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CAPÍTULO 9º: PROSOPOGRAFÍA DE LINAJES FRAGATINOS. He tratado en el capítulo sexto la estrecha correspondencia existente entre la categoría de mayor contribuyente y la de sujeto de poder. Comprobaré ahora hasta qué punto los 114 individuos mayores contribuyentes pertenecen o no a los linajes socialmente más relevantes. Para ello, deslindaré de los listados de mayores contribuyentes presentados en el apéndice I.10 algunos subgrupos. Al hacerlo se observa que unos individuos se incluyen en sagas de larga trayectoria familiar precedente, mientras otros la inician como inmigrantes recién llegados. Los hay cuyo ciclo vital supone el punto álgido de un linaje en ascenso, mientras otros no conseguirán mantener su apellido entre la élite local, y sus rentas y patrimonios se diluyen en las siguientes generaciones o pasan a engrosar los de otros apellidos en la ciudad o fuera de ella. Al concretarlos y diferenciarlos entre sí entiendo ubicar a cada cual en la sociedad fragatina. Una vez perfilados sus respectivos ciclos vitales con ayuda de las fuentes más diversas, la mayoría se incluye en segmentos de linajes incardinados con anterioridad al siglo XVIII y unos pocos lo consiguen a lo largo de la etapa, ampliando sus brazos desde entonces y llegando alguno de estos apellidos hasta hoy, con una difuminada conciencia histórica de su orgullosa filiación. Subsistentes o ya extinguidos, algunos de estos linajes fueron paradigmas de la época en el ámbito económico, político o social. Comenzaré por perfilar los mayores contribuyentes con menor peso económico o más aislados socialmente, que no tuvieron continuidad en la ciudad. A continuación los mayores contribuyentes ‘ocasionales’, encuadrados en segmentos de linajes que hasta entonces o en el futuro no consiguieron pasar del nivel de familias de contribución significativa, o incluso permanecieron siempre entre las de pequeños contribuyentes. En tercer lugar destacaré los linajes que contienen uno o varios mayores contribuyentes correspondientes a los apellidos más destacados dentro del Estado llano o de la “segunda nobleza”, como ellos se calificaban. Tras ellos los linajes reconocidos públicamente desde el inicio de la etapa como infanzones y, por último, los linajes inmigrantes que aportaron como “hombres nuevos” algunos de los principales mayores contribuyentes. (La multiplicidad de las fuentes utilizadas para la construcción de cada ciclo vital así como para la determinación de sus numerosas relaciones de parentesco hace inviable su constatación en notas a pie de página en este capítulo).
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9.1 Mayores contribuyentes sin continuidad generacional. 9.1.1 En la primera generación del siglo XVIII. En los listados correspondientes a cada una de las cuatro generaciones aparecen algunos nombres de cuya procedencia, estatus y patrimonio poco puedo aportar, por no tener apenas reflejo ni continuidad en las fuentes. Durante la primera generación aparecen entre los mayores contribuyentes los siguientes individuos de trayectoria familiar corta o imprecisa, destacados en negrita:
* El boticario Jorge Duarte ¿….…? en penúltimo lugar del listado, con un indicador de riqueza de 1.517 libras en el catastro de 1730. Duarte carece de tierras, posee la casa de su habitación y explota 45 colmenas seguramente en relación con la materia prima necesaria en su profesión. Un exiguo patrimonio que se reduce en el siguiente catastro de 1751 pese a aumentar su número de colmenas. En alguna ocasión ha ejercido funciones públicas como administrador del abasto del aceite, pero no será admitido al puesto de regidor por la Audiencia en 1753 en su calidad de forastero. Tan sólo una referencia aparece en la documentación respecto de su apellido, aunque sin relación de parentesco aparente: la venta de lana que realiza la ciudad en 1728 a un tal Ramón Duarte, de Barbastro.
* El labrador Miguel Juan Capdevila ¿……..?, con un indicador de riqueza de 1.550 libras derivado de tres hectáreas de regadío y doce de secano, con dos casas y 140 colmenas. Más que labrador, Miguel es apicultor. Tan solo nos consta ser un apellido ya fragatino en épocas anteriores, para desaparecer totalmente en la documentación del período.
* El tendero Antonio Marín ¿……..?, cuya contribución catastral lo es sólo por su comercio en botiga, puesto que carece de cualquier patrimonio en la ciudad, sin contar siquiera con casa de su habitación. Su indicador de riqueza alcanza las 1.600 libras que deben entenderse como capital empleado en su comercio. Ni él ni ningún otro individuo de su apellido vuelven a aparecer en las fuentes.
* Con mayor continuidad documental aparecen dos individuos de apellido Castillo entre los mayores contribuyentes: el labrador natural de Pozuelo Francisco Castillo ¿……?, con 4,5 hectáreas de regadío y 38 de secano en 1730, y el herrero José Castillo ¿…….? con poco más de una hectárea de regadío en 1730 que aumenta en cinco fanegas antes de 1751. José posee cinco casas y su capacidad crediticia
censal
es
notoria.
Podrían
ser
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hermanos,
pero
solo
es
posible
conjeturarlo. Parece más activo el herrero, con un saldo censal siempre positivo. La maestría de José en el oficio parece provenir de un anterior y desconocido “Francisco Esbert”, y tendrá continuidad en el que posiblemente sea su hijo Antonio Castillo ¿…?, contribuyente significativo entre 1772 y 1789. Padre e hijo se dedican además de a su oficio al tráfico de cereales y a la explotación de colmenares, al tiempo que mantienen el pequeño patrimonio agrario familiar. La que del mismo modo podría ser hermana de José y Francisco, Teresa Castillo ¿…..?, se casa en 1720 con el infanzón inmigrante montañés don Miguel Portolés Rufat, pequeño contribuyente tenido por “pastor” en 1730. La “infanzonía” de este Portolés ganadero parece responder a la condición de tal que suele atribuirse a muchas casas montañesas en el Pirineo, y que les acompaña en el valle como capital simbólico y honorífico más que por una heredada y sólida posición económica. El indicador de riqueza agregado del apellido Castillo es descendente a lo largo de la etapa, a pesar de que alguno de los doce individuos incluidos en los sucesivos catastros destaca como procurador de los tribunales y otro parece haber cumplido parte de su ciclo vital como negociante. Tan sólo un hijo del inicial Francisco Castillo, en su calidad de labrador y contribuyente significativo, consigue entrar en el consistorio durante un trienio (1778-80) como regidor sexto, y en 1785 como regidor segundo.
* El linaje de los Ruiz en Fraga es un buen ejemplo de ideología familiar basada en la transmisión de las técnicas de una profesión. El cirujano Clemente Ruiz Borrás, casado con Rosa Siraña, satisface la mayor cuota de su grupo profesional por catastro personal, aunque su patrimonio agrícola se sitúa muy por debajo de la media y cuenta con un indicador de riqueza que no sobrepasa las 1.000 libras. Por su “talento” personal, recibe con frecuencia el encargo de administrar diferentes ramos de los abastos públicos y ejerce de almutazaf segundo. Pero sólo ocupará durante un trienio el puesto de regidor séptimo. Entre sus probables antepasados figuran un Francisco Clemente Ruiz, documentado como notario en 1646 y un Francisco Ruiz, inmigrante de Tamarite de Litera, como cirujano en 1659, igual que dos antepasados de su esposa, también cirujanos: Ramón Siraña y Juan Siraña. El resto de individuos del apellido Ruiz queda sin conexión con esta corta saga, aunque tres de ellos se sitúan al final de la etapa entre los contribuyentes significativos, dedicados a la albañilería, mientras el resto son pequeños contribuyentes zapateros. El patrimonio de Clemente Ruiz será recogido por su linaje materno, -los Borrás-, al casarse su hija María Ruiz Siraña con Juan Borrás ¿………?, con un indicador de riqueza de 2.267 libras en 1751. Inicialmente cerero y luego cirujano
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como su suegro, Juan es un hombre respetado en la ciudad y se le responsabiliza de los dineros públicos provenientes de la primicia de diezmos. También actúa en ocasiones como fianza del arrendatario de las carnicerías e incluso toma de su cuenta este arriendo. Su hijo presbítero, don Ignacio Borrás Ruiz, será racionero y luego beneficiado del capítulo y oficial eclesiástico del obispado, con bienes dotales propios y con capacidad crediticia notable.1 El patrimonio agrícola de Juan Borrás, compuesto de 4 hectáreas de regadío y 25 de secano, junto con sus colmenas, caballerías de labor, sus dos casas e incluso su endeudamiento censal pasarán luego a su hija María Rosa Borrás Ruiz, casada con Eusebio Cabrera Mañes. De este modo, buena parte del capital y patrimonio de los Ruiz y de este Borrás pasa a engrosar el del linaje Cabrera. El de los Ruiz es un buen ejemplo de linaje absorbido por otro (Borrás) que su vez vierte su patrimonio en un tercero (Cabrera), aunque el apellido Borrás ha permanecido hasta hoy como fragatino.
9.1.2 En la segunda generación del siglo XVIII. Durante las décadas centrales del siglo XVIII en las que Fraga parece despegar
demográfica
y
económicamente
se
incluyen
entre
los
mayores
contribuyentes algunos individuos y familias con cierta antigüedad en la ciudad pero con escasa continuidad familiar. Son los siguientes:
* El doctor José Zabaleta ¿…...?, aparece catastrado como infanzón “forastero” de profesión desconocida, que paga cuota únicamente por el catastro real. Su nombre se repite en varias fuentes fiscales de mediados de siglo con un patrimonio fuertemente endeudado de 2 hectáreas de regadío y dos masadas de 100 hectáreas. Mantiene todavía en la ciudad una casa valorada en 400 libras con horno de pan y vago. Su indicador de riqueza es de 1.756 libras y se sitúa en último lugar entre los mayores contribuyentes de su generación, aunque si conociéramos las rentas que le produce su profesión escalaría con seguridad puestos en el ranquin contributivo. En el libro cobratorio de 1772 figuran ya los “herederos de don José Zabaleta”, considerados también forasteros.
* El brazo principal del apellido Fransoy es claro exponente de la ideología familiar artesanal. El alpargatero Miguel Fransoy ¿………? (antes Françoy) y su hijo Antonio Fransoy son maestros principales del gremio y negociantes. Su cuota por actividades rebasa con mucho la que satisfacen por su escaso patrimonio, reducido a alguna parcela de regadío y un huerto, además de poseer casa propia y taller con botiga. El indicador de riqueza del padre se sitúa a mediados de siglo en
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2.756 libras y el del hijo alcanza las 8.432 libras en 1803, lo que da una clara idea de la evolución creciente del patrimonio familiar. El
nieto
Miguel
se
mantiene
como
contribuyente significativo y seguirá el oficio común, pero aplicándose más a la venta que a la producción. Los grupos domésticos Fransoy se ubican entre los más adelantados del pujante gremio de alpargateros en la ciudad, y sus hijas se casarán pronto con maestros de otras familias del gremio como los Berges o los Samar. Sus “posibles” les permitirán incluso entablar parentesco con individuos Cabrera al final de la etapa, aunque por predominio de féminas el linaje Fransoy acaba diluyéndose en otros apellidos, sin haber participado del poder local en ninguna de sus tres generaciones conocidas.
* Posible hijo de los documentados Jaime Dolced Labrador y Magdalena Calucho a fines del siglo XVII, y hermano del contribuyente significativo Nicolás Dolced, el labrador Pedro Dolced ¿Calucho? se sitúa entre los mayores contribuyentes en tanto que arrendatario de las carnicerías y del estiércol del ganado “de la mano”. Aunque hipotecado por varias deudas censales, posee un pequeño patrimonio agrícola de 4 hectáreas de regadío y 25 de secano en 1751, tres casas, una con vago y botiga y un rebaño de ovejas que oscila entre las 200 y las 300 cabezas y para el que ha construido un corral en el monte con licencia del ayuntamiento. Al mismo tiempo, actúa como sacristán y campanero en San Pedro, donde un pariente presbítero -don Gaspar Dolced- ha pretendido en 1729 el cargo de prior, -nombrado por el obispo de Lérida-, aunque su toma de posesión ha sido discutida por la institución capitular que entiende ser patrona del beneficio y por tanto con derecho exclusivo a su nombramiento. Aunque su apellido parece tener cierta incardinación tradicional en la ciudad, Pedro carece de descendencia masculina y su apellido sólo reaparece en la documentación fiscal como segundo apellido en otros linajes.
* El inmigrante en la primera generación Francisco Palacios ¿….? presenta pronto un variado currículo profesional: a un mismo tiempo es herrero, vinatero y comerciante, y satisface una cuota por actividades que triplica la que paga por patrimonio, alcanzando su indicador de riqueza en 1751 las 4.278 libras. Posiblemente su mayor caudal lo consigue mediante el arriendo de la primicia, el almudí y la novenera, junto a su actividad como vinatero. Trabaja en su oficio de herrero junto con su yerno –un miembro segundón del linaje Aymerich- y en su casa vive el negociante de Lérida Magín (“Machí”) Prous, cuya familia se afincará en Fraga más adelante. Francisco Palacios es sin duda el maestro herrero mejor
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considerado en la ciudad y suele encargarse de las reparaciones del puente, al tiempo que sus actividades complementarias le sitúan entre los primeros contribuyentes por el catastro personal: es el quinto contribuyente en 1730 con 7,2 libras de contribución anual y asciende al tercer puesto del ranquin en 1751, doblando la contribución satisfecha hasta entonces. Su patrimonio y rentas parecen repartirse entre su yerno Aymerich y Remigio Tutor ¿..…?, casado con Ana Mª. Palacios. Tutor ejerce como cabo del resguardo en la carrera Real entre Fraga y Candasnos. Es al mismo tiempo negociante en granos, con 6.825 libras de capital circulante, sin que declare poseer ningún bien sitio en 1789. La trayectoria fragatina de Remigio parece prolongarse en “sus herederos”, puesto que en 1801 se documenta un Buenaventura Tutor Palacios, teniente de rentas Reales, que deja el puesto a otro Bernardo Tutor en 1812, al conseguir la plaza de procurador del juzgado. En 1813 cotiza sólo la viuda de Remigio y en 1832 lo hace un Eugenio Tutor como jornalero con bienes sitios, que tal vez sea otro de sus hijos.
9.1.3 En la tercera generación del siglo XVIII. Al amparo de la coyuntura favorable de los años setenta y ochenta de la centuria ilustrada alcanzan la nómina de los mayores contribuyentes otros individuos inmigrantes sin continuidad en las fuentes:
* El inmigrante colmenero-cerero y comerciante Miguel Gaya Mir se sitúa entre 1772 y 1789 como sexto contribuyente por catastro personal y su indicador de riqueza en ese período pasa de 2.653 libras jaquesas a 13.048 libras. En 1803 serán sus “herederos” quienes coticen en el libro de industrias, sin que conozcamos sus nombres. Miguel Gaya había llegado a Fraga desde el vecino pueblo de Aytona, y se establecía en la ciudad en 1762 como cerero y tendero de comestibles, en pugna con otro inmigrante (Monfort) por el monopolio municipal de las tiendas. Pero en realidad, los Gaya habrían emigrado anteriormente desde Fraga al pueblo de Aytona, puesto que por el mismo Miguel sabemos que su abuelo paterno, don Miguel Gaya, era natural de Fraga y teniente de caballería, que su padre Cayetano Gaya había ejercido puestos de gobierno como su abuelo en aquel lugar, y que su abuelo materno José Mir ejerció de médico en Lérida con el grado de doctor, donde atendería “a la nobleza más distinguida”. Al relatarlo así, Miguel ponía en valor su relación de méritos familiar, pero el ayuntamiento no sólo no lo consideraba merecedor de ocupar un cargo en el gobierno local, sino que “ni mucho menos la ciudad lo ha tenido presente para ninguno de ellos”
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Miguel se ha casado en Fraga con una hija de José Millanes y en tan solo veinte años se convierte en uno de los principales propietarios urbanos: en 1786 posee siete casas y varios silos de grano. Algunas de las casas las consigue por ventas a carta de gracia, al no poder satisfacer sus dueños la pensión hipotecaria. Además de su dedicación al oficio de cerero, droguero y confitero, -para el que incrementa sus colmenas fijas de 26 a 204 en catorce años-, Miguel ejerce como comerciante de trigo en la década de los ochenta, cuando los precios se disparan, lo que parece contribuir en buena medida a su ascenso entre los contribuyentes, incrementando su patrimonio urbano. Miguel ha de ser entonces una persona apreciada entre sus convecinos, puesto que consigue su representación como diputado del común durante dos bienios consecutivos (1785-1788). Su apellido, sin embargo, no tendrá continuidad en la ciudad.
* El inmigrante ganadero Ramón Gort es el octavo contribuyente por el catastro personal en 1789. Está emparentado con familias del apellido Cabrera, Ibarz y Vera, lo que implica que hembras Gort le han precedido en la inmigración. Se sitúa entre los mayores contribuyentes con un indicador de riqueza de 10.632 libras, la mayor parte de las cuales derivan de su condición de primer ganadero de la ciudad con un rebaño de 1.250 cabezas. Posee también un pequeño patrimonio agrícola con algunas parcelas de regadío y secano que cuida por sí mismo y con su criado según el catastro de 1786. Vive en esa fecha en una casa de la plaza de Lérida y posiblemente es oriundo del lugar de Torrebeses en Cataluña, de donde con seguridad es natural su hermano Miguel Gort y donde se ubica su casa pairal. La actividad principal de ambos es la compraventa de ganado lanar y cabrío para el abasto de carnicerías de varios lugares y entre ellos las de la ciudad de Barcelona, para lo cual mantienen
tratos
con
la
compañía
de
los
Cortadellas, que les suministra pequeños rebaños en repetidas ocasiones. También durante al menos dos años arrienda las carnicerías de Fraga. Su empeño
por
participar
del
gobierno
local
es
manifiesto aunque infructuoso y parece guardar relación con la posibilidad de influir en el arriendo de los pastos: en las subastas debe superar mandas cuantiosas de otros pretendientes forasteros y su inversión en este negocio supera algún año las 500 libras. Esta familia Gort no parece tener continuidad en las fuentes fiscales de la primera mitad del siglo XIX, y sí en cambio aparecerá otra familia Gort, procedente del vecino pueblo de Torrente de Cinca, donde constituye la principal
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casa dezmera, y de donde se originará un mayor contribuyente fragatino en posteriores generaciones.
* Bautista Tamañán se documenta matriculado como comerciante en el libro de industrias de 1789 con una riqueza de 10.000 libras en razón exclusiva de su comercio, puesto que no dispone de ningún tipo de patrimonio en la ciudad. Es el séptimo contribuyente por el catastro personal. Nada más sabemos de él.
* Detrás de él, en el décimo puesto del ranquin por industria se sitúa el albañil José Paul, que trabaja con sus dos hijos durante todo el año y a quien se atribuye en 1789 un capital catastral de 8.605 libras. Ni el padre ni los hijos continuarán como fragatinos en años posteriores, mientras su apellido se documenta tan sólo con anterioridad en un presbítero que ejerce como vicario perpetuo de San Pedro en 1749: don José Peropadre y Paul.
9.1.4 En la cuarta generación del siglo XVIII.
* Durante los años de la crisis finisecular y luego de la guerra contra Napoleón merece atención particular entre los mayores contribuyentes ocasionales el boticario y negociante en granos don Miguel Rozas Ballester. Su padre (posible inmigrante de Bujaraloz) don Ignacio Rozas, –también maestro boticario y negociante en granos-, había ocupado el puesto décimo primero del catastro personal según los libros de industrias de 1789 y 1803, para hacerlo luego su viuda Joaquina Ballester en los catastros de 1819 y 1832. Tanto uno como otra se quedaron en el nivel de contribuyentes significativos por su mediano patrimonio, aunque su influencia social creció considerablemente por ser cuñados de don Domingo Arquer, aquel único regidor vitalicio de Fraga por concesión de S. M. Don Ignacio había ocupado puestos de confianza en la administración local y su hijo don Miguel –casado con Bernarda Navarro, de Torrente de Cinca, y viviendo en comunidad con su madre viuda- continúa al menos desde 1803 la profesión de su padre y se aplica “a otros muchos negocios” hasta alcanzar en 1832 la categoría de mayor contribuyente. En 1819 manifestaba como único patrimonio una masada de 14 hectáreas en el monte, mientras su madre conserva tres hectáreas de regadío en varias parcelas, alguna de las cuales le traspasa en la capitulación matrimonial en la que le declara heredero, luego de “contentar” a sus otros cuatro hijos. El poder económico de los Rozas deriva desde luego de su profesión y de sus varios negocios y encargos públicos más que de su patrimonio rural o urbano. Un poder que aplican a formar a sus hijos en destinos eclesiásticos o en profesiones
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liberales, emparentando posteriormente a los hijos del heredero Miguel con los Miralles-Isach, los Miralles-Junqueras y los Jover-Cabrera, familias todas de mayores contribuyentes. Don Miguel Rozas será en la ciudad uno de los adalides indiscutibles de la causa liberal, que pondrá de manifiesto tempranamente al desempeñar puestos de relieve durante el Trienio, lo que le ocasionará la enemiga de otros vecinos durante la vuelta de Fernando VII al absolutismo: le acusan de haber hecho “grandes negocios como proveedor del hospital militar”. 2 Sólo en 1835 entrará en el ayuntamiento como procurador síndico poco antes de su muerte. Su hermana Agustina se casa en Alagón con don Ignacio Lope; su hermano Antonio será escribano numerario en Fraga y contador de hipotecas del partido, mientras sus hermanos Martín e Ignacio serán presbíteros miembros del capítulo en los primeros años del reinado de Isabel II. La ideología familiar del linaje Rozas se hace patente mediante el parentesco y cuando invierte parte de su patrimonio en la educación de sus vástagos: una doble estrategia que utiliza exitosamente para mejorar su estatus y buscar mejores destinos lejos de la ciudad.
* Por último, destaca entre los comerciantes de la cuarta generación el maestro cerero y confitero Joaquín Camí Sartolo. Joaquín parece haber llegado a Fraga en los años setenta, procedente de Zaragoza, a cuyo gremio de cereros dice pertenecer, y al mismo tiempo
actúa
como
administrador
del
correo
y
estanquero del tabaco. Su habilidad contable le hace acreedor a la confianza del consistorio que le nombra depositario del pósito de granos y más tarde depositario de las rentas de propios, aunque no lo admite en sus propuestas para cargos de ayuntamiento por ser comerciante. Compagina su oficio y comercio con el puesto de proveedor de utensilios del cuartel de la ciudad en las décadas previas a la guerra de la Independencia, y durante su transcurso será proveedor del ejército. Luego de concluida, administrará los diezmos correspondientes al Crédito Público desde la rehabilitación de la acequia nueva y más tarde las rentas desamortizadas de los conventos suprimidos durante el Trienio en Fraga y la comarca. Su cuota por actividades en el catastro personal de 1819 multiplica por diez la correspondiente al catastro real y además de por su oficio y comercio se le carga como ganadero (325 ovejas), por lo que su indicador de riqueza local alcanza las 14.577 libras. Durante la guerra de Independencia participa en el primer ayuntamiento constitucional y durante el Trienio será un declarado liberal que jura públicamente la Constitución y actúa como regidor en el consistorio “exaltado” de 1822-23. La confianza depositada en él durante muchos años por ayuntamientos de Antiguo Régimen se troca en enemiga al ocuparse de los intereses del Crédito Público, exigiendo
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diezmos de labradores y requisando rentas de eclesiásticos desamortizados, que la mayoría del vecindario interpreta como usurpación. Las partidas “Realistas” que asaltan la ciudad en repetidas ocasiones durante el Trienio tienen como blanco de sus iras y objeto de expolio a Camí y lo que representa, por lo que ha de huir. En el catastro de 1832 aparece incluido como “forastero” por residir en Barcelona junto a su mujer doña Teodora Cubero al menos desde 1826.3 Si algún rasgo común destaca entre todos estos mayores contribuyentes ocasionales es sin duda su dinamismo, que completa las más diversas profesiones, –cirujanos, boticarios, cereros, herreros, alpargateros o ganaderos-, con su dedicación al comercio de todo tipo de productos y al desempeño de cargos públicos o al arriendo de algún bien de propios. Sin embargo, son los de menor entidad entre los mayores contribuyentes al carecer de sólidos patrimonios y, precisamente por ello, acaban siendo tan sólo ocasionales. Sus apellidos no consiguen “arraigo” en la ciudad o buscan mejores horizontes.
9.2 Segmentos de linaje de menor peso patrimonial. A
diferencia
de
los
anteriores,
se
incluyeron
entre
los
mayores
contribuyentes otros individuos también ocasionales pero incardinados en apellidos documentados para las cuatro generaciones. Sus segmentos de linaje presentan trayectorias contributivas dispares, pues mientras unos son descendentes desde superiores posiciones socioeconómicas, otros son emergentes que aprovechan en algún período la oportunidad de añadir a sus profesiones tradicionales otras actividades más lucrativas. Unos añoran lo perdido mientras otros prosperan con el trend secular. Son todos linajes de Estado Llano, entre cuyas estrategias priorizan la de emparentar con apellidos de la élite económica y que, cuando lo hacen, se ven frecuentemente condicionados a diluir en ellos parte de sus pequeños patrimonios mediante dotes de bienes muebles o en capítulos matrimoniales con “promesas de presente”. La mayoría no tendrán acceso al poder local en función de su dedicación profesional “mecánica” o escaso arraigo, y sólo quienes se encuadran entre los hacendados consiguen puestos de menor capacidad de decisión. Son los siguientes:
9.2.1 Con bisabuelo mayor contribuyente.
* LOS BARANA. El labrador José Barana ¿……..? se incluye entre los mayores contribuyentes en el catastro de 1730, con un mediano patrimonio agrícola de algo más de cinco hectáreas de regadío y una masada de 45 hectáreas en el monte. Posee vivienda propia y es al mismo tiempo censatario y censualista con saldo
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desfavorable. Su indicador de riqueza local se sitúa en torno a las 1.600 libras. Sin que podamos precisar una línea familiar concreta, alguno de sus descendientes emparenta con hembras Foradada y Cabrera, segundonas de linajes de la élite. El suyo es un apellido en retroceso, con escasa proliferación de grupos domésticos y con un patrimonio catastral agregado claramente descendente, que pasa de una cuota fiscal media de 4,45 libras por individuo en 1730 a menos de una libra en 1832. La mayoría de los nueve individuos catastrados en el conjunto de la etapa se mantienen como jornaleros entre los pequeños contribuyentes. Por supuesto, ninguno de ellos figuró entre los sujetos de poder.
* LOS CASAS. Un proceso similar se produce con el apellido Casas, que inicia el siglo con el anciano ya Jaime Juan Casas Gallinad en un segmento de linaje con varios grupos domésticos paralelos cuyo oficio predominante es el de labrador, y que en posteriores generaciones deriva en ramas de alpargateros y jornaleros. Además de Jaime Juan, sólo el negociante Pedro Juan Casas destacará como contribuyente significativo en la primera mitad del siglo, mientras en la segunda lo harán José Casas Labrador –que arrienda las carnicerías por un trienio (1795-1797) y Antonio Casas Royes en la cuarta generación, ambos como pastores o medieros de rebaños de infanzones. Su parentesco con los Martí, familia de ganaderos principales, contribuyó sin duda a esta dedicación. Con proliferación de brazos, el segmento se mantiene estancado, aunque se ayuda con dotes cruzadas y capítulos matrimoniales procedentes de hembras y varones de apellido Cabrera, Martí o Portolés, sin superar nunca las cuatro libras de contribución anual media. Su escaso arraigo será impedimento para acceder al poder local y tan sólo el primer Jaime Juan Casas Gallinad conseguirá por su estatus de mediano labrador entrar en el consistorio como regidor sexto durante dos trienios, tras haber sido su padre jurado en las últimas ocasiones del sistema de elección insaculatorio.
* LOS SOROLLA. El apellido Sorolla abarca oficios y actividades muy variadas. Aparece deshilachado a principios del siglo XVIII en varios brazos, con cincuenta y tres individuos catastrados desde la primera a la cuarta generación, lo que da idea de su antigüedad. En los primeros años del siglo XVIII destaca en una de las ramas el maestro alpargatero Francisco Sorolla ¿……..?, que consigue escalar puestos en el ranquin contributivo en tanto que arrendatario de la primicia y luego del derecho de pontazgo en la década de 1720 a 1730; pero ahí concluye su trayectoria ascendente. Su oficio tendrá continuidad entre sus descendientes hasta la cuarta generación, aunque sin ocupar puestos destacados en el gremio. Junto a otros tres contribuyentes significativos (destaca entre ellos Miguel Sorolla Barrafón como
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ganadero en la cuarta generación), la mayoría de los individuos del apellido se distribuyen entre la actividad de alpargatero, labrador, ganadero, jornalero, arriero o hilador de seda y su patrimonio agregado se estanca a lo largo del tiempo dentro del grupo de los pequeños contribuyentes. Su cuota media anual por individuo pasa con altibajos de las 4 libras en 1730 a tan sólo dos en 1832. Apenas cuentan con relaciones de parentesco significativas y nunca figuran entre los miembros del ayuntamiento. De un individuo de la cuarta generación (Justo Sorolla) conocemos su clara adscripción a la facción carlista.
9.2.2 Con abuelo destacado. Hubo individuos al final de la etapa que no necesitaron remontarse hasta la generación de un “bisabuelo común” para demostrar la valía de su linaje; podían echar mano de lo conseguido por uno de sus abuelos, con quien tal vez convivían o tenían por pater-familias de la casa común, aunque ellos pertenecieran ya a una rama colateral del linaje. “Llevaban” los siguientes apellidos:
* LOS BAQUER. Los individuos más antiguos documentados (1664) son el herrero Miguel Baquer, inmigrante de Benabarre, y los fragatinos José y Jerónimo Baquer. Desconozco cuál de ellos pueda ser precedente de la casa que reseñamos. El siglo se inicia con cuatro individuos catastrados sin relación familiar precisa. El principal de ellos y mayor contribuyente en la segunda generación es el tendero Antolín Baquer ¿…….?, que cuenta con un mediano patrimonio agrícola acrecentado con los años. Posee dos casas y una pequeña yeguada, además de una yunta de labor, aunque su saldo censal es negativo. Al mismo tiempo, arrienda repetidamente las tiendas de comestibles en varios trienios de la primera mitad del siglo. El que parece hijo de Antolín, Juan Baquer, desciende al rango de contribuyente significativo en la segunda mitad del siglo, mientras el resto de los individuos del apellido se sitúan ya entre los pequeños contribuyentes como jornaleros o labradores. Tan sólo Francisco Baquer Florenza, catastrado también como labrador, arriesga sus caudales como arrendatario de la venta de Buarz y del molino harinero imitando a su abuelo. Tampoco ninguno de los Baquer consigue entrar en el consistorio, posiblemente por su escaso parentesco con apellidos principales. Sin duda todos añoraron durante años el sabio hacer del abuelo Antolín.
* LOS CEREZUELA. El apellido entra en el siglo XVIII con tan sólo dos individuos catastrados, que pueden ser hermanos. En los últimos lugares del ranquin de la segunda generación se sitúa José Cerezuela ¿….…? catastrado como labrador en
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1751 con casi 4 hectáreas de regadío y veinte de secano, tres caballerías y varios censos a su favor. Parece que está sufriendo un retroceso en sus propiedades agrícolas, puesto que en 1740 había comprado una heredad de sesenta fanegas y luido el censo que pesaba sobre ella, y ahora ya no la posee. Ese mismo año poseía dos casas y en 1751 sólo cuenta con una. El que posiblemente sea su hijo desciende a la categoría de contribuyente significativo y, desde entonces, los escasos Cerezuela que ofrece la documentación se ubican sin diferenciación significativa entre los pequeños contribuyentes. (El apellido Cerezuela aparece también en Fraga sin relación alguna con este linaje. Se trata del
doctor don Antonio Cerezuela, médico de
consulta en Fraga, junto a su hijo el abogado don Juan Antonio Cerezuela, nacido en Mallén en 1771 y declarado exento de quintas en 1795 “por infanzón”).
* LOS GALLINAD. El apellido Gallinad se documenta en Fraga al menos desde el maravedí de 1397 y emparenta con los Valentín y los Adonz durante el siglo XVI, y con los Aymerich (Merich) en el XVII. Entre ellos los hay eclesiásticos beneficiados y “guardias del General”. Al inicio del siglo XVIII cuenta con seis individuos catastrados cuyo parentesco mutuo no puedo precisar. Sabemos sí que se desarrollan
paralelamente varias sagas de
alpargateros, horneros, arrieros,
labradores y carpinteros, oficio este último en el que destacarán junto a sus parientes Achón y con quienes dirigirán la cofradía de San José, ligada al gremio de carpinteros y albañiles. La que parece saga principal es la de los Gallinad-Llesta, que inician el siglo con dos hermanos: Pedro, labrador, y José, maestro de niños. De uno de ellos parece hijo Francisco Gallinad y Dios, que inicia su ciclo profesional como jornalero y luego como labrador, para ser considerado negociante en 1772 al ubicarse entre los mayores
contribuyentes
con
una
riqueza
de
3.231
libras,
que
disminuirá
progresivamente en manos de su viuda María Florenza hasta el libro de industrias de 1803. A lo largo del siglo, los carpinteros Gallinad-García serán la rama que mantenga a sus componentes entre los contribuyentes significativos, mientras una legión de individuos se queda en el grupo inferior, aunque entre ellos los hay arrendatarios de las carnicerías o ganaderos. En conjunto, el segmento de linaje Gallinad mantiene una cuota media ligeramente creciente, pero sin jugar papel alguno en el contexto político local, aunque uno de ellos es propuesto sin éxito como diputado del común. Su mejor estrategia de continuidad del linaje es la transmisión de las técnicas de su oficio de carpinteros, que ha llegado hasta hoy.
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* LOS LABRADOR. Su apellido aparece emparentado durante el siglo precedente con los Valls, Aymerich, Agustín, Foradada y Barrafón, signo inequívoco de una notable posición social, que se concreta en su repetido ejercicio como jurados del concejo insaculatorio. Tras la guerra de Sucesión, su actuación política se continúa con Andrés Labrador como alcalde segundo en 1715 y regidor sexto durante un trienio (1717-1719), lo que sin duda implica su adhesión a la causa de Felipe V. El patrimonio del linaje está muy dividido en la generación inicial del siglo y ninguno de los cinco individuos catastrados destaca económicamente. Sólo el grupo doméstico en el que conviven el “labrador de a par de mulas” Juan Domingo Labrador y su hijo Antonio Labrador Serrano progresará durante las mejores décadas del siglo, hasta alcanzar el nivel de mayor contribuyente. Antonio logra sus mayores ingresos en tanto que abastecedor de cebada a Fraga y la comarca, y como arrendatario de la primicia y del derecho de pontazgo, cuyo precio arriesga sólo o en unión con otros partícipes durante quince años entre 1774 y 1790. Mediante el comercio y los arriendos de propios Antonio triplica el inicial y endeudado patrimonio rústico de su padre, cifrado en tan sólo cinco hectáreas de regadío y veinte de secano. La trayectoria económica ascendente de Juan Domingo y de Antonio se culmina en exitosa posición social cuando el hijo de éste último, “don” Antonio Labrador Zapater, ejerza en Fraga la abogacía durante una larga trayectoria profesional en uno de los bufetes más discutidos de la ciudad. Don Antonio se ha casado con doña Magdalena Pastor Pallas en un matrimonio homógamo y vivirá en casa de su suegra, doña Petronila Pallas, manteniéndose entre los contribuyentes significativos, aunque endeudado y con un patrimonio decreciente. La acumulación patrimonial del abuelo y del padre sirve en esta ocasión al superior tren de vida del nieto, como exige el “distinguido” estatus de su suegra.4 Pero sólo su condición de abogado le llevará en su madurez al cargo de síndico procurador durante cinco años (1792-1796), en turno por el Estado Llano. Como puede apreciarse en la hoja respectiva de la carpeta SEGMENTOS DE LINAJES, las otras ramas del apellido emparentarán en sucesivas generaciones con apellidos de mayores contribuyentes como los Dolced, Vilar, Jover, Baquer, Vera o Martí. Pese a lo cual y aunque alguno de sus veintitrés individuos catastrados consigue arriendos como las carnicerías, el aceite o las tiendas en la cuarta generación, la evolución del patrimonio medio del linaje será también decreciente.
* LOS MASIP. El segmento de linaje Masip inicia el siglo de forma unilineal. Su saga se remonta en la ciudad al menos al siglo XVI con un tal Joan Masip (como
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“Mancipe”), y continúa documentada durante el XVII (como “Macipe”) cuando se nombran varios individuos del apellido y entre ellos dos miembros del concejo, jurados en 1680 y 1681, así como el presbítero Domingo Masip, beneficiado en la iglesia parroquial de San Pedro. Constituyen “una familia antigua y honrada”. En 1730 aparecen catastrados los “pupilos de José Masip”, que deben ser los hijos de José Masip Llopis, documentado en 1700. En 1751 el individuo que cotiza en el catastro es su hijo primogénito José Masip ¿Valentín?, considerado negociante y mercader. Su indicador de riqueza alcanza las 2.244 libras a mediados de siglo, dedicado al comercio y administrando su hacienda mediante jornaleros. Su estatus de hacendado le permite efectuar junto a su hermana un matrimonio cruzado con el linaje de los Ibarz-Foradada que ahorra dotes y les emparenta provechosamente. Luego de abandonar la dedicación a los negocios, su hijo José Masip Ibarz presenta un indicador de riqueza disminuido respecto del de su padre. Pese a ello, se casará con María Gibert Montull, hija del hacendado de Lérida Francisco Gibert, que aporta una dote de 1.100 libras. El nieto, Agustín Masip Gibert, hará lo propio con Tecla Satorres, de una familia fragatina de contribuyentes significativos, con una aportación dotal de 1.300 duros. Pero ni uno ni otro conseguirán acceder al rango de mayores contribuyentes, pese a que José Masip Ibarz declara un considerable lote de pequeñas parcelas de labor y algunos censales a su favor en 1810 ante el alcalde afrancesado Bamala. A través de las cuatro generaciones, el de los Masip resulta un patrimonio agregado estancado. Sus matrimonios parecen ‘desiguales’, aportando ellos su apellido, -el peso tradicional de su casa-, mientras sus consortes aportan liquidez. Un peso tradicional que se expresa mejor por su participación en el poder. Sin solución de continuidad respecto de sus antepasados ‘jurados’, el primer Masip catastrado será regidor en tres ocasiones por un total de once años, ascendiendo en la consideración de quienes le proponen desde la quinta regiduría a la segunda; su hijo José Masip Ibarz será alcalde segundo durante un trienio y corregidor del distrito con el gobierno francés en 1813, aunque en otras ocasiones sus cualidades quedan relegadas en la opinión de la Audiencia. El nieto Agustín Masip Gibert, “comprometido con la causa liberal”, será elegido regidor en sus inicios. Los Masip parecen un linaje individualista, que se opone en varias ocasiones a proyectos colectivos: no aceptan que la nueva acequia del Secano se pague de las rentas de propios, sino que deba construirse con la aportación de sus regantes beneficiarios. Su oposición a las disposiciones que toman otros miembros del ayuntamiento acabará con José Masip Ibarz en la cárcel. En una ocasión se opone a la modernización de la procesión más tradicional; en otra, como alcalde segundo, a la construcción del pretil sobre el río si no controla directamente la concesión de las
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obras. El nieto Agustín parece mantener el carácter de su padre cuando muchos años después se opone a que los ganaderos puedan servirse de los pastos en las masadas de particulares. El de los Masip es un segmento de linaje con reconocimiento social acreditado, próximo a la esfera del poder, aunque sin un incremento patrimonial que les encumbre entre la élite económica.
* LOS MILLANES. El apellido es de notoria antigüedad en la villa, -documentado desde fines del siglo XV y con varios grupos domésticos en el XVII-, por lo que entra en el XVIII con no menos de cuatro brazos, sin que conozcamos su mutua relación de parentesco. En contraposición a algún individuo del apellido tenido por pobre, el brazo que destaca en la segunda generación es el de José Millanes Arellano situado entre los mayores contribuyentes en 1751. Es considerado labrador con una riqueza catastral de 1.767 libras derivada de casi cuatro hectáreas de regadío y cuarenta de secano. Posee dos casas, cuatro caballerías y dos toros de labor. Su posible hijo Joaquín Millanes ¿……? se casará con una Cabrera de la rama más en auge en la tercera generación: la nombrada “doña” Joaquina Cabrera Borrás, hermana de don Medardo Cabrera Borrás, a quien conocemos ya como uno de los individuos con mayor peso socioeconómico y político del momento. Tal vez por ello, la cuota agregada media del apellido sigue una proyección ligeramente creciente en posteriores generaciones, en las que otras ramas del linaje sitúan alguno de sus individuos entre los contribuyentes significativos en oficios de alfareros y arrieros. Entre ellos, intenta destacar sin demasiado éxito Mariano Millanes Germán, arrendatario de bienes de propios como la venta de Buarz, la primicia de diezmos, el almudí, peso Real y novenera, así como de los arbitrios sobre el consumo. Los matrimonios del linaje son siempre exogámicos y suelen efectuarse entre iguales, aunque algún individuo consigue emparentar con apellidos de contribuyentes que superan la mediala. Tal vez por ello entran en el círculo del poder, aunque en puestos de menor relevancia: José Millanes Arellano será regidor por un trienio y su hermano Agustín por otros tres, gracias a “administrar su hacienda mediante criados”, “vivir con la decencia correspondiente a su estado” y acumular un patrimonio estimado en 2.600 L. j. En la cuarta generación otro Millanes, Bernardo Millanes Mallandrich, consigue ser regidor primero durante dos consistorios anuales seguidos. Su rama parece haber sustituido a la de los Millanes-Arellano como patronos de su apellido.
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9.2.3 Con éxito de los nietos.
* LOS SALDUGUES. El apellido inicia el siglo estructurado en cuatro grupos domésticos de hermanos o primos hermanos, como puede apreciarse en su hoja de SEGMENTOS DE LINAJES. Entre ellos, Jaime Saldugues, catastrado como jornalero en 1730, sin apenas patrimonio rústico y viviendo en una casa de escaso valor fiscal. Su matrimonio con la comerciante Vicenta Lostau y el posterior doble matrimonio de su hijo Jaime Saldugues Lostau con Francisca Cabrera y de su ¿hija? Lucía Saldugues ¿Lostau? con Orencio Cabrera cambia el signo económico de esta casa. La longeva Vicenta Lostau se incluye entre los mayores contribuyentes en el libro de industrias de 1772 como “comerciante viuda de labrador” con una riqueza de 3.563 libras, para seguir su hijo y nuera -con quienes convive-, en las fuentes fiscales hasta el año 1803, aunque cada vez con una cuota global menor. La saga continuará en la siguiente generación con Joaquín Saldugues Cabrera cuya viuda, Isabelana Roca, se casará en segundas nupcias con el también viudo Felipe Vilar, quienes a su vez reunirán patrimonios mediante el matrimonio entre los hijos de sus respectivas primeras nupcias: María Saldugues Roca se casará con José Vilar Cabrera
en
un
enlace
prometedor,
mientras
otros
miembros
Saldugues
emparentarán durante el siglo con apellidos Ibarz, Portolés, Vera y nuevamente Vilar, reforzando parentescos. Siendo el primer Jaime Saldugues jornalero, su hijo Jaime Saldugues Lostau figuraba en 1751 ya como labrador en posesión de más de 3 hectáreas de regadío y 20 de secano, además de una caballería mayor, una menor y tres vacas. El incremento patrimonial se debe en parte a la dote de su esposa –Francisca Cabrera- y al endeudamiento censal que adquiere su grupo doméstico como inversión en medios de producción. Pero en mayor medida el incremento de su hacienda se debe al hecho de ser considerado negociante en 1772, cuando su madre Vicenta es mayor contribuyente y titular de los bienes del grupo doméstico conjunto. El exitoso ciclo comercial de estos Saldugues parece guardar estrecha relación con su parentesco con los Cabrera, mientras el subsiguiente predominio de féminas entre sus vástagos trasvasa dotes a los apellidos Ibarz, Vilar y Portolés. Pese a la sabia abuela Vicenta y a su inteligente política matrimonial, el apellido Saldugues retrocede en su cuota media generación tras generación sin abandonar en varios de sus brazos el grupo de los pequeños contribuyentes jornaleros. Ninguno de ellos fue llamado al círculo del poder local. Y pese a su éxito momentáneo, el suyo parece un segmento de linaje frustrado.
* LOS VILAR. Diferente será la trayectoria de sus parientes Vilar. Junto a otros individuos –varones y hembras- de mediados del siglo XVII, a fines de aquella
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centuria se documenta como insaculado en segundas y terceras bolsas Melchor Vilar, casado con Jerónima Cónsul. Su grupo doméstico parece ser el origen del brazo con mayor proyección posterior en un segmento de linaje que inicia el siglo XVIII con al menos otra rama, emparentadas respectivamente con los Jover y los Vera, como puede verse en la hoja de su SEGMENTO DE LINAJE. Su hijo Antonio Vilar Cónsul se sitúa entre los mayores contribuyentes en 1751, formando grupo doméstico conjunto con su primogénito Silvestre Vilar Charles, y con un indicador de riqueza de 2.767 libras. Silvestre se ha casado con María Jover de quien nacerá Antonio Vilar Jover. Será este nieto el heredero del abuelo Antonio con un indicador de 2.080 libras en 1819. Emparentará con los Cabrera al casarse con Eusebia Montull Cabrera, y otro tanto hará su primo hermano Felipe Vilar con otra segundona Cabrera. El de los Vilar es ejemplo de linaje laborioso y polifacético, bien emparentado con familias tradicionales, que se sirve de la estrategia del hereu para la preservación del patrimonio e incluso utiliza la endogamia paralela repetidamente para reforzarlo. Pero también por ello deriva en un amplio espectro de segundones ocupados en oficios de escasa rentabilidad. El recorrido por diferentes actividades económicas es moneda común entre los prolíficos Vilar como lo es entre sus parientes Jover de la familia materna. Los hay labradores, ganaderos, cereros, negociantes y comerciantes, pero también jornaleros, horneros, arrieros o tejedores. El inicial Antonio Vilar Cónsul es labrador de patrimonio mediano en el primer catastro de 1730, pero pronto le vemos adquiriendo ganado lanar y dedicado a otros negocios como el arriendo de las carnicerías o la introducción de vino forastero para el abasto de las tabernas, que más tarde arrendará; una actividad que deviene habitual y exitosa en esta saga. Hasta seis individuos Vilar figurarán entre los contribuyentes significativos en sucesivas generaciones mientras la multiplicación de grupos domésticos en las diferentes ramas engrosará el grupo de los pequeños contribuyentes. Sus individuos más cualificados participan en la administración local, considerados por quienes les proponen para puestos del consistorio como “sujeto talentoso”, que “sabe leer y escribir”, o “tan menesteroso que de ordinario se emplea en traer una carga de leña, cuando tiene criados que podrían traerla.” Silvestre Vilar Charles será regidor durante once años; su hermano menor Antonio durante siete; José Vilar Jover, hijo de Silvestre por cuatro y Felipe Vilar, -ganadero destacado y considerado como “sujeto pudiente”-, durante seis ocasiones a lo largo del reinado de Fernando VII, tanto en los períodos constitucionales como en los absolutistas. Y todavía otros dos individuos del apellido accederán al consistorio en
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la cuarta generación de modo ocasional, cuando sus sillones son más carga que cargo, y más partidarios de las facciones carlistas que de la incipiente revolución. En alguna ocasión un Vilar se documenta como cliente de apellidos infanzones: es el caso de José Vilar Cabrera y su yerno, “medieros de don Francisco Barber y como tales, dependientes del regidor don Lorenzo Foradada, que administra los bienes de aquel”. Quien les califica en estos términos pretende denunciarlos como pertenecientes a una red de patronazgo-clientelismo que entiende le perjudica.
9.2.4 Con arraigo creciente de los biznietos. Finalmente, entre los mayores contribuyentes de menor entidad durante la cuarta generación se incluyen cinco individuos de linajes tradicionales que destacan entre los componentes de su respectivo segmento:
* LOS ACHÓN. Son paradigmas de la ideología artesana, aunque entre ellos haya también labradores y algún ganadero. La carpintería es su oficio familiar a lo largo de las cuatro generaciones. Son los más acreditados en el oficio y en sus diferentes especialidades: unos son cuberos, otros carreteros y otros se encargan como “empresarios” de la reparación y reconstrucción del puente de tablas y se harán cargo de la “edificación” de la acequia nueva del secano; para ello, son veteranos asentistas de las navatas que descienden el Cinca. De los posiblemente dos hermanos con que se inicia el siglo, -véase su SEGMENTO DE LINAJE-, la saga que resulta de mayor envergadura económica es la rama del bisabuelo Bautista Achón, continuada con el abuelo Juan Bautista –arrendatario un trienio de la novenera-, ambos como contribuyentes significativos; luego el nieto Pablo, de corto ciclo vital y el biznieto Antonio Achón Roca, que se sitúa en 1832 entre los mayores contribuyentes pese a que apenas posee su casa y taller junto con una pequeña masada de once hectáreas. En cambio la cuota derivada de su actividad como carpintero y asentista de la madera para el puente es muy superior. Antonio es incluso ya más comerciante que artesano. Su riqueza catastral estimada rebasa las 6.000 libras. La rama que se inicia con Francisco Achón continúa con similar ideología artesana desde sus hijos a sus biznietos y su hijo Francisco Achón Ibarz será el asentista encargado de abrir y edificar la nueva acequia del Secano. Ambas ramas del linaje mantienen a sus herederos entre los contribuyentes significativos en sucesivas generaciones, aunque la proliferación de grupos domésticos relega a la mayoría de los segundones al rango de pequeños contribuyentes. Con todo, su cuota catastral media asciende desde las 5,45 libras
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anuales de 1730 a las 8,65 libras de 1832. El de los Achón es un segmento de linaje en decidido ascenso económico. Efectúan sus matrimonios con hembras de los apellidos Ibarz, Dolced, Gallinad, Millanes, Martínez o Agustín, buscando enlaces exogámicos entre iguales e incluso algún doble matrimonio cruzado entre hermanos Achón y Gallinad o Achón y Galicia. Algunos de sus segundones entrarán en religión en el convento de capuchinos, -Fray Tomás Achón Fransoy y fray Liberato Achón-, mientras otro será tildado en 1822 de “mossen faccioso, secretario de la Junta de Urgel”, y aún otro será comandante interino de los Voluntarios Realistas en 1826. Su influencia social como priores y clavarios del gremio de carpinteros así como el mediano patrimonio de alguno de sus individuos les abre ocasionalmente las puertas del poder local en la tercera y cuarta generación como regidor, diputado del común o procurador síndico general. Uno de sus vástagos posteriores a la etapa, don José Achón Puyol, será teniente de infantería y oficial de la Milicia Nacional, además de cobrador de la contribución y aplicado a otros quehaceres públicos. Su hija Nicasia se casará con don José Salarrullana Isach, hijo del primer Salarrullana inmigrante en la ciudad, en un salto social cualitativo. Un apellido políticamente diverso que cuenta desde entonces con aliados muy próximos entre las familias con mayor peso en la nueva sociedad liberal.
* LOS AGUSTÍN. Si hubo un apellido orgulloso de los méritos de sus antepasados fue el de los Agustín. Y, sin embargo, es en la etapa un segmento de linaje en franco retroceso, con patrimonios mínimos y predominio de grupos domésticos jornaleros. Desde el primer listado de cabezas de familia del año 1333, el apellido Agustín es apellido fragatino, cifrado en ocasiones como “Agostí”. La documentación censal presenta dos individuos censualistas sobre el concejo desde principios del siglo XV. Se trata de los notarios Antonio Agustín y Guillem Agustín afincados en la villa, probablemente procedentes de la ciudad de Lérida. Emparentados a lo largo del siglo con otras familias censualistas como los Carvi, Del Rio y Gilbert, sus ramas más significativas emigraron a Zaragoza para alcanzar en el siglo XVI la cumbre socio-política del Reino. (Véase un fragmento de su GENEALOGÍA ANTECEDENTE). Mientras, algunas ramas segundonas del linaje permanecen en la villa y forman una tupida red de parentesco con las principales familias de los siglos XVI y XVII, hasta emigrar igualmente en busca de un mejor estatus social.
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Las últimas segundonas de aquel antiguo linaje infanzón fragatino serán Polonia Agustín, casada a fines del XVII con el infanzón de Serós don Francisco Perisanz, cuyo segmento de linaje se analiza en el apartado correspondiente a los de su estatus; doña Manuela Agustín y Copons, casada durante el primer tercio del XVIII con don Francisco Doménech y Artigas; y Jerónima del Río y Agustín, casada en 1649 con don Pedro de Gracia de Tolva Lasierra, vecino de Barbastro, y a cuyo hijo “don Pedro de Gracia de Tolva del Río y Agustín” conocemos ya como señor de Osso y Almudáfar, muerto al inicio de la guerra de Sucesión.5 De manera que, durante el siglo XVIII, los individuos catastrados con apellido Agustín no parecen guardar ya relación directa de parentesco con aquellos antepasados, aunque pudieran mantener memoria viva de su posible ascendencia, como ramas colaterales alejadas del primitivo linaje. La documentación consultada no permite afirmar ni lo uno ni lo otro. Todos sus individuos están ubicados como contribuyentes del Estado Llano y tan sólo destacan tres de ellos como contribuyentes significativos en las primeras generaciones y un Francisco Agustín Portié como mayor contribuyente comerciante en la cuarta. Además de su comercio en granos cuenta con una tienda de comestibles y ha sido abastecedor del “pan de munición” para la tropa durante la guerra de la Independencia. Según su haber catastral de 1832 dispone de dos casas y dos caballerías menores, sin patrimonio agrícola alguno. Por ello, la mayor parte de su cuota se le carga por su actividad comercial, con un indicador de riqueza global de 7.629 libras. El resto de los individuos Agustín forman
pequeños grupos domésticos de labradores,
jornaleros, horneros y arrieros, y tan sólo dos eclesiásticos, el presbítero Miguel Agustín y el religioso agustino fray Mariano Agustín, son reflejo de anteriores vocaciones religiosas en su apellido. En consonancia con su escaso arraigo, ningún Agustín de la época entró en el consistorio.
* LOS BERGES. El apellido comienza la etapa como segmento de linaje unilineal. La única referencia anterior al siglo XVIII relativa al apellido en Fraga es la del mercader de Zaragoza Juan de Berges y Espau, que actúa en la villa en 1661, donde tiene un procurador que solventa sus asuntos crediticios. La mayoría de los escasos Berges de la época son alpargateros. Como en tantos otros casos, el contribuyente que sobresale lo hace por su dedicación al comercio, además de a su producción artesanal. Es el caso de Sebastián Berges ¿……? y su viuda (Zapater), biznieto del inicial Lorenzo Berges. El taller de alpargatería que poseen no sería suficiente para ubicarlos entre los mayores contribuyentes si no fuera porque al mismo tiempo comercializan labores de otros artesanos, tanto sogueros como alpargateros, y se dedican igualmente al “comercio con granos y otros
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efectos”. Por otra parte, su mercado no es sólo local sino comarcal y eso dispara la peritación de “ganancias” en su botiga. Luego de varias generaciones dedicadas al oficio han conseguido un patrimonio rústico de casi dos hectáreas de regadío y 40 de secano, cuentan con tres animales de labor y dos casas. Mientras una de las ramas en las que va bifurcándose el segmento emparenta con los también alpargateros Fransoy, potenciando de este modo su predominio en el amplio gremio del oficio, otra emparenta con los Casas comerciantes y consiguen con ello situar entre los contribuyentes significativos a Antonio Berges Casas en la cuarta generación, que arrendará el molino harinero del capítulo. La de los Berges-Zapater es la rama principal del apellido y por ello deciden casar a su hija heredera Antonia primero con Mariano Montull Cabrera y, una vez viuda, con Martín Cabrera Jover (Otra fuente dice Cabrera Pomar). Consiguen mejorar su estatus mediante el parentesco, aunque se mantendrán lejos del poder en tanto que atados a un oficio mecánico. A lo sumo son elegidos como alcaldes de barrio por los comisarios de parroquia, con funciones de vigilancia y mantenimiento del “sosiego y tranquilidad” públicos.6
* LOS CANALES-LABOYRA. Tan sólo anecdótica resulta la inclusión de Gabriel Laboyra ¿….? entre los mayores contribuyentes de la primera generación en tanto que labrador con un mediano patrimonio de seis hectáreas de regadío y 27 de secano, con casa propia y un saldo censal desfavorable. De hecho, buena parte de su patrimonio irá a parar luego de dos generaciones a manos del arriero y comerciante Nicolás Canales Larroya al casarse éste con la nieta de aquel, Antonia Laboyra. Nicolás es en la tercera generación un contribuyente significativo vinculado a la compañía de los Cortadellas, para quienes transporta granos y vino durante años con sus recuas. Aunque el apellido Canales se documenta en 1619 en la fémina Isabel Juana Canales, el primer Canales de esta saga, Bernardo, había llegado a Fraga procedente de la Ametlla en Cataluña, para arrendar durante cuatro años la venta de Buarz (1701-1705), ejercer luego como panadero y figurar catastrado en 1730 como jornalero endeudado con el ayuntamiento, en un ciclo profesional regresivo. Pero muy pronto sus hijos y nietos se afincaron como arrieros, taberneros, comerciantes, colmeneros o ganaderos. La saga Canales se dedicó durante décadas al arriendo de diferentes bienes de propios y monopolios municipales: el abasto del aceite, el impuesto del aguardiente y licores o el de las carnes, el arriendo del derecho de pontazgo o el del almudí, peso Real y novenera. Uno de sus biznietos, Nicolás Canales Laboyra, hijo de Nicolás Canales Larroya, será comerciante, cerero y confitero, alforín para el reparto de la sal y encargado de bulas. Estará
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entre los mayores contribuyentes de la cuarta generación con más de 6.700 libras de riqueza catastral. Será nombrado dos años síndico procurador general del ayuntamiento durante la Década Ominosa y en 1830 está incluido en el primer batallón de Voluntarios Realistas de Fraga, como capitán de cazadores. Pero también figura como regidor en 1847 durante la Década Moderada de Isabel II. La cuota catastral media del segmento pasa de las 2,6 L. j. en 1730 a más de 11 libras anuales en 1832, lo que da una clara idea de su prosperidad, que se acentúa con el parentesco adquirido en la generación de los biznietos con los Martínez, Vera o Allué (de Candasnos). Los individuos Canales con mayor éxito son los dedicados al comercio y la arriería luego de la guerra de la Independencia. * LOS MARTÍNEZ. El apellido se documenta desde la segunda mitad del siglo XVII con varios individuos y el libro de alfarda de 1715 incluye alguno de ellos. Igualmente se nombra en los primeros años del nuevo siglo a mosen José Martínez, encargado del cobro en especie del producto de las bulas. Al inicio del XVIII el apellido se estructura en dos ramas, y en su transcurso constan veinticinco individuos catastrados, varios de los cuales permanecen sin relación concreta de parentesco en su SEGMENTO DE LINAJE. La rama de los Martínez-Hernández procede de un cortante de fines del XVII. Su patrimonio aumenta sin cesar de una generación a la siguiente. El bisabuelo José Martínez Hernández ejerce el oficio de labrador, su hermano Francisco continúa con el de cortante y el benjamín, Miguel, es jornalero. José es pequeño contribuyente en 1730 con un patrimonio rústico endeudado que no llega a la hectárea de regadío y a las ocho de secano en lo que parece una concesión municipal. Su indicador de riqueza no alcanza las 900 libras. Veinte años después su patrimonio y actividad se valoran en 1.200 libras y posee ya más de cuatro hectáreas de regadío en seis parcelas, una masada en el monte de veinte hectáreas, una casa y cinco caballerías mayores, aunque para conseguirlo se ha cargado con censales. Su hijo primogénito José Martínez Pésol se casa con Francisca De Dios, de un linaje tradicional del Estado Llano. Se sitúa entre los pequeños contribuyentes en 1772 con 765 libras, que ascienden a 1.797 libras en 1789, cuando se le considera labrador y ganadero, para, finalmente en 1803 situarse entre los contribuyentes significativos con un rebaño de 220 ovejas y un indicador de riqueza de 3.490 libras. Su actividad como ganadero le lleva a arrendar varias partidas de pastos y como actividad complementaria se dedica a la cría de gusanos de seda que produce a medias con varios mozos solteros. El nieto heredero, Ramón Martínez De Dios, sigue cotizando entre los contribuyentes significativos en el catastro de 1819. Se le considera ya hacendadoganadero y dispone de dos masadas en el monte con 84 hectáreas, tres hectáreas
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de regadío en tres parcelas, un rebaño de 600 ovejas -que explota conjuntamente con su yerno Nicolás Canales Laboyra- y seis animales de labor. En ocasiones arrienda pastos en unión de su pariente Isidro Martí, para subarrendarlos en parte a otros ganaderos. Su indicador de riqueza es de 7.638 libras. En realidad está muy cerca del grupo de los mayores contribuyentes. Por último, el biznieto Ramón Martínez Arellano entra a formar parte de ese grupo aunque en el último lugar entre ellos. El catastro de 1832 le atribuye una riqueza de 5.989 libras, le considera como ganadero-labrador y posee más de cuatro hectáreas de regadío y 103 hectáreas de secano con dos masías y dos corrales de ganado para las 420 ovejas que declara y que cuidan sus pastores. Cuando en 1840 se plantean problemas en el ámbito municipal con la privatización de las masadas y los pastos, el que ahora llaman don Ramón Martínez (con el “don” de propietario) es convocado en calidad de experto a las juntas formadas al efecto. No en vano es cabeza de una de las quince sociedades formadas entre los ganaderos naturales para el arriendo de los pastos. Esta saga puede al mismo tiempo contentar a los hermanos segundones en cada generación, mediante la estrategia de los dobles matrimonios cruzados (con dos hermanos Florenza) y las segundas nupcias (el segundón Francisco Martínez Pésol primero con María Mañes y luego con Ana María Baquer). Al mismo tiempo, descendientes de otras ramas emparentan con hembras Foradada, Cabrera, Achón o segundones Martí, lo que hace que el conjunto del segmento pase de la cuota catastral media de 3,55 libras en el primer catastro a 5,5 libras en el último, aunque permaneciendo siempre por debajo de la cuota medial. El suyo es un linaje ligeramente ascendente, que sin embargo no conseguirá aupar a sus individuos al sillón consistorial, excepto bien entrada ya la etapa liberal.7
9.3 Linajes de “la segunda nobleza”. Con el título de este epígrafe no se trata de confundir lo que en Aragón se conocía como “nobles de Aragón”, que incluía el segundo escalón de la nobleza aunque sin título nobiliario,8 con las familias que en Fraga entendían constituir una “segunda nobleza”, siendo en realidad linajes encuadrados o “tenidos” como del Estado Llano, aunque de profundas raíces genealógicas y con algún remoto ascendiente ejecutoriado como caballero, doctorado en leyes o emparentado con familias de infanzones. Estas familias se consideraban a sí mismas acreedoras a esta distinción de “segunda nobleza”, aunque no se les reconociera públicamente el estatus de caballerato o infanzonía que otros disfrutaban, socialmente ubicados en un nivel superior al suyo.
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9.3.1 Un linaje tradicional ¿venido a menos?: los Ibarz.
* LOS IBARZ. Si hay un apellido ya ramificado al inicio del siglo XVIII es el de los Ibarz. Nada menos que once grupos domésticos distribuidos en no menos de cuatro brazos es posible estructurar con los simples datos catastrales en 1730. Al finalizar el siglo serán más de veinte. Los segundos apellidos de las ramas iniciales muestran parentescos con linajes tan antiguos como el suyo: Mañes, Barrafón, Navarro, Ferrer, Soler, Bodón o Agraz, que se remontan documentados al siglo XV. Durante la etapa de nuestro estudio, sus hijos y nietos establecerán nuevo parentesco con familiares de mayores contribuyentes en linajes como los Aymerich, Foradada, Cabrera, Masip, Vera, Saldugues o Jorro. Semejante capacidad de emparentar debería ofrecer una resultante creciente en el patrimonio agregado de su segmento de linaje y, sin embargo, la gráfica del mismo es regresiva de la primera a la cuarta generación: de una cuota catastral promedio de 5,2 libras por individuo en 1730 se pasa a tan sólo 2,55 libras de media contributiva en 1832. Conforme avanza el siglo, muchos matrimonios Ibarz se conciertan cada vez más con apellidos de pequeños contribuyentes, circunstancia que parece indicar un cierto declive social de buena parte del linaje, correlativo a un prolongado descenso en su potencial económico agregado. Y desde luego, mientras en la primera y segunda generación la mayoría de sus componentes se encuadran entre los labradores, a partir de la tercera y sobre todo en la cuarta, la mayoría son considerados jornaleros. Tan sólo la saga inicial de los Ibarz-Mañes, continuada en los Ibarz-Foradada y seguida de los Ibarz-Cabrera mantiene el estatus de “labradores hacendados” para algunos de sus individuos, al tiempo que incluye dos escribanos entre los segundones de los Ibarz-Foradada. Nada menos que cuatro ramas del linaje incluían a sus paterfamilias entre los mayores contribuyentes de la primera generación: Baptista Ibarz ¿.…?, Jaime Ibarz ¿…?, José Ibarz Llesta y Blas Ibarz Mañes, los cuatro con un indicador de riqueza situado en torno a las 2.400 libras. Ninguno de los apellidos tradicionales contó de forma simultánea con tantos grupos domésticos de mayores contribuyentes. Cierto es que con las secuelas de la guerra de Sucesión la diferenciación entre contribuyentes es la menor de la etapa y por ello mayor el número de individuos encuadrados en ese rango. De otro lado, una parte del patrimonio allegado al linaje en ese momento procede de los Mañes, de larga tradición, a través de los sucesores del mercader Domingo Mañes ¿Perandreu?, cuyo patrimonio será absorbido durante las dos primeras generaciones del siglo por los Ibarz, los Foradada y sobre todo por los Cabrera. 9 Desconozco el grado de parentesco entre las cuatro ramas Ibarz del estadio inicial, y sí que alguna cuenta ya con varios grupos domésticos, como puede
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apreciarse en su SEGMENTO DE LINAJE. Entre ellos destaca el del doctor en medicina don José Ibarz Cabrera, que vive con su hijo José Ibarz Giner, escribano y secretario del ayuntamiento en el primer tercio del XVIII, hasta que marchan con sus respectivas esposas a residir en Zaragoza. Además de cultivar la tierra, los individuos mayores contribuyentes que continúan en Fraga ejercen actividades complementarias: Blas Ibarz arrienda por un trienio el monopolio de las tiendas de comestibles, Baptista Ibarz cuida una vacada de diez reses y explota 25 colmenas, José Ibarz Llesta tiene 50 colmenas y Jaime Ibarz posee un pequeño rebaño de ovejas. Si observamos su patrimonio al cabo de veinte años, -en 1751-, vemos que su evolución es dispar: unos disminuyen su posesión de tierra de regadío mientras otros la aumentan; y otro tanto ocurre en el secano. Los cuatro han invertido caudales en la compra de caballerías de labor. Son labradores medios, que se ayudan de algún criado o de medieros en alguna de sus parcelas de regadío y figuran entre los productores de vino. Todos participan del sistema censal tanto como censualistas como en calidad de censatarios, con saldo desfavorable en tres de los cuatro. Los suyos son patrimonios endeudados. Además de ellos, se sitúan en el ranquin contributivo de los contribuyentes significativos otros nueve cabezas de familia en las tres primeras generaciones. En cambio, durante la cuarta, ningún grupo doméstico Ibarz supera el listón de pequeño contribuyente. Tal vez el uso del sistema de herencia igualitaria, simultáneo a la proliferación de grupos domésticos, explique la progresiva disminución de su patrimonio.10 Pese a ello, algún Ibarz consigue en las generaciones intermedias casar con féminas Catalán, Jorro, Tomás o Avances,11 cuyas dotes o herencias absorben. Con los Ibarz se cumple mejor que con cualquier otro linaje el considerar al nuevo consistorio borbónico como una institución gobernada por labradores hacendados además de por infanzones. Fruto de su tradicional incardinación política, que en los años inmediatos anteriores insacula a sus individuos en las bolsas de jurado, los Ibarz continúan en el poder desde los primeros ayuntamientos borbónicos. Nada menos que trece de los cuarenta y un individuos catastrados del apellido ocuparon el sillón de edil a través del tiempo. El médico doctor Ibarz Cabrera será regidor decano en el trienio inicial de la etapa y regidor cuarto en otro trienio, luego de dejar el hueco preceptivo y antes de fijar su residencia en Zaragoza junto a su hijo José Ibarz Giner, que ejercerá allí de notario. José Ibarz Llesta permanecerá prácticamente durante su ciclo vital adulto como miembro del consistorio, ocupando sillón de regidor durante catorce años y ejerciendo la jurisdicción como alcalde segundo durante otro largo trienio. Bautista Ibarz le
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superó como alcalde segundo con tres trienios y uno de regidor. Si la “fidelidad” era indispensable en los primeros ayuntamientos, los Ibarz fueron claramente adictos a la causa del rey Felipe V. Adentrado el siglo, Agustín Ibarz, Blas Ibarz Mañes, junto a alguno de sus hijos y nietos fueron propuestos y nombrados como regidores o síndicos procuradores en sucesivas generaciones, desempeñando encargos como el cobro de la contribución (“como sujeto de confianza”), el “cordeo” de las huertas, la intervención del pósito de granos o defendiendo la participación en el poder de todas las familias “honradas”, tuvieran o no arraigo económico. Pero quien por más tiempo y con mayor poder se ocupó de la administración pública fue José Ibarz Foradada como secretario del consistorio durante quince años consecutivos en las décadas centrales del siglo. El de los Ibarz es un vasto segmento de linaje en retroceso económico durante el siglo XVIII: parece un linaje “venido a menos”, pese a lo cual sabe mantener su tradicional ocupación del poder durante el siglo absolutista. Tras el inicio de la Revolución ninguno de sus vástagos ocupará el consistorio, lo que da una idea clara de su ideología conservadora.
9.3.2 “Nadie es alguien mientras no emparenta con un Cabrera”. Así lo manifestaba en el “paseo de las damas” un escribano del juzgado en 1736. Para él era evidente que sólo el parentesco podía dar carta social de naturaleza a un arribista comerciante, a un esforzado inmigrante o incluso a un pequeño o mediano labrador que empeñaba parte de su patrimonio para dotar a una de sus hijas en casa Cabrera. Lo que aquel escribano atribuía al linaje de los Cabrera puede aplicarse con similar oportunidad a otros linajes tradicionales del Estado Llano, que sobresalen del conjunto por la continuada inclusión de sus individuos más representativos en el rango de los mayores contribuyentes. Son los siguientes:
* LOS CABRERA. Los Cabrera forman el nudo central de la más tupida red de linajes. El apellido Cabrera es uno de los más antiguos en la villa y con seguridad se documenta desde las últimas décadas del siglo XV, cuando en las Ordinaciones de 1492 se tiene por “honorables” a los hermanos Tomás y Miguel Cabrera. Incluso es posible su adscripción fragatina anterior si se acepta la transformación en el que nos ocupa de un inicial apellido “Crabera”, documentado paterfamilias en el pago del maravedí de 1451. Pese a su antigüedad, poseemos escasas noticias de individuos Cabrera anteriores a la etapa: sabemos de un Domingo Cabrera, eclesiástico, documentado en 1617 como vicario perpetuo de la iglesia parroquial de San Miguel y comisario del Santo Oficio de la Inquisición. También de un Domingo Cabrera Mañes,
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fragatino casado con Serafina Gallinad, de Torrente de Cinca, en cuya genealogía se incluyen varios eclesiásticos de diverso rango, beneficiarios del importante legado de la fragatina Mariana Soler. Conocemos las vicisitudes de un Gaspar Cabrera comisionado por el concejo fragatino en Zaragoza para solicitar el perdón del “Servicio Voluntario” de 1645, y encarcelado en la capital por negarse a satisfacerlo como representante de la villa. También las de su hermana “doncella” Petronila Cabrera, raptada de la casa paterna por un miembro del linaje Foradada. Los individuos de apellido Cabrera aumentan en las fuentes de la segunda mitad del siglo XVII y es posible aproximarse a su número preciso cuando sus fincas de regadío quedan recogidas en sucesivos libros de alfarda. Sabemos de un doctor Miguel Cabrera, médico, documentado como capitán de la “coronela” durante la guerra de Secesión catalana y ejerciente el cargo de justicia entre 1680 y 1684; de otro Miguel Cabrera posterior, actuando como juez estatutario de la villa. Hasta ocho de su apellido constan como insaculados en varias bolsas de “oficios de república”, por lo que deben entenderse como pertenecientes al Estado Llano, aunque considerados miembros de un linaje “esclarecido” y de familia “distinguida” y “honrada”, según informarán quienes más adelante les propongan para los cargos del consistorio borbónico. Dos de ellos incluso han ejercido como “bayle y oficial Real de la villa” en el último tercio del siglo XVII. Sus
segundos
apellidos,
–cuando
nos
constan-,
permiten
desvelar
parentescos con linajes de antigüedad notoria y máxima relevancia social en la villa: hembras de los linajes Aymerich, Barrafón, Valentín, Mañes, Agraz, Valls o Doménech han entrado a formar parte del linaje Cabrera en generaciones previas o –a la inversa- las herederas y segundonas Cabrera han aportado patrimonios o dotes a estos y a otros linajes. Sería el caso de Josefa Valentín y Valentín casada con “don” Miguel Cabrera Doménech o el de doña María Cabrera, casada
con
el
infanzón
Gaspar
Juan
Valentín
Foradada y cuya nuera, viuda de Raimundo Valentín Cabrera figura entre los mayores contribuyentes de la primera generación.12 Pese a que en determinada ocasión (año 1754) el contribuyente significativo de la segunda generación Miguel Cabrera Valentín se auto titula “caballero”, tal vez entiende serlo como descendiente de su abuela paterna Josefa Doménech o de su madre Josefa Valentín y Valentín, ambas tenidas por infanzonas. Pero lo cierto es que los iniciales Cabrera de nuestra época nunca aparecen en los catastros ni en otras fuentes con el connotado de “don”, y ninguno de ellos será incluido entre los “Infanzones” ni entre los “Exentos por ordenanza”. Sólo a partir de la tercera generación el escudo de armas de un
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Cabrera presidirá ostentosamente el frontispicio de su casa en un callizo de la calle Mayor: la casa de don Medardo Cabrera Borrás, elevado por el Rey Carlos IV en 1790 a la categoría de “Noble de Aragón”.13 Los numerosos miembros eclesiásticos del linaje, en cambio, sí antepondrán a su nombre el “don” que su estatus reclama: don Pedro Cabrera, oficial eclesiástico de la diócesis y conservador de la última concordia censal; don Miguel Cabrera LLuquech, importante censualista eclesiástico; don Jorge Francisco Cabrera Valentín, beneficiado; don Silverio Cabrera Mañes, vicario de San Pedro; el racionero don Vicente Cabrera o don Mariano Cabrera Borrás presbítero y beneficiado de las iglesias parroquiales. Cada rama del linaje cuenta entre sus filas con un segundón eclesiástico y varias mantienen con sus rentas el patronazgo de beneficios y altares en las capillas de la iglesia parroquial, donde piden ser enterrados al testar. Del mismo modo usan del “don” varias féminas cuya adscripción a ramas concretas no podemos precisar: doña Cecilia Cabrera ¿…? puede presumir de ello por su matrimonio con el infanzón reconocido don Juan Casabasa, cuyo patrimonio continuará entre los contribuyentes significativos forasteros a través de su hijo don Carlos Casabasa Cabrera, teniente coronel residente en Lérida en la segunda mitad del siglo XVIII; o doña Josefa Cabrera ¿….?, de quien no poseemos ulterior noticia, salvo que sus hijas recibirán una porción de bienes en el testamento de otra fémina, doña María Cabrera ¿…?, cuya consideración de tal podría derivar de su matrimonio con el boticario don Francisco Colea, mayor contribuyente en la primera generación.14 En cambio, su hija María Colea Cabrera, deja de ostentar el “don” cuando se documenta casada con otro mayor contribuyente: el “sujeto acaudalado”, arrendatario de las tiendas, cerero y vendedor
del
papel
sellado
Roberto
Curred.15
Da
la
sensación de que el “doña” de algunas féminas de este y otros linajes lo llevan desde su adscripción por matrimonio a un “don” masculino, sea éste infanzón o aplicado a una profesión liberal. Por su matrimonio se convierten en “señoras”. El recio tronco de los Cabrera entra en el siglo XVIII estructurado en no menos de tres ramas de parientes cercanos: los Cabrera- Doménech, los CabreraAgraz y los Cabrera-¿……?, como puede apreciarse en su SEGMENTO DE LINAJE. En la primera generación del siglo cada rama da lugar a tres y cuatro grupos domésticos de casas hermanas, alguna de las cuales reagrupará patrimonios casando a sus vástagos entre sí. Es el caso de ¿….? Cabrera Valentín, hija de
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Miguel Cabrera Doménech, quien le funda un pequeño mayorazgo para cuando se case con Miguel Cabrera Mañes, hijo a su vez de Miguel Cabrera Agraz. Los contrayentes son probablemente primos segundos y aseguran de este modo un próspero ciclo vital. El reagrupamiento patrimonial permitirá a la hija de ambos y heredera universal Joaquina Cabrera Cabrera iniciar un nuevo segmento de linaje fragatino al casarse con el
infanzón
ganadero
recién
llegado a
la
ciudad,
don José
Junqueras Alastruey, incluido entre los mayores contribuyentes de la tercera generación.16 Similar proceso se produce con Simona Cabrera Valentín, -otra hija de Miguel
Cabrera
Doménech-,
al
casarse
con
el
contribuyente significativo Domingo Montull Vera, a su vez
probable primo hermano del
mayor contribuyente
Francisco Montull
Sansón.17 En la siguiente generación, el heredero de Simona y Domingo, Antonio Montull Cabrera, se casa con Agustina Cabrera Borrás, segundona de otra rama del linaje. Los enlaces entre Cabrera(s) y Montull(s) se repetirán en sucesivas generaciones, con lo que su red de parentesco se estrecha y realimenta continuamente. Más allá de su exogamia habitual que los lleva a emparentar con múltiples varones y hembras de apellidos preeminentes, los Cabrera obtienen fácilmente, -a través de sus parientes eclesiásticos-, dispensa papal para celebrar enlaces endogámicos que restauran, incrementan o reagrupan patrimonios entre diferentes casas del linaje. Conforme avanza el siglo los hogares Cabrera se multiplican hasta suponer no menos de veintiún grupos domésticos en la cuarta generación, sin incluir entre ellos algunos de los formados por féminas Cabrera casadas con individuos de otros linajes; linajes que a un mismo tiempo realzan su apellido y absorben dotes o pequeños patrimonios. Pero también sucede lo contrario: el linaje Cabrera absorbe patrimonios de linajes residuales en el siglo: es el caso de Pedro Cabrera Lluquech, contribuyente significativo casado con una fémina Valls en la segunda generación, o el de Antonio Cabrera Saldugues, pequeño contribuyente casado con Agustina Valls en la siguiente. El apellido Valls, -fragatino desde al menos el siglo XIV-, acaba diluyendo su patrimonio entre varios linajes y el de los Cabrera será uno de sus principales beneficiarios.18 El linaje Cabrera parece también abocado a que sus individuos contraigan segundas y hasta terceras nupcias, acumulando haberes o resistiéndose a perder estatus en cada sucesiva viudedad. Es el caso de don Joaquín Cabrera Sudor casado sucesivamente con una Montull y una Sorolla; pero también el de su hermano menor aunque heredero don Eusebio Cabrera Sudor, casado con doña
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Anastasia Tomás primero y luego con doña Rosalía Callén y Luzás. Igualmente contrae nupcias en dos ocasiones Gracia Cabrera Agustín, esposa primero de Agustín Larroya y luego de José Lafuente; o Francisca Cabrera Jover en primeras nupcias con Mariano Galicia Mazas, en segundas con Francisco Flordelís Serrano y en terceras con Joaquín Vera Bellmunt. A lo largo de la etapa, los tentáculos de su red de parentesco se extienden entre múltiples familias fragatinas, haciendo buena aquella expresión de que nadie es alguien en la ciudad mientras no emparenta con un Cabrera; y de ahí que algunas familias en ascenso, y más las inmigrantes, se apresten a “tratar, convenir y ajustar” el matrimonio de sus vástagos herederos o herederas con miembros de este linaje. Esa será la política seguida por los Montull, Borrás, Saldugues, Jover, Portolés, Millanes, Miralles, Casas, Baquer, Galicia, Tomás, Ibarz o Agustín, la mayoría de cuales incluyen su apellido entre los de mayores contribuyentes. El espectro profesional del creciente número de hogares Cabrera mantiene a sus paterfamilias y tíos segundones ligados a las tareas agrícolas, ganaderas y de la apicultura: a unos como hacendados que gestionan su patrimonio mediante criados y a otros como labradores “de a par de mulas”. A sus dedicaciones principales y complementarias, algunos sumarán los salarios, comisiones, dietas y emolumentos que les producen sus numerosos y frecuentes encargos en la administración local. En el conjunto de la etapa suman un total de 32 individuos catastrados: tres de ellos mayores contribuyentes, nueve incluidos entre los significativos y veinte no superan el listón de pequeños contribuyentes. El siguiente gráfico detalla su evolución patrimonial conjunta. Gráfico 20 EVOLUCIÓN DEL INDICADOR DE RIQUEZA DEL LINAJE CABRERA (en libras jaquesas)
30.000 25.000 20.000 15.000 10.000 5.000 0 1730 2
1751
1772 PC 5
1789 CS
853
MC
1803
1819
1832
Para interpretarlo correctamente es preciso atender a las dos variables que influyeron en su evolución. Por un lado el aumento cierto de los precios en general y, derivado de ello, el mayor valor catastral de los bienes sitios y semovientes. Una misma casa o parcela de regadío tiene un valor a mediados de siglo y otro superior cincuenta años después. Sin aumentar necesariamente las posesiones de un individuo, su estimación pericial aumenta de un momento fiscal al siguiente. Por otro lado, el número de contribuyentes Cabrera aumenta en cada generación, con lo que resulta comprensible el incremento de la masa global de sus posesiones, sin que suponga necesariamente un incremento medio por individuo. En cualquier caso, la mejora o progreso material de unos compensa seguras pérdidas de otros. Para afinar la percepción de la evolución real conviene servirse de la cuota rectificada
media
por individuo catastrado,
como hemos hecho
en
linajes
precedentes. El conjunto del segmento Cabrera parte de una situación de privilegio al inicio de la etapa con 7,1 libras de cuota contributiva media por individuo y alcanza las 8,55 libras al finalizarla. Inicia el camino por encima de la mediala (situada en las 3,5 libras en el año 1730) y lo concluye por debajo de ella (13,2 libras en 1832). Sus individuos mayores contribuyentes y significativos se distancian del conjunto mientras el grueso de los grupos domésticos –generación tras generación- no prospera en similar medida. Unas ramas Cabrera se distancian de sus parientes consanguíneos, cada vez más ‘dependientes’ suyos. El parentesco se enfría y la sensación de pertenencia al linaje disminuye paulatinamente para los menos afortunados. Durante la primera generación, el mayor terrateniente del linaje es Miguel Cabrera Agraz con 16 hectáreas de regadío en diferentes partidas de la huerta y 95 hectáreas de secano en varias masadas. Le sigue de cerca el grupo doméstico de Miguel Cabrera Doménech con diez hectáreas de regadío, 90 de secano y 63 colmenas largas, ambos en el catastro inicial del siglo. Desde la tercera generación y en un ciclo vital que se prolonga más allá del último catastro de 1832, el único mayor contribuyente del linaje es don Medardo Cabrera Borrás, con ocho hectáreas de regadío y 90 hectáreas de secano, cuando su puesto entre los mayores contribuyentes ha retrocedido respecto del de su abuelo, aunque sus posesiones han aumentado. Otros linajes han prosperado más y más rápidamente. La ideología predominante entre los Cabrera de la etapa es sin duda la dedicación ganadera como complemento de la actividad agrícola. Intentando mejorar, los principales Cabrera añaden a las labores del campo sus tratos en el ámbito ganadero mediante la posesión de vacadas, yeguadas y pequeños rebaños de ovejas, junto a algunos colmenares. Nada menos que ocho contribuyentes
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significativos se suceden como ganaderos de padres a hijos, nietos y biznietos, distribuidos por diferentes ramas. Pero en conjunto, el linaje parece perder potencial económico durante las dos primeras generaciones, sin que ninguno de sus individuos alcance el rango de mayor contribuyente durante la segunda. En cambio, a partir de la tercera y sobre todo en la cuarta, el linaje remonta posiciones en los hijos de dos de las ramas, -la de los Cabrera-Mañes y la de los Cabrera-Borrás, mediante el acuerdo de matrimonios ventajosos con vástagos de otros linajes. Sobre todo desde que don Medardo aporta su estatus nobiliario. Por otra parte, el tradicional sistema sucesorio de heredero único mantiene algunas de las casas Cabrera por encima de la media, pero ese mismo sistema condiciona que en sucesivas generaciones aparezcan individuos segundones reducidos a la condición de jornaleros, arrieros y pastores. En una tupida red consanguínea, todos ellos formarán pequeños grupos domésticos dependientes de las ramas principales del linaje. Asistirán “honrados” al desposorio del hereu y celebrarán en la casa solariega común las fiestas más señaladas; pero también pedirán allí prestada una mula –que alimentarán mejor que a la propia-, o les tomarán fiado, –a escondidas-, el trigo para la sementera. En el capítulo dedicado a los sujetos del poder he demostrado la relevancia de este linaje tanto en los puestos de alcalde como en los de regidor, en unión con su red de aliados. Por supuesto, los candidatos Cabrera al gobierno municipal son considerados siempre como miembros “de las familias más antiguas y honradas de la ciudad”. Participan en todos los acontecimientos de relevancia social y política y se les encuentra siempre próximos a los mecanismos de acceso al poder dentro y fuera de la ciudad. Son invitados a las recepciones de comitivas ilustres –desde la visita del obispo a la estancia o tránsito del propio Rey-, y forman parte de todas las juntas consultoras o gestoras propuestas en el consistorio. Dirimen con su voto las más arduas cuestiones, pero también aparecen frecuentemente involucrados en las situaciones más conflictivas. No son elitistas, -como buenos componentes del Estado Llano-, aunque sus convecinos les reconocen en todo tiempo y lugar su ascendiente social. Son padrinos en bautizos, testigos en capítulos matrimoniales y firmantes por sí o por terceros en escrituras de todo tipo; también son custodios de bienes inventariados judicialmente o albaceas de familiares, parientes y deudos. Manejan desde el consistorio los arriendos de los bienes de propios o actúan como fianzas y porcionistas de terceros arrendatarios. Pero también son asiduos “deudores de propios” o del pósito de granos, reticentes a satisfacer sus créditos.
* LOS JOVER. El mejor ejemplo de linaje allegado a los Cabrera es el de los Jover. Su SEGMENTO DE LINAJE lo evidencia. Sin antigüedad manifiesta en la ciudad, y tal
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vez procedentes del vecino lugar de Serós, se documenta en 1665 un Pedro Jover casado con Crispina Guimerá(n) y su hijo del mismo nombre en 1699 como mancebo labrador, poseedor de parcelas de regadío en la alfarda de 1715. De los tres grupos domésticos que inician el siglo, la rama con mejor trayectoria económica y social durante el XVIII es sin duda la que inicia el tejedor Antonio Jover ¿…?, así calificado en el catastro de 1739, pero pronto convertido en abastecedor del aceite, negociante y tratante de ganado, que consigue situarse entre los mayores contribuyentes en 1751 con 2.900 libras de riqueza catastral. Sus actividades en los sectores secundario y terciario se complementan con el agrícola, puesto que posee más de dos hectáreas de regadío y 20 de secano, cuenta con un par de bueyes y explota catorce colmenas largas. Su patrimonio está endeudado, pero también manifiesta cierta actividad como censualista de otros vecinos. En tan sólo dos décadas –entre 1739 y 1761-, la extensión de sus parcelas de regadío se triplica y se duplica en el secano, mantiene sus caballerías de labor y adquiere cuatro casas en la ciudad. Algunas de sus nuevas posesiones las consigue “a carta de gracia” por precios inferiores a los de mercado, “hostigados por la necesidad” sus vendedores. Su faceta prestamista parece contribuir notablemente a su exitoso ciclo vital. Su hijo primogénito José Jover Oliveros, apodado “el borde” por ser “de abuelos ignotos”, será mayor contribuyente en 1772, con casa en la calle Mayor, y alcalde segundo durante un trienio en la década siguiente. Conviven con él su hermano presbítero, el doctor don Mariano Jover Oliveros, obtentor del beneficio de San Jaime en la iglesia parroquial y su hermano menor Juan Antonio, escribano y secretario accidental del ayuntamiento durante dos años. Casado José con Francisca Pirla, hija de un ganadero de Osso de Cinca, la viuda continuará en el grupo de los mayores contribuyentes al menos hasta 1803. Por su matrimonio, José emparenta “en tercer grado de afinidad” con los Barber y los Rubio y desempeña cargos de confianza, siendo durante varios años alcalde de Valdurrios. Su indicador de riqueza se incrementa con el tiempo desde las 6.514 libras en 1772 hasta las 7.847 de 1789, cuando es considerado labrador y ganadero, para descender levemente a las 6.892 cuando su viuda está al frente del grupo doméstico. Un largo ciclo vital que les permite poner en práctica con sus hijos similares estrategias de ascenso social a las utilizadas por su padre. Por un lado, el segundón Ramón Jover Pirla se casará con una de las segundonas del linaje Cabrera, Joaquina Cabrera Mañes, al tiempo que su hermana Joaquina lo hace con el hermano de aquella, Francisco Cabrera Mañes. De nuevo un doble matrimonio cruzado que protege patrimonios
y compensa dotes. El
primogénito Ambrosio y el benjamín serán destinados a la abogacía. Don Ambrosio
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será el heredero y compaginará su profesión de abogado con la de cosechero de vino, –como su abuelo y su padre-, y con la de ganadero que arrienda las carnicerías por tres años. Don Ambrosio se ha casado con doña Josefa Isach Villanova,19 en clara estrategia ascendente de aproximación al círculo infanzón. Estrategia continuada por el hijo de ambos, Ambrosio Jover Isach, quien estrechará el parentesco con el linaje Cabrera al desposarse con Francisca Cabrera Sudor, hija del ya “noble de Aragón” don Medardo Cabrera Borrás. Sin duda por ello padre e hijo participan en los asuntos públicos de mayor relevancia y se les asignan responsabilidades que exigen un aval patrimonial considerable: en su juventud el padre será cobrador y administrador de la sal y depositario de los caudales de propios; en su madurez será nombrado en dos ocasiones síndico procurador general del consistorio. El hijo será también síndico procurador a fines del reinado de Fernando VII, y luego, como alcalde constitucional, deberá tomar decisiones trascendentes sobre la eliminación de los monopolios y el destino de los montes comunes y su desamortización. 20 Don Ambrosio Jover Isach mezclaba en sus venas sangre de su bisabuelo comerciante Isach con la de sus otros bisabuelos, los infanzones Villanova y Aymerich. Podía echar mano tanto de su ascendencia noble como de su origen burgués. En el reinado de Isabel II, el alcalde y “propietario” don Ambrosio Jover Isach será el símbolo perfecto de un proceso social evolutivo en absoluto revolucionario. Su árbol de brazos lo evidencia. Cuadro 58 ÁRBOL DE BRAZOS DE DON AMBROSIO JOVER ISACH 16 Antonio JOVER ¿…….? 17 18 José OLIVEROS 19 20 21 22 23 24 Martín Isach 25 26 Bartolomé CÓNSUL 27
8 Antonio JOVER ¿…….…? 9 Teresa OLIVEROS ¿……...? 10 Miguel PIRLA ¿…….…? 11 12 Juan ISACH ¿……? 13 Josefa CÓNSUL ¿…..?
29 Dña. Ana ALMENARA
14 D. Félix VILLANOVA ALMENARA
30 Francisco ROYO 31 ¿…? AYMERICH
15 Dña. Rosa ROYO AYMERICH
28 D. Félix VILLANOVA MARQUÍNEZ
4 José JOVER OLIVEROS
2 Dr. D. Ambrosio JOVER PIRLA
5 Francisca PIRLA ¿….....?
6 Antonio ISACH CÓNSUL
7 Dña. María Francisca VILLANOVA ROYO
1 Don Ambrosio JOVER ISACH 3 Dña. Josefa ISACH VILLANOVA
Naturales de Fraga: 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8, 9, 13, 14, 16, 18, 26, 28, 31; Osso de Cinca: 5, 10; La Almolda: 12, 24; Benabarre: 29; ¿Peñalba?: 15, 30. Infanzones probados en color gris.
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De la primera a la tercera generación, los Jover consiguieron mantener una de sus ramas entre la elite económica y el doctor don Ambrosio Jover Pirla fue sin duda el máximo exponente de la casa, aunque tanto él como su hijo se quedaran en el grupo de los contribuyentes significativos. En el ámbito político, sus rivales acusaron a Ambrosio Jover Isach de vestir primero el uniforme de teniente de la Milicia Nacional durante el Trienio y luego el de voluntario Realista durante la Década Ominosa. Era un claro ejemplo de lo reversibles que podían resultar algunos comportamientos.21 Otra de las ramas del apellido Jover tendrá menor entidad económica. Es la saga que, del abuelo José Jover Mall al nieto Francisco Jover Ríos, se dedica al arriendo del molí de dalt, propio del ayuntamiento y ocasionalmente son también molineros del molí de baix, propiedad del capítulo eclesiástico, con lo que de “monipodio” podía suponer la situación. La influencia de sus parientes en el consistorio conseguía, a través del “juego sucio” –según denuncia de sus enemigosresultar preferidos en las subastas frente a pujas superiores de terceros. Para los Jover, lo más importante, -el tesoro a conservar y potenciar-, era la familia. Pero no todos los Jover disfrutan de similar posición económica. Entre ambas ramas se ubica un buen número de grupos domésticos jornaleros, dos alfareros y dos sastres. Pese al exitoso ciclo económico y social de la rama Jover principal, el peso de estos pequeños contribuyentes en el conjunto del segmento hace que la cuota media anual apenas sobrepase las 3 libras al inicio de la etapa y las 4,5 a su conclusión. Su esfuerzo a través del tiempo no les permite mantenerse por encima de la mediala y, como ocurre con los principales Cabrera, también los Jover-Isach acaban rodeados de un amplio abanico de familiares dependientes.
9.3.3 El paradigma de la adaptación: la saga de los Barrafón “Bonifant”.
* LOS BARRAFÓN. Sin duda su segmento de linaje es el que mayor distancia patrimonial expresa entre su rama principal, “tenida” por infanzona desde mediados del siglo XVIII, y el resto de individuos del apellido, en progresiva transformación de parientes en clientes o dependientes. De todos los catastrados entre 1730 y 1832 (51 individuos) destaca la saga que contiene los mayores contribuyentes del linaje, encuadrados todos dentro de la rama conocida como de los Barrafón “Bonifant”. Como certeramente intuyó en su día Valeriano Labara, -breve biógrafo del fragatino con más lustre político de la etapa-,22 el apellido Barrafón es otro de los de mayor antigüedad en la ciudad. Sin tomar en consideración los antecedentes onomásticos “Barrufo”, “Barrefo” o “Barrafo”, fragatinos al menos desde 1333 y
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trasmisores de un probable origen mudéjar, el apellido cuya denominación definitiva ha cuajado en su forma castellanizada -Barrafó(n)-, ocupa numerosas páginas en la documentación local desde el siglo XVI. (Hasta una almorda de la acequia vieja llevó el nombre de almorda de Barrafón y una de sus partidas de regadío se conoció como partida dels Barrafons). Sin conocer sus concretas relaciones de parentesco, los primeros partícipes del apellido documentados a fines del siglo XVI y durante el XVII son: Juan Barrafón, sorteado como jurado de la villa en 1607; Domingo Barrafón, casado ya con Esperanza Guardiola en 1615; y Pedro Barrafón –alias “Bonifant”-, casado con Jerónima Mañes desde 1577 y que resultará cabeza de la rama con mayor ascendiente social futuro. También Juan Antonio Barrafón, casado con Josefa Montesinos (viuda ya en 1700); Miguel Juan Barrafón y Antonio Barrafón, jurados en 1664 y 1678 respectivamente, y José Barrafón y Pedro Barrafón llamados “del puente”, precisamente para diferenciarlos de la rama principal, también jurados en repetidas ocasiones durante los últimos años del XVII y primera década del XVIII, antes de trocarse el concejo austracista en ayuntamiento borbónico. Un mínimo de siete individuos Barrafón lograron el puesto de jurados en diferentes ocasiones durante el Seiscientos, lo que d idea de su dilatada participación del poder local durante la etapa insaculatoria. Desde luego su calidad de jurados implica estar insaculados en las primeras bolsas para los oficios de gobierno y es signo de fortuna y cierto rango social. Es más, algunos de ellos expresan un superior estatus entre sus convecinos al ser propuestos para el cargo de baile y oficial Real de la villa en diferentes años: Juan Barrafón lo es en 1646, y ejercieron el cargo José Barrafón en 1680-1681 y Miguel Barrafón “Bonifant” durante tres años, de 1684 a 1686. Como puede apreciarse en su GENEALOGÍA ANTECEDENTE, al menos desde el siglo XVI el apellido está emparentado ya con los Mañes y los Martí(n), y con otros de mayor relieve durante el XVII: un Bautista Barrafón aparece casado con Magdalena Cabrera en un cabreve de 1666 y Miguel Antolín Barrafón Aguas será viudo de Petronila Cabrera, y casado en segundas nupcias (en 1669) con Isabel Juana Agraz Castilla. Su hermana María Esperanza Barrafón Aguas es cónyuge de José Valentín Boix (o Foix), según el libro del Justicia de 1659, en un enlace que refuerza el parentesco trabado en la generación anterior entre María Isabel Barrafón “Bonifant” y Mauricio Valentín Barutell, de amplia descendencia. De acuerdo a lo comprobado para otros linajes que atraviesan el siglo XVII, casi con seguridad el apellido Barrafón inicia la centuria con sólo tres o cuatro brazos familiares. Pese a la antigüedad del linaje, los brazos supervivientes son limitados hasta el siglo XVIII y sólo el crecimiento demográfico de este siglo los
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multiplica. Pero con ser pocas las ramas de los Barrafón que entrarán en el siglo XVIII, son casi el único linaje que ha sentido la necesidad social de mantener viva a un mismo tiempo la diferenciación entre ramas y la sensación de pertenencia a un tronco común. Todos se reconocen entre ellos y pretenden ser reconocidos como individuos de un solo apellido –Barrafón-, sin más. Pocas veces queda constancia escrita de su segundo apellido en el período anterior al XVIII. Pero, al mismo tiempo, se identifican y diferencian como descendientes de una hembra inicial “Na Cilia”, otros de “Na Juana”, mientras otros responden al ascendiente “Bonifant”. Así, los ya nombrados Juan y José Barrafón pertenecen en sucesivas generaciones y con seguridad a los Na Cilia. El primero se documenta, junto a su esposa Magdalena Purroy, como difunto (quondam) en 1665, y su hijo José aparece como huérfano menor de catorce años que, pese a llamarse José Barrafón Purroy, será repetidamente nombrado sólo como José Barrafón de “Na Cilia” o “Nasilia” cuando sea insaculado en las bolsas de gobierno. José ya no aparece en los listados del derecho de alfarda de 1698, pese a haber poseído tierra en la huerta, ni lo hace en la de 1715 su también posible hijo del mismo nombre y de segundo apellido Montull, que ejerció de jurado en repetidas ocasiones hasta 1708. Después de ellos, -que nos conste- a ningún otro Barrafón se le nombrará con el apodo o distintivo de “Na Cilia” durante el siglo XVIII. En cambio, los “Na Juana” alcanzarán mayor continuidad documental, primero como tales y más tarde diferenciados ya con segundos apellidos dentro del Setecientos. El primer individuo conocido de esta saga sería un Salvador Barrafón, vecino de fines del siglo XVI, casado, y cuyo hijo José se documenta en 1634 como José Barrafón de “Na Juana”. ¡Lástima no conocer el nombre de pila de su madre! Con posterioridad se documenta entre 1659 y 1685 un Pedro Barrafón “Na Juana”, que posee 16 fanegas de regadío ese último año y es insaculado en la tercera bolsa de oficios públicos. Luego, sus dos hijos Pedro y Miguel Barrafón, siguen siendo “Na Juana” aunque su segundo apellido es con total seguridad Doménech. Entrarán en el siglo XVIII figurando con diferentes bienes en el primer catastro conservado. Por los listados de pago de la alfarda en las últimas décadas del siglo XVII conocemos la posesión de tierra de diferentes individuos Barrafón. Tal vez esta circunstancia, junto con los cargos públicos desempeñados por algunos de ellos, sean los únicos rasgos que permiten diferenciar socialmente las ramas que inician el XVIII. Aunque todos ellos pueden identificarse como labradores, los “Na Juana” no alcanzan las dos hectáreas por individuo en la huerta, los “Na Cilia” rayan las seis, mientras los “Bonifant” superan las diez hectáreas de regadío; una posesión considerable para lo usual entre los fragatinos del momento. Los “Bonifant” pertenecen con seguridad a la elite económica del siglo XVII, mientras sus ramas
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colaterales ya no. Del mismo modo, mientras ellos son insaculados en primeras bolsas, los “Na Cilia” lo serán en segundas y los “Na Juana” sólo en terceras. La distinción la realiza el comisionado Real que periódicamente, cada diez años, vigila la legalidad del proceso. Con todo, siendo los “Bonifant” fragatinos relevantes socialmente, resultan a su vez segundones de la rama principal del linaje. Se han desgajado de un tronco más antiguo, durante el último tercio del siglo XVI, a partir del nacimiento en 1584 de un Miguel Barrafón Mañes. De la sección de Infanzonías del archivo histórico provincial de Zaragoza se desprende que un sobrino de éste, llamado Jaime Juan Barrafón Martí(n), promovió en la Corte del Justicia Mayor de Aragón, en 1676, un proceso de prueba de su infanzonía para el que hubo de aportar su árbol genealógico. Según el documento, el primer Barrafón al que podía remontarse y de quien afirma el estatus de infanzón sería su abuelo Pedro Barrafón “Bonifant”, casado en 1577 con Jerónima Mañes, de Fraga. Luego, su padre Jaime Barrafón Mañes se habría casado con Magdalena Martí(n) en 1591 (supuestamente también en Fraga) y de ellos provendría como primogénito el mismo Jaime Juan que promueve proceso en la Corte del Justicia de Zaragoza, donde reside desde la década de 1640. Nada más sabemos de él sino la –supuesta- precaria situación económica de sus hijos a fines de siglo. Se trata en cualquier caso de la rama principal del apellido, residente en Zaragoza. En puridad, si su abuelo era “infanzón de sangre, naturaleza y solar conocido”, sus descendientes por línea directa masculina eran también infanzones. Si, en cambio, había sido asimilado a los infanzones por privilegio personal en razón de su profesión (que no se indica y se ha supuesto descendiente de notario), tal vez sólo fuera considerado exento de contribuciones entre los nobles y, en ese caso, sus vástagos no adquirían la condición de tales. Ni los residentes en Zaragoza, ni en ningún caso lo serían sus dos hermanas fragatinas documentadas por otras fuentes: Josefa, viuda en 1676 (posiblemente de Melchor Ferrer), y Jerónima, casada al parecer con un tal Pedro Nicolau. Y lo mismo cabría afirmar para la que parece ser rama segundona del linaje “Bonifant” ubicada en Fraga. Miguel Barrafón Mañes, -segundo eslabón “Bonifant” nacido en 1584-, sería infanzón si su padre Pedro lo fue de sangre, naturaleza y solar conocido, y si no, no. En cualquier caso –infanzón cierto o ficticio-, es el origen de la saga que nos conduce a los mayores contribuyentes Barrafón del siglo XVIII, quienes, por cierto, no fueron incluidos en los primeros catastros como tales sino como vecinos del Estado Llano y labradores de profesión. Sólo en la segunda mitad del Setecientos fueron catastrados dentro del estamento nobiliario desde que uno de ellos, don Antonio Barrafón Fox, adquirió la condición de doctor en leyes y por ello la de “exento por ordenanza”.
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De acuerdo con su SEGMENTO DE LINAJE, desde mediados del siglo XVIII el número creciente de individuos Barrafón incluidos en los sucesivos catastros se agrupan en no menos de diez familias, a juzgar por sus segundos apellidos: Doménech, Bataller, Colea, Pastor, Royes o Canté entre otros, con varios grupos domésticos en algunas de ellas. Su ocupación más común es la de labradores, a veces casados con hembras de linajes significativos, aunque conforme avanza el siglo menudean cada vez más los grupos domésticos de jornaleros, como en tantos otros apellidos. Junto a ellos, algún eclesiástico maestro de gramática o algún bachiller en medicina, que denotan holgura económica, pero también los hay pastores de ganado o guardas del monte. Entrado el XIX, basta fijarse en los varios censos de población conservados así como en diferentes amillaramientos de bienes, para comprobar que las familias Barrafón son ya multitud. Seguramente les es imposible reconocerse entonces como parientes lejanos de un mismo y antiguo linaje, por más que el sentimiento de pertenencia a una misma parentela haya sido en Fraga, -hasta hace cuatro días- extraordinariamente persistente. El primer mayor contribuyente de la saga “Bonifant” en el XVIII es Miguel Francisco Barrafón Agraz. Se casará con Teresa Pérez Ferrer, de Barbastro, en una ceremonia oficiada por el hermano canónigo de la novia, años después de que otra hermana de ambos resida en Fraga casada ya con un vástago de los Sansón. En su calidad de escribano, “don” Miguel Francisco será secretario del consistorio en el último período insaculatorio, para figurar luego como capitán de una de las cuatro compañías formadas en la villa durante la guerra de Sucesión. Luego de concluida, don Miguel será alcalde primero y tesorero de la Concordia Censal. A lo largo de su prolongado ciclo vital, y pese a sus cargos, no conseguirá aumentar su patrimonio agrario en el regadío, que retrocede ligeramente, aunque triplica su tierra de secano. Su política matrimonial le lleva a casar a su hija menor con el maestro cerero José Navarro Navarro,
contribuyente
significativo;
a
su
primogénito
Miguel,
también
contribuyente significativo, con una Aymerich; y a su hija mayor en 1728 con el infanzón don Francisco Perisanz Bielsa, heredero del máximo contribuyente fragatino del momento. El temprano fallecimiento de don Francisco Perisanz sin descendencia trunca este prometedor enlace y la cuantiosa dote y escreig vuelven al patrimonio y casa de los Barrafón, en manos de la viuda usufructuaria. En cualquier caso, los años del parentesco Barrafón-Perisanz debieron ser de pomposo alarde social para un Miguel Barrafón de patrimonio mediano, comparado con el de un yerno que le quintuplicaba en hacienda. Don Miguel Francisco completó la renta de la tierra y sus ingresos como secretario, alcalde y tesorero de la Concordia con actividades de mayor riesgo:
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destacado cosechero de vino, intentó comercializarlo por sí mismo al margen del ayuntamiento; fue porcionista en el arriendo de las carnicerías del vecino lugar de Ontiñena junto a don Miguel Bodón y administrador de las de Fraga durante varios años. Todo ello, -renta de la tierra, salarios y beneficio comercial-, le permitirá traspasar, sin apenas mengua, patrimonio y capitales a su segundón Antonio, con quien convive, pese a haber contentado generosamente a su primogénito Miguel y dotado a sus hijas Rosa y Teresa con caudales acordes a “los posibles” de su casa. Había alcanzado el décimo lugar entre los contribuyentes y su hijo y heredero Antonio Mateo Barrafón Pérez ascendería al quinto puesto en 1758. Antonio mantiene sus tierras de regadío en arriendo y tiene sus masadas cedidas a terraje mientras se dedica a una actividad que va a resultar con los años estandarte económico de la familia: la de arrendatario del aguardiente en la ciudad. No sabemos cómo fabrica el licor en su destilería del barranco de Arnero, pero sí que está obligado por contrato a suministrarlo a las tabernas que lo venderán “por menor”. Paga anualmente a la Intendencia el impuesto estipulado, por ser este producto “pecha Real”, y negocia monopolísticamente su venta en Fraga y en el exterior. Barrafón está alerta para que nadie se entrometa en su negocio. No lo permitirá ni a quien como eclesiástico crea tener inmunidad para hacerlo. Pero, con los años, el Real Acuerdo decretará finalmente su libre venta. La liberalización del comercio del vino y del aguardiente supuso para Antonio un revés que le obligó a centrarse en otras actividades. Desde 1755 había intentado ampliar el radio de sus negocios contratando el arriendo de las tiendas de comestibles. Barrafón las abastecería en exclusiva por 200 libras anuales para el ayuntamiento; pero antes de finalizar su contrato las autoridades regionales lo anularon y devolvieron este abasto al régimen anterior, cuando los tenderos sólo estaban obligados a compensar al ayuntamiento por su libertad de acción. En ese contexto y gracias a su dinamismo, Barrafón consiguió en tan solo ocho años, entre 1760 y 1768, duplicar su patrimonio catastral desde las 2.226 a las 5.500 libras. Pero, sin duda, su mejor negocio consistió en enviar a su hijo a estudiar leyes primero a Huesca y luego a Zaragoza. De allí regresaría como doctor, don Antonio Barrafón Fox, luego de ejercer durante años como abogado de la Real Audiencia, de la que fue decano, y de haber ocupado otros puestos de relevancia relacionados con su profesión mientras residió en Zaragoza. 23 La madre de don Antonio, Josefa Fox Barber, de Belver de Cinca, se preocupaba entre tanto de que su hermana Gertrudis entrara en el monasterio de Casbas, donde llegaría a ser su abadesa.
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A efectos de patrimonio don Antonio Barrafón Fox resultaba heredero de unas posesiones agrarias algo mermadas por dotes y de un capital circulante acrecido por su padre. En realidad, el ámbito económico de ambos se caracteriza más por sus actividades complementarias que por su gestión agrícola, y aplican el beneficio obtenido con ellas a incrementar su patrimonio urbano: las cinco casas que poseía su padre se convierten en once. La demostración de la importancia que adquieren las actividades del abogado está en las cuotas catastrales que satisface: es tan elevada su cuota por el catastro personal, industrial y comercial (32 libras anuales), como la que paga en el catastro real (33 libras) por sus bienes sitios. Siendo hacendados medianos que podrían vivir de su renta patrimonial o de su profesión, los Barrafón prefieren arriesgar sus dineros en actividades industriales y comerciales. Aprovechan la mejor coyuntura del siglo para hacer negocio. Además, con sus beneficios mejoran sensiblemente su liquidez patrimonial de una generación a la siguiente, dejando de ser censatarios para convertirse en censualistas de varios vecinos. De nuevo la inversión censal como fórmula de acumulación de renta y de patrimonio. La actividad lucrativa del doctor don Antonio Barrafón Fox se complementa con su política matrimonial. Don Antonio parece haberse casado muy joven con doña Ignacia Aymerich Alaiz, en lo que hubiera supuesto su aproximación a uno de los linajes locales de infanzonía reconocida. Pero la falta de descendencia frustró el intento. Igualmente sin descendencia parecen haberse producido sus segundas nupcias con doña Benita Fantoba. Sólo su tercer matrimonio con la también viuda doña Francisca Viñals Sudor prolongará su casa en su hija primogénita, doña Manuela Barrafón Viñals, y en su hijo menor aunque heredero don Domingo María Barrafón Viñals, obligado a dotar a su hermana con 4.000 libras jaquesas al “tomar estado”. Con su tercer matrimonio don Antonio cumplía varias expectativas. Por una parte reforzaba la política de reagrupamiento patrimonial seguida por sus padres, puesto que su abuela materna (Teresa Barber, de Belver de Cinca) era tía abuela del primer marido de Francisca (el infanzón y guardia de Corps don Juan José Barber y Coll, de Monzón)24 y su enlace estrechaba parentesco con ambas ramas Barber, cuya descendencia fragatina se detalla en su SEGMENTO DE LINAJE.25 De otra parte, don Antonio absorbía con esta política matrimonial cuotas importantes de otros patrimonios. Su tercera esposa era hija heredera del inmigrante mercader de paños, comerciante en granos y factor de utensilios de la tropa Pedro Juan Viñals Gallart,26 mayor contribuyente casado con la viuda Josefa Sudor Satorres,27 quienes en tan sólo veinte años habían acumulado un
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patrimonio agrícola y urbano considerable, derivado de su propia actividad comercial y del proveniente del primer matrimonio de Josefa con el también mercader y mayor contribuyente Lorenzo Usted.28 El SEGMENTO DE LINAJE de los Sudor detalla sus diferentes sagas y red de parentesco. La de mayor continuidad es la derivada del posible hermano de Josefa, el persistente arrendatario de bienes de propios Antonio Sudor.29 Además, el matrimonio de don Antonio Barrafón Fox y doña Francisca Viñals Sudor supuso el establecimiento de nuevas relaciones de parentesco por afinidad: don Antonio tenía por cuñado a don Joaquín Rubio-Sisón Bages mayor contribuyente casado con la hermana menor de Francisca, Raimunda Viñals Sudor. Al propio tiempo, vio como su hijastra (“entenada” se decía entonces) doña Josefa Barber Viñals se casaba con don Vicente Monfort Badía mayor contribuyente perteneciente a otro de los linajes inmigrantes con mayor relieve socio-económico en sucesivas generaciones. Y todavía más influyente resultaría en el ámbito regional el matrimonio de su también “entenado” don Francisco Antonio Barber Viñals, mayor contribuyente en la cuarta generación, con doña Javiera Peralta y Almerge, de Zaragoza, donde había fijado su residencia al ocupar un puesto de regidor perpetuo. Es decir, varias familias de poderosos inmigrantes, -Usted, Viñals, Rubio, Barber y Monfort- se unían en diferentes grados de parentesco al tradicional linaje de los “Bonifant”, al tiempo que el abogado recogía parte de sus patrimonios. El aumento de su indicador de riqueza en 1789 lo demuestra sin lugar a dudas. Gráfico 21 EVOLUCIÓN DEL INDICADOR DE RIQUEZA BARRAFÓN "BONIFANT" (en libras jaquesas)
40.000 35.000 30.000 25.000 20.000 15.000 10.000 5.000 0
1730
1751
1772 PC
1789 CS
865
MC
1803
1819
1832
Su hijo don Domingo María Barrafón Viñals tendrá una fulgurante carrera social y política. Considerado vecino en 1819 y forastero en 1832, hunde parte de sus sólidas raíces económicas en estas relaciones de parentesco. Y el hecho de poseer al final de la etapa el mayor patrimonio en la ciudad también, aunque ayudasen a ello sus “proventos y emolumentos” en el desempeño de relevantes empleos nacionales. Su peritación catastral de 1832 ya lo cifra en treinta y cinco hectáreas de regadío distribuidas en trece parcelas, de las cuales tres son extensos huertos cerrados; ciento once hectáreas de secano en cuatro masadas y catorce casas en diferentes calles del núcleo urbano; sigue cobrando además pensiones de siete censos y su patrimonio está libre de cargas. Su indicador de riqueza local es de 16.866 libras, correspondientes sólo a su contribución por el catastro real, que con seguridad son un pálido reflejo de su verdadero potencial económico. Baste advertir que cuatro años más tarde, con motivo de una contribución extraordinaria durante la guerra Carlista, se le requieren 2.656 libras jaquesas (50.000 r. v.) como máximo contribuyente de la ciudad, casi tanto como se pedía al obispo de Lérida por sus rentas en los pueblos aragoneses de la diócesis (60.000 r. v.). 30 Aunque es preciso reconocer que en ambos casos, como en los de otros vecinos, la razón de tan elevada exigencia respondía –según sus enemigos liberales- a su clara adscripción a la causa carlista. A lo largo de los sesenta y tres años de existencia de don Domingo María, su currículo ideológico podría entenderse cuando menos como ambivalente. Todos sus ascendientes hasta el bisabuelo paterno se habían sentado en los sillones centrales del consistorio borbónico: su bisabuelo Miguel Barrafón Agraz había sido alcalde primero durante un trienio y regidor durante cuatro más; su abuelo Barrafón Pérez alcalde segundo, diputado del común y síndico procurador general; su padre Barrafón Fox síndico antes de la guerra de la Independencia y presidente de la municipalidad francesa en 1811 poco antes de fallecer, y él mismo ejerce como regidor segundo durante el Sexenio Absolutista de Fernando VII y regidor decano los dos primeros años del Trienio Liberal. Su trayectoria política había comenzado años atrás, al inicio de la guerra de la Independencia. El joven don Domingo María Barrafón Viñals, con comisión del gobernador de Lérida, prepara entonces un plan de defensa de la ciudad y de los puestos clave en la Ribera del Cinca, con el beneplácito de la junta de gobierno formada en Fraga. El plan se remite en secreto a Lérida para su aprobación por el gobernador de la plaza, mientras Zaragoza permanece sitiada.31 Cuando los franceses entran en Fraga Barrafón marcha con el ejército español y, en 1810, ocupado todo el territorio por los franceses, regresa. Al año siguiente ocupa el
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cargo de corregidor del partido por defunción de su padre, pese a la desconfianza que produce entre las autoridades intrusas. De hecho, don Domingo María parece haber actuado como agente –espía- de algún “comisionado” por las autoridades españolas rebeldes a José I, al dictado de su cuñado, el oidor de la Audiencia de Zaragoza don Francisco Borja de Cocón, casado con su hermana doña Manuela.32 En junio de 1813 se une de nuevo a las fuerzas comandadas por el Barón de Eroles y regresa a Fraga cuando éste consigue su “liberación”. Al concluir la guerra, Barrafón debe justificar su conducta política “en juicio de jactancia” por haber colaborado con los franceses, y durante el Sexenio Absolutista permanecerá en la ciudad, siendo ya considerado y consultado para diversas cuestiones de gobierno como sujeto pudiente y propietario. De hecho, en ese momento es el noveno contribuyente según el catastro de 1819. Junto a su amigo el Barón de Eroles, ahora residente en Madrid como teniente general del ejército, Barrafón es comisionado por el ayuntamiento ese mismo año para ir a la Corte a felicitar al Rey por su casamiento con doña Amalia de Sajonia y para intentar una serie de objetivos fiscales y de gobierno. Pedirá la condonación a Fraga de los atrasos de contribución a cambio de los adelantos que hizo la ciudad durante la guerra (más de 9.000 duros); debe recuperar las acciones del Banco de San Carlos que la junta de propios tiene extraviadas allí; solicitar la creación de un colegio de jesuitas o escolapios y pedir que se agreguen a Fraga diferentes pueblos de la comarca que conformen el partido judicial y contribuyan a satisfacer el salario del nuevo corregidor. Pero al mismo tiempo debe sondear la posibilidad de que “vuelvan los dos alcaldes ordinarios” en sustitución de la figura impuesta del corregidor. A su regreso de la Corte en 1820 sin conseguir la mayoría de los objetivos propuestos, Barrafón es considerado idóneo por la real Audiencia para obtener el empleo de regidor primero en el nuevo ayuntamiento constitucional. Le avala su actuación durante la contienda como ayudante de campo del general Lavalle y luego del general Barón de Eroles. Y, además, “su notorio desinterés, moralidad y adhesión grande a la constitución política de la Monarquía; por manera que sus ideas liberales en esta parte son bien conocidas de sus conciudadanos”. Sin embargo, la verdadera adhesión ideológica de Barrafón se manifiesta dos años después, en 1823, cuando de nuevo abandona Fraga y se documenta como “secretario de la denominada Regencia de Urgel”, bajo el amparo de su amigo el Barón de Eroles y en clara reacción absolutista a la deriva exaltada del Trienio. En diciembre de ese mismo año los bienes de Barrafón son confiscados junto a los
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de otros “facciosos” fragatinos huidos, por orden del comandante general del sexto distrito militar, por considerarlos “traidores a la patria”, aunque inmediatamente serán indultados por la misma autoridad. Una vez concluido el Trienio y vuelto Fernando VII al sistema absolutista, Barrafón
es
nombrado
en
1824
Intendente
de
Aragón
“por
sus
amplios
conocimientos de hacienda”. El membrete de sus comunicaciones con Fraga desde entonces le describe como “don Domingo María Barrafón Viñals, de Fox y Pérez, condecorado con la Cruz del Segundo Tercio de Zaragoza y con el escudo de distinción concedido por S. M. a sus fieles y leales servidores; caballero de la Orden Real y Militar de San Luis de Francia, Socio de la Real Sociedad Aragonesa, Académico de Honor de la Real de nobles y bellas artes de su capital, Intendente del ejército y Provincia de Aragón, Navarra y Guipúzcoa, Subdelegado de todas las rentas Reales en ella, y corregidor de su capital y partido.” En 1828 Barrafón es ya intendente del ejército y Principado de Cataluña, y en septiembre de 1830 se recibe en Fraga la noticia de su nombramiento como corregidor de la Villa y Corte de Madrid y consejero del Supremo Consejo de Castilla. El corregidor de Fraga propone entonces hacer su retrato para colgarlo en la sala consistorial. El último Barrafón “Bonifant” moría soltero en 1852 como senador de Isabel II, luego de haber testado y hecho heredero y sucesor a su sobrino don Francisco Monfort Barber con el encargo de subrogar luego la herencia en favor de su hijo Mariano Monfort Toronchel. Los Barrafón “Bonifant” son el mejor ejemplo de adaptación a los tiempos. Mientras pertenecer al Estado Llano es condición indispensable para ocupar puestos de poder en el concejo insaculatorio ellos son candidatos considerados idóneos y sin excepción para ser insaculados. Pero al mismo tiempo consiguen el puesto de baile, reservado a los apellidos de mayor honra y tradición. Cuando el concejo se troca en ayuntamiento con la Nueva Planta, son también tenidos como aptos para asumir las más altas cuotas de mando desde la alcaldía, -por su fidelidad al Borbón-, asimilados a “la primera nobleza”, pese a no ser “tenidos” por infanzones a efectos de exención de impuestos por el catastro personal. Desde fines del XVIII, mientras la mayor parte de los ediles sienten como ofensiva a sus prerrogativas la imposición de un corregidor, el Barrafón más ilustrado –el abogado don Antonio- lo alberga en su casa y se convierte en su asesor y aliado permanente frente a las trabas que otros fragatinos oponen a su acción de gobierno. El último Barrafón “Bonifant” –don Domingo María- consigue mantenerse siempre cercano a la esfera del poder local y nacional, pese a los bandazos
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ideológicos de su contexto: puede servir a un Rey absoluto, luego a quienes le obligan a firmar la constitución, más tarde aliarse con quienes la repudian y auparse luego a cargos de relevancia estatal. Una ideología elástica que le lleva a la alcaldía de Madrid y al Senado una vez asentado el Régimen Liberal en su versión moderada. Don Domingo es otro insigne ejemplo de la revolución que no fue. En el ámbito económico, -del bisabuelo al biznieto-, los “Bonifant”
son
capaces de seguir el largo trend secular de bonanza, aplicados al negocio, postulando siempre la libertad de comercio frente a los monopolios municipales, -cuando ellos no los disfrutan-, sirviéndose del mecanismo del crédito para conseguir arraigo, hasta convertirse en los principales propietarios de la ciudad. En el ámbito social, su estrategia les conduce al matrimonio exogámico ascendente, que busca su ennoblecimiento mediante enlaces con infanzones reconocidos primero y luego con los mayores individuos “pudientes”, para acabar formando parte de la red local de linajes con mayor proyección de futuro.
9.3.4 Del trato ganadero a la actividad crediticia: Los Vera.
* LOS VERA. Tan antiguo como el de Barrafón o Cabrera es sin duda el apellido Vera en Fraga. Aparece ya en la fogueación de 1495 y desde entonces en diversas fuentes de forma continuada. Con este apellido como con otros se producen confusiones frecuentes en los intentos genealógicos de la baja Edad Media dado que las féminas solían incorporar entonces el apellido de sus maridos e incluso anteponerlos al propio si lo consideraban de mayor relevancia social. También sucedía que algún varón yuxtaponía otro apellido al suyo en razón de haber heredado un patrimonio y haberse comprometido a ello. Con estas precauciones intentaré enumerar los primeros individuos Vera documentados en la villa. Por un lado consta una saga cuya primera noticia deriva de la creación de un censal en 1496 con Martín de Vera y sus hijos e hijas como beneficiarios, y cuyos “habientes derecho” posteriores corresponderían a individuos de los linajes Montañana y Román, todos ellos fragatinos. Por otro, en fechas similares se documenta una Juana Bardaxí, hija de Ivany de Bardaxí, que se habría casado dos veces: la primera con Galcerán de Santángel y la segunda con Maxi de Vera, por lo que en ciertos documentos se la conoce como “Juana de Santángel y Vera”. Obviaba su propio apellido para ostentar con honor los de sus maridos. Entre sus descendientes se incluyeron individuos de los linajes Martel, Heredia y Carvi. Independientemente de los anteriores, durante el siglo XVI se documenta un Pedro de Vera, natural de Sariñena y su hijo Juan de Vera que se casa en Fraga con Esperanza Foradada; también en ese siglo se documentan como “caballeros de Fraga” asistentes a las sesiones de Cortes del Reino un Mateo de Vera y un Juan de
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Vera; y a mediados de la centuria se documentan otros individuos del apellido como Magdalena de Vera, casada con el boticario infanzón don Miguel Esteban, o Agustín Vera que figura como ‘jurado’. Cien años después, sabemos de un Simón de Vera, labrador, Pedro Vera del mismo oficio, un Gaspar Vera y un José de Vera, jurado de la villa, la mayoría de los cuales están insaculados en segundas bolsas para los oficios de república y poseen medianos o pequeños patrimonios de tierra de regadío. En cualquier caso, no puedo establecer conexión fiable entre estos antecedentes y las diferentes ramas del apellido observables al inicio del XVIII. Sin poder precisar tampoco su parentesco mutuo, sí parece existir una considerable distancia entre los patrimonios y ocupaciones de los diferentes brazos. El primer catastro pone de manifiesto no menos de cinco grupos domésticos del apellido, como puede apreciarse en su SEGMENTO DE LINAJE. El principal de ellos es el formado por el militar don José de Vera ¿…? y su esposa Esperanza Penella. El don con que precede su nombre se debe posiblemente a su actuación como capitán del regimiento formado en Fraga durante la guerra de Sucesión en el bando Felipista y como ayudante mayor del regimiento de Sevilla con el grado de capitán. Sus padecimientos y méritos durante los primeros años del conflicto son certificados por el Conde de Gerena en 1708 cuando don José eleva al Rey un memorial pidiendo ayuda. 33 Ese mismo año, don José será enviado a Madrid junto a don Francisco Doménech, para intentar conseguir para Fraga la serie de privilegios que finalmente el Rey concedió. Superado el conflicto, don José aparece en la primera fuente fiscal como labrador, ganadero y arrendatario de varios bienes de propios. Su patrimonio es considerable, con diez hectáreas de regadío y setenta de secano, cuatro casas, cuatro bueyes, tres jumentos y 33 colmenas grandes o fijas, con un indicador de riqueza que le sitúa en las 2.767 libras. Ocupa a lo largo de su ciclo vital diversos cargos de confianza tales como administrador de las tabernas, mayordomo del hospital, miembro de la junta de regantes o perito para la valoración de las haciendas en los libros catastro. Sin embargo, otros veinte años después, su patrimonio ha disminuido, tanto en el ámbito rústico como en el urbano, aunque incrementado con un considerable rebaño lanar de 500 cabezas. Su intervención en el consistorio es breve y tardía, aunque ocupa el puesto preeminente como regidor primero en el trienio 1747-1750. Su hijo mayor Teodoro –con quien convive- no le superará patrimonialmente y seguirá siendo labrador, aunque “vende en su puerta por menor cebada, pan, vino, etc.”. Cuando la Real Audiencia debe informar sobre sus cualidades personales para el cargo de alcalde, dice de él que “es de ejercicio labrador con criados, de familia distinguida, expedito y de buen talento. Ha sido propuesto para
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empleos de república, pero no ha sido nombrado. Su patrimonio es corto y se estima
en
2.066
libras”.
Cuando
de
soltero
figuraba
entre
los
pequeños
contribuyentes, su mejor logro debió consistir en desposar a una Cabrera-Mañes, hija de un mayor contribuyente. Teodoro dedica a su primogénito Joaquín a la Iglesia, como beneficiado de una de las capellanías de mayor renta, mientras otro de sus hijos, Francisco, seguirá como labrador con frecuente presencia en el ayuntamiento, donde ejerce como regidor por tres trienios. El finalmente heredero José Vera Cabrera conseguirá incluirse entre los mayores contribuyentes en la tercera generación, dedicado “al comercio de caballerías y carruajería que por sí y sus criados de continuo gobierna, trajinando con ellos por la carrera universal”. En efecto, además de comerciar con granos como lo hacía su padre, José compite con la compañía de los Cortadellas, comprando año tras año mulas a varios tratantes que las traen de Francia, para revenderlas luego él entre los vecinos. Su verdadero volumen de negocio ha de superar con creces su indicador de riqueza, que en 1803 ronda las 8.000 libras. José se ha casado con Teresa Bellmunt, hija única y heredera de José Bellmunt ¿…?, labrador y ganadero, cuyo patrimonio casi iguala al de su yerno. De José y Teresa nacerán varios hijos. Continúan la tradición familiar con un nuevo eclesiástico beneficiado en San Pedro –su hijo don Pablo-, mientras el primogénito Ramón Vera Bellmunt, se mantendrá entre la elite económica durante la cuarta generación. Ramón diversifica el patrimonio familiar y cuenta con un indicador de riqueza de 17.629 libras en 1819, salvando favorablemente el período de la guerra como asentista del ejército. Continua la actividad paterna como tratante de mulas, posee nueve hectáreas de regadío, siete casas en el núcleo urbano y dispone de silos, botiga y corrales para el ganado. Cuenta además con un negocio de posada en el núcleo urbano desde la libertad de hacerlo concedida por las Cortes en 1812. Considerado sujeto hacendado, es un asiduo prestamista con multitud de “contratos de obligación” concertados en toda la comarca al rédito del 6%. También es abastecedor de las carnicerías de Albalate de Cinca y otros pueblos comarcanos. Ocupa el quinto puesto contributivo en 1832, el segundo en 1837 y su hijo don Pablo Vera Roca llegará a ser el primer contribuyente local en 1860. Algunos de sus competidores les acusan de “haber crecido muy deprisa”. 34 Tanto él como su hermano menor Miguel participan ocasionalmente en el ayuntamiento en puestos de representación popular, como síndicos y diputados del común. Su hermano Joaquín Vera Bellmunt, casado de nuevo con una Cabrera, será escribano del juzgado, notario y alcalde en la etapa liberal posterior.
871
La suya es una rama en claro ascenso, llamada a ocupar puestos de relevancia social en el futuro. El biznieto de aquel capitán felipista en la guerra de Sucesión es ahora un acérrimo liberal, miembro exaltado de la Milicia Nacional desde sus inicios, luego de haber sido tachado de afrancesado durante la guerra contra Napoleón. Como contrapartida, tanto los Bellmunt como los Vera cuentan entre sus filas con varios eclesiásticos beneficiados del capítulo cuya influencia en la sociedad fragatina es y será considerable durante décadas. Los Vera, como los Barrafón a otro nivel, son capaces de conjugar la sujeción al Antiguo Régimen con el aprovechamiento de los resquicios que ese mismo régimen deja a la libertad de acción. En el ámbito financiero, parten de la adscripción al censal mort como instrumento de obtención de renta vitalicia, para subirse tempranamente al carro del contrato de ‘obligación’ que, junto a un rédito muy superior, permite la reinversión del capital prestado. En el ámbito del comercio, además del tráfico de granos, aprovechan la creciente demanda de ganado de labor, –las mulas que sustituyen a los bueyes-, para convertir su trato en su mejor fuente de capitalización. De ahí el espectacular crecimiento de su indicador de riqueza. Gráfico 22 EVOLUCIÓN DEL INDICADOR DE RIQUEZA DE LOS VERA-PENELLA-CABRERA-BELLMUNT (en libras jaquesas)
30000 25000 20000 15000 1
10000 5000 1
0 1730
1751
1772
1
1
1
(CS)
1789 (PC)
1 1
(MC)
1 1803
1819
1
1
1832 1
En tan sólo cuarenta y tres años –de 1789 a 1832- fueron capaces de multiplicar por diez su capital catastral, al amparo del extraordinario incremento de los precios durante la crisis finisecular e incluso sirviéndose de las oportunidades que la propia guerra de la Independencia les ofreció. El resto de los treinta y siete individuos catastrados, cuya genealogía queda apenas perfilada, permanecen siempre en el grupo de los pequeños contribuyentes,
872
excepto el comerciante y arrendatario de la primera generación José Vera Benet, cuya descendencia no puedo precisar. La mayoría de ellos son considerados jornaleros, algunos labradores y algún arriero, serrador o tratante de ganado. La escasa entidad de su contribución anual hace que la cuota promedio del conjunto del apellido ascienda sólo desde las 4,3 libras en 1730 hasta las 9,55 libras en 1832, desdibujando el rápido crecimiento de la casa principal. También entre los Vera hubo pronto más clientes que parientes.
9.3.5 La red de los intermediarios del poder: los Galicia-Catalán-Jorro.
* LOS GALICIA. Al menos desde el siglo XVII conocemos individuos Galicia ocupando el cargo de jurados. Durante el XVIII compaginarán la dedicación a la ganadería con el afán por la escribanía y la administración municipal, y con su propensión al beneficio eclesiástico. Una diversidad de ocupaciones que tal vez esté indicando diferentes antecedentes del apellido. De hecho, existen topónimos documentados al inicio del siglo XVIII como “la conillera Galicia” (desagüe del agua de riego) que parece indicar cierta antigüedad del apellido, mientras otras referencias tratan como inmigrantes recientes a otros portadores del apellido. Al inicio del siglo XVIII se documentan un mínimo de tres grupos domésticos Galicia, dos de ellos con relevancia económica entre los mayores contribuyentes. La rama del SEGMENTO DE LINAJE que se inicia con Bruno Galicia ¿……? en la primera generación parece provenir del Pirineo y gozar del privilegio de hidalguía como tantos otros montañeses. Es labrador de mediano patrimonio rústico con yunta de bueyes y caballerías de tiro y uno de los principales ganaderos con rebaños lanares y de pelo que oscilan entre las trescientas y cuatrocientas cabezas: “don” Bruno parece un inicial herbajante forastero que decide afincarse en Fraga para gozar de las ventajas de los ganaderos naturales. Su indicador de riqueza aumenta desde el primer catastro al segundo con 2.267 libras en 1751. Junto a su primogénito Gaspar –con quien convive-, y a su nieto heredero Gaspar Galicia Cubero, máximo ganadero en 1772 con 800 ovejas, se dedicarán habitualmente al arriendo de algunas partidas de pastos y durante varios trienios al arriendo de las carnicerías de carnero, cordero y cabrito, en un dilatado ciclo vital conjunto que prolonga la viuda de éste último hasta el catastro de 1819. El ascenso de esta casa Galicia se fortalece mediante una continuada política matrimonial que busca dotes y parentesco con familias de mayores contribuyentes. Dos de los hijos segundones de Bruno se casarán con dos hermanas Millanes; luego, el nieto Gaspar se casará con doña Manuela Mazas, hija del infanzón don
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Bautista Mazas de Lizana, alcalde dimisionario en una de las coyunturas más conflictivas del poder local. En la tercera generación los Galicia entablan fecundas relaciones de parentesco con los Rubio, Arquer y sobre todo con los Jorro: Francisca Galicia Millanes se casa con el comerciante en granos y ganadero inmigrante Miguel Jorro y Prous, que alcanza el segundo puesto en la cúspide económica de 1819 con un indicador de riqueza de 22.637 libras. Miguel Jorro había superado con éxito patrimonial notable sus peripecias como asentista de los ejércitos francés y español durante la guerra, y tras ser considerado comerciante “clandestino” de trigo y seda por sus competidores locales. 35 Igualmente, en la tercera y cuarta generación otros Galicia se casarán con féminas de los infanzones Catalán –también inmigrantes- en varios matrimonios cruzados de hermanos y primos hermanos. Y reforzarán ese parentesco inicial mediante el matrimonio entre el hijo del escribano don Jaime Jorro y Prous, hermano de Miguel, y la sobrina de Francisca, doña Ana María Galicia Catalán. La conjunción de estos tres linajes: Galicia, Catalán y Jorro establece un auténtico monopolio en la administración
municipal,
al
actuar
sus
individuos
como
secretarios
de
ayuntamiento y escribanos del juzgado durante décadas. Su control y manejo de los arriendos de propios supone una elevada cuota de poder en un organismo donde predominan los individuos que no saben leer ni escribir. En el tránsito del Antiguo Régimen al Régimen Liberal, esta red de parentesco será sin duda una de las de mayor influencia en la ciudad y su participación en la mayoría de los conflictos políticos será decisiva, unas veces como intermediarios del poder y otras como sus protagonistas. Una red ampliada por entonces con casi todos los linajes relevantes: los biznietos de aquel inicial Bruno Galicia emparentan en la cuarta generación con los Cabrera, Jover, Isach, Junqueras, Sudor y Foradada. Especialmente significativa resulta una de las dos ramas
Galicia-Millanes
a
través
del
secretario
del
ayuntamiento Juan Antonio Galicia Millanes y su esposa doña Manuela Catalán Navarro. Su hijo primogénito, don Simón Galicia Catalán, será escribano Real y secretario del ayuntamiento y del juzgado durante veintiséis años, además de notario como su padre, contribuyente significativo a fines de siglo.36 Don Simón es su heredero universal y acrece el patrimonio recibido luego de la guerra de Independencia hasta conseguir una hacienda considerable que administra mediante jornaleros. 37 Don Simón es
874
depositario de la junta de propios durante buena parte del reinado de Fernando VII y se inserta entre los mayores contribuyentes en el catastro de 1832, con una cuota por su profesión y sus actividades complementarias muy superior a la que satisface por su patrimonio, con un indicador de riqueza que supera las 9.600 libras. Partícipe en función de su oficio de múltiples conflictos privados y públicos, será un destacado protagonista de la causa liberal desde sus primeros compases, sin abdicar de su adscripción al grupo de los Infanzones y exentos por su cargo y por sus ascendientes familiares maternos. 38 Casado con la infanzona doña Josefa Junqueras Cabrera, su hija primogénita doña Manuela Galicia Junqueras se casará con su tío, el también notario Bruno Galicia Catalán, con lo que reagrupan una parte del patrimonio de la casa originaria. Los protocolos conservados de su notaría dan fe de los múltiples contratos de obligación, comandas y ventas a carta de gracia propios de la época, en un contexto crediticio que arrumba la figura del censal como antigualla. La otra rama destacada de los Galicia como contribuyentes es la de don Antonio Galicia Sansón, -contribuyente significativo en la segunda generación- con un indicador de riqueza de 1.244 libras en el catastro de 1768, cuando se le consideran realmente más del doble ese mismo año al ser propuesto para cargo público. Don Antonio ejerce de escribano local en Mequinenza, Fayón, Torrente y Velilla al menos hasta 1784. Años después es escribano y secretario del ayuntamiento de Fraga, casado con una hija de Francisco Salinas y cuyo hijo primogénito Manuel Galicia Salinas, –igualmente escribano y ejerciente en Velilla de Cinca y Ontiñena-, se casará dos veces, para cruzar posteriormente en matrimonio a la hija única de su primera esposa con el hijo de su segunda mujer, doña María Teresa Santarromán, viuda de don Francisco Foradada Escudero. De este modo, una parte del patrimonio segundón de los Galicia será absorbido por el linaje infanzón de los Foradada en la persona de don Francisco Foradada Santarromán. Una fuga compensada con la absorción de la mayor parte del patrimonio de los infanzones Catalán mediante similar estrategia de matrimonios cruzados. Al iniciarse el siglo XIX, el conjunto de los grupos domésticos de las ramas Galicia rebasan la veintena y se multiplicarán durante la centuria hasta convertirse en uno de los apellidos más comunes en la ciudad. Sus relaciones de parentesco, patronazgo y clientelismo formarán una de las redes más tupidas en Fraga. La permanencia de algún Galicia en el círculo del poder fue constante a lo largo de las cuatro generaciones. Su capacitación profesional como escribanos les mantuvo abiertas las puertas de la administración municipal, que en realidad gestionaron en beneficio propio y en el de sus parientes. Sus enemigos les acusaban de hacer firmar a los ediles analfabetos “lo contrario de lo que les leen”.
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9.3.6 Los Martí como paradigmas del comerciante-arrendatario.
* LOS MARTÍ. Si hay una familia en claro ascenso económico es la de los comerciantes Martí, del bisabuelo a los biznietos, formando siempre grupo doméstico troncal con sus respectivos padres, en la que parece constituir la estrategia o ideología fundamental de este linaje. Junto a la saga principal del apellido se documentan otros siete individuos alpargateros o jornaleros a lo largo de la etapa, pero de muy inferior cuota catastral y sin apreciable relación mutua. El apellido Martí o en su forma castellanizada Martí(n) está documentado desde el listado de vecinos del año 1395 y consta algún individuo emparentado con los Barrafón en el siglo XVI. A fines del Seiscientos un José Martín se documenta como labrador y está insaculado en tercera bolsa. Al inicio del XVIII constan en el catastro tres grupos domésticos cuya descendencia respectiva apenas puedo estructurar en cuanto a sus individuos segundones, como se advierte en su SEGMENTO DE LINAJE. La rama económicamente destacada mantiene en cada una de las cuatro generaciones a uno de sus individuos en el grupo de los mayores contribuyentes. El bisabuelo Agustín Martí ¿….? figura en 1730 como comerciante, con un indicador de riqueza de 1.875 libras, pese a que su patrimonio rústico y urbano es muy limitado: la mayor parte de su cuota se debe a la actividad comercial. Su pequeño patrimonio aparece endeudado con varias instituciones eclesiásticas, vive en una casa pequeña y carece de yuntas de labor o ganado de cría. Posee algo más de una hectárea de regadío y una pequeña masada de 16 hectáreas. Sin duda ha de servirse de jornaleros con caballerías propias para su laboreo. Veinte años más tarde, en 1751, ha multiplicado por cuatro el regadío y casi doblado su extensión de secano; posee ahora una caballería mayor y ha luido su deuda censal, mejorando su liquidez patrimonial. Su hijo primogénito Antonio Martí Laboyra se casa con Rosa Casas Labrador, mientras su hermana Agustina lo hace con el hermano de aquella, Francisco, en la componenda habitual de los matrimonios cruzados. Antonio Martí Laboyra comienza un larguísimo ciclo vital en casa de su madre, en una posición patrimonial similar a la paterna inicial, para alcanzar el grupo de los mayores contribuyentes con su viuda en 1803. Considerado arriero en 1751, se hace cargo del comercio familiar para ingresar luego en el pequeño grupo de los ganaderos naturales en 1789. Más tarde será su hijo Isidro Martí Casas quien asumirá junto a su madre la dirección de los varios negocios familiares, fundamentalmente el trato de ganado lanar o la compraventa de lana, cebada y
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centeno que durante años efectúa con la compañía de los Cortadellas. Favorecido por el inusitado crecimiento de los precios durante la crisis finisecular, su patrimonio rústico ha crecido sensiblemente con una finca de más de once hectáreas de regadío en la partida de Miralsot y tres masadas con unas 50 hectáreas de secano. Para su negocio de arriería se sirve de cinco caballerías mayores, cuatro menores y un carro. Es igualmente uno de los mayores ganaderos con 800 cabezas de ganado lanar y cabrío. En 1832 ha aumentado el regadío en casi ocho hectáreas sobre las que ya poseía y triplicado el secano. Posee ahora cinco casas en la ciudad, mantiene sus yuntas de labor, el carro y sus rebaños, que cuentan ahora con un total de 740 cabezas al cuidado de varios pastores. Dispone además de un horno de cocer pan y de tres masías y cinco corrales para el ganado en el monte. El suyo –como el de los Vera- es uno de los mayores y más rápidos incrementos patrimoniales del siglo. Siendo la arriería su ocupación básica, la dedicación principal de los Martí es a fines del XVIII y en las primeras décadas del XIX la de arrendatarios de los bienes de propios. Su cuantioso capital circulante les permite asumir riesgos elevados. Casi todos los bienes de titularidad pública son arrendados por ellos en uno u otro momento: el molino harinero (de dalt), la gestión de la acequia y cobro del derecho de alfarda; la venta de Buarz y el mesón público; el derecho de pontazgo; el horno de cocer pan de Peñalba; la parte del diezmo correspondiente al ayuntamiento y su derecho de novenera; el monopolio municipal de abasto del aceite, aguardiente, vino blanco y tocino salado, enfrentados en ocasiones a un ayuntamiento remiso al aumento de los precios.39 Cuando durante el Trienio se liberalizan los abastos, se apresuran a arrendar los arbitrios impuestos sobre los productos de consumo. Pero sobre todos estos arriendos, sobresale el hecho de ser ya los primeros ganaderos y comerciantes de lanas de la ciudad y por ello arrendatarios de buena parte de los pastos y de las carnicerías tanto de vacuno como de ovino en varios trienios. Arriendos que en ocasiones subarriendan a terceros con sobreprecios. Además, durante la guerra de la Independencia Isidro ha sido factor de suministros a las tropas, tanto españolas como francesas, y a ello se debe seguramente buena parte de su posterior incremento patrimonial.40 A su término, el catastro de 1819 le incluye ya entre los principales contribuyentes como hacendado, ganadero y comerciante, y muy pronto se encargará del cobro de la contribución a los vecinos.41 Su hijo Antonio, primogénito y heredero con quien convive, no figurará catastrado, mientras sí lo está el segundón Isidro Martí Nicolás, con grupo doméstico propio. Un segundón que puede codearse con la élite económica del momento e incluso es admitido como regidor por dos veces en los albores de la
877
nueva etapa liberal, cuando hasta entonces ninguno de sus ascendientes lo había conseguido por su dedicación al comercio. En 1836, será de los primeros fragatinos en firmar su adhesión al levantamiento liberal del capitán general de Aragón Evaristo de San Miguel. Además de sus múltiples negocios, Isidro Martí Nicolás administra la tienda que tiene abierta en la calle Mayor para la venta de paños, granos y especiería. Tanto él como su padre se sitúan entre los mayores contribuyentes durante el reinado de Fernando VII y ocupará el primer lugar en el ranquin contributivo en los años iniciales del de Isabel II. Su enriquecimiento se ha producido en dura competencia y frecuentes enfrentamientos con
los Monfort o
los Miralles,
competidores suyos en el mercado local de abastos y en el arriendo de los bienes de propios.42 Gráfico 23 INDICADOR DE RIQUEZA DE LA SAGA MARTÍ...NICOLÁS (en libras jaquesas)
30.000 25.000 20.000 15.000 10.000 5.000 0 1730
1751
1772
1789
1803
1819
Agustín MARTÍ y viuda
Antonio MARTÍ LABOYRA
Isidro MARTÍ CASAS
Isidro MARTÍ NICOLÁS
1832
Su éxito económico permite a los vástagos de la cuarta generación emparentar con los Rubio, mediante el matrimonio del heredero Antonio con María Francisca Rubio Cabiedes, al tiempo que Isidro hace lo propio con doña Mariquita Alcolea. En posteriores generaciones sus hijos se casarán ya en “matrimonios iguales” con individuos Barrafón, Portolés, Galicia o Martínez, todos ellos apellidos de linajes preeminentes. Partiendo de la actividad arriera, mercantil y ganadera, los
878
Martí demuestran que durante el final del Antiguo Régimen fue posible a una casa plebeya sin especiales relaciones de parentesco inicial, ascender escalones hasta convertirse sus individuos en sujetos “pudientes y propietarios” durante la posterior etapa liberal. Al cabo de las cuatro generaciones su patrimonio en bienes sitios es veinte veces superior a lo que se les perita por su actividad mercantil, y el conjunto de su patrimonio y rentas se ha multiplicado por trece del bisabuelo al biznieto. Si alguna familia fragatina supo aprovechar el incremento espectacular del tráfico de mercancías durante el largo siglo XVIII fue la suya. Si el trato ganadero y lanero fue
entonces
uno
de
los
sectores
económicos
más
pujantes,
-y
menos
transparentes-, ellos supieron provecharlo como nadie. Si alguien supo obtener réditos de los bienes de propios fueron ellos. Su saga constituye uno de los paradigmas locales en la transformación del capital circulante en sólido patrimonio rústico y urbano. Los Martí fueron un pequeño paradigma de aquella burguesía comercial transformada en hacendada.
9.4 La cúpula de los linajes infanzones. He reservado para un epígrafe diferenciado aquellos segmentos de linajes tenidos en Fraga como “Infanzones” sin discusión en las fuentes y formando mientras permanecieron en la ciudad su cúpula social, aunque no siempre consiguieran ubicar a todos sus vástagos entre los mayores contribuyentes. En sus respectivas casas solariegas, el honor de su reconocida nobleza suplía sus posibles carencias patrimoniales como ramas segundonas, y el sistema de “mitad de oficios” junto a su adhesión declarada a los sucesivos monarcas borbónicos les garantizó el frecuente acceso a los primeros sillones del poder municipal, empuñando durante décadas la vara de la alcaldía, hasta que sus propias disputas internas y entre linajes les separó de ella, sometidos al control exterior de los corregidores.
9.4.1 La excepción: el mayor beneficiario forastero de renta local.
* LOS DEL REY. Como excepción a todos los demás linajes nobiliarios, cuyos componentes son vecinos de la ciudad al inicio de la etapa, el linaje infanzón Del Rey es forastero ya entonces y lo será en las sucesivas generaciones del siglo. El apellido es fragatino desde al menos la ya repetida fecha de 1333 y se mantiene en la fogueación de 1495.43 El linaje Del Rey, apenas conocido más que por las fuentes catastrales, se ubica durante el siglo XVIII en la ciudad de Lérida, y se documenta que “en la torre de don Juan Del Rey”, situada en el Secà de Sant Pere, se firmó la capitulación de aquella ciudad ante el general Suchet durante la guerra de la Independencia. 44 Este don Juan Ramón Del Rey consta en el libro cobratorio de la contribución de 1772
879
como infanzón ganadero, con un indicador de riqueza local de 2.874 libras. Obviamente ese es sólo un apéndice de su indudable superior patrimonio, cuya ubicación “exterior” y cuantía desconozco. Con suponer posiblemente sólo una ínfima parte de él, ha constituido algunos años “la casa mayor dezmera de Fraga” por lo que su diezmo es “excusado” a favor de la Hacienda Pública. Don Juan Ramón aparece exento de cuota por actividades en dicha fuente fiscal y sólo satisface la correspondiente al catastro real. La secuencia genealógica conocida mediante las fuentes fiscales parte de este don Juan Ramón (en 1772 y 1789) para luego continuar con don José Del Rey (en 1803), don Francisco del Rey (en 1819 y 1832) –ubicado ya en Zaragoza-, y concluir a partir de ese último año con los “herederos de don Francisco”, que se concretan para el año 1842 en doña Agustina Del Rey. Pero, en realidad, este pequeño
patrimonio
proviene
como
parte
desgajada
de
otro
anterior
de
envergadura considerable: el de don Pedro Gracia de Tolva del Río y Agustín, caballero y vecino de Fraga, al que ya me he referido al describir el linaje de los Agustín y cuyo SEGMENTO DE LINAJE conduce a los Fortón. En efecto, en el catastro de 1756 el cuadernillo de los Infanzones recoge bienes incluidos a nombre de “doña Isabel Bernarda de Gracia, hija de don Pedro de Gracia y doña Juana Mª. Duato”, que por otras fuentes sabemos se ha casado en segundas nupcias, en 1752, con el también viudo don Francisco Fortón, vecino de Binaced. Se le atribuye una finca en la partida de la Rinconada de 113 fanegas de regadío, una masada y un censo a su favor. Su capital líquido asciende a 2.190 libras. Luego, se añadió en el margen de la hoja catastral con diferente tinta la expresión “ahora don Francisco Mallada”. En realidad “Mallada” era el alias de la familia Gracia y quienes confeccionaban el catastro reconocían al forastero don Francisco Fortón a través de su suegro don Pedro. Cinco años más tarde, el catastro de 1761 indica que don Francisco “Mallada” (en realidad Fortón) posee las mismas 113 fanegas de regadío en la Rinconada por un valor de 2.260 libras, una masada de 50 cahíces valorada en 200 libras y un censo de 30 libras de capital, con un total de 2.490 libras; y de nuevo con diferente tinta se agrega más tarde una nueva masada de 55 cahíces valorada en 220 libras. Es decir, los bienes catastrados a nombre de los Gracia en 1756 lo están cinco años después a nombre de don Francisco Fortón, alias “Mallada”, aumentados con nuevas propiedades. Pero la realidad era todavía algo más compleja: doña Isabel Bernarda de Gracia no era hija de don Pedro sino de su hermano don José Gracia de Tolva y del Río y de doña Isabel de Arén. Sus padres la casaron con su primo hermano don Joaquín Gracia de Tolva Duato, hijo de don Pedro de Gracia de Tolva y del Río y de
880
doña Juana María Duato.45 Por eso en el catastro la nombran como su hija cuando en realidad es su nuera. Pero al morir don Joaquín en 1730, su viuda doña Isabel Bernarda, –que ya tiene dos hijas: Isabel y María Bernarda-, se casa en segundas nupcias con el también viudo don Francisco Fortón (mayor). Finalmente, en una pertinaz estrategia de reunión patrimonial, casaron en 1747 al hijo del primer matrimonio de don Francisco, don Francisco Fortón (menor), con Isabel, hija primogénita del primer matrimonio de doña Bernarda y don Joaquín. En fecha comprendida entre 1761 y 1772 el encargado del catastro señalaba que los bienes de Fortón (menor) –vecino de Lérida-, pasaban “ahora (a) Don Juan del Rey” residente también en aquella ciudad. Es decir, desconozco si existe parentesco entre Fortón y Del Rey, pero sabemos que los bienes del primero en Fraga pasaron al segundo y que don Juan Ramón Del Rey fue incluido entre los mayores contribuyentes del año 1772. Ese año, don Juan contribuye también por la sal que se le distribuye como ganadero, y tanto don Francisco Fortón como don Juan Del Rey son arrendatarios mancomunados de los pastos en la partida Baja.46 En el libro de industrias de 1789 se cobra a don Juan Ramón del Rey una pequeña cuota (una libra jaquesa) por un carro, cuatro mulas y una jumenta, mientras la mayor parte de la cuota que satisface lo es por su patrimonio rústico (siete libras y media) incluyendo la renta que obtiene por el que tiene arrendado a don Joaquín Abió, infanzón de Candasnos.47 En el libro de industrias de 1803 aparece ya nombrado don José Del Rey, sin que –extrañamente- se le adjudiquen bienes ni satisfaga cuota alguna. En el de 1819 figura don Francisco del Rey, quien no cotiza por cuota personal pero sí por un patrimonio valorado en 3.730 libras. Finalmente, en el de 1832 figura de nuevo don Francisco del Rey como contribuyente significativo, con una dilatadísima extensión de 40 hectáreas de regadío, la mayor parte de ellas en la Huerta Nueva, y dos masadas en la Partida Alta, con 120 hectáreas. Posee una casa en la calle del Tozal y un trujal en la calle del Barranco, además de cobrar pensiones censales de doce vecinos. En total, un patrimonio valorado en más de 5.000 libras. El patrimonio del linaje Del Rey en Fraga, –considerado como “mano muerta”- ha aumentado durante la etapa, y la renta derivada de sus extensas propiedades rústicas y de sus censales ha marchado generación tras generación hacia Lérida y otras ciudades del entorno.48
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9.4.2 Los Bodón apegados al censualismo tradicional.
* El apellido Bodón puede remontarse en Fraga al siglo XVI puesto que la primera referencia corresponde a una mujer, Jerónima Bodón, en 1608. La documentación manejada recoge luego un José Bodón, notario, anteriormente vecino de Torrente de Cinca, que escritura unas capitulaciones matrimoniales en 1623, y un Miguel Bodón en 1632, que cancela censales de la villa en Zaragoza por orden del concejo fragatino. El primer individuo significativo del linaje en Fraga parece haber sido don Pedro Bodón Guardiola, seguramente hermano de alguno de los anteriores. Cuando se inicia el XVIII son ya dos ramas las que frecuentan la documentación, como puede apreciarse en su SEGMENTO DE LINAJE. Se trata de la descendencia de los dos hermanos que ejercieron en Fraga la profesión de notario durante la segunda mitad del Seiscientos: don Pedro Bodón Villanova y don José Bodón Villanova, hijos de don Pedro Bodón Guardiola. Considerados “exentos” en razón de su profesión, los vástagos de la rama que permanecerá en Fraga serán incluidos entre los Infanzones por ello y por su parentesco sucesivo con féminas de linajes reconocidos como tales. De José Bodón Villanova conocemos por Félix Otero sus “tribulaciones” al frente del concejo de la villa, como jurado que debió rendir cuentas de su administración cuestionada al término de la guerra de Secesión catalana. Lo encontramos luego formando parte de uno de los bandos en que solían enfrentarse ya entonces los vecinos hacendados. Don José actúa en ese momento como justicia de la villa e intenta poner en prisión a Jerónimo Ferrer, uno de los cabecillas del bando contrario. Finalmente, don José rehusó permanecer al frente de los asuntos públicos después de recibir amenazas de muerte y sufrir un atentado frustrado a manos de los satélites del otro bando. Tanto él como sus hijos, Francisco Félix Bodón Millán y Tomás Bodón Millán marcharán de Fraga antes de finalizar la Guerra de Sucesión.49 De mayor continuidad en el ámbito fragatino resultó la trayectoria del linaje Bodón en la otra rama familiar: la del notario don Pedro Bodón y Villanova. Su apellido materno figuraba desde mediados del XVII entre los linajes nobles de la villa y uniría pronto al suyo el de los infanzones Maicas, al casarse con doña María Maicas ¿…..?, hija de don Francisco Maicas Salazar, caballero noble y uno de los más persistentes justicias de la villa.50 Durante los últimos treinta años del siglo XVII don Pedro compatibiliza sus actuaciones en el ámbito de las relaciones contractuales privadas con su influencia en la esfera de lo público. Aparece como secretario del concejo desde 1678, -cuando testifica la compra de la Venta de Buarz para engrosar los bienes de propios de la villa-,
y hasta al menos el año 1695.
Durante años estuvo insaculado en la “bolsa de villas” para los oficios de la
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Diputación del Reino y, como su suegro, ejerció en tres ocasiones el oficio anual de justicia en su década final, entre 1689 y 1697. Del matrimonio con doña María Maicas -que como “pupila” de su padre difunto figuraría entre los mayores contribuyentes del primer tercio del siglo XVIII-, don Pedro tuvo al menos cuatro hijos: Josefa, Miguel, Bernarda y Rita. (La documentación señala a un don Cayetano Bodón, presbítero, beneficiado de la iglesia parroquial de San Pedro, que pudiera ser también hijo de don Pedro). A doña Josefa la casó con don Pedro Foradada Beyán, también notario, quien tendría un papel destacado en la resistencia a los asedios sufridos por Fraga durante la guerra de Sucesión y moriría al poco de finalizada. Del mismo modo que su abuelo había emparentado con los Guardiola, y su padre con los Villanova, don Pedro ampliaba su red de parentesco mediante el matrimonio de su hija Josefa con un Foradada. Su nueva relación con otra de las familias de mayor antigüedad en la ciudad había de serle socialmente muy beneficiosa, aunque a través de la dote dejase en otras manos una parte de su patrimonio. Similar estrategia utilizó al casar a su hija Bernarda con Miguel Ibarz, apellido que contaba entre sus individuos, -como sabemos-, con el mayor número de mayores contribuyentes a principios de la nueva centuria. Al amparo de estas relaciones de parentesco y por su propia actividad, su hijo don Miguel Bodón y Maicas jugará un papel decisivo en el ámbito municipal y comarcal durante la primera mitad del XVIII. Nacido en 1679, se forma como escribano junto a su padre y adquiere experiencia en el ámbito del derecho que le será de gran utilidad. Casado antes de la guerra de Sucesión con doña Isabel Ana de Funes y Peyruza, los parientes de su mujer le abrieron puertas en el ámbito regional, además de ligarlo fuertemente a las finanzas municipales. El apellido Funes había estado relacionado con Fraga al menos desde que en 1584 Jaime de Funes, arrendatario del General de Aragón, compró a los descendientes zaragozanos de los Agustín fragatinos cuatro censales cargados sobre la villa a mediados del siglo XV. Por otro lado, este Jaime de Funes estaba casado con Cándida Carnoy (en realidad Carvi) descendiente de la otra familia censualista fragatina que dirigió los destinos de la deuda municipal a fines del mismo siglo. Los Funes-Carnoy, por ello, se constituyeron durante el siglo XVII en acreedores de consideración sobre las rentas municipales, aunque algunos de sus censales serían cancelados por la villa tras la guerra de Cataluña. Es en esa época cuando se documentan como residentes en Fraga el infanzón Jerónimo de Funes e Isabel de Luna, así como su hijo Jerónimo, boticario casado con doña Manuela Peyruza.51 Jerónimo de Funes “mayor” actúa como
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consejero del concejo local y es considerado hidalgo en 1698. Su nieta, Isabel Ana, será la esposa de don Miguel Bodón y Maicas, quien por este conducto, además de por sus propios ascendientes, se convertirá en censualista del concejo y habrá de estar muy atento a la evolución de la deuda municipal. Junto a su profesión de notario, don Miguel desarrolla otras actividades. Durante la guerra había sido sargento mayor de la Coronela y en 1715 le encontramos ya administrando el patrimonio agrícola de su padre difunto. Sus fincas en la huerta alcanzan las once hectáreas en parcelas de tamaño medio, que incluyen un huerto, y se ubican cercanas al núcleo urbano. Otras parcelas menores las tiene cedidas a censo a pequeños labradores. Años atrás, él mismo ha sido arrendatario de una de las fincas de mayor extensión en el término municipal hasta que en 1703 la subarrienda al labrador José Borrás con exigentes pactos y por trece cahíces de trigo al año.52 Se trata de la finca conocida como Torre del Almarjal, junto a Miralsot, con tierras de secano y de regadío, desgajada del primitivo señorío de Daimuz perteneciente a los Carvi, con quienes todavía está lejanamente emparentado. En este sentido, la familia Bodón pudo mantener una posición ambivalente durante decenios. Pertenecientes en realidad al Estado Llano –aunque exentos de algunas cargas por su profesión de notarios-, los ‘Bodones’ habían podido ser unas veces ‘justicia’ y otras ‘jurados’ y consejeros en el sistema insaculatorio de los Austrias. Ahora, por su parentesco con familias infanzonas y por su fidelidad al Borbón, solían ser considerados ellos mismos como tales y conseguirían con la nueva dinastía los primeros sillones del consistorio. Don Miguel es un buen ejemplo de ello. Era ya secretario del concejo en 1706, al inicio de la guerra, aunque siguió desempeñando sus funciones como notario y prestamista a lo largo de ella. En 1712 su cuñado Foradada es alcalde primero y dos años después la Real Audiencia le nombra “a elección y propuesta de la propia ciudad” nuevo alcalde, mientras el puesto de síndico procurador lo ocupa su sobrino carnal don Francisco Foradada Bodón. Los extremos del ayuntamiento se tocan. La vara de la justicia y el defensor del pueblo acaban en manos de parientes cercanos. Una posición de poder que don Miguel prolonga como regidor decano en el trienio 1720-23 y en el sexenio 1727-1733. Entre mandato y mandato, evitando la incompatibilidad con el cargo de regidor, don Miguel es arrendatario y luego administrador de las carnicerías. Tenía experiencia en este terreno, puesto que durante la guerra había arrendado las de Ontiñena. Cuando está en el ayuntamiento se le permite suministrar en varias ocasiones ganado para el abasto y mantiene arrendada una partida del monte para
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pasto de su ganado, algo que le hubiera resultado difícil conseguir con el régimen foral, por manifiesta ilegalidad. Don Miguel es un decidido partidario de las prerrogativas municipales y controla estrictamente los derechos prohibitivos del municipio: sus monopolios en las tiendas, en los abastos, en la producción de seda o de cera, y en los demás arriendos de propios. Durante más de veinte años, sus firmes actuaciones le convierten en protagonista directo de los principales problemas con que Fraga se encuentra en la posguerra. Y no fue el menor tener que acordar la última Concordia censal. Don Miguel manejó los hilos de la situación como procurador del ayuntamiento aun cuando él mismo era censualista de la ciudad, consiguiendo imponer los conservadores “de su devoción”. Respecto de la Única Contribución, su primer esfuerzo se centró en hacer efectivo el privilegio de exención que Fraga había obtenido del Rey en 1709. Don Miguel participó de forma muy directa en todas las acciones legales y menos legales para eludir el nuevo pago. Y de hecho, ya había conseguido que Fraga, junto con otras ciudades y villas de Aragón, quedase exenta de contribuciones militares y de impuestos extraordinarios casi todos los años entre 1706 y 1714. Pero los intendentes, preocupados por recaudar escrupulosamente el cupo asignado, no parecían tan conformes con la situación de privilegio de la nueva ciudad y reclamaban de ésta una y otra vez su pago. En 1718 el ayuntamiento encargaba a Bodón, como experto, confeccionar el primer libro catastro. Bodón opinaba que para repartir el cupo podía mantenerse el sistema tradicional que, sin valorar de forma precisa la hacienda de cada vecino, los agrupaba en “siete manos” contributivas. Por eso, “venerando y obedeciendo”, aunque incumpliendo la orden del intendente, don Miguel consiguió mantener la antigua metodología fiscal hasta el año 1727. Al año siguiente, ahora sí, se confeccionaba el primer libro catastro de acuerdo con las instrucciones externas. Don Miguel figuraba en él como segundo mayor contribuyente, con 18 hectáreas de regadío, 36 hectáreas en el monte y una casa valorada en 240 libras. Su riqueza catastral global se cuantificaba en 4.835 libras, y el componente de mayor peso entre sus rentas sería sin duda el cobro anual de pensiones derivadas de sus innumerables censales. Aunque declaró cargada su hacienda en 560 sueldos anuales por distintos conceptos, los censos a su favor, incluidos sólo los que pesaban sobre vecinos fragatinos, alcanzaban una renta de 1.578 sueldos anuales (tres veces el salario anual de un jornalero en aquel momento). En sus últimos años don Miguel dejó el poder para ocuparse en actividades más honoríficas y de confianza. Actuó como mayordomo del hospital de pobres y
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más adelante, ya sesentón, se dedicaba a ejercer de buen componedor entre familias en disputa o a representar a otras que, en claro ascenso social, pretendían vender sus bienes en Fraga para establecer su residencia en Zaragoza. Actuaba como miembro de la junta para la reparación del azud o se le encomendaba defender en Zaragoza –frente al intendente- la permanencia del derecho de pontazgo para las arcas locales. Consecuente con ello el ayuntamiento le nombraba administrador de las obras de reparación del puente y depositario de todos los productos de la barca primero y del propio puente después. Poco tiempo antes de su muerte, en 1749, encontramos a don Miguel junto a uno de sus hijos, el Dr. Don Antonio Bodón y Funes, negociando con varios hacendados fragatinos en la casa consistorial, intentando resolver el eterno problema del vino y su mala calidad. Conseguirán mantener el privilegio prohibitivo frente a la introducción de vino forastero. La hacienda de don Miguel se ha incrementado con los años y su hijo figurará pronto en los catastros como el primer contribuyente, al ser designado ese mismo año heredero de la mayor parte de la hacienda paterna. Su interés en el ámbito agrícola es considerable puesto que, además de administrar sus fincas, mantiene arrendadas otras a no menos de doce vecinos, de los que cobra cada año una renta de más de 500 reales de plata. Don Antonio se parece a su padre. Como él, es defensor a ultranza de los derechos monopolistas de la ciudad. Es también prestamista y sabe vincular sus préstamos con hipotecas seguras sobre los bienes de sus prestatarios. Se mueve también con habilidad en el ámbito de los arriendos rústicos y urbanos. Igualmente adquiere pronto experiencia de gobierno y actúa como alcalde entre 1744 y 1746. Será un hábil negociador y un hombre ambicioso. Doctor en leyes por la Universidad de Huesca, a la que había sido enviado junto a sus hermanos Pedro y Fermín, lleva años colaborando en la escribanía paterna. Su padre don Miguel la había disfrutado durante cincuenta años y, a su muerte, varios pretendientes solicitan de la Audiencia ocupar su plaza de escribano del juzgado.53 La plaza será concedida a otro candidato y don Antonio dedicará todas sus energías a las tareas del gobierno municipal, a la de conservador de la Concordia y a la administración de su hacienda. Casado ventajosamente con la jovencísima doña Sabina Abós y Saboya, tardará tan sólo siete años en volver a controlar la justicia local desde el puesto de alcalde durante el trienio de 1754 a 1756. Ejercerá luego de tesorero municipal entre 1757 y 1761, para volver al cargo de alcalde desde agosto de 1761 hasta su muerte al año siguiente. En su testamento deja
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heredera universal a su mujer doña Sabina, de quien no ha tenido descendencia, quien a su vez instituye herederos de por vida a sus dos cuñados, don Pedro y don Fermín Bodón, ambos eclesiásticos del capítulo parroquial. Su hermano don Pedro Bodón y Funes, abogado de los Reales Consejos y luego presbítero racionero de San Pedro, había sido también durante años representante del capítulo entre los conservadores de la Concordia y, –tras su supresión-, el encargado de la cancelación de los muchos censales que la iglesia parroquial había acumulado sobre el concejo a través de los siglos. Además, desde la reducción del interés censal al 3% en 1750, debe buscar nuevas fórmulas de inversión que rentabilicen el capital eclesiástico. Esa será la principal ocupación de don Pedro desde que consigue el nombramiento de prior de San Pedro en 1783, a la edad de setenta y nueve años. Como prior, su renta anual asciende a 100 doblones y como eclesiástico particular recibe numerosas pensiones de once vecinos por un importe de 600 reales de plata. Aunque hubiese contado únicamente con estas rentas, su “pasar” debiera haber sido más desahogado de lo que señala su testamento, en el que reconoce numerosas deudas. Don Pedro debió llevar habitualmente un tren de vida superior al de sus posibles, máxime cuando además del patrimonio eclesial y a sus propias rentas, gestionaba parte de la herencia de su padre y de su hermano Antonio ya difunto. Disponía como propias de varias parcelas de huerta y de otras tantas masadas en el monte y en la partida del secano. Junto a su otro hermano presbítero, don Fermín, disfrutaba de los numerosos réditos censales impuestos por su padre y su hermano Antonio sobre múltiples vecinos de Fraga, Alcolea, Ontiñena y otros pueblos comarcanos. Pero, sin duda, su mejor renta eran los 500 ducados de pensión anual, impuestos mediante censal sobre la Mitra de Sigüenza. Muerto don Pedro, su hermano menor, don Fermín Bodón y Funes, debe hacerse cargo de la herencia paterna y de la de sus hermanos Antonio y Pedro. Como beneficiado del beneficio de San Nicolás, fundado en la iglesia parroquial, su renta anual asciende a 175 libras. Aunque ha ejercido funciones públicas como intermediario entre la ciudad y sus censualistas, su temperamento le inclina más a la atención de los enfermos del hospital, del que ha sido su mayordomo durante los años centrales del siglo y luego su limosnero. Por razones desconocidas, don Fermín pretende renunciar la gestión del patrimonio familiar. Entonces, el ejecutor testamentario y prestamista de su hermano Pedro –don Senén Corbatón- pide al juez que embargue los bienes de la
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herencia. Don Fermín reacciona y junto con su cuñada doña Sabina Abós se opone al embargo y se declaran legítimos herederos de don Pedro, por lo que pretenden la aprehensión de los bienes. Y cuando nadie en Fraga parece atender a la petición judicial de Corbatón, éste apela a la Audiencia argumentando que el alcalde que se supone ha de hacerle justicia, está emparentado con los abogados que actúan en la ciudad, y éstos entre sí, y que todos defienden a don Fermín. Mientras tanto, don Fermín muere en 1787 y deja heredero del patrimonio al capítulo, que se declara parte en el conflicto de intereses y obligará al propio obispo a intervenir. La solución final del pleito debió favorecer a los eclesiásticos, puesto que el cuaderno de industrias de 1793, en el apartado titulado “Estado eclesiástico y manos muertas” incluye 175 libras jaquesas de producto líquido “por los bienes de Bodón”, junto a los del capítulo eclesiástico. Y al año siguiente se denominan esos bienes ya como pertenecientes a “la execución de los bienes de Bodón”. Muchos años después, en 1817, el capítulo manifiesta todavía entre sus posesiones “un trozo de secano de 11 cahíces de sembradura llamado de los Bodón, improductivo desde hace años” y que ahora tiene arrendado a un vecino. Mientras tanto, año tras año, doña Sabina Abós sigue figurando como viuda de don Antonio Bodón entre los contribuyentes de los sucesivos catastros y cuadernos de industria, al menos hasta 1803. Había sobrevivido a su esposo por más de cuarenta años, empeñada hasta el final en ser incluida entre los infanzones de Fraga, aunque su patrimonio, desde hacía tiempo, ya no figuraba entre los de los mayores contribuyentes. La ascensión económica y social del linaje Bodón se debe tanto a la profesión familiar –la notaría- como a las numerosas rentas censales que acumulan y transmiten de padres a hijos. Luego las incrementan mediante la captación de dotes al emparentar con familias igualmente censualistas de Fraga, de la comarca y de la región. Su capacidad financiera tiene su base tanto en la acumulación de bienes rústicos que luego arriendan o dan a censo, como en sus honorarios de escribanos, notarios o presbíteros beneficiados, cuyas rentas invierten en una pertinaz actividad censualista y prestamista. Su mediación en multitud de contratos de todo tipo les mantiene al acecho, siempre dispuestos a imponer su capital sobre particulares e instituciones. Por otra parte, su continuada presencia en puestos judiciales y de gobierno les facilita una constante influencia en el manejo de asuntos y caudales públicos como administradores o arrendatarios de los bienes del
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común. En este sentido, su continuado control de la “Conservación” desde el establecimiento de la última Concordia hasta la luición de los censos del capítulo eclesiástico, -los últimos vigentes de la deuda municipal-, hubo de contribuir sensiblemente a su incremento patrimonial. Un patrimonio cuyo mayor bocado acabó en manos de la Iglesia. No en vano la saga de los Bodón y los Maicas contaba con el mayor número de eclesiásticos de entre todos los linajes analizados.
9.4.3 El orgullo infanzón: Los Perisanz, Los Aymerich, Los Foradada.
* LOS PERISANZ. La rama de los Perisanz que acaba siendo linaje fragatino proviene del lugar de Serós, uno de los pueblos catalanes confrontantes con el término municipal de Fraga. Será un linaje corto, puesto que sólo alcanza tres generaciones entre finales del siglo XVII y mediados del XVIII, para perderse luego en una rama colateral, a través del apellido Fuster en Torrente de Cinca, como se aprecia en su SEGMENTO DE LINAJE. Aunque corta en el tiempo, su relevancia social será de primer orden porque deriva por línea materna de enlaces con apellidos de la mayor antigüedad y poder en la villa, desde al menos el siglo XV. El primer Perisanz residente en Fraga será don Francisco Gaspar Perisanz y Soler, nacido en 1626 en Serós, hijo de Eufemia Soler ¿Polusia? y nieto de Gaspar Soler Sabarda, avecindado también en aquel lugar. 54 La hermana de su madre, su tía Francisca Soler ¿Polusia?, se había casado en 1619 con un caballero residente en Zaragoza y oriundo de Fraga, conocido como don Juan Francisco “Gilbert y Carvi”, aunque en realidad sus apellidos eran Carvi y Lunel. Anteponía el de “Gilbert” a sus verdaderos apellidos en aras de perpetuar una de las ramas más queridas de su linaje, emparentada a través de sucesivas generaciones con los Agustín, los Del Camí y los Carvi, según puede apreciarse en su GENEALOGÍA ANTECEDENTE. El caballerato de don Juan Francisco “Gilbert y Carvi” le fue concedido por el rey Felipe IV cuando el año 1644 residió en su casa de Fraga durante la guerra de Secesión catalana.55 El apellido fragatino Carvi o Carví, -preterido en esta ocasión-, es sin embargo uno de los hilos a seguir para comprender el ascendiente social y económico de varios linajes fragatinos posteriores. El de los Perisanz estará entre ellos por haber heredado un considerable patrimonio de la casa de Carvi, y por acumular parentesco –a través de los Soler y los Gilbert- con algunos de los principales linajes locales y regionales. En concreto, el lazo más significativo del primer Perisanz fragatino tiene su origen en el doctor en medicina Juan Navarro, fallecido en Fraga en 1593, que dejó heredera universal de sus bienes a su mujer Mariana Soler Ferrer. Doña Mariana fue una fragatina del Barroco, recordada durante muchos años por haber fundado
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varias capellanías en la iglesia parroquial, con abundantes rentas sujetas a ellas “para casar pupilas”, aunque tal vez se la recordaba en mayor medida por cobrar anualmente las pensiones de numerosos censales impuestos por sus antepasados, por su marido y por ella misma sobre algunos particulares y sobre el concejo municipal. Mariana Soler murió en 1621 sin descendencia y, en su testamento, dejó heredero universal a su primo hermano Gaspar Soler Sabarda, a quien ya conocemos como abuelo de Perisanz. Gaspar Soler aparece luego en Fraga en 1630 como familiar del Santo Oficio de la Inquisición y fundador de dos capellanías: la de Ntra. Sra. De los Ángeles y la del Rosario en 1652, ésta última la de mayor dotación económica de las conocidas. En 1651 Gaspar Soler redactó su testamento instituyendo heredera de sus bienes a su hija mayor Francisca, quien, pese a tener varios hijos, destinó algunas mandas a su alma y a su hermana Eufemia. De manera que, con los años, una copiosa herencia acabó en manos de don Francisco Gaspar de Perisanz y Soler, proveniente de doña Mariana Soler, del abuelo materno Gaspar Soler, de sus tíos doña Francisca Soler y don Juan Francisco “Gilbert” Carvi Lunel, y de su madre doña Eufemia. A estos bienes habrían de añadirse los que pudiera poseer por su padre en Serós. Tal vez por eso don Francisco Perisanz, insatisfecho con su calidad de hacendado de un pequeño lugar, quiso arropar su patrimonio fragatino residiendo en la villa. Tal vez por eso también, solía añadir a sus apellidos el del antiguo linaje de los Carvi, que le situaba en Fraga entre las casas de más elevado estatus. Y así se nos aparece en la villa, documentado en 1660, en un juicio contra otro fragatino ante la corte del justiciado, presentando los títulos de caballero de su padre y los de familiares de la Inquisición de su padre y su abuelo materno. Tampoco innovaba con ello. Su tía Francisca se documenta casi siempre como doña Francisca Soler y “Carvi” (por ejemplo cuando se efectúa la venta del molino de aceite de su propiedad al concejo de Fraga en 1671), tomando como segundo apellido el de su marido, al uso de la época. Un uso justificado si la antigüedad del linaje lo aconsejaba. Y ese era el caso, pese a que la trayectoria genealógica del cónyuge de doña Francisca no era tan lineal como aparentaban sus apellidos. Veámoslo. La voluntad de mantener vivo el apellido Carvi por parte de alguno de sus vástagos venía de antiguo y era tan persistente como la de otros por desvirtuarlo
u
ocultarlo,
castellanizándolo
en
ocasiones
como
“Carvin”,
transformándolo en “Caruin”, desdibujándolo en “Carnoy” (como hemos visto al tratar de los Bodón), expresándolo en femenino “Carvina o Caruina”, o, finalmente, anteponiéndole otro apellido. Que sepamos, quien manifestó abiertamente su voluntad de perpetuar el apellido Carvi en sus hijos, aunque sin éxito, fue Jaime
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Juan Carvi, primero de este nombre, infanzón fragatino de la primera mitad del Quinientos. Jaime Juan era el hijo ilegítimo y pese a ello heredero del “magnífico Miguel Juan Carvi, señor de Vilella (hoy Velilla de Cinca) y Daimuz (poblado desaparecido en el camino de Fraga a Velilla) y del castillo y honor del Almarjal” (el territorio situado entre Miralsot y Daimuz ya mencionado en este estudio). Es decir, era señor de un pequeño señorío laico lindante con Fraga. Por otra parte, tanto su padre como su abuelo Carvi se contaban entre los mayores acreedores censualistas del concejo fragatino y habían sido arrendatarios de las rentas del común durante la década final del siglo XV, lo que les enfrentó a la villa hasta su segunda Concordia censal de 1506. En realidad, el “caballero noble” Jaime Juan Carvi era el fruto de la unión extramarital de su padre, el “magnífico” Miguel Juan Carvi, con doña Ana Gilbert del Camino (Del Camí en la documentación fragatina), descendiente de varias familias linajudas: el abuelo paterno de Ana, don Pedro Gilbert, era “señor de Plenas”; su padre, el infanzón de Zaragoza Juan Gilbert y Palomar, se había casado con Yolanda (Violant) del Camí y Agustín, hija ésta a su vez del “magnífico” Tomás del Camí y de Violante Agustín. Esta última por su parte era hija del notario fragatino Antonio Agustín, muerto en 1469, y cabeza de la más encumbrada descendencia: sus biznietos ocuparían la Bailía General de Cataluña, el obispado de Huesca, el de Lérida y el arzobispado de Tarragona. Es decir, Doña Ana Gilbert Del Camí unía a su ascendencia señorial paterna la pertenencia al linaje de mayor estatus social y económico en Fraga durante la Edad Moderna y extremadamente importante en aquel momento: su abuela materna era una “Agustín”, nada menos que tía carnal del vicecanciller de Aragón don Antonio Agustín Gascón. Doña Ana tenía una hermana menor llamada Isabel, y quiso el destino, el amor o los intereses familiares que Isabel acabara casada en 1527 con el hijo de su hermana, el bastardo Jaime Juan Carvi, residente en Fraga como infanzón y más conocido por “Gilbert y Carvi”. Es decir, había antepuesto el apellido materno al paterno y con este sobrenombre serían conocidos en el futuro la mayoría de sus hijos e hijas habidos de este primer matrimonio. (Luego Jaime Juan se casaría otras dos veces: con Gracia Santángel primero y más tarde con Francisca Agustín González de las que tuvo otros hijos). Cuando su hijo primogénito, conocido como Miguel Juan “Gilbert” Carvi, hizo leer públicamente el testamento de su padre redactado en 1553, descubrió la sorpresa que esperaba: le dejaba en herencia “las calles de vasallos de Vilella y Daimuz, que antiguamente solían ser de los Bardaxines (Bardají)”, aunque si moría sin descendencia, el señorío pasaría a su hermano Jaime Juan “Gilbert” Carvi (segundo de este nombre), instituido en el testamento como heredero universal del
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resto de los bienes paternos. Tres de las hijas, “que ahora se llaman Gilbertas”, quedaban dotadas como monjas en el monasterio de la Orden de San Juan en Alguaire. Respecto de sus otras dos hijas, el testamento señalaba que “si heredaban”, sus hijos respectivos deberían llevar el sobrenombre de “Carvin”. Estaba claro que el testador pretendía devolverles el apellido real de su linaje. Con sentido previsor dejaba su descendencia al cuidado de individuos de todas las ramas familiares. Para ello, había nombrado curadores y tutores a su suegro “Juan Gilbert, señor mío”, a “la señora Ana Gilberta, (ahora) mujer del señor micer Agustín, tía de mis hijos” (en realidad su abuela) y “al reverendo Sr. Gaspar Carvi, canónigo de la sede de Lérida, mi hermano” (en realidad su hermanastro, nacido del matrimonio de su padre Miguel Juan Carvi y de María Pérez Pon). Jaime Juan “Gilbert” Carvi (segundo de este nombre), en efecto heredero de su padre, se casó en primeras nupcias con doña Victoria Lunel, (vecina de Barbastro)56 y tuvo de ella dos hijos que siguieron anteponiendo, curiosamente, el apellido Gilbert al de Carvi: Ana “Gilberta” Carvi Lunel, monja en Alguaire como sus tías, y el caballero noble don Juan Francisco “Gilbert” Carvi Lunel, su heredero. Este último personaje es el caballero infanzón avecindado en Zaragoza donde, en 1619, se casa con doña Francisca Soler (de Serós), que sí quiso en cambio llevar orgullosa el apellido Carvi de su marido. Al poco tiempo, su hermana Eufemia Soler se casaba en su pueblo natal con el caballero del lugar: Perisanz. El tortuoso camino que enlaza el apellido Carvi con el de Perisanz se desbroza con estos antecedentes, y alguna de sus posesiones rústicas más extensas, recogidas en diferentes documentos y atribuidas a fines del siglo XVIII a varios capellanes de la iglesia de San Pedro, cobran sentido explícito en cuanto a su origen y recorrido histórico: se trata de las conocidas como “Torre de don Godofre” (Bardají), “Torre del Almarjal” y “Torre de Perisanz”. Son partes de aquel antiguo señorío que los Carvi tuvieron sobre un amplio territorio entre Miralsot y Velilla de Cinca y que disfrutaron los Perisanz durante la primera mitad del siglo XVIII. Y todo ello porque don Francisco Gaspar de Perisanz y Soler, oriundo de Serós, hijo de Eufemia, se afincaba en Fraga al casarse con doña Polonia Agustín e incrementaba todavía más su patrimonio. Un patrimonio agrario que en la alfarda de 1685 superaba las 20 hectáreas de regadío. Pero también un patrimonio censal, que reunía en sus manos pensiones anuales heredadas de sus múltiples ramas familiares. A la muerte temprana de su primera esposa, don Francisco casó en segundas nupcias con doña Úrsula Sanón de quien tuvo una hija, doña Ana Perisanz Sanón, que a su vez casó con José Fuster, vecino de Torrente de Cinca y que resultó heredera de su madre. La documentación manejada no permite saber
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cuándo se produjo la muerte de don Francisco, ni si acabó sus días en convivencia con esta hija o con alguno de los hijos de su primer matrimonio: doña Eufemia, don Gaspar Justo (heredero de la “Torre de don Godofre”), don Miguel Sebastián, doña Gertrudis y don Francisco, heredero este último de la mayor parte de los bienes paternos. Este heredero -don Francisco Perisanz y Agustín- se documenta como caballero noble en 1700, desempeñando el cargo de justicia de la villa. Según su propio testimonio posterior, había contribuido a mantener a Fraga como villa fiel a Felipe V durante la guerra de Sucesión. Había pagado de su bolsillo una parte de la milicia formada para ello, por lo que ya en 1709 S. M. le concedía “en atención a sus méritos y a que ha servido de coronel de un regimiento de milicias de la villa” veinte escudos al mes situados en bienes confiscados de Aragón o de Cataluña. Esta nueva renta, si la cobró, se sumaba a las provenientes de las fincas heredadas de su padre, muy bien situadas en partidas próximas al núcleo urbano, con extensiones entre las 15 y las 65 fanegas. Poseía también un tancat con huerto de 35 fanegas en la partida de los Alcabones. Además, al menos desde 1686, administraba la llamada Torre de Perisanz en la partida de Miralsot, con 231 fanegas de regadío. Esta última finca la poseía como capellán que era de aquella capellanía fundada en la capilla del Rosario de la iglesia parroquial por su bisabuelo materno, don Gaspar Soler Sabarda, en 1652. 57 Los ejecutores testamentarios de su tía abuela, doña Francisca Soler y “Carvi”, -y entre ellos doña Teresa de Guevara, mujer del infanzón de Zaragoza don Lorenzo de Lisa-, habían dotado las rentas de la capellanía en 1669 con dicha torre, entre otras fincas y censales, y determinaron que los capellanes debían ser los herederos de don Gaspar Soler. Nombraron entonces como capellán a don Francisco Gaspar Perisanz y Soler, cargo que pasa luego a su hijo don Francisco Perisanz y Agustín. Al mismo tiempo, doña Teresa de Guevara adjudicó en herencia (también de los bienes de doña Francisca Soler) a su hermano Gaspar Justo Perisanz y Agustín, “la torre de don Godofre, conocida como la de los Bardaxines” de 130 fanegas, desgajada del primitivo señorío de los Bardají y luego de los Carvi, en la partida de Miralsot. Es el antiguo linaje Carvi y su patrimonio en Fraga, que reaparece distribuyéndose entre varios linajes, unos todavía fragatinos y otros afincados en Zaragoza y otras ciudades. Don Francisco Perisanz sobrevive a la guerra como coronel agregado al regimiento de infantería de Aragón, y en ese momento, el registro de alfarda de 1715 detalla los bienes que administra directamente (puesto que paga el derecho de uso del agua), y se comprueba que posee 481 fanegas de tierra en la huerta, lo que le convierte en el máximo terrateniente de regadío. En la década posterior a la
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guerra de Sucesión su patrimonio continúa aumentando y, en 1728, cuando Fraga va a realizar el primer catastro, manifiesta poseer 570 fanegas de tierra en la huerta, casi cien más que quince años antes. Casado desde antes del conflicto con doña Aurelia de Bielsa, la dote aportada por su esposa, hermana del infanzón don Manuel de Bielsa (de Barbastro), pudo contribuir al incremento del patrimonio. Pero su cuantía no podía ser única responsable de semejante aumento. Perisanz debió de adquirir fincas, con los años, por otros medios. Tal vez sus censales y las pensiones impagadas de los mismos, acumuladas tras la guerra, habrían arruinado a familias que perderían de este modo sus parcelas de cultivo, retrovendidas al infanzón. Ese mismo año, además de su casa valorada en ese momento en 240 libras jaquesas, declaraba ante el escribano poseer un horno, un patio y cien colmenas en sus masadas del monte, de una extensión de 80 cahíces o cargas. Su hacienda estaba cifrada en 6.852 libras jaquesas y, aunque manifestaba tenerla fuertemente gravada en censales por un capital de 568 libras, también era cierto que muchos fragatinos le pagaban pensiones sobre un capital de 1.824 libras jaquesas a un interés del 5%. Pero su propio endeudamiento debió ser progresivo y le había causado ya algún conflicto civil. En 1721, otro fragatino socialmente destacado, don José Sisón, pretendía judicialmente aprehender algunos de sus bienes. Don Francisco parecía seguir la norma según la cual “en las guerras no se paga”, puesto que las pensiones no satisfechas por él durante 17 años, es decir desde el inicio de la guerra, ascendían ya a 442 libras jaquesas. En 1726, doña María Cercós, viuda de don José Sisón y heredera de varios censos adeudados por don Francisco, pretendía tomar posesión judicial de una parte de sus bienes. 58 Además de sus débitos a particulares, don Francisco había tenido también problemas con los asuntos municipales. En 1720 se documenta como teniente coronel del regimiento de Lisboa y, extrañamente, se dice de él que está prisionero en Francia donde había llegado desde la Seo de Urgel. Al parecer, lo que pretendía con su marcha al extranjero era no tener que aceptar el cargo de regidor primero para el que había sido nombrado por el Rey. En 1722 el ayuntamiento determinaba advertir a don Francisco para que pagase la contribución que estaba debiendo y, en el caso que no quisiera pagar, “pasará el ayuntamiento a mirar su recurso". En efecto, haciendo bueno de nuevo el mismo principio que aplicaba a sus deudas censales, Perisanz debía contribuciones desde el año 1708 hasta el de 1722 inclusive por un monto de 208 libras. Pero debió pagar finalmente y reconciliarse con el ayuntamiento, puesto que dos años después los regidores le invitaban, junto
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con su hijo don Francisco Perisanz Bielsa, a la recepción celebrada
en
la
casa
consistorial
con
motivo
de
la
Proclamación del rey Luis I. Su hijo único y también mayor contribuyente, el infanzón don Francisco Perisanz Bielsa, será el último de los Perisanz fragatinos. Se casó en 1728 con Rosa Barrafón Pérez,
cuyo
linaje
ya
hemos
descrito.
Conocemos
los
testamentos de ambos consortes. El del esposo, fechado en 1733 y posiblemente cercano a su temprana muerte sin descendencia, instituye como ejecutores testamentarios, además de a su mujer y a su suegro, a sus tíos de Barbastro: “el canónigo y don Manuel de Bielsa”, y, como era costumbre entre los testadores socialmente preeminentes, a los presidentes del capítulo. Además de las fundaciones de misas, habituales entre los de su estamento, y de la legítima de cinco sueldos jaqueses a cualquier pariente que pretendiese ser heredero de sus bienes, dejaba de gracia especial a su esposa el aumento de dote que aportó en la capitulación matrimonial, que debía cobrarse de los bienes del testador. Y después de instituirla usufructuaria de todos sus bienes, hacía heredera universal a
su
alma
y
por
ella
a
sus
ejecutores testamentarios, para fundación de misas por él y por sus padres. Con ello, parte de su hacienda acabaría gestionada durante muchos años por algunos eclesiásticos. La influencia de la iglesia local sobre don Francisco y su esposa venía de lejos y, en 1739, aquellos eclesiásticos estuvieron en disposición de influir sobre la viuda para que vendiese su casa de la calle de la Cárcel al limosnero del obispo de Lérida, don Blas Foz, por 570 libras. Sabemos que la compra estaba destinada a albergar el hospital de pobres y enfermos de la ciudad. El coste era asumido a medias entre el obispo y el ayuntamiento, a pagar en tres años, y la venta se ejecutaba “en favor de los mayordomos que son y serán del hospital”. El día 10 de agosto de ese año se realizaba la venta notarial de “unas casas, jardín (luego llamado hort del hospital) y corrales”, otorgada por los ejecutores testamentarios de don Francisco. De este modo, el primitivo “palacio” de los Agustín renacentistas había pasado a manos de los Perisanz, y ahora se convertía en hospital municipal. Al año siguiente, el 26 de septiembre de 1740, la viuda doña Rosa Barrafón Pérez dictaba también su testamento en el que preveía “como es costumbre en entierros de semejante calidad” ser enterrada en San Pedro con acompañamiento de todo el coro y todas las cofradías, a lo que destinaba 400 libras, suficientes para
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dotar además otras fundaciones pías. Después de distribuir sus joyas, su dinero y otros bienes muebles entre su padre, sus hermanos y sobrinos, nombraba herederos a sus ejecutores testamentarios: su padre y los presidentes del capítulo. Cuando doña Rosa falleciera, la mayor parte del patrimonio Perisanz sería gestionado por la Iglesia. Su
muerte,
no
obstante,
tardaría
aún
muchos años en producirse y no antes de 1772, cuando todavía aparece en las fuentes fiscales. En 1747 había vendido al limosnero del hospital otra casa de su propiedad “para vivienda de los enfermos” por 40 libras. Y en el catastro de 1751 seguía siendo acreedora de varios censos por un capital de 355 libras, aunque ahora al reducido interés del 3%. Sin casa de habitación propia por residir en la paterna, mantenía como poseedora directa 105 fanegas de tierra en la huerta, en tres fincas, y aunque había descendido muchos puestos en el ranquin contributivo, seguía contándose entre los mayores contribuyentes, con una riqueza total catastral de 1.921 libras jaquesas. La más extensa de sus fincas, la torre de Perisanz, ya no figuraba entre sus posesiones. En 1756 mantiene las 105 fanegas de tierra y su capital catastral líquido asciende a 2.125 L. Tras la muerte de su esposo, la torre había pasado a manos de un nuevo obtentor de la capellanía, don Miguel Fuster, que la disfrutaría hasta 1745. Fuster era seguramente vástago de los Fuster-Perisanz de Torrente, como sucesor único “tonsurado” del primer Perisanz. La torre pagaba contribución desde el año 1759 como bien sujeto a la capellanía del Rosario, aunque no de forma pacífica. Su siguiente capellán, presbítero beneficiado de Nonaspe, con el pomposo nombre de don Juan José Altés Soler y Perisanz, se quejaba ante el intendente de Aragón en 1761 de que el ayuntamiento le hiciera pagar 25 libras al año de contribución por la finca, cuando de acuerdo con el Concordato entre España y la Santa Sede no debía pagar, por ser eclesiástico. El ayuntamiento replicaba que la capellanía era “mere laical y no colativa eclesiástica”, por lo que debía pagar. El intendente daba sin embargo la razón a mosen Altés, por ser eclesiástico y ampararlo el Concordato, “fuera la capellanía del tipo que fuere”. Altar y Trono caminaban todavía estrechamente unidos.59 En 1803 la Torre de Perisanz es arrendada por don José Altés en favor de Antonio Baquer Barrafón y de Josefa Faure, cónyuges y vecinos de Fraga, por ocho años y por 260 libras jaquesas anuales a pagar en moneda de oro. 60 En 1810 la capellanía pasa a manos del clérigo tonsurado don Agustín Altés y Llop, quien en
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1833 era todavía el cuarto contribuyente de Fraga por contribución ordinaria, con 369 reales de vellón de cuota anual (frente a los 789 reales que paga el máximo contribuyente, don Francisco Monfort). En 1814 se habían calculado las utilidades de la capellanía -ahora llamada de Altés- en 207 libras y 15 sueldos anuales, el mayor ingreso entre los eclesiásticos de Fraga, sólo superado por las propias rentas del capítulo. En 1829 pertenecían a la capellanía nada menos que 348 fanegas de tierra en la huerta vieja y 18,5 fanegas en la huerta nueva. Las desamortizaciones del siglo XIX acabarían dispersando el patrimonio de los Perisanz que todavía permanecía en poder de la Iglesia. Junto a los Villanova de los que hablaré luego, los Perisanz de Fraga son el linaje tenido con mayor fiabilidad por infanzón a principios del siglo XVIII, sin que jamás se discuta su condición de tal ni su inclusión en “estado separado” desde el primer registro catastral confeccionado. El concejo de la villa había instado al abuelo don Francisco Gaspar Perisanz y Soler a probar su infanzonía en 1657 y lo verificó tres años después.
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El enorme blasón colocado en lo alto de la fachada del antiguo palacio
de los Agustín lo evidenció durante mucho tiempo, y sigue pregonándolo todavía hoy en la casa reformada, sustituta de aquel espacioso caserón renacentista transformado en hospital. Habían pasado por él sucesivas generaciones de Agustín, Carvi y Gilbert, para acabar en poder de un infanzón venido de Serós. Con los Perisanz proseguía, aunque sólo por tres generaciones, una rama secundaria del rancio linaje Agustín, de segundones anclados en Fraga, cuando desde hacía más de dos siglos las ramas principales habían conseguido una enorme promoción social, primero en Zaragoza y luego, -por los encumbrados cargos políticos o eclesiásticos de sus vástagos-, en diferentes lugares de España. Los dos últimos Perisanz, padre e hijo, vivieron su mayor protagonismo personal durante la guerra de Sucesión, cuando don Francisco Perisanz y Agustín hubo de hacer frente, junto con otro infanzón fragatino –don Francisco Doménecha las amenazas que sobre la villa se cernían por las correrías del ejército austracista y de los vecinos catalanes. Como fragatino de pro, don Francisco pagó de su bolsillo la mitad del coste que supuso armar a los hombres de la villa, durante los años iniciales de la contienda. Después de la guerra participaría de las prebendas concedidas por el Rey, junto con alguno de sus convecinos. Sin embargo, no parece haber sido propenso al ejercicio del poder, puesto que de ningún modo quiso formar parte del nuevo gobierno municipal, aunque su rango exigía en aquellos primeros años su participación en razón de la “mitad de oficios” correspondiente a la nobleza. Los candidatos a ocupar los puestos preeminentes eran pocos, y le
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hubiera resultado muy fácil acceder al puesto de alcalde mayor o de regidor decano, desde que el privilegio Real organizó la composición del nuevo consistorio sin un corregidor de letras. Don Francisco y su hijo prefirieron dedicarse a la administración de su extenso patrimonio agrícola. Aquel patrimonio heredado en parte como capellanes de las capellanías creadas por sus antepasados Soler. Y su tren de vida, acorde con su rango social, debió ser incluso excesivo, puesto que de la escasa documentación manejada se deduce una situación financiera familiar difícil, con deudas permanentes e incluso con hipotecas sobre sus bienes. Al casarse el abuelo Gaspar Perisanz en segundas nupcias seguramente comenzó la disgregación del patrimonio, con la dote entregada a su hija doña Ana, casada en Torrente. Luego su hijo Perisanz y Agustín debió de hacer lo propio con su numerosa descendencia, si quiso mantenerla con decencia en su estatus nobiliario. Finalmente, su heredero don Francisco Perisanz Bielsa apenas le sobrevivió y dejó muy pronto viuda a doña Rosa Barrafón. Desde entonces, y en los sucesivos catastros, la contribución satisfecha por doña Rosa lo fue por menos de la mitad de la cuota que pagaba anteriormente su marido. Si a eso se añaden las mandas generosas que ésta dispuso al testar en favor de sus sobrinas NavarroBarrafón, se comprende que no debieron ser muchos los bienes traspasados a manos del capítulo después de su muerte. En el futuro, los verdaderos beneficiarios de gran parte del patrimonio Perisanz fueron los sucesivos capellanes de las capellanías fundadas doscientos años antes por los Soler, provenientes a su vez de los Carvi, Gilbert y de los todavía más antiguos Agustín.
* LOS AYMERICH. Si hay un linaje al mismo tiempo similar y opuesto al de los Cabrera ese es el de los Aymerich. Su escudo de armas (en la calle de la Cárcel e invertido en la de la Parroquia) denota por su sencillez su solera infanzona frente al ostentoso y más reciente escudo de don Medardo Cabrera. Como los Cabrera, los Aymerich son patronos de beneficios eclesiásticos en la iglesia parroquial y también como ellos son enterrados en su propia capilla. Como ellos, sus segundones eclesiásticos son frecuentes y con dotes considerables.62 Ambos linajes se parecen en muchas facetas del ámbito social y sus paterfamilias son requeridos para las ocasiones de mayor prestigio o conflicto. Pero la de “Merich” es una casa elitista, que procura distanciarse del Estado Llano. Siempre que tienen oportunidad de hacerlo, recuerdan a sus convecinos su rancio abolengo, “sus prerrogativas” y la antigüedad de su casa. Y están prestos a quejarse ante el propio Rey cuando en sus nombramientos como cargos públicos se omite distinguirles con el “don” preceptivo.
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Cuando ejercen la justicia o las regidurías saben imponer su autoridad, derivada de su profundo conocimiento de las más antiguas Ordinaciones. Pero cuando les interesa están prestos a eludirlas “prestando ocasión a que las providencias de buen gobierno queden sin efecto” o a “eludir” el pago de la contribución. Los Aymerich están siempre dispuestos a empuñar la vara de mando y a dificultar que otros con menos arraigo puedan disputarles los sillones del consistorio. También en eso se parecen mucho a algún Cabrera. Los antecedentes del apellido se remontan como mínimo al siglo XIV, documentado como “Eymerici” en la toma de posesión del señorío de Fraga por la reina doña Leonor en 1333.63 Luego aparecen en todos los listados fiscales y censos conservados, unas veces como “Merich” y otras como “Aymerich”. 64
Los individuos
más antiguos conocidos se documentan en el siglo XVI con el prior de San Pedro en 1573, don Domingo “Merich”; también con Joan “Merich”, ejerciendo el cargo de jurado en varios años de la primera mitad del siglo XVII y una Esperanza “Merich” documentada como mujer de Jaime Cambredó en 1606. Junto a ellos, -sin que pueda establecer relaciones de parentesco concretas-, se documenta el iniciador de la saga Pedro Aymerich y su hijo Domingo, casado con Joana Cubero. El hijo de ambos, Domingo Aymerich Cubero, obtiene firma de infanzonía ante la Audiencia del Reino en 1619, el mismo año en que se casa con Ana Purroy, de Tamarite de Litera. La saga continúa con Domingo Policarpo Aymerich Purroy, casado en 1650 con María Ana Malaprada “Merich”, en lo que parece un matrimonio endogámico. 65 Su hijo primogénito y heredero don Agustín Aymerich Malaprada figura como insaculado en varias bolsas para los oficios de la villa, ejerce como jurado, secretario del concejo y como justicia en 1701 y 1703; al mismo tiempo es administrador de la Taula del General desde 1698. En 1683 se ha casado con la hija de un notario de Teruel, doña Teresa Noguera, y se documenta como teniente coronel de los fusileros de Fraga durante la guerra de Sucesión. Su hermano segundón don Policarpo “Merich” iniciará una corta saga continuada en su hijo militar don Nicolás Aymerich66 y su probable nieta Antonia Aymerich, quien al casarse con Miguel Barrafón Pérez, concluye esta línea del apellido. Su SEGMENTO DE LINAJE detalla los individuos conocidos de ambas ramas durante el siglo XVIII. El hijo primogénito y heredero de Agustín será Francisco Atanasio Aymerich Noguera (1686-1742), mayor contribuyente en la primera generación del siglo XVIII. Considerado labrador con 13 hectáreas de regadío, 48 hectáreas de secano y varios censales en contra, se le considera una riqueza catastral de 1.944 libras, luego de resistirse a pagar la nueva Contribución, creyendo estar exento en su calidad de noble. Curiosamente, será su primo don Nicolás Aymerich quien años después, como militar que es, “ponga soldados a discreción, (para cobrarla a nobles
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y plebeyos) debiéndose practicar esto primero en las casas de los Sres. Alcaldes y Regidores que no hubieran pagado, y después por las casas de los vecinos”. Al tiempo que su hermana Teresa se casa con el infanzón don Juan Lorenzo de Galarraga y su otra hermana Josefa hace lo propio con el médico don José Ibarz Cabrera, Francisco refuerza parentesco con este último apellido mediante su enlace en 1718 con Francisca Cabrera Doménech, hermana segundona del mayor contribuyente Miguel Cabrera Doménech. Como uno de los principales acreedores seglares de la deuda pública que es, Francisco será durante años conservador de la Concordia Censal y ejercerá diferentes cargos de confianza en su administración, además de actuar como regidor segundo durante el trienio 1734-1736. En la segunda generación, su hijo y mayor contribuyente Miguel Aymerich Cabrera seguirá incluido como de Estado Llano en el catastro de 1751 y considerado como labrador y ganadero de “vacadas”, que administra su patrimonio mediante criados y medieros. Peleará durante años para que se le reconozca su estatus de nobleza,67 y demostrará mientras tanto públicamente su envidia respecto de quienes son reconocidos como tales.68 Ganada su demanda de reconocimiento de infanzonía, el nuevo “don” Miguel quedará incluido en el estamento noble, tenido por “infanzón de sangre, naturaleza y solar conocido”.69 Don Miguel había entrado en el consistorio a edad temprana como regidor cuarto durante un trienio y durante otros dos como regidor decano, pero desde su reconocimiento como infanzón podía optar sin resistencias a empuñar la vara de la justicia, lo que consigue cuando es nombrado alcalde primero para el trienio 17781780. Don Miguel muestra un carácter resuelto y exigente desde sus primeras decisiones como regidor, cuando se observa la división de los concejales en dos bandos que suelen votar encontradamente en muchas ocasiones. Aymerich exige, por ejemplo, que los que pretenden tener título de Infanzonía la prueben para poder mantener sus privilegios; querrá impedir que los eclesiásticos eludan el pago del catastro y que puedan ser administradores del hospital; intentará modificar las Ordenanzas de la ciudad en diversos capítulos y mantener las prerrogativas del alcalde segundo frente al acaparamiento del poder por el alcalde primero; y pondrá en evidencia los abusos de los “conservadores” que pretenden cobrar como censualistas pensiones en años en que según la Concordia no les corresponde. Igualmente
buscará
todos
los
resquicios
legales
para
evitar
que
dichos
conservadores se hagan “absolutos” en el manejo de los fondos de propios y conseguirá –con la influencia de sus parientes de Zaragoza- que el Rey revoque el
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nombramiento como regidores perpetuos de dos infanzones del momento: don Antonio Bodón y don Felipe Villanova. Don Miguel es convencido partidario del mantenimiento de los monopolios municipales y del abastecimiento de trigo al vecindario. Como miembro de la junta de propios embarga si lo considera necesario el trigo de diezmos correspondiente a la Mitra y prohíbe la introducción de vino forastero: él es el principal cosechero local en ese momento. Cuando no se sienta en el sillón consistorial arremete contra los que supone “desaguisados” de los regidores respecto de los arriendos y el control de los caudales públicos, hasta el punto de llevar a pleito ante el Real Acuerdo en 1759 a los conservadores de la Concordia.70 En cambio, en 1785 se resiste a ser controlado por otros regidores cuando ha desempeñado la función de depositario de propios y le acusan a él de fraude en las cuentas.71 En 1794, durante la guerra contra la Convención, cuando los franceses han invadido el valle de Salazar, los Aymerich –padre e hijo primogénito- se pondrán al frente de las compañías organizadas en Fraga para la defensa “allí donde las autoridades dispongan”, aunque luego excusan su asistencia como otros vecinos alegando la necesidad imperiosa de cuidar de su hacienda. Siguiendo la tónica elitista familiar, don Miguel acepta formar parte de la primera junta de regantes, bajo las órdenes del corregidor recién impuesto a Fraga, pero no acepta ser fianza, junto a otros hacendados, de los gastos que originará la reparación del azud. Sus contradicciones se evidencian igualmente en otros ámbitos: su padre ha sido almutazaf y ha desempeñado con autoridad su oficio, pero él se niega a someterse a las exigencias del ayuntamiento cuando pretende vender sin control público su cosecha de hortalizas en el mercado. Don Miguel se había casado en 1750 con Teresa Alaiz y Abad, del vecino lugar de Belver de Cinca, continuando la que parece estrategia habitual del linaje: buscar parentescos, patrimonios o dotes fuera de Fraga. Y así lo hará de nuevo su hijo don Miguel Aymerich Alaiz, no catastrado mientras convive con su padre en un mismo grupo doméstico e incluido entre los mayores contribuyentes de la tercera generación una vez fallecido aquel. Don Miguel se ha casado con doña Ana Beyán Escudero, de Tamarite de Litera, quien aporta nuevos parientes de renombre en la sede metropolitana de Zaragoza y como “sobrina nieta” del obispo de Vich. 72 El orgullo del linaje Aymerich por su progreso económico, social y político se evidencia cuando observamos a su hermano segundón –don Agustín- ejerciendo de abogado, y al benjamín –don Francisco- como capitán del Regimiento de Infantería de Murcia. También cuando don Miguel pretende, junto a otros hacendados, limitar el acceso al gobierno local tan sólo a los vecinos con mayor arraigo, entre los que
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se encuentra.73 Siendo como es partidario de que se imponga en Fraga un corregidor de letras que ponga orden en los conflictos entre vecinos, se atreve más tarde a llevar a juicio al corregidor local –don Ignacio Luzán y Zabalo- cuando éste le arresta por no acudir como los demás a la “limpia de la acequia”. 74 En cambio, se manifestará muy crítico con quienes gestionan esa misma acequia y la dejan abandonada, siendo él uno de los principales terratenientes en la partida del Secano. Cuando entra en el consistorio como síndico procurador se muestra celoso de las competencias de los regidores y exige participar de las resoluciones en las que entiende tener derecho de voto. Sin duda el principal acontecimiento en el que toma parte activa don Miguel Aymerich Alaiz es la guerra de la Independencia. Desde mayo de 1808 se encargará junto a otros “notables” de la organización de las compañías de paisanos que deben auxiliar a las tropas españolas frente al sitio de Zaragoza. Luego formará parte de la junta de gobierno que intenta frenar el furor de los fragatinos, frente a los franceses residentes en la ciudad y frente a ellos mismos. Más tarde don Miguel se documenta como teniente coronel del Tercer Batallón de Fernando VII, cuando se presenta en Fraga con una partida de tropa, “con comisión del Exlmo. Sr. Conde de Orgaz, general de las Riberas del Segre y Cinca, para incendiar el puente, a fin de impedir el paso al enemigo”. Durante la ocupación francesa deberá justificar documentalmente no haber participado en la “insurrección”, si quiere conseguir que se le alce “el secuestro de sus bienes y los de su hija”. 75 Al finalizar la guerra su patriotismo se verá reconocido siendo el “elector de parroquia” más votado entre quienes deben elegir el primer ayuntamiento constitucional. Pero como su padre y su abuelo, el último Aymerich varón sigue resistiéndose a contribuir como los demás vecinos a algunas obligaciones “del común” y muy pronto prestará su apoyo al nuevo corregidor que pretende encerrar la conflictiva situación posbélica en las coordenadas del absolutismo, luego del golpe de Estado de Fernando VII. Pese a las dotes y legítimas que el abuelo Francisco Atanasio y su hijo don Miguel han distribuido entre sus hijos, el patrimonio de la casa central de los Aymerich no disminuye ni parece sufrir pérdidas significativas como consecuencia de la guerra. Como puede apreciarse en el Gráfico 24, don Miguel Aymerich Alaiz mantuvo su indicador de riqueza luego de concluida, y su hija apenas lo disminuirá en la última fuente fiscal analizada. Doña Francisca Aymerich Beyán es también hija única y heredera cuando se casa con un “propietario” de La Pobla de Segur, en Cataluña, don Jacinto Orteu Altemir.76 Como administrador del patrimonio de su esposa don Jacinto figura en el catastro de 1832 con 21 hectáreas de regadío en diferentes partidas de la huerta (con tres huertos cerrados) y 125 hectáreas de secano en varias masadas. Dispone
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de cuatro casas en el núcleo urbano y dos masías en el monte. La opinión pública le atribuye un capital patrimonial en la ciudad superior a las 10.000 L. j., aunque el catastro sólo le fiscaliza por 7.400. Gráfico 24 EVOLUCIÓN DEL INDICADOR DE RIQUEZA DE LOS AYMERICH (en libras jaquesas)
9.000 8.000 7.000 6.000 5.000 4.000 3.000 2.000 1.000 0 1730
1751
1772 PC
1789 CS
1803
1819
1832
MC
El de los Aymerich es uno de los patrimonios crecientes en la etapa, pasando de una cuota promedio de 6,25 libras anuales a la de 33,35 libras, uno de los mayores incrementos en el conjunto de los contribuyentes, aunque en las siguientes generaciones el destino de sus rentas queda en buena medida en manos forasteras. Pese a que don Jacinto Orteu posee casa en la ciudad (plaza de San Pedro) junto a la de su suegro con quien convive, los avatares de la guerra Carlista le sitúan en Francia como “faccioso”.77 En 1865 su esposa doña Francisca legalizará cinco masadas en el monte (en Portell y Litera) por un total de 373 hectáreas y sus hijos seguirán incluidos en los padrones de la segunda mitad del siglo XIX. 78
* LOS FORADADA. El privilegio de nobleza más antiguo de los que conforman este resumen prosopográfico lo ostenta el apellido Foradada en la persona de un Antonio Foradada, elevado al rango de caballero el 27 de marzo de 1493 por el rey Fernando el Católico. Lo sabemos por la reclamación de uno de sus lejanos descendientes cuando pretende ser incluido en la propuesta de regidores trienales como perteneciente al Estado Noble en 1780. El “tercer abuelo” de quien ahora reclama, el notario Juan Foradada ¿Navarro?, había revalidado el título ante la Corte del Justicia Mayor del Reino el 28 de enero de 1668. Por otros documentos sabemos que un Juan Foradada fragatino, casado con Isabel Ferrer Ferrer, figura en
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1621 como “caballero”, insaculado en Zaragoza en la bolsa de “villas del Reino” y en la de “inquisidores de villas”. En su testamento de 1628 consta como notario y hace heredero universal a su hijo Juan Foradada y Ferrer, de igual profesión, casado con Inés Navarro Soler. Véanse estos enlaces en un fragmento de la hoja de GENEALOGÍAS ANTECEDENTES. Posiblemente quien revalida el título en 1668 sea su hijo Juan Foradada ¿Navarro? Ésta es desde luego una de las ramas más antiguas del tronco de los Foradada en Fraga y la que parece continuar en “línea recta” de sus descendientes masculinos el título de “caballeros”, en la persona de don Pedro Foradada Beyán, notario Real.79 Otras ramas de similar antigüedad parecen ser, -por un lado-, la que inicia en el siglo XVII don Pedro Foradada Marzilla, casado con Agustina Doménech Villanova y ejerciendo el cargo de justicia de la villa en varias ocasiones; línea que parecen continuar los esposos Tomás Foradada ¿…? y Magdalena Barrafón de “Na Cilia”, y que desemboca durante el XVIII en cuatro grupos domésticos conocidos del linaje. Por otro lado, también se documenta un Simón o Simeón Foradada en 1645, cuyo probable hijo Manuel ¿Nadal? Foradada parece ser quien pretende en 1660 conseguir del Rey alguna prebenda en razón de sus méritos y los de su abuelo Melchor Simón o Gaspar Simón Foradada durante “los hechos de Cataluña”. Probablemente se trata del Manuel Foradada documentado en 1689 como labrador, con 29,5 fanegas de regadío y diez años después con 32 fanegas. Es justicia de la villa en 1697-98. En 1703 tiene 74 años de edad y se le considera infanzón. Y todavía observamos otra familia formada por Magdalena Foradada Vidal, hijastra de José Tonisón, casado en segundas nupcias con su madre, y a quien Tonisón hará heredera universal en su testamento de 1699. Es decir, a lo largo de los siglos XVI y XVII se documentan varios individuos Foradada emparentados con herederos y segundones de linajes fragatinos coetáneos como los Ferrer, Navarro, Soler, Barrafón, Bodón, Doménech o Villanova, así como con hembras de linajes del entorno comarcal y regional como los Moliner, Valentín, Beyán o Antúnez, llegando incluso a efectuarse matrimonios cruzados entre
hermanos.
Al
mismo
tiempo
aparecen
en
la
documentación
varios
eclesiásticos: el vicario Simón Foradada en 1580, el vicario perpetuo de San Pedro don Dionisio Foradada en 1621, don Jacinto Foradada Marzilla, beneficiado de San Simón y San Judas en 1634 o el licenciado José Foradada Valentín en 1700, 80 en una clara búsqueda de beneficios eclesiásticos para los segundones, continuada en la centuria ilustrada con no menos de otros tres individuos: en la rama principal don Francisco Foradada Bodón capellán de la capellanía creada por su padre y continuada en su sobrino don Francisco Foradada Abad; en la rama secundaria el
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clérigo tonsurado don Tomás Foradada Antúnez y más tarde su sobrino el doctor don Guillermo Foradada Usted, que finalmente renuncia el hábito talar. Al
iniciarse
el
siglo
XVIII
su
SEGMENTO DE LINAJE se estructura en no menos
de
cinco
grupos
domésticos
diferenciados. De ellos, sólo uno parece mantener
la
calidad
reconocida
de
“caballero”, mientras algún otro conseguirá entrar en el grupo de los exentos en razón de su profesión. El patrimonio conjunto del segmento se agranda con los años y su promedio se mantiene siempre por encima de
la
mediala
contribuyentes
que
distingue
significativos,
pero
a
los sólo
durante la primera generación uno de sus individuos
alcanza
el
rango
de
mayor
contribuyente: el notario don Pedro José Francisco Foradada Bodón, hijo del ya nombrado notario, comerciante de granos y ganadero don Pedro Foradada Beyán y doña Josefa Bodón y Maicas. El catastro de 1730 le destaca con el distintivo de “don” y le sitúa como sexto contribuyente, atribuyéndole una riqueza de 3.200 libras, que el catastro de 1751 incrementa hasta las 3.367 libras, y en el de 1756 alcanza las 4.706 libras, cuando quien administra el patrimonio como usufructuaria es su viuda doña Teresa Abad y Ric, natural de Belver. Un patrimonio agrícola que le situaba ya en 1730 en segundo lugar entre los terratenientes, con 26 hectáreas de regadío (entre éstas la llamada “Torre del Almarjal de 266 fanegas) y 47 hectáreas de secano. Cuenta entonces con dos casas, uno de los escasos hornos de la ciudad y un saldo censal favorable. Veinte años después ha aumentado el regadío a 30 hectáreas y el secano a casi sesenta. Un ciclo vital sin duda provechoso, continuado en su hijo y heredero don Luis Foradada Abad, que vive en la casa paterna con su madre y su esposa doña Josefa Escudero, y a quien en 1768 se atribuye un patrimonio de 10.700 libras. La saga de los Foradada-Bodón-Abad continúa en su línea principal con don Francisco Foradada Escudero, que se casará con doña Teresa Santarromán (del lugar de Sieso) y tendrá de ella tres hijos: don Mariano, doña Teresa (casada con el heredero de casa Arquer) y el primogénito don Francisco Foradada Santarromán, casado en primeras nupcias con una fémina Galicia y en segundas con doña Margarita Royo, de Osso de Cinca, donde reside la mayor parte del tiempo.81 Como
905
la de los Aymerich, la estrategia matrimonial de los infanzones Foradada es siempre exogámica elitista, en un afán por expandir su influencia social en la región. Aunque ningún otro miembro del linaje vuelva a encumbrarse como mayor contribuyente en la etapa, la imagen derivada de este hecho es engañosa, puesto que hasta siete cabezas de familia del linaje constan como contribuyentes significativos en sucesivas generaciones. Y por supuesto alguno de ellos o sus segundones, -varones o hembras-, consiguen emparentar con los mayores contribuyentes. Es el caso de María Foradada Barrafón, casada con el labrador Blas Ibarz Mañes en la primera generación, o el de su hermano mayor Tomás Foradada Barrafón, casado con Esperanza Antúnez Calvera, hija del médico don Francisco Antúnez. También el de su hijo, el escribano del número Francisco Foradada Antúnez, casado con doña María Usted Sudor, hija del mercader inmigrante Lorenzo Usted, mayor contribuyente de quien absorberá buena parte de su patrimonio como hija única. Su primogénito, don Lorenzo Foradada Usted, -frecuente fianza en los arriendos de propios-, se casará con doña Rosa Mahull (de Tamarite), de quien no tendrá descendencia y a la que hará su heredera universal en 1835. Siete años después, cuando doña Rosa dicta su propio testamento, cede la mayor parte de su patrimonio al hospital de pobres. Mayor continuidad tendrá el segundón de esta casa: el doctor y “maestro en artes” don Guillermo Foradada Usted, casado con la hacendada y ganadera doña Josefa Isach Villanova, -viuda del abogado don Ambrosio Jover-, de quien tendrá al menos tres hijos: Joaquín (asesinado en Cuba), Isidora (muerta muy joven) y el primogénito y heredero don Modesto Matías Foradada Isach, que casado con doña Paula Pérez García, de Zaragoza, tendrá relevancia en la política local ya entrado el siglo XIX y numerosa descendencia que llega hasta hoy.82 Finalmente, en la que parece ser una tercera rama del linaje desde la primera generación, María Magdalena Foradada Vidal se casará en tres ocasiones, siendo el hijo de su segundo matrimonio, el maestro herrero José Rubión Foradada heredero universal de su madre y mayor contribuyente.83 De su tercer matrimonio con el escultor José Pradell, nacerá Josefa Pradell Foradada, quien se casará con el labrador y mayor contribuyente en la segunda generación Francisco Pastor Solano, heredero de su padre Domingo Pastor ubicado igualmente entre los mayores contribuyentes.84 Si algo caracteriza a los infanzones Foradada es su permanente ocupación del poder local. Siendo uno de los apellidos reconocidos en el período insaculatorio
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como “de la primera nobleza”, lo disfrutarán luego por su declarada fidelidad a Felipe V. El paterfamilias de la rama principal, don Pedro Foradada Beyán, fue justicia antes de la guerra de Sucesión y será alcalde primero por dos veces luego de concluida. Nada cambia para él: consigue la vara con los Austrias y la mantiene con los Borbones. Cuando no está en el ayuntamiento, protagoniza las tareas públicas más delicadas: la conformación del primer catastro, la depositaría de propios, los intentos por librar a los vecinos del pago de la contribución o los preparativos para la proclamación en la ciudad del nuevo rey Luis I. Su hijo don Francisco Foradada Bodón fue regidor por dos trienios y uno desempeñó la función de procurador síndico. Su nieto don Luis Foradada Abad se sentó por ocho años en sillón de regidor segundo y luego en el de regidor decano, amparado siempre en la influencia paterna y en la de sus parientes los Aymerich. Don Luis desempeñó durante años el honroso cargo de administrador del hospital. Su hermano menor Francisco será maestro de latinidad o gramática a cargo del ayuntamiento.85 Y su otro hermano Antonio será propuesto en varias ocasiones para regidor y actuará como depositario del pósito de granos y como procurador del juzgado. La estrategia fundamental del linaje Foradada fue sin duda –como la de sus parientes Bodón- la de proporcionar a sus vástagos la mejor educación en Lérida, Huesca o Zaragoza. El biznieto don Francisco Foradada Escudero ejerció de síndico procurador por cuatro años, y se enfrentó en un dilatado pleito contra el ayuntamiento por el derecho de pasto de la pardina correspondiente a la extensa “Torre del Almarjal” heredada de sus antepasados Carvi.86 El síndico general del consistorio don Antonio Barrafón –“émulo decidido de la casa de Foradada”-, pretendía a juicio de su abogado “despojar a mi parte de casi todo el territorio de la propiedad más preciosa de que se compone su patrimonio”. El pleito continuó con su hijo don Francisco Foradada Santarromán, enfrentado al ayuntamiento desde su puesto de diputado primero y luego como regidor a fines del reinado de Fernando VII, y todavía no había sido resuelto muchos años después, reabierto a iniciativa de sus herederos.87 Cuando los Foradada de la rama principal no formaban parte del consistorio ejercían el poder sus parientes más cercanos de la rama secundaria: primero los Foradada-Barrafón en los dos hermanos Francisco y Tomás como regidores; luego el hijo de éste último, el escribano don Francisco Foradada Antúnez, que ocupó la secretaría del ayuntamiento nada menos que durante veintisiete años y por ello dirigió los asuntos de la junta de propios con mayor experiencia que cualquier otro vocal.88 Le siguieron sus hijos don Lorenzo y don Guillermo como regidor uno y como diputado el otro en el conflictivo período de la guerra de la Independencia y el posterior reinado de Fernando VII. Don Guillermo fue sin duda una de las personas
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más discutidas e intrigantes en el ámbito del poder local. Acusado de afrancesado y juzgado luego por ello, supo arrimarse al corregidor de turno para potenciar sus intereses políticos partidistas y abandonar su inicial inclinación religiosa al casarse con una viuda rica, logrando de este modo “sus mayores miras”.89 Además, la temprana muerte de su hermano mayor, don Lorenzo, le hizo heredero universal de los bienes paternos y maternos, con lo que de ser “maestro en artes” y “sólo bachiller” según sus enemigos, pasó a ufanarse de estar incluido entre los principales hacendados.90 Años después, ya en época liberal, su hijo don Modesto Matías Foradada Isach, hacendado y ganadero además de escribano y secretario del juzgado, será depositario del pósito por algunos años, cobrador de la contribución, secretario interino del ayuntamiento, concejal durante un lustro y ocupará el cargo de alcalde a fines de la Década Moderada de Isabel II. Don Modesto había sido uno de los adalides en la defensa de la causa de los ganaderos en el conflicto con los labradores, por la servidumbre de los pastos comunes en beneficio de los propios del ayuntamiento.91 Por otra parte, el cuadro del poder que ejercen los Foradada en todas las generaciones y ramas quedaría incompleto si no le añadiéramos el ejercido durante largos períodos por sus parientes más directos: los Doménech-Foradada, los IbarzForadada o los Mañes-Foradada. Tan sólo otras dos familias de “la primera nobleza”, -los Doménech y los Villanova-, pudieron competir en ese ámbito con los Foradada, con quienes en realidad estaban también emparentados desde al menos el siglo XVII.
9.4.4 La más estrecha “coligación de parentescos”: los Doménech y los Villanova.
* LOS DOMÉNECH. Individuos del apellido como Jerónimo y Macián Doménech figuran entre los ‘jurados’ que gobiernan la villa al menos desde finales del siglo XVI. En el XVII los encontramos emparentados con los Trems y los Villanova, y una almorda de la acequia vieja lleva su nombre, lo que denota posesión de patrimonio tradicional y significativo en el regadío. El iniciador conocido de la saga que conduce al XVIII parece ser el jurista, censualista y también ‘jurado’ de la villa doctor Domingo Doménech, casado con doña Paciencia Villanova Soler, documentado a mediados del XVII como “patrón de la capellanía de Vázquez”. Además de con los Villanova, otros Doménech aparecen durante esta centuria emparentados con miembros de linajes tradicionales como los Barrafón, los Cabrera, los Valls o los Foradada
en
una
estrecha
“coligación”
908
de
parentescos.
Entre
la
nutrida
descendencia de Domingo y Paciencia sigue la saga su hijo segundo Francisco Doménech Villanova, heredero universal por la temprana muerte de su hermano mayor, José.92 Francisco Doménech Villanova se casa con María Foradada y Abarca, al tiempo que su hermana Agustina lo hace con don Pedro Foradada, en lo que parece un doble matrimonio de conveniencia, que reagrupa patrimonios o compensa dotes. Luego de haber ejercido como justicia de la villa al menos en dos ocasiones (años 1670 y 1675), en 1678 Francisco adquirirá el connotado de ‘don’ al ser nombrado caballero “a fuero de Aragón” durante el reinado de Carlos II, lo que le lleva a ser desinsaculado de las bolsas de oficios de gobierno.93 Su hijo primogénito don Francisco Doménech Foradada será mayor contribuyente durante la primera generación del siglo XVIII. Don Francisco figura en el catastro de 1730 con un indicador de riqueza de 5.828 libras, con 20 hectáreas de huerta y más de 60 hectáreas en el monte, fincas que suele arrendar a terceros mediante contrato con cláusulas muy detalladas ante notario. Mantiene casa en la ciudad y cobra de distintos vecinos pensiones anuales de treinta censos, al tiempo que deja en comanda o depósito diferentes cantidades en metálico y en especie a vecinos y forasteros.94 A su vez, su patrimonio aparece endeudado con dos censales que satisface al capítulo eclesiástico (capital de 796 libras) y otro a la familia Cabrera (con capital de 824 libras). Considerado caballero como su padre, será regidor decano en los dos primeros ayuntamientos luego de la Nueva Planta y primer diputado a Cortes en representación de Fraga en 1712. Casado con doña María Teresa Artigas de Artibay, a don Francisco le conocemos ya por sus vanos esfuerzos en la Corte, comisionado para hacer efectivo el privilegio de exención de impuestos concedido por Felipe V. 95 Don Francisco ha destacado durante la guerra de Sucesión como teniente coronel en diferentes regimientos y por su valentía en la defensa de la villa y el castillo de Mequinenza frente a los austracistas.96 La descripción de sus méritos y penalidades es una buena carta de presentación en Madrid, pese a lo cual no consigue el objetivo. Desengañado por la ingratitud de los fragatinos, -que él mismo destaca-, se traslada a Huesca donde ha conseguido del Rey en 1715 el puesto de regidor perpetuo, que desempeñará entre 1720 y 1744. Desde su posición privilegiada en Huesca ejerce repetidamente de comisionado para varios asuntos que preocupan al consistorio fragatino: la confección de unas nuevas Ordinaciones con que gobernarse o su participación en el pleito que sostiene Fraga contra Velilla por el dominio de la acequia. Con anterioridad, sus esfuerzos en Zaragoza para que su hijo don Francisco Doménech Artigas pudiera entrar en el concejo durante los últimos
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años del gobierno foral habían chocado con el privilegio de la villa para no insacular a los nobles, y sólo después de la guerra ese nuevo don Francisco será regidor segundo entre 1737 y 1740, cuando figura como tercer mayor contribuyente en la ciudad. Posteriormente conseguirá sustituir a su padre en la plaza de regidor perpetuo de Huesca, cargo que desempeñará entre 1749 y 1777. 97 Curiosamente, mientras el padre era considerado en el catastro de 1730 como forastero, los libros de 1751, 1772 y 1789 incluyen a su hijo y a los herederos de éste como vecinos y con una cuota superior a la de cualquier otro infanzón tenido como tal. 98 Sin duda contribuyó a su mayor presencia en Fraga el hecho de que su hermana doña Lorenza Doménech Artigas, nacida en Huesca, se casara con don Matías Villanova Almenara, nacido en Benabarre, pero vecinos de Fraga. Reforzaban además con ello el parentesco establecido con anterioridad entre ambos apellidos. Don Francisco Doménech Artigas vivió siempre a caballo entre Fraga y Huesca, a donde se retiró su viuda doña Manuela Agustín y Copons, lejana descendiente del linaje de los Agustín fragatinos. En Fraga ejerció como mayordomo del hospital durante años, al tiempo que lo era también de la cofradía del Rosario. Desempeñó funciones de ejecutor testamentario en varios testamentos de vecinos hacendados; formó parte en 1741 de la junta para la restauración del azud y el cobro del derecho de alfarda; y en 1759 será comisionado para recibir a SS. MM. el nuevo rey Carlos III y su esposa a su llegada a Lérida desde Barcelona, junto a don Félix Villanova, don Antonio Bodón y don Antonio Barrafón como “sujetos del mayor desempeño y expedición”. El hijo de don Francisco y doña Manuela, y tercero de este nombre, don Francisco Doménech Agustín (y Copons) será mayor contribuyente en los catastros de 1819 y 1832, considerado nuevamente como forastero por su residencia habitual en Huesca, donde se ha casado con la oscense doña Faustina del Campo y desempeña como su padre y abuelo el puesto de regidor desde los primeros años del siglo XIX. En 1832 don Francisco posee en Fraga 5 hectáreas de regadío, parte de ellas en huerto cerrado y 53 hectáreas en dos masadas en Cardiel –con masía- y en La Valcuerna, y se cuenta entre los mayores cosecheros de vino, siguiendo la dedicación de sus antepasados. Mantiene su casa en la calle Mayor arrendada algún año como factoría de los Cortadellas99 y sigue cobrando pensiones de treinta censos cargados sobre diferentes vecinos. Una vez iniciada la etapa liberal, en 1836, volverá a residir por temporadas en Fraga y se le considera por el ayuntamiento constitucional como formando parte del grupo de los “Milicianos Nacionales que han hecho servicios a la patria”. Su hacienda se valora en el catastro de esos años en casi 5.000 libras jaquesas. Y en 1845 no figura ya catastrado ni como vecino ni como forastero. Únicamente uno de
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sus hijos, don Romualdo Doménech del Campo, permanecerá en la ciudad como miembro del capítulo eclesiástico en calidad de beneficiado, al menos entre 1842 y 1851 y encuadrado entre los principales ganaderos del momento. Su hermano mayor, don Juan Doménech del Campo se documenta en 1842 como nuevo encargado de negocios del ayuntamiento de Fraga en Huesca. Como puede observarse en su SEGMENTO DE LINAJE, el de los Doménech es un linaje unilineal en Fraga, de hidalgos reconocidos (aunque renovando su petición de declaración de infanzonía en 1806) que mantiene un único grupo doméstico hasta la tercera generación del siglo, para convertirse luego sus herederos en beneficiarios oscenses de sus rentas en Fraga. Su patrimonio local permanece con alguna disminución a lo largo del siglo100 aunque su valoración catastral se mantuvo siempre muy por encima de la mediala contributiva. Sin embargo, siendo considerable, el suyo es tan sólo un indicador de riqueza local, que no da la verdadera dimensión económica del linaje. Con seguridad, el conocimiento de sus posesiones, actividades y relaciones de parentesco en la capital oscense proporcionarían una imagen mucho más próxima a su auténtico potencial regional, donde en realidad tienen puestas sus aspiraciones, sin que su actuación sociopolítica fragatina tenga apenas relevancia. Los Doménech debieron representar para algunos fragatinos en todo caso un frecuente aliado o patrón en el exterior. * LOS VILLANOVA. Todo lo contrario sucede con los Villanova. Su influencia sociopolítica fue determinante en multitud de asuntos y conflictos locales y en todas las coyunturas, por lo que se hace indispensable su análisis con mayor detenimiento. El apellido se documenta en sus acepciones de Vilanova, Villanova o Villanueva al menos desde el año 1325 durante el señorío del último Montcada. Vuelve a figurar entre los que juran vasallaje a la reina doña Leonor en 1333 y ya no desaparece de la documentación desde entonces. Una de las almordas de la acequia vieja lleva su topónimo, en una partida junto al moli de dalt, donde debió situarse alguna de sus primeras posesiones. A través del tiempo se documentan diferentes fragatinos con este apellido: en 1550 se nota un Domingo Villanova; de 1571 se conoce un Lorenzo Villanueva, casado con Francisca Sariñena, notario de Zaragoza y afincado en Fraga junto a su hija Mariana, casada con Francisco Moles. Un Miguel Villanova figura como jurado en 1611; diez años después Pablo Nicolás Villanueva está insaculado en la bolsa de notarios de los diputados del reino y se le considera como fragatino. En 1677, entre las escrituras notariales del convento de los agustinos se documenta otro Miguel Villanova, casado con Gracia Oliver y muerto al año siguiente.
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En varias ocasiones durante el siglo XVII se constata lo que debió ser una rama lateral del apellido, que se diferenciaría de la principal por el apelativo “Naponsa”, como hemos visto ocurría con los Barrafón. En 1663 se documenta Tomasa Navarro como viuda de Miguel Villanova “Naponsa”, que había sido jurado en 1657. Cinco años después encontramos otro Pedro Villanova “Naponsa”, labrador, domiciliado en Fraga, insaculado en segundas y terceras bolsas para los oficios del concejo, con 8 hectáreas de regadío a fines de siglo. Este Pedro estuvo casado con Úrsula Guiu y en segundas nupcias con Gracia Lledesma, según se documenta en el Libro del Justicia en 1659. Su hija Mariana Villanova Guiu, está casada ya en 1693 con Elifonso Guardiola Vidilla, y de ellos nace Violante Guardiola Villanova, casada con Mauricio Piñol. Pero la de los Naponsa no parece ser la saga que buscamos. Probablemente la mujer Villanova casada a fines del Seiscientos con un Bodón, y a cuyo hijo el notario don Pedro Bodón Villanova ya conocemos, sea antecedente próximo del linaje. Lo cierto es que desde principios del XVII hay una familia que posee un gran ascendiente económico en la población debido a las rentas censales que acumula. Al menos desde 1614, ofertan sus capitales al concejo general de la villa primero Juan Blas Villanova Soler y luego su hermana Paciencia, casada con el jurista don Domingo Doménech.101 Las rentas de sus censos son cobradas más tarde por sus hijos, hasta que su necesidad de liquidez les lleva a desprenderse de ellos. 102 La villa consulta la conveniencia de la operación con su asesor, el jurista doctor don Miguel Félix Villanova Guardiola, que también es censualista del municipio. El hábil asesor, no sólo considera conveniente la operación para el concejo, sino que él mismo acaba siendo el nuevo beneficiario de los títulos. Las pensiones de aquellos censales volvían así al apellido Villanova y tal vez a la misma casa. Don Félix sigue en años sucesivos adquiriendo censales de la villa, por una propiedad global de 4.000 libras, que pasarán de generación en generación a sus descendientes. Esa sí es la saga Villanova que nos interesa. Pero antes de analizar a sus individuos mayores contribuyentes,
veamos
los
antecedentes
familiares
directos de este Miguel Félix. Hasta donde sabemos, lo son su abuelo Miguel Juan Villanova, documentado en 1616 en Fraga y su abuela Isabel Moliner, nacida en 1591 en Valfarta. También su tío abuelo mosen Juan Villanova, documentado como capellán de la capellanía de los Montañana en 1621 y oficial eclesiástico de la diócesis en 1624, quien cederá ese mismo año una viña de su propiedad para la edificación del convento de los capuchinos.
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De ahí es de donde parte una de las casas con mayor relevancia social en Fraga durante el siglo XVIII. Parte también del hecho de que su padre, don Miguel Martín Villanova Moliner fuera armado caballero el 21 de julio de 1644, durante la Guerra de Secesión catalana, después de haberse encargado de la defensa de Fraga al mando de 400 hombres, cuando la villa estaba sin tropas. También de haber actuado durante años como justicia de la villa y de ser valorado como “de lo bueno de aquí” entre los de su “estado”. Igualmente del hecho de que, “como muchos de sus antepasados”, fuera ministro de la Inquisición. Don Miguel Martín Villanova Moliner estuvo casado desde 1634 con doña Andresa, o Ana, Guardiola.103 Del matrimonio de don Martín y doña Andresa conocemos dos hijos: el caballero don Félix Villanova y Guardiola, afincado en Benabarre, que consta el año 1700 como tutor y administrador de los bienes de su hermano menor, don Miguel Félix Villanova y Guardiola, el personaje que ya conocemos como fragatino y que sería declarado a la postre heredero universal de su padre, al fallecer tempranamente su hermano mayor. Don Miguel Félix Villanova y Guardiola había nacido en 1640, estudiado leyes en Huesca donde se doctoró, y casado a sus veinticuatro años con la oscense doña Lorenza Marquínez del Molino. Además de caballero por su padre, su mejor título sería el de Gobernador del Marquesado de Aytona y de la Baronía de Alcarrás. Se afincó en Fraga y en 1685, en plena madurez, pagaba alfarda por 20 hectáreas. Contaba con tres casas, además de la de su habitación, corrales para el ganado en el Secano y varios colmenares en el monte. Sus mejores rentas, sin embargo procedían de sus pensiones censales. A don Miguel Félix Villanova y Guardiola le nacieron al menos dos hijos de doña Lorenza. Su primogénito, don Miguel Villanova Marquínez, siguió los pasos de su padre como justicia de la villa (1688-1689) y desposó en Fraga a doña Ana Samper.104 Poseía un pequeño patrimonio de 18,5 fanegas de regadío y una masada en el monte cuando fue nombrado heredero en 1686. Pero apenas tuvo tiempo de transmitir esa herencia antes de morir a su hijo José Villanova Samper, luego mayor contribuyente en la primera generación del siglo XVIII, dando nombre a una de las dos casas del apellido en la etapa.105 La temprana muerte de éste último don Miguel (1694) en vida de su padre, elevó a su hermano menor don Félix Villanova Marquínez a la categoría de heredero y antecedente de la otra gran casa de los Villanova en Fraga. Tal vez orientado por sus parientes de Benabarre, don Félix se había casado allí en 1692 con doña Ana Almenara, mediante la cual obtiene el título de “señor de las pardinas de Monrepós y Arguás, y carlán de Vellet en la villa de Capella”.106 Fijó su residencia en Benabarre y fue regidor perpetuo de su ayuntamiento desde 1713 hasta 1730.
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El destino de los Villanova parecía más orientado hacia la montaña que hacia el valle del Cinca. (Su tío Villanova Guardiola poseía allí su mayor patrimonio). Pero la condición de ganadero de don Félix aconsejaba no perder la vecindad de Fraga, donde como ganaderos naturales podían aprovechar los vastísimos pastos de invierno. Su hijo mayor, don Matías, acabaría casado en Fraga y el menor, don Félix, será continuador en la entonces villa de la otra casa Villanova. La de los Villanova-Samper y la de los Villanova-Almenara, serán las dos ramas del apellido afincadas en Fraga durante el siglo XVIII. Con el fin de distinguirlas con claridad las describiré separadamente, aunque ambos segmentos genealógicos se detallan paralelos en un mismo SEGMENTO DE LINAJE. a) Los Villanova-Samper… Bardají… Alastruey… y Villanova de nuevo. El segmento de los Villanova-Samper se inicia como hemos advertido con don
José
Villanova
Samper,
tercer
mayor
contribuyente
en
1730.
Ha
incrementado considerablemente la pequeña herencia paterna, y en ese momento posee 20 hectáreas de regadío en más de diez parcelas y 60 hectáreas en el monte; la casa de su habitación, dos toros y dos caballos, censos a favor por 969 libras de capital y otros en contra por 1.870 libras. En 1751 ha disminuido algo su extensión en el regadío y también sus censos, tanto a favor como en contra.
Su
actividad principal -junto a la administración de su dilatado patrimonio rústico valorado en 5.075 libras- será la de ganadero suministrador, administrador y en ocasiones arrendatario de las carnicerías tanto de Fraga como de Zaragoza. Su linaje y su casa serán considerados en la ciudad entre “los más honorables” de su estado, aunque la suya sea una rama segundona. En su calidad de censualista de la ciudad será durante años uno de los conservadores de la Concordia. Igualmente es censualista de varios vecinos, aunque el balance entre sus censos a favor y en contra resulte deudor.107 Al morir, en 1763, hizo heredera usufructuaria y distributiva a su esposa doña Faustina Bardají. Su experiencia en el nuevo gobierno municipal había comenzado temprano, en 1717, como regidor tercero. En 1722 era convocado por el ayuntamiento, junto con otros vecinos “de calidad”, para estudiar la formación del primer libro catastro. Dos años después, con ocasión de la proclamación del efímero rey Luis I, don José es invitado a la casa consistorial en primer lugar de prelación de entre una serie de individuos y situado inmediatamente después del gobernador militar y de los mandos y oficiales del Regimiento de Brabante, de guarnición en Fraga. Será alcalde primero en los trienios 1728-733 y 1741-743, y regidor primero entre 1744 y 1746. En esta ocasión, el nuevo alcalde don Antonio Bodón y Funes no le admite la jura del cargo si no paga antes las trece libras que debe satisfacer por obtener el
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título de regidor. Es una afrenta pública que ofende a su honor. En consecuencia, don José rehúsa el cargo y tendrá que ser el Real Acuerdo quien le reponga en su puesto, dada su experiencia, “porque ha gobernado muchos años”. Pero en adelante ya no volverá a sentarse en ningún sillón del consistorio. Su poder e influencia habían crecido con los años hasta el punto de creer ser siempre él, tanto cuando actuaba en función de alcalde como cuando lo hacía como regidor decano, el más capacitado y con mejor derecho para proponer a la superioridad los nuevos cargos públicos. Hasta que topó con otro tan fuerte como él. Hasta que chocó con su pariente Bodón. Entonces cedió a la presión y se alejó de los oficios de república. Años después, en 1749, se opone tenazmente y con éxito al intento de otros regidores que buscan convertir la iglesia parroquial de San Pedro en iglesia colegial con el dinero sobrante del pago de pensiones. Un proyecto que ensalzaría a la categoría de cuasi catedralicio al clero local. También un proyecto con el que las rentas de los beneficios y raciones eclesiásticas mejorarían sensiblemente. Don José antepuso en esta ocasión sus intereses como censualista a la exaltación de su iglesia, pese a que contaba con uno de sus hijos entre los beneficiados de San Pedro.108 Su hijo primogénito, don Gregorio Villanova Bardají, subteniente retirado, será el heredero universal
a la muerte de su padre, con la
obligación de dotar a sus hermanos y hermanas. 109 Sigue la tradición exogámica familiar y se casa en 1754 con doña Manuela Alastruey, una rica heredera de Sena, al tiempo que su hermano menor Felipe hace lo propio con la hermana de aquella, doña Isabel Alastruey.110 A propósito de un pleito entablado entre don Gregorio y su hermana doña Antonia,111 el primero afirma que las disputas por la dote han roto la familia y la casa paterna, donde antes “vivían con paz y armonía". En su senectud, sus únicos parientes en Fraga serán sus primos segundos, don Juan Antonio y doña María Francisca Villanova Royo, de la otra casa del linaje. Por derecho familiar, don Gregorio es patrón de tres beneficios de patronato laico en el capítulo de San Pedro: el beneficio de San Francisco de Asís, el de San Jaime y el de San Mateo, cada uno de ellos dotado con una renta de 176 libras, con la que podrá favorecer a unos u otros pretendientes. En 1768 consta que es patrón de un cuarto beneficio en la iglesia de San Pedro y de otras dos capellanías en el lugar de Valfarta. Y aún posee otro beneficio en el lugar de Sena, junto a un patrimonio de 3.000 libras en el mismo pueblo. La hacienda fragatina queda a su nombre desde el catastro de 1761, con similares parcelas de huerta y monte que las asignadas a su padre. Pero su riqueza catastral líquida ha disminuido a menos de la mitad, como consecuencia de un elevado endeudamiento con el capítulo. En
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1770 figura como pequeño ganadero con 40 ovejas y su haber catastral se sitúa en 1.519 libras jaquesas. El suyo no fue un ciclo vital ascendente. Don Gregorio fue alcalde primero por dos trienios. Durante su primer mandato se reúne la que parece ser la segunda junta de propios. A don Gregorio le tocó vivir de cerca, en la primavera de 1766, las revueltas populares derivadas del llamado Motín de Esquilache o motín del pan.112 En 1767 el ayuntamiento solicitaba del Real Acuerdo que los oficios de república fueran perpetuos. Ya no como lo había solicitado don Felipe Villanova en ocasión anterior para él mismo y para un Bodón. Se trataba ahora de hacer perpetuos los cargos de los seis regidores del ayuntamiento. Ante la propuesta, el Real Acuerdo pide los privilegios de gobierno de la ciudad, y que se le den nombres a propósito con sus “calidades” y “haberes”. En la lista que se confecciona se incluye en primer lugar a don Gregorio, de quien se indica que es noble, con un
patrimonio de 10.700
libras (que en el catastro
ascienden sólo a 4.786 libras), y que administra su hacienda mediante criados. Se incluye también a su primo don Juan Antonio Villanova, considerado caballero, con patrimonio de 4.600 libras (en catastro 1.316 libras). Es un momento crucial para el porvenir político de las casas fuertes de Fraga que apetecen la perpetuación en los puestos de gobierno. También don Gregorio se apuntará al razonamiento en favor del cambio con la correspondiente representación ante el Real Acuerdo de Zaragoza. Además del motín del pan, y de la creación de las juntas de propios y los diputados del común, a don Gregorio le tocó batallar con la recién estrenada libertad de precios de los cereales, que los gobiernos ilustrados entendían provechosa para los menos poderosos. En 1768 pide al Real Acuerdo se le notifique la Provisión del Real Consejo “para poner precios en los comestibles (en los) que se experimenten desórdenes”. Suplica se tome la providencia conveniente para corregir el exceso que se experimenta en Fraga “con motivo del libre comercio”. Villanova alega en su escrito que “el común está sufriendo los excesivos precios de todos los comestibles a la libre voluntad de los vendedores”. El Real Acuerdo ordena remitirle un ejemplar de la Real Provisión para que se ajuste a lo que en ella se manda. Su mentalidad tradicional choca con las innovaciones económicas. Durante su segundo mandato, en 1775, don Gregorio se verá envuelto en otro de los proyectos que se pretende poner en práctica en Fraga: la apertura de la nueva acequia para regar la partida del Secano. Don Gregorio se oponía a la propuesta de los diputados del común, según la cual el ayuntamiento debía comprar a sus poseedores todas aquellas fincas del Secano, para repartirlas luego entre los labradores y jornaleros necesitados de tierra. Él mismo hubo de intervenir a propósito de la elección de los nuevos diputados del común, dando cuenta de
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“algunas parcialidades de aquellos vecinos perturbativos de la quietud pública”, por las desavenencias que el proyecto estaba originando. Cuando, abandonada la idea inicial de reparto de tierras, se le nombra comisionado para formar el apeo de las fincas, se excusa alegando que es uno de los que más tierra tiene en el Secano. Don Gregorio había solicitado el permiso preceptivo para reunir a todos los terratenientes implicados en el proyecto de la nueva acequia. Su explicación a la junta de terratenientes, lejos de producir una opinión unánime, será el origen del primer conflicto. Una vez expuestas las intenciones, y pese a no haber asistido todos los interesados, se acuerda hacer presente al ayuntamiento que la propuesta ve demasiado fácil la ejecución del proyecto, sin haberse preocupado antes de su viabilidad. Don Gregorio, además, advierte que los actuales propietarios no están dispuestos a que se les “despoje” de sus tierras. De hecho, después de la reunión el proyecto se detiene durante un lustro, hasta 1782. Los últimos años de don Gregorio se complican con sospechas sobre una deficiente gestión pública y con disputas contra quienes pretenden disputarle su preeminencia entre la pequeña nobleza local.113 En 1787, a sus sesenta y cuatro años, ha de sufrir la humillación de ser multado por el Consejo Real por haber firmado un escrito ofensivo contra otro vecino, a quien se pretende conceder infanzonía. Don Gregorio no podía consentir que fuera incluido, como lo estaba él, en el “padrón de caballeros infanzones del corregimiento de Zaragoza con calidad de caballero por sus ascendientes”. Del matrimonio de don Gregorio y doña Manuela había nacido su hija única y heredera doña Joaquina Villanova Alastruey, que reagrupaba patrimonios al casarse en 1779 mediante dispensa papal con su tío de Benabarre, don Matías Villanova Doménech.114 Inicialmente, su hacienda fragatina está formada
básicamente
por la
aportación
de doña
Joaquina. Pero quince años más tarde, cuando don Matías es ya “ganadero natural” y arrendatario de los pastos, su patrimonio en la ciudad está considerado como “de los de mayor rendimiento, además de poseer otros no menores en Huesca (por sus padres) y en Sena (por su mujer)”. Se decía que sólo el de Fraga le rendía anualmente 215 libras jaquesas. Pero será su suegro don Gregorio quien dirigirá la hacienda familiar y quien figura como titular de todos los bienes de la casa, hasta su muerte. Desde 1790 don Matías forma parte ya como propietario de la junta de terratenientes de la partida del secano, cuando está en curso la construcción de la nueva acequia. A pesar de estar sufriendo Fraga en aquella década finisecular una dura coyuntura agrícola, don Matías saneaba su hacienda en 1791, rescindiendo (luyendo) al capítulo eclesiástico varias deudas por un total de 1.400 libras del capital censal.
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Con el grado académico de doctor, don Matías había comenzado pronto y mal su andadura en el ámbito de la administración local. Nombrado procurador síndico general del ayuntamiento en el turno de nobles para el trienio 1781-1784, su orgullo le llevaría pronto a enfrentarse con sus compañeros de consistorio: pretendía separase de los demás en las ceremonias religiosas, vistiendo de color cuando el resto lo hacía, según costumbre, de negro riguroso; o se situaba en la procesión que les conducía desde la casa consistorial a la iglesia, detrás y separado de los demás, para hacer su entrada en solitario, al son de los clarines, con escándalo tanto de los de su estado como del pueblo llano. Y luego se sentaba en su capilla, con sus familiares, en lugar de hacerlo en el banco destinado a los concejales. En el ámbito de la etiqueta y el protocolo, siempre se esforzó en dejar patente su condición de caballero, incluso frente a sus propios parientes, también infanzones e igualmente en el ayuntamiento. No podía sufrir que vástagos de otras casas en ascenso, fueran elegidos en su lugar para la administración de los bienes del común. Su inquina se acentuaba con don Antonio Barrafón, nombrado depositario de la primicia “no siendo miembro de la junta de propios”, mientras él lo era como síndico y no se le tomaba en consideración para el cargo. Al final resultó que aquella junta de propios en la que figuraba como miembro fue condenada por el intendente a pagar casi cien libras por haberlas gastado indebidamente en “pagos extraordinarios” no justificables. Tantas debieron ser las disputas protocolarias y crematísticas entre los infanzones del momento, que en el siguiente nombramiento de ediles la Real Audiencia optó por desechar a todos los propuestos por los regidores salientes, confeccionando una nómina excepcional, compuesta en su totalidad por individuos del Estado llano. Con todo, las aguas volverían pronto a su cauce privilegiado y, en la siguiente ocasión el nombramiento de alcalde primero recaería en don Matías. Había llegado a la cúspide de su poder en Fraga. Un poder que sus enemigos consideraban pronto plagado de abusos en lo económico y de trampas en lo político. Don Senén Corbatón, por ejemplo, el interventor puesto por el intendente para controlar la gestión de la junta de propios, escribía al obispo de Lérida a propósito de no autorizar éste que se expusiera el Santísimo públicamente. El rey Carlos III estaba enfermo y se proponía a toda España hacer rogativas públicas por su curación. El nuevo alcalde, don Matías, y el regidor decano, Eusebio Cabrera, pretendían explicar al propio Floridablanca la inusitada negativa del prelado. Para que la queja surtiera efecto, todos los ediles debían firmar la representación. Pero todos se negaban, diciendo que “no querían firmar cosa alguna contra nadie, y mucho menos contra el Sr. Obispo”. Corbatón explica que les instaron por segunda
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vez, haciéndoles creer que sólo firmarían la respuesta al Secretario de la Cámara, que fue el que avisó se hicieran las rogativas. Pero ni esto querían firmar, “temerosos de que no les engañen, pues como toda esta gente es de campo y meramente saben firmar, les leen muy al contrario a lo que escriben, y así los hacen caer” ... “y les hacen firmar mil desatinos que, sin duda alguna, de su resulta hubieran tenido mil disputas”. Y añadía Corbatón...“Algunos regidores dicen que cuando quieran que firmen algo, si no les dan la representación para llevársela a casa y aconsejarse, que no han de firmar. ¡Los tienen tan escamados, que los pobres tiemblan!”. Una vez al frente del ayuntamiento y con jurisdicción de alcalde primero, don Matías hubo de lidiar con el toro más bravo de la época: el proyecto de la acequia frenado por su suegro desde 1775, y cuya construcción se había retomado en 1786. Don Matías, deseoso de verse protagonista del evento, toma por su cuenta y contra el consejo del constructor la decisión de lanzar el agua en la acequia a fines de 1791. Está empeñado en inaugurarla antes de concluir su mandato. Pero la fuerza del agua rompe los cajeros en varios puntos y la obra queda inutilizada. El alcalde sufre la mayor humillación, mientras ha de soportar que otro alcalde recoja la gloria de su inauguración, a pesar de haber sido él mismo quien ha reparado los destrozos ocasionados por su orgullo. El Consejo de Castilla, aceptando como irreparables y consumados la mayoría de los errores cometidos en la
construcción
de
la
acequia,
había
encomendado
a
otro
arquitecto
el
perfeccionamiento de la obra y a don Matías la tesorería de los caudales destinados a ello y al pago de los jornaleros operarios.115 Cuando el mayor logro agrícola del siglo parecía una realidad es cuando comienzan realmente los conflictos más serios en el ámbito político local. Los rencores, envidias y odios acumulados entre familias durante decenios, afloraban ahora en dos bandos. Don Matías no fue ajeno a ello. Las casas de los Villanova se verán en entredicho por su actuación al frente de la acequia nueva. El ayuntamiento, la junta de propios y la nueva junta de regantes estarán dominados desde 1792 por los Cabrera, y en concreto por don Medardo Cabrera Borrás, ahora ya “noble de Aragón”. Los nuevos mandamases se ocuparán de poner en evidencia los desaguisados supuestamente cometidos por Villanova y por el arquitecto Pérez de Castro en la conclusión de las obras y, en consecuencia, los representantes de la junta de regantes solicitarán al intendente la revocación de su comisión. De nada valió a don Matías reclamar insistentemente su calidad de depositario del caudal asignado para la acequia. Tampoco sus intentos por seguir al frente del proyecto, midiendo las tierras regables junto con aquel arquitecto, sin permiso de la junta de propios. Muy al contrario, nuevas acusaciones caerán sobre
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él por las irregularidades cometidas durante la construcción del nuevo cauce, y sobre todo por haber realizado las obras que confrontan con su finca del Secano mucho más sólidas que las demás. También de llevarse dietas desorbitadas por su escaso control, “puesto que lo único que hace es guardar el dinero”. Su actuación podía calificarse según sus enemigos de “monipodio y mala versación de caudales”. Cuando en 1797 se crea la junta de regantes de la nueva acequia, el ayuntamiento nombra una comisión en la que figuran individuos de todos los “estados”. Don Matías vuelve a formar parte del consistorio y protesta la
resolución, porque
entiende que la junta ha de formarse “de los sujetos más hacendados del pueblo”. En realidad, los nombrados ya lo son, pero no de su gusto. Durante su tercer mandato, entre 1797 y 1800, don Matías ya no fue lo que había sido años atrás. Las autoridades regionales frenaban ahora el ansia de poder de aquellos dos bandos en Fraga, poniendo al frente del ayuntamiento la figura de un corregidor, que “redrezara” las maquinaciones de unos y otros. El corregidor Serrano Belezar –de segunda clase- no sería bien visto por uno de los bandos, al arrimarse muy pronto al otro. Por otra parte, don Matías había sido relegado en el nuevo ayuntamiento al puesto de regidor segundo, humillado tras de un advenedizo al statu quo político. En efecto, el hacendado don Domingo Arquer de la Torre había conseguido del Rey, a buen precio, el rango de regidor perpetuo, que le permitía desde entonces ocupar el sillón decano en los sucesivos consistorios. Nadie había conseguido hasta entonces ni conseguiría en el futuro semejante prebenda en Fraga. Las competencias de don Matías en adelante serían secundarias. Ya no estaría en sus manos solicitar de las autoridades regionales pagar la contribución de los fondos de propios, como había intentado sin éxito durante su anterior mandato de alcalde. Tampoco podría recurrir al Supremo Consejo porque las juntas de propios se convocasen sin su intervención, como había ocurrido en ocasiones. Ni menos podría ofenderse por no ser elegido diputado por Fraga para el juramento del nuevo Rey Carlos IV, como sucedió en 1789. Entonces, habían sido elegidos sus enemigos Medardo Cabrera y Senén Corbatón, quienes habían acudido a la Corte sin “don”, y volvieron de allí colmados de mercedes y con el don de la infanzonía que les convertía en sus iguales. El encumbrado mundo de don Matías se derrumbaba por momentos. Cualquier labrador o funcionario de la administración podía igualársele en la infanzonía, sin contar desde antiguo con “la hidalguía ni el caballerato”. Tener que admitir el nuevo escudo de armas de un flamante don Medardo Cabrera le había acarreado una de sus peores humillaciones. Sin embargo, él mismo intentaba imitar el proceder de sus enemigos apetentes de ascenso social cuando en 1790 pedía permiso al Consejo Supremo para viajar a Madrid a fin de presentar los privilegios de Fraga para su
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confirmación. Los privilegios que ya debieron llevar aquellos “mal nombrados diputados en Cortes Medardo y Senén”. En realidad, su intención parecía ser la de obtener en la Corte la perpetuidad que había conseguido don Domingo Arquer. Por ello, desgranaba en la petición sus méritos personales y rememoraba en su beneficio los de sus linajudos antepasados. 116 Pero el Consejo de Castilla le prohíbe desplazarse porque el viaje “causaría precisamente crecidos gastos por la calidad de su persona en menoscabo de los caudales comunes”. Era la respuesta irónica de un ilustrado covachuelista, que humillaba de nuevo a un digno servidor del Régimen. Últimamente, hasta se atrevían a oponerse en Fraga a su candidatura para el nuevo consistorio por estar emparentado con los inmigrantes Junqueras. ¡Hasta ahí podían llegar en las conspiraciones contra su persona! Su parentesco con esa otra casa infanzona era sólo tangencial y por afinidad. En cambio su patrimonio rentaba en Fraga mucho más que los de cualquier otro individuo propuesto. Era un propietario con arraigo. Pero un propietario cada vez con más enemigos en la ciudad. Tal vez por ello se ausentaba repetidamente de ella, para acudir a la de Huesca, a cuidar su patrimonio y atender a su anciana madre imposibilitada, y sin otro hijo varón que la auxiliase. Cuando regresaba a Fraga, se veía enfrentado sucesivamente a los Barrafón, a los Cabrera o a los Monfort, siempre por cuestiones de preeminencia o de competencias; siempre contra casas en ascenso económico y social. Un día salía en defensa del presidente del capítulo eclesiástico, su tío don Melchor Villanova Bardají, para impedir el monopolio de los Barrafón en la compra del vino para su conversión en aguardiente: los intereses de la taberna de los eclesiásticos andaban por medio. Otro día se enfrentaba al recién reconocido como infanzón don Vicente Monfort, que se estaba convirtiendo al amparo del corregidor Belezar en un comerciante de granos sin competencia en la localidad. Don Matías había sido durante varios años el comisionado de la ciudad para el abasto de trigo y no podía permitir que otros juzgaran sus operaciones en este campo. Finalmente, en 1799, se enfrenta abiertamente al propio corregidor, negándose a firmar la propuesta para los nuevos cargos públicos.117 Serrano le recluye en arresto domiciliario hasta que la firme. El corregidor entiende que don Matías no puede figurar en ella por ser deudor de propios en más de 140 libras jaquesas que ha retenido del cobro de la alfarda desde que era alcalde. Además, el secretario del ayuntamiento, don Nicolás Catalán, ha certificado en la propia acta toda una serie de arbitrariedades cometidas por don Matías en la administración del presupuesto cuando, repetidamente con sus compañeros de gobierno, “se quedaron con caudales públicos mediante retenciones y libranzas falsas, supuestas, figuradas y fingidas”. En realidad, lo que se estaba indicando con ello era que se consideraba
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a don Matías el máximo responsable de que el gobierno local estuviera en manos foráneas y de que las familias que lo habían gobernado hasta entonces fueran “enmendadas” y vigiladas en sus decisiones por un corregidor. El corregidor Belezar exponía su versión al Consejo Supremo, en réplica a un recurso de su oponente, que pedía se suspendiese la causa judicial interpuesta contra él. Decía el corregidor que Villanova era un hombre prepotente, que junto a sus familiares y parientes había gobernado y “dado la ley” a Fraga. Su “locura” actual era pretender que no se encausara a ningún regidor, y de este modo librarse él de sus antiguas malversaciones. Villanova era un hombre “tan absoluto”, que anhelaba quitarse de encima al corregidor para “volver a coger el palo del mando”, como creyó empuñarlo en el trienio del que se le acusaba. La imposición del corregimiento se lo había quitado de la mano. Su “despotiquez” atropellaba a quien no
seguía
sus
dictados.
Y
últimamente,
sin
su
licencia,
se
había
salido
abruptamente del ayuntamiento diciendo que, si no se iba, se perdería. Por eso le había arrestado en su casa y dado cuenta al Real Acuerdo del Reino. Éste y otros motivos -concluía el corregidor- habían movido a Villanova a quejarse y a amenazarle junto con su mujer, “vociferando que de cinco patrimonios que tienen, sacrificarán los tres para perderme”. Unos meses después, la réplica de don Matías vaciaba sus rencores ante el Consejo Supremo, esparciendo los tiros en una rabiosa representación en la que se quejaba de que “nunca hasta el actual trienio ha experimentado (el ayuntamiento) los desasosiegos e intranquilidad que son notorios, sin duda por haber tenido cabida en él ... don Antonio Barrafón Fox, quien en el cabildo no ha procurado sino altercados y procedimientos irregulares, mediante su genio altivo y petulante, afianzando estos procedimientos por el influjo de su confidente, el corregidor”. Don Matías arremetía luego contra el corregidor, evidenciando sus defectos físicos y la burla que de él hacía el propio Barrafón, incluso en los actos públicos. Sin venir a cuento denunciaba luego la irregularidad del ayuntamiento que nombraba dos escribanos como secretarios “sin facultad para ello”. Finalmente, derrotado, pedía al Consejo le librase del cargo. La respuesta de la Real Cámara le fue desfavorable: le imponía a él y a otros dos regidores la multa de cien escudos a cada uno por faltar a la verdad sobre que el corregidor de Fraga, “por su cortedad de vista, poca agilidad, suma sordera y otros defectos” debía ser removido de su empleo. Nada más sabemos de don Matías; su muerte debió producirse en los primeros años del nuevo siglo, puesto que en 1801 aparece todavía como hidalgo en el padrón de vecinos confeccionado para el reemplazo del ejército, y del que se libra su hijo don Martín. La adversa coyuntura de aquellos años llevó a su mujer, doña Joaquina a solicitar repetidos préstamos118 y durante la guerra se verá
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incluida entre los “emigrados” sancionados por los franceses a reconstruir el puente quemado por las tropas españolas. Después de la guerra, en 1817, doña Joaquina recurre al Consejo de Castilla para que la justicia de Bujaraloz no le impida el libre uso y ejercicio de la posada que tiene allí. Figura como propietaria en el catastro de 1819, conservando el patrimonio familiar, con casi doscientas fanegas de regadío y más de ciento cuarenta cahizadas entre parcelas en el Secano y masadas en el monte; también figuran a su nombre cien ovejas de vientre. Su producto líquido catastral supera las 200 libras jaquesas. Es el patrimonio que distribuirá entre sus hijos don Martín y doña Rafaela, quien al casarse pasa a residir en Huesca. 119 Don Martín Villanova Villanova (1781-1818), heredero del patrimonio familiar materno, se casa con doña Águeda de Torres, documentada al menos hasta 1833. Al inicio de la guerra de Independencia es propuesto por la comandancia de Lérida para el puesto de subteniente de la primera compañía que se ha de formar en socorro de la Zaragoza sitiada. Su nombre figura al año siguiente, 1809, formando parte de la junta de mayores hacendados, que se resiste a pagar la contribución impuesta por Suchet desde Lérida. Superviviente de la guerra, su carrera política finaliza antes de iniciarse, en 1817, cuando es propuesto para regidor cuarto y excusa el cargo por falta de salud y sus muchas ocupaciones.120 Su dolencia debía ser grave, pues muere el 18 de diciembre de 1818. Al año siguiente vemos cómo su viuda, doña Águeda, cede alguno de los bienes de su marido en Fraga a su cuñado don León Pérez, aunque sigue empadronada y considerada infanzona al menos hasta el padrón de 1829. Ese mismo año paga el derecho de alfarda por 120 fanegas de tierra en la huerta vieja y por 311 fanegas en la huerta nueva (el anterior secano que ya se riega) En el catastro de 1832 aparecen los herederos de don Martín, como forasteros, y con 31,5 fanegas de huerta en los Alcalanes y 411 fanegas en la antigua partida del Secano; en el monte, partida del Medio, poseen una masada de 93 cahizadas. Siguen apareciendo en el libro de industrias de 1835 como terratenientes sueltos, con un producto líquido anual de 1.383 reales de vellón, y ya no figuran como tales en 1840. Su patrimonio ha sido traspasado en 1837 a don Francisco Doménech, -con quien están emparentados- y a don Domingo María Barrafón y Viñals. b) Los Villanova-Almenara… Royo-Aymerich… e Isach. El iniciador del segmento de linaje en esta segunda casa es don Félix Villanova Almenara, hermano menor de don Matías. Nace en Benabarre, y se
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traslada a Fraga al casarse con doña Rosa Royo Aymerich al finalizar la guerra de Sucesión. Por su matrimonio, participará pronto en una de las consecuencias de aquella guerra, que ha confiscado el patrimonio de algún infanzón adicto a la causa del archiduque. Así parece desprenderse de un juicio de aprehensión que se realiza en 1721 entre varias familias –los Sisón, los Perisanz, y otros- y sobre cuyos bienes pesan varias cargas censales. Don Félix se muestra parte, por derechos de su mujer, en alguno de los bienes del bonavero. Doña Rosa era seguramente hija de Francisco Royo, que había prestado a la ciudad 1.000 libras jaquesas para superar los desastres del conflicto. En este sentido, la condición de mayor censualista de la ciudad, adquirida por don Félix entre los prestamistas laicos del concejo, junto con los derechos derivados de su esposa, propició su pronta, directa y permanente intervención en la gestión de la deuda censal, como miembro conservador de la Concordia.121 Don Félix estuvo al frente del ayuntamiento en múltiples ocasiones: una dilatada carrera política de casi veinte años, alternándose en el poder con sus parientes de la otra rama Villanova casi sin dejar huecos. Tempranamente será nombrado clavario de la ciudad, cuando desde Zaragoza, en abril de 1728, obligan a pasar las cuentas de los diez años previos a la Concordia. Su nuevo cargo no será bien recibido por otras familias, que entienden es hacerlo a la vez juez y parte, en su doble calidad de censualista y administrador público. Su propio pariente por afinidad, don Nicolás Aymerich, le protesta el nombramiento. Su también pariente don Miguel Bodón entiende peligroso pasar las cuentas en Fraga donde “puede originar algunos disturbios” y propone arreglar el asunto en Zaragoza, mediante un síndico que lo discuta en privado con el intendente. Finalmente las cuentas se ajustan en Fraga sin que se aprecie en la documentación el descrédito de nadie. Las buenas relaciones que don Félix parece mantener en adelante con los oidores de la Audiencia le sitúan pronto a la cabeza de los propuestos para los empleos de república. En 1730 se le propone desde Zaragoza a la Corte en primer lugar para alcalde primero, alegando que “es hombre de distinción y de experiencias de gobierno”... “sin que se haya encontrado otro para proponerlo en ningún informe”. El argumento, con ser válido en su doble calidad de distinción y cierta experiencia, no parecía serlo tanto en cuanto a que fuese el único adecuado para la propuesta. De hecho, el ayuntamiento de aquel momento había propuesto a otro individuo, don Pedro Bodón, que sin duda le igualaba en experiencia, aunque no en distinción. Su mandato se prolongaría esta vez por dos trienios consecutivos, sin que el ayuntamiento avisara a su tiempo a la Audiencia de la obligada renovación, ni la Audiencia hiciera lo propio ante la Real Cámara. Un olvido sin duda llamativo.
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Durante su transcurso, sólo sabemos de las diferencias que don Félix mantuvo en 1735 con el monasterio de trinitarios, a propósito de la prueba hecha sobre el buen funcionamiento de la acequia de Cantalobos y su escaso caudal. Al término del conflicto, don Félix compondrá desde 1741 junto con otros hacendados una junta temporal, independiente del ayuntamiento, encargada del cobro del derecho de alfarda y de atender los gastos que se originen en el azud y la acequia. Don Félix volvería a ser tesorero de la ciudad al menos en 1743, para ser de nuevo alcalde primero entre 1747 y 1750. Su doble condición de alcalde y acreedor de la ciudad no le impide entonces proponer –nemine discrepante- la cesión a los conservadores del producto del derecho de pontazgo que volvía a estar gestionado por el ayuntamiento. Con ello, argumentaba, la ciudad devolvería algunos préstamos que le había adelantado la Concordia. Sus opiniones son cada vez más respetadas en el ámbito público. Su condición de hombre experimentado le hace actuar, por ejemplo, como ejecutor testamentario de varias familias distinguidas. Y esa misma experiencia le lleva a participar durante su siguiente mandato como regidor decano en la que será su actuación pública más delicada. En enero de 1756 se acuerda dar comisión a don Antonio Bodón y a don Félix Villanova para que confeccionen antes de seis meses unas nuevas Ordenanzas de la ciudad, tal como lo manda ejecutar el Real Consejo. Villanova y Bodón intentarán con ellas aumentar la preeminencia del alcalde primero –en teoría noble-, sobre el segundo, usualmente de Estado Llano. Tal vez por ello, este asunto origina el primer enfrentamiento claro y público del siglo entre las familias que en Fraga se titulan como de la “primera” y “segunda” noblezas. A su estatuto de “primera nobleza” don Félix une por estos años su condición de mayor contribuyente. En 1758 es considerado por el ayuntamiento como el segundo hacendado y ganadero, cuando su mejor posición económica es superada sólo por quien muy pronto será su consuegro, el mercader Juan Isach. Su patrimonio catastral manifiesta una línea ascendente a través de los años, sólo mermada como consecuencia de traspasar algunos de sus bienes a sus hijos en sus respectivas capitulaciones matrimoniales. Don Félix conjugaba la herencia paterna con los bienes aportados por su esposa y en conjunto poseía casi 15 hectáreas de regadío, con un huerto de más de dos hectáreas, y 45 hectáreas en el monte, que aumentó hasta las 60 en su última inclusión catastral (1761). Pagaba además contribución por otras 30 hectáreas de otros poseedores, lo que parece estar en conexión con su necesidad de pastos para su ganado. Su hacienda estaba gravada por algunos censos, que alcanzaron las 400 libras de capital debido, al tiempo que cobraba pensiones censales por un capital impuesto sobre terceros que llegó a superar las 500 libras. Un saldo censal, por tanto, positivo.
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Sus actividades, además de la gestión de su hacienda para la que contaba con cuatro toros, se centraron en la ganadería, al cuidado de sus pastores, figurando en el catastro de 1756 con 250 ovejas. Tal vez en su calidad de ganadero fue durante años mayordomo de la ermita de San Simón y San Judas, patronos de la cofradía de ganaderos. Además, uno de sus ingresos fijos lo constituyó el cuidado y despacho de la estafeta de correos, cuyas tareas “ejerce por sí en el reparto y distribución de cartas”, luego desempeñadas por su hijo y más tarde en manos de los Isach Villanova. Don Félix moriría a mediados de los años sesenta, puesto que en 1768, al proponer para el gobierno local a su hijo don Juan Antonio, las fuentes señalan que su padre, don Félix, “en el tiempo que vivió… desempeñó dichos oficios con aceptación y satisfacción de todo el pueblo”. A partir de 1769 será su viuda, doña Rosa Royo, quien figure catastrada con un capital que, aunque descendente, se mantiene en torno a las 1.500 libras. En 1772 paga por el impuesto de la sal lo que satisfacen los contribuyentes medianos. Del matrimonio de don Félix y doña Rosa nacieron los siguientes hijos conocidos: el segundón don Faustino Villanova Royo, encargado de la estafeta de correos tras el fallecimiento de su padre; el también segundón “doctor” don Juan Antonio Villanova Royo y la heredera doña María Francisca Villanova Royo, que se casará con Antonio Isach Cónsul y cuyos datos biográficos y patrimoniales se detallan en el segmento de linaje de los Isach. Como segundón, don Juan Antonio no tendrá ya la preeminencia política de su padre. Nacido en Fraga en 1724, su consideración como doctor parece responder a los estudios de leyes que debió seguir en Huesca, residiendo en casa de sus parientes Doménech. Se casa allí con doña Antonia Salas, aunque en 1781 se documenta que “desde hace más de diez años no vive con su mujer”. Nunca las fuentes se referirán a él como doctor y sí en cambio como ganadero, que tempranamente -en 1757- arrienda alguna partida de pastos en el monte. Inexplicablemente, la condición de infanzón heredada de sus antepasados llegó a ser puesta en cuestión por algún vecino de su mismo estatus. Cuando en 1765 el decano del momento Aymerich corta en la plaza pública, con unas tijeras, el “don” de su boleta para el reparto de la sal, don Juan Antonio ha de acudir al Real Acuerdo de Zaragoza, para que se le repare la ofensa a su honor herido. En cambio, cuando quienes le proponen para los empleos de gobierno son sus familiares, la imagen que obtenemos de él cambia. Tres años después de aquella ofensa, su tío don Gregorio, alcalde del momento, informa a la Audiencia que don Juan Antonio es caballero infanzón, natural y vecino de Fraga, y que, aunque se le propone por primera vez, en realidad ha estado ya incluido en varias listas
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anteriores.
Añade
que
ha
desempeñado
a
satisfacción
diversos
encargos,
atendiendo a viajeros “de mucho carácter” que han pasado por Fraga. Por eso le propone como el más benemérito y capaz para el puesto de alcalde primero. La Real Audiencia por su parte, al emitir su propio informe para la Real Cámara, reconoce su inteligencia y capacidad pero matiza la cuantía de su patrimonio. Así, mientras su tío lo exageraba atribuyéndole un patrimonio personal de 4.600 libras y le añadía otras 2.200 libras como heredero de su madre, la Audiencia objeta que su patrimonio es reducido. Y aunque le reconoce ser de familia distinguida, le excepciona precisamente su parentesco próximo con otros Villanova y con los Aymerich. Don Juan Antonio, en efecto, pagaba en ese momento en el grupo de menor cuota por el impuesto de la sal, amén de satisfacer tan sólo ocho reales mensuales por la contribución. Su hacienda en la huerta se limitaba a dos fincas con un total de 3,5 hectáreas, en una de las partidas más alejadas. Y en el monte una masada de 30 hectáreas. Había perdido algunas de las fincas legadas por sus padres y hasta la torre que sus antepasados poseyeron en la partida del Secano estaba ahora derruida, y apenas mantenía allí el gran corral para la custodia de su ganado. Sólo su entrada en el gobierno municipal parece haber cambiado algo su suerte patrimonial. Después de tantos intentos, al fin será nombrado regidor decano para el trienio comprendido entre 1781 y 1784. Entonces es cuando mejor se comprende alguna de sus propuestas y actuaciones. Por ejemplo, en su calidad de miembro de la junta de propios se opone al arriendo conjunto de los pastos, puente y primicia que oferta un tal Armendáriz, desde Zaragoza. Entiende que Armendáriz ofrece más de lo que han ofertado otros porque pretende subarrendar luego estos bienes a terceros, “lo que está prohibido por las leyes”. Lo llamativo es que tan sólo dos años más tarde el propio don Juan Antonio es acusado de formar compañía con otros ganaderos para subarrendar los pastos. Su viuda está incluida entre los hidalgos en 1801 y luego entre aquellos emigrados que sancionará Suchet. En 1819 es ya su hija doña Mariana Villanova y Salas la que aparece en los padrones y libros de industrias. Paga en 1829 el derecho de alfarda por seis hectáreas en la huerta vieja y por una pequeña parcela en la huerta nueva. También constan a su nombre dos masadas con un total de 25 hectáreas en el monte. Su producto líquido es similar al considerado a su madre y antes a su padre, con lo que parece responder totalmente a su legado. Algunos de los herederos finales de ambas casas Villanova permanecen en los libros de industrias durante el siglo XIX como terratenientes forasteros, pero su poder directo y permanente en el ayuntamiento es ya agua pasada. Tan sólo doña María Francisca Villanova Royo tendrá protagonismo económico y social en la
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ciudad al casarse con uno de los mercaderes enriquecidos durante los años centrales del siglo. Será la nueva saga de los Isach-Villanova la que continuará su predominio social y político. El matrimonio desigual entre una infanzona y un plebeyo comerciante rico invierte la tendencia patrimonial de las dos ramas del apellido, superando los Villanova-Almenara a los Villanova-Samper. Gráfico 25 EVOLUCIÓN PATRIMONIAL DE LAS CASAS VILLANOVA EN FRAGA (indicador de riqueza en libras jaquesas)
30.000 25.000 20.000 15.000 10.000 5.000 0 1730
1751
1772
1789
1803
1819
1832
VILLANOVA-SAMPER
VILLANOVA-ALMENARA
Lineal (VILLANOVA-SAMPER)
Lineal (VILLANOVA-ALMENARA)
Mientras hasta 1772 ambas ramas siguieron un curso similar estancado, desde entonces se separan significativamente, de manera que la línea de tendencia de la rama Villanova-Almenara crece en mayor medida que la rama Villanova Samper, hasta casi cuadruplicar su indicador de riqueza. La diferencia estriba sin lugar a dudas en su respectivo hacer económico: Unos Villanova respondían al viejo estilo de vivir de rentas mientras los otros se subían al carro de la actividad comercial. (Al margen de estos Villanova, la inmigración de nuevas familias en la coyuntura alcista de la segunda mitad del siglo XVIII trajo a Fraga nuevos individuos de apellido Villanova, seguramente desde Velilla de Cinca. Son los cinco individuos que aparecen en la documentación fiscal calificados de cerrajeros (serrallers), -que han llegado como familia hasta hoy-, pero que nada tienen que ver con las casas infanzonas de los Villanova descritos).
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9.5 Linajes inmigrantes de “hombres nuevos”. 9.5.1 De la Inquisición al liberalismo “exaltado”: de los Isach a los Salarrullana. * LOS ISACH. El apellido Isach –luego Isac- daría lugar a una de las sagas de “hombres nuevos”, en sentido despectivo, calificados como arribistas por sus rivales de las casas de siempre. Sus primeros individuos se instalan en la ciudad en la tercera década del siglo. Se trata de Martín y Juan Isach, considerados ya vecinos en el catastro de 1739. Martín figura asociado económicamente a su suegra y se inscribe
como
cortante,
por
lo
que
se
le
sitúa
separado
de
los
demás
contribuyentes, al final del listado correspondiente al Estado Llano. Su oficio de carnicero marcará con baldón a los descendientes de su apellido. Martín Isach desaparece pronto de los libros catastrales y su última referencia alcanza el año 1743, cuando compagina su oficio de cortante con el de tejedor. Cinco años atrás, consta que habita una pequeña casa, que cultiva siete fanegas de tierra en la huerta y cuida algún ganado. La casa y la huerta se las han cedido a censo el capítulo y las señoras de Maicas, solteronas infanzonas de patrimonio desahogado. Desconozco la filiación concreta entre Martín Isach y el otro individuo –Juan Isach- llegado también a Fraga en las décadas siguientes a la guerra de Sucesión, desde el cercano pueblo de La Almolda. Tan sólo es manifiesto su probable origen familiar común, puesto que el baldón de cortante que sufre el primero afectó a los descendientes del segundo durante generaciones, a pesar de encumbrarse con el tiempo entre los mayores contribuyentes. El avecindamiento de Juan Isach tendrá continuidad y dará lugar desde la segunda mitad del siglo a una cumplida saga de fragatinos significados e influyentes. Juan Isach ¿……? figura en el catastro de 1739 dentro del Estado Llano como sastre y mercader de paños. Su cuota gremial no es de las más altas, pero ya paga por su botiga ocho sueldos mensuales de contribución. No posee casa propia ni campos de cultivo ni ganado, pero tampoco aparece endeudado. Su rasgo diferencial es el de ser familiar de la Inquisición, un cargo que matiza la imagen que inicialmente se desprende de su carencia de bienes sitios y que le sitúa en una condición social por encima de sus iguales económicos. Esa condición le hace figurar en las fuentes como “exento” y le permite ser inscrito en alguna ocasión, equívocamente, en el grupo de los infanzones sin serlo. Su progresión material desde su llegada a Fraga es rápida y constante, y el abanico de sus menesteres se amplía día a día. Su patrimonio en bienes sitios se multiplica por seis en veinte años. En 1751 suma poco más de 1.100 libras jaquesas de riqueza catastral y en 1771 rebasa ya las 16.000, pese a haber cedido
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parte del patrimonio a sus hijos. En sólo una década se sitúa en el tercer lugar entre los mayores contribuyentes. Tal cambio ha de cimentarse en un fuerte ritmo de actividad cuyo capital circulante estimado, añadido al patrimonial, se perita como sustancioso. Los factores de este incremento son varios. Aunque en 1751 le vemos cargado con algunos censos como consecuencia de disfrutar del dominio útil de varios bienes urbanos y rústicos, su saldo financiero censal es sensiblemente positivo: Juan Isach está actuando como censualista de doce vecinos, a quienes ha adelantado dineros a cambio de asegurarse una pensión anual considerable. Casi un tercio de su patrimonio está invertido en censales; las pensiones le aseguran una renta vitalicia, aunque difícilmente le permitan multiplicar sus caudales. Si en veinticinco años de actividad consigue multiplicar su patrimonio y su liquidez, se hace necesario buscar entre sus inversiones otras facetas más lucrativas. Sabemos que a mediados de siglo poseía tres hectáreas de regadío aumentadas a diez al final de su ciclo vital, repartidas en varias parcelas y huertos. Había adquirido también dos masadas en el monte, con 30 hectáreas de tierra, donde disponía de un amplio corral de ganado. Su estrategia de compra de bienes sitios –como su actividad censal- es permanente, año tras año. Pero tampoco esta faceta de hacendado medio parece ser la causa principal de su encumbramiento, sino más bien su consecuencia. Es necesario atender a su condición de mercader con tienda abierta y a su temprana actividad de tratante de ganado. Por la de tratante llega a cotizar tanto como por su botiga inicial. Y a éstas dos suma su actividad como arrendatario del derecho de pontazgo, documentada al menos durante un trienio, entre 1751 y 1753; actividad en la que sigue la estela de su suegro, José Cónsul, arrendatario del puente al menos entre 1717 y 1720. El beneficio de aquel arriendo, en años de tráfico creciente, hubo de aumentar su caudal en varios cientos de libras. Su triple actividad como mercader, tratante de ganado y arrendatario de bienes de propios parece constituir la raíz financiera de este individuo y de su patrimonio familiar en esta generación. En 1772, siete años antes de su muerte, cuando ya ha traspasado varias fincas rústicas y urbanas a sus hijos, sigue poseyendo tres casas con corral, horno, trujal, bodega y silos subterráneos. Su casa habitación se levanta en la calle Mayor y a su connotado de ‘don’ como exento por ordenanza añade el de ser el primero entre los contribuyentes. Puede considerarse creador de una nueva casa grande. Don Juan Isach debió ser un hombre de carácter; lo exigía su condición de familiar de la Inquisición y lo manifiesta algún acontecimiento conocido de su trayectoria vital. En 1747 le encontramos -todavía maestro sastre- como clavario de la cofradía de San Fabián y San Sebastián. Ha presentado una firma posesoria
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sobre derechos de la cofradía contra las pretensiones del oficial eclesiástico de la diócesis. Junto a otros maestros y oficiales sastres, zapateros, cereros y tejedores –todos cofrades- se opone al representante del obispo, que pretende decidir dónde ha de celebrarse la misa del día de la festividad de San Sebastián, su patrón. El obispo busca dar mayor realce a la fiesta, llevándola a la iglesia parroquial, mientras Isach se empeña en mantener la tradición, sin permitir se diluyan sus derechos de control sobre la capilla gremial. Desde la década de los cincuenta muestra una febril actividad censualista y especulativa que no frenará hasta el mismo año de su muerte: compra censales de anteriores propietarios, adquiere fincas en la huerta y revende casas en la ciudad. Se convierte en censualista de varios vecinos de Alcolea de Cinca y embarga los bienes de quienes no pueden hacer frente a las pensiones que le adeudan. También adquiere junto con su esposa, Josefa Cónsul, la mitad de un censo de 1.700 libras, cargado sobre el ayuntamiento de Ontiñena. En 1757 compra por 883 libras una de las mejores casas, levantando la hipoteca que pesa sobre ella. En 1765 se hace a buen precio –mil pesos- con una heredad de 27 fanegas en la huerta, que el arrendatario de las carnicerías se ve obligado a venderle por sus pérdidas en el arriendo: el ganado había aumentado su precio en aquellos años y se estaba arruinando al tener que vender la carne al precio tasado inicialmente. Don Juan demostraba ser, como se decía de él entre los hacendados del municipio, un sujeto de talento y capacidad. Parecía llegado el momento de darle acceso a puestos de responsabilidad en el gobierno local. En 1768, el ayuntamiento saliente le proponía a la Audiencia como sujeto de buena conducta, aunque sin experiencia de gobierno. Y si no consiguió el puesto en aquella ocasión, la información suministrada sobre sus cualidades tal vez fue la causa de que, tres años después, el intendente le nombrase diputado del común, preferido a otros dos candidatos
que
se
disputaban
encarnizadamente
el
cargo.
Con
todo,
sus
responsabilidades públicas acababan aquí, sin que volviera a ejercer puesto alguno hasta su muerte. Del matrimonio de Juan y Josefa sobreviven tres de sus hijos: Antonio, -el inicial heredero-, Pedro, que no pasó de segundón122 y Andrés, heredero finalmente por defunción temprana de su hermano mayor. De ahí derivan las dos ramas Isach que llenan la etapa, como puede verse en su SEGMENTO DE LINAJE conjunto. a) Los Isach-Cónsul… Villanova… Junqueras… y Cavero. Antonio, el primogénito de don Juan Isach y Josefa Cónsul, es nombrado heredero universal el último día del año 1770, a propósito de la capitulación matrimonial que escrituraron sus padres y suegros ante notario, para el matrimonio
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que había contraído el año anterior con doña María Francisca Villanova Royo, joven infanzona de 21 años, perteneciente a la elite social y política de la ciudad. Con el contrato matrimonial los Isach hacían valer hacienda y caudales donde sus consuegros hacían valer privilegios estamentales y poder regional. La boda estaba destinada a constituir el inicio de una venturosa convivencia entre el lujo de un nuevo rico y la honorable dote de una “doña”, descendiente de distinguidos caballeros. Pero la trayectoria se truncó con la muerte prematura de Antonio, anterior a la de su propio padre, sin apenas disfrutar de una mínima parte de la herencia (10 fanegas de regadío en Alcalanes y Arenales) y con tres casas adquiridas “a carta de gracia” de anteriores propietarios, mediante su peculio particular. Tras su muerte, sus tres hijos de corta edad, junto con la dote materna, quedaban a cargo de doña María Francisca, su viuda. La nueva situación familiar derivará en una mayor proximidad de los continuadores de esta saga al linaje materno de los Villanova, de tan reconocida supremacía durante el siglo, aunque continúen ‘llevando’ el apellido Isach. Doña María Francisca sobrevivió a su marido para llegar a octogenaria, al amparo de su padre, don Félix Villanova Almenara y de su hermano, don Juan Antonio Villanova Royo, ambos sucesivamente en la cúspide del poder local. Figuró siempre por sí misma entre los contribuyentes infanzones. Nadie como ella podía presumir de hidalguía por los cuatro costados: sus abuelos paternos lo eran y sus abuelos maternos descendían del linaje de los infanzones Royo -fragatinos desde inicios de siglo- y del antiquísimo linaje local de los Aymerich. Se habían mezclado en ella la tradición rentista de su ascendencia noble, habituada a socorrer las necesidades financieras del ayuntamiento y de los vecinos particulares, con la intensa actividad mercantil de su suegro, marido y cuñados. Por eso resultan poco sorprendentes tanto su vasto patrimonio inicial como su decidida capacidad para mantenerlo, aunque a través de los años la veamos retroceder desde el cuarto puesto contribuyente en 1789, al séptimo puesto en 1803 y al undécimo en 1819, poco antes de su muerte. Diez años después de enviudar, su patrimonio urbano es de los mayores en la ciudad: posee cinco casas en las calles más céntricas y otras tantas en diferentes barrios, algunas de ellas con trujales, corrales y varios silos subterráneos para almacenar cereales. Cobra pensiones nada menos que de diecinueve censatarios por un monto anual de 655 reales de plata. Dirige mediante mancebos su botiga de la calle Mayor, dedicada a la compraventa de granos, y paga contribución por casi 700 libras de producto líquido anual. Pocos vecinos la superan en los libros de industria. Veinte años después, en 1810, cuando el alcalde Bamala en el contexto de la guerra de la Independencia la obliga a declarar sus bienes bajo juramento, y cuando ha trasferido ya a su primogénito Joaquín alguno
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de ellos, todavía posee cinco casas, un horno de pan, cobra de siete censatarios 740 sueldos anuales (más que veinte años antes) y administra por sus criados y medieros 10 hectáreas de tierra en siete parcelas de la huerta vieja, 2 hectáreas en la huerta nueva y tres masadas con 60 hectáreas en el monte. Su hacienda apenas está afectada por deudas censales puesto que tan sólo satisface tres censos al convento de agustinos y al capítulo eclesiástico por una pensión de 72 sueldos jaqueses anuales. Pocos casos como el de esta viuda, que protege para sus hijos el patrimonio recibido de sus padres. Pero el mérito de doña María Francisca no concluía con su gestión económica y financiera; supo además mantener a sus hijos en la elite cultural y socioeconómica local, entregando a uno a la Iglesia y concertando para otros matrimonios ventajosos entre sus iguales: casó a su hija Josefa con el notario infanzón don Gabriel Antonio Junqueras Modinos y a su heredero Joaquín con la hermana de aquel, doña Magdalena, en un doble matrimonio cruzado.123 Doña Josefa quedará pronto viuda y volverá a casarse en dos nuevas ocasiones: primero con el doctor don Ambrosio Jover Pirla y más tarde con el doctor don Guillermo Foradada Usted. Cuando queda viuda por tercera vez figura como ganadera en 1829, participa en los repartos de pastos y paga el derecho de riego por cuatro hectáreas en la huerta vieja y por casi dos en la huerta nueva. Suele ser además fianza de sus hijos cuando toman en arriendo alguno de los bienes de propios. En sus últimos años, mientras vive con su hijo don Modesto Matías Foradada, ha de vender alguna de sus propiedades rústicas y urbanas para mantener su tren de vida habitual. Otras propiedades son cedidas a censo, con lo que sus herederos seguirán cobrando durante años las pensiones anuas. Doña Josefa desaparece de la documentación en 1845. Su hermano mayor Joaquín Isach Villanova (1771-1824) compartía de soltero casa y negocios con su madre viuda. Una vez casado, se mantiene en la casa materna y continúa sometido a los dictados de su madre doña María Francisca, que controla el patrimonio familiar. A los veinticuatro años ocupa el cargo de administrador de correos que ejercían sus antepasados Villanova desde hacía cuarenta años y ese mismo año es nombrado depositario de la junta de propios. En la década anterior a la guerra de la Independencia sus actividades se diversifican: administra las fincas de su madre y se encarga de las labores agrícolas mediante braceros. En años de coyuntura adversa le vemos pedir prestado trigo y cebada para la sementera a la compañía de los Cortadellas (1801), y en los de pastos abundantes, solicitar hierbas para sus 200 ovejas de vientre. Pero desde 1806 se
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separa del comercio, que sigue gestionando su madre, y se dedica en exclusiva a su cargo de administrador de Correos. Cuando estalla la guerra se le encomienda la factoría provisora de víveres para las tropas españolas. Ante la llegada de los franceses, huye junto a su madre, como otros hacendados. Cuando la situación vuelve a la calma regresa a la ciudad y se integra en el nuevo régimen de la municipalidad francesa, aún siendo uno de los represaliados por el incendio del puente. Forma parte de la junta de mayores contribuyentes para la elección de los cargos municipales que servirán al gobierno intruso. Todavía con los franceses, don Joaquín vuelve a ser en 1812 administrador de la Real Renta de Correos y Postas de Fraga. Cuando la ciudad queda libre del gobierno francés, las autoridades españolas le encargan repetir la ceremonia de proclamación de la Constitución de Cádiz, que otros fragatinos habían simulado proclamar unos meses antes. Desde mayo de 1814 será administrador del Crédito Público del partido de Benabarre, que alcanzaba a Fraga, Mequinenza y Fayón. Tres años después se apresura a solicitar del Rey su nombramiento como regidor perpetuo. Aportaba junto a su solicitud los méritos contraídos durante la guerra. 124 Pero su petición será objeto de burla por algunos vecinos: entendían que la perpetuidad era anacrónica en la nueva época. Los regidores del momento juzgaron la petición de Isach como “un aborto de su acalorada imaginación”. Su influencia entre los poderosos iba en declive. Antes de la guerra, además de comerciante junto a su madre actuaba como ganadero y su producto líquido anual ascendía a más de 650 libras. Pero ya durante el conflicto se le hizo contribuir mucho menos que a sus iguales de antaño, señal inequívoca de su retroceso patrimonial. Por otra parte, si antes de la guerra contaba con más de 5 hectáreas de regadío con huerto incluido, luego de concluido el conflicto, la mitad de ellas estaban cedidas a carta de gracia a su primo hermano Andrés Isach y Luzán y, aunque conservaba una extensa masada de 75 hectáreas, su líquido imponible había descendido a tan sólo 96 libras. Don Joaquín debió ser uno de los represaliados con mayores pérdidas bajo la dominación francesa, al abandonar su patrimonio, y sólo en sus últimos años parece recuperar algo su posición económica. En 1828, pocos meses antes de su muerte, cuando se le ha nombrado administrador del hospital, su casa está entre las propuestas para albergar a los Reyes, en tránsito hacia Barcelona. Cuatro años después, su viuda doña Magdalena Junqueras ha desempeñado la hacienda hipotecada, duplicado su líquido imponible y figura de nuevo como ganadera, con 166 cabezas de ganado lanar y cabrío, dos vacas, tres caballerías mayores, dos
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menores y un carro. Mantiene el negocio familiar de la compraventa de granos junto a su hijo primogénito y lleva varios años arrendando la carnicería municipal. Del matrimonio de don Joaquín Isach Villanova y doña Magdalena Junqueras sobrevivieron cuatro hijos conocidos: el primogénito don Joaquín, doña Águeda, casada con Antonio Galicia Catalán, doña Mariquita, casada con el comerciante Pedro Miralles Cabrera, y el benjamín don José María, abogado y procurador del juzgado, que manifestará una ambivalente disposición política, primero como voluntario Realista y luego como ardiente liberal.125 Mientras, el primogénito Joaquín Isach Junqueras alcanzará su mayor protagonismo económico, social y político durante la primera mitad del nuevo siglo. Aunque
inicialmente
se
nos
presenta
dentro
del
grupo
de
los
pequeños
contribuyentes, su actividad y la herencia le dan la oportunidad de ascender en la escala contributiva. Al inicio del Trienio Liberal era un joven teniente de la tercera compañía
de
la
milicia
voluntaria
organizada en Fraga. Casado con doña Josefa Cavero Olivera, del lugar de Berbegal, se hizo cargo de la factoría de provisiones para el ejército que anteriormente había administrado su padre. En su desempeño, compra y vende granos en los mercados y a los particulares. Luego se le encarga verificar y controlar los suministros a las tropas transeúntes, con una remuneración de 400 reales de vellón anuales. En 1825 sustituye ocasionalmente a su padre en las tareas de la administración de Correos y continúa en la venta de carnes a la ciudad, junto con su madre. Pese a la libertad de abastos que ahora prevalece, el ayuntamiento considera que alguien debe obligarse a la venta de carnero, de forma continuada, en beneficio del público consumidor. “Don” Joaquín Isach Junqueras, que así se le denomina ahora, se hace cargo de dicho abasto junto a la obligación de vender leche de cabra u oveja para los enfermos que acrediten sus necesidades mediante papel de los médicos o cirujanos. Antes de establecer el contrato, el ayuntamiento obliga a “la Junqueras” –su madre infanzona- a “renunciar al fuero que goza”, a fin de evitar los obstáculos que pudieran sobrevenir en un hipotético litigio con ellos. Los ediles temen todavía su estatuto privilegiado. Una vez muerto su padre, en 1829, don Joaquín presenta el título de administrador de la estafeta de Correos agregada a la de Zaragoza, demostrando su derecho a seguir en el puesto. Durante la Década Ominosa de Fernando VII ha entrado en las propuestas del ayuntamiento para los puestos de república. Pese a su inclinación liberal del Trienio, se le considera ahora como idóneo por ser adicto a un Rey, de nuevo absoluto. No deja de ser un cambio llamativo. Cuando estalle la guerra Carlista será
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otra vez de los primeros en alistarse en la Milicia Nacional de Fraga. Gozará entonces de la confianza del nuevo ayuntamiento constitucional y de los mayores contribuyentes. A su idoneidad política en situaciones cambiantes, parece añadir su capacidad para la gestión de los caudales públicos. Las autoridades regionales le nombrarán pronto comisionado para la gestión de los llamados arbitrios de amortización: los caudales que el Estado intenta conseguir de los bienes nacionalizados. En el desempeño de esta nueva función, don Joaquín inventaría en 1835 los bienes del extinto convento de agustinos, que queda bajo su custodia; gestiona también el edificio convento de los capuchinos en la huerta y las fincas que los trinitarios poseían en Fraga y Torrente. Durante los seis años siguientes le vemos al frente de la Comisión Subalterna de Arbitrios, gestionando el período final del derecho del diezmo eclesiástico, ahora nacionalizado también respecto de las tierras novales. Don Joaquín intenta recoger y administrar, no sin resistencia de los labradores, el trigo y la cebada correspondiente al diezmo de las tierras de la antigua Partida del Secano de Torrente, Fraga y Velilla.126 Don Joaquín es ya un liberal reconocido. El ayuntamiento de 1836 dice de él que durante el Trienio fue perseguido de muerte por sus ideas liberales. Que ya se le amenazó con desposeerle de su cargo de administrador de Correos en 1829 por no echar de su casa a su primo José Bamala y Nogueras, liberal declarado. Aseguran que siempre ha protegido a los liberales del país en sus persecuciones. Y que ha sido capaz de empuñar las armas, junto a otros patriotas, en defensa del trono de Isabel II; que siempre ha estado alerta ante los peligros que acechaban a la población y dispuesto a realizar los servicios requeridos. Resulta difícil incluir mayores alabanzas en un currículum político. Desde ahora figurará siempre entre los mayores contribuyentes y será requerido a consulta para los más diversos cometidos públicos. En 1837 se solicita su opinión respecto de la decisión a tomar sobre los bienes embargados por “la Nación” a Jacinto Orteu, adicto a la causa carlista. Cuando la guerra está a punto de concluir y el tráfico comercial se restablece con intensidad entre Aragón y Cataluña cruzando el Cinca, será uno de los contribuyentes que discurran los medios para reconstruir el puente derrotado por las aguas, y mantener de este modo su titularidad exclusiva para el municipio. Se trata de aumentar el beneficio local en este antiguo bien de propios sin compartirlo con la Hacienda Estatal. También se le consultará en 1844, cuando se plantea la posibilidad de enajenar el antiguo mesón y cuartel públicos que un vecino pretende comprar al ayuntamiento. Cuando llega el momento de la segunda desamortización eclesiástica, en 1843, y se están poniendo a la venta las fincas del capítulo, don Joaquín será uno
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de los compradores. Consigue también en subasta una porción de la finca que los trinitarios poseían en la huerta de Fraga. En este aspecto, manifiesta claramente su acuerdo con la desaparición de las viejas estructuras del Antiguo Régimen. Pero no tanto cuando su desmantelamiento le afecta a él: será uno de los poquísimos fragatinos que se nieguen a perder el consuetudinario derecho de confrontanza, que permitía adueñarse de los sotos dejados por las riadas junto a las fincas. Ahí se mantenía firme en su ancestral derecho, frente a la propuesta mayoritaria de suprimirlo y conseguir así sin problemas una canalización del río que debía beneficiar al conjunto de la huerta. También en el conflicto entre labradores y ganaderos vuelve a manifestar su apego a la estructura colectivista del Antiguo Régimen, apoyando el uso colectivo de los pastos frente a su explotación particular. En 1846 es administrador subalterno de Bienes Nacionales del partido de Fraga. Juega desde este puesto un papel relevante en la consecución para el ayuntamiento de los bienes urbanos de los conventos suprimidos. Consigue de la Junta Superior de Bienes Nacionales que pasen a poder del ayuntamiento la casa hospicio de los trinitarios, en la Calle del Barranco, así como el edificio convento y la iglesia derruida de los agustinos en el Segoñé. Es su última contribución conocida en beneficio del común.127 b) Los Isach-Cónsul… Luzán… y Larroya… (absorbidos por Salarrullana). En la otra casa del SEGMENTO DE LINAJE, la temprana muerte de Antonio Isach Cónsul, en principio heredero y origen de la rama Isach descrita hasta ahora, convierte a su hermano menor Andrés Isach Cónsul en el heredero definitivo y origen de la rama principal del linaje, que al cabo de tres generaciones será absorbida en el apellido Salarrullana. En el catastrillo de 1772 se indica que Andrés Isach Cónsul es negociante, como su padre Juan Isach. Un joven de 31 años, curtido para los negocios al amparo de las actividades paternas. Al año siguiente y todavía bajo su tutela, forma con él sociedad como mercader de paños y telas y administrador de la pólvora y agregados, con un patrimonio conjunto de 6.013 libras jaquesas. Su padre es el primer contribuyente de Fraga. Él está ya entre los contribuyentes significativos. Desde muy joven, todavía soltero, Andrés tiene a su nombre dos casas, que parecen haberle traspasado sus anteriores poseedores por no poder pagarle las pensiones censales a que están sujetas. Inmediatamente después de casarse con Valentina Luzán (de Tamarite) posee diez fanegas de tierra en la huerta y un pequeño huerto que ha acabado también en sus manos por impago de su anterior poseedor, que lo usufructuaba a carta de gracia. A las dos casas anteriores suma
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ahora la de su habitación en la calle San Miguel, cuyo valor catastral es de los de mayor cuantía en ese momento, y otra en la calle de la Parroquia. Posee también dos masadas en Portell y Vincamet. Pero la riqueza derivada de sus bienes sitios es todavía escasa; tan sólo cotiza por un capital de 373 libras. En cambio, transcurridas dos décadas desde su matrimonio, la imagen patrimonial que ofrece el conjunto de los bienes de ambos cónyuges, Andrés y Valentina, es bien distinta. La dote de su esposa debió influir en ello. En 1789 es considerado ganadero, además de comerciante. Posee 240 cabezas de ganado lanar y cabrío, cuatro caballerías mayores, y su líquido imponible asciende a 673 libras. Es ya el quinto contribuyente. Poco antes de su muerte, en 1803, el libro de industrias señala que ha doblado su producto líquido de trece años atrás, se le consideran ahora nada menos que 1.150 cabezas de ganado lanar y cuenta con un caballo, cinco mulas, dos jumentos y un carro. Es ya el primer contribuyente de la ciudad. Más que amasar un gran patrimonio en bienes sitios, Andrés ha multiplicado sus caudales con el comercio y el trato, como había hecho su padre años atrás. Será esta faceta la que sobresalga en su actividad económica y financiera. Así, es capaz de situarse entre los que prestan dinero al ayuntamiento, como hicieran en otros tiempos los infanzones ‘a censo’, aunque ahora la figura financiera utilizada es la obligación, que exige un tipo de interés superior: el 6%, sólo permitido a los comerciantes. Así lo hace en 1795 cuando el azud de la acequia se rompe por una riada del Cinca. También invierte y arriesga sus caudales en el arriendo de los bienes de propios. En 1796 consigue por tres años, como mejor postor, el derecho del pontazgo, el de la primicia y el derecho de marcar los carros de forasteros, a su paso por el término municipal. Su desembolso anual por estos tres arriendos es de 3.046 libras jaquesas; todo un capital con el que podrían adquirirse muchas fanegas de tierra en la huerta, al precio de mercado. Pero Andrés prefiere invertir como arrendatario del común. En 1803, próximo a su muerte, vuelve a tomar del ayuntamiento el arriendo de la primicia de diezmos: los precios del grano son más rentables que nunca. Andrés Isach Cónsul no estará nunca en el ayuntamiento como regidor, ni como diputado o síndico, pero sus enemigos le acusarán de beneficiarse de su influencia clientelar y de su parentesco con los ediles del momento. En su calidad de ganadero influyente, parece conseguir alguna ventaja en la distribución de pastos, por su proximidad a los peritos tasadores. De ser cierta la acusación, consigue con ello tener sus rebaños en las mejores partidas del monte y soportar un menor coste en su mantenimiento. La información sobre Andrés concluye en 1804. Su esposa, pariente del nuevo corregidor de Fraga don Ignacio Luzán y Zabalo, quedaba como nueva viuda
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de la saga, forastera afincada en Fraga. De nuevo una viuda ganadera y comerciante, como su cuñada doña María Francisca Villanova. También como ella sabría sacar adelante el patrimonio familiar con la ayuda de su hijo heredero, Andrés Isach y Luzán, casado con María Francisca Larroya. Un hijo –al decir de sus enemigos- “tan avaricioso como su madre”. A los negocios de su padre, -prestamista, ganadero y comerciante-, el nuevo Andrés Isach y Luzán añadirá pronto el de estanquero de tabacos y el de propietario de un mesón en la carretera Real junto a la margen derecha del Cinca, a la salida del puente de tablas. Un mesón construido en los primeros años del nuevo siglo y derruido por los franceses cuando ocupan los alrededores de la ciudad en 1809. Se trataba de impedir que aquel mesón junto al puente, igual que el convento de capuchinos también derruido, sirviera de refugio o guarida a las guerrillas españolas. Es precisamente con motivo de la entrada de los franceses cuando tenemos las primeras noticias sobre este nuevo Andrés. Ha huido de Fraga con su madre, Valentina, y sus bienes son confiscados por el enemigo. La mayor parte de su ganado –más de mil cabezas- es requisado para el consumo de las tropas y se le hace contribuir como comerciante por medio de la criada que atiende su botiga. En 1810, una vez regresados a la ciudad madre e hijo y amnistiados por Suchet, el alcalde Bamala les obliga a hacer declaración de sus bienes sitios, para atender con ellos a la reconstrucción del puente. Andrés será quien contribuya con mayor cantidad en efectivo: 11.383 reales de vellón, pagados en cuatro plazos. Irónicamente, (o por su parentesco con el alcalde Bamala) será nombrado tesorero de la junta formada para recaudar la multa colectiva. Por su declaración jurada de aquella ocasión sabemos que posee en ese momento 14 hectáreas de regadío, con dos huertos, en dieciséis parcelas distribuidas por diferentes partidas; cuenta también con cuatro cahíces de tierra campa en el Secano y con dos masadas en la partida de Monreal, con 33 hectáreas. Alguna de las pequeñas parcelas de huerta las posee a carta de gracia, resultado de préstamos efectuados en su día por sus padres a varios particulares. Cobra censos de cuatro vecinos por un total de seis libras de pensión anual y otras 48 libras que debe satisfacerle anualmente el ayuntamiento por la obligación contraída con su padre. Vive en la casa paterna de la calle Mayor y cobra arriendo de otras cuatro casas; cuenta con un corral de ganado en el núcleo urbano y otro en el Secano; ha conseguido rescatar del saqueo 308 cabezas de ganado lanar y cabrío y manifiesta estar dispuesto a pagar por comercio aquello que los peritos determinen y sus fuerzas materiales le permitan.
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Pronto será llamado, como su primo hermano Joaquín Isach Villanova, a formar el cuerpo de electores de la nueva municipalidad francesa, en calidad de “sujeto pudiente y propietario”. Con todo, ya no es considerado como el primero entre los contribuyentes. Otros saben aprovechar mejor que él las posibilidades que ofrece el asiento de suministros a las tropas. Durante los años de ocupación francesa se le ve absorto, recaudando los caudales consumidos en la reconstrucción del puente. Aclara entonces que no quiere cobrar por su trabajo de cajero, cuando a otros vecinos el dinero “les hará notable falta para alimentos”. También rehúsa confeccionar el libro de industrias que debe recaudar lo impuesto por los franceses. No quiere contribuir a la miseria creciente de sus convecinos. En realidad, Andrés se está alineando durante la guerra con uno de los bandos que apetecen el poder en Fraga. No será tachado de traidor o de colaboracionista a su término, y se unirá en sucesivas demandas al grupo de vecinos poderosos que defienden la necesidad de que el gobierno local siga en manos de un corregidor. Quiere con ello frenar el poder creciente de otras familias en la cúspide social y económica como los Monfort o su satélite, don Medardo Cabrera. A éste último le pondrá luego de finalizada la guerra un pleito por las dietas que pretendía cobrar de forma abusiva a los sancionados como emigrados. Don Medardo había sido comisionado para el acopio de la madera en el Pirineo y se convertirá por la demanda en uno de sus mayores enemigos. Concluida la guerra, en 1814 el nuevo corregidor le escoge para formar una junta de Hacienda que estudie el catastro, los libros cobratorios y los impuestos extraordinarios, y decida el cobro de todos ellos después de escuchar a los vecinos. Parece una novedad interesante en busca de un reparto justo de la contribución, mientras sus contrarios ofrecen de él una imagen menos equitativa: le denuncian como manipulador de la opinión pública y por condicionar, junto con sus amigos, la elección de un nuevo diputado del común. Mientras, al amparo de la libertad de comercio proclamada por las Cortes de Cádiz, Isach reconstruye su antiguo mesón y reanuda la actividad mercantil. Pero en 1817, un ayuntamiento contrario a sus intereses dificulta su tráfico de cereales. Andrés Isach compra, almacena y vende en su mesón el trigo que carreteros y arrieros sacan de Aragón hacia Cataluña. El ayuntamiento amenaza con que todos los traficantes paguen pontazgo, tanto a la ida como a la vuelta, si venden a Isach en su posada, mientras no estarán obligados a hacerlo si venden en el almudí público. Isach acude al Supremo Consejo de Castilla pidiendo justicia y entabla un largo pleito con el ayuntamiento. El asunto es complejo: las rentas públicas han disminuido con la destrucción del antiguo mesón de propios durante la guerra. El ayuntamiento pretende resarcirse con un impuesto sobre los nuevos mesones
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privados: el de Monfort, el de Vera y el de Isach. El encono llega hasta el extremo de exigir a Isach que presente el privilegio para la construcción de su posada. Y mientras tanto, dejan de pagarle las 48 libras que debían satisfacerle anualmente por el doble préstamo de 800 libras contraído con él en los años 1795 y 1807. Isach, en un asunto que afecta sus intereses, acabará situándose al lado de los que pretenden el fin del Antiguo Régimen en materia de monopolios municipales. En su tenaz lucha contra el ayuntamiento se ve pronto auxiliado por su yerno José Salarrullana. Pretenden que se les compulsen los privilegios concedidos por el Rey a Fraga en 1817, para regular el comercio los días feriados o de mercado. La petición le enemistará también con su antiguo aliado, el corregidor don José Matías Cabrera, a quien tanto ha apoyado en la lucha por el control del poder municipal de los años de posguerra.128 Durante estos años, Andrés aprovecha para agrupar su patrimonio agrícola incrementando el número de sus fanegas de huerta y reduciendo a sólo seis las dieciséis parcelas de que constaba anteriormente. Aquellas pequeñas fincas que sus padres o él mismo adquirieron –algunas a carta de gracia- las concentra ahora en medianas fincas de regadío. Igualmente conserva la tierra de secano que pronto se regará de nuevo, y multiplica por cinco la extensión de sus masadas en el monte, cuando la tendencia a su cultivo está en auge. También está recuperando sus rebaños: en 1819 cuenta con 750 cabezas, tres caballerías mayores y otras tres menores. Paga contribución por 791 libras de producto líquido y vuelve a ser el primer contribuyente.129 Sus opiniones respecto de la política local, las contribuciones o las cuentas públicas son cada vez más valoradas por algunos de sus convecinos. Su ascendiente parece un peligro constante al ayuntamiento, sobre todo cuando éste es residenciado para dar cuenta de la administración de los años de posguerra. En 1819 le vemos asociado al médico Tomás y a otros vecinos, “obsequiando” al comisionado de la Intendencia que –a juicio del ayuntamiento- se entromete en asuntos de política y gobierno municipal, que no le corresponden. En realidad se está produciendo una dura lucha interna entre el grupo de los comerciantes y el ayuntamiento a propósito de la confección de un nuevo catastro. 130 Naturalmente, los argumentos de los ediles responden a la mentalidad de los instalados en las estructuras del Antiguo Régimen. Los regidores acusan a los comerciantes –que no quieren pagar lo que se les carga-, con aquello de ser “hombres nuevos, más por sus riquezas que por su cuna, que tanto quieren figurar en este pueblo, y son, (con) la admiración de quantos los han conocido, unos miserables”. Les acusan de emplear su dinero en comprometer al ayuntamiento con recursos encargados a sus agentes de Madrid y procuradores de Zaragoza; de
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buscar sólo la venganza y el resentimiento contra las disposiciones del gobierno local, al que no se les permite acceder legalmente “por tener tienda abierta”. Y de haber recurrido a la Real Cámara, solicitando la remoción del ayuntamiento y el cese de su corregidor. ¡Hasta ahí podían llegar! Además, los ediles se defienden de los comerciantes alegando que han empleado los caudales de propios –“hasta el último maravedí”- en bien del pueblo. Aseguran que ya han cesado los arbitrios impuestos al vecindario y que sus importes se han invertido en el pago de la contribución y en el reintegro de los caudales extraídos para completar la del fondo de propios. Por ello ruegan a las autoridades que no hagan caso del recurso, movido por el odio y la intención de calumniar. Espoleado por su yerno José Salarrullana, los últimos años de Andrés Isach discurrirán entre pleito y pleito contra el ayuntamiento, en el ámbito del comercio, en el de las contribuciones y en el de la adjudicación de pastos para sus rebaños. Hasta el calificativo de “sinvergüenza” hubo de escuchar Isach de sus enemigos ediles del Sexenio Absolutista. En cambio, su actuación durante los años del Trienio Liberal es una incógnita, y tan sólo le encontramos como sujeto de los pudientes y visibles de la ciudad en 1823, junto al ayuntamiento todavía constitucional, cuando han de distribuirse con equidad los gastos y contribuciones extraordinarias originadas en Fraga por la sublevación de las partidas Realistas. Andrés Isach y Luzán moría dos años después, en 1825. La saga continúa con su hija única y heredera Francisca de Paula Isach Larroya, nacida en 1794; un excelente partido en Fraga y la comarca. A los veintitrés años de edad Francisca de Paula conocía a quien de inmediato se convirtió en su marido: un hombre maduro de 34 años, “de cinco pies de alto, rubio, de ojos melados, nariz regular y barba poblada”. Un hombretón llegado a Fraga desde Tamarite de Litera, hijo de un también llamado como él, José Salarrullana, oriundo de Artés y de María Antonia Abizanda, natural de Naval. Según las malas lenguas del momento, el que llegaría a ocupar en Fraga el quinto puesto entre los contribuyentes habría nacido “hijo de un pelaire cardador y nieto de una comadre”. El de los Salarrullana sería el origen de un nuevo linaje fragatino hasta el siglo XX. José Salarrullana Abizanda hubo de ser un individuo peculiar: de carácter altivo, exigente con quienes se relacionaba, pronto a pleitear y hábil para los negocios, además de conocedor de las leyes y sus resquicios. Desde el primer momento se le ve aplicado a la defensa de los intereses de su suegro. Defendía con ello su futuro patrimonio. Se había curtido desde muy joven como
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tratante de ganado al lado de su padre. Desde su originaria Tamarite acudía con regularidad a las ferias de las comarcas próximas, tanto en la zona aragonesa como en la catalana. La compraventa de caballerías de labor y de tiro “al fiado” podía ser un negocio rentable, pero casi siempre resultaba muy arriesgado por las demoras en el pago de labradores y arrieros. En 1790 encontramos ya a su padre enzarzado en un pleito con el comerciante de Tamarite de Litera, Ramón Miranda, por una venta efectuada en la feria de Verdú, en Cataluña, a la que los Salarrullana acudían con asiduidad. Iniciada la guerra de la Independencia y muerto ya su padre, de nuevo pleitea junto a su madre contra el alcalde de Tamarite. Las autoridades regionales, fieles al decreto de Palafox, se apresuraban a recoger y almacenar los bienes incautados a los franceses residentes en el Reino. En febrero de 1809 Salarrullana era comisionado para ocupar y trasladar veinticinco fardos de géneros textiles a Monzón. Se quejaba de que el alcalde se había resistido a entregarle un fardo de muselinas y pañuelos muy delicados, valorados en más de 15.000 reales. Una vez tomada Monzón por los franceses, el alcalde –adicto al intruso- le perseguía y confiscaba sus bienes y los de su madre. Al finalizar la contienda, Salarrullana pedía judicialmente la devolución de su patrimonio y alegaba para ello ser el más fiel patriota, leal a un Fernando VII absolutista. También pedía sin éxito castigo para el alcalde afrancesado. Muchos años después, sus enemigos fragatinos recordarían aquel suceso lejano con un matiz muy distinto: se jactaban de que Salarrullana, prácticamente tuvo que huir de Tamarite, donde había dejado una pésima imagen. De hecho, si hay que atender a su trayectoria fragatina, muy pronto Salarrullana dio muestras de su temperamento y de su capacidad para criticar severamente al primer ayuntamiento con el que coincidía desde su avecindamiento. En 1819, se queja al Intendente del acoso que sufre por parte de la junta de propios: “Nadie como V. E. sabe mejor lo que pasa en Fraga” -dice Salarrullana. “Allí todos mandan, solo reina la anarquía,... es en fin un semillero de pleitos; por tanto es más urgente reprimirlos; es más intolerable la menor arbitrariedad”. Se trataba de apoyar a su suegro en aquella disputa por el excesivo cargo de contribución, amparado en la pésima coyuntura mercantil de la posguerra. El consistorio –ya lo sabemos- consideraba en cambio que Isach sólo pretendía fatigar al ayuntamiento, inventando diariamente modos de mortificarle y envolverle en complicados asuntos y gastos, inducido “del acérrimo litigante José Salarrullana, que no puede vivir sin dar ocupación a los abogados y escribanos, y tomársela él con gusto, por su manía y comezón de andar entre papeles”. Por aquellas fechas, a Salarrullana ya se le conocía por el alias Puñalet. Se atrevía a pinchar de forma temeraria a un ayuntamiento formado por los más insignes linajes de Fraga.
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En el ámbito económico, sus protestas ante el Intendente le daban pronto entrada en el mundo de los arriendos de propios. Un día obligaba a su junta a repetir una subasta de pastos y conseguía en arriendo por tres años (1819-1822) las hierbas de la mayor partida del monte, la de Estorzones. Vencía así en la puja al mayor ganadero del momento, Isidro Martí. Luego Salarrullana subarrendaría aquellos pastos a ganaderos forasteros venidos del Pirineo. Otro día, Salarrullana alteraba de nuevo la quietud de la sociedad fragatina, mediante un artículo difamatorio contra el nuevo ayuntamiento del Trienio, que publicaba bajo seudónimo en el Diario Constitucional de Zaragoza en defensa de los dos médicos de conducta en Fraga, despedidos por los regidores y puestas sus plazas a concurso público. Y otro todavía daba muestra de su temperamento “insubordinado”. El 8 de diciembre de 1820, con motivo de la formación de cinco compañías de la Milicia Nacional en Fraga, Salarrullana y otros individuos encuadrados en una de ellas, lanzan “un grito” contra sus mandos. Los demás capitanes, reunidos luego con los concejales en sesión de ayuntamiento extraordinario, advierten de las ideas de algunos “espíritus turbativos” del orden establecido y deciden hacer una proclama que neutralice la de los insubordinados, que ha prendido el ánimo de algunos vecinos. Salarrullana y sus partidarios, -gente notable en la ciudad y liberales exaltados - habían tachado de culpable la conducta del ayuntamiento que no ponía en práctica inmediata la legislación de Cádiz ahora vigente. El alcalde del momento, Miguel Jorro, respondía formando una causa judicial contra ellos que acabaría perdiendo.131 La victoria de Salarrullana en este juicio político frente al poder local, en circunstancias tan agitadas, hubo de hacerle ganar muchos enteros en la consideración de algunos vecinos. Tanto que, una vez concluida la ocupación de la ciudad por los “facciosos” absolutistas, -ocurrida entre julio y diciembre de 1822-, le vemos ocupando el cargo de alcalde constitucional para el año 1823.
Con él
triunfaba la causa de los liberales más exaltados. Su primera preocupación como alcalde será la de distribuir los impuestos extraordinarios y bagajes que han debido satisfacerse durante los meses de la ocupación absolutista. Se ayuda para ello de una junta de pudientes y sujetos visibles de la ciudad. Le encontramos luego ocupado en tareas propias del cargo, conduciendo
quintos
a
Zaragoza
y
solventando
allí
cartas
de
pago
de
contribuciones. El ambiente político de la capital parece atraerle en demasía y sus compañeros le hacen volver a Fraga. Han decidido no pagarle más dietas por su prolongada estancia en Zaragoza. Su presencia es necesaria para hacer frente a las nuevas exigencias de las autoridades militares que piden raciones para las tropas constitucionales. Salarrullana, -al viejo estilo-, se resiste a entregarlas, alegando la
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esterilidad de la cosecha del año 1822 y lo mucho que ya se tiene entregado como aprestos, suministros, alojamientos, bagajes y atención de militares enfermos. Y mientras, intenta cobrar las restas que deben algunos vecinos desde la guerra. Quiere una liquidación general del período de la propia guerra y luego otra del período comprendido entre 1814 y 1823. No va a resultar una tarea fácil, pues hasta quienes comisiona para ello se resisten a aceptar el encargo. Además, los días de Salarrullana en el ayuntamiento están contados. El castillo de Mequinenza está ocupado desde marzo por las tropas del ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviado a España en defensa de un Fernando VII absolutista. Salarrullana huye de Fraga. Su breve labor pública durante el Trienio Liberal será duramente criticada por sus enemigos años más tarde, con motivo de un nuevo pleito de éste contra el ayuntamiento de turno. Se alegaba que Salarrullana ocupó el sillón de alcalde sin haber sido elegido para el cargo; que apenas lo había desempeñado durante tres escasos meses; que “la ciudad quedó tan agradecida que ya no volvió a nombrarle”. Salarrullana aseguraba en cambio haber huido a Francia por diligencias propias, y en mayo de 1824 todavía permanecía en el Pirineo, en el lugar de Bonansa, cuyas autoridades le expedían un certificado de buena conducta política. Pero en realidad sus enemigos no recriminaban su ideología liberal: “se puede tener una opinión sin hacerse odioso al Pueblo”, explicaban. ¿Por qué había huido entonces? Estaba claro: se había aprovechado de una situación anárquica para someter al pueblo con exacciones de dinero y de sangre: “hizo ejecutar dos quintas que otro alcalde prudente y menos exaltado
hubiera
sabido
excusar,
economizando
lágrimas
a
las
madres
desconsoladas”. Ese era su delito principal; haber cumplido con presteza un requerimiento del ‘exterior’, tan poco enraizado en la mentalidad localista de siempre. Un exceso de celo ‘Patriótico’, con mayúscula, frente al útil apego tradicional de los fragatinos a la patria chica. Lo cierto es que pudo volver a Fraga sin que nadie le enjuiciase por sus actuaciones pasadas y sí por sus nuevas rebeldías al orden restablecido. El año 1826 ganaba un difícil pleito al ayuntamiento de entonces. Reclamaba los capitales prestados a la ciudad por su suegro en 1795 y 1807 para la reparación del azud. 132 Pero el ayuntamiento argumentaba varias razones para no pagar: la miseria general de aquellos años por la decadencia de la agricultura y los oficios; también el considerar aquellos préstamos como un “mutuo”, sin que hubiera plazo alguno para la devolución del capital. Es decir, el ayuntamiento se amparaba en la costumbre financiera del Antiguo Régimen, que fijaba el interés de los censos en un 3%, sin amortizaciones del capital, mientras Salarrullana se apuntaba a la nueva figura de la obligación, que le permitía el cobro de un 6% de interés y exigía
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además la devolución del principal. Finalmente, luego de mil disputas y pruebas judiciales, el tribunal de la Audiencia amenazaba con embargar los bienes de los concejales, al no poderse hacer efectiva la deuda mediante el cobro de la alfarda. Los ediles acusaban a Salarrullana de usurero, por el elevado interés que pretendía y que sólo podía aplicarse entre comerciantes. Aquellos años debieron crearle muchas enemistades en los tres pueblos de Velilla, Fraga y Torrente, cuando los labradores vieron incrementada la cuota anual por alfarda en 24.444 reales. Muchos le acusaban de buscar “otras intenciones ajenas al pleito”, que sólo podían ser de orden político, desacreditando a un ayuntamiento que revertía sobre los regantes el costo de aquellos préstamos. Tal vez por ello una noche talaron más de cien olivos de una finca que Salarrullana poseía en la huerta nueva. El atentado quedó sin condena. Al año siguiente, 1827, se incoaba a Salarrullana causa criminal por un escrito injurioso al nuevo corregidor don Matías Mestre. Sus actuaciones públicas durante los años de la
Década
Ominosa,
alcanzaban cada vez mayor relieve. Unas para crearse enemigos y otras para acrecer su figura política. En 1824 el obispo de Lérida, el capítulo de Fraga, los curas de Velilla y Torrente y el propio ayuntamiento de aquel lugar le habían comisionado como perito en un “expediente de indemnización de diezmos”, consecuencia de la puesta en funcionamiento de la nueva acequia del Secano. Se trataba de calcular las particiones de diezmos que, en lugar de cobrar estas instituciones, cobraría en adelante el Crédito Público por haber sufragado la reconstrucción de la acequia en 1818. El Estado pretendía el diezmo de aquellas tierras por considerarlas novales. Según el Crédito Público, Salarrullana junto con varios eclesiásticos se empeñaban en demostrar que aquellas tierras producían menos ahora regadas que cuando eran de Secano. El ayuntamiento clamaba que semejante cálculo era la obra maestra de aquel intrigante, además de perjudicar gravemente a la Real Hacienda. Salarrullana sucumbía esta vez en parte y el diezmo se fijaba en una cuantía muy superior a la estimada por él, aunque nunca los poseedores de aquellas tierras pagaron con regularidad al erario público, hasta la abolición del diezmo ahora nacionalizado. Más éxito tuvo en su nueva comisión de 1829 que pretendía “arreglar” el reglamento para la libre venta de carnes en Fraga. Salarrullana era decidido partidario de la abolición de los monopolios municipales en el ámbito del comercio local. Esta vez, el intendente aprobó en todos sus extremos el texto presentado por Salarrullana en favor de la libertad de comercio. También surtió algún efecto ese mismo año su propuesta para mejorar el sistema de reparto de pastos entre los ganaderos peticionarios a la junta de
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propios. Hasta entonces, en su opinión y la de otros ganaderos, el reparto se hacía sin adecuarlo a las auténticas necesidades de cada uno: se entregaban hierbas sin comprobar si el solicitante tenía realmente rebaño o no; se daban a uno los mejores pastos en una sola zona mientras a otros se los adjudicaban divididos entre varios lugares del monte; se asignaba a un ganadero pastos insuficientes al número de cabezas declarado y a otro en exceso, lo que le permitía subarrendarlos. Salarrullana intenta evitar en adelante tanto los errores como los supuestos abusos, en los que él mismo había caído en alguna ocasión. Para ello, consigue del Real Acuerdo que cada ganadero presente una declaración jurada, certificando ser realmente suyo el ganado y señalando con precisión el número exacto de ovejas que posee. Igualmente, convence al corregidor de que la junta de propios debe repetir el reparto, mediante peritos independientes de los ganaderos más poderosos. Similar interés público demuestra Salarrullana respecto de los bienes agrícolas. Cuando en 1832 llega la propuesta de construcción del Canal de Tamarite, será uno de los comisionados para responder a las tres cuestiones que plantea el intendente. El día 12 de mayo de ese año, los mayores propietarios interesados en el riego están reunidos en concejo general con los regidores y presididos por el corregidor. Por parte de la empresa constructora del canal está presente don Antonio Gassò y Calafell, en representación de los demás socios de la compañía. Salarrullana será el encargado de argumentar la negativa al canon propuesto por la compañía sobre la plusvalía de las tierras afectas al nuevo riego. Lo considera excesivo y propone en cambio un porcentaje sobre los productos que realmente se obtengan con el regadío. También se niega a que los ayuntamientos afectados concedan a los “emprendedores” la mitad de los terrenos eriales, pertenecientes a la clase de comunales y concejiles. Tres años después, una vez emitida la Real Cédula que regula la explotación del nuevo canal proyectado, Salarrullana conseguirá que la mayoría de los propietarios de tierras en la partida de Litera se opongan a la regulación establecida por la Regente María Cristina. Su discurso en esta ocasión es elocuente, riguroso y dramático, además de retórico. Entre sus argumentos se percibe tanto la defensa del que considera interés general como el temor a la pérdida de su interés personal. Sobre todo cuando se proyecta que el canal se construya apto para la navegación. Esta posibilidad menguaría el tráfico terrestre del que él mismo y otros fragatinos son beneficiarios directos. La extracción de granos en barcazas disminuiría el tráfico por el camino Real, y con ello las posibilidades de su mesón, donde compra y vende granos libremente. Más si se tiene en cuenta que posee una recua de doce caballerías mayores destinada al transporte de estos granos.
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Precisamente, sobre el perjuicio que causa a su mesón una decisión del ayuntamiento, se producirá el conflicto más sonado de cuántos litigó. La chispa saltaba a fines de 1832, al emitir el corregidor de Fraga, Luzás y Fortón, un bando que podía perjudicar el negocio de nuestro personaje. El corregidor prohíbe la salida por el puente de los carros procedentes de Cataluña hacia Aragón (excepto correos y diligencias) desde un cuarto de hora después de ponerse el sol hasta las ocho de la noche, por ser el tiempo en que se recogen los payeses con sus “pares de labor” hacia sus casas. El corregidor ha visto un gran desorden en el puente, chocando un carro contra los asnos que regresan a casa y por eso dicta la prohibición. Un asunto aparentemente menor, que tendrá sin embargo gran relevancia en la ciudad al convertirse en un largo y complejo pleito entre dos propietarios de mesones: Monfort (cuñado del corregidor) y Salarrullana, ambos ubicados entre los primeros contribuyentes. El mesón de Monfort está dentro de la población y el de Salarrullana -antes propiedad de su suegro Isach- en la huerta, al otro lado del puente. La clientela nocturna de Salarrullana descenderá en picado si se cumple la orden del corregidor, mientras aumentará sensiblemente la de Monfort. Así es como lo ve Salarrullana. Será éste un asunto que revela muchos de los problemas del momento en Fraga. Un asunto paradigmático de las luchas por el poder local en la población. El 22 de febrero de 1833 Salarrullana se presenta en ayuntamiento con el escribano Simón Galicia para compulsar, de orden del Real Acuerdo, toda una serie de papeles, libros y documentos del archivo interesantes para su argumentación. Se le autoriza por tiempo de una hora a señalar los papeles que desea, y luego se le hace salir de la secretaría para que el escribano, a solas, los compulse. Con la aportación de multitud de documentos probatorios y declaraciones de numerosos testigos por ambas partes, el expediente se enzarza, emponzoña y prolonga durante cinco meses, hasta que en agosto una resolución del Real Acuerdo deja sin efecto el bando del corregidor y multa a Salarrullana con cien ducados por sus "expresiones poco conformes al decoro y sumisión debidos a las autoridades”. Una sentencia que parece darle la razón, aún recriminando sus graves acusaciones al ayuntamiento. Cuando llega el momento de hacer una nueva propuesta para los cargos del año siguiente, Salarrullana será convocado al consistorio como uno de los nueve primeros contribuyentes. Pero sus opiniones no serán ni siquiera reflejadas en el acta de la sesión. Ha propuesto a sus amigos liberales pese a que todavía no parece llegada la hora de ser tenidos en cuenta. Con todo, su protesta ante el Real Acuerdo obliga a repetir las votaciones y de nuevo su opinión discrepa del resto de convocados. En su nueva propuesta ha incluido, además de a su parentela, a abogados, escribanos, médicos, legistas, comerciantes y militares. Son los hombres
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que muy pronto, junto a él mismo, participarán del cambio político que se avecina. Alguno de ellos, como don Antonio Oró “hacendado militar comprendido (indultado) en el Real Decreto de 26 de marzo de 1833”, es un significado liberal del ámbito nacional, a quien Salarrullana debió conocer durante su estancia en Francia y que ocupa este año en Fraga la plaza de comandante militar. Esta vez, la propuesta de Salarrullana surtirá efecto y el Intendente nombra a don Antonio Oró regidor primero para el nuevo consistorio. A fines de 1835, con las primeras operaciones de la guerra Carlista, el nuevo ayuntamiento se ve desbordado por los acontecimientos. Ahora ocupan el sillón los propuestos por Salarrullana. Nombran una junta de fortificación, encargada de convertir en “fuerte” la antigua iglesia de San Miguel, en el altozano que domina la ciudad. Se trata de alojar en él a aquellas personas significadas, que por temor a ser víctimas de los facciosos, “andan errantes, fugándose de la población, como buenos patriotas”. Salarrullana será vocal en ella y su positiva actuación hará que en las elecciones celebradas por los comisarios de parroquia el día once de mayo siguiente se le proponga a las autoridades provinciales para regidor primero. Y entonces se produce el estallido revolucionario. El 3 de agosto de 1836 se presenta en sesión de consistorio el coronel don José Pérez Gisbert, nuevo comandante de armas de la plaza, quien entrega al ayuntamiento la proclama y levantamiento que hacen las autoridades de Zaragoza, junto con el capitán general Evaristo de San Miguel, en el sentido de “separarse del Gobierno de S. M. y regirse por la Constitución de 1812, hasta que las Cortes Generales decidan el camino a seguir”. Junto a los ediles, el alcalde ha convocado a los representantes del capítulo y a las personas de probidad de la ciudad. Todos unánimes acuerdan ponerse del lado de dichas autoridades regionales, jurando la Constitución de 1812, aunque los dos curas matizan que su voto tendrá el sentido que finalmente le otorgue su obispo. En esa misma sesión se hace público que Salarrullana ha sido nombrado regidor primero por el gobernador civil, con lo que queda al frente de las cuestiones locales de carácter político y económico, mientras el recién nombrado alcalde mayor interino, don Manuel Asensi, ejercerá las competencias judiciales. Desde el 31 de octubre al menos, Salarrullana aparece en actas como alcalde y su primo José Isach Junqueras como teniente de alcalde. Sus cargos se prolongarán durante todo el año 1837, no sin oposición del nuevo juez, en lo tocante a la jurisdicción de Isach, porque entiende que Fraga no cuenta con suficientes vecinos para hacer necesario su nombramiento. Éste será el período de mayor protagonismo público de Salarrullana: miembro de la junta de beneficencia para atender la gestión del hospital, compromisario del partido judicial para la elección de procuradores a Cortes
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Generales y depositario de los caudales de propios. Al frente del sector liberal de los vecinos, permanece alerta ante las continuas alarmas de “la facción catalana” y atento al germen faccioso de los fragatinos que simpatizan con los carlistas. El líder de éstos últimos en la ciudad, su acérrimo enemigo don Medardo Cabrera, será vigilado y sufrirá repetidas exacciones en sus caudales para el suministro de tropas y milicianos. Por otra parte, Salarrullana se afana en poner en práctica alguna de las medidas exigidas por la revolución: los labradores pagarán sólo la mitad del diezmo, tal como lo manda la Constitución de 1812. Para conocer su cuantía en el conjunto del priorato de San Pedro, exige al capítulo presentar las tazmías de los distintos pueblos que lo componen y, ante su resistencia, ordena embargar los productos correspondientes a la mitad del diezmo. Meses después, el mayordomo del obispo, Julián Rodríguez Alonso, da cuenta a su prelado de las gestiones que realiza para su recuperación junto al nuevo gobernador interino de Huesca. Asegura que su petición será bien aceptada porque son muchos los vecinos que lo piden. Dice que está practicando diligencias para “reducir” al regidor decano Salarrullana, único que manda en todo el ayuntamiento. Durante 1836 y 1837 Salarrullana se encargará de repartir el cupo que cabe a Fraga por el préstamo extraordinario de 200 millones de reales que el Estado ha pedido a todas las ciudades del Reino. El objetivo es el de “dar nuevo impulso y nueva vida... a las operaciones militares, para acabar de una vez con la guerra fratricida que nos aflige...”. La circular ordena a las justicias de los pueblos que antes del día 15 de octubre de 1836 recauden las cantidades detalladas de quienes no lo hagan voluntariamente. En el listado y cuantías que señala la Diputación Provincial están incluidos los mayores contribuyentes. Lo están con independencia de su carácter político, por un total de 94.500 reales de vellón. El ayuntamiento constitucional
“obedece
la
orden”,
–como
siempre-,
pero
“suspende
su
cumplimiento” porque, según expone Salarrullana, es preciso elevar recursos a la Diputación, al intendente y a S. M. la Reina. Explica las razones que luego repetirá con matices, en sendas cartas a las tres autoridades. 133 Su argumentación se refiere al injusto reparto de la Diputación, que incluye mayoritariamente a vecinos que precisamente se han distinguido por su adhesión al nuevo sistema constitucional, además de algún carlista. Por eso propone crear una junta de rectificación –de la que él será presidente- que efectúe el reparto de otra forma: debe cargarse tan sólo una quinta parte de lo que les corresponde pagar a “quienes han sufrido en sus personas y bienes el furor de las hordas rebeldes, habiéndose alistado a las filas de la Milicia Nacional Voluntaria”. Y debe cargarse el
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resto a quienes se han caracterizado por su proximidad y simpatía a los rebeldes carlistas. Para ello se confecciona un nuevo listado en el que se califica a cada contribuyente según su grado de afección, desafección o indiferencia a la causa liberal. Con esta precisión política, la nómina de los llamados a contribuir cambiará ahora radicalmente. Desaparecen algunos nombres, sustituidos por eclesiásticos, curas de la comarca y el propio obispo de Lérida. Todos aquellos que parecen apoyar la causa carlista. En diciembre de 1836 y enero de 1837, desde la Comandancia de Ejército se apremia militarmente al ayuntamiento para que recaude sin demora el tributo en Fraga y la comarca. Salarrullana, mientras tanto, por orden de la Diputación Provincial, se ha hecho cargo de los bienes de Don Domingo María Barrafón y Viñals, el cuarto mayor hacendado de Fraga, ausente de España en estos años, por considerarle desafecto a la causa liberal. Salarrullana será
depositario
de
los
arriendos
rústicos
y
urbanos
de
Barrafón
hasta
cumplimentar los casi 60.000 reales que se le cargan. Exige también al obispo de Lérida la elevada contribución que se le determina, pese a las repetidas quejas que el prelado eleva a la junta de rectificación. Salarrullana controla ahora todo el poder. Su hijo, Francisco Salarrullana Isach, es nombrado depositario de propios, puesto que no puede continuar siéndolo su padre al ocupar el puesto de alcalde. Su primo José Isach Junqueras es el teniente de alcalde, y el cuñado de éste último, Pedro Miralles Cabrera, es síndico procurador general. Durante “cinco días de llanto”, a fines de enero de 1837, recogerán de los vecinos los cupos asignados de contribución extraordinaria, “venciendo obstáculos y chocando con la miseria suma del vecindario”. La demanda de suministros, raciones y bagajes se repetirá incesantemente durante aquel año, ante la proximidad insistente de las partidas carlistas que recorren la comarca. A mediados de marzo los fragatinos se encuentran en una situación crítica. Están amenazados de continuo por la facción catalana de Arbonés, que acecha ahora –capitaneada por Cendrós-, para aprovechar cualquier pequeña coyuntura, y “saciar de este modo el ansia de robo, incendio y asesinatos que tienen proyectados”. Además, ha desertado en masa la compañía de granaderos movilizados en Fraga, y la ciudad se queda sin más fuerza que la “valiente” compañía de América y el corto número de “nacionales voluntarios”, que no sobrepasa la veintena y se hallan mal armados. Se aceleran las obras de fortificación en la ciudad y sus puertas. Solicitan tropas del ejército o, en su defecto, sugieren concentrar en Fraga cien voluntarios de la ribera del Cinca. El 16 de marzo, los milicianos toman las armas frente a la amenaza de 103 caballos y 800 infantes de la facción catalana. Salarrullana –sin demasiado éxito- hace un
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llamamiento a los ayuntamientos de la comarca para formar un batallón de Voluntarios Nacionales que protejan el territorio. En abril está a punto de dimitir cuando se le exige que provea de suministros a Monzón y Tamarite. 134 En junio Salarrullana se ve incapaz de auxiliar a la tropa de la propia guarnición fragatina. El 2 de julio, él y sus compañeros de consistorio celebran temerosos la ceremonia de proclamación de la nueva Constitución decretada por las Cortes y aceptada por la Regente María Cristina. Tantas veces como se exigen raciones para la guarnición o para las tropas transeúntes, otras tantas escribe Salarrullana a las autoridades civiles y militares pidiendo compensación, armas o reducción de las “exorbitantes” demandas. Deben recaudar raciones y bagajes por los pueblos del partido judicial para completar los cupos asignados. En agosto el terror se apodera de muchos fragatinos cuando varios lugares del entorno –La Granja, Masalcoreig y Torrente- son tomados por los carlistas. Será entonces cuando el
enfrentamiento entre Salarrullana y el
comandante Gisbert llegue a su punto álgido.135 El primero considera pusilánime al segundo y Gisbert tachará a Salarrullana de irresponsable por albergar en la ciudad a sospechosos de sedición. Será la segunda ocasión en que Salarrullana amenace con la dimisión. Se ha ofendido gravemente su honor y sus desvelos en pro de la libertad y la seguridad de sus convecinos. El 9 de noviembre el brigadier comandante general de la 4ª División del Ejército (“faccioso”) de Cataluña se dirige a Fraga y luego a Mequinenza para pasar finalmente a la orilla derecha del Ebro. Exige a su paso 7.000 raciones de pan a los fragatinos y los bagajes mayores que puedan transportar dichos víveres. Se lleva arrestado hacia Mequinenza al alcalde Salarrullana y amenaza con ahorcar a los concejales si no envían las raciones que pide. Al día siguiente, el revuelo en la ciudad
es
extraordinario.
Están
reunidos
en
ayuntamiento
los
principales
contribuyentes, las personas notables, el juez, los curas presidentes del capítulo y otros patriotas. Preside Jaime Jorro y Carbonell, regidor decano. Para sufragar las raciones entregadas al ejército, ante lo extremo de la situación, acuerdan cargar un trimestre de la contribución y echar mano de los productos de los bienes embargados por la Nación a don Jacinto Orteu, aquel conocido desafecto a la causa liberal, esposo de una Aymerich. El susto se mantiene durante diez días, hasta el regreso de Salarrullana y su primo Isach. En los años siguientes Salarrullana se mantiene próximo a las actividades públicas, al retomar el cargo de depositario de los caudales de propios, que afianza con sus caudales y con el patrimonio de su mujer. Contribuye en tareas de control y asesoría de la administración del hospital y de la junta de instrucción local. También en otras más delicadas de reparto de contribuciones: la extraordinaria
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decretada por las Cortes en junio de 1838; al año siguiente la liquidación de suministros proporcional a lo aportado por cada vecino; y en 1842 la nueva Contribución de Culto y Clero. En 1845 será miembro de la junta encargada de formar la lista de electores y elegibles, -según sus caudales- exigida por la nueva Ley de Ayuntamientos. Junto a estas actividades públicas mantiene sus negocios privados. Sigue administrando el patrimonio heredado por su mujer, que ahora se ve disminuido en algo respecto de las fincas de regadío, pero sensiblemente acrecido respecto de las masadas del monte, a tono con el aumento del cultivo cerealista de secano. Salarrullana adquiere estas fincas por la posibilidad de que lleguen a regarse en Monreal y Litera con el nuevo canal, y por su necesidad de pastos como ganadero. Con todo, su posición contributiva local ha retrocedido respecto a la preeminente de su suegro. Se mantiene durante varias décadas entre el cuarto y sexto puesto contributivo. Entra entonces en el ámbito del arriendo de propios y se ofrece a arrendar el derecho de pontazgo para el trienio 1940-1842 por 40.000 reales anuales; pero la riada que se lleva el puente el 10 de octubre de 1839 dará al traste con sus expectativas. Entonces participa en la junta encargada del tendido de un puente de barcas provisional hasta su reconstrucción. El perjuicio público que provoca la interrupción del tráfico regional y nacional en la única carretera entre Madrid y Barcelona se suma al de los intereses privados de muchos fragatinos y entre ellos al de Salarrullana. Lo prolongado de la interrupción está obligando a considerar otros puntos para el cruce del Cinca entre Aragón y Cataluña. Por eso Salarrullana es comisionado para acudir ante las autoridades locales y provinciales de Lérida, en demanda de apoyo, a fin de solicitar conjuntamente a Madrid que no se varíe el trazado; que no se busquen vías alternativas por la ciudad de Huesca ni por otros puntos de la provincia. El estancamiento económico que comienza a advertirse en Fraga se acentuaría sin duda. En cambio, se potenciaría la riqueza local, pública y privada, si se contara con un puente sólido y duradero construido totalmente a expensas del ayuntamiento, lo que permitiría a su vez retener el derecho de pontazgo para las rentas municipales.136 A mediados de siglo, la cuestión del puente será una de las últimas actividades públicas de un José Salarrullana, -ahora con el “don” de propietario-, sustituido frecuentemente en estos menesteres por su hijo y abogado Francisco. Padre e hijo suelen aparecer juntos en las convocatorias de mayores contribuyentes o mayores ganaderos, que se celebran ya por “clases contributivas”. Con un producto líquido catastral de 808 libras, Salarrullana pertenece a la segunda clase contributiva nacional. El suyo es el nuevo don de “los de la peseta” o el de los
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individuos “con saber”, distinto del antiguo “don” infanzón. Es la nueva sociedad de clases que él ha contribuido a crear y en la que le restan hasta su muerte tareas de representación: ser cabeza de una de las quince sociedades ganaderas creadas en 1850. También funciones de arbitraje: ser elegido en 1856 como primer juez de paz de la ciudad. Aquel litigante perpetuo, aquel temperamento exaltado, incendiario a veces, merece en su vejez el honor de poner paz entre sus convecinos. Ironías de la vida. Las dos casas creadas por los Isach-Villanova y los Isach-Luzán durante el siglo XVIII, -absorbida ésta última por los Salarrullana-, forman un segmento de linaje con características similares a otros de mayores contribuyentes. Su estrategia matrimonial es exogámica. Mayoritariamente se casan en Fraga, aunque a veces buscan parentescos comarcales y aún regionales. También se valen del matrimonio de conveniencia que equilibra patrimonios mediante las dotes cruzadas. Se adhieren al sistema mayoritario de heredero único, que dota de acuerdo con las posibilidades de la casa a los segundones, varones y hembras. El de los Isach es un linaje simbiótico, que comparte su riqueza con otros linajes tradicionales o inmigrantes, pero siempre infanzones: los Villanova, los Foradada o los Junqueras. Consiguen con ello mejorar su estatus y el de sus descendientes, a quienes procuran dar una educación universitaria, cuando no están destinados a continuar los negocios familiares. Una vez ubicados en la cúspide social, serán otras familias las que pretendan a sus vástagos como
excelentes partidos con quienes
emparentar: es el caso de los Jover, Galicia o Miralles. El mejor ejemplo en este sentido será la absorción del patrimonio de la casa Isach-Luzán por el recién llegado Salarrullana. Con él se inicia un nuevo segmento de linaje que perdura en Fraga durante las décadas centrales y finales del siglo XIX, aunque trasladados ya en parte sus individuos más significados a Zaragoza. Los Isach fueron, ante todo, prestamistas. El incremento de su patrimonio se refiere, generación tras generación, a sus censos sobre particulares y compras a carta de gracia, tanto como a su función censualista de diferentes ayuntamientos en la comarca. Su segunda fuente de ingresos es el arriendo de bienes de propios: diezmos, pastos y derecho de pontazgo sobre todo. La tercera la cría de ganado, la provisión de carne para el abasto público y finalmente el trato de caballerías de labor en el caso de Salarrullana. El mesón construido a fines del XVIII y su comercio de granos en él serán su fuente de ingresos complementaria. Casi todos los individuos de la saga –incluidas las hembras- son además comerciantes de puerta abierta; unos dedicados al tráfico de cereales y otros a la venta de tejidos. Pasan por tener las principales tiendas de la ciudad. La compra de fincas urbanas y rústicas, -casas, hornos, tierras de secano, regadío y huertos- les convierte con el
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tiempo en propietarios medios, que obtienen rentas adicionales de arrendatarios y medieros y de pastores que cuidan sus rebaños. Las sucesivas generaciones del bisabuelo a los biznietos poseen una misma ideología respecto de la actividad mercantil, que se adapta a las circunstancias y legislación cambiante, y les permite conjugar su apetencia por la libertad de comercio con las estructuras monopolísticas del Antiguo Régimen. Su parentesco con el linaje de los Villanova y sus propias relaciones de influencia les hacen acreedores a varias funciones estatales: desde la administración de Correos hasta la de estanqueros del tabaco, pasando por la provisión de pólvora y víveres para el ejército, por la de gestores de los Arbitrios de Amortización o la de administradores de los bienes nacionalizados por el Estado Liberal. En este sentido, alguno de sus individuos sabrá aprovechar las medidas desamortizadoras para incrementar su hacienda. Participan por tanto de los beneficios del Antiguo y del Nuevo Régimen. Pasan sin problemas de la Inquisición a la desamortización. La evolución del patrimonio medio por individuo en el conjunto del linaje es ascendente durante todo el siglo XVIII y sólo remite en los años inmediatos anteriores a la guerra de la Independencia, en el contexto de una coyuntura adversa. Su cuota promedio por individuo ha pasado de 22,5 libras en 1751 a 140 libras en 1803; un enorme crecimiento, mayor que el de cualquier otro linaje. La guerra les causa pérdidas considerables en haciendas y caudales, y la generación que la sobrevive retrocede algo en el ranquin contributivo, tal vez consecuencia de un Salarrullana excesivamente complicado en conflictos de todo orden. El origen plebeyo de los Isach y su dedicación al comercio les impide el acceso al poder local en las primeras generaciones del siglo. Tan sólo entran en el ayuntamiento cuando han emparentado con las grandes casas de siempre o con otras en ascenso. Y aún entonces, sus pretensiones de perpetuidad parecen ridículas a los ojos de los viejos hacendados. Sin embargo, son siempre tenidos en cuenta en las grandes decisiones públicas como sujetos pudientes y luego como propietarios
notables.
La
cuarta
generación
del
linaje
será
la
de
mayor
protagonismo político en el ámbito local y en concreto Salarrullana parece incluso rebasarlo, por sus contactos con políticos de ámbito regional. Los Isach serán aliados tempranos de los infanzones Villanova y Junqueras durante el siglo XVIII, aunque a diferencia de éstos serán proclives a la supervisión del poder local desde el ‘exterior’ mediante la imposición de corregidores en el gobierno municipal. Su parentesco con el corregidor Luzán y su adhesión inicial al corregidor don Matías Cabrera lo explica. Y no se quedan atrás al declararse fieles y leales servidores de la monarquía absoluta. Pero, sin solución de continuidad, con la llegada del Liberalismo correrán raudos por la senda constitucional y se convertirán
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en fervientes adictos a la causa de Isabel II, cerrando filas como miembros significados de la Milicia Nacional.
9.5.2 Del afán por ennoblecerse al disfrute de la propiedad burguesa: los Rubio. * LOS RUBIO. Como los Isach o los Salarrullana, los Rubio son también en realidad “hombres nuevos”. El linaje Rubio será el resultado de la conjunción de tres apellidos: los Sisón, los propios Rubio y los Cabiedes. El primer Rubio llegó a la ciudad desde la villa de Mazaleón de donde era natural para hacerse cargo de la herencia del militar, comerciante y ganadero fragatino don José Sisón Ferrer. Don José Sisón era hijo de Juan Sisón e Isabel Ferrer, ambos pertenecientes a linajes que se remontan en la villa al siglo XIV y cuyos miembros desempeñaron todos los oficios de gobierno “siendo de los primeros hombres calificados”. 137 Don José había ejercido como capitán de caballería y veedor general de los presidios de Aragón hasta su supresión en 1710, y sin duda se debe a ello el connotado de “don” y su inclusión entre los infanzones en la alfarda de 1715, en la que contribuye por casi cuatro hectáreas de regadío. Felipista crítico, don José fue el tercer alcalde del nuevo ayuntamiento borbónico (1716) y volvió a ser nombrado como tal para el trienio 1720-1723, fecha de su defunción. Junto a su esposa doña María Cercós, don José es durante varios años arrendatario de los pastos de la partida de Estorzones, que tiene asignados como consecuencia de un préstamo hecho a la ciudad luego de la guerra de Sucesión. 138 Tras su fallecimiento, la viuda continúa sus actividades tomando en arriendo la primicia, el almudí y la novenera. Así mismo reclamará en 1726 varios bienes rústicos en pleito de aprehensión contra don Francisco Perisanz, por numerosas pensiones impagadas de censos de los que es beneficiaria.139 Como viuda usufructuaria Doña María Cercós ¿…...? ha incrementado ligeramente el patrimonio de la sociedad conyugal y en el catastro de 1730 se ubica entre los mayores contribuyentes cuando declara más de 4 hectáreas en regadío, doce en el secano, dice poseer tres casas y nada menos que 761 libras en capital censal a su favor de varios censatarios. Su indicador de riqueza se sitúa en las 2.683 libras. Al fallecer doña María sin descendencia, la herencia correspondió al oriundo de Mazaleón Benito Rubio, seguramente en razón de parentesco. Un parentesco que le permite considerarse muy pronto “don” Benito Rubio “Sisón” y ocupar en el consistorio fragatino un sillón reservado a la “primera nobleza”, siendo nombrado alcalde primero en el trienio 1737-40 y de nuevo en el de 1751-1753. Le vemos entonces defender los intereses de los ganaderos naturales, reservándoles los pastos de algunas pardinas que hasta entonces disfrutaban los herbajantes
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forasteros. Durante su último mandato y con mayor trascendencia para los bienes de propios, don Benito consigue sacar del dominio de los conservadores de la Concordia censal el cobro del arriendo de los pastos, para ser gestionado desde entonces directamente por el ayuntamiento. Pese a su distinguida posición, don Benito aparece catastrado en 1751 entre los del Estado Llano como labrador y cosechero de vino. Además de la casa de su habitación heredada de don José Sisón en la calle Mayor, posee ahora más de ocho hectáreas de regadío, cuarenta de secano, otras dos casas y una yunta de labor, conseguidos en parte a crédito, por un total de más de cien libras de capital. Don Benito se había casado con doña María Rosa Bages y de su matrimonio conocemos cuatro hijos: el primogénito y heredero don Joaquín Rubio-Sisón Bages, don José presbítero beneficiado en San Pedro; don Ramón, casado con doña Rosa Vela, documentado como administrador de rentas Reales en Sitges y luego en Gerona; y doña Isabel Ana, casada con el estanquero de tabacos don Andrés Aparicio. Su SEGMENTO DE LINAJE detalla éstos y los descendientes del apellido en las sucesivas generaciones. A partir de 1772 y durante más de treinta años aparece catastrado el
heredero “don” Joaquín
Rubio-Sisón Bages, nacido también en Mazaleón y casado en Fraga con doña Raimunda Viñals Sudor, hija segundona del mercader mayor contribuyente Pedro Juan Viñals. Mantiene el alias “Sisón” intercalado entre sus verdaderos apellidos, tal vez obligado por la herencia recibida de sus parientes, y lo propio seguirán haciendo sus herederos. Pese a la dote de la contrayente, el indicador de riqueza local del matrimonio retrocede respecto del conseguido por su padre. Pasa de las 3.614 libras en 1772 a las 2.912 libras en 1803. Ha dejado de ser mayor contribuyente para descender a la categoría de significativo140 y, sin embargo participará del poder durante casi dos décadas entre 1762 y 1800, primero como regidor durante tres trienios y como alcalde primero en otro, amén de ejercer como tesorero entre 1774 y 1782, en la inteligencia de ser “un hombre de confianza”. Su proximidad al poder debe explicarse en función de su parentesco: su matrimonio le ha procurado ventajosas relaciones de afinidad con los Barrafón, Barber, Foradada y Vilar, entre los que tiene tres cuñados (en realidad de su mujer). Las relaciones sociales de los Rubio en Fraga y otros lugares se amplían, pero no conseguirán ser reconocidos públicamente como nobles. Bien al contrario, el ayuntamiento de 1769, –mediante la queja de algunos vecinos-, obligará a don Joaquín a arrancar el escudo de armas que ha incrustado sobre el portón de su torre en la huerta.
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Don Joaquín intervino como alcalde en algunas cuestiones de trascendencia al formar parte de la junta de terratenientes que controlaron la apertura de la nueva acequia del Secano o al participar en varios pleitos por aprehensión de bienes intestados, en favor del capítulo eclesiástico.141 También en la reparación de la barca utilizada en 1788 para la reconstrucción del azud. Siempre orgulloso de sus alianzas, frecuentemente se le observa denunciando la “coligación de parentescos” en sus rivales al tiempo de proponer candidatos para los cargos de regidor o para oponerse al nombramiento de algún diputado del común. Sus informes a la Audiencia en este sentido fueron frecuentes, procurando apoyar, aunque sin demasiado éxito, la carrera política de su hijo. El primogénito y heredero José Rubio-Sisón Viñals se mantendrá en la categoría de contribuyente significativo y sólo su matrimonio con la viuda doña Tomasa Cabiedes y del Valle le aupará de nuevo económica y socialmente. Doña Tomasa es hija del militar don José Cabiedes Balanzategui, natural de Cerdeña, y residente en Fuentes de Ebro como capitán agregado a la plaza de Zaragoza. Don José Cabiedes figuraba en el catastro de 1761 como poseedor de una finca en Los Barrafons, de 370 fanegas, aunque el guarismo era disminuido a 270 fanegas, modificado por un escribano posterior. Luego, el libro de industrias de 1772 le incluye como mayor contribuyente forastero, poseedor de una extensa finca vinculada de casi treinta hectáreas de regadío en la partida de Almenara de la huerta vieja, que sin duda es la misma que la referenciada anteriormente en la partida “dels Barrafons”. El vínculo había sido fundado a fines del siglo XVII por el infanzón vecino de Fraga don Manuel De Granja, hijo del ciudadano de Zaragoza Jorge Domingo De Granja y de doña Teresa Fernández de Heredia. Ésta a su vez era descendiente de los anteriores Gilbert y Carvi, familias principales en Fraga desde el siglo XV, y por ello añadía estos alias a sus verdaderos apellidos. Su hijo don Manuel de Granja Fernández de Heredia había figurado en 1751 catastrado como forastero poseedor del vínculo y seguía añadiendo a los suyos aquellos alias de “Gilbert y Carvi”. La extensa finca pasó por tanto de don Manuel de Granja a don José Cabiedes y, luego de varias renuncias y cesiones, a su hija doña Tomasa tras un dilatadísimo pleito de aprehensión.142 Mientras tanto, el nuevo heredero de la casa Rubio-Sisón seguía sin alcanzar el rango de mayor contribuyente y sin entrar en el círculo del poder local. Hubo de
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esperar a los tiempos de la ocupación francesa durante la guerra de la Independencia para conseguir ambos objetivos. El protagonismo político de don José se sustancia en su nombramiento por el gobierno intruso como corregidor del distrito en 1811. Sus amplias competencias se opondrán de inmediato a las que entiende tener la municipalidad creada paralelamente por los franceses. Al mismo tiempo, –lo que perjudicó en mayor medida su crédito político-, como subdelegado de Bienes Nacionales se ocupó de la confiscación de las propiedades de los conventos suprimidos, pretendiendo beneficiarse personalmente de alguna de ellas. Sabemos ya que, al término de la guerra, don José será juzgado como traidor a la patria y tendrá que ser protegido por el nuevo corregidor de los intentos de linchamiento que algunos vecinos están dispuestos a llevar a cabo. Para salvarlo de sus iras se ve forzado a encarcelarle en el castillo de Mequinenza. Años más tarde, una vez rehabilitado, le encontramos durante el Trienio Liberal formando parte de la nueva junta de beneficencia junto a otros “vecinos ilustrados”, y durante la Década Ominosa será propuesto para el sillón de regidor primero, siendo quienes lo proponen multados por el intendente que entiende no deben proponerlo, mientras ellos le juzgan como “el más capaz para preservar los privilegios de la ciudad, hombre fiel al Rey y de conducta política arreglada”. La suya fue por tanto una breve y errática trayectoria política desde su posición de afrancesado a su consideración pública como fiel a un Rey absoluto. Una trayectoria a un tiempo distinta y similar a la de su hermano Ramón. Don Ramón Rubio Viñals se documenta como presbítero beneficiado del capítulo, oficial eclesiástico del obispado en la ciudad y administrador de los derechos decimales de la Mitra. Al inicio de la guerra de Independencia su fervor patriótico le llevó a liderar y dirigir a la mayor parte de los voluntarios alistados en la ciudad para acudir en defensa de Zaragoza.143 En 1810 está huido de Fraga y es sancionado como otros vecinos por el general Suchet. Tras la guerra sostiene una encarnizada pugna con el Crédito Público por conseguir la mejor cuota decimal para el obispado y el capítulo en las tierras nuevamente regadas del Secano. 144 Durante el Trienio Liberal es tachado de traidor a la patria por su afección a la causa de los Realistas sublevados y conjurados en el castillo de Mequinenza. Cinco años después, -cuando ya es canónigo del cabildo de Tarazona-, una Real Orden le exime de dar cuentas de su participación en aquella junta rebelde y le declara fiel servidor de Su Majestad.145 Su hermano había servido a José I mientras él era fiel a Fernando VII; su hermano era acusado de afrancesado, mientras a él le tachaban ahora de traidor por su declarado ‘Realismo’. Ambos eligieron el peor momento para definir y manifestar su posición ideológica: uno durante la guerra contra el Francés; el otro frente a sus compatriotas liberales exaltados.
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Apenas ningún otro dato nos informa respecto de sus numerosas hermanas: nada sabemos de la posible hija del primer matrimonio de don José, doña Mónica, casada con Agustín Galicia Cubero; tampoco de su hija monja María Antonia, o de María Joaquina, difunta en 1791, casada en Mequinenza con Juan Sanz. Nada de sus otras cuatro hermanas ni de sus posibles dotes. Tan sólo que el matrimonio ascendente de don José con doña Tomasa permitió a su heredero ocupar nuevamente un puesto distinguido en la sociedad local. El que después de heredar el vínculo de su madre se hacía llamar pomposamente don José Mauricio Gilbert Rubio-Sisón Cabiedes volvería a ocupar lugar destacado entre los mayores contribuyentes. Al propio tiempo, sus hermanas allegaban nuevos parentescos por afinidad al casarse
con
jóvenes
vástagos
de
otras
familias
principales incluso usando de la estrategia de los matrimonios cruzados.146 Él mismo, casado muy pronto con una fémina de la familia Tomás, volverá a casarse por dos veces al enviudar, primero con doña Mariana Burgos Bonet y luego con doña María Callén y Royo, de Candasnos. El patrimonio de don José Mauricio en 1832 refleja efectivamente la finca de la Almenara, ahora catastrada como de 171,5 fanegas con otras 106 fanegas repartidas en otras cuatro parcelas de regadío, y más de 70 hectáreas en cuatro masadas del monte. Además de la casa de su habitación en la calle Mayor mantiene la de su abuelo en la calle Carretera y otra en Miralsot, junto a una masía en Cardiel. El suyo es el único patrimonio vinculado que queda en Fraga. 147 Don José Mauricio fue propuesto durante la Década Ominosa –en 1825como procurador síndico en su calidad de “persona adicta al Rey y de buena opinión entre los amantes del soberano”. Luego fue regidor decano en 1828 y 1832, para pasar a regidor segundo en 1833 en un contexto en el que el cargo es asumido con desgana por muchos de los designados. De hecho, en la segunda ocasión en que es nombrado regidor no se presenta al acto de toma de posesión. En realidad es un liberal atrapado en los últimos compases del régimen absolutista.148 Como lo habían hecho su padre y su abuelo, las decisiones que tomó desde el consistorio tendieron a favorecer la distribución de los pastos de forma equitativa entre los ganaderos naturales, aunque años más tarde fue decidido partidario del cerramiento de fincas en beneficio de los labradores particulares. También consta su opinión favorable a la libertad de comercio en las carnicerías y a la abolición de todo tipo de gremios artesanales en beneficio de la libertad de fabricación y comercialización. En 1835 formará parte de la Comisión de Escuelas del Partido judicial por orden del gobernador provincial de Huesca, y en los años siguientes de las respectivas comisiones para la rehabilitación del hospital, del puente de tablas y
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para el mantenimiento de la carretera nacional en su actual recorrido por Fraga y Lérida, sin variarla por Huesca u otro lugar en el trayecto de Zaragoza a Barcelona. En 1842 será nombrado comisario de protección y seguridad pública de la ciudad. En 1857 publica en Zaragoza una memoria sobre la enfermedad de la vid conocida entonces como oídium-tuckery.149 En los últimos años de Fernando VII, a don José Mauricio se le conocía como “socio correspondiente de la Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País, miembro de la Real Asociación del Buen Pastor, establecida en Zaragoza, primer comandante del cuarto batallón de la primera brigada de Voluntarios Realistas de Aragón y comandante de armas de la ciudad de Fraga”. Doce años después, en 1842, forma parte de la sección de caballería de la Milicia Nacional en la ciudad, considerado por sus convecinos como “afecto a la causa liberal en segundo grado”. En estos años es frecuentemente elegido como uno de los comisarios electores de los ayuntamientos constitucionales, y en 1838 y 1851 él mismo ocupará la alcaldía. Don José Mauricio es un ejemplo más de la versatilidad política que manifiestan algunos de los fragatinos más encumbrados de la época. El linaje iniciado por aquel “don” Benito Rubio venido de Mazaleón ha llegado a la cúspide social fragatina con su biznieto. Por su temprano parentesco con las principales familias y por sus “saberes”, los Rubio suelen estar próximos al poder por sí mismos o por sus parientes y deudos. Defienden siempre las prerrogativas del ayuntamiento, pero saben también desligarlo de sus ataduras monopolistas en beneficio de la libertad de acción individual. Respecto de los vaivenes de la política nacional, los hay entre ellos tachados de afrancesados mientras otros son primero patriotas furibundos, luego Realistas y más tarde carlistas, y aún otros se consideran primero ilustrados y más tarde liberales. En el aspecto económico, su inicial
cuota
promedio
que
apenas
superaba
la
mediala
de
los
mayores
contribuyentes en 1751 se ha sextuplicado en 1832, pese a no haberse ubicado siempre los sucesivos herederos de la casa entre los mayores contribuyentes.
9.5.3 Los Portolés, ¿infanzones de abarca?
* LOS PORTOLÉS. Como afirma Julio Brioso en su librito sobre los infanzones aragoneses, hubo pueblos enteros en el Pirineo que recibieron en época medieval privilegios colectivos por los que toda su población podía considerarse infanzona. Era un estatus que en Navarra se conocía como el de los “infanzones de abarca”.150 Los Portolés llegan a Fraga con el siglo. Se trata de un único grupo doméstico inmigrante. Véase su SEGMENTO DE LINAJE. Miguel Portolés del Cacho procede del lugar de Lanuza, en Jaca, y es viudo de Ana Uliaque, del pueblo de
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Quinto. Miguel es sin duda “ganadero herbajante” interesado en
disponer de las
facilidades con que cuentan para el arriendo o aprovechamiento libre de los pastos los ganaderos naturales. Posiblemente por ello acaba casado en segundas nupcias con la fragatina María Ana Rufat, en 1714. Con ello los Portolés se afincan en la ciudad, aunque en un primer momento Miguel es considerado tan sólo como “pastor”. Durante años cultiva una parcela de 3,5 fanegas de regadío, vive en una pequeña casa y declara un minúsculo rebaño de 19 cabezas de ganado lanar. Su riqueza catastral se queda en las 400 libras y aparece incluido entre los pequeños contribuyentes. Veinte años después, su viuda declara poseer 14 fanegas de regadío y un pequeño campo de cinco hectáreas de secano. Vive en casa propia, cuenta con dos caballerías menores y paga una pequeña pensión censal a cambio de cultivar una de las parcelas de huerta de las que tiene catastradas. Su indicador de riqueza es ahora de 544 libras. Antes de morir, su marido había conseguido del Real Acuerdo en 1744 la certificación de su infanzonía,151 por lo que en adelante todos los Portolés de la etapa antepondrán a su nombre el “don” que reconoce su nobleza y un pequeño escudo de armas decorará la fachada de su casa en la calle Redorta. Su hijo heredero será ya “don” Miguel Portolés Rufat, considerado en el libro cobratorio de 1772 como ganadero entre los infanzones, aunque sigue ubicado entre los pequeños contribuyentes con una riqueza catastral de 400 libras, que aumenta hasta las 1.323 diecisiete años después, cuando declara un rebaño de 45 cabezas y un par de mulas, y se le incluye entre los cosecheros de vino. Casado en 1750 con Teresa Castillo, vivirá toda su vida en el grupo doméstico de su madre viuda y con ellos sus hijos don Miguel, doña Francisca y don Francisco Mariano. Por su capitulación matrimonial, el heredero Miguel deberá dotar a sus hermanos menores de acuerdo con los posibles de su casa al tomar estado. La estrategia del linaje como ganaderos montañeses que buscan incluirse entre los naturales se perfecciona con el primogénito don Miguel Portolés Castillo al casarse en 1777 con Joaquina Guiral, de una familia de ganaderos naturales, de la que tendrá amplia descendencia. En 1803 se incluye en el grupo de los contribuyentes significativos, con 3.042 libras y una cuota patrimonial rústica que triplica la que satisface por su actividad ganadera. Posee para ello tres mulas, tres yeguas y un jumento. Ha sabido aprovechar la mejor coyuntura del siglo para incrementar su hacienda. Por eso don Miguel es considerado ya por sus convecinos “sujeto acaudalado”, y un ganadero respetado en la ciudad cuando el ayuntamiento le encarga tareas de vigilancia de los pasos cabañales en contra de la avaricia de
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los labradores. Discute de tú a tú con el regidor decano en las reuniones del consistorio cuando ejerce el puesto de regidor, o es requerido por el ayuntamiento para decidir la distribución de contribuciones extraordinarias durante la guerra contra Napoleón. Cuando en aquellos años se producen dudas sobre quién es y quien no es infanzón en Fraga y se le exige demostrarlo ante las autoridades regionales, presenta una firma de Infanzonía ganada por Pedro Portolés y otros de este apellido ante el justicia del valle de Tena, firmada por éste en el lugar de Lanuza, con fecha 13 de julio de 1688.152 Si alguien albergaba dudas sobre la calidad infanzona de su casa, deberá disiparlas en adelante. Cuando en 1819 quien declara su haber es ya su viuda, su hacienda consiste en ocho hectáreas de regadío y treinta y tres hectáreas de secano; un sólido patrimonio que comparte con su hijo Ramón, cuya declaración de bienes completa la de su madre: posee a su nombre una finca de 3,5 hectáreas de regadío y 300 cabezas de ganado lanar. Su riqueza conjunta alcanza las 10.350 libras. El heredero don Ramón Portolés Guiral se casará dos veces: en primeras nupcias con Antonia Casas Roca, de Fraga y –a su muerte en 1824- en segundas con la también viuda Rosa Soldevilla, de Belver de Cinca. Siguiendo la estrategia familiar del hereu, Don Ramón está obligado a dotar convenientemente a sus numerosos hermanos segundones, que emparentarán con los Sorolla, Saldugues, e Isach, completando el parentesco establecido en la generación anterior por sus tíos con los Cabrera, Montull y Sudor.153 Su red de parentesco se amplía de este modo a una parte de las familias tradicionales. Cuando don Ramón declara sus bienes en 1832 se sitúa ya entre los mayores contribuyentes, con un patrimonio de diez hectáreas de regadío, 37 de secano, un rebaño de 291 cabezas, su casa, siete caballerías, una masía y dos corrales de ganado. Y treinta años después posee 16 hectáreas de regadío, 60 de secano, su casa en La Redorta, otra en La Collada, dos masías, tres parideras, cuatro casetas y un corral, 400 ovejas y cinco caballerías. Don Ramón es en ese momento sin duda el individuo sobresaliente de su linaje, pero otros hermanos y primos le siguen en un agregado patrimonial que ha prosperado intensamente gracias sobre todo a su aplicación a la ganadería, que les proporciona el capital necesario para afincarse. Don Ramón es tenido por “ganadero poderoso” y “cabeza” de una de las sociedades entre las que se reparten los pastos. Por otra parte, su conocimiento agrícola le hace ser elegido repetidamente como perito en las renovaciones catastrales, de donde, indirectamente, conocemos su dedicación al cultivo del cáñamo, “siendo uno de los que alternan con los grandes cosecheros” de esta fibra. Igualmente formará parte de las primeras juntas de regantes de la nueva acequia
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del Secano, y será el primer hacendado en ser consultado sobre las condiciones en que se pretende abrir en 1835 el nuevo canal de Tamarite. Como ganaderos, los Portolés se han insertado entre las familias de labradores medios, a quienes se reservan los pastos en función de las yuntas de labor que poseen. Y ese mismo afincamiento, junto a su calidad de infanzones, les permite en la tercera generación contarse entre los sujetos de poder. En este ámbito, el individuo más destacado del linaje será el segundón don Francisco Portolés Castillo, varias veces regidor a lo largo del reinado de Fernando VII, cuando es incluido entre los “sujetos de los pudientes y propietarios”. Su ascendiente en los delicados momentos de la guerra le lleva a protagonizar junto a otros regidores una seria rebelión contra el propio corregidor Fernández Company. Acusan al corregidor de haber huido de la ciudad a la llegada de los franceses, dejándolos desprotegidos. Luego Portolés será apercibido por no obedecer prontamente las órdenes de las autoridades españolas. En el reinado de Fernando VII y alternando con don Francisco, ocupan sillón en el consistorio varios individuos de la generación de los biznietos. El heredero de la rama principal don Ramón tendrá que hacer frente durante su mandato como regidor -entre 1814 y 1817- a las innumerables deudas acumuladas por el ayuntamiento durante la guerra, y en calidad de síndico procurador acudirá en 1820 a Zaragoza intentando compensarlas con los gastos efectuados por los vecinos en su transcurso. Durante el Trienio, don Ramón excusará su alistamiento en la Milicia Voluntaria y, a su término, será repuesto como miembro del consistorio absolutista anterior. Durante los años de la guerra Carlista será penalizado en su cuota contributiva por un ayuntamiento constitucional que le considera “adicto a los facciosos”.154 Sus hermanos menores participan en menor medida del poder y su presencia en el ayuntamiento a fines de la Década Ominosa parece responder al interés del primogénito: don Joaquín fue regidor segundo por un año en 1830; 155 don José María durante el último año del reinado; y finalmente don Miguel Antonio en 1835, en los momentos de transición de la Regente María Cristina. La afinidad ideológica de todos ellos parece más cercana a los presupuestos del Antiguo Régimen que al nuevo sistema liberal. Como puede apreciarse en su segmento de linaje, al mismo tiempo que se produce esta saga Portolés, se documenta desde la segunda generación del siglo otra de menor relevancia económica y social, de la que apenas nada sabemos. Se inicia con el denominado “don” Bernardo Portolés, ganadero, que posiblemente es hijo de la primera mujer de Miguel Portolés del Cacho y se ubica junto a su hijo
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homónimo en los catastros desde 1772 hasta 1803, siempre como pequeños contribuyentes. Don Bernardo se reivindica como infanzón desde sus primeras apariciones en la documentación y luego su hijo será reconocido como tal en la comprobación que el corregidor exige efectuar ante la Audiencia a fines de siglo, respecto de todos aquellos vecinos que pretenden serlo. Aquel único grupo doméstico de pastores inmigrantes a principios de siglo se había ampliado a una decena de familias luego de cuatro generaciones. Descendientes de la rama principal o de la secundaria, la proliferación de individuos Portolés durante los siglos XIX y XX ha sido constante, circunstancia de la que deriva su profusión como apellido hasta hoy.
9.5.4 Los Miralles: del mancebo inmigrante a la cúpula económico-social. Si el progreso de los Portolés, –del bisabuelo a los biznietos-, fue producto de su dedicación ganadera y agrícola, el de los Miralles lo fue de forma mucho más rápida e intensa, en tan sólo tres generaciones, gracias a las múltiples facetas de su dedicación comercial y financiera. No existen antecedentes del apellido Miralles en Fraga en siglos anteriores. Su linaje se inicia con la segunda generación del siglo, al arribo del primer componente de la saga, Salvador Miralles Doménech, que comienza a cotizar en el catastro de 1751 como tendero, comerciante y negociante, figurando entre los mayores contribuyentes en los libros de 1772 y 1789. Sus padres, Salvador Miralles y Josefa Doménech eran naturales de Vinaroz, donde él mismo había nacido en 1717, y donde sigue disfrutando de alguna renta censal cuando ya está afincado en Fraga. El frecuente tráfico fluvial por el Ebro entre Fraga y Tortosa explica la oportunidad de que un joven valenciano se instale en Fraga como mancebo en una botiga de comerciantes oriundos de su pueblo. Durante años trabajará en la tienda de Pascuala Gombau, viuda del valenciano Jaime Casanarra y casada en segundas nupcias con el fragatino Juan Casas. A los treinta años, Salvador contrae matrimonio ventajoso con la hijastra heredera de los Casas-Gombau, María Inés Casanarra Gombau. Consigue con ello habitación y botiga en la calle Mayor, con más de 800 libras en mercaderías. Además, María Inés será partícipe en el legado del presbítero don Bruno Curred Rodríguez.156 Un cambio patrimonial considerable para quien había venido desde Vinaroz montado en un macho y con setenta y tres pesos de a ocho reales en un bolsillo. La cuota catastral inicial de Salvador en 1751 se debe exclusivamente a su actividad comercial, puesto que en este momento sólo cuenta con la casa de su
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habitación, que le ha cedido a censo el capítulo eclesiástico por un valor de 200 libras y una pensión anual de seis. Pero en sólo una década, entre 1760 y 1770, triplica su capital y en 1772 es ya el quinto mayor contribuyente. La herencia y legado aportados por su mujer han de explicar en parte semejante progresión. Además, en 1775 el ayuntamiento le concede una masada en el monte al amparo de la legislación ilustrada, lo que supone considerarle ya vecino de pleno derecho. Al inicio de la década de los ochenta la actividad comercial de Salvador se amplía y diversifica. Le encontramos negociando con los Juncosa establecidos en Barbastro, con los Torres o los Pamies de Zaragoza o con los Artos Miró de Barcelona; también con los Cristóbal Baget de Reus o con Antón Lladó de Igualada. El suyo es un comercio de ámbito interregional en el contexto liberalizador ilustrado. Diez años después, en 1789, ha quintuplicado de nuevo su capital y demuestra tener capacidad para contratar nuevos censos con tres instituciones eclesiásticas: el capítulo, la capellanía de Altés y las monjas Clarisas de Balaguer. Le han cedido tres casas y tres campos en la huerta, por los que paga diferentes pensiones anuales. Él los subarrendará luego por una cantidad superior: Salvador rentabiliza en su beneficio los bienes de ‘manos muertas’. Ocupa ahora el tercer lugar entre los mayores contribuyentes y, aunque su dedicación principal sigue siendo la de mercader de tejidos y granos, entra en el ámbito ganadero y adquiere un rebaño de 340 ovejas que le gobierna un pastor. Para el transporte de mercancías cuenta con cinco mulas y un carro. Su nueva casa habitación se ubica en la calle de la Cárcel, junto a la Plaza de San Pedro, entonces la principal en la ciudad, entre la iglesia parroquial y la sede del ayuntamiento. Sin embargo, la de Miralles todavía no cuenta entre las casas con posibilidad de acceso al poder. Cuando Salvador es propuesto por sus convecinos para el puesto de síndico procurador general en 1771, el Real Acuerdo de la Audiencia le rechaza como “inhábil” para el cargo y ordena repetir la votación. Cuando en 1784 es propuesto para regidor entre una larga lista de vecinos con patrimonio rústico y urbano, –el suyo supone 2.924 libras por el catastro real-, tampoco será tomado en consideración por la Audiencia de Zaragoza. Su condición de “mercader con puerta abierta” dificulta oficialmente su inclusión entre los regidores: su cotización fiscal global por más de 25.000 libras (catastro real más catastro personal) no se le toma en consideración para la información elevada a la superioridad. En realidad, es la competencia de sus rivales en el tráfico de cereales, –miembros hacendados de linajes tradicionales-, la que le impide acceder al cargo en ambas ocasiones, temerosos de que su inclusión en el consistorio le reporte ventajas mercantiles sobre ellos.
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Salvador será con los años un prolífico paterfamilias. Al morir su primera esposa en 1762 contrae segundas nupcias con María Baulas, también oriunda de Vinaroz. Su descendencia conjunta supone un total de nueve hijos supervivientes: cinco de la primera mujer y cuatro de la segunda. De ahí las dos ramas que en adelante componen su SEGMENTO DE LINAJE. Su política matrimonial muestra una clara intencionalidad desde la primera capitulación en 1769: su hijo Antonio se casa en Caspe con Josefa Palacio Francín y recibe 1.050 libras por la parte que le toca de su difunta madre. Es un matrimonio “entre iguales”, puesto que la novia es hija de un comerciante afincado en aquella villa. Se cumplía así la cláusula que la difunta María Inés, exigía en su testamento. Pero la pretensión de Salvador, –como advenedizo que es-, va más lejos que la de su esposa: busca emparentar con familias de tradición secular en Fraga. Pretende y consigue llevar a buen término dos matrimonios ascendentes: dos de sus hijos –el primogénito Salvador y luego su hermanastro José se casarán con sendas féminas del linaje Cabrera, consiguiendo con ello una mejor integración social de la familia. Su siguiente paso será más decisivo: el ascenso estamental. Otros dos hijos, Joaquín e Inés, casarán respectivamente con dos vástagos de la familia Catalán, -doña María Antonia y don Nicolás-, infanzones reconocidos en Fraga, aunque no mayores contribuyentes. Unos ponen dinero donde otros prestan su honor. El mercader remonta con ello el Estado Llano hasta el estrato superior. No lo alcanza él mismo pero lo consigue para algunos descendientes de ambas ramas del linaje. Salvador Miralles Casanarra es el primogénito del creador de la saga y de su primera esposa. Arropado por el auge económico de su padre, se casa en 1777 con Eusebia Cabrera Borrás, hija del labrador hacendado Eusebio Cabrera Mañes y hermana del que sería el alcalde con mayor protagonismo en las lites sociopolíticas de la época, don Medardo Cabrera Borrás. Un cuñado que aproximaba a su casa al único “noble de Aragón” en la ciudad. El de Salvador y Eusebia era un matrimonio bien programado “entre iguales” y ventajoso socialmente por entrar los Miralles a formar parte de Ca Cabrera. De joven, Salvador colabora en las actividades de su padre y de su hermano Antonio, ya comerciante en Caspe. Con ocasión de su matrimonio, disputa legalmente a su padre la herencia materna procedente del clérigo Curred. 157 Una vez distanciado de él, desde 1781 se documenta como mercader, aunque sus ingresos y bienes raíces son todavía muy escasos, puesto que no sobresale del grupo de los pequeños contribuyentes. Veinte años después, en 1803, se incluye ya entre los significativos. En su actividad comercial viaja frecuentemente a Reus, donde compra las materias primas y especias para su oficio de cerero y confitero.
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Compra al fiado en la casa de Masià Suñer; también en la de Gatell y Joseph Juncosa, o en la de Juan Vila y Saldoní, y paga por las mercancías un interés del 0,50 % mensual, con una demora máxima de seis meses. Es el interés del 6% anual, usual en el comercio de la época. En calidad de cerero y confitero será declarado proveedor oficial y exclusivo del ayuntamiento durante casi cuarenta años, y su maestría en el oficio le convierte en institución a imitar por las futuras generaciones, hasta hoy. Ejerce de tesorero de las rentas de propios durante la década de los noventa y desempeña el cargo de almutazaf del mercado público hasta 1829, poco antes de su muerte. Como depositario de los ingresos municipales le vemos negociar frecuentemente con vales reales; como almutazaf está bien informado de las transacciones que se operan en la ciudad y controla su equidad en peso y medida. Son dos puntos de observación privilegiados para el conocimiento y manejo de las finanzas públicas y para la intervención en el comercio entre particulares. Durante la guerra de la Independencia Salvador es obligado a declarar sus bienes, al igual que otros fragatinos represaliados por los franceses. Afirma poseer tan sólo la casa de la calle de la Cárcel y un huerto de tres fanegas, y su tráfico mercantil anual –dice- no rebasa los 8.400 reales de vellón. Si su declaración es verosímil, tan sólo tiene como entradas ciertas los 200 reales que le produce su cargo de almutazaf en ese año de 1810, porque el resto de sus bienes y actividad económica está ya en manos de su hijo mayor Camilo. Pero cuando volvemos a documentarlo una vez acabada la guerra, en el catastro de 1819, se sitúa en el décimo lugar entre los mayores contribuyentes y posee medio centenar de fanegas de regadío en cinco parcelas de diferentes partidas; mantiene así mismo los bienes eclesiásticos que su padre contrató a censo. Resulta sorprendente que en tan sólo cinco años desde el final del conflicto, Salvador haya acumulado tantas pequeñas fincas en la huerta. Sólo cabe explicarlo como reversión de cartas de gracia de vecinos empobrecidos o como aprehensiones por impago de préstamos durante aquellos difíciles años. Salvador se habría convertido en hacendado a resultas de la guerra, aunque su actividad comercial disminuya en la posguerra como consecuencia de la esterilidad de las cosechas y falta de giro en los productos agrícolas. Sus quejas y las de otros comerciantes ante las autoridades regionales por entender contribuir con exceso a la Hacienda exasperarán el ánimo de los gestores municipales del momento. Es entonces cuando se les ofende calificándolos de “hombres nuevos, más por sus riquezas que por su cuna, que tanto quieren figurar en este pueblo y son la admiración de quantos los han conocido unos miserables”. Los regidores entienden que las quejas de los comerciantes, –aunque revestidas de celo por el bien común-, buscan en
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realidad satisfacer su pasión de venganza y su resentimiento por no tenerles en cuenta para los oficios de gobierno. Al mismo tiempo, la “opulencia” de Salvador pone de manifiesto tanto la enemiga de algunos vecinos poderosos como su creciente influencia en los asuntos locales. Y aunque no llega a ocupar ningún sillón entre los regidores, múltiples actas de sesiones del consistorio dan cuenta de sus intervenciones en las tareas públicas: al final de la guerra se le ha pedido organizar el avituallamiento de las tropas españolas que transitan por Fraga; colabora con su cuñado don Medardo Cabrera en el restablecimiento del “orden” en la ciudad, ante los abusos en los precios y los robos en la huerta. Su influencia reside en su hacienda, y es requerido a dar su opinión en numerosas ocasiones como integrante del grupo de “mayores hacendados”, sobre todo en los avatares del Trienio Liberal.158 Con el Trienio la situación política ha cambiado respecto de la década anterior y ya no se impide la participación pública de un Miralles, tachándolo de la lista por ser mercader con puerta abierta. Pero Salvador sólo ve el inicio del cambio y no alcanzará el establecimiento del Régimen Liberal. Muere antes de 1832 y su viuda figura en el catastro ese año como la decimotercera mayor contribuyente, calificada como comerciante en granos, que mantiene en su poder 37 fanegas de regadío. El dilatado ciclo vital de Salvador, con la mayor parte del patrimonio familiar ya en manos de sus hijos, ha engrandecido la casa de los Miralles. Camilo Miralles Cabrera es el primogénito de Salvador y Eusebia, y en calidad de tal se mantiene como cabeza del hogar paterno, haciéndose cargo de sus padres ancianos. Con los años, será él quien dé sobrenombre a una de las casas que todavía se recuerdan hoy entre los fragatinos: Ser de Ca Camilo supuso durante el siglo XIX pertenecer a la elite social local; y lo era ya por derecho propio, sin tener que referenciar su apellido a la casa Cabrera materna. Durante su adolescencia había aprendido el oficio de sucrero en Zaragoza, donde su padre le envió junto con uno de sus hermanos menores, estudiante de leyes. Reside en la capital hasta recibir la cartilla de maestro sucrero, cerero y confitero en 1804. Regresa entonces a Fraga y a su actividad en el obrador junto a su padre añade pronto su propia iniciativa: sólo él tiene reconocida en la ciudad la maestría en el oficio y pretende reforzar el monopolio que disfruta su padre como proveedor del consistorio. La calidad y variedad de sus productos es superior a la de los anteriores sucreros, que no tienen reconocido su oficio en el gremio correspondiente. Camilo consigue de este modo un ingreso considerable. Amplía la casa paterna hacia la Plaza de San Pedro y tiene botiga propia. Dos años más
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tarde, en 1806, manifiesta que cuida en su casa a sus padres y hermanos pequeños, en una coyuntura agrícola y comercial desfavorable. Durante los años de la guerra es él quien dirige el rumbo comercial familiar. Su progresión económica es tanto más sorprendente cuanto que los de posguerra son años difíciles. En 1819 ocupa el duodécimo lugar en el ranquin contributivo, sigue figurando como cerero y confitero y posee diez fanegas de huerta en dos parcelas. Cotiza ya separado de su padre y satisface la mayor cuota como comerciante, mientras su patrimonio en bienes sitios sigue siendo escaso. Como otros de su oficio, apela al ayuntamiento lo exagerado de su contribución. Manifiesta tener un capital de 36.000 a 40.000 reales de vellón (cuatro veces el paterno), que por la miseria del país y la falta de circulación del dinero, es casi nulo el útil que le produce, pues apenas –dice- gana cinco duros diarios. Alega tener que vender el género muy barato y reducir a la mínima expresión el abanico de su oferta. Pide rebaje de su cuota de 240 duros de líquido anual en igual proporción que a los agricultores. 159 La junta de reparto le responde que “no ha lugar” a la reclamación y en su argumentación evidencia la enemiga que se está produciendo por esos años entre los representantes del viejo poder local y los advenedizos comerciantes que lo pretenden, y que conseguirán en la llamarada revolucionaria de 1820 a 1823. Durante el Trienio Liberal Camilo es un ciudadano activo hasta el punto de ser conducido preso al castillo de Mequinenza, cuando la absolutista Junta de Urgel impone allí a sus satélites fragatinos. Al cabo del Trienio, cuando los regidores liberales más señalados han huido de Fraga por la proximidad del ejército francés instalado en Mequinenza, Camilo forma parte de la junta auxiliar que ha de encargarse de poner en orden las contribuciones. Durante aquellos tres años ha pretendido encargarse de su pago, de las bulas y de la sal en Zaragoza, adelantando el dinero necesario al ayuntamiento. Luego ha pretendido cobrar un interés superior al estipulado hasta entonces por este adelanto. Su pretensión no es bien vista por sus enemigos, pero Camilo no ha sentido la necesidad de huir; no teme posibles represalias. Tan sólo es considerado, si acaso, un liberal moderado. Durante la Década Ominosa y estando ya incluido en el círculo de los “pudientes”, es llamado a participar en la preparación de la recepción del rey Fernando VII a su paso por Fraga en 1828. Al año siguiente, el consistorio saliente le propone en primer lugar para el puesto de regidor primero. Si consigue el puesto, no habrá nadie en el ámbito del poder local que le supere, si no es el propio corregidor don Pedro Pumarejo. Pero Camilo carece todavía de relaciones externas con suficiente influencia para ser tomado en cuenta, y la Real Audiencia –que no le considera idóneo- nombra a un abogado en su lugar.
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Los conocimientos legales que le faltan para el gobierno de la ciudad le sobran para el manejo de caudales. En 1831 es nuevamente custodio del dinero obtenido con la venta de las bulas. También es arrendatario del almudí y la novenera, junto con el comerciante Mariano Tomás. Inicia con ello un nuevo camino financiero que ha de reportarle cuantiosos beneficios y le permitirá multiplicar su todavía escaso patrimonio rústico y urbano. 160 Tres años más tarde le vemos manejar
su
comercio
nada
menos
que
con
cuatro
criados.
Enseguida
le
encontramos como suministrador del hospital de pobres y enfermos y al mismo tiempo como arrendatario de las rentas decimales del abadiado de Ballobar. También adquiere el trigo correspondiente al obispo de Lérida en los diezmos del priorato de San Pedro. El salto es cualitativo, aunque tardío para el acceso a las rentas y diezmos eclesiásticos. La legislación desamortizadora truncará pronto su continuidad en la administración de rentas feudales, pero su faceta de financiero y su tráfico comercial ‘exportador’ y fiador de cereales y leguminosas para la siembra y el consumo es constante y lo acrece durante décadas. Es un excelente discípulo de aquellos precursores catalanes de la Compañía de Calaf y otras. Ahora es íntimo amigo de liberales progresistas y se codea con abogados y médicos. Acepta participar en los debates sobre las condiciones de la futura construcción del Canal de Tamarite, pero afirma a quien quiere escucharle que ha renunciado a “cualquier empleo público”. Se resiste incluso a alistarse en el selecto círculo de la Milicia Urbana, pese a que se lo piden insistentemente. De hecho, le consideran “la persona más influyente de la población por razón de sus vastas relaciones”. Sin contar con que su ejemplo atraería a otros muchos a la causa. Camilo prefiere manifestar de otro modo su patriotismo. En 1834 –cuando ya
es
el
cuarto
mayor
contribuyente-,
ha
prestado
quinientos
duros
al
ayuntamiento para reedificar el cuartel de caballería y está dispuesto a prestar más, a cambio de que se le ceda el arriendo de los arbitrios municipales, el derecho de pontazgo y el impuesto sobre la madera de las navatas que descienden el Cinca. Una vez conseguidos los arriendos, presta otros mil reales para el avituallamiento de la tropa acuartelada en Fraga, en previsión de posibles ataques de carlistas catalanes. También entra a formar parte de la junta de beneficencia del hospital. Es un benefactor de su patria. Respecto de la Patria –con mayúscula- su adhesión “al paternal gobierno de la Reina Isabel II” es patente en la ciudad y por ello se le incluye de nuevo en primer lugar para el puesto de regidor primero en la propuesta de 1835. Pero también de nuevo su propuesta es rechazada, ahora por el gobierno civil de la provincia. Otros hombres han servido con mayor decisión la causa contra los carlistas y tal vez por ello, –alertado-, aceptará el puesto de capitán de la
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segunda compañía de la Guardia Nacional formada en Fraga durante el año 1836, en el contexto revolucionario iniciado por el capitán general Evaristo de San Miguel. En 1837 es ya el tercer contribuyente y paga 1.498 reales de contribución. Forma sociedad mercantil con otro fragatino -Cristóbal Calvera- para el tráfico de productos agrícolas y de seda, y han arrendado el diezmo de la encomienda de Ontiñena. Sus enemigos ocasionales le tildan de “poderoso prestamista, que se lleva la mayor parte del lucro de los capitales que fía” a sus convecinos. En 1840 vuelve a ser depositario de las rentas de propios y en los años siguientes controla dicho empleo con la ayuda de su hermano menor Pedro. Cuando no es depositario de las rentas se ofrece como fianza en su arriendo o participa en la búsqueda de su incremento para la ciudad: es el caso de su participación en el proyecto de 1842 para la construcción del primer puente colgante.161 Varios vecinos pretenden lograr su propiedad exclusiva para el municipio y, –lo que es más importante-, su explotación al margen de la Hacienda Estatal. “Don” Camilo, como lo llaman ahora, está siempre próximo de una u otra forma al presupuesto municipal. En el ámbito privado, la traducción de su beneficio mercantil y financiero en adquisición de fincas es constante. Están documentadas varias operaciones de este tipo: en 1836, Camilo adquiere una masada de los curas ejecutores del testamento de un difunto deudor al capítulo; en 1859 recibe del matrimonio Novials-Badía una masada de seis hectáreas, como compensación por una deuda de cuarenta y dos duros de plata y de los intereses vencidos al 6%; en 1860, un crédito de quinientos duros de plata que Camilo y su esposa habían concedido al matrimonio GallinadCalavera se salda con la entrega por parte de aquellos de una masada de veinte hectáreas en la partida del Medio y otros bienes sitos. Cuando llegue el momento de legalizar las posesiones del monte en 1865 Camilo pedirá justificar la propiedad sobre 665 cahíces de tierra en diferentes partidas. Demuestra poseer títulos suficientes sobre la mitad de ellas y está dispuesto a pagar canon por las tres masadas sobre las que no posee título alguno. Son otras 459 hectáreas que nadie le disputará mientras pague lo estipulado por la Ley de 6 de mayo de 1855. Hacia el final de su ciclo vital, Camilo habrá ascendido al segundo puesto entre los contribuyentes, ahora más como propietario y financiero que como comerciante, con un producto líquido catastral de 30.374 reales. Camilo pertenece ya a la primera clase contributiva nacional. Es un ciudadano con todos los derechos políticos. El sucrero del Antiguo Régimen se ha convertido en ciudadano propietario liberal de primera clase. Su patrimonio urbano es amplio. Además de la casa posada junto al camino Real (el mesón de Camilo), posee una botiga en la calle Mayor, otras once casas, un molino aceitero junto al mesón, un horno en la calle del Tozal y un corral para “juego de pelota” en la zona “tras los corrales”. Participa
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de casi todos los ramos de la actividad económica: obtiene beneficio del trigo, del pan, del aceite, de la cebada, de las posadas... del dinero mismo. Sus bienes rústicos se concretan en 12 hectáreas de regadío distribuidas en 24 parcelas pertenecientes a ocho partidas de la huerta vieja; dos huertos cerrados de 13 y 22 fanegas en las partidas más cercanas a la ciudad; seis hectáreas en ocho parcelas de la huerta nueva y 220 hectáreas en el monte, repartidas en ocho masadas. Nada se indica de sus posibles rebaños, a pesar de que cuenta con cinco parideras junto a sus cinco massos. Con ser tan amplia y detallada, la suya es una declaración que evidencia alguna ocultación, sobre todo en las tierras del monte, atendida su posterior legalización de 1865. Por otro lado, el suyo es un patrimonio excesivamente fragmentado, seguramente consecuencia de adquisiciones forzadas en la mayoría de los casos, y de compleja administración por la cantidad de medieros, arrendatarios y jornaleros que precisa para su mantenimiento. Por otra parte, un patrimonio pronto dividido entre sus cinco hijos supervivientes. 162 Cuadro 59 ÁRBOL DE BRAZOS DE CAMILO MIRALLES Y DE SU ESPOSA ROSA JUNQUERAS 15 Salvador MIRALLES ¿…? 16 Josefa DOMÉNECH ¿…? 17 Jaime CASANARRA ¿…? 18 Pascuala GOMBAU ¿…? 19 Juan BORRÁS ¿….?
7 Salvador MIRALLES DOMÉNECH 8 Mª. Inés CASANARRA GOMBAU
10 Eusebio CABRERA MAÑES
23 Miguel CABRERA DOMÉNECH 24 Josefa VALENTÍN VALENTÍN 25 Gabriel JUNQUERAS ARPAL 26 Mª. Jerónima PORQUET ¿…? 27
1 Camilo MIRALLES CABRERA
9 Rosa BORRÁS RUIZ
20 María RUIZ SIRAÑA
21 Miguel CABRERA AGRAZ 22 mujer MAÑES ¿….?
3 Salvador MIRALLES CASANARRA
11 Miguel CABRERA MAÑES 12 mujer CABRERA VALENTÍN 13 D. Gabriel JUNQUERAS PORQUET 14 Dña. Manuela ALASTRUEY ¿…?
4 Eusebia CABRERA BORRÁS
5 Dña. Joaquina CABRERA CABRERA 2 Dña. Rosa JUNQUERAS CABRERA 6 D. José JUNQUERAS ALASTRUEY
28 Naturales de Fraga: 1, 2, 3, 4, 5, 8, 9, 10, 11, 12 17, 19, 20, 21, 22, 23, 24; Alcolea de Cinca: 6, 13, 25; Vinaroz: 7, 15, 16, 18; Sena: 14; Tamarite: 26. Infanzones y caballeros resaltados en gris.
Imitando la estrategia matrimonial de su padre, Camilo refuerza el doble objetivo iniciado por aquel. Al finalizar la Guerra contra Napoleón se ha casado con doña Rosa Junqueras Cabrera, infanzona por su familia paterna y bien dotada por la materna. Doña Rosa es hija del infanzón don José Junqueras Alastruey, inmigrado a Fraga desde Alcolea de Cinca para casarse con una rica heredera del linaje de los
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Cabrera: doña Joaquina Cabrera Cabrera. Doña Rosa es por tanto un excelente partido y aporta a su matrimonio su infanzonía y los primeros bienes de la sociedad conyugal. Se reúnen de este modo un aceptable capital comercial con una buena dote, unidos a un estatus preeminente en el ámbito comarcal. Suman redes de parentesco y clientelas. De hecho, Camilo y doña Rosa tienen un bisabuelo común: son primos segundos, como puede apreciarse en el siguiente árbol de brazos. Desde hacía años, bajo la protección de Camilo habían quedado sus hermanos menores, Salvador, Pedro e Inés Miralles Cabrera. Salvador alcanzaba el grado de bachiller en derecho civil por Zaragoza en 1805 y se incorporaba al ejército al año siguiente. Al inicio de la guerra huye de los franceses y es luego sancionado por ello. Al final del conflicto, en 1813, está incluido entre quienes aportan mayor contribución extraordinaria, seguramente en su condición de pasante de abogado en ejercicio. Luego, aparece erróneamente calificado en el catastro de 1819 como sucrero e infanzón, aunque en realidad trabajaba en el bufete de don Antonio Barrafón; por eso se le añadía el connotado de don. Su profesión le lleva fuera de Fraga y le reencontramos en 1825 como abogado en la Real Audiencia de Valencia, al tiempo de solicitar ser incluido entre los abogados de los Reales Consejos. En 1844 todavía figura en el libro de industrias de Fraga como terrateniente forastero y “Muy Ilustre Señor”, aunque no se le carga nada, puesto que su escaso patrimonio en la ciudad (14,5 fanegas de regadío en Bermell) es gestionado desde 1835 por su hermano Pedro. Pedro Miralles Cabrera inicia su actividad como “mancebo jornalero” en la casa paterna y tiene a su nombre en 1819 una parcela de seis fanegas de regadío. A la edad de treinta y dos años su patrimonio sigue limitándose a dos parcelas en la huerta con 11 fanegas de tierra y dos caballerías de labor. De momento, Pedro es sólo un segundón en la casa de su hermano mayor Camilo. Pero sus expectativas cambian radicalmente a partir de los años treinta del siglo, cuando ya se ha hecho cargo de la actividad tradicional de la familia como confitero –en la que sustituye a su hermano ocupando su botiga- y se ha iniciado como almutazaf del mercado en sustitución de su padre desde 1829, de quien debe recibir la legítima a su muerte. Pedro es un joven de su época, que ha vivido ya los avatares de la revolución durante el Trienio, que ha ejercido cargos de responsabilidad militar junto a su hermano como teniente de los milicianos voluntarios, y que accede al consistorio como síndico procurador general en 1836. Su nombramiento lo firma el gobernador civil de la provincia en reconocimiento a su compromiso contra las facciones carlistas. Pedro ha gritado los vivas de rigor a la Constitución de 1812. Su capacidad para los asuntos públicos le convierte entonces en compromisario para la
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elección de los futuros cargos municipales. Pero aunque parece que su actividad política ha de llevarle más lejos en años posteriores, su carrera en el ámbito del poder local concluye aquí. No obstante, su parentesco con miembros del poder le permiten entrar en el juego de las influencias económicas. Aunque en 1929 puja sin éxito por el arriendo del impuesto sobre la carne, dos años después arriesga su peculio y consigue el arriendo del molino harinero (lo molí de dalt), por el que pagará 10.000 reales de vellón anuales al menos hasta el año 1847. (Por eso en algún catastro se le clasifica como molinero, aunque él no ejerciese como tal). En 1834 le encontramos ocupado en el acopio, distribución y cobro de la sal en la ciudad. Mientras tanto, ha realizado una de las operaciones más beneficiosas para su trayectoria económica: arrienda la primicia de los diezmos del priorato de San Pedro, a medias con el comerciante Mariano Tomás. Es una tarea intensa que le introduce en el mercado regional de granos y le provee de materia prima para el molino. Todo ello sin abandonar el oficio de la casa y sustituyendo desde 1838 a su hermano Camilo como cerero oficial del consistorio; es decir, como abastecedor exclusivo del ayuntamiento. En poco tiempo ha alcanzado como su hermano la categoría de mayor contribuyente. A sus 37 años ocupa ya el sexto lugar entre los de primera clase y se atreve con empresas de mayor riesgo. Cuando en octubre de 1839 una riada se lleva el puente de tablas, y cuando nadie se atreve a pujar por el arriendo de las barcas que lo sustituyen, Pedro puja más fuerte que nadie y remata el contrato, “mientras duren las obras de restauración”, por un monto de 38.040 reales de vellón anuales. Queda además obligado a costear los dos barqueros necesarios. En 1844 vuelve a concertar este arriendo, que según estimaciones de peritos produce un rendimiento anual para el arrendatario superior a los 8.000 reales de vellón. Todas estas actividades y seguramente otras que desconozco, hacen que su patrimonio se incremente y que su influencia municipal se acentúe. Ahora se le considera capacitado para recibir y custodiar las rentas de propios, además de para controlar los pesos y medidas de los comerciantes en el almudí y las botigas de la ciudad. También se le reconoce su habilidad como perito para distribuir la contribución que corresponde a su “ramo”, en el que es contribuyente destacado. Y, sin embargo, su patrimonio está retrocediendo en el ranquin contributivo. En 1860 ya no aparece entre los treinta primeros contribuyentes. Ese año, los bienes que Pedro manifiesta en declaración jurada son los siguientes: 25 fanegas de tierra en la huerta, en tres parcelas; un huerto en Masarrabal de 17 fanegas con una torre en él; la casa de la calle de la Cárcel nº 1; otras tres casas en otras calles y una caballería mayor. No declara poseer tierra en el monte, aunque cinco años después solicita justificación de propiedad por una masada de
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34 hectáreas por la que está dispuesto a pagar canon anual. El producto líquido por el que contribuye es de 3.862 reales. Se sitúa a gran distancia de su hermano Camilo en esa misma fecha. Pedro continuó la política matrimonial familiar al casarse jovencísimo con doña Mariquita Isach Junqueras, –todavía cuatro años más joven que él-, y de la que tuvo cumplida descendencia. Doña Mariquita era hija del administrador de correos don Joaquín Isach Villanova y de la infanzona doña Magdalena Junqueras Modinos, heredero y segundona de sus respectivos linajes. Con este matrimonio los Miralles habían entrado definitivamente en el estrecho círculo de la pequeña nobleza local. Como había logrado su suegro Isach al emparentar con los Villanova, Pedro Miralles podía considerarse ya miembro de otra de las casas grandes de la ciudad, si por algún motivo se separaba de la casa paterna. Su estatus económico y su parentela permitieron que sus descendientes contrajesen matrimonio con pretendientes a quienes consideraban sus iguales y cuyo patrimonio no les superaba.163 Su hijo primogénito Salvador, nacido en 1826, siguió el oficio familiar de confitero en la casa paterna y a los 31 años de edad era todavía soltero. Esa circunstancia cambiaría con el tiempo el sobrenombre de esta rama familiar segundona. En efecto, el padrón municipal del año 1857 señala que en la casa común de la calle de la Cárcel nº 1 reside la familia Miralles-Isach, y que con ellos vive un joven sirviente de diecisiete años llamado Federico Dueso y Morillo venido del Pirineo. Federico se casaría años después con una de las hijas de la casa. Al hacerlo, iniciaba para las siguientes generaciones un nuevo segmento de linaje: aquella casa se conocería en adelante como Ca Dueso. El de los Miralles oriundos de Vinaroz es uno de los linajes de comerciantes inmigrantes de la primera mitad del siglo XVIII como lo fueron los Viñals catalanes o los Isach aragoneses. Aprovechan durante su segunda mitad las condiciones de un mercado sin trabas, abierto al tráfico incesante de todo tipo de productos, en el contexto de un rápido aumento de la población. Su fuente inicial de ingresos es la venta de tejidos, quincalla y cera, y progresivamente legumbres, azúcar, cacao, especias y cereales “a la menuda”. Su segunda fuente de ingresos son los arriendos de rentas feudales: diezmos, seda y otros derechos para el tráfico de sus productos en el mercado. También el aprovisionamiento de las tropas en tiempos de guerra. Su tercera línea de acumulación de capital es la de los arriendos de los bienes de propios: el puente, las navatas, el molino harinero, la primicia, el derecho de almudí y Noveno o los arbitrios sobre el consumo. Pero será la aplicación de este capital al crédito la que contribuye mayormente a la expansión de su patrimonio. El de los Miralles es un linaje exogámico, que consigue con su política matrimonial acceder a las familias Cabrera, Junqueras y Catalán, los tres linajes
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infanzones de mayor prestigio en ese momento. El parentesco por afinidad con los individuos de esas familias y luego con los Isach-Villanova les proporciona una vasta red local de parientes y clientes. Amplían esa red desde la tercera generación mediante matrimonios en el entorno comarcal y aún regional, y varios de sus miembros destacarán por sus profesiones fuera de Fraga. Son enlaces con sujetos de profesiones liberales, funcionarios o militares de carrera, paradigmas de la clase social en ascenso durante el proceso revolucionario. Con ellos consiguen el acceso al poder político. Su dedicación al comercio se lo había dificultado durante el Antiguo Régimen y su influencia en los asuntos municipales se materializa con el apoyo de sus nuevos parientes: el alcalde don Medardo Cabrera, el secretario don Urbano Catalán y luego el corregidor Fernández Company o el mercader don Esteban Casaus entre los absolutistas, y más tarde con el militar don Antonio Oró de Izarbe o los Barber-Peralta y los Barber-Pitarque entre los liberales. Los Miralles son otro ejemplo de transición sin solución de continuidad entre el Antiguo Régimen y la etapa liberal.
9.5.5 “El coloso Monfort”.
* LOS MONFORT-TOMÁS. Según consta en la documentación sobre Infanzonías conservada en el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza, el 14 de julio de 1528 el rey Carlos V concedió privilegio militar de caballero en favor de un Juan Monfort, vecino de la villa de Híjar. Doscientos sesenta y cuatro años más tarde, con intervalo de ocho generaciones, el fragatino Vicente Monfort Badía solicitaba para su padre y para él mismo que la Real Audiencia les considerase descendientes de aquel primitivo Monfort (o Monforte) de Híjar, y les tuviera por infanzones e hijosdalgo reconocidos. Una rama segundona de aquel linaje inicial se había instalado hacía años en Barbastro y, luego de cuatro generaciones, el viudo Joaquín Monfort Martínez “trasladó su domicilio y pasó a casar en segundas nupcias, vivir y habitar a la ciudad de Fraga… para mejorar su negocio”. Más tarde se avecindaría la hija de su primer matrimonio, Rosa Monfort, casada con el sastre Ventura Tomás, también natural de la ciudad del Vero. En efecto, Joaquín Monfort Martínez se casa en segundas nupcias con la fragatina y también viuda Rosa Badía (o Abadía) ¿Latorre?, casada anteriormente con el negociante Jaime Tomás, -igualmente llegado a Fraga desde Barbastro-, de quien había tenido dos hijos: el arriero Jaime y el labrador Pedro Juan. De este modo se origina en Fraga un nuevo linaje de mayores contribuyentes en el que aparecen
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entrelazados los descendientes de ambos apellidos: Monfort y Tomás, según puede apreciarse en su SEGMENTO DE LINAJE. La primera información económica sobre Joaquín Monfort es del año 1767 cuando consigue de la corporación municipal el arriendo en exclusiva de las tiendas de comestibles junto con el también inmigrante Miguel Gaya. En 1772 es reconocido ya como uno de los seis o siete mercaderes de la ciudad y ha ampliado su botiga, entrando en el ramo de la confitería y la venta de paños. Se sitúa ya en el grupo de los mayores contribuyentes con un indicador de riqueza de 3.537 libras. Posee además una tienda de confitería a nombre de su hijastro en Mequinenza.164 Como “mercader de vara, peso y comestibles”, su principal actividad económica es el tráfico de granos, que consigue al arrendar el diezmo de todo el priorato de San Pedro (mitra, capítulo y ayuntamiento), unas veces como porcionista de los Cortadellas, otras “a medias” con el comerciante de paños de Lérida Antonio Prous y otros trienios en solitario. Junto a los diezmos, Monfort arrienda también otros bienes de propios como el pontazgo o la carnicería de vaca.165 En el libro catastro que se prepara en 1786, declara poseer la casa de su habitación en la plaza de San Pedro y cinco casas más en diferentes calles, adquiridas casi todas mediante compra a carta de gracia de diferentes vecinos que no pueden pagar sus pensiones censales. Por igual sistema consigue varios silos donde almacena sus granos. Cuando llegan las pésimas cosechas de fin de siglo Monfort será el principal proveedor de trigo para el panadeo, comisionado por el ayuntamiento. En 1803 su indicador de riqueza supera las 36.000 libras. Nadie como él había conseguido en tan poco tiempo multiplicar su patrimonio y rentas. Su hijo y heredero don Vicente Monfort Badía convive en la casa familiar y también se sitúa entre los mayores contribuyentes ese mismo año con casi 16.000 libras de riqueza catastral. Al casarse con María Josefa Barber Viñals emparenta con una de las principales redes de linajes de mayores contribuyentes: la formada por los comerciantes Isach, los militares Barber, los terratenientes Rubio o los tradicionales Barrafón; un conjunto de ansiosos pretendientes a la hidalguía por su ascendencia, sus profesiones o sus cargos. Padre e hijo amplían sus negocios –en conexión con los Cortadellas- como compradores de la seda hilada en toda la comarca. En el libro de industrias de 1789 su cotización por la seda es similar a la que satisfacen por los granos. En ese momento los Monfort afirman manejar su hacienda con dos caballos, un carro y tres mulas de su propiedad, lo que no refleja la verdadera intensidad de su tráfico comercial, puesto que se sirven de numerosos arrieros de Fraga y de otros lugares para efectuarlo. Es lo que se desprende de la documentación de la compañía de
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Calaf, que incluye correspondencia entre Cortadellas y Monfort. De hecho, la rivalidad que ocasiona el crecimiento de los Monfort frente a otros comerciantes permite conocer la verdadera envergadura de su tráfico de granos con Cataluña mediante recuas en el mercado leridano o con barcazas de su propiedad que descienden el Ebro hasta Tortosa; igualmente su actividad harinera mediante el molino que poseen en el vecino pueblo catalán de Masalcoreig y su tráfico de aceite en el molino que han abierto en Torrente de Cinca, donde están adquiriendo un patrimonio rústico de consideración.166 En los años previos a la guerra de Independencia los Monfort son admirados y envidiados por su crecimiento económico
y
afianzamiento
social.
Numerosas
certificaciones
comarcales
regionales de su bonhomía y altruismo en el comercio de todo tipo de productos
y 167
se compensan con acusaciones de prestamistas y usureros propaladas por sus adversarios.168 Algunas de sus especulaciones con el trigo acabarán en pleitos ante la Audiencia cuando se enfrentan a competidores poderosos.169 Los Monfort chocan con los Cortadellas. Arrebatan cuota de mercado al principal comerciante y prestamista en la zona, desde Barbastro a Mequinenza y desde Bujaraloz a los mercados catalanes. Desde entonces, la contabilidad de la compañía catalana refleja cómo sus socios y factores mantienen en alto la espada contra don Joaquín y su hijo Vicente. Observan atentos sus compras de hilo de seda en los pueblos de la comarca y sus pretensiones en los arriendos de diezmos. Han de ceder unas veces ante sus mejores precios de compra –“paciencia”, dicen- y otras pujan fuerte ante el obispo o el capítulo eclesiástico para arrebatarles el arriendo del priorato de San Pedro. Les observan de cerca y temen sus actuaciones en todos los mercados. 170 Con el reconocimiento de su infanzonía don Vicente manda situar en su casa de la calle de la Carretera un flamante escudo de armas que afirma más si cabe su inclusión entre los linajes privilegiados de la ciudad. Una hidalguía que exige se le observen y guarden todos los privilegios, exenciones y libertades concedidas a los demás infanzones del reino de Aragón. Un privilegio que, por ejemplo, le mantendrá exento de quintas y bagajes de por vida, y que le iguala en el acceso al poder municipal, -lo que es más decisivo- a las demás familias infanzonas. Durante años ejercerá funciones de responsabilidad y prestigio en la sociedad local: mayordomo del hospital sucediendo a su padre, miembro de la inicial junta de regantes de la nueva acequia, o “diputado” para las tareas de remonta de la granjería yeguar que se desarrollan colectivamente para todos los ganaderos naturales.
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Desde 1797, don Vicente diversifica las actividades de su casa: se dedica a la de salitrero, al amparo de las ventajas que proporciona la Real Cédula de 16 de Enero de 1791, formando sociedad con su sobrino Mariano Tomás, hijo de su hermanastra Rosa.171 Incluso antes de recibir la herencia paterna, don Vicente es considerado ya como un hacendado que cuida de su patrimonio mediante criados y braceros. Con una renta anual superior a las 400 libras jaquesas, en posesión de siete caballerías y dos carros, se incluye entre los principales cosecheros de vino y ha entrado en el negocio de la ganadería, con un rebaño ovino de 650 cabezas que custodian sus pastores. (Él los llama sus “medieros”). También como su padre, sigue
adquiriendo
propiedades
rústicas
y
urbanas
a
carta
de
gracia,
en
compensación sustanciosa de los préstamos que realiza a varios vecinos. Durante la estancia del rey Carlos IV en Fraga en septiembre de 1802, Monfort solicita de S. M. la gracia de “poner posada” en su casa de la calle Carretera. Monfort, que ha adelantado buena parte del dinero necesario para costear los gastos del séquito Real, y que siempre se ha proclamado defensor de los monopolios municipales, no parece ahora partidario del monopolio del mesón, y confía conseguir la gracia, pese a la oposición del arrendatario público.172 Con los tumultos iniciales de la guerra de la Independencia, la casa Monfort sufre como las de los demás notables las iras de “la plebe” mientras don Vicente ha huido ante la inminente llegada de los franceses. Como a otros ganaderos, el ejército requisa a los pastores de Monfort 825 cabezas de ganado lanar y de pelo. Al regresar de su “emigración”, el alcalde impuesto por los franceses, el abogado don José Bamala, ordena a Monfort declarar sus bienes. Se trata de establecer lo que cada emigrado debe aportar para la reconstrucción del puente quemado por las tropas españolas. Monfort manifiesta poseer en este momento la casa de su habitación en la calle Mayor y cuatro casas que sirven de cuarteles al ejército; también otras diez casas en diferentes calles, dos en el barrio rural de Miralsot y una en la plaza de San Pedro. Su patrimonio rústico en Fraga está compuesto por tres huertos con una extensión de 15 fanegas, veintiuna parcelas de regadío con un total de 21 hectáreas y ocho masadas con 200 hectáreas. Posee además cinco corrales para el ganado en diferentes términos de la ciudad, de la huerta y en el monte. También dos pajares con era, dos carros, cuatro mulas, una yegua y un caballo, y alega que tan sólo le quedan treinta ovejas. Los capitales censales impuestos sobre particulares suman 550 libras. Su contribución a la reconstrucción del puente y la pérdida de sus rebaños ocasiona a don Vicente cuantiosas pérdidas, pero pronto encuentra el modo de compensarlas. En 1811, cuando todo Aragón permanece bajo dominio francés, le vemos activamente dedicado a la provisión de carne para el ejército. Monfort
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arrienda el abasto para todo ese año junto con otros dos vecinos, Ramón Vera y José Aznar, como socios porcionistas. En
realidad
Monfort
es
el
socio
capitalista que financia las compras de ganado, mientras Vera y Aznar actúan como sus dependientes, encargados del aprovisionamiento.173 Al mismo tiempo, don Vicente mantiene en los años centrales de la guerra un activo comercio de granos que le ocupa la mayor parte del tiempo vendiendo trigo y cebada tanto en su casa como en el almudí de Fraga y en el de Torrente. Los arrieros le acarrean grano de otros lugares alejados gracias al “privilegio exclusivo” que ha conseguido de las autoridades francesas para comerciar en todo Aragón.174 Monfort ha de estar en esa época muy bien relacionado con el Gobernador General del Reino, Suchet; de otro modo no habría conseguido semejante privilegio exclusivo. Sus viajes a Zaragoza son frecuentes, comisionado por la municipalidad, para supervisar las cuentas de otros asentistas, servidores como él del ejército francés. Se está convirtiendo en el árbitro de la ciudad, no sólo en lo económico sino también en lo relativo al poder local. Ha sido nombrado por Suchet presidente de la segunda municipalidad fragatina, y desde su cargo suele enfrentarse a la autoridad superior del corregidor del distrito, su pariente don José Rubio-Sisón, igualmente impuesto por los franceses. Monfort es ahora un servidor diligente del gobierno intruso, que apremia a sus convecinos al pago de las contribuciones ordinarias, extraordinarias y de subsistencias exigidas por aquel. Pero su actividad pública durará poco. Pronto abandona la presidencia de la municipalidad y se dedica en exclusiva a sus negocios: es ya el primer contribuyente seglar de Fraga. Tras la marcha definitiva de los franceses, Monfort reaparece en la vida política local como cabeza de un “partido” favorable a la Constitución, y buena parte de los notables fragatinos secundan sus propuestas políticas. Aparentemente es un auténtico líder liberal. Bajo su influjo se ha formado un nuevo ayuntamiento que proclama la Constitución y pretende encausar a quienes considera “infidentes” o traidores a la causa patria. Pero en realidad, la suya más parece una huida hacia delante: con su audacia, Monfort intenta salvar la responsabilidad de sus acciones bajo el dominio intruso. En su testamento del 8 de noviembre de 1815, aquel segundo Monfort de la saga fragatina instituía en heredero universal a su hijo don Francisco de Paula Monfort Barber, en el caso de que tomara estado.175 El jovencísimo tercer Monfort de la saga –nacido en 1801- se mantiene entre la elite contributiva y figura en 1819 como tercer contribuyente entre los de mayor rango, con una riqueza
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catastral de 21.975 libras. Los bienes inmuebles puestos a su nombre han aumentado respecto a los declarados por su padre nueve años atrás: posee veinte cahíces más de tierra de secano, cien fanegas más de regadío, y la nómina de sus casas alcanza las veintiuna solo en Fraga. La guerra de la Independencia debió suponer para los Monfort, pese a todas las adversidades, un saldo positivo. Aquel privilegio comercial obtenido de los franceses junto con su colaboración al frente de la municipalidad, seguramente contribuyó a ello. También los embargos por el dinero
que
debió
prestar
a
particulares
durante
aquellos
años
de
ruina
generalizada. Sólo así se explica el aumento en bienes rústicos y urbanos que experimenta su patrimonio en menos de una década y en tiempos de una profunda depresión generalizada de los precios. Por otra parte, desde muchos años atrás, los Monfort tenían encargada la gestión de sus fincas rústicas y su ganado a una familia de labradores y ganaderos fragatinos. Se trata de la rama central del apellido Satorres: José Satorres Vilar y Domingo Satorres Galicia, padre e hijo respectivamente. José Satorres ya era mediero de los ganados de don Vicente Monfort, al tiempo que participaba como él del arriendo del diezmo en varios pueblos de la zona (Ballobar, Ontiñena y Villanueva de Sijena). Su hijo Domingo será el administrador de don Francisco de Paula en Fraga, sobre todo cuando Monfort fije posteriormente su residencia habitual en Torrente. Pese a su juventud, recién casado con la heredera de una de las familias pudientes de Ballobar, -doña Pascuala Toronchel Lasala-, se tiene a don Francisco de Paula por cabeza de familia capaz de participar en los asuntos públicos. Por eso se le llama de inmediato con el estallido del Trienio para formar parte de la “junta de
pudientes
y
sujetos
visibles”
que
ha
de
controlar
el
reparto
de
las
contribuciones. También muy pronto es nombrado capitán de la cuarta compañía de la Milicia formada rápidamente en la ciudad. Pero también como su padre, con la vuelta de Fernando VII al régimen absoluto por toda una larga década, es propuesto en 1825 en segundo lugar para regidor primero del ayuntamiento. La superioridad ha ordenado que se provean las plazas entre quienes “tengan adhesión al Rey y buena opinión de los amantes del soberano". El hijo, como el padre, sabe defender sus intereses bajo cualquier régimen político. Como en otras familias, en los Monfort se confunden Antiguo Régimen y Régimen Liberal. Su poder se mueve en un continuo vaivén de una ideología a otra. Pero el nuevo vástago del linaje no parece muy inclinado a las tareas del gobierno municipal. Prefiere gozar, defender y potenciar como vecino particular el patrimonio y los negocios de su casa. Desde su atalaya económica no duda en imitar a sus
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antepasados en el campo de los préstamos, y llevar ante los tribunales a quienes le adeudan y no le pagan. En 1826 embarga judicialmente los bienes de varios deudores recalcitrantes que entienden su deuda como “pensiones censales”, sin obligación de amortizar el capital, mientras él está convencido de que su padre contrató aquellos títulos como “préstamos hipotecarios”, con derecho a la devolución del capital en plazo fijo. Otro tanto ocurre con su intento de controlar uno de los negocios más rentables del momento. La situación de Fraga sobre la carretera Real con mayor tráfico de España entre Madrid y Barcelona hace que los mesones de la ciudad sean continuamente ocupados por toda clase de pasajeros, carromateros y arrieros que la transitan sin cesar. Monfort intentará durante años convertir este negocio en un monopolio bajo su control. Además de poseer el mesón abierto por su padre a principios del siglo en la calle de la Carretera, ha conseguido neutralizar el mesón público medio arruinado de la plaza de Lérida, arrendándolo a través de su testaferro Aznar. Luego, en 1826, se hace con el tercero que existe en el interior de la ciudad, también junto a la carretera, en la calle de los Serranos, conocida vulgarmente como “tras los corrales”. Se trata del mesón abierto “durante la libertad de las Cortes” por el comerciante Ramón Vera.176 Y todavía su pretendido monopolio sobre los mesones deberá superar un nuevo pleito en 1833 frente al propietario del único mesón que no le pertenece: el del mayor contribuyente del momento en Fraga Andrés Isach y su yerno Salarrullana.177 En esos años, don Francisco de Paula vive más en el lugar de Torrente que en Fraga “por librarse de los oficios de gobierno de esta ciudad”; prefiere ser arrendatario de la alfarda, del abasto de aceite y de las carnicerías, por medio de su testaferro Satorres, no sin conflictos con otros vecinos que los apetecen. 178 Durante años, algunas de las operaciones comerciales y rentistas de don Francisco de Paula serán interpretadas en Fraga como un afán desmedido por acomodar a su voluntad hasta la propia legislación municipal; un conflicto que contribuye al traslado de su residencia a Torrente, mientras deja su patrimonio en Fraga al cuidado de sus administradores, supervisados por su hermana, su cuñado el corregidor Pantaleón Luzás y su primo Mariano Tomás. En su apartamiento, el tercer Monfort se dedica ilusionado a un nuevo proyecto agroindustrial que ha concebido y que mejora la productividad en el ámbito de la sericultura. Hasta remite un opúsculo descriptivo de la nueva técnica a las autoridades nacionales.179
983
Por su ausencia, don Francisco no figura como vecino en el catastro confeccionado
para
1832,
pero
sigue
siendo
considerado
como
el
mayor
contribuyente y así lo certifica el escribano público Jaime Jorro, cuando lista la nómina de los nueve mayores contribuyentes que han de confeccionar la propuesta de regidores para el siguiente trienio. Don Francisco ocupa el primer lugar del listado al pagar 2.367 reales de vellón anuales por su patrimonio rústico y urbano, sin contribuir ahora por comercio. Es decir, todas sus actividades mercantiles o arrendatarias en Fraga figuran a nombre de terceras personas, aunque hace valer su condición de propietario para intervenir en los asuntos públicos cuando lo estima oportuno o indispensable. En 1835 don Francisco se sitúa en el ranquin inmediatamente detrás de los dos primeros forasteros: sus tíos don Francisco Barber, regidor perpetuo de Zaragoza, y don Domingo María Barrafón, miembro del Consejo de Castilla en ese momento. Su calidad de propietarios les permite influir, a veces de forma decisiva, en los pequeños avatares revolucionarios o reaccionarios de Fraga, según la ideología de cada cual. Cuando llega el momento de poner en práctica algunas de las tesis liberales con las medidas desamortizadoras, don Francisco de Paula se muestra inserto en el nuevo régimen y decidido partidario de su legislación. De este modo, aprovecha la desamortización eclesiástica del ministro Mendizábal para adquirir la mayor de las fincas rústicas que los conventos suprimidos tenían en Fraga,180 así como una pequeña finca junto al convento derruido de los religiosos Bernardos de Escarpe en el término municipal de Masalcoreig.181 Así mismo, al amparo de la Ley de 2 de septiembre de 1841, durante la llamada desamortización del regente Espartero, don Francisco adquiría por 400.000 reales, pagaderos en cinco años, el molino harinero (de baix), que de inmemorial había pertenecido al capítulo eclesiástico, y adquiere “a censo” el antiguo mesón municipal. Cuando por Decreto de 1º de mayo de 1848 se ponen en venta las propiedades de la Orden de San Juan de Jerusalén, Monfort adquiere el derecho de pasto y de aleñar en los montes de Torrente y el derruido monasterio de los trinitarios ubicado en el monte común. Con la nueva adquisición, algunos vecinos entienden aún más cierta aquella expresión de años atrás, cuando alguien acusaba a su padre de “coloso” y de haber sometido al vecindario de Torrente a la voluntad y arbitrio de su casa. Desde entonces, quien pretenda llevar sus rebaños a pastar en aquellas hierbas, tendrá que arrendarlas a don Francisco de Paula. Monfort convertía de este modo un antiguo y devaluado derecho feudal en nuevo arriendo capitalista. Su patrimonio se acrece todavía más cuando recibe una considerable herencia familiar. En 1852 recoge un importante legado en plata labrada y en dinero efectivo como manda testamentaria de su tío don Domingo María Barrafón y
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Viñals, el más relevante fragatino de la época; un anticipo de lo que acabaría heredando Mariano Monfort Toronchel –hijo de Francisco de Paula- como sucesor de Barrafón, que muere soltero.182 El amillaramiento de 1860 atribuye a Monfort como “terrateniente de Torrente” 48 hectáreas de regadío en diferentes heredades y huertos de Fraga y 406 hectáreas de secano en varias masadas en Monegros y Litera. A ellas se añaden las 55 hectáreas de regadío que posee en la huerta nueva de Torrente, otras 70 hectáreas en su huerta vieja y 140 hectáreas de secano en el monte de aquel lugar. Monfort es el mayor terrateniente en la comarca: un verdadero coloso. Para el cuidado de estas fincas sus administradores y medieros disponen de siete masías, cinco torres en la huerta y varias casetas de labranza. Además de su casa habitación y de otros edificios urbanos en Torrente, dispone de quince casas en el casco urbano de Fraga y de una nueva posada junto al embarcadero de “Los Arcos” en el Ebro, en el camino de Candasnos a Caspe. Su producto catastral asciende en el amillaramiento fragatino a la cantidad de 206.858 reales de vellón de los que se descuentan 153.185 reales como bajas por gastos naturales, de lo que le resulta un producto líquido imponible de 53.672 reales, mucho más que al mayor contribuyente vecino de Fraga. Pero para aproximarse al total catastral de don Francisco deben añadirse a este producto los 47.189 reales de vellón que alcanza el líquido de todos los bienes que posee en Torrente de Cinca. Es decir, un total de más de 100.000 reales de renta anual, sin tomar en consideración rentas en otros lugares. Si entendemos que el producto útil es el 3% de la riqueza catastral, don Francisco poseería un indicador de riqueza superior a las 177.000 libras poco antes de su muerte. No puede entenderse que sus rentas escapen de Fraga como forastero, puesto que su hijo y heredero Mariano Monfort Toronchel, volverá inmediatamente a residir en Fraga como último varón del linaje. La rama principal del linaje Monfort descrita hasta ahora debe completarse con los descendientes laterales de aquel primer Monfort llegado de Barbastro a Fraga en la segunda mitad del Setecientos. Hacerlo así permite comprender mejor la red de parentesco establecida por los Monfort al cabo de las cuatro generaciones. Rosa Monfort, la hija que Joaquín Monfort Martínez se había traído desde Barbastro a Fraga fruto de su primer matrimonio, llegó casada ya con el sastre Ventura Tomás. Ventura, a su vez, era pariente del primer marido de Rosa Abadía (madrastra de Rosa Monfort), el negociante Jaime Tomás, también natural de Barbastro. Con ello, la boda de Rosa y Ventura recuerda uno de los habituales modos de “recoger la sangre” en la época. Un matrimonio entre parientes cercanos programado y tutelado por ascendientes de un mismo tronco familiar. De este nuevo desposorio había nacido ya en Barbastro un hijo: Mariano Tomás Monfort.
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La familia Tomás-Monfort se trasladaba a Fraga en 1794 y al año siguiente encontramos al joven Mariano, de diecisiete años, actuando como salitrero junto a su tío don Vicente Monfort, de quien tomará olfato mercantil y a quien sustituirá pronto en su tienda de paños. Como tal, figura en vísperas del estallido de la guerra de la Independencia, al lado de su sexagenario padre que completa el negocio como sastre. Un negocio por el que reconoce ingresar ciento treinta y cuatro duros en concepto de utilidad comercial. A instancia del alcalde impuesto por los franceses, Mariano declara poseer en 1810 su casa habitación en la plaza de San Pedro, una casa arrendada por 12 duros anuales en la calle de las Escaleretas y otra arrendada por 10 duros en la calle de la Roqueta. Ninguna finca rústica se incluye en su patrimonio por entonces. Es en ese momento receptor de la recaudación por bulas y papel sellado y colabora con los intrusos franceses como recaudador del derecho que el hospital posee sobre la venta de jabón. Muy pronto se le convoca junto a otros pudientes y propietarios de Fraga para proponer sujetos que compongan la nueva municipalidad creada por los franceses, lo que parece situarle en fase de rápido ascenso social. Durante la guerra, la suya debió de ser una de las actividades más intensas entre los fragatinos, seguramente al amparo de sus tíos. Al finalizar el conflicto, será elector de los nuevos regidores, escogido junto a otros ocho individuos entre los votantes de los distintos barrios. Su ascendiente sobre los vecinos debió favorecerle como comerciante merecedor de su confianza hasta el punto de nombrarle nada menos que depositario de los caudales de propios. De hecho, a fines de 1813 ocupa ya el séptimo lugar en el ranquin de los contribuyentes y cinco años después cuenta con un mediano patrimonio rústico consistente en una masada de 64 hectáreas en el monte y 3 hectáreas de regadío en cuatro parcelas de la huerta vieja que aumenta en 3,5 hectáreas diez años después. Su principal inversión en esa época parece ser su aplicación a la apicultura, para la que dispone nada menos que de seiscientas colmenas, muchas más que las poseídas por el resto de los fragatinos dedicados a la obtención de cera y miel en ese momento. Librado de las quintas por su título de salitrero para la fabricación de pólvora, se casa al finalizar la contienda con Magdalena Satorres Galicia, hija de uno de los administradores del patrimonio de su tío don Vicente Monfort. Es éste un nuevo enlace que expande lateralmente el parentesco con familias de larga tradición en Fraga, de patrimonio significativo aunque no preeminente, y que tienen establecidas fuertes relaciones clientelares con su linaje. Es decir, un buen
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matrimonio de conveniencia para las dos partes: el dinero de los Tomás-Monfort y el rancio lustre de los apellidos Satorres y Galicia. En las siguientes dos décadas, los caudales acumulados por Mariano Tomás le permiten entrar en el arriesgado arriendo de los bienes de propios a imitación tanto de sus propios parientes como de los de su mujer. En 1819 participa ya en las subastas públicas y se enfrenta a uno de los principales arrendatarios, Isidro Martí, a quien arrebata el remate de la primicia en una puja a la baja que parece justificarse en la minoración de los precios agrícolas pese a la escasez de cosechas.183 Ese mismo año arrendará el derecho de pontazgo también a la baja,184 abre nueva tienda en la plaza de San Pedro y en los sótanos de su casa dispone varios graneros que sirven de complemento al almudí público. Su patrimonio crece pero no se considera todavía suficiente para las responsabilidades de gobierno local. En vísperas del primer estallido liberal, un mediano comerciante rural no alcanza todavía la estatura política del honrado labrador. Ha de seguir luchando por incrementar su patrimonio hasta ser considerado apto para los oficios de república. Mediante nuevos arriendos de propios sigue acumulando un capital que con la llegada del nuevo régimen liberal le clasifica como propietario y le otorga reconocimiento social pleno. “Don” Mariano, -que así se le nombra ahora-, forma ya parte de la elite socio-económica fragatina y ha ascendido hasta el quinto puesto contribuyente. Son los últimos datos económicos de un individuo que se ha hecho a sí mismo en décadas difíciles y que fallece en los albores de la revolución progresista, en 1836, cercano a los sesenta años de edad. Los documentos fiscales de ese último año ya no lo incluyen a él sino a “sus herederos”. Tanto la rama principal de los Monfort como la secundaria de los Tomás son linajes de “hombres nuevos” que parten de la nada económica y social en la segunda mitad del siglo XVIII. La rama secundaria aprovecha el ascenso de la principal en las últimas décadas del siglo para alcanzar cotas elevadas de bienestar en las generaciones de vástagos que sobreviven la guerra de la Independencia. El abuelo Monfort se había hecho a sí mismo en el ámbito del comercio a la menuda como tendero de comestibles. Pero en sólo diez años, al amparo de las leyes liberalizadoras de Carlos III, se convierte en uno de los mercaderes de vara, peso y comestibles que controlan el mercado local. En los siguientes treinta años, hasta final del siglo, será el principal arrendatario de los diezmos del priorato de San Pedro y se dedicará al tráfico y préstamo de granos. Supera con esta actividad el estrecho marco local y comarcal y sus relaciones comerciales alcanzan un radio interregional. Se codea con los tradicionales y principales arrendatarios de diezmos, de origen catalán, y en concreto es porcionista o rival, según los años, de la
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principal compañía catalana que opera en las riberas del Cinca y el Ebro: la Compañía de Calaf o de los Cortadellas. Los caudales obtenidos de sus negocios y préstamos le convierten en pocos años en un destacado propietario urbano, al apropiarse legalmente de los bienes que sus deudores han hipotecado para subsistir. También le permiten adquirir numerosas parcelas de huerta y secano que cultivarán pronto sus medieros. Cuando en 1789 es ya el primer contribuyente de Fraga, está en disposición de convertirse
en
un
benefactor
público
aliviando
la
miseria
de
los
vecinos
empobrecidos. Será entonces, repetidamente, prestamista de varios ayuntamientos para el panadeo público en una coyuntura agrícola insistentemente fatal. El abuelo Monfort recibirá entonces múltiples certificados de su buen hacer en beneficio de los particulares y será un hombre afamado. Y pese a que no sabe leer ni escribir, se le considera idóneo para custodiar los dineros públicos y para acceder al poder local, aunque sea desde los sillones inferiores del consistorio. Tiene prestigio y capacidad sobrados, aunque para ocupar puestos de mayor relevancia política le falte pertenecer a una casa de antiguo. El coraje y habilidad de su hijo Vicente, con quien convive y trabaja, le darán en sus últimos años el reconocimiento social apetecido. Desde 1793, todos los fragatinos deben tener a los Monfort por hidalgos. Así lo exige la Real Provisión ejecutoria de su infanzonía, leída un feliz día en pública sesión del consistorio. Desde entonces, los Monfort serán una casa grande en Fraga. Este segundo Monfort luce como parientes a abogados, militares de graduación y regidores perpetuos de Zaragoza. Don Vicente se mueve entre lo más granado de la sociedad comarcal y regional y será capaz de congregar en las “tertulias” de su casa a personajillos y pesos pesados. Más que un comerciante, don Vicente es ya un hacendado notable entre sus iguales. Para manejar su patrimonio se sirve de administradores buscados entre familias de arraigo como los Satorres, o de advenedizos y hábiles escribanos como los Aznar, que medran a sus expensas y se hacen un nombre y un lugar en Fraga bajo su protección. Su hacienda la cuidan medieros, criados y braceros, mientras él gestiona rentas del común, participa en proyectos públicos o toma decisiones desde su sillón en el consistorio. La época decisiva en el ciclo vital del segundo Monfort será, sin duda, la de sus peripecias durante la guerra de la Independencia. Don Vicente, como su padre, son individuos adscritos a un liberalismo económico muy temprano, que les permite manejarse sin cortapisas en los negocios. También son prestamistas convencidos de su crucial papel en una sociedad que vive al fiado. Demuestran primero aprovechar los resquicios del Antiguo Régimen para configurar un patrimonio y luego sabrán moverse con agilidad entre quienes pretenden implantar el Régimen
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Liberal. Mientras llega ese momento, el capítulo de la guerra resulta sumamente propicio a un Monfort que se aproxima a los generales franceses con la misma diligencia y astucia que a los comandantes españoles. A la postre, le resulta tan ventajoso cobrar buenos “pesos” de unos como de otros por su labor como asentista. En el balance de sus pérdidas y ganancias, Monfort parece superar aquel terrible conflicto con superávit. Donde mejor ha proyectado su fuerte carácter y experta capacidad es en la gestión de los asuntos públicos durante la coyuntura extrema de la guerra. La municipalidad creada por los franceses le ofrece la oportunidad de manejar la res pública desde el sillón central del nuevo consistorio. Don Vicente será presidente de los dos primeros gobiernos locales impuestos por los franceses. Podría considerarse por ello un pequeño afrancesado. Pero sin duda la necesidad de proteger su patrimonio y sus rentas explica mejor que su ideología su participación pública en los difíciles años del conflicto. Cuando los franceses abandonan Fraga se mantiene aferrado a las riendas del poder en el nuevo ayuntamiento constitucional que de forma premiosa y un tanto extraña se elige en la ciudad. Monfort es ahora cabeza de un partido político que, según sus adversarios, –que los tiene-, pretende sojuzgar a la población en favor de sus intereses materiales. Se compromete como adalid de la Constitución de Cádiz, pero cuando las autoridades regionales ordenan repetir la elección, Monfort ya no aparece en primer plano de la actividad pública: ha puesto a sus satélites al frente. Enfermo, don Vicente apenas supera los primeros meses de postguerra y pronto deja su casa en manos del primogénito. Su hijo Francisco de Paula le sucede. Un heredero universal menor de edad, auxiliado por fieles administradores que sacarán adelante su patrimonio, marcándole el camino. Los pilares que auparon la casa creada por el abuelo se habían fortalecido luego con su padre. Si el abuelo pasó de tendero a mercader, su padre sumó al comercio el trato ganadero y una múltiple iniciativa industrial. En sus libros habían rendido cuentas labradores con trigo para sembrar y luego moler, vino que vender, moreras que plantar, seda que hilar y olivas que prensar. Ni un solo producto agrícola escapaba a la posibilidad de su transformación y comercialización en manos de los Monfort. Un molino de trigo en Masalcoreig, una prensa de aceite en Torrente, ganado y viñas en ambos lugares, cientos de fanegas de tierra que administrar en la huerta y miles en el monte, junto a muchas casas que arrendar. Un trajín cotidiano “de no parar”. Y como guinda un mesón en competencia ventajosa con el municipal. El nieto don Francisco de Paula se asegura pronto la herencia familiar al tomar estado. El suyo es, por supuesto también, un matrimonio entre iguales, que
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amplía todavía más su red de parentesco y sus influencias clientelares en la comarca. Doña Pascuala Toronchel Lasala lucía apellidos de casa grande en Ballobar. Además, con sus respectivos desposorios, sus cuñadas aportarían a la familia nada menos que a un corregidor para sancionar disposiciones, nuevos abogados para defender sus pleitos, influyentes funcionarios públicos a quienes acudir y liberales militares en ascenso, ávidos de dotes consolidadas. Un muestrario de clase emergente en la nueva sociedad de predominio burgués. El ciclo vital del penúltimo varón Monfort fragatino se sustancia a caballo entre los reinados de Fernando VII y de Isabel II. Discurre en una permanente peripecia entre las exigencias y dependencias del Estado Absoluto y los vaivenes iniciales de la Revolución Liberal. Luego se aposenta cumplidamente tanto en las oportunidades de los gobiernos moderados afines a la Reina Isabel como en las disposiciones legales de los radicales progresistas hasta su muerte en 1862, durante los “felices” años de la Unión Liberal. En sus primeras décadas, don Francisco de Paula defiende con uñas y dientes la memoria social y sobre todo el legado económico de su padre. Disputa con cuantos ayuntamientos y vecinos particulares se le ponen por delante, siempre dispuesto al litigio civil. Su recurso a los tribunales es constante. Consigue casi siempre incrementar con ello su patrimonio rústico y urbano hasta convertirse en un coloso comarcal. Su padre había acaparado el excedente agrícola de la comarca, desplazando foráneos arrendatarios de diezmos. Igualmente había diluido viejos derechos prohibitivos de Órdenes Militares. Ahora, el nuevo Monfort se esfuerza por anular en el ámbito de la hospedería el anterior monopolio municipal. Poseedor de tres de los cuatro mesones de la ciudad, disputa con quien pretende oponerle competencia en este campo. Utiliza para ello el poder sancionador de su cuñado el corregidor Luzás y Fortón. El mismo instrumento que utilizó al iniciar su camino en este sector, estrechamente unido al anterior corregidor Pumarejo. El de los mesones, la arriería y el tráfico no es un asunto menor en unas décadas en las que se inicia la estructura del mercado nacional y en una ciudad estratégicamente ubicada sobre la vía de mayor circulación en el Estado. Tal vez el empeño en mantener este monopolio guardase alguna relación, años más tarde, con el fracasado proyecto del ramal ferroviario proyectado para la ciudad. La Década Ominosa final de Fernando VII resulta una década provechosa para un Monfort relativamente apartado de la actividad pública y volcado luego, desde sus prolongadas estancias en Torrente de Cinca, sobre el incremento de su patrimonio y sus experimentos industriales en el ámbito de la seda. En las siguientes décadas, la legislación desamortizadora de los gobiernos liberales
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progresistas le proporciona las mejores vías para redondearlo. Será este Monfort el que acapare la mayor parte de las tierras procedentes de los conventos suprimidos en Fraga, así como las de la Orden del Hospital en Torrente o las de los Bernardos de Escarpe en Masalcoreig. También el molino del capítulo eclesiástico de Fraga. Finalmente, el tránsito de la “posesión” de antiguo régimen a la “propiedad plena” que sobre las tierras comunes de los pueblos permite la desamortización general del ministro progresista Madoz, hará que los Monfort redondeen, al tiempo de su legalización, buena parte de sus tierras de secano. Si los dos primeros individuos de la saga se movieron entre arriendos públicos y préstamos privados de viejo estilo, los dos últimos asentaron su poder como fuerzas vivas del nuevo Estado Liberal. Supieron gobernar con los franceses, con los absolutistas y con los liberales. A despecho de sus aparentes opiniones políticas, unas veces próximas al Carlismo y otras, por el contrario, a la protección de la Milicia Urbana radical, su praxis estuvo siempre amparada por la doctrina del liberalismo económico. Y desde luego, ‘patrocinada’ por sus parientes corregidores, alcaldes, militares o senadores. El linaje Monfort –desde el abuelo al nieto y más el biznieto- es paradigma del hombre nuevo, que busca primero el arraigo en un mundo tardo feudal, extrae su riqueza de entre los propios rasgos que lo definen, consigue con ello el reconocimiento social que anhela y, una vez alcanzado el objetivo, se sirve de ese mismo reconocimiento como notable local, comarcal y provincial para afianzarse como destacado propietario de las primeras clases contributivas en la nueva sociedad burguesa. Es decir, preludia al ulterior cacique.
9.6 Visión de conjunto: predominio por la sangre, el saber y el dinero. He descrito hasta aquí los rasgos sobresalientes de cada individuo mayor contribuyente en el contexto de su linaje respectivo. Es hora de observar el conjunto de los linajes a los que pertenecen, a través de las cuotas catastrales satisfechas por el agregado de sus individuos, y determinar entre ellos algunos subconjuntos significativos. La primera distinción a realizar estriba en su distinto grado de antigüedad, diferenciándolos como apellidos tradicionales o como inmigrantes durante la etapa. Entiendo como apellidos tradicionales a los documentados en Fraga desde bastante antes de comenzar el siglo XVIII. Algunos constan ya desde el siglo XIV y otros van apareciendo a lo largo de las siguientes tres centurias. Los apellidos referenciados entonces, coincidentes en su grafía o muy similares a los del siglo XVIII, no pueden ser tomados obviamente en todos los casos como antecedentes seguros de los linajes estudiados. Pero he comprobado
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mediante el recurso a varias genealogías documentadas que la mayoría de éstos son capaces de remontarse al menos al siglo XVI con la seguridad que ofrecen las pruebas de limpieza de sangre, los testamentos encadenados generación tras generación, las certificaciones de infanzonía y, sobre todo, la constancia derivada de disputas, aprehensiones de bienes, pleitos por dotes u obtención de beneficios eclesiásticos. Otro tanto se deduce de la documentación censal, mediante sentencias condenatorias de las jurisdicciones seglar o eclesiástica entre quienes luchan por ser considerados “derecho habientes” de censales transmitidos por herencia, compraventa
o
traspaso;
incluso
las
propias
cancelaciones
e
imposiciones
posteriores de un censal en favor de nuevos beneficiarios nos informan del hilo conductor que une a un individuo y linaje del siglo XV o XVI con sus descendientes del siglo XVII y XVIII.185 El carácter de treudo perpetuo que tienen los más antiguos, sin carta de gracia de poderlos redimir, ha sido ayuda inestimable en la investigación. Finalmente, las relaciones de méritos impresas con motivo de solicitud de plazas de escribano o de procurador en el juzgado, de rentas de bienes confiscados o de gracias y recompensas solicitadas de las autoridades estatales o del propio monarca, permiten retroceder en el árbol genealógico de un individuo por el tronco común que enlaza al padre, al abuelo y aún al bisabuelo. Con ayuda de estas fuentes diversas he podido constatar la correspondencia real de muchos segmentos de linajes del siglo XVIII con sus antecedentes de los siglos XV y XVI, por lo que me parece segura su continuidad. En cualquier caso, todos los que considero ‘tradicionales’ comienzan su linaje antes del inicio de la etapa de análisis. Es decir, de los setenta y cuatro apellidos de mayores contribuyentes concretados en otros tantos segmentos de linaje, la mayoría –cincuenta y dos- corresponden a familias tradicionales. El resto –veintidós apellidos-, son inmigrantes a lo largo de la centuria. Estos nuevos individuos y/o familias recién llegadas fueron las de los Avances, Barber, Bellmunt, Cabiedes, Duarte, Gaya, Gort, Isach, Jorro, Junqueras, Marín, Miralles, Monfort, Orteu, Paul, Portolés, Rozas, Salarrullana, Tamañán, Tutor, Usted, y Viñals. Si respecto de éstos últimos agrupamos los datos en tres períodos: 17001751, 1772-1803, y 1819-1832, vemos que la mayor parte de estos inmigrantes figuran catastrados por primera vez durante la segunda mitad del Setecientos –catorce apellidos-, mientras tan sólo seis se establecen en su primera mitad -Duarte, Isach, Marín, Portolés, Usted, y Viñals- y únicamente dos -Salarrullana y Orteu- aparecen después de la guerra de la Independencia y hasta 1832. Es decir, la segunda mitad del siglo XVIII constituyó el mejor período dentro de la etapa para
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que individuos foráneos con posibilidades económicas o a la búsqueda de ellas se asentaran en Fraga. Por otra parte, este hecho adquiere mayor relevancia cuando comprobamos que, -analizados varios listados posteriores de contribuyentes entre 1833 y 1860-, ningún nuevo forastero alcanzaría ya la categoría de mayor contribuyente.186 Y puesto que la segunda mitad del XIX ofrece en Fraga una imagen de estancamiento demográfico y económico que favorece mucho más la emigración que su opuesta, es posible concluir que su elite económica quedó configurada desde fines del XVIII para gran parte de la Edad Contemporánea hasta la guerra Civil. Algunas de aquellas casas grandes de entonces se prolongaron durante generaciones como líderes sociales en el ámbito de la riqueza y el poder, aunque en ocasiones incorporaran algún nuevo apellido a sus linajes. La evolución contributiva de los apellidos. Uno de los rasgos que mejor define a un apellido es la evolución de su patrimonio y rentas a través de las cuatro generaciones. Lo he analizado para cada linaje en concreto y lo sintetizo ahora de forma conjunta respecto de los apellidos tradicionales, viendo cuándo superan o no la mediala que distingue a los mayores contribuyentes en cada momento. Frente al dicho popular según el cual una primera generación inicia con esfuerzo el ascenso económico, la segunda llega a la cima y la tercera dilapida lo conseguido por las dos anteriores, lo cierto es que se aprecian diferentes evoluciones de su indicador de riqueza medio, reflejado en las sucesivas cuotas anuales medias por individuo: mientras unos apellidos son ascendentes, otros se estancan o son claramente regresivos. Los hay que partiendo de una posición sólida languidecen hasta desaparecer, no ya del grupo de los mayores contribuyentes sino del de los significativos, por división patrimonial o simple decadencia, engrosando el grupo de los pequeños contribuyentes. Los hay que, por el contrario, partiendo de un patrimonio escaso y/o ya muy dividido, consiguen en la tercera o cuarta generación encumbrar en la élite a alguno de sus componentes. También los hay que mantienen su apellido entre los significativos en toda la etapa de forma estable y sólo de forma ocasional alcanzan el nivel superior. Y por último, los hay que habitualmente mantienen en casi
todas
las
generaciones
algún
grupo
doméstico
entre
los
mayores
contribuyentes y, cuando no, se mantienen como significativos. Son los apellidos de mayores hacendados tradicionales reflejados en el Cuadro 60. Pese
al
predominio
del
sistema
del
hereu
en
la
praxis
sucesoria,
comprobamos cómo muy pocos apellidos se mantuvieron permanentemente en el rango superior a lo largo de las cuatro generaciones. Las fluctuaciones de la coyuntura económica, junto a la proliferación de brazos y grupos domésticos a los
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que se dotaba “según los posibles” de la casa, hacen que buena parte de los apellidos retrocedan patrimonialmente. Cuadro 60 SEGMENTOS DE LINAJES (MC) TRADICIONALES 1730-1832. (cuotas medias por contribuyente en sueldos jaqueses)
MAYORES HACENDADOS
ASCENDENTES
ESTABLES
SEGMENTOS DESCENDENTES
año mediala (CS) / (MC) BAQUER BARANA BORRÁS CAPDEVILA CASAS CASTILLO CEREZUELA COLEA CURRED DOLCED IBARZ LABOYRA LABRADOR MAICAS MAÑES MASIP MONTULL PALACIOS PASTOR RUBIÓN RUIZ SALDUGUES SOROLLA VALENTÍN ACHÓN DEL REY FRANSOY GALLINAD MARTÍNEZ MILLANES SUDOR VILAR AGUSTÍN BERGES CAMÍ CANALES AYMERICH-ORTEU BARRAFÓN BODÓN CABRERA DOMÉNECH FORADADA GALICIA JOVER MARTÍ PERISANZ SISÓN-RUBIO VERA VILLANOVA
1730
1751
1772
1789
1803
1819
1832
70/128
72/158
94/221
91/330
125/346
282/690
264/611
41 95 36 140 78 97 87 63 142 70 104 170 69
49 78 84
47 54 91
21 57 33
40 55 6
15 16 39
41 19 89
44 92 116 66
70 160 133 96
78 72 57 20
58 34 42 16
82 18 49 15
44 132 85
64 8 33
51 75 66
MENORES
ABSORBIDO
60 100 142 68 72 110 81 84 63 230 74 202 59 385 205 90
106 23 68 188 287 142 112 47 81 245
ABSORBIDO
109
95
NO COTIZA
34 46
ABSORBIDO
40 62 57 122 98 57 NO COTIZA
48 NO COTIZA
ABSORBIDO
66 91 184
ABSORBIDO POR LAX
80 185 56 3
177 68 64 172 30
NO COTIZA
128 346 99 68 102 99 54 105
54 95 71 53
110 179 57 92 24 74 56 119
NO COTIZA
4 49 32 70
191 213 48 41 27 33 156 22 46
93 759 67 90 121 91 78
81 336 364 36 94 119 84 128
173 276 90 111 98 119 129 96
NO COTIZA
196 187 50 152
72 35 71 50 64 62
248 58 56 61 68 65
65 259 154 75 41 57 84 43
63 52 71 52
60 24 64 48
37 39 50 34
107 73 139 93
80 154 215 83
40 105 314 195
113 181 97 222
125 61 272 142 436 128 71 66 169 713 139 86 402
142 71 532 111 436 172 108 149 57 172 156 68 222
408 48 173 83 580 190 78 302 64 204 341 43 105
518 243 205 111 633 198 191 139 144
715 207 192 208
713 89
667 121
GRACIA DE TOLVA
MENORES
NO COTIZA
223 198 140 1.303
170 833 320 165 82 502
AL CAPÍTULO ECLESIÁSTICO
338 46 662
155 104 380
La cualidad de contener algún miembro (MC) resaltada en color gris.
994
AL CAPÍTULO
188 737 288 78 70 401 290 125 347
835 191 372
Se advierte claramente que en los apellidos descendentes su predominio fue sólo ocasional y situado preferentemente en la primera mitad del siglo XVIII. Son sagas que diluyen su patrimonio de generación en generación entre cada vez mayor número de grupos domésticos, sin que ninguno de ellos logre mantener o recuperar la condición económica de sus padres, abuelos o bisabuelos, aunque contengan en la segunda o tercera generación alguno de sus miembros como significativos. Es el grupo más numeroso -23 apellidos- entre las familias tradicionales, lo que está indicando que la mayoría de los asentados en Fraga desde antiguo sufrían ahora un retroceso en su evolución económica e incluso una cierta incapacidad para adaptarse a las nuevas situaciones y posibilidades. Parecen apellidos desgastados o agotados. Ninguno de ellos consigue mantener su cuota promedio por individuo al ritmo creciente de la correspondiente mediala que distingue a los contribuyentes significativos del resto. Incluso en alguno de ellos la cuota promedio disminuye en valor absoluto de un corte al siguiente. Resulta evidente que se trata de linajes “venidos a menos” o absorbidos en parte o en todo por otros apellidos. En el grupo de los que denominamos ‘estables’ puede producirse un mayor contribuyente en cualquier generación, así como dejar de serlo en la siguiente. Responden a individuos activos en ocupaciones complementarias a las tradicionales de su linaje, que no continúan sus herederos. Pero en conjunto y a través de los años mantienen un equilibrio continuado entre el aumento del número de sus grupos domésticos y el correlativo de sus patrimonios. Son familias que siempre consiguen situar alguno de sus individuos entre los significativos, aunque sólo en alguna generación alcancen la categoría superior. La evolución de sus cuotas medias por contribuyente -con altibajos- suele ser ascendente. Su proliferación generacional no es obstáculo para mantener año tras año un similar nivel en su patrimonio agregado. Todos ellos constituirán familias imprescindibles en las relaciones económico-sociales de la época, jugando un papel muy similar al de aquellas otras de contribuyentes significativos que nunca llegaron a contener ningún mayor contribuyente, pero cuyo parentesco con los linajes destacados les permitía acceder al poder y a parte de sus rentas, hasta el punto de conseguir con ello más de la tercera parte de la riqueza total. El tercer grupo de apellidos, mucho más reducido, evoluciona en orden inverso, situando alguno de sus descendientes como mayor contribuyente en la generación de los nietos o biznietos. Desde luego, muy pocas familias tradicionales consiguieron
ascender
en
la
escala
económica,
partiendo
de
posesiones
patrimoniales bajas o de actividades escasamente remuneradas. Y, como las anteriores, sólo lo consiguen por el tipo de ocupación: su dedicación a la arriería, el comercio de calzado o la gestión de bienes y rentas nacionalizadas.
995
En síntesis, del total de 285 apellidos existentes en Fraga el año 1832, treinta
y
seis
de
los
que
consideramos
tradicionales
consiguieron
situar
ocasionalmente alguno de sus individuos entre la elite económica. Por encima de ellos un todavía más reducido grupo de trece apellidos, la mayoría de ellos con una antigüedad superior a los doscientos años, permanecieron a lo largo de todo el período como los mayores hacendados de Fraga. Parece claro que el patrimonio de éstos últimos era el más sólido, por persistente, y el más sustancioso, por la diferencia de cuota media en casi todos los casos respecto del resto de los tradicionales. Entre ellos, incluso los de menor nivel mantienen una considerable cuota media, pese a experimentar durante la etapa una sensible proliferación de sus grupos domésticos. Es el caso de los Barrafón, Cabrera, Galicia, Jover y Vera. Su continuidad como casas fuertes está asegurada incluso en épocas posteriores, y tan sólo tres desaparecen de los catastros analizados: los Aymerich, al ser absorbidos por los Orteu, y los Bodón y Perisanz al carecer de descendencia y ceder buena parte de su patrimonio y rentas al principal potentado de la época: el capítulo eclesiástico.
*
*
*
Si fijamos ahora la atención en los apellidos de mayores contribuyentes inmigrantes observamos que también puede establecerse una tipología que los diferencia según su trayectoria: los que no llegan a asentarse; los que pierden su apellido por el matrimonio de su única descendencia femenina con herederos de casas tradicionales; y en tercer lugar aquellos que se convierten en linajes consolidados. Es decir, exceptuados los ocho inmigrantes ocasionales que desaparecen de los catastros sin dejar enlaces matrimoniales conocidos, la mayoría de las nuevas familias inmigrantes cumplen los siguientes rasgos: a) se convierten en linajes persistentes con su mismo apellido o incorporándose a linajes tradicionales; b) los miembros de estos nuevos linajes que no alcanzan la categoría de mayor contribuyente se mantienen entre los significativos, lo que supone un considerable poder económico medio; c) su condición de mayores contribuyentes persiste más allá de la primera mitad del siglo XIX; y d) su nivel de cuota media por contribuyente suele situarse por encima de la de los apellidos tradicionales, lo que resulta más sorprendente dada su reciente incorporación a la ciudad. Es casi obligado interpretar su rápido arraigo económico y social como consecuencia de su mayor dinamismo, de su dedicación a profesiones de mayor renta o de sus mejores estrategias matrimoniales. Condiciones que les facilitarán luego el disfrute del poder, sobre todo a fines del XVIII y durante el reinado de Fernando VII. La
996
mayoría
destaca
en
tanto
que
comerciantes,
ganaderos,
prestamistas
y
arrendatarios de bienes de propios, además de como funcionarios, notarios o abogados. Sus coyunturas más favorables serán la propia crisis finisecular, luego la que protagonizan como asentistas de los ejércitos durante la guerra y la situación general de miseria que les permitió adquirir bienes rústicos y urbanos procedentes de vecinos hipotecados y empobrecidos, así como la mayor parte de los bienes nacionalizados. Cuadro 61 SEGMENTOS DE LINAJES (MC) INMIGRANTES 1730-1832 (cuotas medias por contribuyente en sueldos jaqueses) año
ABSORBIDOS
SIN CONTINUIDAD
mediala (CS) / (MC)
1730
1751
1772
1789
1803
1819
1832
70/128 72/158
94/221
91/330
125/346
282/690
264/611
340
4
239
1.165
174
949
145
136
16
AVANCES, José DUARTE, Jorge
137
111
GAYA, Miguel GORT, Ramón MARÍN, D. Antonio
144
PAUL, José
768
TAMAÑÁN, Bautista
893
TUTOR, Remigio
221
614
294
621
BELLMUNT USTED
37 144
VIÑALS
522
CONSOLIDADOS
BARBER ISACH-SALARRULLANA
451
JORRO
1.147 147
FORASTERO
247
995
FORASTERO
599
2.004
2.798
1.416
527
113
EXENTO
660
1.141
770
633
1.055
825
989
468
1.158
219
455
487
318
3.243
1.085
1.980
2.518
23
57
106
269
265
659
278
126
411
JUNQUERAS MIRALLES
16
MONFORT PORTOLÉS
36
49
ROZAS
La cualidad de contener algún miembro (MC) resaltado en gris
Desde Felipe V hasta Isabel II se mantiene en la cumbre local un pequeño grupo de linajes tradicionales al que se incorpora desde la segunda mitad del Setecientos un nuevo conjunto de linajes inmigrantes capaces de conjugarse con los primeros y de arrebatarles incluso la cabecera del ranquin económico. En ambos grupos, el rasgo social que los distingue mayoritariamente es su calidad de infanzones reconocidos junto al de “exentos” que gozan en razón de sus profesiones. Es decir, su encumbramiento se debe tanto a la sangre como al saber o al dinero. El siguiente gráfico lo evidencia al distinguir claramente el ascenso de quienes se cuentan entre los infanzones o exentos de los que no lo son.
997
Gráfico 26 EVOLUCIÓN DE LA CUOTA PROMEDIO DE LINAJES (MC) (cuota anual por linaje en sueldos jaqueses)
800 700 600 500 400 300 200 100
INFANZONES Y EXENTOS Lineal (INFANZONES Y EXENTOS)
1832
1819
1803
1789
1772
1751
1730
0 ESTADO LLANO Lineal (ESTADO LLANO)
Una vez reconocidos los mayores hacendados tradicionales y los inmigrantes más persistentes es sencillo compararlos con las redes de poder descritas en el epígrafe 6.3.1 de la segunda parte, para darse cuenta de que son los mismos apellidos. Quienes entre los Cabrera, Barrafón, Villanova o Foradada alcanzaron, –ellos y sus redes de parientes-, los cargos de alcalde y de regidores preeminentes, son los mismos linajes que con iguales o nuevos apellidos figuran ahora como mayores contribuyentes. Forman la pequeña oligarquía fragatina. Son el grupo dominante en una sociedad que altera sustancialmente su estructura económica durante la segunda mitad del siglo XVIII y el primer tercio del XIX, pero que enlaza sin solución de continuidad antiguos linajes con hombres nuevos, capaces unos y otros de realizar sin pérdida del poder el tránsito del Antiguo Régimen al Régimen liberal; la transición de la sociedad tradicional a la sociedad burguesa. De este modo comprobamos que unos y otros -mediante su “coligación de parentescos”- son los mismos que ocupan los sillones más significativos en el consistorio. El nuevo poder del dinero se alió con el honor tradicional de la primera y segunda noblezas, –y con sus patrimonios heredados-, para ser aprovechados por sus miembros más relevantes gracias a sus saberes de escribanos, secretarios, notarios, militares, clérigos o abogados, y asentarse de este modo en la ciudad como una pequeña oligarquía rural con ambición de horizontes más amplios. En su seno no se había producido una revolución social y sí en cambio una nueva mentalidad económica apetente del riesgo y el beneficio, frente al tradicional vivir de rentas. Aquellos infanzones tradicionales se habían convertido en hábiles
998
comerciantes y financieros sin perder su calidad de tales. Como decía Jesús Cruz respecto de los notables de Madrid, se había producido “una adaptación y conjunción de las antiguas clases o fracciones de clase dirigentes del Antiguo Régimen y los nuevos individuos o mejor familias que se introdujeron entre aquellas élites”.187 Los linajes recurrieron a la solidaridad familiar, a los lazos de parentesco, en una pequeña sociedad rural donde primaban los conceptos de amistad, confianza, lealtad, patronazgo y clientelismo con la finalidad de mantener el poder, el bloque de poder, aunque las alianzas variaran de componentes y con frecuencia surgieran bandos ferozmente enfrentados. Si acaso, los antiguos monopolios municipales se trocaron en monopolios familiares. Los Cabrera se prolongaban en los Junqueras; los Villanova o los Foradada en los Isach y luego Salarrullana; los Barrafón en los Barber y los Monfort, y los Ibarz, a través de los Galicia, en los Jorro. Cambió el escenario y la vestimenta pero permanecieron los actores. Como diría Josep Fontana, “la visión que los convierte en protagonistas de la lucha por la libertad y el progreso -héroes de una primera etapa de liberación necesaria para conseguir más adelante objetivos más ambiciosos- es una falacia que han inventado ellos mismos”.188
999
NOTAS DEL CAPÍTULO NOVENO. 1
Cuando en 1817 los eclesiásticos don Ignacio Borrás y don Mariano Cabrera (parientes) reclaman el dinero que adelantaron durante la pasada guerra, el ayuntamiento se queja ante el intendente de que “es verdad como dicen en su recurso que no han sido reintegrados en los pagos de contribuciones, como otros, que lo fueron mediante descuento en las que debieron cubrir, que generalmente ha sucedido en una muy pequeña parte con respecto a sus exhorbitantes adelantos; pero lo hubieran sido si lo hubieran pedido y presentado posteriormente a cargarse las contribuciones por sus bienes, que nada tienen que ver con lo eclesiástico, y que poseían entonces y en la actualidad (con título oneroso o lucrativo) y hubiesen acudido a cubrir sus cupos, evitando por este medio gravar al pueblo con las pechas que a ellos correspondían, y que ha muchísimos años no han pagado estos ni otros eclesiásticos, hasta el presente, en que observado este perjuicio, que se ha hecho al común, se les ha impuesto el cargamiento correspondiente, y se ha acordado por el ayuntamiento la restitución o realización de pagos correspondientes por los años que no lo han executado". A.H.F. C.94-6 Órganos de gobierno de 16 de diciembre. 2 En sesión del consistorio de 11 de abril de 1825 se le reclaman los papeles que conserva de las funciones que ha desempeñado durante el Trienio: “depositario de propios, sisador de las carnes de los abastos públicos, y vehedor de las mismas, formador de los cuadernos de industrias y de repartimiento de contribuciones ordinarias y extraordinarias. Es agente de la mayor parte de los arrendatarios de Propios para liquidarles las sociedades que forman algunos de ellos; interviene también en el de algunas cofradías, en otros asuntos de particulares, y por fin, como consecuencia del Real Decreto de S. M. de 8 de enero de 1824, como tal depositario de Propios, le ha cabido la depositaría del ramo de policía de la expresada ciudad, que desempeña”. …“A veces lleva la administración de correos y la de rentas, y es depositario también del derecho de sepulturas. Durante el Trienio, además, ha podido hacer grandes negocios con ser proveedor del hospital militar”. A partir de ahora se le pide que deje de ejercerlos. A.H.F. C.139-1. 3 Nada tiene que ver con este individuo el segmento de linaje unilineal de los Camí fragatinos, tejedores de oficio, desde el bisabuelo Guillermo Camí (CS) en 1730 a los biznietos de la cuarta generación, todos pequeños contribuyentes. Tampoco con un Miguel Camí, también tejedor en esa misma generación, natural del vecino lugar de Soses y casado en Fraga con María Pueyo. 4 Doña Petronila Pallas pertenece a un linaje tradicional fragatino. En 1499 se documenta un Raymundo Pallas, “mercader de Fraga” y en 1503 un Miguel Pallas “arrendador de la acequia”. También en 1573 un Miguel Juan Pallas “notario de Fraga”, casado con Ángela Carnicer, que actúa años después como clavario de la villa y en 1595 ejerce el cargo de justicia. Su hija Hipólita Pallas se casa en Zaragoza con el doctor en derecho Diego Lanaja. En el siglo XVII las actas de concejo se refieren al doctor Juan Luis (o Francisco) Pallas, natural de Bujaraloz y casado con doña Ana Guardiola, viuda del fragatino doctor don Miguel Félix (o Martín) Villanova Moliner, con quien se había casado en 1634. 5 SALLERAS CLARIÓ, J. señala el origen genealógico de los Gracia en Barbastro, con un inicial Gracia de Tolva casado con una fémina Zaporta. Su hijo se casaría con Isabel de Lunel y de éstos nacerían dos hijos: don Juan Francisco Gracia de Tolva Lunel, doctor en derecho por la universidad de Huesca, y don Pedro Gracia de Tolva y Lunel, caballero de la Orden de Santiago, documentado en las cortes de Daroca en 1610 y cónsul en Mallorca en 1619. Del matrimonio de este último con Juana Clara Lasierra nacería Pedro Gracia de Tolva Lasierra, casado con Jerónima del Río y Agustín. 6 No parece guardar relación con este apellido el administrador de rentas Reales que actúa en Fraga en 1810, José Berges, destinado en la ciudad probablemente desde Zaragoza. 7 Esta saga Martínez nada tiene que ver con la familia del inmigrante Manuel Martínez Sáez originario de La Rioja, promotor de la nueva acequia del secano en la segunda mitad del siglo XVIII, con un ciclo vital azaroso en los entresijos del poder municipal y la gestión de los bienes de propios. Tampoco guarda relación con el doctor en medicina don Ignacio Martínez, que desempeña su “conduta” en Fraga en los años treinta del siglo. 8 MORENO NIEVES, J. A. Op. cit. p. 297. 9
El linaje de los Mañes parece en extinción. Su segmento durante la etapa cuenta con tres grupos domésticos en la primera generación, con dos en la segunda y tercera y sólo con uno en la cuarta, cuando Joaquín Mañes Foradada parece remontar ligeramente el declive económico del apellido, aunque sin superar el listón de pequeño contribuyente como sus antecesores. 10 Hasta los censales que poseen los legan divididos a partes iguales. Es el caso de los dos censales que poseen sobre la villa de Ontiñena don José Ibarz y doña Josefa Aymerich y que reparten entre doña Teresa Ibarz Aymerich y doña Josefa Royo ¿Aymerich? 11 José Avances es un comerciante de granos catalán con botiga en Fraga, situado entre los mayores contribuyentes en 1772. Inicialmente maestro de niños, forma sociedad con otros comerciantes catalanes cuando se produce la liberalización del comercio de granos y es reconocido como mercader legal por las autoridades regionales. Cuando en 1770 el gobernador de Fraga don José Monroy les embarga considerables cantidades de trigo que pretenden sacar por Mequinenza hacia Cataluña, José Avances se defiende alegando que “ha recogido unos 200 cahices de trigo de géneros que tenía fiados y llevados a Mequinenza para pasarlos a Cataluña donde tiene su trato y comercio”. Y en otro escrito afirma que “del libro de matrícula de los comerciantes de Fraga, que han presentado sus libros del manifiesto de granos, resulta del folio 9 de él que José Avances, mercader, en conformidad del orden que se publicó en ella en 2 de octubre de 1768, presentó su libro de cobranza de granos y de géneros
1000
fiados de su botiga”. “Que entre año vende en su tienda a los vecinos de Fraga y otros de los pueblos comarcanos, y le pagan en la cosecha en especie de trigo, a los precios corrientes”. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1770. 12 El linaje Valentín es igualmente de los más antiguos en Fraga y aparece emparentado con los Montañana, los Castanesa, los Arbonés y los Barutell durante el siglo XVI y con los Barrafón, Mañes, Valls o Foradada, entre otros, durante el XVII. Una parte del patrimonio familiar de la rama ValentínBarrafón es distribuida entre varios hermanos en 1701 a la muerte del eclesiástico Miguel ValentínMoliner, que ha hecho heredero a su hermano Mauricio, casado en primeras nupcias con Jerónima Millarnau, del vecino lugar de Soses, y en segundas con Jacinta del Pueyo, natural de Barbastro, y que muere sin descendencia. Su patrimonio pasa a su sobrino Miguel Valls Valentín. Otra rama del linaje emparenta durante el siglo XVII con los Soler, los Adonz y los Foradada. El nieto de Gaspar Valentín Foradada, José Valentín, natural de Fraga y domiciliado en Tamarite, solicita en 1744 el reconocimiento de hidalguía que había obtenido su abuelo el 18 de enero de 1678 ante la corte del Justicia de Aragón. A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 1744, f. 281. 13 El Privilegio de Nobleza de don Medardo Cabrera, expedido por el Rey Carlos IV dice: "Por cuanto teniendo consideración a los méritos y servicios de vos D. Medardo Cabrera y al particular de haber asistido como diputado de la ciudad de Fraga al juramento del Príncipe de Asturias mi muy caro y amado hijo, y a las cortes celebradas en el año próximo pasado, por decreto de 12 de Noviembre de 1789 he venido en concederos la gracia y privilegio de nobleza, para vos, vuestros hijos y descendientes, con relevación de todo servicio pecuniario y de la media annata ... y gocéis del referido título de noble, tanto el llevar el escudo y blasón de las Armas de que uséis, como en el goce de todos y cualesquiere privilegios que por mis concesiones o de mis antecesores competen al título de noble... Dado en Aranjuez a 17 de Enero de 1790”. A.H.N. Consejos, legajo 8.965, expediente nº 47. También en A.H.N. Consejos, legajo 37.165, expediente nº 2 del mes de agosto. Igualmente en A.H.F. C.135-1, actas del ayuntamiento de 16 de febrero de 1790, y en A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1791. 14 Don Francisco Colea, además de su oficio de boticario, desempeña durante más de dos décadas diversas funciones públicas: es veedor de las carnes, almutazaf segundo y proveedor del abasto del hielo. La saga de los Colea-Cabrera continúa con su hijo y heredero Joaquín Colea Cabrera también maestro boticario y contribuyente (CS) en la segunda generación, que será administrador de las tabernas y síndico general del ayuntamiento. Casado con Rita Zapater, su hija Romualda Colea Zapater se casará con el abogado don Antonio Sudor Sansón. El resto del apellido Colea forma un segmento de linaje con 16 individuos catastrados desde 1730 a 1832, siendo la totalidad de ellos considerados jornaleros, excepto un tejedor y un hortelano. Su cuota catastral media es escasa al inicio de la etapa y casi mínima al final. 15 La saga de los Curred viene de antiguo en la ciudad pero se estrecha en el siglo XVIII. En la primera generación un Pedro Curred será arrendatario de las tiendas, vendedor de pan y almutazaf segundo. Su hijo Bruno será eclesiástico y hará heredera a su sobrina Inés Casanarra. Probablemente también es hijo suyo Roberto Curred ¿…?, casado con María Colea Cabrera. 16 Don José Junqueras aparece documentado por primera vez en Fraga en el catastro de 1761-1768 y le es reconocida su infanzonía en 1773. Desde entonces, un enorme escudo de armas decorará la fachada de su casa en la plazuela de la calle Arribas, junto a la del Barranco. Es hijo del notario de Alcolea de Cinca Gabriel Junqueras Porquet, casado en 1746 en primeras nupcias con Manuela Alastruey, del vecino lugar de Sena. Nueve años más tarde, la hermana de ésta, doña Isabel Alastruey se casará con el infanzón fragatino don Gregorio Villanova Bardají, con lo que refuerzan su incardinación y parentesco en la ciudad. Del matrimonio de don José Junqueras Alastruey y doña Joaquina Cabrera Cabrera nacerá el primogénito y heredero don Antonio Junqueras Cabrera, que morirá soltero, y tres hijas: doña Isabel, doña Rosa y doña Josefa que se casarán respectivamente con el militar ¿…? De Miguel, el comerciante Camilo Miralles Cabrera y el secretario del consistorio don Simón Galicia Catalán. Del segundo matrimonio del notario don Gabriel con Teresa Modinos, efectuado en 1757, nacerán María Teresa, Gabriel Antonio y Magdalena. Gabriel Antonio continuará como notario en Alcolea y se casará con doña Josefa Isach Villanova, de Fraga, al tiempo que –en matrimonio cruzado- su hermana Magdalena se casa en segundas nupcias con el hermano de aquella, don Joaquín Isach Villanova. De este modo, contribuyen a reforzar desde otra rama la tupida red de parentesco cuyos nudos principales ocuparán los Cabrera, Junqueras, Villanova, Isach, Miralles y Galicia-Catalán. Don José Junqueras Alastruey será síndico procurador en un trienio y regidor en otros dos. Su hijo don Antonio Junqueras permanecerá durante años muy próximo a los primeros sillones del poder: será el primer alcalde constitucional en 1813, regidor segundo durante el Trienio constitucional, síndico procurador en dos ocasiones –antes y luego del Trienio-, para ocupar sillón de regidor más tarde tanto en la segunda etapa absolutista de Fernando VII como en los posteriores consistorios de la etapa liberal. 17 El de los Montull no parece un apellido con tradición de siglos en Fraga, aunque se documenta ya en el siglo XVII emparentado con los Barrafón. Será un segmento de linaje estancado a lo largo de la etapa, -unas 3 L. j. de cuota anual media por individuo-, con numerosos grupos domésticos derivados de las dos ramas con que se inicia el siglo XVIII: la de los Montull-Sansón y la de los Montull-Vera, probablemente primos hermanos. Luego de emparentar con los Cabrera, durante las cuatro generaciones lo hacen directamente con otros apellidos (MC): los Jover en la primera, los Vilar e Ibarz en la tercera y los Berges en la cuarta, por lo que forman parte de una nutrida “coligación de parentescos”. Su condición de labradores hacendados les abre las puertas del poder local. Domingo Montull Vera será alcalde por el Estado Llano durante un trienio y regidor por tres trienios más. Su hijo Leandro Montull Cabrera superará a su padre, siendo alcalde segundo durante seis años, regidor por un
1001
trienio y corregidor interino en 1813, mientras el hermano de éste, el eclesiástico doctor don Domingo Montull Cabrera será prior del capítulo por más de treinta años, siguiendo los pasos de su tío don Bautista Montull, presidente del capítulo a mediados de siglo. Y aún el nieto Pedro Montull Escalona será regidor en el tránsito al régimen liberal, en 1835. De sus veintiocho individuos catastrados, casi todos son considerados labradores, excepto cinco jornaleros y dos pelaires. Algunos fueron arrendatarios del derecho de alfarda, cobradores de la contribución o de la sal por un porcentaje anual, administradores de “la gracia del noveno y excusado” en varios pueblos del arzobispado de Zaragoza e interventores del pósito de granos. Uno de ellos, en la cuarta generación –Domingo Montull Cabrera- es “apoderado económico” de uno de los mayores hacendados de Fraga, residente en Lérida, don José Del Rey. 18 Contamos con datos del apellido Valls de inicios del XVII, con el jurado en 1617 Bartolomé Valls, el eclesiástico mosen Mateo Valls en 1628, de otro José Valls jurado en 1652 y casado con Petronila Doménech y aún otro José Valls Box también jurado en 1676 y casado con Felipa Labrador. Además de éstos, la saga que con mayor continuidad atraviesa el siglo XVII es la de otro José Valls documentado en su primer tercio y casado con Sabina Valentín. Su hijo José Francisco Valls Valentín se casa con María Valentín Barrafón y le vemos en varios años de su segunda mitad desempeñando el puesto de jurado del concejo hasta que parece trasladarse a Zaragoza antes de 1722 con su mujer y sus hijos Miguel y María. Miguel se casará con doña Teresa Aymerich y la hija de ambos, Antonia Valls Aymerich con el doctor Bernardo Zaporta, de los que nacerá Miguel Zaporta Valls. Pero existe otra corta saga que permanece en Fraga y que incluye también a una “doña Teresa Aymerich” que puede ser o no la misma que la anteriormente nombrada, casada con Miguel Valls Cabrera, documentado en varias ocasiones durante el siglo XVIII, cumpliendo distintas funciones administrativas del ayuntamiento. De su matrimonio nacerá Miguel Valls Aymerich, considerado labrador y ganadero, y ocupando el puesto de regidor en el trienio 1769-1773. Igualmente se documenta un Miguel Cabrera Valls en el período 1751-1786, lo que supone matrimonios cruzados entre ambas familias, con intercambio de dotes y reagrupamiento de patrimonios. 19 Doña Josefa Isach Villanova se había casado en primeras nupcias con el notario de Alcolea Gabriel Junqueras Modinos y, a la muerte de su segundo marido, Jover, volverá a casarse en terceras nupcias con el joven doctor en leyes don Guillermo Foradada Usted. 20 COSTA FLORENCIA, J. Op. cit. pp. 194-195 ofrece algún dato sobre la actuación de don Ambrosio Jover durante su mandato como alcalde entre 1846 y 1849. 21 En 1830 la Audiencia informa de Ambrosio Jover Isach, en su pretensión de la plaza de procurador del número de los juzgados de Fraga, que tiene la edad competente y el ayuntamiento abona su conducta moral y política, por la que ha merecido ser nombrado para obtener el cargo de síndico procurador general. Que se ha dedicado por algunos años a la práctica de procurador causídico y ha desempeñado cuantos asuntos se le han confiado con exactitud y pureza. 22 LABARA BALLESTAR, Valeriano. Els Barrafón de Fraga. I.E.B.C., 1994. 23
A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.691-3, 1ª pieza. “Relación de los méritos, títulos y ejercicios literarios del doctor don Antonio Barrafón Fox”. 24 A.H.P.Z. Infanzonías, C.359/A-4. 25
Aunque se documenta algún individuo Barber en períodos anteriores, no parece guardar relación con esta saga, iniciada en Fraga con don Juan José Barber y Coll, hijo de don Lorenzo Barber Lax y doña Teresa Coll, procedente de Monzón, donde ya ha sido alcalde. Don Juan José es considerado por la Audiencia en su informe de 1768 como “caballero hijodalgo”, y señala que posee en sociedad con su suegra un patrimonio tan pingüe que asciende a más de veinte mil y quinientos pesos, que ha sido guardia de Corps en Madrid y ahora teniente de caballería. Por su parte, Barber redactaba ese mismo año un memorial en el que además de su calidad de noble y teniente de caballería afirmaba que había aportado a su matrimonio con doña Francisca Viñals seiscientos doblones en dinero, distintas alhajas de oro y una gran porción de plata labrada, además de mil pesos que por bienes paternos y maternos se le mandaron en su capitulación matrimonial. Señalaba también que a su mujer se le mandaron nueve mil libras jaquesas pagaderas en bienes sitios, muebles y dinero. Reconocía vivir en consorcio con su suegra, quien tenía en comunión todos los bienes con el cargo de manutención del suplicante, su mujer y familia. Pese a la oposición inicial del ayuntamiento en su calidad de forastero, fue alcalde primero por un trienio y regidor decano durante otro. Su hijo don Juan Francisco Barber Viñals, se documenta durante la mayor parte de su ciclo vital en Zaragoza donde es regidor perpetuo, manteniendo arrendados sus bienes de Fraga. Cuando luego vuelve a residir en la ciudad, donde ha construido una nueva venta en la carretera nacional, será por un año síndico procurador del ayuntamiento, amén de otros años tesorero de la junta de propios. El nieto, don Andrés Barber y Peralta será miliciano nacional de caballería y alcalde durante la década moderada de Isabel II, cuando debe dirimir el pleito entre labradores y ganaderos por el derecho de pasto en las masadas de particulares. Al casarse con Eugenia Miralles Junqueras emparenta con una de las dos redes de linajes más importantes entre los (MC) del momento. 26 El segmento de linaje de los Viñals en Fraga es muy corto: tan sólo permanece durante las dos primeras generaciones del siglo. Se inicia con Pedro Juan Viñals y concluye con sus dos hijas Francisca y Raimunda. Viñals procedía de Barcelona, donde había sido “mancebo platero”. 27 Doña Josefa era hija del administrador de correos Francisco Sudor Jordán, muerto en 1711 y de Leonor Satorres, que le sobrevivió hasta 1756. 28 La saga que inicia el mercader Lorenzo Usted concluye tempranamente con su hija María Usted y Sudor, casada con Francisco Foradada Antúnez, linaje del que luego se hablará.
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Los individuos iniciales de esta saga forman un sólido patrimonio mediante el arriendo del mesón público, la venta de Buarz, el puente en varios trienios, el abasto del hielo, las carnicerías, el almudí con la novenera, etc. Gracias a esta saga, el patrimonio conjunto de todos los individuos Sudor en la etapa manifiesta una tendencia creciente, pasando su cuota catastral media de las 3,2 L. j. a las 6,45 libras. El abogado don Antonio Sudor Sansón tuvo una continuada presencia en el gobierno local, comenzando como diputado del común, continuando durante diez años como procurador síndico y siendo regidor decano y alcalde por un año. 30 A.H.F. C.1079-22 y C.1079-23. 31 32
A. H.F. C.137-1 Acta del ayuntamiento de 5 de julio de 1808.
En un informe de la Audiencia de Zaragoza al Rey en 1819 sobre los candidatos propuestos para el nuevo ayuntamiento, y en contra de quienes lo tachan de afrancesado durante la guerra por haber ocupado el cargo de alcalde mayor en sustitución de su padre difunto, se dice de Don Domingo Mª Barrafón lo siguiente: “Don Domingo Mª Barrafón es un abogado, un infanzón y uno de los hacendados de más arraigo de Fraga. Y si bien es cierto que como tal letrado obtuvo en el tiempo de la dominación enemiga nombramiento de teniente alcalde mayor, callan que fue de acuerdo e inteligencia con nuestros jefes militares de Cataluña, por convenir así al acierto de sus operaciones, hasta que el temor de ser descubierto le obligó a marcharse al ejército, dejando abandonada su casa y patrimonio al furor de los franceses”. Y así quedó constancia por la sentencia que se dio en juicio de 19 de octubre de 1816, por la que se le absolvía de los cargos de afrancesado. A.H.N. Consejos, legajo 17.018. 33 Vera decía en su memorial “que sirve a V.M. desde la primera conmoción de Cataluña, impidiendo las entradas de los enemigos en las fronteras de Aragón y defensa de Fraga, en las ocasiones que la sitiaron. Socorrió diversas veces con ganado al castillo de Mequinenza cuando estaba sitiado. Los enemigos le fulminaron por eso proceso y sentencia de muerte. Le saquearon además su casa y masía, llevándose más de 600 cabezas de ganado lanar, todos los granos, mulas de labor, yeguas y caballos, por un valor que supera los 5 mil reales de a ocho, arruinando y quemando la masía sin dejar en ella más que los vestigios. En el momento de la capitulación, se amotinaron los vecinos de los lugares comarcanos y le quitaron sus armas, caballo, equipaje y ropa. Dice que luego continuó la campaña hasta el asedio y toma de Lérida”. Se le dan 50 doblones para que compre un caballo y siga la campaña. 34 En un pleito de 1860 se indica que “D. Pablo Vera Roca figura en el repartimiento de la contribución territorial de ese año con el líquido imponible de 30.842 r. v. Que es reputado dentro y fuera de Fraga como persona de grande capital en fincas de valor y en dinero prestado, por cuya razón, el concepto público le atribuye la renta anual de siete mil o más duros, al decir de algunos, sin que se sepa que haya contra sí obligación o créditos de ninguna especie.” Un testigo dice que “la casa de D. Pablo Vera cuenta con multitud de fincas rústicas y urbanas en la ciudad y sus términos y aún en los pueblos comarcanos, muchas de ellas de gran valor.” Otros testigos manifiestan que “la voz pública en Fraga y fuera de ella reconoce en favor de la casa de D. Pablo infinidad de créditos de todas entidades, asegurados con las correspondientes escrituras de obligación, y además otros muchos abandonados a la buena fe de los deudores por no tener documentos de ninguna clase.” A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.5500-6. 35 El linaje de los Jorro se inicia en Fraga con Isidro Jorro, contribuyente significativo en 1772. Está casado con Agustina Prous, probable hija del comerciante leridano Antonio Prous, frecuente arrendatario de diezmos en compañía con los Cortadellas. Sus hijos y nieto serán adalides de la causa liberal, tanto durante la guerra de Independencia como durante el Trienio y posterior triunfo de la revolución. Miguel conseguirá durante su dilatado ciclo vital un sinfín de propiedades rústicas y urbanas, la mayor parte de ellas durante la guerra de la Independencia, por compra a vecinos en apuros o como contraprestación de préstamos impagados. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.2660-7, 2ª pieza. Muchos años después, en 1856, difunto ya Miguel, el Estado embarga los bienes de su herencia a su hijo Jaime Jorro y Carbonell por haber falsificado su padre varios “recibos de suministros” al ejército, cobrados por él en 1841 en Zaragoza. A.H.P.Z. Real Acuerdo, Caja "Fraga" 1839-1858. 36 En 1818 se indica que “En esta ciudad hay dos escribanías del Juzgado, a saber: Jaime Jorro y Prous, que lo es también de número y ayuntamiento, y Simón Galicia Catalán, que tiene también la notaría de reinos, con la obligación de formar un solo protocolo con su padre Juan Antonio, disfrutando cada uno de ellos por el servicio de sus plazas del Juzgado, la renta de 100 s. j. contra el fondo de propios, por dotación del Real y Supremo Consejo, no existiendo en ella más que estos tres..." A.H.F. C.95-5 Órganos de Gobierno de 25 de junio. 37 Es un mediano patrimonio de bienes sitios y semovientes: alcanza casi las cinco hectáreas de regadío en diferentes fincas y mantiene la masada de 15 hectáreas en el secano, además de poseer cuatro casas en el núcleo urbano y un rebaño de 400 ovejas de cría. 38 Su madre doña Manuela Catalán Navarro es descendiente en la sexta generación de un Juan Catalán, hidalgo natural del lugar de Ansó. Su abuelo Pedro Catalán Bruna vino a Fraga a ejercer como médico, donde casó a su hijo Urbano Catalán Herbera con la fragatina doña Manuela Navarro. A.H.N. Consejos, legajo 37.386, expediente nº 4 del mes de octubre. 39 Cuando en 1802 Martí se queja de pérdidas en su arriendo, el regidor decano llega a acusarle de que “este hombre todos los bienes que tiene los ha ganado en los arriendos; que en el carnero, gana; en la Venta (de Buarz) es porcionista; tiene el aguardiente, el vino blanco y tocino salado; ¡Yo no hallo ningún medio sino que el Rey, del Fondo de Propios, que le dé cuatro mil duros; así no tendrá perjuicio él ni el pueblo! El procurador de Martí ante la Audiencia, en cambio, afirmaba: "algunos regidores se han propuesto por emulación aniquilarle sin más causa que la de haberse dedicado mi parte al comercio de
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ganados y lanas, conduciéndolas con su recua, y haber tenido la fortuna de conseguir algunas utilidades con que ha adelantado su casa y patrimonio algún tanto; y esto que los hombres de probidad y buen corazón lo miran con satisfacción, tiene exasperados a algunos de estos vocales, como bastante lo indican en la resistencia y repugnancia a obedecer lo mandado por V.E. En esta atención y la de que a mi parte seguramente le están arruinando con esta inobediencia, porque se le estrecha a vender el aceite al precio contra todo, y hay regidor y vecinos que sacan de la tienda diariamente más porción que la que gastarán en un mes”. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo. 40 Isidro Martí Casas reclama judicialmente en 1814 en la Audiencia la comisión que le deben desde el año 1812 los pueblos de Torrente, Velilla, Ballobar, Chalamera, Ontiñena, Alcolea, Albalate, Belver y Almudáfar, todos contribuyentes al punto de Fraga en las raciones al ejército francés. Martí arrendó dicho suministro por tres meses, desde julio a septiembre de 1812 al precio de 47 mrs. de vellón por cada ración ordinaria. Dice que sólo le ha pagado hasta ahora el pueblo de Velilla. La Real Audiencia determina que se le pague en el término de quince días, o que argumenten las razones que tengan para no pagar. El ayuntamiento de Alcolea responde que su representante no tenía comisión para concertar el arriendo. Y que, además, el titulado "factor" de las tropas era el hijo de Isidro Martí, que se entendía con los comandantes franceses para determinar cupos excesivos y apremiaba a los representantes de los pueblos e incluso los ponía en prisión si no los aceptaban. Y añaden "Así es que apuro (sic) de obligaciones que hacía otorgar a los pueblos y exigía su cumplimiento con el rigor de los apremios, ha reunido inmensos caudales, siendo la perdición de los lugares de la Ribera del Cinca, quienes han estado en el entender con bastante fundamento, de que entre los comandantes, Martí el padre, y el factor, su hijo, había una composición secreta en los detalles, exacciones y otorgamiento de obligaciones que les hacían otorgar con el terror y prisiones". Martí replica a este escrito diciendo que muchos de los pueblos ya le han pagado y a otros les ha concedido un plazo de prórroga para hacerlo. Que es una calumnia lo que se dice de su hijo, y que lejos de enriquecerse con los arriendos de suministros, "por razones de ellos en el día tiene el fallo de 900 escudos en deudas". Y que si es rico lo es "porque tiene los productos de uno de los mayores patrimonios, y los del tráfico que maneja". El Real Acuerdo determina que Martí use de su derecho en justicia, y cuando éste presenta demanda judicial, se le deniega por defecto de forma. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4506-12. 41 En 1821 el ayuntamiento tenía encargado a Isidro Martí el pago de la contribución, sal y bulas en Zaragoza. Por encargarse de la reducción de la moneda de cobre y del giro del dinero, Martí cobraba el tres por ciento en la reducción y un uno y medio por ciento en el pago en moneda de plata y oro. El interés lo pagaba el ayuntamiento por no tener que pagar estas cantidades hasta que era reclamado por Zaragoza, mientras Martí lo adelantaba. En 1832 propone ocuparse del cobro Camilo Miralles, pero quiere más interés por adelantar el dinero. El ayuntamiento prefiere mantener el acuerdo más ventajoso con Martí. A.H.F. C.128-2 Acta de ayuntamiento de 23 de febrero. 42 En 1811, Isidro Martí Casas eleva un recurso a la Contaduría General del Reino en solicitud de que se suspenda toda gestión y atropello contra el mismo hasta que se liquiden las cuentas de sus arriendos y suministros. Martí señala “que tiene arrendadas varias fincas de propios de dicha ciudad y que por ellas debe algunas cantidades al mismo fondo, que no ha pagado porque la ciudad le debe varias porciones de carnes que por su cuenta y de su orden ha suministrado a las tropas imperiales, y en el anterior gobierno a las españolas”. Se queja de que “D. Vicente Monfort, primer individuo de la Municipalidad, y que como tal exerce las funciones de Corregidor, (que no le corresponden porque el corregidor es Rubio) atropella con este carácter al exponente haciéndole embargos de sus bienes y cuantas amenazas y extorsiones le ocurren, naciendo todo de una enemiga declarada contra el exponente y su familia”. A.H.F. C.138-1 Actas del ayuntamiento. 43 Más tarde, en 1665, se documentan unas casas “que fueron de Pedro Del Rey, alias “Mora”, y que a su muerte pasaron a Úrsula Pujasol, mujer de Esteban Siraña. 44 LLADONOSA, José. Història de la ciutat de Lleida. Barcelona, 1980, p. 292. 45
Doña Juana María Duato era hija de don Francisco Duato, del lugar de Chalamera, y de doña Isabel ¿Molsuey?. Pretendían casar a su hija menor doña María Teresa (o doña Josefa en otra fuente) con el hermano de don Pedro de Gracia, -don José- con el fin de reforzar el parentesco; matrimonio que no llegó a celebrarse. 46 De 1750 es una escritura de compraventa de una masada en la que se documentan el matrimonio Sebastián Vidal y Josefa Del Rey, en la capitulación matrimonial de su hija Antonia Vidal Del Rey que contrae matrimonio con Tomás Larroya Pascual, sin que podamos suponer parentesco con el linaje que comentamos. 47 En 1781 don Joaquín Monfort, comerciante y vecino de Fraga, arrendatario desde 1778 de los diezmos pertenecientes al Obispado de Lérida, denuncia y embarga los bienes de don Joaquín Abió, infanzón de Candasnos, arrendatario a su vez de los bienes de la casa de don Juan Ramón Del Rey, vecino de Lérida y que trabajaba a medias Pedro Castán. La casa de don Juan Ramón Del Rey es la casa elegida para el excusado, y al morir Castán, Abió se quedó con todos los frutos correspondientes a aquel por deudas con el último. Monfort alega que siempre se ha hecho de manera que el recolector del excusado percibe los diezmos sólo de la parte que toca al dueño de la casa dezmera, mientras que los frutos de los "terrajeros a medias" diezman al diezmador universal de Fraga y sus términos. Aporta para ello el testimonio de don Miguel Aymerich, que anteriormente fue elegido como casa dezmera para el excusado y que afirma
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haberlo hecho siempre así. También reclama Monfort la parte del diezmo correspondiente de los ganados que don Juan Ramón Del Rey tiene en el término de Fraga como forastero herbajante, y no como vecino. A.H.N. Consejos, legajo 34.347, expediente nº 38, 2ª pieza. 48 En 1860 don José Burballa legitima una masada que antes fue de la familia de don Francisco Del Rey, en una gran finca reducida ahora a regadío. La masada la compraron José Burballa y María Gallinad, cónyuges, en 1854 a don Ramón Quer y doña Antonia Vidal, cónyuges vecinos de Zaragoza, entre otras fincas, por un precio conjunto de 90.000 reales de vellón. A.H.F. C.296-7. 49 De Fco. Félix Bodón Millán consta que sigue la profesión familiar, su boda con doña Manuela Enríquez, de la que tuvo al menos cinco hijos, su participación como jurado, consejero y procurador astricto y de pobres, y finalmente como regente la escribanía del juzgado en 1699 y 1700. Lejos de Fraga, al parecer intentó más tarde sin éxito ejercer la notaría en Castilla. Mayor constancia ha quedado de su hermano Tomás Bodón Millán, además de por su ejercicio de la notaría, por haber estado insaculado en la bolsa de notarios para los oficios del Reino en 1686 y por su desempeño de cargos municipales: actúa como secretario del concejo en 1695 y como jurado en 1695, 1698 y 1705. También como padre de huérfanos, procurador astricto y contador . 50
El primer Maicas del que tenemos noticia es don Nicolás Maicas, que actúa como alférez de infantería durante la guerra de Cataluña “consumiendo en ello su hacienda”. Durante veinte años fue ayudante del gobernador en Fraga. En 1668 mantuvo una disputa con el concejo municipal por albergar en su casa a algunos transeúntes, como mesonero, oficio que no podía desempeñar en su calidad de noble. Su respuesta a los jurados, que se lo recriminaban, no podía ser más altanera: “no tenía que dar explicaciones a nadie”. En 1677 pedía para uno de sus dos hijos “caballeros” la escribanía del juzgado. Casado con una Salazar, había fallecido antes de fin de siglo. En 1685 aparecía en el libro de alfarda como poseedor de 38,5 fanegas de regadío. De su descendencia, conocemos con seguridad al menos a sus dos hijos: don José y don Francisco. La documentación aporta también el nombre de un Gaspar Maicas, residente en Fraga en 1696 como presbítero de la iglesia parroquial, y que podría ser hermano de los anteriores. Don Francisco Maicas y Salazar aparece ya en la alfarda de 1685 con 24 fanegas de regadío a su nombre, que habrá incrementado hasta las 126 fanegas trece años más tarde. Don Francisco desempeñó durante este período el cargo de justicia por siete años, hasta el fin del concejo insaculatorio en 1710. El ejercicio de su autoridad no sería siempre pacífico, puesto que en 1705 una de las familias de mayor raigambre, los Foradada, están enfrentados a él por no quererles “impartir justicia”. Al año siguiente una última referencia señala la carta que envía a la Corte en agradecimiento del trigo y dinero remitido por la Reina. En 1715, el libro de la alfarda recoge ya al “pupilo de don Francisco”, que no puede ser otro que su hijo don Guillermo Maicas, y que cuenta con las 126 fanegas de regadío distribuidas en siete parcelas. De don Guillermo sabemos que actúa como regidor segundo del ayuntamiento entre 1720 y 1723, y que representa los intereses de la ciudad como su procurador en Madrid al año siguiente. Su pista se pierde ese año y no se le incluirá como propietario en el primer catastro realizado en Fraga. Don Guillermo tuvo dos hermanas: doña María y doña Agustina. Doña María casó con el notario don Pedro Bodón Villanova, y doña Agustina será heredera del vínculo creado por su padre. (El vínculo constaba de 23 fanegas de huerta en Jiraba, 36 fanegas en La Font, tres en Cantallops y una casa en la plaza de Lérida). Se casó con un labrador, Guillermo Lax, que sólo aparece como propietario a partir del catastro de 1751, con 33 fanegas de regadío y 50 cahíces de secano, dos caballerías mayores y tres casas. Su hacienda está gravada fuertemente con 158 libras de capital censal. Mientras tanto, los bienes de los Maicas figuran en los catastros de 1739 y 1751 como pertenecientes todavía a “los herederos de don Francisco”, sin especificar personas, pero con un patrimonio que los sitúa todavía entre los mayores contribuyentes de la ciudad. Sin embargo, la extensión de sus fincas ha descendido a la mitad de sus posesiones de principios de siglo y no sobrepasan en estos años las 67 fanegas de regadío. Poseen tres casas en la calle Mayor y Plaza de Lérida, una de las cuales pretenden arrendar al ayuntamiento por 50 libras anuales. Su riqueza catastral asciende a 2.562 libras jaquesas, entre las cuales, además de las fincas y las tres casas se incluyen los capitales de numerosos censales cargados sobre particulares (430 libras), que pagan pensiones por fincas o préstamos en efectivo. También la propia hacienda de los herederos Maicas está gravada con 120 libras de capital censal. 51 Por el testamento de Manuela Peyruza de 1697 y el de Jerónimo de Funes, menor, de 1700 conocemos que del matrimonio de Jerónimo de Funes e Isabel de Luna sobreviven sus hijos: Francisco, domiciliado en Zaragoza; Jerónimo, heredero de su padre; y el licenciado presbítero José, rector de Torruella. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4643-2. 52 Como buen escribano, don Miguel ataba con fuerza los hilos contractuales con sus arrendatarios. En esta ocasión obligaba a Borrás mediante una escritura adicional de comanda por un importe de 118 cahíces de trigo, aunque le garantizaba no usar de ella si satisfacía puntualmente el precio del arriendo. 53 La plaza había sido ganada por el abuelo Pedro Bodón “por servicio pecuniario que hizo al rey Carlos II”. El Rey se la había concedido “por dos vidas”. Ahora, agotada la concesión familiar, don Antonio se presentaba como uno de los pretendientes y aportaba como méritos las trayectorias de sus antepasados: alegaba que su padre “fue sargento mayor, y que por haber servido al rey Felipe V le fue saqueada por tres veces su casa, y él llevado a Barcelona, donde estuvo preso durante 11 meses, hasta que fue liberado por el Duque de Orleans. Y que en otra ocasión por las mismas causas estuvo en Lérida dos meses preso y que le fue preciso a su mujer e hijos abandonar su casa y hacienda”. Frente a él está otro pretendiente, Pedro Mallor, que lleva sirviendo ya la escribanía interinamente desde hace diez años, por imposibilidad de su propietario, don Miguel. Finalmente, el Real Acuerdo de la Audiencia valora los méritos de todos los candidatos y el 2 de octubre de 1749 decide que
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siga en la escribanía Pedro Mallor, puesto que, aunque en Zaragoza se tiene por cierto lo que afirma Bodón y se le reconoce “cuantas circunstancias se requieren para servir este oficio, parece también que por lo mismo que su persona se halla tan condecorada, no le da proporción para servir por sí la referida escribanía”. 54 En 1645 se documenta un Don Juan Gaspar de Perisanz como secretario del arzobispo de Zaragoza Don Frai Ivan Cebrián. Perisanz escribe el 15 de julio de ese año una carta a varias iglesias del arzobispado dando potestad (u orden) para que los eclesiásticos de la diócesis contribuyan a los gastos de la guerra (dels Segadors) como los demás ciudadanos, puesto que las ciudades y villas –incluida Zaragoza- están arruinadas tanto “por las invasiones y hostilidades que nuestros enemigos los Franceses y los Catalanes han hecho... como por los suministros y alojamientos de nuestras tropas... “. Se emite esta orden mientras llega la licencia solicitada al Papa. B.U.Z. Libros Antiguos, g-75-14(5). 55 Su casa era el antiguo “palacio” de los Agustín, situado en la calle denominada luego “de la Cárcel” y donde con mayor probabilidad que en cualquier otro lugar debió pintar Velázquez sus famosos cuadros. 56 Posiblemente es hermana de Isabel Lunel, de Barbastro, casada en aquella ciudad con Pedro Gracia de Tolva y Zaporta. Luego Jaime Juan “Gilbert” Carvi se casó en segundas nupcias con Catalina del Bayle y en terceras nupcias con Isabel de Gracia, reforzando el parentesco con los Gracia de Tolva. 57 Años después, en 1678, vendía al concejo municipal la venta situada en el camino Real a Zaragoza, conocida como Venta de Buarz (heredada de los Agustín). Era el resultado final de un desacuerdo entre don Francisco y el concejo, que pretendía sujetarle a la jurisdicción de la villa y prohibirle la actividad de mesonero. Perisanz alegó durante años su condición de noble para eludir el monopolio municipal de hospedaje. Al final desistió de su empeño y vendió “los derechos de mesón” al concejo en Alfajarín. Luego vino el traspaso de propiedad del propio edificio para incluirse entre los bienes de propios del concejo fragatino. 58 El bonavero consistía en una heredad llamada la Torreta, con un huerto a ella anejo, en la partida del Molino Alto, de 30 fanegas (situada junto a un cerrado de la demandante); una heredad en la partida de Cantalobos, entre la acequia mayor y la de Cantallops; una heredad en la partida de La Font, de 40 fanegas; una heredad en Camino del Molino Bajo de 12 fanegas; una heredad en la partida de Jiraba de 33 fanegas; una heredad llamada la Rinconada, de 36 fanegas; y un huerto cerrado en el Camino del Molino Alto de tres fanegas (confrontante con otro huerto de don José Sisón). El juicio, sin embargo, quedaría finalmente “sobreseído por no haberse dado la fianza ni posesión, y sentenciado en lite pendente y fenecido por separación” de la parte demandante. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.254-7. 59 Dos años más tarde, en 1763 don Juan José Altés conocerá las iras de algunos fragatinos poderosos que no quieren “impartir justicia” cuando reclama unas casas en la calle Mayor, que fueron de doña Francisca Soler y luego de la capellanía, por no percibir desde muchos años atrás el treudo a que se sujetaron cuando se vendieron al boticario Juan Gación en 1668. El presbítero tendrá que acudir a exigir sus derechos ante el tribunal de la Audiencia en Zaragoza, porque tampoco ahora hay quien le defienda en Fraga. 60 Deben entregar al capellán, además, cuatro fanegas de judías blancas, una arroba de cáñamo esgramado y limpio y una arroba de higos blancos, dos cargas de uvas a elegir por el arrendador y además seis cántaros de mosto. El otorgante ha de poder entrar y salir en la torre siempre y cuando le parezca, pudiendo coger los frutos y hortalizas que en ella hubiere, aunque tan sólo los necesarios para comer los días que estuviese en dicha torre. Los arrendatarios deben hacer las limpias de la acequia y brazales y plantar cada año dos docenas de árboles frutales y todos los árboles morerales que el otorgante les entregue. No pueden extraer el estiércol producido en la torre y deben plantar de viña todas las parcelas que se titulan por tal. El último año del arriendo deben dejar la mitad de las tierras libres. 61 A.H.F. C.124 folio 177 r. También en A.H.F. C.2-2 donde se indica que “poseía un privilegio de caballería, firmado por S. M. sellado y refrendado del acto de caballería, y que fue armado de las dos Castillas, y títulos de familiatura del padre y del abuelo, firmados, sellados y despachados por los inquisidores de la Inquisición de Aragón. Tal privilegio fue exhibido en un proceso llevado a cabo en Fraga, el día 11 de agosto de 1660”. 62 Mosen Miguel “Merich” posee según la alfarda de 1715 no menos de cinco parcelas de regadío con un total de siete hectáreas. A.H.F. C.960-1. Entre los componentes del capítulo eclesiástico de 1725 se nombran nada menos que a tres individuos Aymerich: su presidente, el licenciado don Miguel Aymerich, el vicario de San Miguel, don José Aymerich, y el beneficiado don Agustín Aymerich. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.311-6, 7ª pieza. 63 A.H.F. C.1245-33. 64
Impuesto del maravedí de 1397 y de 1451, y fogueación de 1495. Todavía hoy se mantiene como nombre genérico del linaje el de “Ca Merich”. En el 2º folio del libro de administración de la villa de 1718 se indica que don José “Merich”, racionero y párroco de San Pedro, es el mismo que don José Aymerich, racionero. A.H.F. C.1059-1. 65 Debió ser este Policarpo “Merich” quien ejerció de justicia en 1659-1660 y 1681-1682, así como jurado en los años 1680 y 1684, año en que fallece cuando es síndico de la villa en la Junta de Brazos de las Cortes del Reino. Su hijo homónimo será jurado en los años 1697, 1700 y 1708. 66 Don Nicolás Aymerich es administrador de panes desde 1723 a 1729 y regidor cuarto entre 1727 y 1733.
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En 1757, siendo regidor decano, advierte en sesión del consistorio que en los despachos de S. M. relativos a sus nombramientos “no se dice ni pone DON, lo que jamás había sucedido”. A.H.F. C.131-2 acta de ayuntamiento de 9 de julio. En 1767 se produce una fuerte discusión en el consistorio a propósito de la pretensión de Miguel Aymerich de ser considerado infanzón. Finalmente en sesión del primero de febrero de 1768 el ayuntamiento acuerda oponerse legalmente a ello. 68 En 1765, siendo regidor decano, Miguel corta con unas tijeras en la plaza de San Pedro, públicamente, el “don”" de la boleta del reparto de la sal, perteneciente a la viuda de don Félix Villanova, -doña Rosa Royo Aymerich, su pariente- y a su hijo don Juan Antonio Villanova. El Real Acuerdo obliga a Aymerich a retractarse públicamente de lo que hizo y a pagar una multa de ocho escudos. A.H.P.Z. C.359/A-10. Infanzonías de Matías Villanova. 69 El 10 de enero de 1769 comparece ante el consistorio el escribano Gaspar Busón para presentar la ejecutoria de infanzonía a favor de los antepasados de don Miguel, que debe aprovechar a él y a sus hijos, “y que en su consecuencia han sido y son infanzones de sangre y naturaleza. Y que como tales deben gozar y se les deben observar y guardar las exemptiones y honores, privilegios y libertades de que gozan los demás hidalgos de naturaleza de este Reyno”. A.H.F. C.132-2. Actas del ayuntamiento. 70 A.H.F. C.268-1 nota del folio 78 del “Libro Lucero”. 71 72
A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.691-3, 3 piezas.
Dña. Ana Beyán Escudero es hija de don Joaquín Beyán, de Tamarite y de doña Francisca Escudero. También sobrina del arcediano de la iglesia metropolitana, Dr. D. Francisco Beyán. En las capitulaciones matrimoniales de don Miguel y doña Ana los padres del contrayente le hacen heredero universal y quedan como usufructuarios del patrimonio, reservándose 1.000 libras para ellos y 2.000 L. para distribuirlas entre sus hijos don Agustín y don Francisco. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.1066-4. 73 En 1792 pretende que el Consejo de Castilla retenga las gracias expedidas por la Cámara a favor de Leandro Montull y otros, para servir los oficios de alcaldes y regidores de la ciudad. A.H.N. Consejos, Libros de matrícula de los expedientes de Oficio y Gobierno, legajo 37.351, año 1792, Octubre nº 59. También en legajo 37.365, Año 1795, Mayo nº 4. 74 Lo primero en A.H.N. Consejos, legajo 37.388 Abril nº 7, expediente iniciado en 1780. Lo segundo en A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.1865-12, 1ª pieza. 75 A.H.P.Z. Inventario de Libros varios, C.19. Libro de resoluciones en los expedientes del Real Acuerdo de 1811. 76 El matrimonio podría haberse concertado a propósito de sus relaciones de parentesco con el obispo de Vic o bien por el contacto comercial que existió entre su padre don Miguel y la compañía de los Cortadellas en Manresa o Calaf, documentada al menos en 1802. 77 Doña Francisca Aymerich, esposa de don Jacinto Orteu Altemir, presenta un poder de su esposo, fechado en la ciudad de Nimes en Francia de 17 de octubre de 1845, y ésta a su vez establece como procurador suyo a don Cristóbal Calvera y Rubira, comerciante y propietario de Fraga, "para que gestione y practique cuantas diligencias fueren convenientes para que se me entreguen los bienes de mi absoluto dominio que secuestrados se hallan por este juzgado desde 1836 e incorporados a los Bienes nacionales. Y que cuando los haya recuperado, los pueda administrar, ya arrendándolos, ya poniéndolos todos a medias o del modo que tuviere por conveniente, admitiendo o desechando colonos o inquilinos”. A.H.F. C.1244-1 Protocolo Notarial de Bruno Galicia Catalán. 78 Por el padrón de 1857 conocemos como hijos suyos a don Mariano, nacido en 1819 y casado con doña Dolores Llauder (con tres hijos –Manuel, Luis y Fernando- de uno, tres y cinco años de edad); también al nacido en 1826 don Agustín, ya casado, a don Miguel nacido en 1829 y finalmente don Manuel, nacido en 1831, ambos solteros en dicho padrón. 79 En 1700 don Pedro dice que “las casas de su habitación están sitas en la calle que sale de la Plazuela Nueva a las Arribas y confrontan con casas de Tomás Gargallo, casas de los otorgantes, José Baquer, horno de José Polo y tres calles públicas. 80 Don José Foradada Valentín es hijo de Francisco Foradada y Magdalena Valentín, documentados sus capítulos matrimoniales en 20 de mayo de 1642. Información cedida por Ramón Espinosa. 81 En 1823 don Francisco debe por contribuciones 663 almudes y dos cuartas de trigo, de la contribución que se repartió en 26 de diciembre y 1.327 reales. Reside la mayor parte del tiempo fuera de la ciudad, y el ayuntamiento acuerda embargarle el ganado y caballerías que se le ocupen para venderlas “breve y sumariamente hasta el total cubrimiento” de la deuda. A.H.F. C.128-2 acta de ayuntamiento de 9 de marzo. 82 En 1846 don Modesto Matías Foradada Isach cobra pensiones anuales de 13 casas en diferentes calles de Fraga, unas de su propiedad y otras hipotecadas por sus dueños al vender los censos a Foradada, por los que cobra anualmente en conjunto 452 r. 30 mrs. v. También por 4 parcelas de tierra de las que obtiene 112 r. 6 mrs. en conjunto anualmente. El año 1851 los bienes dados a censo son 22 en lugar de 17 y las pensiones censales ascienden a 945 r. 24 mrs. Ese mismo año se detallan en un “Cabreve nuevo” los censos anteriores, indicando en cada caso si los bienes hipotecados -casas o heredades- eran anteriormente de su antepasado, el mercader Juan Isach o fueron hipotecados por sus dueños en obligación de sus censos. Información cedida por AES. 83 El herrero José Rubión Foradada se casará dos veces, primero con Luisa Manuel y luego con Rosa Royes. Su descendencia (hasta ocho individuos catastrados entre las cuatro generaciones) permanecerá siempre entre los pequeños contribuyentes.
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Domingo Pastor, almutazaf en los primeros años del siglo y luego abastecedor del hielo, se nombra entre los hacendados fianzas del préstamo que solicita la ciudad para conseguir en Madrid la exención de contribuciones. Será regidor por un trienio. Su hijo Francisco participará en 1739 en la confección del segundo catastro y será regidor durante nueve años y el primer diputado del común elegido por los comisarios de parroquia. De su esposa Josefa Pradell Foradada tendrá tres hijos, María, Bernarda y Antonio Pastor Pradell, quien se casará con doña Petronila Pallas y ocupará puesto de regidor durante cinco años. La hija de ambos, doña Magdalena Pastor Pallas se casará con el abogado doctor don Antonio Labrador Zapater. Los Pastor como los Pallas son apellidos de antigüedad en Fraga y su estatus les proporciona entrada y da lustre a las reuniones de sociedad de la época. El comandante de las tropas francesas de la primera ocupación en la ciudad residirá en la casa de doña Petronila Pallas en la calle del Estudio. Doña Petronila descendía del caballero Miguel Joan Pallas, documentado en 1604 como caballero y de Juan Francisco Pallas, casado con Ana Guardiola, documentado en 1642. 85 Se le contrata por tres años y se le asigna un salario de 100 pesos de a ocho reales y tres cahíces de trigo por cada año, igual que a su antecesor, D. Antonio Frauca. A.H.F. C.131-2 acta de ayuntamiento de 24 de marzo de 1757. 86 En 1798 el ayuntamiento embarga algunos bienes a doña Teresa Santarromán y a su hijo don Francisco Foradada Santarromán por impago del derecho de alfarda en la finca llamada Torre de Foradada, en la partida del Almarjal. Las tierras de esta finca estaban arrendadas a Francisco Royo, de Zaidín, alias “el Dido”, por siete años, quien se obligó mediante escritura a pagar las tres cuartas partes de la alfarda anualmente. Los Foradada se quejan ante el Real Acuerdo del trato que les han dado los que les iban a embargar, siendo de la clase de infanzones. El ayuntamiento pretende negarles dicha condición de infanzonía. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.3150-2. 87 En 1857 don Genuino Joaquín de Gasque y López, en nombre de su esposa doña Mª. Josefa Foradada Royo, reclama en la Real Audiencia la continuación del pleito que sostuvieron ya los abuelos y madre de su mujer sobre los derechos que entendían tener en dicha Pardina, y que quedó paralizado en 1821. El secretario de la Audiencia certifica ahora que desde el año 1792 se incoó pleito de firma a instancia de Dñª. Teresa Santarromán, como madre, tutora y curadora de sus tres hijos, D. Fco., D. Mariano y Dñª. Mª. Teresa Foradada Santarromán, sobre la posesión de la torre llamada del Almarjal y su pardina contigua, con diferentes derechos a ella anejos, "la que suministrada la información, se le mandó despachar con razones". Posteriormente, y con fecha 5 de enero de 1818 por parte de D. Fco. Foradada Santarromán se presentó un escrito que decía: “que una vez presentada y conseguida la firma por su madre, se opuso el ayuntamiento y no practicó diligencia alguna. Que Dñª. Teresa alegó el dominio y posesión por más de treinta años en sus hijos de una torre llamada de Almajal con su pardina, todo continuo, confrontante por la parte del monte con la pardina de Daimuz y partida Alta de Fraga y pardina de Miralsot, y por la parte de la huerta con el paso del ganado que existía entre la torre del Almajal y otra llamada de Perisanz y con otras heredades de diferentes particulares, y también alegó la posesión más que trigenaria de apacentar sus ganados en todo el territorio que comprende la mencionada pardina, disfrutando o arrendando sus hierbas y prohibiendo a cualesquiera personas la introducción de sus caballerías, ganados gruesos y menudos en ningún tiempo del año sin licencia y consentimiento de los firmantes, apenándoles de lo contrario por sí y sus factores con penas y degüellas que les habían exigido y cogido sin reclamación alguna. Y que para atravesar los ganados dicha pardina, debían solicitar que el montero, guarda o criado de la Torre de los Mesones, les acompañase previo pago de una peseta, hasta que estuvieran fuera de dicha pardina”. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.5988-2 y C.3150-2. 88 Había solicitado la plaza en 1749 a la muerte de don Miguel Bodón. Alegaba ser notario apostólico y tener los estudios necesarios por haber estudiado gramática, filosofía y leyes y tener, además, práctica de escribano; y, añadía, “es natural de Fraga, donde está prevenido que tengan preferencia los que son naturales de ella, y aún añade que sus ascendientes han servido sus oficios honoríficos en la ciudad”. A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 1749, folio 318 y ss. 89 En 1806 don Guillermo, preceptor de Gramática y Retórica en Fraga, solicita en Madrid que se le conmuten o habiliten cuatro cursos de teología ganados en el Seminario Conciliar de Lérida por otros cuatro de Jurisprudencia civil. A.H.N. Sección Consejos / pleitos de Aragón, Libros de matrícula de los Expedientes de Oficio y Gobierno. L.3255, año 1806, febrero nº 19. 90 Sus enemigos decían de él que “no tiene bienes propios suyos, y que a pesar de ello no se le conoce otro oficio que el de paseante, de vago, ocioso, y mal entretenido”. Y añadían que mientras Fraga estuvo bajo el dominio de los franceses Foradada era amigo del gobernador Querubini, que firmaba exacciones de impuestos, y que luego intentó perjudicar a los bienes de propios “con una falsía digna de castigo, pues se atrevió a contracer (sic) una firma del Intendente intruso Menche, con objeto de perjudicarlos en la cantidad de dos mil duros” A.H.P.Z. Expedienes del Real Acuerdo de 1817. 91 En 1825 es procurador del juzgado en el corregimiento de Borja. En 1834 ha sido ya secretario del corregidor de Fraga, quien certifica sus buenas cualidades en el desempeño de su oficio. En 1836 el juez de 1ª instancia le valora como “cabo primero de la sección de la Milicia Nacional Voluntaria de esta ciudad, patriota decidido y comprometido por el Gobierno de la Reina, el cual ha estado siempre pronto al lado en cuantas ocasiones de peligro ha sido necesario por la aproximación de las facciones a este punto”. En 1842 es comisionado por el Gobierno Civil de Huesca para formar parte de la Junta de Construcción del nuevo puente de Fraga. En 18 de Mayo de 1847 es nombrado miembro de la Junta de Sanidad del Partido de Fraga. En 15 de Mayo de 1850 es miembro de la Comisión Local de Instrucción Primaria. En 1851 opta –junto a otros pretendientes- a la plaza de procurador del juzgado de Fraga.
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A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo de 1851. COSTA FLORENCIA, J. Op. cit. pp. 198-199. cita sus principales actuaciones al frente de la alcaldía. 92 Son hermanos suyos Jerónimo, Pedro, Agustina, Domingo y Petronila, casada con el médico Dr. Castanesa. En el testamento de José, de 1654, se indican las mandas que hace a sus primos, hermanos y demás parientes y dependientes. A.H.F. C.1245-6. 93 En 1799 “don Francisco Doménech Agustín, vecino de la ciudad de Huesca, residente en esta de Fraga por temporadas, presenta un Impreso informe de una copia de Firma de Infanzonía ganada por María Doménech, hija de Fco. Doménech en el Tribunal del Justicia de Aragón, fecha en Zaragoza a treinta y uno de Mayo de 1678”. A.H.P.Z. C.359-1 Infanzonías, “Expediente General”. 94 En el protocolo notarial de Juan Bautista Nicolás del año 1700 se documentan una comanda de un cahíz de trigo y otro de “ordio” que don Francisco deja al labrador José Masip; también la comanda de 16.000 sueldos jaqueses que deja a Enrique Agustín, “caballero domiciliado en la Casa de Quintana”. No se indican condiciones ni rédito. A.H.F. C.1243-1. 95 En 1715 el regidor decano propone “... Que por cuanto esta ciudad tiene privilegio para no pagar alcabalas ni otros tributos algunos, y eso no obstante verse esta ciudad agobiada por las grandes contribuciones que todos los años se le hace pagar y hallarse los naturales della con suma pobreza, se viera y determinara por el ayuntamiento el medio que podía haber para ver si se podía lograr el que la ciudad no pague alcabalas ni otros tributos”. Se acuerda dar a don Francisco Doménech treinta doblones para ayuda de costa a fin de que solicite en Madrid la libertad de cuarteles. El 22 de septiembre se acuerda enviarle 20 doblones a Madrid porque comunica por carta al ayuntamiento que, según le dice el Marqués de Castelar, de la contribución de 10 meses que se ha impuesto al Reino, Fraga solo ha de pagar tres meses. Se espera poder conseguir "la libertad de quartel" por completo. El 24 de Noviembre, don Francisco ya ha vuelto de Madrid y reclama por sus gastos 80 doblones, que se le dan. Y además, el ayuntamiento acuerda gratificarle como se merece, si se consigue la libertad de contribución. A.H.F. C.127-2 acta de 9 de enero y siguientes. Al año siguiente, don Francisco escribe el 21 de marzo desde Huesca, diciendo que no puede acudir a Zaragoza para el asunto de la contribución por tener muchas preocupaciones, y se queja de lo poco que la ciudad ha reconocido sus esfuerzos y desvelos por ella. El 5 de julio don Francisco ha conseguido un decreto del Marqués de Castelar para que Fraga pague solo la mitad de la contribución perpetuamente, indicando que por la otra mitad se apele al Rey (lo hará el propio Marqués). Don Francisco pide dinero para continuar. Se produce una discusión en el ayuntamiento porque el Rey tiene mandado que no se paguen las contribuciones ni los gastos que ocasionaren del común, sino de los particulares. Se acuerda dar 30 doblones a don Francisco del dinero que está depositado en Zaragoza para pagar a los censualistas. En 1 de noviembre se acuerda hacer un regalo al Marqués “por lo mucho que favorece a la ciudad en la observación de los privilegios”. 96 En 1809 pedía al Rey compensaciones por ello. El 7 de febrero de 1709 S. M. le releva del pago de la media annata por los 100 doblones de a dos escudos de oro de ayuda de costas y 300 ducados de plata de renta anual por los días de su vida, que le había concedido en bienes confiscados de Cataluña. A.H.N. Consejos, Legajo 6.804, expediente nº 381. El relato de sus penalidades y méritos ocupa un extenso impreso de 14 folios. 97 Su padre la había pedido inicialmente a la Real Cámara para su otro hijo, doctor en leyes, don Alberto Doménech Artigas, poniendo de nuevo por delante las penalidades sufridas entre 1705 y 1709 durante la guerra de Sucesión. A.H.P.Z. Libro del Real Acuerdo de 1742, fs. 272 y ss. 98 En 1767 se documenta un Antonio Doménech arrendatario del aguardiente y del abasto del tocino que no parece tener relación de parentesco con este linaje. 99 Don Francisco arrienda la casa a la compañía de los Cortadellas en 1802 por 40 libras jaquesas anuales para servir de factoría y botiga de su factor Manuel Ferrer y Ribera. A.H.P.T. Fondos Comerciales, Ca.25, folio 222. 100 En 1797 don Francisco Doménech Agustín y doña Faustina del Campo, residentes en Huesca, venden 63 cahizadas de tierra en el monte en diferentes masadas y fajas a Jorge Vera Bollic. A.H.F. C.296-6. 101 En esa fecha, Juan Blas Villanova Soler, hijo de Felipe Villanova y de Polonia Soler, y además heredero del difunto Juan Bosqued, impone por medio de su tutor Gaspar Magín Soler un censal de 10.000 sueldos de propiedad sobre el concejo general de la villa para abastecer de trigo al vecindario. Por este precio, el concejo se obliga a pagarle cada año 500 sueldos de pensión, que se sumarán a los derivados de otros préstamos que hace ese mismo año y dos años después. Juan Blas murió ahogado en el Cinca en 1640 y sus censales pasaron a manos de su hermana Paciencia. 102 En 1668 la villa realizó un importante trasvase de censales. Don Francisco Doménech, necesitado de dinero, pide al concejo la cancelación de siete títulos que ha acumulado a lo largo de 50 años de diversos censualistas anteriores. 103 Doña Andresa se casa en segundas nupcias con Juan Francisco Pallas y Pueyo, de Bujaraloz. 104
Doña Ana está emparentada con los Gracia de Tolva. Su padre Jerónimo Samper se documenta en disputa por unos bienes familiares con don Miguel Gracia de Tolva y Villanova. 105 En 1730 posee 20 hectáreas de regadío en más de diez parcelas y 60 hectáreas en el monte; la casa de su habitación, dos toros y dos caballos, censos a favor por 969 libras de capital y otros en contra por 1.870 libras. En 1751 ha disminuido algo su extensión en el regadío y también sus censos, tanto a favor como en contra.
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Don Félix Villanova Marquínez es sucesor “intestado” del abuelo materno de su esposa, don Nicolás Olcina y del Molino, muerto en 1724, y reclama para sí los bienes del “señorío de las pardinas de Monrepós y Arguás y otros bienes existentes en los Términos de la Ciudad de Huesca y su contorno”, frente a la pretensión del Imperial y Colegio Mayor del Señor Santiago de la ciudad de Huesca, para el que don Nicolás había dispuesto la fundación de un canonicato con las rentas del señorío. B.U.Z. Libros Antiguos de Alegaciones, G-75-100(5) y G-73-171. 107 Manifiesta estar fuertemente endeudado con cuatro censos cuyas pensiones paga al capítulo eclesiástico (por 300 libras jaquesas de capital), al de Graus (300 libras) y al de Sariñena (70 libras), y dice tener obligación de sufragar “a cargo de misas” 320 libras más. En realidad, al final de sus días ha conseguido reducir el endeudamiento de su patrimonio inicial al 60% de su cuantía. 108 Don José, que será racionero y beneficiado del beneficio eclesiástico y colativo fundado bajo la advocación de San Martín y San Agustín en la misma iglesia, del que era patrón el noble don Francisco de Gracia y Tolva, vecino de Zaragoza. Don José, heredero de su madre doña Faustina, es nombrado por su padre heredero fideicomisario de todos sus bienes, lo que le convierte en el distribuidor de la herencia paterna a su libre voluntad. Muere en 1768. Más tarde lo sería también Don Melchor, nacido en 1740, como capellán de la capellanía fundada en 1613 por el infanzón don Dionisio Tremps y Montañana. Administrará la primicia de los diezmos y presidirá el capítulo entre 1763 y 1817. Durante su mandato, en 1774, entabla un juicio de aprehensión al prior de San Pedro, don Carlos Sánchez Baquerín, a quien disputa para el capítulo el derecho de patronazgo de las raciones y beneficios capitulares. Su ración como capitular le supone un ingreso anual de 205 libras, siendo la suya, en 1788, la segunda ración presbiteral. Y todavía otro de sus hijos sería beneficiado en San Pedro: don Basilio, documentado en 1768 como mayordomo del hospital de enfermos pobres. Recibe como dote 200 libras. Muere ese año ahogado en el río, al hundirse dos arcadas del puente de tablas. 109 A doña Clara con 720 L. j. cuando tome estado; a doña Antonia con 880 libras y sus hermanos don Basilio, don José y don Melchor, eclesiásticos con 200 libras. 110 Don Felipe fue regidor primero un trienio y alcalde primero entre 1757 y 1761. Durante su segundo mandato acude junto con don Antonio Bodón a la Corte, en calidad de diputado por Fraga, para la jura del nuevo rey Carlos III y del Príncipe de Asturias. El Rey les concede los cargos de alcalde y regidor mayor perpetuos, aunque revoca luego el nombramiento por las presiones de otros vecinos de poder. Don Felipe, al recriminar aquellas presiones, las entendía como “querer tirar contra mi casa, quizá por ser de las familias más antiguas y condecoradas con el título de caballerato”. En 1777 don Felipe aparece residiendo en Valfarta junto a su hija doña Josefa, casada con el infanzón de Fuentes de Ebro don Juan Domingo Lizaga. En un pleito entre suegro y yerno se advierte la enemiga mútua y el abandono que éste último hace del domicilio conyugal, luego de agredir al suegro. Don Felipe parece responder a la imagen perfecta del segundón de casa infanzona, con un patrimonio nulo en Fraga, puesto que cuando aparece como contribuyente, sólo se le atribuyen dos caballerías mayores en 1751; aparece de nuevo en 1786 como debiendo algún censo y desaparece desde entonces. Su viuda le sobrevive en los sucesivos catastros hasta el de 1803 en el que contribuye en cuantía mínima por su hacienda. En este sentido, don Felipe, a pesar de participar del poder local, no dejó nunca de permanecer entre los pequeños contribuyentes. 111 En 1766 doña Antonia, casada con don Juan Purcell, teniente coronel del regimiento de Ultonia, reclama judicialmente la dote a su hermano Gregorio y la Audiencia ordena a don Gregorio pagarle en el plazo de quince días. Éste propone varias formas de compensarle, puesto que ahora no dispone de capital líquido, y tiene su hacienda muy gravada con créditos, pero su hermana sólo acepta imponer la cantidad a censo. Finalmente, después de cinco años de litigio, don Gregorio paga la dote a su hermana, que vive ahora como viuda, con un hijo menor, en compañía de sus dos hermanos sacerdotes, que la mantienen. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4570-6. 112 Don Gregorio escribe entonces al intendente Gardón de Pericaud, preocupado por la escasez de trigo y en una nueva carta le advierte del riesgo de quedarse sin pan para el abasto. Su razonamiento es atendido y el Real Acuerdo le autoriza el 30 de abril de 1766 la compra de trigo en Cataluña. 113 En 1780, la Intendencia lleva a cabo en Fraga una investigación sobre malversación de los fondos de propios. El intendente envía a Tomás Fillera, comisionado “para hacer efectiva una considerable cantidad en que se hallaba descubierto el fondo de propios, y proceder a la averiguación de el mal manejo de las Juntas ... (en las que)... Don Gregorio Villanova (es) uno de los complicados”... El comisionado se queja de que el ex alcalde le ha insultado y que algunos eclesiásticos, entre los que está su hermano don Melchor Villanova, hacen indagación sobre la comisión y buscan testigos que desacrediten a los comisionados. Fillera pide en carta al Obispo que le autorice a pedir declaración a los eclesiásticos cuando se produzca el juicio... También señala que una de las causas de la investigación está en “la mala administración de la primicia”. 114 Don Matías, nacido en 1755, era hijo póstumo de don Matías Villanova Almenara (1701-1754), de Benabarre, y de doña Lorenza Doménech Artigas, de Huesca. Tanto su padre como su suegro, el fragatino don Francisco Doménech Foradada, eran regidores perpetuos en sus respectivos lugares de residencia. 115 El 4 de noviembre de 1792, más de seis años después del inicio, el secretario del nuevo consistorio dirigido ahora por don Medardo Cabrera Borrás, certificaba que “el día anterior, a las nueve y tres cuartos de la mañana, se echó el agua en la acequia” y que “ésta corrió libremente desde la embocadura
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en el azud hasta su desagüe en el término de Torrente, donde llegó a las tres y cuarto de la tarde del día cuatro, estando las obras muy adelantadas, aunque no acabadas totalmente”. 116 Recordaba el privilegio Real concedido en 1644 a su tatarabuelo don Miguel Martín de Villanova y Moliner por sus servicios en la Guerra de Cataluña y los de su abuelo materno don Francisco Doménech Foradada en la posterior Guerra de Sucesión, cuando consiguió “volver al dominio de S. M. esta villa” y evitó “que los enemigos la incendiasen”. Hasta a su tío don Felipe recurría como blasón de su alcurnia, por haber asistido treinta años atrás, como diputado en Cortes por Fraga, a la jura del entonces Príncipe de Asturias y actual Rey. 117 El matrimonio Villanova había tenido ya sus más y sus menos contra la máxima autoridad local, a propósito del empedrado de su calle, la calle del Barranco. El corregidor se empeñaba en enlosarla, a cargo de sus residentes, y la mujer de don Matías pretendía que por ser “de tráfico general” se mejorase con la imposición de un arbitrio sobre todo el vecindario. Hasta había soliviantado peligrosamente a un grupo de vecinas contra el corregidor. 118 En 1801 la vemos solicitar del factor de la compañía Cortadellas en Fraga un préstamo de 120 duros, que espera devolver en grano, de las posesiones que posee en Sena. En marzo siguiente, pide un nuevo préstamo de siete cahíces de trigo, que Cortadellas le entrega como trato de favor y sin que se enteren otros “que también le han pedido y no se lo ha dado”. En febrero de 1805, cuando doña Joaquina no ha satisfecho totalmente los préstamos anteriores, solicita otro, esta vez cien duros, que el factor de Cortadellas le entrega a cuenta del alquiler que debe pagarle por la casa que la compañía le tiene arrendada, como factoría, en Sena. 119 Doña Rafaela Villanova Villanova, heredera de los bienes paternos, se casa con el abogado oriundo de Sena, don León Pérez. Sabemos que durante el proceso desamortizador de los bienes eclesiásticos, en 1847, reclaman judicialmente la propiedad del convento y huerto de los capuchinos de Fraga, por haber cedido sus antepasados la finca sobre la que se erigió. La sentencia, sin embargo les es desfavorable y el convento queda como bien nacional desamortizado. 120 En carta al Rey pide se le exima del cargo “pues el exponente se halla continuamente ocupado en el desempeño de las obligaciones que tiene a su cargo en los diferentes patrimonios que posee y administra, ya en dicha ciudad y ya en otros pueblos de su provincia, y que en varias ocasiones no puede executarlo por verse atacado de unos inmensos dolores de cabeza que le privan de dicho cargo por algunas temporadas, como lo acredita la certificación del médico que acompaña, (por lo que) no podrá concurrir en todo el año a los ayuntamientos y juntas que han de celebrarse y por consiguiente a levantar los cargos anexos al expresado oficio de regidor”. 121 Don Félix y doña Rosa eran representados en el acuerdo por el notario de Zaragoza don José Balonga, y sus intereses hubieron de ser convenientemente protegidos en ella. 122 Pedro posee un escaso patrimonio de 20 fanegas proveniente de la legítima, y su última referencia documental es del año 1772 cuando figura como negociante, fuertemente endeudado respecto de su escasa riqueza catastral de 446 libras. 123 Son hermanos de los anteriores José, documentado como seminarista y, en 1803, tal vez ante una muerte temprana, instituyendo a su madre como heredera de sus escasos bienes; Melchor, de quien tan solo conocemos su filiación, sin que aparezca en ningún documento tributario. 124 Primero sus contribuciones en dinero y especie; luego sus servicios como proveedor de raciones al ejército de Palafox; después su aprovisionamiento de la tropa en el Castillo de Mequinenza, como factor de reales provisiones, por nombramiento del Marqués de Lazán. Alegaba también su servicio como espía de Palafox junto al saqueo de su casa: trigo, cebada y ganado (más de seiscientas cabezas) y la destrucción de dos torres. También sus servicios al finalizar la guerra como ayudante del aposentador del Rey, desde su estancia en Reus hasta su entrada en Fraga en 1814. Se remontaba incluso a sus trabajos como adecentador del camino real en todo el distrito de Fraga, desde Alcarrás hasta Osera, con motivo del paso del rey Carlos IV en 1802, durante su viaje a Barcelona. Recordaba la iluminación de su casa con el retrato del Rey a su llegada. El honor de haber sido el primer aragonés que había besado la mano de S. M. a su llegada a Lérida. Y por último, destacaba su inocencia demostrada en una causa en la que intentó implicarle el corregidor don José Matías Cabrera en 1815 sobre “malversación” de la correspondencia pública, lo que le permitió recuperar del delator 12.000 reales de vellón, por los perjuicios que se le había causado durante los meses en que se le suspendió de su empleo. 125 A la edad de 23 años se le concede el puesto de procurador de número del juzgado de Fraga, dispensándole de los casi dos años que le faltan para poder ejercer este cargo. Paga por la dispensa más de mil reales de vellón. Segundón soltero en la casa materna, con alguna relevancia entre los milicianos de la revolución liberal y con mejor suerte política que su padre, entrará en el ayuntamiento como teniente de alcalde en 1836-1837, durante los años centrales de la guerra carlista, al amparo de su pariente Salarrullana, de quien parece su lugarteniente. Luego de concluida, será regidor cuarto en 1841 y regidor primero al año siguiente, en un nuevo modelo de ayuntamiento rotativo con periodicidad bianual. Entre 1824 y 1830 había estado encuadrado en la Primera Brigada de Voluntarios Realistas de Aragón, como secretario del Batallón de la comandancia de Fraga, lo que le encuadraba claramente entre las fuerzas del absolutismo local. Y sin embargo, en 1842, luce orgulloso el uniforme de la Milicia Nacional de caballería de Fraga. El de don José es un cambio de adscripción de absolutista a liberal que no deja de sorprender y que observaremos siguió también su hermano mayor. 126 Durante estos años desempeña también una intensa actividad en otras facetas públicas: forma parte como vocal de la Comisión de Escuelas del partido judicial; también de la Junta para la fortificación de la iglesia de San Miguel en el contexto de la nueva guerra.
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En 1860, cuando su primogénito Crisóstomo, abogado de 39 años, se ha emancipado y figura como contribuyente con un producto líquido de 2.090 reales, don Joaquín todavía posee veinticuatro fanegas de huerta y dos masadas en Vincamet y La Espartosa con más de 55 cahíces de tierra. Sigue viviendo en una amplia casa junto a la calle Mayor, con horno de pan, y cotiza por un líquido imponible de 3.799 reales. Con él viven su segundo hijo Fausto, de 37 años, sobrestante de obras públicas, y sus hijas Pilar de 28 y Magdalena, de 23 años. Será su última comparecencia contributiva. Cinco años más tarde, vemos a su heredero Crisóstomo legalizando ante el ayuntamiento la posesión de sus masadas. 128 El corregidor, ahora, le remite a los tribunales de justicia para reclamar su posible derecho. Cuando lo hace, le deniega su petición de apelación a la Real Audiencia. El corregidor afirma conocer “las cavilosidades de Andrés Isach, y que para nada le pueden servir dichas compulsas, toda vez que se observa religiosamente lo prevenido por S. M. en sus Reales Cédulas en alivio del vecindario y mejor fomento del comercio”. Isach podía comprar y vender libremente en su mesón, pero no pretender inmiscuirse en regular las competencias del ayuntamiento en materia de ferias y mercados. 129 Isach quiere ser considerado antes labrador que ganadero. La política Real favorece ahora a los labradores que cuentan con yuntas de labor y pretenden pastos para abonar sus tierras. La nueva legislación implica dar las hierbas correspondientes a cien cabezas de ganado lanar y cabrío por cada yunta. Isach pide pastos para 400 cabezas por las cuatro yuntas que destina al cultivo de sus patrimonios en Fraga y Tamarite. La Junta de Propios le opone que no pague contribución por las tierras que posee en aquel municipio. El Intendente zanja la cuestión ordenando se le den los pastos que pretende. Se está convirtiendo en un terrateniente reconocido. Hasta el punto que formará parte de la inicial Junta de Regantes que desde 1818 gestiona el azud, las acequias y las obras a realizar en ellos. 130 Se trata de repartir el cupo contributivo entre las distintas riquezas de la actividad económica. Con Isach a la cabeza, los comerciantes no aceptan el cupo que se les exige y de ahí se derivan reclamaciones y rencores. También insultos. Isach alega que los 30.000 reales que destina al comercio no le rentan ni un cuatro por ciento, por falta de ventas; que por su posada se le carga exageradamente, puesto que no vende más de 150 cahíces de cebada anualmente y a un precio sólo ligeramente superior al del mercado; que los demás mesoneros la venden mucho más cara que él y tienen más clientes por estar sus mesones en el interior de la ciudad; que su comercio de paños es nulo en esta época por la miseria de los vecinos. 131 El nuevo ayuntamiento constitucional acordaba en enero siguiente personarse como parte en aquella causa para defender la verdad de lo ocurrido. Pero, decepcionados, el 15 de abril de 1822 recibían la sentencia contraria al consistorio y los ediles eran condenados en costas. Como el ayuntamiento es un “cuerpo moral” que no acaba con el fin del mandato de sus miembros, los regidores actuales deciden pagar de los caudales públicos dichas costas y la súplica de la sentencia que va a hacerse ante la Audiencia. 132 Debía cobrar ahora, según la Audiencia, del producto de la alfarda, 186 libras jaquesas por la primera obligación contraída y 575 libras por la segunda, equivalentes a un total de 14.331 reales y 16 maravedíes. 133 Véase el Documento II.14 del Apéndice. 134 135 136
Véase el Documento II.15 del Apéndice. Véase el Documento II.16 del Apéndice.
En efecto, en junio de 1842, Salarrullana y otros vecinos explican al ayuntamiento y junta de mayores contribuyentes la exposición que han presentado al regente Espartero “en solicitud de que se conceda a este vecindario la construcción o reedificación del puente con sus caudales y, en tal concepto, que se le conceda la propiedad sin sujetar los productos de aquel al veinte por ciento” que hasta entonces revertía a la Hacienda estatal. De nuevo se forma una comisión, en la que está Salarrullana, encargada de promover y allanar todos los obstáculos que se ofrezcan para la rehabilitación del puente. Para ello, don José redactará las bases que estime convenientes. Deben formar el proyecto, anunciar la obra y todo lo demás concerniente para preparar los actos preliminares. Pero su plan financiero no es aceptado por el nuevo ayuntamiento. Pretendían destinar lo redituado por el arriendo del puente de barcas a la reconstrucción del nuevo, en detrimento de otros gastos municipales a cubrir. Su propuesta contravenía las leyes vigentes y era en consecuencia desestimada. 137 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.254-7. 138
Don José Sisón había adelantado junto con don Miguel bodón 675 libras para ayudar a pagar las 2.000 que el marqués de Valdeolmos prestó a la villa en el intento de conseguir en Madrid la exención de contribuciones. A.H.F. C.954-2. 139 A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.254-7. 140
En un pleito que mantiene contra don Miguel Aymerich Cabrera, éste le acusa de “no darle su patrimonio para todos sus alimentos en estos años y no tenerlo trabajado según corresponde, y de haber disminuido el patrimonio y dote que dieron a su mujer”. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.691-3, 3 piezas. 141 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.3687. 142
El vínculo fue fundado por don Manuel de Granja, vecino de Fraga, de diferentes bienes sitos en los términos de la misma ciudad y partida de Miralsot "que son trescientas fanegadas, poco más o menos, de tierra blanca, con algunas cepas y moreras y soto, que confrontan las unas con las otras y todas con el río Cinca, por la parte alta con brazal llamado Caudal, y por la parte baja con camino que va a dicho río". Pasó luego a D. José Cabiedes y de éste a su hijo don Gregorio. El 21 de octubre de 1791, don
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Gregorio Cabiedes, -presbítero residente en Zaragoza, beneficiado de la Iglesia de San Felipe-, hace escritura de cesión del vínculo en favor de su tío, don Agustín Antonio Cabiedes, Coronel de los Reales Ejércitos y teniente de Regimiento de la plaza de Lérida. El 30 de Julio de 1793 se produce una nueva escritura de cesión del vínculo, esta vez en favor de don Jacinto de Cabiedes y Cubero, hijo del anterior, con ocasión de su matrimonio. Todos estos datos constan en el pleito que se establece en 1797 entre don Jacinto Cabiedes y don José Rubio Viñals, como marido de doña Tomasa Cabiedes y del Valle, por la aprehensión que estos pretenden hacer de los bienes de don José Cabiedes, padre de doña Tomasa. Luego de un larguísimo pleito, en el que intervienen varios fragatinos como arrendatarios de la finca, el vínculo figura en 1832 a nombre de don José Mauricio Rubio Cabiedes. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.2358, C.4550-4, C.4909-8 y C.5429-1. 143 “El comandante D. Ramón Rubio, presbítero, tuvo a su mando 175 soldados y D. Raymundo Fitgeral, capitán de caballería, 45 soldados, habiendo percibido muchos de éstos su haber desde el momento de su alistamiento y permanecido en Zaragoza en el primer y segundo sitio”. A.H.F. C.1098-13 Liquidación de propios 1807-1816. 144 A.D.L. “Rentería”, legajo nº 3. 145 146
A.H.P.Z. Libros varios, Libro nº 46.
Doña Francisca se casará en 1824 primero con el abogado don Antonio Sudor Colea y, tras enviudar, en segundas nupcias con Antonio Martí Nicolás, del linaje comerciante de los Martí y también (MC). Su hermana menor doña Carlota se casará en 1836 igualmente en segundas nupcias con don Tomás Sudor Colea, hermano del anterior. Los Rubio reforzaban de este modo el inicial parentesco de su abuelo con los Sudor. 147 De acuerdo con la relación que pide la Intendencia en cumplimiento de la Circular de 29 de septiembre de 1832 y de la Real Instrucción de S. M. de 7 de mayo de 1831, el ayuntamiento informa “de las fincas de todas clases que pertenecen a la clase de vínculos, que existen en esta ciudad, como igualmente de los Patronatos”. Según ese informe existe en la ciudad un solo vínculo de don José Rubio Cabiedes “consistente en varias heredades de huerta por un total de 276 fanegas de tierra en diferentes partidas, y cinco masadas en varias partidas del monte por un total de 711 fanegas de tierra. Así mismo una casa en Fraga y dos masías en el monte. Todo ello sin carga alguna de justicia. A.H.F. Órganos de gobierno, C.99-5. 148 Cuando en 1832 el intendente ordena pasar las cuentas de la junta de propios de los años 1828 a 1830 el regidor decano Rubio no quiere asistir, excusándose, y el corregidor le amenaza a él y a los demás regidores con multarles si no se presentan. 149 Zaragoza, imprenta y librería de J. Bedera, 1857, 24 páginas. Un ejemplar en Zaragoza. Biblioteca Pública del Estado / Biblioteca de Aragón A-545-16. 150 BRIOSO Y MAIRAL, J. Infanzones Aragoneses. Zaragoza, 1992, p. 31. 151
A.H.P.Z. “Catálogo de Padrones de caballeros infanzones hijosdalgo del corregimiento de Zaragoza (1734-1787-1833)”. D. Miguel Portolés: Certificación de Infanzonía de 1 de agosto de 1744. 152 A.H.P.Z. C.359-1 Infanzonías, Expediente General. Año 1799. 153
Sus respectivas capitulaciones matrimoniales ante notario y las respectivas mandas propter nupcias se conservan en A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.105-3, 2ª pieza. Especialmente próspero parece haber resultado el matrimonio de don José María Portolés Guiral y Joaquina Saldugues Roca. A lo largo de la primera mitad del siglo XIX son muy numerosas las compras de fincas rústicas que escrituraron y que conservó su descendiente en el siglo XX Pedro Portolés De Dios hasta su muerte. 154 Se trataba de repartir lo adjudicado por la Diputación Provincial de Huesca en su escrito de 6 de octubre de 1836 relativo a los 2.361.182 rs. y 16 mrs. que “han cabido a esta provincia de los 200 millones que por vía de préstamo se han pedido a todas las del reino”. La circular indica que el objeto de este préstamo es el de "dar nuevo impulso y nueva vida, digámoslo así, a las operaciones militares, para acabar de una vez con la guerra fratricida que nos aflige...” Ordena a las justicias de los pueblos que antes del día 15 de este mismo mes recauden las cantidades detalladas, de quienes no lo hagan voluntariamente. A don Ramón se le exigen 800 reales de vellón y a su hermano don Miguel 600. Acabarán pagando mucho más por ser considerados afines a los carlistas. A.H.F. C.1079-22 y 23. 155 Se encargará como regidor “ejerciente la jurisdicción” de fijar, en el arriendo de la alfarda que se hace a favor de don Francisco Monfort, las condiciones que debe cumplir y, entre ellas, la construcción y perfeccionamiento de los puentes (gallipuentes) que deben sobrepasar la nueva acequia del secano en diferentes puntos de su recorrido. 156 La madre de Inés había entregado al sacerdote 300 libras jaquesas para su hija en monedas de oro y plata, en dos bolsines de cuero. Por las trescientas libras, el clérigo manda a Inés en su testamento una casa y un pequeño huerto de tres fanegas. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.1828-6, 2ª pieza. y C.5137-1. 157 Alega que su padre se ha hecho “opulento” con aquel dinero y que ahora compone un patrimonio de más de 20.000 pesos; que compra cuantos bienes sitios se le ponen a tiro, y que desprecia a los hijos de su primera mujer y les quita lo que es suyo, para dárselo a los hijos de su segundo matrimonio. El inventario efectuado durante el pleito en la casa paterna y en otros silos públicos pone al descubierto varios cientos de cahíces de trigo, que evidencian un intenso tráfico de granos. Al haber muerto sus dos hermanos menores –José y Antonio- y entrado en religión como capuchino en Tarazona el benjamín Patricio, Salvador se considera el único derecho habiente de su madre y exige cobrar. Su padre opone ante los magistrados que de las transacciones comerciales mutuas se desprende
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que es su hijo quien en realidad le debe dinero. La sentencia de la Audiencia de Zaragoza divide la herencia de Curred entre padre e hijo a partes iguales. 158 En enero de 1823 forma parte de la “junta de pudientes y sujetos visibles” convocados por el ayuntamiento para hacer un reparto equitativo de las contribuciones. Su hijo Camilo es ahora síndico procurador general en el consistorio. El objeto de la reunión es formar una comisión que averigüe lo que cada vecino ha pagado de contribuciones y demás cargas producidas desde el uno de enero de 1821, durante todo el período de gobierno liberal. El síndico participa en la comisión y su padre será uno de los administradores del ramo de impuestos municipales. Lógicamente, ahora el ramo del comercio está satisfecho y algo menos los labradores hacendados. 159 Para demostrarlo dice que su huerto se ha calculado a tan sólo 2 duros de líquido por fanega, cuando en realidad su rendimiento no baja de 40 duros, sin contar las frutas y hortalizas que recoge para el abasto de su casa. Y lo mismo sucede con las demás tierras de regadío, cuya utilidad se ha calculado a 15 reales de vellón por fanega, cuando ningún labrador las cedería por menos de cuatro duros por fanega. 160 En el catastro de 1832 sólo cotiza por una pequeña finca en Bermell, de 13,5 fanegas y por una caballería mayor. 161 El 10 de octubre de 1839 se produce una riada impresionante que se lleva 18 de las 24 arcadas del puente e inunda la huerta. Fraga estará sin puente -aunque con barcas- desde este año hasta 1844. El 1 de agosto de 1845 se inician las obras del primer puente colgante. 162 Eugenia (nacida en 1821) que se casaría con don Andrés Barber Peralta, también (MC) y vástago de otra de las familias de mayor peso social en la comarca y aún en la región. Don Andrés Barber era un notable ganadero que estuvo en disposición de colaborar con su suegro mientras desempeñó el cargo de alcalde en 1844-45 y 1854-55. La siguiente hija de Camilo, Úrsula, nacida en 1823, casó con el procurador de los juzgados Antonio Rozas Navarro, más tarde notario en Fraga; y los hijos menores conocidos fueron Vicente (nacido en 1829), Juan Mariano (en 1832) y Tomasa, nacida en 1836, que se casaría con otro Barber, -don Luís Barber Pitarque-, fiscal del juzgado de primera instancia. En 1857 don Camilo vive en la casa de la plaza de San Pedro nº 1 con su esposa, su hija Eugenia, su yerno don Andrés Barber y Peralta y con sus dos nietos Pedro y Eugenio. La familia incluye ahora a cinco criados. 163 De sus doce hijos supervivientes, está documentado que la hija mayor Vicenta (nacida en 1822) se casó con el farmacéutico Miguel Rozas y Navarro; una de las menores, Tomasa, con el procurador de los juzgados Tomás Sudor y Otón; y la segunda, Eusebia, con el médico llegado de Monzón, don Joaquín Cortillas. Más tarde, la hija de éstos últimos, doña Dolores Cortillas Miralles (1864-...) se casaría a su vez con el abogado fragatino don Jaime Vera Monclús “lo Xartós”, matrimonio que, al morir sin descendencia, creó la fundación “Vera”, vigente todavía en la actualidad. 164 A.H.F. C.133-1. 165 166
A.H.F. C.133-1.
Con las 500 libras recibidas de su mujer por el testamento de su suegra, Vicente Monfort construye y abre al público en 1806 un nuevo molino de aceite en Torrente de Cinca. Su interés choca frontalmente en esto con el del señor temporal del pueblo, la Orden Hospitalaria en su encomienda de Villalba. La Orden tiene en Torrente un molino aceitero desde inmemorial y teme perder el ingreso por la molienda de las olivas que le llevan los vecinos. El molino de la Orden lo tiene arrendado el administrador de los Cortadellas en Ballobar, quien unilateralmente anota en su contabilidad del año 1807 un descuento de casi cien libras en el precio del arriendo, por el perjuicio que le causa el nuevo molino. Ante la pérdida de renta, el comendador de la Orden, don Francisco Zamora, pone un pleito a Monfort y a otros vecinos de Torrente, de La Granja de Escarpe y de Mequinenza, exigiendo que vayan a moler a su molino como siempre. Al cabo de unos meses, el tribunal del Real Acuerdo sentencia que, o bien los vecinos van al molino de la Orden, o ésta tendrá derecho a romper el “contrato feudal” y podrá decidir entre cerrarlo o dejarlo abierto a un precio de molienda libre. Monfort saldrá vencedor también en esta lid. A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4492-15. 167 En 1794, con ocasión de la guerra contra la Convención francesa, Joaquín y su hijo Vicente son de los primeros notables en aportar su apoyo financiero a la causa de armar hombres en Fraga. Ese mismo año, el ayuntamiento en pleno reconoce y certifica a Monfort los servicios prestados al pueblo, vendiéndole trigo barato unos años y fiándole otros el dinero necesario para comprarlo, “sin utilidad alguna por su parte”. Al año siguiente adelanta el dinero necesario para pagar a los Cortadellas el trigo que el ayuntamiento les ha embargado. En 1802 el consistorio de Lérida informa en favor de don Joaquín diciendo que en 1784, con ocasión de una lamentable carestía de trigo, vendió a la ciudad para su abasto 15 ó 16 mil cuarteras de trigo a un precio inferior al de mercado. Y la mejor prueba de su actuación correcta es que “cuando falta Monfort al mercado, los precios suben, y cuando está él solo en el mercado no aumentan”. También los ayuntamientos de Villanueva de Sijena y de Sena extienden sendos certificados en su favor, confirmando que en 1788 vendió al fiado a los vecinos del pueblo el trigo necesario para su abasto y “sementero” más barato que cualquier otro fiador. Y que lo mismo repitió el año siguiente. A.H.N. Consejos, legajo 37.216, expediente nº. 59 del mes de julio. 168 En 1793 José Jover y Mall y Salvador Germán, molineros de los molinos llamados alto y bajo de la ciudad de Fraga piden providencia a la Real Audiencia para evitar los excesos que se cometen por Joaquín Monfort respecto de la compra de la mayor parte de los granos de Fraga y la comarca. Alegan que “siendo pocos años hace sujeto de pobres caudales, ha amontonado un patrimonio tan pingüe como que se grita de público que ni aún él mismo sabe a lo que asciende. En prueba de ello, sobre ser muchos y considerables los fundos que ha sujetado a su dominio en multitud de lugares, es ya suyo en la mayor
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parte el de Torrente de Cinca, que llora su infeliz situación, ocasionada de un sin número de tratos usurarios, con que la mayor parte de sus habitadores están sujetos a satisfacer a Monfort anualmente mayor cantidad en alguno de ellos por vía de rédito, que la que realmente invirtió Monfort en razón de capital”. A.H.N. Consejos, legajo 37.179, expediente nº 26 del mes de febrero. 169 A.H.P.Z. Real Acuerdo, Libro de Consultas e Informes de 1797. También en A.H.N. Consejos, legajo 23.001, expediente nº. 6. 170 A.H.T. Fondos Comerciales, Correspondencia, Ca-17, Ca-21, Ca-25, Ca-27, Ca-29 y Ca-30. También en Cuentas, C-39 y C-69. 171 A.H.F. C.92-2 Órganos de gobierno de 28 de enero. Monfort y Tomás están obligados a suministrar en Zaragoza 60 arrobas de salitre anualmente. 172 A.H.F. C.136-3 Actas de la junta de propios de 17 de diciembre. 173 174
A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.4092-5, tres piezas.
A.H.F. C.138-1 Actas del ayuntamiento de 26 de junio de 1811. También en A.H.N. Consejos, legajo 37.432, expediente nº. 21 de octubre de 1814. 175 Si no se casaba, únicamente podría disponer de diez mil duros, y pasaría a ser heredera su hija doña Francisca, quien adquiriría entonces la obligación de entregar en dinero o en hacienda dos mil duros a cada una de sus hermanas, sobre lo que en el propio testamento les dejaba ya señalado. Y todavía en el caso de que tampoco su hija Francisca tomara estado, la herencia familiar debería ser repartida a partes iguales entre sus otras tres hijas: Doña María Manuela, doña María y doña Javiera. 176 A.H.P.Z. Pleitos Civiles, C.3985-2, cuatro piezas, pieza 3ª. 177 178 179
A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo, Caja Fraga 1808-1838. A.H.P.Z. Expedientes del Real Acuerdo, Caja fraga de 1808-1838.
Desde hace un tiempo ha saneado y asegurado gran parte del soto de Torrente, construyendo una fuerte estacada que lo protege de las inundaciones del Cinca. Luego ha mejorado aquel suelo pedregoso y ha plantado en él una cantidad enorme de moreras “multi-caulé” de notable envergadura (se dice que son unos 300.000 árboles de 20 palmos de altura), que le proporcionan tres cosechas de hoja al año. Utiliza los gusanos “tribolinitis” de tercera cría y su cuidado lo realiza con métodos similares a los usados en Europa. Su actividad parece creciente y llega a mantener 10 tornos en los que emplea a seis muchachas del lugar. La venta del hilo de seda a buen precio (104 reales por libra de hilo en 1842) le supone una buena fuente de ingresos. Parece satisfecho de su empresa, por lo que llega a redactar un manual de cultivo y envía orgulloso muestras de sus labores a las autoridades provinciales. En 1844 la reina Isabel II dispondrá que una de las muestras figure en el Conservatorio de Artes “para honra del interesado y estímulo de emprendedores”. Monfort recibiría por todo ello la Cruz de Comendador en la Real Orden de Isabel la Católica. Tesis doctoral de Carme Solsona i Sorrosal. Edición digital en www.cervantesvitual.com. Un ejemplar del opúsculo se conserva en Madrid. Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. 180 Se trata de la finca con torre y capilla que poseía el convento de trinitarios del Salvador, en la huerta nueva y en la huerta vieja de los términos municipales de Fraga y Torrente. Una finca de más de quinientas fanegas de tierra, regable en su mayor parte por la nueva acequia del secano y cultivada de inmemorial por pequeños arrendatarios que pagaban pensiones censales al convento. En 1840, al amparo del Real Decreto de 19 de febrero de 1836, se subastaba públicamente la finca, previamente nacionalizada, y después de varias adquisiciones fallidas, acaba en poder de don Francisco Monfort en 1845. El nuevo propietario venía obligado a abonar solamente la quinta parte del precio rematado al escriturar el nuevo dominio; el resto debía pagarlo en ocho años si lo hacía en títulos de la deuda pública o en doble plazo si lo hacía en efectivo. 181 Tesis doctoral de Carme SOLSONA Y TORROSAL. Edición digital en www.cervantesvitual.com. 182
Don Domingo había fallecido aquel mismo año siendo senador vitalicio. En su última disposición testamentaria de 1851 instituía en heredera universal a su hermana, doña Manuela Barrafón, pero con la obligación de subrogar la universal herencia en su sobrino don Francisco Monfort y éste, a su vez, debía aceptarla con igual obligación respecto de su hijo Mariano. Durante los siguientes años, algunas de las heredades de Barrafón en Fraga fueron usufructuadas por don Francisco, incorporadas al patrimonio de los Monfort e incluso vendidas, puesto que así parece indicarlo el amillaramiento realizado en la ciudad en 1860. A.H.P.Z. Pleitos Civiles C.6020-11. 183 Los eclesiásticos “primicieros” en cambio, beneficiarios de la dotación eclesial que realiza el ayuntamiento con este ingreso, entienden más conveniente su gestión por administración de la junta de propios para, de este modo, dicen, lograr “burlar las miras codiciosas de los arrendatarios que parece se han propuesto no exceder la suma de la dotación”. 184 Remata la puja para un trienio y por la cantidad de 2.060 reales anuales, rebajados luego por la escasa circulación que soporta el puente durante el año 1821. La fiebre amarilla declarada desde hace algún tiempo en Barcelona, Sitges, Salou y Mequinenza parecen estar en el origen del escaso tránsito. 185 BERENGUR GALINDO, A. Censal mort. Historia de la deuda pública del Concejo de Fraga. I.E.A. Huesca, 1998. Especialmente el “Resumen de datos censales” pp. 165-232, así como los Cuadros nº 6 y nº 7 del apéndice, relativos al parentesco entre las principales familias censualistas. 186 “Contribución-préstamo” de 1836 en A.H.F. C.1079-22; “Mayores contribuyentes” de Fraga en 1837 y “Anticipación reintegrable” de 1848 en C.965-4; "Libro cobratorio para la atención al culto" de 1850 en
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C.1493-14; “Mayores Contribuyentes para un nuevo catastro” de 1851 en C.296-4; “Catastro” y “Amillaramiento” de 1860 en C.295-2 y C.961-2. 187 CRUZ, J. Los notables de Madrid. Las bases sociales de la revolución liberal española. Madrid, 2000. p. 20. 188 FONTANA LÁZARO, J. De en medio del tiempo. La segunda restauración española, 1823-1834. Editorial Crítica, Barcelona 2006. p. 368.
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