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Coplas I a III: En la copla I, llamar al alma para que despierte tiene como finalidad mostrar la fugacidad de la vida, expresando la idea del tempus fuggit. Acaba la estrofa con: cualquier tiempo pasado fue mejor mostrando una añoranza de la juventud a medida que se envejece. Utiliza la primera persona del plural, ya que está hablando de las personas en general. En la primera parte de la copla II habla de hechos que pensamos reales y son producto de nuestra imaginación. En la segunda hace referencia a la brevedad de las cosas y a la poca preparación que tenemos ante ella, pensando que todo va a durar más. En la copla III utiliza una metáfora: Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir. A pesar de lo rico o poderoso que alguien haya sido en vida, muertos todos somos iguales, y llegamos a lo mismo, la muerte. Contrapone la clase social de los que viven por su trabajo y los ricos, utilizando el tópico del señorío. Coplas IV a VII: En este poema se prefiere no invocar a las musas, sino invocando a Dios en la copla IV. Utiliza una personificación en la colpa VI: este mundo bueno fue si bien usáramos de él como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Se considera necesario llevar una buena vida sin errar, indicando que disfrutaremos de la vida según actuemos (según nuestras ilusiones y creencia lograremos diferentes modos de vida.) En la copla VII enuncia la idea de que no podemos controlar ni el aspecto físico ni el del alma por completo, ya que, haciéndolo descuidaríamos lo demás. Coplas VIII a X: En la copla VII se considera poco valioso todo lo que supuestamente valoramos ansiamos, ya que lo perdemos antes que a la vida. En las coplas IX y X se detalla más el pensamiento de desprecio hacia lo que en juventud queremos y buscamos, como la belleza, las habilidades y los bienes materiales se pierden con la edad y con la muerte, es decir, se quedan en nada. Coplas XI a XIV: En la copla XI se caracteriza a los estados y las riquezas como algo fugaz e inestable, que puede desaparecer en cualquier momento. Se relaciona con la concepción de la fortuna, porque ninguna puede ser controlada ni estar sujeta a nuestra voluntad. En la copla XII se hace una contraposición entre la vida terrenal y la vida después de la muerte. Quiere decir que todo lo que tenemos vivos y nos acompaña cuando morimos desaparece, siendo tan temporal como la vida. En la copla XIII se refiere a los placeres de la vida y la muerte, y advierte que los placeres y bienes que poseemos son simplemente pasatiempos hasta la muerte, que nos entretienen vivos para cuando queramos darnos cuenta ya somos viejos y vamos a morir. Argumenta esto hablando de gentes poderosas con importantes riquezas que mueren como cualquiera y todos sus bienes se olvidan. En la copla XIV aparece de nuevo la idea de que la muerte es igual para todos y que es incompatible con todo lo demás.
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Coplas XV a XXIV: En la copla XV no pretende remontarse a un pasado lejano ni pregunta por él, sino que prefiere un pasado más actual, el ayer, que considera también olvidado. En la copla XVI se evoca al rey don Juan y a los infantes de Aragón, y a todas sus actuaciones e invenciones, preguntando que fue de todo. Emplea otra metáfora: ¿qué fueron sino verduras de las eras?, demostrando que no somos más que seres que caducan y desaparecen. En la copla XVII se mencionan elementos de la vida cortesana como: las damas, los tocados, sus vestidos, los amantes, el trovador y las danzas. En las coplas XXVI a XXVIII se habla del heredero de don Juan, don Enrique: fue un hombre con muchos poderes y riquezas, pero, a pesar de ello murió joven. Al final de la copla XIX utiliza otra metáfora: ¿qué fueron sino rocíos de los prados?, volviendo a nombrarlos como algo efímero, breve y delicado. En las coplas XX y XXI se habla del hermano de don Enrique, que le sucedió y que pudo gozar de las mismas riquezas, pero a pesar de ello se suicidó, demostrándose así que sus tesoros no le daban la felicidad. Ambos hermanos abandonan sus riquezas al morir. Se dice de Juan Pacheco y Pedro Girón que pusieron a su merced las leyes y por tanto ellos quedaban por encima de los demás, pero al morir todo desapareció. En la copla XXIII se dirige directamente a la muerte. La increpa diciendo que no le importa el poder ni lo material y que ella actúa con todos por igual. Al llegar ella lo demás deja de importar. Coplas XXV a XXXII: En la copla XXV comienza el epicedio del maestre, Rodrigo Manrique: dice que fue amado por todos y que les ayudaba, habla de su vida militar, así como que era valiente y que no hacía falta resaltar sus actos ya que todos las conocían. En las coplas XXVI a XXVIII se exaltan las cualidades de Rodrigo Manrique. Era un hombre en su lugar y que sabía estar, que actuaba en cada momento como la situación lo requería. Habla de su buen batallar y vencer, su sabiduría y trabajo, su bondad, su alegría, su sinceridad, su clemencia, su igualdad, su elocuencia, humildad, talante disciplina, rigor, fe y amor a su tierra. Para recalcar las virtudes del maestre se emplean recursos como: aliteración (repetición del mismo sonido), anáfora (repetición de una o más palabras al principio del verso), pleonasmo (palabras no necesarias en la comprensión del texto), similicadencia (sonidos semejantes al final de la frase), metáforas y comparaciones (designar o comparar con otros nombres a los elementos de la copla), exclamaciones (expresiones exclamativas) y personificación (la muerte actúa como una persona). XVI Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados y parientes! ¡Qué enemigo de enemigos!−− ¡Qué maestro de esforzados −− y valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Cuán benigno a los sujetos! −−−> Exclamación. 2
¡A los bravos y dañosos, qué león! XVII En ventura Octaviano;−−−> Utiliza nombres de personajes conocidos y les compara con su padre. Julio César en vencer y batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber y trabajar; en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad con alegría; en su brazo, Aureliano; Marco Tulio en la verdad que prometía. XVIII Antonio Pío en clemencia; Marco Aurelio en igualdad del semblante; Adriano en elocuencia; Teodosio en humanidad y buen talante; Aurelio Alejandro fue en disciplina y rigor de la guerra; un Constantino en la fe, Camilo en el gran amor de su tierra. En las coplas XXIX a XXXII Jorge Manrique cuenta que su padre nunca fue un hombre poderoso ni con muchas riquezas, pero que siempre luchó defendiendo su tierra, siendo honrado y trabajador y consiguiendo poco a poco méritos y ganancias. Habla de que tanto en su juventud como en su senectud tuvo grandes habilidades y consiguió la dignidad de la gran Caballería de la Espada. Dice también que fue un hombre que pudo servir de ejemplo incluso a los reyes. Coplas XXXIII a XL: En las coplas XXXIV a XXXVII comienza el diálogo entre la muerte y el maestre. La muerte le dice a don Rodrigo cómo debe afrontarla y qué le espera: debe de dejar el engaño que es la vida, y que no tema la batalla a la que es retado (la muerte), ya que se trata de una vida mucho mejor que la que deja al morir. Le dice también que ha ganado la vida eterna siendo un buen religioso y trabajando por su tierra (en batallas contra moros, por ejemplo). Argumenta que gracias a todos sus actos y su gran fe, si se va con ella, habrá conseguido la tercera vida. En la copla XXXVIII el maestro responde a la muerte estando conforme con la vida que ha llevado y aceptando su partida hacia la muerte con mucho placer, ya que Dios quiere que muera, así será. En la copla XXXIX don Rodrigo invoca Jesús pidiendo perdón por sus pecados y agradeciéndole todos los sufrimientos que haya podido tener con él y sus seguidores. La copla XL termina con la visión de toda la familia de don Rodrigo Manrique a su alrededor durante su 3
fallecimiento (devuelve su alma a Dios). ESQUEMA DE LA OBRA: Las coplas a la muerte de su padre constan de cuarenta estrofas denominadas coplas manriqueñas de pie quebrado, que a su vez están constituidas por doce versos que siguen el esquema: 8a 8b 4c 8a 8b 4c 8d 8e 4f 8d 8e 4f. Las coplas pueden dividirse en dos grandes partes: la primera, de carácter general (primeras 24 estrofas). La segunda es el epicedio del maestre, donde se exalta la figura del padre, don Rodrigo Manrique. En la primera parte (coplas I a XXIV) se desprecia la vida terrena, se invoca a Dios, se ofrece conquistar la vida eterna, se enuncian los tres bienes que el hombre codicia y pierde: juventud, nobleza y poder, explicándose por su fugacidad, utilizando el tópico medieval ubi sunt? y nombrando a la muerte como algo inevitable e igualador. En la segunda parte (coplas XXV a XL) se enumeran las virtudes del maestre don Rodrigo, se le compara con prototipos de la Antigüedad, se resume su vida militar, y encontramos el diálogo entre la muerte y don Rodrigo, el cual invoca a Dios y acepta su destino.
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