Cuando el dominio del mundo dependía de las velas, los cañones y el valor Trafalgar, 1805

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El Valor de las Palabras
Jorge Waxemberg El Valor de las Palabras Ejercicios de Autoconocimiento y Convivencia © 2012 Cafh Todos los derechos reservados Indice Introducció

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Cuando el dominio del mundo dependía de las velas, los cañones y el valor

Trafalgar, 1805 El 21 de octubre de 1805 la flota franco-española se enfrentó a la británica a la altura del cabo Trafalgar, en Cádiz. Estaba en juego el dominio en Europa y la primacía mundial

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Carlos del Águila n 1793, después del asesinato de Luis XVI, España declara la guerra a Francia y entra en la coalición antirrevolucionaria. En 1794 se hace evidente que ésta es incapaz de forzar la resistencia de la Francia de la Convención y algunos gobiernos creen prudente poner fin al conflicto. España firma la Paz de Basilea, por la que recupera la mayoría de los territorios perdidos durante la contienda. Pero Gran Bretaña, todavía en guerra con Francia y no conforme con las condiciones de este tratado, presiona a España para que se una a ella. Sin embargo, en 1796 el Gobierno español firma con Francia el Tratado de San Ildefonso, por el que declara la guerra a Gran Bretaña. Cinco años de calamidades bélicas y los incalculables daños sufridos en el comercio con América se convierten en insoportables para España y el 25 de marzo de 1802 se firma la Paz de Amiens, por la que Londres devuelve Menorca pero retiene Gibraltar y la isla de Trinidad. Pero la paz apenas duró un año y el 18 de mayo de 1803 Francia e Gran Bretaña se vuelven a enfrentar por el dominio de Europa. España, en la ruina, intenta permanecer neutral, pero la principal potencia militar continental reclama el cumplimiento de la alianza de 1796. Ante las dificultades de España, Bonaparte presiona para que se cambie la ayuda militar por subsidios pecuniarios, y así, en 1803 se firma otro tratado por el que España se compromete, a cambio de su neutralidad, a entregar a Francia 6 millones de reales al mes.

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Provocaciones británicas Pese a las innumerables concesiones españolas, Gran Bretaña no reconoce la neutralidad española y, sin declarar la guerra, intercepta los navíos que provienen de América. Todas estas ofensas culminan el 5 de octubre de 1804 con el combate sostenido a la altura del cabo de Santa María entre una división británica y otra española que transporta a la península caudales procedentes de Lima y Buenos Aires. Tras la derrota española, las fragatas son llevadas a Gran Bretaña. Era la gota que colmaba el vaso. El 12 de diciembre de 1804 España entra en el conflicto como aliada de Francia y queda completamente sometida a los dictados de Napoleón. El almirante Villeneuve, nuevo comandante de la flota combinada, parte hacia las Antillas para atraer, en una maniobra de distracción, al grueso de la armada inglesa del almirante Nelson, con lo que se pretende facilitar el desembarco en Inglaterra de 200.000 soldados del ejército francés.

Combate entre el Santa Ana y el Royal Sovereign. Museo Naval de Madrid.

La derrota Mientras tanto Rusia, Gran Bretaña, Austria y Suecia firman la Tercera Coalición contra Napoleón, y Gran Bretaña iba a ser la primera beneficiada de esta nueva alianza. Las prioridades de Napoleón cambian y la armada es requerida en el Mediterráneo. Lo que sucede en este interregno es bien conocido: la escuadra combinada franco-española vuelve a Europa, entabla combate en Finisterre con una escuadra inglesa en el que se pierden dos navíos españoles y llega, perseguida por Nelson, a Cádiz. La suerte está echada. El 19 de octubre zarpa rumbo a Nápoles la escuadra combinada formada por 33 navíos, de los que 15 eran españoles. Dos días después, la flota se enfrenta a los 27 navíos de Nelson. España pierde 10 navíos en el combate y en el violento temporal que se desató después y Francia, ocho. Gran Bretaña, que no perdió ni un solo barco, se adueña definitivamente de los mares y, tras acabar con el sueño imperial de Francia, iniciará un siglo de prosperidad sin precedentes. JANO 7-13 OCTUBRE 2005. N.º 1.579

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La mitad de los fallecidos españoles pertenecían a las tripulaciones de tan sólo tres navíos, que fueron brutalmente atacados: el Santísima Trinidad, con cerca de 300 muertos, el San Juan Nepomuceno, con cerca de 200, y el Santa Ana, con casi 100 muertos.

Derribando algunos mitos ¿Eran peores los navíos españoles? El diseño y la construcción naval española del siglo XVIII no tenían nada que envidiar al de las otras naciones. Partiendo de una buena base autóctona, la construcción naval mejoró adoptando sucesivamente modelos ingleses y franceses así como todos los adelantos científicos de la época, para llegar a Trafalgar con muchos de los mejores navíos del mundo. Los navíos españoles se distinguían por sus amplias dimensiones, gran robustez estructural y buenas dotes marineras. Sin embargo, y pese a su mayor tamaño, no embarcaban más cañones. La razón hay que buscarla en la obsesión de sus diseñadores por conseguir buques habitables capaces de largas travesías y de operar todo el tiempo.

Representación de la batalla con el Victory en primer plano.

¿Eran superiores los británicos? Un aspecto que resultó decisivo en Trafalgar fue la enorme superioridad numérica británica tanto sobre los españoles como sobre los franceses y aun sobre ambos unidos. En la segunda mitad del siglo XVIII, franceses y españoles llegaron a tener casi 80 navíos, pero los británicos rondaban ya los 200. Esa superioridad tuvo su reflejo en la batalla: los británicos utilizaron tácticas más agresivas.

¿Disparaban más rápido los artilleros ingleses? Es una leyenda que se repite desde los tiempos de la Armada Invencible. El peligroso sobrecalentamiento de los cañones y el cansancio no lo habrían permitido. Lo cierto es que su táctica de retrasar su disparo hasta el último momento, y el hecho decisivo de hacerlo al romper la línea enemiga castigando sus popas, fue claramente superior.

¿Qué dio la victoria a Nelson? La causa inmediata de aquel desastre está en la inoportunidad de la salida decidida por el almirante francés Villeneuve. Además, la falta de instrucciones para el combate y su decisión de formar una sola línea de batalla, impidiendo al jefe de la escuadra española maniobrar independientemente, privó a los aliados de una fuerza autónoma, ágil y muy bien situada para dirigirse al lugar más conveniente. En definitiva, fue la superioridad en la táctica —al romper la línea contraria y entablar combate a corta distancia— y la superioridad artillera sobre la mitad francesa de la escuadra combinada lo que dio la victoria a Nelson.

¿Cuál fue el comportamiento de los marinos españoles? Heroico. Fueron literalmente sacrificados en una coyuntura crítica para su país, en una causa ajena —la búsqueda de la hegemonía mundial de Napoleón—, respetuosos con sus enemigos y reticentes con sus aliados. Su conducta en el combate se demuestra en la posterior salida para rescatar las naves apresadas. Dos días después del combate salieron a la mar siete navíos de guerra y cuatro fragatas a continuar el combate en mitad de la tormenta, consiguiendo rescatar dos de los buques que habían sido apresados, entre ellos el legendario Santa Ana. Ante esa presión inesperada, los británicos tuvieron que hundir algunas de las naves apresadas.

¿Qué significó la derrota para España? Concluido el combate y su epílogo de naufragios, a fines de octubre de 1805 la Armada española seguía siendo la tercera del mundo por el número de naves, con no menos de 42 navíos. En tiempos de Carlos III la pérdida de 10 barcos se hubiera repuesto en menos de un lustro, pero la ya penosa situación económica de la Armada se agravó durante la Guerra de la Independencia, una durísima guerra total de 5 años que devastó el país. Ningún nuevo navío fue construido en el reinado de Fernando VII. De los 48 buques con que se contaba en 1808, sólo tres quedaban al final del reinado. El resto se pudrió por falta de carena.

¿Estaba peor armada la flota española? En absoluto. Los 15 navíos llevaron al combate nada menos que 70 piezas más de las que les correspondían por porte.

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El Almirante Nelson, herido de muerte, por Denis Dighton. Nacional Maritime Museum, Greenwich, Gran Bretaña.

ry en primer plano.

Un balance escalofriante • Las pérdidas españolas fueron 1.022 muertos y 1.383 heridos de un total de 11.817 combatientes. Los británicos tuvieron 449 muertos y 1.241 heridos de un total de 23.309. Por parte francesa, la peor parada, se contabilizaron 2.218 muertos y 1.155 heridos de los 14.184 que intervinieron. La cifra de muertos de los tres contendientes fue finalmente mucho más elevada, ya que muchos de los supervivientes murieron a consecuencia de sus heridas.

La espectacular popa del Santísima Trinidad, el mayor navío de su época. Modelo del siglo XVIII y El San Juan Nepomuceno. Museo Naval. Madrid

• La mitad de los fallecidos españoles pertenecían a las tripulaciones de tres navíos, que fueron brutalmente atacados: el Santísima Trinidad, con cerca de 300 muertos; el San Juan Nepomuceno, con unos 200, y el Santa Ana, con casi 100 fallecidos. • Los franceses sufrieron la mayor parte de las bajas aliadas, de las que cerca de 1.000 muertos lo fueron en la voladura del Achilles y del Redoutable. • Los navíos británicos eran más pequeños y sus tripulaciones menores. Eso explica que, pese a unas cifras globales menores, media docena de navíos británicos tuvieran más de un tercio de bajas entre muertos y heridos. Entre los fallecidos destacan el almirante en jefe de la escuadra británica, Horatio Nelson y dos capitanes de navío, los del Bellerophon y el Mars. • En cuanto a los comandantes de los buques españoles, murieron en combate Cosme Damián Churruca de Elorza, comandante del San Juan Nepomuceno, que luchó hasta la extenuación —al igual que su segundo al mando, Benito Bermúdez de Castro—; el comandante del Bahama, Dionisio Alcalá Galiano, y el comandante del Montañés, Francisco Alcedo y Bustamante —también murió su segundo comandante, Antonio Castaños—. • Los franceses tuvieron 6 capitanes de navío muertos. Villeneuve, el artífice de la derrota de la flota combinada, fue apresado y conducido a Londres, y tras su liberación se suicidó en el camino que le conducía a París, a rendir cuentas ante el emperador. JANO 7-13 OCTUBRE 2005. N.º 1.579

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Cirujanos de hierro, los otros héroes de Trafalgar Los 60 cirujanos y sangradores españoles que participaron en el combate tuvieron que asistir en la penumbra de los sollados, respirando un aire enrarecido y pisando una mezcla de sangre y arena a miles de marinos terriblemente mutilados. Esta es la historia de algunos de ellos Fermín Nadal. natural de Reus (Tarragona), ingresó en el Real Colegio de Cirugía de Cádiz en 1777. El 1 de septiembre de 1805 se embarcó en el navío Príncipe de Asturias, como superior facultativo de la escuadra al mando de Gravina. El buque sufrió la baja de tres oficiales y 52 tripulantes muertos y 110 heridos, entre ellos el teniente general Federico Gravina, que sufrió el impacto de la metralla en el codo izquierdo, y su segundo, el general Escaño. A pesar del fuerte castigo al que fue sometido, el Príncipe de Asturias resistió hasta el final, reagrupando en torno suyo a una escuadra vencida y en difícil retirada por la tormenta que se desencadenó tras el enfrentamiento. El 5 de noviembre de 1805, Fermín Nadal extiende el primer parte facultativo sobre las lesiones de Gravina: “El Exmo. Señor Dn. Federico Gravina, en el combate del 21 del proximo mes pasado, a las tres y media de la tarde, fue herido de una contusa en el brazo izquierdo y articulacion del codo, con ofensa de la parte huesosa; en dicha herida se halló fracturado el condilo externo del humero el que fue desprendido en la primera curacion por su ninguna adherencia... mas atendida su caracter y complicacion con fractura en una articulacion, nos hacen mirarla con mucha circumpeccion, y fuzgar sera larga su curacion”. Sucesivos partes, comunicados por Nadal a Godoy, confirman el progresivo agravamiento de las heridas del insigne marino hasta su fallecimiento en Cádiz el 2 de marzo de 1806.

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Nicolás Franco. ingresó en el Real Colegio de Cirugía de Cádiz en 1784. Habiéndose embarcado en la escuadra de Gravina con el cargo de ayudante de embarco a bordo del Santa Ana, y bajo las órdenes de Ignacio María de Álava, su comportamiento en aquella efeméride fue certificado por Cayetano Valdés Téllez, jefe de Escuadra de la Real Armada, con estas elogiosas palabras: “En todo dio pruevas de unos conocimientos suvlimes tanto en Medicina como en Cirugía haciendo por sí todo genero de operaciones y anputaciones con el mayor esito [...]. Puedo asegurar que no he conocido profesor en los vageles de S.M. que con mas esmero, eficacia y acierto haya desenpeñado las funciones de su profesion”. Por su parte, José Gardoqui, comandante del Santa Ana exponía: “Y no tan solo acreditó con su buen acierto en las curas, que hizo al Exmo. Sr. D. Ygnacio Mª de Alava, a mí y a los muchos heridos que ocurrieron, sus conocimientos theoricos y practicos, sino que a su mucha actividad, caridad y extraordinario celo se ha devido el restablecimiento de muchos”.

Pedro León. en Trafalgar formó parte de la tripulación del navío San Leandro. El comandante José de Quevedo informó así de su actuación: “Despues del combate quando baxe al sollao tuve la satisfaccion de encontrarlo en el mejor orden, los heridos mui contentos del zelo y cuidado con que los tratavan y con el mismo se siguió, interin no se pudieron mandar al Hospital a donde les acompañó para enenterar a los facultativos del estado en que ivan. Interin estuvieron a bordo solo salió para comer y dormir y aunque en el acto del combate entró una bala en aquel sitio no dexó por eso, de continuar las funciones con el mismo zelo que antes”.

¿Amputar o no? n relación con el tratamiento de las heridas por arma de fuego, se estudiaban en los Reales Colegios, en aquellos primeros años del siglo XIX, las obras de Francisco Canivell, maestro de Cádiz, y de Francisco Puig, profesor de Barcelona, en las qu imperaba el espíritu conservador. Canivell en su Tratado de las heridas de armas de fuego, publicado en 1789, afirma: “No se aconseja amputar mientras no lo obligue uno de los motivos grandes, como son la gangrena del extremo o la destrucción de la articulación”, y Puig, en su Tratado teórico-práctico de las heridas por arma de fuego (Barcelona, 1782), de clara influencia francesa, recuerda que “Mr. Boucher en su memoria sobre las heridas complicadas con fracturas en las articulaciones de las extremidades, acompañadas con machacamiento, clama contra el abuso de amputar después de los golpes de fuego [...] y estima más inclinar a un método suave, aunque rodeado de contingencias, que no a la amputación, que ésta siempre está expuesta a contingencias muy graves...”. Para hacernos una idea de la importancia de la amputación en aquella cirugía primaria, basta con conocer la historia de sir William Beatty (1773-1842), cirujano del Victory, el navío insignia de Horatio Nelson y donde éste perdió la vida. De los 815 hombres de la tripulación, 57 murieron durante el combate y 109 resultaron heridos. Beatty tuvo que amputar personalmente 9 brazos y 2 piernas.

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Sebastián Suárez. este ilustre cirujano, natural de Santiago de Compostela, ingresó de colegial en 1792. El teniente general de la Armada Felipe A. de Jado Cajigal certificaba: “Que Dn. Sebastian Jose Suarez [...] tubo destino en el Navio San Agustin de mi mando con el cargo que corresponde, acreditandome en la mar y puerto la conducta mas recomendable, y el mas activo desempeño de su profesion; y a consecuencia de la sangrienta Batalla Nabal de Trafalgar que en veintiuno de Octubre de mil ochocientos cinco sostubo con la Britanica del Almirante Lord Nelson, sufrio el expresado San Agustin cuatro combates [...]) hasta que le inutilizaron todas las baterías, y convirtieron al Agustín en esqueleto, y despues de haber sufrido tres incendios por balas incendiarias, y tres abordajes, por no haber arriado la Vandera del Rey, entregaron este Buque, digno de mejor suerte, a las llamas por no haberlo podido aprovechar. En todas estas acciones militares soportó Suares con serenidad de espiritu, en medio de todos los horrores de la muerte, que se representaron en tan memorable día, rodeado al poco tiempo en las enfermerias de montones de Cadaveres, como de moribundos y heridos [...]; pero a pesar de tan evidentes riesgos de la vida y del que amenazaba el Navio de irse de uno a otro instante a pique fue Suares siempre constante en su celo y activo desempeño en las amputaciones, y curacion de todos los valerosos que habian quedado heridos...”.J Dr. Miguel Aragón Espeso

Grabado de 1760 mostrando como efectuar una amputación.

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Los Colegios Reales de Cirugía se crearon con la misión de surtir a los ejércitos reales de expertos cirujanos. El primero fue el de Cádiz, fundado en 1748 “con el objeto de que los profesores, educados en él, se dedicasen al servicio de la Armada (...) manteniéndoles mientras permaneciesen en el Colegio a expensas del Real erario”. El primer director del mismo fue su fundador, Pedro Virgili.

Cádiz hace frente a la tragedia oda la población de Cádiz estuvo pendiente del resultado final de aquel combate. Ante lo irremediable, prestó su apoyo a las víctimas, contribuyendo a su auxilio y traslado. El capitán Sevilla, en sus relatos, recuerda estos acontecimientos: “La mar no se cansaba de arrojar a la playa muertos desfigurados, muchos de los cuales apenas podían identificarse, todo Cádiz era un cementerio. Los sepultureros no daban abasto a abrir fosas [...], las campanas de las iglesias no hacían mas que doblar a muerto [...], ni una casa ví en que no se llorase la pérdida de uno de sus miembros”. Tras el combate, fue el lugar de recepción de la multitud de heridos españoles, franceses e ingleses, pues como dice Massons “esta batalla se distinguió por la humanidad y señorío de que nuestros cirujanos de Cádiz hicieron gala al atender en el Hospital Real de Marina a toda clase de heridos sin distinción de nacionalidad. Encabezados por quien dirigía entonces el Colegio de Cirugía, el doctor Carlos F. Ameller y Clot, se desvivieron abandonando toda otra atención por el cuidado de aquellos infelices...”.

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Fachada del Hospital Real de Cádiz, donde se estableció en 1748 el Real Colegio de Cirugía de Cádiz.

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La renovación quirúrgica Dr. Miguel Aragón Espeso El aislamiento intelectual al que España se vio sumida en el siglo XVII hizo que la enseñanza quirúrgica impartida en las universidades españolas fuera teórica, la anatomía era prácticamente desconocida, se había abandonado la disección de cadáveres y los libros nuevos o extranjeros se sometían a un riguroso control inquisitorial. La renovación de la cirugía comenzó en los albores del setecientos, con la llegada de médicos y cirujanos que servían en el ejército francés que acudió a defender los derechos al trono español de Felipe de Anjou, y muchos de los cuales se quedaron en nuestro país. Sin embargo, la auténtica renovación sólo es efectiva en nuestro país a partir de la segunda mitad del siglo. Para ello fue precisa la aceptación de unas formas de enseñanza, imperantes en Europa, en las que primaba un nuevo concepto del saber anatómico, y la creación de unos centros de formación ajenos a las universidades, fundamentalmente los Reales Colegios de Cirugía. Asimismo la comunicación científica con la cirugía europea es factor clave en el auge experimentado en la cirugía de la España Ilustrada. La anatomía, hasta entonces puramente morfológica, va a ser aplicada con interés práctico. Al cirujano de la Ilustración le interesa su estudio de una manera sistemática y utilitaria, centrada en el concepto de región, lo que se conoce como anatomía topográfica o quirúrgica. Grandes cirujanos dejaron la impronta de sus nombres en la anatomía.

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Renovación quirúrgica Es entonces cuando nacen los Reales Colegios de Cirugía, con la misión de surtir a los ejércitos de expertos cirujanos. El primero fue el de Cádiz, fundado en 1748 “con el objeto de que los profesores, educados en él, se dedicasen al servicio de la Armada [...], manteniéndoles mientras permaneciesen en el Colegio a expensas del Real erario”. El primer director fue su fundador, Pedro Virgili. Hasta la erección del Real Colegio, los navíos militares llevaban al menos un cirujano, considerado en aquella época como sanitario secundario. En los buques mercantes generalmente bastaba un barbero o mancebo de botica que embarcaba con el título de cirujano. Virgili llegó a decir de ellos: “Se sigue en fuerza de sus muchos yerros por falta de práctica, ocasionan repetidas muertes dejando muchas familias destruidas”. Del Real Colegio de Cirugía de Cádiz salieron los maestros que crearon los sucesivos Colegios españoles; el de Barcelona, fundado en 1764 por el mismo Virgili, orientado a formar expertos cirujanos para los ejércitos; el de Ma-

drid, en 1783, que con el nombre de San Carlos y bajo la dirección de un brillante ex alumno de Cádiz, Antonio Gimbernat, abasteció a la sociedad civil de buenos cirujanos. Creado el Real Colegio de Cirugía y puesto en marcha el plan de Fernando VI (1746-1759) de pensionar viajes de estudio a los colegiales más sobresalientes, se abre una estrecha relación cultural entre España y el resto de Europa. A los escolares de Cádiz les siguieron los de Barcelona y posteriormente los de Madrid; París, Leyden, Bolonia y Londres fueron sus destinos. Los estudios de estos pensionados no sólo abarcaron la cirugía en general, sino aspectos de medicina práctica y teórica, química aplicada, botánica, historia natural, enseñanza anatómica, especialmente en su aplicación quirúrgica, arte de partear, de extracción de cataratas, etc. De resultas de esta comunicación con Europa surgen las especialidades en la formación docente. El Real Colegio en 1805 En 1791, y a instancias del entonces cirujano mayor de la Armada Francisco Canivell, el Real Colegio pasa a denominarse de Medicina y Cirugía al abarcar el estudio conjunto de ambas materias; cesaban los cargos de cirujano mayor de la Armada y protomédico, reuniéndose ambas en una sola persona, el director del Colegio, que asimismo lo sería del Real Hospital. En ellas se especificaba “que las materias en las que se les instruye (a los colegiales) se dirijan a reunir la suficiencia necesaria para el ejercicio de la Medicina y la Cirugía”. Su primer director fue José Selvaresa, ilustre cirujano ilustrado. De esta manera, medio siglo después de la creación del Real Colegio de Cádiz, se plasmó en realidad el gran sueño de Virgili: que el cirujano de la Real Armada, aparte de sus conocimientos quirúrgicos, su misión principal, reuniese los saberes médicos suficientes para tratar el crecido número de enfermedades puramente médicas que afectaban a las tripulaciones en aquellos dilatados viajes. A pesar de las adversidades y la penuria económica en la que se vio sumergido, el Real Colegio siguió su brillante actividad docente. En 1805 contaba con 97 estudiantes, que recibían enseñanza de prestigiosos maestros. El Artículo 3.º, título 1.º, de la orden de fundación del Real Colegio, premiaba con la promoción a puestos de cirujanos de la Real Armada a los alumnos que sobresaliesen por su aprovechamiento y conducta en los exámenes generales; en su cumplimiento, el 15 de octubre de 1805, apenas 6 días antes del combate de Trafalgar, fueron premiados los colegiales Manuel Ramos y Diego Gutiérrez, y el primero de ellos participó activamente en el combate.J

Retrato de Pedro Virgili con los planos del Real Colegio de Cirugía de Cádiz, al pie de la efigie del Marqués de la Ensenada. Facultad de Medicina de Cádiz. Del Real Colegio de Cirugía de Cádiz salieron los maestros que fundaron los sucesivos Colegios; el de Barcelona, fundado en 1764 por el mismo Virgili, orientado a formar expertos cirujanos para los ejércitos; el de Madrid, en 1783, que con el nombre de San Carlos abasteció a la sociedad civil de buenos cirujanos.

Escudo de Pedro Virgili.

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