CULTURA Y PASTORAL VOCACIONAL EN LA PASTORAL ORGANICA DE NUESTRA IGLESIA DE LA SANTÍSIMA CONCEPCIÓN

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“Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.

(Benedicto XVI)

CULTURA Y PASTORAL VOCACIONAL EN LA PASTORAL ORGANICA DE NUESTRA IGLESIA DE LA SANTÍSIMA CONCEPCIÓN INSTRUMENTO PARA LA REFLEXIÓN, EL DIÁLOGO COMUNITARIO y LA ACCIÓN

+ Ricardo Ezzati A., sdb Arzobispo de la Santísima Concepción

JUNIO DE 2008

INTRODUCCIÓN Hermanos y Hermanas de la Arquidiócesis de la Santísima Concepción, Les deseo la paz y la abundante bendición del Señor, mientras los invito a reavivar en cada uno de Ustedes y en cada una de sus comunidades, la fe y la esperanza que brota de la sublime vocación a la que hemos sido llamados: ser discípulos y misioneros del Señor, para la vida de nuestro pueblo. El Espíritu nos conduzca a vivirla gozosamente y a testimoniarla con autenticidad. Del Corazón de Cristo, que manifiesta la vocación

de la Iglesia a ser “recinto de verdad y amor, de libertad, de justicia y de paz”, aprendamos a abrir los horizontes de nuestra misión y a hacer nuestra su sed de salvación para todos. Nos inspira el Documento Conclusivo de Aparecida. Leemos: “En el encuentro con Cristo queremos expresar la alegría de ser discípulos del Señor y de haber sido enviados con el tesoro del Evangelio. Ser cristiano no es una carga sino un don: Dios Padre nos ha bendecido en Jesucristo su Hijo, Salvador del mundo” (DA 28). Agrega: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestras palabras y obras es nuestro gozo” (Ib 29). Por eso, en la Iglesia, todos somos discípulos y misioneros; condiscípulos y misioneros, con vocaciones específicas. “La condición del discípulo brota de Jesucristo como de su fuente, por la fe y el bautismo, y crece en la Iglesia, comunidad donde todos sus miembros adquieren igual dignidad y participan de diversos ministerios y carismas” (Ib184), todos ellos necesarios para el crecimiento del Reino de Dios. “Cristo les invita a seguirle. Pueden responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o como padres y madres de familia, dedicados totalmente a servir a sus hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con su vida entera” (Benedicto XVI, Discurso inaugural de Aparecida). Para ser fieles a cuanto los Obispos han indicado en el Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, y convencidos de la necesidad de trabajar en comunión y pastoral orgánica, como Iglesia de Concepción, nos hemos propuesto dar prioridad a la Pastoral Vocacional, incentivando en todos los bautizados una auténtica Cultura Vocacional. En esta clave, las presentes reflexiones, tienen por objeto interpelar la conciencia de las comunidades cristianas, Parroquias, Colegios de Iglesia, Movimientos, Grupos Apostólicos, Universidades, etc., en una tarea que lleve a descubrir algo profundamente bello y pletórico de significado: la propia vocación, la vocación que el Señor nos ha regalado.. Invito a los párrocos y demás sacerdotes, a los responsables de la pastoral educativa y universitaria, a los asesores de movimientos eclesiales y grupos de espiritualidad, a los consejos pastorales, a los diáconos permanentes, a los religiosos y religiosas a sumarse a esta iniciativa que, con la ayuda indispensable de la oración, está llamada a motivar nuestro compromiso pastoral en un campo tan delicado y necesario para el futuro de nuestra Iglesia. La metodología del documento de trabajo considera algunas pinceladas de carácter doctrinal y algunas preguntas para el diálogo. De allí brotarán algunas líneas de acción que lleven a fortalecer la conciencia vocacional de toda vida cristiana, la invitación a descubrir y a acoger la propia vocación específica y a favorecer la de los hermanos y hermanas. Recordando “el testimonio valiente de los Santos y Santas del Continente, y de quienes, aun sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el evangelio y han ofrecido su vida a Cristo, por la Iglesia y por su pueblo”, la Iglesia de Concepción quiere proclamar que “conocer a Jesucristo es nuestro gozo, seguirlo es una gracia y trasmitir este tesoro a los demás es un encargo que el Señor nos ha confiado” (DA 18).

1. UBICACIÓN DE LO “VOCACIONAL” EN LA PASTORAL ORGÁNICA Como punto de partida, recuerdo un principio general que ayuda para ubicar convenientemente la pastoral de las vocaciones en el contexto de la pastoral de la Iglesia. Urs von Balthasar se refiere a él cuando habla del principio de “totalidad” y “fragmento”. Aplicado a la pastoral vocacional, este principio, viene a decir que lo “vocacional” es una dimensión que debe atravesar toda acción pastoral (totalidad) y, al mismo tiempo, una acción pastoral específica, con contenidos y dinámicas propias (fragmento), al interior de un proceso pastoral más amplio, que llamamos “pastoral orgánica”. - El fragmento (es decir, la pastoral específica) en la totalidad (en la pastoral orgánica), y la totalidad en el fragmento, significa que toda la pastoral debe ser impregnada por la energía vocacional y, al mismo tiempo, que la pastoral de las vocaciones específicas, debe ubicarse en el dinamismo de toda la pastoral. - Dicho de otra manera, lo orgánico y lo específico de la pastoral vocacional, se reclaman mutuamente: la pastoral, en todos sus aspectos, debe considerar la dimensión vocacional de la vida cristiana, mientras la pastoral específica de las vocaciones, encuentra su lugar y su fuerza al interior del proyecto orgánico de la pastoral eclesial, que debe ser impregnado vocacionalmente. Esto porque, la dimensión vocacional es esencial y connatural a la naturaleza y a la misión de la Iglesia. Lo que define el ser profundo y la misión de la Iglesia, es ser “Asamblea de llamados”. Juan Pablo II volvió sobre este concepto, en su Carta al 1er Congreso Latinoamericano de Vocaciones. En ella afirmaba: “... se vuelve cada día más importante la necesidad de una pastoral vocacional renovada y concebida, en primer lugar, como dimensión obligada de todo plan pastoral y al mismo tiempo como campo específico de la acción que acompaña el despertar, el discernimiento y el desarrollo de la respuesta vocacional de aquel que el Señor llama.” (Carta del Santo Padre con motivo del Congreso de Pastoral Vocacional en el Continente de la Esperanza. Mayo de 1994). La Pastoral vocacional, como la pastoral catequística, o misionera, o de solidaridad, etc., es un “fragmento”, parte de la Pastoral de la Iglesia; su lugar es la pastoral orgánica, la que debe ser, toda ella “vocacional”, es decir impregnada por esta dimensión, “destinada a cuidar el nacimiento, el discernimiento y el acompañamiento de las vocaciones, especialmente de las vocaciones al sacerdocio.” (cf. Juan Pablo II, en PDV 34). Decir que la pastoral vocacional está en el corazón de la pastoral orgánica, significa destacar que toda pastoral tiene una dimensión vocacional y que además, la pastoral de las vocaciones debe encontrar su espacio específico en la pastoral orgánica, en una fecunda interrelación con las demás pastorales. De aquí, la primera conclusión: la dimensión “vocacional” de la vida cristiana debe penetrar toda la pastoral de la Iglesia (la familiar, juvenil, catequística, educativa, misionera, etc...), al mismo tiempo, definirse y proyectarse como una acción específica, a favor de cada una de las vocaciones (las sacerdotales, religiosas o laicales).

Es necesario cultivar el don de todas las vocaciones, para ser, juntos, los discípulosmisioneros de Jesucristo que la Iglesia necesita para la evangelizar nuestro pueblo. PARA EL DIALOGO: ¿Cómo se articula el proyecto de pastoral vocacional de mi parroquia, de mi unidad educativo-pastoral, de mi Movimiento o grupo eclesial? ¿Respeta la organicidad y la especificidad del crecimiento cristiano? ¿No corre el riesgo de ser tan genérico que descuide lo específico o, por el contrario, tan específico que carezca de fundamento eclesial? ¿Cómo acompaño, desde mi responsabilidad específica, la articulación pedida? ¿Qué pasos comunitarios debiéramos dar en esta dirección? ¿Qué expresiones de oración por las vocaciones cultivamos?

2. UBICACIÓN DE LO “VOCACIONAL” EN LA PASTORAL QUE ACOMPAÑA AL ENCUENTRO Y SEGUIMIENTO DE CRISTO Como toda acción pastoral, también la vocacional, está llamada a sustentarse en una sólida experiencia de fe en Jesucristo y ser animada por la acción incesante del Espíritu Santo. La pastoral vocacional tiene su base y consistencia en una experiencia que brota del encuentro personal con Jesucristo, descubierto como “la perla preciosa” por la cual vale la pena dejarlo todo y como el único Señor al cual entregar la propia vida. Es la experiencia vivida por Pedro, Andrés, Juan y Santiago y por los demás apóstoles. Jesús los llamó para estar con El y para enviarlos. Leemos en Marcos 3, 13-15, “llamó a los que él quiso..., para que estuvieran con él..., y para enviarlos a predicar, con el poder de expulsar a los demonios”. La acción de Jesús indica claramente el parámetro referencial de toda vocación cristiana y, en especial, de la vocación consagrada. Vivir cristianamente en una vocación, presupone, entonces, tener conciencia de una llamada gratuita, llamada que viene del Señor (vocación), destinada a desarrollarse en un particular estilo de vida (el discipulado) y en vista de una tarea específica (la misión). Toda vocación implica una interacción entre la ‘llamada del Señor’, la ‘comunión de amistad con Él’, y la disponibilidad para compartir con Él, la ‘misión’. Metodológicamente conviene tener presente que,—‘vocación’, ‘discipulado’ y ‘misión’ son dones que se refuerzan recíprocamente. Por eso deben:  ser discernidos, internalizados y vividos por quienes se sienten llamados, por motivaciones verdaderas y auténticas (valorando, ante todo, la primacía de la llamada gratuita, es decir, la primacía de Dios que llama),  en un proceso de “configuración” a Cristo (El mismo, llamado por el Padre; vive en comunión con el Padre, y es enviado por el Padre). Esta experiencia debe ser vivida en actitud humilde y confiada y convertirse en el núcleo de la espiritualidad del llamado,  consciente que sólo la gracia, es decir la presencia y la acción del Espíritu, en la Iglesia y en cada bautizado, hace real la “configuración con Cristo”, en la frágil vasija

de barro que es cada llamado. Entonces, ¿cómo suscitar en los jóvenes el encuentro con la persona de Jesús y su posterior seguimiento, en una opción de vida concreta, generosa y radical? Un documento de la Sede Apostólica sobre la formación espiritual de los futuros sacerdotes, se refiere a este tema y ofrece un concreto itinerario de formación espiritual centrado en la persona de Jesús: “Cristo: hacia él es atraída por la gracia la mirada del joven que aspira al sacerdocio... Cristo conocido, buscado, amado cada vez más a través de los estudios, de los sacrificios personales, de las victorias sobre sí mismo, en la lenta conquista de las virtudes... Cristo contemplado... Cristo ofrecido... Cristo de quien no se puede dejar de hablar...” (cf Congregación para la Educación Católica, Carta Circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios). PARA EL DIALOGO: La predicación, la catequesis, el asociacionismo juvenil y las demás acciones pastorales que realizamos en la parroquia, en el colegio, movimiento o grupo apostólico, ¿engendran admiradores de Jesús o creyentes en Cristo? ¿Cómo acompañamos el proceso de maduración de los jóvenes en campo de la fe? El Documento Conclusivo de Aparecida describe el ‘proceso de formación de los discípulos misioneros’(cf 276-300). Confrontando los puntos allí expuestos con nuestras praxis, ¿qué aspectos debiéramos reforzar en nuestra pastoral? ¿Con cuáles iniciativas y acciones pastorales?

3. EL CULTIVO DE LAS VOCACIONES EN LA “IGLESIA COMUNIÓN” El Documento Conclusivo de Aparecida recuerda que “la vocación al discipulado misionero es con-vocación a la comunión en la Iglesia. No hay discipulado sin comunión” (DA 156). Y agrega: “Cada bautizado es portador de dones que debe desarrollar en unidad y complementariedad con los de los otros, a fin de formar el único Cuerpo de Cristo, entregado para la vida del mundo”(Ib 162). En la Iglesia, entonces, existen muchas vocaciones; todas y todos somos ‘llamados’ para ser juntos ‘Iglesia’, para la vida del mundo. Por eso, es necesario comprender y crecer en la conciencia de estos tres aspectos básicos de nuestro ser Iglesia: - La Iglesia es “comunión”, y debe ser comprendida, cada vez más, como “vocación de vocaciones”, corresponsable de la misión evangelizadora. En palabras de Juan Pablo II, una Iglesia “en la que se respeta y favorece la diversidad de ministerios y de carismas y muestra su rostro de familia acogedora, animada únicamente por el deseo de anunciar y dar testimonio del Evangelio.”(Juan Pablo II). - La Iglesia está llamada a la santidad. La llamada universal a la santidad es

expresión de la “dinámica intrínseca y determinante” de la Iglesia (cf LG, cap. V°) y, además, “perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral” de cada comunidad (cf NMI, 30). La estatura alta del cristiano es la santidad. - En la Iglesia cada bautizado es llamado, por su nombre, para una misión peculiar. La llamada de cada bautizado-confirmado a ser discípulo misionero de Jesús, se cristaliza en una vocación particular, proyecto o don de Dios hecho a cada persona. Cada hombre y cada mujer está llamado a responder a ese don, como pastor, como laico o como consagrado (cf LG 3, 4, 6). Los tres elementos se implican y llaman en causa mutuamente: - Si la opción vocacional hunde sus raíces y tiene su razón de ser en la experiencia de fe vivida en la comunidad eclesial, es lógico que el joven debe ser introducido en esa experiencia de fe eclesial, alimentarse de ella, vibrar y comprometerse con ella. Pedagógicamente, es necesario encaminar a los jóvenes hacia una intensa pertenencia eclesial, para que no quede en una genérica simpatía. - Hay que reconocer que los horizontes universales (católicos) de la Iglesia siguen siendo motivadores para los jóvenes. La experiencia indica que la densidad espiritual, hecha de escucha de la Palabra, de participación en la vida sacramental (especialmente de la Eucaristía y de la Reconciliación), y los campos desafiantes de la misión evangelizadora, de la solidaridad con los marginados y del servicio a los últimos, son siempre fecundos de vocaciones apostólicas y de especial consagración. - Finalmente, hay que evidenciar que la vocación de cada uno, se vive articulando la propia identidad con la de los otros, en sintonía con las otras vocaciones cristianas (la verdadera comunión es siempre ‘sinfónica’), en una comunidad concreta, es decir, la propia Iglesia Particular. PARA EL DIALOGO: La comunión y misión eclesial ocupan un lugar privilegiado en la comprensión de la vocación de seguidores de Jesús. Desde la perspectiva de la visibilidad, ¿qué imagen reflejan nuestras comunidades parroquiales o educativas, nuestros movimientos y grupos? ¿Se nos ve como una ONG (religiosa, de enseñanza, de servicio social, de cultura) o como una comunidad que refleja al Señor, comprometida con Cristo que evangeliza y que, coherentemente, presta también variados servicios solidarios? ¿Se nos ve como una comunidad que aprecia e involucra la participación de todos, dando espacio al desarrollo de los dones recibidos? ¿Cómo acompañamos a los jóvenes de nuestras comunidades en su maduración eclesial? ¿Qué proponemos para que nuestra pastoral vocacional crezcan más decididamente en esta dirección?

4. AREAS ESTRATEGICAS DE PEDAGOGÍA Y CULTURA VOCACIONAL En el trabajo vocacional no se puede perder de vista algunas áreas o campos privilegiados que ejercen una influencia decisiva en la maduración de las personas. Se trata

de la Familia, la Escuela, la Parroquia, los Movimientos y las Comunidades sacerdotales y, o, religiosas. “Ecclesia in America” recuerda que las vocaciones, don de Dios, surgen‘“ante todo en la familia, en la parroquia, en las escuelas católicas y en otras organizaciones de la Iglesia” (EiA n 40). Lo mismo nos recuerda el Documento Conclusivo de la V Conferencia de Aparecida. 4.1. La familia Leemos en Familiaris Consortio: “La familia debe formar a los hijos para la vida, de manera que cada uno cumpla en plenitud su cometido, de acuerdo con la vocación recibida de Dios. Efectivamente, la familia..., se convierte en el primero y mejor seminario de vocaciones a la vida consagrada al Reino de Dios.”( FC. n 53). Sabemos que la “realidad–familia”, presenta varios factores adversos, que inciden negativamente en el discernimiento, acompañamiento y desarrollo de la vocación ministerial o religiosa (Se reduce los índices de matrimonios católicos; aumentan los matrimonios civiles y de las demás formas consensuales de convivencia; hay abandonos de hogar, separaciones y divorcios...). Siguiendo a Juan Pablo II nos preguntamos: ¿Qué significa decir que la familia está llamada a ser el “primero y mejor seminario”? “Primero”, no sólo en orden cronológico, sino también en orden de importancia, significa reconocer que la vocación humana nace y crece en la familia; que la familia, ‘iglesia doméstica’, es el primer espacio del despertar de la fe, y que es en ella donde nace y se cultiva la vocación cristiana, en el compromiso ministerial, de la vida consagrada o del compromiso laical. Por eso, se debe contar con la familia, como aliado estratégico para el discernimiento y maduración de todas las vocaciones. En el caso más específico de la vocación al sacerdocio: - es de vital importancia cultivar y desarrollar experiencias que ayuden a las familias a acoger el don de la vocación de los propios hijos y hermanos. “Seminaristas en familia”, “círculos familiares vocacionales”, u otras experiencias, reúnen y acompañan a las familias de candidatos al seminario para cumplir debidamente su misión. Junto a la oportunidad de desarrollar una intensa pastoral familiar, estas familias se hacen grandes colaboradoras de la pastoral vocacional de una comunidad. - es oportuno optimizar la relación entre pedagogías de acompañamiento y discernimiento vocacional y las familias (congregación-familias). La relación debe establecerse darse desde el comienzo del camino vocacional. Para el candidato será una ayuda para la comprensión y maduración de los afectos con la propia familia y para las familias será una oportunidad para comprender el sentido de la vida sacerdotal y de sus compromisos. - en este sentido, la familia es el “mejor seminario”, ya que la persona llamada, acompañada por sus familiares y por el sacerdote que la orienta, tendrá la posibilidad

de profundizar existencialmente sobre los roles de la paternidad, filiación, fraternidad y nupcialidad, que deberá vivir como consagrado y sacerdote. Por todos estos motivos la pastoral vocacional deberá integrar, mejor y más responsablemente, a las familias cristianas de la parroquia, colegio católico o movimiento. “A las familias, las invitamos a reconocer la bendición de un hijo llamado por Dios… y a apoyar su decisión y su camino de respuesta vocacional” (DA 315). 4.2. La escuela En la experiencia de la Iglesia, la escuela, especialmente la escuela católica, ha sido un campo estratégico de nuevas vocaciones laicales, sacerdotales y religiosas. Aún hoy, es así, cuando se ‘educa hacia un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida nueva’ (DA 332). La opción vocacional es fruto maduro e imprescindible de todo el crecimiento humano La escuela está llamada a educar a los jóvenes para que desarrollen su propia vocación humana y bautismal, mediante una vida diaria progresivamente inspirada y unificada por el evangelio. El proceso educativo propio de la escuela debe ayudar a pasar de una pastoral vocacional centrada y entendida como un conjunto de actividades con contenidos vocacionales, a un proceso caracterizado por el desarrollo y el espesor de la dimensión vocacional de la vida, presente en todo el arco educativo-pastoral. “Toda vida es vocación” -decía Pablo VI-. “Desde el nacimiento se da a todos, en germen, un conjunto de aptitudes y cualidades que hay que hacer fructificar: su pleno desarrollo, fruto a la vez de la educación que da el ambiente y del esfuerzo personal, le permitirá a cada uno orientarse hacia el destino que le propone el Creador.”(Pablo VI, en: Populorum Progressio). Desde su identidad educativa, entonces, la escuela católica puede y debe ayudar a proponer la vocación y su adecuado itinerario de maduración, dicho de otra manera debe propiciar el clima humano y espiritual que permita a los jóvenes encontrarse y entusiasmarse con la propia vocación. ¿Cuál es el itinerario pedagógico adecuado? Les propongo tener presentes estos tres pasos: - La vida como proyecto: Es primer paso pedagógico es de humanización, es decir: buscar el sentido o dar sentido a la vida. Se trata de acompañar al joven en el descubrimiento de las propias posibilidades y desde éstas llevarlo al deseo de hacerlas fructificar en beneficio propio y de los demás. Evidencia la necesidad de tomar la vida en las propias manos, de asumirla como tarea y oportunidad única de desarrollo personal, social y eclesial. Pedagógicamente, y como paso necesario, habrá que ayudar al joven a elaborar y desarrollar el propio proyecto de vida, con apertura a la comunidad y a Dios. - La vida como vocación: El término “vocación” hace referencia al misterio que envuelve la vida; evoca la fuente, es decir, el Creador, la iniciativa de Dios que llama y hace responsable de la vida; en un diálogo misterioso entre libertad y gracia, entre

don y conquista. La persona joven, ayudada por la gracia, está llamada a descubrir, a acoger y realizar el don del cual es portador, superando los márgenes estrechos de la simple autorrealización. El niño y el joven debe ser educado a descubrir que la vida es una vocación. - La vocación como proyecto de vida: El tercer momento del itinerario es “hacer de la vocación el proyecto de la propia vida”. Se trata de hacer de la “vocación” (llamada de Dios), el “proyecto” de la propia vida, comprometiéndose leal y generosamente en su realización: una tarea ardua, que requiere fe y esfuerzo y perseverancia, ya que no está exenta de las dificultades y crisis propias de todo crecimiento. Un reciente documento de la Congregación para la Educación Católica afirma que la educación debe llevar a los jóvenes a encontrar valor y gusto por las grandes preguntas “que atañen al propio futuro”, mientras que‘“las personas consagradas, juntamente con los demás educadores cristianos”, deberán descubrir y valorar “la dimensión vocacional intrínseca al proceso educativo”. “En efecto, la vida es un don que se realiza en la respuesta libre a una llamada particular, que hay que descubrir en las circunstancias concreta de cada día. El interés por la dimensión vocacional lleva a la persona a interpretar su propia experiencia a la luz del proyecto de Dios”. (Las personas consagrada y su misión en la escuela, 2002)

4.3. La Parroquia, Asociaciones, y Movimientos La comunidad cristiana es el terreno fértil en el cual germinan y se desarrollan las vocaciones. En ella, el niño y el joven encuentra modelos de las diversas vocaciones cristianas: laicos, diáconos permanentes, religiosas y religiosos, presbíteros. Al interior de la misma comunidad cristiana descubre las necesidades pastorales y los ministerios que las sirven; en ella también ve como maduran las actitudes humanas y espirituales que hacen posible la respuesta vocacional. La comunidad cristiana realiza esta misión cuando: - educa a la escucha y a la acogida de la Palabra de Dios: de esta manera favorece la actitud que permite tener los oídos y el corazón abiertos a la llamada personal del Señor: “habla, Señor, que tu siervo escucha”. - ora y celebra: la oración abre el corazón a la acogida a la solidaridad y al servicio; la celebración destaca la presencia de Dios y el carácter alegre de la respuesta vocacional. - practica una comunión concreta, hecha de acogida, de interés por la vida de los hermanos (acontecimientos alegres o tristes) de aprecio y de colaboración. - estimula al sentido de donación, de gratuidad, de generosidad, de misión, de servicio a los demás, especialmente, a los pobres. - evidencia la participación de todos, dando espacio a los diferentes ministerios y servicios eclesiales.

- acompaña espiritualmente a los miembros de la comunidad que se han comprometido en el camino vocacional, los sostiene con su oración y celebra gozosamente los momentos más significativos de su itinerario. Las mismas actitudes debieran ser propias de los grupos apostólicos y de los movimientos. Todo grupo o movimiento, verdaderamente comprometido con Jesucristo, debe ser “vocacional”, sea porque cultiva la pertenencia y la participación activa en la vida de la Iglesia; sea también porque se compromete a ofrecer itinerarios de discernimiento y crecimiento en las vocaciones de especial consagración. Los movimientos eclesiales pueden ser espacios privilegiados de maduración vocacional. El desafío pastoral será acompañarlos, para que sus miembros descubran en la Iglesia Particular, el lugar prioritario para responder a ella.

4.4. Los Sacerdotes y Religiosos (as) La motivación vocacional auténtica es un descubrimiento de algo profundamente bello y rico de significado. Por eso, los Obispos de América Latina y El Caribe, alientan a los sacerdotes “a dar testimonio de vida feliz, alegría, entusiasmo y santidad en el servicio del Señor”(DA 315). “Claramente, los sacerdotes son figuras claves en la decisión vocacional. Casi todos los seminaristas reconocen haber sido influidos decididamente por algún sacerdote y haber comunicado su decisión en primer lugar a éste” (Cisoc Bellarmino, Nuestros futuros sacerdotes, Santiago,2000). Juan Pablo II, en su Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo de este año 2004, les escribía:‘“Los primeros apóstoles de Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, sois vosotros mismos: vuestro testimonio cuenta más que cualquier medio o subsidio... Más que cualquier otra iniciativa vocacional, es indispensable nuestra fidelidad personal. En efecto, importa nuestra adhesión a Cristo, el amor que sentimos por la Eucaristía, el fervor con que la celebramos, la devoción con que la adoramos, el celo con que la dispensamos a los hermanos, especialmente a los enfermos. Jesús, Sumo Sacerdote, sigue invitando personalmente a obreros para su viña, pero ha querido necesitar de nuestra cooperación desde el principio”. Se trata de la visibilidad y de la transparencia, de la radicalidad y del espesor de la vivencia vocacional de cada sacerdote. De allí nace el “contagio”, es decir, el deseo de conocer el porqué y la motivación de una vida consagrada. Una vida sacerdotal o religiosa, debe suscitar interrogantes en los jóvenes acerca de la manera de seguir radicalmente a Jesús. No se trata de la visibilidad que promueven los Medios de Comunicación Social, ni de aquella que se confunde con el poder, el influjo, la política, etc. Se trata de la transparencia en el modo de vivir y de actuar, que haga visible a los jóvenes, las actitudes y estilo de Jesús. No tiene nada que ver con las campañas de imagen, tan de actualidad en las empresas emergentes, en la política o en los empresarios de espectáculos. En una palabra, son los santos quienes, alrededor de sí, crean escuelas de santidad.

Sacerdotes santos, religiosos santos se ven acompañados por discípulos que quieren seguir sus huellas. PARA EL DIALOGO: Un estudio realizado en Francia, daba como conclusión que las vocaciones provenían de familias de tres a cuatro hijos, donde se cultivaba la oración, y cuyos padres estaban comprometidos en la parroquia o en movimientos. ¿Son las familias que nosotros privilegiamos en nuestra pastoral vocacional? ¿Cómo las individualizamos? ¿ y qué les ofrecemos? ¿Qué tipo de relaciones mantenemos, y qué itinerarios formativos y espirituales ofrecemos a los padres de jóvenes vocacionalmente inquietos, de nuestras parroquias, colegios o movimientos? El proyecto educativo-pastoral de mi colegio o escuela, ¿es, de verdad, vocacional? En mi comunidad educativo-pastoral, ¿presentamos la vocación laical, sacerdotal y religiosa en forma vaga, o nos esforzamos en proponerla y de acompañarla en forma más personalizada? ¿En qué debiéramos crecer en este aspecto? El Movimiento o la asociación juvenil que animo, ¿ayuda a madurar vocaciones para la Iglesia?, ¿por qué? ¿Por cuáles descuidos pastorales no han surgido vocaciones de especial consagración de mi parroquia? ¿En qué nos podemos comprometernos más y mejor?

5. PASTORAL VOCACIONAL Y DINAMISMOS VOCACIONALES Los invito, ahora, a detenerse a considerar los principales dinamismos que hacen posible el desarrollo y la maduración vocacional, es decir la respuesta decidida y generosa al llamado de Jesús. Ellos son: el Espíritu Santo, la persona llamada y diversas mediaciones eclesiales. 5.1. El Espíritu Santo: cultura del discernimiento espiritual como actitud permanente La identificación vocacional, es, en primer lugar, don y obra del Espíritu Santo, el Maestro interior que va configurando a Cristo, a sus sentimientos y a su misión. Pero, también es tarea que implica la responsabilidad de cada persona y de las mediaciones eclesiales que la acompañan en el proceso del despertar, del discernimiento y del acompañamiento vocacional (Cf. Pontificia Obra para las Vocaciones, CELAM-CLAR, La Pastoral vocacional en el Continente de la Esperanza, 1994, pp. 395-400). El Espíritu Santo es quien otorga a la Iglesia el don de las vocaciones carismáticas y ministeriales que necesita. No deja de suscitarlas para cada época y para cada lugar. De la misma manera es él quien suscita la respuesta en las personas llamadas y quien las acompaña en el camino de la fidelidad. Por eso, en el trabajo de hacer del llamado de Dios “el proyecto de la propia vida”, el discernimiento espiritual, es decir, la búsqueda de la voluntad de Dios en nuestra vida, juega un rol estratégico: lleva a descifrar el proyecto de Dios y a elegir el camino adecuado para abrazarlo y construirlo. Así, el discernimiento espiritual tiene que ver con la meta a la

que hemos sido invitados y con los medios para alcanzarla: es un aliado que no puede faltar. Será tarea del acompañante espiritual evitar hacerlo parecer como un proceso complicado y exótico. Es un proceso sencillo y exigente a la vez: discernir significa captar, en la realidad de la propia persona, los signos que permiten conocer la propia vocación, encaminarse hacia ella desarrollando los talentos recibidos para vivirla con gozo y generosidad. La Iglesia nos ofrece criterios de discernimiento vocacional que son puntos de referencia que permiten identificar el don de una vocación, es decir, la presencia o la ausencia de la llamada de Dios para un determinado proyecto y de la idoneidad para responderle. El acompañante y el joven, deben cultivar el discernimiento espiritual como una actitud permanente que acompaña el arco de toda la vida, en sus diversas situaciones y desafíos. Sin embargo, adquiere una densidad propia y específica y un rol de vital importancia en la edad juvenil, cuando se decide la orientación de la vida y se busca responder al llamado de Dios en una vocación específica. 5.2. La persona llamada: cultura de la libertad y de la responsabilidad: La personalización: llegar al corazón del llamado Como premisa quisiera destacar la importancia de tomar en serio lo que significa “iniciación” vocacional. “El itinerario pedagógico vocacional es un viaje orientado hacia la madurez de la fe, como una peregrinación hacia el estado adulto del creyente llamado a disponer de sí mismo y de la propia vida con libertad y responsabilidad según la verdad del misterioso proyecto pensado por Dios para él” (Cf. Obra Pontificia para las Vocaciones: “Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 1997. n.35). “Iniciación” conlleva el concepto de “itinerario”, de “ritmo procesual”, y consiguientemente, de “paciencia pedagógica”. Se comprende que solo un acompañamiento personalizado permite recorrer el itinerario descrito. “Tal viaje se realiza por etapas, en compañía de un hermano mayor en la fe y en el discipulado, que conoce el camino, la voz y los pasos de Dios y que ayuda a reconocer el Señor que llama y a discernir el camino que recorrer para llegar a El y responderle”(Ib.). Hay que crear las suficientes condiciones de libertad y responsabilidad y al mismo tiempo el acompañamiento cercano y discreto, que permita superar el formalismo y favorezca, en cambio, un proceso de identificación vocacional maduro, progresivo, internalizado, asumido por motivaciones auténticas, es decir desde fe. La identificación vocacional se da en el corazón de las personas, en el nivel más íntimo de los afectos, sentimientos, convicciones y motivaciones. Alcanzar el corazón del joven, en profundidad, implica partir de su realidad, realidad comunicada, conocida e interpretada desde el punto de vista de la vocación específica. Es indispensable construir sobre la base de un conocimiento verdadero y adecuado, en su presente y en su pasado, evitando prejuicios, suposiciones engañosas o ingenuas y ayudar a cada uno a decirse “la verdad” sobre sí mismos. Hay que evitar condicionamientos artificiales que substituyan el trabajo personal y responsable del joven. Esto significa llegar al corazón del llamado, es decir al núcleo donde

se verifica la llamada y, desde la libertad, se decide la respuesta auténtica. 5.3. Las mediaciones eclesiales: cultura del testimonio, del diálogo y del acompañamiento La vida y la misión de un presbítero, de un o una consagrada son ya, por sí mismas, elocuente expresión de la presencia pastoral de Jesús. Para los jóvenes ellos son como una especie de “evangelio desplegado”. Su manera de existir tiene incidencia pedagógica, es decir, es una interacción estimulante o, lastimosamente, paralizante. Idealmente, el testimonio sacerdotal debiera convertirse en anuncio de un modo de existir alternativo al mundo y a la cultura dominante, es decir: el estilo de vida de Jesús. La visibilidad del consagrado, se quiera o no se quiera, se vuelve mediación, signo, profecía. Y si el presbítero o la vida consagrada niega o esconde su identidad de semejanza con Cristo: entonces, ¿qué sentido tiene? Por eso se habla de la necesidad de recuperar la visibilidad, la belleza de ser cristiano; una visibilidad en la cual no aparezca tanto la fuerza del poder social del consagrado, cuanto más bien los rasgos característicos de Jesús, sus sentimientos y su entrega. Está en auge el tratamiento de “la inteligencia emocional” y se estudian sus derivaciones pedagógicas, cobra ulterior sentido la expresión paulina: “Tened los mismos sentimientos de Cristo” (fil.2,5-11). Si la vida consagrada no sobresale, si no despierta sentimientos más profundos y recursos menos comunes: ¿para qué hacerse sacerdote o religioso? Si la vida sacerdotal o religiosa se ha instalado en la “normalidad” ¿no querrá decir que ha perdido su fuerza profética? Si hace de todo, pero nada especial, si no anticipa nada mejor, ni anuncia, ni denuncia algo: ¿para qué sirve? (Cf.. Pascual Chávez, “Eres Tú mi Dios, fuera de ti no tengo otro bien.”). La vida sacerdotal y religiosa es “memoria” y “acicate”.Memoria de Jesús, Buen Pastor y acicate para que otros lo sigan. En lo más profundo la vida consagrada y sacerdotal es una gran parábola vocacional: “la vocación es un don del Señor, tan precioso que debemos cuidar con gran esmero y que hay que proponer decididamente a los jóvenes porque queremos que ellos sean tan felices como nosotros” (ib). En el mensaje al Congreso Latinoamericano de pastoral vocacional el Papa Juan Pablo II indicaba tres campos estratégicos que se debía cuidar: el testimonio, la oración y el seguimiento. - “La pastoral vocacional requiere en primer lugar, un testimonio de fe auténtica, de gozosa esperanza y de caridad operante... El testimonio sigue siendo la fuerza de atracción más convincente de que disponen los discípulos de Cristo”. El consagrado debe ser un testigo de la belleza de la propia vocación. - “La Pastoral Vocacional necesita de la oración frecuente y explícita por las vocaciones...”. - “La pastoral vocacional presupone y necesita también de un cuidadoso y concreto seguimiento de las vocaciones” (Ib). En este sentido el consagrado debe ser un acompañante.

5.4. Misión apostólica: Samaritanos como el Buen Samaritano, al servicio del mundo La vocación sacerdotal y religiosa encuentra frecuente motivación en el compromiso caritativo y social que brota del Evangelio del Señor. La figura de Jesús Buen Samaritano, el ejemplo de Santos y Santas de la Iglesia que han dedicado su vida al servicio de los pobres y reproducido la imagen del Señor, vida entregada para la ‘vida del mundo’, motiva fuertemente. Para muchos, el servicio a los más necesitados, ha sido el lugar donde han descubierto el llamado vocacional, y la experiencia donde el compromiso social y apostólico se fue transformando en descubrimiento gozoso de los lugares, las iniciativas solidarias y las acciones concretas, en las cuales vivir definitivamente “el servicio de la caridad”, como “epifanía del amor de Dios en el mundo”. En el ejercicio de la misión apostólica (catequesis, servicio al altar, pastoral con jóvenes y niños, misiones en lugares apartados, etc.), van aprendiendo a ser generosos y a transformar la entrega ocasional, en servicio a tiempo completo al Señor y a la Iglesia. Conviene tener presente que el servicio a los pobres y necesitados, las iniciativas de solidaridad con los más desposeídos y las demás formas de apostolado social, contribuyen a discernir y a fortalecer el llamado vocacional cuando, los jóvenes, acompañados por sus educadores de la fe: - profundizan las motivaciones evangélicas de estos gestos, es decir, cuando aprenden a comprometerse en el servicio y en las iniciativas de solidaridad como expresión del amor de Cristo; - descubren la originalidad cristiana del servicio y ésta se hace explícita en su conciencia y en sus convicciones; - aprenden a trabajar en sintonía con la misión de la comunidad eclesial; - unen la praxis social a la reflexión evangélica, a la oración y a los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, fuente para transformar en vida lo que ella significa en la celebración” (Sacramentum Caritatis, 89).

PARA EL DIALOGO: ¿En nuestra parroquia, colegio u movimiento, se cultiva el discernimiento espiritual como praxis pastoral ordinaria? ¿Cómo lo hacemos? ¿Qué podemos mejorar? ¿Hay personas, catequistas, religiosas, asesores de pastoral juvenil capacitados para acompañar a los jóvenes en este importante proceso formativo? ¿Están dispuestos a prepararse para esta misión? ¿Qué iniciativa de formación estiman conveniente implementar en su parroquia o en su decanato, para esta tarea? Los jóvenes de mi parroquia, colegio o movimiento, ¿encuentran la disponibilidad de su párroco, de su asesor, de algún sacerdote o religiosa para el acompañamiento espiritual? En

caso de imposibilidad de atenderlos, ¿los orientamos hacia los lugares donde pueden encontrar orientación, seminario diocesano, departamentos pastorales de la Diócesis, algún sacerdote? ¿Abrimos espacios de compromiso cristiano para los jóvenes y les ofrecemos donde hacerlo como, catequistas, acólitos, misioneros, servidores de los más pobres y necesitados, asesores de los más pequeños, etc.?

6. PASTORAL JUVENIL, CULTURA VOCACIONAL Y PASTORAL VOCACIONAL La pastoral vocacional es parte integrante de la pastoral de jóvenes y su fruto más maduro. La vocación se descubre en un itinerario de fe y como expresión de la fe. Aporte específico de la pastoral juvenil será poner de manifiesto que la vida cristiana es ‘vocación’, el llamado de Cristo a seguirle en novedad de vida, para ser enviados por él a anunciar el Evangelio del Reino. Pedagógicamente, acompaña el camino cristiano de los muchachos poniendo de manifiesto las experiencias cristianas que llevan a madurar la fe de los jóvenes, a descubrir las aptitudes que Dios ha sembrado en su corazón para servir y a desarrollar y potenciar las actitudes para vivir como fieles laicos, como sacerdotes o religiosos santos. Los asesores, los presbíteros, los religiosos y religiosas comprometidos con la pastoral de jóvenes saben, o deben saber, que parte importante de su misión es acompañarlos en los primeros pasos del descubrimiento de la llamada de Dios y ayudarlos a implementar su propia respuesta, en la vida diaria. En este sentido, la pastoral juvenil debiera aportar a la pastoral vocacional, jóvenes ricos en virtudes humanas, en experiencia de amistad con Jesús, generosamente apostólicos y profundamente espirituales.

6.1. Jóvenes ricos en virtudes humanas La vocación cristiana y, en especial la consagrada, supone jóvenes ricos en virtudes humanas, comprometidos en cultivar todos los talentos recibidos. A ellos se refirió Benedicto XVI, en su Discurso Inaugural de Aparecida: “Los jóvenes no tienen miedo del sacrificio, sino de una vida sin sentido. Son sensibles a la llamada de Cristo que les invita a seguirle. Pueden responder a esa llamada como sacerdotes, como consagrados y consagradas, o como padres y madres de familia, dedicados totalmente a servir a sus hermanos con todo su tiempo y capacidad de entrega, con su vida entera. Los jóvenes afrontan la vida como un descubrimiento continuo, sin dejarse llevar por las modas o las mentalidades en boga, sino procediendo con una profunda curiosidad sobre el sentido de la vida y sobre el misterio de Dios…”(13 de mayo de 2007). Los mismos jóvenes se describen así. En la última visita de Juan Pablo II a España (mayo 2003), una joven religiosa dio el siguiente testimonio:

“Soy la hermana Ruth de Jesús. Tengo 28 años. Pertenezco al Instituto de la Cruz fundado por la Beata Angela de la Cruz que mañana canonizará vuestra santidad. Ingresé en él a los 20 años. Aunque soy juniora de votos temporales, estoy comprometida con Jesús para siempre con un amor indiviso en una vida de oración y de servicio a los más pobres, enfermos y abandonados en sus propios domicilios. Les lavo la ropa, les arreglo la casa, hago la comida, curo sus llagas, los velo por las noches y, lo más importante, les doy todo el amor que necesitan porque en la oración Jesús me lo regala. Dios es amor, y yo se lo devuelvo amando a los pobres, entregándoles mi juventud y mi vida entera. Antes de ingresar en el Instituto llevaba una vida normal: me gustaba la música, las cosas bellas, el arte, la amistad, la aventura. Había soñado muchas veces mi futuro, pero un día vi por las calles a dos hermanas que me llamaron la atención por su recogimiento, su paso ligero y la paz de su semblante. Eran jóvenes como yo. Me sentí vacía y en mi interior oí una voz que me decía:‘“¿Qué haces con tu vida?” Quise justificarme: “estudio, saco buenas notas, tengo muchos amigos”. Me quedé mirándolas hasta que desaparecieron de mi vista mientras yo me preguntaba: ¿Quiénes son? ¿Adónde van?... He dejado todo lo que los jóvenes que están con nosotros esta tarde poseen: la libertad, el dinero, un futuro tal vez brillante, el amor humano, quizá unos hijos. Todo lo he dejado por Jesucristo, que cautivó mi corazón para hacer presente el amor de Dios a los más débiles en mi pobre naturaleza de barro... Tengo que confesarle, Santidad, que soy muy feliz y que no me cambio por nada ni por nadie...”(Cfr. Zenit del 6 de mayo de 2003). En nuestras ciudades, barrios y campos, en nuestras parroquias, colegios y movimientos, hay muchos jóvenes ricos en valores humanos y cristianos: ¿qué les falta para “vender todo lo que tienen” y encaminarse en el seguimiento de Jesús? ¿Cultivamos la audacia de invitar? ¿Por qué renunciar a ser ‘mediación’, puente de una invitación que llena la vida de sentido y de gozo? ¿No hemos experimentado, en nuestra propia vocación, la presencia de alguien que nos ha dicho: “ven y verás”?

6.2. Jóvenes ricos de fe, catequizados La vocación cristiana y en ella, la vocación al presbiterado y a la consagración, hunde sus raíces en un don: hemos sido elegidos amorosamente por Dios para vivir en su Hijo y como su Hijo. En esta experiencia espiritual va creciendo la respuesta de fe. El Documento Conclusivo de Aparecida recuerda que “la vinculación íntima con Jesús en el grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del Padre, es formarse

para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones (cf. Lc 6,40b), correr la misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas” (DA 131). Aparecida recuerda también los cinco aspectos fundamentales del proceso de formación del discípulo misionero, que íntimamente relacionados y compenetrados, favorecen la densidad de la experiencia cristiana: el encuentro con Jesucristo, que da origen a la vida cristiana; la conversión que indica la decisión de caminar tras Jesús cambiando forma de pensar, de juzgar y de vivir; el discipulado que permite perseverar en la vida cristiana en medio del mundo que desafía; la comunión que es participación en la vida de la Iglesia en el encuentro con los hermanos viviendo el amor de Cristo en la vida fraterna solidaria; la misión, que consiste en el anuncio de Jesucristo, camino, verdad y vida y compartir con otros la alegría de ser cristiano(Cf. DA 278). La experiencia decisiva para la fe es el encuentro con Jesucristo vivo, en el hoy de la propia historia y en la historia del mundo. Por consiguiente, la pastoral vocacional alcanza su momento decisivo cuando es mediadora de este encuentro, cuando lo propicia evitando toda superficialidad y cuando acompaña a los jóvenes hacia una conversión cada vez más decidida, hacia una participación eclesial más consciente y hacia un compromiso de servicio al mundo más generoso. ‘Catequizado’ encierra el significado más profundo de la existencia cristiana y también el desafío de ir delineando el propio proyecto de vida como expresión de la ‘vida nueva’ en Cristo, puesta al servicio de los demás. De manera muy cuidadosa, la pastoral vocacional deberá velar por el crecimiento de la ‘vida en Cristo’ de los jóvenes. Todos los medios desplegados con su acción no tiene otro objeto que desarrollar esta gracia: Cristo conocido, buscado, amado por sobre todas las cosas, seguido y contemplado en la oración, con perseverancia paciente y fervorosa a fin de que, poco a poco, la imagen de Cristo quede esculpida en su propio ser (cf. 2Cor.3, 18).

6.3. Jóvenes ricos de experiencias apostólicas El interés y la dedicación a vida apostólica, vivida en experiencias reales y concretas en el seno de parroquia, del movimiento o del colegio, son un signo que indica la presencia de un don vocacional específico. Ordinariamente se trata de experiencias en el ámbito de la catequesis, de las misiones, de las misiones, de grupos juveniles, bíblicos o de servicio a los pobres. Son experiencias que entrenan a concebir la vida como servicio y como un don que hay que compartir, con el mismo espíritu y la misma metodología de Jesús. La experiencia pone de manifiesto que varios jóvenes maduran su decisión vocacional en el ejercicio de la caridad y del apostolado. De ello da cuenta también una investigación realizada por el CISOC-Bellarmino: “La participación en la pastora juvenil y en actividades de tipo misionero son las que tienen mayor impacto en la gestación de vocaciones sacerdotales… La vocación sacerdotal misma se ve fuertemente marcada por una motivación de tipo social, en especial, en el caso de seminaristas religiosos, quienes se ven particularmente atraídos por el servicio hacia los más necesitados…”(CisocBellarmino, Nuestros futuros sacerdotes; Santiago, 2000). La investigación habla de—“mayor impacto”, es decir de la relevancia decisiva de

la experiencia apostólica en la decisión vocacional de los jóvenes. No sería sabio desperdiciar esta indicación. Pide que, sepamos encaminar y orientar adecuadamente las inquietudes juveniles de servicio, ayudando a descubrir sus motivaciones evangélicas.

6.4. Jóvenes ricos de espiritualidad Cuando hablamos de ‘jóvenes ricos en espiritualidad’ pensamos en personas que buscan vivir bajo el impulso del Espíritu dejándose transformar y movilizar por Él, en todas las dimensiones de la existencia y no sólo en los espacios privados y de devoción. Jóvenes cuya experiencia y convicción interior, se funda en sentirse amados y conducidos por la mano bondadosa del Padre; que aunque sabiéndose pobres y débiles, se sienten fortalecidos por la amistad con Jesús y que experimentan como la docilidad al Espíritu les permite superar la rigidez y el apego a los propios esquemas, contrarios al dinamismo de la vida divina. En clave vocacional, destaco algunos núcleos de espiritualidad que requieren ser trabajados con constancia y dedicación: - La espiritualidad de lo cotidiano: Lo cotidiano, es decir, la vida ferial de los jóvenes, inspirada en Jesús de Nazaret, que se convierte en el espacio donde éstos reconocen y agradecen la presencia sobrecogedora y activa de Dios en la propia historia. Allí experimentan que “Dios es amor” y son invitados a “creer en ese amor”(cf 1Jn 4, 8; 16). - La espiritualidad de la alegría y el optimismo: La alegría es característica típica de los jóvenes. Para el cristiano ‘no es un sentimiento artificialmente provocado’, se basa en el amor del Padre revelado en Cristo. Lo recuerda el Documento Conclusivo de Aparecida: “Conocer a Jesucristo por la fe es nuestro gozo; seguirlo es una gracia, y transmitir este tesoro a los demás, es un encargo que el Señor, al llamarnos y elegirnos, nos ha confiado”(DA 18). - La espiritualidad de la amistad con Jesucristo, el Señor, alimentada por un verdadero y renovado encuentro con Él, en su Palabra, en la Liturgia, especialmente en la Eucaristía y en la Reconciliación, en la comunidad de los discípulos, y en los pobres. - La espiritualidad de la comunión eclesial: la Iglesia, matriz y espacio de crecimiento en la fe y de celebración del misterio de la fe, donde encontramos a María, la primera creyente, la sierva del Señor que precede con su ejemplo, acompaña con su intercesión e inspira con su santidad. - La espiritualidad del servicio generoso y responsable, a imitación de Jesús, Buen Samaritano que se inclina hacia los marginados del camino y Buen Pastor que carga sobre sus hombros a quien va herido.

PARA EL DIALOGO: ¿Nos preocupamos de invitar a los jóvenes a cosas grandes, hechas con calidad y generosidad, también con sacrificio y responsabilidad? ¿Los invitamos a desarrollar todas sus cualidades humanas, como talentos que Dios ha regalado para el servicio de todos? ¿Qué podemos decir acerca de la calidad de los procesos formativos cristianos que desarrolla nuestra parroquia, colegio o movimiento? ¿Cuáles son las debilidades que acompañan nuestra catequesis, nuestra vida litúrgica y de oración? ¿Qué aspectos debemos mejorar? ¿Nuestra comunidad es suficientemente apostólica y misionera? ¿Qué espacio abrimos para la participación de los jóvenes? ¿Qué experiencias nos gustaría implementar? ¿Cuáles son nuestras pobrezas más notables en el cuidado de la espiritualidad? ¿Cómo se manifiesta y cómo se cultiva la espiritualidad juvenil en nuestra parroquia, colegio o movimiento? ¿Qué camino concreto nos proponemos implementar para crecer en esta dimensión de la vida cristiana?

CONCLUSION La oración por las vocaciones es recomendada por Jesús: “pidan al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies…” (Lc 10,2). Como Iglesia de la Santísima Concepción, con fe y confianza, le pedimos el don de muchas vocaciones. De rodillas, delante del Señor presente en la Santa Eucaristía, los y las invito a pedir que envíe obreros para su mies. Son muchas las necesidades de nuestra Iglesia. Sin embargo, desde la acción pastoral, hay que enfocar convenientemente lo que significa orar por las vocaciones. La oración, en efecto, no es una “delegación”, para que el Señor haga lo que nosotros debemos hacer. Orar es abandonarse a la guía del Espíritu Santo, dispuestos a seguir sus inspiraciones. Esto es importante, especialmente para los jóvenes, pues, en la oración, es donde se madura la disponibilidad para decir: “¡Señor, si quieres, envíame!”(Is.6,8), o, “¡Habla, Señor, que tu siervo escucha”(Cf 1Sam 3,1-21). Es la actitud espiritual de María, destacada por el evangelista San Lucas, en el relato de la Anunciación. El diálogo orante entre el Angel y María, termina en la disponibilidad más absoluta: “He aquí la Sierva del Señor. Hágase en mi según tu Palabra!”(Lc 1,38). Rezar no es abandonar la tarea: “No hay nada que hacer, entonces, recemos!” Por el contrario, es disponerse para acoger y obedecer la voz del Señor, como los primeros apóstoles: “Al instante, dejando las redes, le siguieron”(Mc 1, 18). Rezar es también expresión de plena confianza en el poder de Dios y, en nuestra Arquidiócesis, existe una rica tradición de oración por las vocaciones. Se trata, entonces, de mantener y acrecentar esa tradición, con nuevo espíritu y nuevos métodos. Orar, orar con confianza, sin desmayar. No es justo pensar que la falta de vocaciones consagradas sea un signo para valorar más las vocaciones laicales. La eclesiología del Vaticano II reconoce la vocación y la misión de los fieles laicos: su promoción no debe significar despreocupación por las vocaciones

de especial consagración. Finalmente, si intensificar la oración por las vocaciones es un itinerario importante en las parroquias, colegios y movimientos, lo es más todavía para los mismos jóvenes. Hay que enseñarles a orar por la propia vocación: “Señor, ¿qué quieres que haga?... ¡Aquí estoy!”. En la oración encontrarán la disponibilidad y la fuerza para caminar alegremente tras Jesús, con privilegio de compartir su vida y misión.

ORACIÓN Buen Pastor, Señor Jesucristo, que sientes compasión al ver a las muchedumbres como ovejas sin Pastor. Te pedimos que envíes a tu Iglesia Sacerdotes según tu corazón, que nos alimenten con tu Cuerpo y con tu Sangre. Diáconos que sirvan en el ministerio sagrado y en la caridad a sus hermanos. Religiosos y Religiosas que, por la santidad de sus vidas, sean signos y testigos de tu Reino. Laicos y Laicas, que como fermento en medio del mundo, proclamen y construyan tu Reino, por el ejercicio de su diario quehacer. Fortalece a los que has llamado, ayúdalos a crecer en amor y santidad, para que respondan plenamente a su vocación. María, Madre y Reina de las vocaciones, ruega por nosotros. Amén

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