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Cartografías de la patria: ciencia, etnia y territorio en la construcción de la nación argentina (1870-1880). Spagnolo, Mauro
“La campaña contra los indios del Desierto entraña el problema político y social de mayor influencia en la riqueza del país. La solución resuelve una lucha permanente de tres siglos, dobla la extensión territorial y multiplica las empresas capitalistas” Ramón J. Cárcano, Historias de los medios de comunicación y transportes.
En este trabajo examinaremos la relación que se estableció entre nación, ciencia y territorio en la construcción de la nación argentina a finales del siglo XIX. Más precisamente, estudiaremos de qué manera funcionó la diferencia étnica durante la consolidación del Estado liberal, en las décadas de 1870 y 1880. Para introducirla, escrutaremos algunos de los discursos que la generación del ochenta produjo sobre el Otro, el indio nativo. Dentro de ese tejido de discursos haremos especial hincapié —por razones que inmediatamente serán comprendidas— en las intervenciones de Estanislao S. Zeballos y Francisco P. Moreno. Estos dos personajes nos ayudarán a mostrar de qué manera funcionó en los discursos científicos de aquellos personajes la dialéctica entre civilización y barbarie. Entendiendo a esta ultima como un recurso de sentido esencial que las elites ilustradas utilizaron durante la constitución de su identidad política. Asimismo, una de las hipótesis que guiará esta investigación es que, mas allá de compartir el suelo de convicciones de la mismidad progresista y civilizatoria, el creador de las coordenadas geográficas de la patria, Estanislao S. Zeballos, y el nuevo antropólogo de la nación, Francisco P. Moreno, tuvieron varios y sustantivos puntos de desencuentro. Uno de ellos, quizá el más significativo, se hilvanó en torno a la construcción del muro no solamente simbólico que debía separar a lo civilizatorio de lo bárbaro. Con el primero se erigió una pared inconmovible entre las dos culturas y, de hecho, las posibilidades mismas de la aventura civilizatoria se asentaban sobre las cenizas del Otro; con el segundo, en 2
cambio, aquella pared que actuó como límite y posibilidad de ser de la argentina moderna se vio perforada por insospechados lazos íntimos entre aquellos dos mundos refractarios. En ese sentido, el contraste entre Zeballos y Moreno podrá dar cuenta, a contrapelo de la imagen de homogeneidad que usualmente se tiene de aquella generación, de las grietas interiores que agrietaron a ese bloque histórico. En el marco de una pequeñísima digresión historiográfica, si en la actualidad buena parte de ésta sostiene que la primera cuestión social que el Estado liberal tuvo que enfrentar fue la del anarquismo, aquí, por el contrario, afirmaremos que el conflicto existencial originario en términos sociales estuvo representado por la cuestión india. Es allí donde efectivamente podemos percibir las distintas respuestas que el liberalismo esbozó para la resolución de la primera frontera interior; en ese sentido, del lado del oficialismo más recalcitrante, Zeballos abogaba por la solución binaria: el exterminio aleccionador, donde la extinción del Otro funcionaba como un bálsamo de redención para la nueva y verdadera civilización, es decir que su utopía nacionalista solo era posible sobre el exterminio de la otredad; por otro lado, Moreno creía que la moderna nación argentina solo podía desplegar su destino inexorablemente feliz si se reencontraba con aquellos restos pretéritos que aún dejaban oír el susurro de un lazo común. En su mirada, entonces, la nación civilizada sólo podría realizar su verdadera grandeza si reconocía su filiación inmemorial con la otra nación, la salvaje.
La cuestión indígena
A continuación presentaremos las posturas de Francisco perito Moreno y de Estanislao Zeballos en torno a la figura del indio nativo, e intentaremos ubicar al múltiple discurso científico-evolucionista-estatal, contemporáneo a la ocupación militar del Desierto, en la red de los otros discursos que componen lo que definiremos como una suerte de “archivo de conquista americano”, que en última instancia no sería otra cosa que el cuerpo de documentos de aquella aventura colonizadora. Este última supuso una forma inconmovible de la conquista política, puesto que bajo su ala, unidos por un largo y dilatado lazo subterráneo, coincidieron el soberano positivista del ochenta con el antiguo monarca imperial, y el viajero de la fe con el viajero de la ciencia.
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Hacia 1880, en su tenaz búsqueda por el equilibrio del cuerpo social, la mentalidad secularizada del roquismo auspició la constitución de un sujeto racional que, al producir un discurso científico y a la vez redentor, permitió el triunfo material y definitivo del campo de los blancos sobre la complejidad que detentaba la sociedad india. Se trató, en definitiva, del avance militar de la civilización laica y occidental sobre los territorios habitados por la denominada barbarie. Esta conquista violenta del espacio interior fue viable a partir del entrelazamiento no solo simbólico entre el discurso de la ciencia y el discurso de la guerra. En éste clima de ideas, nuevas disciplinas sociales como la geografía tuvieron un gran auge: pues la necesidad de conocer los caminos, las aguadas, los pastizales fértiles y las guaridas en las que se escondía el enemigo, se satisfacía mal con aquellos discursos que el romanticismo poético había creado sobre el Desierto, y con las observaciones imprecisas de las costumbres indias anotadas por la mayoría de los viajeros y cautivos de la época. Se trataba, pues, de alcanzar con éxito la conquista a la vez física y racional del territorio. Mejor dicho: se trataba de construir un territorio. Era preciso que la naturaleza dejara de ser un paraje indómito y un recurso estratégico del enemigo, para convertirse en una superficie grabada por el dominio del Estado liberal. La urgencia fundacional del momento político reclamaba el pasaje del saber impreciso y secreto del baquiano a la rejilla universalmente legible del mapa. Si bien es cierto que la escritura acerca del dilema del indio promovió un tipo de descripción militar eficaz sobre las condiciones del territorio a ocupar, su verdadero núcleo político de sentido se encuentra en una densa reflexión ontológica que fue tallando el perfil de un nosotros por oposición a un ellos, entendido éste último como el reverso constituyente de la civilización. El horizonte final de ésta distinción radical se ubicará en la muy problemática definición del modo de ser de lo nacional: puesto que, si por un lado, la guerra ofensiva contra el indio se consumó en los lejanos parajes de la pampa, infinitamente lejos de la ciudad; por el otro, las facciones del rostro liberal también se constituyeron en un agrietado campo de batalla ideológico. Así, pues, las producciones textuales de Francisco p. Moreno y Estanislao S. Zeballos, más allá de compartir la fe ilimitada en las capacidades libertarías del discurso científico y en las potencialidades institucionales del liberalismo moderno, ocuparán posiciones diferenciadas al momento de definir el lugar que esas razas “inferiores” tenían en relación con la emergente estatalidad.
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Estanislao S. Zeballos: la decodificación binaria
“Es necesario realizar exploraciones para el adelanto de la geografía, a fin de obtener un conocimiento exacto de los lugares desde Choele-Choel al oeste, pues hasta hoy y fuera de las situaciones geográficas calculadas por Villarino, todos los demás parajes y distancias son dados al tanteo” Estanislao Zeballos, La Conquista de las Quince Mil leguas
De la vasta producción intelectual de Zeballos, contemporánea a “La Campaña del Desierto”, dejemos a un lado, por el momento, su Viaje al País de los Araucanos (1879) y concentrémonos en dos de sus textos esenciales: La conquista de las quince mil leguas (1878) y en Calvucurá y la dinastía de los piedra (1879). Pocos escritores argentinos fueron de una dureza tan ejemplar en torno a la figura del indio; su pluma distingue bandos y posiciones de forma categórica y taxativa y se presenta a sí mismo, tal como el propio Roca lo define, como un “archivista del Río Negro”. Para Estanislao Severo Zeballos, al que podríamos estimar como el “termómetro” de la intelectualidad oficialista, la apertura hacia el progreso indefinido de la nación solo seria posible a través de la resolución ofensiva de la frontera interior. Con miras a este objetivo político, abogó por practicar un corte radical y curativo con aquella historia que él mismo había reconocido contaminada por la presencia del Otro, hacia 1879. Y su intervención será un genuino ejemplo de la política roquista, puesto que perseguirá resolver la cuestión de la frontera interior de una forma que ha sido consecuente con la tradición liberal: despolitizándola. Esto es, convirtiendo la frontera política con el Otro —el indio nativo— en un acontecimiento natural: el límite con el Río Negro, para despojarla así de sus asfixiantes tensiones.
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En su lectura, el plan propuesto por Roca es leído como un “bello sistema de operaciones”, que “despejará los verdaderos horizontes de la República Argentina”, cuyo porvenir es inmenso e indefinido (Zeballos, 1960: 153). A través de su voz, hablará la aristocracia prusiano-pampeana, que diseñará con gran eficacia rígidas coordenadas de sentido y reaccionará frente a esos flujos comunicantes que empantanaron el terreno común de la civilización y la barbarie. Para quien fue uno de los fundadores de la Sociedad Científica Argentina y presidente de la Sociedad Rural, el indio americano no podía ser otra cosa que una pura negatividad a superar, un mero obstáculo coyuntural para el despliegue racional del Estado laico y liberal. El salvaje, que en el simbolismo triunfante de Echeverría y Della Valle era una voluntad indómita, habitante de una región pestilente y peligrosa; en el “cientificismo estatal” de Zeballos, pasará a ser reducido a un número más o, simplemente, a una muda estadística, y será colocado junto con las otras piezas del botín de guerra, hecho de vacas y de tierras ganadas. Así, la naturaleza será fatalmente vencida: al desierto brumoso, el prolijo bisturí de la ciencia lo someterá a una autopsia purificadora; y al salvaje indómito lo reducirá a una unidad previsible y clasificable. Porque en definitiva, en los ojos de Zeballos, esa es la suerte que merecieron aquellos que detentaron como prácticas de una oscura virtud la valentía temeraria, la criminalidad y la capacidad ilimitada de ingerir alcohol. De este modo, desde su obra, se disparará una batería de significantes con los que el discurso de los blancos pretenderá agotar y saturar la descripción de la otredad, imponiendo al campo del indio los rótulos invertidos de un lenguaje imperial que no le pertenece. La lucha por la definición del sentido del Otro, al hallarse los bandos ante el abismo de una distancia ontológica irreducible, derivará en la lucha por el gravamen violento de los significantes. Imposición de los significantes sobre la superficie del territorio, imposición de los significantes sobre el cuerpo de los indios y, finalmente, sobre ese rebote tardío del discurso del Otro que es la reflexión sobre sí mismo. De Isabel la Católica a Roca, y de Colon a Zeballos, el último discurso cientificista, positivista y patriota de la década del setenta y del ochenta, será solo una gota espesa de ese largo y engorroso entramado del imperialismo gramatical, que ha sabido reunir, bajo su apéndice, una pluralidad de discursos flotantes y heterogéneos sobre la verdad blanca. Estos retazos de saber
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compartirían su lugar en aquel hipotético “archivo de conquista americano” por el hecho de detentar, a cada línea, un ademán violento de colonización.
Francisco P. Moreno: la inclusión civilizada
“Y ahora, muchachos, gritemos fuerte —dijo Sarmiento a un grupo de niños que estaban reunidos en torno suyo y entre los cuales se encontraba Francisco P. Moreno—: ¡¡¡Viva la Patria!!!” Elías Farah, Perito Francisco P. Moreno, homenaje.
Para recortar con precisión la figura de un hombre como Francisco P. Moreno es fundamental pensar en el lugar que el “viajero positivista” ocupaba junto a lo que David Viñas ha denominado —en alusión a las figuras de Roca y Porfirio Díaz— como el “militar positivista” (Viñas, 2003: 212). En el clima eufórico de los años finales de la década del setenta y principios del ochenta, durante el proceso de construcción de la Argentina moderna, el “viajero positivista” ocupará un lugar destacado en la construcción ideológica del territorio. Aunque se trate de Moreno, nada mejor que una pluma como la de Zeballos para definir la posición final del científico en relación a la expansión y conservación del Estado. Por que si en Callvucurá y la Dinastía de los Piedra (1879) Zevallos dará como causas de las derrotas sufridas por Mitre en sus campañas militares a las tierras de los indios, la falta de datos exactos sobre la geografía de la Pampa, la regularidad de los caminos y la ubicación de las aguadas y de los pastizales fértiles, para no cometer los errores del pasado, la campaña del general Roca deberá apoyarse sobre la base inconmovible de la ciencia positiva, cuya misión consistirá en “hacer la autopsia a la luz de la ciencia, para conocer aquella organización infernal de la naturaleza del desierto, que parecía rechazar la vida civilizada produciendo la muerte a su contacto” (Zeballos, 1960: 257). Esta autopsia del cadáver del Desierto, sólo podrá ser realizada a partir del trazado de nuevos mapas —a la cual Moreno hará su aporte específico con los mapas que describen el
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curso del río Santa Cruz, 1876— producidos por viajeros argentinos, para asegurarse que la información tomada de las observaciones in situ no sean explotadas por otras naciones, o más concretamente, por Inglaterra. Es importante recordar, al respecto, que no había precisamente un vacío de producciones textuales sobre las condiciones climáticas, geográficas y hidrográficas de la Patagonia, pero que sí había un vacío en cuanto a producciones nacionales de dichas descripciones. Esta nacionalización del saber, estaba en sintonía con las tareas que venían desarrollando una serie de intelectuales, entre ellos podemos mencionar a Eduardo Holmberg, quien en 1873 (un año más tarde de la creación de la Sociedad Científica Argentina) colaborara activamente en “(...) el establecimiento de la Academia Argentina de Artes y Letras, que duraría lo que la década y agruparía a intelectuales” para “nacionalizar la literatura y el arte, (...)” (Monserrat, 1985, P. 789); Carlos Berg y sus estudios sobre botánica (también compañero de viajes de Moreno); E. Zeballos como socio fundador de la Sociedad Científica Argentina, y más tarde como Benemérito de la Geografía nacional; Ameghino, como modelo del sabio austero y de gran naturalista y antropólogo; Bartolomé Mitre y sus reclamos de la “americanización” de los estudios del hombre americano; Vicente Fidel López, y sus hallazgos arqueológicos. Dicha nacionalización o re-localización de saberes cuya especialidad le competen al “viajero positivista”, era exigida en la época como una respuesta a la producción de obras análogas desde otras latitudes. Por otro lado, para leer la obra de Moreno donde cuenta sus viajes a las tolderías, editada en 1877, es imprescindible pensar en tres otros autores modernos que también describieron al indio: Darwin, Mansilla y Musters. Cada uno aporta su influencia decisiva sobre la escritura de aquél en relación a los indios, por que si Darwin es de alguna manera el faro permanente de Moreno y el modelo de científico-viajero-naturalista, la lectura que el inglés hizo de los indios no es idéntica punto por punto a la de Moreno. Éste ve a los indios de una manera distinta como lo hacía su ilustre predecesor. Párrafos como el siguiente “En los centros civilizados generalmente no se conoce (o no se quiere admitir)1 los instintos generosos del indio. Yo, que he vivido con ellos, se que el viajero no necesita armas mientras habite el humilde toldo”; establecen una comunicación intertextual con Musters
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No parecería ser del todo caprichoso que el perito ponga entre paréntesis, disminuyendo la importancia de su aseveración, esa pequeña pero explosiva frase: “no se quiere admitir”.
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por desatar determinados “mitos” plantados sobre el indio que lo consideran salvaje, despótico y traidor. La mirada de Moreno avanza aún más y en un párrafo interesante, reivindica al “indio puro” y dice que éste “no es el malvado que asola las fronteras, muchas veces impulsado por terceros que se llaman cristianos” (Moreno, 1997: 9). Sin embargo, uno de los límites de Moreno aparece justamente allí. Pues no se trata de una reivindicación del modo de organización social, económica o moral de los indios, y por ende de un juicio sobre la autodeclarada raza superior el objetivo de Moreno en su obra, sino algo muy distinto. Por que si bien desata la ideología del indio como un sujeto malvado, impone categóricamente su lugar en una organización ideal de la sociedad, en la cual el Estado posee poder sobre todo el territorio nacional, y en el que el indio ocupa, junto a los gauchos, un lugar en las estancias (Moreno, 1997: 453). En el momento utópico de Moreno, la pampa inmensa ya no será asolada por los salvajes indóciles ni por los ejércitos de la patria, si no que será surcada por los motores de la civilización. Imagina el Nahuel Huapi atravesado por los barcos que transportarán bienes y personas entre las ciudades y las estancias. Esto en cuanto a su posición en el terreno de lo particular, por que en cuanto al universal de la especie, si bien le atribuye el origen del hombre y de la civilización pre-colombina, no cuestiona para el momento presente el esquema de Darwin, en el que el hombre sudamericano, compartía en ese mismo momento, su lugar con las demás razas inferiores, como los esquimales, los australianos o los neocelandeses. Tampoco se ponen en cuestión en Moreno las cualidades de la civilización, ni el derecho de esta a ocupar los territorios propios del indio; pero sí se “reconoce” que no se ha obrado bien en el pasado, y que no se le ha mostrado al indio sino lo peor de la organización blanca, en ese terreno de continua hostilidad que es la frontera. Antes que el exterminio, Moreno quisiera ver al indio integrado en el lazo social, aportando el vigor de su fuerza en la organización de una estancia en manos de un inmigrante europeo, o, mejor, de un argentino. Su silencio con respecto al gran acontecimiento político del roquismo, la exterminio indígena, tanto en la obra que estamos viendo, como en las conferencias de la Sociedad Científica Argentina del período 1878-1882, serán una constante en su escritura. Pero retomemos la relación entre Moreno, Darwin, Musters y Mansilla. Habíamos dicho que Darwin representaba el faro de Moreno, en tanto viajero naturalista y lector del gran libro de la Tierra; de Musters (a quien Moreno cita repetidamente) dijimos que toma la
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voluntad por observar e intentar comprender la estructura social de los indios, (después de todo fue Musters quien sugirió en 1871 que los indios podrían perfectamente entenderse con los ingleses, de lo que se deriva que también podrían entenderse con los argentinos); y de Mansilla diremos que ciertos pasajes de la obra, como lo veremos, remiten insistentemente a Una Excursión a los indios ranqueles, de Lucio Victorio, de manera que los acontecimientos que le suceden a Moreno en buena parte de su estadía en la toldería de Shaihuque, se condicen con los que le ocurrieron a Mansilla en la de Mariano Rosas, Baigorrita y Epumer. Pero la relación con Mansilla no se agotará en estas similitudes (marcadas fuertemente por el compadrazgo compartido con Sahihueque-Mariano Rosas; con la descripción de sus dos hija atávicas en ocasión de fiesta de una forma que causa risa por el uso ridículo de artículos propios de la civilización mezclados con artículos propios de la barbarie; así como la construcción de si mismo como un representante conspicuo y homogéneo de la civilización, a la vez que un personaje simpático y por momentos divertido, que puede hablar en nombre de todo el pueblo argentino y tutearse con los caciques mas temidos del desierto). Sino que el rasgo más fuerte que vinculará la escritura de Moreno con la del sobrino de Rosas, pasará por la utilización de una forma que se halla a medio camino entre el discurso literario y el parte de frontera2. Género que si reconoce un deudor es otro género menor y de inclusión tardía y problemática al dominio de la literatura, la “crónica de conquista”, cuyo exponente más visible puede ser Bernal Díaz del Castillo. ¿Ahora bien, qué es exactamente esta forma que comparten Mansilla y Moreno? La ubicación de este discurso no se puede apreciar en la lectura de Una excursión a los indios ranqueles en su forma de libro, sino que solo puede alcanzarse ante el original. En las entregas que Mansilla periódicamente hacía a La Tribuna, puede verse con claridad el lugar que ocupa ese discurso. A la izquierda del parte militar (otra escritura moderna del indio que no analizaremos en este trabajo) que denuncia continuamente la falta de caballos y la imposibilidad del ejército controlar los ataques de los indios; y por encima del espacio propio de la literatura en el diario, que era ocupado por la entrega diaria de una novela de 2
Debe notarse aquí que durante el período de constitución de la “Argentina Moderna”, en la década del 70n y principio del 80, uno de los rasgos más preponderantes del proceso fue la denominada “construcción ideológica del territorio”, en la que colaboraban activamente el militar y con el viajero positivista, de manera que no estaríamos errados al vincular el trabajo de exploración y expansión de los territorios explorados por Moreno, con el discurso militar y producido por el Estado.
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Rocambole, el discurso de Mansilla se nutre de estas dos fuentes y no se deja apresar por ninguna. Esta posición entre estos dos discursos, uno de los efectos inmediatos que provoca, es la posibilidad de la incorporación de los argumentos del otro, en un contexto que por rayar por la ficción permite la puesta en escena de la voz del enemigo. Eso sucede repetidamente en Mansilla, y sucede también en el libro de Moreno con ocasión de la palabra del cacique Chacayal, de quien Moreno transcribe: “El indio es demasiado paciente y el cristiano demasiado orgulloso. Nosotros somos dueños y ellos son intrusos (...) Pero ya es tiempo de que cesen de burlarse; todas sus promesas son mentira (Coilá-Coilá!). Los huesos de nuestros amigos, de nuestros capitanes, asesinados por los huincas, blanquean en el camino de Choleachel y piden venganza; no los enterramos por que debemos siempre tenerlos presentes para no olvidar la falsía cristiana” (Moreno, 1997: 110). Intervenciones como esta solo reconocen antecedentes en el libro de Mansilla en cuanto a la literatura nacional, y representan una importante voluntad de interpretación de la palabra del otro, respecto a figuras como Darwin quien comparaba el ruido del idioma de los fueguinos con el carraspeo que se hace al limpiar la garganta. Pero volviendo al lugar exacto de la escritura de Moreno y de Mansilla, deberemos leer esos discursos no como la afirmación positiva de los valores expresados por el indio, sino como algo muy distinto: el discurso propio de una clase y de una raza que se sentía destinada a mandar y que por su afinidad con la fuerza y la verdad entendía como natural que la suerte ya estaba echada y que los dados saldrían a su favor. Sin embargo esta generalización, a pesar de no mentir, no agota la descripción de los distintos discursos producidos por los blancos modernos sobre los indios argentinos, pues en su arco entrarían producciones textuales que, vistas en detalle, difícilmente soportarían esta aparente homogeneidad. Negar este hecho implicaría que el discurso moderno sobre los indios argentinos, forma un campo complejo hecho de continuidades, pero también de contradicciones. No es lo mismo Moreno que Zeballos; no es lo mismo Musters que Guinnard; no es lo mismo Mansilla que Bunge; Falconer que Boungaville; no es lo mismo el comandante Prado que Fotheringham; como no es lo mismo el romanticismo de Echeverría, que el cientificismo de las décadas posteriores. Por lo tanto, este trabajo se propondrá poner en escena algunas de las contradicciones propias de la “mentalidad señorial” que este tipo de producciones textuales sacan a la luz, aun cuando todas ellas
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estén enmarcadas en los que Foucault llamó discursos propios del “Bio-poder”; ese discurso que permitió la inscripción del racismo en los mecanismos de Estado, trazando una línea divisoria entre “lo que debe vivir y lo que debe morir” (Foucault, 2000: 207). En Mansilla y Moreno estas contradicciones, promovidas por las fisuras de una denominada dimensión “novelesca” del relato, permitirán “momentos” imposibles en otros textos de la época, como por ejemplo los producidos por Estanislao S. Zeballos. Por ejemplo: la mentalidad materialista y evolucionista de Moreno, tiene como uno de sus puntos centrales la idea de que “estos pobres indígenas tienen en sus relaciones con los blancos manifestaciones verdaderamente infantiles”; pues el hombre “en Patagonia, como en África y en otras partes, refleja la infancia de la Humanidad”; lo que hace, a su vez, que el viaje a través del Desierto sea no sólo un viaje en el espacio sino también en el tiempo, “en el transcurso de dos meses el viajero puede recorrer palpablemente 200,000 años y puede ver a su abuelo, armado unas veces de un filoso casco de piedra, disputando su alimento a las fieras” (Moreno, 1997: 227, 366). Este tipo de manifestación, en las que Viñas ha señalado ribetes paternalistas, a nuestro entender mal adjudicados3, y que pertenecen al estricto campo de las ideas, se verán debilitadas en algunos momentos en los que el discurso esté atravesado por la dimensión novelesca. Veamos: luego del largo parlamento de Chacayal, en el que recuerda los huesos de sus hermanos caídos en la batalla contra el cristiano, se desarrolla una breve escena en la que las edades se invierten, y en la que el indio asume una postura paternalista frente al blanco. Sahihueque, protegiendo a Moreno de Chacayal, dice, “ya vez Chacayal, el cacique dice que el cristiano que viene escondido es un viejo, y este es un joven, es casi mi hijo” (Moreno, 1997: 111) Idas y vueltas del discurso de Moreno. Si no duda de la superioridad de la ciencia sobre el Dios de los cristianos y sobre las creencias espirituales de los indios, tampoco puede decir que la civilización representa un campo unificado de positividad, pues son los vicios introducidos por los europeos, los que atrofian la mente de los mapuches. Y si dice que es “lamentable” que el aguardiente sea la “causa principal de su extinción”; más 3
No bien comprendida por que se le ha atribuido a ese esquema evolucionista el adjetivo de paternalista, cuando en verdad no hay una voluntad expresa por acompañar el crecimiento de esas razas, sino más bien una imposición a adaptarse o desaparecer. Por otro lado, esas razas no serían exactamente ruinas, sino más bien, ancianas que han dejado de evolucionar, siendo su edad más Antigua que la de los caucásicos, por representar ellas tipos presentes del americano autóctono. El mote de paternalista, no nos parece, entonces, el adecuado para definir la relación entre caucásicos e indios.
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adelante no duda en emborrachar a los indios para conseguir de ellos los caballos que precisa para terminar su exploración, pues “es la fuerza de las circunstancias la que me obliga a eso” (Moreno, 1997: 10, 118, 374) Ahora bien, para cerrar con el juego de relaciones entre Mansilla y Moreno señalaremos algunos otros ejemplos en los que se ponen en cuestión (cuando menos durante un breve lapso) las férreas coordenadas de la escritura sobre los indios desde la oficialidad. En primer lugar señalaremos la insistencia de uno y otro por la justificación del carácter de “indios argentinos”, para la cual Mansilla apelará a poner en cuestión el férreo “dispositivo de sangre” trazado entre europeos y autóctonos; mientras que Moreno apelará a la condición de “hermanos”, ya que unos y otros han nacido en el mismo suelo (Moreno, 1997: 13). En segundo lugar señalaremos que tanto Mansilla en su Excursión, como Moreno en su Viaje, exponen sus ideas a favor de la integración del indio y no en pro de su aniquilamiento4. Por que si Mansilla sueña con ser “Lucius Victorious Imperator”, y en comandar un ejército de Ranqueles que tomen la ciudad, también fantasea con ver a los bárbaros de Mariano Rosas y su chusma integrados al seno social, en un lugar semejante al que Moreno le asignará, junto a los gauchos en las estancias prodigiosas del futuro, en las que el ganado no sea robado, sino fruto del esfuerzo. En este caso Moreno vuelve a ir un poco más allá de lo “recomendable”, según el termómetro de Zeballos (la medida de la conciencia roquista para nosotros), al afirmar que “Se cree vulgarmente que para la población de la Patagonia es necesario la extinción del indio” y profetiza, en su Patagónica edénica, que “El día que el tehuelche, lo mismo que las demás tribus de la pampa, conozcan nuestra civilización primero que nuestros vicios y sean tratados como nuestros semejantes, los tendremos trabajando en las estancias de Gallegos, haciendo el mismo servicio que nuestros gauchos” (Moreno, 1997: 453). Retomando la relación entre Zeballos y Moreno, podríamos decir que en el campo de fuerzas que ellos compartieron, se pueden rastrear determinados pasajes donde aparecerán cristalizadas las contradicciones de cada uno de estos personajes. La ya clásica antinomia entre civilización y barbarie, ha sido uno de éstos tensores fundamentales donde la ligazón entre Moreno y Zeballos tiende a diluirse. Por que sí bien compartieron una
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Con la consecuente contradicción irónica de Mansilla de remitirle sus carta a un personaje emparentado con la promoción de la táctica ofensiva, como es Santiago Arcos.
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misma barricada, ambos percibieron un otro diferente que terminaría por alterar, en nuestra mirada, el trazado regular y armonioso de la mismidad nacional. De Moreno y de Zeballos diremos que más allá de distinguirse por su definición del bárbaro, sus diferencias sustantivas estallarán al momento de nombrar la civilización. De ahí que los discursos de Moreno sean sumamente singulares respecto de otras posiciones en el campo de la intelectualidad roquista. Ya que por definición, lo que podríamos llamar su contragenalogia de la civilización, enloquecerá la medida oficial del ochenta. Si habíamos señalado un acercamiento carnal entre la emergencia de una disciplina como la geografía y una practica política como la conquista de la Patagonia, diremos ahora que en la obra de Moreno, la relación entre la ciencia y la política tendrá características diferentes a las vistas en Zeballos. En ese sentido, Moreno va hilando en sus textos un doble juego particular, ya que si por un lado despliega mapas que descifran las tierras por donde va a pasar el ejercito civilizador; por el otro afirma que esos antiguos huesos que ha encontrado en la Pampa son “nuestros antepasados” e insiste en la construcción de una pre-historia nacional cuya amplia biblioteca por visitar será la árida superficie del territorio. En Viaje a la Patagonia Austral (1879) el perito refiere que “los indios y los argentinos éramos hermanos porque habíamos nacido en la misma tierra”, haciendo del territorio, de ese sustrato material supuestamente natural, la superficie fundadora de la ciudadanía. En ese sentido, el deseo de Moreno era otorgarle “a los indios hermanos” el lugar que merecían en el árbol genealógico de la patria. Dicho lugar iba a ser completado con la narración de la pre-historia nacional, que en su perspectiva evolucionista venía a ocupar el momento anterior y necesario de la historia. El punto nodal de esa nueva construcción cronológica, fundada en una virulenta oposición a la tradición bíblica, se halla situado en un (supuesto) continente hoy ya sumergido, que unía la Patagonia con la Polinesia. El hombre habría aparecido así en la región limite de la Republica Argentina y el sur de Bolivia, y se habría expandido hacia el norte, conquistado las lejanas tierras de América, y hacia el este, diseminándose hacia otras latitudes: Asia, Europa y África. Por primera vez los rastros de las civilizaciones extinguidas, de las cuales los mayas y los aztecas representan solo un momento final, tendrán un estatuto científico. Su “telescopio mental” le permitirá a Moreno conocer a los Atumurrúmas, “los adoradores de la Luna”, habitantes de la altiplanicie boliviana, a quienes les adjudica el embrión
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civilizatorio americano autóctono, y de quienes nos alecciona, fueron conquistados por el Inca, el Gran Conquistador Legislador de América. El Inca, representante de un enmarañado momento en el crecimiento de la raza, fue conquistado por los cristianos, quienes “eliminaron” naciones enteras, que en palabras de Moreno, estaban hechas de “hermanos de sangre” de los europeos. Ese “desfallecimiento moral”, dice Moreno, condenó a las sombras el pasado de América. La misión de la nueva antropología argentina, entonces, será desenterrar del olvido a ese rico pasado, y escribir la pre-historia de la nación, borrando esa “mancha” traída desde España, y reponiendo el “antiguo esplendor” de los amos naturales del continente (Moreno, 1997: 532) Ahora bien, en cuanto al tema de la conquista civilizatoria, revisemos con un poco más de cuidado el doble juego que sugiere Moreno; pues si la empresa española fue un abierto fratricidio, la conquista un poco más reciente del Estado liberal estará justificada por que esas razas degradadas, inmovilizadas en la barbarie, no pueden mas que aguardar su muerte sometidas a la ley de la lucha por la vida. Entonces si Moreno reivindica al indio y lo coloca como sujeto privilegiado en el inicio de nuestra historia, a la vez lo sitúa en ese teatro pasado y remoto que “hoy” ya no existe. De manera que su discurso no persigue ni defiende el cuerpo real del indio, sino que busca encontrar allí un hipotético espíritu nacional. Por que más allá de que en 1877 diga que se ha considerado “vulgarmente” al exterminio como la única solución al problema del indio, su discreto silencio al hecho político-militar de la conquista, es ejemplar respecto de lo que podríamos bautizar como un “proto-romanticismo cientificista”. Si se emociona al pensar en la posibilidad de ver el Nahuel Huapi cruzado por los motores de la civilización, y el fértil territorio convertido en prodigiosas estancias del futuro, prefiere taparse los ojos ante los cuerpos de los indios derribados por el Rémington. La muerte colectiva se explicará por la ley de Malthus, y el espíritu se consolará con la promesa de que en las futuras estancias el ganado no sea producto de un botín sangriento y desdichado, sino el fruto del trabajo y el esfuerzo colectivo. En esas estancias prodigiosas, los indios, anotará socarronamente Moreno, “podrían hacer el mismo servicio que nuestros gauchos” (Moreno, 1997: 286). De esa madeja de suculentas contradicciones se compone el discurso del perito, que mantiene las bases del conservadurismo señorial, y que al mismo tiempo reivindica a los Atumurrúmas, los quichuas, los Chimus y los Querandíes, de quienes dice que fueron
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poseedores de civilizaciones comparables a Esparta y que contaron en sus filas con capitanes similares a Alejandro. Los restos de todas esas razas forman parte del tesoro de la nueva pre-historia nacional, del tiempo de “nuestros antepasados indígenas”, a los que el hombre blanco esta unido por “lazos íntimos” que fueron trazados “en el ciclo sin fin en que giramos”. El corazón de este ciclo estará regulado por la lucha por la vida, y se ubicará en una probable “unidad genésica perdida”, “aun irreducible”, cuya “composición solo presentimos” (Moreno, 1997: 326) Ya vimos como en Zeballos la artillería de significantes estaba dirigida hacia la demonización final y reducción especulativa de los salvajes, entendiendo a estos como un cuerpo cancerigeno que “demandaba” ser eliminado o sometido por “las armas de la nación”. Ahora bien, una vez que ya hemos revisado como las ideas de Moreno podían crispar al termómetro de la mentalidad secular del Centenario, mencionaremos que la primera crítica a su discurso debe pasar por el hecho de que la violencia de su propia artillería de significantes, se piensa a sí misma más allá del acontecimiento político coyuntural. El discurso científico, en la obra de Moreno, no supone ni una forma más de dominación parcial ni una inclinación neutral, sino una acción redentora sobre los territorios y los cuerpos, que acerca hacia ellos las bondades de la modernidad y de la civilización. Su artillería de significantes se apropiara del pasado asignándole los nombres de sus amigos, de sus admirados científicos y hasta de sí mismo. Holmberg, Carlos Berg, Ameghino, Ramos Mejia, Darwin, todos han sido bendecidos con un tipo fósil autóctono y todos han ligado su nombre a la pre-historia de la especie argentina. Entonces el límite no solamente epistemológico de Moreno fue el no haber comprendido que su discurso también estaba cargado de politicidad. De esta manera, diremos que si las producciones discursivas de Moreno y de Zeballos se repelen en puntos sustantivos en la construcción de la figura del Otro, y en el lugar que éste ocupará en relación con la naciente y flamante estatalidad; su punto fuerte de fusión estará dado por el hecho de ser creadores conspicuos de lo que más arriba hemos denominado como “artillería de significantes”, en el contexto específico de la Campaña del Desierto. Finalmente, éste poderoso arsenal discursivo, una vez acabada la acción militar, lejos de abandonarse sin más, será reciclado y reutilizado para describir unos años mas tarde, sobre los albores de la
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centuria nacional, un tipo de negatividad diferente que ya no se ubicará en la mugre pestilente de las tolderías, sino que se hallará en el corazón de la moderna ciudad; en consecuencia, su objeto social de repudio no será ya el indio empeñadamente incivil, sino los vagabundos, los anarquistas, los huelguistas, los extranjeros y todos aquellos demonios —ya típicamente modernos— que amenazarán otra vez la frágil hegemonía liberal.
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Bibliografía Foucault, Michel, (2000), Defender la sociedad, FCE, Madrid. Moreno, Francisco Pascasio, (1997): Reminiscencias de Francisco P. Moreno, El Elefante Blanco ediciones, Buenos Aires. Moreno, Francisco Pascasio, (1997): Viaje a la Patagonia Austral, El Elefante Blanco ediciones, Buenos Aires. Viñas, David, (2003): Indios, ejército y frontera, Santiago Arcos editor, Buenos Aires. Zeballos, Estanislao Severo, (1960): Calvucurá y la dinastía de los piedra, Ediciones Solar, Buenos Aires. Zeballos, Estanislao Severo, (1960): La conquista de las quince mil leguas, Ediciones Solar, Buenos Aires. Zeballos, Estanislao Severo, (1960): Viaje al País de los Araucanos, Ediciones Solar, Buenos Aires.
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