dos fundadores de la modernidad. Shakespeare y Cervantes, en “Babelia. Suplemento literario de El País”, 27 de octubre de 2001. 23 Jorge Luis Borges, “Mi entrañable señor Cervantes”, op. cit.
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venganza es acto vilipendioso y cruel, pero simpatizan con Emma Zunz; se dejan enredar en laberintos y espejos, donde, a veces, hay un Borges multiplicado y un yo fragmentado. El lector acepta siempre los héroes con los que familiariza in media res. Poco le importa la vida que ellos han vivido antes del papel. Borges admira a Cervantes porque, a la pregunta “¿Qué sabemos nosotros de Alonso Quijano?”, el lector no duda de su realidad, y las ficciones se adentran en el territorio de la posibilidad. Es una estrategia narrativa que Borges perfeccionará, a tal punto que nunca el lector podrá enterarse si George Bernard Shaw ha realmente expresado un cierto juicio o si el traductor de las Miles y una noche ha existido o si es, en última hipótesis, una transposición fiel de una invención del autor. Así, Borges, siguiendo una opinión de Coleridge, afirma que Cervantes quiso suspender el descreimiento en su historia del caballero errante, por causa de una “irreverencia” hacia la realidad, que hubiera frustrado la verosimilitud de las aventuras: Creo que todos nosotros creemos en Alonso Quijano. Y, por raro que parezca, creemos en él desde el primer momento en que nos es presentado. Es decir, desde la primera página del primer capítulo. Y sin embargo, cuando Cervantes lo presentó ante nosotros, supongo que sabía muy poco de él. Cervantes debe haber sabido tan poco como nosotros. Debe haber pensado en él como héroe, o como el eje de una novela de humor, pero no se ve ningún intento de entrar en lo que podríamos llamar su psicología. Por ejemplo, si otro escritor hubiera tomado el tema de Alonso Quijano, o de cómo Alonso Quijano se volvió loco por leer demasiado, hubiera entrado en detalles acerca de su locura. Nos hubiera mostrado el lento oscurecimiento de su razón. Nos hubiera mostrado cómo todo empezó con una alucinación, cómo al principio jugó con la idea de ser un caballero errante, cómo por fin se lo tomó en serio, y tal vez todo eso no le hubiera servido de nada a ese escritor. Pero Cervantes meramente nos dice que se volvió loco. Y nosotros le creemos24.
24
Ibidem.
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Borges avisa que el lector cree en la realidad de la mente de don Quijote, no en la verdad de los acontecimientos narrados. El lector se comporta un poco como un Sancho Panza que ya no consigue disuadir la testarudez de su amo del yelmo de Mambrino. De una cierta forma, el lector se vuelve cómplice del malestar de Sancho, con tal que pueda gozar, irreverentemente, de aventuras cómicas que desesperan: Las aventuras de don Quijote son meros adjetivos de don Quijote. Es una argucia del autor para que conozcamos profundamente al personaje. Es por eso que libros como La ruta de don Quijote, de Azorín, o la Vida de don Quijote y Sancho de Unamuno, nos parecen de algún modo innecesarios. Porque toman las aventuras o la geografía de las historias demasiado en serio. Mientras que nosotros realmente creemos en don Quijote y sabemos que el autor inventó las aventuras para que nosotros pudiéramos conocerlo mejor25.
Borges insiste en este proceso de conocimiento que permite el milagro de una amistad literaria entre el lector y don Quijote. Cuando, por ejemplo, Alonso Quijano muere, el lector estaría dispuesto a reencaminarse a las primeras líneas de la novela, por “aquel lugar de la Mancha” donde había empezado su deleite, y percibe, al mismo tiempo, que Cervantes también se ha entristecido: “Cervantes debe haber sentido que se estaba despidiendo de un viejo y querido amigo”26, a pesar de sus descubrimientos finales, de su desilusiones de la segunda parte: Cuando cuenta las extrañas cosas que vio en la cueva de Montesinos […] yo siento que él es un personaje muy real. Las historias no tienen nada especial, no se ve ninguna ansiedad especial en la urdimbre que las une, pero son, en cierto sentido, como espejos, como espejos en los que podemos ver a don Quijote. Y sin embargo, al final, cuando él vuelve, cuando vuelve a su pueblo natal para morir, sentimos lástima de él porque tenemos que creer en esa aventura. El siempre había sido un hombre valiente. Fue un hombre valiente cuando le dijo estas palabras al caballero enmascarado que lo derribó: «Dulcinea del Toboso es la 25 26
Ibidem. Ibidem.
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dama más bella del mundo, y yo el más miserable de los caballeros». Y sin embargo, al final, descubrió que toda su vida había sido una ilusión, una necedad, y murió de la manera más triste del mundo, sabiendo que había estado equivocado27.
Una de las magias que “encanta” (en el doble sentido de aprecio y hechizo) al lector del Quijote es que, a diferencia de las situaciones ariostescas, donde todo acaecimiento se presenta bajo el aspecto irreal y sublime, los personajes de Cervantes son muy próximos del hombre moderno, ambiguos a tal punto que si Sancho duda, le parece al lector que don Quijote no ha todavía enloquecido. La magia, en este caso, consiste en una hipnosis contemplativa de la propia condición actual, siempre igual y siempre variada, que magnetiza el lector y lo aproxima, amistosamente, a la locura quijotesca. Con argucia Octavio Paz entrevé la absoluta modernidad cervantina: Los más desaforados personajes de Cervantes poseen una cierta dosis de conciencia de su situación; y esa conciencia es crítica. Ante ella, la realidad vacila, aunque sin ceder del todo: los molinos son gigantes un instante, para luego ser molinos con mayor fuerza y aplomo. El humor vuelve ambiguo lo que toca: es un implícito juicio sobre la realidad y sus valores, una suerte de suspensión provisional, que los hace oscilar entre el ser y el no ser28.
La ironía, además, funciona como mecanismo que frena los continuos pasajes del realismo (ya tan contaminado por la conciencia alocada de Don Quijote) a la tragedia (que esta misma perversión realista genera en quien asiste a su falsa lectura). Entre Sancho y don Quijote la ironía actúa como componente de la amistad que los une: aceptando la diversidad manifiesta del otro, Sancho reconoce que no podrá nunca entender las acciones controvertidas de su amo, pero, al
27 28
Ibidem. Octavio Paz, El arco y la lira, México, Fondo de Cultural Económica, 1986, p. 227.
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mismo tiempo, lo admira y lo consuela, sin abandonarlo en sus ideales de transformación de la realidad. Con razón Auerbach, a menudo muy criticado por su lectura apaciguante del Quijote, admite la profundidad y veracidad del sentimiento que mueve el Caballero de la Triste Figura, su devoción a Dulcinea, como ideal de mujer, su sentido de la misión y del sacrificio, su real inclinación al coraje y a la fidelidad. Sancho, que con su amistad no siempre desinteresada, pero sincera y perspicaz, discierne la duplicidad del alma de su amigo caballero, no sólo otorgándole un apodo que lo describe plenamente, sino, y sobre todo, percibiendo en él la participación de la idea de redención, nobleza, pureza, unida a la locura, a un paso de la esquizofrenia. Según el pensamiento del autor de Mimesis, entonces, el Quijote carece
de
auténticas
zonas
de
conflictividad,
o
de
probada
contradicción, ya que en su relectura enfermiza de la realidad, don Quijote mantiene una unidad de intenciones, nunca desmentida a lo largo de la ficción. Y, de su parte, Sancho, que, como amigo sagaz y verdadero, intenta, sin éxito, disuadirlo con frecuencia, busca en el diálogo con él reconducirlo a una visión objetiva y unitaria de la realidad. La “alegría universal”, que Auerbach ve como el signo más poderoso del estilo cervantino, puede, quizá, asimilarse a la concepción borgiana según la cual “un libro no debe requerir un esfuerzo, la felicidad no debe requerir un esfuerzo”29. El Quijote es -confiesa Borges- el libro paradigmático, uno de sus textos de culto, que hay
29
Jorge Luis Borges, Borges, oral, en Obras completas en cuatro volúmenes, op. cit., vol. IV, p. 182.
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que releer, más que leer, para - siguiendo a Emerson - gozar de esa “forma de felicidad” que es la lectura. No sabríamos aducir si Borges estaría de acuerdo con esta hipótesis de Auerbach. A Borges interesa limitadamente si las aventuras y desventuras de don Quijote acaban por manifestar significados trágicos o simbólicos. Dice Auerbach: “A Cervantes jamás se le habría ocurrido pensar que el estilo de una novela, siquiera fuese la mejor de
todas,
pudiera
poner
manifiesto
el
orden
reinante
en
el
universo”30: más bien, Borges prefiere, a pesar de la sospecha de un estilo cervantino incongruente y no refinado, leer en la obra maestra de Cervantes la transmisión de un “destino” ficcional, que compite con los destinos de la realidad, el del ingenioso Hidalgo de la Mancha. Por ello, en La postulación de la realidad, afirma que se puede perdonar las brutalidades y obviedades cervantinas porque la verdad está en otros detalles, acaso imperceptibles: “La imprecisión es tolerable o verosímil en la literatura, porque a ella propendemos siempre en la realidad”31 El libro, como alegoría de la historia universal (“un infinito libro sagrado que todos los hombres escriben y leen y tratan de entender, y en el que también los escriben”32) y como objeto de trascendencia y de sobrenaturalidad, representa la compañía educativa que Borges señala, leyendo el Quijote. Y puede ser que no se trate tanto de escribir o entender la realidad, como de participarla, compadecerla, sufrirla: en este asunto, la magia más sorprendente del Quijote es su milagrosa amistad libresca. 30
Erich Auerbach, “La Dulcinea encantada”, en Mimesis. La representación de la realidad en la literatura occidental, México, Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 338. 31 Jorge Luis Borges, Discusión, en Obras completas en cuatro volúmenes, op. cit., vol. I, p. 230. 32 Ibidem, Otras inquisiciones, vol. II, p. 50.
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La gente habla todo el tiempo de libros en Don Quijote. Cuando el párroco y el barbero revisan la biblioteca de Don Quijote, descubrimos, para nuestro asombro, que uno de los libros ha sido escrito por Cervantes, y sentimos que en cualquier momento el barbero y el párroco pueden encontrarse con un volumen del mismo libro que estamos leyendo. En realidad eso es lo que pasa, tal vez lo recuerden, en ese otro espléndido sueño de la humanidad, el libro de Las mil y una noches33.
Entre sueños y amistades, se consuma, en Borges, hasta el infinito, la percepción de la literatura (y, por ende, de la lectura) como propuesta metodológica de trabajo y goce. Es justamente la amistad fundamentada por Borges que permite que Pierre Menard re-escriba exactamente el mismo Quijote, con las mismas características, ensimismándose con Cervantes hasta volverse “uno”, una única “persona”, una especie de trinidad laica formada por el lector, que es también compilador, que es también traductor. El gesto creador se magnifica, así, en una “causa de dicha”, como concluye Borges en su discurso de Austin: Creo que los hombres seguirán pensando en don Quijote porque después de todo hay una cosa que no queremos olvidar: una cosa que nos da vida de tanto en tanto, y que tal vez nos la quita, y esa cosa es la felicidad. Y, a pesar de los muchos infortunios de don Quijote, el libro nos da como sentimiento final la felicidad. Y sé que seguirá dándoles felicidad a los hombres34.
Si para Borges, haber conocido a don Quijote representa “una de las cosas felices que [le] han ocurrido en la vida”, para el lector, que celebra el cuarto centenario de la publicación del Quijote, la “cosa más feliz” se resuelve en encontrar a alguien, como Borges, por el cual la literatura y los libros sintetizan la metáfora de una amistad
33 34
Jorge Luis Borges, “Mi entrañable señor Cervantes”, op. cit. Jorge Luis Borges, “Mi entrañable señor Cervantes”, op. cit.
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que, como recientemente ha sugerido Milan Kúndera, constituye uno de los “descubrimientos cervantinos de la nueva belleza prosaica”35. Borges
mismo
enseñanzas.
La
aprendió primera
de es
Cervantes, haberle
principalmente, perdido
el
dos
respeto
(creativamente) a los libros, es decir a su capacidad de glosarlos, parodiarlos y desatar toda su vertiente lúdica. La segunda es su identificación con Quijano y su soledad: es allí que Borges busca una “amistad”
que
sostenga
sus
“venturas”.
Naturalmente,
todos
asociamos a don Quijote con Sancho Panza, pero Borges -que siempre gustaba de ir contracorriente- renegaba de la composición de personajes "contrapuestos". Decía que era una estrategia muy fácil. Sin embargo, sería interesante revisar la obra borgiana y ver si se encuentra a un Sancho Panza (quizás su amigo Bioy Casares encajaría en este molde…). Dejemos, entonces, concluir a Sancho: “Pero esta fue mi suerte y ésta mi malandanza; no puedo más, seguirle tengo; somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos, y sobre todo, yo soy fiel, y, así, es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón”36.
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Milan Kúndera, El Quijote y el arte nuevo, El Cultural, 1 de enero de 2005: véase documento en la web: http://www.elcultural.es/html/20050106/letras/quijote.asp. 36 Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición del IV Centenario, Madrid, Real Academia Española-Asociación de Academias de Lengua Española, 2005, p. 808 (II parte, XXXIII capítulo).