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Del Beagle a la Cruz del Sur: análisis de las relaciones argentinochilenas
“La invasión sería el sábado 23 de diciembre. No queríamos que coincidiera con la Navidad”. Con tal desparpajo, el dictador Jorge Rafael Videla se refería al inminente conflicto bélico entre Argentina y Chile, emplazado allá por el año 1978, en su entrevista con Ceferino Reato1. Reflexionar sobre esta situación, hoy día, parece inverosímil. Ambos países, que comparten frontera a través de la Cordillera de los Andes, son estratégicos socios políticos, económicos e incluso militares, hecho que se adhiere a una sostenida experiencia democrática, que sustenta el ideal de amistad y cooperación. Por ello se vuelve imperioso analizar la rotación de 180º en la relación argentino-chilena, desde el denominado Conflicto del Beagle y la relación de enemistad; hasta la formación de una experiencia militar combinada como la Fuerza de Paz Binacional Cruz del Sur, en una marcada vinculación amistosa. Si bien el análisis puede encararse desde diversas perspectivas, tanto el constructivismo wendtiano como el liberalismo de Doyle pueden abarcar este fenómeno desde escuelas teóricas que se centran en las relaciones internacionales para explicar distintos fenómenos de la política exterior de los Estados y sus sociedades. En primer lugar, es menester identificar el conflicto desencadenante de este ensayo: la disputa por el canal de Beagle entre Argentina y Chile en el año 1978. Si bien esta problemática recorrió gran parte del siglo XX y fines del siglo XIX, el clímax de la cuestión comenzó a forjarse en el antecedente directo de 1971. Es importante resaltar que la desembocadura del canal antes citado, marca el límite 1
Reato, Ceferino. Disposición Final. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 2012.
fronterizo entre las dos naciones en pugna. La diferencia entre ambas pasaba por la línea imaginaria que dividía la desembocadura del canal, dejando de un lado u otro a pequeñas islas en las que destacan Picton, Nueva y Lennox (conocido como grupo PNL) entre otros diminutos islotes. La salvedad estratégico militar es que éstas islas le otorgarían (y otorgan) salida al Océano Atlántico a Chile y recortarían soberanía a la Argentina, limitándola hasta el mismo canal de Beagle y no, como era pretensión, también hacia el sur del mismo. Fue entonces en 1971, bajo las presidencias de Alejandro Lanusse (de facto) y Salvador Allende (democrática), cuando se conformó el Compromiso de Arbitraje entre Argentina y Chile, otorgándole la potestad de juez a un comité conducido por el Reino Unido (con el que curiosamente la Argentina entraría en guerra años después). Así fue que el ya constituido Laudo Arbitral de 1977 dictaminó, en resumidas cuentas, aguas navegables para ambos países, con un preeminente favorecimiento a la posición chilena sobre la soberanía de las islas del grupo PNL, en tanto consideradas como “pacíficas” y no “atlánticas”. Como era de esperar, el gobierno chileno del presidente de facto Augusto Pinochet acató rápidamente la medida, convirtiendo en ley lo estipulado por el Laudo Arbitral, e incluso nombrando alcaldes de mar para los territorios obtenidos. La contracara se ubicó en el lado argentino, con el presidente de facto Jorge Rafael Videla a la cabeza. La decisión no fue acatada por el gobierno, declarando nulo el fallo “con el argumento de que el árbitro se había excedido en la zona a definir”2. De ésta forma, con la dilatación del conflicto, el escenario entró en tensión. Las relaciones entre los países vecinos se deterioraron considerablemente, más allá de una tradición que no se acercaba a la confraternidad. La resolución del problema pasó entonces a las manos de los jefes de Estado. Ambos dictadores militares –sangrientos, valga la aclaración- se reunieron dos veces a fin de destrabar la situación. En la primera reunión, llevada 2
Ibíd.
a cabo en El Plumerillo, Mendoza, las posiciones parecieron acercarse con un Pinochet dispuesto a negociar. En la segunda, emplazada en Chile, todo sucedió al revés. Pinochet se mostró rígido e incluso se desdijo de sus palabras en el primer encuentro, tensando la cuerda aún más. La situación se tornó insostenible para el gobierno argentino, en el que los faccionalismos ya empezaban a mostrar sus huellas. La división entre el sector más duro del Ejército, denominados los “halcones” (Menéndez, Suarez Mason) y el sector más laxo, denominado “palomas” (Videla, Viola) se bifurcaba a la hora de las respuestas al conflicto. Lógicamente, los “halcones” pergeñaron la idea de guerra con Chile, movilizando todo el aparato militar hacia fines de 1978 con la esperanza de dar el golpe en el “Día D, Hora H” ya prefijado. Consideraban que el ataque a Chile sería sencillo, con una guerra corta que se anticiparía a cualquier acción de respuesta por parte de terceros Estados que se involucraran (principalmente, los Estados Unidos). Por el otro lado, las “palomas” tenían una línea mucho más pacífica. Videla nunca estuvo de acuerdo en comenzar la guerra, siendo “víctima” de los propios reacomodamientos y presiones al interior de la Junta Militar. Sabía que la decisión de invadir Chile podría acarrear grandes sanciones internacionales. A fin de cuentas, la resistencia de las posiciones provocó que la situación llegara al pico de la escalada bélica, con planeamientos y organizaciones militares ya predispuestas a enfrentarse, Chile para defenderse y Argentina para atacar. Justamente, fue en aquel instante cuando un recién asumido Juan Pablo II entró en la mediación de la disputa, enviando al cardenal Samoré a negociar una salida pacífica, refrenando a los países vecinos del intento armado. Finalmente, tras largas deliberaciones de Samoré con los militares de un lado y del otro, ambos gobiernos decidieron aceptar la mediación papal en la contienda, debido tanto a la profunda tradición católica de las dos naciones, como al rechazo a aceptar reprimendas internacionales al desvincularse de una decisión proveniente del mismísimo
Vaticano. Si bien la decisión papal –muy cercana al Laudo Arbitral- no fue ratificada por Argentina (y sí por Chile) en 1980, el conflicto entró en un período de cierta distensión que culminaría en paz bajo el gobierno democrático de Alfonsín, en 1984, con la aprobación del referendo popular no vinculante sobre la cuestión del canal de Beagle, en el que gran parte de la ciudadanía argentina, cerca del 82%, decidió aceptar la oferta papal y cerrar así un episodio conflictivo de su historia moderna, inaugurando una etapa de consolidación, si bien en forma lenta, de relaciones en términos mucho más amistosos entre Santiago y Buenos Aires. Una vez descripto el escenario, es factible atribuir ciertos rasgos conceptuales de distintas teorías a las relaciones exteriores de los dos países antes mencionados, en los que se evidencia una clara evolución. Sería difícil pensar en 1978 en una relación pacífica, comercial, política y militar entre Argentina y Chile. Sin embargo, hoy en día pensar sobre estas cuestiones no se convierte en una ardua tarea. Este contexto viene de la mano de la rotación en cuanto a la percepción del otro, es decir, de la percepción que Argentina tiene sobre Chile y viceversa. Alexander Wendt, desde el paradigma constructivista, analiza estas concepciones. Para el autor, “la gente se relaciona con los objetos, incluyendo otros actores, según el significado que estos objetos tienen para ellos. Los estados actúan de una forma con sus enemigos y de otra diferente con sus amigos, porque los enemigos suponen una amenaza y los amigos no”3. Aquí, el análisis se vuelve evidente. Desde el alba de su nacimiento, las FF.AA. argentinas se han distribuido en distintas bases a lo largo y ancho del país. Sin embargo, por motivos estratégicos, una gran cantidad se ha instalado sobre la Cordillera de los Andes y sobre el noreste del territorio, situación provocada para repeler, ante alguna eventual hipótesis de conflicto, a los invasores chilenos o brasileños. La configuración 3
Wendt, Alexander. La anarquía es lo que los estados hacen de ella. La construcción social de la política de poder. Revista Académica de Relaciones Internacionales ISSN 1669-3950 Nº1. 2005.
militar argentina encuentra su localización de esta manera, entendiendo desde las percepciones a los países lindantes como hostiles, y orientando su estructura, desde el inicio de su funcionamiento, hacia un despliegue fronterizo o de seguridad interna (hasta la Ley de Defensa de 1988) más que hacia una acción intercontinental4 (es redundante aclarar que el análisis se centra en el caso argentino para con Chile debido a su rol de atacante frente al rol defensivo del país vecino). Expuestos estos ejemplos, cabe destacar que la percepción Argentina hacia Chile en el tablero internacional fue históricamente de enemigo. En términos wendtianos, el significado colectivo atribuido al Estado Chile en la política exterior fue de amenaza. La identidad argentina conforma la base de sus intereses, y la experiencia para con el país vecino indica una construcción que contraría esos intereses. Esta noción podría enmarcar la tensión casi bélica entre Argentina y Chile en un principio hobessiano, resaltando la idea de autoayuda y egoísmo, y escapando de un esquema de cooperación hacia uno de confrontación, observando “al otro” como un enemigo, ciertamente cercano al paradigma realista del que intenta escapar Wendt. En el estado de naturaleza hobessiano –en la política internacional- la cooperación para la obtención de beneficios recíprocos es casi imposible por la falta de confianza. Y, claramente, este fue el caso del conflicto del Beagle. La distante relación entre Argentina y Chile, en términos de identidad, genera una casi nula confianza, lo que impidió obtener beneficios mutuos (una negociación calma y con resultados favorables para ambos) e incrementó el riesgo de guerra al no poder acercarse las posiciones. Sin embargo, es sensible destacar que las relaciones comerciales entre ambos países no se vieron interrumpidas en ningún momento.
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Lafferriere, Guillermo y Soprano, Germán. El Ejército y la política de Defensa en la Argentina del Siglo XXI. Prohistoria ediciones. Rosario, 2015.
A su vez, la bélica tensión por el canal de Beagle, puede ser abordada desde la perspectiva de Michael Doyle y las tesis sobre la paz democrática. Aquí es menester desarrollar la teoría del autor norteamericano. La propuesta, que se amolda al esquema kantiano de la paz perpetua, estipula que los regímenes democráticos son tendientes al pacifismo, mientras los regímenes autoritarios son tendientes a actitudes belicosas. Los regímenes democrático-liberales, además, no van a la guerra entre sí, eligiendo mecanismos de negociación diplomática ante los conflictos. A su vez, las democracias incurren en altos costos políticos para comenzar una disputa armada, ya que el líder de ese Estado está atado en su decisión al impacto de la opinión pública y al aval del Parlamento. La teoría de Doyle, en su largo análisis, no encuentra refutación ya que efectivamente las democracias nunca entraron en guerra –al menos entre sí y bajo la definición del autor-, pero sí pueden, y lo hacen, contra regímenes que ellas consideran como autoritarios o dictaduras, donde las libertades (negativas, positivas y políticas o de participación) se encuentran cercenadas en total o parcial medida. Por otra parte, los regímenes autoritarios se comportan, en el escenario internacional, de forma mucho más amenazante, intentando entrar en guerra muchas veces por cuestiones de expansión en su soberanía, desestimando si el Estado rival es una democracia o una dictadura. Las facilidades de los líderes de este tipo de Estados para incurrir en esfuerzos bélicos es sustantiva: generalmente no cuentan con un Parlamento del que requieran aprobación para atacar, ni de una opinión pública libre que pueda cumplir un rol crítico. Los costos son sensiblemente más bajos para el líder autocrático, pudiendo incluso afirmar su decisión a expensas del pueblo. Aquí vale la pena aclarar que si bien los sacrificios a los que se obliga a los habitantes pueden ser similares en regímenes autoritarios y liberales, algunos pueblos apoyan las guerras manifiesta y masivamente, y otros se niegan a ella y
no están dispuestos a asumir ningún coste5. Llevado a la práctica, y con la salvedad de que por horas y una intervención in extremis de Juan Pablo II no se llegó a la guerra, la teoría aplica correctamente. Tanto Argentina como Chile estaban,
en
aquel
entonces,
comandadas
por
regímenes
autoritarios,
ejemplificados brevemente en el constreñimiento de libertades negativas, con una clara vocación restrictiva sobre medios de comunicación opositores y críticos, es decir, sobre la libertad de expresión, y la prohibición de las libertades políticas, claramente enmarcadas en la ausencia de elecciones libres y competitivas que signan el sistema democrático. Videla y Pinochet solo debían dar la orden y comenzar la disputa, sin necesidad de pasar su decisión por un control parlamentario ni recibir detracciones por parte de la opinión pública. La belicosidad de ambas naciones, anclada en su tipo de régimen, queda así saldada, a pesar de que, como se ha señalado anteriormente, la discusión inicial entre sendos presidentes tuvo un tono conciliador, la escalada del conflicto y la tensión de las relaciones derivó en una movilización militar estratégica preparada directamente para invadir. Sobre este caso, es aclaratoria la soberbia en la frase del General Menéndez, que era partidario de una intervención rápida para evitar el castigo internacional del ataque, que decía “Si nos dejan atacar a los ‘chilotes’, los corremos hasta la Isla de Pascua: el brindis de fin de año lo haremos en el Palacio de La Moneda y después iremos a mear el champagne en el Pacífico”6, evidenciando una conducta plena y activamente bélica para con el país vecino. También es válido resaltar que en los momentos en que la disputa sobre el canal se sostenía en el tiempo, no hubo medidas de escalada en el tono de los discursos ni en las acciones concretas, sino más bien propuestas conciliadoras entre gobiernos democráticos de un lado y autoritarios del otro, situación que se avista en los dos países (Lanusse-Allende y Alfonsín-Pinochet). El recrudecimiento 5 6
Doyle, Michael. Kant, Liberal Legacies and Foreign Affairs. Philosophy & Public Affairs, Vol.12, Nº3. 1983. Reato, Ceferino. Disposición Final. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 2012.
de la problemática se observó en el momento en que ambos países atravesaron dictaduras al mismo tiempo. Con lo expuesto anteriormente, queda claro que la cuestión del Beagle no fue nada más que una política de imagen o prestigio típica del realismo en la que se buscó tensar una relación hasta puntos extremos con la pretensión de aparentar mayor poder. La problemática se vio atravesada, bien por una construcción de identidad propia de la Argentina con Chile en la que primó la condición hobbesiana de enemistad, o bien por la variable del tipo de régimen que permitió que la belicosidad de los dirigentes pudiera más que la diplomacia y la negociación pacífica. Aún sin haber entrado en guerra –como siempre se aclara, por muy pocolas relaciones argentino-chilenas encontraron su pico de enfrentamiento en aquel episodio, y fue tarea de años y vínculos poder reconstruirlas. Por empezar, el referendo popular de 1984 en Argentina, que acató el fallo papal y resolvió el problema del Beagle y la cuestión limítrofe, ya marca un cese en las hostilidades. Aquí es sensible aclarar que Argentina ya había dado paso a su apertura democrática, con el fin del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. En las elecciones del año 1983, Raúl Alfonsín se convertiría en el primer presidente del retorno de la democracia que hasta aún hoy rige el país. Por el otro lado, Chile siguió siendo un régimen autocrático hasta 1990, año en que Patricio Aylwin asumió como jefe de Estado (tras ganar las elecciones en Diciembre de 1989), dejando atrás 17 años de dictadura. El nuevo líder democrático en Chile, que coincidió con la asunción de Carlos Menem en Argentina como segundo presidente de la consolidada etapa democrática. Antes de abarcar el contexto favorecedor de una nueva relación entre Argentina y Chile, es menester mencionar la importancia de la ley de Defensa llevada adelante por el alfonsinismo y con gran acuerdo parlamentario del justicialismo y fuerzas
menores, para lograr el auténtico control cívico sobre las Fuerzas Armadas, dejando atrás décadas de irrupciones y alteraciones del orden democrático por parte de este actor. Esta ley, aprobada en 1988 pero reglamentada y aplicada posteriormente durante el menemismo, desvincula las esferas de Defensa y Seguridad, dejando la primera exclusivamente para de las FF.AA. y la segunda para las fuerzas del orden interno (Policía, Gendarmería, Prefectura y, años después, Policía de Seguridad Aeroportuaria). La Defensa engloba entonces los aspectos de injerencias o agresiones por parte de otros Estados. La ley es clara al mencionar que el uso del sector militar queda excluido a la defensa de los siguientes aspectos: “la soberanía e independencia de la Nación Argentina, su integridad territorial y capacidad de autodeterminación; proteger la vida y la libertad de sus habitantes”7. Por otra parte, las fuerzas de seguridad se ocupan entonces del mantenimiento del orden doméstico, dejando de lado el antiguo uso de los militares en la represión interna. Es importante destacar también la creación en 2010 del Ministerio de Seguridad, esfera que anteriormente correspondía al Ministerio del Interior, otorgándole autonomía a esta institución y a esta temática. La Ley de Defensa estipula así que las FF.AA están atadas en su proceder a decisiones del Ministerio de Defensa y en última instancia del presidente, limitando su autonomía y su capacidad de acción e intervención. El control cívico-militar fue mucho más directo en Argentina –aún con los levantamientos carapintadas- que en Chile, donde pueden reconocerse tres etapas: la primera de “altas prerrogativas militares y contestación” (1990-1994), la segunda de “decadencia de la contestación, fortalecimiento de la gobernabilidad e inicio del proceso de reforma” (1995-2004) y la tercera de “institucionalización de la reforma” (2005-
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Ley de Defensa Nacional. Extraído de http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/2000024999/20988/texact.htm en línea el día 14/6/16.
2010)8. Como se observa, el proceso de reglamentación, subordinación real y control cívico sobre las Fuerzas Armadas es mucho menos lineal en Chile que en su país vecino. A su vez, es sensible de preponderar que sendos Libros Blancos de Defensa encuentran determinadas herramientas legales y jurídicas que pretenden dar un enfoque de seguridad mucho más cooperativo a nivel regional, dejando atrás históricas hipótesis de conflicto. Para llegar a un esquema de seguridad colectiva, como hoy lo conforma la Fuerza de Paz Binacional Cruz del Sur, partiendo de una relación hostil y con una problemática latente, es necesario establecer confianza. La apertura democrática de Chile en 1990 coincidió con la segunda presidencia en democracia en Argentina. De esta forma, los presidentes Aylwin y Menem encararon una recomposición de las relaciones bilaterales que no son fruto de la nada, sino de la denominada generación de medidas de construcción de confianza. Las hay de tres tipos: simbólicas, en tanto muestra de voluntad política sin grandes compromisos firmados; vinculantes, donde hay obligatoriedad, significatividad desde el punto de vista militar y mecanismos de verificación; e institucionalizadas, cuando la confianza ha llegado a su máxima expresión, con ámbitos de diálogos constituidos y reciprocidad en cuanto medidas como intercambio de información militar, mecanismos de verificación progresivamente intrusivos, regulación bilateral de actividades militares, etc.9 Sobre estos tipos de medidas, podemos destacar la firma de tratados desde 1991 entre Argentina y Chile que resuelven cuestiones limítrofes, limitaciones en materia de desarrollo de material nuclear (adhesión al Tratado de Tlatelolco y de No Proliferación), cooperación en materia de seguridad (Reuniones 2+2, Memorando de Entendimiento). La estimulación de la confianza a 8
Lafferriere, Guillermo y Soprano, Germán. El Ejército y la política de Defensa en la Argentina del Siglo XXI. Prohistoria ediciones. Rosario, 2015. 9 Fontana, Andrés. Seguridad Cooperativa: Tendencias globales y el Continente Americano. Serie Documentos de Trabajo Nº16. Instituto del Servicio Exterior de la Nación. Buenos Aires, 1996.
lo largo de la década del ’90 permite llegar al siglo XXI con un vasto andamiaje institucional que se observa en su grado máximo de expresión con la creación en 2005 de la Fuerza de Paz Binacional Cruz del Sur, funcional desde 2006. Resumidamente, esta experiencia de seguridad cooperativa en la conformación de un componente militar mixto cuenta con el antecedente de la operación “Araucaria” (apoyo a población en casos de desastre natural) conformado por 800 efectivos de ambos ejércitos en ejercicios con brigadas de montaña, helicópteros, médicos, etc. Cruz del Sur, en tanto, es ofrecida a Naciones Unidas como propuesta de recurso stand-by para ser utilizada cuando el Consejo de Seguridad lo requiera. La fuerza cuenta con componentes terrestres, navales y aéreos que le permiten introducirse en misiones de Naciones Unidas que se enmarquen en peace keeping (mantenimiento de la paz) o peace enforcement (imposición de la paz), con tendencia a la aplicación en la primera opción. A su vez, cuenta con un Estado Mayor Combinado que rota entre Santiago y Buenos Aires año a año su residencia. Si bien la fuerza no fue requerida por la ONU, y aún –una década después- no ha participado de ninguna misión de paz, demuestra principalmente que la construcción de confianza entre Argentina y Chile ha establecido un desarrollo institucional impensado por la tensa relación de fines de los ’70 y principios de los ’80 que es muy ventajoso de cara al futuro y abre las puertas como esquema modélico para el resto de América Latina. El giro total en las relaciones argentino-chilenas, tan marcado por el paso de una guerra al caer a una fuerza conjunta, puede ser abordado, nuevamente, desde las escuelas teóricas del constructivismo y el liberalismo en cuanto a las relaciones internacionales, además de los enfoques anteriormente mencionados de seguridad colectiva y confianza mutua. A partir del planteo de Alexander Wendt, es plausible atribuir la categoría de cultura kantiana (antagónica a la hobessiana) a las relaciones entre Argentina y Chile. El autor establece que, bajo esta cultura “no
violence and team play are the norm”10, dejando de lado el interés individual para organizar un interés colectivo donde deje de primar el principio de autoayuda. Este concepto aplica directamente en el cese de las hostilidades entre los dos países y la conformación de un “juego de equipo” en la relación bilateral y la firma de tratados, convenios, etc. Para lograr este cambio en la percepción del otro –en este caso, de enemigo a amigo- es necesario transformar las identidades elaboradas por los Estados. El cambio en la identidad de ambas naciones permite lograr un esquema de estabilidad y orden que perdura y se institucionaliza, como hemos visto. Los actores pueden reinventar sus identidades de modo que cuajen con un perfil más favorable en un escenario internacional que cambia, si bien no es normal que muten incesantemente de identidad ya que le otorgarían poca previsibilidad a sus acciones, repercutiendo en la confianza de sus interlocutores. La elección de cambiar de identidad es excepcional y consciente de la transformación que realiza. Para ello, primero tiene que haber una razón que movilice al actor a pensar sobre sí mismo en nuevos términos. Aquí, la resolución de los conflictos limítrofes y la firma de tratados entre los gobiernos democráticos afirman esta idea, razones mayores que obligan a los Estados a redefinirse. Segundo, los costes esperados del cambio en la identidad, y por ende los intereses, no pueden ser mayores que los beneficios11, situación que es avistada en el inicio de los acuerdos en 1991, según Lafferiere y Soprano, porque Argentina buscaba desactivar la histórica hipótesis de conflicto con Chile para destinar menor presupuesto y recursos a la Defensa, atado a una política doméstica de ajuste económico y reforma del Estado, en tanto Chile tenía como objetivo desequilibrar el balance de poder interno de las relaciones cívico-militares a favor
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Wendt, Alexander. Social Theory of International Politics. Cambridge University Press. 1999. Wendt, Alexander. La anarquía es lo que los estados hacen de ella. La construcción social de la política de poder. Revista Académica de Relaciones Internacionales ISSN 1669-3950 Nº1. 2005. 11
de los primeros12. Así es que los beneficios para ambas naciones –más bien, para sus cúpulas dirigentes- eran mayores que los gastos en los que incurrían esas medidas. De esta forma, una transformación en la identidad de ambos países se traduce en una rotación en la percepción del otro, que permite establecer un vínculo fluido de cooperación y ayuda. Además, queda ejemplificada la posibilidad de cambio que el constructivismo atribuye al sistema internacional y las percepciones de los actores, que pueden variar y generar un nuevo orden. La recomposición de las relaciones entre Argentina y Chile también puede observarse bajo la lente del liberalismo de Michael Doyle. Retomando la variable del tipo de régimen de los dos países, no es casualidad que al consolidarse la democracia en Chile y Argentina (si bien, con años de diferencia), las diplomacias tendieron a establecer conexiones mucho más estrechas y los tonos de tensión disminuyeron considerablemente, aplicando así la “paz democrática” entre regímenes a los que les cuesta mucho más en términos políticos ir a la guerra unos contra otros, y que, al tener expectativas que convergen, pueden entablar no sólo una relación de amistad sino un esquema de cooperación que sea mutuamente beneficioso. Aquí se vuelve importante aclarar que previo a la apertura democrática chilena, en Argentina el presidente Alfonsín ya había planteado un refreno a la cuestión controversial del Beagle con el referendo popular, aun cuando por el lado de Chile el régimen continuaba siendo autocrático, lo que evidencia que la medida impulsada por el régimen democrático fue diplomática frente a un régimen autoritario que no se expidió sobre el tema. La recuperación de las libertades negativas y de participación que Doyle estipula para “medir” las democracias, son condición a resaltar en ambos países, y, extendido al resto de la región sudamericana con el cese de las dictaduras militares y la 12
Lafferriere, Guillermo y Soprano, Germán. El Ejército y la política de Defensa en la Argentina del Siglo XXI. Prohistoria ediciones. Rosario, 2015.
aparición de regímenes democráticos, empieza a configurarse por parte de los gobiernos una tendencia a la cooperación no ya bilateral, sino regional en materia de seguridad, como hoy podría demostrarlo el Consejo de Defensa Sudamericano propio de la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas). Como conclusión a este ensayo, en el que se intentó demostrar la rotación en términos constructivistas y liberales de una relación históricamente antagónica hacia una relación armoniosa y cooperativa, cabe destacar la voluntad política de llevar adelante este acercamiento por parte de las elites dirigentes –sea por el motivo que sea- a modo de cerrar una etapa de conflicto, en la que la inminencia de guerra atravesó no solo a la cúpula militar sino a la población, y la preparó para el esfuerzo bélico. Por cuestión de horas, Argentina y Chile no se enfrentaron. Probablemente, y haciendo algún tipo de predicción, aunque aquella guerra se hubiese llevado a cabo, la presión internacional del sistema sobre las unidades (en términos realistas) hubiera terminado por relacionar a ambos países en un esquema de seguridad colectiva, tal vez no tan cercano –e inédito- como lo demuestra Cruz del Sur, pero sí hacia un vínculo mucho más fluido de intercambio político. Sobre la realidad y la historia, puede decirse que la voluntad que han llevado adelante los dos Estados por acercar posiciones es significativamente ejemplar. Incluso, cuando hoy día la tecnificación de las FF.AA chilenas es superior a las argentinas, existe una disposición a la cooperación y al trabajo conjunto que permite olvidar esa limitación tecnológica en pos de un objetivo común. El giro de 180º en la relación enemigo-amigo parece algo lineal, pero es obra de un colosal esfuerzo político de ambas partes, que deja tras de sí hombres, decisiones e instituciones. Será entonces una meta compartida por los gobiernos actuales y venideros el seguir desarrollando vinculaciones y metas en común, para lograr mayores entrelazamientos que aún a costa de ciertos márgenes de autonomía, sean provechosos para todos los actores en juego y permitan generar
un andamiaje institucional capaz de sobrellevar las siempre presentes crisis y consolidar lo conquistado a lo largo de los años.