CAPITULO TRES HUNDIENDOSE EN LA RUINA

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CAPITULO TRES HUNDIENDOSE EN LA RUINA Cuando mi esposa y yo compramos nuestra primera casa, el constructor nos ofreció un puñado de fotografías. "lleven estas fotos con ustedes," insistió. "Les mostrarán mucho acerca de la casa." Segun las revisamos, nos dimos cuenta que la mayoría de las fotografías habían sido tomadas durante las primeras etapas de la construcción: la nivelación del terreno, la colocación de una capa de arena especial, el armado de varillas de acero reforzadas, y el vaciado de la mezcla de concreto. No podíamos entender por qué el constructor se interesó tanto en mostrarnos las fotografías del cimiento de la casa. Estábamos más interesados en las cosas que nuestros visitantes notarían: el color del tapiz para la pared, el estilo de la alfombra, los marcos de las ventanas. "¿Por qué tantas fotografías del cimiento?" nos preguntábamos. Unos meses más tarde nos enteramos de la razón. En esta zona del país, la tierra es un tipo de barro movedizo conocido como la "arcilla Yazoo" La expansión y encogimiento de la arcilla causa que el terreno se levante o baje en ocasiones. Como resultado, casi todas las casas construidas en estas arcillas pasan por un periodo de asentamiento. Una persona me dijo, "Aquí sólo hay dos tipos de casas: aquellas que se han hundido y aquellas que se están hundiendo". No importa que tan bonita sea tu casa, continuó diciendo. "Cuando la tierra se mueve, aún la casa del gobernador se hunde." En los primeros capítulos de este libro, vimos que Dios creó originalmente a Adán y a Eva como sus imágenes nobles. Eran mejores que la mansión de cualquier gobernador. Pero el propósito original de Dios en cuanto a la dignidad del hombre no duró mucho. La tierra empezó a moverse debajo de Adán y Eva y la raza humana cayó en la ruina. ENGAÑO ANTES DE LA RUINA ¿Cómo cayó la humanidad en la ruina? ¿Qué proceso llevó a la corrupción de nuestra dignidad original? La mayoría de la gente está familiarizada con la historia de la caída del hombre en el pecado. Dios advirtió a Adán y a Eva que no comieran del fruto prohibido, y ellos lo comieron de todos modos. Pero los acontecimientos precedentes a este acto de desobediencia son más complicados de lo que recordamos. Adán y Eva no se arrojaron descaradamente en las fauces de la muerte. Más bien, su decisión de rebelarse contra Dios fue precedida por un proceso de engaño sutil. El Génesis nos dice que Eva encontró a Satanás en la forma de una serpiente que hablaba. "La serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho" (Gén 3:1), y atrajo a Eva hacia su perdición. ¿Cómo hizo Satanás esto? ¿Cuál fue su estrategia? La estrategia de Satanás en el Jardín del Edén se centró en una cosa: el orgullo humano. La palabra orgullo siempre me recuerda un incidente que tuvo lugar después de una obra teatral de mi hija en primer grado. Después de la presentación, la maestra felicitó a toda la clase. "Niños y niñas" dijo, "Deben estar orgullosos de ustedes mismos. Hicieron un excelente papel". Esa tarde mi hija llegó a casa terriblemente frustrada. Entró a mi estudio y dijo llorando," Mi maestra hizo una cosa muy mala hoy!" " ¿Qué pasó?" Le pregunté.

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" Ella dijo que debemos estar orgullosos, pero tú y mamá dicen que ser orgulloso es malo!" Mi hija estaba en lo cierto. Nosotros le habíamos enseñado que "Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu" (Prv 16:18). Ella sabía que el orgullo es la fuente de muchos males en el mundo. Ese día sin embargo, tuvimos que explicarle que la palabra orgullo tiene muchos significados. A veces tiene una connotación positiva. "Ten un poco de orgullo," decimos. "No te avergüences de quien eres." Queremos que nuestros hijos tengan esta legítima autoestima y les decimos que se deleiten de su herencia religiosa, de su nación y de su familia. Todos necesitamos una cierta medida de ese orgullo positivo. Pero otras veces, hablamos de orgullo en un sentido negativo; como una actitud que la gente debe evitar. Siempre aconsejamos "No seas tan orgulloso de ti mismo, la gente pensará que eres el más arrogante del mundo" Este tipo de orgullo nos lleva a una falsa apreciación de nosotros mismos. Enseñamos a nuestros hijos a evitarlo y nos cuidamos nosotros mismo de no caer en el. La mayoría de las veces, los cristianos asumen que Adán y Eva cayeron en el pecado porque pensaron demasiado alto de ellos mismos. Decimos: "Su arrogancia los llevó a la rebelión." Este punto de vista es verdadero en cierto sentido. Pero como veremos más adelante, Adán y Eva tuvieron problemas con ambos tipos de orgullo. Satanás primero les robó el orgullo legítimo y después los llevó a desafiar a su Creador. El primer paso del engaño de Satanás es evidente cuando reconocemos el honor que Dios les dio a Adán y a Eva. Nuestros primeros padres seguramente se vieron así mismos con un alto nivel de auto-respeto porque Dios les dio mucho valor. Muchos aspectos en la narración de Moisés nos revelan el estado especial que fue dado a Adán y Eva en la creación de Dios. Primero, Adán y Eva debieron tener orgullo positivo por la gran oportunidad que les fue concedida. Dios los había puesto en el Edén para ser sus jardineros. Dios comisionó a Adán "para que lo labrara [el jardín] y lo guardase" (Gén. 2:15). En la actualidad no pensamos que la jardinería sea un llamado especial, pero el Edén no era un jardín ordinario. Era "el jardín de Dios" (Ez. 31:9), el regio jardín del gran Rey. Adán no agonizó en un foso de esclavo; su lugar de trabajo fue un paraíso lleno de ríos portadores de vida, piedras preciosas e innumerables variedades de plantas y animales (Gn. 2:8-14). Vivir en ese tipo de jardín era un privilegio; cuidarlo era algo más que un honor. ¿Cómo se debieron haber sentido Adán y Eva con semejantes bendiciones? Segundo, la instrucción de Dios para Adán proveía una base sólida para la autoreflexión positiva. "Y mandó Jehová Dios al hombre diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás (Gn. 2:16-17). Cuando leemos este pasaje, su prohibición nos llama poderosamente la atención. "¿Por qué Dios les mandó no comer aquel fruto? ¿Por qué puso a Adán a prueba?" nos preguntamos. Estas son interrogantes importantes pero fácilmente nos distraen del resto del significado de estos versículos. Dios también les dio a sus imágenes gran libertad. El le dijo a Adán, "De todo árbol del huerto podrás comer" (Gén. 2:16), con una sola excepción. La libertad de Adán quizás no suene muy significativa a nuestros oídos modernos, pero imagínese como se debieron sentir los antiguos Israelitas cuando oyeron estas palabras. En su tiempo, todo el producto del jardín del rey estaba reservado para la familia real. Un jardinero

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común nunca podía atreverse a comer de él. Sin embargo, este no era el caso del Edén. El Rey de la creación dio permiso a su jardinero de comer de todo árbol, menos de uno. Adán tenía en sus pies todas la riquezas personales del Creador. Tercero, la importancia de la humanidad a los ojos de Dios, es mostrada a través de la creación de Eva. "No es bueno que el hombre esté solo," dijo Dios. "Le haré ayuda idónea para él" (Gén. 2:18). La tarea dada a Adán era demasiada para él solo. ¿Cómo podría un hombre llenar la tierra con imágenes de Dios? ¿Cómo podría sojuzgar todas las cosas por si solo? Para ayudar a Adán a cumplir todos estos propósitos, Dios le dio una compañera. Moisés repite la palabra "idónea" en Génesis 2:18-20 para indicar la maravillosa provisión de Dios para Adán. Adán y su pareja tenían que ser perfectos el uno para el otro. Adán buscó en el reino animal pero no "halló ayuda idónea para él" (Gén. 2:20). Así que Dios creó a Eva de su costilla y se la presentó. Adán estaba tan contento por Eva que entonó la primera canción registrada en la Biblia. "Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada Varona, porque del varón fue tomada" (Gén. 2:23). Moisés después comenta, "Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban" (Gén. 2:25). Este fue un matrimonio hecho en el cielo. ¡Qué tremendo honor! Dos personas perfectamente compatibles para estar uno con el otro. Ni un conflicto, ni un problema; absolutamente ninguna barrera que estorbara su vida juntos. Vivían en absoluta armonía, listos para hacer todo lo que Dios quería que hicieran. Dios pensó tanto en Adán y Eva que preparó todo a la perfección. ¿Qué más podrían haber querido? Al mirarse el uno al otro podían ver cuán valiosos eran para Dios. El énfasis de Moisés sobre la bendiciones dadas a Adán y a Eva presentan la fase inicial del esquema engañoso de Satanás. En lugar de desafiar descaradamente a Eva para que se rebele contra su Creador, Satanás primero la condujo a sentirse insatisfecha con el honor que Dios le había dado. Convenció a Eva a cuestionar la dignidad de su condición: "¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? . . . sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos" (Gén. 3:1,5). En efecto, la serpiente la instó, "Mírate Eva. Dios ha guardado lo mejor lejos de ti. ¿Cómo puedes vivir tranquila cuando Dios te ha tratado de esta forma?" Los políticos americanos reconocen este principio de persuasión. Durante las elecciones presidenciales el partido opositor siempre tiene una estrategia de doble propósito. No sólo promueven a su propio candidato, sino que desacreditan al otro partido tanto como puedan. Frecuentemente la mayor parte de la campaña es dedicada a la difamación. ¿Por qué se ocupa tanto tiempo criticando al otro partido? Porque la gente debe ver la necesidad de un cambio antes de dar su voto. El público cambiará de opinión sólo después de estar convencido que la actual situación no es buena. Así es precisamente como Satanás actuó con Eva. Mientras ella confiaba en el honor que Dios le había dado, no tenía razón para cambiar. Consecuentemente, la Serpiente primero convenció a Eva de que no era suficientemente bueno ser la corona de la creación. Con la influencia de Satanás, Eva empezó a mirarse. Despreció el maravilloso diseño que poseía y empezó a volverse contra su Hacedor. Es fácil juzgar a Adán y a Eva, preguntándonos cómo pudieron ser tan ciegos. ¿Acaso no podían ver cuánto les había dado Dios? ¿Por qué perdieron la visión de su estado privilegiado como imágenes de Dios?

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Pero cuando juzgamos a Adán y Eva, también nos juzgamos a nosotros mismos. También nosotros perdemos muy fácilmente la visión de nuestro privilegio como imágenes de Dios. Por supuesto, no vivimos en un paraíso, pero las bendiciones de Dios aún nos rodean. El mantiene el mundo en orden, nos muestra su paciencia cuando pecamos, provee para nuestras necesidades de la vida y otorga una medida de prosperidad y lujo a muchos. No obstante, muchas veces encontramos muy poco honor en su bondad, nos volvemos en su contra y seguimos la fruta venenosa del pecado. Los incrédulos caen presa de esta tentación de muchas maneras. El pecado engaña de tal manera a aquellos que están sin Cristo que no se dan cuenta de la gracia de Dios hacia ellos. Los regalos de salud, familia y trabajo son considerados comunes, no nos mueven a una actitud de gratitud a Dios. ¿Cuál es el resultado de este engaño? El mismo es para los incrédulos como lo fue para Eva. Ellos no valoran la dignidad que Dios les da. Por eso buscan su importancia en los caminos del mal. El engaño de Satanás también toma muchas formas en la vida cristiana. Olvidamos la gloria del perdón y el privilegio de la adopción como hijos de Dios. Aún perdemos la visión de nuestra vida resucitada en Cristo. Despojados de la seguridad de ser tesoros especiales de Dios, buscamos otras cosas para sentirnos valiosos. Muchas veces los cristianos comparamos nuestra vida con la de otros y nos preguntamos acerca de nuestra dignidad. "Mira a ese individuo", nos decimos. "El consiguió que todo marche de acuerdo a sus deseos. Si yo soy tan especial, ¿por qué yo no tengo tanto como el?" Durante periodos de juicio y sufrimiento, esta actitud es comprensible. Incluso el salmista miró a su vida y clamó, "Más yo soy gusano, y no hombre" (Sal. 22:6). Sin embargo debemos ser cuidadosos y no sentirnos deshonrados simplemente porque no tenemos todos los lujos que otros gozan. Cuando somos tentados de esta manera, necesitamos mantenernos firmes en la preciosa enseñanza de la Escritura. Cristo nos ha dado a cada uno de nosotros muchas bendiciones, de manera que no tenemos razón para cuestionar nuestro valor. Cristo ascendió a las alturas y dio dones a su iglesia (Efes. 4:7-8). Haciendo esto El nos ha asignado una mayordomía honorable a cada uno de nosotros. Algunas bendiciones pueden parecer mayores que otras porque son más visibles, pero todos los dones del Señor son benevolencias de gracia. El concede su espíritu a todo su pueblo; el nos asegura su presencia ahora y una recompensa celestial inconmensurable en el futuro. Con estos dones abundando en nuestras vidas, deberíamos estar convencidos de nuestro posición de privilegio. Los cristianos también pierden el sentido de dignidad al concentrarse demasiado en sus fallas. Todos necesitamos corrección y motivación para ser más obedientes. Cuando nos extraviamos lejos de Cristo, necesitamos una fuerte reprensión. Sin embargo una dieta constante de juicio y corrección, --"el gusanismo santo", lo llamo yo -- nos deja convencidos de una mentira engañadora. Confundimos humildad con autodegradación. Nos vemos nosotros mismos como buenos para nada, miserables, gusanos detestables, no como las imágenes altamente valiosas y redimidas del Creador. No perdamos de vista nuestras faltas, pero tampoco nuestro valor ante los ojos de Dios. Los cristianos somos los coherederos con Cristo (Rom. 8:17); el nos llamó sus amigos (Jn. 15:15); somos miembros de su cuerpo (Ef. 5:29-30); el nos aprecia como a su esposa (Ef. 5:23,25; Apoc. 21:9). ¿Suena esto como que somos unos gusanos sin valor?

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Muchos cristianos se sienten muy incómodos de afirmar su valor ante Dios. Temiendo ensoberbecerse, ellos rechazan cualquier sentimiento positivo acerca de ellos mismos. A pesar de que este punto de vista pueda parecer muy piadoso, conduce a un peligro muy serio. El fallar en reconocer el honor que Dios nos ha dado nos lleva directamente al camino de la rebelión. Satanás esta buscando la manera de robarnos nuestro sentido de dignidad de la misma manera que lo hizo con Eva. Cuando él tiene éxito, nos tiene exactamente en donde el quiere que estemos. Estamos listos para buscar nuestra satisfacción en otros lados y hacer exactamente lo que Eva hizo. Por ejemplo ¿Por qué caemos en el pecado de la codicia? Primero, sentimos insatisfacción por lo que tenemos. La cuenta del banco está baja; el automóvil viejo es una vergüenza; creemos que nuestra casa no es suficientemente bonita. Sentimos que merecemos más y vamos tras de ello. ¿Qué es lo que nos lleva a la infidelidad matrimonial? Más frecuentemente de lo que se cree, el adulterio comienza con una insatisfacción en el hogar. Dejamos de reconocer el privilegio de nuestro matrimonio. Dejámos de ver a nuestro cónyuge y a nuestros hijos como un regalo de Dios. Una vez que hemos perdido el sentido de gozo en nuestro matrimonio, la puerta esta abierta para buscarlo en otros brazos. En lugar de hacer énfasis en nuestras fallas y necesidades, debemos alcanzar una firme convicción de nuestro valor ante los ojos de Dios. Cuando estamos absolutamente convencidos del honor que Dios nos ha prodigado en Cristo, le servimos con entusiasmo. Pero cuando olvidamos lo que Dios ha hecho, estamos destinados a rebelarnos en su contra nuevamente. Hasta este momento, hemos visto solamente un lado de la manipulación del orgullo de Eva por parte de la Serpiente. Echemos un vistazo al segundo nivel de su estrategia. Una vez que Satanás causo en Eva la perdida de su confianza y dignidad, la lleva hacia un arrogante desafío a Dios. Sin embargo aun este aspecto de la tentación fue engañoso. Si alguien le ofrece un plato de veneno ¿Lo comería usted? Probablemente no. Usted rechazaría un pan rociado con cianuro, aun si se estuviera muriendo de hambre. Usted echaría a un lado un vaso de anticongelante, sin importar cuan sediento esté. "No me importa lo que usted diga", insistiría, "Yo se que esto es veneno". Adán y Eva eran lo suficientemente listos como para rechazar una oferta de veneno. La Serpiente sabía esto. Por esta razón ella no dijo, "Ven Eva come este fruto aunque te matará". En lugar de esto le coaccionó de manera que pensara que el fruto era bueno para ella: "No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal." (Gen. 3:4-5). Dios le advirtió a Adán que el comer del árbol del bien y del mal le mataría (Gen. 2:17). Pero Satanás le dijo a Eva, "Tu serás como Dios, conocerás el bien y el mal." Eva comió del árbol cuando se convenció de que el fruto prohibido le daría el honor que ella anhelaba como imagen de Dios. El Maligno continúa con esta estrategia hoy en día. El nos lleva al pecado convenciéndonos que eso es bueno para nosotros. ¿Cuántos de nosotros mentimos porque nos damos cuenta que mintiendo destruiremos nuestras vidas? ¿Cuantos cristianos no respetan el día de reposo porque el trabajar siete días a la semana nos desgasta? Si vemos que una acción nos va a hacer daño, generalmente la evitamos. ¿Por qué entonces sucumbimos a las acciones pecaminosas que inevitablemente nos destruyen? Estamos convencidos que el pecado nos beneficiará de alguna manera. Creemos que por lo menos el pecado nos hará la vida más

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llevadera. Aun cuando sabemos que algunos comportamientos nos costaran al final, nos convencemos que los beneficios inmediatos compensan el daño eventual. Esta clase de engaño la encontramos en todos lados. Televisión, cine, libros y revistas nos dicen que los valores cristianos tradicionales están restringiéndonos y deshumanizándonos. La promiscuidad sexual es presentada como una experiencia positiva de mutuo consentimiento entre los adultos. La codicia nos concede el beneficio de la riqueza. El divorcio nos lleva a la libertad personal. Al final llegamos a creer que el mal es bien, y que el bien es mal. Buscamos el pecado por sus beneficios y animamos a otros a hacer lo mismo. ¿De que manera llegamos a creer estas mentiras? Lo hacemos de la misma manera que Eva llegó a creer que el fruto prohibido era bueno. Note lo que ella hizo justamente antes de comer: "Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomo de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella" (Gn. 3:6). Eva hizo su propio análisis del fruto. "No me importa lo que digan", debe haber pensado ella. "Yo mismo revisaré este fruto". Eva miró hacia el árbol y lo examinó con sus propios ojos. Ella lo comió sólo después de convencerse por sí misma, que el árbol era "bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría" (Gen. 3:6). Fácilmente pasamos por alto la importancia del desarrollo de estos acontecimientos porque vivimos en una época que nos anima a investigar el mundo por nosotros mismos. Los padres enseñan a sus hijos a investigar la vida meticulosamente. Los avances científicos demuestran el valor de los experimentos y descubrimientos que están llenos de creatividad. Desde este punto de vista parece que Eva meramente utilizó los dones dados por Dios para escoger la mejor opción. Aunque hay una pizca de verdad aquí, Eva no utilizó simplemente sus habilidades, sino que les dió mal uso. En lugar de emplearlas razonadamente en consciente sumisión a la palabra de su creador, ella misma se puso como el juez supremo. Ella por sí misma determinó que hacer con el fruto a pesar de la revelación de Dios. Ahora podemos darnos cuenta de qué manera la tentación hacia el falso orgullo es tan efectiva. Mucha gente no agita su puño conscientemente en la cara de Dios y salta a las huestes de Satanás. Pocas personas pactan conscientemente con el diablo. En muchos casos la gente tiene buenas intenciones. "Yo mismo puedo ver que esto es una buena elección," decimos. "Si engaño será en mi provecho;" o, "necesito el divorcio;" o, "El aborto es mi mejor opción." Pero en realidad nos hemos apartado de la verdad confiando en nuestros propios poderes de discernimiento en lugar de la Palabra de Dios. Cuando yo tenía unos siete años, los muchachos de mi barrio solían construir carros modelo y realizaban carreras en mi calle. Muchos de ellos eran algo mayores que yo, y construían unos carros fantásticos. La pintura parecía auténtica; todas las partes estaban en el lugar correcto; sus carros rodaban rápido y lejos. Cuando hice mi primer modelo, me tomó el fin de semana completo el armarlo y tenerlo listo para la carrera del lunes. Pero cuando fui a probarlo temprano en la mañana, el carro no se movió. Lo empujaba una y otra vez, pero simplemente no rodó. Durante la noche, el pegamento se había filtrado en las ruedas y las había solidificado. Corrí a la casa sumido en lágrimas llamando a mi mamá. "¡Mi carro no rueda! ¡mi carro no rueda!, yo gritaba. Entonces ella me preguntó, "¿Seguiste las instrucciones?" "¿Las instrucciones?" respondí. "¡Yo no necesito leer instrucciones!"

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Pero su respuesta fue terminante. "Dudo que tu sepas cómo armar el carro mejor que el fabricante." Ella me bajó los humos. Yo era el tipo de muchacho que nunca leía las instrucciones. Yo pensaba que era una señal de genialidad dejar unas cuatro o cinco piezas sin utilizar cuando se construía un modelo. Pero la realidad era que yo no sabía más que el fabricante. Confiaba en mi propia habilidad, pero aquella confianza era falsa. Eva hizo lo mismo en el Paraíso. Dios le dijo que comer del fruto le traería la muerte, sin embargo ella asumió que no necesitaba las instrucciones del Creador. Ella podía decidir correctamente por sí misma. ¿Y cuál fue el resultado de su selección? ¿Quién sabía más -- Eva o el Fabricante? Como nos dice la Escritura, la fruta estuvo envenenada después de todo; y trajo a la humanidad la sentencia de muerte. Por generaciones, la gente ha imitado la arrogancia de Adán y Eva. A pesar del sinnúmero de problemas que traemos sobre nosotros, aún ponemos la sabiduría humana como el criterio definitivo para llegar a la verdad. Pero, ¿A dónde nos ha llevado esta sabiduría humana que está divorciada de la revelación de Dios? ¿Cuán bien lo hemos hecho a través de los milenios? Repetidamente nuestras decisiones nos han llevado a la ruina. Miremos el testimonio de la historia. Los grandes logros son solamente breves treguas de la opresión, injusticia, y destrucción que han dominado nuestro pasado. Cuando somos honestos con nosotros mismos, debemos reconocer que nuestro falso orgullo nos ha destruido. Examinando la primera tentación, podemos aprender mucho sobre nosotros mismos. Satanás nos hace un truco jugando con nuestro orgullo. Primero nos quita el orgullo legítimo por el honor que Dios nos ha dado. Luego nos lleva a perseguir un falso orgullo. Nos apartamos de Dios y decidimos que podemos descubrir por nosotros mismos cómo hacer la vida digna de vivirse. Sin embargo, de la misma manera que en el Edén, nuestras decisiones son causa de nuestro hundimiento en la ruina. EL DESVIO HACIA LA RUINA Hace unos meses, me dirigía hacia un centro de retiro en la zona rural de Florida. El sol se estaba ocultando y el tiempo se hacía más corto. "Me quedan treinta minutos ante de la conferencia," pensé mientras aceleraba para llegar a tiempo. Pero luego de veinte minutos, estaba completamente perdido. Me dirigí hacia una estación de gasolina y pedí ayuda. "No hay problema," me aseguró un joven. "Sólo tuvo un desvío equivocado." "¡Grandioso! contesté. "No está tan mal." Pero entonces el sonrió y dijo, "sí, fue solamente un desvío, pero lo hizo hace una hora!" No hay necesidad de decirlo, no llegué a la conferencia a tiempo. Fue sólo un desvío errado, pero la equivocación me llevo lejos de mi destino. Adán y Eva tuvieron un desvío erróneo en el Edén al comer el fruto prohibido. Fue sólo un acto de desobediencia, pero nos ha llevado a todos nosotros lejos de nuestro destino original. ¿Cuáles fueron los resultados de su pecado? ¿De qué manera afectó su rebelión a la raza humana? Dios había advertido a Adán, "Porque el día que de el comieres, ciertamente morirás" (Gn. 2:17), y su advertencia fue verdadera. Dios expulsó a Adán y a Eva del jardín, cortándolos del árbol de la vida (Gn. 3:23-24). La muerte espiritual vino inmediatamente; como ola de una marejada repentina, destruyendo toda la rectitud moral de la humanidad. La imagen de Dios

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terminó muerta en sus delitos y pecados (Ef. 2:1). Desde aquel entonces, no existe el bien en nosotros. Cada ser humano, luego de eso, vino al mundo espiritual y moralmente muerto. También la muerte física le vino a Adán y a Eva. La vida humana comenzó a caracterizarse por el sufrimiento, la enfermedad, y el dolor. La vida de la imagen de Dios fue reducida poco menos que a una muerte prolongada. Mucha gente, hoy en día, escucha este pasaje bíblico y se burla. "Mi vida no es tan mala; me va muy bien," dicen ellos. Debemos admitir que mucha gente goza de excelente salud y se da la gran vida. Si esto es así, ¿cómo puedo yo decir que el pecado ha arruinado a la raza humana? ¿No es la descripción bíblica un poco exagerada? Si miramos detenidamente, en seguida nos percatamos que la historia de Moisés es muy exacta. Muchos no creyentes simplemente se han cubierto con un disfraz de felicidad. Ellos parecen no estar afectados por el pecado; parece que ellos lo han conseguido todo. Pero en el fondo de esa fachada de éxitos, los no creyentes difícilmente son lo que pretenden ser. El apartarse de Dios los ha reducido a una imitación barata de lo que ellos reclaman ser. ¿Cuáles han sido los resultados de nuestra rebelión en contra de Dios? Respondamos esta pregunta mirando dos cosas: qué es lo que el pecado hizo y qué es lo que no hizo. En primer lugar, debemos ver que es lo que el pecado no hizo a la raza humana. Simplemente dicho, la caída de la humanidad no nos ha reducido a bestias. El hombre sigue siendo la imagen de Dios a pesar de sus fallas. Posiblemente ya no vivimos como imágenes de Dios, pero cada persona, sin importar lo malo o vil que sea, es aún la imagen visible de Dios en el mundo. Dos pasajes de la Escritura indican claramente que el hombre sigue siendo la imagen de Dios. Luego del diluvio, Dios le dijo estas palabras a Noé: "El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre" (Gen. 9:6). El asesinato es penalizado con la ejecución legal porque cada uno, incluidos aquellos quienes se rebelan contra Dios, son imágenes de Dios. Un pasaje similar aparece en el Nuevo Testamento. Santiago 3:19 dice: "Con la lengua bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos esto no debe ser así." Esta instrucción no está limitada al trato entre creyentes. Santiago nos pide que tratemos a todo ser humano como a la imagen de Dios. ¿De qué manera el hombre caído sigue siendo la imagen de Dios? ¿En que formas conserva aún la semejanza de Dios? Primero, el hombre posee muchas características básicas concedidas a Adán y a Eva en el comienzo. Exhibimos capacidades racionales y lingüísticas; tenemos naturalezas moral y religiosa; somos almas inmortales. El pecado estropeó severamente estos aspectos de nuestro carácter, pero no los destruyó. Segundo, el hombre caído sigue siendo la imagen de Dios porque aún se requiere de él que se multiplique y tenga dominio. Luego del diluvio, Dios reiteró a toda la humanidad el mandato original dado a Adán y a Eva: "Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y le dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra. El temor y el miedo de vosotros estarán sobre todo animal de la tierra, y sobre toda ave de los cielos, en todo lo que se mueva sobre la tierra, y en todos los peces del mar; en vuestra mano son entregados" (Gen. 9:1-2). Noé y sus hijos fueron pecadores, sin embargo Dios insistió en que ellos continúen con el llamamiento original a ser su imagen. El pecado afectó seriamente todas las dimensiones de estas tareas, pero aún somos responsables por ellas. Dios espera de todos que nos multipliquemos y tengamos dominio.

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Diga lo que se diga de la humanidad caída, debemos recordar que seguimos siendo la imagen de Dios. Nos hemos rebelado contra nuestro Creador, pero seguimos siendo personas. Todos nosotros somos creaciones especiales diseñadas con habilidades maravillosas y bendecidos con responsabilidades únicas en este mundo. En segundo lugar, sin embargo, debemos reconocer lo que el pecado ha hecho a la raza humana. Somos imágenes de Dios caídas y corruptas. La desobediencia a Dios ha arruinado la humanidad de tal manera que tenemos necesidad de una renovación total. En el capítulo tercero del Génesis, Moisés reconoce la corrupción de la humanidad de dos maneras. Primero, el señala la marca de nuestro carácter moral. Luego de comer el fruto, Adán y Eva estuvieron abrumados por un sentimiento de culpabilidad. La paz que tenían con Dios se interrumpió de tal manera que ellos se escondieron. Cuando Dios llamó a Adán, el respondió, "Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí" (Gn. 3:10). Originalmente, Adán y Eva estaban desnudos sin vergüenza (Gn. 2:25). Gozaban de una armonía abierta cada uno con Dios. Ahora, sin embargo, ellos reconocieron que ya no eran santos ni justos, sino estaban moralmente corrompidos. El resto de la Escritura nos enseña que el pecado afectó cada dimensión del carácter humano. Somos totalmente depravados. Por supuesto, no somos tan malos como podríamos ser. Dios restringe el pecado y nos capacita para evitar nuestra ruina completa. Sin embargo, si estuviéramos sólo a nuestras expensas, estaríamos completamente corrompidos en todas nuestras facultades. Nuestro proceso de pensamiento está tan oscurecido que tergiversamos y pervertimos la verdad (I Cor. 2:14; Jn. 1:5; Rom. 8:7; Ef. 4:18; Tito 1:15). Nuestras voluntades se han rendido incapaces de escoger lo que es espiritualmente bueno (Juan 8:34, 2 Tim. 3:2-4). Nuestros afectos se han echado a perder y dirigido equivocadamente de tal manera que amamos al mundo y sus placeres malignos (Juan 5:42; He. 3:12; I Juan 2:15-17). Por estas razones estamos bajo el juicio de Dios (Juan 3:18-19) e incapacitados para hacer algo para redimirnos nosotros mismos (Juan 6:44; 3:5; Rom. 7:18,23). El pecado de Adán y Eva ha tenido un efecto devastador en el carácter humano. Segundo, Moisés también enseñó que el pecado dejó su marca en nuestro llamado como imágenes de Dios. Dios maldijo a Adán y a Eva en las áreas más centrales de sus vidas: multiplicación y dominio. Consideremos las palabras de Dios a la mujer: "Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz tus hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. (Gn. 3;16). Eva enfrentó una terrible maldición sobre el tener hijos y el matrimonio. Ella continuaría casada y teniendo hijos, pero ahora ambos aspectos de su vida se habían corrompido. De un lado, la armonía entre Adán y Eva se interrumpió "tu deseo será para tu marido, y el se enseñoreará de ti." La hostilidad remplazó la unidad y cooperación que existía antes, el matrimonio se convirtió en lugar de problema y conflicto. Del otro lado, Dios se dirigió al tener y criar hijos: "Multiplicaré en gran manera los dolores de tus preñeces." El glorioso privilegio de producir imágenes de Dios se convirtió en una carga dolorosa. Ahora eso se llevaría a cabo con sufrimiento. Usualmente, limitamos esta maldición a la incomodidad física de tener hijos. Ciertamente, los dolores de la labor del parto están considerado aquí; los hijos vienen al mundo infligiendo dolor a sus madres, sin embargo, el dolor sobre el cual habla Dios en Gn. 3:16 también tiene una connotación de sufrimiento emocional. El sufrimiento asociado con los hijos no termina con su nacimiento. Los hijos causan dolor a sus madres durante toda su vida.

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Hace algunos años, sugerí a un grupo de mujeres que los hijos traen dolor emocional a sus padres. Luego, escuche por casualidad a dos de ellas conversando. "Yo no se qué es lo que el quiso decir," objetaba la más joven. "Mi pequeña niña me trae gozo, no dolor." "¿Qué edad tiene tu hija?" preguntó la mujer de más edad. "Seis semanas," contestó la primera. Entonces la mujer de más edad sonrió y replicó, "Sólo espera a que ella tenga dieciséis." Los hijos son un regalo maravilloso de Dios, pero estos premios preciosos también nos causan dolor. Conforme los años pasan, nuestros jóvenes nos decepcionan; algunas veces nos rechazan a nosotros y a todo lo que apreciamos. Eva ciertamente experimentó esta clase de dolor cuando su hijo Caín mató a su propio hermano. La historia del mundo puede ser escrita en términos de las lágrimas que las madres han derramado por sus hijos. Muchas madres trabajan duro disciplinando a sus hijos, solamente para verlos rebelarse. Ellas vierten su vida en sus pequeños, sólo para perderlos frente al descuido de un conductor embriagado. Ellas les dedican horas sin fin enseñándoles acerca de Cristo, solamente para que ellos sigan el camino de la muerte. Todos los padres amorosos deben soportar el disgusto y el dolor por sus hijos; nuestro pecado trajo esta maldición sobre nosotros. En el capítulo anterior, vimos que una manera de multiplicarnos es alcanzando a los perdidos para Cristo. Esta dimensión de la multiplicación también está maldecida con dolor. Padres y madres espirituales enfrentan muchas frustraciones con sus hijos en Cristo. ¿Qué pastor no ha visto cómo miembros de la iglesia se apartan de la fe? Cualquiera que está involucrado en alcanzar a otros encontrará aflicciones semejantes. Los consejos se pierden sin ser escuchados y las advertencias caen en oídos sordos. Fuimos hechos para llenar el mundo con semejanzas de Dios. Debemos continuar y llevar a cabo la tarea de dar nacimiento, criar hijos en Cristo, y traer los perdidos al Salvador. ¡Pero de que manera ha caído la magnificente imagen de Dios! Ahora nuestra tarea está corrompida con gran dolor y futilidad. Antes de pronunciar su maldición sobre Eva, Dios se tornó hacia Adán. En ese momento El enfocó en nuestro llamado a ejercer dominio: "Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás" (Gen. 3:17-19). La palabra de Dios revela al mismo tiempo que la humanidad aún tiene la responsabilidad de gobernar la tierra. Aunque, ahora la tarea de Adán estaba llena de sufrimiento. Dios declaró que el trabajo de Adán estaría plagado de dificultades: "Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida" (Gn. 3:17). Antes de la caída, el suelo libremente producía con generosidad, mas ahora presenta una vigorosa resistencia. De muchas maneras, el mundo se hizo hostil a la vida humana. Bajo la maldición de Dios Adán tuvo que luchar solamente para sobrevivir. Nunca he conocido una persona que no haya experimentado los esfuerzos de Adán por sobrevivir. Algunas personas tienen experiencias más amargas que otras. Las parejas jóvenes trabajan y trabajan, pero encuentran que el montón de cuentas se hace más y más alto. Los retirados no pueden satisfacer sus necesidades con sus ingresos fijos. Inclusive aquellos que han tenido éxito financieramente enfrentan otra clase de dificultades en sus vidas. Ellos puede que

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vivan en casas elegantes, manejar autos lujosos, ser miembros de los mejores clubes sociales, sin embargo otros aspectos de su vida se derrumban ante sus propios ojos. La maldición de Adán no se detuvo en el sufrimiento y el esfuerzo. Dios determinó un amargo destino para su imagen. Adán trabajaría sin descanso, luchando día y noche contra las fuerzas de la naturaleza. ¿Pero con qué fin? ¿Una victoria gloriosa contra la futilidad? Difícilmente. Dios declaró, "Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás" (Gn. 3:19). Concretamente, Adán trabajaría hasta la muerte. Nosotros hemos escuchado este versículo muchas veces de manera que fácilmente pasamos por alto su poderoso significado. Este pasaje es algo más que la explicación teológica y abstracta de la muerte. Es Dios mismo hablando a su imagen, la que un día fue su perfecta y gloriosa imagen. Ese fue Adán, a quien Dios le formo del polvo y al que le dio aliento de vida. Ahora ese mismo Adán moriría y regresaría al polvo. Un amiga mía compartió conmigo un sueño que se relaciona con este pasaje. Su mamá había fallecido recientemente, y una noche su mente vagaba pensando en ella. "Primero fue una visión que se apareció," mi amiga me dijo. "Ella parecía muy joven y fuerte." Conforme ella continuaba una lágrima apareció en su rostro. "De repente, la vi enterrada en el cementerio. Súbitamente, su cara comenzó a contraerse; su carne a descomponerse delante de mis ojos. Su esqueleto se redujo a polvo." Su descripción fue horripilante. "Entonces me di cuenta de algo." concluyó ella. "No pasara mucho tiempo antes de que yo también esté ahí." Siempre intentamos escapar de esta horrible realidad. Día a día hacemos todo lo posible por olvidarnos de lo inevitable de la muerte. Solamente miremos a los hombres y mujeres cómo van tan de prisa a trabajar cada mañana. Ellos empujan y entran a empellones en el elevador como si estuvieran por hacer algo que va a durar eternamente. ¿Qué tan a menudo piensan ellos acerca de las tumbas frías que les esperan? ¿Qué tan conscientes están de la vanidad de los éxitos? ¿Qué tan conscientes están de la brevedad de la vida? La mayoría de la gente se rehusa a mirar su fin. En su mente la muerte es la cosa más lejana. La gente vive aquí y ahora, el momento presente, escapando de la realidad y futilidad de la muerte. Sin embargo no podemos escapar eternamente. Podemos tratar de escapar de la tragedia de la muerte por un momento, pero la realidad finalmente se presenta intempestivamente. Ha fallecido un ser querido; leemos el obituario de un amigo. De pronto nos damos cuenta hacia donde vamos todos. Desearía que el horror de la muerte sea pasado por alto, que no tuviéramos que tratar con ella en absoluto, pero no nos engañemos nosotros mismos. La muerte no desaparece porque la ignoremos. Debemos enfrentar la terrible realidad de la muerte. Esta dura realidad ha conducido a mucha gente a una completa desesperación. "Si voy a regresar al polvo," ellos dicen, "¿De qué vale vivir? Mas algo positivo puede aparecer de la contemplación de nuestro ataúd vacío. Escudriñar la cara de la muerte es el punto de partida para levantarnos de la ruina que Adán y Eva trajeron a la raza humana. Cuando finalmente nos damos cuenta de lo que nos espera, vemos cuanto necesitamos ser rescatados. Anhelamos entonces la gracia de Dios que nos libera de nuestra miseria. ¿Hay alguna esperanza para la imagen de Dios? ¿Podremos alguna vez escapar del sufrimiento causado por nuestra rebelión? Dios no dejó a Adán y a Eva sin esperanza de rescate. El no los abandonó al dominio cruel de la futilidad del pecado. Mas bien, El nos ofreció esperanza, esperanza de que un día seremos levantados de esta futilidad.

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Aun cuando Dios pronunció maldiciones severas sobre su imagen, El habló también sobre un futuro brillante: "Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza y tu la herirás en el calcañar." (Gn. 3:15). Estas palabras revelaron el plan de Dios para la humanidad. Nosotros tendremos victoria sobre Satanás. La serpiente continuará molestando a los descendientes de Eva, mordiéndoles el calcañar constantemente, pero algún día los hijos de Eva aplastarán la cabeza de Satanás en una victoria gloriosa. El nuevo Testamento nos dice que este maravilloso destino será finalmente cumplido en Cristo, el más grandioso hijo de Eva. En su muerte, Cristo limitó severamente el poder de Satanás. "Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es al diablo" (He. 2:14). Cuando Cristo se levantó de los muertos, ganó la victoria sobre la muerte y la tumba. "Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. (I Cor. 15:54-57). La victoria final sobre Satanás y sobre la maldición de la muerte ocurrirá cuando el pueblo redimido de Dios herede el cielo nuevo y la tierra nueva. Como dijo Pablo a los cristianos de Roma, "Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies" (Rom 16:20). Cristo nos guiará a la victoria aunque Adán nos haya llevado a la muerte. A pesar de que muchos siglos pasaron antes de que la promesa dada a Adán y Eva comenzara a cumplirse en Cristo, Dios nunca abandonó completamente a la raza humana de los horrores de la futilidad y de la muerte. A través de la historia de la Biblia, Dios abrió camino para que sus imágenes caídas recibieran muestras de la dignidad que Cristo daría a su pueblo. El nos concedió ricas bendiciones en los días de Noé, Moisés, y David, las cuales levantaron a su pueblo sobre la horrible tiranía del pecado y de la muerte. Conforme aprendamos acerca de estas bendiciones y nos dejemos sostener por ellas por fe, podremos encontrar alivio de las maldiciones hechas a Adán y Eva, y ver a Satanás derrotado aquí y ahora. Hay buenas noticias para todos aquellos que ven la inminencia de la muerte. La búsqueda de la redención no es en vano. Por su amor y compasión, Dios ha construido un camino que lleva a la restauración de la humanidad. Es un sendero maravilloso que nos lleva a grandes bendiciones de dignidad como imágenes de Dios CONCLUSION En este capítulo hemos visto la narración bíblica sobre la caída de la humanidad en el pecado. Hemos notado que Adán y Eva se hundieron en la ruina porque ellos perdieron la visión sobre el honor de ser imágenes de Dios e insensatamente se hicieron arrogantes delante de El. Fue sólo un desvío, un acto pecaminoso, pero el desafío del primer hombre y mujer trajo maldiciones a toda la raza humana. Veamos lo que hemos hecho de nosotros mismos. La maravillosa semejanza de Dios se echó a si misma en un mar de futilidad y muerte. En los capítulos que siguen veremos como Dios rescató y restauró a su imagen hasta la dignidad.

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PREGUNTAS DE REPASO 1. ¿Cuáles fueron los dos aspectos de la estrategia engañosa de Satanás en contra de Eva? ¿De que manera podemos impedir este engaño en nuestras vidas? 2. ¿Qué no les pasó a Adán y a Eva como resultado de su pecado? ¿Qué sí les pasó como resultado de su rebelión en contra de Dios? 3. ¿Cuáles fueron los efectos del pecado el llamado a la humanidad de multiplicarse y ejercer dominio? ¿Por qué debemos enfrentar este terrible aspecto de la existencia humana? EJERCICIOS DE DISCUSION 1. ¿Por qué se llama este capítulo "Hundiéndose en la ruina"? 2. Describa una persona que usted conozca, quien haya perdido todo lo positivo de su autoestima. Describa otra persona que sea llena de arrogancia y autoimportancia. ¿Por qué ambos tipos de personas están en una posición peligrosa? ¿Qué peligro enfrenta usted en su vida? 3. Eche una mirada a su propia experiencia sobre la multiplicación. Haga una lista de cinco puntos en los cuales usted sufra dolor en sus intentos de multiplicar la imagen de Dios. ¿Qué esperanza hay para usted en Cristo? 4. Liste cinco maneras en las cuales usted experimente futilidad en sus intentos de ejercer dominio sobre la tierra. ¿Qué esperanza hay para usted en Cristo?

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