Cambios y permanencias en la indumentaria masculina del entorno murciano ( ) *

TIEMPOS MODERNOS 29 (2014/2) Cambios y permanencias en la indumentaria ISSN: 1699-7778 Elena Martínez Alcázar Cambios y permanencias en la indumenta

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TIEMPOS MODERNOS 29 (2014/2) Cambios y permanencias en la indumentaria

ISSN: 1699-7778 Elena Martínez Alcázar

Cambios y permanencias en la indumentaria masculina del entorno murciano (1759-1808)* Changes and continuities in male attire in the environment of Murcia (1759-1808) Elena Martínez Alcázar (Universidad de Murcia)

Resumen: En una época caracterizada por el poder de las apariencias, las modas exógenas y la sociabilidad, los aristócratas y adinerados del entorno murciano lucieron una indumentaria que reflejaba la recuperación económica, el gusto por lo nuevo y el hedonismo, pero sin desdeñar determinadas prendas dotadas de una notoria carga de identidad nacional. Los inventarios de bienes, la literatura y la prensa demuestran que, durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, se produjo un rico eclecticismo en el vestir, en el que se conjugaron modelos, valores e ideales tradicionales y modernos, propios y foráneos. Palabras clave: indumentaria masculina, siglo XVIII, España, Murcia, modas extranjeras.

Abstract: In a time marked by the power of appearances, exogenous fashion and sociability, aristocrats and wealthy people in the environment of Murcia wore outfits that reflected the economic recovery, the taste for the new and hedonism, but without ignoring certain garments endowed with a remarkable load of national identity. Inventories of goods, literature and the press show that, during the reign of Carlos III and Carlos IV, there was a rich eclecticism in dress, in which models, and traditional and modern values, own and foreign ideals came together. Key words: menswear, XVIII century, Spain, Murcia, foreign fashions.

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Artículo recibido el 15 de abril del 2014. Aceptado el 24 de octubre del 2014.

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Cambios y permanencias en la indumentaria masculina del entorno murciano (1759-1808) Introducción A lo largo del siglo XVIII Francia era el icono de usos, modas y comportamientos en España. El protagonismo que el país galo otorgaba a la apariencia y la sociabilidad, penetró en una sociedad que abría la centuria con la instauración de la dinastía borbónica. Desde la Corte y lugares de gran tráfico comercial como Cataluña y Cádiz, las tendencias francesas se fueron extendiendo por las distintas ciudades del país. En Murcia las novedades se atisbaron con prontitud como lo demuestra la carta pastoral del obispo Belluga a su llegada a la Diócesis de Cartagena criticando la importación de los vestidos franceses femeninos con generosos escotes y largas colas, la falta de recato al asistir a los templos, las deshonestas situaciones que se producían entre sastres, zapateros o peluqueros y sus clientas o a la inconstancia de las modas: “yo no se que oy ninguna moda se pueda llamar costumbre; porque si apenas se empieza à introducir una, quando aun sin averse entendido, empieza otra”1. Esta celeridad en la integración de los usos del país vecino fue posible gracias a la recuperación económica, social y cultural que experimentó la zona, tras una etapa de hambrunas, epidemias e inundaciones. Regeneración en parte auspiciada por los privilegios que le fueron otorgados al Reino de Murcia debido a su férreo apoyo a la dinastía borbónica y por la importancia que adquirió Cartagena, convertida en esta centuria en el Departamento Marítimo del Mediterráneo, constituyéndose en un relevante enclave portuario con un importante tráfico comercial2. Por tanto, la apropiación de lo foráneo, como representación de la emergente sociedad que se estaba construyendo, rompiendo con la oscuridad de antaño, fue la base sobre la que se cimentó la pronta incorporación de las costumbres y modas galas en el área murciana3. 1

Luis BELLUGA y MONCADA, Carta pastoral que el Obispo de Cartagena, escribe a los Fieles de su Diócesis a cada uno en lo que le toca, para que todos concurran a que se destierre la profanidad de los trages, y varios, e intolerables abusos, que ahora nuevamente se han introducido, Murcia, Jayme Mesnier, 1711, p. 109. Cabe mencionar que, al igual que ocurrió en otras ciudades como Valencia o Madrid, las mujeres adineradas de Murcia, partícipes de lo público en una zona donde se remodelaron los espacios al aire libre y las salas de recibir de las viviendas, hicieron gala en la época analizada de una indumentaria que seguía de cerca los patrones exógenos y las distintas modas que se fueron sucediendo, las cuales cambiaron diseños, tejidos y ornamentaciones. Vid. Elena MARTÍNEZ ALCÁZAR, “Rasgando el velo: la mujer española en la esfera pública en el siglo XVIII” en Concepción DE LA PEÑA VELASCO y María ALBALADEJO MARTÍNEZ (Eds.), Apariencias de persuasión: construyendo significados en el arte, Murcia, Universidad de Murcia, 2012, pp. 303-331 y “La influencia de las modas extranjeras en la apariencia de los adinerados murcianos (1759-1808)” en José Manuel ALDEA CELADA, et. al. (Coords.), Los lugares de la Historia. IV Congreso Interdisciplinar de Jóvenes Historiadores, Salamanca, Hergar Ediciones Antema, 2013, pp. 635-656. 2 Vid. Carmen PARRÓN SALAS, “Comercio marítimo y comerciantes de Cartagena en el siglo XVIII” en Revista de Historia Naval, nº 29, 1990, pp. 23-61; María Teresa PÉREZ-CRESPO MUÑOZ, El Arsenal de Cartagena en el siglo XVIII, Madrid, Editorial Naval, 1992; Carmen María CREMADES GRIÑÁN, Urbanismo en la Edad Moderna: La Región de Murcia, Murcia, Universidad de Murcia, 1996, pp.101-104; Manuel GARCÍA-PÉREZ, Vicarius Consumers. Trans-National Meetings between the West and East in the Mediterranean World (1730–1808), Ashgate, 2013. 3 Manuel PÉREZ SÁNCHEZ, “Reflejos del discurso aristocrático en una sociedad periférica: el caso de Murcia y Francisco Salzillo” en Rosa PEREDA DE CASTRO y Sofía RODRÍGUEZ BERNIS (Dirs.), Afrancesados y anglófilos. Las relaciones con la Europa del progreso en el siglo XVIII, Madrid, 2008.

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En este contexto de renovación, se procedió a la ampliación y remodelación de la ciudad de Murcia como reflejo de la bonanza de los nuevos tiempos. Además de crearse barrios periféricos tras la reedificación del Puente Viejo, se embelleció el centro urbano, lo que propició la llegada de diversidad de artistas extranjeros, principalmente italianos o franceses, como los escultores Antonio Dupar, Francesco Mostazo y Alberto Calvino, los pintores Pablo Pedemonte y Pablo Sistori o el platero Carlos Zaradatti4. Muy importante fue la construcción y reestructuración de avenidas, alamedas o paseos, áreas en las que se podía disfrutar de la sociabilidad, independientemente de la clase social. En estos lugares la apariencia era lo más importante, pues, a simple vista, no se conocían los orígenes de las gentes que los frecuentaban. Por tanto, estas zonas de recreo se convirtieron en vías para la exhibición y difusión de las modas5. En base al análisis de cartas de dote e inventarios de bienes incluidos en doscientos protocolos notariales expedidos en Murcia (120), Cartagena (70) y Caravaca (10), se han incorporado referencias en torno a cuarenta documentos vinculados a individuos de diferentes clases sociales, con objeto de presentar ejemplos representativos de las tendencias generales que se van desarrollando a lo largo del estudio. Así, las modas indumentarias extranjeras de que hicieron gala los aristócratas en la primera mitad del siglo, se fueron extendiendo entre las clases emergentes, entre aquellas gentes que, instadas por las proclamas ilustradas sobre la obtención del mérito por medio del trabajo y el esfuerzo, trataron de adecuar sus apariencias para alcanzar ese reconocimiento de que gozaba la nobleza y del que ellos también se consideraban partícipes al haber aumentado sus caudales6. Según los documentos, funcionarios, mercaderes y maestros de oficios enriquecidos disponían de una gran variedad de tejidos, complementos y prendas «a la moda», nuevas y sin estrenar y de diversas nacionalidades como francesas, inglesas, maltesas y chinas7. Esta demanda quedó satisfecha con una mayor y mejor oferta, propiciada, en parte, por comerciantes extranjeros que se asentaron en la zona – Vid. Philip DEACON, “¿Influencia o apropiación? El encuentro cultural dieciochesco entre España y Europa” en María del Carmen GARCÍA TEJERA (Coord.), Lecturas del pensamiento filosófico, político y estético. Actas XIII Encuentro de la Ilustración al Romanticismo (1750-1850), Cádiz, Universidad de Cádiz, pp. 97-108. 4 Vid. Concepción DE LA PEÑA VELASCO y Manuel PÉREZ SÁNCHEZ, “La ciudad de hermoso cielo y amenidad” en Cristóbal BELDA NAVARRO (Com.), Floridablanca 1728-1808. La utopía reformadora, Murcia, Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, Fundación Cajamurcia, 2008, pp. 23-35; Concepción DE LA PEÑA VELASCO, “Un compañía de escultores sicilianos del siglo XVIII en España”, en OADI: Rivista dell’Osservatorio per le Arti Decorative in Italia, nº 7, 2013. http://www.unipa.it/oadi/oadiriv/?page_id=1615#identifier_50_1615 [Consulta: 25 de marzo de 2014]. 5 Los paseos más significativos de la época fueron el Arenal, el Malecón y la Alameda del Carmen. Han sido analizados por Antonio PEÑAFIEL RAMÓN, Los rostros del ocio. Paseos y paseantes públicos en la Murcia del Setecientos, Murcia, Universidad de Murcia, 2006. 6 Se estimaba que “distinguirse y sobresalir por el verdadero mérito y por las acciones gloriosas hasta llegar á la clase inmediata” era útil a la nación. En cambio, el lujo por vanidad o emulación se consideraba peligroso. Al tener su fundamento en lo aparente era entendido como garante de ciertos reconocimientos en los que la virtud personal era accidental: “quando […] se pretende sobresalir en su clase, é igualar á la superior imitando su modo de vestir, su tren, trato y género de vida, este luxo es vanidad y orgullo”. Bernardo J. DÁNVILA Y VILLARRASA, Lecciones de economía civil, o de el comercio, Madrid, Joachin Ibarra, 1779, p. 90. 7 Este hecho también se ha constatado en Madrid. Arianna GIORGI, De la vanidad y de la ostentación. Imagen y representación del vestido masculino y el cambio social en España, siglos XVII-XIX, Tesis doctoral, Murcia, Universidad de Murcia, 2013, pp. 528-545.

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principalmente malteses, genoveses y franceses del sur–8. Especializados en quincalla y tejidos, estaban en contacto con sus ciudades de origen, tenían patrones que seguían las modas, usaban sus tiendas para la venta al por menor y al por mayor, erigían puestos de venta en ferias y mercados y trataban con buhoneros para difundir sus géneros9. Hecho que propició, en cierta medida, el avance de las artes suntuarias murcianas y la creación de fábricas ante la competencia de los géneros foráneos, como la Real Fábrica de Hilar Sedas a la Piamontesa, instaurada en 1770, o la Fábrica de Tejer Sedas a la Tolonesa, establecida en 180010. Durante los reinados de Carlos III y Carlos IV en los guardarropas masculinos convivieron distintas prendas de influencia francesa e inglesa, pues la hegemonía del país galo fue disminuyendo a medida que Inglaterra se hacía con la prerrogativa marítimo-comercial mundial, irradiando sus usos, gustos y modas por los distintos países. Se trató de una etapa en la que también se evidenciaron cambios en las preferencias textiles. Se prefería la vistosidad y comodidad de los algodones pintados o la delicadeza de las muselinas a las tradicionales sedas. El algodón permitía una mayor facilidad de lavado, secado y planchado, era relativamente más barato que otros textiles y se adaptaba a las modas en la estampación, corte y confección11. En Murcia preocupó principalmente el auge de las indianas, telas de origen asiático imitadas por los ingleses. En España comenzaron a elaborarse en distintos puntos, destacando, por encima de los demás, el sector catalán, lugar desde donde se exportaban al resto de ciudades. Paulatinamente, gracias a diversas innovaciones tecnológicas, el precio de las indianas se abarató, pudiendo hacer acopio de ellas la mayoría de los sectores de la población 12. En el Interrogatorio sobre fábricas y edificios realizado en Murcia a principios del siglo XIX los tejedores murcianos se quejaban de que ya no se demandaban “tafetanes, rasillos, felpas y terciopelos” por el cambio en las modas que hacía preferir las telas “pintadas y estampadas de los algodones barceloneses”13. 8

Vicente MONTOJO MONTOJO, “El comercio de Cartagena y Alicante tras la Guerra de Sucesión” en Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV. Historia Moderna, vol. 23, 2010, pp. 203-226; Pedro MIRALLES y Sebastián MOLINA, “Socios pero no parientes. Los límites de la promoción social de los comerciantes extranjeros en la Castilla Moderna” en Hispania, vol. 67, nº 226, 2007, pp. 455-486. 9 María Teresa PÉREZ PICAZO y Guy LEMEUNIER, El proceso de modernización de la Región murciana (siglos XVI-XIX), Murcia, Editora Regional de Murcia, 1984, p. 198. 10 Vid. Pedro OLIVARES GALVAÑ, Historia de la seda en Murcia, Murcia, Editora Regional de Murcia, 2005, pp. 226-235 y 266-268. 11 Máximo GARCÍA FERNÁNDEZ, “Entre paños y algodones: petimetres y castizas. ¿«La nueva moda en el arca se vende»?” en Manuel R. GARCÍA HURTADO (Ed.), La vida cotidiana en la España del siglo XVIII, Madrid, Sílex, 2009, p. 148; Juan Manuel BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ, “El consumo de textiles en León (1700-1860)” en Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de Alicante, nº 21, 2003, p. 26. 12 Lidia TORRA FERNÁNDEZ, “Cambios en la oferta y la demanda textil en Barcelona (1650-1800)” en Revista de Historia Industrial, nº 22, 2002, p. 24; María Ángeles CANTOS FAGOAGA, “En los márgenes de la ciudad: indumentaria y consumo en l’Horta de Valencia. Torrent en el siglo XVIII” en David MUÑOZ NAVARRO (Ed.), Comprar, vender y consumir. Nuevas aportaciones a la historia del consumo en la España moderna, Valencia, Universidad de Valencia, 2011, p. 219; Fernando C. RAMOS PALENCIA, “La demanda de textiles de las familias castellanas a finales del Antiguo Régimen, 17501850: ¿Aumento del consumo sin industrialización” en Revista de Historia Económica, Año XXI, nº extraordinario, 2003, p. 148 y Pautas de consumo y mercado en Castilla, 1750-1850. Economía familiar en Palencia al final del Antiguo Régimen, Madrid, Sílex, 2010; Ramón MARURI VILLANUEVA, “Vestir el cuerpo, vestir la casa: el consumo de textiles en la burguesía mercantil de Santander, 17501850” en Jaume TORRAS y Bartolomé YUN (Dirs.), Consumo, condiciones de vida y comercialización: Cataluña, Castilla, siglos XVII-XIX, Valladolid, Junta de Castilla y Léon, 1999, pp. 159-182. 13 Recogido por Pedro OLIVARES GALVAÑ, Historia de la […], op. cit, p. 190.

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Pese a todas estas modas, innovaciones y cambios, lo tradicional o autóctono se resistía a desaparecer en la imagen con que los murcianos se presentaban en público. En las relaciones de bienes se observa que prendas castizas como las capas persistían entre las pertenencias de todas las clases sociales. La literatura y la prensa atestiguan esta difícil convivencia entre tradición y modernidad que iba más allá de cuestiones meramente indumentarias. Porque la apariencia era el cauce para expresar de manera inmediata la ideología y los cambios o permanencias de la sociedad.

En contacto con la piel En primer lugar hay que tener en cuenta que la ropa íntima estuvo directamente relacionada con el tipo de limpieza corporal que se mantuvo prácticamente durante toda la Edad Moderna, es decir, con la noción seca de la higiene. Se creía que el agua podía transmitir enfermedades, por lo que se desarrollaron otras prácticas para conservar el cuerpo limpio. Principalmente adquirió relevancia la cuestión de aislar al cuerpo de los agentes externos mediante la ropa interior14. De esta forma, la camisa fue el artículo más importante para hacer frente a la suciedad corporal, ya que permitía enjugar el cuerpo del sudor, evitando que se criaran parásitos15. Por la consideración que se tenía de la camisa como útil de limpieza, era necesario mudársela a menudo. A principios del siglo XVIII todavía era habitual que las personas con escasos recursos apenas contaran con una o dos camisas, pero en la segunda mitad ya tenían una media de entre tres o cuatro y variedad de ellas las más pudientes. Tras la muerte de Diego García Postigo, comandante de la galeota La Golondrina, debido a un enfrentamiento con un jabeque argelino cerca de Ibiza, se hallaron entre sus pertenencias: “seis camisas con vueltas bordadas”, “cinco camisas con vueltas lisas incluso una que se le quitaron medias mangas para ponerle vuelos cuando estaba de cuerpo presente” y “seis camisas sin vueltas incluso dos la una que llevó a la tierra, y la otra que tenía puesta cuando le mataron y se hizo pedazos para sacarla” 16. Por su parte, el sastre Joaquín Martínez aportó a su matrimonio “siete camisas nuevas de cabecerillo estimadas en ciento noventa y seis reales y “siete camisas de cotanza sin estrenar”, tasadas en quinientos treinta y dos reales de vellón17. En ocasiones, a la camisa masculina se les denominaba «camisón»18 por ser más ancha y larga que la femenina. Aunque pudieron usarse para dormir –al igual que el 14

María Ángeles ORTEGO AGUSTÍN, “Discursos y prácticas sobre el cuerpo y la higiene en la Edad Moderna” en Cuadernos de Historia Moderna. Anejos, nº 8, 2009, p. 77; Juan Manuel BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ, “Condiciones de vida y privacidad cotidiana del campesinado leonés de Tierra de Campos: la comarca de Sahagún en el siglo XVIII” en Francisco NÚÑEZ ROLDÁN (Coord.), Ocio y vida cotidiana en el mundo hispánico en la Edad Moderna, Sevilla, Universidad de Sevilla, 2007, p. 410. 15 Rafaella SARTI, “Las condiciones materiales de la vida familiar” en Marzio BARBAGLI y David I. KERTZER (Comp.), La vida familiar a principios de la era moderna (1500-1789), Barcelona, Paidós Ibérica, vol. I, 2002, p. 68 y Vida en familia. Casa, comida y vestido en la Europa Moderna, Barcelona, Crítica, 2003; Daniel ROCHE, Histoire des choses banales. Naissance de la consommation dans les sociétés traditionnelles (XVIIe-XIXe siècles), París, Seuil, 1997. 16 Archivo Histórico Provincial de Murcia (AHPMU), Sección Protocolos Notariales (SPN), Legajo 6176, sin foliar (s. /f.). Cartagena, 9 de septiembre de 1765. 17 AHPMU, SPN, Legajo 4785, ff. 341r-345v. Murcia, 14 de noviembre de 1804. 18 Las fuentes del siglo XVI y XVII describen el camisón como una prenda de uso exclusivo masculino. Antonio CEA GUTIÉRREZ, “La indumentaria en el refranero de Correas. Retrato y caricatura de la

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resto de camisas–, no era ésta su función habitual. En Murcia a este tipo de piezas para la noche se les denominaba «camisas de dormir», si bien, no son muy frecuentes, comenzando a aparecer a finales del Setecientos: “quatro camisas de lienzo ordinario de dormir” en noventa y seis reales19. Las camisas en el entorno murciano se realizaron principalmente en lienzos, fundamentalmente de lino y cáñamo. Destacaron el lienzo casero, o «caserillo», el trué, el naval y la crea, aunque también las había de bocadillo, cotanza, lienzo Romano, granoble, Holanda y de lienzo delgado –de compra o de botiga–20. El paulatino auge del algodón a finales de siglo parece que en Murcia no fue muy notorio para la confección de camisas, si bien, son numerosas las ocasiones en las que no se menciona el material. Únicamente se han hallado “cinco camisas de algodón”, tasadas en quinientos reales de vellón, que pertenecieron a José Parreño Pras21, “una camisa de zaraza”22, estimada en ciento cuarenta y dos reales y “una camisa floreada de zaraza” en noventa reales23. Estos tres ejemplares pertenecen a los primeros años del Ochocientos. Los lienzos de mayor calidad solían colocarse en las mangas, puesto que era la parte que quedaba más visible. En la documentación hay variedad de ejemplos: “quatro camisas nuevas, y dos a medio traer, las aldas de cáñamo, los cuerpos de crea y las mangas de true”24, “quatro arboles de camisa de lienzo tramado” y “un par de mangas de granoble”25, etc. En el periodo analizado aumentó el número de camisas «nuevas» o «sin estrenar», hecho relacionado con la dinámica del mercado, pero también con la importancia de la apariencia y la moda, ya que se mostraban parcialmente, formando parte de la imagen que se proyectaba hacia los demás26. Por tanto, se trataba de prendas en las que también se detentaban las diferentes tendencias indumentarias. A este respecto, cabe mencionar que las clases altas disponían tanto de camisas interiores como exteriores, denominadas también, respectivamente, «de uso» o «de vestir». Estas prendas «de vestir» se usaban en acontecimientos especiales y estaban realizadas en tejidos más finos, llevando diversas ornamentaciones. También se conocían como «camisolas», como las treinta y seis camisolas, “las treinta de ellas bordadas, dos con encajes de Inglaterra y las quatro restantes lisas”, valoradas en cuatro mil cuatrocientos reales de vellón, que pertenecieron al Visitador Real Francisco de Armona27. De igual forma, hay varias camisas con pecheras bordadas. Entre las prendas que Antonio Martínez Ayala, “piloto de los mares al servicio de S. M”, adquirió en el comercio regentado por Josefa Abril, se citaron “una camisa de naval con pechera”, “una camisa

España del siglo XVII” en María I. MONTOYA RAMÍREZ (Ed.), Moda y sociedad. La indumentaria: estética y poder, Granada, Universidad de Granada, 2002, p. 116. 19 AHPMU, SPN, Legajo 2381, ff. 1160r-1196v. Murcia, 27 de febrero de 1797. 20 Vicente FERRANDIS MAS, “La indumentaria del belén, interpretada en los documentos de la época” en Patricio EGEA GARCÍA (Coord.), La indumentaria murciana en el Belén de Salzillo, Murcia, Grupo Folklórico El Rento, 2007, p. 131. 21 AHPMU, SPN, Legajo 4718, ff. 509r-523r. Murcia, 7 de mayo de 1800. 22 AHPMU, SPN, Legajo 4732, ff. 288r-289v. Murcia, 31 de octubre de 1803. 23 AHPMU, SPN, Legajo 4736, f. 451r. Murcia, 16 de mayo de 1807. 24 AHPMU, SPN, Legajo 7776, f. 74r. Caravaca, 4 de julio de 1804. 25 AHPMU, SPN, Legajo 4708, f. 529v. Murcia, 27 de febrero de 1801. 26 Máximo GARCÍA FERNÁNDEZ y Rosa M. DÁVILA CORONA, “Vestirse y vestir la casa. El consumo de productos textiles en Valladolid (1700- 1860)” en Obradoiro de Historia Moderna, nº 14, 2005, p. 150. 27 AHPMU, SPN, Legajo 6176, s. /f. Cartagena, 27 de septiembre de 1764.

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vieja con pechera bordada” y “una camisa bordada nueva con pechera bordada”28. Los cambios en las modas hicieron que desde finales de siglo predominaran los bordados en detrimento de las chorreras: “se sobreponen unos pequeños pechos de linon, musolina ó lienzo muy exquisito, atados á la espalda por el cuello, y por cima del ombligo […] en el lugar que injustamente usurpaba la chorrera, se pone un bordadico blanco, de oro, lentejuela, ó colores, al gusto y arbitrio de cada profesor”29. En el busto los hombres se ponían determinadas prendas que, sobre la camisa y bajo las piezas exteriores, servían tanto de abrigo como para realzar la figura30. Principalmente utilizaron justillos y jubones interiores, sin mangas y confeccionados en lienzo o algodón blanco31. Para diferenciar los jubones exteriores, con mangas y botonaduras, de los interiores, a veces se mencionaban «jubones interiores». Además, era común que en los apartados de los inventarios sobre la ropa blanca de los fallecidos se incluyeran jubones, junto con otro tipo de prendas en contacto con piel. Por ejemplo, en la partición de los bienes de Francisco González, en la que se distinguía la ropa blanca de la de color, aparecían, dentro de la primera, varios jubones de algodón, calzoncillos, camisones de lienzo y algodón y medias de algodón32. Desde la cintura, los hombres acostumbraban a llevar calzoncillos debajo de los calzones: “par de calzoncillos blancos de lienzo delgado buenos”33. Estaban realizados en lienzos y siempre eran blancos, lo que remite a los zaragüelles. Sin embargo, no es usual la última denominación en la documentación notarial. Según los relatos de los viajeros que visitaron la ciudad en el Ochocientos, era habitual que los trabajadores del campo y la huerta llevaran calzones, zaragüelles o pantalones cortos y blancos, por lo que los calzoncillos descritos, además de ser utilizados como atavío interior, también eran usados como prendas exteriores entre las clases más humildes. Cuando el viajero escocés Henry D. Inglis llegó a Murcia en 1830 dejó constancia de

28

AHPMU, SPN, Legajo 4593, f. 268r. Murcia, 11 de julio de 1808. Luis Santiago BADO, El libro a gusto de todos, ó sea, colección de cartas apologéticas de los usos, costumbres y modas del dia, Murcia, Juan Vicente Teruel, 1800, p. XIII. Bado fue redactor del Correo de Murcia y Director de la Sala de Aritmética y Geometría de la Sociedad Económica de Murcia. 30 Los ajustadores de torso femeninos –cotillas– también eran utilizados por los usías o currutacos. En un artículo de la prensa, donde se describía minuciosamente el atavío de los petimetres, se encuentra la cotilla como una de sus prendas características: “El Jubón (ó la Cotilla / mas naturalmente hablando) / tanto oprime sus entrañas / que jamás padecen flato”. Diario de Murcia, nº 74, 13 de julio de 1792, p. 292. Es importante tener en cuenta que en las fuentes se utilizaba el estereotipo del petimetre para satirizar los excesos de la moda, por lo que determinadas prendas con las que se les describían eran exageraciones con respecto a las que realmente utilizaba la sociedad. 31 José María GONZÁLEZ MARRÓN, “Divagaciones sobre el vestir burgalés” en Revista de Foklore, nº 52, 1985, p. 136; SANZ DE LA HIGUERA, “A la moda ilustrada o a la vieja usanza nobiliar. Viviendas del clero capitular burgalés en el siglo XVIII” en Historia y Genealogía, nº 3, 2013, pp. 219-242 y “La vestimenta del clero en el Burgos del XVIII” en Revista de Historia Moderna: Anales de la Universidad de Alicante, nº 31, 2013, pp. 127-146. 32 AHPMU, SPN, Legajo 2947, ff. 103r-156v. Murcia, 6 de febrero de 1771. Aunque los inventarios no estuvieran separados por apartados, el orden en que se citaban las pertenencias a menudo resulta esclarecedor. Así, en lo relativo a las prendas de uso interior masculinas, hay ejemplos en los que se suelen citar las diferentes piezas en grupos a juego del mismo número: “seis camisas de lienzo delgado”, “seis camisetas de lo mismo”, “seis pares de calzoncillos” y “seis jubones de lienzo delgado”. AHMPU, SPN, Legajo 3345, f. 298r. Murcia, 11 de junio de 1766. 33 AHPMU, SPN, Legajo 4045, s. /f. Murcia, 24 de octubre de 1769. 29

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este uso: “La escena también tenía movimiento porque era mucha la gente que con calzones cortos blancos, fajas carmesíes y gorras monteras, cruzaban los campos”34. En las piernas se ponían calcetas y medias, las cuales experimentaron una serie de cambios a lo largo de la centuria por las diferentes modas que se pusieron en boga. Las medias solían colocarse sobre las calcetas, aunque también las había interiores: “quatro pares de medias de hilo de hombre interiores viejas”35. Las calcetas eran fundamentalmente de hilo, aunque también las había de algodón y de seda y podían ser de pie entero, de medio pie o de trabilla al igual que las medias 36: “un par de calcetas de algodón nuevas de trabilla en diez reales de vellón”37; “dos pares de calcetas de hilo de medio pie en dos reales de vellón”38. El uso de las calcetas fue disminuyendo a finales de siglo, no así el de las medias, pues la moda a la francesa les concedía un gran protagonismo en la indumentaria masculina39. Estaban realizadas principalmente en hilo, seda, algodón y, en menor medida, en lana y en mezcla de hilo y algodón. El militar Salvador Rodríguez de Lisón y Rocamora disponía de once pares de medias a su fallecimiento, tres eran blancas de seda, dos de algodón blanco, cuatro blancas de hilo y dos de estambre fino color de romero, alcanzando un total de doscientos cuatro reales de vellón40. Para diferenciar los géneros tradicionales de los novedosos solía usarse la denominación «de la tierra» en contraposición a «extranjero»41: “un par de medias de seda extranjeras algo usadas” y “un par de medias de seda nueva de la tierra”42. Las medias más suntuosas llegaron a combinar diversos tejidos, ornamentaciones y colores, lo que suscitó las críticas de los sectores más tradicionales que lo consideraban un dispendio vano, afeminado y demasiado llamativo, por lo que solían relacionar esta moda con las excentricidades de los petimetres: “Las medias que solian ser lisas, y llanas, ¡qué revolución no han experimentado! quanta variedad de flores, y matices se ven en ellas! las piernas de los Petimetres se han transformado en 34

Recogido por Cristina TORRES-FONTES, Viajes de extranjeros por el Reino de Murcia, Murcia, Asamblea Regional y Real Academia Alfonso X el Sabio, vol. II, 1996, p. 630. Esto casa con la diferencia notoria entre el número de calzoncillos y calzones de algunos individuos. Francisco Meroño contaba con siete pares de calzoncillos blancos y unos calzones de correal a su muerte. Los últimos los usaría para ocasiones festivas o para protegerse del frío en invierno. AHPMU, SPN, Legajo 4355, ff. 592r-607v. Murcia, 15 de octubre de 1806. 35 AHPMU, SPN, Legajo 4045, s. /f. Murcia, 24 de octubre de 1769. 36 En otras áreas españolas las medias y calcetas sin pie recibían diferentes denominaciones: «medias de trabilla», «calcetas de puente» o «medias de medio pie». Enrique BOROBIO CRESPO, “La indumentaria popular masculina en los inventarios de bienes” en Revista de Soria, nº 64, 2009, p. 8. 37 AHPMU, SPN, Legajo 2947, ff. 103r-156v. Murcia, 6 de febrero de 1771. 38 AHPMU, SPN, Legajo 4694, ff. 286r-302v. Murcia, 22 de diciembre de 1804. 39 A principios del siglo XIX la situación cambió debido a la difusión de las modas inglesas. La adopción del pantalón y la bota alta hizo que disminuyeran los encargos de medias. En 1812 el gremio de fabricantes de medias de seda informó a las Cortes de Cádiz sobre la delicada situación que atravesaban debido al auge de estas prendas. Jesús GARCÍA NAVARRO, “Zapatos y medias del siglo XVIII” en Modelo del mes de junio. Los modelos más representativos de la exposición, Madrid, Museo de Traje, 2006. http://museodeltraje.mcu.es/popups/06-2006%20pieza.pdf [Consulta: 3 de abril de 2014]. 40 AHPMU, SPN, Legajo 2614, s. /f. Murcia, 26 de abril de 1793. 41 También se contraponen «de la tierra» y «a la moda». En otras áreas españolas se mencionaba «al estilo del país» o «como se usa en este lugar» para aludir a los usos acostumbrados en una zona determinada y «al estilo de ciudadanos» para hacer referencia a los patrones más innovadores o a la moda. Antonio CEA GUTIÉRREZ, “Supuestos generales para el estudio de la indumentaria” en Es vestir antic. II Jornadas de cultura popular de les Pitiüses, Ibiza, Federació de Colles de Ball i Cultura Popular d'Eivissa i Formentera, 2003, pp. 33-34. 42 AHPMU, SPN, Legajo 4593, f. 268v. Murcia, 11 de julio de 1808.

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Jardines”43. Pero no eran los únicos que concedían tanta importancia a una prenda que debiera utilizarse no para vanagloriarse, sino para cubrir con decencia las piernas. Los majos, movidos en origen por la reacción castiza hacia la extremada importación de usos extranjeros, en un alarde por erigirse como los verdaderos representantes de las modas nacionales, llegaron a conceder tal importancia a su aspecto exterior que se vieron contaminados por aquello que denostaban. En un artículo del Correo de Murcia se comentaba que un majo llevaba unas medias blancas y negras: “Eran verdaderamente Medias, pues la mitad eran blancas, y la otra mitad negras; por un lado las miraba cualquiera, y de alto á bajo las veía negras, y por otro lado blancas, encontrados los quadrillos, con aquella uniformidad que proporcionan los sesos de un majo”44. Las medias se sujetaban a las piernas con ligas o senojiles. Generalmente eran de seda y lana, aunque también las había de hilo y cuero. Algunos ejemplares masculinos incorporaban ojete o hebilla para asegurarlas mejor a la pierna. Como prenda íntima se convirtió en un regalo apropiado entre enamorados en las bodas. Así, Ana Martínez declaró que entre los enseres que había aportado cuando se casó con Alonso Gambin se encontraban un “pañuelo para el novio”, “medias de seda para el novio”, “medias de hilo blanco para el novio”, “escofia negra para el novio” y “ligas de seda fina para el novio”45.

Prendas exteriores Los hombres elegantes incorporaron a su atavío desde la primera mitad del siglo XVIII las piezas del traje militar o a la francesa, compuesto de casaca, chupa y calzón46. Fue tal su impronta a nivel internacional que, a lo largo del Setecientos, se convirtió en un atuendo que llevaron todas las clases sociales, diferenciándose entre sí en la calidad de las telas y guarniciones. Este vestido representaba un nuevo canon 43

Correo de Murcia, nº 12, 9 de octubre de 1792, p. 92. Sobre la petimetría vid. Álvaro MOLINA, Mujeres y hombres en la España ilustrada. Identidad, género y visualidad, Madrid, Cátedra, 2013, pp. 343-456; Manuel LUCENA GIRALDO, “El petimetre como estereotipo español del siglo XVIII” en Víctor BERGASA, et. al. (Eds.), ¿Verdades cansadas?: imágenes y estereotipos acerca del mundo hispánico en Europa, Madrid, CSIC, 2009, pp. 39-52. 44 Correo de Murcia, nº 151, 8 de febrero de 1794, p. 85. Vid. Ana María, DÍAZ MARCOS, La edad de seda: representaciones de la moda en la literatura española (1728-1926), Cádiz, Universidad de Cádiz, 2006, pp. 87-90; Carmen MARTÍN GAITE, Usos amorosos del dieciocho en España, Barcelona, Anagrama, 2005, pp. 76-86. 45 AHMPU, SPN, Legajo 2607, s. /f. Murcia, 10 de agosto de 1788. Algunas incorporaron leyendas amorosas del tipo: «Soy tu dueño», «Te amo», «Viva mi amor», etc. Antonio CEA GUTIÉRREZ, “El traje del siglo XVIII y XIX en Salamanca” en Revista de Folklore, nº 36, 1983, p. 191; Luis PRADO y Antonio LUENGO, Indumentaria tradicional manchega, Madrid, Diputación Provincial, 2008, p. 62. 46 Las influencias del traje francés empezaron a cobrar importancia con la madre de Carlos II, a la cual se debió la organización de un regimiento conocido como la «Guardia Chamberga», cuyo atuendo seguía las pautas del país vecino. Juan SEMPERE Y GUARINOS, Historia del lujo y de las leyes suntuarias de España, Madrid, Imprenta Real, vol. II, 1788, pp. 134-135. Cuando Felipe V llegó al trono tuvo que alternar el traje español –jubón, ropilla, golilla y calzones– con el francés, ante la resistencia de buena parte de la sociedad. Tras la victoria de Almansa se fortaleció el poderío Borbónico, lo que hizo que las modas francesas fueran asentándose paulatinamente en España, hasta quedar consolidadas en torno a los años treinta. Amalia DESCALZO y Carlos GÓMEZ-CENTURIÓN, “El Real Guardarropa y la introducción de la moda francesa en la corte de Felipe V” en Carlos GÓMEZ-CENTURIÓN y Juan A. SÁNCHEZ BELÉN (Eds.), La herencia de Borgoña: la hacienda de las Casas Reales durante el reinado de Felipe V, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1998, p. 160.

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ideológico y simbólico que afectaba a la manera de relacionarse con el propio cuerpo y de presentarse en sociedad47. El colorido y la vistosidad de las telas de las prendas a la francesa colisionaba con la tradicional sobriedad del atuendo español e imprimía, a ojos de los moralistas, una femineidad al porte masculino nada acorde con la respetuosa y grave imagen del caballero español48. Incluso colores relacionados tradicionalmente con lo burlesco, inmoral o indecente, como el amarillo, pasaron a formar parte de la gama cromática con que se vestían ambos sexos49. El auge de esta tonalidad, denominada en los documentos como «color canario», «pajizo» o «avinagrado» se debió, por un lado, a la «chinoiserie» o gusto por lo oriental, ya que en China simbolizaba el rango y la autoridad, al considerarse un color sagrado que únicamente podían vestir los miembros de la casa real50. Por otro lado, el amarillo como tono dorado y festivo evocaba el refinamiento, el hedonismo y el lujo que caracterizó el ritmo de vida de los elegantes. De hecho, cuando en 1723 Felipe V prohibió a los oficiales y menestrales que usaran vestidos de seda, ni tela mezclada con ella, exceptuando las mangas, las vueltas de las mangas de las casacas y las medias, dejó constancia de que la variedad de colorido en el vestido era algo asentado, por lo que se consintió que las “personas de la Corte, ciudades, villas y lugares de estos Reynos” pudieran hacer uso de ellos, reservándose el negro tradicional a los ministros, corregidores, jueces y regidores51. Los aristócratas, por influencia del traje cortesano, fueron incorporando a su guardarropa las prendas típicas del «vestido militar», «a la moda» o «a la francesa», términos usados indistintamente para aludir al atuendo típico de la dinastía borbónica. Las piezas del vestido francés solían ir a juego en los tejidos y las ornamentaciones. De esta forma, a menudo se citan vestidos compuestos de casaca, chupa y calzón, como los que pertenecieron al aristócrata Jesualdo Riquelme, que encargó al escultor Francisco Salzillo su famoso Belén: “vestido compuesto de casaca, chupa y calzones de grodetur, color morado bordado en plata y oro en quinientos reales de vellón”, “vestido compuesto de casaca, chupa y calzones de terciopelo, color naranja bordado en oro en mil reales de vellón”, “vestido compuesto de casaca, chupa, calzones de terciopelo rayado bordado de sedas de colores y algún oro con forro de sarga blanca en seiscientos

47

Patrizia CALEFATO, El sentido del vestir, Valencia, Instituto de Moda y Comunicación, 2002, p. XX. Álvaro MOLINA y Jesusa VEGA, “Vistiendo al nuevo cortesano: el impacto de la «feminización»” en Nicolás MORALES y Fernando QUILES (Eds.), Sevilla y Corte. Las Artes y el Lustro Real (1729-1733), Madrid, Casa de Velázquez, 2010, pp. 172-175. 49 Entre otras, el amarillo tenía connotaciones negativas relacionadas con la mentira, la traición, la enfermedad, la locura y la melancolía. Michel PASTOUREAU, Diccionario de los colores, Madrid, Paidós, 2007, p. 25. Este simbolismo adverso hizo que durante siglos se encasillara a las personas que lo vestían como transgresoras o inmorales. El refranero dejó constancia de ello: “A quien vieres de pajizo, no tienes sino pedillo”, “A quien vieres amarillo, no dudes de pedillo”. Correas explicaba estos refranes aduciendo “que mujer que se enamora de color tan disoluta, no puede ser sino mala mujer”. Gonzalo CORREAS, Vocabulario de refranes y frases proverbiales y otras fórmulas comunes de la Lengua Castellana, Madrid, Visor, 1992, p. 62. 50 Juan E. CIRLOT, Diccionario de símbolos, Barcelona, Labor, 1994, p. 137. 51 Novísima Recopilación de las Leyes de España, Tomo III, Libro VI, Título XIII, Ley XIII, Madrid, Imprenta de Sancha, 1805, p. 191. La cuestión de preservar la distinción de cada estamento llevó también a Carlos III a dictar una Pragmática prohibiendo los galones de oro y plata en las libreas y las charreteras y alamares de seda a los lacayos y demás gente, pues era uso exclusivo de los coroneles y oficiales del ejército. Ibídem, Ley XIX, p. 196. 48

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reales de vellón”, “vestido de verano compuesto de casaca, chupa y dos pares de calzones de seda tornasolado bordados en plata en ochocientos reales de vellón”52. Estas tres prendas que componían el vestido a la francesa experimentaron una serie de variaciones a lo largo del Setecientos que afectaron a la forma y la longitud de las mismas, lo que también fue el origen de otro tipo de piezas que derivaron de las mismas como el frac, el chaleco o el pantalón. Durante el reinado de Luis XV la casaca se fue haciendo más cómoda, fundamentalmente para que los caballeros montaran a caballo. Las mangas se estrecharon y la vuelta disminuyó. El corte recto de los primeros modelos se sustituyó por la curva, haciendo que los bordes delanteros se redondearan desde la cintura hasta abajo, permitiendo que quedaran visibles tanto la chupa como el calzón53. Aunque en origen este cambio se debió a cuestiones prácticas, los textos moralistas y satíricos se burlaban de la exageración que se hacía de las mutaciones indumentarias: “vimos parado enfrente de nosotros un mancebo, que al pronto discurrimos que no llevaba casaca, porque la traía tan sesgada hacia atrás, que era una admiración”54. Las casacas documentadas en Murcia y Cartagena aparecen principalmente entre aristócratas, funcionarios públicos, maestros de oficios y jornaleros. Rara vez se detallan aspectos como el corte, la forma del cuello o los bolsillos, aunque sí aparecen los tejidos, colores y ciertas guarniciones. La vistosidad de las tonalidades que se llevaba a principios de la centuria fue disminuyendo a partir de la segunda mitad del siglo, época en la que aumentaron los colores sobrios. Independientemente de la calidad de la tela, la mayoría de las casacas estaban realizadas en negro o «color ala de cuervo»55, habiendo también un buen número de pardos u ocres como el «color de pasa», «canela», «color de plomo», «color de castaña», «color de tierra» o «color sombra de pozo». Esto no quiere decir que se descartaran totalmente las tonalidades más vistosas, pues también se hallaban estas prendas en azul, celeste, encarnado, rosa o color «pompadu», melado, verde, color de aceituna, avinagrado, naranja o melocotón, aunque en menor cantidad: “casaca de paño color pompadu con pechos de lo mismo y forros de

52

AHMPU, SPN, Legajo 2657, ff. 106r-112v Murcia, 9 de abril de 1791. La riqueza del guardarropa de este aristócrata también ha sido reseñada por Manuel PÉREZ SÁNCHEZ, El arte del bordado y del tejido en Murcia: siglos XVI-XIX, Murcia, Universidad de Murcia, 1999, p. 39 y Concepción DE LA PEÑA VELASCO, “Un Belén para Jesualdo Riquelme. La naturaleza modelada” en Germán CANTERO MARTÍNEZ (Coord.), El Belén de Salzillo, Murcia, Museo Salzillo, 2013, p. 44. 53 Ruth de la PUERTA ESCRIBANO La segunda piel. Historia del traje en España (del siglo XVI al XIX), Valencia, Generalitat Valenciana, 2006, p. 74. 54 Diego Ventura REJÓN Y LUCAS, Aventuras de Juan Luis. Historia divertida que puede ser útil, Madrid, Joachin Ibarra, 1781, p. 196. Este autor de origen murciano fue el padre del Académico, escritor y erudito del arte Diego Antonio Rejón de Silva. 55 El «ala de cuervo» supuso un punto y aparte en la historia del color negro, una tonalidad intensa y muy brillante que se obtuvo en el siglo XVI gracias a la utilización del palo de Campeche, árbol propio de la Península del Yucatán. Este apreciado tinte se fabricó en España desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, incluso siguió utilizándose, en menor medida, en el siglo XX. Amalia DESCALZO y Lucina LLORENTE, “El color, expresión pictórica de la moda” en Akiko FUKAI, y Andrés CARRETERO (Com.), Modachrome. El color en la historia de la moda, Madrid, Ministerio de Cultura, 2007, p. 36. Sobre los tintes de procedencia americana vid. Ana ROQUERO, Tintes y tintoreros de América: catálogo de materias primas y registro etnográfico de México, Centro América, Andes Centrales y Selva Amazónica, Madrid, Ministerio de Cultura, 2006.

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picote azul en ciento y cincuenta reales de vellón”56; “casaca de carro de oro color de melocotón en veinte reales de vellón”57, etc. En los inventarios de bienes de la nobleza, cuyos enseres solían describirse con mayor minuciosidad, se especifica que estas prendas llevaban forros de distinto tejido. Por ejemplo, el académico y teórico del arte Diego Rejón de Silva tuvo, entre otras, una “casaca de terciopelo rayado con forros de raso” y otra “de tela de seda forrada de pieles de chinchillas”58. Por su parte, Jesualdo Riquelme contó con una casaca sin estrenar, realizada en “tela de seda listada color de castaña y listas celestes, botones de acero y forro de tafetán color de leche”59. Las guarniciones más habituales de las casacas eran los bordados en sedas o en hilos de plata y las botonaduras o broches, varios de los cuales estaban recubiertos de hebras doradas. Las rayas y las listas también fueron habituales. El siglo XVIII concedió un notable prestigio al uso de las prendas con líneas verticales, otorgándole connotaciones positivas y elegantes a la raya, tradicionalmente denostada por su asociación a lo negativo, diabólico o transgresor60. El gusto por los vestidos rayados obtuvo su mayor impulso en la segunda mitad del Setecientos, propagándose por diferentes sectores sociales. Personas de distinta ideología se vistieron con prendas de rayas, hecho que se explica por una confluencia de factores diversos que, en realidad, tuvieron un propósito común: la diferenciación. Los elegantes, sumidos en el devenir colorista, extravagante y exótico que irradiaban las modas de la corte francesa, encontraron en la raya otra ornamentación para demarcar su estatus con respecto a las clases inferiores, la cual, a su vez, formaba parte del repertorio decorativo de los textiles orientales que tanto se importaron e imitaron en Europa en esta época61. Ornamento que también utilizaron para el lujoso atuendo de sus criados de librea, aunque optando por la horizontalidad, como se observa en los pajes del cortejo de los Reyes Magos del Belén de Salzillo62. Por otra parte, el uso de las rayas como símbolo de la Revolución americana influyó poderosamente a Francia, a las gentes que comenzaron a poner en entredicho el poderío que estaba adquiriendo Inglaterra, proclamando, asimismo, su deseo de defender sus libertades63. A partir de los sucesos revolucionarios franceses, las rayas, primero como emblema, después como signo de distanciamiento con la mentalidad y el 56

AHPMU, SPN, Legajo 2853, f. 56r. Murcia, 28 de marzo de 1781. AHPMU, SPN, Legajo 2575, f. 8v. Murcia, 1 de agosto de 1788. 58 AHPMU, SPN, Legajo 2381, ff. 1160r-1196v. Murcia, 27 de febrero de 1797. 59 AHPMU, SPN, Legajo 4222, f. 1132. Murcia, 13 de enero de 1800. 60 Alicia SÁNCHEZ ORTIZ, “El color: símbolo de poder y orden social. Apuntes para una historia de las apariencias en Europa” en Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV, Historia Moderna, nº 12, 1999, p. 338. 61 Vid. Pilar BENITO GARCÍA, “Tejidos y bordados orientales en las colecciones reales españolas” en Marina ALFONSO MOLA y Carlos MARTÍNEZ SHAW (Eds.), Oriente en Palacio. Tesoros asiáticos en las colecciones reales españolas, Madrid, Patrimonio Nacional, 2003, pp. 143-148; Ana SCHOEBEL ORBEA, “La estampación textil en Europa: transformación de un proceso artesanal indio en una «industria modelo» europea” en Textil e indumentaria: materias, técnicas y evolución, Madrid, Universidad Complutense, 2003, pp. 44-60 http://geiic.com/files/Publicaciones/la_estampacion_textil.pdf [Consulta: 2 de abril de 2014]. 62 Cristóbal BELDA NAVARRO, “Francisco Salzillo. La genesi del presepio spagnolo” en Cristóbal BELDA NAVARRO et. al. (Coords), Il Presepio di Salzillo. Fantasia Ispanica di Natale, Murcia, Ministerio de Educación y Cultura, Fundación Cajamurcia, 1999, p. 26. 63 Michel PASTOUREAU, Las vestiduras del diablo. Breve historia de las rayas en la indumentaria, Barcelona, Océano, 2005, pp. 47-50. 57

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porte tradicional, asumieron una fuerte carga simbólica. Un mismo motivo que se aplicó con distintos significados, estructuras y colores, según el estamento social. En relación a los géneros, las casacas se realizaron principalmente en paño, de lana para el invierno y de seda para el verano. También, en las épocas de bajas temperaturas se llevaba la felpa y otros tejidos compuestos de lana como bayetón, chamelote, tripe, estameña, barragán, cúbica o carro de oro. En verano se usaban las sedas. Por ejemplo, en la escritura de declaración de los bienes que aportaron al matrimonio Pedro Espinosa de los Monteros, Abogado de los Reales Consejos, y su mujer Francisca Moreno, se mencionaron “dos casacas y chupas de verano, una de seda y otra de duray” en noventa reales y “dos casacas y chupas de invierno” en ciento cuarenta reales64. Dentro de las sedas destacaron el tafetán y el terciopelo, aunque también las había de damasco, espolín, grodetur, griseta, espumillón o raso: “casaca de espumillón negro del difunto con forro de tafetán blanco en ciento y veinte reales”65; “casaca de raso negro forrada en tafetán en setenta y cinco reales de vellón”66. Debajo de la casaca se llevaba la chupa, que hasta mediados del siglo XVIII llevaba mangas y era bastante larga. Generalmente estaban realizadas en géneros suntuosos en los delanteros y tejidos ordinarios en la parte de la espalda, ya que ésta no quedaba a la vista. José Monteagudo, Jurado, tenía unas “delanteras de chupa de terciopelo morado con espaldas y mangas de otra tela” en treinta reales y “una chupa de rasoliso con espaldas de lienzo negra vieja” en diez reales67. Cuando las casacas se fueron curvando más y, por ende, las chupas pudieron contemplarse mejor, se llenaron de variedad de guarniciones, como bordados con motivos florales y lentejuelas. Para ahorrar dinero e ir a la moda, se dio la costumbre de tener varios puños independientes que se asían a las casacas y estaban realizados a juego con el tejido y color de una determinada chupa68. Para las ocasiones especiales o festivas había chupas más suntuosas, las cuales se denominaban «chupas de vestir», como la “chupa de vestir de punto de estambre y color de ante” y la “chupa para el mismo efecto, de tela de seda, bordada de sedas en León” que pertenecieron a Rejón de Silva69. Por las fechas de análisis, y teniendo en cuenta que a medida que transcurrieron los años la chupa tendió a suprimir las mangas, cabe apuntar que son escasas las referencias a las mismas, seguramente porque ya no se llevaban. Los calzones terminaban de definir las partes esenciales del traje a la moda francesa. Estos modelos eran más ajustados que los utilizados tradicionalmente por el pueblo llano. Hasta el reinado de Fernando VI estuvo de moda que el borde de las medias sobrepasase la parte baja del calzón, formando un amplio pliegue a la altura de 64

AHPMU, SPN, Legajo 2652, ff. 158r-162v. Murcia, 21 de agosto de 1786. AHPMU, SPN, Legajo 4045, s. /f. Murcia, 24 de octubre de 1769. 66 AHPMU, SPN, Legajo 2652, f. 230v. Murcia, 3 de noviembre de 1786. 67 AHPMU, SPN, Legajo 4045, s. /f. Murcia, 24 de octubre de 1769. También se citan varios pechos o delanteros de chupa: “pechos de chupa de color de leche de picote bordados de lentejuela de oro” en cincuenta, “pechos de chupa de raso, color de leche bordados de sedas de colores” en cuarenta, “pechos de chupa de lienzo con guarnición morada” en diez y “pechos de chupa de zaraza listada morada” en seis reales. AHPMU, SPN, Legajo 4228, ff. 728r-760v. Murcia, 29 de octubre de 1803. 68 Avril HART y Susan NORTH, La moda de los siglos XVII-XVIII en detalle, Barcelona, Gustavo Gili, 2009, p. 80. 69 AHPMU, SPN, Legajo 2381, ff. 1160r-1196v. Murcia, 27 de febrero de 1797. 65

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la rodilla70. No obstante, a partir del reinado de Carlos III las medias quedaron bajo el calzón, con lo que se podían exhibir las jarreteras y las hebillas que lo ajustaban a la pierna. Además, los nuevos modelos de faldones curvados de las casacas y el acortamiento de las chupas, contribuyó a que los calzones pudieran exhibirse. Pero fue en el atuendo de los majos donde esta prenda quedaba más visible, en tanto que preferían llevar la «jaqueta» / chaqueta corta con pequeños faldones71. Al igual que ocurría con las casacas, la mayoría de los calzones estaban realizados en paños de seda o lana o en terciopelo y tafetán. A medida que finalizaba el siglo aumentaron los realizados en felpa o algodones como cotón, mahón o piel de diablo. El color más habitual fue el negro u oscuro como el color anteado o aplomado, aunque también destacaba el azul y los verdosos como el verdemar, el verde manzana o el aceituna. La variedad cromática era mayor en los calzones de los acaudalados. Además de disponer de varios de color negro, tenían verdes, morados, naranjas, carmesíes, pajizos, avinagrados o azules: “par de calzones azules el uno de paño y el otro de verano con charreteras de oro en ciento y veinte reales de vellón”72. A finales de siglo el calzón se fue estrechando y alargando, tanto por la cintura como por los bordes. Algunos modelos se hicieron tan ajustados y apretados que se comparaban con fundas: “los calzones que por anchos, largos, y cumplidos merecieron llamarse de justicia Calzonazos, se han reducido à tan estrechas y abreviadas dimensiones, que mas que calzones parecen fundas de pistolas”73. En esta época se había puesto de moda que el calzón se adaptara a la pierna como si de una media se tratase. Esta tendencia a estrechar el talle de los calzones vino de Inglaterra. La pujanza de las modas inglesas, adoptadas en primera instancia por Francia, hizo que el atuendo de hombres, mujeres y niños se desprendiese de varias de las artificialidades que lo habían caracterizado en la primera mitad de la centuria74. Pero como los currutacos tenían como cualidad la exageración, se decía que llevaron hasta el extremo estos planteamientos y, esclavos de las modas extranjeras, iban incómodos e impropios: “El que muestra en los calzones, / que es de los Ingleses mono, / y que de puro ajustados, / al punto los mira rotos; / ese es tonto”75. A principios del siglo XIX hay varios ejemplos en la documentación de calzones de punto inglés, tejido con ligamento entrelazado que se adaptaba al cuerpo: “calzones de punto inglés color de leche” en cincuenta y tres reales y “calzones de punto inglés negros” en veinte reales de vellón76.

70

Amalia DESCALZO LORENZO, “Modos y modas en la España de la Ilustración” en Concepción GARCÍA SÁIZ (Coord.), Siglo XVIII: España, el sueño de la razón, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 2002, p. 170. 71 IDEM, “Costumbres y vestimentas en el Madrid de la Tonadilla” en Salvador QUERO CASTRO (Coord.), Paisajes sonoros en el Madrid del siglo XVIII. La Tonadilla Escénica, Madrid, Museo de San Isidro, Ayuntamiento de Madrid, 2003, pp. 82-83. 72 AHPMU, SPN, Legajo 6176, s. /f. Cartagena, 27 de septiembre de 1764. 73 Correo de Murcia, nº 12, 9 de octubre de 1792, p. 92. 74 Las diferencias entre el vestido inglés y el francés estribaban en el modo de vida, las costumbres y divertimentos: “al deseo común de comodidad que se manifiesta por doquier, Inglaterra añade cierta sobriedad puritana e innovaciones de carácter deportivo: el gusto por el campo, la afición a la caza, a las carreras pedestres y la práctica de juegos al aire libre, estaban más extendidos en dicho país que en otros lugares”. François BOUCHER, Historia del traje en occidente desde la Antigüedad hasta nuestros días, Barcelona, Montaner y Simon, 1967, p. 320. 75 Diario de Murcia, nº 106, 15 de abril de 1792, p. 423. 76 AHPMU, SPN, Legajo 4228, ff. 728r-760v. Murcia, 29 de octubre de 1803.

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Debido a estas influencias, la casaca se fue estilizando y alargando dando lugar al frac. El término procede de la palabra inglesa «frock» y llegó a España a través de Francia como «frac», debido a una mala interpretación de la «o» inglesa que es muy abierta77. Los primeros modelos apenas se diferenciaban de la casaca larga salvo en que no llevaban bolsillos, sino carteras oblicuas –rémora de aquéllos–, y en que el cuello era vuelto. Al poco tiempo evolucionaron adquiriendo su forma característica, es decir, con solapas, cuello alto, delanteros cortos con botones y faldones largos situados en la parte trasera. En el ámbito murciano los fracs comenzaron a utilizarse a partir de la década de los ochenta, aunque hasta los primeros años del siglo XIX hay pocos ejemplares en la documentación y siempre aparecen vinculados a aristócratas o empleados del Estado. Esto sucedió también en otras ciudades españolas. Según Bartolomé, en León fue la burguesía administrativa, a diferencia de la comercial y financiera, la que primeramente, además de los aristócratas, incorporó el frac a su atavío, debido “al ejercicio de su profesión, cara al público y de inspiración de respeto”78. Los fracs inventariados eran de sedas, paños y lanas como la cúbica o el bayetón. La sobriedad de los colores que también importó Inglaterra y que era típica en estas prendas a juzgar por los retratos de la época y los modelos conservados, todavía no se produjo, pues los había azules, verdes, encarnados y con listas de colores: “frac encarnado de verano en cincuenta reales”79; “frac de cubica azul y otro de bayetón rayado en sesenta reales”80. Aunque en menor medida, también se llevaba la levita, cuyo origen parece estar en el redingote, una prenda larga de abrigo usada en Europa en el XVIII tanto por hombres como mujeres que se cerraba por el pecho, dejando abierta la parte inferior. Solía realizarse en paños, como el “redingot de paño blanquinoso usado” en setenta y cinco reales de vellón, que tuvo Juan Togores y Robles, caballero de Montesa81. Por influencia de este abrigo, la levita se diferenciaba del frac en que en aquélla los faldones delanteros se cruzaban82. Al igual que el redingote, la mayoría de las levitas halladas en la documentación estaban realizas en paño negro o de color ceniza. Si bien, a comienzos del siglo XIX se pusieron de moda las levitas confeccionadas con diversas calidades de algodón como el mahón o la indiana, como la “levita y pantalón de mahón listado” en veinticuatro reales, y la “levita de indiana”, valorada en la misma cantidad, que pertenecieron a José Molinero, maestro confitero83.

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Radana STRBÁKOVÁ, “El léxico en la indumentaria en los diccionarios burlescos del siglo XIX: documentación de neologismos” en Interlingüística, nº 16 (2), 2005, p. 1054. 78 Juan Manuel BARTOLOMÉ BARTOLOMÉ, “La relevancia de la profesión: contrastes patrimoniales, condiciones de vida y pautas de consumo de la burguesía en una ciudad del interior peninsular: León (1700-1850)” en David MUÑOZ NAVARRO (Ed.), Comprar, vender y consumir. Nuevas aportaciones a la historia de consumo en la España Moderna, Valencia, Universidad de Valencia, 2011, p. 231. Vid. Jesús CRUZ, “Del «cortesano» al «hombre fino». Una reflexión sobre la evolución de los ideales de conducta masculina en España desde el Renacimiento al siglo XIX” en Bulletin of Spanish Studies, vol. 86, nº 2, 2009, pp. 145-175. 79 AHPMU, SPN, Legajo 2381, f. 1170r. Murcia, 27 de febrero de 1797. 80 AHPMU, SPN, Legajo 5657, f. 258r. Cartagena, 30 de mayo de 1796. 81 AHPMU, SPN, Legajo 3797, ff. 574r-595r. Murcia, 12 de octubre de 1769. 82 En algunos sainetes los protagonistas criticaban las levitas porque tapaban demasiado. El majo de El Maestro de la Tuna espetaba: “Malditas sean las levitas, / el sastre que las hilbana, / y el tonto que se las pone, / ¿Cuánto mas vale esta cuarta / de chupa con que se lucen/ los fondillos i la espalda?”. Juan I. GONZÁLEZ DEL CASTILLO, Sainetes de Don Juan del Castillo, con un discurso sobre este tipo de composiciones por Adolfo de Castro, Cádiz, Imprenta de la Revista Médica, vol. III, 1846, p. 125. 83 AHPMU, SPN, Legajo 4735, ff. 280r-306v. Murcia, 25 de junio de 1808.

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En los años ochenta el fino cuello de tirilla de las casacas aumentó y con ello el tamaño de los corbatines. Lo mismo sucedió con el frac, lo que hizo que en torno a la década de los noventa estos complementos se conviertan en corbatas: “En lugar de aquel misero corbatín de mosolina que apenas me cubria el cuello de la camisa, me he rodeado quatro varas de un esquisito linon […] la cosa está en corregir con este arbitrio, el defecto que la naturaleza dio a la especie humana, dexandose el cuello quatro dedos mas retraido que la barba”84. Al principio se trataba de un pañuelo ancho, doblado varias veces en diagonal, que se anudaba en la parte delantera, pero poco a poco se fue complicando, convirtiéndose en un verdadero arte el modo de hacer el lazo y dejar caer las puntas 85. Tapaban completamente el cuello y podían ser blancas, oscuras o de diferentes colores. En Murcia no aparece este tipo de complementos masculinos, lo que sí se mencionan son varios pañuelos de cuello, como los siete “de muselina con diferentes cenefitas”, tasados en ciento treinta reales, que tuvo Rejón de Silva86. Derivados de las chupas, los chalecos, de talle corto y sin mangas, se pusieron de moda a finales de siglo y se llevaron tanto con el vestido a la francesa –“vestido de mahón usado compuesto de chupa, calzones y chaleco”87– como con el frac –“frac de bayetón y chaleco de raso blanco”88–. Quedaban bastante ajustados al cuerpo y solían incorporar una o dos series de botones. Cuando los cuellos altos y las solapas se hicieron comunes en las prendas exteriores, los chalecos también los incorporaron. En Murcia comienzan a mencionarse chalecos a finales de los años ochenta, los cuales estaban realizados en damasco, terciopelo y musumana. No obstante, a mediados de los noventa comenzó a predominar el algodón, fundamentalmente el cotón y la cotonía89. Los más numerosos eran de color blanco, algunos con motas o pequeños lunares de colores. También se citan chalecos rayados, estampados –generalmente de percal o cotón– encarnados, azules, morados y pajizos. Entre las prendas adquiridas por Antonio Martínez Ayala se anotaron diversos chalecos: “Yttem un chaleco de paño negro nuevo en veinte reales de vellón; Yttem chaleco encarnado usado en siete reales de vellón; Yttem chaleco negro usado en ocho reales de vellón; Yttem un chaleco pintado anteado en veinte y 84

Luis Santiago BADO, El libro a […], op. cit., pp. XI-XII. Las dimensiones que llegaron a adquirir algunos modelos también se usaron como mofa de las ridiculeces de los petimetres. “rodeaba su cuello (que mas bien parecía un tarazon de morcilla) una pieza no pequeña de muselina, que servia como base á la pequeña esfera de sus cascos”. Correo de Murcia, nº 251, 24 de enero de 1795, pp. 51-52. 85 Amelia LEIRA SÁNCHEZ, “La moda española en 1808” en Juan PÉREZ GARZÓN (Coord.), España 1808-1814: de súbditos a ciudadanos, Toledo, Sociedad de Don Quijote de Conmemoraciones Culturales de Castilla-La Mancha, vol. II, 2008, p. 220. 86 AHMPU, SPN, Legajo 2381, ff. 1160r-1196v. Murcia, 27 de febrero de 1797. 87 AHPMU, SPN, Legajo 4694, ff. 286r-302v. Murcia, 22 de diciembre de 1804. 88 AHPMU, SPN, Legajo 5657, f. 258r. Cartagena, 30 de mayo de 1796. 89 Como tejido novedoso aparece el casimir: “chaleco de casimiro a cuadros”. AHPMU, SPN, Legajo 4718, ff. 752r-780v. Murcia, 10 de octubre de 1801. Aunque podía ser una tela de lana muy fina y más elástica que el paño, en este caso probablemente haga referencia a una tela “con la urdimbre de algodón de hilo más fino que el de la trama que era de lana” que solía fabricarse conformando cuadros de colores vistosos. Rosa M. DÁVILA CORONA, Montserrat DURÁN PUJOL y Máximo GARCÍA FERNÁNDEZ, Diccionario histórico de telas y tejidos castellano-catalán, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2004, p. 57.

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seis reales de vellón; Yttem chaleco de percal pintado encarnado en treinta reales de vellón; Yttem chaleco de percal campo de sombra en treinta reales de vellón; Yttem un chaleco de coton blanco en veinte y quatro reales de vellón; Yttem chaleco viejo con ribetes negros en quatro reales de vellón; Yttem chaleco de percal con pintas encarnadas nuevo en quarenta reales de vellón; Yttem chaleco de coton blanco colchado en quarenta y ocho reales de vellón; Yttem chaleco de coton pintado encarnado en veinte reales de vellón”90. A similitud de la iniciativa para establecer un traje nacional para las señoras, publicado en 1788 y dirigido a Floridablanca por una supuesta autora91, en el Correo de Murcia también se difundió un proyecto de uniforme con la intención de disminuir los desmesurados gastos de los petimetres en galas y aditamentos92. Entre las causas para tal establecimiento, el autor reseñó la excentricidad a la que se había llegado en los colores y la decoración de los chalecos. Además, criticaba que era una moda que estos personajes ociosos usaban para mofarse de los acontecimientos revolucionarios de Francia, desafiando el orden social y político: “Pero la endemoniada idea de ponerse en los Chalecos una doble solapa, regularmente carmesí, que imita con bastante naturalidad los efectos de una cabeza degollada, cuya sangre baña el cuello y pecho, es á lo que podía haber llegado la locura de mis paisanos: y decorar esta moda con el nombre de la Guillotina, me parece que es el cumulo de la depravación”93. El color negro para estas piezas comenzó a tener protagonismo en los primeros años del Ochocientos. A medida que se difundió la sobriedad en las tonalidades y decoraciones de las prendas exteriores masculinas, fue en los chalecos donde se colocó la mayor parte de las guarniciones. Los ejemplos hallados llevaban bordados en sedas o en hilos de oro y plata y ribetes o felpillas rodeando sus bordes. Con estas prendas comenzó a llevarse el pantalón, que fue el resultado del alargamiento paulatino del calzón. Hasta finales del siglo XVIII se trató de una prenda que únicamente habían usado los marineros para faenar y los «sans-culottes» franceses en su intención de distanciarse de la clase acomodada94. El pantalón utilizado por estos sectores era similar al de hoy en día, sin embargo, los primeros modelos que llevaron las clases altas eran extremadamente ajustados y largos. Al igual que sucedió con los calzones estrechos de que tanto se mofaba la literatura y la prensa, comenzaron a realizarse en punto. Estos ejemplares solían llevarse con botas altas con el reborde vuelto, generalmente de gamuza, y eran habituales en los trajes de campo ingleses. Este tipo de prenda recordaba al atuendo que portaban los arlequines y los actores cómicos, por lo que se consideraba indigna de componer tanto el traje civil como el militar: 90

AHPMU, SPN, Legajo 4593, f. 267r. Murcia, 11 de julio de 1808. Discurso sobre el luxo de las señoras y proyecto de un trage nacional, Valladolid, Maxtor, 2005. (Facsímil, Madrid, Imprenta Real, 1788). 92 También han aludido a este proyecto autores como Antonio PEÑAFIEL RAMÓN, Los rostros del […], op. cit., pp. 101-118 y Mónica BOLUFER PERUGA, Mujeres e Ilustración. La construcción de la feminidad en la Ilustración española, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 1998, p. 176 y ss. 93 Correo de Murcia, nº 226, 28 de octubre de 1784, p. 134. 94 Amelia LEIRA SÁNCHEZ, “La moda en España durante el siglo XVIII” en Indumenta, nº 0, 2007, p. 93. 91

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“¿cómo ha de ser decente un trage que solo hemos conocido en los Teatros á los Pantomimos, y Arlequines para sus ridículas representaciones? ¿Un trage que con el propio nombre de Pantalon tuvo su cuna en los Teatros de Italia, desde donde pasó á los nuestros por sus extravagantes y ridículos Actores”95? Con los años se introdujo el uso del paño para el pantalón y se hicieron más anchos, por lo que fue en este modelo donde se adoptaron las características de los usados por los «sans-culottes», los cuales se habían inspirado en el atuendo de los marineros. Los pantalones de los revolucionarios franceses no llegaban hasta el tobillo, cualidad que al parecer no contó con éxito entre los elegantes. En el Correo de Murcia se decía que unos petimetres lucían unos calzones muy apretados y que otros se ponían calzones muy largos “porque no los noten de Sansculotes”96. Aunque fueron muy criticados cuando comenzaron a usarse –especialmente los que eran demasiado ajustados– en el citado proyecto para establecer un traje nacional masculino se estimaban apropiados los pantalones, en tanto que reducían considerablemente el gasto en medias, charreteras, ligas e incluso camisas: “Es un mueble que con asombrosa velocidad dexa de un solo golpe vestido à un hombre hasta la cintura; que excluye el uso de medias, y calzetas; que inutiliza el embarazoso uso de los senogiles, y charreteras; que excusa la necesidad de camales, è igualmente la importunidad de sus botones”97. Ambos modelos, los ajustados y los anchos, convivieron a finales del siglo XVIII. En este momento todavía los pantalones no fueron los sustitutos de los calzones, aunque, con el tiempo, persistieron específicamente en los círculos cortesanos hasta la invasión napoleónica98. En la documentación la mayoría de los pantalones aparecen a principios del siglo XIX. Los había de paño, seda, lienzo y algodón, predominando los de color negro o blanco y los listados. Como ejemplo representativo de la diversidad de piezas de vestir que convivieron a finales del reinado de Carlos IV en los guardarropas masculinos, cabe citar algunas de las prendas que poseyó Francisco Segado Narváez: “Yttem un par de calzones de raso negro en cien reales de vellón; Yttem un chaleco de idem en quarenta y cinco reales de vellón; Yttem un par de calzones de paño azul en sesenta reales de vellón; Yttem otros idem en veinte reales de vellón; Yttem otros de terciopelo negro en cinquenta reales de vellón; Yttem un pantalón de paño azul diez y ocho reales de vellón; Yttem 95

Correo de Murcia, nº 269, 28 de marzo de 1795, p. 192. El origen del pantalón en el bufonesco «pantalone» italiano fue puesto de manifiesto por Nicola SQUICCIARINO, El vestido habla: consideraciones psico-sociológicas sobre la indumentaria, Madrid, Cátedra, 1996, p. 82. 96 Correo de Murcia, nº 226, 28 de octubre de 1794, p. 133. 97 Ibídem, nº 14, 16 de octubre de 1792, p. 110. 98 Margarita TEJEDA FERNÁNDEZ, Glosario de términos de la indumentaria regia y cortesana en España. Siglos XVII y XVIII, Málaga, Universidad de Málaga, Real Academia de Bellas Artes de San Telmo, 2006, p. 365; Julieta PÉREZ MONROY, “Modernidad y modas en la ciudad de México: de la basquiña al túnico, del calzón al pantalón” en Anne STAPLES (Coord.), Historia de la vida cotidiana en México. Bienes y vivencias. El siglo XIX, México, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, vol. IV, 2005, p. 60.

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otros de idem en veinte reales de vellón; Yttem una chupa y calzones de damasquina morada en ciento y treinta reales de vellón; Yttem un par de calzones de mahon en veinte y seis reales de vellón; Yttem un chaleco de terciopelo carmesí en quarenta y cinco reales de vellón; Yttem un pantalon y chaleco de cotonia en sesenta y quatro reales de vellón; Yttem otro de lo mismo en sesenta y quatro reales de vellón; Yttem otro idem en veinte y ocho reales de vellón; Yttem una chaqueta de paño azul en quarenta y cinco reales de vellón; Yttem una chupa de terciopelo negro en ciento y cinco reales de vellón; Yttem un chaleco azul y blanco de cotonia en veinte y cinco reales de vellón; Yttem una chaqueta y pantalon de lienzo en quarenta y cinco reales de vellón; Yttem una chupa de pana azul en treinta y cinco reales de vellón; Yttem una casaca de casimir en doscientos y quarenta reales de vellón; Yttem una levita de paño azul en ciento y veinte reales de vellón; Yttem un casaca de paño en cinquenta reales de vellón; Yttem una levita de casimir azul en quarenta y cinco reales de vellón”99.

Tocados, pañuelos, sobretodos y zapatos En la cabeza los murcianos de las clases humildes solían utilizar redecillas o cofias, al estilo de los majos, para recoger su pelo. Sobre éstas se ponían monteras realizadas en paño, terciopelo o felpa, con hechuras «de barca» o con vueltas que dejaban a la vista el forro de las mismas. Estas vueltas en forma de ala a veces caían tapando la frente o las orejas, por lo que se trataba de unas piezas para proteger del frío: “montera de paño verdosa con vueltas de felpa usada”100. Este ejemplo es una excepción por el tipo de color, puesto que solían ser negras o de color de pasa: “una montera de paño color de pasa con vueltas de terciopelo”101. Según una historia del sombrero de 1859 el gremio de montereros experimentó un notable auge en la segunda mitad del siglo XVIII, debido a la pragmática de Carlos III en la que se prohibió el uso de capa larga y sombrero de ala ancha. Como reacción a esta ley que atentaba contra unas prendas de notoria raigambre castiza, el pueblo, para no someterse al cetro de lo extranjero, decidió portar la montera, a medio camino entre el tricornio francés y el chambergo. Motivo por el que los “montereros se multiplicaron á las mil maravillas, y es fama que entre los muchos miles que formaban esta grey, en cada provincia y reino no tomó jamás ningún apellido gringo ni gavacho. Aquel fué un gremio eminentemente español y patriota”102. Según el Censo de Floridablanca había en Murcia cuarenta tiendas de monteras y bonetes, regentadas por cuatro maestros,

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AHPMU, SPN, Legajo 6397, ff. 330v-331r. Cartagena, 22 de marzo de 1808. AHPMU, SPN, Legajo 3695, f. 365v. Murcia, 16 de noviembre de 1764. 101 AHPMU, SPN, Legajo 5672, f. 17v. Cartagena, 17 de febrero de 1772. 102 Antonio FERRER DEL RÍO, et. al, El sombrero, su presente, su pasado y su porvenir, Madrid, Imprenta de La América, 1859, p. 157; Novísima Recopilación de […], op. cit, p. 159. 100

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veintidós oficiales y doce aprendices103. En 1801, los veedores del gremio informaban de que había treinta y un maestros ejerciendo dicho oficio104. Pese a la prohibición de utilizar el sombrero de ala ancha o chambergo que, junto con la capa larga, permitía el embozo de los individuos, en el período analizado convivió con el tricornio o montado. El chambergo –también denominado «clásico»–y el gacho o tendido, es decir, el sombrero con el ala ancha y tendida hacia abajo, se siguieron utilizando. Si bien, en los inventarios aparecen junto al de tres picos y suele especificarse que eran «viejos» o «antiguos». Por ejemplo, el procurador Diego Vázquez tenía en 1788 “un sombrero de tres picos” tasado en diez reales, “un sombrero viejo de tres picos” en ocho y “un sombrero de chambergo viejo” en tres reales105. Los documentos también informan de las calidades de los sombreros, que se dividían en finos, entrefinos, bastos u ordinarios106. Los más distinguidos se realizaban con pelo de camello o castor, como los dos sombreros de castor de París de uniforme con galón de oro que tuvo el Visitador Real Francisco Armona, estimados en quinientos reales107. Los entrefinos solían hacerse de medio castor y de mezcla de lana con pelo de conejo. Por último, los ordinarios habitualmente se realizaban en lana108. En los últimos años del siglo XVIII, pero fundamentalmente a partir de los primeros del XIX, los hombres elegantes comenzaron a utilizar los sombreros de moda en Inglaterra, de copa alta y ala estrecha, también denominados «abacinados»: “Amigo Narciso: ¿A dónde tan estirado, y puesto de crédito, sudando aromas y cerniendo arinas? ¿Qué diablo pretendes con ese sombrero avacinado? ¿Acaso, que por el gran hueco de su copa entendamos el vacío de tu mollera”109? Como se advierte, se trató de un modelo que suscitó muchas críticas, principalmente porque no se consideraba funcional y porque era extranjero. No obstante, se convirtió en el sombrero por excelencia de los hombres distinguidos a lo largo del Ochocientos. Unos complementos abundantes en la documentación son los pañuelos. Los hombres utilizaban «de faltriquera», «de bolsillo», «para el tabaco», «de cuello», «de pescuezo» y «de narices». Por ejemplo, Juan Piña, artillero de marina y patrón de lancha de la galeota La vigilante, tenía un “pañuelo de seda chico para el pescuezo” y “un

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Reproducido en Francisco J. FLORES ARROYUELO, Juan HERNÁNDEZ FRANCO y Juan GARCÍA ABELLÁN, “Los días de la Ilustración: sociedad y cultura” en Francisco CHACÓN JIMÉNEZ, et. al, Historia de la Región murciana. Mito y realidad de una edad de oro (1700-1805), Murcia, Mediterráneo, vol. IV, 1984, pp. 235-236. 104 Relaciones facilitadas por los distintos gremios que integran el comercio y la industria de la población. Archivo Municipal de Murcia, Legajo 4148, s. /f. Murcia, 29 de diciembre de 1801. 105 AHPMU, SPN, Legajo 2575, f. 8r. Murcia, 1 de agosto de 1788. 106 El marsellés Félix Grec tenía en su tienda de géneros y prendas varios sombreros finos, entrefinos, de palma y para niños. AHPMU, SPN, Legajo 2615, s. /f. Murcia, 20 de diciembre de 1794. 107 AHPMU, SPN, Legajo 6176, s. /f. Cartagena, 27 de septiembre de 1764. 108 RAE, Diccionario de la Lengua Castellana, Madrid, Viuda de Joaquín Ibarra, 1803, p. 804. 109 Correo de Murcia, nº 3, 8 de septiembre de 1792, p. 18.

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pañuelo de algodón para narices”110. Los más habituales eran de color negro o blanco, aunque también se llevaban los de color carmesí y con estampados, cuadros o cenefas. Como guarniciones se lucían encajes, puntillas de plata u oro, festones o fleques: “medio pañuelo de seda con fleque de color de oro en diez reales de vellón”111. En los primeros años del siglo XIX comienzan a aparecen “pañuelos de yerbas” con dibujos estampados o cuadrillos que podían colocarse en la cabeza, el cuello o el bolsillo, por lo que se realizaban en diversos tamaños. Antolín Martínez, jurado del Ayuntamiento de Murcia, contaba a su fallecimiento con “cinco pañuelos, dos de linon y tres de yerbas”, estimados en cincuenta reales de vellón112. Como sobretodos o abrigos los murcianos usaban, además de la capa y el redingote, la tomasina, el cabriolé y el «sortú». La tomasina no aparece en los diccionarios del momento, pero se cree que sería similar a la anguarina, una especie de casacón de paño que llegaba hasta las rodillas y servía de abrigo. Estaban realizados en lanas como el barragán o el carro de oro y las tonalidades solían ser oscuras como el color de pasa, el avinagrado o el amusgo. Aunque en menor medida, también se mencionan ejemplares masculinos de cabriolé, como el que perteneció al Jurado José Monteagudo: “cabriolé que se trajo de la villa de Almansa del difunto de paño blanquinoso usado en treinta reales de vellón”113. En cuanto al «sortú», Terreros comentaba que se trataba: “de aquellas voces, por decirlo así, volantes que se toman de otra nación sin necesidad alguna, y que solo duran algún tiempo, mientras dura una especie de moda de usarlas, y de que se debe hacer poco caso, pues se dejan, y olvidan presto como ha sucedido al surtú, ó sortú, que hoy nadie, ó casi nadie lo dice”114. En la misma línea se expresaba el Padre Isla, ironizando sobre la tendencia de sustituir galicismos de moda por palabras autóctonas cuando, en realidad, nada tenían de diferentes: “donde se habla tanto de petibonets, sortus, ropas de chambre, no puede esperar buena acogida el que llama cofias, sobretodos, y batas á todos esos muebles”115. A pesar de que Terreros afirmaba que era una palabra en desuso y de que la Real Academia de la Lengua sólo la incluyera hasta 1803, siguió apareciendo en España y América a lo largo del siglo XIX en revistas de modas, tratados y obras literarias 116. Únicamente se ha hallado un ejemplar en la partición de los bienes de Marcos Villalta: “sortú y chupetín de retina, color de pompada nuevo” en ciento cincuenta reales117. 110

AHPMU, SPN, Legajo 6176, s. /f. Cartagena, 6 de julio de 1763. AHPMU, SPN, Legajo 4735, ff. 280r-306v. Murcia, 25 de junio de 1808. 112 AHPMU, SPN, Legajo 4357, ff. 75r-117r. Murcia, 18 de abril de 1807. 113 AHPMU, SPN, Legajo 4045, s. /f. Murcia, 24 de octubre de 1769. Cabe añadir que el cabriolé fue un abrigo de origen francés, usado principalmente por las mujeres, que se caracterizaba por presentar unas aberturas laterales para sacar los brazos. Algunos modelos llevaban capucha y solían estar forrados o ribeteados de martas. El modelo que utilizaron los hombres a la moda era similar al «capingot». Llegaba hasta la cintura y presentaba muceta abierta en lugar de mangas. 114 Esteban TERREROS, Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina é italiana, Madrid, Viuda de Ibarra, vol. III, 1788, p. 532. 115 José F. DE ISLA, Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, Madrid, Fuentenebro, vol. III, 1813, p. 30. 116 Radana STRBÁKOVÁ, “Variación léxica en el vocabulario de la indumentaria del siglo XIX” en Interlingüística, nº 17, 2007, pp. 991-992. 117 AHPMU, SPN, Legajo 2853, f. 56r. Murcia, 28 de marzo de 1781. 111

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Pero, sin duda, la prenda más característica que, pese al veto, se siguió utilizando fue la capa118. El atuendo a la francesa no incorporaba la capa. En su lugar se utilizaban capotes, además de otro tipo de sobretodos comentados como el redingote y el «sortú». En cambio, el estado llano seguía guareciéndose con las tradicionales capas, las cuales, a medida que pasaron los años se fueron alargando. No obstante, desde lejos venía considerándose que algunos individuos las usaban para cubrirse y cometer actos vandálicos. Además, se estimaba que la capa también ayudaba a ocultar la suciedad y las ropas demasiado raídas119. Esta cuestión favorecía que ciertos varones de clases humildes se entremezclaran con personajes de mayor estatus en los espacios públicos, lo que no se debía permitir en un régimen estamental. También se producía a la inversa, ya que la moda del «majismo» que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XVIII, hizo que los nobles salieran a la calle en ocasiones con las largas capas típicas de los majos. Según las pragmáticas, algunas personas de distinción se disfrazaban con capotes de paños burdos con labores ridículas y colores estridentes propios de gitanos, contrabandistas o toreros, lo que confundía las clases sociales 120. En 1807, Laborde comentaba que la nobleza murciana a veces se vestía como las gentes del vulgo: “La nobleza ofrece un contraste chocante: los días de gala aparecen con traje a la francesa cubierto de bordados de oro y plata, y esta nobleza gusta de vestirse a veces como el pueblo; sombrero redondo, red, chupa y capa; solo que los géneros son más finos y la capa en invierno es de paño y en verano de seda”121. La capa solía llegar por debajo de las corvas, aunque había modelos para lutos más largos. Cortada en forma circular de una pieza única, presentaba el cuello estrecho, era ancha y no tenía mangas. En la parte superior a veces llevaba capillo o esclavina, donde se acostumbraba a colocar las guarniciones junto a la vuelta o embozo: “capa de paño blanco, con embozos de raso en ciento y quarenta reales”122. La mayoría de las recogidas en el muestreo estaban realizadas en paño negrillo y paño pardo para el invierno y chamelote para el verano. Aunque también había ejemplares de paño fino, medio pelo, durai, sarga, grana y gante. Salvador Rodríguez de Lisón y Rocamora tenía capas de diversas calidades: “capa de paño pardo con vueltas de felpa en cincuenta reales”, “capa de paño fino blanquinoso con vueltas de terciopelo en trescientos reales”, “capa de durai azul nueva en ciento y veinte reales de vellón” y “capa de durai color de cobre en cincuenta y cinco reales de vellón”123. Destacaron en Murcia las capas en tonalidades celestes y moradas como las azules, las de color de 118

La capa también se mantuvo entre los madrileños como pieza simbólica de identidad nacional. Arianna GIORGI, De la vanidad […], op. cit., p. 525. 119 Antonio SÁNCHEZ LUENGO, “Traje de Majo” en Modelo del mes de mayo. Los modelos más representativos de la exposición, Madrid, Museo del Traje, 2005. http://museodeltraje.mcu.es/popups/052005%20pieza.pdf [Consulta: 5 de abril de 2014]. 120 Novísima Recopilación de […], op. cit, p. 193. 121 Recogido por Cristina TORRES-FONTES, Viajes de extranjeros […], op. cit., p. 590; Vid. María Ángeles ORTEGO AGUSTÍN, “La mirada ajena. Una aproximación a la indumentaria y los hábitos domésticos de los españoles según algunos viajeros ingleses” en Tiempos Modernos: Revista Electrónica de Historia Moderna, vol. 7, nº 27, 2010, pp. 12-13. http://www.tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/article/view/230/298 [Consulta: 13 de abril de 2014]. 122 AHPMU, SPN, Legajo 2381, f. 1160r. Murcia, 27 de febrero de 1797. 123 AHPMU, SPN, Legajo 2614, s. /f. Murcia, 26 de abril de 1793.

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lirio, ciruela, moradas y color de pasa, las pardas y las negras o “color de ala de cuervo”124. En menor medida se hallan ejemplares de capas ocres, tales como el color café, canela o castaña; verdes como el amusgo o verde botella y blancas como el color de perla. A la muerte de José Parreño se inventariaron tres capas, una de paño azul nueva estimada en doscientos reales, otra de paño de color castaño en ciento veinte y una capa verde botella en sesenta reales125. Las vueltas solían realizarse en sedas como terciopelo, tripe, felpa o fondo: “capa de paño azul con vueltas de felpa a medio usar en setenta reales”126; “capa de paño color de café con vueltas de fondo campo color de oro en doscientos setenta reales”127. Como variante más corta de la capa, ciertos hombres tenían también capotes entre sus pertenencias que, en ocasiones, hacían juego con los calzones: “calzones de paño como el capote en catorce reales”128. La mayoría de los documentados se realizaron en paño o barragán, a veces con forros. En las clases más humildes también se usaba la manta y la zamarra. La primera era un sobretodo que solían llevar los hombres sobre un hombro y con el que también se envolvían para protegerse del frío o la lluvia. El segundo consistía en una prenda de abrigo a manera de chaqueta, rústica y forrada en pieles. Covarrubias lo relacionaba con el pellico: “çamarro del pastor hecho de pieles”129. Aparecen pocos ejemplos en el muestreo, quizá porque las gentes menos pudientes no podían hacerse cargo de los gastos derivados de la protocolización de sus bienes. En cuanto a los zapatos, decir que se trata de un tipo de complemento que no prolifera demasiado en los documentos. Es entre las pertenencias de los acaudalados donde se menciona un mayor espectro de calzado con diversas formas y materiales. Los seguidores de las tendencias cuidaron mucho de que el recubrimiento de sus pies casara con sus prendas de moda y, como había sucedido con éstas, Francia primero e Inglaterra después, fueron los centros exportadores de los modelos que los notables españoles lucieron tanto para salir a la calle como para estar en sus casas. Debido al traje de gala de Luis XIV, se puso de moda en el calzado masculino el tacón alto de color rojo, la lengüeta grande y las hebillas de plata. En los primeros años del siglo XVIII el zapato era bastante cerrado y solía cubrir el talón. A partir de la década de los treinta el calzado masculino tendió a hacerse más pequeño y ajustado y a perder el tacón: “El tiempo que duró el tacón colorado, ya pasó”130. Momento también en que las hebillas ganaron protagonismo, haciéndose más grandes y de materiales más suntuosos con incrustaciones de pedrería131. Los petimetres no dudaron en hacer acopio de este tipo de zapatos apretados aunque les causaran molestias, según indicaba una letrilla del Diario de Murcia: “Principiemos por los Pies, / mas que Judit adornados, / 124

Coincide con otras áreas españolas como Palencia. Margarita ORTEGA GONZÁLEZ, Trajes típicos palentinos, Palencia, Cálamo, 2005, p. 135. 125 AHPMU, SPN, Legajo 4718, f. 518v. Murcia, 7 de mayo de 1800. 126 AHPMU, SPN, Legajo 4303, ff. 377r-439v. Murcia, 13 de julio de 1801. 127 AHPMU, SPN, Legajo 4735, ff. 280r-306v. Murcia, 25 de junio de 1808. 128 AHPMU, SPN, Legajo 2695, s. /f. Murcia, 19 de septiembre de 1765. 129 Sebastián de COVARRUBIAS, Tesoro de la lengua castellana española, Madrid, Luis Sánchez, 1611, p. 577. 130 José CADALSO, Cartas marruecas, Madrid, Sancha, 1793, p. 149. 131 Amalia DESCALZO LORENZO, “Modos y modas […]”, op. cit., pp. 171-172.

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arrimadas las Evillas, / y subrogados los Lazos. / El Zapato muy pulido, / oprimido y apretado, / hace que con los pulgares / anden los pobres doblados”132. A finales de siglo por influencia militar e inglesa se puso de moda el uso de las botas altas entre los hombres. Este tipo de calzado no estuvo exento de críticas. Aunque venía utilizándose desde hacía tiempo para cazar o montar a caballo, no se consideraba apropiado para lucir como un zapato común únicamente por el mero hecho de seguir las modas. En un artículo del Diario de Cartagena se decía que las botas producían impedimentos a la circulación de la sangre y al desarrollo muscular: “Uno de los efectos de este calzado […] es el de comprimir todo el sistema arterial, y embarazar la libre circulación de la sangre, obligándola por conseqüencia á refluir ó retroceder hácia la cabeza […] su compresión tiene además el defecto de oponerse al desarrollo muscular”133. En los primeros años del muestreo los zapatos de ambos sexos estaban realizados principalmente en castor o falso castor –«acastorados»– y en pieles o cueros como el cordobán, tafilete y baldés. A este respecto resultan de interés los inventarios post mortem de los maestros de obra prima y de sus familiares, que solían continuar con el negocio. Así, en la partición de los bienes de la viuda del maestro zapatero José Valero se detallaron zapatos de cordobán, castor y baldés negros y blancos, varios pares de escarpines, cincuenta y cinco badanas de zumaque, setenta y cinco pieles en blanco, quince pares de “palmillica” –plantilla–, once pares de “suelecica”, ciento noventa y siete hormas, “tres pares de zapatos de media moda” y diversos pares de tacones grandes y pequeños, junto a martillos, tijeras y perchas para colgar hormas y zapatos 134. Eran de color negro, blanco, morado, encarnado o de piel de rata –tonalidad grisácea o cenicienta que se aplicaba al pelaje de ciertos caballos–135. En esta época fue habitual para decorar los zapatos el bordado de sobrepuesto o labor picada: “par de zapatos encarnados con sobrepuestos de plata nuevos”136; “dos pares de zapatos de cordobán blanco picados”137. Conforme pasaron los años, aumentaron los realizados en sedas como tisú, portuguesa, terciopelo, moer o damasco, al igual que los bordados en plata u oro: “un par de zapatos de tela bordados en oro”138. En cuanto a las botas, se citan algunos ejemplares «de montar», junto a espuelas, sillas de caballos, forlones o frenos de coche: “par de botas de montar viejas en quince reales”139. A partir del Ochocientos, las botas entre los hombres adinerados se hicieron más habituales en sus guardarropas, junto a prendas influenciadas por Inglaterra como el frac, la levita o el pantalón. También aparecen los botines, aunque suelen estar asociados, como sucedía con las primeras botas inventariadas, a las caballerías. En la relación de los bienes de Francisco Armona se citaron, junto a un par 132

Diario de Murcia, nº 74, 13 de julio de 1792, p. 292. Diario de Cartagena, nº 4, 4 de septiembre de 1807, p. 14. 134 AHPMU, SPN, Legajo 3210, ff. 232v-239r. Murcia, 9 de octubre de 1767. 135 Luz RELLO, “Términos de color en español: semántica, morfología y análisis lexicográfico. Definiciones y matices semánticos de sus afijos” en Diálogo de la Lengua, nº 1, 2009, p. 147. 136 AHPMU, SPN, Legajo 2818, f. 96r. Murcia, 23 de abril de 1762. 137 AHPMU, SPN, Legajo 2818, f. 408v. Murcia, 15 de noviembre de 1762. 138 AHPMU, SPN, Legajo 4696, ff. 109r-113v. Murcia, 2 de julio de 1807. 139 AHPMU, SPN, Legajo 2702, f. 371r. Murcia, 30 de septiembre de 1774. 133

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de espuelas: “un par de botines el uno de cordobán y el otro de paño en veinte y quatro reales” y “dos pares de botines de retina y lienzo en ocho reales de vellón” 140. Se trataba de una especie de calzado de cuero, paño o lienzo que únicamente cubría la pierna, a la que se ajustaba con botones, hebillas o correas141. Las gentes humildes solían utilizar como calzado habitual las alpargatas, alpargates o esparteñas de esparto o cáñamo, que cubrían los dedos y el talón y llevaban cordeles cruzados sobre el empeine142. En el área murciana solían presentar cintas para ajustarlas a las piernas: “par de alpargatas con cinta en quatro reales de vellón”143. Como ocurría con los sombreros y los zapatos, las había de distintas calidades. Entre los bienes conservados del oficio de alpargatero de Mariano Martínez Labarra se hallaban treinta y ocho pares de “alpargates bastos”, cincuenta y un pares “de alpargates de hombre finos”, dieciséis pares de “alpargates entre finos” y doce pares de “alpargates de mujer finos”. También tenía modelos cerrados y abiertos, varios ovillos de suelas, guita para coserlas y cabezas de sogas144.

PRINCIPALES PRENDAS EN EL ENTORNO MURCIANO (1759-1808) Prendas Cantidad Porcentaje (%) Jubón 36 6,55 Capa 57 10,36 Sombrero chambergo 8 1,45 Montera 14 2,55 Casaca 63 11,45 Chupa 111 20,18 Calzón 133 24,18 Sombrero de tres picos 23 4,18 Frac 12 2,18 Chaleco 54 9,82 Pantalón Levita

30 9

5,45 1,64

Total 550 100,00 145 Fuente: AHPMU, SPN, cuarenta legajos .

140

AHPMU, SPN, Legajo 6176, s. /f. Cartagena, 27 de septiembre de 1764. RAE, Diccionario de la […], op. cit., p. 140. 142 María Victoria LICERAS FERRERES, Indumentaria valenciana. Siglos XVIII-XIX. De dentro afuera de arriba abajo, Valencia, Federico Domenech, 1991, p. 98. 143 AHPMU, SPN, Legajo 5652, f. 26r. Cartagena, 3 de febrero de 1791. 144 AHPMU, SPN, Legajo 4356, f. 124v. Murcia, 29 de agosto de 1806. 145 Los resultados de la tabla se han obtenido de los cuarenta documentos (inventarios y cartas de dote) que se citan en los distintos apartados del texto. 141

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Conclusiones Como se desprende de la documentación analizada, durante los reinados de Carlos III y Carlos IV los hombres del ámbito murciano presentaban un aspecto altamente influenciado por las modas de otros países. Inmersos en el devenir de las tendencias extranjeras que se produjo en España desde la primera mitad del siglo XVIII e insertos en un contexto social y económico próspero y cambiante en el que las clases medias comenzaban a emerger, la distinción personal se nutría de lo nuevo y exógeno. Los varones adinerados que se exhibían por paseos, alamedas o teatros estaban al corriente de las modas que coetáneamente se sucedían en potencias tan importantes a lo largo de la época como Francia e Inglaterra, como se aprecia en la diversidad de prendas, de distintas tipologías y tejidos, que tenían en sus guardarropas a principios del siglo XIX. Piezas nuevas, a la moda y sin estrenar a las que podían acceder gracias a la mejora de una oferta coadyuvada por la ávida competencia entre los tradicionales gremios y las modernas fábricas, entre comerciantes extranjeros y españoles, al igual que sucedió en otras áreas españolas con una importante presencia de proveedores foráneos como Cádiz, Valencia o Cataluña. La importancia de la apariencia, por aquello que se exponía al público, se traslucía principalmente en las prendas exteriores y de complemento, pero también se atisbaba en la ropa interior, pues las mangas y pecheras de las camisas y las medias quedaban a la vista. Encajes, puntillas y bordados se colocaban igualmente en estas piezas en contacto con la piel, poniendo de manifiesto el lujo y la magnificencia del atuendo masculino dieciochesco, que tanto molestaba a determinados moralistas y pensadores. El colorido y la vistosidad del traje a la francesa se fue atenuando a finales de la centuria según los inventarios de bienes, lo que anunciaba la sobriedad que, por influencia inglesa, caracterizaría la indumentaria de los hombres a partir de entonces. Entre los hombres de más baja extracción social, a pesar de contar con menos ejemplares de las distintas prendas analizadas, también se había extendido el vestido militar o a la francesa, si bien, confeccionado en tejidos de menor calidad, colores más sobrios y ausencia de guarniciones. A principios del siglo XIX entre las pertenencias de estos sectores humildes se hallaban prendas de uso tradicional como jubones, zamarras, fajas, capas y monteras, junto a casacas, chupas, calzones y algún pantalón. A pesar de los influjos extranjeros, la mayoría de los murcianos siguieron utilizando prendas castizas como la capa y, en menor medida, el sombrero de ala ancha. La confrontación entre las costumbres y modas de otros países con los usos y atavíos establecidos por la tradición fue notoria en la zona, a juzgar por la literatura y la prensa, principalmente tras la Revolución francesa. Este hecho, junto con el «majismo», que hizo que las clases altas optaran en ocasiones por vestirse como lo hacía plebe, como si de una moda más se tratase, otorgó un interesante eclecticismo al aspecto de los acaudalados.

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