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Comentarios de Elena G de White Ministerios PM WWW.PMMINISTRIES.COM Mujeres en misión Lección 10 Para el 6 de Septiembre del 2008 Sábado 30 de agos

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LA IGLESIA REMANENTE ELENA G. DE WHITE
LA IGLESIA REMANENTE ELENA G. DE WHITE PRIMERA SECCIÓN: El amor de Dios por su iglesia Capítulo 1 El objeto de su suprema consideración Melbourne, Aus

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Mujeres en misión Lección 10

Para el 6 de Septiembre del 2008

Sábado 30 de agosto El que devolvió a la viuda su único hijo cuando estaba siendo llevado a la sepultura, es conmovido hoy por el pesar de la madre agobiada. El que dio de vuelta a María y a Marta su hermano sepultado, que derramó lágrimas de simpatía en la tumba de Lázaro, que perdonó a María Magdalena, que se acordó de su madre cuando pendía en agonía de la cruz, que se apareció a las mujeres que lloraban después de su resurrección y las hizo sus mensajeras para predicar a un Salvador resucitado diciendo: "Ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios ya vuestro Dios", es el mejor amigo de la mujer hoy día y está listo para ayudada en sus necesidades si ella confía en él (El ministerio de la bondad, p. 163). Cada impulso del Espíritu Santo para guiar a los hombres al bien y a Dios queda registrado en los libros del cielo, y en el día de Dios, todos los que han actuado como instrumento para la obra del Espíritu Santo, se les permitirá contemplar lo que su vida ha realizado. La viuda pobre que depositó sus dos blancas en la tesorería del Señor ignoraba las consecuencias de lo que estaba haciendo. Su ejemplo de abnegación ha surtido efecto una y otra vez sobre miles de corazones en todas partes y en todo tiempo. Ha traído a la tesorería del Señor ofrendas tanto del encumbrado como del humilde, del acaudalado como del pobre. Ha ayudado a sostener misiones, establecer hospitales, alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos, sanar al enfermo y predicar el Evangelio a los pobres. Multitudes han sido bendecidas a través de su desprendida acción. Y en el día de Dios, a ella se le permitirá ver la influencia que tuvo su acto. Lo mismo será con la valiosa ofrenda de María Magdalena al Señor.

¡Cuántos han sido inspirados hacia el servicio amante al recordar el vaso de alabastro roto! ¡Y cuán grande será el regocijo de ella cuando contemple los resultados! Será maravillosa la alegría cuando se revelen sus afanes y desvelos con sus preciosos resultados. ¡Cuán grande será la gratitud de las personas que se reunirán con nosotros en las cortes celestiales cuando comprendan el tierno y amante interés manifestado en su salvación! Para Dios y al Cordero serán la alabanza, la honra y la gloria por nuestra redención; pero no se disminuirá la gloria de Dios al expresar gratitud a los que han sido sus instrumentos en la salvación de las personas que estaban a punto de perderse (Testimonios para la iglesia, 1. 6, pp. 312, 313).

Domingo 31 de agosto: Rompiendo las reglas Cristo... Quería dar una lección al pueblo, a sus discípulos y a la mujer, infundir esperanza al afligido y mostrar que la fe había hecho intervenir el poder curativo. La confianza de la mujer no debía ser pasada por alto sin comentario. Dios tenía que ser glorificado por la confesión agradecida de ella. Cristo deseaba que ella comprendiera que él aprobaba su acto de fe. No quería dejada ir con una bendición incompleta. Ella no debía ignorar que él conocía sus padecimientos. Tampoco debía desconocer el amor compasivo que le tenía ni la aprobación que diera a la fe de ella en el poder que había en él para salvar hasta lo sumo a cuantos se allegasen a él. Mirando a la mujer, Cristo insistió en saber quién le había tocado. Viendo que no podía ocultarse, la mujer se adelantó temblando, y se postró a sus pies. Con lágrimas de gratitud, le dijo, en presencia de todo el pueblo, por qué había tocado su vestido y cómo había quedado sana en el acto. Temía que al tocar su manto hubiera cometido un acto de presunción; pero ninguna palabra de censura salió de los labios de Cristo. Sólo dijo palabras de aprobación, procedentes de un corazón amoroso, lleno de simpatía por el infortunio humano. Con dulzura le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado: ve en paz". ¡Cuán alentadoras le resultaron esas palabras! El temor de que hubiera cometido algún agravio ya no amargaría su gozo (El ministerio de curación, pp. 39,40). [Cristo] vio que [María] estaba turbada y apenada. Sabía que mediante este acto de servicio había expresado su gratitud por el perdón de sus pecados, e impartió alivio a su espíritu. Elevando su voz por encima del murmullo de censuras, dijo: "Buena obra me ha hecho; que siempre tendréis los pobres con vosotros, y cuando quisiereis les podréis hacer bien; mas a mí no siempre me tendréis. Ésta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura". El don fragante que María había pensado prodigar al cuerpo muerto del Salvador, lo derramó sobre él en vida. En el entierro, su dulzura sólo hubiera llenado la tumba, pero ahora llenó su corazón con la seguridad de su fe y amor. José de Arimatea y Nicodemo no ofrecieron su don de amor a Jesús durante su vida. Con lágrimas amargas, trajeron sus costosas especias para su cuerpo rígido e inconsciente. Las mujeres que llevaron substancias aromáticas a la tumba hallaron que su diligencia era vana, porque él había resucitado. Pero María, al derramar su ofrenda sobre el Salvador, mientras él era consciente de su devoción, le ungió para la sepultura. Y cuando él penetró en las tinieblas de su gran prueba, llevó consigo el recuerdo de aquel acto, anticipo del amor que le tributarían para siempre aquellos que redimiera (El Deseado de todas las gentes, p. 514).

"De cierto os digo -declaró Cristo- que dondequiera que este evangelio fuere predicado en todo el mundo, también será dicho para memoria de ella, lo que ésta ha hecho". Mirando en lo futuro, el Salvador habló con certeza concerniente a su evangelio. Iba a predicarse en todo el mundo. Y hasta donde el evangelio se extendiese, el don de María exhalaría su fragancia y los corazones serían bendecidos por su acción espontánea. Se levantarían y caerían los reinos; los nombres de los monarcas y conquistadores serían olvidados; pero la acción de esta mujer sería inmortalizada en las páginas de la historia sagrada. Hasta que el tiempo no fuera más, aquel vaso de alabastro contaría la historia del abundante amor de Dios para con la especie caída (El Deseado de todas las gentes, p. 515).

Lunes 1 de septiembre: La mujer junto al pozo - parte 1 Cristo no admitía distinción alguna de nacionalidad, jerarquía social, ni credo. Los escribas y fariseos deseaban hacer de los dones del cielo un beneficio local y nacional, y excluir de Dios al resto de la familia humana. Pero Cristo vino para derribar toda valla divisoria. Vino para manifestar que su don de misericordia y amor es tan ilimitado como el aire, la luz o las lluvias que refrigeran la tierra. La vida de Cristo fundó una religión sin castas; en la que judíos y gentiles, libres y esclavos, unidos por los lazos de fraternidad, son iguales ante Dios. Nada hubo de artificioso en sus procedimientos. Ninguna diferencia hacía entre vecinos y extraños, amigos y enemigos. Lo que conmovía el corazón de Jesús era el alma sedienta del agua de vida. Nunca despreció a nadie por inútil, sino que procuraba aplicar a toda alma su remedio curativo. Cualesquiera que fueran las personas con quienes se encontrase, siempre sabía darles alguna lección adecuada al tiempo y a las circunstancias. Cada descuido o insulto del hombre para con el hombre le hacía sentir tanto más la necesidad que la humanidad tenía de su simpatía divina y humana. Procuraba infundir esperanza en los más rudos y en los que menos prometían, presentándoles la seguridad de que podían llegar a ser sin tacha y sencillos, poseedores de un carácter que los diera a conocer como hijos de Dios. Muchas veces se encontraba con los que habían caído bajo la influencia de Satanás y no tenían fuerza para desasirse de sus lazos. A cualquiera de ellos, desanimado, enfermo, tentado, caído, Jesús le dirigía palabras de la más tierna compasión, las palabras que necesitaba y que podía entender. A otros, que sostenían combate a brazo partido con el enemigo de las almas, los animaba a que perseveraran, asegurándoles que vencerían, pues los ángeles de Dios estaban de su parte y les darían la victoria. A la mesa de los publicanos se sentaba como distinguido huésped, demostrando por su simpatía y la bondad de su trato social que reconocía la dignidad humana; y anhelaban hacerse dignos de su confianza los hombres en cuyos sedientos corazones caían sus palabras con poder bendito y vivificador. Despertábanse nuevos impulsos, y a estos parias de la sociedad se les abría la posibilidad de una vida nueva. Aunque judío, Jesús trataba libremente con los samaritanos, y despreciando las costumbres y los prejuicios farisaicos de su nación, aceptaba la hospitalidad de aquel pueblo despreciado. Dormía bajo sus techos, comía en su mesa, compartiendo los manjares preparados y servidos por sus manos, enseñaba en sus calles, y los trataba con la mayor bondad y cortesía. Y al par que se ganaba sus corazones por su humana simpatía, su gracia divina les llevaba la salvación que los judíos rechazaban (El ministerio de curación, pp. 15-17).

El Salvador estaba por encima de todo prejuicio de nación o pueblo. Estaba dispuesto a extender los privilegios de los judíos a todos los que aceptaran la luz que con su venida trajo al mundo. Le causaba profundo gozo contemplar aun cuando fuera una sola alma que lo buscara saliendo de la noche de ceguera espiritual. Lo que Jesús no había revelado a los judíos y había ordenado a sus discípulos que guardaran secreto, fue claramente expuesto ante las preguntas de la mujer de Samaria, pues Aquel que sabía todas las cosas se dio cuenta que ella usaría correctamente su conocimiento y sería el medio de llevar a otros a la verdadera fe (Comentario bíblico adventista, 1. 5, p. 1108).

Martes 2 de septiembre: La mujer junto al pozo - parte 2 ¡Cuánto interés manifestó Cristo en esta mujer sola! ¡Cuán fervientes y elocuentes fueron sus palabras! Conmovieron el corazón de la que escuchaba, y olvidándose de lo que había venido a hacer, volvió a la ciudad y dijo a sus amigos: "Venid, ved un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿si quizás es éste el Cristo?" Muchos dejaron su trabajo para ir a ver al Forastero que estaba junto al pozo de Jacob. Le acosaron a preguntas, y ávidamente recibieron explicación de muchas cosas que habían sido oscuras para su entendimiento. Eran como gente que siguiera un repentino rayo de luz hasta hallar el día. El resultado de la obra de Jesús, mientras estaba sentado, cansado y hambriento, al lado del pozo, fue muy extenso en bendiciones. El alma a quien trató de ayudar vino a ser un medio de alcanzar a otros y traerlos al Salvador. Tal fue siempre la manera en que la obra de Dios progresó en la tierra. Dejad resplandecer vuestra luz y otras luces se encenderán (Obreros evangélicos, p. 204). El bienestar eterno de los pecadores reguló la conducta de Jesús. Anduvo haciendo bienes. La benevolencia fue la vida de su alma. No sólo hacía bien a todos los que acudían a él solicitando su misericordia, sino que los buscaba perseverantemente. Nunca se entusiasmó con el aplauso ni se deprimió por la censura o el chasco. Cuando enfrentaba la mayor oposición y el trato más cruel, estaba de buen ánimo. El discurso más importante que nos ha dado la Inspiración, lo predicó Cristo a sólo un oyente. Cuando se sentó junto al pozo para descansar, porque estaba agotado, una mujer samaritana vino para extraer agua; él vio una oportunidad para alcanzar a su mente, y mediante ella para alcanzar las mentes de los samaritanos, que estaban en gran oscuridad y error. Aunque cansado, él presentó las verdades de su reino espiritual, las que encantaron a la mujer pagana y la llenaron de admiración hacia Cristo. Salió publicando la noticia: "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?" (Juan 4:29). El testimonio de esta mujer convirtió a muchos para creer en Cristo. A través del informe de ella muchos vinieron a oírlo personalmente y creyeron por la palabra de él. No importa cuán pequeño pueda ser el número de oyentes interesados, si se llega al corazón y es convencido el entendimiento, ellos, como la mujer samaritana, pueden transmitir un testimonio que suscitará el interés de centenares para investigar [la verdad] por ellos mismos (Testimonios para la iglesia, t. 3, pp. 241,242). [Jesús] no descuidó la oportunidad de hablar a una mujer sola, aunque era una extraña, enemiga de Israel y vivía en pecado ... Tal vez haya uno solo para oír el mensaje; pero, ¿quién puede decir cuán abarcante será su influencia? Parecía asunto sin importancia, aun para los discípulos, que el Salvador dedicase su tiempo a una mujer de Samaria. Pero él razonó con ella

con más fervor y elocuencia que con reyes, consejeros o pontífices. Las lecciones que le dio han sido repetidas hasta los confines más remotos de la tierra. (El Deseado de todas las gentes, pp. 165, 166).

Miércoles 3 de septiembre: Las mujeres en la iglesia primitiva "Y un día de reposo [sábado] -continúa Lucas- salimos fuera de la puerta, junto al río, donde solía hacerse la oración; y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido. Entonces una mujer llamada Lidia, vendedora de púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, estaba oyendo; y el Señor abrió el corazón de ella" (Hechos 16:13,14). Lidia recibió alegremente la verdad. Ella y su familia se convirtieron y se bautizaron, y rogó a los apóstoles que se hospedaran en su casa. El Espíritu de Dios sólo puede iluminar el entendimiento de aquellos que están dispuestos a ser iluminados. Leemos que Dios abrió los oídos de Lidia para que escuchara el mensaje de Pablo. La parte de Pablo en la conversión de Lidia consistió en comunicar todo el consejo divino y todo lo que era esencial para ella; luego el Dios de toda gracia ejerció su poder, conduciéndola en el camino verdadero. Dios y el agente humano cooperaron, y la obra fue plenamente exitosa (Reflejemos a Jesús, p. 335). La envidia y la ira de los judíos contra los cristianos no tenían límites; constantemente buscaban agitar al pueblo. Se quejaban de que los judíos cristianos provocaban desórdenes y eran peligrosos para el bienestar de la comunidad. Esto llevó a que los cristianos fueran expulsados de Roma. Entre ellos estaban Aquila y Priscila que se trasladaron a Corinto y establecieron un negocio de construir tiendas. Cuando Pablo llegó a esta ciudad, solicitó trabajar con ellos. ¿Por qué un apóstol de tanta importancia debía combinar la labor manual con la predicación del evangelio? ¿Acaso no es el obrero digno de su salario? ¿Por qué desperdiciar tiempo y energía en construir tiendas cuando, al parecer de muchos, podía dedicarse a lo más importante? Pero Pablo no consideraba el hacer tiendas como un tiempo perdido. Mientras trabajaba con Aquila le dio instrucción en las cosas espirituales y al mismo tiempo seguía educando a los creyentes para alcanzar la unidad. Por otra parte daba un ejemplo de diligencia y laboriosidad. Tanto en su trabajo manual como en la predicación era "ferviente en espíritu, sirviendo al Señor". Pablo, juntamente con Aquila y Priscila, aprovechaban cada oportunidad para orar y alabar al Señor con sus asociados en el trabajo. Era un testimonio acerca del valor de la verdad que predicaban (Review and Herald, marzo 6, 1900).

Jueves 4 de septiembre: "Os recomiendo ... a Febe" El Señor tiene una obra tanto para las mujeres como para los hombres. Ellas pueden hacer una buena obra para Dios si quieren aprender primero en la escuela de Cristo la preciosa e importantísima lección de la mansedumbre. No sólo deben llevar el nombre de Cristo, sino poseer su Espíritu. Deben andar como él anduvo, purificando su alma de todo lo que contamina. Entonces podrán beneficiar a otros presentando la suma suficiencia de Jesús. Las mujeres pueden ocupar su puesto en la obra en esta crisis, y el Señor obrará por su medio. Si las compenetra un sentimiento de su deber, y trabajan bajo la influencia del Espíritu

de Dios, tendrán el dominio propio requerido para este tiempo. El Salvador hará reflejar sobre estas mujeres abnegadas la luz de su rostro (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 404). En Jope había una mujer llamada Dorcas, cuyos hábiles dedos eran más activos que su lengua. Sabía quiénes necesitaban vestimenta adecuada y quiénes necesitaban simpatía, y atendía liberalmente las necesidades de ambas clases. Y cuando murió Dorcas, la iglesia de Jope se dio cuenta de su pérdida. No es de admirarse que gimieran y se lamentaran, ni de que cálidas lágrimas cayeran sobre la arcilla inanimada. Ella era de tan gran valor que, mediante el poder de Dios, fue rescatada del terreno del enemigo para que su habilidad y energía pudieran ser todavía una bendición para otros (El ministerio de la bondad, p. 148). Durante los años del ministerio terrenal de Cristo, mujeres piadosas colaboraron en la obra que el Salvador y sus discípulos llevaban a cabo. Si los que se oponían a esta obra hubiesen podido encontrar cualquier cosa extraña en la conducta de esas mujeres, esto habría bastado para cerrar la obra de inmediato. Pero mientras las mujeres trabajaban con Cristo y los apóstoles, toda la obra era conducida en un plano tan elevado que la colocaba por encima de toda sombra de sospecha. Las mentes de todos eran dirigidas hacia las Escrituras, antes que a los individuos. La verdad se proclamaba en forma inteligente y de manera tan sencilla que todos podían comprenderla (El evangelismo, p. 54) . En este tiempo cada talento de cada obrero debiera ser considerado como un sagrado depósito para ser usado en extender la obra de reforma. El Señor me ha instruido que nuestras hermanas que han recibido una preparación que las ha capacitado para puestos de responsabilidad han de servir con fidelidad y discernimiento en su vocación, usando sabiamente su influencia y, junto con sus hermanos en la fe, obteniendo una experiencia que las capacite para un mayor servicio... En los tiempos antiguos, el Señor obró de un modo maravilloso a través de mujeres consagradas, a quienes unió en su trabajo con hombres a los que él había elegido para permanecer como sus representantes. Él usó a mujeres para ganar grandes y decisivas victorias. Más de una vez, en tiempos de emergencia, él las puso al frente y obró a través de ellas para la salvación de muchas vidas (El ministerio de la bondad, p. 165).

Compilador: Dr. Pedro Martínez

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