Cuando la oscuridad te llama, no la puedes ignorar. Nallelyt Quinteros

Cuando la oscuridad te llama, nO la puedes ignorar. Nallelyt Quinteros Sinopsis Me susurran. De nuevo, me susurran. Siempre lo han hecho; pero ahor

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Cuando la oscuridad te llama, nO la puedes ignorar.

Nallelyt Quinteros

Sinopsis Me susurran. De nuevo, me susurran. Siempre lo han hecho; pero ahora son más fuertes. ¿O ahora soy más débil? No, simplemente me cansé de esperar a que cesaran. ¿Muerte es lo que quieren? Eso les daré.

Uno Puedo sentir el ligero cambio de peso en mi cama, un poco más inclinada en el otro lado, ése en el que no estoy yo. Mi corazón se aprieta y cierro los ojos con fuerza, conteniendo el aliento para intentar escuchar algo, aunque mis latidos enloquecidos llenen mis oídos. Siempre imagino cómo va a acabar: conmigo por fin volteándome y viendo al ser que se recuesta junto a mí, sus manos tenebrosas posándose en mi costado, sus ojos sombríos mirándome sobre mi hombro... Pero nunca volteo. Cuando un escalofrío me recorre entera arrojo mi cobija con fuerza al lado izquierdo de mi cama y me levanto de un salto corriendo hacia el interruptor; lo presiono y la luz de mi habitación se enciende, mostrándome que estoy sola aquí. Mi corazón sigue latiendo con velocidad, mi respiración está agitada y tiemblo por contener las ganas de llorar. Aún alerta me abrazo a mí misma y respiro hondo, una y otra y otra vez, hasta que mi cerebro entiende que aquí no hay nadie, más que mi atormentada alma y yo. Sin apagar la bombilla camino de nuevo hacia mi cama, con otro salto me meto bajo las sábanas y no me acuesto de lado de nuevo, permanezco boca arriba, cubierta hasta la barbilla y con los ojos abiertos de par en par. Todavía siento que la cama esta inclinada, pero con la luz encendida confío en que nada me puede pasar. Vienen a mi mente las preguntas de siempre, preguntas sin respuesta que me dejé de cuestionar. Nunca sabré por qué, eso es lo único que sé con certeza. Imagino escenas hermosas de otra vida, una vida diferente en la que soy normal, en un vano intento de liberarme de esta inquietud. Cierro los ojos, con el oído agudo, fabricando algún sueño para alcanzar. Me duermo y, como siempre, la luz está apagada al despertar.

Dos Cassidy Blake, ése es mi nombre. Vivo con mi padre y mi hermana en una sencilla casa de una planta cerca de Louisville. Quisiera decir que también con mi madre pero de ella sólo conservo el apellido; nos abandonó. Mi trabajo está a veinte minutos de casa y a unas cuadras del de mi hermana, por lo que la llevo y la traigo en mi auto, ya que ella no sabe conducir. Ambas tenemos el mismo horario, Lily trabaja en Atención a Clientes, en la sede de una conocida tienda comercial. Yo trabajo en el departamento de Administración de una empresa de Logística y Transporte. Nuestro edificio comparte pisos con una agencia inmobiliaria, a pesar de que están en la zona superior es desesperante que entren en nuestra área buscando información de casas baratas. Pero hoy no, hoy es domingo. Como es temprano, y el domingo sólo madruga mi papá, me voy de puntillas al cuarto de mi hermana menor; entro y me acerco despacio a su cama. —¿Estás despierta? —susurro. Ella se remueve un poco en la cama pero no contesta—. ¿Me puedo dormir contigo un rato? —Lily rueda en la cama sin abrir los ojos y no pierdo tiempo, me zambullo en el lío de cobijas que siempre tiene. Apoyo mi cabeza en la almohada, me cubro y la abrazo. Siento mi cabello moverse con el suave aliento que, al estar Lily de espaldas a mí, sé que no es de mi hermana. Cierro los ojos y finjo que sí, que es ella, que soy normal y que todo está perfectamente bien. Me duermo con un roce helado en mi mejilla.

Es de noche. La oscuridad cubre todo y sólo una lejana farola está encendida; estoy de pie en lo que parece un parque y descubro que no estoy sola, hay una sombra. No es la mía. Está cerca de la luz y me observa, me está examinando como yo a ella. No me muevo, contengo el aliento cuanto puedo esperando un movimiento pero me canso pronto, necesito aire; lo tomo y cuando exhalo, el vaho baila a mi alrededor y tiemblo. Hace frío. Parpadeo y ya no está, la sombra que me veía se ha ido.

Eso quiero creer pero lo siento acecharme y tengo miedo, siento ese tipo de miedo que te paraliza y apenas te deja respirar. Ese que se apodera de ti cuando tus ojos ven algo que tu cerebro no puede explicarte, que no procesa, que no asimila porque es incapaz, porque no sabe, no tendrá una respuesta jamás. Mis ojos buscan frenéticamente en cada oscuro lugar, mi oído se agudiza, las palmas de las manos me sudan y el frío es tan despiadado que no paro de tiritar. O tal vez mi crudo miedo es el que me hace temblar. Giro en redondo cuando algo tibio me toca el hombro; pero no hay nada, y me llevo las manos a la boca para no sollozar. Hay algo aquí. Hay algo aquí y lo siento aunque no lo veo. Puedo notar cómo enreda su presencia en mis sentidos, lentamente, con cautela y determinación, quiere que sepa que está ahí, que le tema, que le descubra. Cada latido acelerado de mi corazón es una advertencia, me grita que estoy en peligro, que escape, pero no puedo correr, mis pies no responden a mis súplicas de huir. Cierro los ojos y ruego, pido clemencia; sólo me quiero ir. Un escalofrío, dos latidos, su presencia frente a mí. Acaricia mi rostro, quiere que abra los ojos y no puedo resistir. Mis párpados me traicionan, ceden y se elevan para ver, está justo frente a mí. Mi respiración se atasca en mi garganta, me paralizo justo ahí. Mis ojos se amplían, mi boca se abre pero nada puedo decir. Ni un grito ni un gemido, sólo el terror que me sonríe porque al fin lo descubrí. Su aliento gélido congela mi cara, no puedo dejar de mirar. El vacío vibra, llenándose de un murmullo siniestro proveniente del terrible ente; sus susurros se abren paso en mi ser, se meten bajo mi piel, besan mi resistencia, me manipulan, me quiebran. Hay lágrimas en mis mejillas, frías y ardientes a la vez, niego con impotencia y le ruego que no me lo pida, que se detenga, que me deje en paz. Su aliento me entumece, sé que se aproxima; mi mandíbula sigue caída sin responder y veo a la oscura silueta rodearme, se acerca a mi boca y no consigo cerrarla. Miro, a través de mis lágrimas, aquél farol que titila mientras las sombras entran en mi alma desolada, tomándola. La luz parpadea, se desvanece lentamente, caigo de rodillas con fuerza y lo que hay en mí se retuerce. Grito aterrorizada, sintiendo que mi vida escapa. Y la luz se apaga.

Tres Tengo sólo un recuerdo de mi madre: el día que nos dejó. Puede sonar estúpido porque sólo tenía cinco años pero el recuerdo es nítido, lo único de esa época que sigue fresco en mi memoria; lo único de mi infancia que puedo recordar. Estábamos en casa, sólo nosotras tres; Lily jugaba en el sofá y yo dibujaba a nuestra perfecta familia, apoyada en la mesilla de centro. La sentí llorar antes de escucharla. Me puse de pie y fui a su habitación, empuje la pesada puerta y la vi sentada en la orilla de la cama; estaba hecha un mar de lágrimas. No intenté preguntarle que le pasaba, sólo me quedé ahí, de pie en el umbral de su cuarto esperando que me notara. La oí murmurar que no podía más, que se estaba volviendo loca, fue cuando se volvió y me vio. —Cassie, cariño, me asustaste —Se limpió las mejillas con velocidad. Había algo en su mirada que me inquietaba—. ¿Está todo bien? —Ladeé mi cabeza y la seguí mirando sin hablar. Ella tragó saliva y vi nacer el miedo en su mirada, movía las manos como si viera algo que la perturbara. Nunca me pregunté si me temía a mí. Supongo que debí hacerlo. —¿Llorabas, mami? —dije, y no sé por qué ella se sobresaltó. Sus ojos rojos e hinchados vieron a todos lados menos a mí, pero finalmente aterrizaron en un par de maletas que estaban sobre la cama. —Claro que no, bebé, pero tengo unas cosas por hacer. ¿Por qué no vas a la sala y cuidas a Lily en lo que lo arreglo? ¿Harías eso por mami? —Se levantó y se acercó a mí, seguí sus movimientos con la mirada y noté cómo sus manos temblaban mientras acariciaba mi cara—. Cuida de tu hermana, Cassidy. ¿Prometes que lo harás? —Asentí y le pregunté: —¿Y tú, mami? ¿La cuidarás? —Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Siempre —Prometió. Me giré para ir a la sala pero al cruzar la puerta me detuve y la miré. —Mientes —aseveré; y nunca más la volví a ver.

Cuatro Saludo a papá en la cocina. Está bebiendo su café matinal entre canturreos alegres, y yo sólo quiero de nuevo irme a dormir. —¿Lily ya se levantó? —pregunta mientras me pasa una taza de café. —Sí, por supuesto que sí —digo, sarcástica. Le doy un sorbo a mi café y me quemo la lengua. Hago algunas muecas y papá se burla. No suele reír mucho, así que, aunque sea a mi costa, me alegra que sonría. Mi padre, John Blake, es mi única familia, mi salvador y de mi hermana. Usualmente me levanto temprano para despedirlo y luego me vuelvo a acostar, pero no quiero pesadillas así que decido meterme a bañar cuando él se va. Dejo mi café enfriarse y arrastro los pies por el pasillo, me dirijo al cuarto de mi hermana y aun la oigo roncar. Entro a mi habitación por mi toalla y ropa interior limpia, tomo mi teléfono móvil y me meto al baño frente a mi habitación. Pongo Las Cuatro Estaciones en volumen bajo para no despertar a Lily, dejando que el agua caliente y el delicioso violín se lleven mis amargos temores. Un golpe en la puerta me sobresalta. Cierro la llave de la regadera y agudizo el oído, no me creo que mi hermana se haya levantado antes, es todo un reto para ella madrugar. Niego y abro de nuevo la llave; en cuanto el agua vuelve a tocar mi piel, el golpe en la puerta se repite. —¿Lily? —musito inquieta. El agua sigue cayendo y no me deja oír por lo que de nuevo cierro la llave. Cuando me vuelvo, para asomarme, un jadeo asustado sale de mi garganta. A través de la cortina de la ducha puedo ver una silueta, una sombra amorfa, y algo en mí grita que no es mi hermana. Mi cuero cabelludo escuece, mi piel se eriza y respiro tan rápidamente que me aterra el sonido. Quiero preguntar si es ella, quiero tener el valor de abrir la cortina y saber qué es, podría ser la sombra de un árbol de fuera, la toalla mal colgada… De pronto la música se detiene y cierro los ojos con fuerza. Por favor, por favor, no, ruego mentalmente. Odio tanto tener miedo. Un frío extraño cae en el cuarto de baño. Abro los ojos, de nuevo mi aliento forma nubes de vapor y mi corazón le está haciendo daño a mi pecho. —Vete, por favor —Suplico en un susurro. La cortina se mece ligeramente, mi garganta se cierra y, sin poderme controlar, me acerco a ella. Extiendo la mano y

avanzo, con miedo y necesidad; la pulsante y horrible necesidad de saber qué me aterra. Mis dedos tocan la cortina, suelto el aire temblorosamente y el silencio es tan profundo que mi exhalación me impacta como si fuese un lamento. Mi pecho se eleva y cae con velocidad, intento tomar valor, cierro los ojos, los abro, aprieto la cortina y de pronto grito. No hay nada pero grito porque de nuevo golpean la puerta, con más fuerza, y no me puedo mover. —¿Cassie? ¿Estás bien, caíste? —La tensión abandona mi cuerpo al notar su tono ligero y burlón. Me alejo de la cortina y pego mi espalda en la fría pared, llevándome las manos temblorosas al cabello. Con un bajo sollozo me dejo caer al piso. Me doy cuenta de que la música sigue reproduciéndose y una lágrima solitaria cae por mi mejilla. —Estoy bien —respondo. Mi eterna mentira.

Cinco Conduje en silencio y pude sentir la mirada de mi hermana todo el camino sobre mí. —¿Se puede saber qué tanto miras? —cuestiono cuando me detengo frente a su edificio. Ella toma su bolsa y se la cuelga en el hombro, hace una mueca y me da una mirada. —No pusiste música —señala. Mis cejas se unen—. Has estado callada desde el domingo que te despertaste gritando —Me apunta con el dedo y entrecierra los ojos—. Si te estás drogando sin compartirme, me enojaré de verdad —Sonrío y le digo que estoy atrasada con muchas pólizas y demás, que los pendientes me tienen pensativa. Lily no me cree, lo sé, pero finge que sí. Igual que yo finjo que estoy bien, como cualquiera finge cuando tiene secretos. —Ya saca tu trasero de mi coche, nos vemos en la noche —Sale del auto y suspiro. Negando cansada me dirijo al retorno para ir a mi oficina. Presiento que el día será tremendamente largo.

A mediodía, después de capturar los datos de un par de clientes nuevos y terminar la mayoría de mi trabajo pendiente, llamé a Ryan, de recursos humanos, para invitarlo a tomar un café al otro lado de la calle. —Tal vez si yo durmiera contigo, tus pesadillas terminen —sugiere él con una sonrisa. Llevamos quince minutos charlando, sólo a él le contado sobre mis pesadillas y las cosas extrañas que veo, pero sólo superficialmente. Hay mucho que no le he dicho. La primera vez que le conté algo me llamó loca, bromeando, pero realmente me molestó y dejé de hablarle. Después de un par de semanas me llamó, estaba de pie en la puerta de mi oficina con el celular en la mano y una sonrisa pero la mirada seria. «Si tú crees en ello y me necesitas, yo creeré y estaré para ti», me había dicho. Y lo cumplió. No puedo explicar lo que significa él para mí, es mi refugio y tristemente también es el único verdadero amigo que tengo. —Lo dudo —digo—, si despierto de una y veo esa cara tuya corro el riesgo de infartarme —Se ríe y yo sonrío, dándole un sorbo a mi café; hago una mueca—. Me

asusta todo ahora, Ryan, no sé qué es real y qué no. Estoy siempre alerta y paranoica —Cierro los ojos y toma mi mano. —¿Le has preguntado a tu padre? Tal vez sea como un don hereditario o algo — Niego suavemente. Un don es lo que menos parece, definitivamente sería una maldición. Mi móvil suena y me disculpo con él para atender. —Hola, ¿qué pasa? —Suelto cuando veo que es Laura quien llama. —Cassidy, ¿cómo estás? Espero que bien. En fin, al grano —Ruedo los ojos, nunca cambiará—. ¡Alexander y yo nos comprometimos! ¡¡Estoy tan feliz!! —Chilla—. Y quería que fueras la primera en saberlo, llamaré a las chicas para que nos juntemos este fin de semana y poder celebrar. ¿Te parece? Te mando la dirección del bar y la hora por mensaje. ¡Qué emoción! Nos vemos —reitera y cuelga. Me quedo con la boca abierta y el celular en la mano por dos minutos completos mientras Ryan me mira, esperando. Dejo el móvil sobre la mesa y lo observo largo rato, tengo una mezcla de sentimientos que me revuelven el estómago. —¿Está todo bien? —Alzo la mirada a él y me muerdo el labio, siento ganas de llorar. —Era Laura —suspiro—. Van a casarse Ryan, quería… Quería que fuera la primera en saberlo —Se me escapa una risa incrédula y su semblante se torna preocupado. Mis ojos se humedecen pero me niego a llorar, ¿quería que yo fuera la primera en saber? Dios, ¿cómo pensé que podría funcionar? —Oh Cassie, lo siento —Toma mi mano y miro al techo, negando sin fuerza—. Vamos, fueron unos idiotas, no merecen tus lágrimas —Le sonrío. —Ahora entiendo eso de que algunas tenemos amigos hombres y no mujeres, porque en el fondo sabemos lo perras traicioneras que podemos ser —Él se ríe pero no consigo imitarlo. Lo nota y lo arregla. —Cierto, espero que tengas un buen y guapo amigo por ahí con el que contar. O acostarte —Le doy un manotazo, riendo, y me da una mirada comprensiva. Sé que sigue preocupado pero le digo que ya es hora de volver al edificio. Conocí a Laura desde preparatoria, era a quien consideraba mi mejor amiga. En la universidad conocí a Alexander, me enamoré, fuimos novios; nuestra relación titilaba, él juraba amarme y después me dejaba, volvía a pedir perdón y yo por imbécil lo aceptaba. Un ciclo vicioso que no terminaba nunca. Cuando por fin lo dejé en serio, después de casi dos años de ir y venir, Laura empezó a salir con él.

De cierta forma lo supuse, porque ella dejó de hablarme y Alexander de buscarme. Después de unos meses fui lo bastante tonta para buscar a Laura y decirle que sabía que estaba con él y, que si era feliz, a mí no me importaba, que no tenía por qué dejarme de hablar. Era verdad, pero no significaba que no doliera, o que me encantara que, después de que se lo dije, se paseara con él frente a mí. Las cosas ya no fueron igual aunque lo intentamos, porque ¿de qué hablas con tu mejor amiga? Mayormente de amor, novios, ex parejas. Era raro. Y pretender que nuestra nueva amistad funcionaba era un error, un error que hacía daño porque yo aún lo quería entonces y ella lo amaba también. Nunca reclamé sobre en qué momento decidieron darse una oportunidad, porque sabía que a ella realmente le importaba y veo ahora que él la ama también. Han pasado años, es tiempo de superarlo. Cuando me despido de Ryan y entro a mi oficina veo sentada, en una de las sillas frete a mi escritorio, a una mujer de mediana edad. Me aclaro la garganta y ella se vuelve, sonríe ampliamente al verme y se pone de pie. —¡Cassidy! —suelta, mirándome de arriba abajo—. Oh, cariño, ya eres toda una mujer —Se acerca a mí y arrugo el entrecejo, algo en ella me es familiar y me pone nerviosa, pero mi lengua paralizada no me deja cuestionarle nada. Se abalanza y me da un abrazo que me congela. Ríe cuando me nota tiesa como una tabla y me separa de ella tomándome por los hombros. Me estremezco cuando analizo su rostro. —Lo siento, nena, ¿voy muy rápido? Quizá no me recuerdas pero… —¿Mamá?

Seis Resulta que me equivoqué. La mujer, Larissa Armstrong, no era mi madre, pero sí mi tía. Sé que nunca pregunté por mamá pero creo que mi padre debió decirnos que ella tenía una hermana. No es como que no tenga más familia, pero papá es hijo único y sus parientes más cercanos son primos lejanos que ha visto rara vez. Pero una tía, una tía de verdad, eso cambia las cosas. Sin embargo, Larissa me dijo que no tenía familia propia, que, por pasarse tantos años viajando, había dejado de ver a mi madre y había desechado la idea de ser mamá. Me contó que ya se sentía vieja para andar de un lado a otro, que en un momento de melancolía había sacado su viejo álbum y se había acordado de su hermana. Dijo que había ido a nuestra casa, que había buscado información de mí y así había dado a mi trabajo. Le conté que nos abandonó hace veinte años y mencionó que la última vez que nos vio fue cuando Lily tenía cuatro años. No dejaba de hablar y tuve que decirle que no podía recibir visitas personales en horario laboral y que ya había usado mi hora de comida. Creo que se dio cuenta de que la estaba corriendo pero siguió sonriente, sólo cuando iba a irse se puso seria y agregó que necesitábamos hablar. Me dio su tarjeta, yo le di mi número y suspiré de alivio cuando se fue; grabando su teléfono en mis contactos y tirando la tarjeta. Lo admito, esa visita aún me tiene tensa, mi corazón se había detenido ante mi primera impresión sobre ella. No entiendo qué es lo que de verdad quiere si mi madre ya no está, me mantuve callada todo el rato que estuvo aquí, sólo respondiendo lo que ella cuestionaba y con cientos de preguntas en la punta de la lengua. Por la niña que fui quería preguntarle sobre mi madre, si sabía dónde estaba, por qué nos dejó, por qué nunca nos buscó. Me quemaba el miedo a las respuestas y aun así quería preguntarle. Nunca pensé mucho en ella, cuando se fue, nadie preguntó de nuevo por mamá. Papá quedó destrozado sí, y supongo que nosotras la extrañamos también, pero si alguna vez pregunté por ella no me acuerdo. Y Lily jamás ha sentido interés. Decido no contarle sobre Larissa a papá y en definitiva no le contaré a mi hermana sobre ello. No sé qué significó esa visita y hasta que no lo averigüe, lo guardaré para

mí. Mis pensamientos son interrumpidos por el timbre del elevador, que se abre frente a mí para llevarme al estacionamiento subterráneo. Entro y me abrazo a mí misma mientras las puertas se cierran y desciendo en él. Los cinco pisos para llegar me impacientan, porque siempre salgo quince minutos antes que los demás y el estacionamiento, como el elevador, están siempre solos. Mi piel se eriza y me pego a la pared del cubículo, en una esquina, para tener vista de todo el ascensor. Le doy una mirada al espejo redondo de la esquina, en el que está la cámara y entrecierro los ojos cuando noto una figura distorsionada a mi lado. Un escalofrío atraviesa mi espalda y contengo el aliento. Sé que soy yo la que está de pie en el reflejo, pero también sé que es imposible que mi sombra sea tan oscura con el nivel de luz del elevador y el ángulo en el que estoy parada. Aprieto los dientes y no parpadeo, sigo mirando con detenimiento a la sombra que se yergue justo a mi derecha. Trago saliva e inclino la cabeza y mi reflejo me imita, pero la sombra no. Mi respiración se vuelve superficial y no despego los ojos de la imagen en el espejo distorsionado. Siento frío de nuevo, quiero voltear. Los mechones que se escaparon de mi coleta y caen cerca de mi cara, se mecen con un ligero que viento. Cuando mis ojos ya están húmedos de no parpadear, los aprieto y tiemblo ante la presencia que se impone a lado de mí. No quiero sentir miedo, quiero voltear. Mi pulso errático lastima, la curiosidad hierve, el temor abre cada poro de mi piel. Respiro hondo y abro los ojos, pero cuando lo hago no hay ninguna sombra y el elevador ha abierto su puerta. Salgo a trompicones con el corazón latiendo en mis oídos. Saco las llaves de mi bolso lo más rápido que puedo, siento que el ser me persigue, siento que me observa, que viene tras de mí. Un nudo se agolpa en mi garganta y vislumbro mi coche junto a una columna a unos diez metros de mí, empiezo a trotar hacia él y las luces del estacionamiento parpadean, Suelto un grito cuando duran más de tres segundo apagadas y tropiezo con mis propios pies, no caigo, pero mis ojos se llenan de lágrimas y siento miedo. Siento un terror irracional que me cala hasta los huesos, me atrapa, me dice que voltee sobre mi hombro, que me detenga y gire, que mire, que busque, que encuentre a esa sombra en la oscuridad.

Abro la puerta de mi coche y entro con un salto, sollozando asustada, lo enciendo con lágrimas escurriendo por mis mejillas. —¿Por qué no vienes? —Sisea el viento, y grito aterrorizada antes de salir del lúgubre lugar.

Siete Manejo despacio porque tiemblo y sollozo y no quiero provocar un accidente. Tengo la sensación de que algo me acompaña pero no miro a ningún lado más que al frente y trato de no pensar. Sin embargo, cuando me estaciono en la entrada del edificio de mi hermana, el auto está en silencio y sólo puedo recordar. El sol ya se oculta y la oscuridad de la noche se acerca, me pregunto qué demonios pasó en ese estacionamiento. Siempre he percibido cosas, he visto sombras acechándome desde que puedo recordar pero esto… Esta horrible sensación de miedo y desesperación, jamás la había sentido con tanta fuerza. Mucho menos había visto o escuchado algo de la oscuridad tan claramente. Me doy cuenta de que cada vez es más frecuente, más fuerte, consciente de que está más cerca de mí, como si supiera que estoy cayendo en sus redes, que soy vulnerable, una presa fácil a su merced. Y eso me aterra aún más. El viento se estrella contra los cristales de mi auto, silba mientras se filtra por las rendijas del tablero destartalado y me arrulla, me tranquiliza; me concentro en ese sonido e ignoro cualquier pensamiento que venga a mi cabeza. Me miro en el espejo retrovisor y limpio mi cara lo mejor que puedo cuando veo a mi hermana cruzar la puerta. Agita una mano hacia el auto aunque no puede verme, sonrío al ver su cabello volar por todas partes y ensayo un par de sonrisas antes de que abra la puerta. —¡Dios, el aire está helado! —Gruñe dejándose caer en el asiento—. Creo que va a llover. No, huele como a que va a llover —Se ríe y yo sonrío mientras enciendo el auto y me pongo en marcha. Enciendo la radio en volumen bajo, creo que son las noticias pero no las escucho en realidad. Siento los ojos de Lily puestos en mí y la miro. —¿Qué? —Inquiero, notando la preocupación en su mirada. —Te ves pálida y no has abierto el pico desde que subí. ¿Va todo bien? —Me encojo de hombros aunque estoy tensa y le digo que casi atropello a alguien, que eso me hizo perder el color. Me cuenta sobre sus peleas con los clientes y trato, de verdad, trato con fuerza de escucharla y entender para responder, pero me pierdo entre su charloteo y mi

mente divaga sobre cosas que no quiero saber. Para cuando llegamos a casa se ha dado por vencida conmigo y dice que está cansada, que no va a cenar. La camioneta de papá no está en la acera y me alegra, no quisiera lidiar con sus preguntas también. Lily baja del auto y entra la casa mientras lo meto en la cochera; me quedo en él cinco minutos, sujetando el volante con fuerza. Mis hombros están rígidos como nunca, me palpitan las sienes y mi cuerpo está dolorido de tanto contener las ganas de llorar. Siento la nariz fría, mis dedos igual, me doy cuenta que la temperatura ha estado descendiendo y bajo para entrar a la casa antes de que cualquier cosa pase en este lugar. Mi teléfono vibra en mi bolsa y suspiro, entrando a la casa y poniendo el seguro antes de dejarme caer en el sofá. Enciendo el televisor sólo por tener un poco de ruido.

«Alce Rosado. Sábado, 7:30 pm. No faltes, Cass.» Laura. Casi lo había olvidado. ¿Cómo se supone que maneje todas las jodidas emociones que me han asaltado hoy? Me recuesto en el sofá y apoyo mi brazo en mi frente. Primero Laura y Alexander, el compromiso entre mi ex y mi «mejor amiga» que tendré que celebrar. La visita de Larissa y su vínculo con mamá, sigo preguntándome por qué demonios me fue a buscar. Y después eso. Cierro los ojos y escucho al meteorólogo hablar de una tormenta que se acerca. El estacionamiento, maldita sea, no quiero pensar en eso. Pero viene ese murmullo a mi mente una y otra vez, rasgando mi piel desde adentro, consumiendo mi tranquilidad. Nunca me había pasado algo así, no lejos de casa. Las pesadillas extrañas las tengo casi todas las noches, excepto cuando no está papá, cuando él tiene vueltas extras duermo bien, pero me persigue el presentimiento de que algo va a pasar. A mí o a él. Y le llamo, me dice que está todo en orden y me relajo, vuelvo a dormir. Pero otros días veo sombras extrañas, oigo murmullos bajos, mis pesadillas me atormentan y lo peor es que me sumerjo en esa densa oscuridad y no puedo despertar. Es como si mi cerebro se congelara con el frío de ese lugar, como si se ahogara en la penumbra que lo habita y en ocasiones, cuando despierto, no logro recordar. Como si al cerrar los ojos me perdiera en ese sitio oscuro y al abrirlos volviera en blanco, sin miedo en mi habitación.

No me doy cuenta de que me dormí, hasta que me despierto adolorida en la madrugada. Gimo de dolor cuando giro mi cuello y lastima. Tomo mi celular y me levanto, mi boca se siente pastosa, necesito agua. Limpiándome los ojos me acerco a la cocina. —¡Mierda! —Me quejo cuando me golpeo en la pierna con la esquina del sofá. —Esa boca, señorita —Suelto un grito y me llevo la mano al pecho. —¡Por Dios, papá! ¿Me quieres matar de un susto? —Bufo y lo miro—. Creí que vendrías hasta mañana —Me da una mirada cansada. —Yo también, pero ya ves que no —Señala el sofá, en el que estaba acostada, con la botella de agua que trae en la mano—. Iba a despertarte pero te veías muy cómoda —Rio sin ganas. —Créeme, te lo habría agradecido —Digo, masajeando mi cuello. —Yo creo que no —Responde. Me recorre un estremecimiento y frunzo el ceño mirando atrás de mí, pero no hay nada. Ruedo los ojos. —Bueno, me voy a dormir. ¿Ya cenaste? ¿Quieres que te haga algo? —Papá me da la espalda, se ve tenso. —No, Cassidy. Vete a dormir, buenas noches —Quiero preguntarle si algo anda mal, pero estoy cansada y, apretando mi celular entre mis manos, me voy a mi habitación. Me digo que me bañaré en la mañana temprano y en menos de dos minutos me quedo dormida profundamente.

Ocho Cuando me levanté papá no estaba. No tuve pesadillas por lo que supongo él se fue de nuevo cuando me acosté; detesto su turno nocturno. No me gusta cuando trabaja tanto, menos de noche y en horario corrido, porque casi no está en casa y cuando está se la pasa dormido. Decidí acostarme de nuevo pero caí rendida y cuando desperté, ya era tarde. Por primera vez, Lily es la que espera por mí. Mi cabello sigue mojado, llevo ropa sencilla y tropiezo cada tres pasos con la mirada divertida de mi hermana puesta en mí. Mi móvil suena, me avisa de una llamada entrante que no tengo tiempo de contestar. Camino de arriba abajo, o más bien troto, para terminar rápido. —Tu teléfono está sonando —dice mi hermana con voz cantarina—. Uy, un número desconocido, ¿es el que te vende las drogas? —Finge estar horrorizada. Le doy un golpe en la cabeza mientras le arrebato el aparato y me grita algo sobre despeinarla y pegarme de vuelta. —Deja lo de las drogas, que papá empezará a sospechar —Suelto, ella me da una sonrisa ladina. —A sospechar, ¿eh? Eso quiere decir que sí te drogas —Pongo los ojos en blanco, metiendo mi móvil a la bolsa y me la arrojo al hombro. Tomo las llaves. —La única droga que necesito es silencio —La empujo hacia la puerta y sale mientras cierro. —¿Ya no quieres los susurros? —El corazón me salta en el pecho y mi cara vuela hacia ella, está de espaldas a mí y la jaloneo para que me mire. —¿Qué dijiste? —Ella se queja y zafa su brazo, mirándome confundida. —¿Qué? No dije nada —Quiero golpearla. —Te escuché perfectamente, Lily, no es divertido —Ella extiende los brazos. —No sé de qué estás hablando, no dije ni una mierda —Me enfado y aprieto los dientes mientras me fulmina con la mirada. —¿Qué te crees? ¿Qué estoy sorda? —Espeto y rueda los ojos. Baja las escaleras y respiro hondo antes de terminar de poner el seguro. Abro la cochera para sacar el auto, ella espera a un lado del camino bufando cada tanto y balbuceando lo imbécil que puedo ser. Algo me aguijonea en el pecho, no me gusta que peleemos por nada, porque nunca realmente nos enojamos. Subimos a mi auto, cierro la cochera y cuando la escucho decir que estoy loca me entran

ganas de llorar. ¿Qué demonios me pasa? Muerdo mi labio y me obligo a no pensar en eso. Tomo la avenida principal y acelero para que no llegue tarde por mi culpa. La llamada perdida es de Larissa, pero no la contesto cuando vuelve a llamar y sé que no quiero hablar con ella en un rato. Lily me cerró la puerta en las narices sin decir adiós y de verdad espero se le pase para la tarde. Con un suspiro de alivio llego justo a tiempo al trabajo, lamentándome por no alcanzar a pasar a la cafetería. Con una sonrisa alzo la mano para saludar a Liz, la recepcionista, y es cuando me doy cuenta de que olvidé ponerme un brazalete. Bajo la mano con velocidad pero ella no lo nota y me apresuro a mi oficina. Afortunadamente siempre tengo un par de brazaletes y varias pulseritas aquí. Me dejo caer en mi silla, abro el cajón derecho inferior y tomo uno de cuero trenzado con dijes de mis iniciales. Dos centímetros de ancho, cubre suficiente. Apoyo el brazalete en mi muñeca y antes de abrocharlo mis ojos se posan en lo que intento ocultar. Un sábado por la mañana, cuando tenía dieciséis años, llegué a casa ahogada en alcohol. Fue una de esas fiestas del viernes por la noche, una, en la que decidí dejarme llevar por primera vez. En fiestas anteriores me tomaba una cerveza, sólo para que nadie me presionara sobre beber, pero ese día yo decidí hacerlo y sigo sin estar segura de si me arrepiento o no. Papá había dicho que llegaría en la mañana del sábado y Lily se había quedado con unas amigas en una pijamada, por lo que se me hizo fácil irme a pasar un buen rato. Pero el sol salió antes de que llegara a casa, cuando entré tambaleándome por la puerta, mi padre me recibió enfurecido. Estaba tan preocupado que había llamado a la policía y yo me sentí avergonzada y molesta por su reacción, tanto que sólo me metí a mi cuarto y me encerré. Lloré durante una hora. Me sentía terrible físicamente pero me sentía mucho peor emocionalmente y cuando me cansé de llorar, me desvestí y dormí durante horas. Unos golpes en la puerta me despertaron, era casi medio día, papá dijo que bajara a comer algo y se fue. Me dolía la cabeza como nunca en mi vida y sentía la boca seca y el estómago revuelto. Sin embargo, cualquier queja que tuviera se evaporó cuando vi mi muñeca izquierda. Tenía ligeras marcas de sangre y una venda encima. Las lágrimas se agolparon en mis ojos antes de poderlas detener. Me mantuve mirando mi muñeca casi sin respirar, mi corazón latía con rapidez mientras mi

cabeza daba vueltas buscando una explicación. Por supuesto no tenía la más remota idea. Temblando alcé mi mano derecha para descubrir la venda. Me aterraba y a la vez me intrigaba saber qué me había pasado. Qué había hecho. Parpadeé con fuerza para alejar las lágrimas, aunque el nudo en mi garganta no desapareció y lentamente desenrollé la holgada gasa. Cuando la venda cayó, un sollozo abandonó mi garganta y mi corazón se detuvo por lo que pareció una eternidad. Oscuras y brillantes, al tamaño de mi pulgar, picando, clamando por atención en la sensible e hinchada piel, unas letras sobresalían para formar una palabra: Recuerda Me había tatuado. Y lo peor, es que aún no puedo recordar dónde lo hice ni por qué. Le confesé a mi padre sobre él y planeó ir a cada local de tatuajes cercano para reclamar pero, ¿quién en su sano juicio admitiría que tatuó a una ebria menor de edad? Sólo mi hermana y mi padre saben de él porque desde ese día he vivido ocultándolo. Imagino a la gente preguntando por él, sobre qué significa y dónde me lo hice, y me da pánico no saber que responder. Ni siquiera a mí. He pasado horas en mi habitación, contemplándolo, repasando con mi dedo su contorno y, en ocasiones, apenas soportando un nudo en mi garganta por no saber qué significa. Aunque hay tantos vacíos de memorias en mi vida que posiblemente se refiera a mi existencia en general. Es irónico que olvide por qué me hice un tatuaje que me ruega que recuerde. Casi podría reírme de mi patética vida. Casi.

Nueve Paso la mañana haciendo todo por inercia, con la mente casi en blanco y perdiendo minutos de mi tiempo mirando a la nada. Después de los insistentes mensajes de Laura preguntando qué usaré el sábado, decidí apagar mi móvil. Por lo que ahora Ryan está de pie al otro lado de mi escritorio invitándome a comer. —Vamos, no seas amargada —Resoplo. Cómo detesto que me digan eso. Tomo un bloc de notas y se lo lanzo. —No soy amargada, no tengo ganas y ya —Él rueda los ojos, me lanza el bloc de vuelta y se pone de pie. Se gira para irse y se da una nalgada mientras me mira. —Tú te lo pierdes —Me rio. Él sonríe y se va. En cuanto sale, mi sonrisa desaparece y tiro la cabeza hacia atrás mirando al techo. Es uno de esos días en que sólo quiero aventarme a mi cama y no pensar ni hacer nada. Apenas tengo energía para mantener los ojos abiertos. Me acaricio la muñeca y cierro los ojos, como si con esto todas mis preguntas obtuvieran una respuesta. Me imagino con ese poder de tocar objetos y ver su pasado o alguna cosa así, para matar el tiempo. Unos golpes en la puerta me sobresaltan y me hacen enderezarme con rapidez. El odioso hombre castaño de recursos humanos está parado en la puerta de mi oficina con una bolsa en la mano y una bandeja en la otra. Me pregunto con qué tocó la puerta. —Mira a quien tenemos aquí —Le digo con una sonrisa burlona—. Ryan White, ¿acaso no puede estar diez minutos sin mí, señor? —Ni un minuto —dice y arruga la nariz. Sonrío y señalo la bolsa de papas fritas que trae, con gesto interrogativo. Se encoge de hombros—. Tienes cara de culo, así que la comida no era opción. Pero —agita la bolsa de papas fritas—, porquería sí —Me la tiende y se la arrebato indignada. —Esto es la gloria, no porquería —Se sienta frente a mí y empieza a devorar su comida. Le agradezco por las papas y finjo que le oigo cuando empieza a charlar porque mi mente va a la deriva con pensamientos oscuros. —…Y supe que estaba destinada para mí, con esa pierna robótica y los ojos rojos llenos de pus —Mi mirada deja la pared y cae en sus ojos ambarinos con velocidad. —¿Qué dem…? —Él se ríe y cierro los ojos avergonzada de no ponerle atención. Pronto cambia su mirada divertida por curiosidad.

—Llevo siglos hablando de gilipolleces y apenas lo notas —Deja su bandeja vacía sobre la otra silla y me doy cuenta de que sostengo una papa en la mano que no he terminado de comer. La regreso a la bolsa. Miro a Ryan y él ladea la cabeza—. Dime —Pide. Suspiro y trago saliva porque de nuevo siento ganas de llorar. No soy esta persona, no soy de las que lloran ante nimiedades. Soy fuerte, el pilar de mi padre y lo único que le queda a mi hermana; lucho por lo que quiero hasta que lo consigo, he soportado el temor de mis pesadillas en silencio, no me quiebro. Sin embargo, los último días han sido demasiado, en todos los sentidos. Apoyo los codos en mi escritorio y lo miro a la cara. —Tengo algo que decirte. —La preocupación y el desasosiego cruzan su rostro pero adopta una expresión tranquilizadora y amable. Y le cuento todo. Todo lo que sé y lo que no sé. Lo de mi madre que nunca le conté, la forma en que nos abandonó; lo de mi tía, lo sueños que empeoran, aquella fiesta a los dieciséis, lo de mi tatuaje. Mi falta de recuerdos, y el terrible miedo que siento de enloquecer. De que todo sean alucinaciones, que mi paranoia sea un síntoma de la demencia; todas mis teorías estúpidas, mis temores irracionales. Sólo sale, hablo sin parar y siento mis pulmones vacíos de aire pero a mi pecho ligero cuando termino de hablar. Él me mira por un largo minuto. Mis ojos están humedecidos y mentalmente ruego que no me llame loca porque me va a destrozar. —¿Cómo has soportado esto tú sola? —Pregunta suavemente. Y me desmorono. Las lágrimas abandonan mis ojos y calientan mis mejillas antes de que las pueda detener. Ryan llega a mi lado en un parpadeo, sofoco un ligero sollozo en su pecho cuando me abraza con fuerza. Lloro en silencio mientras él acaricia mi cabeza tiernamente, mi corazón duele de una manera más soportable y mi frustración, mis temores, aminoran con cada lágrima que cae. Quisiera desahogarme como realmente quiero hacerlo, llorar como una cría, sollozar como mis pulmones me lo piden y quizá gritar de rabia. Pero no puedo hacer una escena frente a él, menos en mi lugar de trabajo y aunque intentara, estoy segura de que simplemente no podría. Me despego de él y limpio mi cara con velocidad.

—Bueno, con eso es suficiente —Lo miro y él niega. —Ni lo pienses. Vamos a hablar de esto —Frunzo los labios y le doy una mirada a mi ordenador. —Sí, tal vez luego. Es hora de volver a trabajar —Le sonrío pero no se mueve—. De verdad, lo hacemos después. —Ryan se incorpora y me señala con el dedo. —Vamos a cenar saliendo de aquí y hablaremos —Me rio. —Que pésima manera de pedirme una cita —Él entrecierra los ojos—. No puedo, tengo que llevar a mi hermana a casa —suspiro y me paso la mano por el cabello—, y antes de que digas que le deje el auto y tú me llevas a casa, te aviso: no sabe conducir —me da media sonrisa y me alivia un poco que deje de estar tan serio. —Qué casualidad. Bien, te veo en tu casa —anuncia y se encamina a la puerta. —¿Qué? No, no, no, no. No puedes ir a mi casa. —Me apresuro a decir. Él se gira y rueda los ojos. —No te estoy pidiendo permiso, Cassie —En serio, no vayas. No es algo contra ti. No puedo llevarte, no quiero. Es que — balbuceo—, bueno, es que no llevo a nadie ahí —Sus ojos brillan maliciosos. —Quieres decir que no has llevado a ningún hombre ahí —Declara. Se cruza de brazos y enarca una ceja—. ¿Has tenido novio, Blake? —Me rio. —Sabes que sí, más de los que quisiera —Aprieta los labios—, pero no es sobre eso, simplemente no quiero que vayas. —Ryan suspira exasperado y lo interrumpo cuando abre la boca para replicar—. Mañana, mañana hablamos —Prometo con una sonrisa. No me la devuelve. —Vamos a hacer algo al respecto, no puedo permitir que sufras así —Hace un ademán y sale de mi oficina antes de poder agradecerle. No es personal, no llevo a nadie a casa desde que puedo recordar. Laura, que fue mi más cercana amiga, sólo se paró ahí en dos ocasiones: cuando enfermé y cuando huyó de casa. Y me siento mal por eso, porque nunca la invitaba y, si quería ir, me negaba. Las noches de chicas eran en su casa y odiaba con todo mí ser dejar a mi hermana, no soportaba la idea de que algo malo le pasara. Que la acosaran esas pesadillas y presencias. Afortunadamente, al contrario de mí, siempre tuvo amigas con las que salir.

Toda mi situación paranormal hizo que no tuviera amigas y que me rodeara de brazos fuertes y labios distractores. Un tema para otro día. Pienso en Laura y recuerdo que he sido cruel al no responderle ni un mensaje, no quiero que crea que no me alegro por ella, porque lo hago. No diré que no duele o que no es raro, pero me hace feliz que esté feliz. Tomo mi móvil y lo enciendo, preparando un simple texto:

«Me pondré lo que quieras. Nos vemos ahí.»

Diez —¡Otro día, otro dólar! —Grita mi hermana en mi cara. Acabo de bañarme y es tan raro que ella haya madrugado que apenas puedo reaccionar. Le doy un manotazo y le pido que me prepare un café. Papá no volvió anoche y cuando le llamé me dijo que había venido en la tarde a dormir un poco y por ropa. Salió de nuevo hoy, muy temprano. —Tu cara es lo más horrible que he visto nunca —Comenta Lily y ruedo los ojos. —Me alegra que estés animada —digo sin emoción —, ¿te caíste de la cama o algo? No sé qué hacer con mi vida ahora que no tengo que rogarte para que muevas tu culo —Me da una taza de café e inhalo hondo de él antes de darle un sorbo. —Ja, ja. Qué divertida —Dejo la taza en la barra y me hago una coleta con el cabello mojado—. Pues Joe pasará por mí y no quiero tener los ojos hinchados y saliva en la barbilla cuando me vea, como tú —Le dedico una mueca y me limpio la barbilla. —Creí que Joe era, y cito: “Más corriente que mi bolso de rebaja” —Imito su voz chillona y simula estar escandalizada, tratando de ocultar una sonrisa. —Tal vez me fijé en sus sentimientos —Me mira inocentemente y me rio. —Para eso tú habrías de tener sentimientos —Se lleva una mano a la frente y otra al corazón. — ¡¿Cómo osas decir eso?! Si tuviera corazón, ¡lo habrías hecho trizas ya! —Pongo los ojos en blanco y me encamino a mi habitación por mi camisa, con la risa de mi hermana tras de mí—. ¡En serio Cass, es lindo! —Grita y sonrío. Me viene a la cabeza Ryan y su preocupada mirada. Me llamó ayer cuando salimos del trabajo y estuvimos charlando por texto en la noche, pero evadí certeramente cada intento suyo de hablar de lo que le conté. Una parte de mí quiere saber lo que piensa, preguntarle si me cree de verdad o si sólo finge apoyarme para que no le cause problemas. Me pregunto si en secreto planea internarme en un psiquiátrico o si es cierto que quiere ayudarme a resolver esto. Podría preguntarle lo que piensa de mí, pero si no me cree, me hará caer al abismo. Sin embargo, me hizo pensar anoche, cuando me dijo que debemos empezar por cosas pequeñas, como lo de mi tatuaje. Cambié el tema cuando lo mencionó pero ahora sólo puedo pensar en encontrar respuestas.

Cerca de la medianoche llamé a Larissa, quería preguntarle sobre mamá pero la llamada fue directa al buzón y no dejé ningún mensaje. Me sentí estúpida, ese debería ser el menor de mis problemas. Termino de abrocharme la camisa y tomo mi bolso, cuando me giro para ir a la puerta suelto un grito asustado. —Por Dios Lily, ¡¿qué pasó?! —Me acerco a ella corriendo y examino su cuerpo. Su blusa está bañada de rojo carmesí y su mirada está en blanco, tiene la boca abierta y parece tan aterrada que no logra articular palabra. Tiene las manos sobre su abdomen pero no me deja apartarlas para ver. Mis ojos se nublan por las lágrimas. —Lily, déjame ver. ¿Qué pasó? —Cuestiono con un hilillo de voz. Logro poner sus manos a sus costados, está en shock y tiene unas heridas terribles en su vientre y el pecho. Como puñaladas, largas y abiertas. Entonces araña su piel herida, provocando que más sangre emane de ella. —Basta, debo llamar una ambulancia —Manoteo con ella para que deje de hacerse daño pero no lo consigo—. ¡Detente! Alto, te haces daño. ¡¡Basta, Lily!! —Grito desesperada. —¡¿Qué demonios quieres?! ¡Ya me voy, no pases por mí en la tarde! —Escucho desde la sala y la puerta se cierra. Escapa de mis labios un jadeo aterrado y me quedo sin aire. Mis ojos se agrandan tanto que las lágrimas logran escapar. No. Quiero mirar mis manos húmedas por la sangre de mi hermana, saber que es falsa, pero no puedo apartar los ojos de lo que está frente a mí. Sus ojos se deslizan lentamente del vacío al que miraba y se posan sobre mí. Me congelo. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza y el cabello de mi nuca se eriza. Mi corazón late tan rápido que duele y repito en mi mente que esto no puedo ser real. Pero entonces sus ojos sin vida se tornan suplicantes y dos palabras salen de su boca una y otra vez. —Debes hacerlo. Debes Hacerlo. Debes hacerlo. Debes hacerlo… —Es un murmullo bajo, un ruego, un canto. Me atemoriza y me seduce y mi alma reconoce la voz de mi hermana pequeña como a una chiquilla perdida. Pero mi cerebro está estallando, enfurecido porque algo va mal y no lo logro entenderlo. El ente, mi hermana, extiende un cuchillo para mí, lo veo de reojo pero no lo miro.

Nuestra mirada está enganchada, estoy atrapada, atemorizada y tan paralizada que no puedo ni parpadear. No es ella, lo sé. No es mi hermana. Pero la toqué, la sentí. Viva, con sus heridas visibles y su sangre escarlata colándose entre mis dedos. Parpadeo una vez, dos, tres. Respiro rápidamente y de manera tan superficial que temo no estarlo haciendo en absoluto. Mi hermana salió, ella salió hace un momento, nunca estuvo aquí. Ella no estaba herida, ella no me tendería un cuchillo, ella tiene brillo en su mirada. No es así. No esto que tengo enfrente. El ser parece darse cuenta de que salgo de mi ensimismamiento y su cara se transforma poco a poco en algo vil y sobrenatural. Quiero gritarle que se aleje, salir corriendo, pero sigo sin poder moverme. Mi cuerpo no responde a mis suplicas de escape. Entonces sonríe, malvado, conocedor, como ese cazador que juega con su presa; se inclina, poco a poco, con los movimientos sigilosos y seguros de un predador. Clava sus uñas en la carne rasgada de su pecho y se los lleva a los labios para probar. Sollozo, deseando que desaparezca, con las lágrimas empapando mis mejillas mientras toma el cuchillo y lo entierra en su vientre con un grito siniestro. Alargo mis manos para detenerla en modo reflejo, porque luce como mi hermana y la debo proteger. Pero no es mi Lily, no lo es. Bruma negra brota de ella y me llevo las manos a la boca para sofocar un grito. Se desvanece lentamente, ahogándose entre su propia nube de oscuridad mientras caigo al suelo derrotada. Mi estómago se retuerce y presiono mis manos en mis oídos, mientras chillo con fuerza para no escuchar. Pero no importa cuán intensamente grite ni con cuanta vehemencia suplique por paz, porque su voz está en mi cabeza, todavía rogando, esas dos palabras repitiéndose sin parar. Dos palabras que suenan a un presagio, a mi destino sellado y que me atemorizan aún más que lo que acaba de pasar.

Debes hacerlo Debes hacerlo Debes hacerlo ¿Por qué siento que es verdad?

Once Llamo a la oficina de mi jefa inmediata en cuanto puedo respirar con normalidad. Le comento que tengo una baja de presión y que la cabeza me va estallar, por lo que no voy a ir a la oficina. Es una tipa dura, según me dicen, pero dado mi buen historial no tiene reparos en aceptarlo. Odio faltar, ser impuntual o cualquier cosa que muestre irresponsabilidad, pero estoy más que segura que lo que acabo de pasar justifica esa falta. A pesar de ver mis manos limpias me di una larga ducha, no podía quitarme la imagen de la sangre de mi hermana en mis manos. Fuese o no real. Intenté llorar mientras el agua caliente me quemaba, pero no pude; y el pecho me dolía como si lo hiciese. Como si todo el dolor que siento, el miedo, la incredulidad, el desprecio, formaran parte de mí y no pudiera deshacerme de ello con unas simples lágrimas. Tomo una manta y me acuesto en el sofá, cubriéndome hasta la barbilla. Enciendo la televisión para mantener mi mente ocupada, lo último que quiero es analizar lo que sucedió hace una hora. Pero en realidad ni me entero de lo que estoy viendo y tampoco estoy segura de si quiero dormir. La sola idea de que ese terror me persiga en sueños, me hace mantener los ojos bien abiertos. Recibo un par de llamadas de Ryan, otra de Laura, una inesperada de Maggie —del círculo de amigas de Laura, conocida de la universidad— y respondo a todas con tanta tranquilidad que me asusta. Quiero decir, acabo de pasar por una mierda traumática y actúo como si de verdad sólo fuese un dolor de cabeza, como si mis emociones no estuvieran agitadas y ahogándome. Un sonido en la puerta me hace saltar del sillón, aferrando a mi pecho la manta, como un escudo. No puedo ser más patética. Me doy cuenta de que el sonido es el titilar de unas llaves y siento alivio al ver que papá por fin vuelve. Tengo que luchar muy duro para no saltar a sus brazos como una niñita asustada; por más que sienta que lo soy, por más que desee encontrar protección en sus brazos. Supongo que sería raro para ambos, nunca hemos sido muy expresivos el uno con el otro. Me mira sorprendido y asustado, lo cual me descoloca un poco y me cruzo de brazos porque siento que notará que estoy temblando. —Tal vez ésta es mi señal —dice en voz baja y frunzo el ceño—. ¿Qué haces aquí? ¿Te sientes mal? —Cierra la puerta y deja su pequeña maleta en el suelo. Se quita la

chaqueta con movimientos torpes y puedo ver lo fatigado que está. Suspiro y tiro la manta al sofá. Necesita dormir, necesita descansar, sólo descansar sin preocupaciones. —Sí, amanecí con un terrible dolor de cabeza y no me sentí capaz de conducir. Pero ya estoy mejor —agrego. Él se masajea el cuello y me da una mirada sobre el hombro mientras se dirige a la cocina. — ¿Segura, cariño? Te ves pálida —Camino detrás de él y por un segundo quiero contarle todo. Por sólo un segundo. Esa necesidad desaparece tan pronto como llega. —Por el fin de mes, tengo muchos pendientes —Me apoyo en la barra mientras husmea dentro del refrigerador. —Entonces, ¿estaría bien un jugo? —dice en un murmullo. Tal vez suene raro pero es una cosa nuestra. Como esa conversación incómoda cuando tus padres te preguntan por tu vida amorosa, pero evitamos lo incómodo y sólo me prepara un jugo. Es simple, nada de charlas raras; su forma de demostrarme que se preocupa, supongo. —Creo que sí, voy al baño —No dice nada y se pone en lo suyo mientras tomo el pasillo. Cuando cierro la puerta suelto un largo suspiro. Abro la llave del lavabo y me paso las manos mojadas por el rostro, cuando me miro en el espejo, no me reconozco. Realmente luzco pálida, mis usualmente rosadas mejillas están sin vida, sin nada de color y ligeramente hundidas. Bajo mis ojos hay sombras oscuras y profundas que antes no estaban y mi mirada se empaña por las lágrimas que no logran salir. Me duele ver a esta extraña, ver sus ojos sin esperanza, rebosantes de miedo y no poder hacer nada para ayudarla. Miro al techo y parpadeo un par de veces para ahuyentar las ganas de llorar y me aclaro la garganta antes de salir. Arrastro los pies hasta un taburete en la barra y papá no me mira mientras pone el vaso frente a mí, nunca lo hace. Lo tomo y le doy un sorbo, hago el sonido de aprobación de siempre y él se sienta frente a mí, con la barra de por medio. Me observa mientras doy un largo sorbo y baja la mirada, es como si quisiera decir algo pero no lo hace y esta vez me molesta. No importa que siempre lo haga, me molesta porque esta vez lo necesito. Esto del jugo es de vez en cuando, creo que cuando me ve así de vulnerable, no lo sé. Creo que siente que me voy a romper y me pregunto si es porque sabe lo que

me sucede. Pero no hay manera de que lo sepa. Lo miro y nuestros ojos se enganchan, lo veo tragar saliva y mi lengua se traba porque vienen las palabras, las siento aquí, pidiéndome que le cuente. —Creo que debes intentar dormir —Su mirada se oscurece y noto un atisbo de miedo en ella. —Sí, yo también —Le doy media sonrisa y le agradezco por el jugo mientras me alejo. Papá suele ser bueno en ocultar sus emociones, es algo que le agradezco porque me ha ayudado todo este tiempo. Pero el miedo es algo que no se puede ocultar, al menos no por mucho tiempo. Creo que él había intentado ocultarlo desde hace mucho, y me aterra pensar que es por mí. Que él teme de mí.

Doce Me siento exhausta y pesada cuando me hundo en mi cama. Larissa me llama y no sé por qué, pero me molesta. No la conozco, llega un día de la nada a mi vida queriendo involucrarse y aventarme confeti a la cara para sólo desaparecerse al siguiente y volver a manifestarse en mi peor momento. Vale, eso no tiene sentido, no tengo derecho a exigirle nada ni a esperar que resuelva mi vida sólo por ser hermana de mamá, pero me molesta. Me molesta que me haga tener más preguntas de las que ya me asfixian. Pongo mi móvil en silencio, es casi medio día y no dudo que Ryan va a estar llamándome cada cinco minutos. Ese hombre puede ser un dolor en el trasero a veces. Cierro los ojos y trato de no pensar en nada. Resulta algo sencillo en realidad, porque tengo bastante sueño. Siento que se me adormece el cuerpo, que mis emociones se relajan, veo el rostro sonriente de Ryan y me pregunto si debo darle un golpe por incitarme a buscar respuestas. Porque ahora es en lo único que pienso, en de verdad buscar, investigar qué pasa conmigo por más miedo que me cause. Vamos, que ya he sentido suficiente miedo, no puede hacerme ningún daño un poco más. Miedo. Incluso la palabra asusta, creo que he vivido con miedo toda mi existencia. Lo peor es, que no sé con certeza a qué le temo. Intento abrir los ojos pero resulta demasiado cansado, mis párpados pesan y me marea intentar forzarlos a levantarse. Mi aliento acaricia mis labios y mi corazón da un salto en mi pecho porque sé que los tengo cerrados. Siento un escalofrío, no, siento frío, como si yaciera sobre la nieve helada. Floto, me desplazo en la nada y percibo la oscuridad a mi alrededor. Me revuelvo en la cama, una parte de mí quiere luchar por despertar y la otra perderse en ese vacío. Vacío. Hay algo en el vacío, sé que no estoy sola aquí. Mi nombre. Lo escucho, es un susurro suave y lo busco. Podría darme respuestas, podrían ser viejos recuerdos. Recuerdos, necesito mis recuerdos, el tatuaje me lo dice; necesito recordar, necesito esas memorias que me faltan. Siento mis pies moverse, camino con familiaridad en la oscuridad, creo que ha sido mi hogar siempre. Quizá un refugio. Susurros, me acarician los susurros y veo a lo

lejos un rayo de luz, corro hacia esa esperanza con desesperación pero parece alejarse cuando creo acercarme. Mi aliento forma nubes blancas a mi alrededor, siento frío de nuevo y me detengo, algo se agita en mi interior y giro sobre mis pies para mirar a mi alrededor. Estoy sola aquí, sé que estoy sola aquí pero no me siento así. La oscuridad es como un parásito, se siente real, tan tangible. La respiro, me rompe, me abraza y de nuevo me rasga. Cada vez es más difícil fingir que no me llama, que no forma parte de mí. Soy yo, esta oscuridad soy yo y me horroriza. Mi respiración se acelera, mi corazón hace daño con cada desbocado latido que logra dar. Quiero correr, necesito gritar; pero no puedo moverme y mi garganta se siente cerrada. Algo mece mis cabellos, se enreda entre mis dedos, puedo sentirlo. Cierro los ojos porque no quiero verlo, sé que va hacerme daño. Tiemblo. Debo hacerlo, debo hacerlo, debo hacerlo… Mi piel se eriza, mis poros se abren, pruebo el miedo en mi boca y abro los ojos. Veo el rayo de luz de nuevo, pero parpadea. Siento mis pies desplazarse otra vez, avanzo hacia ella. Unos chillidos en la distancia me hacen estremecer, son tétricos y hacen daño de una manera que no puedo explicar. Siniestros, son siniestros. Huyo de ellos, quiero apresurar el paso pero mis pies no me obedecen. Avanzo despacio y frunzo el ceño cuando la luz toma forma. No es un rayo ni la esperada luz al final del túnel. Es algo que parpadea, es blanco, es azul. Siento que floto, que algo en mi interior se regodea. Necesito acercarme. Esta vez la luz no huye pero puedo sentir mi cuerpo alejarse, de cierta manera estoy de nuevo huyendo pero esta vez no quiero huir. No quiero irme. Necesito saber, necesito entender. La ansiedad vuelve, se siente como si gritara una cuenta regresiva y el tiempo se me agotara para descubrir lo que veo. Puedo sentirme llorando, la desesperación reemplazando al miedo. Entrecierro los ojos, la luz se va desvaneciendo. —No, por favor. —Suplico. Me desconcierta el dolor en mi voz y es cuando lo veo. Es un letrero. Un letrero que sé que he visto antes. Caigo al suelo. La luz desaparece de nuevo, mi corazón late cada vez más rápido y me arrastro en un intento desesperado por llegar a esa incierta luz. Intento retenerla, lucho con fuerza, pero la cuenta regresiva está llegando a su final—. Por favor —Ruego y mi cuerpo me traiciona. Caigo al suelo completamente consumida por el cansancio. Inclino la cabeza en un último intento por retener la imagen pero mis ojos se cierran. Las lágrimas bañan mi rostro, el pecho me quema, mi cuerpo me ruega que me deje ir. La oscuridad parece

consolarme. Sollozo y me pierdo. Me pierdo de nuevo en este vacío inmenso. Por primera vez lamento dejarlo, por primera vez no siento miedo, por primera vez lo entiendo. Debo hacerlo. Sólo debo hacerlo.

Trece Cuando abro los ojos, mi habitación está completamente oscura. Me siento al borde de la cama, sujetando mi cabeza porque me siento mareada y con un vistazo a la ventana descubro que ya es de noche. Desbloqueo mi celular y frunzo el ceño. Creí haberlo apagado. Las notificaciones saltan en cuanto la pantalla se ilumina, pero las ignoro y sólo miro la hora. Siete treinta y cuatro. No me puedo creer que haya pasado tanto tiempo dormida. Me quedo mirando a la nada por varios minutos hasta que mi vaga mente regresa a mí y me doy cuenta de que tocan la puerta. Me agito, pero cuando entra la luz del pasillo y me baña la cara, me da un increíble alivio. —¿Ya te podriste? Apesta aquí dentro —Lily enciende la luz y entrecierro los ojos, se pasa directo a la ventana y la abre—. Papá me dijo que te sentías mal y que no te molestara —se sienta a lado de mí y me da un empujón—, pero mi parte favorita del día es molestarte —Me rio con naturalidad y la miro, sé que está preocupada. —Quería saber que se siente faltar sin motivo. —Explico y me pica las costillas. —Ya sabía yo que estabas teniendo esa punzada adolescente de efecto retardado. Las drogas, irte de pinta —chasquea la lengua—, es la crisis de los treinta. —Tomo un cojín y le golpeo la cara. —Aún me quedan siglos para eso —Gruño, ella se burla. —Cinco añitos se van corriendo. —Tú también estás vieja, listilla —Arquea una ceja y se levanta. —Siempre seré más joven que tú; siempre, siempre, siempre. —Me rio y aplaude varias veces—. ¡Venga, anciana! Mueve tu arrugado trasero y hazme unas palomitas —Le arrojo el cojín y la persigo. —¡Cállate! —rujo. Su risa me hace sentir cálida, en casa, segura. Quizá sea por su desconocimiento de lo que pasa conmigo, esa dulce ignorancia me hace sentir en paz y me deja ser yo misma, sentirme normal. Sé que no la engaño por completo porque a veces la descubro observándome con preocupación, revisándome cuando cree que ya estoy dormida, pero siento que no confiarle mis secretos es lo mejor que puedo hacer para protegerla. Así que tomo una bolsa de palomitas y la meto al microondas mientras ella se arroja al sofá, poniendo una de sus series favoritas. Me uno a ella en cuanto están listas y

nos acurrucamos en el sillón. No le pregunto por papá, ni por cómo le fue en el trabajo. Simplemente comemos palomitas y escuchamos chistes que aun siendo absurdos nos hacen reír. La disfruto ahora porque son estos días los que me hacen soportar los sombríos. La disfruto ahora, porque no sé qué va a pasar después, porque tengo algo que hacer, algo que me da miedo y de lo cual tengo un mal presentimiento, pero que tengo que hacer. Porque no puedo vivir por siempre así, no puedo. Así que aquí estoy, fingiendo que no siento media alma drenada.

Son apenas las diez y media cuando mi hermana se da por vencida después de un par de cabeceadas. Se va a su habitación mientras apago el televisor y las luces. Mi móvil suena y contesto fingiendo voz adormilada para deshacerme de quien llame. —Cassidy, lamento si te desperté pero necesito hablar contigo —La voz de Larissa suena nerviosa y me pone en guardia automáticamente. —¿Está todo en orden? —Hace un sonido de negación—. ¿Qué pasa? —Camino rápido hasta llegar a mi habitación y cierro la puerta con seguro. No es como si mi voz se escuche menos por el seguro pero no quisiera que Lily supiera de Larissa así. —Tengo que hablar contigo, linda. Es importante. —Trata de sonar tranquila pero su voz suena tensa. —Escucho —Digo y ella suspira. —No, no por teléfono. No quiero que pienses que estoy loca. —Su risa nerviosa hace que mi piel se ponga de gallina y mis tormentosos sueños vengan a mi mente. —No, no pensaría eso, de verdad —Presiono. Mi estómago se agita ante su silencio. —Prefiero esperar a mañana, frente a tu trabajo hay una cafetería. Te veré ahí cando salgas de trabajar —Su voz se quiebra y me pregunto si está llorando—. Sé que te has estado preguntando por qué fui a buscarte y por qué desaparezco. Esto es difícil para mí, Cassie, porque temo tus preguntas y temo aún más tu reacción a mis respuestas. Mi hermana era lo único que tenía; me la recuerdas, tú te pareces tanto a ella que la idea de que sufras… —Escucho que solloza al otro lado de bocina y un nudo se asienta en mi garganta—. ¿Quién es? —Pregunta en voz alta y

espero escuchar algo, pero sólo percibo su respiración agitada—. Cassidy, te veo mañana —susurra y cuelga. Un escalofrío me recorre. Me deja de nuevo con las emociones revueltas y cientos de preguntas flotando en mi mente. ¿Quiere hablarme sobre mamá? ¿Qué puede ser tan importante? ¿Qué le preocupa de mí? ¿Por qué nunca me pregunta por Lily? ¿Acaso sabe de los sueños, es algo familiar, un secreto? Gruño y me acerco a la ventana, el aire fresco acaricia mi cara y me hace suspirar. Debería dormirme ahora y descansar tanto como pueda. Desbloqueo mi móvil para ponerme al corriente. Veo un texto de Larissa pero lo salto para ver el de Laura, me dice que mañana por la tarde me dirá cómo debo vestirme. Veo un mensaje de Lily recordándome que no pase por ella y sonrío, tendré que acosarla sobre el tal Joe. Las esperadas llamadas perdidas de Ryan me hacen reír y me sorprenden por igual. Siempre se ha preocupado por mí, pero esto es exceso. Claro que antes lo que le contaba de mí eran sueños oscuros de voces vacilantes y sombras raras, nada más. Ahora sabe todo, ahora me conoce de verdad y a una parte de mí le duele no haber sido honesta con él desde el principio. Deslizo mi dedo por la pantalla para llamarle pero algo en las llamadas recientes captura mi atención, las casi veinte llamadas perdidas de Larissa; supongo que llamó mientras dormía pero esa notificación no apareció cuando lo encendí. Recuerdo su mensaje pendiente y lo veo; me envió su dirección. Quizá cambió de idea sobre vernos en la cafetería. Marco su número antes de llamar a Ryan pero me manda a buzón de inmediato. Intento de nuevo pero es lo mismo. Me encojo de hombros y llamo a Ryan. Necesito hacer algo con esta situación, me he cansado de tener miedo y no importa con cuánta intensidad aumenten los encuentros, voy a descubrir qué me acecha y por qué. —Cassidy. —Saluda con un susurro provocador, intentando ocultar su alivio. —Hey, ¿me regalarías tu hora de comida mañana? —Si haré esto, necesitaré apoyo, en especial el de él. —Por supuesto, nena. ¿Cuál es el plan? —pregunta y exhalo con fuerza. —Buscar respuestas.

Catorce He llamado a papá desde que desperté porque no regresó ayer por la noche. Me preocupa sólo porque siempre avisa si se fue a trabajar o no y, obviamente, no lo hizo. Manejo con calma a mi oficina, ya que no tengo que dejar a mi hermana hoy, y me quedo unos minutos en el auto antes de bajar, saboreando el sonido de los violines que inundan mi coche. Me bajo y tomo carrerilla para alcanzar el elevador, no quisiera esperar hasta que esté vacío, y afortunadamente lo alcanzo. Saludo a un par de chicos que conozco y charlo con Liz hasta que llegamos a la planta. Normalmente no hablo con nadie por desidia pero trae una falda bonita y necesito distraerme, así que le pregunto dónde la compró. Me dice el nombre de la tienda e indicaciones cuando le digo que no tengo idea del lugar. Se ríe de mí y yo también, y por un momento siento que mis problemas se disipan. Durante la mañana avanzo todo lo que puedo con mi trabajo pendiente y adelanto otro tanto, pago unas facturas pendientes de la casa y llamo a Larissa las suficientes veces como para parecer una acosadora. Le dejo un mensaje de voz en el que le pregunto si me envió la dirección para vernos ahí y no en la cafetería, y le pido que me llame. Pero el día transcurre y no me regresa la llamada; aunque me extraña, pronto dejo de pensar en eso por lo que ahora tengo que hacer. Ryan entra y se deja caer en una silla frente a mi escritorio con un suspiro, me levanto y me acerco a él besando su mejilla. Con media sonrisa, me tiende los papeles que trae en la mano. Los tomo y me apoyo en el escritorio. —Estos son todos los que encontré con la descripción que me diste —dice y sus cejas se unen—. Un dragón azul, letras blancas —los miro con atención—, deberían ser más originales; más de seis negocios en el área con el mismo logo es pésima publicidad —Me rio y señalo cuatro. —Estos se parecen más, creo que serán los primeros que visite —Él se pone de pie y se para frente a mí. —Pues, ¿qué estamos esperando? Vamos —Le sonrío dulcemente y niego. Le había pedido que me acompañara pero decidí que quiero hacer esto por mi cuenta. Se lo informé esta mañana; no lo tomó muy bien.

—Ya te dije que no es necesario, voy a estar bien —digo, mirando las direcciones de los locales. —Temo por ti, Cassie —susurra. Levanto la mirada y me encuentro con la suya mirándome con intensidad—. Temo lo que encontrarás y cómo reaccionaras ante ello —da un paso hacia mí y trago saliva—, temo que me excluyas cuando más quiero estar para ti —Me permito perderme en su mirada ambarina unos segundos antes de posar mis ojos en otra parte. Me retiro del escritorio y lo rodeo para tomar mi bolso, colgándomelo al hombro y sintiendo mi corazón latir con velocidad. Puedo ver por el rabillo del ojo que se pasa la mano por el cabello e intento no sonreír como idiota. Me acerco a él y pongo mi mano sobre su pecho, sintiendo su pulso acelerado contra las yemas de mis dedos. —No podría excluirte —digo mirándolo a los ojos—, te necesito. Sé que estarás ahí al final del día manteniéndome cuerda y no sabes cuánto lo agradezco. Además eres, literalmente, la única persona en la que confío plenamente —Sonrío—. Pero tengo que hacer esto, sola —Su pecho sube y baja rápidamente y puedo ver en sus ojos que se debate entre rendirse y contradecirme. Al final suelta un suspiro y coloca su mano sobre la mía, sobre su cálido pecho. —Promete que llamarás cada cinco minutos —Me rio. —Cada diez. —Hecho —Sonríe y muerdo mi mejilla interna—. Por favor, cuídate —Asiento y salgo de la oficina con velocidad. Tengo que aprovechar el tiempo y hacer esto. Ya.

Me detengo frente a un local vecino a mi vecindario. Los ordené por la cercanía a mi casa, suponiendo que no iría muy lejos por un tatuaje. Apago el auto y antes de bajar entrecierro los ojos hacia el negocio; el escaparate deja ver varias imágenes de tatuajes tribales y otros algo macabros, el letrero parpadea en la parte de abajo y tomo un profundo respiro cuando bajo para cruzar la calle. Entro y me pregunto si está cerrado, porque no hay nadie en la pequeña mesa de recepción. Un quejido de dolor me hace saltar y agudizo el oído, avanzando hacia el mostrador. —¿Hola? —Las paredes están cubiertas de un tapiz negro, con fotos y diseños que me hacen estremecer. Sofoco un grito cuando una mujer de cabello púrpura aparece

detrás del mostrador, sonrojada y suspirando; un atractivo hombre con varios piercings está detrás de ella, lamiéndose los labios satisfecho. —¿Qué necesitas? —pregunta ella con indiferencia, sin mirarme mientras se acomoda la ropa. El tipo de detrás de ella da un lengüetazo al aire y me lanza un guiño, cruzando una puerta del costado. Me acaloro al instante y miro a la mujer, que ahora me observa arqueando su delgada ceja. Me avergüenzo de mi reacción y trago saliva. —Buenas tardes, hum, tengo algunas preguntas y quisiera que… —¿Eres de salubridad o algo? —Frunzo el ceño y niego—. Y yo no soy famosa, así que no, no te puedo ayudar —Aprieto los labios. —Es importante y… —Para mí no lo es —Espeta. Aprieto los puños con esa voz en mi cabeza que me pide estrellar su cabeza contra el mostrador. —Tranquila, Roxanne —La profunda voz del hombre piercing calma mi inesperada violencia, sale de lo que creo es el baño y me mira mordiendo su labio—. Soy Jack —dice tendiéndome su mano; la estrecho y le digo mi nombre—. ¿En qué te puedo ayudar, preciosa? —Sé que me estoy sonrojando como una adolescente pero él irradia tanta sensualidad que sólo puedo pensar en cosas calientes, sudorosas y, bueno, Jack. Me aclaro la garganta. —No quiero incordiar —empiezo, ignorando el resoplido de la chica de cabello colorido—, pero tengo un par de preguntas que son realmente importantes. —Él asiente y me señala el sofá, no quiero sentarme pero tampoco lo puedo rechazar. —Te escucho, Cassidy —Me derrito un poco al oír mi nombre salir de esos tentadores labios. —¿Tatúan a menores de edad? —Se sorprende un poco ante mi pregunta. —No, nos negamos aun con permiso. Aunque una vez hubo un caso especial —Dice y me remuevo el asiento. —¿Qué tipo de caso? —Jack sonríe como si llevara mucho sin recordarlo. —Hace unos años —cuenta, y mi corazón salta—, vino aquí una mujer diciendo que su hija estaba desahuciada y que quería darle todas las experiencias posibles; como cualquier adolescente, un tatuaje estaba dentro de ello —Mis ilusiones comienzan a evaporarse—. Quería un capullo de mariposa en el pecho. Estaba segura de que si su cuerpo se extinguía, su alma sería libre para volver a vivir en

otra vida, y ella en realidad no moriría —Me sonríe e intento devolverle la sonrisa. Obviamente él no hizo mi tatuaje—. Ella fue mi excepción. Todos tenemos una — Muerdo mi labio y asiento. Claro que no iba a ser tan fácil, ¿qué esperaba? ¿Encontrarlo a la primera? Me concentro en lo que acaba de decir. —¿Conoces de alguien que tatuaría a una menor? —Quiero agregar la palabra borracha pero me contengo. Sé que quiere saber por qué me importa pero sólo me mira con serenidad y niega. —Lo siento, pero no en esta zona. Como te digo, la mayoría se niega aunque esté el padre presente. No me preguntes por qué —Exhalo lentamente y me pongo de pie, metiendo tras mi oreja un mechón suelto de cabello—. ¿Es por eso? —Me detiene. —¿Disculpa? —Lo miro confundida y él señala a mi mano, olvidé que me quité el brazalete de hoy—. Sí. Al parecer estaba borracha cuando me lo hice y tengo la esperanza de que quien me lo hizo recuerde por qué se lo pedí —Intento que mi voz suene despreocupada, incluso finjo una risa que suena más a un quejido. —Déjame ver —Me sorprende la voz de la mujer, de Roxanne, acercándose; y le tiendo mi muñeca—. ¿Sientes dolor? —Miro mi tatuaje, es claro que es de hace años, no duele—. Ahí no, dentro de ti, cuando lo ves, ¿hay dolor? —Me mira seriamente y algo se revuelve en mí. —Sí —confieso—, porque me está pidiendo algo que no puedo hacer —Las palabras flotan de mi boca con facilidad. Ella ladea la cabeza. —Escuché de una mujer que hace sesiones de hipnosis, según sé, tuvo un familiar con el que empezó y del que supo cosas horribles o algo así —Se encoge de hombros—. Eso la hizo adentrarse en ello y viajar por el mundo ayudando hasta en casos policiales. —Veo a Jack asintiendo de reojo. —No entiendo por qué me dices esto. —Le digo. Ella se cruza de brazos. —Tal vez haya algo que debes recordar, no sobre el tatuaje, sobre tu pasado. Eso dice ahí y ella podría ayudar —Sabía que debía ser algo de mi pasado pero no creo que una sesión de hipnosis ayude. ¿O sí? —¿Cómo se llama ella? —pregunto dubitativa. Jack se dirige al mostrador y saca un directorio telefónico. Busca un poco y arranca una hoja. Mis ojos se abren sorprendidos cuando me lo da. No puede ser posible. Jadeo incrédula al leer el nombre que resalta en negrita. Larissa Armstrong.

Quince Después de que Jack me preguntara si estaba bien, salí grosera y rápidamente del negocio. Ahora no me da tiempo de visitar otro lugar y voy directo a la oficina, porque me quedé tanto tiempo inmóvil en mi coche que se me hizo tarde. Me encuentro a mi jefa inmediata por un pasillo y finjo estar harta de los que nos confunden con los vendedores de casas y nos detienen, ella dice algo sobre que también le ha pasado y que se debe solucionar ese problema, me ignora cuando suena su celular. No puedo decir que no me alivia. Cuando me dejo caer en mi silla suspiro cansada. Soporto traer zapato de tacón alto porque no camino mucho con ellos, pero ahora, después de subir las escaleras por no esperar el elevador, siento que queman. Se me van a caer los pies o algo, de verdad. Llamo a Lily. —Estoy trabajando —dice en cuanto contesta—, habla rápido —Bufo. —¿Joe te llevará a casa hoy? —Ella afirma con un sonido nasal—. Bien, quizá no llegue temprano —Su risa burlona hace que sonría. —¡¿Ya le darás alegría a tu cuerpo?! —Chilla emocionada y me río—. ¡Te estás perdiendo de mucho! —Mi sonrisa se esfuma y entrecierro los ojos aunque no puede verme. —Sigues siendo virgen e inocente para mí, idiota. —Ella ríe, recuerdo lo raro que fue cuando me contó sobre su primera vez. Que yo sepa no ha sido muy activa desde ese día—. Y no quiero que me digas qu… —¡Es que Joe es divino! —Cierro los ojos con fuerza e intento no sonreír ante su animosidad. —¡Pero si llevan como dos días saliendo! —La riño y ella suspira. —No, llevábamos un par de meses pero hasta hace poco que… —¡No me digas! —Interrumpo y se ríe. Yo también me rio y respiro hondo para calmarme—. Se están cuidando, ¿verdad? —Ella lloriquea. —Sí, mamá —Sé que puso los ojos en blanco. Sonrío—. Tomo la píldora como tú, pero no se lo he dicho, así usa preservativo y es doble protección —Asiento en silencio—. Además papá tiene cientos de condones, no lo notará —agrega. Me trago un jadeo, que es medio risa y medio vergüenza. —Dios, ha sido tanta información que me siento mareada —Me llevo la mano a la frente—. ¿Sabes que es más efectivo? La abstinencia, deberías probarlo —Ella se carcajea y tengo que apartar el móvil de mi oreja.

—Dulce magnolia del verano, no sabes lo que dices. Deberías decirle a ese amigo tuyo que… ¡Mierda, mi jefe! —Es lo último que escucho antes del bip-bip-bip de la llamada terminada. Me quedo con una sonrisa en el rostro como por media hora.

Después de casi tres horas de intentar concentrarme en mi trabajo e ignorar ese pedazo de directorio que sobresale de mi bolsa, y fallar, me pongo de pie y lo tomo algo molesta. Lo extiendo en el escritorio y lo observo, no tiene mucha información; sin dirección, sólo el nombre con unas letras abajo que dicen “hipnoterapeuta reconocida” y dos números de teléfono. Me llama la atención la pequeña leyenda en la parte superior, pone: Tu futuro merece un pasado, llama y estaré ahí. Vaya. Simplemente no puedo creerlo, no digiero esto, no comprendo cómo siquiera es posible que el mundo sea tan pequeño. Tal vez es una señal, tal vez por eso llegó a mi vida. Tomo mi teléfono y marco los primeros dígitos del teléfono que aparece en el papel, pero me salta en automático el nombre de Larissa. No hay duda de que es ella. Pienso en todas las veces que la he llamado desde ayer, quizá alguien solicitó su ayuda en otro estado o país y por eso no ha respondido. De cualquier forma sigo intentando, y en cada intento me envía a buzón. Cuando Ryan me llamó para preguntar cómo me había ido, le dije que le contaba saliendo del trabajo; y es que ya no tengo esperanza de que Larissa venga a verme. Es increíble cómo hace unos días estaba molesta de que apareciera y desapareciera sin decir qué buscaba, y ahora resulta ser justo lo que necesito pero no puedo encontrarla. Mi móvil suena.

“Vestido de coctel turquesa con vuelo, calzado que combine. Yo arderé en rojo. Nos vemos” Maldición, casi lo había olvidado. Me parece imposible que mi vida se haya vuelto éste ruin embrollo en menos de una semana. He lidiado con mis particularidades toda mi vida, preocupándome de encender la luz antes de dormir, esperando no tener pesadillas o ver cosas extrañas en mi habitación y era simple. Ahora, todo ha ido tan en aumento, que siento que en cualquier momento mi vida va a explotar y ni siquiera tendré tiempo de averiguar por qué.

“Vale, nos vemos ahí”, tecleo de vuelta con rapidez. No estoy segura de cómo me sentiré en dos días, quizá no asista a esa dichosa fiesta y posiblemente ni lo noten.

Fue mi mejor amiga y aunque nos mantenemos en contacto, no es igual. Niego a la nada y en voz alta digo que no debo ser una perra, al menos debo esperar a la boda y ya entonces, cuando los vea felices, me alejo por completo. Ryan entra y me pregunta si estoy lista, asiento y salimos juntos hacia el estacionamiento. Me cuenta algunas cosas para distraerme porque puede notar cómo me tenso al estar de nuevo aquí. La sensación de alarma que se dispara cada vez que bajo al estacionamiento, es algo que ya no puedo evitar e intento concentrarme en lo que mi amigo me dice para ignorar los escalofríos que hacen erizar mi piel. Él lo nota y pone su mano es mi espalda baja, sonriéndome con la mirada sin dejar de hablar. Me relajo un poco bajo la calidez de su palma pero no me puedo sacudir la sensación de que algo terrible va a pasar. Decidimos salir en nuestros respectivos autos y estacionarnos enfrente de la cafetería, aunque esté frente al edificio y nos veamos ridículos, prefiero eso a volver al estacionamiento ya en la oscuridad. Cuando entramos y el olor a café inunda mis fosas nasales siento que olvido todo. Le envío un mensaje a Lily recordándole que llegaré tarde y me manda un guiño. Ryan me dice que nos sentemos junto a la ventana y así lo hacemos. Pido un café negro y él un té con unos panecillos que son deliciosos. Charlamos, reímos y nos arrebatamos el pan, le cuento cómo me fue con Jack y su tienda de tatuajes, sobre Larissa y los preservativos de papá. Me siento a gusto, tranquila y normal, siempre me he sentido cómoda en su compañía y escucharlo hablar de esta manera tan relajada me hace sentir en paz. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba esto, hasta ahora. —Ya debo a ir a casa —anuncio. Han pasado varias horas y la cafetería cierra a las diez. Después de cinco minutos discutiendo sobre que yo también tengo derecho a invitarlo, consigo la victoria y pago lo consumido. Se pone de morros y es realmente lindo así que me hecho a reír. Pero cuando salimos mi risa se convierte en una protesta, hace frío, no nos dimos cuenta de que descendió la temperatura y el ambiente hace que se formen nubes de vapor cuando exhalamos. Trota a su auto y saca una chaqueta, le doy una mirada de falso fastidio mientras me la pone sobre los hombros y meto los brazos. Es realmente duro evitar olerla cual droga.

—Vaya, qué traidora —dice—, te queda mejor a ti que a mí —Le sonrío y tiemblo un poco. —Lo sé, es porque eres horrible —Aprieta los labios y tomo su mano, sus ojos parpadean hacia nuestras manos unidas y lo miro seriamente—. Pero así naciste de feo, no hay nada que hacer —Muerdo mi labio para no sonreír pero él se carcajea y me atrae a sus brazos. Rodeo su cintura y lo abrazo, apoyando mi cabeza en su pecho, escuchando su corazón latir desbocado. Su risa hace que me sacuda y también rio, dice algo sobre que lo hice caer y cierro los ojos, relajándome mientras su risa va cesando. Lo siento apretarme y apoya su barbilla sobre mi cabeza, no es un secreto que soy más pequeña que él, pero he de mencionar que cambie los zapatos altos por unas zapatillas. —Gracias, Ryan —digo—, por hoy, por todos los días que has estado para mí —Mi voz se oye amortiguada por su abrazo pero sé que me escucha por cómo contiene la respiración unos segundos. Me aparta un poco para que lo mire. —No tienes nada qué agradecer, Cassie. Siempre que me necesites, sin importar qué, aquí voy a estar —Sonrío y él suspira, su mirada ambarina me absorbe—. Estoy aterrado —Confiesa en un susurro. Me extraña su declaración pero cuando quiero preguntarle sobre qué le asusta, mi móvil suena. Me aparto de él y su calor a regañadientes, es mi padre. —¿Qué pasa? —Él no suele llamar mucho por teléfono. —Ven a casa —Pide, y cuelga; mi estómago se contrae nervioso, ¿acaso pasó algo? No, no, espero que Lily esté bien. Me despido rápido de Ryan y le agradezco de nuevo, entro al coche y por los nervios, en un parpadeo, ya estoy entrando a casa. —¿Qué sucede? —Le digo agitada a papá, está de pie en la sala, de espaldas a mí. —Acabo de llegar y no estás aquí, ¿dónde diablos estabas? —Suena molesto, y aunque hay preocupación en sus ojos, me cabreo al instante. El hecho de que no sea de las que llegan tarde no significa que no tenga derecho a hacerlo. Dios, soy un maldito adulto, y ¿por qué mierda estoy tan enojada? —No sabía que aún tenía que pedirte permiso —Espeto. Se vuelve hacia mí con los ojos entornados, observándome con una mueca. —Mientras vivas bajo mi techo… —Es mi casa también —interrumpo—, yo pago las cuentas tanto o más que tú y soy lo suficiente mayor para hacer lo que me venga en gana —Hay veneno en mis palabras y sorprenden a mi padre tanto como a mí.

—No me hables así —masculla entre dientes. Está realmente molesto, pero siento que yo lo estoy más. Me encojo de hombros y me encamino a mi cuarto—. Cassidy. —Llama y aprieto la mandíbula. —Estoy cansada —digo sin volverme—. Discúlpame, pero me voy a dormir —Por la frialdad en mis palabras él no logra decir nada y me escabullo a mi habitación. Antes de entrar reviso a Lily, ya está en cama con su ordenador y suspiro tirándome de mala gana a la mía. No me doy cuenta de lo cansada que estoy hasta que los brazos de mis pesadillas me rodean y me invitan a su oscuridad. Flota en mis sueños el rostro asustado de mi madre.

Dieciséis No quiero ir a trabajar. Cuando mi hermana viene por segunda vez a intentar levantarme, le grito que me deje en paz, que no voy a ir a ninguna parte. Ella me mira extrañada pero alza las manos enfadada y se va. Me cubro la cabeza con mi almohada y pienso en que es la primera vez que falto a mi trabajo deliberadamente. No puedo evitar recordar lo mal que me porté con mi padre anoche pero tampoco me sorprendo al darme cuenta de que, aunque intento sentirme mal, no lo hago. Pongo mi teléfono celular a cargar y ni siquiera me preocupo de llamar a mi jefa para avisarle que no iré. Me levanto arrastrando los pies y me asomo por la ventana, ha llovido toda la noche pero parece que hoy sólo estará algo nublado. Tomo mi toalla y me meto al baño para tomar una larga y caliente ducha. Cuando salgo me tiro de nuevo en mi cama, quitándome la toalla para que el frío bese mi húmeda y desnuda piel. Me hace tiritar. Pierdo la cuenta de cuánto tiempo me quedo mirando el techo, cuando mi estómago, con su tremendo ruido, llama mi atención y me levanto. Mi cabello está casi seco y hecho un desastre, así que me enredo en la toalla otra vez y me hago un moño descuidado. Sé que no hay nadie en la casa y aun así me detengo en medio del pasillo mirando a mi alrededor, escuchando con atención y enfocando mi mirada en cada esquina. Mi corazón se agita, primero es sólo un salto y después un fuerte latido tras otro y otro más. Trato de mantener mi respiración tranquila pero la agitación comienza en mi vientre y asciende hasta mi garganta, previniéndome, pidiéndome que ponga mucha atención. Me tenso y destenso, avanzando por el pasillo con el mayor sigilo que puedo. Mi cuero cabelludo pica y siento una punzada en mi nuca. Me giro sobresaltada pero no hay nada y cuando me llevo la mano al cuello no noto nada extraño. Me enojo conmigo misma por ser tan paranoica y camino rápido a la cocina, lucho contra la necesidad de correr como si viniera alguien detrás de mí. Para cuando busco algo que comer he perdido totalmente el apetito. Apoyo las manos en la barra y me pregunto por qué rayos no fui a trabajar. Acomodando tras mi oreja

unos cabellos que escapan de mi moño, decido ir a vestirme y dejar de perder el tiempo. Entonces un ruido llama mi atención y me congela. Contengo la respiración cuando me doy cuenta que es mi nombre claramente susurrado. Mis ojos se abren alertas al igual que cada poro de mi piel. Puedo notar la manera en que la confusión y el miedo se abren paso desde mi interior. Puedo percibir la manera en que vibra en mis huesos, primero como un mensaje y luego como una clara advertencia. A pesar de ello, y de la manera en que mi instinto me grita que huya, mis pies se encaminan al origen del sonido. —Cassidy… —Llama. Es muy suave, como un arrullo casi inaudible y lo sigo como una polilla a la luz. Voy a la sala pero no proviene de allí, imagino que debe venir de mi cuarto. Me dirijo al pasillo pero cuando paso frente a la puerta de papá el susurro se repite y me detiene. Mantengo al miedo a raya, tratando de ahogarlo con la curiosidad y mi eterna necesidad de respuestas. Mis pies descalzos me acercan a la puerta y mi mano se posa en el pomo. Yo no he entrado a esta habitación en años, eso es algo que recuerdo bien. Mi padre me dijo desde joven que su habitación quedaba excluida de nuestros juegos y limpiezas, que él se encargaría de recoger. Muerdo mi labio insegura pero al final termino girando el pomo y abriendo la puerta sólo lo suficiente para entrar. Sé que no hay nadie en casa pero siento que notará que entré aquí. Me atraviesa un escalofrío que me hace apretar los dientes y paseo mis ojos por el cuarto. Hay un olor aquí que me extraña y grito cuando percibo que unos dedos se enredan en mi muñeca. Me abrazo a mí misma con fuerza e ignoro el sabor del miedo en mi boca, caminando al baño de papá. Es el único cuarto que tiene su propio baño, Lily y yo compartimos el qué está junto a mi habitación. Algo me impulsa a entrar ahí pero no entiendo qué podría haber que me importe. Frunzo el ceño y me quejo cuando tropiezo con un zapato de papá. ¿Por qué demonios tiene este lugar tan oscuro? Entro al cuarto de baño y enciendo el interruptor de la luz. El lugar está vacío. Ni siquiera está desordenado y eso me desconcierta pues es un desastre su habitación. Me estremezco y me giro para salir pero me detengo de nuevo, buscando con la mirada alrededor de mí. La sensación cala de nuevo mis huesos, hay algo aquí, puedo sentirlo. El frío cae en el cuarto de baño, mi respiración se acelera, mi

corazón también. Aprieto mis manos en puños y cuando exhalo el vaho me rodea. Percibo un movimiento por el rabillo de mi ojo y me giro, me molesta, me molesta mucho y esa molestia se convierte rápido en enfado. Busco frenéticamente a lo que se movía y mis ojos caen en el espejo. Ahí estoy yo, cada vez siendo más otra persona. La chica que me mira no está asustada ahora, está tan enojada como yo. Me temo que está furiosa conmigo, me mira con reproche, me reclama algo y eso me cabrea aún más. Aprieto los dientes y ella me mira impasible, es cuando me doy cuenta que de verdad me está mirando. Ladeo ligeramente mi cabeza pero mi reflejo no. Y no me asusta. Me acerco a ella sin poderlo evitar; es como un imán, y yo una basura metálica sin voluntad. Puedo notar que sonríe, está feliz de que ahora la vea, puedo sentir su satisfacción cuando le sonrío como a una vieja amiga. Algo en mi interior revolotea y es una sensación que recuerdo experimentar. Antes, antes, antes, en un tiempo que no recuerdo. Ella me mira con serenidad y asiente, pero aún veo ira en sus oscuros ojos. En mis ojos. Porque ella soy yo. Y la había extrañado.

Diecisiete Despierto en mi cama con un terrible dolor de cabeza y reparo en que mi móvil está sonando como si el mundo se acabara. Estiro la mano a mi mesa de noche y arranco el cable del cargador antes de contestar. —¿Hola? —Cielos, tengo tanta sed. —Hey, ¿todo bien? —Frunzo el ceño y hago un sonido nasal afirmativo—. Vine a tu oficina para invitarte a comer pero, obviamente, no estás. —Sonrío. —Quizá falté un poquito —Escucho a Ryan reír y me siento en la cama—. Quería ver lo del tatuaje, ya sabes —Me levanto y me acomodo como puedo el cabello, buscando algo de ropa interior con una mano en un cajón. —¿Saldrás ahora o ya fuiste? —Estoy segura de que tiene una galleta en la boca. —La verdad acabo de despertar, sólo voy a cambiarme y saldré —Lo oigo reír y masticar. —Sin ducharte, ¿huh? Sucia —Rio. —En realidad, Ryan —hablo en voz baja, intentando sonar provocativa—, estoy de pie, en medio de mi habitación, completamente desnuda porque me dormí enredada en mi toalla, después de una ducha caliente —Lo escucho toser y resisto las ganas de reír—. En fin, te dejo. Buen provecho —Agrego, lo oigo murmurar algo pero cuelgo y me rio, tomando un conjunto sencillo de encaje barato. Busco unos vaqueros ajustados, mis botas de combate favoritas y una blusita de tirantes blanca. No soy idiota, sé que no hace calor por lo que en lugar de usar mi vieja sudadera, busco la chaqueta de Ryan. Ajusto mi moño, tomo mi móvil, mis llaves y la chaqueta antes de ir a la sala en busca de mi bolsa. No la encuentro, deduzco que la dejé en el auto anoche y salgo. Mi bolsa está en el asiento del copiloto, busco los papeles de las tiendas de tatuajes y arranco el auto. Tengo mucho que hacer.

Todo es un fiasco.

En uno de los locales, el dueño se puso todo histérico cuando le pegunté si tatuaban a menores de edad, hasta perdió el color y preguntó quién me había mandado. Fue bastante gracioso en realidad. Intenté con otro pero el lugar daba miedo, de verdad, apenas entré y un tipo viejo y tatuado quería manosearme. Me dije que volvería otro día con más calma, pero lo dudo. Y ahora estoy aquí en el centro comercial, tomando una malteada porque es una mierda todo este asunto. De los cuatro que me parecían similares sólo me queda uno y está aquí, en el centro comercial, pero no tengo ganas de ir. Suspiro. Son casi las cuatro de la tarde, en un viernes que apesta, y no tengo nada mejor qué hacer. Dejó unos billetes sobre la mesa, la mitad de mi malteada y casi toda la esperanza con la que salí de casa. Busco entre los locales el número del lugar y después de un par de vueltas y unas gomitas, lo encuentro. Y quiero decir, en serio lo encuentro. Porque en cuanto me paro frente al local de tatuajes, un recuerdo, que creía un sueño, parpadea y se ilumina en mi mente. Como cuando estas armando un rompecabezas y ves ese lugar vacío y recuerdas haber visto una pieza que puede encajar. Justo así se siente ver ese letrero blanco y las titilantes letras azules. Muerdo mi labio nerviosa; tengo miedo de entrar, tengo miedo de irme, tengo miedo de saber y tengo aún más miedo sobre cómo me sentiré si me voy sin intentarlo. Tomo varias respiraciones profundas y empujo la puerta. Me freno de inmediato después de entrar porque no estoy segura de si me metí a una tienda de tatuajes o al dentista. Todo es blanco, está limpio e iluminado y estoy malditamente segura de que aquí no tatuarían jamás a un menor borracho. O si siquiera tatúan. —Buenas tardes, ¿puedo ayudarla en algo? —Me sobresalto un poco y miro a mi izquierda. El local se ve pequeño a simple vista, mide quizá seis metros de ancho, hay un sofá blanco a la derecha de la puerta con una mesilla a lado y la impoluta recepción a mi izquierda. A sólo tres metros de donde estoy parada está una pared blanca con dos puertas, una cerrada y la otra parece más una puerta de cantina; el largo de este lugar lo reservo a mi imaginación.

—¿Quieres ver nuestros catálogos? —Salgo de mis cavilaciones y avanzo hacia la sonriente mujer. —En realidad quisiera hablar con el tatuador o alguien que pueda responder mis preguntas. —Ella asiente. —¿Te tatuaste y tienes preguntas sobre los cuidados? ¿O qué tipo de duda tienes? — Niego y le explico que es algo personal, ella me pregunta si soy familiar y vuelvo a negar—. Sólo reciben con cita. —Cada vez me siento más en un hospital. Alzo la voz. —Sólo voy a robarle unos minutos, es realmente importante para mí que responda unas preguntas —Ella me mira como si comprendiera y me lanza una mirada de disgusto. La puerta cantinera se abre y aparece un joven con tatuajes en los brazos y el cuello. Me mira de arriba de arriba abajo y alza el mentón en dirección a la mujer de recepción. Supongo que es su manera de preguntarle si soy un problema. —La señorita quiere ver a un tatuador, Charlie. Creo que tiene unas preguntas personales. —La manera en que acentúa la palabra personales me irrita. El chico, Charlie, me vuelve a mirar pero antes de que diga algo, yo hablo. —No es contigo, apenas y te ves de veinte —suspiro—. ¿Eres el único aquí? —Él niega y le hace una seña a la mujer. —Hay tres tatuadores: Alex, Lori y Charlie. Y el señor Garver —¿Podría verlo? —Interrumpo—. Al señor Garver —Ella me da una mirada.

p…

—El señor Garver es el dueño del negocio, él dejó de tatuar hace un tiempo. — Miro al suelo mordiendo mi mejilla interna y me entran ganas de llorar. No puedo creer mi mala suerte—. Aunque —mi mirada se alza veloz y veo a Charlie asintiendo hacia ella—, si es urgente podrías esperarlo. Él suele darse una vuelta por aquí cada par de horas. Y ya hace un rato que se fue a comer —Mi pecho se infla y asiento enérgicamente. —Lo esperaré, no importa cuánto tarde —Ella me señala el sofá y me dejo caer sin apenas darme cuenta de que el chico volvió de donde salió mirándome con curiosidad. Tengo un presentimiento, uno bueno, uno esperanzador. Es atemorizante pero me aferro a ello.

Quiero creer que por esta vez, algo bueno va a pasarme. Me apena un poco no saber el nombre de la mujer; se lo pregunto y también si puedo tomar uno de los catálogos. Dice que sí y que su nombre es Laura. Laura, ugh. Mientras hojeo tomo mi móvil y llamo a Larissa. Nada ha cambiado desde ayer, sigue enviándome a buzón. Intento cinco veces más y me rindo, le envío una carita sonriente a mi hermana y recibo a cambio un dedo corazón bien levantado. Me rio porque ya quedó todo arreglado con ella. Suspiro y me recargo en el sofá para ver los tatuajes. Muchos llaman mi atención y me sumerjo en ellos mientras espero que pase el tiempo.

Dieciocho Ya no siento mi trasero ni mis partes de chica. He conseguido dos números de teléfono de unos tipos realmente lindos y el de una guapa mujer. No lo deshecho porque, bueno, uno nunca sabe. —Laura querida, ¿cómo vamos? —La voz no es chillona ni ronca juvenil como el resto, es más bien algo entrecortada y me hace alzar la mirada. Veo a un hombre de quizá cuarenta años que me da la espalda. Trae vaqueros oscuros holgados y un sudadera con calaveras y árboles de navidad que me hace sonreír. —Está tranquilo, señor, sólo hay una joven que lo busca —Me pongo de pie y él se gira. Sonrío de inmediato porque tiene una gran sonrisa en su rostro y es contagiosa. Debió ser guapo de joven, tiene un hoyuelo en la mejilla y los ojos brillantes, sus rasgos me dan la razón. Aún con el cabello algo encanecido y las arrugas en sus ojos me resulta atractivo. —Hace mucho que no tengo visitas hermosas, ¿en qué puedo ayudarte? —Miro sobre su hombro a Laura pero está en una llamada. —Mi nombre es Cassidy Blake —digo y le tiendo mi mano—, tengo algunas preguntas que de verdad me gustaría respondiera —Él estrecha mi mano con firmeza y asiente. —Por supuesto, ¿quieres pasar a mi oficina? —Le digo que sí y me conduce a esa puerta cerrada que vi antes—. Puedes dejar la puerta abierta si te incomoda estar sola con un extraño —Me rio y la cierro. Se apoya en su escritorio y yo me siento en un mullido sillón viejo—. Te escucho. Siento un nudo en el estómago y trato de controlar las ganas de vomitar que me provocan los nervios. Trago saliva un par de veces y empiezo. —No es mi intención ofender ni vengo de parte de nadie. —Hay que dejarlo claro, no quiero que me pase lo de la última vez con aquél hombre gritón—. ¿Tatúan a menores de edad? —Puedo ver que se tensa un poco pero de inmediato se relaja. —Somos profesionales, seguimos las reglas. Se tatúa a un menor sólo con permiso, y de preferencia en presencia del padre, madre o tutor legal —Él escanea mi rostro y frunce el ceño. Vienen a mi mente las palabras de Jack. —Y, ¿nunca ha tenido una excepción? —No dejo de mirarlo a la cara cuando empiezo a quitarme el brazalete. Sus ojos extrañados viajan de mi cara a mi

muñeca, abriéndose sorprendidos. Su boca se abre ligeramente y mi corazón bombea sangre a mi sistema con gran velocidad. Veo el momento exacto en el que reconoce el tatuaje y siento que una manada de lobos danza en mi estómago. —Eres tú —susurra. Se acerca y se sienta en el sofá junto a mí, pidiendo con su mano que le muestre la mía. Sus ojos se llenan de lágrimas al verlo y cuando sus dedos trazan las líneas, me recorre un escalofrío que, por esta vez, me hace sentir alivio—. Estabas tan joven y desesperada —Su voz es débil y no despega los ojos de mi tatuaje. Habla como si le doliera recordarlo y suavemente retiro mi mano. Me mira a la cara con los labios temblando—. Me he preguntado qué pasó contigo desde aquél día —No puedo con la ansiedad. —¿Qué me pasó? ¿Puede decirme por qué vine? ¿Recuerda por qué le pedí este tatuaje? Por favor, ayúdeme —Me ahogo con las palabras. Él se pone de pie, sujetando su cuello y me da la espalda. Lucho contra la necesidad de seguirlo y hacerlo que me mire. Lo escucho tomar una profunda respiración, como si se preparara para enfrentar algo difícil y me fuerzo a esperar, enredando mis dedos y retorciéndolos para controlar mi desesperación. —Mi padre mató a mi madre a golpes cuando tenía quince años —Empieza con voz neutra, aun dándome la espalda; me estremezco—. Me enviaron con el hermano de mi padre a vivir y fue el mismo infierno. Resultó bueno que yo no le importara, podía irme durante días y, mientras soportara su golpiza por no llevarle dinero, lo olvidaba —Él se vuelve y me mira, pero creo que no me ve en absoluto —. Era joven y estaba asustado, me dejé llevar por las reglas de la calle, me acogió un hombre que tenía más tinta que piel y encontré un hogar. O eso pensaba —Se queda en silencio y no sé qué decirle. —¿Qué pasó? —Pregunto cuando ha mirado al pasado por demasiado tiempo. Él me mira, de verdad esta vez y sonríe. —No era bueno, su mundo no era bueno y aun así me adentré en él. Y es que encontré arte en ello, encontré libertad. Cuando tuve edad para emanciparme, lo hice y seguí con aquél que me mostró este camino. Sin embargo, con el tiempo los abandoné, me di cuenta que amaba demasiado la tinta como para desperdiciarlo con ellos. Estaban más metidos en drogas y deudas que en tatuar y ya no quería eso. Se ríe y se vuelve a sentar junto a mí. —Te lo cuento para que me entiendas. Cerca de los treinta conseguí este lugar, terminé la preparatoria y forjé mi camino. Seguía las reglas, fui honrado, empecé de

nuevo para bien, decidido a hacer lo correcto —Me sonríe pero no puedo sonreírle de vuelta, mi pecho duele. Suspira. —Entonces una madruga llegó una chica, una niña a mi parecer. Había bebido de más, lucía desesperada y tan sola, que no pude seguir con la puerta cerrada. — Siento mi corazón en un puño y mi garganta cerrada; toma mi mano, examinando mi muñeca—. Me rogó que le hiciera un tatuaje, me lo suplicó con lágrimas en los ojos y con tanto temor que no supe qué hacer. Había empezado de nuevo, me había resuelto a que esta vez haría las cosas bien. No habría sido la primera vez, antes lo había hecho muchas veces. Rompiendo las reglas, fingiendo que no me importaba lo que pasara con el cliente después, y me aterraba que mi nuevo inicio se viniera abajo —El nudo en mi garganta apenas me deja respirar. —Por favor —musito con las lágrimas escapando de mis ojos, necesito saber qué le pasó a esa chica. Su mirada se nubla y me es difícil verlo, pero me esfuerzo en escuchar. —No puedo ayudarte, pequeña —Suelta y mi corazón da un salto, se pone pie y brinco del sofá para seguirlo. —No, señor Garver, por favor, necesito saber. Dígame algo, se lo suplico, por favor —Lo tomo del brazo y él se zafa de mi agarre. —¡No puedo! ¡No sé por qué vienes ahora y tampoco sé por qué viniste entonces! —Me cubro la boca para no sollozar y él se pasa las manos por el cabello, molesto—. Estabas asustada de algo, me rogaste que tatuara esa frase porque no debías olvidarlo. Me decías una y otra y otra maldita vez que tenías que recordarlo. Sólo quería deshacerme de ti y seguir con mi sueño. Lucías tan frágil yo… ¡Yo sólo lo hice! Su voz cambia drásticamente, ya no es el amable hombre que me recibió. Ahora parece incapaz de soportar mi presencia. —P-pero debe haber algo, se lo ruego, piense. Debí decir algo —Mi voz es apenas un murmullo desesperado y él me mira con tanta lástima que siento mi sangre hervir. —Lo siento mucho, Cassidy. No puedo ayudarte, hice lo que me pediste y me prometí que sería la última vez. —Su excepción —mascullo. —Y he cumplido. Me atormentó durante mucho tiempo el qué habría sido de ti, pero seguí adelante. Sólo seguí. —Lanza. La desesperación es reemplazada por la rabia en un instante pero no me detengo a analizarlo.

—Sí, y yo me quedé estancada desde ese día —Tomo mi bolsa y limpio mi cara con la ira burbujeando. Me giro para irme y su voz me detiene de nuevo. —De verdad lo siento. Lo último que dijiste mientras te ibas, es que estaba dentro de ti y que necesitabas recordar que eras fuerte. Que eres fuerte —Lo miro a los ojos y alzo el mentón, apretando los dientes para controlar la furia que quema bajo mi piel. —Lo soy —espeto. Y salgo, dejando su mirada alarmada tras mi espalda.

Diecinueve En mi pecho vibran una mezcla de sentimientos que no logro calmar. Trato de concentrarme en uno solo para apaciguarlo pero por alguna razón elijo a esa hirviente ira que no consigo domar. Siento que arde y me consume, que se aleja de mi control y toma cada parte de mí. Estoy en los baños del centro comercial, tratando de huir de estos sentimientos, y sólo logro sentirme perseguida por mi propio reflejo. Abro la llave y me mojo la cara; la mujer que está arreglando su maquillaje me da una mirada desdeñosa y se aleja con una mueca disgustada. Me dan ganas de… No. Me miro a los ojos y me repito que no debo estar enojada. No con ella, ni con Garver ni con nadie más que conmigo. Niego y camino de un lado a otro. Siento mi pulso en las yemas de mis dedos. Respiro profundo una y otra vez, porque me siento acorralada. Como si mi propio cuerpo fuera una jaula y no consigo abrirla para ser libre de una vez. Hay barreras en mí, yo las impongo; me asustan, les agradezco, las odio. —Basta, basta. Esta no eres tú —me digo. Una niña entra llorando y su madre viene detrás, diciéndole lo tonta que es; ha manchado su vestido nuevo. Los ojos llorosos de la niña se elevan hacia mí y tengo que apretar los dientes para no gritarle a su madre. Me ajusto la bolsa al hombro y salgo pisando fuerte, empujando en mi camino a esa estúpida mujer. Suspiro cuando salgo del baño y cierro los ojos, pienso en Lily y en Ryan, esos dos que me hacen sentir un ser humano normal. La mirada ambarina de Ryan, la risa traviesa de Lily, sus bromas, mi sonrisa. Me recargo en la pared inhalando y exhalando profundamente por varios minutos. Por ellos logro tranquilizarme, por lo que ellos me hacen ser consigo alejar la cólera. Abro los ojos y me relajo, encaminándome a la salida para ir a casa ya. Antes de salir me acerco a una de las islas por una paleta de hielo, pero antes de pedir, mi mirada se desvía sobre el hombro del dependiente. Un escaparate llama mi atención y las palabras “yo arderé en rojo” llegan a mi mente como el golpe de un mazo.

Su impacto llega a mi interior con fuerza, se asienta en mi estómago, me reta. Siento mis labios sonreír, completamente ajenos. Me alejo del mostrador y me acerco a esa tienda, mi sonrisa ensanchándose más con cada paso que doy. Algo me molesta cuando me detengo frente a la vidriera. Observo el hermoso vestido carmesí de arriba abajo y ladeo la cabeza con el ceño fruncido, porque no entiendo qué me ha movido hasta aquí. Niego repetidamente y mis ojos caen en algo más que el vestido. Caen en esos pozos oscuros que me examinan en el reflejo del cristal. Es esa chica de nuevo. Observándome, acechándome, haciéndome desear que esté aquí. Un escalofrío recorre mi cuerpo. ¿Qué demonios quiere de mí? Ella sonríe y no puedo dejar de mirar. Su imagen resplandece y se desborra, igual que el vestido frente a mí. Algo en mi interior revolotea, de nuevo, como la primera vez que la vi. Se siente bien. Veo el vestido de arriba abajo y suelto una risita, le guiño un ojo a esos oscuros ojos y entro en la tienda. Hay algo aquí solamente para mí.

No es hasta que me estaciono frente a mi casa que me doy cuenta de lo tarde que es. Mi móvil llevaba mucho descargado y ni siquiera lo había notado. En cuanto entro a la sala, Lily me lanza un cojín y me rio. Me siento tranquila de una manera casi perturbadora.. —Imaginé que estarías dormida —digo, arrojándole el cojín de vuelta. —No te sientas tan rebelde, no son ni las once —Me muestra la lengua y yo le enseño mi dedo medio. —¿Y papá? —No he sabido de él desde que discutimos. Lily entrecierra los ojos. —¿Qué se traen ustedes dos? No me arquees tu ceja fea, él vino hace rato porque tomó otro viaje, que por cierto, no sé por qué diablos lleva días sin descansar, y me preguntó por ti con esa cara seria que él pone. Así. —Junta sus cejas lo más posible y levanta el labio superior. Me rio. —Sí, así y me pidió que te dijera que volvía hasta el domingo —Me rio de nuevo cuando se levanta y me sacude los hombros—. ¡El domingo, Cassidy! Ese hombre va a morir por tanto trabajar. Habla con él, porque si están peleados y por eso ya no

quiere estar aquí, tú pagarás todo lo del funeral —Me da un golpe en cabeza y corre cuando intento devolvérselo. —Ya no le veo ni un pelo —Sigue diciendo entre risas mientras correteamos en la sala. —Eso es porque se está quedando calvo —suelto. Ella se carcajea y tropieza, aprovecho y salto sobre ella. Caemos juntas al suelo con fuerza y lloriqueamos, medio riendo también. —Vale —digo, cansada por la persecución—, veré cómo lo arreglo —Ella se pone de pie y dice que es necesario. Me tiende la mano para ayudarme a levantarme y cuando la tomo me empuja de nuevo al suelo. —¡Voy primero a la ducha! —Grita alzando las manos. Gruño, pero termino sonriendo al ponerme de pie. Escucho la puerta del baño cerrarse y me quedo parada en medio de la sala un buen rato, sintiendo el cansancio apoderarse mí. Después de varias respiraciones profundas, me dirijo a la puerta principal y salgo con dirección a mi coche, sacando la caja con el vestido para guardarla sin que Lily la vea. Es demasiado curiosa y yo estoy demasiado tranquila como para arruinarlo alterándome con sus preguntas. Me siento bien justo ahora y no quiero echarlo a perder. Vuelvo a casa, entro a mi habitación y pongo la caja bajo la cama, volviendo sobre mis pies hacia a la cocina por algo de cenar. —¡¿Ya comiste algo?! —pregunto, pero mi hermana no me contesta. Me encamino al baño rodando los ojos—. Sorda, pregunté si ya cenaste —Me detengo frente a la puerta y agudizo el oído; sólo se escucha el agua caer. Golpeo la puerta antes de entrar. —Voy a pasar, espero no estés… ¡Oh, Dios mío! —Empujo la puerta y caigo de golpe junto a mi hermana. Está tirada en el suelo de la bañera con la cortina de baño alrededor de ella. Veo que lucha y trato de desenredarla porque su cara está cubierta y temo no pueda respirar. —¡No te muevas! ¡Lily no te muevas, voy a ayudarte! —Pido, tratando de estirar la cortina, sus ojos se encuentran con los míos a través de ésta y el miedo que veo en ellos me aterroriza—. Tranquila —susurro más para mí que para ella, ahogándome con mis lágrimas, pero los segundos pasan y no puedo quitarle la maldita cortina por más duro que intento.

Gruño y sigo intentando. Mi corazón golpea con fuerza contra mi pecho y mi visión se torna borrosa. No encuentro la orilla para destaparla. Ella deja de manotear y retorcerse poco a poco, intento no sollozar descontroladamente. Lily rasguña mi cara cuando su mano escapa por el borde de la cortina, arde pero lo ignoro. Siento como si una ventisca de aire helado me atrapara, es entonces que me doy cuenta de que mis manos presionan la tela plástica contra su rostro, no lo alejan de él. Sus ojos claros, horrorizados, se clavan en los míos, mientras pelea menos cada vez. Su boca se abre buscando el aire que no está ahí, mi respiración falla y mi sangre se congela. Dios, no.

Veinte No consigo gritar. Cualquier sonido se queda atorado en mi garganta mientras los ojos vacíos de mi hermana me miran. Ya no se mueve, ya no lucha, y no consigo quitar mis manos de encima de ella. Sujeto la cortina todavía, con mis sentimientos congelados y mi respiración casi inexistente. Poco a poco siento cómo la brutalidad de lo que ha pasado se apodera de mi conciencia. Me pongo de pie y cierro la llave de la regadera, mirando el cuerpo inerte que yace a mis pies. Abro la boca pero nada sale, mi garganta duele y mis ojos están húmedos por las lágrimas que no he podido derramar. Me llevo la mano a la boca con incredulidad, pávida, asqueada, negando con la cabeza repetidamente porque no puede ser real. Yo no pude hacer esto. Mi corazón hace mucho daño, late demasiado rápido y a la vez sin la suficiente fuerza para soportar el dolor que empiezo a sentir. Caigo de rodillas y extiendo mi mano para tocar su rostro. Estiro la cortina y mis dedos se acercan a la piel aún mojada de su mejilla. —L-Lily… —balbuceo con un hilo de voz. Mis ojos están tan abiertos como pueden estar hasta que la toco. El impacto de su piel helada contra las yemas de mis dedos es tan abrumador que me hace gritar aterrada—. No —gimo, cerrando los ojos y haciéndome añicos de dolor. —¿Cass? —Mi pulso se detiene y me giro con rapidez para encontrar a Lily de pie en la puerta—. ¿Qué pasó? Te oí gritar —Exhalo ruidosamente al verla. Tomo bocanadas de aire que más bien me dejan sin aliento y sé que si no me calmo empezaré a hiperventilar. Busco mi voz pero no la encuentro. ¿Qué es lo que está pasando? Miro al suelo detrás de mí pero no hay nada, la cortina está en su lugar, no hay miradas vacías ni piel helada. —¿Cassie? —Llama de nuevo. Me giro hacia la puerta y el alivio que siento de ver a mi hermana casi me hace desfallecer.

Mis músculos se debilitan, estoy conteniendo todas las emociones que se encuentran en ebullición en mi interior. Parpadeo para alejar las lágrimas, la impresión no me deja moverme aún. Ella escruta mi rostro, puedo ver su preocupación; puedo ver el miedo asomándose en sus claros ojos. —Había u-una cucaracha —susurro, ella frunce el ceño confundida—, tú sabes que me dan pavor. —Me obligo a mantener mi voz neutral, pero sé que nota el pánico en ella. —Cassie… —Hay cautela en su voz y me pone en guardia, no quiero que me tema. Intento ponerme de pie y me tiende la mano. La tomo regocijándome en el calor de su piel, en sus pestañas titilantes y su suave voz. Viva. Está viva, está bien. No le he hecho nada malo. Pongo cada gramo de energía que me queda para sonreírle. —Nada, me saltó de pronto. Me asusté —Me mira escéptica y lanza una mirada al suelo detrás de mí. Busca al insecto pero no encuentra nada. La preocupación en sus ojos pone un nudo en mi garganta otra vez. Me llevo la mano al pecho—. Dios, fue horrible, casi me da un infarto —Ella entrecierra los ojos. —Pues debió ser una cucaracha ninja porque la cara que tenías era de puro terror. —Le lanzo un manotazo. —Cállate, ¿dónde estabas? Vine a preguntarte si habías cenado. —Las palabras se sienten como vidrios cortando mi garganta, me ahoga la necesidad de abrazarla y llorar. —Pues que te quedaste con mi pijama, lista, estaba en tu cuarto buscándola — Salimos del baño y me pregunta si tengo hambre. Le digo que el susto me la quitó y que no volvería a enfrentarme a un bicho de esos. Se ríe de mí mientras nos encaminamos a nuestros respectivos cuartos, se detiene en el umbral del suyo y me señala con el dedo. —Pues a la otra háblame a mí. Yo la mato —Cierra la puerta y, aunque sonrío para ella, sus palabras se quedan flotando a mi alrededor. Yo la mato. Ahogo un sollozo y cierro la puerta para lanzarme a mi cama, llorando desconsoladamente contra la almohada cuando me sepulto bajo las cobijas. ¿Qué me está pasando? La frase resuena en mi cabeza una y otra vez mientras recuerdo a mi hermana en el piso de la bañera. Mis manos sobre ella. Y viene a mi mente aquél día en mi habitación, su cuerpo herido, la sangre en mis manos.

Mis manos. Mi culpa. Mis sollozos me hacen temblar y me lastiman el alma. Tapo mis oídos para alejar esas tres palabras de mi mente, porque de alguna manera ahora me suenan a una revelación. Yo la mato. Yo la mato. Yo la mato.

Veintiuno Abrir los ojos me cuesta más trabajo que nunca. Parece que sólo los cerré un momento y lo único que quiero es volver a cerrarlos y dormir. Me consuela saber que es sábado, sólo trabajo medio día y mañana podré descansar completamente. Me levanto gruñendo, tomo mi toalla y me encierro en el baño. No quiero mirarme al espejo porque sé lo que voy encontrar, pero necesito ver los daños. Apenas y puedo distinguir mi rostro en el espejo que cuelga sobre el lavabo. Mis párpados hinchados achican mis ojos hasta convertirlos en unas rendijas. Me concentro sólo en eso y no en las sombras bajo mis ojos ni en los huesos puntiagudos que solían ser mis redondas mejillas. Entro bajo la regadera pensando en lo que mañana podré hacer, para no recordar lo que pasé hace unas horas en este mismo lugar. Quizá Lily y yo nos vayamos al centro de compras, sé que le encantan. O sólo al parque que está a unas cuadras para reír y pasear. Cualquier cosa que me saque de este lugar, algo que haga saber a lo que se oculta en mí que mi hermana no tiene culpa de nada. Salgo en un pestañeo y golpeo la puerta de Lily un par de veces antes de entrar a mi cuarto, siempre se queda dormida. Ajusto bien mi toalla alrededor de mi cuerpo y me detengo con una mueca frente al armario, no tengo ganas de usar pantalón pero no tengo mucho de dónde escoger. Tomo una vieja falda blanca con vuelo y una blusa ajustada y negra con tirantes anchos. Incluyo unos zapatos negros de correas con plataforma mediana y una pizca extra de maquillaje. Para mí es extra, ya que nunca uso más que mascarilla para pestañas, pero el corrector que aplico bajo mis ojos es bastante necesario; al igual que el brochazo de rubor en mis mejillas. Recojo mi cabello en un moño de bailarina, no me gusta traer el cabello suelto. Salgo y golpeo de nuevo la puerta de Lily pero no me contesta. Mi corazón se acelera pero no entro y camino hacia la cocina. Me alivia ver una nota de mi hermana en la encimera, diciendo que se fue hace un rato con Joe. Me regaño mentalmente, ni siquiera he sido capaz de hablar con ella de él. Maldición, no hemos hablado de nada en días. Que alguien me dé el premio de mejor hermana mayor, gracias. Salgo y cierro la puerta, subiendo a mi coche y dirigiéndome a la oficina. Espero nadie vomite al ver mi rostro, pero no creo que la

hinchazón en mis ojos baje pronto. Creo que lo de la tormenta no llegó hasta nosotros, el calor húmedo que se siente en el aire me hace dudar siquiera de que pueda llover. El portero me saluda y me da un guiño, intento pero no logro evitar fruncir el ceño. Entro al edificio cuidando de que mi falda no se levante y cuando me acerco al ascensor veo una espalda familiar. Abro mucho los ojos, o eso espero, y me giro rápido antes de que Ryan me vea; avanzando a las escaleras. Qué hermoso día para usar falda y zapatillas de tiras. Suspiro mirando las escaleras y con pereza subo escalón por escalón. Sé que no puedo evitarlo por siempre pero espero que para cuando vaya a buscarme, mis ojos estén normales y pueda fingir fácilmente que no me dormí en la madrugada después de cansarme de tanto llorar. Me llamó anoche, sólo una vez, pero dejó un mensaje preguntándome cómo estaba, si había averiguado algo sobre el tatuaje y diciendo que no iba a insistir con sus llamadas por si estaba ya dormida. No lo estaba ni por asomo, y que me recordara mi visita al centro comercial me hizo perder la poca calma que el sonido de su voz me había dado. Llegué a mi oficina con una capa fina de sudor sobre mi piel pero justo a tiempo y me sumergí en todo aquello que tenía pendiente. Estaba tan inmersa en ello que no noté la luz de mi móvil, avisándome de un mensaje nuevo, hasta dos horas después.

«Cariño, he visto tus llamadas pero estoy en un caso que absorbe todo mi tiempo. Te llamo en cuanto vuelva a Louisville» Larissa. El mensaje me deja tan sorprendida que me limito a observar la pantalla hasta que se apaga para bloquearse. No sé cómo reaccionar ni qué pensar. En parte me alivia saber que está bien después de tantos días tratando de contactarla, pero por el otro, me quema la ansiedad por buscarla y pedirle ayuda sobre las lagunas en mi memoria. El problema es que con todo lo que estoy viviendo ahora, no me siento preparada para saber más. Después de ver a Garver, de escuchar lo que hace años le dije, me preocupa que, ese ser que me acosa y me aterra, esté habitando dentro de mí. Peor aún, me preocupa lo que pueda hacer mientras lo hace. Los recuerdos invaden mi mente; la mirada vacía de mi hermana, su sangre, la piel fría y sin vida, todo da vueltas una y otra vez y me revuelve el estómago. Quiero alejar esas imágenes pero no se desvanecen y tengo que acercarme a la papelera por las arcadas que me atacan. Sin embargo, nada sale; no he comido

nada bien estos últimos días y el desgaste emocional, aunado a mi descuido físico, me tiene más débil que nunca. Por más que intente aparentar que no. —Hey, hey, hey. —Me sobresalto al escuchar los rápidos pasos de Ryan acercándose—. Cassie, ¿estás bien? —Cae junto a mí, apoyando su mano en mi espalda. Trato de apartarlo para que no me vea, pero no se aleja, y las contracciones de mi estómago no cesan. —Tranquila, intenta respirar por la nariz. —Dice, pasando su mano de arriba a abajo por mi espalda. Lo hago aunque lo único que he expulsado es saliva. Cuando el acceso de arcadas termina, le pido que busque unas toallitas de mi bolsa. Me las tiende y me limpio, sintiendo un sabor amargo y ácido en la boca. Me ayuda a ponerme de pie y me dejo caer en mi silla sin una pizca de gracia. Mantengo los ojos cerrados porque siento la intensa mirada de Ryan escrutando mi rostro, esperando a que lo mire para bombardearme a preguntas. Decido abrir sólo un ojo para mirarlo; está de pie junto a mí con el ceño fruncido, ligeramente apoyado en el escritorio, como si quisiera estar listo para sostenerme otra vez. Ruedo los ojos mentalmente y le doy media sonrisa. —Estoy bien —anuncio, sorbiendo la nariz. Justo como dije, se lanza contra mí. —¿Que estás bien? Mierda, Cassidy, estabas por tirar el estómago. Y estoy seguro que sólo eso, porque no parece que hayas sacado nada más, ¿desayunaste algo? ¿Cenaste anoche? —Su mirada seria me hace reír —No es gracioso —espeta y abro ambos ojos para mirarlo—. Estoy preocupado desde ayer, no me llamaste y no te vi esta mañana en la cafetería. Entonces vengo a ver si decidiste asistir a tu trabajo, ¡y te encuentro vomitando! —Me pongo de pie para alejarme y él sujeta mi brazo—. Cassie, dime qué pasa. —Ruge. Me zafo de su agarre y camino del otro lado del escritorio para separarme de él. —Nada, Ryan, ya te lo dije. Maldición —suelto. Respiro hondo para calmarme, no puedo decirle nada—. Cené algo de pizza sospechosa anoche, quizá fuera eso —Él me mira, me analiza como siempre hace y empiezo a irritarme. —Hay algo mal —declara, no sé si para él o para mí. —Pues lo dejo a tu criterio y si me permites, voy al tocador —aprieto los dientes y salgo, interrumpiendo lo que sea que fuese a decir.

Necesito controlarme, no puedo dejar que la ira sea más fuerte. No ahora, no con él. Entro a los baños dando un portazo, deteniéndome frente el espejo con la respiración acelerada. No de nuevo, por favor, pienso. Abro el lavabo y me enjuago las manos y la boca, pasándome por el cuello la palma húmeda. No quiero alzar la mirada, no quiero encontrarme con esos pozos oscuros. Siempre que la veo algo malo sucede, algo que yo hago a las personas que quiero. Un escalofrío recorre mi cuerpo y me estremece de la cabeza a los pies. Aprieto los ojos y niego, respirando profundo y exhalando suavemente hasta que mi corazón late menos rápido. Sin mirarme me doy la vuelta y avanzo a la puerta para ir a mi oficina, esperando que Ryan ya no esté ahí. Siento que soy una bomba, peligrosa, mortal, a punto de estallar. La escena de anoche vuelve a mi mente y me entran ganas de llorar. Ya no quiero lidiar con esto, necesito acabarlo de una vez por todas. Ryan se ha ido, aún falta una hora para salir y estoy segura que estará aquí de nuevo. Tomo mi bolsa y mi móvil, no sin antes revisar una llamada perdida y un mensaje de Laura pidiéndome confirmar. Me encamino al elevador mientras llamo a mi hermana a su extensión directa en lugar de su celular y le pregunto qué tiene planeado para este fin de semana. —Hum, pues Joe vendrá por mí y creo que iremos a comer —responde—, quizá al cine también, ¿por? —Me muerdo el labio, preparada para mentir. —Quiero la casa sola, al menos hasta que llegue papá —Se oye silencio al otro lado de la bocina. —Pero tú me has dicho que no hay que llevar a la cas… —Sé lo que te he dicho, no he cambiado de idea, pero de verdad la necesito. ¿Podrías quedarte este fin de semana con él? —Trato de que mi voz suene casual. —¿Todo está bien? —Ruedo los ojos y finjo una risa. —Sí, todo bien. ¿Puedes o no? —presiono. Se ríe. —Sí, supongo que sí. Tiene un par de cambios míos en su departamento. Llegaré el domingo en la noche, aunque creo que papá llegará en la mañana —Le pregunto qué tiene que ver—. Te puede arruinar la diversión —Me rio. —Vale, nos vemos el domingo —Se queda en silencio y por un momento creo que me ha colgado. —Te quiero, Cassie —murmura—, aunque no lo digo a menudo es así. Haz dado todo por mí y no sabes cuánto te lo agradezco —Me sorprenden tanto sus palabras que me quedo sin habla—. Espero que sepas que haría lo que fuera por ti. Si necesitaras algo, cualquier cosa, me lo dirías ¿cierto? —Mis ojos se humedecen.

—Por supuesto, cariño. Y no debes agradecerme nada, eres la persona que más quiero en el mundo. —Lo sé —dice y sé que sonríe. Sin embargo, la escucho suspirar resignada—. Es que algo me molesta y siento la necesidad de que sepas cuánto me importas —Hace una pausa—. Dime que todo está bien —Me tenso ante su petición, pero la mentira, como siempre, flota grácil de mis labios. —Todo está bien, Lily; estoy bien —aseguro y cuelgo. Sé que pronto lo estaré.

Veintidós Tengo un mal presentimiento. Mientras el elevador hacía su camino al estacionamiento mantuve mis ojos cerrados y, al bajar, crucé el aparcamiento casi corriendo hasta mi auto. Ryan había estado acompañándome a mi coche, por el estúpido miedo que siento al estar ahí; pero no conté con él cuando me escabullí del trabajo, por lo que hice tiempo récord en subir, arrancar y salir hacia la avenida. Ahora conduzco despacio porque me siento particularmente agitada. Posiblemente sea por mi carrerilla del estacionamiento. Llamo a Laura para confirmar la hora y me pregunta si encontré un buen vestido. —Oh sí, es perfecto —respondo distraídamente y grita diciendo lo feliz que está. —¡Soy la mujer más feliz del mundo! ¡Quiero que sea de noche ya! Tenemos planeado… Oh no, no diré nada hasta que estemos todas juntas. ¡Me muero de la emoción! ¡Las noticias que tengo, mi vestido! ¡Ah! —Chilla extasiada—. ¡Nos vemos en un rato! —Cuelga. Como siempre no dije nada mientras parloteaba. Suena tan entusiasmada que me crispa. Frunzo el ceño, confundida por esto último, y relajo los hombros, avanzado lentamente por la calle que lleva a mi casa. Me detengo en la cochera y apago el motor, pero no me bajo. ¿Por qué me siento molesta otra vez? Apoyo las manos en el volante y analizo mis sentimientos. Posiblemente, estoy celosa. Pero, ¿por qué? ¿Es porque amo a Alex aún? Pienso en sus resplandecientes ojos verdes y cosquillean los recuerdos. Tantos dolorosos y maravillosos recuerdos. Pensar en ellos no me provocan los mismo sentimientos de antaño, ni siquiera nostalgia; sólo calidez. Entonces eso no puede ser, no lo amo. Cierro los ojos cuando cierta mirada ambarina se cuela a mis pensamientos, alterando el tranquilo ritmo de mi corazón. No, no puedo permitirme pensar en Ryan. Abro los ojos y suspiro, concentrándome en Laura, ¿estoy celosa de ella? ¿Celosa de que mi mejor amiga tiene todo lo que quiere mientras yo estoy sumida en el miedo y la desesperación? ¿De que quizá su felicidad la consiguió a mi costa? Gruño frustrada. Esta última pregunta me la he hecho por años pero nunca he sido capaz de hacérsela a ella. ¿Cómo podría? No creo que ella fuera capaz de dormir

con mi novio. En aquél entonces era mi mejor amiga, éramos inseparables, sabía cada detalle de mi difícil relación con Alexander. El vaho baila a mi alrededor cuando exhalo y me doy cuenta de que mis nudillos están blancos de tanto apretar el volante entre mis manos. Aflojo mi agarre parpadeando confundida y tomo mi bolsa, estremeciéndome, para salir del auto y entrar a casa. Sé que Lily no vendrá y que mi padre volverá hasta mañana así que cierro la puerta con llave y me dirijo a mi habitación. Sigo sintiendo un hormigueo en la nuca y me hace enojar. Odio la constante sensación de no estar sola, pero odio más lo fácil que se me vuelve últimamente enfurecer y perder el control. Busco mi celular y me tiro a la cama. Veo un par de mensajes de Ryan preguntándome si ya me fui y por qué, también los Violet sobre la reunión de esta noche y busco el número de Larissa. Me muerdo el labio pensativa, no estoy segura de llamarle de nuevo, si está ocupada con ese caso no quiero ser una molestia. Pero tampoco me siento capaz de soportar esta situación por mucho tiempo. Niego y dejo el móvil a un lado de la cama y me llevo los brazos a la cara, sorprendiéndome al notar que voy quedándome dormida.

Ésta pesadilla es diferente. La oscuridad que me envuelve me hace sentir en un peligro difícil de explicar. No es como el resto, no temo a algo que esté ahí afuera, es algo más, más peligroso, imposible de eludir, es más oscuro que cualquier otro sueño que haya tenido. Es un simple sentimiento: odio. Es odio en el estado más puro que he sentido jamás. Y me tiene tan aterrada como cautivada. Estoy en medio de la nada. O quizá en el centro de todo. Mi respiración es tranquila, mi visión nula y aunque estoy paralizada justo donde estoy, siento que me desplazo; es como si flotara. Me estremezco y, suavemente, mis labios se abren; no se sienten propios, creo que no los controlo.

—Estoy cansada de huir —susurro y mis palabras huecas hacen eco en mis oídos—, quiero que me muestres —alargo la última letra en un siseo amenazante y me provoca un escalofrío. Algo se mueve a mi alrededor, lo percibo más que verlo. Debería sentirme intimidada y asustada, pero me siento en calma, a pesar de la sensación de peligro que titila en el fondo de mi mente. —Te he estado esperando —La voz conocida hace que mi corazón martille con fuerza contra mi pecho. Y aunque algo en mi interior quiere girarse para buscar la fuente o correr lo más lejos posible, mi cuerpo se queda justo donde está. Sonrío pero no quiero hacerlo y aun así mis labios están curvados hacia arriba, esperando, eso es lo que hago, estoy esperando algo. No tengo idea de qué. —Es tiempo de que me los devuelvas —digo, cayendo sobre mis rodillas con un ruido sordo, inclinando a cabeza como en una reverencia. Cierro los ojos aunque siento el pánico revolotear a mi alrededor y unos dedos helados se posan sobre mi cabeza. Me agito internamente pero no me muevo ni un milímetro de donde estoy, sólo me limito a cerrar los ojos con satisfacción. —No —Escucho esa voz de nuevo antes de que un punzante dolor me haga gruñir y apoyar mis manos en el suelo. Es intenso y penetrante, cala hasta mis huesos y empieza donde los fríos dedos se habían posado. —No —Se repite una y otra vez la negativa y el dolor aumenta con tanta fuerza que mis ojos se llenan de lágrimas y tengo que apretar los dientes para no gritar. Entierro las uñas en la oscuridad del suelo, sintiendo algo terrible crecer en mi vientre y subir hasta mi pecho. Empiezo a negar enérgicamente, cerrándole el paso a la ira que vuelve a burbujear dentro de mí. Una parte de mí desea tanto que ella tome el control para ya no sufrir más, pero la otra recuerda las terribles cosas que esa maldad me ha mostrado y lo único que deseo es que desaparezca. Grito rabiosa cuando unos dedos toman mis muñecas y me hacen ponerme de pie, puedo percibir la presencia justo enfrente de mí pero tengo los ojos cerrados. Confío en que la oscuridad siga siendo tan densa que no me deje ver nada pero aún con esa idea me niego a abrirlos. El agarre en mis muñecas se intensifica y un sollozo escapa de mi garganta, suplico mentalmente que por favor me deje en paz pero mis ruegos son en vano.

Encuentro entre mis pensamientos la petición de abrir los ojos y en contra de lo que quiero, le obedezco. No sé cómo logro vislumbrar esos pozos brillantes y oscuros llenos de desprecio y odio, mirándome a centímetros de mi rostro, en esta cruel oscuridad. Pero lo hago, los veo y la rabia en ellos es casi palpable. Los observo sin titubear y me pierdo en ellos. Los enfrento, los desafío. —No estás lista —Gruñe molesta mi voz, pero no brota de mis labios. Es de nuevo ella; quien me persigue, quien me tortura, quien me muestra los horrores que me deparan y el terrible ser que soy. Es ella, soy yo. Cierro los ojos y siento su agarre desaparecer, empujándome a un abismo, dejándome vacía y trayéndome a la conciencia del despertar, con único y firme pensamiento. Es tiempo.

Veintitrés Salgo del baño con la piel roja. El agua caliente en la ducha resultó tan relajante, que olvidé lo sensible que es mi piel. Me siento ligera y tranquila, con el tiempo justo para arreglarme e ir al bar. Escurro el exceso de agua en mi cabello y lo sacudo con la toalla antes de enredarme en ella. Cruzo el pasillo a mi habitación y enciendo mi ordenador para poner música, ya que tengo cargando mi celular. Algo de esta chica Stirling, con su increíble violín me hace tararear y agitar la cabeza. Me siento diferente. No sé explicarlo con certeza, es como si durante mucho tiempo me hubiese preparado para algo y ahora, por fin, estuviera lista. Sí, es algo así. Me proporciona cierta serenidad que durante mucho tiempo he necesitado. A pesar de estar sola, cierro la puerta, me quito la toalla y saco la caja de debajo de mi cama. La tenue humedad de mi piel desnuda se va desvaneciendo con mis movimientos. Dando un par de giros sobre mí misma, suelto una risita y tomo de mi armario unos stilletos negros que Lily me regaló en mi cumpleaños pasado. Creo que ni siquiera los había visto bien; me encanta que la suela de estos zapatos sea roja. El tacón no es muy alto y me alegra que mi hermana haya cuidado eso. Lily. Pensar en ella me provoca un estremecimiento pero mi preocupación por mi hermana desaparece aún más rápido de lo que llegó. Sonrío y me alejo el cabello de la cara mientras busco mis tesoros en mi cajón de ropa interior. Por tesoros me refiero a esas prendas que guardo para ocasiones especiales. Las bragas sin costuras y con detalles de encaje son negras, pero no creo que importe. Tomo un sujetador sin tirantes del mismo color y me visto. Mi cabello es ondulado quebrado y como no suelo usarlo suelto, decido pasarle la vieja secadora de mi hermana y ponerle un poco de crema para peinar. No me había dado cuenta de lo largo que es y me desespero un poco, pero termino dominándolo. No sé cómo Lily hace estas cosas cada mañana, con suerte y salgo despierta de casa.

Observo el espejo un rato pensando en ella, no puedo evitarlo. Aunque no entiendo por qué parpadea en mi mente y luego se va, como la señal ambarina del semáforo que pronto se vuelve un rojo prohibido. Rojo. Mi vestido rojo. No, no estaba pensando en eso. Me llevo la mano a la cabeza confundida y un escalofrío me recorre. Mi mirada cae en el tatuaje y algo se atasca en mi garganta, respiro suavemente por temor a romper a llorar. Miro a mi reflejo esperando una mirada de reproche, pero no está. En cambio veo que mi rostro esta sonriente y mi mirada tranquila como si no estuviera por explotar. Empiezo a sentir cómo se agitan mis emociones, salen de donde están ocultas, de donde han sido encerradas. Entonces cometo el error de volver a mirar al espejo y esos pozos oscuros se llevan todo de nuevo. Parpadeo un par de veces y abro el cajón del sencillo tocador de madera, sacando mi neceser. Algo se me olvida, pero no tengo idea de qué es. Aplico corrector bajo mis ojos, una base al color de mi piel y algo de lo poco que queda en mi polvo compacto. Dibujo una fina línea oscura sobre mis ojos y aplico máscara para pestañas, más un poco de rubor sobre mis mejillas. Veo a través del espejo que mi móvil se ilumina. Posiblemente son las chicas preguntando si ya estoy lista porque ya son las siete y cuarto, normalmente soy yo quien presiona.

Era yo. Me acerco la cama y mordiendo mi labio tomo el vestido, me lo pongo con un suspiro de satisfacción y meto mis pies en los zapatos. El cierre está en la espalda y aunque se me dificulta un poco lo logro subir. Me acerco de nuevo al espejo y aplico un labial rojo, buscando unos aretes negros y un brazalete. Ahora que lo pienso, no me da la gana esconderme de personas que realmente ni me conocen. Decido no usar brazalete y me alejo del espejo para verme. No es de cuerpo completo pero me da una buena vista. El vestido carmesí es palabra de honor en tubo, con un ligero corte asimétrico sobre el pecho izquierdo y termina un buen palmo encima de las rodillas. Me pongo de lado apretando el vientre, no me puedo creer que me vea tan bien. Quiero decir, no soy fea, lo sé, pero tampoco soy hermosa. Admito que mis kilos de más alguna vez me preocuparon, pero siempre he intentado usarlos a mi favor y por la forma en que se ajusta éste vestido a mi silueta, creo que ha sido una sabia decisión no eliminarlos. Se supone que con algo así debería llevar el cabello recogido, pero me encanta la combinación de negro y

rojo. No sé por qué pero me rio encantada. Tomo una cartera negra de mano donde apenas cabe mi móvil, mis llaves y el labial rojo. Siento que me falta algo. Me encamino al cuarto de Lily con una sonrisa, y es que tiene un perfume que huele delicioso. Creo que son rosas o algo así, sumamente sensual. Lo encuentro sobre su mesilla de noche y no dudo en rociar en mi cuello y muñecas. Mis ojos vuelven a fijarse en mi tatuaje, encendiendo mi guardia y provocándome una inexplicable ansiedad que me hace temblar. Debería llamar a Lily, debería preguntarle cómo está o debería ir a buscarla, y a papá. Tengo que llamar a Ryan, pedirle que me ayude. Ayuda, ayuda, necesito ayuda. Me tambaleo porque quiero correr pero mis pies no me responden y tengo que sujetarme de la mesilla. ¿Por qué quiero correr? ¿De qué trato de huir? Recupero la estabilidad con la respiración agitada e intento concretar un pensamiento de tantos que se agitan en mi cabeza. —Es tiempo —susurro involuntariamente—. No tengo miedo —Mis labios tiemblan mientras mi subconsciente sigue luchando para indicarme qué va mal. Cierro los ojos mientras repito ésas tres palabras como un mantra hasta que mi pulso se calma y mis labios se curvan en una sonrisa victoriosa. Siento mi pecho ligero de nuevo y mis emociones tranquilas. Abro los ojos y me enderezo, acomodándome el cabello que cayó sobre mi cara. Me siento decidida, preparada. Es tiempo de disfrutar la noche. Hacerla toda para mí.

Veinticuatro Son ya las ocho cuando paso despacio frente al bar. El Alce Rosado es de mis favoritos, cuando llego a salir, pues ahí la barra no está llena, aunque la pista sí y la iluminación es perfecta. Buena música, buen servicio; suficiente para mí. El bar está prácticamente en medio de la cuadra, así que lo paso y me estaciono a la vuelta de la esquina. Sin dudarlo me bajo y camino hasta la entrada, enlazando desde lejos mi mirada con un hombre no tan atractivo que está en los primeros de la fila. No sería larga la espera si me formara pero me da igual. Con un par de sonrisas y el contoneo al caminar, consigo que asienta hacia mí y haga una seña con la mano para que me ponga su lado. Hacemos presentaciones y entramos al bar sonriendo y charlando, me gusta pero sólo le acepto la bebida que me ofrece para escabullirme de su lado en cuanto se va. Agradezco la luz tenue y me adentro en el lugar, buscando con la mirada la mesa de las chicas. Vi en la conversación grupal que Laura reservó una mesa en la esquina, donde hay unos sofás corrientes pero que está cerca de la barra, por el lado en que casi no hay gente. Entrecierro los ojos y las veo, agitando las manos exageradamente mientras ríen; no puedo evitar rodar los ojos. Me dirijo hacia allá con paso decidido, guiñándole un ojo a una chica que me devora con la mirada y empujando a quienes se atraviesan en mi camino. No estoy de humor para detenerme ni ceder el paso. Conforme me acerco resultan más claras las siluetas vestidas de varios azules y la irritante chica de fuego protagonista de la reunión. Sonrío alegremente cuando me encuentro a unos pasos. —Ya, ya no lloren. Ya llegué —Se ríen antes de girarse, pero cuando sus ojos se posan sobre mí se abren sorprendidos y tartamudean saludos. —¡Cassie! Estábamos llamándote —Violet se levanta y me da un beso, seguida de Esther y Anna. Me recorren de arriba abajo y aunque tratan de ocultarlo, sus ojos brillan asombrados. Supongo que es porque no imaginan la reacción de Laura. Cuando me acerco a ella tiene los labios ligeramente abiertos y la mirada echando chispas. Sonríe apretando los dientes y se acerca para darme un beso, sujetándome por los hombros en cuanto se levanta del sofá.

—¡Vienes de rojo! —Su voz es un chillido incrédulo y reprochador. Me encojo de hombros, tanto para decirle que no me importa como para quitarme sus manos de encima. —Sí, al final decidí que no me interesa qué uses. —Escucho un jadeo ahogado detrás de mí y le sonrío dulcemente a Laura—. Porque, ya sabes, nadie se puede ver más hermosa que tú —bajo mi mirada a sus pies y la subo lentamente, recorriéndola, con la ceja alzada. Intentando que note el sarcasmo en mis palabras. Acepto que el corto vestido en corte imperio es muy bonito, pero no es su estilo. Ella agranda los ojos y abre la boca para decir algo, pero es interrumpida. —¡Es obvio que no! —Dice Anna, y Violet me da un manotazo en el trasero. —Ella se ve tierna, ¿pero tú? —Se abanica el rostro y me hace reír, le doy la espalda a Laura—. Uf, tú estás ardiendo, nena —Violet es lo único bueno que me ha dado seguir hablando con Laura. Quizá si su novia no fuera tan posesiva, seríamos amigas de verdad. Le hago una seña a Anna para que se siente y se acomoda, no me sorprende que Esther no dijera nada. Ella y Laura son uña y carne. Con el sofá en forma de U en la esquina y la mesilla metálica al centro, quedamos Laura y yo de frente, en los extremos. Esther se sienta a lado de ella, tan cerca como puede y Violet a lado mío, aunque separada, dejando a Anna en el centro pegada a la pared. —Creímos que no vendrías, nunca te retrasas —Anna se muerde el dedo mientras me habla, tiene esa extraña manía. —Me quedé dormida —explico, distraída por la penetrante mirada de Violet—. ¿Tengo algo en la cara? —Cuestiono con una sonrisa. —Nada, que nunca te había visto así —Lame sus labios—. Te ves increíble, súper sexy —Me rio, ligeramente apenada pero lo suficientemente complacida como para aceptar sus halagos. —Por favor, tú eres la que está despampanante —Es cierto, el vestido turquesa resalta sus ojos azules y el recogido en su cabello platinado la hace lucir hermosa. —Sí, bueno, el vestido que me haría ver caliente fue totalmente prohibido por Maggie —Pone los ojos en blanco y me rio, posando suavemente la punta de mis dedos en su pierna. Ella repara en ello y le doy una mirada a Anna, quien rápidamente mira hacia la pista.

—¿Quieres ir a bailar? —Le pregunto alzando la voz, pero es alguien más quien responde. —¿Qué? ¿Ir a bailar? ¡Aún no! ¡Estamos festejando mí compromiso! —El énfasis en ello me hace apretar los dientes. —Claro que sí, cuéntanos. ¿Cómo te lo pidió? ¿Y el anillo? —Empieza Esther, dándole una mirada a sus manos. Laura entrelaza los dedos desnudos. —No me ha dado anillo aún —Responde con un bufido, como si hubiese oído una absurda pregunta. Esther, que seguramente ya sabe la historia, pone cara de confusión; posiblemente fingida. —Entonces, ¿te pidió matrimonio o no? —El resto observa a Laura atentamente, esperando su respuesta. Me limito a observar la pared y darle miradas a la pista de baile. —A nuestro compromiso lo representa más que un anillo. Lo representa el amor, la confianza, la fidelidad y el deseo de compartir nuestras vidas por siempre. —Anna suspira y las demás ríen; sólo finjo una sonrisa enternecida—. Me pidió que nos casáramos y acepté, aunque también me pidió que esperara a la verdadera propuesta. ¡Con anillo, romance y todo! —Aplaude emocionada y Esther chilla con ella. —¿Por qué esperar? —digo—. Si iba a hacer la propuesta romántica, ¿por qué echar a perder la sorpresa? —El grito de Esther me hace saltar en mi asiento. —¡Por Dios, amo esa canción! —Se cuelga del hombro de Laura y la mira con ojos suplicantes—. Deja que bailemos esta, anda, por favor —Alarga tanto la “r” en el oído de Laura, que ésta termina haciendo una mueca y levantándose para acercarse a la pista. Me da una mirada de “ésta chica está loca” y le sonrío sinceramente. Todas nos movemos a la pista pero después de una canción, Laura vuelve al sofá. Esther va con ella a mitad de la segunda canción y Anna dice que va al baño. Me quedo con Violet meneando la cadera con la mirada entrecerrada de Laura puesta en nosotras. Entonces dejo de mirarla y mi corazón salta, me siento como si fuera la primera vez que vengo a un bar. Es la misma sensación de emoción y miedo, que experimenté cuando al fin entré en uno. La disfruto, lanzándole miradas coquetas a cualquiera que me mire por demasiado tiempo y permitiendo que la música, un tanto extraña para mí, se adueñe con su

ritmo de mi cuerpo. Siempre quise experimentar estas cosas. Siento las manos de Violet en mi cadera, llegando por mi espalda; la luz sobre la pista es ligeramente más baja que en el área alrededor. Me vuelvo para sonreírle pero los ojos que me miran no son azules como los de Violet. Son oscuros. Tan oscuros y siniestros que me erizan la piel. Me alejo con un jadeo asustado, empujando aquellas espeluznantes manos de encima mío. —Lo siento, ¿demasiado rápido? —La dulce voz de Violet y su sonrisa me descolocan. Habría jurado que vi… —No, es que no te distinguí —Ella ríe y le digo que vayamos a sentarnos un momento. Esther, Anna y Laura hablan entre ellas y nos lanzan una mirada, que me resulta muy sospechosa, mientras nos acercamos. Violet se sienta y se recorre poniendo bastante espacio entre nosotras, y me siento. —Ahora que estamos todas —empieza Laura dándole una cómplice mirada a Esther —, es tiempo de soltar información —Me paso la mano por la frente para limpiarme el sudor y esperamos. Hace demasiada calor, y eso que no bailamos por mucho tiempo. ¿Por qué diablos nadie ha pedido bebidas? Miro hacia la barra y veo que no está muy llena, me debato entre hace que un chico las traiga para nosotras o ir por ellas. —Antes de que sueltes algo, espera a que vaya por algo para tomar. Muero de sed —Le muestro mi seca lengua a Laura y sonríe. —Yo también tengo sed —dice Violet. — ¡Y yo! —Agita la mano Anna. Niego entre risas. —Ven burro y quieren viaje. Sólo traeré cervezas, nada elegante —Le doy una mirada a Laura y asiente, asegurando que la segunda ronda será con champagne pero agregando que no quiere cerveza. Me alejo de ellas y llego a la barra dando saltitos y un golpe; el barman me atiende rápido y me asegura que me las enviará para que no cargue nada. Asiento y regreso a la mesa con uno de los empleados tras de mí sujetando las cervezas. Esther agita sus cejas hacia mí y le doy un guiño. Se ríe, tomamos nuestras cervezas y le lanzamos los necesarios cumplidos al mesero. No hay brindis ni nada ridículo y casi bebo la mitad de la cerveza de un trago. Me detengo de golpe y alejo la cerveza de mis labios, mirándola entre mis manos como a una abominación.

Yo no bebo. No he bebido alcohol desde esa fiesta a los dieciséis. Mi corazón empieza a latir más rápido. Siento cómo la confusión se abre paso en mi interior y le da al miedo el control. ¿Qué demonios estoy haciendo? Miro frente a mí a Laura, sus labios se mueven, está hablando. —…así que lo diré ya —Hace una pausa para mirarnos a todas, pero engancha su mirada en la mía al final—. Estoy embarazada —Suelta con una sonrisa. Silencio total. La conciencia que estaba iluminado mi mente desaparece. Todo se vuelve a apagar.

Veinticinco El golpe de esas palabras llega directo a mi corazón. Y el impacto es sumamente doloroso. No logro encontrar el motivo exacto por el que su noticia me congela. Me quedo en silencio mientras las chicas se abalanzan sobre ella con abrazos y felicitaciones. Laura les sonríe plenamente feliz y puedo percibir la aversión filtrarse sigilosamente dentro de mí. El odio abriéndose paso, lánguido pero atronador. Aprovecho los minutos que nadie me presta atención para recomponerme y cedo desesperadamente el control a mi creciente ira. —Sí, yo tampoco lo podía creer al principio —dice entre risas. —Enhorabuena, Lau, muchas felicidades —agrega Anna, volviendo a su asiento. —Aunque creí que te cuidabas, con eso de que no te gustan los niños… —Violet deja la frase colgando pero luego hace un ademán para restarle importancia. Me da una mirada y le sonrío complacida, ella muerde su labio con la mirada brillante. —Ah sí, fue algo inesperado. Un perfecto accidente —dice dulcemente, llevándose la mano al vientre aún plano. Por un segundo creo que voy a estallar, pero al siguiente el mar de emociones que quieren hundirme se congela. Todo en mí se congela. Sorprende a las chicas, tanto como a mí, la risa burlona que brota de mis labios rojos. —Oh, lo siento —digo, aun riendo—. No, ya, perdona —aprieto mis labios y respiro hondo para serenarme—. Muchas felicidades, Laura, ¿cuánto tienes? —Ella agradece mi felicitación y me comenta que es al menos un mes de embarazo. Asiento, como si esperara esa respuesta y sonrío. —¿Hace cuánto lo sabes? —Inquiero con inocencia. Frunce el ceño, confundida. —Dos semanas —Informa suavemente, puedo ver su mente maquinar. —Vaya, ¿hace cuánto le dijiste a Alexander? —Le doy un sorbo a mi cerveza. Me gusta la manera en que el nombre de él sonó en mis labios. Tan familiar... Laura mira a las chicas con una sonrisa, pero su mirada llameante me demuestra que sabe a dónde quiero llegar. —Pensé que íbamos a celebrar —farfulla—, no que venía a un interrogatorio — Rueda los ojos y aunque las chicas ríen, no hacen nada por cambiar el tema. Sus

mirada regresan mis ojos y arqueo una ceja—. Le dije tres días después, porque quería asegurarme con un médico —Le sonrío dulcemente. —Por supuesto, las pruebas desechables pueden fallar —dice Esther y asentimos. —Más bien, el condón puede fallar —apunto, codeando suavemente el brazo de Violet y dándole una sonrisa maliciosa. —¿Tanto tiempo juntos y usando preservativo? Qué flojera —dice Anna. —Creí que usabas pastilla, Lau —Ayuda Violet. Laura abre la boca para responder pero interrumpo. —Usan ambas —aseguro con una sonrisa—. Él nunca ha querido hijos. Cuando estaba con él yo tampoco quería, así que necesitábamos toda la seguridad —Me encojo de hombros, aturdida por mi comportamiento—. Es algo a lo que acostumbré a Alex —Agrego, y bebo de golpe el resto de mi cerveza. Violet está aguantando las ganas de reír, Anna nos observa de una a una y Esther no puede abrir más los ojos. Le hago una señal al chico que me había ayudado con las bebidas y muevo mi dedo en un círculo, pidiendo otra ronda. Cuando por fin mi mirada cae en Laura, tiene el rostro más enrojecido que su vestido y los ojos entrecerrados con rabia. —Otra pregunta —Fuerzo y puedo notar a Laura tensarse. Esther se inclina en automático hacia ella—. Sé que sabes todo lo que Alexander pasó de niño, con su padre abandonando a su madre y eso. En fin, ¿cuándo te pidió que se casaran? — Agito las manos para interrumpirla aunque ni siquiera intenta responder—. Ah, espera. Recuerdo, sí, recuerdo que me llamaste para que fuera la primera en saber, ¡fue esta semana! —anuncio alegre. —¿Qué estás haciendo? —masculla con los dientes apretados, sostengo su mirada enfurecida con la mía llena de desprecio. Algo está mal, Cassie, algo va mal, piensa; ésta no eres tú. Las palabras rondan mi mente pero no puedo concentrarme en ellas. Trato de que mi voz siga sonando neutral pero sé que mi rostro y mis ojos delatan mi ira. —Fue prácticamente unos días después de que le dijiste de tu accidente —Continúo ignorando sus palabras y señalando su vientre con la cabeza. Sus ojos se humedecen—. Eso explica el compromiso sin propuesta romántica. Propuesta que estoy segura no iba a suceder —asiento. —Él me ama. Él quería que nos casáramos antes de esto —asegura.

—Eso suena a que te quieres convencer a ti misma. —Espeto. El chico de antes se acerca con las cervezas y rápidamente tomo una, dándole una sonrisa agradecida. La tensión puede cortarse con un cuchillo. Las chicas están en silencio, sin cruzar ninguna la mirada con la otra y con la boca bien cerrada. Puedo sentir mi postura relajada en comparación, aunque por dentro estoy impaciente. Sé que Laura quiere decir mil cosas para escudarse, siempre ha sido así y me sorprende, debo decir, que no haya lanzado ya sus defensas como cuchillas. La observo mientras bebo, boquea como pez fuera del agua, buscando qué decir, buscando las palabras adecuadas. Las lágrimas que retienen sus ojos pueden desbordarse en cualquier momento. Decido ayudarles un poco. —Una última pregunta, Ari —Era un mote que le puse, pues un profesor la llamaba Laurita. Ella reconoce mi gesto y sus labios tiemblan. —Sólo si te atreves a responder con sinceridad. —Cuadra los hombros y se inclina hacia delante, como un gato a punto de saltar. Dejo la botella en la mesa y le doy una media sonrisa. —Muy bien —susurro y la miro, ella titubea de su postura, mi mirada es inflexible y percibo mi sonrisa cruel y maliciosa esfumarse, volviéndose una mueca de desprecio conocedora. —¿Cuándo te acostaste con Alexander por primera vez? —Una de las chicas jadea, posiblemente sorprendida. Sé que soy yo la extraña, sé que ellas sí congenian, sé que tal vez sepan la verdad y me la dirían si insistiera lo suficiente. Pero no es de ninguna de ellas de quien deseo la respuesta de una pregunta que me ha atormentado por años. Titubean, todas titubean, y veo en los ojos de Laura otra pregunta: ¿De esto se trataba todo? Mi mirada desafiante le responde y abre sus labios sin emitir sonido alguno. Fui idiota al pensar que no me dolería ver culpa en su mirada. Pero la hay, y duele, mi pecho arde. Se escapa mi aliento cuando sus ojos se apartan de los míos. Y sus lágrimas caen. Lo sabía.

Veintiséis He llorado por más de una hora. No sé cómo es posible que sigan brotando lágrimas de mis ojos, debería estar seca ya, pero el dolor no para. Nunca me había sentido tan mal en mi vida entera, jamás había hecho algo así. Tan ruin, tan cruel. Juzgando y humillando sin derecho. Dios, ésa no soy yo. —¡Maldita sea! —gruño, golpeando el volante con fuerza—. ¡Maldita, maldita, maldita! —El auto se mece conforme pataleo y me lastimo la muñeca cuando vuelvo a golpear el volante. ¿Qué fue lo que hice? ¿Qué demonios me pasó? ¿Por qué me siento de este modo? Entierro la cara entre mis manos completamente desesperada. ¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué me pasa esto? Estoy enloqueciendo. Debería ir al hospital, sí, eso debería hacer, estoy segura de que es un trastorno de bipolaridad. O doble personalidad. Mierda, debe ser eso. Necesito ayuda. Sujeto el espejo retrovisor y lo muevo para mirarme. Mis ojos oscuros están enrojecidos y aún caen lágrimas de ellos. Gran parte del delineador se ha corrido y ha dejado unas horribles manchas bajo mis ojos. Mi nariz está roja, mi mirada desenfocada. No, no, no. No puedo verme así, debo verme bonita, debo verme normal. Un dolor punzante en la cabeza me hace gemir. Necesito ayuda, necesito salir de aquí, necesito dejar de sentir esta ira. Con manos temblorosas busco las llaves que arrojé al asiento del copiloto pero no las veo. Parpadeo varias veces y niego molesta con las lágrimas que no me dejan ver. Deduzco que se cayeron y me estiro sobre el asiento para buscarlas. Palpo el suelo, cada vez más irritada por no encontrarlas, hasta que mis dedos notan algo. Frunzo el ceño y saco la mano con velocidad ante la sensación húmeda y viscosa que cubre las yemas de mis dedos, poniéndola frente a mis ojos. Sangre. Sofoco un grito y me pego a la puerta mirando boquiabierta mis dedos manchados. Mi respiración se acelera y las lágrimas vuelven a inundar mis mejillas, repito en mi mente que esto no puede ser real.

Mi mano tiembla mientras mi dedo pulgar palpa la sangre entre mis dedos. Es real. No, no puede serlo. Me quedo sin aliento, arrinconándome lo más posible contra el asiento y la puerta cuando la sangre empieza a escurrir por mi brazo. Me giro para abrir la puerta pero se atasca y empiezo a lloriquear suplicas para que se abra. El frío se apodera del auto; cruel, despiadado. Siento una presencia tras de mí pero me niego a mirarle. —Por favor, ábrete, por favor, por favor, por favor —Sus dedos están en mi hombro, los siento, y me sacudo para quitármelos, gritando y pateando la puerta. Se abre al fin y salto fuera, cayendo dolorosamente sobre mis rodillas, pero me levanto a trompicones dispuesta a correr sin mirar a atrás. —¿Cassie? —me paralizo. He escuchado esa voz pronunciando mi nombre antes, hace tanto tiempo que contengo la respiración—. Cassie —Su murmullo conocedor cae sobre mi espalda como agua helada, estremeciéndome. Me enderezo sin volverme, hipnotizada, aterrada, consumida por la curiosidad. Mis labios se separan para tomar aire pero la cantidad que consigo hacer entrar es casi nula. Parpadeando y con las manos temblorosas me doy la vuelta, lentamente, dándole tiempo a mi entorno para que vuelva a la normalidad. Pero entre más cerca están mis ojos del auto, más rápidamente entiendo que ésta es mi normalidad. Mi garganta lastima y mi cuerpo es recorrido por un escalofrío cuando mi mirada se posa en ella. Está ahí dentro del auto, sumida en la penumbra, en cuclillas sobre el asiento del copiloto. Su mirada oscura como la mía está puesta en mí, la sonrisa torcida, el odio marcando sus facciones igual que a mí. Mi madre. Mis ojos se abren desmesuradamente, es igual a mí, una versión mayor que yo pero es justo como la recuerdo cuando se despidió. Es ella, siento una punzada de miedo y emoción. Sus labios se están moviendo ahora, pero no logro entender lo que intenta decir. Mis pies se deslizan sobre la acera, acercándome a ella, lentamente pero sin titubear. Sus susurros aumentan de nivel conforme me acerco pero siguen siendo incomprensibles. Entro al auto, sin dejar de mirar sus ojos, cerrando la puerta tras de mí para apoyarme porque apenas puedo contener mis temblores. Mi rápida respiración pronto se mezcla con el aliento de mi madre. El vapor que exhalo por el frío baila con los murmullos que emiten sus labios purpúreos. Sus ojos están puestos en algún punto encima de mi hombro pero su mirada está vacía.

—…me odia ahora. Eres muy pequeña para entenderlo pero debo irme —Sus palabras cargadas de miedo salen atropelladas y mueve sus ojos pausadamente hacia mí—. Ellos entraron, no fue mi culpa. Ellos entraron, no fue mi culpa. No fue mi culpa, no fue mi culpa, ellos entraron, no fue mi culpa. Siento mis ojos humedecerse y tengo que apretar mi mano ensangrentada en un puño para no estirarla hacia su rostro. Abro la boca sin emitir sonido alguno y veo su mirada aclararse, escrutando mi rostro, reconociéndome. De un segundo a otro se lanza contra mí, rodeando con sus huesudas manos mi cuello. —¡¡Ellos entraron!! ¡¡No fue mi culpa!! —Sus desgarradores gritos furiosos se combinan con los míos totalmente aterrados—. ¡¡No fue mi culpa!! —Mi pulso se acelera y mi garganta quema. Entierro mis uñas en sus manos para alejarla, sacudiéndome en busca de aire pero ni se inmuta. Mis pulmones empiezan a quemar, intento respirar sólo por la nariz pero la ansiedad me hace ahogarme con el mismo aire que logra entrar. Mi visión se nubla mientras mi madre me grita una y otra vez que no fue su culpa. Siento mi cara arder y el zumbido de los latidos de mi corazón llenan mis oídos. Ya no tengo fuerzas para luchar y mi agarre en sus manos se debilita. No puedo respirar. Veo su cara acercarse mientras cierro los ojos y percibo su frío aliento en mi oreja. Su susurro de advertencia resuena en mi cabeza hasta que pierdo la conciencia. —Y ahora te odia.

Veintisiete Me sobresaltan unos golpes contra el cristal. Abro los ojos con un jadeo asustado, mirando a mí alrededor y sintiendo aún una presión en mi garganta. Me llevo la mano al cuello pero la alejo con rapidez para ver la sustancia carmesí que la cubría. Con una exhalación temblorosa giro mi mano para examinarla pero la encuentro completamente limpia. No lo entiendo, ¿me quedé dormida? Otro par de golpes me hacen saltar en mi asiento y me giro hacia la ventana. Veo una pareja detrás del empañado cristal y, dándome un vistazo en el espejo retrovisor, abro la puerta y salgo. La pelirroja alza las cejas repetidamente hacia mí y la miro confundida, el chico es quien habla. —Perdona si interrumpimos —Le dirige una significativa mirada a la mujer y continúa—. El sujeto que se estacionó detrás de nosotros nos dejó sin espacio para maniobrar y salir —Se rasca la nunca y la chica continúa. —Pero ya que vimos que se calmaron, ¿podrían moverse para que salgamos? —Me sonríe pícaramente y sé que mi cara es un poema. —No te… Lo siento, no te entiendo —Le lanza una mirada al auto y frunce el ceño. —Oh —mira al chico y ríe—, creo que nos confundimos. Con todo ese movimiento, los gritos, los cristales empañados —El hombre la interrumpe con un ligero empujón y ella me da una mirada de disculpa. —¿Hace cuánto que el auto está… quieto? —Formulo despacio la pregunta y él responde. —Unos quince minutos, tal vez —Se encoge de hombros y empiezo a ver la curiosidad brillar en sus ojos. Finjo una risa y les explico que no encontraba mis llaves que, después de mi berrinche por eso, cerré los ojos para pensar dónde las dejé y me quede dormida. Sé que no les importa así que aseguro que ya me voy, y regresan a su camioneta. Entro al auto y tomo varias respiraciones, insegura de volver a palpar el suelo. Busco la lamparilla que se enciende cuando abres la puerta y la prendo para buscar. No es necesario, las llaves están sobre el asiento de copiloto. Siento un nudo ponerse en mi garganta pero lo ignoro, tomo las llaves, apago la luz y enciendo el coche.

Tomo la avenida con velocidad baja, insegura de qué dirección tomar y de mi capacidad para conducir. Me detengo cuando paso frente al bar, no podré arreglar esto, lo que hice y dije, no es algo que simplemente se pueda olvidar. Me duele, sí, pero necesito arreglar mi vida antes. Aunque quizá esto sea lo mejor, no quiero hacer más daño. Suspiro resignada y avanzo, deteniéndome frente a un semáforo en rojo y busco mi móvil. No puedo dejar esto así ni fingir, como siempre, que no ha pasado. Lo desbloqueo e ignoro las llamadas perdidas de Violet y busco el mensaje que debí atender hace mucho. Dejo mi dedo suspendido sobre la conversación de Ryan un segundo, pero la ignoro también y voy directo a Larissa. Dejo abierto su último mensaje y lo pongo sobre el asiento contiguo, avanzando cuando un bocinazo me hace ver la luz en verde. Ella debe saber qué demonios está pasando. Las cosas se están saliendo de control, ya no puedo enfrentarlo yo sola y sé que ella puede ayudarme, sé que ella sabe qué me pasa y por qué. Seguramente por eso vino en un principio. Noto que empiezo a molestarme y relajo los hombros, respirando profundo una y otra vez mientras atravieso la ciudad. Bajo el vidrio de la ventanilla izquierda y saco el brazo, esperando que el aire fresco de la noche me ayude a tranquilizarme. La ansiedad y la anticipación siguen vibrando bajo mi piel, así que el lapso de media hora que conduzco me parece eterno. Cuando llego al edificio no estoy muy segura de si me dejarán subir. Hay dos guardias de seguridad y si el bloque es privado no podré entra a menos que Larissa haya avisado. Muerdo mi labio, preguntándome si debo intentar o no, ya que también está el hecho de que ella me dijo que estaba fuera de la ciudad. Tamborileo mis dedos en el volante, tampoco quiero estar metida en este auto. Un escalofrío me recorre sólo de recordar y tomo mi bolso para bajar. Recuerdo que tenía un aspecto de mierda la última vez que me miré en el espejo así que a regañadientes me espero un poco más y busco en la guantera unas toallitas para limpiarme la cara. Tomo el espejo retrovisor y siento un hormigueo en el cuello, me niego a ver nada más que las manchas bajo mis ojos que intento limpiar.

Mis pestañas están pegadas entré sí después de tantas lágrimas y trato de separarlas con mi uña, me doy cuenta de que mi mano está temblando y la miro desconcertada. Respiro profundo, me palmeo la cara sin limpiar el poco maquillaje que queda y salgo, acomodándome el escote del vestido y verificando que el dobladillo esté en su lugar. Cruzo la calle notando un dolor en el tobillo y al echarle un vistazo a mis piernas, veo un raspón terrible en las rodillas. Como el resto, que en estos momentos no tiene importancia, lo ignoro y capto la atención de los guardias. —Buenas noches —Ellos asienten y el guardia de cabello cano me pregunta a quién busco. No se me escapa el escrutinio al que soy sometida por el tipo más joven—. Armstrong, Larissa Armstrong —Le hace una seña al chico y éste trota a su caseta, regresando con una tabla. Supongo que él es nuevo. —Su nombre por favor, señorita —ruedo los ojos ante su falso tono educado. —Cassidy Blake —digo en voz baja—, soy su sobrina —Lo comento con voz ligera pero me pone de los nervios y no estoy segura del por qué. El hombre de cabello cano, creo que leo sobre el bolsillo de su camisa la palabra David, se acerca al joven y le ayuda a buscar en sus hojas. Pienso vagamente que una computadora sería más útil. —Ah —Mis ojos viajan al hombre, David, cuando escucho el reconocimiento en su voz. Muerdo mi labio y él me mira seriamente—. Señorita Blake, acompáñeme por favor —Mi corazón salta en mi pecho y retuerzo mis dedos inquieta. —¿Algo está mal? —Mi voz sale un poco demasiado aguda—. ¿Qué sucede? — David se acerca a mí y tengo que esforzarme para no dar un paso atrás y salir corriendo. Me relajo un poco cuando me sonríe. —No hay nada mal, acompáñeme —Estoy a punto de echarme a andar hacia mi auto cuando agrega —: Tengo instrucciones de acompañarla hasta el departamento de Larissa. Esa mujer me vuelve loco —Me entra la risa, no sé si es porque me hace gracia su tono o es puro alivio. ¿Ella ha esperado que venga desde que me envió ese mensaje? Porque si es así me siento fatal. Le hace una seña al joven, quien regresa a la caseta, y David estira la mano para que vaya por delante de él. Avanzamos hasta las puertas y se adelanta a abrirlas cuando el eléctrico sonido indica que puede hacerlo. Él se presenta y, en efecto, su nombre es David; parlotea sobre lo guapa que le parece mi tía, que ella sabe que lo trae flotando por ella pero que aun así le

comente de favor mis impresiones de él. Me permito reír un poco con su divertida plática y tomamos el ascensor en calma, agradezco mentalmente que haya sido él quien me acompañase; me ayuda a aflojar el nudo en mi estómago. Cuando llegamos a la última planta, salimos y tomamos un pequeño corredor; no hay ruido aquí y se lo comento. —En esta planta sólo a hay cuatro departamentos, son los más grandes y pertenecen a los mismos inquilinos desde hace años. Aunque dos de ellos, mi amada Larissa y el señor Fletcher, pagan por su pieza sin quedarse aquí permanentemente. Se inclina un poco y saca un montón de llaves de una bolsa baja de su pantalón. Busca unos segundos y encuentra la que necesita, introduciéndola en la cerradura y me sonríe. —Pero sin importar qué, siempre vuelven aquí; toda alma solitaria buscará siempre volver a su hogar —asegura. Abre la puerta y me invita a entrar, diciéndome que me tome el tiempo que quiera y que, si me voy a quedar, sólo marque al cero en el telefonillo para avisar. Le agradezco y se retira cerrando la puerta. Suelto el aire que no era consciente de contener y aprieto el bolso entre mis manos. —Bueno, aquí estoy —suelto a la nada en un murmullo. Dejo mi cartera sobre el respaldo de un sofá y recorro el lugar, encendiendo cada luz disponible. Es grande, muy grande en realidad, sería feliz en un departamento así. A pesar de ser estilo minimalista, hay algo cálido y hogareño en él. Le doy un vistazo de lejos a la cocina y me doy cuenta de que no he comido. El estruendo que hace mi estómago, al darse cuenta también, es casi vergonzoso. Le doy la espalda sobando mi vientre y avanzo por la sencilla sala pero no hay nada que llame mi atención. ¿Debería entrar a su habitación? No sería apropiado pero ella quería que entrara así que… Abro la primera puerta que encuentro pero es el baño. Suelto un silbido de admiración ante la preciosa tina color marfil y los relucientes azulejos. Niego divertida, me siento como una niña en juguetería. O como creo que se siente, no lo sé, no es como que haya estado en alguna. La siguiente puerta que abro sí es una habitación pero no se ve que sea usada, creo que es la de invitados. Salgo con un suspiro y me dirijo a otra, frunciendo el ceño cuando no consigo abrirla. Está cerrada bajo llave y eso aflora mi curiosidad de inmediato. Observo la puerta en silencio y examino la cerradura para ver si puedo abrirla como en las

películas. Después de varios minutos en que mi mente pensaba en otras cosas, me giro y busco otra puerta. —Aquí —declaro con una sonrisa. La cama tiene cuatro postes cubiertos de una fina tela rosada, en un principio me parece algo demasiado juvenil pero termino encontrándolo relajante y hermoso. Las paredes están pintadas de diferente color, lo cual es difícil de notar ya que están cubiertas de cuadros y fotografías. Hay unas pinturas exquisitas y las fotos de Larissa me hacen sonreír. Ha estado en muchos lugares y conocido a mucha gente; famosos y políticos. La encuentro buceando y en la cima de una montaña, en motocicleta, en paracaídas; sonriendo a la orilla de la playa y sudando en el desierto. Es increíble. Se le ve feliz en todas las fotos y me pregunto quién las toma, quién logra capturar ese transparente júbilo. Hay varios estantes con libros, desconozco la mayoría, creo que son de psicología o algo así. Me detengo frente a su tocador y acaricio los frascos de perfume, permitiéndome olfatear un par y atomizar mi muñeca con uno de toques orientales. Levanto la mirada y encuentro a mi reflejo mirándome furioso. Pego un grito y trastabillo hasta caer al suelo. —¡Maldita sea! —mascullo. Me levanto crispada lo más rápido que puedo para enfrentar a la chica del espejo, pero soy sólo yo y ya ni me molesto en asustarme por ello. Estoy hecha un desastre, hambrienta y cansada. Le doy un vistazo a la cama, me siento exhausta; creo que Larissa perdonaría que tome su cama y no la de invitados. Muerdo mi labio y niego, no vine aquí por eso. Ni siquiera recuerdo a qué demonios venía. Hago un mohín y me acerco a la cama, finjo que me tropiezo y me arrojo a la cama. Me acomodo de espalda y estiro mis manos, sintiendo todos mis músculos contraerse y distenderse. Cierro los ojos saboreando la suavidad del colchón, sonriendo extasiada, estoy a punto de quitarme los zapatos cuando los abro de nuevo y algo llama mi atención. Me apoyo sobre mis codos mirando arriba, achicando los ojos logro vislumbrar algo entre las telas rosadas. Creo que es una caja, pequeña y plana, como la caja de un disco compacto. Lo que llama mi atención es el papel amarillo en la carátula, mostrando una simple palabra en rotulador rojo. Cassidy.

Veintiocho Miro la caja con el ceño fruncido un buen rato. Paseo mis ojos alrededor de la habitación, como esperando a que alguien salga y me explique qué hace eso ahí. Me quito los zapatos y me pongo de pie en la cama, mis piernas tiemblan ligeramente, supongo que es por el exceso de tensión. Estiro la mano y empujo la caja, buscando un espacio entre las telas para sacarla. Después de verla saltar varias veces, logra encontrar una rendija y caer. Justo en mi cara. Me quejo y me hundo en la cama, tomando la caja entre mis manos y, efectivamente, contiene un disco. Mis cejas se unen mientras la giro y la examino, abriéndola cuando no encuentro ninguna descripción. Me sorprende la frase escrita en el disco: “Preescolar Verónica”. No quiero pero vuelvo a ponerme los zapatos, pienso en cómo los he aguantado para ignorar que sé quién es Verónica. Miro el disco, Larissa debe tener una portátil aquí. Salgo de la habitación, llevando la caja conmigo y tomo el pasillo, dirigiéndome a la cocina, el hambre se ha vuelto insoportable. Hurgo en la nevera y la alacena, pero están casi vacías; consigo sólo algo de pan duro, atún enlatado, helado y agua embotellada. Pongo la cajita en la encimera, leyendo mi nombre una y otra vez mientras mastico. Cuando logro calmar a mi estómago, me paso a la sala buscando su ordenador sin encontrarlo. Le doy un vistazo, en vano, al baño y pateo ésa puerta cerrada de camino a la habitación de Larissa. —¿Dónde estás? —Me quedo de pie en medio del cuarto, golpeando repetidamente contra mi mano el disco. Busco en las mesillas de noche, en el tocador y el armario, pero no hay nada. Me tallo la cara frustrada y me giro, acercándome al espejo de la habitación. Me paro frente a él y me miro a los ojos. Estoy muriendo de sueño y cansancio, las ojeras son visibles de nuevo y en el fondo de mi cabeza empieza a punzar un agudo dolor. Tomo varias respiraciones y trago saliva, sin dejar de mirar a esos pozos oscuros. —Ayúdame —murmuro a mi reflejo—. ¿Dónde puede estar? —Mi corazón empieza a acelerarse, igual que mi respiración pero me mantengo inmóvil esperando cualquier reacción, cualquier señal. Exhalo suavemente y el vaho baila a mi alrededor. Es cuando noto que los ojos de mi reflejo ruedan lenta y casi imperceptiblemente a mi izquierda, apartándose de

mí, mirando algo a mi espalda. Mi piel se eriza y mis manos comienzan a temblar, las aprieto en puños para detenerlas. Veo a mi reflejo observar la cama y bajar la mirada. Asiento aunque no me mira y giro sobre mis pies. Me acerco a la cama y me apoyo en mis rodillas con una mueca para buscar debajo, pero no veo nada. Suspiro e intento levantarme pero un estremecimiento me recorre, haciéndome apoyar mis manos en el suelo otra vez. Confundida vuelvo a levantar el dobladillo de las mantas y meto mi cabeza cuanto puedo, cerrando los ojos para adaptarlos a la oscuridad. Los abro con el corazón acelerado y tragando saliva. Suelto un grito ante la brillante mirada sombría que está frente a mí. Me sacudo asustada y me golpeo en la cabeza con la base de la cama, cayendo al suelo. Suelto un bufido para apartar el cabello que me estorba en la cara, pienso en levantarme pero ya estoy aquí tirada, así que decido meter mis hombros también bajo la cama. Me alivia ver que no hay ninguna siniestra mirada observándome. Estoy completamente loca, y creo que aceptarlo es lo mejor que puedo hacer. Ya que en el suelo no hay nada, miro hacia arriba soltando un sonido de aprobación. Una especie de red sujeta el ordenador portátil en la parte inferior del colchón, y me estiro, sacudiendo los pies, para alcanzarla. Me arrastro fuera con ella, sintiendo arder la rodilla herida. Le echo una mirada cuando, después de todo un espectáculo, me pongo de pie, y la noto sangrando otra vez. No tengo tiempo para esas pequeñeces, tomo la portátil y el disco y me siento en la orilla de la cama, encendiéndola. Hay una imagen de Larissa riendo cuando se ilumina la pantalla, me hace sonreír pero la sonrisa desaparece cuando noto que pide contraseña. Tanto esfuerzo para esto. Ingreso el nombre de Larissa y me salta error de contraseña. Entrecierro los ojos y observo a mi alrededor, algo que me pueda dar una clave. Opto por su apellido pero tampoco es. Mis ojos caen el papel amarillo y las letras rojas con mi nombre. ¿Será posible? Escribo mi nombre como viene anotado y la pantalla de bloqueo cambia por el fondo de escritorio. Me estremezco de la anticipación y abro el compartimiento para introducir el disco. Me detengo cuando noto que el escritorio está limpio de iconos con excepción de uno. Una carpeta con el nombre “ella”.

Me hace fruncir el ceño y cliqueo sobre esa carpeta para abrirla; hay sólo un video. Lo pongo a reproducir de inmediato al ver que es del miércoles en la noche, pues vagamente recuerdo haber hablado con ella ese día. —Hola, Cassidy —El rostro de Larissa aparece en la pantalla, con una tensa sonrisa—. Vaya, no estoy segura de cómo empezar —suspira y entrelaza sus manos—. Sé que tienes muchas preguntas, cariño, pero no tengo las respuestas a todas. Lo primero que quiero que sepas es que no vine de la nada a buscarte, lamento si te mentí al fingir que sí, pero he estado presente en tu vida silenciosamente desde hace años. —Parpadeo confundida y me acomodo en la cama, preparándome para lo que venga. —Trabajo como hipnoterapeuta desde hace más de veinte años. Hemos tenido increíbles avances en el área psicoterapéutica; ayudo a pacientes que por eventos traumáticos han tenido algún bloqueo de sus memorias o imposibilitan ciertas habilidades, desde testigos de homicidios hasta soldados con estrés postraumático. He colaborado incluso en casos policiales, pero no es eso lo que quiero contarte — Exhala y mira la cámara. Me sacude la sensación de no estar sola y engancho mis ojos a los de ella en la pantalla mientras habla. —Mi detonante, fue hace veinte años. Una mujer comenzó a tener estos sueños en los que su bebé era malvado. Las pesadillas comenzaron a tomar intensidad, volviéndose alucinaciones mientras la pequeña crecía. Mi… Su marido no la comprendía, temía por y de ella, así que pidió ayuda. »Ella pasó por algo horrible un par de años antes. Una noche, después de que su esposo se fuera a trabajar, unos hombres entraron a su casa; ladrones. Al parecer pensaron que él era el dueño y estaba solo. Ella se escondió y, aunque logró llamar a la policía, ésta no llegó a tiempo. Los hombres entraron a su habitación a buscar qué robar y la descubrieron. Cuando la policía llegó era demasiado tarde; los atraparon sí, pero el daño ya estaba hecho —Larissa baja la mirada y trago el nudo que se forma en mi garganta—. Abusaron de ella, todos ellos. —Dios —susurro, llevándome la mano a la boca con los ojos humedecidos. Larissa vuelve a ver a la cámara con lágrimas escurriendo por sus mejillas. Se limpia con velocidad. —Pero no lo recordaba, sólo sentía una ira constante e irracional. Su esposo se volvió loco cuando le llamaron, no quiso presionar para que ella recordara, intentó hacer lo que creyó era mejor para su estabilidad emocional y fingir que no había pasado. Pero unos meses después, todo cambió. Ella…—Larissa mira hacia el

teclado y frunce el ceño, mira a la cámara formulando un “tú” sin hacer sonido. Teclea algo de vuelta y espera, mirando la pantalla. Pasa el tiempo y quiero adelantar el vídeo pero prefiero esperar. Su teléfono vibra, lo escucho y abre tanto los ojos, asustada, que mi corazón martillea fuertemente contra mi pecho. Pulsa el teclado de la portátil y pienso que la grabación se va a cortar, pero creo que no lo hizo bien. Se aparta y camina de un lado a otro en la habitación, cargando ropa y dejándola sobre la cama. Arroja una maleta también. —No —murmuro sujetando la pantalla—, no puedes irte ahora, no. —La veo llenar la maleta en pausas mientras teclea y hace una llamada, pero creo no le responden. —Fletcher, es Larissa. Cuando escuches esto llámame, es urgente —Hace una pausa y se pasa la mano por el cabello— Lily podría estar en peligro, llama pronto por favor, estoy saliendo de Louisville y necesito tu apoyo aquí. —Cuelga y sigue empacando, yendo y viniendo hasta que toma de nuevo su móvil. Mi estómago se encoge ante la mención de Lily y miro desesperada hacia todos lados, subo el volumen mientras ella llama con insistencia, susurrando que por favor le respondan. Pasan más de veinte minutos, hasta que lo hacen. —Cassidy, lamento si te desperté pero necesito hablar contigo —Está hablando conmigo. Lo sabía, fue esa noche que llamó nerviosa y me pidió vernos. Escucho nuestra conversación y me sobresalto al oír unos golpes en la puerta. Le pongo pausa al vídeo y agudizo mis oídos, pero los golpes no se repiten. Idiota, es la grabación. Pulso reproducir y la voz de Larissa se alza. —¿Quién es? —No hay respuesta—. Cassidy, te veo mañana —Cuelga y veo sus manos temblar. Cierra la maleta, la baja y corre a su mesilla de noche, saca una caja y la aprieta contra su pecho, mirando hacia todos lados. Los golpes en la puerta vuelven. Contengo la respiración. Lanza el disco sobre las telas que adornan su cama y corre hacia el tocador. Mira el ordenador y frunce el ceño, abriendo los ojos al darse cuenta de que sigue grabando. —Mierda —masculla con los ojos llorosos—. Quisiera haberte ayudado, cariño. Cuida de tu hermana, por favor, como has hecho todo este tiempo. Sé que no hay nadie a quién ames más —Una lágrima rueda por su mejilla—. Recuerda eso —pide. Y la grabación se corta.

Veintinueve Tengo que respirar hondo varias veces para no romper en llanto. Me abruma la ansiedad, el miedo, el dolor y preguntas sin formular. Observo su cara pausada en la pantalla sin moverme y sin idea de qué hacer. Por un lado quiero saber dónde está Larissa, buscarla, quiero hablar con ella, pedirle su ayuda. Y está Lily, mi necesidad de protegerla me urge a saber por qué está involucrada en esto. Yo jamás le hablado de lo que pasa conmigo para mantenerla al margen. Viene a mi mente aquél recuerdo de mi madre pidiéndome que la proteja también y no puedo hacer más que preocuparme. ¿Debo protegerla de mí? Porque estoy segura de que es así. Un sudor frío cubre mi piel. Me consuela saber que está con Joe y que no tengo idea de dónde vive. Me llevo las manos a la cabeza y me pongo de pie, dejando el ordenador a un lado. ¿Qué hago? Mi cerebro esta por colapsar y mi corazón no puede soportar tantas emociones. Salgo de esa habitación pisando fuerte y voy a la sala, tomando mi bolso para sacar mi móvil. Ignoro todo y llamo a mi hermana. No responde rápido y me pongo ansiosa. —Habla —contesta y suspiro aliviada. —Sigues con Joe, ¿cierto? —Sep, ¿ya estás en tus cosas sucias? —No sé cómo consigo fingir una risa. —No, sólo quería recordarte que te quedaras con él —Silencio — ¿Lily? —¿Qué está pasando? Te oyes, no sé, mal. Y quiero la verdad —Si se la digo sé que correría a casa o me buscaría, y lo que no sé es qué pasaría, qué haría yo si me encuentra. —La verdad es que me dejaron plantada, y ahora quiero estar sola para ver películas para adultos y desquitarme. —La escucho gritar asqueada. —¡Oh, por Dios! ¡Qué asco, Cassie! —Se ríe—. ¿Quién fue el bastardo? —Inquiere. —Ah, no importa. Y ya, voy a colgar. Cuídate, Lily. —Sí, sí, sí. Tú también. —Te amo —suelto—, es la última vez que lo digo, así que grábatelo. —Ya lo sé, pesada. Hasta mañana —Le digo que eso espero con voz temblorosa y cuelgo. Bueno, Lily está segura.

Suspiro lentamente y miro en dirección de la habitación de Larissa, recordando el disco. Regreso trotando y tomo el ordenador, abriendo la caja e insertándolo. No quiero titubear. La grabación empieza sobre archivos, son datos policiales y de identificación, pruebas médicas también, me parece. No le presto atención, sólo a la fecha para hacer cuentas; casi cumplía cuatro años por esos tiempos. —Ya no puedo soportar la forma en que me trata. Necesito saber qué pasa, qué me

sucedió; Lissa, por favor. Mi cuerpo reacciona a esa voz igual que aquél momento en el auto. Me estremezco y mi corazón se detiene para después latir con intensidad. La imagen sigue siendo de archivos y la voz se oye de fondo. —Sabes que aún no tengo el título —responde Larissa. La cámara es enderezada y captura ese rostro, ese que vi en el auto, ese de mis pesadillas, de mis vagos recuerdos. —Pero tienes el conocimiento. —La suplica en la voz de mamá me eriza la piel —. Hay algo en él y algo en esa niña… Y Lily me preocupa, es tan pequeña, no quiero que ella le haga daño —Jadeo y Larissa niega. —Cassidy es tu hija también, ella ama a Lilian y John igual. —¡No! —Mi madre se sacude y me sobresalta—. Tú no entiendes, Lissa. Tú no ves cómo me mira, cuánto me odia. Ambos. Saben que amo a Lily y le harán daño. Sé que tú me ocultas algo también, haber olvidado una semana de mi vida… ¡No es normal! No importa que fuese hace años, algo pasó y me atormenta. ¡Debes ayudarme! —Se pone de pie y camina de un lado a otro. —Está bien, Verónica, cálmate. Te ayudaré pero necesito que te calmes —Ella regresa al sofá en el que estaba recostada y Larissa se acerca a ella. Sentándose en un pequeño diván a su lado. Habla demasiado bajo ahora para que escuche y aprieto los dientes deseando oír lo que dicen. Pasan los minutos y mi madre empieza a agitarse mientras Larissa toma su mano y susurra cosas. El grito que profiere Verónica casi hace que deje caer la portátil. —¡¡No!! ¡No, por favor! ¡Auxilio! —Larissa sujeta sus hombros y me duele el pecho. —Me sujetan el cuello, no puedo gritar —masculla—. ¡¿Qué hacen?! No, ¿qué

hacen? ¡Ayuda! —Sigue gritando y tengo que bajar el volumen porque sé qué está reviviendo. Oigo sus lamentos con el corazón roto por ella. Adelanto el vídeo cuando mis ojos empiezan a humedecerse y llego a un momento en que Larissa se acerca a ella con una taza. Lo dejo reproducir. —…que fue horrible. Bebe, te hará sentir mejor —Me sorprendo cuando ella tira la taza con rabia de sus manos. —¡¿Hacerme sentir mejor, Lissa?! ¿Cómo te atreves? ¿Cómo se atrevieron a ocultarme esto? Lo que me hicieron… —Se abraza a sí misma—. Todo el tiempo furiosa, las pesadillas, la actitud de John. Dios, me trataba como si no soportara mi presencia, me evitaba por días escudándose en su trabajo. Años sin tocarme por…— Empieza a llorar y Larissa la abraza con fuerza —Me odia y no fue mi culpa, ellos entraron, Lissa, no fue mi culpa. Duele mucho. —Lo sé, lo sé. Fuiste una víctima, Verónica, ellos están pagando por ello. —¿Qué hago ahora? —dice para sí. Ignorando a Larissa y gira hacia la cámara con ojos llameantes. Trago saliva y parpadeo congelada por la ira que estos reflejan. Es igual a mí, es como ver mi reflejo. Mi reflejo oscuro. Larissa se pone de pie, acercándose a la cámara y la grabación termina. Veo la pantalla negra sin reaccionar con el corazón en un puño, siento el cuerpo entumecido y un cansancio repentino tan intenso que me cuesta respirar. Cierro el ordenador y lo dejo a un lado, destrozada. Mis pulmones queman, siento la necesidad de llorar, de gritar, de correr pero nada de eso pasa. Me pongo de pie y camino con pasos lentos a la sala, esquivando cualquier pensamiento. Parpadeo apenas tomando mi bolso y mi móvil y salgo del departamento. Llamo al elevador y entro cuando las puertas se abren, respirando superficialmente y con los labios temblando. No puedo procesar todo esto, no puedo. No siento la capacidad tampoco de soportarlo cuando lo haga. Así que decido no hacerlo. Observo mi distorsionado reflejo en las metálicas puertas y le prometo que lo voy a arreglar. Llego a la planta baja y mientras atravieso al vestíbulo, casi llegando a la puerta, me encuentro con un hombre un par de años mayor que yo mirándome con ojos entrecerrados.

Su profunda mirada verde me examina y siento la necesidad de coquetearle. Me recuerda a esos tiempos en preparatoria, cuando buscaba consuelo en chicos que apenas conocía. Eran mi distracción, en ellos vertía el dolor. Qué idiota. Camino más lentamente, es atractivo, rasgos fuertes, cabello negro, cuerpo tonificado; ojos intensos y misteriosos. Sin embargo, la manera en que escruta mi rostro me disgusta. Sigo caminando derecho a la puerta y él regresa sobre sus pasos para hacer una seña y mantener la puerta abierta para mí. Sus ojos caen en mi rodilla, le guiño un ojo cuando paso junto a él y su ronca voz me sobresalta. —Disculpe, señorita, ¿la conozco? —Lo miro sin detenerme. —No, pero podrías —Sonrío—; lástima que no eres mi tipo —Chasqueo la lengua para obligarme a terminar la conversación, Abre la boca pero ya he cruzado el umbral, saludo a David antes de irme y me pide que vuelva pronto, que recuerde hablar sobre él de Larissa. Me giro para asentir con una ensayada sonrisa, pero veo al hombre de hace un momento detenerse de golpe y volverse. Mi corazón salta y me doy vuelta antes de que me vea; cruzo la calle, trotando para subir a mi auto. —¿Qué fue eso, Cassidy? —Me reprocho. Él, no me gusta ese tipo, hay algo inquietante en la forma que me miró. Entrecierro los ojos para verlo hasta que se pierde en el elevador. Suspiro y apoyo la cabeza en el asiento. Saco mi teléfono y veo llamadas perdidas de Ryan, Violet y un mensaje de Laura. No quiero ver qué dice. No quiero que me odie, no quiero que todo me duela más. Simplemente no quiero sentir nada. Enciendo mi auto y aprieto el volante, respirando profundamente para alejar todo sentimiento. Lo he hecho antes, lo he hecho cuando le cedí el control a la ira. Sólo debo concentrarme y hacerlo de nuevo. No estoy segura de si la furia es lo mejor ahora pero es lo único que tengo. Algo vibra en mi interior, ese estúpido lado oscuro quiere tomarme. Quiere que confíe en él, que lo acepte, y lo necesito. Si esa oscuridad ya es parte de mí, ¿qué más da que tome el control del resto? Sólo quiero dejar de sentir.

Treinta Conduzco sin rumbo fijo por quince minutos. Intento mantener mi mente despejada, pero una información así no puede eludirse. Necesito hacer algo. Me debato entre volver y seguir husmeando en el departamento de Larissa, a quien ya llamé más de diez veces sin respuesta, o ir a casa a esperar a mi hermana. Ya no puedo ocultarle cosas, no debo, ella tiene el mismo derecho que yo de saber sobre nuestra madre. Aún más si está en peligro por ello. Pienso en papá y aprieto los dientes rabiosa. Debió decirnos. Debió ayudar a mamá, apoyarla. ¿Por qué no contarnos? ¿Tanto la aborrecía? Eso tampoco lo entiendo, no fue su culpa. Y, ¿por qué, si la odiaba tanto, siguió con ella? ¿Por qué la trató así? No se lo merecía. Ella no merecía ser tratada así por quien debía amarla y cuidarla. Mis nudillos se tornan blancos y niego. Fue cruel, fue muy cruel; mi madre no tuvo la culpa. Bajo la velocidad cuando siento que mis piernas tiemblan y miro a mi alrededor para saber dónde estoy; el vecindario me resulta familiar. Familiar. Familia, mi familia. Mi madre, su dolor, hace que mis ojos escuezan otra vez. Pero no sé qué puedo hacer, no puedo cambiar lo que ya pasó por más que duela. Me desespera la impotencia, me alarman las advertencias que me han dado y creo que es demasiado para mí. Me estaciono a un lado de la calle y me llevo las manos al cabello con un gruñido. No puedo seguir así. Busco mi móvil para ver la hora; una cuarenta y tres. Frunzo el ceño y vuelvo a mirar fuera con ojos entrecerrados. Definitivamente conozco este lugar. He estado aquí quizá dos veces. No puedo evitar sonreír tristemente, ¿cómo no se me ocurrió? Apago el motor y tomo mi celular, metiéndolo a mi cartera. Saco el labial y coloreo mis labios despacio porque mis manos tiemblan. Necesito calmarme. Sujeto la cartera y meto las llaves en ella mientras salgo. Cierro la puerta sin fuerza, sintiendo mi energía drenada y cruzo con pasos débiles y titubeantes la calle, quedándome varios minutos frente al edificio. Hace frío, ni siquiera lo había notado; el aire silba helado y hace susurrar a los árboles. De una forma extraña me da tranquilidad su sonoro silencio. Entro al edificio con la piel insensibilizada pero aprieto los dientes y lo aguanto. Miro las

escaleras pero no creo tener la fuerza para subir por ellas, por lo que entro a regañadientes al elevador. Tarareo una ridícula canción de un comercial en un intento de mantener mi mente ocupada. Me sobresalta el timbre del ascensor que avisa que he llegado al piso deseado y salgo, caminando vacilante por el pasillo. Trago saliva cuando me paro frente a la puerta que busco e inhalo profundamente, soltando el aire después de dar dos golpes a la puerta. Siento una pesadez en mi pecho pero la ignoro y espero; la puerta no se abre y golpeo un poco más fuerte esta vez. Mi cerebro empieza a destellar, diciéndome que me vaya ahora que aún tengo tiempo, pero mi corazón no me deja. Acomodo mi pelo cuando escucho que quitan el seguro de la puerta. Ryan aparece ante mí con su cabello despeinado y expresión adormilada. Aun trae puesta una camisa, abierta y remangada hasta los codos, con un pantalón de pijama que cuelga de sus caderas contrastando divertidamente con sus calcetines de caricaturas. Arrastra sus ojos de mis pies a mi cara, deteniéndose en cada curva de mi cuerpo sin reservas, haciendo que sienta mi rostro arder. La forma en que me mira acelera mi respiración. —Estoy soñando de nuevo, ¿verdad? —Se talla la cara, recargándose contra el marco de la puerta y muerdo mi labio. —Lindos calcetines —digo en voz baja y sus ojos vuelan de nuevo a los míos, abriéndose incrédulos. —¿Cassie? —Trago duro y asiento. Jadea, atragantándose con las palabras pero no le doy tiempo a reaccionar, ni a mí, porque rompo en llanto. Desgarradoramente, sin detenerme, justo frente a él. Me fallan las piernas y de inmediato me sujeta entre sus brazos, pregúntame una y otra vez qué pasa, qué me pasó o si estoy herida. No atino a responder nada. Sólo consigo aferrarme a su cuello con todas mis fuerzas mientras le confieso que voy a enloquecer. Se agacha un poco y pasa su brazo bajo mis rodillas, cargándome y llevándome dentro del departamento. —Dios mío, Cassie, estás helada —Cierra la puerta e intento ahogar mis sollozos en su pecho—. Sssh, tranquila, te tengo, estarás bien —Promete, y le creo.

Creo que se sienta todavía conmigo en sus brazos y se dedica a cepillar mi cabello con sus dedos mientras lloro hasta cansarme. Aflojo mi agarre de él cuando siento que ha pasado una eternidad e intento sentarme por mi cuenta mientras él me dice que va por una manta y que vuelve en un segundo. Me limpio la cara como puedo y respiro hondo repetidamente para serenarme. Mi pecho se siente extrañamente más liviano. Se acerca por detrás del sofá y me coloca una manta sobre los hombros, ofreciéndome un café que rechazo. Me pongo de pie y me acerco a la ventana de cristal, observando las titilantes luces de la ciudad. Lo siento acercarse y le pregunto si tiene balcón. Me mira extrañado pero sé que no quiere presionarme. Se limita a asentir e informarme que lo hay en su habitación. Me conduce a él y paso de largo hasta la ventana, sin ver nada más que el cielo oscuro a través de ella. Siento el aire aún más helado en mi rostro, por los rastros de húmedas lágrimas que lo cubrieron. Ryan se acerca y coloca su mano en mi espalda. —Cassidy, dime qué pasó —ordena suavemente. Apoyo mi cuerpo contra el barandal y las palabras empiezan a brotar unas tras otras, dándome apenas tiempo de respirar. Él me escucha atentamente y las lágrimas escapan de mis ojos cuando le cuento sobre mamá. Tiene preguntas, lo veo en sus ojos, pero las contiene. Paseo mi mirada del cielo nocturno a la luz de la durmiente ciudad mientras le digo de mi preocupación por Lily, de hacerle daño, el miedo que me da su reacción cuando sepa lo que le he ocultado. Le confieso lo que pasó en el bar con Laura y la terrible forma en que la traté. Evito decirle sobre el embarazo para que no confunda el porqué de lo que pasó. Todo sale. Sé que está enojado por lo que le he ocultado pero no me lo reprocha. Trata de consolarme, me dice que tengo razón y que no puedo hacer nada por mi madre pero que definitivamente debo hablar con Lily. Y con papá. —No quiero hablar de papá —digo, suspirando cansada—, estoy furiosa con él por cómo trató a mi madre. Y, no sé. No quiero hablar de eso más. —Aprieto los ojos y él pasa su brazo sobre mis hombros, atrayéndome a su pecho. Me entran ganas de llorar de nuevo—. Siento que enloquezco, Ryan. No sé qué hacer, es demasiado para mí. Soy demasiado débil para soportarlo —Él me retira de su pecho para mirarme, quitando el cabello que el viento había mecido sobre mi cara. —¿Qué? Cassie, no. Tú no eres débil, créeme, eres increíblemente fuerte. Has pasado tu vida peleando sola contra todo esto y no te has dado por vencida. No

conozco a nadie más fuerte que tú —Acaricia mi mejilla y cierro los ojos, disfrutando del contacto—. No soporto que sufras, haría lo que fuera, daría lo que fuera por tomar tu lugar y verte feliz. —Mi corazón da un salto en mi pecho. Siento que se detiene y se acelera, latiendo tan rápido que me aterroriza. —Ya has hecho todo por mí —digo con media sonrisa—. Has estado para mí como nadie y has creído en mí aun cuando yo no lo hacía —Me mira con intensidad. —Prometí que lo haría, ¿no es así? —Trago saliva, respirando superficialmente al notarlo tan cerca de mí. Intento sonreír pero no puedo. —Sí —susurro y sus manos rodena mi cintura, apretándome con fuerza. Me doy cuenta que yo también me acerco cuanto puedo a él. Nuestras respiraciones se mezclan volviéndose una sola, siento su aroma filtrarse por mi nariz y tocar mi corazón. No puedo apartar mi vista de sus labios y los míos se entreabren porque temo no estar respirando. Comprendo que quiero besarlo más de lo quiero mi próximo latido. Pero es la única persona en la confío plenamente, ha sido un pilar, mi roca, mi único verdadero amigo. No puedo perderlo, no puedo permitirme echarlo a perder y quedarme sin él. No. Mis manos se deslizan sobre su pecho y cada milímetro que empiezo a apartarme, él se acerca. —Déjame —susurra dulcemente y mi corazón se encoje. Levanto mi mirada, enganchando mis ojos a los suyos y cuando intenta volver a hablar, no se lo permito. Lo beso. Mis labios se posan suavemente sobre los de él, temerosos, y me siento pequeña y frágil. La manta cae. Un estremecimiento me recorre cuando él posa sus dedos en mi nuca, haciéndome suspirar contra sus labios. Un torrente de emociones invade mi pecho, como una lluvia de fuegos artificiales iluminando mi alma. Es la sensación más increíble que he sentido. Sus labios acarician los míos y sujeto su camisa entre mis puños, intensificando el beso. Puedo sentir su lengua pasar por mi labio, pidiéndome permiso y con un suave gemido le respondo. Siento que no termina nunca y ruego por seguir sintiendo la plenitud que me invade. Pero nuestros pulmones reclaman oxígeno y debemos separarnos por falta de aire. Mantiene su boca cerca de la mía mientras respiramos agitadamente. Muerdo mi labio y Ryan apoya su frente en la mía. Mi corazón saldrá de mi pecho en cualquier momento, lo sé.

—Ryan… —Por favor no digas que fue un error, Cassie, porque acabo de morir e ir al cielo gracias a ti y lo único que quiero es hacerlo de nuevo —dice rápidamente, haciendo crecer mi corazón. Me aparto de él con una apenada sonrisa. —En realidad quería preguntarte si puedo tomar una ducha —Su ambarina mirada pasea por mi cara y podría jurar que lo veo ruborizarse. —Por supuesto, ven —Evita mis ojos mientras entramos a su habitación y busca en el armario. Saca una camisa y un pantalón de pijama como el de él, con una especie de cuerda ajustable en la cinturilla. —Hay un par de toallas en el mueble bajo el lavabo —Se pasa la mano por el cabello y mira hacia la ventana. No quería esto, la incomodidad, que se aleje, no lo voy a permitir. No voy a perderlo. Me acerco a la cama y tomo las cosas, entro al baño de su cuarto y, dejando las cosas sobre el lavabo, regreso a la habitación. Está de pie cerca de la ventana, de espaldas a mí, pasándose la mano por cabello. Me siento en la cama y me quito los zapatos, masajeando mis adoloridos pies. Me levanto para ir al baño pero me detengo con el corazón latiendo desbocado. Lo miro, humedezco mis labios y trago saliva. Le doy la espalda. —¿Me ayudas? —Pido en voz baja, moviendo mi azabache cabello a un lado cuando se vuelve hacia mí. —Claro —Se acerca con calma y siento mi pulso en las yemas de mis dedos. Lo veo bajo mis pestañas mientras, con dedos torpes, suelta el primer ganchillo y baja despacio el cierre. Noto cómo pasa su dedo por la sensible piel de mi espalda mientras lo hace, provocando que se erice cada vello de mi piel. Exhalo temblorosamente. —Hecho —informa en un murmullo. Aprieto mis manos en puños y las abro varias veces, tomando una respiración profunda antes de girarme. Busco sus ojos cuando me volteo, dejando caer mi vestido lentamente. Suspira sonoramente y mi corazón martillea con fuerza contra mi pecho. Él recorre cada parte de mí que queda al descubierto con un deseo desconcertante. Veo su pecho subir y bajar con velocidad, sus ojos brillan y la intensidad en su mirada se roba una parte de mi ser. Da un paso para acercarse y le doy la espalda de nuevo, cerrando los ojos nerviosa.

De inmediato siento su cuerpo a un centímetro de mi espalda. Me estremezco cuando acaricia la piel de mi cadera con la yema de sus dedos, posando después sus palmas para sujetarme y pegarse a mí. Acerca sus labios a la curvatura de mi cuello y suspiro, algo dentro de mi hierve de una deliciosa manera. —No te ocultes de mí —pide, acariciándome con su cálido aliento. Provoca un escalofrío desde mi cuello, donde sus labios dejan un húmedo beso, hasta la punta de mis pies. Si quiero dejar de sentir, primero quiero todos los sentimientos posibles. —No lo haré —prometo sin aliento antes de girarme. Y sé que no lo cumpliré.

Treinta y uno Me revuelvo entre las sábanas y despierto sobresaltada. Ryan suspira entre sueños junto a mí mientras me separo de su pecho para sentarme en la cama, me alegra no haberlo despertado pues la mitad de mi cuerpo estaba sobre él. Me llevo la mano al cuello y siento fácilmente mi pulso agitado, creo que tuve una pesadilla. Me quito la cobija y me aparto del calor de Ryan, tomando mi ropa interior y su camisa del suelo. Acerco el cuello de ésta a mi nariz y aspiro su olor, su exquisito aroma. No puedo evitar sonreír al rememorar cada momento, cada beso, cada suspiro que compartimos. Quisiera volver a su lado y abrazarlo hasta que salga el sol, besarlo como primer acto del día, sentir la fuerza de sus brazos y la delicadeza de sus caricias al tomarme. Pero es hora de irme. No quiero usar de nuevo el vestido y tampoco deshacerme de su camisa, por lo que la conservo y busco los pantaloncillos de pijama, poniéndomelos y ajustándolos a mi cadera. Me cepillo el cabello con los dedos, molestándome por no tener nada con qué sujetarlo. Tropiezo con mis zapatos y los recojo, dejándolos sobre la cama mientras la rodeo para acercarme a Ryan. Me quedo de pie a su lado, observándolo dormir, grabándome cada una de sus facciones a fuego en mi memoria. Tiene el rostro relajado, pacífico, me atrevería a decir que luce feliz; me hace sentir dichosa la idea de que sea por mí. Un doloroso nudo se instala en mi garganta. Él fue la luz que alejo mis sombras, me hizo amar el sentir. Pero no puedo mantenerlas alejadas por siempre, es hora de que las enfrente y les ponga fin. Me siento suavemente en el borde la cama, siento las lágrimas resbalar por mis mejillas y mi pecho me suplica que no sea hora de partir. Ryan se remueve inquieto y susurra mi nombre. Tengo que cubrir mi boca para que mi sonrisa no se vuelva un sollozo. Paso mis dedos por su mandíbula y con delicadeza retiro un mechón de cabello que cae sobre su frente.

—Creí que acabarías con mi oscuridad —confieso en un murmullo—, pero sólo le pusiste estrellas —Me pongo de pie y deposito un beso en la comisura de sus labios—. Y eso me ha hecho inmensamente feliz. Presiono mis manos contra mi pecho, sé que mi corazón se va a quedar aquí. Tengo que salir rápidamente cuando vuelve a llamarme en sueños o no seré capaz de irme. Tomo de paso mis zapatos y se me dificulta, por las lágrimas no derramadas, encontrar mi cartera en la sala. Abro la puerta cuidadosamente y me vuelvo para darle una última mirada al lugar. Me despido suavemente, con el corazón en un puño y diciendo al solitario vacío lo que nunca le podré decir a él. Salgo sin mirar atrás, agradeciendo la distracción que es el frío suelo en las plantas de mis pies. Bajo apresuradamente por las escaleras, deseando haber tomado una sudadera cuando el viento helado impacta contra mi rostro. Nunca hubo un cambio tan drástico en el clima de esta ciudad. Espero en la acera mientras busco mi móvil y veo la hora. Son casi las cinco de la mañana. Cruzo la calle y saco las llaves, entrando a mi auto y encendiéndolo con velocidad antes de que mis pies me lleven de vuelta. No pienso en nada más que en conducir. No quiero arrepentirme y volver, no quiero pensar en cuánto me voy a arrepentir de dejar a Ryan porque me va a destrozar. Y tampoco puedo evitar soltar un sollozo cuando dejo de vislumbrar su edificio en el espejo retrovisor. Todo duele demasiado. Pero ya no más.

Treinta y dos Me detengo frente a mi casa bruscamente, una densa y siniestra niebla cubre la ciudad. Apago el auto y trato de mirar fuera por la ventana pero los cristales están empañados. Sigo descalza y sólo tomo la cartera antes de bajar, dejando los zapatos en el olvido. Siseo cuando mis pies tocan la acera helada y miro al cielo, suponiendo que el sol a esta hora debería estar asomándose, pero descubro que está cubierto por oscuras nubes. Cruzo el patio delantero con la brisa del césped mojando mis fríos pies y entro a la casa completamente silenciosa. Se supone que deba agradecer la calma en la que me encuentro, pero particularmente se siente como la calma que precede a una fuerte tormenta. Una fría y cruel tormenta. El susurro de mis pies descalzos, mientras camino por la casa hacia a mi habitación, es mi único compañero. Creo que los latidos de mi corazón me han abandonado. Vacío la cartera en mi mesilla de noche y tomo el celular, por mi mente pasa la idea de llamar a Ryan pero la descarto tristemente. En cambio el icono de Larissa parece que destella y pulso sobre él para llamarle. Algo dentro de mí se remueve, como si despertara lentamente, haciéndome abandonar mi habitación y salir al pasillo. La anticipación comienza a vibrar bajo mi piel. A mis oídos llega el sonido de la llamada esperando ser contestada y acerco aún más la bocina a mi oído. Pero hay algo más. Es hueco y repetitivo. Avanzo casi de manera inconsciente por el pasillo; un lento paso detrás de otro. La llamada se corta y entre suspiros que forman nubes de vapor, vuelvo a marcar. Me estremezco mientras recorro el pasillo, la soledad que antes sentía se esfumó, ahora puedo casi palpar mi oscura compañía. Me detengo, apenas me doy cuenta que lo hago cuando me giro y abro esa puerta. La de la habitación de papá. Mi mano cae a mi costado sin fuerza, el sonido ahora es claro. Y lo sigo. El cuarto siempre ha estado sumido en la penumbra pues para que papá pueda dormir, necesita total oscuridad. Intento no tropezar con mis propios pies. El zumbido se

vuelve más fuerte y constante. Camino hacia un lado de la cama. Respiro hondo, tropiezo, me enfado. El teléfono en mi mano se enciende porque la llamada ha terminado y noto una luz proveniente del cajón de la mesilla de noche. Algo se atora en mi garganta y duele. Empiezo a temblar y con manos torpes abro el cajón, sin necesidad de buscar lo encuentro. Un teléfono móvil. En la esquina de pantalla parpadea una luz blanca en espera de que se lean las notificaciones. No quiero tomarlo. No quiero pero no importa porque mis dedos ya se están enredando en el celular para examinarlo. Mi respiración empieza a acelerarse y tengo que sostenerlo con ambas manos porque éstas se convulsionan sin control. Trago saliva y parpadeo repetidamente mientras mi dedo pulgar se desliza por el borde del móvil hasta encontrar el botón para desbloquear. No respiro mientras lo presiono y un jadeo escapa de mis trémulos labios cuando veo el fondo de pantalla. Larissa. Es una foto de Larissa y mamá.

Treinta y tres Algo se enciende en el fondo de mi mente, mis sentimientos se agitan y me envuelven. Retrocedo, hay ideas flotando en mi cabeza, respuestas, pensamientos que no quiero tener. Los evado. La luz de la habitación se enciende y entrecierro los ojos por el cambio. No me sobresalto porque no hay nadie, lo sé. Sólo es una invitación a seguir indagando. No quiero, no quiero hacerlo, no quiero estar aquí, ya no quiero saber nada. Mi cuerpo ignora mis deseos. Deposito el teléfono en el cajón, justo como creo que estaba y me muevo para buscar en la otra mesilla. Lucho con todas mis fuerzas para no hacerlo. —Sabes que necesitas hacerlo, Cassidy —Giro en redondo alterada, buscando frenéticamente la fuente del sonido pero no hay nada. No hay nadie. Mis ojos se humedecen. —No es real, no es real, no es real —repito en un murmullo—. No hay nadie, no es real, no es real —Me llevo las manos al cabello asustada y siento que estiran mi pierna. Grito y me alejo de la cama de un salto, negando una y otra vez. Mi canto se vuelve un grito angustiado y demente. —¡Basta! ¡¿Por qué haces esto?! —Mis sollozos llenan la habitación—. ¡Por favor! No quiero hacerlo, por favor, no quiero hacerlo —Caigo al suelo entre temblores incontrolables y percibo un aliento helado en mi oído. Cierro los ojos con fuerza y me tapo los oídos, meciéndome hacia delante y atrás mientras repito que debo ser otra pesadilla. Tiene que ser otra maldita pesadilla. —Cassidy —llama—, debes hacerlo —Su voz es como una afilada garra dañando mi espíritu—. Es tiempo —Me recuerda. La oscuridad está envolviéndome. No, está saliendo de mí. Me ahogo con mis lágrimas y mi miedo. No quiero estar aquí. No quiero respuestas. No quiero sentir nada. Aprieto más fuerte los ojos cuando siento su presencia frente a mí, haciendo que detenga mis movimientos, pero me niego a mirarle. ¿Por qué está aquí su celular? ¿También lo imaginé? Mi pecho duele demasiado. ¿Qué me está pasando? ¿Por qué nadie me ayuda?

—Recuerda, Cassidy, tus respuestas —El susurro es tan bajo que se mete bajo mi piel. Se está filtrando dentro de mí, no puedo alejar su voz por más que presione mis manos contra mis oídos. No, no, no. No quiero escucharle. Abro los ojos lentamente, la luz está apagada. Quizá nunca estuvo encendida, quizá todo está en mi cabeza, todo lo he imaginado. Niego, esa sombra enfurecida esta frente a mí, la siento, me está mirando, está esperando por mí. Mi estómago se encoge pero levanto la barbilla para mirarle. No debo huir más, es tiempo, debo hacerlo. Debo enfrentarlo o voy a enloquecer. Tal vez ya perdí la cordura. —Lo sé —murmuro entre sollozos, perdiéndome en esos profundos pozos negros. El frío que me abraza toca mis huesos y se enreda entre mis músculos, tomando total control sobre mí. —Lo sé.

Treinta y cuatro Estoy sentada en medio de mi cama con las piernas cruzadas y mirando mis manos casi sin parpadear. Al parecer ya me he bañado y cambiado porque mi cabello está húmedo, mi cara limpia y mi ropa también. No lo recuerdo, pero seguro eso pasó. Mis dedos están fríos y mis ojos duelen por las lágrimas derramadas. También por el inmenso sueño que tengo que no he podido calmar. Está bien, estar tranquila es lo único que importa. Exhalo cansadamente y paso mis dedos por mi tatuaje una y otra vez. Recuerdo la cantidad de veces que he hecho esto con lágrimas en los ojos por el dolor que me causaba verle. Ahora no siento nada. Cierro los ojos cuando mi móvil empieza a sonar otra vez. Lo ha estado haciendo por casi una hora. Exhalo afligida y lo tomo para rechazar la llamada y apagarlo porque sé que pronto llamará otra vez. Antes de hacerlo veo uno de sus tantos mensajes. «Lo prometiste, Cassie. Prometiste no ocultarte de mí. Por favor, responde.» Siento mi corazón acelerarse adolorido pero pronto ralentiza su bombeo haciéndome suspirar resignada. Él no lo entiende, ya hizo todo lo que podía hacer por mí. Estoy a punto de romperme porque me está destrozando perderle así pero peleo por no hacerlo, no cambiaría nada. «Si en otra vida te encuentro, me permitiré amarte como lo mereces, Ryan. Sin miedo, y profundamente.» Mis ojos escuecen pero no lloro, me doy cuenta de que estoy sonriendo. Veo la hora y apago el celular cuando el mensaje ha sido enviado, dejándolo sobre la cama. Respiro hondo y me pongo de pie. Estoy lista. Todo está oscuro y silencioso aquí dentro pero afuera los relámpagos destrozan el cielo sin piedad. Cruzo el pasillo y me dirijo a la habitación de papá. Trabajar jornadas de más doce horas le provoca problemas para dormir, él cree que no lo sé pero usa somníferos fuertes para conciliar el sueño.

Atravieso el cuarto en la penumbra y me voy directo a su mesa de noche pero no logro encontrarlas. Miro a mi alrededor, nosotras no entramos aquí así que no creo que sea tan cuidadoso sobre dónde esconde las cosas. Abro la puerta corrediza de su armario donde sólo vislumbro tres cajones. En uno está su ropa interior y en otro un montón de camisas de tirantes mal dobladas que ocultan muchas cajas de preservativos. Me descoloca ese hallazgo pero lo ignoro. Tengo que agacharme para abrir el tercero pero se me dificulta, no se abre. Frunzo el ceño y me acerco al interruptor para encender la luz. Regreso y me siento en el suelo notando que no tiene cerradura, seguro algo de lo que está adentro me bloquea al estirarlo. Agito el cajón hacia arriba y abajo y después jalo, repitiendo la acción cuando no se abre. —Vamos, no puedo perder tiempo —murmuro mientras estiro con fuerza. Me burlo del cajón cuando consigo abrirlo y advierto una caja de madera vieja, grande, por la que deduzco el cajón se atoraba. Dentro del cajón del armario sólo hay mapas, una linterna sucia, periódicos viejos, nuestros registros de nacimiento e infracciones sin pagar. No importa, la caja de madera es lo único que tiene mi atención ahora. La saco con un resoplido y la abro sin vacilar, tampoco tiene cerradura. Encuentro las pastillas, hay un cilindro lleno y tres a medias. Tomo el lleno y lo agito victoriosa. Pretendo guardar la caja pero mi curiosidad se enciende al notar lo que parecen ser cartas. Decido que aún tengo tiempo para examinar su contenido y saco la que está arriba. —No es cierto —musito cuando veo el remitente. La abro rápidamente, apreciando que es de hace un mes, y devoro sus letras.

«Dejé esta carta sobre tu camioneta, confío en que no la tirarás creyendo que es una multa. Ya pasó un año John, desde que te informé sobre la muerte de Verónica, y he esperado pacientemente tú respuesta. No te he buscado ni llamado como prometí, pero el que mi hermana no esté cambia nuestro acuerdo. He cumplido con nuestro trato limitándome a ver a las chicas de lejos, cuando mis casos me traen de vuelta a Louisville, pero no es suficiente. No importa lo difícil que

resulta ver a Cassidy, es tan parecida a ella que duele, pues aún con eso quiero tratarla. Quiero estar con las chicas, quiero cuidar de Lily, vigilar a Cassidy. ¿No crees que es justo que ellas decidan? Deseo decirles tantas cosas. Nos informaron que mi hermana tuvo una visita en el centro de rehabilitación antes de quitarse la vida, todavía estamos investigando porque no hay ningún registro. ¿No te parece extraño? Cuando por fin llegó a un punto estable… Lo que quería decirte es que si no sé nada de ti pronto, las buscaré, tal vez sea tiempo de que sepan la verdad sobre lo que pasó con su madre. No quiero que siempre la desprecien por abandonarlas, tú y yo sabemos que fue lo mejor. Odio la idea de que su tumba sea visitada sólo por mí. Han pasado tantos años, John. ¿No crees que es tiempo de cambiar nuestro acuerdo? Considéralo, tú conservaste a las niñas y yo perdí a mi hermana. Larissa A.»

No respiro. Intento apaciguar la agitación que reverbera en mi interior respirando profundo. Consigo calmar mis emociones pero a mi cerebro no, él sigue procesando la información. Mi madre está muerta. Larissa y mi padre se han contactado. ¿De qué maldito trato están hablando?

Treinta y cinco No pierdo tiempo leyendo otra cosa por más que desee hacerlo. Guardo la carta y meto la caja a su lugar, cerrando con cuidado el cajón y la puerta del armario. Tomo una respiración profunda y salgo de la habitación sujetando con fuerza el frasco de pastillas en mis manos. Me debato entre quedarme en mi habitación o en la sala, estrujando mi labio tembloroso con los dientes. Voy a mi cuarto por una manta que apenas y me cubre y me dirijo a la sala. Miro la hora cuando enciendo el televisor y noto que pasan de las siete de la mañana. Ya es tarde. Subo un poco al volumen y me recuesto en el sofá, cubriéndome y cerrando los ojos para fingir que duermo. No suelto el cilindro de pastillas durante los veinte minutos que yazco aquí. Hasta que lo escucho. Mi estómago se contrae mientras oigo el motor de la camioneta de mi padre cada vez más cerca. Con cada sonido puedo dibujarlo en la oscuridad de mis ojos cerrados. Cuando se estaciona, apaga el auto, mientras baja y cierra la puerta. Contengo la respiración y después exhalo, repitiéndolo hasta que calmo mi pulso y las llaves titilan contra puerta principal. Se abre, mantengo mi rostro apacible y cuando deja caer su maleta finjo que despierto sobresaltada. —Lo siento, cariño, no te vi —dice. Su nariz está roja y deduzco que hace frío afuera. —Está bien, seguro mis huesos ya están deformes por dormir aquí —Él sonríe y me levanto con un falso bostezo, estirando los brazos mientras se quita su chaqueta y la deja en el piso. —¡Estoy helado! —Se sacude y le recomiendo tomar una ducha caliente, ofreciéndome a prepararle un café para cuando salga. Acepta y se encamina a su cuarto. Por un segundo siento duda y me lo imagino notando las cosas fuera de lugar, recriminándome haber entrado a su cuarto. Aunque yo tendría más que reprochar.

De un segundo a otro me encuentro en la cocina con la tetera en la mano llena de agua, enciendo la estufa y la pongo para que hierva mientras preparo la taza. Me doy cuenta de que no he dejado de apretar los dientes desde que salí de la sala. «Es tiempo», repite una voz en mi cabeza. Mi voz. Saco el frasco de somníferos y tomo siete pero, antes de poder ponerlos en la taza, mi mano se detiene y devuelve dos. Busco una cuchara y entre balbuceos que me resultan extraños, muelo las pastillas hasta convertirlas en polvo. Rápidamente le vierto una cucharada y media de café y dos de azúcar, papá no suele demorarse en tomar un baño. Me quedo en silencio y observo la taza, apretando los bordes de la encimera con ferocidad. El silbido del agua hirviendo me llama y lleno la taza, revolviendo el contenido con la cuchara y mirando hacia el pasillo. A pesar de lo calmada que me siento, me inquieta que perciba un sabor distinto. Muerdo mi labio y con la cuchara recojo un poco del líquido, soplando conforme lo acerco a mi boca. Vacilo, no sé qué tan fuerte es. No importa, sólo es un poco, debo comprobar si el sabor es notorio para preparar otro si es así. Quema un poco cuando cae en mi lengua pero lo degusto antes de tragarlo y mis ojos se abren alarmados al distinguirle. Entreabro los labios para respirar y la cuchara cae de mi mano paralizada. Lo conozco, este sabor, lo conozco. El jugo. Mi respiración comienza a acelerarse y vienen a mi mente las tantas ocasiones en que papá preparaba un jugo para mí. Nunca estaba presente mientras lo hacía, sólo lo bebía y lo he hecho desde hace tanto tiempo que jamás había reparado en el sabor. Mis dedos vuelan a mis labios temblorosos y mis ojos a la taza, alternándose entre el pasillo y la encimera. No puede ser. Siempre lo ha preparado para mí al verme cabizbaja, ni siquiera puedo recordar cuándo fue que comenzó. —Calma, respira. Sólo respira —Me digo con voz tranquila. No suena como mía pero logro calmarme después de unos minutos. Escucho los pies de papá arrastrarse por pasillo y recojo la cuchara que tiré mientras se acerca y se sienta en el taburete. Le doy la espalda mientras la lavo, tomando respiraciones profundas antes de girarme hacia él.

Me está mirando. Me ha descubierto. Oh, Dios, lo sabe, estoy segura. Lo ha probado y lo ha descubierto, seguro también sabe que he hurgado en su habitación. Lo sabe. «Cálmate», exige mi voz en mi cabeza y mis hombros se relajan. —Has estado extraña últimamente, Cassie —dice y toma la taza sin beber, se limita a soplar para enfriarle. Miro al suelo. —Lo sé, lo siento —Sé que sabe que me refiero al día que le grité. Levanto la cara y me encuentro con sus ojos grises oscureciéndose. Es increíble cómo Lily se parece tanto a él y yo soy una copia de mamá. Mamá. Aprieto los dientes y él mira su café pero sigue sin ingerir una gota. ¿Qué demonios está esperando? Joder, bebe el maldito café, pienso. —Quiero hablar de mamá —Suelto sin pensar, pero no me arrepiento. Él me observa en silencio y yo espero su repuesta. Sé lo que hará para no dármela. Da un largo sorbo al café y mi corazón empieza a acelerarse ansioso. Lo veo fruncir el ceño y mirar la taza y bajo mi cabeza antes de que pose sus ojos en mí. Nunca he podido enfrentar su mirada, es demasiado intensa y temo que descubra mis secretos o que me envuelva en los suyos si miro por demasiado tiempo. —Nunca has querido hacerlo —menciona despacio—. ¿Puedo saber por qué el interés? Sigo sin mirarle y dibujo con mis dedos las líneas de unión de las baldosas en la encimera. Me encojo de hombros. —Es mi madre —digo recelosa—, siempre he sentido interés. Nunca he preguntado porque temo que aun te duela —Le doy un vistazo y veo un brillo de desprecio en sus ojos antes de que desvíe la mirada con la mandíbula tensa. Mi corazón es atravesado por una punzada de odio. Le da otro largo sorbo al café mientras nos sumimos en un tenso silencio. Me encuentro a mí misma enterrando mis uñas en las palmas de mis manos hasta hacerme sangrar.

—Creo que le pusiste mucho café —señala y me dan ganas de arrojarle lo primero que me encuentre. Asiento con una mueca de disculpa y me decido a esperar mientras lo observo beber su café. Lo hace despacio, con una expresión de curiosidad en su cara. Supongo que no logra saber por qué hay un sabor extraño en su bebida. El silencio se prologa pero me gusta y veo sus párpados cerrarse con más lentitud conforme termina su café. Suspira y se frota la cara, apoyando ambas manos en la encimera. «Sí, sé perfectamente lo que se siente», le recrimino en mis pensamientos. Me mira confundido y alarmado. Ya se ha dado cuenta de lo que pasa. Tengo que apresurarme a sacarle información antes de que se duerma donde está. Sus labios se separan pero no dice nada. Nunca va a perdonarme por esto pero las dudas me están ahogando y prefiero perderlo a seguir hundida en preguntas sin contestar. Me acerco para que me mire a la cara y por un segundo creo que es la ira lo que me empuja. —Quiero la verdad, papá. Ahora.

Treinta y seis Siento algo enfriarse dentro de mí. Posiblemente sean mis sentimientos. Apoyo las manos en la barra y lo observo. Mi padre me mira pero sus ojos lucen vidriosos y desenfocados. —Eres igual a ella —Logra decir y me estremezco. Hay aprecio en su voz pero es fácil de ignorar por la mueca desdeñosa con la que lo dice. —Háblame de mi madre —Sus ojos chispean y niega fervientemente, teniendo que sujetarse de la encimera por el mareo que esa acción le provoca—. Por favor, papá. —No lo haré. ¿Cómo pudiste hacerme esto? —Inquiere señalando al café. —¿Cómo pudiste hacerlo tú? —Chillo y se endereza rápidamente—. ¿Por qué me drogabas? —¡Te ayudaba! —respondió agitado. Mi estómago se revuelve y él deja de mirarme—. Podía ver los demonios en tus ojos, debía calmarlos. Mi corazón se detiene dos segundos para después latir con velocidad. ¿Él lo sabía? ¿Sabía por lo que pasaba y nunca me ayudó? ¡Drogarme no los calmaba! —Explícate —exijo con voz serena, tragándome la ira que su declaración despierta en mí. Lo veo tallarse de nuevo la cara, me preocupa que no aguante mucho despierto. —Amaba tanto a Verónica —Sus palabras me dejan sin aliento. No me esperaba esa confesión. Guardo silencio y espero—. Cambió después de aquella noche y fue mi culpa. Sé que sabes qué noche. Me volví loco, no estuve cuando me necesitó, no la protegí. Arrastra las palabras, como si estuviera ebrio, y aprieta los puños para controlarse. Mis ojos se llenan de lágrimas pero no hago ningún sonido. —Cuando despertó sin recuerdos, después de dos semanas hospitalizada, la dejé olvidar. Fue mi decisión, la peor, la que le hizo más daño. Todo se fue en picada después. La culpa me carcomía, el dolor la perseguía y la transformó. Él empieza a respirar agitadamente y su mirada se pierde en algún punto de la sala vacía.

—Durante tres años ella decía ver cosas que la perseguían en sueños, que le querían mostrar algo. Después empezó a tener alucinaciones y aun cuando Larissa le ayudó a recordar para enfrentarlo, no mejoró —Se pasa la mano por el cabello y trago saliva—. La destrozó. Yo… Yo la destrocé. Mi corazón se aprieta y sus ojos vuelan a mí. —Soportó dos años más después de saber la verdad pero ella sabía que estaba mal. Las alucinaciones seguían, se quedaba sentada en el rincón de la habitación días enteros. Sin comer, sin dormir, con miedo. Oh, Dios, mi pobre Verónica. De sus ojos escapan gruesas lágrimas y aunque intento compadecerme, algo dentro de mí se endurece, diciéndome que él miente. —La odiabas —declaro. Me mira y sus ojos destellan despectivos. Su expresión cambia en un parpadeo. —La escuché una noche —Hay rabia en su voz—. Mientras dormía yo la estaba cuidando y la escuché decir que le había gustado —Sus palabras suenan amargamente incrédulas—. Esa noche que rompió nuestras vidas, en que esos idiotas entraron, dijo… Dijo que había sido la mejor de su vida. Golpea la barra y me sobresalto. —¡La mejor de su vida! —grita colérico—. ¡Dijo que le había gustado que esos ladrones la tomaran! ¡Me volví loco, Cassie! ¡Loco! —Es imposible —murmuro. Vi la cinta, ella estaba furiosa y se asqueaba de sí misma aunque no había tenido la culpa de lo que le hicieron. Ella no pudo decir eso. ¿Y si lo imagino? —Sí, lo dijo. La oí claramente, Cassidy. Le gustó, lo disfrutó. Y la odié porque me rompió el corazón e hizo trizas a nuestra familia. Entonces, decidí que no la necesitábamos en nuestras vidas. Jadeo. —La amaba, Dios sabe cuánto la amaba, pero no podía ni soportar mirarla. Entendí… Entendí que no era yo quien debía sacrificase al irme de la casa, de mi casa, por lo que había pasado. —¿Qué hiciste, papá? —cuestiono alarmada. Él se pone de pie y doy un paso atrás instintivamente aunque la barra nos separa. Mi padre se sostiene de la encimera y se lleva la mano a la cabeza.

—¿Por qué tengo tanto sueño? —Me acerco hasta quedar frente a él, gritando rabiosa. —¡¿Qué hiciste con mamá?! —Sonríe, y un escalofrío atraviesa mi espalda. —Me deshice de ella.

Treinta y siete Me sostengo de la barra como él y retrocedo mientras sus ojos desorbitados escanean la casa. —No fue difícil, Larissa me ayudó —Niego y él se balancea sobre sus pies, noto que apenas puede soportar su peso—. Ella sabía también que estaba empeorando y me creyó. Ella me creyó cuando le dije que Verónica trató de ahogar a su querida sobrina. —Papá —balbuceo. —¡¡Cállate!! —Doy un respingo con mis latidos acelerados y él da un paso hacia mí—. Querías la verdad, ¿no? Bien. Hice que tu tía internara a su hermana en un centro psiquiátrico —confiesa extendiendo los brazos—. ¡Sólo era eso! —Se ríe y empiezo a temblar asustada. —Te tenía a ti, exactamente igual a mi Verónica, y tenía a Lilian. No necesitábamos a esa perra, ¿no lo ves? Era perfecto —Tropieza con nada y se sostiene de la pared. Mis ojos queman pero no quiero llorar por temor a dejar de verlo. Me duele el pecho y mis pulmones arden. —¡Es perfecto! —dice—. Tú madre no lo entendió y terminó mordiéndose las muñecas hasta desangrarse cuando la fui a ver, para confesarle lo felices que somos —Mi mano vuela a mi boca. —Oh, Dios, no —Me ahogo con las palabras. No puede ser posible, esto no puede estar pasando. Debo estar soñando, éste no es mi padre, él no ha hecho estas cosas. Mi madre, ella se suicidó por su culpa. Él lo hizo. —Larissa me hizo prometerle que te cuidaría a ti también. A cambio, le pedí que no volviera. Ella aceptó pero después se arrepintió y quería verlas. Idiota. No la dejé. Le dije que lo hiciera de lejos pero que mientras Verónica viviera, no la quería en sus vidas. Debiste verme. Hasta lloré, diciéndole que no tenía valor para decirles la verdad. —Larissa —musito. —No te preocupes por ella —comenta—, fui a darle un vistazo hace unos días. Ahora está en un lugar mejor. ¿Sabes? Formará parte de una construcción a las afueras de la ciudad. Ahí entre la arena está su cuerpo molido —Horrorizada me alejo de él, sintiendo ganas de vomitar. Larissa no, no.

—¡No me toques! —grito cuando pone sus manos en mis hombros—. Esto —Lo señalo asqueada—: Tú no eres mi padre —Espeto dolida, dando un salto hacia atrás. Él cae al suelo de rodillas. Me mira desde abajo con los dientes apretados, respirando tan agitadamente que la saliva escapa de su boca. —¡Lo sé! —gruñe de vuelta enfurecido. Y todo se derrumba.

Treinta y ocho Mi respiración se atasca. No, debí escuchar mal. Entendí mal, él no me está diciendo… Las palmas de mis manos sudan, siento que la habitación se encoge y me ahoga. Mi padre me mira peleando contra el efecto de la medicina. El oxígeno no entra a mis pulmones y me llevo la mano al pecho por temor a que vaya a estallar. Quiero que pare, quiero que el dolor pare porque me está asfixiando, me está matando, no lo puedo soportar. Entonces lo siento. El frío: tranquilo y cruel. La oscuridad: cautelosa y fiera, tomando control de mí. La siento rodearme, abrazarme, y exhalo suavemente mientras mi padre intenta ponerse de pie. La respiro, la dejo entrar. —¿Por qué no tomas una siesta, papá? —La voz es dulce. Tengo preguntas pero mis labios sólo dejan salir esas palabras. Asiente cansado, balbuceando que ya no le llamé así y se dirige al pasillo, lo sigo de cerca hasta que entra a su habitación. Me quedo de pie en el umbral, mirándolo arrastrarse a su cama y dejarse caer de espaldas. Aprieto los dientes, sintiéndome ligera y salvaje. Entonces vuelvo sobre mis pasos a la cocina y abro un cajón. Trago duro para deshacerme del nudo en mi garganta y tomo un cuchillo. ¿Cuántas veces mi padre tomó este mismo cuchillo y cortó las naranjas con las que disfrazaba a los somníferos? ¿Cuántas veces bebí el jugo creyendo que era su forma silenciosa de decirme que estaba ahí para mí? ¿Cuántas veces lo miré esperando su sonrisa conciliadora para estar tranquila? ¿Cuántas veces me sentí segura gracias a él? Dios, ¿cuánto viví engañada? Pasé tanto, tanto tiempo sintiéndome un monstruo y resulta que amaba a alguien mucho peor que yo. Camino a su habitación con el pecho ardiendo. Viene a mi mente la advertencia de mamá, aquella noche en el auto: «Y ahora te odia». Me odia, claro que lo hace. Soy el resultado de la más terrible noche en la vida de mi madre. Empujo la puerta y lo veo ahí, dormido, ajeno al dolor que me ha causado. Me pregunto por qué si ahora sé todo, siento en mi interior que una pieza falta. Algo enterrado, que duele pero no consigue salir.

Este desquiciado extraño mató a Larissa, consiguió que mi madre se quitara la vida, nos mintió toda nuestra existencia. Nuestra existencia. Lily, mi pequeña Lily; esto la va a destrozar. Y es mi culpa. Debí decirle todo desde el principio. Lo que pasaba conmigo, cuando Larissa llegó, lo que descubrí de nuestra madre. Le correspondía saberlo. Y ahora, todo llegará a ella de un golpe tan brutal que la hará pedazos. Al menos él no va a hacerle daño. Entro a la oscura habitación con pasos lentos y siento que no estoy sola. Por primera vez, no creo estar loca por ello. Lo veo, fue él quien enloqueció, seguramente imaginó lo que mi madre le dijo y fue un detonante de su demencia. O tal vez el dolor lo hizo perder la razón. Porque recuerdo los momentos de risas y bromas que compartía con Lily y que yo disfrutaba de lejos. Parecía feliz de verdad, parecía un padre soltero común, parecía real cuando nos decía que nos quería. Parecía. Niego suavemente, estoy segura de que a Lily sí la ama. Después de todo, ella es su hija. Un nudo doloroso vuelve a aparecer en mi garganta y me doy cuenta de que la ira aumenta la velocidad de mis latidos. Ferviente, quiere cegarme y controlarme. Me sorprendo por la intensidad de mi desprecio y me doy cuenta de que siempre lo he sentido, de que el odio profundo siempre ha estado ahí, bajo mi piel, bullendo en mi interior. Pero si antes no sabía lo que ahora, entonces, ¿por qué he tenido este rencor desde hace años? No importa susurro sin querer. Eres un asesino Aprieto el cuchillo que sostengo fuertemente y respiro profundo. No voy a darle el privilegio de ver de nuevo a Lily. No voy a darle la oportunidad de hacerse la víctima. No permitiré que me encierre como a mamá. No voy a dejar que vuelva a respirar.

Treinta y nueve No logro moverme. Hay tanto odio en mí que no soporto ver que su pecho aún se esté moviendo. Pero no puedo hacerlo. No, no puedo matarlo, no puedo ser como él. Debo pedir ayuda, llamar a la policía. ¿Y decirles qué? musito a la nada. ¿Que antes de drogarlo hice que confesara que mató a mi tía? ¿Con qué pruebas? ¿Con mi madre muerta apareciéndose en mi auto? No tengo nada. En cambio él, puede alegar alguna enfermedad hereditaria y decir que intenté matarlo. Y yo perdería a Lily para siempre mientras se refugia en un asesino mentiroso. Eso nunca. Algo se mueve en la habitación. Está a mí alrededor y mi piel se eriza al reconocerlo. Lo siento, lo percibo filtrándose lenta y casi imperceptiblemente dentro de mí. Tomando cada músculo, tensando cada nervio, relajando mis turbulentos pensamientos para dejar dos palabras flotando en mi cabeza. «Estás lista» Me confundo al principio pero a mi mente llegan aquellas pesadillas y mis cuestiones a la oscuridad que tanto me atormentaban. Ahora parece tan insignificante todo aquello, que fue hace siglos. ¿Cómo pudo mi vida cambiar de este modo? Sin embargo, en mi despierta de nuevo aquella curiosidad. Puedo notarme sonreír y siento que mi tatuaje pica como la primera vez que lo descubrí. Es tiempo de recordar, lo entiendo, estoy lista. Los quiero de vuelta. Mi corazón martillea con fuerza contra mi pecho y la determinación se arraiga en mi interior. Inhalo y exhalo profundamente, formando nubes de vapor que bailan para mí. Rodeándome y saludándome, formándose junto a mis sombras para ver. Busco el cuchillo en mi mano pero no está. En cambio, lo que mis ojos encuentran es una grande palma masculina. Un par de manos familiares. Levanto la mirada confundida para ver a mi padre en la cama pero a quién veo es a mí. Una joven versión de doce años de mí.

No comprendo. Mis manos, no, sus manos, toman la manta que me cobija dejando mi menudo y frágil cuerpo al descubierto. Veo los párpados de la pequeña luchar contra la inconsciencia, intentando con todas sus fuerzas no dormirse y siento los labios de este extraño moverse. Si no eres de mi sangre dice, y sus manos viajan al cinturón de su pantalón, entonces te haré mía. Me quedo sin aliento. No musito con el corazón en un puño. No, no. Por favor, no suplico con un hilo de voz. Lo veo acercarse a mi cama y aunque ahora quiero moverme para evitárselo, no puedo, estoy anclada al pie de la cama. Las lágrimas escurren y arden en mis mejillas, mi pecho no puede soportar esta cantidad de dolor. La realidad de que este brutal acto es un recuerdo, me desmorona. Cierro los ojos con fuerza para no mirar la horrible escena que empieza a desarrollarse ante mí. Escucho a mi padre llamarme Verónica, el susurro de mi ropa abandonando mi piel, los jadeos que se llevan consigo una parte de mi ser. Caigo de rodillas y me cubro las orejas con mis manos, sollozando sin control mientras mi cuerpo es ultrajado de la manera más vil. Me duele tanto, Dios, ¿por qué duele tanto? Siento unos dedos helados tomar mis muñecas y alarmada abro los ojos para encontrarme con los pozos oscuros que he terminado por extrañar. Ella voltea hacia la cama y le digo que no quiero mirar. No, por favor ruego y no importa que lo haga. Hace que gire mi cabeza mientras tiemblo descontroladamente. Me ahogo con mis lágrimas. No quiero ver, no quiero escuchar, no quiero seguir oyendo el éxtasis de este monstruo al que una vez llamé papá. Pero me pongo de pie, en contra de lo que quiero, me pongo de pie y miro. Ignorando el cuerpo que se cierne sobre el mío indefenso, logro verme a mí, ahí, con los párpados bailando por querer abrirse. Veo el dolor marcando mi rostro, veo los dedos de mis pies retorcerse, veo mi fragilidad y mi miedo. Veo el daño en mi alma, y noto que mis jóvenes manos se

extienden en busca de algo en la cama. Extrañada parpadeo y a través de mis lágrimas logro vislumbrarla. Veo cómo poco a poco una figura oscura toma forma junto a la cama. Se parece mucho a mí, es una copia de la chica que intenta escapar en esa cama. La reconozco. Me cubro la boca con las manos para controlar mis violentos sollozos y la veo acercarse a mí. Se sienta en la cama de la criatura inocente y estira su mano hacia ella. Y lo entiendo, ella le ofrece una salida, le ofrece un lugar a donde ir para ignorar el dolor. La invita a su hogar, a su oscuridad. Y esos pequeños dedos arañan las sábanas para llegar a ella. Las lágrimas escurren por sus redondas mejillas cuando por fin la alcanza, aliviada. Y la sombra le sonríe y ella cree que todo estará bien. Se sume en un lugar sombrío para no saber lo que le está pasando. Lo que él le está haciendo. La veo despertar al día siguiente con la ropa descolocada y la ropa manchada. Veo el dolor en su rostro y a la sombra oculta en un rincón, llorando por ella. Y la chica se pregunta qué le pasó, buscando a su padre por ayuda. Él le dice que son cosas de señoritas, que se ha convertido en mujer y ella recuerda haber leído algo en clase sobre eso. Y es todo. La pequeña olvida, duerme y tiene pesadillas porque en la realidad alguien ha entrado de nuevo a su cuarto y le hace daño de una manera que jamás podrá arreglar. La sombra la cuida, ella sabe en la oscuridad lo que pasa. Y se enfada. Y lo odia. Y sólo espera el momento para devolverle su maldad. Pero la niña no sabe, cuando despierta olvida. Ella toma los consejos que le da su papá. La pequeña le sonríe ajena a todo, le quiere, le cree cuando le dice que la ama también. No nota su mirada sucia, no nota cuando le cambia el nombre, no se da cuenta de que la droga y la visita cuando duerme. No recuerda gran parte de su vida conforme pasa el tiempo. Pero lo hace ahora. Un sollozo rasga mi garganta, mis sentimientos casi palpables flotan a mí alrededor. El sufrimiento. Veo los pies de mi padre agitarse en la cama y por más que intento no puedo dejar de llorar.

Él era mi salvador, mi hogar, quien soportó la pérdida y la soledad y nos cuidó. Cuánto le quise, cuán engañada viví. Las memorias siguen llegando a mi mente y me tambaleo por la intensidad con que golpean. Encuentro las piezas de mi desfragmentada vida y drenan mi energía. Tantas noches, tantas heridas. Detalles. Marcas en mi cuerpo, cambios en mi humor, las pastillas anticonceptivas que me recomendó usar. Era tan joven, era tan frágil, le creí todo lo que disfrazó de buenas intenciones. Pero no más, nunca más. En mi mano está el cuchillo, en mi cabeza los recuerdos y en mi corazón el dolor. Quien dijo que la venganza no es buena, no sabe cuánto se equivocó. Me acerco a él, apenas lo veo, lo desprecio tanto que me hierve la sangre y me nubla la visión. Subo a la cama, apoyando mis rodillas a los costados de él. Suelta un gemido mientras pelea por despertar y siento repulsión al oírlo. Tomo el cuchillo con ambas manos y lo levanto. Yo también te odio, papá susurro dolorida, sin aliento, y con un grito desgarrador dejo caer el cuchillo en su pecho. Un relámpago parte el cielo. Siento su piel abrirse pero no es tan fácil como creí. Gime de nuevo y odio el sonido. Levanto el cuchillo y lo vuelvo a dejar caer con el rostro empapado en lágrimas. No toca su corazón como quiero y sus manos empiezan a agitarse. Las recuerdo sobre mi cuerpo, acariciando mi rostro, creando una vida falsa que me repugna. Grito cuánto lo odio, dejando caer el arma con fuerza una y otra vez. Y duele. Respiro agitadamente con la garganta lastimada y la sangre caliente salpicando mi rostro. Sus ojos se abren y me miran, y deseo con todo mi ser que vea mi ira. Pienso en mi madre, pienso en Larissa, pienso en la chica que se escondió en la oscuridad. Recuerdo el miedo, las preguntas, mis dudas sobre mi cordura. Pienso en el dolor, mi tormento, su enfermizo deseo. Y aun cuando sus ojos han perdido el brillo sigo apuñalando a la par de mis furiosos latidos. Mi cuerpo está empapado de rojo carmesí, de rabia y libertad. Siento mi pecho ligero poco a poco, no es frágil ya. Las sombras me envuelven, me aplauden y la niña que fui me observa en la oscuridad. …cayendo el cielo. ¿Hola? Vine temprano porque ayer estabas muy rara y… Lily.

Detengo mis movimientos de golpe y giro mi cabeza para verla. Ahí está, de pie en la puerta con los ojos abiertos desmesuradamente. Paralizada, pálida, empapada y tan aterrada que tengo que sonreír para tranquilizarle. Está bien, no te hará daño Le digo, señalando el desgarrado cuerpo de su padre. Ella jadea asustada mirándome a mí y al hombre que yace debajo de mí, pegándose a la pared lentamente. Mis manos escarlata dejan caer el cuchillo y sus ojos se vuelven agua. Dirijo mi mirada al costado de la cama y la veo entre las sombras, luciendo de doce años de nuevo, mirándome con intensidad. Eres libre susurro. No te volverá a lastimar Ella asiente hacia mí y mis párpados pesan mientras le sonrío. Me siento exhausta cuando desaparece, como si parte de mí se fuera con ella al partir. Bajo de la cama con las piernas temblorosas y me quedo de pie mirando a mi hermana, quien ahora está hecha un ovillo en el suelo sin apartar los ojos de mí. Agua escurre por su rostro y no sé si es del cielo inclemente o cae de sus ojos grises. Le dolerá un tiempo, pero va a sobrevivir. Va a ser feliz de nuevo, nadie la va a herir y aunque quisiera quedarme con ella, sé que estará mejor sin mí. Me limpio las lágrimas para Lily, para mi pequeña y dulce Lily, y sonrío. Logro escuchar al fondo las sirenas acercarse, pero las ignoro. Suspiro profundamente, cansada, serena, y cierro los ojos en la oscuridad de mi delirio, disfrutando el sonido de la lluvia al estrellarse fieramente contra al suelo. Al final, sí llegó la tormenta.

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