calicanto revista de creación literaria nº 22

revista de creación literaria nº 22 calicanto Grupo Literario ”Azuer” T « engo mi juventud llena de la vejez que dan las penas y las guerras diar
Author:  Juan Rojo Torres

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N°8 Argentina – 2012 Revista Anarquista La memoria como arma: Fumiko Kaneko- No Podrán Pararnos- Reflexiones sobre la solidaridad y la profundización

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revista de creación literaria nº 22

calicanto

Grupo Literario ”Azuer”

T

« engo mi juventud llena de la vejez que dan las penas y las guerras diarias. Estoy tan dispuesto a vivir como a morir. El poeta es, soy, el hombre más herido en medio de su pueblo y la lucha, y puede ser también el más muerto. Pongo mi alma a disposición del pueblo». Miguel Hernández

Las opiniones vertidas en esta revista son responsabilidad exclusiva de sus autores. Todos los textos publicados son inéditos, excepto los que expresamente se señalen.

calicanto

Revista de Creación Literaria Edita:

GRUPO LITERARIO AZUER

Centro Cultural «Ciega de Manzanares» Virgen del Carmen, 14 • 13200 MANZANARES (C. Real)

Director: ANTONIO GARCÍA DE DIONISIO Consejo de redacción: Manuel Laespada, Teo Serna, Jerónimo Calero, Cristóbal López de la Manzanara, María José Maeso. ISSN 1138-6975 Imprime: Copigraphic Martín Lara, S. L. D.L. C.R. 388-96

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oesí a

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manuel quiroga clérigo Los ángeles de abril

chema t. fabero

Procedencia y destino

susana roberts Pueda ser

esther martín rojas El primer beso

antonio daganzo

Solo

mercedes sánchez-cantalejo Miguel

elmys garcía rodríguez

Espejos descifrando mi rostro

luis arrillaga

Letanía matutina

antonio garcía de dionisio La mosca tras la oreja

antonio varo baena La visita

alfredo díaz de cerio Días contados

alfredo de frutos dávalos Todo queda

luis garcía pérez

Los rostros de la piedra

maximiliano hernández marcos Paleontología del sueño

jerónimo calero calero Yo me iré…

delfina acosta

Estatua en la Plaza Verde

vinicio verzieri

Poemas

josé ángel magadán

Aburrida jornada de domingo

manuel quiróga clérigo Los ángeles de abril

E

n las tardes de abril aparecen los ángeles furiosos. Recuperan los truenos, los estantes sin libros ni ventanas, las campanas hostiles, esquinas de cipreses y humedades. Apenas perfumados, son ángeles hostiles (casi estáticos) algo ceremoniosos, arruinados, modélicos y oscuros. Van trazando las sendas de las dudas y del tedio, ocultan la ternura que antes les alentara. Abril es el espacio de cipreses sin sombra, de abecedarios tristes y perfectos naufragios. Es el momento, entonces, en que todos los ángeles van recorriendo audaces los pinares de cobre, las montañas de humo y de abejas cansadas. Reaparecen pacíficos los hoteles mohosos y distantes, las escenas de hierro famélico, oxidado. Se alojarán en ellos los ángeles del odio, los verdugos concretos de espíritus tranquilos, los esclavos de infiernos y metáforas. En abril, sobre todo, se edifican guaridas y rincones; se establecen los negros horizontes de la angustia, la evadida miseria de existencias hostiles, solitarias. Los ángeles traslúcidos, terrenos, van sofocando lápices, prohibiendo meandros, cosechas de glicinas y gaviotas; esgrimen cancioneros de asfixia y de cemento; van instigando, crueles, las tardes compasivas, los claustros de la lluvia y de su entorno plácido.

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De mañana, en abril, esos ángeles torpes, peregrinos, permiten que el rocío anegue los senderos y las playas; buscan el equilibrio de sus ropajes blancos, establecen ansiosos escenas de eucaliptos o afónicos preludios de nostalgia. En medio del cemento y las esferas ya vemos dibujados unos trozos insólitos, o fríos, de alguna eternidad que perfuma pretéritos y alcobas. Abril, con subterfugios, enloquece a los ángeles hostiles, les destina a los tristes desvanes del presente, va dejando en su piel incandescente las huellas de la nada. Así, mientras con toda la violencia del relámpago, vamos entronizando tímidas primaveras, aparece la furia de vientos de algodón, de tanta arquitectura de visillos como hacen posible los jardines de anémonas, azahares. Si perdimos abril y todos sus disfraces, si de pronto buscábamos octubre más allá del olvido y sus jazmines, esperemos que acaso resucite la fábula de espejos (sueños inalcanzables), en que sólo la niebla permita analizar la huída de esos ángeles a cualquier catedral que, aún, permita los milagros.

Manuel Quiroga Clérigo

(Premio «Chilanco» en la XLI Cata del Vino Nuevo y Anochecer Poético del Grupo Artístico y Literario «El Trascacho», Valdepeñas, 2009.)

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chema t. fabero Procedencia y destino (Estación de Ferrocarril)

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odo era destiempo en instantes espirales y todo era verso, según parece: el espejo negro donde cada amor se miraba a sí mismo, la infinitud de la palabra ya dicha, la somnolienta cantina de las tres de la mañana, el inmediato puente y el adiós, el estar viajando y lo viajado, la casualidad maestra que dibujaba un mundo sutil, preciso, irrefutable, premeditado sobre el mapa desigual de la madrugada, cuando los trenes rebasaban niebla y sueño con su ruido fatigoso de este a oeste, y vuelta, y se hacía eterna la mansedumbre de los ojos recién abiertos que iban hacia ti, como las exhalaciones aquellas de vaho que se obstinaban en desafiar al frío, boca a boca, bajo el fuego custodio de una lámpara siempre a punto de apagarse.

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susana roberts Pueda ser

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ue el corazón se desprenda en madrugada para entregar la noche a la propia sombra y formar figuras imaginarias sin pronunciar palabra pueda ser que se disparen latidos a los huecos hacia los arcos azules esperando transpiren paredes y tal vez más tarde con las sales del viento pegada a las ventanas se frieguen las manos sosteniendo el pecho de fugas que se repiten también pueda ser que el mundo de los sueños vaya rompiendo paisajes en la melodía verde del alba para cotejar con el lila pisadas de días infinitos.

Trelew - ARGENTINA

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esther martín rojas El primer beso

H

oy me he dado cuenta. Sin ti empiezo a ser todas esas canciones tristes que duran más de seis minutos. Soy la mirada perdida de los que piensan en suicidarse. Una mujer en escala de grises. Así que ven, quédate y no te vayas.

Vísteme de blanco

O

igo un ruido, una pausa, un silencio. La aguja araña el vinilo hacia el siguiente anillo de música y Leonard Cohen te acaba de susurrar: «Nunca te dije que fuera valiente».

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antonio daganzo Solo

D

ónde me naces, soledad, hija sin puertas ni partos, hija adentro. Ya no eres alta como entonces, cuando la sien mordías, los verbos cercenabas a mitad de las manos, la pasión destruíamos y oscuro. Pero naces: me naces, dónde tiemblas. Quizá me reconcilias con el padre que nunca quise ser: el de las rocas. Solo en seguida tan duro como un grito, más claro que el silencio; solo de pronto en los años veloces, descubro una vez más —dónde me salvas— mi dulce, mi menuda, mi imposible grandeza.

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mercedes sánchez-cantalejo Miguel:

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as regias copas de los árboles no te protegieron; las estrellas, escondidas, se ocupaban de otras cosas. Ya no estaba el calor de lo inmediato reconocible; ni la llamada del surco a esperar su labor. La urgencia se tintó de negro espeso. Todos los labios hablaban otro idioma, tu yo, tan solo, trató de huir por donde pudo. Los cálculos antiguos desbarataron sus límites; y te quedaste expuesto a la intemperie escurridiza de los reclamos contradictorios. La física luz dañaba todos los rincones; las voces hervían falsedad de multitud. Y los pasos lentos de la seguridad, te arrebataron del medido impulso de los tangos. No pudimos consolar tu queja y anclarte fijo al amor de un cortejo amplio de entendimiento. Las barreras desequilibran por sí mismas, y, a cada lado, todos quedamos con lo nuestro verdadero. Y por su filo anduvimos de puntillas, con la venia de que el viento no empujara más a otra torre única hacia el certero tajo negro.

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Que el faro de tu torre a cielo adentro, retome la savia artística del sol; y el tacto de cariño en volteretas ágiles, remonte con las aves de paso camino de su nido, guiando en su vuelo planeador, un desvío a la ruta al centro de la tierra.

In memoriam Miguel Nieto

Mercedes Sánchez-Cantalejo

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elmys garcía rodríguez Espejos descifrando mi rostro

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aldré a la calle compraré un nuevo oficio no tengo la culpa de llevar un traje equivocado los misterios se repiten a esta hora cuando el pan que me llevo a la boca no es el mismo. Alguna tarde voy a perderme para siempre ya los naufragios no son noticia estoy viviendo mi propia muerte frente a una ciudad extraña.

II Cada noche me levanto voy hacia el espejo me sonrío y me vuelvo de costado camino por toda la casa descifrando mi rostro. Podría tener el tiempo en mis zapatos borrar esta imagen del animal que soy. He de ocultarme bajo la sombra de tus pasos para no reconocerte a través de los cristales. Holguín - CUBA

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luis arrillaga Letanía matutina A Mari Carmen Navarrete y Ángela Sánchez, este envío de agua amorosa.

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as montañas revelan el despertar del día, allá, donde la mar es un murmullo alegre y el viento enamorado acuna las palmeras, allá, donde el exilio ha secado sus lágrimas. Una lenta bandera ignora el oleaje como si fuera espejo de la luz agotada, de las manos heroicas que desatan las horas cuando la piel salvaje se estremece de gozo. Así es cómo agoniza la orilla de las sombras en estas nuevas olas que acarician mi cuerpo. Permanecen los besos en el éxodo fiel de esta carne gastada por pueblos y paisajes. Un rostro luminoso surge en el horizonte con la cruz derramada en el sueño y la ira; sus ojos en el agua han roto las cadenas de cárceles y asilos, de dolores y llagas.

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antonio garcía de dionisio La mosca tras la oreja

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el infierno se vuelve Con el ayer doblado entre las manos Como un siniestro grumo de palabras Perforando razones y proyectos Algo que no sabemos Nos hace comprender lo incomprensible El haz de luz que parte en dos mitades La tristeza del agua Y nunca más seremos La certeza de aquél que nada sabe El humo vespertino de los bosques O la desnutrición de los vencidos Del infierno se vuelve… Aun sabiendo que nadie te persigue El ruido de tacones a tu espalda No te deja cruzar la calle a solas Habrá muchas razones para no tener miedo Sin embargo me incordia la mosca tras la oreja.

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antonio varo baena La visita

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a veo ya venir, con el sigilo desnudo de quien descalza pasea el mármol blando del patio y desea el almidón blanco de la falda de hilo. Parada, junto a la columna estilo jónico, en sus labios de hielo recrea el pasado, y en los ojos, como tea de aceite, el aliento, la vida en vilo. La memoria es la ceniza, el poso de otro tiempo, un pálido manto como el velo en flor que en reposo amamanta el vino y consuela el alma. En escorzo del aire, sueña el canto que un día, lejano, hallará la calma.

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alfredo díaz de cerio Días contados

Cómo, entonces salir de aquí, intentar la aventura de salir de este tiempo de desolación? Diego Jesús Jiménez

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C

uando el cielo desciende hasta los campos, cuando besa su luz las colinas lejanas o las aguas de un río que a lo lejos se pierde como plata oxidada entre humildes zarzales donde vidas pequeñas se refugian y esperan; en esa hora extraña suspendida en el aire como el último vuelo de un pájaro azulado; cuando suceden estas cosas detrás de mi ventana, viene la hora más certera de decirnos adiós en lo más hondo, más allá de lo oscuro, más allá del sueño irrepetible de la vida que sueña. Hoy he sentido que el tiempo se moría en mis ojos. He presentido en esta carne mía la derrota, ese escalofrío puntual que llega cada tarde y recorre mis huesos y mi carne, el tímido caudal que asciende por mis venas oscuro y fatigoso. Cuando el cielo desciende al umbral del silencio y la noche que llega se refugia entre los viejos muros que levantó el invierno hace ya tanto tiempo, entonces, este azul que parece besarnos es también el cuchillo que sin nombre nos hiere, el filo delgado de una aurora que estremecida nace, y también el sonido, la última palabra que nos besa los labios y después agoniza desalentada y sola detrás de cada puerta.

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2 Este camino no lleva a donde mi corazón quiere viajar, allí donde miran mis ojos cuando el día parece diluirse en el aire y el perfil de las cosas se desdibuja lento igual que una arboleda en una niebla húmeda y la silueta de un pueblo recogido es un ocre manchado como carne apagada, como una pregunta abandonada, lejos, como un nombre perdido que no regresa nunca. Este paso de la fugacidad tiende a un orden que todavía no conozco: su anclada melancolía sobre el cofre dormido de la tierra, sobre la pequeñez tan leve de las piedras al borde de la hierba, ese triste verdor que hace fácil soñar en cualquier sitio. Este camino de ida se adentra en el fondo de la esfinge del tiempo, no en mi corazón. Mi corazón galopa en el silencio… El silencio traza su muro y cierra el campanario… Las campanas ya no preguntan por el hombre que ha muerto… Los muertos no son de nadie… Al final del poema sabemos con certeza nuestro modo de amar, diferente y anónimo, la manera segura de mirar una playa, y el mar, —alguien lo llama cielo. Alfredo Díaz de Cerio

Pamplona 2007

El 29 de enero de 2008, fallecía en Pamplona a los 66 años el pintor, escultor y poeta mendaviés Alfredo Díaz de Cerio. Como gran amigo y gran poeta que fue, queremos recordarlo en este tercer aniversario de su muerte, con este poema que nos remitió unos meses antes y que creemos está inédito.

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alfredo de frutos dávalos Todo queda

T

odo queda. Nuestras manos son un espejo de memoria. Quedan nuestras manos. Quedan las plantas tras la ventana cuando el sol se extingue. La luz del sueño queda. Queda el alimento quieto sobre la mesa. No se pierden ni las huellas ni se pierde el viento. El tiempo azul oscuro va trepando por unos ojos asustados, pero no vuela tan lejos como para irse. Queda como la mirada que intrusa en la mañana se pregunta por su juventud sin horas. Las medusas preñadas sobreviven en las paredes cuando ha dejado de clamar el dolor en el silencio. La ancestral sabiduría de los dioses sigue susurrando en los palacios aun después de que la sangre los vistiera. Queda el papel en que tu nombre fue una isla mordida por las cruces,

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como tu nombre bajo una sola cruz en una tarjeta que no recuerdo cuándo me enviaste. Queda algo más que una fecha para pensar en las veladas poéticas (piel, guitarra, una gota de espacio). El sabor de la ginebra en los labios, el sabor de la pena en el cansancio con que amanece. Queda la soledad de la voz, que es soledad porque fue compañía. Te dicen adiós las hojas pero adiós es sólo una canción que oímos entre sueños. Queda el grito puesto en las nubes, el murmullo de unos pasos en el suelo, las fotografías que suben escaleras. Vivimos escondiéndonos pero no partimos. La ausencia es otra forma de la tierra.

Alfredo de Frutos Dávalos

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luis garcía pérez Los rostros de la piedra

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a noche con su velo de presagios, con su fardo de sombras va fundiendo ese póstumo beso de la nieve en la cumbre de todos nuestros sueños. De nuevo canta el búho en la arboleda su copla desgarrada y en el Cosmos rodante se apresura el latido envolvente de los astros. El abismo devora las palabras en este valle oscuro de frustrada alegría donde duermen las voces el sueño más profundo de un dolor que resurge cada día. En una plaza impersonal y fría las notas del violín del último romántico sangran como una flor que se desmaya en un vaso sin agua ni relente. La oscuridad sorprende entre sus muros la fe de los veleros que surcan las fronteras del asombro en busca de un levante de sol y caracolas, cual beso que se rompe en la espesura sin poder renacer en nuestros labios.

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maximiliano hernández marcos Paleontología del sueño

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¿ or qué somos peores que nosotros mismos cuando pasa la juventud y el ideario de la vida va cargándose de ocupaciones y rutinas más pesadas que nuestro cuerpo infiel? Nunca se detiene la sensación de haber amado mucho ni cumplido en carne propia las mentiras de la edad adulta, las que nos hicieron soñadores a saldo en la cinematografía de la infancia, antes de conocer la luz vulgar de la experiencia. A veces, como por instinto, respiramos a fondo, cual si aún descolgáramos a tiempo las cadenas, y un gesto de gratitud nos acompaña o de complicidad remota, que nos devuelve a la mitología de la tierra, y reproducimos, igual que antaño, los dichos y proverbios de una misma herencia, sin que sepamos si se prolonga en ella el eco o la verdad de las palabras propias. Perecedero, sin brillo es nuestro nombre, humilde la dignidad que lo sostiene, si toda nuestra pasión consiste en transmitir del alma la semilla.

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jerónimo calero calero Yo me iré… Yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando. Juan Ramón Jiménez

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l campo aquél, el árbol centenario, El brocal de la noria, la artesilla, El agua virginal que rumorosa Nace a la luz después de tantos siglos. La precisa armonía de las cosas Que quedarán detrás, como quedaron Después de cada muerto, la silente Naturaleza estática, el aroma Vegetal de la tierra, el dulce trino Con que el sol amanece, la escarlata Plenitud de la aurora… Yo me iré No rompáis el silencio, todo sigue Por los cauces de siempre, nada cambia. La eternidad apenas se estremece, La sombra sigue dándome en los ojos Pues sombra resultó ser mi existencia. Y por todo epitafio, si alguien quiere, Decid que fui, que quise y que no supe. Nada mejor habrá que me defina Bajo esta algarabía de torcaces. Con la que están hablando los cipreses.

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delfina acosta Estatua en la Plaza Verde

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e esperaría. Yo sería, amado, la primera en llegar hasta la vía, y la última en volver, con un paraguas, de la estación del tren que te traería. Iré hasta el mar como la lluvia, a veces, y pasaré del mar a la otra cita, en el muelle del puerto, frente al río. Seré la gris silueta que tirita. Inmensamente sola como novia saldré a buscarte y volveré tardía. Del balcón a la plaza partiré. Seré una estatua de melancolía. Y a la hora puntual de nuestras muertes, si llegara primera a nuestra cita, te estaré ya aguardando para darte mi amor en una blanca margherita.

Asunción - PARAGUAY

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vinicio verzieri

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L SUEÑO del campesino está atado al sol y a las lluvias y al trabajo de sus animales. El silencio tiene dificultad de existencia y se refugia en el amarillo rojizo alma de otoño.

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N LOS SUBURBIOS de la incredulidad domina la paz expresada por la jerga de los pájaros en el perfume de la limpieza matinal y por la hierba lavada. El aire dominical tiene el silencio del espacio religioso que infunde tranquilidad aunque el rojo reverente de la amapola encienda la percepción de los sentidos.

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C

UANDO los sueños pesaban para el futuro y la poesía movía el lenguaje el tiempo tenía sabor de frutos y el deseo proporcionaba placer. Ahora coinciden los restos hechos añicos en el silencio adulterado entre lamentos televisivos y circulación distraída como las almas asaltadas por el desaliento.

E

L AROMA del orden natural empujado por la brisa del amanecer tras la lluva se ata al diálogo entre la quietud y el ruiseñor. El olor del heno cortado reafirma el carácter del aire e invita el sol al canto de esperanza que forcejea en la red de la maldad urdida por los hombres. (Traducción de Emilio Coco) Vinicio Verzieri, nació en Montesilvano (Pescara - Italia) donde vive y trabaja como escultor, pintor y grafista. Sus obras se encuentran en diversos museos y colecciones particulares. Ha publicado dos novelas, textos de teatro y ensayos. Como poeta es autor de varios libros, entre los que cabe destacar: Amina (1990), Bilancia parziale (1991), Nefertiti – Il silenzio (2002), Stupore (2007) y Canto solitaro (2009) de donde se extraen los poemas que aquí se traducen.

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josé ángel magadán Aburrida jornada de domingo

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burrida jornada de domingo en un Loft ¡Me oxido como un vino! Mantengo un monólogo ante el espejo Esta voz profunda y cavernosa Aterciopelada Como la astucia ¿Es mía, o de otro? Cruje un mueble Por un pasadizo secreto al oeste de mi excéntrico Costado Me precipito huyendo de la anodina realidad Profesional del crimen, abrevo fugitivo en Una arteria de agua dulce Es un acuífero sobreexplotado Escondo un esqueleto. Pero, ¿dónde? Lo busco Periplo de mis nudillos por las Constelaciones Aburrida jornada de domingo en un Loft En días como éste contribuyo Con una mortal Indiferencia ¡A mi propio eclipse!

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arrativ

30 ● ramón de aguilar martínez Cordones (IX Premio Nacional de Relato Corto calicanto) 34 ● carlos m. márquez custodio Coloréame 37 ● juan miguel gutiérrez de la solana Algo prepara una emboscada 40 ● antonio guerrero Imperceptible

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ramón de aguilar martínez Relato ganador del IX Premio Nacional de Relato Corto

«calicanto»

Cordones

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o lloré el día que murió papá. No pude llorar, aunque me hubiera gustado hacerlo. Huí de los amigos y familiares que vinieron a acompañarnos y, encerrado en mi cuarto, fui rememorando algunos de los momentos que habíamos vivido juntos; la mayoría en la infancia, cuando me sentaba en sus rodillas para enseñarme a cantar villancicos, para escribir juntos la carta a los Reyes Magos o para leerme pequeñas poesías, como aquella del zapatero remendón: Tipi tape, tipi tape… Estaba en una de las últimas páginas de la cartilla. Yo era sólo un niño. Tipitape, tipitón. El abecedario se llamaba «Amiguitos» y junto al texto aparecía dibujado un zapatero. No era más que una estrofilla de cuatro versos. Tipi tape, zapa zapa. Ahora sé que su autor se llamaba Germán Berdiales pero, durante muchos años, sólo recordaba el dibujo y la voz de papá: Zapatero remendón. No me resultó difícil memorizarla porque, aparte del ritmo que marcaban las sílabas onomatopéyicas, el trazado de un hombrecillo con cara de duende, clavando tachas en el tacón de un zapato, me hacía recordar al zapatero de la calle Caídos, al que llevábamos a reparar el calzado de casa. Podría inventar un nombre para él, pero prefiero admitir que no recuerdo cómo se llamaba; quizás para mí nunca tuvo nombre, era, simplemente, «el zapatero». Para llegar hasta él, una vez dentro de la zapatería en la que su mujer vendía albarcas de tela con la suela de cáñamo y zapatillas de deporte de lonilla azul o roja, con suelas de goma, había que subir a un altillo. También exponían zapatos de los buenos: zapatos con cordones, como los de los ricos, y zapatos de señora, con tacón, como los de las actrices de cine; pero ésos se vendían rara vez; así es que permanecían a la vista de todo el mundo, para calzar nuestros sueños más que nuestros pies. Cuando tenía que ir allí, me solía acompañar mi amigo Andrés. En realidad, Andrés y yo íbamos juntos a todas partes; éramos uña y carne, pese a tener caracteres muy distintos. Su padre era camionero, pero también sabía componer zapatos. Me lo contó un día

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que habíamos llevado los míos a reparar. «Yo procuro que mis botas no se rompan —me explicó. Las cuido todo lo que puedo y cada noche, cuando me las quito, les doy betún para que la piel se conserve bien». En casa, sin embargo, se quejaban de que nosotros, mis hermanos y yo, destrozábamos el calzado; decían que no poníamos cuidado, y a lo mejor llevaban algo de razón porque, desde luego, nunca se nos ocurría limpiarlos muy a fondo. Eso era algo que hacía papá todas las semanas. El domingo por la mañana, antes de que nos levantáramos, o mientras mamá nos arreglaba para ir a misa, él cepillaba todos nuestros zapatos, a los que primero les había quitado los cordones para hacerlo mejor, y luego les daba betún y les sacaba brillo con un paño para que los lleváramos relucientes a la misa del mediodía… Ya no nos preocupábamos más hasta que él volvía a limpiarlos una semana después, había que llevarlos al zapatero o estaban ya tan mal que no quedaba más remedio que tirarlos; aún entonces, papá los repasaba minuciosamente y les quitaba los cordones, que guardaba en una caja, por si algún día se necesitaban. «Si se me descosen por algún sitio —continuaba explicándome Andrés—, cuando mi padre regresa a casa, él los cose y así nunca están rotos». Nosotros, ya lo he dicho, si tenían arreglo, los llevábamos al zapatero de la calle Caídos o, si no lo tenían, sólo se salvaban los cordones. El mostrador que presidía la planta baja de la zapatería era de madera y toda la tienda olía a cáñamo y lona, a goma recién recauchutada; un olor difícil de describir pero que cualquiera que lo haya encontrado al traspasar una puerta de cristales podrá recordar toda la vida con tan sólo cerrar los ojos. A la izquierda del mostrador arrancaba la escalera de yeso que, sin barandilla en la que apoyarse, subía hasta el taller donde el hombre hacía los arreglos, sentado ante su banco, frente al yunque; protegido con un oscuro mandil trabajaba rodeado de ceras y betunes, hormas, leznas, bramantes, colas y otros útiles que no sé nombrar, pero que me fascinaba mirar cuando tenía que subir hasta allí con algún encargo de la casa. Los zapatos por arreglar se amontonaban a un lado, revueltos en un desorden que sólo era aparente porque él, el zapatero, podía encontrar sin vacilar cualquier par que tuviera que buscar. Los que ya estaban arreglados, y a los que había sacado brillo con una gamuza, después de embetunarlos y cepillarlos, esperaban ser recogidos, cuidadosamente colocados por parejas en unas baldas de madera que estaban frente a él. No había ninguna ventana en el aposento y el olor del betún, junto al de la cola que borboteaba al baño maría sobre la estufa que caldeaba el cuartillo, lo impregnaba todo, provocando un agradable mareo. Nunca lo vi de pie; si el trabajo que iba a recoger estaba terminado, él me señalaba la estantería donde nuestros zapatos esperaban ser recogidos, para que yo mismo los tomara y, si aún no estaban, él los sacaba del montón, sin vacilar, y hacía como que los dejaba aparte para que esos fueran los siguientes en ser arreglados; pero nunca se apartaba del yunque en el que trabajaba, ni se levantaba de su silla con las patas cortadas; por eso

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siempre pensé que no tenía piernas, algo absurdo, porque hasta aquel altillo sólo se podía llegar por la escalera de yeso que subía desde la planta baja; pero la idea se reafirmó cuando años después, siendo ya adulto, al morir papá, me fui a Colombia y conocí a Nelson en Mariquita, un pueblo del Tolima, en el interior del país, a los pies del Nevado del Ruiz. «Si quieres unos buenos zapatos —me aconsejaron—, no te gastes el dinero tontamente en unos de fábrica». Me lo dijeron de manera confidencial, para demostrarme que yo no era considerado un turista más o uno de los veraneantes que llegaban de la capital. «Nelson te los puede hacer mejores y por menos dinero». Unos zapatos hechos a medida y más baratos que los que pudiera comprar en cualquiera de los almacenes que se sucedían a lo largo de la Cuarta, entre bazares de electrodomésticos, colmados de víveres, tiendas de ropa, puestos de rifas o de helados… La zapatería de Nelson se encuentra todavía en una pequeña planta baja cerca del mercado, es el taller de un zapatero remendón, como el que yo recuerdo de mi infancia: el mismo banco y el mismo yunque, las mismas herramientas, el betún, la cola borboteando en un pequeño hogar y, junto a él, en un rincón del suelo, un hombre sin piernas, al que cada mañana coloca allí su familia, para que ayude al amo limpiando los zapatos que repara; pero Nelson sí que puede andar, de hecho se levanta para recibirte cordialmente en cuanto te asomas a su puerta, siempre abierta de par en par; te saluda dando gracias a Dios por tu visita y sabe mostrarse servicial, sin caer en el servilismo ni perder su dignidad, sin dejar de mostrarse humilde, pero orgulloso de ser útil con su trabajo. Si te quieres hacer unos zapatos, Nelson te pedirá que deposites el pie descalzo sobre un cartón y dibujará su contorno para que le valga de plantilla; luego te medirá la altura del empeine y tomará otras medidas que le servirán para presentarte una semana después los zapatos ya montados, pero sin acabar; sólo para que te los pruebes y así poder hacer las modificaciones necesarias para que, al final, te queden como un guante. A papá le hubiera gustado hacerse unos zapatos a medida. Seguramente nunca los tuvo, porque aquí las cosas siempre han sido de otra manera, y más en aquel entonces; pero en el taller de Nelson basta con elegir uno de los modelos de su escaso muestrario y adelantarle el importe de la piel que quieras que utilice; él comprará al mayorista la cantidad exacta, porque no puede permitirse tenerla almacenada. Sobre la plantilla de tu pie anotará el importe de la cantidad adelantada y allí mismo te hará la cuenta final cuando, apenas diez días después, retires tu par de zapatos nuevos e impecables; luego te acompañará hasta la puerta, dando de nuevo las gracias a Dios y colmándote de bendiciones por tu compra, mientras su ayudante sin piernas te sonreirá desde el suelo, orgulloso de que un extranjero les haya visitado. Hubo un tiempo en el que aquí también éramos así con quienes venían de otro país y hubiéramos hecho por ellos cuanto estuviera en nuestra mano, simplemente por ser distintos de nosotros, hablar

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otro idioma o tener otros paisajes en su recuerdo… Simplemente por eso y porque, tal vez, antes que como turistas, los veíamos como seres humanos que se encontraban lejos de su hogar y de su familia. Luego las cosas han ido cambiando. Desapareció la zapatería de la calle Caídos y es posible que Andrés, que ahora es el gerente de su propia flota de camiones, haya dejado de cuidar con tanto esmero sus zapatos. Papá murió hace quince años y mamá la semana pasada. Hoy he ido a recoger sus cosas a la residencia. Le dije a la directora que podían quedarse su ropa, si la necesitaban para otras ancianas o para donarla a algún ropero de caridad; aún así, cuando la he cogido para echarla al coche, la maleta con la que llegó hasta allí pesaba como si estuviera llena… Casi lo estaba: álbumes de fotos, unos pocos libros, dibujos de sus nietos, algunos cuadernos de cuando éramos niños, un atado con todas mis cartas (desde las que escribía a casa en el colegio hasta las últimas que le mandé desde Colombia, cuando papá ya había muerto y ella se había quedado sola); en el fondo de todo, un estuche con sus pocas y humildes joyas y una caja: una caja de zapatos que no hubiera necesitado abrir para saber qué tesoro guardaba… Pero la he abierto y las lágrimas que, por primera vez después de tantos años, han bañado mis ya arrugadas mejillas, han ido cayendo lentamente sobre los cordones, sobre tantos y tantos cordones guardados para cuando hicieran falta… para hoy.

Ramón de Aguilar Martínez

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carlos m. márquez custodio Coloréame

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n algún recóndito lugar de la vieja ciudad, al mediodía, el pintor vencido por la obscenidad ética de su obra arrojó por la ventana con un grito el lienzo que llevaba dos noches asfixiándole. No lograba entender por qué insistía con el verde. Claudia ya se había marchado de la ciudad y no podía pensar en otra cosa desde la última noche que la vio, cuando le había ido a visitar al estudio por sorpresa. Aquella noche, al abrir la puerta, el pintor se quedó inmóvil al descubrir la sonrisa inquieta y plateada de Claudia, que sutilmente colocó sus dedos en los labios del pintor para que el silencio por primera vez no fuera un enemigo. Acariciando la barbilla de su amante extendió el brazo que escondía y alargó una caja oxidada con pinceles y oleos viejos, que el pintor reconoció sin vacilar. «Quiero que seas mi última obra esta noche, mañana me marcho definitivamente de aquí» —dijo Claudia. La luz de la vela en aquel rincón coloreaba el estudio e iluminaba sus cuerpos. El pintor y Claudia se desnudaron lentamente y meditantes se derrumbaron en una vieja colcha el uno enfrente del otro, compartiendo la paleta que daría color al silencio. Claudia cogió el pincel, lo embutió en el rojo y con la mirada firme y el pulso desbocado consumó el primer trazado en la mejilla del tapiz latente. Se pintaron el cuerpo entre risas, miradas y caricias, para más tarde compartir el éxtasis de su obra en un orgasmo coloreado. El pintor aquella noche descubrió la conexión entre el color y la poesía. Ahora, la vela consumada permanecía en aquel rincón y la poesía iluminaba su obra. Se colocó nuevamente delante de la pantalla blanca, deslizó el pincel aceitado de rojo e inminentemente resucitó su obra. El recuerdo de Claudia le haría sentir más fuerte, porque compartió su cuerpo al igual que su alma, sin perder nada, porque nunca nada le fue dado.

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Laura García (Madrid, 1977). Desde hace años vecina de nuestra ciudad, es tal vez, una de esas mujeres-madre, a medio camino entre la «realización» total y el compromiso con el día a día. Madre de dos hijos, nos muestra sus dibujos después de haber aparcado gran parte de sus ilusiones para un tiempo, donde todo su talento salga a flote nuevamente. En su haber: varias exposiciones colectivas en la Universidad de Alcalá de Henares y en La Casa de La Monstrua en Manzanares, así como la realización de algunos carteles para «Lazarillo T. C. E.»

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juan miguel gutiérrez de la solana Algo prepara una emboscada

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a impresora expulsó el último folio, y Alejandro lo unió al montón que tenía sobre la mesa. Ya lo había terminado. Un relato más. Acondicionó con cuidado las distintas hojas y las grapó. Comenzó a leer su nueva obra. Al cabo de un rato se detuvo en el tercer folio y, tras un breve titubeo, arrugó impasible el relato y lo arrojó a la papelera; se encaró de nuevo ante el ordenador, agarró el ratón y dirigió el puntero hacia un archivo, abriendo la opción de eliminar. Golpeó pensativo el ratón con el índice unos instantes, y al final ejecutó la orden. En el exterior, el invierno escarchaba con su hálito los cristales de la ventana. Otra estúpida narración sobre monstruos nocturnos y terrores innombrables, —pensó. Encendió un cigarrillo y apuró la copa de vino tinto, que era lo único que le había dejado buen sabor de boca esa noche. Recostado en su sillón, se puso a rememorar la reciente conversación telefónica que había mantenido con Javier, su editor. Debes desistir de leer a los clásicos —había dicho—, estás demasiado influenciado por todos esos cadáveres literarios, deja a los malditos Lovecraft y Howard descansar en sus jodidas tumbas. La gente quiere algo nuevo, algo original… es mejor que no entiendan lo que están leyendo a que te tachen de anticuado. Incluso les darás la oportunidad a los críticos de inventarse el sentido y significado de tu obra, eso les gusta, ya lo sabes. Por Dios, Alejandro, eso ya pasó de moda antes de que nacieras. ¿Has leído a Joe Hill como te dije? Se está forrando en Norteamérica, y empieza a ser conocido por aquí. Algunos de sus relatos no termino de ehh… encasillarlos, pero es algo totalmente diferente, nuevo. No te digo que seas Murakami, pero sal de ese maldito rodal de una vez por todas. No olvides que esto es un negocio. No pierdas la perspectiva. Honestidad. Pragmática calculada y fría, pero honestidad al fin y al cabo. Le dolía un poco la cabeza a consecuencia del humo y del calor que emitía el radiador y abrió un poco la ventana. Sintió con deleite la caricia del frío en su rostro. Miró su reloj: las tres y cuarto de la madrugada. Por supuesto, Adela ya se había ido a la cama, cansada de la televisión, aburrida de esperarle y estar sola. Mañana se lo reprocharía, cómo no. Alejandro se levantó y se estiró, le dolía la espalda y le crujían todas las vértebras. Decidió dar un paseo antes

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de acostarse, por si alguna perdida musa nocturna le agraciaba con alguna idea. Original, por supuesto. Qué menos. Echó mano al largo abrigo y salió al exterior con cuidado de no hacer demasiado ruido. Nadie en la calle, observó, pero qué podía esperarse en aquellas intempestivas horas. Como tantas veces, se puso a caminar sin un rumbo determinado; se había prometido disfrutar del paseo, relajarse, pero apenas hubieron pasado cinco minutos del tardío vagabundeo, cuando se sorprendió al darse cuenta de que ya estaba estrujándose el cerebro intentando encontrar alguna buena idea. Sonrió al recordar el título del relato que había estado escribiendo esa noche, Algo prepara una emboscada. Seis largas horas tiradas a la basura. Lo cierto es que la historia era realmente simple y atestada de clichés: un horror indefinido que acechaba emboscado a los habitantes de un moderno barrio residencial, bajo el auspicio de la noche. Los perseguía, los atacaba y los devoraba. Vaya novedad. Qué maldita originalidad. Al menos las descripciones eran buenas, y había escrito un par de frases que quizá sirvieran para una ocasión mejor. Ya se vería. Miró en dirección a la enorme luna llena, colgada en el cielo entre negros algodones, pero su espectral luz no le irradió inspiración alguna. Un fuerte y helado viento se levantó de repente, filtrándose a través de su ropa. Alejandro se estremeció violentamente. Estaba claro que esa noche no era bienvenido. Se dio la vuelta y comenzó el regreso hacia su casa, cabizbajo y apesadumbrado. No llevaba dados diez pasos cuando creyó distinguir un ruido a su espalda, apenas perceptible entre las furiosas rachas de aire. No le hizo caso y siguió caminando, aún quedaba un buen trecho hasta su hogar. Esta vez lo escuchó con claridad. Parecía un chasquido, como el ruido de un insecto. Muy a su pesar, esta vez se detuvo. Observó con detenimiento la solitaria calle… los silenciosos automóviles aparcados, los plásticos y papeles moviéndose en caótica danza orquestada por los invisibles dedos del viento. Nada. Las sombras estaban quietas, sólo se agitaban las cabelleras de los árboles. Volvió a emprender el camino, ligeramente nervioso y con paso más acuciante. Un extraño aleteo se cruzó a su espalda de derecha a izquierda. Alejandro quiso ver algo que parecía haberse ocultado tras la larga fila de vehículos aparcados en el otro extremo de la calle. Durante un instante, pudo ver un inusual brillo que parecía asomar detrás de la luna trasera de un viejo Ford Fiesta, pero enseguida lo atribuyó a los reflejos lunares. Se sintió bien consigo mismo por llegar a esa conclusión y volvió a adquirir el urgente caminar. De pronto se paró en seco. Todo esto —pensó—… la noche, la luna llena, el viento, los ruidos… estaba descrito en una de las páginas de su último relato, aquél que había terminado en la basura. Una sonrisa temblorosa se dibujó en su rostro al comprobar que incluso vestía un abrigo

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parecido a la última víctima del mal que anidaba en ese maldito cuento, aquella que caminaba solitaria por un barrio muy similar en el que se encontraba ahora. Su estómago se convulsionó, enviando hacia su boca el sabor y la acidez del vino que había ingerido. Todo estaba sucediendo de la misma manera conforme la había desarrollado. Si es así, ahora debería venir… Un zumbido se dejó escuchar por encima de su cabeza, avanzando entre las copas de los árboles, y Alejandro sintió restallar en su carne el frío latigazo del pánico. Sin poder evitarlo, comenzó a correr como un demente… maldita sea, como en el cuento. Sintió que el miedo paralizaba sus piernas, parecía flotar en el aire y no sentía sus pisadas en el suelo. Atisbó una sombra que corría casi paralela a él, justo al otro lado de la fila de automóviles. Reconoció el inmundo hedor que le asaltó, pues él mismo lo había descrito minuciosa y detalladamente. Una forma enorme dio un salto y se situó justo detrás de él, emitiendo un desagradable y continuo chasquido. No se atrevió a mirar, pues ya conocía su espantoso aspecto, y no quería ver con sus propios ojos el horror que le acechaba…: los ojos negros, las mandíbulas babeantes con afiladas pinzas, los espeluznantes trazos con forma de insecto, las afiladas garras… Por favor Dios, no dejes que esto ocurra, por favor. Y Alejandro gritó angustiado mientras daba sus últimos pasos, pues sabía cómo acabaría. Lo había escrito él mismo antes de salir a pasear.

Juan Miguel Gutiérrez de la Solana

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antonio guerrero Imperceptible

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na conversación puede llegar a ser imperceptible: sin parecer demasiado ruidosa comienza con palabras determinantes: provocan un silencio que desmiembra las sienes. Tras ese momento aséptico aparece un vacío orgánico, profundo, que se compone de gritos sordos y mudos. Entonces llega la noche de insomnio. Los pelos se constituyen enervados e ingrávidos. Los rostros, despojados ya de humanidad, se dan la espalda entre las sábanas. Las miradas ocultan ciertos pensamientos por los que la cara contigua mataría si fuera necesario. En este bosquejo caótico las ideas se repiten constantemente. Esperan que un mínimo gesto del otro proponga un cambio ante la rutina. La esperanza a modo de resoplido expulsa las calamidades y las miserias propias porque no hay nada más importante que sobrevivir a los temperamentos. Ha caído la pasividad de ninguna palabra, de ninguna voz, de ninguna escarcha. La incertidumbre llega y cae irremediablemente como lluvia plomiza en una habitación en blanco y negro. Voy a imaginar un ejemplo para este caso: Andrea se dirigió a Ignacio anoche. En mi mente, se acercó tímidamente. Se sentía molesta. Supongo que le dijo en voz baja: «¿La conoces de algo?, ¿la has visto antes?» Desde hacía unos minutos la chica del escenario arrojaba a Ignacio palabras parecidas al sexo. María Migliónico lo miraba de forma zurda, respiraba con profundidad. Las butacas del teatro no les aislaban de otros ojos críticos alrededor. Ignacio, ante la pregunta, respondió incomodo: ¡No! A partir de ahí no quiso establecer ningún tipo de comunicación. Sin embargo dejó de mover repetitivamente la pierna que martilleaba el suelo, casi al límite de lo zafio. Antes de terminar ese tintineo, Andrea había contemplado sus movimientos. Observó con detenimiento cómo trataba de ocultar la respiración bochornosa de su pecho. Detectó, al mismo tiempo, que miraba hacia la chica de una forma familiar. Por eso tuvo que adelantar los movimientos de la nariz tratando de encontrar un olor, tal vez un perfume, una esencia corporal que hubiera percibido antes. Como animal de la tundra regresaba a los instintos. «Mío, sólo mío» —pensaba en esos momentos. Caía tibia y aguada ante la intuición sobrenatural: le guiaba entre sus intrigas y sospechas. «Esa hija de puta lo

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está mirando y el cabrón de mierda tiembla como un adolescente. Habrán follado, lo sé», —ocultaba en silencio. El paradigma de María en el escenario resultó un esfuerzo terrible porque miraba entre palabra y palabra exótica, entre consonante próxima a una equis y punto suspensivo. El público próximo intentaba no recabar de ellos más de lo necesario, ni aún cuando Andrea lo miraba con desprecio. La representación de Diógenes Obsesivo resultaba todavía interesante. Los actores sobre el escenario, envueltos en el regocijo de su primera actuación, deambulaban rápidamente de un lado al otro. Un enorme zurrón en el centro representaba la escena: los jóvenes pensadores hacían preguntas sin parar. Diógenes se levantaba y se marchaba dejándolos con la palabra en la boca. El proscenio se llenaba entonces de espectadores que afinaban la mirada. No obstante el sabio desaparecía y apenas quedaba una prueba de conversación. Salvo por María Migliónico nadie diría que aquella obra constaba de algo más que rabia, introspección. Salía valiente y enervada cada vez que el actor principal penetraba en sí mismo. Ante la multitud en duda pronunciaba unos poemas clásicos llenos de intenciones. Al borde de lo insoportable, Ignacio se levantó rápidamente de la butaca y cogió del brazo a Andrea. Las miradas punzantes que ella le arrojaba formaban un rifirrafe con sus rostros. Apropiadamente ella aceptó ir al coche en silencio, como recurso. Aún esperaba, tal vía expiatoria, que él le pidiera disculpas por algo que esperaba que no hubiera ocurrido. En ese estado de pánico y turba estuvieron sin hablarse todo el trayecto a casa. Ella llegaba a la obsesión interior: «está enamorado de ella, se ven a escondidas». Ignacio movía la cabeza esperando algo parecido a la dignidad. Mantenía su semblante cabizbajo a modo de protesta. Ante tanta inconsistencia se fueron a la cama sin cenar. Cambiaron las ropas mientras se veían desnudos y apenas con un vaso de agua. Se apostaron cerca y enemistados, como un zapato roído junto a la lejía. «Lo odio, lo odio, ¿por qué ha tenido que engañarme?» —pensaba. Era un hecho cualitativo que Andrea estaba entrando en estado de shock y elegía cualquier quejido o quebranto para transmitir algún mensaje. De la misma manera, entre gestos, utilizaba también la insinuación y la ironía como medios de ataque. Quería provocar una reacción: un arranque de verdad propia de una estrategia psicológica. Trataba de extraer algún tipo de confesión zurda o tal vez una comprobación: la alegría de estar equivocada. Realizaba ciertos suspiros sutiles, centralizados, fundamentados, litúrgicos. Con todo esto, al menos, se habían ahorrado unos insultos. El silencio le daría la virtud clásica del conocimiento.

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Horas después, Ignacio, agotado, la miraba por momentos. Ya no podía ser peor. Los sudores les untaban los cuerpos. Quería hacer algo con aquella situación extrema. No soportaba ver a aquella mujer que sollozaba y seguiría sollozando en noches similares a esa. Sentía un terrible abatimiento que ya no salvaba con su ego. Tenía que corresponder a las lágrimas que le sabían terriblemente a pregunta. Entonces giró hacia ella en un movimiento rápido y la observó: sintió en su interior algo parecido a la compasión. Encontró también cierta nostalgia por los años que habían compartido juntos. La miraba lentamente, con detenimiento. Andrea estaba cerca de la ventana, apenas se escuchaban los ruidos de la mañana: algunos niños entre risas, un vehículo con prisas. La ciudad demoníaca comenzaba a resurgir del silencio. Muy a lo lejos, como testigo fiel de la naturaleza, un perro aullaba, dejaba un estruendo maravilloso. Tras una noche de silencios, largas horas de pensamientos bañados en un sudor como palabras imperceptibles, la cogió del hombro y le dijo: —He decidido volver con mi mujer.

Antonio Guerrero

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L I BR OS 44 ● manuel gallego arroyo Totalidad de la espera Antonio García de Dionisio (XXV Premio de Poesía «Juan Bernier») 46 ● teo serna Prosas esculturales Amador Palacios 48 ● manuel cortijo rodríguez Paisaje (en tercera persona) Francisco Caro (XXI Premio Nacional de Poesía «José Hierro») 50 ● amador palacios Desterrados Francisca Gata Amate (VIII Premio Nacional de Poesía «Ciega de Manzanares»)

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UN PULSO A LO LATENTE Totalidad de la espera, Antonio García de Dionisio (XXV Premio de Poesía «Juan Bernier») Arca del Ateneo, Córdoba, 2009

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ospechábamos, o tal vez hasta sabíamos, de la profundidad sobrecogedora del verso de Antonio García de Dionisio. Con Totalidad de la espera, XXV Premio Juan Bernier del Ateneo de Córdoba, aquella sospecha y aquel saber se materializan en una de sus más radicales poesías de lo latente. En la latencia, aquello de que se habla se arropa de nombres, presencias, hasta disfraces si cabe, porque cuanto siente el poeta ha de manifestarse; y aquí se manifiesta en verso y palabra, pero verso y palabra tienen un espeso hondón en el que es obligado bucear. Pues bien, Totalidad de la espera es una manifestación del drama, trágico drama, que es la vida de quien versifica, en este caso el propio autor, Antonio García de Dionisio, poeta del tiempo. La vida es pasar por ella, en perpetua espera, indiferente espera, necia espera sin sentido. La vida es amar, o mejor, el consuelo de amar y ser amado, extraño corrimiento de cortinas que vela el desasosiego de saberse en espera. Y en fin, la vida es surcar versos, surcarse de versos la carne en un aparatoso confiar, confiarse, al mañana que espera y en el que probablemente no esté el poeta a no ser en forma de verso redivivo. Por eso, la espera, que es lo latente insospechado, el asunto de que trata este poemario, la totalidad que se disfraza de patencia versificada, posee tres epiciclos connaturales, que son el tiempo, el amor y la creación poética. Epiciclos los tres cual fugas artificiosas del astro poético, de la necesidad o de la voluntad de existir, de persistir, de ser, sin saber si ser, persistir o existir es asunto de amor, condena del tiempo o pretensión de servir a la poesía, no obstante ser espera. Tenemos entonces un libro organizado en tres apartados o bloques, que se corresponden con los tres epiciclos de que hablábamos: I Totalidad y muerte. II Cuando el amor se cruza. III Disidencia y espera. Es por lo tanto un trasunto de meditación sobre la muerte, de salvación desesperada y de rebeldía poética. ¿Por qué? No solo porque, en el primer bloque, se equipare la espera, en su totalidad cerrada, única e insustituible, desesperadamente existencial, a la meditación sobre la muerte. Es que se trata también de la valoración de la huida del tiempo, de su fuga irreconciliable con la voluntad humana. Sino del tiempo y de la vida, una vida terrena como una espera, un aquí que es valle de lágrimas. Los tópicos de la desesperación poética que se exaltaron tanto a finales de la Edad Media en la literatura hispana, que de corrido persisten en toda nuestra tradición poética, se confabulan en este primer bloque haciendo acto de presencia como in hac lachrymorum valle, como tempus fugit y cual meditatio mortis. Basta abrir sus páginas y leer el primer poema titulado «Pasos» para percatarnos de la trascendencia existencial de estos versos: Los pasos

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LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS son preguntas / rostros que nada dicen / inamovibles logros que nos atan / al dolor (…) Los pasos / no nos dejan llegar / más allá de la muerte. Y como en aquella época angustiada, se nos anuncia la angustia como palabra compartida en la primera persona del plural, los pasos que todos damos, que nos atan y no nos dejan llegar más allá. Enlaza así el autor con los poemarios existenciales, los que arrancan en el siglo pasado desde Blas de Otero y que se sumergen en el devenir de los Biedma, Crespo e incluso Valente. Tema este universal e individual, insoslayable a la voluntad poética, aquí, encerrado en el perímetro perfecto de la espera. Es así que, como en los brazos de la mujer, ríos de oro, nuestro García de Dionisio se arropa de esperanza en el amor, acaso cura para el mal de espera. Pero el amor se cruza, y en su trayectoria eterna abandona al cuerpo, al alma, al poeta en la nada de los espejos. El amor es un pulso de eternidad en el aquí, nos dice un poema desesperado, un presente eterno que sin embargo no evita, ni puede detener, la fluencia del tiempo, que pasa. La espera desesperadamente persiste haciendo del amor una ceguera momentánea, una satisfacción pasajera, la imagen del espejo: Has sellado la calma de las horas / con un beso de humo imperceptible / robado a los adioses / como algo que pasa y no se mira / a pesar de saber viejas locuras / y en la ventana hechizas las palabras / sabiéndolas dormidas / buscas algo detrás de la frontera de los miedos / y el círculo se cierra (…) [VI] … besos, calmas de humos, robo del pasado, opio del recuerdo, hechizo del lenguaje, sueño, lejos, muy lejos del miedo. Sí, pero el círculo se cierra, atenaza la realidad en tanto la naturaleza eterna del amor arde en fuga y el poeta queda. Al poeta no le queda entonces otro proyecto que la disidencia: ser disidente de mundo y de vida, volcarse en el verso ¡Como si así consiguiese eludir la espera! Mas él sabe de cierto que esto es imposible. «Necio», se dice el poeta. Y es toda su obra, la poesía, en ese intento de persistir al margen del tiempo o de la totalidad de la espera, no más que necedad y contumacia. Así lo expresa el poema «Terquedad» de esta tercera parte: Escribo mientras sueño lo que escribo / disiento de la voz que me apresura / las palabras / giro las manecillas del reloj / contrarias a la hora / me reduzco a poema / y soy la terquedad que se resguarda / del hombre que la piensa. Un epílogo, soneto, muestra —sea suficiente la muestra del segundo cuarteto— hasta dónde llega la desafección del poeta, viejo poeta, vencido del tiempo: … la quimera … te lanza los triunfos a la hoguera / te mira sin mirarte y te convierte / en descuidada voz mas no te advierte / del ruido que hace el fuego en la madera. Sea, pues todo ha de pasar por tal manera. Pues, el poemario de García de Dionisio, con ser puramente García de Dionisio, no es sólo tradición poética hispana del tiempo en forma de espera. No. Hay una metáfora ínsita de la luz que escapa a los subterfugios de la tradición, que puede existir en estado naciente en Ángel Crespo, no desarrollada. En Totalidad de la espera, la luz no desvela, sino que disimula, la luz no ilumina sino que sume en sueños, la luz es terrible luz: es hermoso y sugestivo perseguir en el poemario la nada necesaria de las luces [II], cómo esconde el terminal preludio [Huida], allí donde nadie reconoce al poeta [V]. Al borde mismo de la existencia, al amparo de la filosofía, arraigado en la muerte, heterodoxo en la luz. Este es el poemario de la latencia de Totalidad de la espera de Antonio García de Dionisio. Manuel Gallego Arroyo

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Prosas esculturales (la naturaleza, la música y Dios en la poesía de Amador Palacios)

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espués de Licencias de pasaje, publicado en 2007 por la BAM, nos llega la última entrega poética de Amador Palacios: Prosas esculturales y otros poemas, publicada en la Biblioteca Añil Literaria por Almud Ediciones. Este libro ha sido presentado en la “Jaima dialogante” (estudio del pintor Alfredo Martínez, en La Alameda de Cervera) de una manera totalmente autogestionada, un pelín anarquista, fuera de los circuitos “oficiales”, creando así una alternativa al inevitable discurso introductorio de concejales o ediles de turno; una alternativa en la que lo único importante es la poesía y su vehículo (en este caso un libro). Una bocanada de aire fresco y singular en el muy espeso y detenido ambiente poético de Castilla-La Mancha. Amador, poeta inquieto y de largo recorrido, nos propone un libro compuesto en su primera mitad por poemas en prosa (Morgen y Esculturas), dejando la segunda parte (Otros poemas y Otros poemas del ciclo) para formas de versificación formalmente más habituales (que van desde el haiku hasta el soneto, pasando por el verso libre o la cuarteta). Cabría hacer aquí una pequeña digresión sobre el concepto poema en prosa, concepto éste que nos puede llevar a confusión, cuando no a engaño. Marta Agudo y Carlos Jiménez Arribas en la esclarecedora introducción de su antología Campo abierto nos proponen, citando a Suzanne Bernard, tres condiciones que los poemas en prosa deben cumplir. A saber: integridad o autonomía textual, unidad y brevedad, si bien estas condiciones también pueden ser cumplidas por otras formas literarias (greguerías, aforismos, cuento breve). Son pues condiciones necesarias pero no suficientes. Hay, creo yo, otra más importante: la intencionalidad, es decir, el afán del poeta por crear esta forma expresiva y no otra. No confundir, en cualquier caso, poema en prosa con prosa poética; no confundir tampoco poema en prosa con texto que se pueda dividir en endecasílabos o alejandrinos (por decir algo) encadenados. No se trata de “desarmar un poema” para reordenarlo en párrafos y no en versos. La intencionalidad, una vez más, es determinante1. Esta forma literaria que es más antigua de lo que podría parecer2 y con una tradición que va desde Rimbaud (Una jornada en el infierno o Iluminaciones), Aloysius Bertrand (Gaspard de la nuit) y Lautréamont (Cantos de Maldoror) hasta Cernuda (Ocnos), J.R. Jiménez (Diario de un poeta recién casado) y, por terminar con alguien, Rafael Pérez Estrada, Ángel Crespo o Leopoldo Mª Panero. Esta forma, repito, que se opone al verso, sí, pero no a la poesía y que, desde luego, aúna la aparente contradicción de conceptos como poema y prosa, está expuesta por Amador en este libro que ya nos avisa desde su título: Prosas esculturales, con pulso firme de escultor que fabrica objetos sólidos, Duchamp señalaba las piezas encontradas (botelleros, urinarios…) y las convertía en Arte porque él lo decidía así. El Arte como potestad del artista. 2 Ya se detecta en Novalis (Himnos a la noche) y en los románticos alemanes, para seguir con Wordsworth (prólogo a Baladas líricas). 1

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LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS equilibrados, piezas con peso específico, cerradas y ricas en significados, imágenes y sensaciones no exentas de imaginario surrealista, casi automático y de corrientes filosóficas y hasta místicas. Hay en este libro (y el propio poeta así lo reconoció) dos preocupaciones o temas principales: la naturaleza y la música. Yo agregaría otra: Dios como concepto, como aspiración o, simplemente, como entelequia. La naturaleza se nos muestra aquí ya simplemente contemplada, ya trascendida (y creo que esto es labor fundamental del poeta) siguiendo una riquísima y muy española tradición (habría que decir muy universal tradición). La naturaleza no solo en su estado “evidente” (campos, rocas, caminos…), también la naturaleza “urbana”, la naturaleza formando parte del interior, adentrándose en casas y ciudades, siendo ya parte de un todo que se funde con el poeta. Se podrían reseñar los parajes citados: Cuenca, Toledo, Laguna Grande, Peñalara… Unida a la naturaleza y consecuencia, en alguna manera, de ella, la música aparece impregnando al poemario de vibraciones que nos llegan de la mano de Bach, Beethoven, Satie, Schönberg o Messiaen por un recorrido emocional no como excusa decorativa, de simple telón de fondo, sino como profundo concepto que fructifica el poema, lo justifica y le da vida. La naturaleza, una vez más, unida a la música, resonante, constructora de la “música de las esferas”, que no siempre habrá de ser estelar, lejanísima, sino más cercana y humana. Reseño aquí un poemita, cercano al haiku (Cuarteta para el fin del verano)3 en el que la música creada por las chicharras (música o ruido que flota en el aire) crea con su presencia un panorama casi pictórico con una concisión de medios admirable. Y, en fin, Dios sobrevolando o llenándolo todo, o mejor, presenciándolo todo; quizá vaciándolo todo. Dios vengativo (El calmante aroma); buscado y cuestionado a un tiempo (De vanitate Dei); oculto (Oración en Cuenca); profano (De Apolline); conceptual (Sobre Dios); omnipotente (Inspirado en Toledo)… Hay, en cualquier caso (o eso me parece a mí), una corriente nostálgica que recorre este poemario, como una médula que pudiera ser consecuencia lógica de la reflexión o del paso del tiempo; un afán también por trascender lo más cotidiano con su simple enumeración (Y en las lámparas bombillas de bajo consumo), convirtiendo el orden de las cosas en letanía que recompone la realidad y la sacraliza. Quisiera resaltar dos poemas (para mí de los más conseguidos): Haiku con mucho aliento, el poema más corto, un haiku medido muy libremente y en el que la realidad se vuelve (o se envuelve en) misterio; y el poema más largo del libro: A Marlies: nada, un poema emotivo sobre la muerte donde el rápido pulso de los versos nos adentra en la cuestión que siempre angustiará al hombre: ¿qué hay después? Una respuesta firme del poeta aclara un paisaje incierto para abrir una nada que, sin embargo, contiene posos de tiempo que fue y sigue siendo, a pesar de todo, muy pálida esperanza. Termina el libro con un poema (Ruido interior), puesto allí no casualmente, en el que el “ruido organizado” (música) cede ante el “ruido interior” (silencio), formando un acorde vacío en el que la calle se une con el firmamento (¿se podría hablar de la unión de la materia y el espíritu?) y donde, una vez más, el silencio de Dios se manifiesta en un vacío existencial que nos enfrenta a nosotros mismos. ¿Fin de todo? No. Yo creo que principio de casi todo. Teo Serna. Octubre 2010 Guiño a Olivier Messiaen (Cuarteto para el fin de los tiempos)

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La esencia sentimental de un paisaje Paisaje (en tercera persona), Francisco Caro (XXI Premio Nacional de Poesía «José Hierro»)

Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes, 2010

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e aquí un apretadísimo y singular racimo melancólico de vivencias próximas o distantes, reales o figuradas —pasado al fin—, que constituye el nudo temático y la veta sentimental fundamentada en este libro, con el que el poeta de Piedrabuena, Francisco Caro, se ha alzado como ganador del Premio Nacional de Poesía «José Hierro», convocado por el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes. El poeta, fielmente recogido en las vivencias de una vida consagrada a la observación interior del paisaje que el tiempo le ha invitado a mirar, nos va presentando la sustancia señalera y emotiva de estos lugares que los años se han ido encargando de podar. La leña resultante de la tala cumplida, que el hombre desea agavillar, la lleva bajo el brazo, como un sarmentador de la llanura, la necesita el hombre, la precisa porque busca calor…, porque este hombre, mirador de bosques y leñador circunstancial, consciente de su estado: Tiene frío y está / despidiendo la vida. El hombre fraternal se deja una porción enorme de vida en cada paso, en cada avance por su paisaje habitual. Descubre que, en su andadura sentimental, el vacío y la soledad le acompañan y son su pensamiento. Caminante versado en frondosidades y elevaciones luminosas, cargado con el peso de tanto ya perdido, Camina al borde / de las aguas que pasan todavía y él contempla, les hace un sitio definitivo en sus ojos, desde los que el hombre vuelve a mirar a la gente / el hambre de sus pasos. Y sigue. De su viaje mira a veces una naturaleza impasible, amenazada como él: marcada por el aspa, por el rojo, / teñido con la agria / tristeza con que tintan / los sicarios. Anda sólo y la nieve le permite / contar sus pasos. La caminata es larga y él lo sabe, conoce palmo a palmo la orografía accidentada de una vida: el trayecto del ritmo y la palabra donde él se reconoce. Sí, él sabe que se busca en el poema, se quiere en el lugar de la palabra abierta, de la mirada abierta del espíritu, la misma que le ha traído a este lugar, donde se queda, donde promueve una resonancia sentimental que actúa como eje revelador del contenido temático del libro: Este es el territorio que buscabas…, verso primero del poema «Carretera cortada». Será en este poema, pleno de ideaciones de gran fuerza simbólica, donde el

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LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS poeta ordenará su archivo sentimental, pondrá en claro las claves que desenlazan esta excursión derramada en lances de humanísima solidaridad. «Carretera cortada» resulta un conmovedor escalofrío de quien sabe que sólo desde allí puede dar las noticias más ciertas de su vida, porque no tiene duda de este poema es, éste es el poema… Cierto es que el poema a que nos estamos refiriendo, resulta inevitable en este libro, si queremos llegar a ver la esencia de este paisaje deshojado, de esta agridulce resignación, este naufragio sentimental que genera un estado de llamativa aflicción. Ya en el primero poema de la parte III y última del poemario, el hombre se refugia en esa soledad extraviada del cuarto o estudio donde escribe, donde tantas veces armó la densidad y la exigencia de sus poemas. Lo primero que ve es Sobre la mesa dos / lapiceros sin alas. Acaso aquí duele con más intensidad la llaga del destino presente, y el hombre —el poeta— se plantea incluso la mudez: No desea volver/ a escribir. / Por lo menos ahora. No desea esconderse. En tal manifestación sentimental, se encubre una ponderación melancólica de tinte desolado, un registro de madurez que es necesario ver en el poema «Refugio». Sobrepasados los instantes duros del planteamiento antedicho, pronto se consagra al goce redentor de la escritura: Quisiera ser palabras / deslizándose, signos, bajo un puente… Se diría que se ha restablecido la voluntad de ser y estar atento al resplandor acuciante de la palabra, por si llega. Y en este libro llega siempre como una tentativa redentora e imperecedera, aunque el poeta sabe que los días / se suceden avaros, que atacan lobos muy cercanos, / cada vez más cercanos. Así asistimos a todo el recorrido por estos paisajes (mirados y leídos en tercera persona), abordado en tres partes diferenciadas, representativas de este circuito emocional que engendra los crepúsculos propios y el cansancio del atardecer: un circuito que se nos antoja esencial en la obra poética de Francisco Caro, que le pone grandeza lírica a su nueva calle escrita, le conduce a la última estación de parada de este formidable libro, desde cuyo andén Intuye que debiera / bajar los ojos, mirar el mar. Francisco Caro nos ofrece en este libro muestras de su evidente madurez, el canon de una estética vigente, sus plenitudes y sus capacidades creativas, su poderosa verdad, expuesta con indudable maestría para desenvolverse en cualquier presupuesto estilístico. Nos invita a mirar su intemperie interiorizada entre el paisaje entorno y el dolor de la soledad acompañada. Estamos, pues, ante un poeta fundamental, imprescindible, ante una voz hecha, una voz a tener muy en cuenta en la literatura española de este momento.

Manuel Cortijo Rodríguez

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Desterraados, Francisca Gata Amate

(VIII Premio de Poesía «Ciega de Manzanares» 2009)

Ediciones Vitrubio / Ayuntamiento de Manzanares, 2010

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onsumido este libro, construido en absoluto verso libre, viene a la memoria la opinión de Gerardo Diego cuando afirmaba que el buen poema en verso libre resulta más difícil que el medido, rimado o no, pues, argumentaba el maestro de la Generación del 27, el segundo era como un tren que circula en cómodo carril mientras que el primero carece de ese carril, teniendo que guardar, con más cuidado, el equilibrio. Lo cierto es que este libro, breve, distribuido en poemas breves, está hecho a modo de canciones («Lieder») que conjugan un fondo temático de intimismo personal y actualidad social con una seductora forma. La forma siempre es engrandecedora y sustancial en todo contenido literario, porque la poesía, como dijo aquél, siempre acaba resolviéndose en forma; y no sólo la poesía, sino la lengua misma siempre es forma (Saussure “dixit”), tanto en el elemento puramente formal, el significante, como el conceptual, el significado, pues en el proceso del habla, concreción de la lengua (y el poema es un acto de habla), el significado es una forma del pensamiento. La autora pone mucha belleza en el conjunto de estos poemas, sobre un fondo de cotidianidad sublimada, quizá la suya. Los poemas suelen alternar versos largos y cortos, siendo constante el uso de pie quebrado; el resultado, en la secuencia temporal del poema, es una música entrecortada y tallada en buen contrapunto: Llegas, me besas / y el silencio es voraz. La composición de Gata Amate en este libro es un hálito que paladea la realidad en frases rítmicamente alternativas que reflejan una atrayente sinuosidad expresiva a través de imágenes metafóricas muy plásticas y muy dinámicas: La noche se derrama, acaba, se despide / ocultando su espalda. Todo este empeño formalista, enmarcado en una realidad palpable, lleva a proferir bellos ejemplos formales, como esta doble aliteración encabalgada en una resonante cadencia: Arrancando perlas, entre los tiburones, / y el veneno del mar / madre madrastra; o

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LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS • LIBROS adosar un cabal y sumamente poético epíteto al sustantivo «mar», calificándolo de anciano (“el anciano mar”), creando, bajo esta sencillez, una escritura muy pulcra. Desde el punto de vista temático, la autora establece unos parámetros para alzar una elevada perspectiva poética a la hora de referir la actualidad, la «rabiosa» actualidad del emigrante en este mundo global e injusto: Son rubios, / quizás vienen de Ucrania, peregrinos en la ciénaga. / Y fuman cigarrillos sin meditar esa muerte. Fuman / aguardando la estrategia de otra vida. Una acumulación efectista de imágenes (Qué veneno tan dulce me dieras si el amanecer / me ofreciese tus escombros a puñados / y recuperáramos el tiempo de corceles lascivos, / de afiladas uñas, de afiladas palabras.) Crea en esta entrega Francisca Gata encumbradas secuencias poéticas, como ella dice de estos corceles, expresivamente lascivas.

Amador Palacios

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El nº 22 de la revista «calicanto» se terminó de imprimir en el mes de abril de 2011 en los talleres de Copigraphic Papel: Cartulina Verjurada de 220 gr./m2 para la portada y papel offset ahuesado 100 gr./m2 para las páginas interiores Diseño:

Teodoro Serna Fdez.-Pacheco Fotografías portada y páginas 15 y 35:

Laura García

Excmo. Ayuntamiento de Manzanares A R E A

D E

C U L T U R A

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