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DISCURSO 14 DE ABRIL Constituye para mí un honor, dirigirme a ustedes en este día tan importante en nombre del Centro Militar y del Circulo Militar “Gral. Artigas”. Como ciudadano y como soldado estoy convencido que el deber de memoria y gratitud que tenemos hacia nuestros muertos, hacia quienes dieron la vida por la Patria y hacia quienes fueron víctimas del odio y de la insania terrorista, es una seña de identidad que nos congrega año a año y que tenemos la obligación de mantener y también de legar. Hoy recordamos, a los ciudadanos asesinados por la guerrilla terrorista; nuestro homenaje, de hoy y de siempre, es para: El Prof. Armando Acosta y Lara El CC Ernesto Moto El Sub Comisario Oscar Delega y El Agente Carlos Leites, debemos agregar además a los que no se quieren reconocer como victimas y menos recompensar a sus familias; Pascasio Baez Hilaria Ibarra, Carlos Burgueño y varios civiles más, la totalidad del personal Militar y Policíal llegando esta larga lista a la cantidad de 70 personas.
Admito y, lo digo con cierto asombro, que nunca pensé que llegaríamos en esta época, --a 40 años de los crímenes más terribles que la guerrilla perpetró, y a casi tres décadas de la restauración institucional y de las leyes que se suponía habrían de sellar mediante procesos de amnistías la paz entre todos los orientales-- que todavía tendríamos que estar hablando de lo que estamos hablando; que aquella guerra que desató el marxismo internacionalista y que tanto afectó a nuestra sociedad, todavía seguiría siendo tema de discusión. No pensé que la paz a la que se comprometió de manera concluyente la mayoría de los orientales, que toda vez que fueron consultados la afirmaron y la ratificaron, estaría en cuestión, sería menoscabada, despreciada, negada y vilipendiada, por algunos de quienes desataron la guerra y que fueron los primeros en ponerse en fila, para acogerse a la muy generosa amnistía que el país les dio. La Patria tiene una historia muy rica en pactos y amnistías; desde luego, todos ellos respetados y acatados por quienes los signaron. Me permito destacar al respecto un parágrafo del muy esclarecedor Libro La Amnistía en la Tradición Nacional de Pivel Devoto; “ Las tres grandes crisis de violencia que afectaron la vida de nuestro país en el siglo XIX terminaron con acuerdos de paz inteligentes, con concesiones que hicieron posible la reanudación de la vida nacional en mejores condiciones. Significaron, además, un verdadero progreso institucional. Y provocaron una serie de meditaciones en torno a problemas públicos que fueron proficuos en el porvenir. Todos estos progresos costaron muy caro, desde luego. Hubo que pagar tributo de sangre. Y eso los hizo más queridos. Porque en la vida
de los pueblos, como en la vida de los hombres, el amor esta en proporción a los sacrificios que cuesta”. Luego, en los dos grandes conflictos del siglo XX, 1904 y 1933, se actuó de manera similar, se procesó íntimamente lo sucedido y no se perdonó, sino que se acordó, se dejaron atrás las ofensas y las heridas y se aceptó la paz con un sentido de grandeza, pensando en las generaciones jóvenes y en el futuro promisorio de la Nación. Claro, las diferencias eran políticas y hoy son ideológicas, primando fundamentalmente el odio y la venganza. Pero no debe extrañarnos que sea así; el marxismo ha operado siempre de la misma manera: sus intereses siempre han estado enfrentados al interés de la Patria, al imperio de la ley, a los valores de la nación y a los auténticos derechos de los pueblos. Tiene una tenebrosa historia de intolerancias y de crímenes que no hacen sino ratificar las intolerancias y los crímenes que hoy estamos recordando. Lo que ocurrió en nuestro país, la maldición que ha caído sobre nuestra historia, -esta especie de enfermedad mental adquirida-, de la que no hemos salido realmente, es producto directo del imperio de esa ideología que ha pretendido la posesión absoluta de la verdad y el consiguiente desprecio hacia toda diferencia. Un desprecio que lo ha llevado hasta los peores extremos. Porque se trata de una minoría radical y agresiva que acepta solamente lo conveniente a sus intereses. En la desaparecida Unión Soviética, son veinte millones de muertos que costó la intolerancia comunista; en China, al amparo primero de la gran marcha y luego de la llamada Revolución cultural, la cifra trepó a 65 millones; Corea del Norte ha exterminado 2 millones de disidentes; en la Europa del Este, finalmente liberada del calvario, un millón de muertos sumó el
comunismo a los millones que ya había producido el nazismo. Aquí, en América Latina, son 150 mil las víctimas del marxismo, entre asesinados en las calles, asesinados en atentados, fusilados, muertos en las acciones guerrilleras. La lista de horrores podría llevarnos varias horas de enumeración, pero para que se entienda la dimensión de lo que quiero señalar tenemos el caso, para mí emblemático, del Holodomor también llamado Genocidio Ucraniano u Holocausto Ucraniano, que es la hambruna provocada por el régimen estalinista, que asoló el territorio de la República de Ucrania, durante los años de 1932-1933, en la cual murieron de hambre entre 7 y 10 millones de personas. Teniendo como referencia la definición jurídica de genocidio y las numerosas evidencias que la propaganda marxista no ha podido soterrar como quisiera, Holodomor fue un genocidio de la peor especie, un genocidio vil y deliberado como pocos hubo en la historia, todo un holocausto en cuanto a horror y dimensiones. El 23 de octubre de 2008, casualmente aniversario del Pacto entre Estalin y Hitler, el Parlamento Europeo adoptó una resolución en la que se reconocía como: “día Europeo conmemorativo de las víctimas del Estalinismo y el Nazismo”. El Uruguay de estos años que estamos habitando no fue capaz de sumarse a la condena; las minorías recalcitrantes que son enemigas de la libertad en cualquier parte que ésta se manifieste, hicieron su juego y salieron triunfantes. Con este tipo de signos no se puede conciliar en ningún punto. Pues para esa ideología, para esas minorías intolerantes, no es posible otro entendimiento que la imposición de sus determinaciones apátridas y revolucionarias.
Cabe preguntarse ¿qué habría sucedido si estas minorías hubieran triunfado en su revolución, hoy nuestros periodistas podrían realizar sus trabajos libremente? Habrían partidos políticos?. Se daría el libre juego del ejercicio de la democracia directa? Todo lo traigo a colación; pues quienes no derramaron una lágrima, ni jamás manifestaron su descontento por la barbarie del Stalinismo, son quienes primordialmente hoy no aceptan pactos, no aceptan treguas ni amnistías con sus connacionales y eso por algo que a ellos les resulta muy sencillo: es porque simplemente, piensan distinto, y como no pueden convivir pacíficamente con quienes disienten con ellos, mantienen contra toda lógica los enfrentamientos. Hoy estamos ante una situación dolorosa y crítica justamente porque quedamos atrapados en la red de esa perversa dialéctica que convierte en propicio para los fines de la revolución cualquier mal, cualquier inmoralidad, cualquier agresión o provocación, cualquier daño a la patria o a sus instituciones. La guerra ha cesado en el campo militar, pero la lógica de la guerra, la retórica de la guerra y las intenciones de la guerra está bien vivas entre quienes la provocaron, entre aquellos que no aceptan la derrota militar y buscan ahora imponer su voluntad por otros caminos, siguiendo así la fórmula de la versatilidad y del pragmatismo que les enseñó Lenin, consistente en no despreciar ningún medio, ni aún los éticamente más reprobables, para alcanzar los fines de la revolución. En contraposición recordemos la siempre enseñanza, ejemplo para los hombres de todos los tiempos, que nos dejó el gran DOSTOIESVKY,: “Es mejor equivocarse en la misericordia que en el castigo”
Nuestro país, nuestro pueblo, merece vivir en paz, sin revanchas ni rencores; mirando hacia delante, poniendo toda la carga en el porvenir, en lo que le espera a los jóvenes, y no como ahora, poniendo toda la carga en lo que ya pasó y que nadie puede cambiar. Hay que levantar la mira; hay que alejarse de lo que divide, hay que dejar que aquellos que hacen de la división un negocio político, no cuenten con ningún oriental derecho y amante de su patria para seguir fomentando el odio y favoreciendo los desencuentros. Por eso, en este día y en este lugar, cuando nos convocamos para recordar a las víctimas de la locura revolucionaria, que tomó por asalto a un país que era un ejemplo de democracia en el mundo, queremos dejar establecido nuestro compromiso para con el mandato de nuestro General Artigas, hoy más necesario que nunca como fuente, como referencia y como apoyo profundamente moral que con su lucha y su ejemplo nos ha legado, para seguir afrontando las duras pruebas a las que está expuesta la Patria libre y soberana.. No quiero terminar estas palabras sin enviarles un fuerte abrazo en nombre de todos los que estamos acá a nuestros camaradas privados de libertad y a nuestros camaradas expatriados, decirles que no están solos, que nunca estarán solos mientras haya ciudadanos y soldados que en Uruguay defiendan la libertad, la Justicia y sean obedientes al mandato artiguista. Vaya para ellos nuestro irreductible compromiso y nuestro más entero afecto. Muchas gracias