Cosas de la mitología clásica

Cosas de la mitología clásica == ÍNDICE DEL DOCUMENTO == - El universo según los griegos ............................................................

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Tito Lucrecio Caro De la naturaleza de las cosas 2003 - Reservados todos los derechos Permitido el uso sin fines comerciales Tito Lucrecio Caro D

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Cosas de la mitología clásica == ÍNDICE DEL DOCUMENTO == -

El universo según los griegos ..................................................................................................... 3 Los orígenes según los griegos .................................................................................................. 4 Cronos: el tiempo caníbal .......................................................................................................... 4 El rapto de Europa ..................................................................................................................... 5 Prometeo y el primer hombre .................................................................................................... 5 Pandora, la primera mujer, y su caja ......................................................................................... 7 Eco y Narciso ............................................................................................................................. 8 Orfeo y Eurídice ......................................................................................................................... 9 Hero y Leandro .......................................................................................................................... 9 Fedra e Hipólito ......................................................................................................................... 9 Tiresias..................................................................................................................................... 10 Adonis (y Venus) ...................................................................................................................... 10 Las amazonas .......................................................................................................................... 10 Los vientos ............................................................................................................................... 10 Andrómaca (y Héctor) ............................................................................................................. 11 Odiseo o Ulises......................................................................................................................... 11 Hermafrodito ........................................................................................................................... 12 Jacinto ..................................................................................................................................... 12 Hércules o Heracles ................................................................................................................. 13 Helena de Troya....................................................................................................................... 13 El rapto de Perséfone............................................................................................................... 13 Bibliografía .............................................................................................................................. 14 Representaciones pictóricas relacionadas con la mitología clásica ........................................ 14

El mito es una explicación del hombre y del cosmos, sirve para narrar los orígenes de los dioses y el mundo que nos rodea. Es una respuesta a las preguntas eternas de la humanidad: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, ¿de dónde venimos? Luis Antonio de Villena recuerda que, durante siglos, los mitos fueron verdades religiosas para cientos de miles de seres humanos, aunque nosotros ahora los leamos como fábulas “más o menos ilustres”. Es cierto que, pasando el tiempo, los propios griegos y romanos, como Sócrates o Cicerón, tendían a considerar la mitología como una hermosa tradición más que como un dogma de fe. E insiste Villena en que, si alguna vez desaparecieran como religiones el judaísmo o el cristianismo, también leeríamos la Biblia y los Evangelios de la misma manera: “¿Qué diferencia puede haber entre María madre de Dios por obra del Espíritu Santo, sin presencia de varón, o la historia de una diosa que nace de la espuma del mar —Afrodita— que antes ha sido fecundada por el esperma (de unos genitales cortados) de otro dios poderoso?” (p. 10)

Hay mitos que aparecen en distintas culturas, muy alejadas entre sí, como el mito del diluvio, el de la creación del hombre a partir del barro, el de la mujer como causante del mal del mundo… (La literatura misógina ya viene de lejos).

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Los mitos de una misma cultura no son siempre iguales a sí mismos, es decir, viven en variantes, son poesía popular. Se transmitían de padres a hijos, de boca en boca, de familia en familia, de viajero en viajero y naturalmente eran inevitables las diferentes versiones de las mismas historias. Incluso es inevitable que los mismos dioses tengan distintas advocaciones en regiones diferentes. Así, a Afrodita se la ha llamado “Cipria”, por su nacimiento en la isla de Chipre, donde tuvo muchos santuarios. Pero también es designada “Urania”, por hija del Cielo. También se la llama “Kallípygos”, “la de las hermosas nalgas”, y “Pandemos”, en el sentido de popular, sensual, incluso prostibularia. De ahí que un poeta homosexual del siglo XX, de la generación del 50, como Jaime Gil de Biedma hable en uno de sus poemas de la “Afrodita pandémica y celeste”. A medida que nuestra civilización se fue haciendo más racional, las explicaciones poéticas propuestas por los mitos fueron sustituidas por hipótesis científicas, teorías, paradigmas… La ciencia “mató” a la poesía, pero esta se ha conservado para nosotros como un bonito recuerdo de aquellos tiempos míticos. La mitología nos deja bonitas palabras, como el adjetivo telúrico (derivado de Tellus, nombre latino de Gea, la Tierra), con el significado de instintivo, primario, natural, terráneo. El más telúrico de los héroes es el gigante Anteo, que decían que obtenía su fuerza de su contacto permanente con la tierra. Anteo luchó con Hércules y este encontró el modo de vencerlo manteniéndolo en alto con sus fuertes brazos. Otro bello adejtivo es proteico, que significa “cambiante, polimorfo”, derivado del dios marino Proteo, quien precisamente tenía la cualidad de convertirse en cualquier animal o cosa a voluntad. En la lengua común se suele utilizar el sustantivo ninfa para aludir a una chica joven, delgada, atractiva. Se atribuye al escritor ruso Vladimir Nabokov la palabra diminutiva nínfula, usada en su novela Lolita (1955), para referirse a una muchachita púber, pero ya atractiva, capaz de despertar con su magia casi infantil las urgencias sexuales de los hombres. Un nombre opuesto al anterior es “arpía”, generalmente escrito sin hache (aunque debiera llevarla), nombre de unas horrísonas divinidades aladas griegas y que hoy designa a una mujer malvada y de aspecto horroroso. Las grayas eran también viejas feas y desdentadas, similares a las brujas. También en el lenguaje coloquial utilizamos la expresión “dormir en brazos de Morfeo”, en el sentido de dormir de manera plácida y reparadora, aludiendo a Morfeo, uno de los hijos de Hipno, dios griego del sueño. La mitología también nos ha dejado bonitos poemas, como este de Goethe, gran amante del mundo clásico, donde, al modo de Fausto, pide a los dioses el entendimiento: “Oh, dioses, grandes dioses del alto firmamento. Si nos dieseis aquí, sobre esta dura tierra,

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la firme voluntad y el claro entendimiento tranquilos os dejáramos disfrutando, oh benditos, de vuestros anchos cielos” (Trad.: Enrique Baltanás)

La mitología clásica aboga por un mundo de libertad moral, ajeno al rigorismo cristiano y de todas las religiones monoteístas de origen semítico. El mundo pagano es un mundo de pluralidad y cambio, de tolerancia y vitalismo sensorial. Como dice el profesor Alfonso Cuatrecasas, “La mitología grecolatina, en efecto, es, en gran parte, un trenzado, un mosaico de ardientes y lascivos amores, de seducciones, raptos, violaciones y sexualidad desenfrenada, fruto de la incontrolable pasión erótica que agita por un igual los corazones de los dioses inmortales y de los seres humanos” (Amor y sexualidad en la antigua Roma, Madrid, Letras Difusión, 2009).

Sin la mitología no podríamos entender Las Soledades, de Luis de Góngora. Ni tampoco los poemas de T.S. Eliot o de Ezra Pound. A la mitología debemos expresiones como “la cornucopia” o “cuerno de la abundancia” (el cuerno de la cabra Amaltea, la que amamantó al mismísimo Zeus), “el talón de Aquiles”, etc.

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El universo según los griegos

Para ellos la Tierra era un disco que flotaba en un río enorme, el Océano, y poco después del estrecho de Gibraltar, creían que el mundo se inclinaba en pendiente en dirección a los Infiernos: el Tártaro. Por encima de la Tierra estaba el cielo donde vivían los dioses, un palacio en lo alto del monte Olimpo, la montaña más alta de Grecia. Los dioses eran así “olímpicos”. Los griegos eran politeístas, pero entre ellos había escalafón, jerarquía. Es decir, había algo que los impulsaba hacia el monoteísmo. El dios más fuerte era Zeus, dios de los cielos, hijo del titán Crono, al que tuvo que vencer en una larga guerra para reinar en el Olimpo con sus hermanos y aliados: Hades, dios del mundo subterráneo, y Poseidón, dios de los mares y océanos. En el Tártaro estaban las almas de los muertos. Un lugar rodeado por varios ríos, uno de ellos el Aqueronte, río de la tristeza que separaba el mundo de los vivos del de los muertos y que había que cruzar pagando una moneda de oro al barquero Caronte quien trasladaba a la otra orilla a los difuntos. Una vez en el reino subterráneo, las almas debían presentarse ante un tribunal que juzgaba su conducta y las enviaba a los Campos Elíseos si habían sido virtuosas, pero las dejaba para siempre en el Tártaro, para que se convirtieran en sombras, si habían sido malvadas. Para que nadie se escapase del Tártaro, Cerbero, el perro de las tres cabezas, vigilaba día y noche. Los dioses eran muy humanos, tenían defectos también como los hombres: deseos, tentaciones, rencores, pasiones… Se alimentaban de néctar y ambrosía (el maná de los griegos). No hablaban directamente a los hombres, sino a través de los oráculos (antecedente de la Iglesia). El más famoso de todos era el oráculo de Delfos, dedicado al dios Apolo, situado cerca de Atenas. De sus aventuras con los humanos (y humanas) nacían los héroes o semidioses, mitad humanos, mitad dioses.

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Los orígenes según los griegos

Antes de que existiera Zeus, existía el Caos, un espacio inmenso, oscuro y vacío. De él surgió Gea, la madre Tierra, y de ella nació el Cielo, Urano. Después, las Montañas y el Mar, Ponto. La Tierra y el Cielo, o sea, Gea y Urano fueron atraídos el uno hacia la otra por una fuerza misteriosa y de su unión nacieron muchos hijos: los tres cíclopes (Brontes, Estéropes y Arges), con un ojo único en medio de la frente; los tres centímanos (Coto, Briareo y Gíes), cada uno con cien manos y cincuenta cabezas; los seis titanes (Océano, Ceo, Crio, Hiparión, Jápeto y Cronos), de una fuerza extraordinaria; sus seis hermanas las titánides (Rea, Febe, Mnemosina, Temis, Tetis, Tía)… Todos a su vez tuvieron muchos hijos y luego participaron en la guerra por el poder que mantuvieron Cronos y su hijo Zeus. Urano no amaba a sus monstruosos hijos y, menos aún, a los titanes, pues Gea le había predicho que algún día lo destronarían. Así que decidió encerrar a su prole en el Tártaro. Pero Gea, buena madre, si quería a los niños y no quería verlos en las sombras para siempre. Así que los liberó. Su hijo Cronos, el benjamín, se alió con ella para luchar contra el padre. Se escapó del Tártaro, se acercó a Urano mientras dormía y, con una hoz que le había dado su madre, le mutiló los genitales y los lanzó al mar. El grito del Cielo resonó en todo el Universo. De las gotas de semen caídas al agua nació Afrodita, la diosa del Amor. De las gotas de sangre, nacieron las Erinias, grandes pájaros negros de aspecto terrible, y los Gigantes, seres enormes y de gran fortaleza, con piernas en forma de serpiente. Cronos desterró al fin del mundo a su castrado padre, pero Urano lo maldijo y le vaticinó que algún día a él le pasaría lo mismo: su hijo lo destronaría. El Cielo y la Tierra, Urano y Gea, se separaron entonces y no volvieron a juntarse jamás.

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Cronos: el tiempo caníbal

Cronos se hizo amo del Universo y liberó del Tártaro a sus hermanos titanes y titánidas, pero no a los cíclopes y a los centimanos, pues temía que si todos estaban libres, se aliarían contra él y lo derrocarían. Se casó con su hermana Rea y dio a los Titanes mando sobre el Sol, la Luna, el mar, los ríos… Pero no podía olvidar la profecía de su padre Urano, así que cuando nacía algún hijo suyo lo devoraba nada más nacer, a pesar de la oposición horrorizada de Rea. Ella se quedó de nuevo embarazada y pidió ayuda a su madre Gea, quien le ayudó a huir a la isla de Creta, en el sur de Grecia. Allí nació Zeus y Gea le llevó a una cabra, Amaltea, para que lo alimentase. Rea volvió con su marido y le entregó una piedra envuelta en pañales como si fuera el bebé, y Crono se la tragó entera. Zeus iba creciendo, Rea lo visitaba a menudo, le contaba por qué estaba allí hasta que él, que odiaba a su padre, se vengó, le hizo vomitar a los cinco niños que había devorado antes, que volvieron a nacer sanos y salvos y lo hizo huir. Pero Cronos juró volver, puso de su lado a los titanes y a Atlas, hijo del titán Jápeto, que los dirigía. La guerra duró muchos años, Zeus no ganaba y entonces fue con su madre Gea al Tártaro y liberó a sus tíos los centímanos y los cíclopes, quienes

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agradecidos le regalaron el rayo a Zeus, un casco de la invisibilidad a Hades y un tridente a Poseidón, armas con las que pudieron derrotar a Cronos y a Atlas, al que condenaron a soportar el cielo sobre sus espaldas. Terminaba así el reinado de Cronos y los titanes y empezaba el tiempo de Zeus y sus dioses olímpicos.

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El rapto de Europa

En la mitología clásica, los dioses eran muy humanos, cometían errores, tenían aciertos, se enamoraban… Zeus, del rey de los dioses, tuvo muchas aventuras. Una de las más famosas es la del rapto de Europa, mito de origen antiguo que ha sido reproducido miles de veces en obras literarias, escultóricas, pictóricas… Zeus ve a una princesa siria, llamada Europa, hija de Agenor, rey de Sidón, y de la reina de Tiro, paseando con sus amigas junto al mar. Al momento se enamora y, para conseguir a la bella, se transforma en toro manso, permitiendo que la joven lo acaricie y se suba a su lomo, momento en que el dios huye a toda velocidad hacia Creta, donde las Horas habían dispuesto el lecho nupcial. De esta relación nacieron Minos (futuro rey de Creta) y Radamantis (como Minos, juez de los infiernos y famoso por su rectitud) y Sarpedón (héroe de la guerra de Troya). Pero Zeus pronto se cansó de la bella y la casó con el rey de Creta, Asterión, con el que fue feliz muchos años. Como su padre Agenor estaba muy preocupado porque Europa no aparecía, mandó a sus hijos a buscarla y ellos llamaron Europa todas las tierras que recorrieron por entonces. Pero jamás llegaron a encontrarla, aunque buscaron años y años, recorriendo miles de países en su búsqueda. Había nacido un continente. He aquí la versión del mito que nos ofrece Lope de Vega, en el soneto LXXXVII de sus Rimas: Pasando el mar el engañoso toro, volviendo la cerviz, el pie besaba de la llorosa ninfa, que miraba perdido, de las ropas, el decoro. Entre las aguas y las hebras de oro, ondas el fresco viento levantaba, a quien, con los supiros, ayudaba del mal guardado virginal tesoro. Cayéronsele a Europa de las faldas las rosas al decirle el toro amores, y ella, con el dolor de sus guirnaldas, dicen que, lleno el rostro de colores, en perlas convirtió sus esmeraldas, y dijo: “Ay triste yo, perdía las flores”.

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Prometeo y el primer hombre

Zeus decidió crear una nueva raza de criaturas para poblar la Tierra que él miraba desde el Olimpo. Atenea, diosa de la sabiduría, le dijo que el más apto para realizar esa tarea era Prometeo, hijo de uno de los titanes que habían luchado contra Zeus y hermano de Atlas, al que el dios del rayo había condenado a sostener sobre sus espaldas la bóveda celeste. Prometeo fue el padre de Deucalión y Pirra. Era además muy

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inteligente y, mientras duró la guerra entre Zeus y los titanes, se mantuvo al margen hasta que, la victoria de su primo se le hizo evidente y optó por ponerse de su lado. Así, llegada la paz, el jefe de los dioses no lo encerró en el Tártaro como a sus hermanos, sino que lo admitió en el Olimpo, junto a los demás dioses. Atenea admiraba la inteligencia de Prometeo y lo tenía como protegido, le había enseñado además todas las artes y las ciencias, lo que hizo a Prometeo aún más sabio. Pero Prometeo, a pesar del trato recibido, odiaba a Zeus. No soportaba que fuera tan orgulloso, que se dijera dios entre los dioses y mantuviese encerrada a su familia en el Tártaro. Prometeo había aprendido a disimular y se había ganado la confianza del jefe, quien le encargó que crease al primer hombre. Epimeteo, su hermano, iba a ayudarlo creando a los animales de la Tierra para hacer compañía a aquella criatura y asegurar su pervivencia. Prometeo debía dar al ser humano los dones que lo harían superior a los demás seres. Moldeó una figura con barro y se preparó para darle todas las cualidades que tenía para repartir, algunas similares a las de los dioses. Pero Epimeteo, que era más bien torpe, cometió el error de entregar antes que su hermano muchas de las cualidades disponibles a los animales: la fuerza, la agilidad, la astucia, la rapidez… Prometeo reflexionaba: ¿cómo hacer al hombre superior a los seres vivos? Y tuvo la idea de darle el fuego. Así podría hacer armas y herramientas, cocer los alimentos, calentar el hogar… Cuando acabó de moldear al hombre, similar a los dioses en su aspecto, pidió a Atenea que le diera el alma. Y el hombre fue creado. Prometeo estaba orgulloso de su creación y la protegía, veía a los dioses celosos por su trabajo y así se sentía vengado. Un día Zeus le pidió que pensase en alguna ceremonia para someter al hombre a los dioses. Prometeo propuso sacrificar animales y ofrecerlos a los dioses en el templo y la idea le gustó a Zeus, que puso como condición ser él quien eligiera la parte del animal ofrecida a los dioses, quedando la otra para los hombres. Prometeo mató un buey, hizo dos partes y se las presentó a Zeus. En una había puesto los mejores trozos de carne, ocultos en el estómago del animal y cubiertos con la piel. Aquella parte tenía un aspecto repulsivo. En la otra, puso los huesos cubiertos con grasa blanca muy brillante y toda ella con un aspecto muy atractivo. Zeus cayó en la celada y eligió por el aspecto, así que se quedó la peor parte. Cuando vio que solo había huesos bajo la grasa, comprendió que Prometeo lo había engañado. Enfadado, quitó el fuego a los humanos, que quedaron a merced de las bestias. Esto causó dolor a Prometeo. Pidió ayuda a Atenea para entrar en el Olimpo, robar el fuego y devolvérselo a los hombres. La diosa lo hizo y Prometeo robó una chispa de fuego que entregó a los humanos. Zeus se enteró del robo y se enfadó aún más. Impuso entonces un castigo terrible al benefactor de la humanidad: lo encadenó a una roca en la cima de una montaña del Cáucaso y allí un águila gigantesco (o buitre, según otras versiones) le devoraba el hígado cada día, que le volvía a crecer de noche, así que con el amanecer el suplicio volvía a comenzar. Prometeo sufrió el castigo durante años, hasta que Heracles (Hércules, en la mitología romana), hijo de Zeus, mató al águila y lo liberó. Finalmente Zeus lo perdonó y lo aceptó en el Olimpo. Goethe escribió una oda dedicada a “Prometeo”, y lo considera un rebelde, un héroe que se enfrentó a la tiranía de los dioses. Es uno de los símbolos del Romanticismo. Además, con su idea de ir más allá conecta con otros mitos de la

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literatura universal como el Dr. Fausto, que incluso pacta con el diablo, o el Dr. Frankenstein, que quiere ser Dios y crear vida de la nada, o con Dorian Gray, que también hace un pacto a cambio de la eterna juventud. En fin, con todos los audaces, los rebeldes, los héroes que se rebelan contra lo establecido y quieren ir plus ultra, más allá. Don Miguel de Unamuno, que además de filósofo, novelista, poeta, ensayista…, era catedrático de Griego, utilizó el mito de Prometeo para hablar de una de sus principales obsesiones: la angustia existencial. He aquí su prometeico soneto: Ese buitre voraz de ceño torvo que me devora las entrañas fiero y es mi único constante compañero labra mis penas con su pico corvo. El día que le toque el postrer sorbo apurar de mi negra sangre, quiero que me dejéis con él solo y señero un momento, sin nadie como estorbo. Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía mientras él mi último despojo traga, sorprender en sus ojos la sombría mirada al ver la suerte que le amaga sin esta presa en que satisfacía el hambre atroz que nunca se le apaga.

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Pandora, la primera mujer, y su caja

Para vengarse de Prometeo, que había robado el fuego de los dioses para dárselo a sus criaturas, los humanos, Zeus ideó un plan: creó a la mujer. Nacía así la misoginia: la mujer, perdición del varón, culpable de los males del mundo, inductora del pecado del hombre… Zeus hizo una criatura atractiva, se la dio a Epimeteo, hermano de Prometeo, que no pudo sino enamorarse perdidamente de la bella. Bueno, en realidad no la hizo él, sino que encargó a Hefesto, hijo suyo y de Hera, el dios herrero que hacía joyas y armas con igual pericia, que fabricara una mujer con barro y luego pidió a los Vientos que soplasen con el aliento de la vida y a todos los dioses que la adornasen con flores y joyas. Atenea, diosa de la sabiduría, le dio unos bellos ojos verdes y la enseñó a tejer. Hermes, mensajero de los dioses, le dio un carácter caprichoso y voluble, como el suyo propio, y puso en su interior palabras mentirosas capaces de seducir a cualquier hombre. Zeus le puso el nombre de Pandora, “todos los dones”, le entregó una caja y le ordenó que no la abriera, pues sabía que era curiosa y desobedecería. Llamó a Hermes y le dijo que se la presentase a Epimeteo, el cual se enamoró inmediatamente y se casó con ella. Un día, Pandora no pudo resistir la tentación y abrió la caja de Zeus. De su interior salieron todos los males que desde entonces padecen los seres humanos: la vejez, el hambre, las guerras, la enfermedad, la locura, la pobreza… Cuando fue a cerrar, ya no quedaba nada en la caja, excepto el único don que Zeus regaló a los hombres para que soportaran tantos infortunios como habrían de sufrir: la esperanza.

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Pandora hizo feliz al hombre, pero también desgraciado. Ella le dio sentido estético, el calor del hogar, la pasión de amar, el arte de seducir. Sin ella, la vida humana carecería de sentido.

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Eco y Narciso

Eco era una ninfa del bosque, vivía cerca de Atenas y tenía un defecto: le gustaba mucho hablar, siempre quería decir la última palabra. Un día vio a Zeus haciendo el amor con una ninfa en el bosque, se retiró sin ser vista para no enfadar al dios, pero un poco más allá encontró a Hera, la esposa de Zeus, que buscaba a su marido, pues sospechaba que se entretenía con una amante. Hera le preguntó si había visto a Zeus y Eco no sabía qué decir, pues temía la furia de Hera si mentía y la de Zeus si decía la verdad. Finalmente, mintió a la diosa, dijo que no había visto a nadie aquel día y empezó a hablar sin parar. Hera comprendió que le estaba mintiendo y la condenó a no poder hablar más con aquella facundia: en adelante solo podría repetir la última palabra de lo que dijeran los otros, así siempre terminaría las conversaciones, pero nunca las empezaría. Eco se marchó llorando y se ocultó en una cueva, cerca de la cual vivía Narciso, hijo de un dios del río y de una ninfa, tan hermoso que enamoraba a quien lo veía, hombre o mujer y tan presumido que creía que nadie merecía su amor, por lo que rechazaba a todos sus pretendientes. Eco lo vio y se enamoró rematadamente de él. Se le acercó y él preguntaba, pero ella solo podía repetir las últimas palabras de lo que decía el efebo, así que Narciso se fue sin hacerle caso. Eco murió de pena poco después, pero su voz no desapareció y aún hoy repite las últimas palabras de los paseantes de la montaña. Eco aún está en las montañas. La transformación de Narciso en la flor que lleva su nombre la cuenta Ovidio en las Metamorfosis. Era un joven de gran hermosura. El adivino Tiresias le había vaticinado que llegaría a viejo si no llegaba a verse a sí mismo. Una ninfa le advirtió: “Amarás sin poder satisfacer tu amor”. Y ambos tenían razón. Narciso, después de desdeñar a Eco, prefirió seguir viviendo en la soledad del bosque, pero un día que se acercó a un lago a saciar su sed, las aguas reflejaron su perfecto rostro. Se quedó tan prendado de su hermosura que, sin dejar de contemplarse, murió de inanición y fue transformado en una flor de blancos pétalos y dorado color, cuyo cáliz siempre gira hacia el agua. El de Narciso es un mito de egolatría y se aplica a las personas egoístas, incapaces de percibir algo distinto de ellos mismos. Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, y sus discípulos empezaron a hablar del narcisismo como una enfermedad de nuestro tiempo. Hoy, por ejemplo, muchos chicos y chicas gustan de exhibir su belleza, sus curvas sensuales en el caso de las féminas, sus abdominales musculados en el de los varones, a la mínima ocasión. Tal es el caso de los futbolistas cuando meten un gol o de las modelos, cantantes y actrices más deseadas, prestas a posar ligeras de ropa o con escotes de vértigo.

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Orfeo y Eurídice

Era fama que Orfeo, hijo del rey de Tracia y de la musa Calíope, hija de Zeus, tocaba la lira de nueve cuerdas que él mismo había inventado tan bien que las fieras se amansaban, los árboles mecían sus hojas y los ríos detenían su curso para oírlo. Acompañó a los argonautas en su búsqueda del vellocino de oro y con sus notas impidió que sus compañeros escucharan los seductores y pérfidos cantos de las sirenas. Cuando su amada esposa Eurídice murió, por la mordedura de una serpiente venenosa, bajó desesperado a buscarla a los infiernos y con su música convenció a los dioses para que la dejaran volver junto a él. Los dioses le dijeron que se fuera y ella lo seguiría, pero que él no debía volver bajo ningún concepto la cabeza hacia atrás. Comenzó la procesión y Orfeo no pudo reprimir la curiosidad, volvió la vista atrás y Eurídice, que en efecto lo seguía, se fue para siempre. Él nunca olvidó a su amor, vagó por toda Grecia, fue requerido de amores por muchas mujeres, entre ellas las Bacantes quienes, despechadas por su desdén, lo despedazaron. Tras su muerte su lira de nueve cuerdas fue al cielo, convertida en una constelación, y allí sigue.

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Hero y Leandro

Leandro era un joven que vivía en Abidos, junto al Helesponto (nombre del actual estrecho de los Dardanelos). Se enamoró de Hero, sacerdotisa de Afrodita en Sestos, ciudad que estaba justo al otro lado del estrecho. Los padres no veían bien los amores de su hijo, pero esta nadaba todas las noches en busca de su amada, quien encendía una hoguera para guiarlo en la oscuridad. Pero una noche la tormenta apaga la llama y Leandro muere ahogado. Cuando Hero descubre a la mañana el cadáver de su amado, se lanza al vacío desde la torre donde solía esperarlo. El tema ha sido tratado por Ovidio, Virgilio, Boscán, Garcilaso, Góngora, Quevedo, Medrano, Bocángel, Marlowe, Schiller, Campoamor, Tennyson, Dante Gabriel Rossetti, José Agustín Goytisolo… En 1814, el joven lord Byron cruzó a nado los Dardanelos para asemejarse a Leandro.

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Fedra e Hipólito

Fedra, casada con Teseo, se enamora de su hijastro, Hipólito, pero no puedo conseguirlo. Así que, despechada, lo acusa ante su esposo, quien lo manda desterrar y pide a Poseidón que lo castigue, con lo cual el chico muere en el mar. Fedra, presa de remordimientos, se ahorca. Fedra es una de las primeras mujeres mayores que se enamoran de un hombre más joven, aunque su historia es trágica y acabada en muerte. Sobre ella han escrito Sófocles, Eurípides, Ovidio, Séneca, Eratóstenes, Jean Racine, Schiller, Swinburne,

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Unamuno, Eugene O’Neil, Salvador Espriu, Yannis Yourcenar…

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Ritsos, Marguerite

Tiresias

Adivino o mántico tebano, fue hombre y mujer, por eso recurrieron a su dictamen Zeus y Hera, pues discutían sobre quién obtenía mayor placer en el acto amatorio, si el varón o la hembra. Tiresias dijo que, naturalmente, la mujer. Hera se irritó con él por desvelar su secreto y se dice que lo dejó ciego. En compensación, Zeus le concedió el don de la longevidad y el de la profecía. A Tiresias lo citan Homero, Ovidio, Apolodoro…, y, entre los modernos, Apollinaire (en Les mamelles de Tirésias / Las tetillas de Tiresias) y T. S. Eliot (en The waste land / Tierra baldía, 1922).

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Adonis (y Venus)

Sobre este tema mitológico, hay versiones pictóricas de Tiziano (“Venus y Adonis”, 1554), Veronese, etc. Poemas de Shakespeare (“Venus and Adonis”, 1593) y Shelley (“Adonais”, escrito tras la muerte de Keats), Gabriel D’Annunzio (“La morte del dio”), Yeats, etc. En la lengua común se dice “Parece un adonis” de un muchacho de gran belleza.

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Las amazonas Su nombre viene de “a-mazon”, sin pecho, pues se dice que lo aplastaban de tanto como se ejercitaban con el tiro con arco. Eran temibles guerreras, mataban a los hijos varones y se quedaban sólo con las niñas para mantener su matriarcado. Los hombres sólo tenían papel reproductor. Las más famosas fueron Hipólita, Pentesilea (amante de Aquiles) y Antíope.

Lope de Vega escribió Las mujeres sin hombres (1615) sobre el tema y Tirso de Molina es autor de Amazonas en las Indias. Rubens y otros pintaron versiones diferentes del tema “Las batallas de las amazonas”.

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Los vientos

Eolo es el rey de los vientos, que moran en las cavernas y son hijos de Eos (la Aurora) y de Astreo. Céfiro es un viento suave, una brisa ligera. Bóreas es el viento del norte,

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tempestuoso y duro. Euro es el benéfico viento del este. Tifeo es el que engendra las tempestades; de ahí tifón. Noto es el viento del sur, más bien seco.

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Andrómaca (y Héctor)

Es la mujer de Héctor, y prototipo de la fidelidad. Su historia la narra Homero en la Iliada, Eurípides en Andrómaca y Las troyanas, Virgilio en la Eneida, Racine en Andromaque (1667, obra a la que Saint-Saëns puso música en 1909). Los pintores la han dibujada en innumerables ocasiones, incluyendo a David (“Dolor y lamentos de Andrómaca sobre el cadáver de su marido, Héctor”, 1783), Giorgio de Chirico (“Héctor y Andrómaca”) y Andy Warhol, “Héctor y Andrómaca”, 1982.

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Odiseo o Ulises

Siempre representado con barba, es el héroe de la Odisea de Homero y un astuto caudillo griego en la guerra de Troya, también aparece en la Iliada. Hijo de Laertes y Anticlea, rey de la isla de Ítaca, protegido por Atenea, inventó la estratagema del caballo, que permitió a los suyos conquistar la ciudad enemiga. La Odisea relata los diez años que Ulises pasó en el mar intentando volver a Ítaca para reencontrarse con Penélope y con su hijo Telémaco. Muchos episodios del libro son celebérrimos, como la aventura con el cíclope Polifemo, la aventura de las sirenas (con Ulises atado al palo mayor para huir los engañadores cantos de aquellas), el episodio del país de los lotófagos, el de Ulises con Circe, la bajada a los infiernos para hallar al adivino Tiresias y oír sus profecías, la navegación por el peligroso estrecho de Escila y Caribdis, la visita a la ninfa Calipso, el episodio con Alcinoo y su hija Nausícaa… Ulises regresa a Ítaca, se hace pasar por mendigo, solo lo reconoce el viejo perro Argos, su mujer Penélope está rodeada de pretendientes que quieren casarse con ella para ocupar el trono, Ulises acaba matándolos a todos con su arco y con la ayuda de su hijo Telémaco. En la literatura, el cine y en la pintura, tenemos muchas representaciones de Ulises y la Odisea: De Chirico, Tiépolo, Dalí; el Ulysses (1922), de Joyce; “Ítaca”, de Cavafis; poemas de Cernuda, Guillén, Hierro, Cristina Peri Rossi… Borges le dedicó este soneto (“Odisea, Libro vigésimo tercero”, Emecé, 1967), donde sugiere que el hombre, sin la acción, no es nada: Ya la espada de hierro ha ejecutado la debida labor de la venganza; ya los ásperos dardos y la lanza la sangre del perverso han prodigado. A despecho de un dios y de sus mares a su reino y su reina ha vuelto Ulises, a despecho de un dios y de los grises

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vientos y del estrépito de Ares. Ya en el amor del compartido lecho duerme la clara reina sobre el pecho de su rey, pero ¿dónde está aquel hombre que en los días y noches del destierro erraba por el mundo como un perro y decía que Nadie era su nombre?

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Hermafrodito

Hijo bellísimo de Hermes y Afrodita, rechazaba a todos sus pretendientes. Solía bañarse desnudo en una fuente y la ninfa Salmácide, que allí moraba, se enamoró de él, por lo que, al ser rechazada, pidió a los dioses que los cuerpos de ambos quedaran fundidos en uno solo, como así ocurrió. Hermafrodito es claramente el mito de la bisexualidad. El poeta mexicano Amado Nervo (18701919) le dedicó un soneto modernista y decadente: Andrógino Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste, infernal arquetipo, del hondo Erebo, con tus neutros encantos, tu faz de efebo, tus senos pectorales, y a mí viniste. Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste, despertando en las almas el crimen nuevo, ya con virilidades de dios mancebo, ya con mustios halagos de mujer triste. Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias, tenías las supremas aristocracias: sangre azul, alma huraña, vientre infecundo; porque sabías mucho y amabas poco, y eras síntesis rara de un siglo loco y floración malsana de un viejo mundo.

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Jacinto

Natural de Amiclas, amante del dios Apolo. Muchacho bello y amado también por el cantor Támaris. Un día, jugando Apolo y el muchacho con el lanzamiento de disco, este rebotó y, dando a Jacinto en la cabeza, lo mató. Apolo, desolado, hizo brotar de la sangre de la cabeza del muchacho una flor roja: el jacinto. Cuentan la historia Ovidio, Servio, Eurípides, Pausanias, Leconte de Lisle. Mozart hizo una ópera, Apollo et Hyacinthus (1767), Tiépolo el cuadro “Muerte de Jacinto” (1753), y Jean Broc el suyo, “La muerte de Jacinto”, donde aparecen dos jóvenes desnudos y bellos, lo que ha convertido el cuadro en un icono gay. Hay que recordar que los amores homoeróticos y la bisexualidad, eran frecuentes en la Grecia antigua y que socialmente se aceptaban sin mayor escándalo. El

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propio Zeus tenía como amante al joven Ganimedes, copero de los dioses. Y hasta el héroe Hércules tenía su enamorado, Hilas. También se habla de la relación entre Aquiles y Patroclo y la que mantuvo Alejandro Magno con Hefestión.

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Hércules o Heracles

Hijo de Zeus y Alcmena, ya de niño estranguló a las dos serpientes pitón que Hera envió para matarlo, porque era hijo ilegítimo de su esposo. Su mujer mortal era Mégara y, tras ascender al Olimpo, se casó con Hebe, la copera de los dioses. Realizó las doce pruebas que el rey Euristeo le puso, trabajos casi sobrehumanos: el león de Nemea, la hidra de Lerna, la cierva cerinítica, el jabalí de Erimanto, las aves estinfalias, la limpieza de los establos de Augias, el toro de Creta, los caballos de Diomedes, el cinturón de la reina amazona Hipólita, los bueyes de Gerioneo, las manzanas de las Hespérides, la aventura con el can Cerbero. Hay, además, aventuras muy conocidas del héroe como la muerte de Caco, las columnas de Hércules (Gibraltar y Ceuta), la liberación de Prometeo, la derrota de Anteo… Por sus hazañas, se le concedió un lugar entre los Olímpicos. Fue el héroe nacional griego por excelencia. Han tratado de él Homero, Píndaro, Séneca, Apolonio de Rodas, Teócrito, Estrabón, Dionisio de Halicarnaso, Virgilio, Tito Livio, Enrique de Villena, el marqués de Santillana… Lo dibujaron y esculpieron muchos artistas: Lucas Cranach, Zurbarán, Rubens, Veronés, Luca Giordano, etc.

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Helena de Troya

Esposa de Menelao, madre de Hermíone, mujer bellísima, originó la guerra de Troya al ser raptada por Paris. Hija de Zeus y Némesis, diosa de la Venganza. Menelao llamó en su apoyo a su hermano Agamenón, y así los griegos tuvieron que ir a Troya y, tras diez años de lucha, rescataron a la bella. Helena es símbolo de la belleza y del “ars gratia artis”, pues dejando aparte consideraciones morales sobre si era más o menos honesta, el propio Menelao la perdonó tras la contienda bélica y se la llevó de nuevo a Esparta. Muchos han escrito y se han inspirado en la bella griega. Julián del Casal le dedicó un poema, “Elena”, en su libro Nieve (1892). Aparece también en el Fausto de Marlowe y en el de Goethe. La han pintado Tintoretto, Gustave Moreau, Rossetti…

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El rapto de Perséfone

Ver entrada en Letr@herida, blog de literatura, http://lenguavempace.blogspot.com.es/2016/12/el-mito-de-la-primavera-o-mito-de.html

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Bibliografía



Eugènia Salvador, Mitos y leyendas de la Grecia antigua. Barcelona, Sirpus, 2008.



Luis Antonio de Villena, Diccionario de mitos clásicos para uso de modernos. Madrid, Gredos, 2011.

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Representaciones pictóricas relacionadas con la mitología clásica

“Minotauro atacando a una amazona”, Piccasso

“Dolor y lamentos de Andrómaca ante el cadáver de su marido”, David, 1783

“El retorno de los argonautas”, Gustave Moreau, 1897

“El paso de la laguna Estigia”, Joaquim Patinir, 1524

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“Cíclope”, de Odilon Redon (1900)

“Dafne y Apolo”, Bernini, 1625

“Dánae”, Gustav Klimt (1907)

“Edipo resolviendo el enigma de la Esfinge”, Jean Auguste Ingres (1808)

“Ganymede”, Gabriel Ferrier, 1874

“Hércules caza las aves del lago Estínfalo”, Bourdelle, 1909

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“Caída de Ícaro”, Carlo Saraceni, 1608

“Laocoonte y sus hijos”, Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas, s. I a. C

“Eco y Narciso”, Nicolás Poussin, 1630

“Eco y Narciso”, J.W. Waterhouse, prerrafaelita

"Las ninfas de Diana seguidos por los sátiros", Peter Paul Rubens, 1670.

“Ninfa de la fuente”, Lucas Cranach el Viejo, 1518

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“Orestes perseguido por las Furias”, Fuseli, 1752

“Muerte de Orfeo”, Durero

“Pigmalion y Galatea”, Jean-Léon Gérôm, 1890

“Amor y Psique”, Antonio Canova (1793)

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