CERVANTES COMO CLAVE ESPAÑOLA *

Revista de Estudios Cervantinos No. 1 Junio-Julio 2007 www.estudioscervantinos.org CERVANTES COMO CLAVE ESPAÑOLA* Julián Marías SOBRE CERVANTES S

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CERVANTES CREADOR Y CERVANTES RECREADO
CERVANTES CREADOR Y CERVANTES RECREADO Emmanuel Marigno, Carlos Mata Induráin y Hugo Hernán Ramírez Sierra (eds.) BIADIG | BIBLIOTECA ÁUREA DIGITAL D

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Revista de Estudios Cervantinos

No. 1

Junio-Julio 2007

www.estudioscervantinos.org

CERVANTES COMO CLAVE ESPAÑOLA* Julián Marías

SOBRE CERVANTES SE HA HABLADO interminablemente; se han escrito no ya centenares, sino millares de libros. Se le ha estudiado durante siglos de una manera que parece exhaustiva. ¿Se puede añadir algo? Yo creo que únicamente se puede añadir algo cuando se elige una perspectiva nueva, lo cual no quiere decir buscar la originalidad, sino todo lo contrario. Creo que desde hace por lo menos un siglo, algo más de un siglo, se produjo en el mundo intelectual, europeo y americano, una voluntad de originalidad que nunca había existido. Antes de ese tiempo el que escribía sobre asuntos científicos o de pensamiento, pretendía decir algo que fuera verdad. El artista pretendía realizar una obra bella y no le preocupaba primariamente que fuera original o no. Pero desde hace algo más de un siglo, una devastadora voluntad de “originalidad” ha aparecido en la cultura occidental. Se trata ahora de hacer algo original, algo distinto, algo que no se hubiera hecho nunca. Esto es un poco ingenuo en el fondo, porque si alguien hace lo que sea, desde sí mismo, desde su realidad auténtica, por fuerza será original; porque cada quien tiene un punto de vista, una perspectiva única. Lo que cada uno ve no lo puede ver otro. La perspectiva es siempre rigurosamente personal; por consiguiente, el que hace algo, el que crea cualquier tipo de obra desde sí mismo —aunque no quiera— es original en cierta medida, porque es propio de él, es personal. Creo que lo fundamental es hacer lo que nazca de uno mismo, decir lo que uno ve, lo que realmente ve, y no preocuparse de si es original o no, porque lo será, incluso a pesar de uno mismo. En una época en la cual se ha escrito interminablemente sobre todo, en que no hay tiempo de leer, no ya las obras, sino ni siquiera los títulos de las obras publicadas sobre cualquier cuestión, la persecución de originalidad produciría una parálisis intelectual; no sería posible hacer *

Originalmente publicado en: Guanajuato en la geografía del Quijote. Tercer Coloquio Cervantino Internacional. Gobierno del Estado, Guanajuato, 1990, pp. 9-26. La versión actual está redactada a partir de las transcripciones sonoras de la conferencia del autor.

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nada; pero no hace falta preocuparse, pues basta con ser fiel cada uno a su propio punto de vista, a su propia perspectiva, para ser original. Cuando nos enfrentamos a un autor como Cervantes, reconozco que yo sé muy poco de todo; pero tampoco se trata de buscar aquí fuentes, de analizar minuciosamente ciertos textos. No es tampoco fácil hacer una biografía. La biografía de un autor o de una figura histórica cualquiera, en el fondo es imposible, porque incluso de las personas más conocidas uno ignora muchas cosas decisivas. Entre las figuras de nuestra época a pocas personas conocerá nadie tan bien como yo he conocido a Ortega y Gasset; he sido su discípulo, su colaborador, su amigo cotidiano durante años, durante veintitrés años. Y yo no me hubiera atrevido nunca a escribir una biografía de Ortega. Mis libros sobre él tienen un elemento biográfico, pero no habría podido hacer nunca una biografía, puesto que hay tantas cosas de Ortega, de su vida, que yo no conozco. Estoy seguro, por ejemplo, de que en las biografías, en los índices alfabéticos de las biografías, no aparecen siquiera los nombres decisivos en la vida de los personajes. Eso no ocurre o no puede ocurrir en una autobiografía, si el autor de ella es sincero. Por eso creo que una biografía tiene ficción; ficción con fundamento in rei; es decir, es una construcción en el fondo ficticia de un personaje que pudo ser. Se puede construir una figura de la cual se afirme: “este hombre que aquí presento pudo escribir el Quijote. No digo que Cervantes fuera éste, sino que no es contradictorio con quien fue Cervantes”. Pero en definitiva, y lo que de veras importa, es mantener el punto de vista del lector. Yo he pensado en escribir un libro que se llamaría “Cervantes para lectores”; no para estudiosos, para lectores. Hay que tomar a Cervantes como un autor a quien se lee o a quien se le puede leer por lo menos, y ahí están sus obras todas. Me parece fundamental subrayar todas, no sólo el Quijote. Piensen ustedes en cómo se concentra la atención de una manera abrumadora en el Quijote. ¿Es fundamental? Naturalmente, claro que sí. Es claro que nos interesa Cervantes porque escribió el Quijote, pero no termina ahí la historia. En torno al Quijote hay que ver todo lo demás. El motivo por el cual nos interesamos tanto por Cervantes, es que escribió el Quijote, pero no entenderemos a Cervantes si nos quedamos solamente con esa obra. 2

Piensen también en el hecho extraño, asombroso, de la prodigiosa dilatación que tiene la obra de Cervantes. Piensen, por ejemplo, en el lenguaje, en la multiplicidad de registros que aparece en la obra de Cervantes. No olviden ustedes que Cervantes escribió también La Galatea, libro que nos parece en cierto modo convencional, pero que nunca abandonó y del que siguió prometiendo su segunda parte hasta la muerte. Escribió Persiles y Segismunda, que tiene también en cierto modo alguna semejanza estilística con La Galatea, con un gran refinamiento del lenguaje, con una artificiosidad extremada. Sí, pero también escribió las comedias, especialmente las comedias en torno al cautiverio de Argel. Y escribió los extraordinarios Entremeses, con un lenguaje popular, coloquial, que conoce y usa con enorme talento y que está a veces en los antípodas del estilo de La Galatea y de gran parte de Persiles. Todo eso es Cervantes, y es esencial que sea todo eso. Si olvidamos una parte de su obra, no acabaremos de entenderlo. Con relación a ello, se nos plantean unas cuantas preguntas. La fundamental sería: ¿quién fue Cervantes? Una obsesión de mi pensamiento es que el hombre de nuestra época ha perdido el sentido de lo que es la persona y trata de entender a las personas como si fueran cosas, en el trato real y en el trato intelectual. Pero la lengua no confunde jamás. Tenemos el uso del quién y del qué, nadie confunde quién y qué. Si ustedes escuchan algo, dirán: “¿qué es eso?”, “¿qué pasa?”, pero si oyen ustedes que alguien llama a la puerta, ustedes no dirán: “¿qué es?”, dirán: “¿quién es?”. Nadie los confunde. La lengua española tiene algunos refinamientos particulares. La lengua española me parece una lengua prodigiosa y filosóficamente muy interesante; lo malo es que los españoles, y los hablantes de lengua española en general, hemos hecho relativamente poca filosofía en español, mientras que se ha escrito mucha en latín. Todas las lenguas construyen el acusativo de un modo normal, emplean el verbo y el complemento; el español también. Diré: “he comprado un libro”, “he roto un vaso”; pero cuando se trata de personas, el español construye el acusativo con la preposición a. Nadie dice: “he visto Juan”, sino “he visto a Juan”; nadie dice: «quiero Isabel», sino «quiero a Isabel». Y la finura es tanta en nuestra lengua, que hay una situación azorante con respecto a los animales. El animal en definitiva 3

se construye [gramaticalmente] como cosa. Por ejemplo, un ganadero dirá: “tengo cien vacas”, “tengo dos mil ovejas”; un cazador dirá: “he matado seis conejos”. Si dijera: “he matado a seis conejos”, se sentiría un poco culpable; pero si se le escapa un tiro y le da al perro, dirá: “estoy triste; he matado a mi perro”; nadie dirá “he matado mi perro”. ¿Por qué? Porque “mi perro” está asimilado a la persona, está tratado como una cuasipersona, tiene una especie de vida humana contagiada. ¿Ven ustedes hasta qué punto es distinta la cosa y la persona? Y por tanto, lo que se debe preguntar frente a algo humano es: «¿quién es?», «¿quién soy yo?», «¿quién eres tú?». El problema es precisamente el tú y el yo. Ésa sería la pregunta capital. En definitiva, nuestro trato con Cervantes debería consistir en la pregunta: «¿quién fue Cervantes?». Pero esto remite a otra cuestión, una cuestión previa, que es ésta: «¿Cómo fue posible Cervantes?». Piensen en lo siguiente: Cervantes no se parece a ningún escritor español. Pueden ustedes hacer una historia de la literatura española y agrupar a los autores por géneros y por épocas, y en definitiva cada uno de ellos pertenecerá a un grupo, a una tendencia o una época. Pero con Cervantes no ocurre así. Cervantes es único. Cervantes es distinto de todos, en su época y en cualquier época. No me refiero a su excelsitud, no me refiero a su calidad, me refiero a su cualidad. No es que sea el mejor de todos. La vida humana no tiene escalafones ni jerarquías. Pero él es distinto. No entra con los demás. Entonces encontramos que en cierto modo Cervantes es inexplicable. El no entender me parece un buen método intelectual. Yo entiendo muy pocas cosas, pero cuando me doy cuenta de lo que no entiendo, me paro, me pongo a pensar y esa pregunta es un principio de entendimiento. Volviendo a Cervantes, él es un poco inexplicable; no encaja en el conjunto de nuestra literatura, pero al mismo tiempo no puede ser más español. No es que sea un escritor distinto de los españoles, sino que es absolutamente español; no solamente eso, sino que no podría ser más que español. Ustedes no pueden imaginar un Cervantes italiano, francés, alemán, inglés; es absolutamente inconcebible. Nos encontramos por tanto con una diferencia y una cierta inexplicabilidad; y al mismo tiempo una condición española absolutamente radical, absolutamente necesaria. Pero todavía hay un punto más: y es que no concebimos a 4

España sin él. Cuando pensamos en España, inmediatamente hablamos de Cervantes. A mí me ocurrió algo muy gracioso hace muchos años en la India. Estaba yo en Agra, viendo el Taj Mahal, entonces, un señor que iba con su mujer y una hija, se me acercó y me preguntó: “¿Sería usted tan amable de tomarnos una fotografía?”. Le contesté: “Con mucho gusto”. Le tomé la fotografía a la familia y, en seguida, él se puso a hablar conmigo. “¿Usted de dónde es?”, le contesté: “De España”. Yo temía que dijera “Franco”, por ejemplo, pero no, me dijo: “Ah, don Quijote”. Me conmovió que este ingeniero indio en Agra, frente al Taj Mahal, al decir España dijera “don Quijote”, es decir, asoció a España con Cervantes. Por eso yo titulo esta conferencia, y voy a titular el curso que voy a empezar en Madrid, “Cervantes como clave española”. Porque Cervantes es una clave española, es la manera quizá más eficaz de penetrar en lo que es la realidad española. Ahora, esto lleva a una cuestión que un matemático llamaría «condiciones de existencia». Ustedes saben que los matemáticos hablan de condiciones de existencia de un objeto matemático. Bueno, aquí no se trata de matemáticas, se trata de historia, entonces esto nos lleva a pensar que no podemos inferir de Cervantes a la realidad española, porque antes de Cervantes había España, ahí estaba España, muchos siglos antes y no había habido nunca Cervantes y pudo no haberlo, pudo no haber Cervantes, pero antes pudo no nacer o no ser quien fue o no escribir sus libros. Hay un elemento, por tanto, de azar en la existencia de Cervantes que nos parece consustancial con lo español; sin él no entendemos a España, pero sin él habría podido existir. Es decir, Cervantes representa una innovación radical condicionada por lo que España es, sí, pero dentro de la cual vino a alojarse Cervantes como una figura irreductible a todas las demás. Quiero introducirlos a ustedes en un asunto bastante complicado, porque lo es —la única manera en que podemos entender algo es viendo su dificultad—: Cervantes es enormemente distinto, en cierto modo es inexplicable, sin embargo nos parece absolutamente necesario, nos parece más español que nada; evidentemente se aloja en la realidad española que preexistía y representa por consiguiente una novedad radical. Éstos son los términos del problema que se nos plantea. 5

En la unicidad de Cervantes hay una cierta discrepancia con las múltiples formas en que aparecen los autores españoles, y quizá no solamente en su tiempo sea posible que haya dos o tres figuras en España de las cuales se pudiera decir algo parecido. A mí se me ocurren por lo pronto dos —no me hagan ustedes caso y no sigan pensando en ello porque no vamos a tocarlo, pero que quede en un rincón de su mente, guarden lo que voy a decir—, esos dos nombres de los cuales podría decirse algo parecido, no igual, son: Velázquez y Ortega. Algún día, cuando tengan tiempo piensen en ello, ahora olvídenlo por el momento. Pero al mismo tiempo, insisto, hay una radical españolidad en Cervantes, una imposibilidad de entenderlo fuera de España, aparte de lo español y, una vez dado Cervantes, una vez que Cervantes surge, no podemos entender a España sin él. Ésta es la historia. Yo creo que esto pudiera ser el planteamiento general de una consideración de Cervantes en su relación con la realidad española. Claro, esto tiene una consecuencia, y es que podemos pensar que la idea dominante que tenemos de España, empezando por los españoles, siguiendo por los hispánicos, continuando por los que no lo son, puede no ser adecuada, no ser suficiente puesto que esa idea no parece apta para alojar a Cervantes. En definitiva, no tomamos muy bien el encajar a Cervantes, el alojarlo en la idea que tenemos de España y por eso nos parece en cierto modo discrepante y no fácilmente reductible a lo que ha sido la literatura española. Habría que entender a España desde Cervantes, pero claro, tampoco es posible, porque España preexistía, es decir, España no ha nacido con Cervantes. Y surgió Cervantes en España, por tanto hay que ir más allá, más atrás, hay que ver cómo era España antes de Cervantes, no vaya a resultar que Cervantes respondía a lo que verdaderamente era España, y que sin él quizá no se hubiera podido entender realmente. Desde hace mucho tiempo tengo la convicción de que las ideas que nos hemos hecho sobre España, empezando por los españoles, no son muy adecuadas. Se dice siempre de España que es un país conflictivo, incomprensible, irracional, ininteligible; eso se ha dicho siempre y se ha dicho especialmente en nuestra época de muchas maneras, desde muchos puntos de vista. He pensado desde hace mucho tiempo que

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esto no es así. Tuve durante más de veinte años un título en mi cabeza: “España inteligible”; es un título que parece casi un desafío. Creo que ocurre lo siguiente: se ha aplicado a España una óptica inadecuada. Si ustedes miran y dicen: «qué pez tan raro», se puede contestar: «mire, si es tan raro no es un pez, es un pájaro. Si lo mira usted como pájaro verá qué bien se entiende». Se ha mirado a España, especialmente los historiadores, con la óptica propia de otros países de Europa; entonces no se entiende a España. Entre tantas razones, porque mientras la mayor parte de las naciones de Europa son intraeuropeas, España no lo es. España es transeuropea. ¿Necesitaré justificarlo hablando en Guanajuato? Evidentemente no. España ha sido un país transitivo, España ha sido un país que ha consistido en no ser europeo sino en ser transeuropeo, lo cual cambia totalmente las cosas. Hace unos cuatro años, publiqué un libro titulado efectivamente España inteligible. Ahí me planteé la cuestión de cómo se había gestado, cómo se había constituido esa realidad que llamamos España y encontré algo muy sorprendente: que es un país enormemente coherente, que es un país definido por un proyecto histórico que va cambiando, por supuesto, pero con una gran continuidad. En cierto modo ya desde la romanización, pero sobre todo desde la España visigoda; y está luego el proceso de la Reconquista, porque España considera —los cristianos españoles consideran— inaceptable la dominación árabe, absolutamente inaceptable, y hay por tanto como un programa histórico que es la Reconquista de España. Y esto continúa y otorga a España la experiencia del otro, porque ha tratado con romanos, con árabes y judíos, lo que hace que se proyecte luego a fines del siglo XV hacia el continente americano y justamente se produce una hispanización. Yo empleo dos conceptos botánicos para entender la diferencia entre las dos Américas, la América del Norte y la del Sur: en una parte se ha producido un transplante; es decir, sociedades europeas se transplantan a un territorio diferente, a otro continente y ahí forman sociedades europeas, por ejemplo inglesas, que no tienen nada que ver con las sociedades originarias. Es un territorio al cual se transplantan sociedades europeas. En la América hispánica o ibérica, como ustedes quieran, es un injerto. El injerto consiste en que un elemento vivo de una planta se introduce en otra y la modifica; sigue siendo la planta que

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era, pero modificada, y da otros frutos, se espera que mejores. Esto es lo que ocurrió a las sociedades preexistentes originarias americanas: no eran sociedades españolas, no es que los españoles se establezcan en América, es que se injertan, hispanizan el Continente y son justamente realidades sociales modificadas, transformadas por el injerto. Creo que estos dos conceptos explican muy bien la diferencia. Pues bien, esto ha sido característico. Piensen ustedes que España desde fines del siglo XV, no es sólo España, es la monarquía católica o la monarquía hispánica en dos hemisferios. Hay un texto, que no conoce casi nadie, escrito por Felipe IV como introducción a la traducción que hizo de la Historia de Italia de Guicciardini. En él se observa cómo veía el Rey de España a la monarquía hacia 1630 y dice cosas como éstas: “estos reinos” y “esos reinos”, y dice también: “España es parte moderada de la monarquía”. Efectivamente, España es una parte, moderada, y esta América no dependía de España, dependía del Rey, que era común a los reinos. Según se desprende de la Historia política del reino de Nueva España, al cual se le llama “el maravilloso libro de Humboldt”, escrito al final del Virreinato, eran reinos administrados por virreyes. Ésta es la situación real. Pues bien, ésta es la España en la cual vive Cervantes, una continuidad proyectiva que consta en la historia de España y la hace inteligible. Añadan ustedes un hecho que a mí me sorprendió mucho cuando pensé a fondo en él: España ha sido uno de los países menos violentos de Europa. Si ustedes comparan con la cantidad de violencia de la historia de Francia, de Italia, de Alemania, de Inglaterra, no digamos de los eslavos, hay en España poca violencia. Lo malo es que hemos tenido una violencia reciente, bastante reciente, en el siglo XIX y especialmente hace medio siglo, que nos impide ver la relativamente poca violencia de la historia española tomada en su conjunto. Hay por tanto toda una serie de factores que hacen que España sea un país bastante distinto de lo que normalmente se piensa. Ustedes, naturalmente, han oído la historia de un país, la cual, como la biografía de una persona, tiene multitud de trayectorias. El concepto de trayectorias, en plural, me parece absolutamente esencial para entender lo humano. En la vida humana esto lo ponemos en un curriculum vitae;

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un documento un poco ridículo que se usa tanto ahora, en el que se pone lo que hemos hecho. ¿Es que eso es nuestra vida? No, nuestra vida es eso y mucho más; nuestra vida es lo que hemos hecho y lo que no hemos hecho, lo que no hemos podido hacer, lo que hemos renunciado a hacer, lo que se ha frustrado. La vida humana no es una línea; es más bien una arborescencia, llena de ramificaciones, con caminos que empezamos o que no empezamos siquiera; que son posibles o que vamos dejando abandonados a izquierda o derecha; eso es nuestra vida realmente. Piensen en la vida de Cervantes: no podemos entender a Cervantes más que teniendo en cuenta la multiplicidad de sus trayectorias, realizadas o no, frustradas, soñadas, intentadas o ni siquiera intentadas; y lo mismo ocurre con España. O piensen ustedes en México: ¿habría algo más apasionante que escribir una historia de México absolutamente veraz, teniendo en cuenta las diferentes trayectorias realizadas, logradas, incoadas, frustradas, abandonadas, renunciadas? Se obtendría una imagen rica, verdadera, apasionante. No conozco México suficientemente como para intentarlo, pero ustedes sí; ustedes podrían hacerlo, un “México inteligible”. ¿Por qué no escriben ustedes un “México inteligible”? Habría que volver, pensando en Cervantes, al hecho de que dado todo esto, la España anterior y la de su tiempo, a pesar de esto, no apareció en ella nada que fuera Cervantes, o su equivalencia, hasta que nació Cervantes en el año 1547. Por consiguiente, después de todo lo señalado aquí, que es la consideración de la realidad histórica primariamente de España, habría que preguntarse por la originalidad de Cervantes. No me refiero solamente a la originalidad que tiene como escritor, sino a la originalidad de su persona que nos es conocida naturalmente por sus obras; tenemos que descubrirla viendo en qué sentido fue escritor, que es un sentido bastante distinto en el cual desarrolló esa dotación personal. Ustedes saben que Cervantes era un soldado, fue primariamente soldado, estuvo en Lepanto, estuvo en Italia, combatió bravamente, tiene orgullo particular de sus heridas de Lepanto. Después interviene el azar en su vida. Allí tienen ustedes una trayectoria: cuando va a volver a España con cartas de recomendación para ver qué hace allá, 9

lo hacen cautivo, lo llevan a Argel y pasa cinco años de cautiverio. Allí tienen ustedes la intervención brutal del azar en una vida humana, y este hombre tiene su vida cortada y tiene un proyecto permanente: la libertad, escapar. Intenta la evasión una vez y otra y lo descubren y lo denuncian y no lo matan. Hay en ello un cierto elemento de respeto, y yo creo que de simpatía. Cervantes debía de ser extraordinariamente simpático —como escritor es el más simpático de los escritores españoles—, esa simpatía debió de frenar a los argelinos, que lo hubieran empalado como a los que intentaban escapar. Finalmente vuelve a España, al cabo de cinco años y encuentra una España bien distinta de la que había dejado. Ha estado once años fuera de España, luchando como soldado o cautivo, y entonces ¿qué va a ser?, ¿va a ser un soldado?, ¿va a ser un escritor? Hay una vacilación en la vida de Cervantes que es esencial. Es entonces que escribe La Galatea, una novela pastoril, un género que había tenido mucho éxito; pero en 1585 había terminado la vigencia de la generación que la cultivó. Es un libro que en cierto modo, antes de secarse la tinta de la imprenta, había quedado un poco anticuado. Y después Cervantes se dedica a otras cosas y no publica nada durante veinte años. Es decir, es un hombre que vive primariamente en el siglo XVI, en la España de Felipe II, pero como escritor es casi exclusivamente un autor del siglo XVII, de la España de Felipe III. Si se tiene en cuenta esto —yo lo he tenido en cuenta con rigor—, teniendo presentes las generaciones y su escala, creo que se explica una enorme cantidad de anomalías en la figura de Cervantes, que me parecen por lo menos muy problemáticas. Creo que eso explica una serie de realidades de la vida de Cervantes. Cervantes se dedica durante veinte años a no escribir. ¿A qué entonces? A vivir, siendo alcabalero, recaudador de contribuciones, proveedor de la Armada Invencible; a recoger por los caminos de Andalucía y de Castilla, trigo, vino y aceite para la armada; va a la cárcel, conoce a gentes de todos los pelajes. Lo que hace es absorber realidad, absorber a España como nadie, absolutamente como nadie. Y entonces, al final se pone a escribir. Y lo que escribe Cervantes no es primariamente literatura, es la realidad que lleva dentro, con una plenitud absolutamente desconocida. Eso es lo que tiene Cervantes; eso es lo que encontramos

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en su obra y no solamente en el Quijote; en el Quijote de manera eminente, pero no sólo en él. Insisto en que hay que leerlo todo. Hay que leer confesiones preciosas que hace en las comedias de Argel o en el Viaje del Parnaso, o que hace en tantos otros textos. Es curioso que haya ciertos fragmentos en la obra de Cervantes, de los cuales uno pensaría que están en todas las bocas y que sin embargo casi nadie conoce. Por ejemplo, cuando dice: «Español soy, soilo y soilo. Lo he sido desde que he nacido y después de ser muerto, ochenta siglos». ¿Ustedes se imaginan esa proclamación de radical españolía que debería conocer todo el mundo? Y ésta es, sin embargo, la actitud que tiene Cervantes. Cervantes está fascinado por unas cuantas cosas: la libertad y el valor. Para él la libertad es fundamental. No olviden ustedes que la frase que repite más veces Cervantes es: «tú mismo te has forjado tu ventura». Esto lo dice en verso y en prosa a lo largo de toda su obra. Además, él profesa una admiración enorme por el valor. No me parece mal. Ustedes saben que la palabra valor en casi todas las lenguas se refiere primariamente a lo valioso. En español, el sentido fuerte de la palabra valor se refiere a lo valiente, a la valentía. Está bien, pero ¿por qué? Porque si falta un poco de valor todos los valores se hunden. Es el valor, una cierta dosis de valor, lo que sostiene todos los valores. Hay además otra idea central en Cervantes: la belleza. La belleza de las ciudades, la belleza de los paisajes, la belleza de la mujer que, sobre todo, tiene encandilado a Cervantes toda su vida. Y el amor. Es curioso que sepamos tan poco [de este aspecto de su vida]. Ahí tienen ustedes otro ejemplo: no sabemos apenas nada de la vida amorosa de Cervantes, casi nada; pero toda su obra está impregnada de amor, está fascinado por el amor. Respeta intimidadamente al amor. Cree que no se le puede contrariar, que el que lo contraría tiene una sanción gravísima y acaba mal y es el desastre. Ahí tienen ustedes unas ideas fundamentales que mueven la vida de Cervantes y son el núcleo de su obra. Permítanme, para terminar, que les lea unas líneas que escribí hace muchos años, hace veintitrés años. Afirmaba yo en el prólogo de Persiles: “Dice Cervantes que ‘viniendo otros dos amigos y yo del famoso lugar de Esquivias, por mil causas famoso’, una por sus ilustres 11

linajes y otra por sus ilustrísimos vinos, los alcanzó montado en ‘una borrica un estudiante pardal, porque todo venía vestido de pardo’. Y al preguntar por qué van tan de prisa, un compañero contesta: ‘El rocín del señor Miguel de Cervantes tiene la culpa de esto porque es algo que pasilargo’. “Apenas escuchó ‘el estudiante el nombre de Cervantes, continúa Cervantes, cuando, apeándose de su cabalgadura, cayéndosele aquí el cojín y allá el portamanteo, que con toda esta autoridad caminaba, arremetió a mí, y acudiendo a asirme de la mano izquierda, dijo: ¡sí, sí, este es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre y finalmente el regocijo de las musas! Yo que en tan poco espacio vi el gran encomio, parecióme ser descortesía no corresponder a ellas y así, abrazándole por el cuello, donde le eché a perder de todo punto la valona, le dije: Ese es un error donde han caído muchos aficionados ignorantes; yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced. Vuelva a cobrar su mula y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino’. “Y —continuaba yo— Cervantes sintió más alegría por el elogio fresco e ingenuo del estudiante pardal en el camino de Esquivias a ‘la Puente de Toledo’, que por todos los versos convencionales que sobre él se habían escrito”. Y se despide del lector, de la vida, con estas aladas, entrañables palabras que no pueden leerse sin sentir que aprisionan en sólo dos líneas el quién que fue Cervantes: “¡Adiós gracias, adiós donaires, adiós regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!”. Un hombre que va a morir, que sabe que va a morir muy pronto y se despide de la gracia, del donaire, del regocijo, de la amistad, de la palabra, de la conversación. ¿No es esto España, que viaja con ilusión, con prisa de la otra vida; cuya última palabra, después de tantos años de infortunio, heridas, cárceles, cautiverio, pobreza y desdén, después de tanto amor, tanta belleza, tanta ilusión fresca y marchita nunca, es “contentos”?. ¿No es esto España?

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