Capítulo 9. Se armó el Belén

Capítulo 9 Se armó el Belén El tiempo había pasado deprisa y las fiestas no eran más que un recuerdo. Los estudios, los exámenes lo acaparaban todo ah

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Capítulo 9 Se armó el Belén El tiempo había pasado deprisa y las fiestas no eran más que un recuerdo. Los estudios, los exámenes lo acaparaban todo ahora. Y de nuevo se acercaban las navidades a la vida de Sebas. Siempre habían sido especiales para él, aunque algunas no fueran para ser recordadas. Cerca de estas fechas supo de la enfermedad de don Roberto, su viejo profesor y unos días antes había muerto su padre. Todos estos acontecimientos, unidos a otros muchos, eran los culpables de que la vida de Sebastián Riquelme, nuestro protagonista, hubiera dado un giro radical y se encontrara donde estaba. Desde que le alcanzaba la memoria, era a comienzos de diciembre cuando empezaba en su casa la preparación del Belén; sus padres y él lo montaban con mimo y éste crecía a la vez que Sebas. Todos años iban a la Plaza Mayor de Murcia, llena de puestos que la llenaban de calor y alegría, salían a comprar alguna nueva figura para que su Belén creciera: un pastor, una oveja, “el caganer1”. Su madre, mujer dada a pocas fiestas, incluso se prestaba a comprar alguna peluca o artículo de broma que luego hacía aparecer el día de Nochebuena para regocijo de todos. Paseaban entre los puestos, miraban, preguntaban, reían con los chascarrillos probándose máscaras o esas gafas con nariz y bigotes; olía a musgo recién cortado, mezclado don la fritura de los bocadillos de calamares que tan bien preparaban en la tasca de Andrés, la que hacía esquina con la calle Mayor dónde siempre comían uno antes de irse. ¡Ah¡ y las castañas que calentaban sus manos diminutas y el sonido de los villancicos y el calor de la gente. Más tarde, al llegar a casa colocaban su figura. Pero cuando de verdad sentía Sebas que empezaba la Navidad era el 22 de diciembre, con el sorteo de la lotería. El soniquete de los niños de San Ildefonso cantando los números, al unísono por toda la ciudad, era el pistoletazo de salida. A partir de ahí todo era ir y venir de gente más alegre, más triste, pero con buenos deseos; de cazuelas en la cocina con ricos guisos, de niños mirando con ojos cómo platos los escaparates de las viejas jugueterías, su muñeca Barbie, la novedosa Nintendo,… ¿se acordarían los Reyes por fin de traérsela? No importaba mucho, ¡jugaban tanto en su imaginación con ellos! ¡Qué diferencia con las de ahora, qué diferentes aquellos niños de éstos! Ya no miran tanto los escaparates, ahora son los catálogos de los grandes almacenes, tan llenos de cosas, artilugios electrónicos, que no saben que pedir. Sebas los ve en el parque al lado del “insti”: “mamá, quiero esto, y 1

Generalmente, esta figura se sitúa en un rincón apartado del belén, intentando que no quede en un lugar destacado. Aunque no se conoce con exactitud cual es la razón para colocar una figura defecando, se cree que el caganer con sus heces fertiliza la Tierra, por lo que se le considera un símbolo de prosperidad y buena suerte para el año siguiente. La tradición del caganer, o caganet, está aceptada plenamente por la Iglesia, y es de origen catalán o valenciano.

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esto también” y ellas: “bueno, ya veremos”. Ahora lo último son la PSP o la Wii o esos monstruos llamados “gormitis”, tan distintos a los indios y vaqueros, pero con los que al final se jugaba igual. Sebas sonreía. Quizás no fuese tan distinto al fin y al cabo, porque a él, aunque le avergonzase reconocerlo, le gustó la idea cuando su madre aquella mañana le dijo: - Sebas, si quieres este año podríamos poner de nuevo el Belén, creo que las figuras aún están en alguna de las cajas sin desembalar que dejamos en la bodega. - Me da igual, si tú quieres. - Entonces, lo haremos el próximo fin de semana. A los pocos días Sebas comentó a su madre que había invitado a unos amigos y a Irene a casa para que les ayudaran con el Belén y así tener ocasión de hablar sobre el disfraz para Reyes. La costumbre de disfrazarse la noche del cinco de enero a nuestro protagonista le pareció chocante. Sus amigos le explicaron que se venía haciendo de unos años para acá. La idea partió de una discoteca en la que se celebró un concurso de disfraces esa noche y caló tanto entre el público que se extendió a todo el pueblo. El sábado acordado llegaron a casa Dani, Luis y Jorge. Irene llamó para decir que iría más tarde. Sonó el timbre. En el viejo salón de la casa se apilaban ya las cajas aún sin abrir desde la mudanza. Una gran mesa en la esquina esperaba que poco a poco fueran formándose en ella ríos, montañas y prados. En el equipo de música sonaban villancicos, idea de su madre, para ambientar. - Dios, ¿qué suena? - A mi madre le hace ilusión… - ¡Pues menudo rollo, pero suerte que tengo algo mejor en la mochila! De nuevo comenzó a sonar la música, ya del agrado de todos. Las cajas muertas hasta el momento ahora cobrarían vida en sus manos: que si los Reyes, un puente, la estrella para el portal, el ángel… Sebas cogió en sus manos un pequeño niño pintado con bordes dorados en el diminuto paño que cubría su desnudez. La sonrisa en el rostro no denotaba el frío que esa noche debía hacer; una mano rota y un piececito a punto de hacerlo: era una de las primeras piezas que habían adquirido y una de las que siempre quedó por reemplazar. - Eh, chicos “La parte contratante de la primera parte… Todos se volvieron hacia Luis: en su delgada cara tenía colocadas unas gafas pegadas a una nariz y un bigote, una peluca y un bombín negro completaban su atuendo. Todos rieron.

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- ¿Te acuerdas, mamá? - dijo Sebas. En la mente de su madre fluyeron los recuerdos de una Nochebuena hace ya muchos años y una mueca entre triste y alegre. Sí claro, cómo no iba a acordarse. - ¿Y si nos disfrazamos de los hermanos Marx? - Sí claro, y tú serías el mudo, apuesto que no aguantas ni quince minutos sin hablar. - ¡Ya sé, de Drag Queen! - ¿Qué pie usas? - Un 42. - ¿Tú te imaginas con plataforma? - ¿Tú quieres divertirte o acabar en urgencias? La mañana iba pasando a ritmo de la música, todos se afanaban en montar el Belén y paso a paso iba cogiendo forma y a medida que crecía, las ideas para la noche de Reyes iban sucediéndose: corsarios, monjas, astronautas, los chicos de verano azul… - Os dais cuenta de qué aún no hemos decidido nada… - Es igual, al final vendrán las chicas y nos harán cambiar de idea y terminaremos disfrazados de lo que ellas digan. - ¡Ni hablar! éste año decidimos nosotros. - Pues da ideas, estoy por no salir. - No señor, tú sales aunque sea de pastor y yo de oveja, que va ser tu primer año en esta noche. - Pues no estaría mal considerar eso, los demás vamos también de ovejas: beeee, beeeeeeeee y hacemos un rebaño. - ¿Y que hacemos con Irene? - ¿Y si la ponemos de cabra?, es broma, vale, vale. - Ella de pastora y los demás que completen el rebaño. De nuevo la risa de los chicos inundó la habitación. Cuando sonó el timbre ni lo escucharon: la madre de Sebas, que discretamente se había retirado, apareció con Irene. - Hola, Irene, mira, ya sabemos de qué nos vamos a disfrazar. - ¿De qué? - De portal de Belén. - ¿Queéeeee? - Bueno, de pastores con ovejas, ¡todo incluido! - Eso habrá que discutirlo con el resto de la peña. 3

- ¿No os lo dije?, nos la van a dar parda. La mañana concluía y sólo les faltaba colocar una cosa: Irene tomó la estrella de la caja y la puso en el portal. La mesa que, arrinconada, había estado vacía hace unas horas, bullía ahora como un hervidero donde cada personaje cumplía una y otra vez la misión que le había sido otorgada. Al lado del río, el pescador con su caña; por el camino de arena, Melchor, Gaspar y Baltasar acercándose día a día al portal donde la Virgen mira embelesada al niño y San José con orgullo a ambos. Los pastores que dormitaban al amor de la hoguera, mirando sobresaltados el anuncio del ángel, y más allá, en un rinconcito apartado el caganer, aunque no se sepa muy bien qué pinta. - Ha quedado “guay”, chicos, muchas gracias. - De nada, colega, nos vemos o ya nos hacemos una perdida.

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Este año la madre de Sebastián sabía qué quería regalarle a su hijo en Navidad. Llegado el día de Reyes, estando ya él dormido, fue hacia los cajones del mueble y sacó un viejo cuaderno de tapas gastadas y otro igual junto a él de similares características, sin estrenar: los envolvió cuidadosamente y dejó el paquete en la mesilla de Sebas. La mañana de Reyes amaneció triste y nublada, Sebas se estiró en la cama, sobra la cual de modo desordenado estaban los restos de su disfraz. Al final fue el que decidieron las chicas. Se volvió hacia la mesilla y entonces descubrió el regalo. Lo abrió despacio. Saboreando el momento, encontró el viejo diario de su madre junto a otro nuevo, en cuya primera página su madre había escrito algo: ¡un poema!... “Palabras para Julia” de José Agustín Goytisolo, su favorito. Decía así:

Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable. (…) Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene objeto que es un asunto desgraciado.

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Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. La vida es bella, ya verás como a pesar de los pesares tendrás amigos, tendrás amor. Un hombre solo, una mujer así tomados, de uno en uno son como polvo, no son nada. Pero yo cuando te hablo a ti cuando te escribo estas palabras pienso también en otra gente. Tu destino está en los demás tu futuro es tu propia vida tu dignidad es la de todos. Otros esperan que resistas que les ayude tu alegría tu canción entre sus canciones. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo. La vida es bella, tú verás como a pesar de los pesares tendrás amor, tendrás amigos. Por lo demás no hay elección y este mundo tal como es será todo tu patrimonio. Perdóname no sé decirte nada más pero tú comprende que yo aún estoy en el camino. Y siempre siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso.

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Se levantó, se vistió y salió de su cuarto. Su madre lo esperaba en la cocina con el desayuno caliente puesto en la mesa. Sebas se acercó y le dio un beso en la mejilla: - Gracias, mamá.

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