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DAVID HUME 1711-1776
Contexto histórico, sociocultural y filosófico La época ilustrada, siglo XVIII, presenta las características de una época conflictiva, que terminará con las revoluciones que sacudirán Europa. La Ilustración significa el fin del Antiguo Régimen que había pretendido prolongarse con el Despotismo Ilustrado y monarcas absolutos cuyo lema era: “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Estas revoluciones ya habían comenzado en Inglaterra en el siglo XVII. En las Islas Británicas existía un fuerte enfrentamiento político que originó dos revoluciones, concluyendo con un pacto entre la burguesía y la nobleza:
La revolución inglesa de 1640-1660 que enfrentó a los partidarios del rey absolutista y los del Parlamento. El rey Carlos I fue ejecutado y le sucedió el líder Cromwell que buscaba liberar a la iglesia anglicana de la influencia católica.
La revolución gloriosa de 1688. Instauró en el trono a Guillermo de Orange estableciendo una monarquía parlamentaria y el reconocimiento de ciertos derechos de los ciudadanos.
Pero luego se harán más radicales con la independencia americana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789, dando al traste con la monarquía absoluta. Así, la Ilustración prepara las revoluciones que llevarán al poder a la burguesía. Ésta, formada desde finales de la Baja Edad Media y cada vez más poderosa debido al comercio, tanto de ultramar como continental, y la industria, todavía incipiente, formará la idea de Pueblo y Ciudadano basadas en la teoría de la igualdad de los derechos políticos frente al privilegio aristocrático. La Ilustración se presenta así como una esperanza para lograr la definitiva emancipación humana. El avance científico, culminado por Newton, y el desarrollo y progreso en todas las áreas del conocimiento darán a la época la idea de estar comenzado una nueva era: la era de la Razón y del Progreso. Además, este avance no será solo teórico sino que tendrá una importancia capital en el desarrollo tecnológico especialmente con la máquina de vapor. La Ilustración será el siglo de la Razón (o siglo de las Luces) y pretenderá la salida definitiva del mundo de las tinieblas producto del fanatismo. Se
preparará la Enciclopedia (Diderot y D’Alembert) con el objetivo de incluir en ella todo el conocimiento de los hombres. Los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad dominan el discurso político. La Ilustración prepara así el salto a la nueva sociedad burguesa y capitalista a través del liberalismo contractualista como idea política y del liberalismo económico. En el arte domina el Neoclásico, arte de la medida y la racionalidad, frente al Barroco. La filosofía es clave en la Ilustración; ella es la guía de todas las demás ciencias, la que marca el sentido del conocimiento: la emancipación de los hombres. Así, el contexto filosófico no es solo académico, preocupado exclusivamente por cuestiones teóricas, sino predominantemente mundano: busca responder qué es el hombre y crear un mundo justo basado en la razón. El siglo comienza con la pugna entre el Racionalismo de Descartes, Spinoza y Leibniz, autores del siglo anterior, y el nuevo Empirismo de Locke, Berkeley y Hume. Para ambos movimientos era central indagar la naturaleza humana, el conocimiento y su fundamentación. Hume pertenecerá al empirismo. He aquí algunas de sus características: El conocimiento comienza y tiene su origen en la experiencia. La experiencia es la que determina lo que es un conocimiento verdadero. La propia experiencia es el límite de nuestros conocimientos. No existen las ideas innatas. Surgen también figuras fundamentales en la filosofía política como Rousseau, y pensadores que serán el germen de las nuevas revoluciones como Voltaire y los enciclopedistas en Francia. Además, surgirá la filosofía de Kant, quien pretenderá crear una síntesis del pensamiento anterior.
Biografía David Hume nació en Edimburgo en 1711. Aunque de familia acomodada, no lo era lo suficiente como para permitir a Hume el poder dedicarse exclusivamente a la filosofía, por lo que su padre lo orientó hacia la carrera de abogado, a la que llegó a dedicarse durante unos meses en Bristol. No obstante, ya desde muy joven Hume manifestaba, según sus palabras, "una aversión insuperable hacia todo lo que no fuera la investigación filosófica y el saber en general", por lo que abandonó su trabajo y viajó a Francia, donde permaneció entre los años 1734-1737, dispuesto a dedicarse exclusivamente a la filosofía. De esos años data la composición de su primera obra, Tratado sobre la naturaleza humana. En 1737 regresa a Londres, dirigiéndose posteriormente a Escocia, donde vivirá unos años con su madre y hermano. En 1739 publicará los dos primeros volúmenes del Tratado, al que seguirá el tercero en 1740. El poco éxito alcanzado significó un duro golpe para Hume. No obstante, el éxito obtenido posteriormente, en 1742, por los Ensayos, le hizo olvidar por completo su fracaso anterior, estimulándole para reescribir el Tratado con el título: Ensayos filosóficos sobre el entendimiento humano. En 1745 optó a la cátedra de ética de la Universidad de Edimburgo, plaza que no obtuvo probablemente por su reputación de escéptico y ateo. Después de un año Inglaterra, como tutor privado del marqués de Annandale, fue invitado por el general St. Clair a una expedición que, inicialmente dirigida contra Canadá, acabó con una pequeña incursión en la costa francesa; posteriormente, en 1747, fue invitado por el mismo general a acompañarle como secretario en una embajada militar por las cortes de Viena y Turín. Estas últimas actividades le permiten mejorar su situación económica. En 1749 regresa a Escocia, donde volverá a pasar dos años con su hermano en su casa de campo, publicando algunas obras más. En 1752 se instala en Edimburgo donde fue nombrado bibliotecario de la facultad de Derecho, dedicando su actividad filosófica más bien a problemas históricos, sociales y políticos, como pone de manifiesto las obras publicadas a partir de entonces. En 1763 recibió la invitación del conde de Hertford de acompañarle a París como secretario de embajada. Rechazada la invitación en principio, Hume la aceptó ante la insistencia del conde, dirigiéndose a París donde permanecerá hasta 1766, participando en las actividades de los enciclopedistas y los círculos ilustrados y entablando amistad con algunos de los personajes destacados de la época, como Rousseau.
A su regreso a Londres fue nombrado "subsecretario de estado para el departamento septentrional", que se ocupaba de los asuntos diplomáticos con los países situados al norte de Francia, cargo que no estaba remunerado y que desempeñó durante dos años, hasta 1769. Ese año regresará a Edimburgo, continuando sus actividades de estudio e investigación. Allí morirá el 25 de agosto de 1776, habiendo escrito previamente, el 18 de abril, una breve autobiografía, conocedor ya de su pronta e inevitable muerte.
1. El origen del conocimiento y sus clases A diferencia del racionalismo, que afirmaba que la razón era la fuente del conocimiento, el empirismo tomará la experiencia sensible o conjunto de percepciones como la fuente y el límite de nuestros conocimientos. Se llama empirista a toda teoría filosófica que considera los sentidos como las facultades cognoscitivas adecuadas para la adquisición del conocimiento. Cuando nacemos la mente es una "tabula rasa" en la que no hay nada impreso. Todos sus contenidos dependen de la experiencia. Al igual que el racionalismo, ante el fracaso de la filosofía antigua medieval, que habían tomado como referencia el mundo y Dios, la filosofía moderna se caracteriza por tomar el sujeto y a la naturaleza humana como punto de partida de la reflexión filosófica.
2. La ciencia de la naturaleza humana En la Introducción al “Tratado de la Naturaleza Humana”, Hume presenta un diagnóstico pesimista de la situación de la filosofía: ha caído en el descrédito como consecuencia de que los filósofos aceptan principios no demostrados adecuadamente y de sus incoherencias y argumentaciones erróneas. De este modo Hume comienza también mostrando la insatisfacción por la situación de la filosofía del momento, proponiendo su reforma y la construcción de una nueva teoría filosófica que fundamente tanto a la filosofía como a las mismas ciencias. Hume creerá que todas las experiencias humanas pueden ser comprendidas estudiando los mecanismos ocultos de nuestra mente que están a la base de dichas experiencias. Todas las actividades humanas remiten directa o indirectamente al hombre, algunas porque se refieren a su conducta o a sus gustos y sentimientos, como la ética y la estética; otras porque estudian los principios y operaciones de su pensamiento, como la lógica; y otras, en fin, porque son consecuencia del uso de sus facultades cognoscitivas, como la matemática y la física. De este modo, la filosofía debe tener como objetivo el estudio de la naturaleza humana, pues todo gira alrededor de ésta. Este estudio tiene que hacerse utilizando el mismo método que tanto éxito ha alcanzado aplicado al conocimiento de la Naturaleza: la experiencia y la observación. Las únicas diferencias están en que este método se ha de aplicar al estudio de la conducta y la vida humana, y no del mundo físico, y al uso de la introspección para el conocimiento de la propia mente.
3. Los elementos del conocimiento Hume comienza la presentación de su filosofía con el análisis de los contenidos mentales a los que denomina percepciones. Hume encuentra dos tipos distintos de contenidos: las impresiones y las ideas. La diferencia que existe entre ambas es simplemente la intensidad o vivacidad con que las percibimos y su inmediatez, siendo las impresiones contenidos mentales más intensos y las ideas contenidos mentales menos intensos. Además, la relación que existe entre las impresiones y las ideas es la misma que la del original a la copia, es decir, las ideas derivan de las impresiones. Las impresiones son los elementos originarios del conocimiento y, por tanto, una proposición será verdadera si las ideas que contiene corresponden a alguna impresión. Las impresiones pueden ser de dos tipos: de sensación y de reflexión. Las impresiones de sensación, cuya causa es desconocida, las atribuimos a la acción de los sentidos; las impresiones de reflexión son las pasiones y las emociones, como el deseo o la aversión, el miedo o la esperanza. En gran medida se derivan de nuestras ideas, bien sea porque la imaginación nos presenta una imagen de una situación (como la perspectiva de un examen) que provoca una respuesta emotiva, bien sea como consecuencia del recuerdo (como cuando recordamos una escena que nos provocó dolor) y que provocará la aparición de la impresión de reflexión que llamamos temor. Son consecuencia de la reflexión o capacidad de la mente para captarse o percibirse a sí misma. Además, las impresiones son simples o complejas; simple sería la percepción de un color; una impresión compleja, la percepción de una ciudad. Las ideas, a su vez, también pueden clasificarse en simples y complejas. Las ideas simples son la copia de una impresión simple. Las ideas complejas pueden ser la copia de impresiones complejas, como la idea de la ciudad, o pueden ser elaboradas por la mente a partir de otras ideas simples o complejas, mediante la operación de mezclarlas o combinarlas según las leyes que regulan su propio funcionamiento.
4. Las leyes de asociación de ideas La capacidad de la mente para combinar ideas parece ilimitada, pero esa asociación se produce siempre siguiendo determinadas leyes: la de semejanza, la contigüidad en el tiempo o en el espacio, y la causa-efecto.
Cuando la mente se remonta de los objetos representados en una pintura al original, lo hace siguiendo la ley de semejanza. Si alguien menciona una habitación de un edificio difícilmente podremos evitar que nuestra mente se represente las habitaciones contiguas; del mismo modo, el relato de un acontecimiento pasado nos llevará a preguntarnos por otros acontecimientos de la época; en ambos casos está actuando la ley de asociación por contigüidad. En caso de pensar en un accidente difícilmente podremos evitar que venga a nuestra mente la pregunta por la causa, o por las consecuencias del mismo, actuando en este caso la ley de la causa y el efecto. Según Hume, pues, son estas tres leyes las únicas que permiten explicar la asociación de ideas, de tal modo que todas las creaciones de la imaginación, por delirantes que puedan parecernos, y las sencillas o profundas elaboraciones intelectuales, por razonables que sean, les están inevitablemente sometidas.
5. Los tipos de conocimiento Hume nos dirá que todos los objetos de la razón e investigación humana puede dividirse en dos grupos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho. Dentro de las relaciones de ideas están las matemáticas y toda afirmación que sea intuitiva o demostrativamente cierta. Este conocimiento es independientemente de la experiencia y depende exclusivamente de la actividad de la razón. Las proposiciones de este tipo expresan simplemente relaciones entre ideas, de tal modo que el principio de no contradicción sería la guía para determinar su verdad o falsedad. Las cuestiones de hecho no pueden ser investigadas de la misma manera, ya que lo contrario de un hecho es, en principio, siempre posible. No hay ninguna contradicción en la proposición «el sol no saldrá mañana», ni es menos inteligible que la proposición «el sol saldrá mañana». No podríamos demostrar su falsedad recurriendo al principio de contradicción. ¿A qué debemos recurrir, pues, para determinar si una cuestión de hecho es verdadera o falsa? Todos los razonamientos sobre cuestiones de hecho parecen estar fundados en la relación de causa y efecto; es decir, en la experiencia. Si estamos convencidos de que un hecho ha de producirse de una determinada manera, es porque la experiencia nos lo ha presentado siempre asociado a otro hecho que le precede o que le sigue, como su causa o efecto. Si oímos una voz en la oscuridad, estamos seguros de la
presencia de una persona: no porque hayamos alcanzado tal seguridad mediante un razonamiento a priori, sino que surge enteramente de la experiencia. Las causas y efectos, por lo tanto, no pueden ser descubiertas por la razón, sino sólo por experiencia. Por tanto, el conocimiento de las relaciones de ideas depende de las operaciones de entendimiento reguladas por el principio de contradicción, mientras que en las cuestiones de hecho las operaciones del entendimiento están reguladas necesariamente por la experiencia, ya que al depender de la ley de asociación de la causa y el efecto, siendo una distinta del otro, no hay razonamiento a priori posible que nos permita deducir una a partir del otro, y viceversa.
6. La crítica del principio de causalidad Como hemos visto, el conocimiento de hechos está fundado en la relación causa y efecto. Esa relación de causalidad se había interpretado tradicionalmente como uno de los principios fundamentales del entendimiento. Recordemos la utilización que hace Aristóteles de la teoría de las cuatro causas, o el recurso de santo Tomás al principio de causalidad para demostrar a Dios. ¿Pero qué contiene exactamente la idea de causalidad? Según Hume, la relación causal se ha concebido tradicionalmente como una «conexión necesaria» entre la causa y el efecto, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa, conocido el efecto, la razón está en condiciones de remontarse a la causa que lo produce. ¿Qué ocurre si aplicamos el criterio de verdad establecido por Hume para determinar si una idea es o no verdadera? Una idea será verdadera si hay una impresión que le corresponde. ¿Hay alguna impresión que corresponda a la idea de «conexión necesaria» y, por lo tanto, es legítimo su uso, o es una idea falsa a la que no corresponde ninguna impresión? Si observamos cualquier cuestión de hecho, por ejemplo el choque de dos bolas de billar, observamos el movimiento de la primera bola y su impacto (causa) sobre la segunda, que se pone en movimiento (efecto); en ambos casos, tanto a la causa como al efecto les corresponde una impresión, siendo verdaderas dichas ideas. Estamos convencidos de que si la primera bola impacta con la segunda, ésta se desplazará al suponer una «conexión necesaria» entre la causa y
el efecto: ¿Pero hay alguna impresión que le corresponda a esta idea de «conexión necesaria»? No, dice Hume. Lo único que observamos es la sucesión entre el movimiento de la primera bola y el movimiento de la segunda; de lo único que tenemos impresión es de la idea de sucesión, pero por ninguna parte aparece una impresión que corresponda a la idea de «conexión necesaria». ¿De dónde procede, pues, nuestro convencimiento de la necesidad de que la segunda bola se ponga en movimiento al recibir el impacto de la primera? De la experiencia: el hábito, o la costumbre, al haber observado siempre que los dos fenómenos se producen uno a continuación del otro, produce en nosotros el convencimiento de que esa sucesión es necesaria. La causalidad es una creencia basada en el hábito y la costumbre. ¿Cuál es, pues, el valor del principio de causalidad? El principio de causalidad sólo tiene valor aplicado a la experiencia, aplicado a objetos de los que tenemos impresiones y, por lo tanto, sólo tiene valor aplicado al pasado, dado que de los fenómenos que puedan ocurrir en el futuro no tenemos impresión ninguna. Contamos con la producción de hechos futuros porque aplicamos la inferencia causal; pero esa aplicación es ilegítima, por lo que nuestra predicción de los hechos futuros no pasa de ser una mera creencia, por muy razonable que pueda considerarse. Sólo podemos aplicar el principio de causalidad a aquellos objetos cuya sucesión hayamos observado. ¿Cuál es el valor, pues, de la aplicación tradicional del principio de causalidad al conocimiento de objetos de los que no tenemos en absoluto ninguna experiencia? Ninguno, dirá Hume. En ningún caso la razón podrá ir más allá de la experiencia, lo que le conducirá a la crítica de los conceptos metafísicos (Dios, mundo, alma) cuyo conocimiento estaba basado en esa aplicación ilegítima del principio de causalidad.
7. Crítica de la idea de sustancia Hume, llevando hasta el final lo que podríamos denominar “criterio empirista del conocimiento”, concluirá que la noción de substancia carece de fundamento y negará la existencia de substancias físicas y de substancias espirituales. Considera que sólo es aceptable la idea que tenga a su base una impresión y aplica este criterio al examen de las substancias: las substancias no son perceptibles. Tomemos el ejemplo de la supuesta substancia "rosa"; toda la experiencia que puedo tener de una rosa se agota en sus propiedades perceptuales o fenoménicas: veo
su color, su tamaño, su forma, los elementos que la componen, siento la suavidad de los pétalos, la textura del tallo, huelo su aroma, ...; pero todas estas propiedades que me ofrece la percepción se sitúan en el nivel de los atributos y no de la substancia. No puedo percibir nada más que propiedades del tipo de las descritas, por lo tanto, no hay nada más que las propiedades descritas. Si con la palabra “rosa” nos queremos referir a una realidad distinta de la suma de las propiedades perceptuales, entonces nuestro uso de esta palabra es ilegítimo. Con todo, podemos utilizar dicha palabra si con ella nos referimos no a una supuesta realidad oculta, substrato de las propiedades perceptuales, sino a la suma de dichas propiedades, al conjunto de ideas simples reunidas por la imaginación. Por tanto, según Hume, la idea de sustancia es producida por la imaginación; no es más que una "colección" de ideas simples unificadas por la imaginación bajo un término que nos permite recordar esa colección de ideas simples, una colección de cualidades que están relacionadas por contigüidad y causación. Descartes probó la existencia del mundo, del alma y de Dios, las tres sustancias de las que tradicionalmente se había ocupado la metafísica. También Hume se ocupará de estas tres sustancias, pero llegando a conclusiones bien distintas.
8. El mundo Tenemos una tendencia natural a creer en la existencia de cuerpos independientemente de nuestras percepciones. Creemos que nuestras percepciones están causadas por los objetos fuera de nosotros. Esta creencia puede resultar, ciertamente, muy razonable. Pero si analizamos la cuestión filosóficamente, tal creencia se muestra infundada. En realidad, estamos "encerrados" en nuestras percepciones, y no podemos ir más allá de ellas, ya que son lo único que se muestra a nuestra mente. No podremos nunca ir más allá de nuestras impresiones e ideas. Si intentásemos aplicar el principio de causalidad para demostrar que nuestras impresiones están causadas por objetos externos, incurriríamos en una aplicación ilegítima de tal principio, ya que tenemos constancia de nuestras impresiones, pero no la tenemos de los supuestos objetos externos que las causan, por lo que tal inferencia rebasaría el ámbito de la experiencia, el único en que podemos aplicar el principio de causalidad.
La creencia en la existencia independiente de los objetos externos la atribuye Hume a la imaginación, debido a la constancia y a la coherencia de las percepciones. No se puede justificar tal creencia apoyándose en los sentidos, ni apelando a la razón. No puede proceder de los sentidos, ya que éstos no nos ofrecen nada distinto de nuestras percepciones. Cuando creo percibir mi "cuerpo", no percibo nada distinto de mi percepción: lo que hago es atribuir existencia real y corpórea a dicha percepción. Tampoco la razón podría ser la base de tal creencia, ya que no es posible recurrir al principio de causalidad, ni a la idea de sustancia, (anteriormente criticada), para justificar la existencia de objetos externos e independientes de mis percepciones.
9. El alma Para la tradición metafísica la existencia del alma había representado uno de los pilares sobre los que ésta se había desarrollado. Habiendo rechazado la validez de la idea de sustancia ¿podemos seguir manteniendo la idea de alma, de un sustrato, de un sujeto que permanece idéntico a sí mismo, pero que es simple y distinto de sus percepciones? ¿De qué impresión podría proceder tal idea de alma? No existen impresiones constantes e invariables entre nuestras percepciones de las que podamos extraer tal idea del yo, del alma. No hay ninguna impresión que pueda justificar la idea de un yo autoconsciente. Lo que nos induce a atribuir simplicidad e identidad al yo, a la mente, es una confusión entre las ideas de "identidad" y "sucesión", a la que hay que sumar la acción de la memoria. Ésta, en efecto, al permitirnos recordar impresiones pasadas, nos ofrece una sucesión de impresiones, todas ellas distintas, que terminamos por atribuir a un "sujeto", confundiendo así la idea de sucesión con la idea de identidad. Rechazada, pues, la idea de alma, la pregunta por su inmortalidad resulta superflua.
10. Dios Si la idea de sustancia es una idea falsa, es inútil intentar demostrar la existencia de una sustancia infinita, de Dios. Los argumentos "a priori", que van de la causa al efecto, basándose en el principio de causalidad, incurren en un uso ilegítimo del principio, ya que sólo puede aplicarse al ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa, de Dios. En el mismo defecto incurren los argumentos "a posteriori". No
hay posibilidad alguna, pues, de demostrar la existencia de Dios, por lo que la afirmación de su existencia no es más que una simple hipótesis. Como hecho social práctico el interés y la utilidad justifican la creencia religiosa. La opinión de Hume era que la religión tenía su origen en pasiones como el temor y la esperanza cuando se dirigen hacia algún poder invisible e inteligente. En su estudio sobre la historia natural de las religiones advierte el peligro de que el fanatismo religioso conduzca a la sinrazón y la intolerancia. Por eso propone un escepticismo moderado para superar el dogmatismo y la superstición. 11. Emotivismo moral El emotivismo moral es la teoría ética según la cual el fundamento de la experiencia moral no lo encontramos en la razón sino en el sentimiento que las acciones y cualidades de las personas despiertan en nosotros. Se opone al intelectualismo moral, que afirmaba que la condición necesaria y suficiente para la conducta moral es el conocimiento; por ejemplo, que para ser buenos es necesario y suficiente el conocimiento de la bondad. Sin embargo, Hume se opondrá a los sistemas éticos que pretenden fundar en la razón la distinción entre el bien y el mal y, en consecuencia, la vida moral del ser humano. Hume parte del hecho que todo el mundo hace distinciones y juicios morales. Las discrepancias empiezan cuando nos preguntamos por el fundamento de tales distinciones morales: ¿Se fundan en la razón, como han afirmado los filósofos desde la antigüedad clásica? ¿O se fundan en el sentimiento, en la forma en que reaccionamos ante los acontecimientos? La finalidad del conocimiento moral es la acción, el cumplimiento del deber. La moral suscita pasiones y promueve o impide acciones: lo cual la razón no está en condiciones de realizar. La razón por sí misma es incapaz de mover al hombre. La lógica no nos impulsa directamente y por sí sola a la acción. La razón sola no es motivo para nuestra conducta, ni siquiera para su valoración. Según Hume, son los sentimientos los que realmente nos empujan a obrar y la razón es y debe ser esclava de las pasiones. Es decir, el fundamento de la moralidad y los juicios morales no es la razón sino que es el sentimiento. La razón puede ayudamos a decidir cuáles son las consecuencias útiles o perniciosas de las cualidades y las acciones, y por lo tanto debe tener cierto papel en la experiencia moral. Sin embargo, es insuficiente para fundamentar dicha experiencia moral.
Hume nos ofrece argumentos detallados con los que rechazar la posibilidad de que la razón sea la fuente y fundamento de la moralidad que derivan, en última instancia, de su análisis del conocimiento. Hume nos había dicho, en efecto, que sólo existían dos operaciones del entendimiento, dos modos mediante los cuales puede la razón conocer algo: el conocimiento de hechos y el conocimiento de relaciones de ideas. Si decimos que la razón es la fuente de las distinciones morales, tales distinciones deberían obtenerse mediante uno de los dos tipos de conocimiento señalados. Pero ninguno de ellos nos permite obtener la noción de lo bueno y lo malo. Supongamos que la moralidad fuera una relación de ideas. Si la moralidad fuese susceptible de demostración, la virtud y el vicio deberían consistir en ciertas relaciones. Pero estas relaciones se encuentran tanto en las cosas materiales como en nuestras acciones, pasiones y voliciones. ¿Por qué se considera el incesto un acto criminal solo entre los humanos? La misma relación se produce en muchos animales sin que dé lugar a la censura moral. No hay, pues, en tales relaciones, fundamento alguno para lo bueno y lo malo. Y tampoco lo que denominamos «bueno» y «malo» puede ser considerado como algo que constituya una cualidad o propiedad de un objeto moral; es decir, no es tampoco una cuestión de hecho. Si analizamos una acción moral, sea buena o mala, y describimos los hechos, aparecerán las propiedades de los objetos que interviene en la acción, pero no aparecerá por ninguna parte lo «bueno» o lo «malo» como cualidad de ninguno de los objetos que intervienen en la acción, sino como un «sentimiento» de aprobación o desaprobación de los hechos descritos. La razón no puede, pues, encontrar fundamento alguno para la distinción de lo «bueno» y lo «malo», por lo que parece quedar claro, que la moralidad no se funda en la razón. Sólo queda, pues, que se base en el sentimiento. Por tanto, la moral descansa fundamentalmente en los sentimientos. Consideramos, pues, que algo es bueno o malo, justo o injusto, virtuoso o vicioso, no porque la razón capte o aprehenda ninguna cualidad en el objeto moral, sino por el sentimiento de agrado o desagrado, de aprobación o rechazo que se genera en nosotros al observar dicho objeto moral, según las características propias de la naturaleza humana. Las valoraciones morales no dependen, pues, de un juicio de la razón, sino del sentimiento. El sentimiento moral básico es el que denomina «humanidad»: sentimiento positivo por la felicidad del género humano, y dolor por su miseria.
Pero entonces, si la base de la moral es el sentimiento, ¿no nos conduce a esta teoría a un relativismo moral? Hume da por supuesto que la naturaleza humana es común y constante, de modo que el establecimiento de distinciones moral y las pautas por las que se regulan los sentimientos estarán sometidos también a una cierta regularidad o concordancia. Esta semejanza entre las personas es la causa de la simpatía, que representa la tendencia que las personas sienten a participar y revivir las emociones de los demás. Es una tendencia que tiene el sujeto a ponerse en relación con otros sujetos. La simpatía hace naturales los sentimientos que despiertan en nosotros las desgracias ajenas, como, por ejemplo, la compasión y la solidaridad. En este contexto, la ética, además de emotivista, es utilitarista, porque concibe como bien lo que proporciona placer y es útil a la mayoría. La utilidad, en efecto, entendida no a nivel particular sino extendido también a los demás, que es lo útil para la felicidad de todos, está para Hume en la base de virtudes como la benevolencia y la justicia.
12. Sociedad y política La teoría política de Hume está basada en el análisis de los hechos, y encuentra en la noción de utilidad, en el sentimiento de interés o de ventaja, el fundamento explicativo de la vida social, las instituciones y de las leyes por las que se regula. Este carácter empírico de la filosofía política es lo que le permite considerarla como una ciencia. Hume está convencido de que se pueden extraer conocimientos generales y seguros sobre la sociedad, semejantes a los que nos ofrecen otras ciencias. Hume, partiendo de la realidad, reflexiona sobre lo que podría mejorar la organización social, y lo hace exclusivamente desde el análisis de las ventajas y la utilidad que podrían reportar determinadas medidas –como la reforma de la constitución– a la sociedad. La sociedad es un resultado natural de la simpatía que atrae a los hombres para unirse con vistas a su utilidad y el bien común. Para Hume la vida en común nace al haber un deseo natural que empuja a unirse a los seres de ambos sexos y a mantenerse unidos para criar a sus descendientes. La familia constituye el núcleo básico de la sociedad, que
se va ampliando al constatar los beneficios que derivan de tal asociación natural. Esta asociación reclama una organización y una autoridad, con lo cual se convertirá en una agrupación política. Las instituciones sociales y el estado derivan su legitimidad de una convención, siempre que busquen el bien común y defiendan los bienes indispensables para la vida de una sociedad. La obediencia al gobierno no tiene otro fundamento que esta utilidad, cesando la obligación de obediencia cuando desaparezca el beneficio o interés común de la misma.
DEFINICIONES
Percepciones: son los contenidos de nuestra mente. Estos pueden ser de dos tipos: impresiones e ideas. Impresiones: son percepciones que se caracterizan por su inmediatez, fuerza y vivacidad. Pueden ser de sensación o de reflexión, simples y complejas. Ideas: las ideas son copias de las impresiones, y por ello tienen menor fuerza y vivacidad. Las ideas pueden ser también simples o complejas. Para que las ideas sean verdaderas tienen que provenir de alguna impresión. Cuestiones de hecho: conocimiento que se refiere a los hechos y al que llegamos a través de la experiencia. Por tanto, no es lógicamente necesario, es decir, no nos resulta imposible imaginar lo contrario. Se apoya en el principio de causalidad y, por ello, el conocimiento en estas cuestiones se limita a la probabilidad. Relación de ideas: conocimiento independiente de la experiencia que depende exclusivamente de la actividad de la razón. Causalidad: la idea de conexión necesaria es una creencia fundamentada en el hábito y la costumbre, ya que no tenemos ninguna impresión de esa relación. Sustancia: es una idea falsa elaborada por la imaginación a partir de la constancia y coherencia de las impresiones recibidas. Emotivismo: teoría moral según la cual el fundamento de la acción moral no radica en la razón sino en el sentimiento. Simpatía: tendencia de los seres humanos a participar de los sentimientos de los otros. Creencia: sentimiento de seguridad de que el futuro seguirá siendo como el pasado producido en nosotros por la costumbre.