CAMBIOS EN EL PADRENUESTRO: UN TRASTRUEQUE DOCTRINAL SO CAPA DE UNA TRADUCCIÓN MAS FELIZ

1 CAMBIOS EN EL PADRENUESTRO: UN TRASTRUEQUE DOCTRINAL SO CAPA DE UNA TRADUCCIÓN MAS ‘FELIZ’ Acerca del cambio introducido en la oración del Padrenue
Author:  Emilia Espejo Moya

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CAMBIOS EN EL PADRENUESTRO: UN TRASTRUEQUE DOCTRINAL SO CAPA DE UNA TRADUCCIÓN MAS ‘FELIZ’ Acerca del cambio introducido en la oración del Padrenuestro, consistente en la supresión de la palabra ‘deuda’ en la quinta petición, para ser reemplazada por ‘ofensa’, cabe decir que la Iglesia, inspirada y guiada por el Espíritu Santo, ha tenido fundadas razones para mantener, desde sus mismos comienzos y durante casi dos mil años, la forma ‘tradita’, esto es, recibida de la Sacra Traditio. Examinemos pues esta ‘cuestión’, aunque sea en forma muy sucinta. Pareciera a primera vista, que se podría aducir como razón suficiente a favor de la redacción que la Iglesia transmitió desde siempre como verdadera -la que lee ‘deuda ‘-, el argumento de que la misma repite o ‘copia’ la versión evangélica del Padrenuestro, la que trae el Evangelio de San Mateo, pues la de San Lucas es más breve. En efecto, mientras esta última consta de cinco peticiones, la de San Mateo incluye siete. Para más claridad, y en vistas a las explicaciones que siguen, transcribo aquí ambas ‘versiones’ evangélicas. San Lucas: “Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día

nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación” (Luc.11, 24). Y San Mateo por su parte: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy; y perdónanos nuestra deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del Mal”. Como vemos, en la versión del primer Evangelio se habla de ‘deuda’, y no de ‘ofensa’; y en la versión lucana aparece el vocablo ‘pecado’ –por deuda- en lo que pedimos que se nos perdone, y ‘deuda’ en relación con lo que tenemos que perdonar. Y si alguien objetara que estamos ante traducciones, susceptibles de perfectibilidad y por lo mismo sujetas a revisión, yendo al original vemos que en griego ‘oféilema’ significa precisamente eso: ‘deuda’. Por eso mismo San Jerónimo en su traducción al latín, conocida como Vulgata, puso “debita nostra” y “debitoribus nostris” (“nuestras deudas” y “a nuestros deudores” respectivamente). Pero antes de aducir los fundamentos teológicos que respaldan la elección por parte de la Iglesia del vocablo en cuestión, vuelvo al principio del párrafo precedente, donde decía que la Iglesia parecería no haber hecho otra cosa que

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‘copiar’ la letra del Evangelio, dando de esta manera por afirmado que la Iglesia estaría fundada en lo doctrinal, primariamente en la Escritura, al estilo de las pseudo religiones basadas en un libro, de las que el Protestantismo es un caso paradigmático. La realidad en cambio, es que la fuente doctrinal primera de la Iglesia es la Traditio Apostólica, entendiendo por tal el ‘totum’ –elenco completode las enseñanzas que Nuestro Señor Jesucristo ‘entregó’ (tradidit) a sus Apóstoles, completadas tras la Ascensión, por las Revelaciones del Paráclito Divino:

“El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn.14, 26). Y: “Mucho podría deciros aún, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará de lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir”. (Jn.16, 12-13). Dicho de otro modo, lo escuchado por los Apóstoles de labios del propio Verbo eterno hecho carne, como ‘didakhé’ (doctrina) que viene de lo Alto, del seno mismo del Padre: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado” (Jn.7, 16), o bien: “…porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha

enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, las palabras que yo hablo las hablo como el Padre me lo ha dicho a mí” (Jn.12, 49-50), acogido y guardado por los discípulos sin cambio alguno, es lo que ellos a su vez transmiten a sus sucesores. Así pues, es esta ‘didakhé,’ que el Verbo transmite a sus Apóstoles como palabra escuchada en el seno del Padre, la fuente primera de la ‘parádosis’ o ‘traditio’ apostólica. Queda pues claro, que la misma no sólo es anterior a la Escritura, sino que es fuente de la misma, punto éste impugnado abiertamente por Lutero, y negado implícitamente por sus secuaces del Vaticano II. Cabe aclarar no obstante, en primer lugar, que en todo caso el valor de fuente de la Verdad revelada que la Iglesia asigna al texto bíblico, es en tanto éste mismo resulta´testigo’ o una expresión calificada de la Traditio Apostólica, pues la redacción de aquél se estima tuvo lugar hacia el año 51, cuando la doctrina revelada, transmitida hasta ese momento sólo oralmente, encuentra su primera expresión escrita; y en segundo lugar, que aquella traditio primera encuentra de algún modo su continuidad, como tradición viviente, a lo largo de la vida de la Iglesia movida por el soplo del Paráclito Divino, y es la expresión de su continuidad en la unidad, esto es, sin ruptura alguna posible con su fuente. Y yendo, tras este ‘excursus’, a las razones propiamente teológicas por las que en el Padrenuestro debemos con propiedad decir ‘deudas’, y no ‘ofensas’, trascribo primero un texto de Santo Tomás, el que con su habitual claridad

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declara: “A Dios le debemos lo que le hemos arrebatado de sus derechos. Es

derecho de Dios que hagamos su voluntad, prefiriéndola a la nuestra. Arrebatamos a Dios su derecho cuando anteponemos nuestra voluntad a la suya; en eso consiste el pecado. Así pues, los pecados son nuestras deudas. Es consejo del Espíritu Santo que pidamos a Dios perdón por nuestros pecados; y por eso decimos: “Perdónanos nuestras deudas” (El remarcado me pertenece). En el mismo sentido, el Catecismo del Concilio de Trento –también conocido como Catecismo de San Pío V, porque fue este Papa el que lo aprobó-, en su Parte 4ª, Cap. XIV, N° 12, bajo el título que reza “Qué debe entenderse con el nombre de deudas, según el sentido de la petición” dice: “Seguirán después [está referido a los párrocos] el mismo método que creímos conveniente observar en las

demás peticiones, para que comprendan los fieles qué significan aquí las deudas; … Y en primer lugar, conviene saber que de ningún modo pedimos se nos dispense del amor, que debemos absolutamente a Dios, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra inteligencia, pues la solución de esta deuda es necesaria para salvarnos. Incluyéndose también bajo el nombre de deudas la obediencia, el culto, la veneración y demás obligaciones de esta clase; tampoco pedimos que no se las debamos en adelante, sino que pedimos nos libre de los pecados, pues así lo interpretó San Lucas, que puso pecados en lugar de deudas, porque, al cometerlos, nos hacemos reos ante Dios y quedamos sujetos a las penas debidas, que satisfacemos o pagando o padeciendo; deuda de esta clase fue a la que se refirió Cristo Nuestro Señor por medio del Profeta: ‘Pagado he lo que yo no había robado’ (Ps. LXVIII,5). En virtud de estas palabras del Divino Verbo, puede entenderse que nosotros, no sólo somos deudores, sino que, además, no somos aptos para pagar (Luc. VII, 41,4), puesto que el pecador no puede por sí mismo satisfacer.” En estas palabras del Santo Concilio, descubrimos la honda significación doctrinal implicada en la palabra ‘deuda’, en el contexto de referencia. En efecto, sin temor a exagerar, podría decirse que toda la teología de la Redención, uno de los temas centrales en el vasto horizonte teológico de San Pablo, aparece involucrada en esta categoría semántica de ‘deuda’, pues ‘redención’ es el substantivo correspondiente al verbo ‘redimere’, que significa justamente ‘recomprar’, ‘readquirir’, ‘rescatar’ algo pagando por ello. Y bien sabemos lo que nos enseña el Apóstol como verdad de fe, que Cristo Jesús pagó por nosotros en la Cruz, rescatándonos así de la esclavitud del pecado y del dominio del Príncipe de este mundo. Abundan los pasajes escriturísticos al respecto, pero por amor a la brevedad bastará con citar un pasaje de la carta a los efesios: “En Él y por su

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sangre fuimos rescatados, y se nos dio el perdón de los pecados, fruto de su generosidad inmensa que se derramó sobre nosotros” (Ef. 1,7); y el segundo es de la carta a los colosenses: “Anuló el comprobante de nuestra deuda, la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la Cruz. Y, una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal” (Col.2,14-15). A la luz de lo expuesto, queda patente que la única razón que pudo mover a los autores del cambio analizado, no fue otra que la que motorizó todas las otras ‘mutaciones’ operadas desde el Vaticano II en adelante y hasta el presente, y que apuntan a abolir la Fe verdadera y destruir la Iglesia, por medio del ataque sistemático a todas sus expresiones: el culto, los sacramentos, la doctrina, la teología, las instituciones, los sacramentales, las dignidades sacras, la disciplina, etc; para colocar en su lugar un remedo, (no olvidemos que el demonio es el gran ‘mico’ de Dios), la contra-iglesia al servicio del Anticristo, no sólo en Roma sino en toda la vastedad del orbe. Pero frente a todo esto, a nosotros nos deben bastar estas palabras: “ Tenemos,

pues, un Sumo Sacerdote excepcional, que ha entrado en el mismo Cielo, Jesús, el Hijo de Dios. Esto es suficiente para que nos mantengamos firmes en la fe que profesamos. Nuestro Sumo Sacerdote no se queda indiferente ante nuestras debilidades, pues ha sido probado en todo igual que nosotros, a excepción del pecado. Por lo tanto, acerquémonos con plena confianza al Dios de bondad, a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno” (Heb.4, 14-16).

Domingo 2/6/13 Fernando Roqué

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