De acuerdo al plan de Dios

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De acuerdo al plan de Dios

“Tal vez también nosotros, a causa de nuestra desilusión y frustración en la vida, estamos como anestesiados ante las promesas de Dios. No entendemos la importancia de una promesa o de un anuncio, cuando lo que queremos es una acción divina que cambie nuestra situación. Quizás necesitamos reconocer que las promesas de Dios tienen la intención de que veamos cuán serio él se toma su plan de salvarnos. Cuando Dios se propone algo, nada ni nadie impide su cumplimiento. Las promesas de Dios tal vez no cambien instantáneamente nuestras situaciones, pero sí cambian la forma en que las enfrentamos. Confiados en sus promesas, seguimos adelante con la esperanza de que él sabe lo que está haciendo, y lo que es mejor para nosotros. Amoroso Señor, aumenta nuestra fe para que creamos en todo lo que nos prometes. Amén.” (Extraído de la devoción para el martes 31 de marzo.)

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En esta época tan solemne del año, cuando nuestra atención está dirigida hacia el amor infinito que Dios nos reveló en su hijo Jesucristo, es nuestra oración que en estas meditaciones pueda encontrar alivio para su pasado, fuerza para su presente, y esperanza para su futuro.

ACERCA DEL AUTOR Durante los últimos veinte años, el Rev. Héctor Hoppe se ha desempeñado como Director de la Editorial Concordia, la división hispana de Concordia Publishing House, la casa publicadora de la Iglesia Luterana del Sínodo de Missouri (LCMS).

La pasión y muerte de Cristo en el Gólgota es lo único que le da al mundo, y a cada uno de nosotros, una segunda oportunidad. La sangre que Cristo derramó hace dos mil años en la cruz sigue tocando y transformando vidas aún hoy… porque ése fue el plan que Dios creó para restaurar nuestra relación con él.

Previamente, el Rev. Hoppe ejerció el ministerio pastoral en varias iglesias en Argentina, la docencia en la cátedra de Teología Sistemática en el Seminario Concordia de Buenos Aires, y sirvió como Presidente de la Asociación de Seminarios e Instituciones Teológicas del Cono Sur de Sudamérica.

Que el Señor nos abrace con su gracia y nos anime a confiar siempre en él para todas las cosas de la vida.

El Rev. Héctor Hoppe tiene una Maestría en Teología Sistemática del Seminario de Teología Concordia de Fort Wayne, Indiana, y un Bachillerato en Teología del Seminario Concordia de Buenos Aires, Argentina. En mayo del 2012, el Seminario Concordia de St. Louis, Missouri, le otorgó el título honorario de Doctor en Divinidades. Junto con su esposa Beatriz tienen tres hijos adultos y cinco nietos.

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En colaboración con Cristo Para Todas Las Naciones©

N OTAS

18 de febrero Miércoles de ceniza Mateo 6:1-6, 16-18

Que no se vea a simple vista Cuidado con hacer sus obras de justicia sólo para que la gente los vea. Si lo hacen así, su Padre que está en los cielos no les dará ninguna recompensa. Mateo 6:1 He visto en algunos países latinoamericanos que hay iglesias que promueven “ejercicios cuaresmales”. Entiendo que esos ejercicios son para reforzar la actitud cristiana en la vida. Jesús da por sentado que sus seguidores “practicarán la justicia” en todo tiempo, pero les hace una advertencia: si lo hacen para que otros los vean y los admiren, o hablen de ellos, Dios no los recompensará. Hay una parte de los “ejercicios espirituales” que tiene que permanecer en la intimidad entre nosotros y el Padre celestial. La intimidad con el Padre, sin que otros se enteren, nos mantiene enfocados y humildes. Enfocados en lo único importante en esta vida: nuestra relación con Dios. Humildes, porque la gloria le corresponde sólo a Dios, quien nos ha salvado dándonos el privilegio de ser sus hijos reconciliados. No somos mejores que los demás por haber recibido tal bendición. Me pregunto cuál será la recompensa que el Padre me dará oportunamente. Me imagino que será un gesto de aprobación, tal vez una sonrisa, una señal de que no lo estoy ofendiendo con mi vida, sino haciendo lo que a él le place. Cuaresma es un tiempo de intimidad con nuestro Dios y Salvador. Que el Espíritu Santo nos mantenga enfocados en lo que al Padre le place que hagamos. Señor Jesús, gracias por reconciliarnos con nuestro Padre. Anímanos a hacer su voluntad. Amén.

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Una cruz para Jesús, una cruz para mí “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.” Lucas 9:23

5 de abril Domingo de resurrección Lucas 24:13-35

¡Que Dios me abra el entendimiento!

!

19 de febrero Lucas 9:22-25

En ese momento se les abrieron los ojos, y lo reconocieron. Lucas 24:31

Ésta es la primera vez que aparece la palabra ‘cruz’ en el Evangelio de Lucas, curiosamente no para referirse a la de Jesús, sino a la nuestra. Jesús hace este anuncio en medio del anuncio de su propio sufrimiento y, si bien fue sumamente claro en decir lo que como el Mesías de Dios habría de sufrir, los discípulos no conectaron estas palabras con su sufrimiento y muerte.

“Tengo la mente aturdida” le dijo Cleofas a su amigo. “Se nos murió, se dejó prender y matar. Él, que tanto hablaba de la vida y de la eternidad, terminó crucificado. No sé qué pensar, las mujeres con sus historias me confunden todavía más. ¿Tendríamos que haber ido al sepulcro para ver por nosotros mismos? ¿Qué hacemos?”

Sólo después de la resurrección de Jesús, y más aún, después de Pentecostés, es que estas palabras de Jesús tuvieron sentido para los discípulos. Sólo después de los hechos entendieron que el Mesías, para poder salvarnos de nuestros pecados, tenía que cargar su cruz, ser colgado en ella, y morir como criminal. Porque sólo quien muere puede resucitar.

La conversación de Cleofas con su amigo fue interrumpida por un “forastero” que aparentemente no había sido sacudido, ni estaba aturdido por los acontecimientos de los últimos días en Jerusalén. Jesús, como protagonista, sabía mejor que nadie lo que había sucedido en Jerusalén, pero quería escuchar la versión de sus discípulos para apuntar su mensaje a la herida misma, sin pérdida de tiempo, sin rodeos. La noche estaba cerca y el camino era corto.

¿Cuánto tiempo te lleva a ti entender el anuncio de Jesús de que debes cargar tu propia cruz? Cuando Jesús cargó su pesada cruz, la que nos correspondía a ti y a mí, la que tenía encima todos nuestros pecados, no se quejó, no se negó, ni pospuso ese momento para más adelante. En un sentido, cuanto antes terminara su obra de morir y resucitar, tanto más antes se podría anunciar el evangelio del perdón. La cruz del cristiano está definida como el sufrimiento que tiene que padecer por creer en Cristo. El sufrir a consecuencia de nuestros pecados no es una cruz. Sufrir la incomprensión, la burla, o la persecución por causa de la fe es cargar nuestra cruz. Reconozco que mi cruz es mucho más liviana que la de muchos hermanos alrededor del mundo. Mi corazón los abraza, y mi espíritu ruega por ellos, para que su fe no les falte. Amado Padre, danos fuerza y entereza para cargar cada día con nuestra cruz. Amén.

¿Cómo hizo Jesús para tranquilizar a Cleofas y su amigo, para abrirles el entendimiento, para que lo invitaran a su casa a disfrutar de su hospitalidad? Comenzando por Moisés, y siguiendo por los profetas, les explicó todo lo que las Escrituras decían acerca de él (v 27). ¡Jesús usó la Biblia! ¡Aun cuando él mismo estaba allí, usó la Biblia! Pudo haberles dicho: “¡Sorpresa, aquí estoy!” Después de todo, eran sus discípulos. Sin embargo, con paciencia decidió hacerles arder el corazón explicándoles la Biblia. Y como broche de oro, al sentarse a la mesa, bendijo el pan, lo partió, y se los dio (v 30), recordándoles la Santa Cena que tres noches antes había instituido. No hizo falta que Cleofas y su amigo fueran a la tumba a verificar la resurrección para creer. Jesús se encargó de darles la fe. ¿Quieres ser uno de esos discípulos a quienes Jesús se une en la caminata? Él está vivo. ¡Ha resucitado! Quiere escucharte y saber tu versión de la historia para abrirte los ojos, encender tu corazón, apurarte para que compartas su historia de perdón y de vida con otros. Parte el pan con tus hermanos. En la Santa Cena, Jesús viene a habitar contigo. Ya no estoy confundido, Señor. La certeza de tu resurrección me trajo paz. Amén.

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4 de abril Sábado de gloria Marcos 15:42-47

20 de febrero Mateo 9:14-15

Del miedo a la osadía José de Arimatea fue y con mucha osadía se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Marcos 15:43 José de Arimatea lo tenía todo planeado. Sabía dónde comprar la sábana, sabía a dónde ir a pedir el cuerpo, sabía dónde poner los restos de Jesús. El Padre en el cielo también lo tenía todo planeado: hacer colgar a su Hijo de una cruz y hacerlo bajar, hacer poner a su Hijo en una tumba y sacarlo de ella con vida, condenar por medio de la cruz nuestra desobediencia, y liberarnos de la culpa para siempre mediante la resurrección. La crucifixión, la muerte, la sepultura, y la resurrección de Jesús no son hechos aislados: forman una unidad que tiene como propósito afectar nuestra vida, nuestra muerte y nuestra eternidad. José de Arimatea era un discípulo de Jesús quien, por miedo a los judíos, no ejercía su discipulado abiertamente (Juan 19:38). Sin embargo, el Espíritu Santo venía obrando en él hasta que, ante la cruz, recibió la transformación final para ponerse en acción osadamente. La muerte de Jesús le cambió la vida a José, a Nicodemo (Juan 19:39), y a las mujeres que acompañaron a esos valientes varones para ver dónde ponían el cuerpo de su Señor (v 47). ¿Qué ha cambiado en nuestra vida debido a la cruz de Jesús? ¿Cuán abierta y osadamente ejercemos nuestro discipulado? No me cabe duda que el Espíritu Santo sigue obrando en nosotros para que seamos parte del plan salvífico de Dios para nuestro mundo perdido. Jesús no permaneció colgado mucho tiempo en la cruz, sólo las horas suficientes para sufrir el castigo por nuestros pecados. Jesús tampoco estuvo mucho tiempo en la tumba, sólo las horas necesarias hasta que llegara el momento fijado para vencer la muerte con su resurrección. En pocas horas Dios ejecutó su plan eterno de rescatar a José, a Nicodemo, a ti, a mí, y a todo quien confiese su nombre. Y, por el poder del Espíritu Santo, sigue obrando en nosotros para que, con osadía, ejerzamos nuestro discipulado. Padre, desde la eternidad tienes planificado cada paso de la salvación. Gracias por incluirnos entre aquéllos que esperan el reino de Dios (v 43). Amén. 46

Una pregunta legítima Los discípulos de Juan se le acercaron entonces, y le preguntaron: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no?” Mateo 9:14 Hay preguntas retóricas (las que no necesitan respuestas), hay preguntas capciosas (hechas con el fin de incomodar a alguien), hay preguntas tontas que no merecen respuesta, y hay preguntas legítimas que requieren una respuesta sabia. La respuesta de Jesús fue sabia, pero no fue fácil de entender para los discípulos de Juan. Era de esperar que los seguidores de un líder religioso –como los de Juan—ayunaran. También era de esperar que los discípulos de los fariseos ayunaran, porque eso era parte de la religión. Entonces, ¿por qué con Jesús las cosas eran diferentes? Jesús no fue un líder religioso como todos los demás. Él era el “novio” que había venido a pagarle al padre un alto precio por la “novia”, nosotros. Jesús y los discípulos tenían que concentrarse ahora en otra cosa. Ya vendría el tiempo del ayuno, cuando Jesús fuera quitado de ellos, muerto y sepultado. Mientras tanto, en vez de recluirse, vivieron tiempos de celebración, de enseñanza y aprendizaje, de sanación, de sorpresa en sorpresa con los milagros. Porque con Jesús las cosas son diferentes, nuevas para siempre. Siendo el “novio”, Jesús nos corteja, porque nos ama. Su declaración de amor fue tan convincente que dejó la vida en ella. La cruz y la tumba fueron su sello de compromiso. Como “novio”, Jesús no nos propuso una cita para tener una aventura con nosotros, sino para, con el mayor respeto, desposarnos para siempre. Jesús sí que es un novio ejemplar. Lo dejó todo para vivir con nosotros para siempre, bajo un mismo techo, metiéndosenos bajo la piel, haciendo latir nuestro corazón al ritmo de su amor. Gracias, Padre, por enviarnos al prometido. Ayúdanos a someternos a su voluntad. Amén. 3

21 de febrero Lucas 5:27-32

Jesús te llama Después de esto, Jesús salió y vio a un cobrador de impuestos llamado Leví, que estaba sentado donde se cobraban los impuestos. Le dijo: “Sígueme.” Lucas 5:27 No hay más que dos grupos de personas en el mundo. El de los justos y el de los pecadores. De acuerdo a las palabras de Jesús, no hay nada intermedio, ni nada fuera de estos dos grupos. ¿A cuál perteneces? Leví pasó de uno al otro, de pecador a justo, de usurero a seguidor de Jesús. A decir verdad, hay que reconocer que esta división de personas en dos grupos tiene sus limitaciones, o puede llevar a malos entendidos, porque los pecadores no tienen nada de justos, y los justos ¡siguen siendo pecadores! Pero el llamado de Leví por parte de Jesús también tiene una enseñanza más profunda: todos somos pecadores y necesitamos ser llamados al arrepentimiento. Con su muerte en la cruz Jesús nos mostró la seriedad del pecado y, con su resurrección, el increíble poder de Dios para cambiar nuestra vida. Quienes somos perdonados por Dios, somos justos y santos ante su presencia a causa de la obra de Jesús, aun cuando cargamos todavía las consecuencias terrenales de nuestra naturaleza caída. Leví hizo una gran celebración que incluyó a muchos invitados, ¡todos pecadores! Pero lo más importante es que Jesús estaba en medio de ellos, llamando al arrepentimiento y cambiando vidas. ¿Celebras el llamado de Jesús? ¿Te alegras con otros porque él está en tu casa? El Señor sigue llamando hoy. Su voz es fuerte, su perdón es completo. Él cambia nuestra vida temporal y eterna. Padre, abre nuestros oídos al llamado de Jesús. Amén.

3 de abril Viernes Santo Marcos 15:21-32

Nos salvó a todos Así también se burlaban de él los principales sacerdotes, y se sumaban a los escribas para decir: “¡Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse! ¡Que baje ahora de la cruz el Cristo, el Rey de Israel, para que podamos ver y creer!” Marcos 15:31-32 ¡No era una escena linda: soldados vigilando con poca paciencia que se divertían burlándose de los que colgaban de una cruz, muchas mujeres y algunos discípulos esperando contra toda esperanza por un último milagro, mientras la naturaleza reaccionaba ocultando por completo el sol. Dios, el Padre, se alejó, dando espacio a que la muerte hiciera su trabajo, mientras los escribas, junto con los principales sacerdotes, se sacaban las ganas de burlarse del indefenso. Peor aún, los líderes religiosos de Israel muestran su pobre percepción de la vida, de la muerte, del juicio de Dios, y de la salvación universal: “¡Salvó a otros, pero a sí mismo no puede salvarse!” (v 31). Por supuesto que Jesús puede salvarse a sí mismo, pero no quiere. Jesús quiere salvar a otros, incluyendo a los soldados romanos, a sus discípulos, a las mujeres que lo acompañaron, a los principales sacerdotes y los escribas, a ti y a mí. Y Jesús murió. Muchos respiraron aliviados. El Padre en los cielos quedó satisfecho: tu redención y la mía habían sido logradas. El centurión romano dijo la frase más importante de su vida: “En verdad, este hombre era Hijo de Dios” (v 39). Tú y yo estamos parados frente a la cruz, observando con miedo, incómodos, viendo el sufrimiento, rodeados de oscuridad, comprendiendo la magnitud de nuestro pecado que mató al Hijo de Dios. ¿Entendemos lo que está sucediendo? El Padre en los cielos, por causa de Jesús, quitó nuestra culpa, rasgó el velo (v 38) para darnos acceso directo a su presencia. Respiramos aliviados, no porque nos sacamos a Jesús de encima, sino porque él ocupó nuestro lugar a la hora del castigo: se dejó clavar en la cruz para que nosotros caminemos libremente. Caminemos, entonces, detrás del pastor que sabe cuál es el camino a la vida eterna. Gracias, Jesús, porque tu muerte nos dio vida. Amén.

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22 de febrero Lucas 4:1-13

2 de abril Jueves Santo Mateo 26:36-45

Tristeza mortal Otra vez fue y oró por segunda vez, y dijo: “Padre mío, si esta copa no puede pasar de mí sin que yo la beba, que se haga tu voluntad.” Mateo 26:42 “Yo no fui”, era la frase que utilizábamos de niños para evitar el castigo de alguna travesura que había terminado lastimando a alguien, o rompiendo algo valioso de alguna persona. ¡Hasta poníamos cara de “yo no fui”! Debido al miedo, hacíamos cualquier cosa por liberarnos del castigo merecido. Cuando Jesús fue a Getsemaní, no fue preparado con la frase: “Yo no fui.” Jesús fue a hablar con su Padre de la profunda angustia que sentía. Pero, entonces, si Jesús no le tenía miedo a la muerte, y si sabía que al tercer día resucitaría victorioso, ¿por qué sentía en el alma una tristeza de muerte? Jesús era el único que conocía la santidad de Dios, pues él había venido de esa santidad. Jesús sabía del amor, del celo, y de la ira santa de Dios ante el pecado y, ante esa santidad de su amado Padre, Jesús llega con nuestras miserias, nuestras mentiras, nuestra indiferencia hacia él y hacia los demás. Jesús llega ante la santidad del Padre cargando todos nuestros pecados, incluso aquellos de los que no le contaríamos a nadie, porque nos llenan de vergüenza. A la hora del castigo no se escuchó el “yo no fui”, sino: “Que se haga tu voluntad.” ¡Cuánta vergüenza sufrió Jesús ante su Padre por nosotros! ¡Cuánto amor tuvo por nosotros para decirle al Padre: “Yo fui. Deja libres a éstos”! Y fuimos liberados, porque Jesús cumplió y el Padre cumplió. Y ese mismo Padre también cumplirá su promesa de recibirnos en su casa celestial. Gracias, Jesús, porque hiciste la voluntad del Padre, para que mis pecados fueran perdonados. Amén.

Sin lugar a dudas Jesús le respondió: “También está dicho: ‘No tentarás al Señor tu Dios.’” Lucas 4:12 La desfachatez del diablo no tiene competencia. Se atrevió a poner en tela de juicio la gran declaración que Dios Padre hizo acerca de Jesús inmediatamente después de su bautismo: “Tú eres mi hijo amado; en quien me complazco” (Lucas 3:22c). El diablo esperó hasta que Jesús tuviera necesidades, y en la soledad del desierto lo desafió diciendo: “Si eres el hijo de Dios… haz lo que yo te digo, convierte piedras en pan, tírate al vacío, adórame.” El diablo no le pidió a Jesús nada que Jesús no pudiera cumplir. Jesús pudo haber hecho todo lo que el tentador le proponía. Pero, si lo hacía, traicionaría a su amoroso Padre en los cielos. Lucas termina este relato diciendo: “Cuando el diablo agotó sus intentos de ponerlo a prueba, se apartó de él por algún tiempo” (v 13). Si Jesús hubiese cedido a las tentaciones del maligno, tú y yo estaríamos en una desesperada y desgraciada situación de condenación eterna. Pero Jesús no cedió. Quienes hemos sido bautizados, por causa de Jesús somos hijos del Padre en los cielos. El diablo pondrá a prueba esta verdad hasta agotar todos sus recursos. El tentador sabe que somos capaces de cualquier cosa, ¡hasta de lo inimaginable en cuanto a cometer pecados se refiere! En tu Bautismo, tu Padre celestial declaró que eres su hijo amado. ¡No dejes que nadie te cuestione esa verdad! Cuando estemos en necesidades, sufrimientos, soledad y dolor, seremos tentados a dudar de la gracia y de la providencia divina. Pero gracias a Jesús, que venció las tentaciones, nosotros también podemos salir vencedores. Sigamos su ejemplo y aferrémonos a las Escrituras para permanecer fieles. Padre, anímanos a reafirmarnos en las Escrituras. Amén.

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23 de febrero Mateo 25:31-46

Jesús tiene un hermano en la cárcel Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me recibieron; estuve desnudo, y me cubrieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a visitarme.” Mateo 25:35-36 Durante la semana antes de su crucifixión, Jesús pronunció varias parábolas que se refieren al fin de los tiempos: específicamente, al día del juicio final. Lo que estas parábolas enfatizan es que, toda persona que haya nacido en este mundo, será juzgada de acuerdo a los principios de Dios. En esta parábola específica sobre el juicio de las naciones, Jesús hace referencia a las obras que son fruto de la fe y que él espera que hagamos. Nuestras obras de fe en beneficio de los más necesitados es lo que Dios tendrá en cuenta para juzgarnos. Hasta aquí todo parece bien y no muy complicado. Sólo hay que poner la fe en acción. El asunto se torna un poco más difícil cuando sacamos a relucir nuestra vanidad perfeccionista, y comenzamos a analizar la conducta y la situación en la que los demás se metieron como resultado de sus –malas— decisiones. ¿Por qué tienen hambre? ¿Será porque no trabajan? ¿Por qué son forasteros? ¿De qué o de quiénes huyeron? ¿Por qué están en la cárcel? Algo malo, muy malo, habrán hecho. Pero, ¿acaso Jesús habló de esa manera? ¡No! Él habló desde la gracia, para que nuestra fe pueda ver la necesidad y sea ciega a los motivos del dolor. La gracia en acción obra, mitigando el sufrimiento, acompañando al desolado y alimentando al que no tiene, haciendo exactamente eso que Jesús hizo por nosotros. Dice un refrán popular: “Menos pregunta Dios y perdona.” En el día del juicio Jesús no nos pedirá los motivos por los cuales no obramos. Simplemente querrá ver los frutos de nuestra fe en acción. Padre, ayúdanos a poner manos a la obra, respondiendo en amor a las necesidades que nos rodean. Amén. 6

1º de abril Miércoles de Semana Santa Mateo 26:1-5

No durante la fiesta Pero decían: “Que no sea durante la fiesta, para que no se alborote el pueblo.” Mateo 26:5 Posiblemente nunca se hizo tan evidente la verdad bíblica: “El hombre propone y Dios dispone” (Proverbios 16:1 NVI), que cuando los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo decidieron prender y matar a Jesús, pero “no durante la fiesta”. Jesús fue prendido la noche en que comenzaba la Pascua, y muerto el mismísimo día pascual. Según los líderes del pueblo judío, con matar y comer el cordero pascual instituido en Egipto muchos años atrás, era suficiente. ¡No había que causar alboroto! Pero el alboroto se armó igual, porque el plan de Dios no podía ser abortado. El Padre celestial había enviado al verdadero “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Ésta sí que era una Pascua, la verdadera, que daba cumplimiento a todas las Pascuas anteriores. ¡Qué ingenuos que somos los seres humanos cuando pensamos que sabemos lo que es mejor para nosotros, los demás, y el mundo! Dios tiene un plan de salvación y lo ha revelado claramente en las Escrituras. ¡Nadie puede detenerlo! Jesús, el Cordero Pascual, inocente, sin mancha, fue sacrificado por nosotros. La sangre de Jesús fue derramada y usada para pintar los dinteles (Éxodo 12:7) de nuestra vida. El ángel de la muerte pasa de largo, por encima de nosotros, no tomando en cuenta nuestros pecados, y dejándonos con vida; es más, la sangre del Cordero nos compró la vida eterna. Aun cuando los líderes religiosos judíos se aliaron con los romanos –sus opresores– no pudieron desbaratar el amoroso plan de Dios de salvarnos a ti y a mí. Jesús murió a su debido tiempo, y a su debido tiempo nos llevará a vivir con él para siempre. Gracias, Padre, por el Cordero que derramó su sangre por nosotros. Amén.

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31 de marzo Martes de Semana Santa Marcos 10:32-34

24 de febrero Mateo 6:9-13

De acuerdo al plan de Dios … el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, los cuales lo condenarán a muerte y lo entregarán a los no judíos. Y se burlarán de él y lo escupirán, lo azotarán y lo matarán. Pero al tercer día resucitará. Marcos 10:32-34 Jesús “le saca punta al lápiz” para darle una fina precisión a su profecía. Los discípulos siempre parecen estar anestesiados cuando Jesús les hace estos anuncios. Ésta es la tercera vez que Marcos registra que Jesús anuncia su muerte. Aquí le pone más detalles: “… lo entregarán a los no judíos.” El Evangelio de Mateo registra el cumplimiento de esta profecía con lujo de detalles: “Cuando llegó la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se confabularon contra Jesús, para condenarlo a muerte. Lo ataron y se lo llevaron para entregarlo a Poncio Pilato, el gobernador” (Mateo 27:1-2). Pilato, el romano prefecto, sería el encargado de ejecutar legalmente al Hijo de Dios. Jesús, rechazado y sentenciado por su pueblo, fue ejecutado por gentiles, y así se cumplió a la perfección, y hasta el último detalle, el plan de Dios. Tal vez también nosotros, a causa de nuestra desilusión y frustración en la vida, estamos como anestesiados ante las promesas de Dios. No entendemos la importancia de una promesa o de un anuncio, cuando lo que queremos es una acción divina que cambie nuestra situación. Quizás necesitamos reconocer que las promesas de Dios tienen la intención de que veamos cuán serio él se toma su plan de salvarnos. Cuando Dios se propone algo, nada ni nadie impide su cumplimiento. Las promesas de Dios tal vez no cambien instantáneamente nuestras situaciones, pero sí cambian la forma en que las enfrentamos. Confiados en sus promesas, seguimos adelante con la esperanza de que él sabe lo que está haciendo, y lo que es mejor para nosotros.

La gracia no se estanca “… Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores…” Mateo 6:12 Una maestra de escuela bíblica una vez nos dijo: “Guardar rencor es como tomar veneno esperando que el otro se muera.” Piénsalo. Al único que el rencor daña es al rencoroso. Piensa en el veneno que tomamos –por cuenta propia– sólo porque no queremos perdonar. ¿Notaste que en el Padrenuestro hay siete peticiones, y que Jesús al terminar de enseñarlo, sólo explica una de ellas? ¿Sabes cuál? La del perdón. Es que el perdón es la llave que abre el cielo. El no perdonar cierra la participación a la Santa Cena y la entrada al cielo. El no perdonar envenena nuestra vida al punto que nos volvemos amargados y avinagrados. El perdonar, en cambio, libera, porque tira el veneno a la basura, no lleva la cuenta de las agresiones ni se ofrece controladamente. ¿Acaso no ha hecho así Dios con nosotros? ¡Claro que sí! A través de la muerte y resurrección de Jesús él nos ha perdonado, por lo tanto no recuerda nuestro pasado. Aunque nuestros pecados le mataron a su Hijo, él no nos guarda rencor. “Perdonen como yo los he perdonado.” No hace falta que suframos y muramos en una cruz para perdonar. Jesús ya hizo eso en nuestro lugar. Perdona. Sentirás un gran alivio, y aliviarás a los demás. Querido Jesús, gracias por sacrificar tu vida para darnos el perdón de Dios. Amén.

Amoroso Señor, aumenta nuestra fe para que creamos en todo lo que nos prometes. Amén. 42

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25 de febrero Lucas 11:29-32

La señal de la cruz Jesús [dijo]: “¡Qué malvada es esta generación! Demanda una señal, pero no tendrán más señal que la del profeta Jonás.” Lucas 11:29 Quienes serán juzgados por Dios quieren juzgarlo a él. ¡Qué presuntuosos! ¡Los hijos inmaduros y desobedientes quieren juzgar al Padre amoroso! La generación a la que Jesús sirvió durante su ministerio terrenal era tan atrevida, que le demandaba a Jesús señales extraordinarias para decidir si confiaban en él o no. Las personas no han cambiado, y si lo han hecho, es para peor, para poner en tela de juicio todo sano juicio divino, sustituyendo la historia de la creación con la teoría de la evolución, el matrimonio con las uniones homosexuales, y el juicio final con la nada. ¿Qué señal podrá convencer a esta generación de la seriedad de Dios? Miles de años atrás, la reina Sabá sirvió de señal a su generación al aceptar la sabiduría que Dios le había dado a Salomón. También el profeta Jonás fue una señal al pasar tres días en el vientre de un pez y ser “resucitado” a tierra por voluntad divina. Seguramente la señal de Jonás apoyó su predicación de arrepentimiento a los ninivitas. Sin embargo, la señal de Jonás apuntaba a una señal mayor, no en tamaño o espectacularidad, sino en significado. La experiencia de Jonás encuentra su paralelo en la muerte, sepultura, y resurrección de Jesús, y esta experiencia de Jesús se resume en la cruz, donde Dios descargó su ira por nuestro pecado sobre él. El mensaje del Cristo crucificado es escándalo, tropiezo, locura para los que se pierden pero, para los que Dios ha llamado, es poder y sabiduría de Dios (1 Co 1:22-24).

30 de marzo Lunes de Semana Santa Juan 12:1-8

El perfume de la discordia María tomó unos trescientos gramos de perfume de nardo puro, que era muy caro, y con él ungió los pies de Jesús, y con sus cabellos los enjugó. Y la casa se llenó con el olor del perfume. Juan 12:3 Tengo un amigo que es alérgico a ciertas fragancias. Cuando se expone a la fragancia de perfumes, velas, jabones, y desodorantes, los ojos se le llenan de lágrimas y se le congestionan las fosas nasales. Las fragancias, en vez de darle un toque de placer a su vida, le causan fuertes molestias. Judas se molestó por el generoso “derroche de bondad” que María demostró hacia Jesús. Judas no entendió la actitud de un corazón agradecido que derramó su amor por Jesús en presencia de muchos. “Y la casa se llenó con el olor del perfume.” Me imagino que el cabello y la ropa de los que estaban presentes esa noche en la casa quedaron impregnados con ese perfume. Tal vez días después todavía podían oler esa fragancia y recordar esos momentos que habían compartido con Jesús. Por su parte Judas, “alérgico” a las buenas obras producto de la fe en Dios, propició la ocasión para que Jesús anunciara nuevamente su muerte. No faltaban muchos días para que el Hijo de Dios fuera clavado en una cruz. Recordar este anuncio de Jesús podía ayudar a atar cabos. Cuando recordamos que Jesús anunció su muerte y conmemoramos sus sufrimientos, muerte, y resurrección –como en esta cuaresma– necesitamos atar cabos: su muerte fue el castigo por nuestros pecados; su resurrección, nuestra absolución y esperanza de vida eterna.

Mira a la cruz siempre, es la señal simple y poderosa del amor de Dios por ti.

Dios nos impregnó con su fragancia santa para prepararnos para el día de nuestra sepultura. Mientras tanto, “olemos a cristianos”, para exponer a otros al amor de Jesús.

Gracias, Jesús, por dejar vacías la cruz y la tumba. Ayúdanos a ver estas claras señales de tu amor. Amén.

Gracias por el testimonio de María, Señor. Gracias por la muerte de tu Hijo, que logró reconciliarnos contigo. Amén.

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26 de febrero Mateo 7:7-12

29 de marzo Domingo de Ramos Lucas 19:39-44

Un Domingo de Ramos diferente [Jesús] dijo: “¡Ah, si por lo menos hoy pudieras saber lo que te puede traer paz! Pero esto ahora está oculto a tus ojos.” Lucas 19:42 Mucha alegría, porque la gran fiesta estaba cerca. Mucha alegría, por el reencuentro de familias que venían de diferentes partes. Mucha alegría, porque Jesús estaba en medio de una gran multitud. Sin embargo, en medio de tanta alegría, los que dan otra vez la nota amarga son los fariseos: “¡Que se callen!” El miedo a una mayor opresión romana tenía alterados a los fariseos. No era para menos, los romanos no tenían miramientos para ejecutar a los revoltosos. Jesús pasa de la alegría de la entrada… a la tristeza de la llegada. Y, por segunda vez, llora. Esta vez la causa de sus lágrimas no es un hecho consumado –la muerte de Lázaro– sino lo que iba a suceder en un futuro cercano: la destrucción total de Jerusalén y de su templo, y la matanza indiscriminada de sus habitantes. ¿Cómo no dolerse y llorar? Dios venía –en persona– a salvarlos, y ellos estaban ciegos a su visita. Jesús veía cuán pasajera iba a ser la alegría de su pueblo. Muchos llorarían el próximo viernes a los pies de la cruz. La semana de la Pasión comienza con la visión profética del sufrimiento futuro de Jerusalén. ¿Qué verá Jesús en nuestro futuro? No importa lo que vea. Lo que sí importa es que él todavía viene hoy, con alegría, a traernos perdón y salvación. Jesús se baja del burro para estar a nuestro lado y acompañarnos a la Jerusalén final, la que nadie podrá destruir jamás. Dios viene a visitarnos cada vez que nos reunimos en su nombre, cada vez que leemos y estudiamos su Palabra, que comemos de su Santa Cena. Dios nos visita para traernos perdón y alegría. No dejemos de recibirlo. Señor Dios, abre nuestros corazones para que Jesús pueda entrar con todos sus dones. Amén.

40

Invitación con promesa… y sorpresa Pidan, y se les dará, busquen, y encontrarán, llamen, y se les abrirá. Mateo 7:7 Cuando leo este pasaje de Mateo me imagino que Jesús está predicando un sermón basado en el Salmo 145:16 “Cuando abres tus manos, colmas de bendiciones a todos los seres vivos.” El primer punto en la predicación de Jesús es la invitación que nos extiende a que pidamos (no demandemos), busquemos (no revolvamos), y llamemos (no nos metamos adentro). De esta forma, nos ayuda a visualizar que hay alguien que escucha, alguien que pone cosas buenas en nuestro camino, y alguien que está al otro lado de la puerta, presto a abrirnos. El segundo punto en el sermón de Jesús son las promesas: todo el que pide recibe, halla, se le abrirá. Ahora podemos visualizar dos manos: la nuestra, extendida hacia arriba recibiendo, encontrando, tomándose del marco de la puerta para entrar; y la mano del Padre, extendiéndose hacia la nuestra, cargada de sus favores, para asistirnos en la vida. La mano de Dios está abierta, es generosa, y firme para sostenernos cuando pasamos el umbral de la muerte hacia la vida. El tercer punto en el sermón de Jesús son las ansias del Padre de querer darnos cosas. Si nosotros, pecadores ignorantes y egoístas, sabemos darles cosas buenas a nuestros hijos, imaginémonos al Padre santo, sabio y generoso, ansioso por cubrirnos de bendiciones. El cuarto punto en el sermón de Jesús es que el Padre dará “cosas buenas”. Aquí tenemos que tener en cuenta que el que juzga qué es algo bueno es Dios, y no nosotros. El Padre sabe mejor que nosotros qué es lo bueno que necesitamos para esta vida y para la vida eterna. El que el Padre haya entregado a Jesús para morir en nuestro lugar y resucitar para nuestra redención, demuestra que sabe muy bien lo que es bueno para nosotros. Padre, anímanos a recibir de tu mano generosa con gratitud. Amén.

9

28 de marzo Juan 11:45-56

27 de febrero Mateo 5:20-24

¡Yo no la empecé!

Ansiosos por ver a Jesús

Yo les digo que, si la justicia de ustedes no es mayor que la de los escribas y los fariseos, ustedes no entrarán en el reino de los cielos. Mateo 5:20

Buscaban a Jesús, y mientras estaban en el templo, se preguntaban unos a otros: “¿Ustedes que creen? ¿Vendrá él a la fiesta?” Juan 11:56

No importa cómo comenzó la pelea. Jesús nos ordena a ir y hacer las paces, incluso si nosotros no fuimos los que comenzamos la discordia, incluso si pensamos que no somos los culpables, incluso si no nos da la gana. Una vez un colega –y mi pastor en ese tiempo– me aconsejó que fuera a hacer las paces con un hermano que pensaba que yo lo había ofendido. Mi colega me dijo que si iba a ver a ese hermano, estaría creando un espacio para la reconciliación, y tendría la oportunidad de ejercitar la humildad. Lo bueno de esto es que mi pastor vio que yo tenía algo de humildad… que evidentemente tenía que ser ejercitada. Durante la confesión y absolución cada domingo tengo la oportunidad de ejercitar la humildad cuando me doy cuenta que todas mis excusas no tienen lugar delante de Dios. En realidad, debo reconocer que no tengo excusas para no buscar la reconciliación. No importa si fui yo o no quien comenzó la discordia. Dios no comenzó todo este asunto del pecado y del quebrantamiento. Fuimos nosotros los que empezamos. Dios no nos empujó al pecado, no nos persuadió a que desobedezcamos, sin embargo, él dio el primer paso para obrar la reconciliación con nosotros. Dios no sólo habló e hizo promesas de perdón, sino que dio la vida de su Hijo para que tú y yo pudiéramos estar en paz con él. ¿Cómo logramos la reconciliación con el otro? No hace falta que vayamos a la cruz, aunque perdonar requiera cierto sacrificio de nuestra parte. Para buscar la reconciliación, dejamos todo lo que estamos haciendo, y antes de ir a la iglesia el próximo domingo, antes de ir al altar a recibir al Cordero sacrificado, practicamos la humildad y vamos a hacer las paces con nuestro hermano. El Espíritu Santo nos asistirá. No hay nada más importante que estar en paz con Dios y con aquellos a nuestro alrededor. Dios perdonador, anímanos a buscar la reconciliación con nuestros hermanos. Amén.

10

Cuando Jesús estaba presente en las fiestas religiosas, las cosas eran diferentes, ¡se ponían interesantes! Los judíos lo sabían y, parte del motivo de ir a la fiesta, era ver a Jesús. ¿Qué los motivaba? Eran muchos los que habían ido a purificarse, y tendrían muchas razones para querer ver a Jesús. Si no lo veían personalmente, escuchaban cómo enseñaba, porque lo hacía con “autoridad, y no como sus escribas” (Mt 7:29). El Evangelio de Marcos resume así la reacción del pueblo: “La gente estaba muy asombrada, y decía: ‘Todo lo hace bien. Hasta puede hacer que los sordos oigan y que los mudos hablen’” (Marcos 7:37). Cuando nosotros vamos al templo, no hace falta que nos peguntemos: “¿Vendrá Jesús?”, porque él está presente en su Palabra y en la Santa Cena. Jesús nunca se va a perder la fiesta, porque le gusta venir a nosotros, para enseñarnos con autoridad y para hacer toda clase de bienes en nuestras vidas. ¿Qué nos motiva a ir a la fiesta? ¿Qué nos motiva a ir al templo? ¿Qué hemos escuchado de Jesús que nos atrae tanto? Yo escuché que el Hijo de Dios vino del cielo y nació en forma humilde y sin pecado, que mostró al Padre celestial con sus enseñanzas y acciones, y que mostró compasión por todos los sufridos. Escuché que se dejó apresar y crucificar para que Dios no me castigara a mí por mi pecado. Escuché que resucitó de la muerte para poder resucitarme a mí al final de los tiempos. Escuché que gobierna a la iglesia, y que la cuida y anima desde su trono de gloria. Sabiendo todo esto, ¿cómo me perdería la fiesta? ¿Vendrá Jesús? Claro que sí, y en cuerpo y sangre. Él quiere encontrarse con nosotros. Gracias, Jesús, por venir a nosotros por medio de tu Palabra y la Santa Cena. Amén.

39

28 de febrero Mateo 5:43-48

27 de marzo Juan 10:31-42

Enumera las obras

Transformados por su gracia

Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearlo. Juan 10:31-32

Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian, y oren por quienes los persiguen, Mateo 5:44

Una historia de amor y de intolerancia. Así se podría titular esta porción del Evangelio de Juan. Jesús muestra su amor, los judíos, piedras. Los enemigos del Señor no toleran su afirmación de que él proviene del Padre celestial. Su ceguera no les permitía ver el origen de las obras de Jesús. Abre tus ojos. ¿Te animas a ver las buenas obras de Jesús que muestran al Padre? Jesús curó a un ciego, a un paralítico, a un grupo de diez leprosos, y a otro leproso; resucitó a una niña, a Lázaro, y a un joven en Naín; dio de comer a miles y tuvo compasión de miles; perdonó a un paralítico, a una adúltera, y a Pedro por su traición; perdonó a sus enemigos que lo crucificaron; caminó sobre el agua, calmó la tormenta y el miedo de sus discípulos; se mostró paciente con los discípulos de Emaús, y les explicó las Escrituras. Todo esto, y mucho más, hizo Jesús para que veamos y creamos que viene del Padre. ¿Eres intolerante a veces con las afirmaciones de las Escrituras –que vienen del Padre– respecto del aborto, la homosexualidad, la inmoralidad sexual? ¿Eres intolerante con las personas que no piensan ni creen como tú? Vuelve a mirar entonces las obras que el Padre hizo por medio de Jesús. ¡Todas ellas demuestran compasión! La muerte y resurrección son la obra cumbre que muestra la compasión de Dios hacia nosotros. Si tu intolerancia no te deja ver el amor compasivo de Dios, mírate a ti mismo, con objetividad y sinceridad. ¿Cuántas veces ha tenido Dios compasión contigo? El Señor Jesús sigue haciendo hoy las buenas obras del Padre, para que creamos y tengamos vida eterna. Enumera las obras que el Señor ha hecho en tu vida en la última semana. Si no te sorprendes, mira más detenidamente. Confío en que verás el perdón de Dios en tu vida. Padre compasivo, gracias por mostrarnos tus obras de amor a través de Jesús. Amén. 30

Jesús explica la ley en una forma muy diferente a la que era interpretada y enseñada por los líderes religiosos de su tiempo. En otras palabras, Jesús dijo: No le presten atención a la religión popular. Pongan atención al claro mensaje de la Escritura, porque una cosa es lo que ustedes le escuchan decir a la gente y otra cosa es lo que Dios dice. Al amar a aquellos que nos desprecian, mostramos quienes somos: hijos de Dios. Si hay una forma visible de mostrar que fuimos perdonados por Dios, es amando a aquellos que necesitan “una medida extra de gracia”. Dios requiere que estemos reconciliados, no sólo entre hermanos y amigos, sino también con aquellos que –en lenguaje coloquial– son imposibles. Esta acción requiere una medida extra de humildad y madurez de nuestra parte. Estamos llamados a ser perfectos como el Padre en el cielo es perfecto. No estamos llamados a ser perfectos en el sentido de no tener pecado, sino a ser perfectos en el sentido de la madurez. Estamos llamados a ser maduros, pacientes, amables, y amorosos con aquellos que nos agreden. Por lo tanto, antes de tomar cualquier acción, preguntémonos: ¿qué haría el Padre con aquellos que lo odian y lo persiguen? Y la respuesta es, lo mismo que hizo en el pasado, cuando sus propias criaturas lo odiaron y lo persiguieron y ejecutaron a su Hijo querido: los perdonaría. El Padre tratará a sus enemigos de la misma forma que nos trató a nosotros cuando todavía éramos sus enemigos. San Pablo nos recuerda: “Porque, si cuando éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, mucho más ahora, que estamos reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:10). Somos hijos reconciliados de Dios. Ahora, en nuestra relación con otros, Dios nos da oportunidades diarias de mostrar que somos sus amados hijos. Padre, tu gracia nos transformó. Anímanos a usar tu gracia para transformar nuestras relaciones. Amén. 11

26 de marzo Juan 8:51-59

1 de marzo Mateo 17:1-9

Las apariencias engañan Seis días después Jesús se llevó aparte a Pedro, a Jacobo y a su hermano Juan. Los llevó a un monte alto, y allí se transfiguró delante de ellos. Mateo 17:1 ¡Qué experiencia la de Pedro, Jacobo, y Juan, y qué susto! ¡Hasta los muertos se les aparecieron! ¿Qué habrán aprendido los discípulos de esta experiencia? ¿Qué aprendemos nosotros? Me atrevo a decir que andar con Jesús tiene sus sorpresas. Nunca sabremos lo que nos puede pasar, pero con Jesús como compañero nunca seremos defraudados. La apariencia de Jesús cambió, pero sólo su apariencia, porque él sigue siendo el mismo. En el caso de Dios, las apariencias no engañan, sólo muestran un poco más de su gloria. De esta historia aprendemos también que los muertos están vivos. Hay vida después de la muerte, y Moisés y Elías son una prueba contundente. Aprendemos que Dios baja hasta nosotros, para indicarnos a quién debemos escuchar. Aprendemos que Jesús nos toca, nos habla y nos quita el miedo. ¿Qué cosas tendrá para decirnos Jesús? Lo mismo de siempre, que él es el Hijo del Dios todopoderoso, justo y celoso, que odia el pecado y que castiga lo malo. No importa lo que nuestra sociedad actual, sumida en el libertinaje y el escepticismo pretenda inculcarnos. Dios no cambia, y su mensaje tampoco. Jesús tiene palabras de aliento, de perdón, de consuelo, y de esperanza. Jesús nos anima a que confiemos sólo en él, para esta vida y para la eternidad. Ante el terror, los miedos, las nubes de todo tipo que nos cubren, levantemos la vista y veamos sólo a Jesús (v 8). Querido Jesús, gracias por cambiar tu apariencia para mostrarnos la verdad. Amén.

12

“¿Y si me muero?” De cierto, de cierto les digo que, el que obedece mi palabra, nunca verá la muerte. Juan 8:51 “Usted no se va a morir.” Pagaríamos todo lo que tenemos porque el médico nos diera una noticia así. Porque, ¿a quién le gusta morir? Si no nos gusta la muerte de los demás, ¿por qué habría de gustarnos nuestra propia muerte? Es por ello que una noticia que indique que no vamos a morirnos todavía, es siempre una buena noticia. Jesús les hace a los judíos una afirmación que ellos nunca habían escuchado antes: “El que obedece mi palabra, nunca verá la muerte” (v 51). ¡Ésa sí que es una gran noticia! Pero, como sucede muchas veces, cuando Dios habla nosotros no lo entendemos, no estamos en sintonía con su Palabra. Para comprender las palabras de Jesús, nos ayuda pensar en la muerte como una separación. La muerte temporal, ésa que vemos todos los días a nuestro alrededor, es una separación sin posibilidad de reencuentro. En esa muerte pensaban los judíos, mientras que Jesús pensaba en algo más profundo y de consecuencias eternas. Los que recibimos el don de la fe, y guardamos su Palabra, no estaremos nunca separados de Dios. La muerte, temporal y eterna, es la consecuencia de nuestro pecado. De la muerte temporal no hay escapatoria: Dios se cobra nuestra desobediencia. La buena noticia de Jesús es que, gracias a su muerte y resurrección, no estaremos separados eternamente de Dios. En definitiva, la segunda muerte es infinitamente –literalmente– peor que la primera. Entonces, confiar en que la vida y obra de Jesús nos salvó de la segunda muerte, nos ayuda a enfrentar la muerte temporal. Padre todopoderoso, tú tienes poder para matar y para dar vida. Por tu Espíritu Santo, ayúdanos a permanecer fieles a tu Palabra de vida. Amén.

37

2 de marzo Lucas 6:36-38

25 de marzo Juan 8:31-42

Esclavos sin darse cuenta

Sistema de justicia casera

Nosotros somos descendientes de Abrahán, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir: “Ustedes serán libres”? Juan 8:33

Por lo tanto, sean compasivos, como también su Padre es compasivo. Lucas 6:36

Hay libertades que liberan, y libertades que esclavizan. Así es como lo entendía Jesús, pero los judíos estaban cada vez más confundidos. “Nosotros… jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir: ‘Ustedes serán libres’?” (v 33). En cierto sentido los judíos tenían razón, y tenían también un alto concepto de la libertad, porque aunque habían sido esclavizados en Egipto, en Babilonia, y en ese momento lo estaban siendo bajo los romanos, no se consideraban esclavos mientras pudieran adorar libremente. No era un mal concepto de la libertad, y hasta puede servirnos de ejemplo. Sin embargo, Jesús puso al descubierto su verdadera esclavitud. Los judíos habían creado un sinnúmero de reglas y decretos por medio de los cuales tenían cautivas las conciencias de las personas. ¿Acaso puede haber una esclavitud peor? La esclavitud a reglas y tradiciones, la esclavitud que usa el miedo como motivador, termina eliminando toda libertad. ¿Qué cosas te tienen esclavizado? ¿Rencores que no permiten que tu mente pueda ver las bondades de la vida? ¿Adicciones que te quitan la libertad de ser y de dar? ¿Telenovelas que roban tu tiempo y distorsionan tu realidad? ¿Miedos que paralizan tus iniciativas? “Si permanecen en mi palabra… conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (v 32), dijo Jesús. La libertad que Jesús nos da a través de su Palabra libera nuestra conciencia. No hay pecado que nos acuse, porque el poder del diablo –el acusador– fue vencido en la cruz. La esperanza de vida eterna es real. El perdón de los pecados nos libera de acusaciones y de miedos para que podamos servir sin rencores, sin angustias y sin incertidumbres. Ayúdanos, Señor, a reconocer y practicar la libertad que nos has regalado. Amén.

36

¡Me las vas a pagar! Ésta era una frase que escuchábamos a menudo en nuestros círculos de amigos de la infancia y juventud. Desde temprano en la vida aprendimos un sistema de justicia retributiva, porque cuando hacíamos algo indebido, nuestros padres nos castigaban. Desarrollamos nuestra vida social y nuestras relaciones a base al concepto de equidad: tú me haces algo malo, yo me las voy a cobrar. Tal vez ahora no lo digamos pero lo pensamos, porque no nos gusta que alguien nos “deba” algo. ¿Te acuerdas? “Me debes una disculpa”, “ya me debes unas cuántas”, “en algún momento me voy a cobrar todas las que me hiciste”. Y en medio de todo eso aparece Jesús con un concepto muy diferente de justicia y de mantener relaciones sanas: “Sean compasivos.” Seguramente hemos experimentado alivio cuando alguien fue compasivo con nosotros, cuando no nos exigieron siquiera una disculpa como parte de pago. ¡Qué bueno! ¡Borrón y cuenta nueva! ¿Cómo es posible pasar de un “me las vas a pagar” a un “te perdono”? Miremos al Padre en los cielos. Él no lleva la cuenta de lo que le debemos –y eso que le debemos mucho. Él es compasivo con nosotros. Jesús no nos perdonó para que tengamos licencia para pecar. Dios ha sido misericordioso con nosotros para que a su vez nosotros seamos misericordiosos con los demás. Si te estás preguntando si algunos que conoces merecen que les tengas compasión, vale que te preguntes también si ante el Padre celestial tú eres digno de merecer compasión. La compasión es la actitud de Dios que nos salvó la vida. Por lo tanto, sé compasivo, y ayudarás a otros a conocer el amor de Jesús. Gracias, Señor, porque por compasión pasas por alto mis deudas. Amén.

13

3 de marzo Mateo 23:1-12

24 de marzo Juan 8:21

El ojo de Dios Después de esto, Jesús dijo a la gente y a sus discípulos: “Los escribas y los fariseos se apoyan en la cátedra de Moisés. Así que ustedes deben obedecer y hacer todo lo que ellos les digan, pero no sigan su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen otra. Mateo 23:1-3 Si alguien piensa que Jesús no alcanza a ver todo lo que sucede en la vida, vuelva a leer este pasaje de Mateo 23. Jesús observó detenidamente a los escribas y fariseos: dónde estaban, qué hacían y decían ya fuera en las plazas, en las sinagogas, en el templo, o en los banquetes. Jesús fue tentado y confrontado por ellos muchas veces. Los líderes religiosos de Israel le cuestionaron sus enseñanzas, sus milagros, sus discípulos, y hasta su extraño e inusual nacimiento. Aun así, Jesús no se los sacó de encima ni los ignoró, y en ocasiones les enseñó con paciencia. Después de todas sus observaciones, Jesús se dirige a nosotros: “Tengan cuidado, hay líderes religiosos legalistas que oprimen severamente a la gente con sus leyes, agregando peso a las conciencias ya cargadas.” ¡Qué ironía! Por medio del perdón de los pecados obtenido por Jesús, Dios libera nuestra conciencia para siempre. ¿No tenemos suficientes cargas con nuestras culpas, dudas e incertidumbres como para que ahora algunos religiosos pretendan saber más que Dios y agregarnos otras cargas más? El legalismo es una forma grotesca de controlar a los hijos de Dios, y si su propósito es ejercer control, el propósito de Jesús es liberar, borrar nuestros pecados, quitarnos la culpa, reafirmarnos en el amor del Padre, y confirmarnos en la esperanza de la vida eterna. Cuando nuestra conciencia es liberada y encauzada a una nueva vida por el Espíritu Santo, los sufrimientos de Jesús cobran sentido. El Señor sigue mirándonos hoy, y a aquellos que están a nuestro alrededor. Su advertencia sigue vigente. Gracias, Padre, porque en Jesús nos perdonas, nos adviertes y nos cuidas. Amén. 14

¿Cómo es tu papá?

Entonces Jesús les dijo: “Cuando ustedes hayan levantado al Hijo del Hombre, sabrán entones que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que hablo según lo que el Padre me enseñó.” Juan 8:28 ¿Quién puede decir respecto de su Padre: “Yo hago siempre lo que a él le agrada”? Jesús pudo decirlo, y me imagino que con mucho respeto y orgullo. En el largo cruce de palabras del texto para hoy, se discute la paternidad de Jesús y la de los fariseos. Éstos, enemigos de Jesús, se consideraban hijos de Abrahán (v 39) y por lo tanto hijos de Dios, y consideraban a Jesús un hijo de padre ilegítimo: “Nosotros no hemos nacido de un acto de inmoralidad” (v 41), le dijeron, dando vuelta las cosas. ¡Jesús es hijo de Dios y ellos hijos del diablo! ¿Te has dado cuenta? Los fariseos no hablaban con orgullo de su Padre. Nunca anunciaron su amor y su cuidado, ni se mostraron felices de ser hijos de su padre Dios, sino arrogantes, como si ellos hubieran sido quienes eligieran a su Padre. Jesús desempeñó su vocación de hijo en plena obediencia. “Hablo según lo que el Padre me enseñó” (v 28). “Hago siempre lo que a él le agrada” (v 29). “Yo le digo al mundo lo que de él sé” (v 26). Pregúntale a Jesús: “¿Cómo es tu papá?” Verás que te responde con gran orgullo: “Mi Padre es respetuoso de todos. Muy celoso, por cierto, no tolera lo malo. Mi Padre está lleno de amor, por eso buscó la forma de traer de regreso a sí a todos sus hijos perdidos. Mi Padre tiene una casa grande, y me pidió a mí que la tuviera preparada para cuando ustedes vengan” (Juan 14:2). El Padre de Jesús es también nuestro Padre. Nacimos como hijos de Dios en nuestro bautismo. ¿Estás orgulloso de tu Padre celestial? ¿Haces lo que a él le agrada? ¿Le dices al mundo lo que de él sabes? Señor Jesús, ayúdanos a compartir lo que sabemos cuando nos pregunten: “¿Cómo es tu papá?” Amén.

35

23 de marzo Juan 8:1-11

Con las piedras en la mano

En la ley, Moisés nos ordenó apedrear a mujeres como ésta. ¿Y tú, qué dices? Juan 8:5 Puedo percibir en esta historia a los fariseos viniendo a Jesús con una actitud arrogante, ya sabiendo la respuesta a la pregunta que le harían al Maestro. ¡Sólo les faltaban las piedras en las manos! Los versículos bíblicos los tenían ya en la boca, el cuerpo del delito también, literalmente. ¿Qué pretendían? ¿Ajusticiar a la mujer? Si lo hubieran querido hacer, no necesitaban a Jesús. Lo que querían era que Jesús fuera el primero en arrojar la piedra y, si no lo hacía, lo podían acusar de no cumplir la ley. Tal vez sabían que Jesús trataba a los pecadores con compasión. La situación es clara. La ley no puede hacer otra cosa que declararnos culpables y arrojarnos piedras. La ley no puede perdonar, no es su oficio, no tiene la capacidad ni la fuerza. Los fariseos le pidieron a Jesús que interpretara la ley… pero Jesús les interpretó la vida. Jesús valora la vida y, mediante el perdón, nos da a todos los pecadores la oportunidad de comenzar de nuevo una vida diferente. ¿No es curioso que el único que no tenía pecado no ejerció su derecho a juzgar y tirar la primera piedra? En definitiva, Dios santo es el único que juzga y condena, o que juzga y libera. Jesús nunca tomó el pecado livianamente. La absolución fue acompañada de “y no peques más” (v 11). Dios juzgó y condenó a Jesús a la muerte a causa de nuestros pecados. Ahora él puede pronunciar sobre nosotros las palabras: “Yo no te condeno. Vete y no peques más.” El Señor Jesús valora nuestra vida como ningún otro lo hace, por eso nos llama al arrepentimiento, a recibir el perdón, y a encaminarnos a una vida de santificación. Eres tan misericordioso, Señor, que sueltas las piedras para abrazarnos. Amén. 34

4 de marzo Mateo 20:17-19

Anuncios que perturban Lo entregarán a los no judíos, para que se burlen de él y lo azoten, y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará.” Mateo 20:19 “Mejor no decimos nada”, pensamos cuando tenemos que darle una mala noticia a alguien. Es muy difícil dar malas noticias, porque no nos gusta ver sufrir a los demás. O, tal vez, porque no sabemos cómo van a reaccionar. Jesús llevó aparte a los doce y les dijo con mucho detalle el motivo del viaje a Jerusalén. Él iba a sufrir en manos de los religiosos primero, y del gobierno romano después. Antes de resucitar, Jesús iba a sufrir una muerte horrible. Jesús nunca dudó en decirles esto a sus discípulos, ni fue esta la única vez que les dijo semejante cosa. ¿El propósito? Que sus discípulos estuvieran advertidos. De la misma manera también les habló claramente cuando les advirtió que por su causa sus seguidores iban a sufrir persecución y muerte: “Les he dicho estas cosas para que, cuando llegue ese momento, se acuerden de que ya se lo había dicho”(Juan 16:4). Lo que importa aquí es que con Dios no hay incertidumbre: lo que él dice, sucede. ¿Fue una mala noticia la que Jesús le dio a sus discípulos? Quizás no, aunque tenga que ver con entrega, sufrimiento, azotes y muerte. Porque la resurrección que Jesús predice cambia esta noticia ¡en la mejor noticia del mundo! Jesús no tuvo el propósito de abrumar y asustar a los discípulos, sino ponerlos al tanto de los planes de Dios para liberarlos a ellos –y a nosotros—del sufrimiento eterno. El sufrimiento y la muerte de Jesús son la buena noticia de Dios, confirmada con su resurrección, que el castigo por nuestros pecados fue satisfecho. “Del dicho al hecho hay un largo trecho”, dice la sabiduría popular, pero esto no se aplica a Jesús. Lo que él dice, lo hace. Lo que nos prometió lo cumplirá. Estaremos en el cielo con él para siempre. Gracias, Señor, por tenernos informados de tus magníficos planes de salvación. Amén.

15

5 de marzo Lucas 16:19-31

22 de marzo Juan 11:1-45

Lázaro y Lázaro

Jesús con un nudo en la garganta

Abrahán le dijo: “Si no han escuchado a Moisés y a los profetas, tampoco se van a convencer si alguien se levanta de entre los muertos.” Lucas 16:31

Entonces Jesús, al ver llorar a María y a los judíos que la acompañaban, se conmovió profundamente. Juan 11:33

Lázaro, el hermano de María y Marta y amigo de Jesús, quien fuera resucitado por el Señor después de estar muerto por cuatro días, es el cierre perfecto a esta parábola. No creo que haya sido coincidencia que Jesús haya llamado Lázaro el mendigo de la parábola.

Ésta sí que es una historia con las ansiedades a flor de piel y las emociones más profundas atravesando el corazón. Es también una historia con una marcada vivencia espiritual. Lázaro muerto. María y Marta llorando. Jesús ausente. Los judíos reprochan a Jesús, y los discípulos le cuestionan su sabiduría cuando dice que quiere volver a Judea.

El Lázaro de la parábola no existió en la vida real, sino que Jesús planteó esta parábola para reafirmar la autoridad de la Palabra de Dios. La parábola termina con estas palabras: “Si no han escuchado a Moisés y a los profetas, tampoco se van a convencer si alguien se levanta de entre los muertos” (v 31). No hay milagro que convenza a nadie de la existencia de Dios, o de su amor por la humanidad. Sólo la Palabra tiene ese poder. Todo lo que necesitamos saber está escrito en la Biblia. Dios ha sido muy generoso en dejarnos “su carta de amor” de puño y letra. En ella encontramos la guía y la fortaleza para ésta y la otra vida. Volvamos al otro Lázaro, al hermano de María y Marta, al real, al que sí existió. Ese Lázaro había sido resucitado por Jesús después de haber estado muerto por varios días. Menos de una semana después de ese milagro, el lunes de la semana santa, Jesús es ungido en Betania en presencia de muchos, y también de Lázaro. Frente a tales acontecimientos, los principales sacerdotes decidieron matar a Jesús, ¡y también a Lázaro! (Juan 12:10). Los principales sacerdotes no sólo no escuchaban a los profetas, sino que también querían destruir las evidencias milagrosas del amor de Dios. Indudablemente, no hay milagros que puedan convencer al incrédulo. Qué sabio es el Señor, que nos dirige a lo único que nos hace crecer en la fe: su Palabra. Tu Palabra me dio vida, Señor, mantenme firme en ella. Amén.

¿Dónde está Jesús cuando lloramos? Está en camino, tomándose el tiempo para llegar en el momento oportuno. ¿No vivimos también nosotros historias con ansiedades que nos perturban, con emociones que nos desestabilizan, y con angustias que cuestionan nuestra espiritualidad? ¿No hay veces en que decimos, o al menos pensamos: “Si Dios hubiera estado aquí, esta desgracia no habría sucedido”? Las desgracias, incluidas la enfermedad y la muerte, suceden a pesar de todo, porque seguimos viviendo en un mundo que sufre las inevitables consecuencias del pecado. La gracia de Dios en Cristo también se muestra constantemente, porque su amor por nosotros nunca deja de ser. Cuando nuestras ansiedades cuestionen el accionar de Dios, cuando nuestras emociones se molesten porque Dios no estuvo presente en la forma y en el momento que nosotros esperábamos, cuando aquellos que nos acompañan le reprochen a Dios el no haber obrado de acuerdo a nuestro criterio, necesitamos recordar nuestra dimensión espiritual, que en definitiva es la más necesitada de nuestra vida, y la que Dios más interés tiene en rescatar. Lázaro fue levantado de los muertos con el imparable poder de Dios. Las ansiedades se calmaron, las emociones se reenfocaron, y los reprochadores se tuvieron que callar la boca… sólo por unos días. Lo que trascendió para siempre fue la acción de Jesús, que con un nudo en la garganta abrazó a sus amigos para aliviarlos y darles vida eterna. Jesús, enséñanos a esperar en ti. Sabemos que, en tu tiempo, nos socorres con tu amor. Amén.

16

33

21 de marzo Juan 7:40-53

6 de marzo Mateo 21:33-43, 45-46

¿De dónde eres? ¿Acaso no dice la Escritura que el Cristo será descendiente de David, y que vendrá de la aldea de Belén, de donde era David? Juan 7:42 “No soy de aquí, ni soy de allá…”, cantaba un popular juglar latinoamericano. Su canción estaba basada en el llamado de Abrahán, quien dejó su tierra y parentela y viajó años hasta radicarse en un lugar totalmente nuevo. Ser de alguna parte significa tener un origen, pertenecer a algún lugar, proceder de algún lugar. ¿De dónde vendrá el Mesías? Algunos sabían que las Escrituras atestiguaban que “el Cristo será descendiente de David, y que vendrá de la aldea de Belén, de donde era David (v 42). Los fariseos, a pesar de su estudio de las Escrituras y del análisis sociológico que hacían, no lograban conectar a Jesús con Belén. “¿Y éste de dónde salió?”, se preguntaban respecto a Jesús, negando la evidencia histórica de que Jesús había nacido exactamente donde estaba profetizado: en Belén de Judea. Jesús no discutió su lugar de origen terrenal, pero dejó claramente establecido que él venía de la eternidad, enviado por el Padre celestial (v 29). Jesús conoció la humildad del pesebre de Belén, pero conoció también la gloria inmaculada del cielo eterno. Por eso él es el Mesías salvador… porque conoce humildad y gloria, humillación y exaltación, crucifixión y muerte y resurrección, origen terrenal y destino eterno. Jesús comparte su existencia con nosotros, la terrenal –su crucifixión y resurrección redentora– y la celestial, en la bienaventuranza eterna junto al Padre. Tú, ¿de dónde saliste? Eso no tiene tanta importancia como saber a dónde irás. Gracias a la obra de Cristo puedes cantar: “No soy de aquí, soy de allá, del lugar que el Señor me preparó.” Gracias, Jesús, porque tu origen marca mi destino. Del cielo viniste, al cielo voy. Amén. 32

Historia condensada Jesús les dijo: “¿Nunca leyeron en las Escrituras: ‘La piedra que desecharon los constructores, ha venido a ser la piedra angular. Esto lo ha hecho el Señor, y a nuestros ojos es una maravilla’? Por tanto les digo, que el reino de Dios les será quitado a ustedes, para dárselo a gente que produzca los frutos que debe dar.” Mateo 21:42-43 Cuando estaba en la escuela secundaria, había dos libros de texto requeridos para la clase de Historia Universal. Los alumnos podíamos optar por uno, o por otro. Por no sé qué razón, a mí me tocó el libro que era mucho más largo que el de algunos de mis compañeros (se lo debo a mis padres que compraron el libro por mí). De ahí aprendí que condensar la historia en pocas páginas era todo un arte. ¡Ojalá a mí me hubiera tocado el libro más reducido! Hoy lo tengo aquí. En una simple y breve parábola Jesús resume toda la historia de la salvación: hay un dueño (Dios) que nos renta el mundo y la vida, y hay arrendatarios (nosotros) a quienes Dios les ofrece su salvación. Dios espera cobrar sus frutos (arrepentimiento, fe y obediencia). Israel lapidó a los enviados de Dios (los profetas). Dios envió a Jesús, a quien los arrendatarios (líderes religiosos de Israel) sacaron fuera de Jerusalén (la viña), y lo mataron. La parábola termina con una pregunta retórica: ¿Qué hará Dios con los que rechazan abiertamente a Jesús, y no producen frutos para el Padre? ¿Qué respuesta le darías a Jesús? No parece muy difícil dar una respuesta si miramos a nuestro alrededor, a todos los que abiertamente rechazan el llamado del Padre. ¡Que Dios les dé su merecido y los castigue severamente! Nuestro entendimiento de justicia no admitiría otra respuesta. Dios tampoco admite otra respuesta. El castigo final será una realidad para los que rechazan al Señor. ¿No habrá más gracia? Según este resumen de la historia de la salvación, la gracia tiene lugar sólo en este tiempo, mientras la palabra acerca de Jesucristo es proclamada. Necesitamos tener presente cada día que Dios volverá a recoger los frutos de la fe. Escuchemos y practiquemos la palabra de Dios para que, al final, podamos rendir cuentas con alegría. Amado Señor, afírmanos en la fe y en la esperanza de tu regreso glorioso. Amén. 17

20 de marzo Juan 7:25-31

7 de marzo Lucas 15:11-32

Tres actitudes

El tiempo en sus manos

‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo… Su padre lo vio y tuvo compasión de él. Corrió entonces, se echó sobre su cuello, y lo besó… Cuando el hermano mayor escuchó esto, se enojó tanto que no quería entrar. Lucas 15:18b-19a, 20b, 28a

Y aunque procuraban aprehenderlo, ninguno le puso la mano encima, porque su hora aún no había llegado. Juan 7:30

¿A quién crees que puedes representar en la parábola? ¿Al hijo menor, insolente y despilfarrador, que vive todo tipo de inmoralidades, gastando lo que recibió del trabajo de su padre? ¿Representas a ese mismo hijo, sumido en la desesperación, sin nada más que los recuerdos de los buenos tiempos en su casa paterna? ¿Eres ese hijo menor que se vuelve arrepentido a pedir misericordia? ¿O eres tal vez como el hijo mayor, trabajador, honrado, alguien con quien el padre siempre puede contar? ¿Tienes, como el hijo mayor, los celos que te impiden aceptar a tu hermano arrepentido? Me imagino que estos dos hijos no son ejemplos exhaustivos, pero tal vez a veces eres tan extremista como ellos. Tal vez, a veces, te encuentres en el medio. O tal vez, a veces, seas los dos al mismo tiempo. Sin embargo, con el ejemplo de estos dos hijos, Jesús cubre todas nuestras actitudes. Pero hay algo más, y más importante aún: la actitud del padre. Si queremos personificar la gracia de Dios, aquí la tenemos en el padre que no discutió cuando el hijo menor, sin ningún derecho legítimo, le pidió su parte de la herencia. Aquí tenemos un padre lleno de gracia que estaba esperando con ansias al hijo perdido para abrazarlo sin reproches y hacer una fiesta. Aquí tenemos, en el Padre, la gracia personificada que rogó al hijo mayor que entrara a compartir la alegría del regreso del hijo perdido. Nuestras actitudes cambian: van del hijo menor al hijo mayor quizás en un mismo día. Pero la actitud de gracia del padre no cambia nunca. Él nos espera, nos abraza, nos prepara una fiesta, y nos invita a que entremos al banquete. Te alabamos, Padre, porque nos esperaste y nos recibiste tal cual somos. Amén. 18

Entre todas las cosas que Dios creó al principio, también se incluye el tiempo. Antes de eso, sólo existía la eternidad. Día a día Dios fue creando todas las cosas: el agua, los animales, las plantas, el hombre, las horas, los días, y las noches. Como creador de todas las cosas, él tiene paternidad y autoridad sobre todo, incluido el tiempo. La autoridad de Dios sobre el tiempo se muestra claramente en toda la Biblia cuando, a su tiempo, liberó a su pueblo de Egipto, y a su tiempo envió profetas para anunciar salvación, y cuando, al cumplirse el tiempo señalado, “Dios envió a su Hijo” (Gálatas 4:4). Cuando el Hijo de Dios estaba enseñando libremente en el templo, durante la fiesta de los tabernáculos, algunos procuraban aprehenderlo, pero “ninguno le puso la mano encima porque su hora todavía no había llegado” (v 30). ¡Por supuesto! ¿Desde cuándo pensamos que podemos manejar nosotros los tiempos de Dios? Jesús iba a ser arrestado y crucificado cuando su Padre lo dispusiera, no cuando a los judíos se les antojara. Nosotros no tenemos autoridad sobre los tiempos, mucho menos sobre nuestra salvación, ni sobre los planes de Dios respecto a nuestra vida. A su tiempo Dios nos hizo sus hijos mediante el Bautismo. De acuerdo a sus tiempos, él permite que pasemos por situaciones difíciles para liberarnos en algún momento y consolarnos con ternura. Nada ocurre al azar en los tiempos de Dios. A su tiempo también nosotros moriremos y resucitaremos a la vida en la eternidad. Padre, ayúdanos a aceptar tus tiempos, y guíanos a aprovechar este tiempo cuaresmal para estar más cerca de ti. Amén.

31

8 de marzo Juan 4:5-42

19 de marzo Juan 5:31-47

Muchos testigos

Conocimiento profundo

Las obras mismas que yo hago son las que dan testimonio de mí, y de que el Padre me ha enviado. Juan 5:36

Jesús le dijo: “Ve a llamar a tu marido, y luego vuelve acá.” La mujer le dijo: “No tengo marido.” Jesús le dijo: “Haces bien en decir que no tienes marido, porque ya has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido. Esto que has dicho es verdad.” La mujer le dijo: “Señor, me parece que tú eres profeta.” Juan 4:16-19

En una ocasión serví como jurado en un caso criminal en una corte de los Estados Unidos. El juez nos instruyó a los doce miembros del jurado a basar nuestra decisión exclusivamente en el testimonio, o las pruebas, que presentaran los abogados. No hubo testigos humanos, sólo pruebas que condenaban o absolvían. Después que Jesús curó al paralítico en Betesda un día de reposo, sus enemigos buscaban pruebas que lo condenaran, y acusaban a Jesús de dar testimonio de sí mismo, algo que las leyes del Antiguo Testamento no aceptaban (v 31). Como su hora todavía no había llegado, Jesús presentó a quienes le perseguían una serie de testigos que comprobaban que él era el Hijo de Dios. El primer testigo a favor de Jesús fue Juan el Bautista (v 33), quien claramente dijo que Jesús era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El segundo testigo fueron las propias obras de Jesús (v 36) que ningún otro ha podido hacer. El tercer testigo fue el Padre celestial (v 37), quien anunció púbicamente: “Éste es mi Hijo amado. Escúchenlo.” El cuarto testigo fueron las Escrituras (v 39) que dan testimonio de Jesús. El quinto testigo fue Moisés (v 46), quien escribió claramente acerca del Mesías y su obra. Con todos estos testigos Jesús se defendió magistralmente pero, más que nada, nos dejó a nosotros una prueba irrefutable de su amor: su cruz y la tumba vacía. Ésas son las obras del Mesías que cambiaron nuestra vida. Nosotros no tenemos que ir a la cruz ni permanecer en la tumba para siempre, porque esas obras de Jesús se aplican a nosotros. Él ganó el juicio por nosotros frente a nuestros enemigos. Gracias, Jesús, porque toda la Escritura testifica de tu gracia. Amén.

No pude averiguar cuántos metros de profundidad tenía ese pozo de Jacob. Las enciclopedias sólo dicen que era un pozo profundo cavado en la roca. ¿No es esto un claro simbolismo del corazón de esa mujer, endurecido por las circunstancias de la vida? Sin embargo, para Jesús no hay rocas que él no pueda romper, ni profundidades a las que no pueda llegar. La mujer corrió al pueblo a contarle a sus vecinos: “Me ha dicho todo cuanto he hecho” (v 29). La samaritana quedó conmovida y movilizada porque Jesús conocía profundamente su historia, esa historia que seguramente la avergonzaba y limitaba en sus relaciones. ¿Cuán profundamente has enterrado tus historias secretas? ¿Has levantado murallas de piedra para que nadie conozca las cosas que te avergüenzan? Jesús las conoce, y no se ríe de ellas. Él sabe cuánto duelen, cuánto molestan, cuánto limitan tu sinceridad, y cuánto destruyen tu autoestima. La historia de la samaritana es la de cada uno de nosotros. Jesús viene a nuestro encuentro, a la hora más incómoda a veces, a conversar con nosotros, a decirnos que nos conoce profundamente, y a ofrecernos el perdón que calma nuestra sed para siempre. ¿Se querrá quedar Jesús con nosotros después de lo que ve en nuestro corazón? Por supuesto que sí, así como se quedó en ese pueblo de Samaria para animar, consolar, e instruir a sus habitantes acerca del amor de Dios por su creación caída. Quédate con nosotros, Jesús. Tú nos conoces mejor que nadie. Tú nos calmas. Amén.

30

19

9 de marzo Lucas 4:24-30

18 de marzo Juan 5:17-30

Expectativas

Dos resurrecciones

Al oír esto, todos en la sinagoga se enojaron mucho. Se levantaron, lo echaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el que estaba edificada la ciudad, para despeñarlo. Pero él pasó por en medio de ellos, y se fue. Lucas 4:28-30

La hora viene, y ya llegó, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan vivirán. Juan 5:25

Las expectativas irreales son una invitación a la desilusión, al enojo, y a la violencia. Parece que eso fue lo que sucedió aquel sábado en Nazaret. Jesús recién había comenzado su ministerio público. Después de su bautismo, “Con el poder del Espíritu, Jesús volvió a Galilea; y su fama se difundió por todos los lugares vecinos. Enseñaba en las sinagogas de ellos, y todos lo glorificaban.” (Lucas 4:14-15). Tal vez los nazarenos, que vieron crecer a Jesús y que estaban asombrados por todo lo que Jesús había hecho en Cafarnaún, tenían grandes expectativas ahora que Jesús se encontraba de regreso entre ellos. ¿Qué esperaban de Jesús? No lo sé, pero lo que se revela por las palabras de Jesús y por el enojo de ellos es que lo que querían—lo querían para ellos solos. Esta es la primera enseñanza que se registra de Jesús en una sinagoga. En ella, el Señor explica que el amor y el cuidado de Dios se extienden más allá de los límites de una nación, de un grupo étnico o de un determinado grupo religioso. ¿Cuáles son nuestras expectativas respecto de Dios? ¿Qué esperamos de él? Para no desilusionarnos ni frustrarnos con el Señor, tenemos que tener muy en claro quién es él y cuál es su voluntad para con nosotros. Dios infinito piensa mucho más allá de nuestra limitada percepción de la vida. Dios piensa en nuestro presente, pero sobretodo en nuestro futuro eterno. Dios va más allá de lo material y emocional, ¡va más allá de nosotros mismos! Dios va también por el otro, por aquel que no es como nosotros, por el que, según nuestra percepción, es un caso perdido. No tenemos que olvidar que en un momento nosotros éramos un caso perdido, pero la gracia nos encontró y nos dio el don de la fe. La gracia de Dios sobrepasa nuestras limitadas expectativas.

Comentando sobre este pasaje del Evangelio de Juan, San Agustín (siglos IV y V), escribió: “Así pues, ocurre una resurrección ahora, y los hombres pasan de muerte a vida; de la muerte de la infidelidad a la vida de la fe; de la muerte de la falsedad a la vida de verdad; de la muerte de la iniquidad a la vida de justicia. El Señor Jesús quería hacer que conociéramos una resurrección de la muerte antes de la resurrección de los muertos.” Así, entendemos que sólo los que experimentaron la primera resurrección, creen en la segunda –y definitiva– resurrección de los muertos. ¡Es increíble: “Los muertos oirán la voz del Hijo de Dios”! (v 25). Un muerto no oye nada a menos que Dios lo despierte. Para resucitar, los muertos dependen totalmente de la voz de Dios. Estas palabras de Jesús nos traen gran alivio, porque reconocemos nuestra total incapacidad para darnos vida a nosotros mismos. La voz de Dios, que creó el mundo donde vivimos y que le dio vida a las plantas y a los animales, es la misma voz que nos dio vida cuando nos dijo que nuestros pecados estaban perdonados a causa de Cristo. Y esa misma voz nos dará vida nueva y definitiva en la nueva creación. Escuchar la voz de Dios cada domingo y leer su mensaje cada día nos reafirma en esta verdad para mantenernos en la esperanza de la vida eterna. ¿Hay alguien a tu lado que no ha escuchado todavía la voz de Dios? Dios te ha hablado palabras de amor y de esperanza. Compártelas. Amoroso Señor, abre nuestros oídos para escuchar tus palabras de vida eterna, y nuestros labios para compartirlas. Amén.

Padre, con tu gracia, y a través de Jesús quieres llegar a cada una de tus criaturas. Haznos parte de tu voluntad de alcanzar a todos. Amén. 20

29

10 de marzo Mateo 18:21-35

17 de marzo Juan 5:1-16

Gente que ama a la gente y gente que no

¿Cuánto debes?

Jesús le dijo: “Levántate, toma tu lecho, y vete.” Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho y se fue. Juan 5:8-9

Entonces se le acercó Pedro y le dijo: “Señor, si mi hermano peca contra mí, ¿cuántas veces debo perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le dijo: “No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” Mateo 18:21-22

Uno contento y muchos enojados. El enfermo de Betesda se pasó 38 años tirado en su lecho viendo cómo pasaba la vida, y cómo algunos, con mejores posibilidades, llegaban antes que él al lugar de las curaciones. “No tengo a nadie”, era su lamento y, seguramente, su triste realidad. Jesús lo ve, va a su encuentro, y lo sana… y permanece en el anonimato. Jesús ama a la gente.

Que yo sea quien soy en este momento se lo debo a la educación que mis padres me dieron con tanto esmero. Especialmente, les debo el haber sido criado en un hogar cristiano, con celo y con temor por las cosas del Señor. ¿Podré algún día pagarles a mis padres todo lo que hicieron por mí? ¡No habría manera! Es más, ellos no esperarían de mí ninguna retribución, solamente que viva como fui enseñado.

¿Quiénes son los enojados? Los que no aman a la gente. En este caso, los fariseos, más interesados en el rígido cumplimiento de sus propias leyes que en amar a las personas. En realidad, ellos se amaban a sí mismos y a la ley que les daba autoridad para controlar a los demás. Jesús curó para vida y perdón: “No peques más, para que no te sobrevenga algo peor” (v 14). Los fariseos vigilaban para enojarse y hacer planes de muerte. No sé cuáles son tus enfermedades, si son físicas o emocionales. No sé si lo que te sucede te tiene tirado y ves cómo se te pasa la vida mientras otros tienen más suerte. Tal vez “no tienes a nadie” que te dé una mano, un empujón para salir adelante. Pero sí sé que Jesús te ve, sabe de tu vida, necesidades y angustias, y ejercita su amor y su perdón para levantarte y ponerte en marcha. No me cabe duda que hay algunos a nuestro alrededor que no nos aman, que no les importa si “no tenemos a nadie”, que nos celan, que buscan controlarnos. Jesús también está a nuestro alrededor y, por medio de su Palabra, nos levanta, nos sana con su perdón, y nos envía a una nueva vida. Santo Dios, tu misericordia también me alcanzó y me dio nueva vida. Muchas gracias. Amén.

28

Mi experiencia en un hogar cristiano me ayuda a entender esta parábola de Jesús. Estoy convencido que ésta es una de las parábolas más fáciles de entender; lo que tal vez sea difícil es su puesta en práctica. A menos que entendamos cabalmente la gracia de Dios, que a causa de la muerte y resurrección de Jesús pagó la inmensa deuda que teníamos con él debido a nuestro pecado, encontraremos muy difícil poner en práctica esta parábola. ¿Llevas la cuenta de cuántas veces Dios te perdonó hoy? ¿Y ayer? ¿Y en el último mes? ¿Y en los últimos años? ¿Es posible llevar semejante cuenta? ¿Por qué, entonces, contamos las veces que perdonamos a los demás? El discípulo Pedro no quería contar más que siete veces, y no es que no supiera contar, sólo que pensaba que su perdón tenía un límite, seguramente porque todavía no había aprendido de lo ilimitado del perdón de Dios. Cuando tengamos que perdonar, miremos cuánto nos ha perdonado Dios. Cuando nos cueste perdonar, miremos la cruz para ver cuánto le ha costado a Dios darnos el perdón. Que seamos cristianos, se lo debemos a Dios. Como él sabe que no podemos pagarle, sólo espera que vivamos de acuerdo a como fuimos enseñados por él. Gracias, Jesús, por pagar mi deuda. Ayúdame a vivir de acuerdo a tu voluntad. Amén. 21

11 de marzo Mateo 5:17-19

16 de marzo Juan 4:43-53

Dios no se adapta

El milagro de la vida

No piensen ustedes que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. Mateo 5:17

Y ese hombre creyó en lo que Jesús le dijo. Juan 4:50

Le dijo un joven adolescente a su terapeuta: “Tengo un padre represivo, no me gusta vivir con él.” La respuesta del consejero lo tomó por sorpresa: “Menos mal que tienes un padre represivo. ¡No me imagino lo que sería de tu vida si él te dejara hacer lo que quisieras!” Jesús reaccionó como ese terapeuta: “Imagínense si Dios los dejara vivir como ustedes quisieran, ¡se destruirían entre ustedes en poco tiempo!” Y nos estamos destruyendo por no seguir la ley de Dios. Cada día matamos a miles de niños en el vientre de sus madres; estafamos cada vez que tenemos oportunidad y nadie nos ve; destruimos el fundamento universal de la sociedad al juntarnos para vivir en pareja fuera del estado matrimonial instituido por Dios; nos adaptamos a la sociedad moderna para vivir como nos da la gana. ¿Qué pasó? Algunos piensan que Dios no existe, por lo cual no tendrán que rendir cuentas a nadie. Otros piensan que Dios se adapta a nuestra forma de pensar y de proceder, y que será condescendiente con nuestras malas decisiones. Pero Jesús no se adapta. “No piensen ustedes que he venido a abolir la ley… sino para cumplir” (v 17). Si Jesús se hubiera adaptado a la sociedad de su tiempo, o a la sociedad posmoderna de la cual somos parte, el perdón de los pecados sería un olvido ficticio, y para entrar al cielo habría que sobornar algún ángel-funcionario (¡como si de algún modo esto fuera posible!). Demos gracias porque tenemos un Padre celestial con reglas claras, y con una actitud santa y amorosa hacia nosotros. Demos gracias porque Jesús cumplió perfectamente la ley, para que nosotros podamos beneficiarnos por ese cumplimiento. Demos gracias a Dios porque tanto su ley sigue como su gracia siguen vigentes. Dios decidió no adaptarse a nosotros, sino que siguió el camino preestablecido desde la eternidad, recto y justo, para ponernos a su altura.

Recuerdo a menudo la frase: “Qué extraño es el hombre, nacer no pide, vivir no sabe, morir no quiere.” No sé quién fue su autor, pero creo que en pocas palabras resume muy bien nuestra existencia humana. No hemos pedido nacer—la vida es un don de Dios, y nos aferramos a ella como si fuera nuestra. Mientras estábamos en incredulidad no pedimos la fe—la fe es un don de Dios para vida eterna. Esto es lo que trata la historia de hoy. La segunda señal que hizo Jesús cuando fue de Judea a Galilea consta, en realidad, de dos milagros: la sanación del hijo del oficial –el don de Dios de la vida– y la conversión del oficial y de toda su familia –el don de Dios de la fe para vida eterna. La frustración de Jesús es que las cosas de esta vida no nos dejan ver la importancia de la vida con Dios. “Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen” (v 48). Sin embargo, su amor fue más fuerte que su frustración, por lo que les otorgó al oficial y a su familia la vida y la fe para vida eterna. Pienso en las horas de caminata de regreso al hogar de este padre, con la afirmación de Jesús en su mente: “Tu hijo vive” (v 50). Pienso en su ansiedad por ver bien a su hijo, en su experiencia de su encuentro con Jesús, en su asombro, y ahora también en su fe. Así es nuestro camino: recibimos el don de la vida y el don de la fe para vida eterna. Es un camino de ansiedades y asombro donde abunda el amor de Dios que nos sustenta y anima, un camino lleno de señales del poder de Jesús, que nos transforma por medio de su Palabra. Gracias, Señor, por el don de la vida y por el don de la fe para vida eterna. Amén.

Gracias, Padre, porque tu ley no cambia, porque Jesús no cambia, porque tu Palabra sigue llamándonos al arrepentimiento. Amén. 22

31

12 de marzo Lucas 11:14-23

15 de marzo Juan 9:1-12

¿Quién fue?

Dios es radical

Rabí, ¿quién pecó para que éste haya nacido ciego? ¿Él, o sus padres? Juan 9:2

[Jesús] les dijo: “Todo reino dividido contra sí mismo queda devastado. No hay casa que permanezca, si internamente está dividida… El que no está conmigo,está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama.” Lucas 11:17, 23

De niños jugábamos a la pelota en la calle, bastante amplia por cierto, aunque a veces nuestro entusiasmo pasaba los límites que nos habíamos marcado, y terminábamos rompiendo algún vidrio de la casa de un vecino. “¿Quién fue?” El vecino quería encontrar al culpable para que pagara los daños. “¿Quién fue el culpable?”, le preguntaron los discípulos a Jesús. Pero más que buscar un culpable para pagar los daños, los discípulos estaban confundidos teológicamente, según la creencia religiosa popular de aquel entonces, y quizás un poco también de algunos hoy en día: porque si sufres una desgracia, es porque cometiste un pecado serio. Un ciego de nacimiento produce un conflicto con esta enseñanza, porque si los padres son culpables, ¿por qué tiene que pagar el hijo? Y si el hijo es culpable, ¿cómo puede pecar desde el vientre de su madre?

En algún momento el apóstol Pablo nos habla de su personalidad contradictoria, o al menos de sus actitudes contradictorias. “No entiendo qué me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco… Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Ro 7:15, 19). Esas contradicciones las experimentamos todos los hijos de Dios porque sabemos lo que Dios espera de nosotros, pero sufrimos la fuerza del pecado que lucha en contra de la voluntad divina. Podríamos decir que ese “estar dividido” es normal y aceptable, porque aunque fuimos redimidos, todavía seguimos siendo pecadores.

Ciertamente, a veces sufrimos las consecuencias de nuestras malas decisiones y de nuestros pecados. Pero la enseñanza de Jesús abarca más, va más profundo, hasta tocar la raíz de nuestra corrupción. Todos somos pecadores, todos sufrimos, ya sea en mayor o menor grado.

La historia de Jesús curando a un endemoniado termina revelando dos verdades radicales de Dios: “No hay casa que permanezca, si internamente está dividida… El que no está conmigo, está contra mí” (Lucas 11: 17b, 23a). xAunque somos redimidos y pecadores al mismo tiempo, nuestra confianza no puede estar dividida ni nuestra fidelidad puede ser neutral. Así como una mujer no puede estar medio embarazada, sino que lo está o no lo está, así nosotros no podemos ser medio o casi creyentes.

La respuesta de Jesús podría haber sido: ¿Y eso que importa? ¿De qué sirve saber quién fue, o por qué lo hizo? ¿En qué ayudaría eso? Sin embargo, Jesús no se pregunta si hubo un culpable o por qué sucedió, sino para qué sucedió, e inmediatamente da la respuesta: para manifestar la gloria de Dios.

En el Bautismo, Dios nos engendró de nuevo. No somos ni casi nacidos ni casi hijos, sino hijos de nuestro Padre celestial. Como hijos pecamos, nos enfermamos, nos confundimos y nos contradecimos, pero seguimos siendo hijos. No le pertenecemos a medias al Padre. Le pertenecemos por completo.

El ciego de nacimiento, sin saberlo, vivió en sufrimiento para que Dios pudiera mostrarle ahora mucho más de lo que sus ojos pueden ver.

Dios engendró en nosotros una nueva vida que se proyecta hacia la eternidad. Él alimenta esa nueva vida por medio de su Palabra y la Santa Cena, para que seamos hijos fuertes que están a su favor.

Entonces, en tus sufrimientos, espera. Jesús pasará por tu vida para mostrarte su gloria en una forma que no te imaginas, mucho más allá de lo que puedes percibir con tus sentidos. Ayúdame a confiar, Padre, en que tu misericordia se manifestará aún más de lo que hoy puedo ver. Amén. 26

Caminar con Dios, a su lado y a su favor, ¿puede haber algo más consolador? Gracias, Señor, porque no estás dividido, porque tu amor es radical, porque lo das todo y lo esperas todo. Amén. 23

14 de marzo Lucas 18:9-14

13 de marzo Marcos 12:28b-34

El más importante Uno de los escribas… le preguntó [a Jesús]: “De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?” Jesús le respondió: “El más importante es: ‘Oye, Israel: el Señor, nuestro Dios, el Señor es uno.’ Y ‘amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’ Marcos 12:28b-30 Cuando le hacemos una pregunta a Jesús tenemos que estar preparados para una respuesta sorprendente. El diálogo que se generó a partir de la pregunta del escriba es uno de los más honestos, sabios, profundos, y enriquecedores que encontramos en los evangelios. Una sola pregunta dio lugar a una respuesta triple. La primera parte de la respuesta de Jesús ni siquiera es un mandamiento: el Señor es uno. Esto es, más bien, una confesión de fe, muy clara, por cierto, ante tanto politeísmo vigente en la región en los tiempos de Jesús. Luego siguen los mandamientos de amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Estas tres cosas son inseparables. Sólo es posible amar a Dios cuando lo reconocemos como el único Dios. No en vano el primer mandamiento del decálogo es: “No tengas otros dioses además de mí.” Dios es el único, y espera que nosotros lo confesemos como tal. Por otro lado, el amor a Dios se estanca y se pudre si no amamos al prójimo como a nosotros mismos. Amar al hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, es respetar al Dios que lo creó. Amarnos a nosotros mismos, sin vanidad ni egoísmo, es respetarnos a nosotros y al Dios que nos creó. Entonces, ¿a cuántos dioses servimos y nos aferramos además de al único Dios? ¿A quiénes y a qué cosas amamos tanto que nos roban el tiempo, la energía, y los recursos para servir a Dios sirviendo a los demás? Conviene reenfocarnos en la afirmación de Jesús: nuestro Dios es uno. Él es, además, poderoso y amoroso, y sumamente generoso con nosotros que no merecíamos tanta atención. La cruz de Jesús nos revela su amor sufriente por nosotros, y la tumba vacía nos asegura que en nuestro Señor encontramos la vida eterna. Gracias, Señor, porque no tenemos que elegir dioses. Tú nos elegiste, nos amaste, y nos enseñas a amar. Amén. 24

¿Con quién te comparas? “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.” Lucas 18:14b “Las comparaciones son odiosas”, escuché decir alguna vez. También escuché que si te comparas con alguien peor que tú te vuelves vanidoso, y que si lo haces con alguien mejor que tú te vuelves vano y amargado. A esto agrego: ¿Quién decide quién es peor o mejor que nosotros? Esta parábola de Jesús se basa en esa mala costumbre que tenemos de compararnos con otros. ¿De dónde salió esa práctica dañina tan común? La Biblia nos da la respuesta: si comen de la fruta del árbol prohibido, dijo el diablo, “se les abrirán los ojos, y serán como Dios” (Génesis 3:5). El diablo nos engañó haciéndonos creer que íbamos a ser como Dios, y terminamos siendo como él: mentirosos y ciegos a la verdad. El fariseo de la parábola se mintió a sí mismo, desconociendo la verdad de su profunda corrupción, y se comparó con otros de su propia elección, para alabarse ante Dios. El cobrador de impuestos, despreciado y descalificado por sus conciudadanos por el tipo de trabajo que tenía, se comparó con Dios, y descubrió la verdad: “Soy un pecador” (v 13). Quien se comparó con otros, pensó no necesitar la gracia; quien se comparó con Dios, imploró misericordia. Esta enseñanza de Jesús dirige nuestros ojos hacia nosotros mismos y hacia nuestro Padre celestial. Sólo cuando vemos que no somos mejor que nadie, reconocemos que necesitamos la gracia de Dios. No te preocupes si tienes vergüenza de levantar la vista al cielo: la misericordia de Dios baja hasta ti, y al perdonarte te hace caminar con la mirada puesta en el cielo. Padre, tu misericordia es más grande de lo que puedo imaginar. Ayúdame a vivir bajo ella. Amén.

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