CIRCUS SHOW; El circo del Emperador Una novela de Juan Sebastián Valencia

CIRCUS SHOW; El circo del Emperador Una novela de Juan Sebastián Valencia CIRCUS SHOW El circo del Emperador Juan Sebastián Valencia ©Juan Sebast

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CIRCUS SHOW; El circo del Emperador Una novela de Juan Sebastián Valencia

CIRCUS SHOW El circo del Emperador

Juan Sebastián Valencia

©Juan Sebastián Valencia 2009-2015 Story Film House Books: CIRCUS SHOW; EL CIRCO DEL EMPERADOR Published by Story Film House™ Story Film House (Bogota - Colombia) Calle 134# 59A-81 of 607 T2. (571)3033081 (57)3012794409 - 3007922013 Story Film House (Los Angeles -USA) (424) 2530441 Printed in Colombia. / Impreso en Colombia by Story Film House. First edition Published by Story Film House. ISBN: www.StoryFilmHouse.com ©Copyright Juan Sebastián Valencia 2015 All rights reserved www.JuanSebastianValencia.com Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni en ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, internet o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito por el autor.

Capítulos Capítulo 1 Nuevo trabajo Capítulo 2 El circo que llega Capítulo 3 Cambio de planes Capítulo 4 Una relación oculta Capítulo 5 Mentiroso Capítulo 6 Broadway Capítulo 7 El circo de Lilo Capítulo 8 El último show Capítulo 9 Despedida Capítulo 10 El sueño de Cristina Capítulo 11 El circo del Emperador

Prólogo

El 2008, fue un año muy importante en mi vida; realicé el rodaje de mi ópera primera “Póker” y continué con la escritura de mi tercer libro “Utopía el Lugar de las Palabras”. Un año, en el que mi vida se encargó de crear historias, pero también de dar fin a otras… el año en que una de ellas, que hacían parte de mi vida personal, llegó a su final… despedí a mi gran amiga Natalia Alcántara. Su muerte me hizo cuestionar muchas cosas sobre la vida, sobre la existencia, sobre los sueños, el porqué, el cuándo, el cómo. Aquella niña, que mis ojos conocieron cuando yo era niño, se volvió mujer y floreció y partió, dejando un vacío inmenso en todos… también en mí, y aunque la muerte había estado presente siempre en mi vida, incluso en muchas de mis creaciones, fue la primera vez que la viví como si fuera propia. En ese importante 2008, decidí que le escribiría una historia y que sería un musical. Tres años después, tenía en mis manos el primer borrador del musical “Circus Show”, que con el tiempo me encargué de corregir y reescribir para algún día, llevarlo a la pantalla grande y al teatro. Pasaron varios años en los que deseé rodar mi segunda película “Circus Show”; pero, a veces los sueños toman más tiempo de lo que uno espera. Fue en el 2012, en mi viaje al festival de Cannes, cuando decidí que haría una adaptación de aquel musical y llevaría la música de esos personajes a una novela; y es que a veces las historias necesitan ser conocidas; a veces es la única forma para poder seguir adelante. La historia del musical tenía como protagonista un payasito de un circo colombiano que soñaba con llegar a Broadway, y quien resulta ser el mismo que protagoniza esta historia. De él me interesaba conocer más su camino y su viaje y aunque creía saber cómo era, pues muchos de sus pasos ya los había escrito, fue escribiendo su libro que lo conocí de verdad, y volvió a producirme risas y lágrimas. Fue esa necesidad de volver a sentirme acompañado por las letras, por verlas plasmarse en el papel, pero esta vez buscando una nueva forma de unirlas, una nueva narración, que decidí volver a escribir. Fue y es por ella. Juan Sebastián Valencia.

Introducción

La verdadera historia del Emperador se esconde en una nariz, en un tulipán rojo que veló del mundo durante muchos años y del que luego se despidió. Su historia se esconde en un escenario que, a diferencia de su rutina diaria, no era Broadway. Su vida, la que muchos podrían considerar solitaria, siempre estuvo acompañada de música, canto y baile; y ¡sí!... aquel hombre solitario, reconoció a sus 84 años, que su vida la dedicó a cumplir un sueño, que posiblemente lo alejó del mundo entero. Para quien no lo conoció, el Emperador era un ser serio, callado, de mirada directa, que intimidaba con sólo su respiro. Cualquiera podría haber pensado que era ese su verdadero disfraz, después de quitarse el que usaba en escena; pero la verdad, fue que para el hombre de corta estatura, de cabellos blancos y largos, tanto en cabeza como en su rostro, la vida había sido tan diferente, que en su silencio había encontrado su compañía; aún mejor... había decidido seguir en su compañía. El hombre de ojos azules, con voz magnífica, que me enseñó a aceptar la muerte, a recordar un país y a vivir por los que ya no están, es el mismo que no fue más que un niño, como todos lo somos, en el cuerpo de un adulto mayor; ese que usaba nariz de tulipán, cuyo nombre era Maní, que nació, creció y murió en un circo colombiano, el Circus Show. El hombre que fue el Emperador y que creyó que al morir no dejaría nada, a pesar de su inmenso legado de música y grandes presentaciones, nunca paró de soñar; soñaba por otros, porque como muy bien lo decía "uno está en esta vida para vivir por aquellos que ya no están". Y con una mujer como motivante, el payaso del circo colombiano paralizó los escenarios del mundo entero por más de dos décadas, para que quienes lo vivieron en escena recordaran su verdad al cantar, su melancolía, su grandiosa voz de tenor y su interpretación; algo que definitivamente legó al mundo. Y aunque él considere que no dejó nada, aquí está su historia, para que ustedes puedan juzgar si tenía razón o no. Con una dedicación muy especial a su Cristina. Atentamente, Eduardo Carvajal

Capítulo 1

Nuevo trabajo

Tenía ocho años cuando escuché por primera vez esa voz. El televisor en la sala de mi casa, a un volumen de veinte, hizo eco hasta llegar a mi cuarto, donde jugaba con las tortugas ninja. Fue un grito de desesperación, que detuvo una pelea de mis muñecos de plásticos y me hizo correr sin pensarlo, para que lo viera a él, parado frente a una multitud de personas, que desde lo más profundo de sus sentimientos acompañaban con lágrimas su grandiosa voz. Mi boca entre abierta, me dejaba sólo respirar un poco; lo demás eran suspiros que se iban con esas largas y graves notas que salían de la boca de aquel hombre. Mi madre, sentada frente al televisor, dejó su costura para deleitarse con algo que yo poco entendía, pero me atraía. La voz de aquel hombre llegó a un silencio profundo, que paralizó todo lo que me rodeaba. Su voz se calló y con ella, todos los sonidos que existían a mi alrededor. Mi madre se volteó, me miró y me dijo: -¡Es el Emperador!Mi respuesta fue tan infantil como mi edad, y al conocer su nombre, Donatello, el muñeco de plástico cobró más sentido para mí y continué en mi lucha de alcantarillas. Fui un niño normal, que le atraían las cosas simples y por muchos años, fueron aquellos muñecos que salvaban el mundo. Al cumplir los quince años, mis padres decidieron regalarme una boleta para Broadway; era la primera vez que entraba al teatro más importante de Nueva York, todo un acontecimiento, especialmente para un adolescente como yo, lejano a estas tierras. Provenía de Colombia; mis padres en búsqueda de una mejor vida, llegaron aquí cuando yo tenía tres años. No recuerdo mucho de esa época… sólo recuerdo la vez que llegué... pero que llegué a ¡Broadway! Me acompañaron dos amigos del colegio, Mark y Steve. Frente a nosotros, un gran aviso: "El Emperador esta noche".... fue precisamente esa noche, que volví a escuchar su voz. El show era una adaptación de un libro de brujas y la interpretación del Emperador era el papel protagónico. Nunca hasta esa noche, me había preguntado por qué a ese hombre con esa grandiosa voz le decían el Emperador. Entendía que era un

seudónimo o un nombre inventado, pero ¿por qué le decían el Emperador? Nadie lo sabía, y al salir y encontrarme en una incertidumbre que compartía con todo el mundo, decidí optar simplemente por seguir deleitándome con su arte. De hecho, hoy todos hemos vivido momentos únicos acompañados de su voz; recuérdenlo…tal vez esa velada romántica donde sucedió aquel primer beso o tal vez, los temas que coreaban tus amigos cuando ibas de paseo con ellos. El Emperador ha estado ahí, en todos nuestros importantes momentos. Así, que hoy vuelvo a preguntar si alguien sabe ¿por qué le llaman el Emperador? Es más, intento aclarar si hace parte de nuestras vidas; ¿alguien sabe quién es él? Como para ustedes, estas preguntas eran irrelevantes en ese entonces para mí. Los años pasaron y el joven de quince años creció sin darse cuenta, acompañado de esas melodías y como ustedes y como todos nosotros, las canté, las lloré y con ellas me enamoré. Es curioso pensar que haya personas que te acompañan, aun cuando ellas no lo saben. El Emperador es una de ellas, y podría casi asegurar que también te ha acompañado; es más, estoy seguro de ello... definitivamente, todos lo hemos escuchado. De su voz se ha dicho lo mismo, “un suspiro que toca el alma y que te hace recordar”, tal vez por eso sea llamado El Emperador; pero, de su vida, de su verdadera vida, se sabe poco, muy poco para ser sincero. El mundo del espectáculo es un reflejo de muchas cosas que queremos; tal vez por eso no vemos lo que realmente hay detrás. Así mismo debe pasar con todos los artistas; seguro los leemos y seguimos enamorados de sus letras, aun cuando sus nietos las desconocen. Tal vez seguimos coreando esas voces femeninas que hoy cantan en el olimpo, y ni nos hemos dado cuenta…eso me hace pensar que viven en su arte. La vida del artista es controversial, se dice mucho y se sabe poco. Podría ser una vida solitaria, aun así es una vida que con sus recorridos, travesías y andares es igual a la de todos, a la de una ama de casa o de un ingeniero; esa misma, que es de trabajo, de trabajo constante para complacer a otros, al público en este caso, para que se recuerde por siempre lo que han hecho para esos otros. Puede que esa sea la razón por la cual decidí dedicar mi vida a las letras. De alguna forma a quienes en párrafos escribes, eterna su tinta se convierte e imborrables quedan por siempre. Tenía diecinueve años cuando entré a la universidad para estudiar literatura y empezar a hacer realidad el sueño de volver eternos tantos personajes que empezaban a nacer en mi cabeza. Mi madre desde que llegó a Nueva York, trabajó para la familia Wills, quienes le tomaron mucho cariño. Fue siempre una excelente madre, lo que le sirvió para cuidar de la mejor manera, a los niños que crecieron casi a la par conmigo, El Dr. Leonard era un abogado adinerado; fue él quien me ayudó para que pudiera asistir a la universidad del Estado. Era Colombiano, ¡sí!, y no tenía papeles; pero, cuando el dinero está de por medio, la gente mira para otro lado.

Fue cursando el segundo año de estudios, en aquellos pasillos donde escribí mis primeros poemas, cuando la vi. Tenía los cabellos rubios y los ojos aún más claros que el cielo; sonreía con unos brackets color rosa, que aunque podrían incomodar a cualquiera, a ella la hacían verse hermosa. Su nombre, Margarite Grinweschter, de la ciudad de Los Ángeles, alumna de estudios preescolares de primer año. Por supuesto la enamoré… ¡me enamoré! Fuimos unos noviecitos muy responsables durante el tiempo que estuvimos en la universidad; ella se graduó, así como lo hice yo. No tuvimos una sola pelea, más que aquella por llegar tarde a recogerla el día de su cumpleaños número 22, el mismo día en que le propuse matrimonio. Mi retraso fue igual al que tuvieron los anillos para llegar a la joyería; ella al saberlo, me perdonó y aceptó. Éramos unos recién egresados y estábamos a punto de casarnos. Debía buscar trabajo, lo que se volvió un poco más fácil después de la ceremonia, al cambiar mi pasaporte por la doble nacionalidad. Se veía tan hermosa mi mujer ese día. Bailamos juntos el tema “por favor regresa a mí” de Albert Pazcan, el mismo con el que le propuse matrimonio. Vestía un traje largo, que la cubría de seda para que brillara con las luces que matizaban cada uno de sus pasos, mientras ella se acercaba, me besaba y seguía girando. Mis padres nos acompañaron mientras bailamos durante toda esa noche, en la que ella se convirtió en mi mujer. Su padre le dio una llamada felicitándola; era un hombre alejado desde que murió su esposa, la madre de Margarite; aun así, fue un día muy especial para los dos… el día de nuestra ceremonia de matrimonio. Tuve muchos problemas para conseguir trabajo después de casarnos, no sólo por la demora de los papeles para mi doble nacionalidad, sino porque escribir historias en Nueva York no es nada fácil; aquí abundan y escasean al mismo tiempo. A los seis meses de estar buscando trabajo, me vinculé con una revista de poca circulación, donde el único puesto para ofrecerme era el de escribir horóscopos; por supuesto que acepté y duré con ellos varios años. Margarite consiguió trabajo en un colegio preescolar cerca de la casa donde vivíamos; ella no tuvo problemas para lograrlo; al parecer, su nombre no era tan latino como el mío, “Eduardo Carvajal”. Tenía poco que ofrecerle, pero el amor fue tan grande que supimos sobrepasar muchas dificultades, muchas... lastimosamente no todas. La mañana del 9 de abril, Margarite se sintió enferma y decidió no ir a su trabajo; yo me encargué de avisarle a la rectora del colegio y ofrecí disculpas por su inasistencia. Ese mismo día, a eso de las dos de la tarde, Margarite se desmayó. Yo corrí al hospital. -¡Va a ser padre señor Eduardo!-

Recuerdo que le dije a la enfermera que prefería que me dijeran “Eddie”, y después fui yo el que se desmayó. Fue la mejor noticia de nuestras vidas. Margarite esperó a mi lado por nueve meses la llegada de quien haría nuestros días aún más felices. Fue una noche de enero, cuando llegaron las contracciones y con ellas el momento más anhelado por mi esposa y por mí. Teníamos 24 años y seríamos padres de una niña. Fue esa noche, a eso de las dos de la mañana, cuando Margarite pujó y pujó y a los nueve minutos, dio a luz a la razón de mi vida. Fue a las 2 y 9 minutos que nació mi hija Lilo… y fue a las 2 y 9 minutos que murió mi esposa Margarite. La causa, un tumor hereditario llamado meningioma que había cobrado ya varias muertes en su familia, entre ellas la de su madre, y que había permanecido asintomático en ella, causando su muerte durante el parto. Mis padres me acompañaron en la difícil despedida y vivieron el crecimiento de Lilo por dos completos años, pero ellos también decidieron irse. Mi padre murió a causa del cigarrillo y mi madre, a pesar del amor que representaba su nieta, no soportó la ausencia y a los pocos meses, se fue a acompañarlo. Tenía 26 años cuando Lilo y yo nos mudamos a Brooklin; un apartamento que no media más de 30 metros, pero que era nuestro hogar. Ser padre soltero, con una hija tan pequeña, no es tarea fácil, pero he hecho mi mayor esfuerzo. Dediqué los cinco años siguientes a trabajar y a criar a mi hija. Por suerte, fui contratado por el periódico de Nueva York como corrector de ortografía y con un salario superior al de la revista de horóscopos. No podía contar historias, pero sí las podía corregir y eso era un gran avance para mi carrera profesional, teniendo en cuenta mis dificultades con los horarios, y es que mi hija siempre ha sido mi prioridad. Fue un día cualquiera que dejé a Lilo en el colegio y me encerré en la pequeña oficina sin ventanas de ese gran edificio en el que trabajaba; fue ese día, que mi vida cambió aún más. Le sonreí a dos historias patéticas que leería para ser corregidas, pero antes decidí prepararme un café. Un día cualquiera que se tornó en uno muy importante. Un día cualquiera… un café cualquiera. -¿Eduardo?Allí, en la puerta de mi oficina estaba el señor Gabriel, mi jefe. Su panza cervecera y su larga barba blanca esperaban un contacto visual. -¿Cómo le va señor Gabriel? – Respondí tímidamente. Fue la primera vez que el señor Gabriel se dirigió a mí sin menospreciarme con mi apellido “Carvajal”; por el contrario, lo pronunció a la perfección, se sentó y tomó la

taza de café que yo había servido para mí, dejando la puerta entre abierta. -¿Cómo está su vida?... ¿su hija? Preguntó. -Todo muy bien señor... No recuerdo haberlo visto por aquí antes, discúlpeme ¿pero está todo bien?Me atreví a hacerle esa pregunta temiendo una respuesta que terminara en mi despido, pues el concepto que tenía de aquel señor era que no le gustaban los latinos. Pero el señor Gabriel sonreía, con una sonrisa tan grande, que alcanzaba a tocar la puerta entre abierta y que me hacía dudar. -Vengo a ofrecerle un nuevo trabajo.¿Un nuevo trabajo? Pensé, no podía controlar la emoción y mi cuerpo sólo respondió sentándose frente a él, algo atento, algo perplejo. Una sonrisa comenzó a dibujarse en mi rostro, como queriendo competir con la de él que salía por la puerta. -Es usted colombiano ¿cierto?Preguntó. Mi sonrisa cayó como plastilina a la alfombra verde y medio rota de mi pequeña oficina y con algo de desconcierto le respondí: -Llegué a Nueva York cuando tenía tres años, mis padres son colombianos, pero tengo doble nacionalidad.Intenté cubrir con mis palabras una verdad inevitable. -¡Colombiano!... ¡colombiano! señor Carvajal.Repetía el señor Gabriel. Intenté sonreírle. -Momento para un whisky...Tomó el teléfono de mi escritorio y marcó una extensión que yo desconocía. Pidió el licor y colgó. -Me tiene muy intrigado señor, ¿qué sucede?Intenté mirarlo, pero su sonrisa no me lo permitía completamente. -Vengo a ofrecerle el trabajo del año. Me miró. -¿Del año?-

Fue lo único que pude decir. -Usted será uno de los periodistas más importantes; incluso, podrían darle el premio a periodista del año.Las palabras de don Gabriel comenzaron a sonar como notas musicales, de las cuales no conocía su significado ni su valor, y mucho menos su melodía. Dejé de escucharlo cuando llegó el whisky. La bandeja tenía dos vasos. Había una botella sin abrir sujetando una carta. Don Gabriel rápidamente abrió el whisky y me sirvió un trago; fue todo tan rápido, que el primer trago no había entrado del todo a mi cuerpo, cuando el segundo era servido por mi jefe. Lo volví a mirar. -No sé a qué se refiere señor Gabriel; mi trabajo es corregir ortografía.Me sentía respondiéndole de forma desafiante, pero un whisky a las 9 de la mañana, no era mi costumbre y mi cuerpo sólo estaba reaccionando, así fuera con el primer trago en el paladar. -Necesito que lea esto.El señor Gabriel me pasó un papel doblado en tres; tenía un sello de cera, lo cual no era costumbre por la época, y se notaba que había sido abierto con rapidez. Antes de abrirlo, revisé todas las caras de la carta, pero no tenía ni remitente ni destinatario. Levanté mi mirada y la dirigí a don Gabriel, quien con el vaso en su boca esperaba a que la leyera. Me sentí incómodo, y con el segundo trago de whisky en la mano, comencé a leer. Señores periódico Nueva York -“Reciban un cordial saludo de mi parte. Ofrezco inicialmente disculpas, pues sé que ustedes me han escrito y tratado de contactar durante los últimos años, y no he sido nada amable en ni siquiera responder. Debo aceptar que he tenido problemas de salud que me han impedido hacer muchas cosas que quisiera hacer, entre ellas cantar. Pero que estas letras sean en forma de canto, pues aquello que se dice de mí, que debo admitir es poco, ha sido producto de ustedes, ustedes han creado una falsa imagen de quien soy yo. Una imagen que al principio decidí ignorar, pero que a mis 84 años, prefiero aclarar. Fueron ustedes al fin y al cabo quienes decidieron ponerme el estúpido nombre del Emperador... Les pregunto, ¿el emperador de qué?”Tomé el segundo trago de whisky, y sentí como bajaba de forma rápida por mi garganta, avivando todo lo que sentía al leer esas letras. -¡El Emperador!Pensé. Tenía 32 años y había olvidado su voz. El señor Gabriel sirvió el tercer trago, me miró y sonrió.

-Continúa, continúa...Insistente, me impulsaba a seguir la lectura. -“La muerte está por llegar a mi vida, y aun con el inmenso miedo que tengo de morir, pero la oportunidad de volver, he decido aceptar, antes de que eso suceda, a su última petición que llegó en forma de carta a mis manos. Mi vida entera la dediqué al canto, fue mi voz la que logró cumplir no sólo mi sueño de presentarme en Broadway, sino el de otros. Cercano a la muerte, a veces dudo si pude dejarle algo a las personas, tal vez está sea la razón de escribirles. Porque a veces escuchan tu voz y creen saberlo todo, pero al final no saben nada, y si algo queda, que quede la verdad. Lo demás son sólo notas musicales. Pero así como les cumplo una petición, espero ustedes me cumplan una a mí… Deseo contar mi verdadera historia en español. Con ello podría estar más que agradecido”.La carta no necesitaba una firma. Mi mano que sostenía lo que sería mi tercer trago de whisky, se dejó caer y con ella el vaso del trago. Cayó en la mesa y rebotó, salpicando sólo algunas gotas del líquido que buscaba mi celebración. La carta permanecía abierta; yo aún escuchaba esa voz, volvió a mí cuando tenía ocho años y estaba frente a él en el televisor; volvió a mí en la silla 23 de Broadway con mis ojos postrados en el eco de su garganta; volvió a mí durante la cena con Margarite, cuando teniendo como fondo musical el tema “por favor regresa a mí”, le propuse matrimonio. Ese día volvió… yo lo había olvidado. El señor Gabriel interrumpió mi silencio, recogiendo la botella y llevándosela debajo del brazo. -Habla usted español, ¿no es cierto?Me miró, esperando una respuesta afirmativa. -Sí señor, lo hablo bien.Fue lo único que pude responder. -Usted hará la entrevista. Primero, dirá su nombre completo, ¡Eduardo Carvajal! Segundo, se presentará en español. Ya será su decisión si al final publica la entrevista en inglés.Cualquier palabra que dijera el señor Gabriel sobraba en ese momento; su última sílaba fue gritada desde el corredor; luego, continuó su camino, con la botella en el hombro y silbando unas notas musicales. Mientras yo lo veía alejarse, la puerta de mi oficina se cerraba lentamente, produciendo un ruido que impedía el silencio absoluto que necesitaba para reflexionar. A mis 32 años nunca me habían dado una oportunidad como esa…la verdad no había hecho una entrevista en mi vida. La puerta se cerró y ella trajo el silencio de mi pequeña oficina. Allí quedé yo.... ¡Penumbra absoluta!

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