Vida cotidiana en Ávila durante la época de Santa Teresa
Iván García Vázquez
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“Vida cotidiana en Avila durante la época de Santa Teresa” Conferencia pronunciada en noviembre de 2011, Museo-Casa de Santa Teresa. Ávila
Iván García Vázquez
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Arqueólogo e Historiador Arbotante Patrimonio e Innovación SL
[email protected]
RESUMEN Santa Teresa, la mística por excelencia, es uno de los personajes históricos más importantes de Ávila. Conocer su tiempo, su espacio y sus costumbres es introducirse en el universo mental del renacimiento castellano. Palabras clave: Misicismo, Santa Teresa, Ávila, Renacimiento, Vida cotidiana
ABSTRACT Santa Teresa, the mystic par excellence, is one of the most important historical figures of Avila. Knowing their time, their space and their customs is introduced into the mental universe Castilian Renaissance.
Key words: Mysticism, Santa Teresa, Avila, Renaissance, Daily Life.
En el siglo XVI, la ciudad de Ávila ya había rebosado el cinturón pétreo que la encorsetaba durante la Edad Media. Prácticamente la estructura bajomedieval era la que se conservaba encerrada y protegida por un cinturón defensivo de 2500 metros de almenas, con 3 m de grosor, de 14 a 20 metros de altura, 88 2 torreones, 6 puertas y 3 portillos . La muralla databa de tiempos de Alfonso VI, cuando ya en el año 1090 encarga a Raimundo de Borgoña, la repoblación de la ciudad, finalizando su conclusión en el siglo XII. Es Ávila en aquellos años del Renacimiento una ciudad pequeña, pero bulliciosa y muy activa, aunque bien es cierto, que este efímero bullicio anunciaba el declive de los siguientes años. Contaba entonces unos 13.000 habitantes, siendo casi 3.000 de ellos (un 20 %), moriscos y mudéjares. La construcción de grandes inmuebles señoriales como la Mansión de los Velada, la Mansión de los Águila, el Palacio de Benavides, el Convento de las Gordillas, la Iglesia de san Juan, la Mansión de los Superunda, el Palacio de los Almarza o el convento de San Antonio, marca el ritmo diario de la urbe. Mercados, tabernas, bullicio cotidiano que parece envolvernos con la ayuda de nuestra imaginación en un viaje por el tiempo. Más, ¿cómo vivían los abulenses coetáneos de Santa Teresa? ¿Qué comían? ¿Cómo vestían? ¿Qué pensaban? ¿Cómo se relacionaban? Durante los próximos minutos realizaré un breve recorrido, unas pinceladas, sobre diversos aspectos del quehacer diario de los moradores de la ciudad de Ávila y sus costumbres.
1.1.- Los barrios 1 La ciudad y Tierra de Ávila
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Gutiérrez Robledo, J. L. Las murallas de Ávila, arquitectura e Historia. Avila, Diputación Provincial, 2009. 3 Tapia Sánchez, serafín. “Estructura ocupacional de Ávila en el siglo XVI”, en El
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Las cuadrillas o barrios de la ciudad estaban organizadas, en cierta manera, según su especialización artesanal, aprovechando en ocasiones su ubicación con respecto a algunas fuentes de aprovechamiento. La cuadrilla de San Martín, ya en el siglo XIV, agrupaba a un número importante de canteros, tejedores y 4 hortelanos . San Esteban era el barrio típicamente industrial, y en él se concentraban las artesanías del cuero y del textil. El motivo está sin duda en la cercanía con el punto en que el río Adaja se estrecha, facilitando la instalación de batanes, lavaderos de lana, tenerías, etc. industrias que necesitaban de una provisión de agua corriente para eliminar los malos olores que generaban tanto el lavado como el tintado de pieles y telas. San Nicolás, al sur y mirando al río, participa de parecidas circunstancias, por lo que es el segundo en población industrial y sobre todo en el trabajo manufacturero textil. Sin embargo, lo que más le caracteriza es la dedicación agrícola por su carácter de arrabal volcado al valle de Amblés y por ser el barrio al que más afluye la población que desde el campo viene a la ciudad, por ello también tiene la mayor cantidad de población no activa; en esto se asemeja al arrabal del norte, San Andrés. San Juan es la cuadrilla aristocrática por excelencia: allí vivía, en 1566, el 35,1 % de los hidalgos de Ávila (119 de 339) y sólo el 16,5 % de los pecheros. Situada intramuros, como San Esteban, en el corazón de la ciudad y en su parte alta, no registra ningún trabajador del sector primario y en cambio casi todos los burócratas y trece de los dieciséis mercaderes viven aquí. De las 80 personas que más pagaron en el impuesto del Servicio Real de 1571, 32 pertenecían a esta cuadrilla. Aunque el sector manufacturero estaba bien representado, llama la atención que sólo 8 artesanos se dedicasen al trabajo propiamente textil y pasado Histórico de Castilla y León, vol. II. Edad Moderna. Burgos, Junta de Castilla y León, 1983. pp. 201-223. 4 Martinez Serna, p. 86.
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en cambio 50 lo hagan a la confección, en idéntica proporción pero a la inversa de lo que sucedía en San Esteban. La cuadrilla de San Pedro participa de alguna de las características de San Juan a causa de su situación más o menos céntrica; aunque también aquí viven muchos hidalgos (101, el 29,7%), lo que la distingue es la cantidad de clérigos: 67 de un total de 157 (el 42,6%). En conjunto, entre San Juan y San Pedro acogen el 64,1 % de los exentos y sólo el 33,7% de los pecheros (siempre referido a 1566). Desde el punto de vista laboral, en San Pedro vivía el mayor número de sastres (seguido a corta distancia por San Juan): la mayor capacidad adquisitiva de los vecinos de estos barrios sería su fundamento, lo mismo que el que también se asentaran aquí la mayor cantidad de criados. San Andrés y la Trinidad eran, junto con San Nicolás, los arrabales. San Andrés, al norte, era el barrio más pobre: sólo aportó en 1571 el 6,3% del impuesto repartido cuando su población pechera era el 15,9%. Aquí vivían casi todos los molineros, alrededor de la presa del río Adaja y gran parte de los acarreadores y algunos hortelanos. Al sur, la Trinidad, donde en el tercer tercio del siglo se asentarán moriscos granadinos y mudéjares, era un arrabal que como los demás recibirá gran parte de la población que afluye a la ciudad en los momentos de auge y que, por otra parte, se despoblará en mayor proporción que el centro a lo largo del siglo XVII (así, en 1571 posee el 18,9% de la población pechera y en 1627 el 10 %). Aparte de la dedicación agrícola a que nos hemos referido y que compartía con San Nicolás, tiene una cierta especialización por las artes metálicas, en especial la calderería: hay indicios de que este oficio era casi monopolizado por los moriscos antiguos o convertidos, algo parecido a lo que sucede con los arrieros y los moriscos granadinos que también se asientan mayoritariamente en esta cuadrilla. Socialmente, el barrio de las Vacas junto con los de Santiago y San Nicolás fueron los lugares receptores de la población musulmana tras la reconquista, a los que se sumaron hacia 1570, 218 familias de moriscos expulsadas de Granada y 189 de mudéjares, llegando a
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alcanzar la mitad de la población de estos barrios. Era un grupo económicamente pudiente, en tanto que el resto de los habitantes de esos barrios eran labradores de pocos recursos. El arrabal judío se encontraba en la mitad occidental del recinto amurallado, donde años después se fundaría el Hospital de Santa Escolástica. La zona del Grande quedó caracterizada, en el siglo XVI, por la profusión de tabernas. En aquellos años existían numerosas tascas y bodeguillas en la ciudad, y conllevaban una serie de desórdenes públicos. Para solventar este problema de orden social, el Concejo ordenó suprimir la mitad, quedando aún media docena de ellas en esta populosa plaza. 1.2.- Las calles Las calles de la ciudad están adaptadas a la topografía de una plaza fuerte asentada sobre un risco de 1.130 m de altitud, que convierte a Ávila en la capital española situada a mayor altitud. La estructura urbana es desordenada, siguiendo el modelo medieval. Sus calles son estrechas, para evitar el predominio de los vientos fríos en invierno, y acogiéndose a la sombra que proyectan sus fachadas en verano. Los soportales, que abundan en el Chico y en el Grande, tienen su origen en las juderías medievales, asegurando el comercio en días inclementes. Las calles no se encuentran empedradas. Abunda el barro en las plazas y esquinas durante el invierno, y el polvo en los cálidos días de verano. Las plazas son lugares idóneos para hacer corrillos. Soldados, algunos estudiantes de teología, médicos y barberos, artesanos, pícaros, comerciantes, monjas y frailes… todo un variopinto retablo de tipos que poblaban aquellas calles animosas. La limpieza de las calles no era muy efectiva. Como anécdota, señala 5 Mariano Serna que la cruz de la Puerta del Mariscal fue instalada en el siglo XVI: “con la intención de disuadir a los abulenses de que no depositaran basuras junto a la
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puerta –cosa que por cierto también ocurría en otros accesos a la ciudad. Las cruces, que en principio produjeron el resultado esperado no solucionaron definitivamente el problema pues con el paso del tiempo, superado sus escrúpulos, los abulenses volvieron a las andadas y así a finales del XIX, esta puerta y su vecina la del Carmen y de San Vicente eran, al parecer, auténticos muladares”. La calle está animada desde primera hora del día “Amanecerá dios y medraremos”. La jornada del español de la época arrancaba con el día y se perdía con la noche. En algunas plazas se disponían fuentes para el abastecimiento de aguas. Hay constancia de que en 1539 se instaló una en la plaza del Chico cuyas aguas, al igual que las del resto de fuentes de la ciudad, procedían de las Hervencias. Las atarjeas estaban realizadas con piedra y ladrillo, realizando un viaje por el acueducto de las Gordillas, de 325 m y 25 arcos. Este agua abasteció a la ciudad de Ávila hasta 1929, cuando comenzó el suministro desde el embalse de Becerril. Otra concurrida fuente pública se ubicaba en el actual palacio de los Sofraga, antaño plaza pública, y que hoy puede verse junto a la Puerta de San Vicente de la muralla. Existen algunos lugares de abastecimiento de productos: la casa de las carnicerías, el matadero, y los mercados del Grande y del Chico. En este último existieron hasta 1509, unas casas destinadas a censos y carnicerías, que fueron adquiridas por el consistorio para edificar el edificio del ayuntamiento. La Casa de las Carnicerías había sido concebida inicialmente como alhóndiga para el vino, pero fue finalmente destinada a casa de las carnicerías en 1591, bajo mandato del rey Felipe II. En aquella época no existía una consolidada red de distribución de alimentos. La alhóndiga suponía un punto de almacenamiento y distribución de trigo, harinas y otros granos. Existió otra alhóndiga entre la Catedral y el Chico, en la actual calle conde de Villespin, donde se ubican actualmente el juzgado, hacia 1532. 1.3.- Algunos espacios públicos
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Op. cit. p. 236.
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Plaza del Mercado. La plaza del Grande tiene un origen medieval, y ya desde el año 1100 era un escenario importantísimo en Ávila. La plaza del conde don Ramón, como se la conocía en la Edad Media, era un lugar multifuncional donde se manifestaban públicamente los diferentes poderes en busca de un cierto equilibrio. En lo económico, era un centro económico de primer orden, lugar de celebración del mercado ya desde el año 1093, cuando se decretó la celebración de dos días de mercado semanales, siendo el emplazamiento alternativo la plaza del 6 Chico . En lo político, era el púlpito desde el que se promulgaban leyes, se realizaban ejecuciones o se llevaban a cabo protestas, siendo la más celebre la farsa de Ávila de 1465 en la que se depuso en efigie al rey. En 1475 se hizo entrega de las llaves de la ciudad a los Reyes Católicos, haciéndoles petición de que fuesen respetados los Fueros de Ávila. En 1534 se recibió al emperador Carlos V, y su hijo fue presentado al pueblo de Ávila en 1531, cuando el príncipe tan sólo contaba con 4 años de edad. En lo social, era el lugar de la fiesta, de los torneos y de los juegos de picas y mascaradas, como se verá más adelante. Brasero de la Dehesa El brasero de la Dehesa estaba situado cerca del puente de Santi Spiritus. 7 Según Martín Carramolino se trataba de un teatro de mampostería relleno de tierra, que fue finalmente demolido en 1820. Aquel fue el escenario para ajusticiar reos por parte del Santo Oficio, si bien la mayoría de las veces se trataba de quema de efigies. Excepción es el caso de los hebreos nigromantes que asesinaron al Santo Niño de la Guardia a fines del XV, y
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Ariz, L. Historia de las Grandezas de Ávila. Alcalá de Henares, 1608. Reed. Maxtor 2002. p. 160. 7 Martín Carramolino, J. Historia de Avila, su provincia y su obispado. Madrid, 1872.
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que fue un caso que conmocionó a la opinión pública. 1.4.- La vivienda La vivienda urbanita abulense de aquella época estaba organizada en bloques, de los cuales aun perduran algunos buenos ejemplos en las calles del centro y en casas molineras extramuros. La nueva vivienda de época moderna incorpora mejoras con respecto a sus precedentes medievales. La mayor solidez de sus muros permite abrir vanos al exterior, desapareciendo su sentido osco y cerrado, y también favorece la ampliación de alturas, especialmente entre las clases pudientes. Las fachadas tienen su base de piedra e incorporan las puertas enteras, en lugar de las “tronçadas” o vallipuertas propias de zonas rurales. El interior de las viviendas de la ciudad es parecido. Se trata de espacios de grandes alturas interiores. Los suelos son de madera, o baldosa castellana entre las mejores, y las puertas sólidas. Se suelen calentar con chimeneas cada dos o tres habitaciones, sin ser estas efectivas para calentar el resto de la casa, por lo que se recurre a los braseros que tantos incendios provocaban. Existen habitaciones más grandes para diferentes usos, que coexisten con pequeñas alcobas cuya función es únicamente la de dormir, y por ende albergan una cama. Las casas carecían de baño, ya que se empleaban bacines cerámicos que se vertían a las calles, haciendo famosa la frase “agua va”, hasta que en el siglo XVIII comienzan a perforarse pozos negros en los huertos y traseras de las casas para vaciar estas aguas sucias. La cocina era la estancia más señalada, ya que en invierno era el habitáculo más calido. Era el centro de la vida doméstica. Allí se preparaba la comida, se charlaba, se maceraban alimentos, se calentaban… Las cocinas eran el centro de reunión y su ubicación era un evidente indicador sociológico. Mientras en los barrios burgueses se ubicaban en la planta baja, en las zonas nobiliarias se ubicaba en el primer piso. La calefacción se mejoró
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bastante con el uso de braseros donde se quemaba huesos de aceituna. Búcaros, cántaros, escudillas, jarros y platos eran la alcallería más empleada, generalmente de barro vidriado y mica. La vivienda modesta suele tener una única estancia común, a modo de choza o cabaña, estando separado el uso interior por cortinas o un tabique de adobe. El suelo es de tierra batida y los tejados suelen ser de paja, siendo pocas las que pueden permitirse el lujo de la teja, destinada a las obras de la ciudad. La iluminación artificial resulta escasa, debido a su elevado precio. Velas, candiles, hachas y hachones… La cera de abeja es un lujo prácticamente reservado a la corte, a la nobleza y a la Iglesia. Normalmente en las casas pobres existían fogones sobre patas de barro sobre el que se cocinaba, y braseros. Estaba muy extendido el uso de calientacamas, que ha perdurado hasta hace pocas décadas: un brasero con mango realizado en cobre para calentar las sábanas. La mayoría de las viviendas eran propiedad de la gente que las habitaba aunque también existían alquileres que se firmaban habitualmente en el día de San Juan. Las casas dependían de la zona donde se ubicaban, siendo lo habitual las unifamiliares de dos o tres plantas. La casa común tenía una entrada que daba acceso a un patio central donde en la planta baja se disponen las estancias más utilizadas cocinas, salones, almacenes-mientras que en las plantas superiores estaban las habitaciones. También existían casas de vecindad, muy parecidas a las actuales "corralas" que estaban constituidas por un gran patio central en cuyo derredor se situaban las viviendas que solían tener dos piezas: una sala y una alcoba. Los nobles habitan en amplios caserones cuyo exterior es de aspecto sobrio, apareciendo siempre en la fachada el escudo familiar tallado en piedra. Las ventanas abiertas al primer piso están cubiertas con celosías. En su interior se encuentran tres espacios a los que se accede en función de la familiaridad respecto a los inquilinos: el de respeto (habitación introductoria ricamente decorada), el de cumplimiento, (a donde acceden las visitas, dividiéndose los
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espacios por sexos) y el de cariño (zonas íntimas del hogar como los dormitorios). 1.5.- El ajuar doméstico Las casas burguesas estaban pobremente dotadas. Quizá las de las ciudades eran algo más ricas. En los suelos, esteras y alfombras para aislar del frío. Los pobres, en las alcobas, jergones de paja o papel, y en las casas ricas, colchones de lana mullidos, forrados con sábanas, mantas y colchas. Una cama, alguna alacena, y un arcón donde guardar el poco ajuar doméstico existente. En la cocina, un cobertor, que es un banco a la manera de escaño que se usaban para calentarse o sentarse junto a la lumbre. Tiene acolchado el asiento y el respaldo para mayor comodidad y con dos almohadas para reclinar la cabeza, la trébede para arrimar los alimentos a la lumbre. Escobas, trapos, y entre los cacharros de la cocina, un utillaje algo más elaborado: ollas y pucheros de barro micáceo para la cocción, alguna sartén de hojalata, la vajilla de cerámica vidriada, y algunas botellas y garrafas de vidrio para el vino. Búcaros, cántaros y jarros, para el agua, escudillas para servir los alimentos… Cuchillos, cucharones y algún cazo sopero hacían de ajuar de la cocina de una casa burguesa de la ciudad. Las casas molineras más pobres, cercanas al río apenas si tendrían un par de pucheros y dos cucharas de palo, nada que ver con las ricas vajillas de la nobleza: cerámicas vidriadas de Talavera, cuberterías de plata, vidrio tallado, manteles de hilo blanco... El mobiliario y el ajuar estarían en consonancia con el nivel económico y social de los habitantes aunque los muebles no eran muy abundantes. Una mesa, (normalmente unos caballetes con tabla que se montaba antes de comer, acuñándose la frase “poner la mesa”) y algunos bancos eran las piezas fundamentales. Las sillas apenas aparecían en las casas modestas, ya que lo habitual era sentarse sobre el suelo o en taburetes, aunque sí en las pudientes, siendo de madera, cuero o cáñamo. Las damas se sentaban en cojines sobre alfombras en un espacio reservado
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denominado tarima.
estrado,
una
especie
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Las camas podían ser de madera pero eran casi un escaso lujo por lo que lo normal era dormir sobre jergones de paja tendidos en el suelo. Las camas ricas solían sobreponer colchones de lana, y muchas de ellas tenían dosel para aislar del frío. No había armarios entre los humildes, por lo que las ropas y utensilios se dejaban en estantes, arcones o cestos de mimbre.
2 La comida 2.1.- Hábitos gastronómicos En España siempre se ha tenido una cultura gastronómica muy particular, que hunde sus raíces en el pasado. Pese a la profusión de manuales gastronómicos en el siglo XVI y XVII, destinados a las clases pudientes, lo cierto es que el español era bastante sobrio en sus hábitos diarios, aunque espléndido en las fiestas. Los pobres hacían normalmente una comida fuerte al día, obviando el desayuno y en ocasiones lograban engañar el estómago con algún mendrugo duro mojado normalmente agua. El triángulo alimenticio estaba formado por vino-pan-carne, estando muy desequilibrado en este último lado del triángulo, pues la carne era escasa y de mala calidad. Al contrario que hoy en día, el pan era el alimento principal, hoy solo es un complemento. Los adinerados comían pan de trigo de manera escasa, pues si lo empleaban como acompañamiento, en tanto que los depauperados comían pan integral con salvado, de mala molienda, y de mezcla de cereales, generalmente centeno. Era el pan negro, aunque su alto contenido en harina y el bajo en levadura permitían que se conservara durante muchos días. El gusto de la época se inclinaba por los sabores fuertes, siendo aderezados con pimienta, canelas, y nuez moscada, que suponían un lucrativo negocio para los mercaderes que las traías de oriente por las rutas de las especias. Estos condimentos ocultaban el mal sabor de muchas carnes, y permitían su
conservación. Otros sistemas de conservación eran la salazón, el adobo, la salmuera, el secado y el ahumado. Aquellos que no disponían de especias, recurrían a las tradicionales hierbas aromáticas de la zona: perejil, tomillo, albahaca, menta, hierbabuena, romero, espliego, comino o anís, y orégano, introducido a mediados del siglo XVI desde oriente medio. Los alimentos se freían en manteca de cerdo u otras grasas animales, pues el aceite de oliva sólo era empleado en Cuaresma, aunque era muy usado por los moriscos y los mudéjares. De hecho la palabra almazara viene del árabe. La comida cotidiana era modesta. Se hacía normalmente una comida fuerte a medio día, uno o dos platos de carne para los pudientes, que podían ser sustituidos por huevos o pescado frito en aceite de oliva en Cuaresma. Se acompañaba de queso, olivas y cebolla. Los menos acomodados comían bacalao salado, olla podrida, que era un cocido a base de cerdo, y la comida blanca, un picadillo de ave cocido en una salsa de leche, azúcar y harina de arroz. Entre los postres destacaban las frutas como uvas y pasas de Cebreros, y naranjas, yemas y pasteles de almendras, aunque no estaban al alcance de todos. La bebida solía consistir en agua o vino, y gozaron de muchísima fama las bebidas frías. Agua de naranja, fresa y horchata, aguas de cebada, limón y canela y alojas, un hidromiel que se vendía en todas las esquinas de la ciudad. El vino era joven, generalmente de mala calidad, y estaba muy aguado, especialmente en tabernas, ventas y posadas. El hielo tiene tanta aceptación que a finales de siglo todo o casi todo se consume helado, incluso el caldo. La nieve se fabricaba en las montañas y se acarreaba hasta las ciudades a lomos de caballería, guardándose para su conservación en pozos de nieve. Sin embargo, la bebida española por excelencia fue, a partir de su llegada de tierras americanas, el chocolate, que se consumía espeso y acompañado de tortas o bizcochos.
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Los conventos daban la sopa boba, un plato caliente al día que se repartía gratuitamente a soldados, mendigos, sobranceros y gentes de clase baja que hacían cola en el convento. 2.2.- El buen yantar En 1607, Domingo Hernández de Maceras, cocinero en el Colegio Mayor Oviedo de Salamanca, dedicaba un libro al Arte de Cozina. En este volumen, se muestran diferentes propuestas de temporada muy escuetas, pero interesantes y sin duda destinadas a familias con posibilidades económicas: El verano han de comer por ante, guindas, y limas dulces, naranjas dulces, natillas, endrinas, ciruelas de monje, melones y brevas, higos, uvas moscateles. El invierno, mantequillas de Baeza frescas, jeringadas, orejones, passas y almendras, escarolas crudas, y cozidas con azeyte y vinagre, y açucar y çahanorias cozidas con azeyte y vinagre, y azçucar, y pimienta y açucar, también se dan assadas en una olla nueva, has de limpiarlas, y meterlas en la olla, y ponerle un plato en la boca y ponerla boca abaxo, en medio de la lumbre, y cercarla toda al derredor de brasas, y este por espacio de dos horas, y no le falte nunca la lumbre, después saquelas y limpieles lo quemado, y hazlas después pedazos y echales azeyte y vinagre y pimienta, y esta es buena ensalada y caliente. El viajero francés Bartolomé Joly relató con cierta sorpresa la manera que los burgueses españoles de la época tenían de comer: “Los españoles son personas de sumo gusto y de gran apetito, no acostumbrando a lavarse las manos antes de comer, pensando que las tienen limpias y sentándose a la mesa antes de que se haya servido plato alguno.” Le entrantes:
llamaron
la
atención
los
“Enseguida vienen las frutas, que comen al contrario que nosotros, lo primero, naranjas enteras y en rodajas azucaradas, ensaladas, uvas verdes, melones de invierno que llaman invernizos, guardados durante todo el año en calabazas.”
Continúa Joly describiendo el ritual de la mesa de una familia burguesa: “Colocados los platos, el maestresala se pone en el extremo de la mesa, descubierta la cabeza y su capa al hombro y una servilleta al brazo. A un lado tiene una gran pila de platos y a otro un cuchillo y un tenedor, con los que hace las partes, tomando un poco de cada vianda, que pone sobre un plato delante del más calificado, sirviendo así a tres o cuatro más próximos a él; algún otro, de los más diestros, hace semejantes particiones con los restantes de la mesa, de manera que no quede nada en los platos, que son alzados poco después, y otros les suceden. Las viandas más grandes, como gallinas de indias, conejos, capones y pollos, no se sirven nunca enteros, sino puestos en trozos desde la cocina, de tal modo que, viniendo una gran fuente o dos gallinas de la india, el maestresala hace el plato, cortando aquellos grandes trozos en más menudos para dar dos o tres pedazos con salsa a cada uno. Retirado esto y cambiando los platos, vienen los conejos, con los que se hace lo mismo, pollos y gallinas aderezadas con ajo y pechugas de pichón. Entre todo esto se sirve a cada uno la escudilla de leche y azúcar amarillo, sin pan y muy abundante en especies, leche de almendras con azúcar al cual sucede cierto manjar blanco muy bueno de comer, y siempre a cada uno en su platillo; también arroz espolvoreado con azúcar y canela, mezclados, que llaman polvo del duque. Vienen después las perdices bien cortadas, salpimentadas por alas y
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patas, pero todavía conservando su forma, todo ello asado y sin mechar; por fin las olivas y lo último, el caldo.” Sobre los postres, Domingo Hernández vuelve a ilustrarnos: En tiempo de cuaresma se come por postres muesas y perosagrios, y aceitunas cordovesas, y queso, y nuezes y higos. De verano, cerezas y peras y melocotones, y alberchigas albaricoques, y cermeños. Existe una leyenda sobre el origen de las yemas de Santa Teresa. Según una de estas teorías, las yemas son un producto de origen monacal elaborado por monjas antes de la Reforma Carmelitana, lo que nos situaría en el siglo XVI, que adquiere popularidad durante la vida de Santa Teresa de Jesús. Posteriormente la fórmula se consolidó en las pastelerías de la ciudad de Ávila y de forma tradicional, artesana y secreta, se fue transmitiendo de padres a hijos. Esta teoría se contrapone a otra teoría, esta suficientemente contrastada según la cual, hace 130 años, Don Isabelo Sánchez, dueño de una de las pastelerías abulenses que aún existe, y que corresponden a las hoy denominadas Yemas de Santa Teresa, cuya denominación es comercial, sin que tenga que ve con el origen de tan sabroso postre.
3 Sanidad e Higiene 3.1.- El aseo personal La higiene personal era muy limitada en esta época, y como todo estaba ligada a la posición social. Normalmente, la gente humilde se lavaba la cara y las manos, bañándose de cuerpo entero en pocas ocasiones. Lo normal era bañarse en el corral con sacudidas de agua, o bajar al río. La nobleza optaba por sumergirse en tinajas recubiertas por una sábana, dentro de alguna estancia. El hábito de lavarse las manos antes y después de comer era considerado como una norma de urbanidad, aunque no todos los nobles lo hacían, ya que se consideraba perjudicial el lavado en exceso.
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Hombres y mujeres de posición cuidaban su imagen, especialmente las mujeres. Empleaban afeites para blanquear el rostro, dar color a los labios, oscurecer las líneas de los ojos y enrubiar los cabellos, muy al uso del ideal de belleza imperante en el siglo XVI. 3.2.- La ciencia médica La ciencia médica experimentó un auge en los siglos XVI y XVII. Durante la Edad Media el sistema médico era el heredado de la antigüedad clásica y del galenismo. Fruto por un lado del afán de saber del renacimiento, y por otro de la aparición de nuevas enfermedades como la sífilis, y el descubrimiento de nuevos fármacos procedentes de América, lo cierto es que el mundo sanitario fue uno de los más prolíficos y desarrollados durante aquellas décadas. En 1500 los Reyes Católicos regularon la concesión de autorizaciones para que ejercieran cirujanos, barberos y sangradores, pues hasta 1594 no se fundan las cátedras de cirugía de Valladolid, Salamanca y Alcalá de Henares, y después los tribunales del protomedicato. Durante estos años del XVI, esta labor era realizada por cirujanos “romancistas”, que eran los sanitarios que habían aprendido no en latín sino en castellano, empiristas como los litotomistas, que se dedicaban a sacar cálculos y piedras del riñón, y los barberos-cirujanos, que se dedicaban a sangrías y otras intervenciones menores. Uno de los más afamados de Ávila fue Antonio Ramiro, barbero-cirujano de Arévalo. 3.3.- Los útiles del cirujano Entre los instrumentos ferrales destacan cuchillos y navajas, diversos tipos de tijeras, agujas de suturar, lancetas de sangrado, trépanos, badáis, espéculos, propulsorios, algalias, doctores, sondas, embudos… Entre los medicamentos destacan los ungüentos (el rubio, el blanco, de minio, de plomo, aúreo, apostolorum… y como corrosivos el auri pigmenti, chalcitidos, alumis roche, acérrimo acetato y polvo litargirio, a los que se suman los diversos purgantes.
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Entre los anestésicos destacan el zumo de beleño, de cicuta y la mandrágora, además de las cocciones de adormidera. Para contrarrestar sus efectos se empleaba la ruda y el hinojo. Entre las sustancias de uso tópico, el aceite rosado, el violado, la canela, los defensivos de Juan Vigo y el de vinagre, bol arménico y el aceite de Aparicio. En otro grupo estarían las cataplasmas. 3.4.- Especialistas Entre los especialistas que hemos encontrado se pueden citar los algebristas, que hacían la función de traumatólogos, y se encargaban de recomponer las fracturas y dislocaciones o “arreglar desconciertos de las coyunturas”. La oftalmología se desarrollo mucho con la extensión de los antojos, localizándose en este siglo el proceso de cataratas en el cristalino y su curación mediante intervención. Estos empíricos eran conocidos como “batidores de cataratas”. Los sacamuelas se dedicaron tanto a la extracción como al cuidado y limpieza de las piezas, y bien se establecían en villas grandes, como Arévalo, o se desplazaban de manera itinerante por los pueblos de la tierra de Ávila. Finalmente debe señalarse el papel de parteras, madrinas y comadronas, que siendo igualmente empíricas, pues transmitían el saber de generación en generación, se encargaban de la mayor parte del proceso prenatal, natal y perinatal. Sobre esto nos ocuparemos mas detalladamente en el apartado dedicado al ciclo de la vida. 3.5.- Epidemias Las epidemias de gripe u otros males azotaron Ávila en aquellos años, aunque sin duda las más catastróficas fueron las pestes de 1507, 1518-1519, 1524, 1564-1565, 1580-1582 “el catarrillo” y 8 1597-1599 . La peste se produce cuando una rata enferma, portadora del bacilo, puede infectar a la pulga que se alimenta 8
Gutiérrez Robledo, p. 122.
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de su sangre que, en determinadas condiciones, transmite la enfermedad a los seres humanos. La rapidez del contagio es debida al hacinamiento entre humanos y animales, y por el escaso nivel de higiene. Entre los variados sistemas de defensa con que las poblaciones de antaño intentaban aislarse de la acción de las epidemias en general, figura como una de las más importantes el aislamiento de ciudades y pueblos frente a aquellas otras localidades que iban siendo afectadas por ellas. Para ello, desde la Peste Negra del siglo XIV, y, sobre todo, desde fines del siglo XV y comienzos del XVI, se recurre a 9 la instauración del sistema de guardas de peste, que procuran impedir la penetración en el núcleo urbano, o en su jurisdicción si se trata de sistemas más perfeccionados, de toda persona o mercancía que proceda de los lugares afectados por el contagio. Para el uso de las autoridades, funcionarios o simples ciudadanos encargados del servicio de dichas guardas se elaboraban carteles o "tablas" en los cuales se anotaban todos aquellos lugares afectados por la epidemia de los que se tenía noticia. Tampoco eran infrecuentes los veranos podridos, años de continua pluviosidad en los que la tierra encharcada apenas produce, lo que conlleva una escasez de cereal y harina y un debilitamiento general que favorece la aparición de anemias y enfermedades.
4 El vestido Decía Gregorio Marañón que “el pan y el vestido son dos necesidades 10 mínimas e igualmente perentorias” . Ávila producía estameñas, jergas y sayales, aunque su mercado siempre fue local. Entre las telas más usadas, la estofa, de seda o lana con figuras, la felpa, también de seda y el fieltro. La estameña era un tejido de lana sencillo y ordinario, asargada y de color negro o pardo, y la 9
Rueda Fernández, José Carlos. “Aportación al estudio de la extensión geográfica de la epidemia de peste de los años 1596-1602: Un documento inédito del Archivo Municipal de Zamora”, en Studia Historica. Historia Moderna, Vol. 1. Salamanca, 1983, p. 97. 10 Marañón, Gregorio. Vida e Historia. Madrid, Espasa-Calpe, 1968. p. 125.
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franela era más fina. Con algodón, más tardíamente, se hacía el terliz y las muselinas. Entre las ricas telas, tafetanes, sedas, terciopelos, lanas escarlatas. Para los pobres, cáñamo y lino, que se cortaban en randal, retales, paños, jergas, lienzos. 11
Los colores eran crudos, marrones, pardos y negros, aunque entre la clases pudientes pronto se pusieron de moda los llamativos colores traídos de Oriente y América, que eran fijados a la ropa a modo de tintes. Estos podían ser de origen vegetal (plantas y líquenes) o animal (insectos y crustáceos). De oriente se trajo la cúrcuma, originaria de la Isla de Java, y de ella se obtenía el amarillo. La cochinilla es un pequeño insecto que vive toda su vida pegada al nopal alimentándose de él y produciendo el ácido carmínico que es la base del tinte. Este tinte es extremadamente reactivo al ph y es de esta manera que se pueden obtener tonalidades rosas, fucsias y morados. Su éxito radicó en que superaba el brillo y durabilidad de los tintes rojos anteriormente utilizados: el quermes (o grana de los tintoreros) y la granza, en la Península Ibérica, y que de la aplicación de sales de estaño se obtenía un color inédito: el rojo escarlata. De América se obtuvieron los azules del añil o índigo. Así describe Fray Bernardino de Sahagún a esta planta: "Hay una hierba en las tierras calientes que se llama xiuhquilitl, mojan esta hierba y exprímenle el zumo, y echándolo en unos vasos allí se seca o se cuaja, con este color se tiñe de azul oscuro y resplandeciente, es color preciado". El tinte azul era muy difícil de conseguir en esa época, por lo que los españoles decidieron comercializarlo. El Palo de Brasil es un árbol parecido al Palo de Campeche, creciendo sus flores en una especie de racimo cónico. El corazón de su madera es de un rojo intenso donde se encuentra depositada la 11
Cabrera Lafuente, Ana. “Los tejidos como patrimonio: investigación y exposición”. Museo Nacional de Artes Decorativas. Artículo digital en: http://www.mcu.es/patrimonio/docs/MC/IPHE/ BienesCulturales/N5/01Los_tejidospatrimonio.pdf
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brasilina, que es la sustancia tintórea. El Palo de Campeche proporciona un tinte azul, que en grandes concentraciones proporciona color negro. Los tintes negros usados anteriormente tenían dos problemas: el primero es que este color se obtenía principalmente de planta ricas en taninos combinadas con caparrosa (sulfato de hierro), resultando un producto muy corrosivo para las fibras. El segundo es que se conseguía un color negro poco brillante, por lo que el descubrimiento de este nuevo tinte daría un gran impulso al uso del negro, como testimonia la pintura de la época de Felipe II. Además muchas recetas anteriores al Palo de Campeche eran combinaciones de distintos tintes que, junto con otros componentes, hacían que la ropa tuviera mal olor y fuera necesario perfumarlas antes de su venta. 4.1.- Hombres 12
Los hombres vestían calzas, que en el siglo XVI se dividían en calzones, que cubrían el abdomen y parte del muslo, y las medias calzas o calcetas, que cubrían las piernas. En el torso llevan camisas, camisillas o camisetas, para complementar la ropa básica masculina. Es una prenda de vestir con o sin mangas, que cubre hasta la cintura. Los más lujosos eran de color negro. Finalmente, se cubrían con casacas, chupas o capas, y los guardapolvos. Entre los complementos, golas y golillas, para los distinguidos, adornos hechos de cartón forrados en tafetán que circunda o rodea el cuello, sobre el que se pone una valona de gasa engomada y rizada blanca. Los hombres se ceñían con fajas y fajines, cintos y talabartes de donde colgaban la espada. Muchos labradores usaban la anguarina, que era un gabán sin cuello ni forma de talle, y con mangas muy largas. En los pies, zapatos y botas de cuero, cordobán o ante, y chapines con suela de corcho. Los más pobres usaban 12
García Fernández, Máximo. Los viejos oficios vallisoletanos. Valladolid, 1996, pp. 289-332.
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alcorques con suela de corcho, alpargatas de cáñamo, o en invierno también llevaba zuecos y galochas de madera para la abundante nieve habida en Ávila, y para el lodo. En la cabeza, sombrero de copa y ala. Chambergo para diario, canotier de paja en verano. La prenda es de obligado uso al casarse. 4.2.- Mujeres La mujer debía vestirse desde la cabeza hasta los pies. Los más cercano al cuerpo eran las enaguas, vestido fino de lienzo blanco, a manera de guardapiés, que baja hasta los tobillos y se ata a la cintura. A continuación se llevaba la basquiña, una saya negra puesta por encima de la ropa interior, con mucho vuelo, que llegaba hasta los tobillos. Debajo de la falda negra llevaban un manteo rojo, enagua rayada y blanca bordada. La falda, que estaba hecha de balleta, parecía un jubón. En la capa más exterior estaba el refajo, una saya exterior que también se llamaba zagalejo Se cubrían los hombros con mantellinas y mantillas para ir a misa, y la cabeza estaba tocada con cofias, caperuzas, y gorretes, realizado en seda, para mujeres adineradas, y en ocasiones se recogían los peinados con unas agujas llamadas rascamoños. Entre los adornos de la ropa, cuellos y puños eran llamados arandelas, los brincos, un joyel pequeño que usaban las mujeres en los tocados. Los vestidos eran ajustados con ceñidores, y en las muñecas podían llevar unas cintas llamadas manillas. 4.3.- Jóvenes Los niños pequeños usaban el metedor, pañetes o zagüelles, ajustados que se ciñen por la rodilla y bajan cubriendo el vientre y los muslos, siendo las bragas el trapo que se pone a los niños dentro de la mantilla para que no se ensucien. Los niños llevaban fajero hecho de punto. Los colegiales y los eclesiásticos usaban en casa el balandrán o chamarra,
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que colgaba de los hombros, sin ceñir, y le colgaban anchas mangas.
5 La personalidad: un paradigma, el Caballero Español 13
Señalaba Manuel García Morente que el tipo ideal es el caballero español. Este tipo humano, queda concretado en dos características básicas definitorias: caballerosidad, y cristiandad. El caballero español ha sido siempre el caballero cristiano.
Los rasgos que diferencian al caballero español sobre los demás tipos del mundo son escasos pero elaborados. El caballero español es paladín, defiende una causa. Cree en la virtud y no aguarda respuesta, actúa. Siguiendo a Morente, en el paladín confluye el optimismo y la inmediatez, para atajar la injusticia, despreciando incluso, la ley y la norma. Es tenaz. El caballero español es estoico, padece y sufre, pero anhela la grandeza sobre la mezquindad y lo fácil. La sobriedad y la austeridad chocan con la generosidad de sus acciones. Es visceral y tiene coraje y arrojo. Es valeroso, es intrépido, pero es temeroso de Dios. El caballero es altivo, no es servil. No soporta estar subyugado y lucha denodadamente por su libertad. Si el caballero es rico, desprecia el dinero, y si es pobre, no demuestra anhelo. Desprecia las medias tintas. Es silencioso y taciturno, pero en las grandes ocasiones es grandilocuente. El caballero español interactúa con el contrario. Se hace amigo o enemigo, y aún en la enemistad le concede su admiración y le agasaja con su trato. Aquí es donde el trato puede más que el contrato, y la palabra equivale a cosa echa. El honor del caballero español es inquebrantable, en sus diferentes tipos. Existe el honor de sangre, de linaje, el honor guerrero, el honor personal. Y esto es así porque la honra es el reconocimiento exterior de la valía personal heredada o 13
García Morente, Manuel: “El Caballero Cristiano”, en Idea de la Hispanidad. Madrid, 1961, pp. 51-97.
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ganada. Es el acercamiento de lo que es, a lo que quisiera llegar a ser. Y es íntimo. La idea de la muerte es para el caballero español radicalmente diferente de la de cualquier otra persona. La vida terrena es una preparación para la vida eterna, por lo que es una preparación para la muerte. Ello queda perfectamente explicado en la frase de Santa Teresa “muero porque no muero”, en la impaciencia de la eternidad. El caballero inmola su propia vida a favor de un noble ideal, de una gran empresa, y solo adquiere valor cuando se le pone al servicio de un valor eterno. Y es paladín de grandes causas, porque tiene fe ilimitada en Dios y en su providencia. El caballero español no puede, y tampoco sabe, separar su condición de español, de su religión católica. 6
La Justicia
6.1.- Los jueces La justicia mana del Rey, quien es juez supremo. Como el rey no puede atender todos los asuntos, los reparte entre los jueces reales, a quienes controlan los jueces visitadores y residentes. En Ávila por ejemplo, el licenciado Villafane es el juez de residencia en 1507. El rey tiene poder de retener, y juzga él mismo algunos casos excepcionales. Los tribunales del rey, los oidores juzgaban los asuntos civiles y los alcaldes sentenciaban a los criminales. El Tribunal Supremo es la Real Chancillería ubicada en Valladolid para dirimir en primera instancia asuntos al norte del Tajo. Entre los letrados que trabajaban en la Chancillería había entre 25 y 35 letrados superiores (oidores, alcaldes y fiscales), organizados en salas especializadas (Civil, Criminal e Hidalgos y de Vizcaya). También había un centenar de letrados auxiliares (escribanos, procuradores y relatores), y alguaciles. El rey supervisa la actuación de sus tribunales y jueces ordinarios a través de los visitadores, y podía actuar de oficio, aunque no sentencian.
6.2.- Los criminales
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La pobreza asolaba a muchas capas de la sociedad pero sin duda es a los desarraigados a los que más obliga a delinquir. Mercenarios retornados sin pena 14 ni gloria, heridos y mutilados , sin familia, sin otro sentido que la guerra y sin nada que perder, convivían en las calles con pícaros y rateros. Aunque su mayor hacinamiento se daba en Sevilla o Madrid, Ávila conoció numerosos casos. Los antiguos veteranos que no conocían otro oficio que el de las armas. Gente de mala vida, que pronto se aglutinó en el hampa, empleando una jerga propia, la germanía, frecuentaban el ambiente de lupanares y 15 burdeles . Trapisondistas, arrieros, chamarileros, buhoneros, titiriteros, prestidigitadores, figoneros, esbirros, maleantes, trileros, jugadores, impostores, vagos y verdugos, alcahuetas, coínas y cotarreras, rameras, pillos y gitanos son algunos de los tipos que junto a rufianes, alcahuetes, abispones, murcios, bandidos, fulleros y salteadores formaban aquel contingente de almas vestidas con harapos que seducían al incauto para poder malvivir. 6.3.- Mazmorras El sistema penitenciario no es como lo conocemos actualmente. Cada jurisdicción tenía su propia mazmorra o calabozos. Así entre los años 1490 y 1496 el Real Monasterio de Santo Tomás sirvió de base al Santo Oficio, ubicándose sus celdas en la parte baja del Claustro del Noviciado, y en el siglo XVI La alhóndiga del pan fue usada como prisión de nobles, y en él estuvo reo don Diego de Bracamonte a finales del siglo XVI. Las mazmorras solían estar en el ayuntamiento, y están dotadas de un jarro con agua y un poco de paja que evitara el mal olor, pues allí debían vivir día y noche los reos, a la espera de su condena. En no pocas ocasiones el preso moría por la infección que le producían las plagas de insectos y ratas con las que convivía. 14
Pfandl, Ludwig. Introducción al siglo de Oro. Cultura y costumbres del pueblo español de los siglos XVI y XVII. Madrid, 1929, pp. 113-125. 15 Hernández Garvi, José Luís. “Asesinos a sueldo en la España de los Austrias”, en Historia de Iberia Vieja, nº 47, pp. 12-21.
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6.4.- Ajusticiamiento Ya hemos visto como en Ávila se elegían emplazamientos públicos muy significados para llevar a cabo las ejecuciones: el Brasero de la Dehesa, en el caso del Santo Oficio, y el Mercado Grande en el caso de la Justicia Civil. Grandes escenarios, que servían de acción ejemplarizante de la justicia. Así por ejemplo en 1592 es ajusticiado en la Plaza del Chico Don Diego de Bracamonte, amotinado contra el impuesto de leva de Felipe II conocido como el “Servicio de los diez millones”. 7 La Vida Social La sociedad estaba estamentada. En el nivel superior se encontraba la nobleza, que representaba un 15 % de la población. En la cúspide de esta nobleza se hallaban marqueses y condes, seguidos de los caballeros, que regentaban el concejo urbano y de los hidalgos, que bien procederían de familias nobles, bien compraban el titulo mediante ejecutoria. Un 5 % de la población estaba representada por el clero, y a continuación se hallaban los pecheros, el pueblo llano sin privilegios que pagaban impuestos. Trabajaban bien por cuenta propia bien por cuenta ajena. Los compartimentos sociales eran muy difíciles de franquear, por lo que rara vez un pechero podía aspirar a algo más que a burgués. 7.1. La pobreza La pobreza se halla en todas partes, y va asociada al hacinamiento, el analfabetismo, las enfermedades… Para paliar esta situación son las obras pías, fundadas por particulares y conventos las únicas vías de auxilio social. Así tenemos que en el siglo XVI, Rodrigo Manso, racionero de la Catedral, mandó construir la Casa de la Misericordia, adosada a la muralla, constituyéndose en la Fundación Pía de San Martín para el reparto de pan entre los pobres de la ciudad. Otra obra pía fue la de la capilla de la Anunciación de las clarisas, fundada
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por Doña María Dávila, y que se encargaba de repartir 200 fanegas de trigo entre los 16 pobres vergonzantes de Ávila . En 1507 el deán de la catedral instituye un hospital dotado con la obra pía conocida como “La Real”, en el lugar ocupado por el Hospital de Santa 17 Escolástica.
7.2. Los espectáculos La rutina del trabajo era jalonada por la alegría de las fiestas y las celebraciones. Se ha calculado que se celebraban un centenar de fiestas durante la Edad Moderna. Durante los días de fiesta los trabajadores no perciben salario, y existía un fuerte componente de superstición medieval que se intentó acotar por parte de la Iglesia. El antropólogo Julio Caro Baroja estudió los ciclos festivos y los dividió en tres: - las fiestas de invierno (fin de añoCuaresma): Carnavalesco - fiestas primaverales (Pascua Resurrección a San Juan): Rogativas y romerías - Fiestas de la cosecha y la recolección (San Juan-fin de año): San Miguel, etc. El ritmo semanal se quebraba con el descanso dominical de los domingos, a los que debían sumarse las festividades gremiales, advocaciones, otras extraordinarias con motivo de bodas, firma de una paz, etc. Lógicamente estos días festivos eran santificados, habiendo procesiones en el caso de las fiestas patronales y gremiales, y celebrándose espectáculos en ocasiones señaladas. La tauromaquia es una tradición muy arraigada en las sociedades mediterráneas, con especial incidencia en España, donde las corridas se remontan a la Edad Media. El matador solía provenir de extractos sociales bajos y desde 1567 hasta 1596 estuvo prohibida, por el Papa San Pío V bajo pena de excomunión. Desde tiempos de los Reyes Católicos, se venían celebrando en el Mercado Grande las corridas de toros en las ferias de junio y septiembre. Un año el 16 17
Serna, p. 226-227. Ibid. P. 260.
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concejo decidió llevar estos festejos al Chico, enervando los ánimos de los nobles de Ávila. Trasladada la queja a los Reyes Católicos, ordenaron se celebrasen los festejos taurinos alternativamente en una y otra plaza. Durante los siglos XVI y XVII se llamaba matatoros a los que, como su nombre indica, daban muerte a los toros, y toreros de banda, porque llevaban en sus ropas una banda que los acreditaba, a los subalternos. A los que toreaban a caballo se les llamaba toreadores, voz que ha caído totalmente en desuso y que ha sido sustituida por picador y rejoneador. El juego de pelota era muy popular entre la nobleza, de tal modo, que incluso el Palacio de los Velada contó con una especie de cancha para disfrutar del juego de pelota a mano. Era tan popular, que en no pocas ocasiones participaban los sacerdotes de la catedral, obligando al Presidente del Cabildo a llamarles la atención por “jugar a la pelota en calzas”. Llegó a ser tan popular, que a la calle del 18 Tostado se le llamó del Juego de Pelota. En la calle albardería hay constancia de que se organizaban carreras 19 de caballos hacia 1570, obligándose a cerrar los fosos de la muralla. Existían numerosos juegos de apuestas a caballo, como el juego de la sortija, que consistía en que los mozos debían coger con la punta de su lanza un anillo colgado del pico un falso cisne u otra figura simbólica, aunque los favoritos fueron los juegos de cañas, en los que dos bandos entablaban lucha entre sí. Tres días antes del miércoles de ceniza se celebraban las primeras carnestolendas, días de glotonería, bullicio y desenfreno con el que se daba paso a la Cuaresma. Entre las bromas que se gastaban en Ávila aquellos días estaba el prender trenzas en las espaldas de los viandantes, tirar cuerdas para el tropiezo, espantar caballos, echar cenizas en el rostro…
7.3.- Juegos
18 19
Serna, p. 228. Gutierrez robledo, p. 143.
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Entre los juegos de azar que movían grandes sumas estaban los naipes, los dados, ajedrez y damas, el alquerque, y ya en el barroco el billar. Clandestinamente se jugaba a naipes, como el andabobos, el parar, los juegos de estocada… tal era el problema que comenzaron a proliferar casas de juego por toda la nación. Durante años se sostuvo que en el renacimiento y aún en la época barroca no existía un sentimiento de infancia. Dicho de otra manera, los niños eran personas pequeñas que eran tratados como adultos, pues trabajaban y comían igual que ellos. No obstante, se ha rebatido ello. Los niños, a pesar de sus duras condiciones de vida, eran considerados como tales al menos hasta la pubertad, y durante aquellos primeros años se dedicaban al juego. Carreras y escondites serían los más extendidos, pero no había niño que no dispusiera de un tirachinas, o que no hubiese jugado con un puñado de huesos a las tabas, la cucaña, el tirasoga y la calva. Las muñecas, para las niñas, de trapo rellenas de paja para las pobres, y de lana para las adineradas. 8 El Trabajo El trabajo estaba muy reglamentado por los gremios, que eran las corporaciones que agrupaban a los artesanos de un mismo ramo, bajo la protección de un estatuto privilegiado. El gremio tenía una estructura vertical, encabezada por el maestro, seguida de los oficiales y finalmente los aprendices. Reglamentaban desde el sueldo, hasta las horas de trabajo, pasando por la calidad del producto, el acceso a la maestría, etc. El gremio proporcionaba un sólido y estable marco de vida, estrechando sus miembros un fuerte lazo de pertenencia, y una conciencia de honor profesional. Se dotaban de sus propias fiestas patronales, prácticas religiosas y eran una de las fuerzas vivas con más poder de las ciudades. En Ávila, gracias al catedrático Serafín Tapia, disponemos de una excelente radiografía de la estructura laboral del siglo XVI. Hagamos un recorrido por cada uno de sus sectores.
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SECTOR PRODUCTIVO Agricultores y ganaderos Manufactura textil Confección Textil Industrias metálicas Construcción Cuero Industrias artísticas Industrias varias TOTAL Alimentación Burocracia Comercio y transporte Servicio doméstico Servicios sanitarios Servicios varios TOTAL Total población activa Población no activa Viudas sin oficio TOTAL PECHEROS
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TRABAJADORES PRIMARIO 114 SECUNDARIO 242 152 72 123 146 19 64 818 TERCIARIO 68 51 73 89 24 57 362 TOTALES 1294 687 623 2604
Sector primario: labradores, hortelanos y jornaleros El sector primario está representado por 114 vecinos, que representan un 8,7% de la población total. Se contabilizan aquel año 27 labradores, 24 hortelanos y 43 jornaleros. Las pésimas condiciones agrícolas del entorno abulense explican satisfactoriamente esta parquedad. Sector secundario: la construcción, alfares, industrias textiles, carpinteros y caldereros La construcción es la principal actividad de este sector, debido a la intensidad que a principios del siglo XVI estaba experimentando la ciudad de Ávila. En 1502 se están reparando las murallas “Los muros et cercas e torres de desta çibdad estan muy mal reparados ye se querian caher” por lo que el concejo hecha sisa durante 4 años destinándose medio
PORCENTAJE
OFICIOS
8,8
12
18,7 % 11,7 % 5,5 % 9,5 % 11,2 % 1,4 % 4,9 % 63,2 %
12 9 10 5 13 4 13 66
5,2 % 3,9 % 5,6 % 6,8 % 1,8 % 4,4 % 27,7 %
13 10 8 6 5 16 58
49,6 % 26,3 % 23,9 % 82,6
136 0 0 136 20
millón de maravedíes a tales obras. También la iniciativa privada ocupa a buena parte del sector el reparo de puertas y la construcción de palacios. Ocupa la construcción 123 personas repartidas en 5 oficios, siendo los más importantes los 43 canteros contabilizados, seguidos de los carpinteros. La industria textil, aglutina a 12 oficios y ocupa a 242 trabajadores, entre cardadores, tejedores, tintoreros, bataneros, sobresaliendo 96 tejedores, 51 perailes, 33 percheros, 21 tundidores, etc., seguida de la confección textil, que ocupa a 152 trabajadores de 9 oficios, entre los que se encuentran sastres, calceteros, jubeteros, bordadores… la industria del cuero, de la que se contabilizan 13 oficios y da empleo a 146 trabajadores, entre los que se encontraban 97 zapateros, 15 zurradores, 10 curtidores…
20
AGS/RGS legajo 149806.
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Las artes metálicas ocupaban a los típicos artesanos necesarios: había 19 caldereros, 17 cerrajeros, 14 herreros, 11 herradores, 4 espaderos, etc. En total, 72 vecinos Por su parte, la producción artística estaba escasamente representada por los 6 entalladores de la escuela de Vasco de la Zarza, 5 plateros, 5 pintores y 3 joyeros. El 4,9 % restante está representado por un heterogéneo grupo de de oficios diversos, y carácter artesanal, como los alfareros. Testimonio material de estas actividades artesanales han quedado las 8 Tenerías de San Segundo , cerca de la ermita, estuvieron activas probablemente hasta el siglo XVII, y los hornos alfareros de finales del siglo XV o del XVI de la Calle Marques de Santo Domingo. Sector terciario: comerciantes y burócratas
taberneros,
El sector servicios está coronado por el servicio doméstico, cuyos 89 trabajadores se reparten en 6 oficios, sin incluir a esclavos ni criados. Le sigue el comercio y transporte, con 8 oficios y 73 personas, la alimentación, con 13 oficios y 68 trabajadores y servicios varios, burocracia y los servicios sanitarios. Entre el subsector de comercio y transporta aparecen 20 arrieros; 16 mercaderes; acarreadores, acemileros, etc. Llama la atención que hasta que los moriscos granadinos no se asientan en Ávila, escasean los tenderos (10 en 1571 y 40 en 1590). Este grupo de comerciantes y transportistas, junto a los joyeros y algunos burócratas, era el más acaudalado de entre los pecheros. Los 689 vecinos dedicados a la alimentación se reparten en 13 oficios, aunque la mayor parte de los trabajadores se ocupan alrededor de las labores del pan: 13 molineros, 9 panaderos, 9 horneros, a los que deben sumarse matarifes y carniceros. La población dedicada a los servicios sanitarios estaba reducida a 24 vecinos, siendo 8 barberos-cirujanos; 5 boticarios; 4 cirujanos latinistas; y 4 comadronas, entre otros. Los burócratas laicos eran escasos, y muchos de ellos son hidalgos:
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Destacan los escribanos, 12; procuradores, 11; ejecutores de causas, 10; notarios, 7; etc. constituyendo una verdadera nobleza de toga. Un último bloque es el de los servicios varios, Serafín Tapia agrupa 16 profesiones muy heterogéneas: 21 mesoneros y taberneros, 5 maestros de niños, 5 libreros... y los típicos pequeños oficios: aguadores, lavanderas... Examen radiológico
Analizando los vecindarios de Ávila se muestra una ciudad artesanal: en el siglo que abarca entre 1514 y 1627, un 65 % de la población activa se dedica a actividades típicamente artesanales o industriales, en tanto que el sector de los servicios viene a ocupar el 30 %, quedando el sector primario con una participación del 4 al 10%. Más significativo aún es que la mitad de la población industrial, y por tanto una tercera parte del total, está ocupada en el subsector textil. Existe un alto porcentaje de personas de las que se desconoce su ocupación, normalmente porque se trata de ociosos (rentistas, pobres...). Los colectivos de exclusión social como viudas aparecen en la documentación con alguna ocupación como hospedaje o pupilajes, en tanto que muchos huérfanos entran como aprendices en mesones, lavaderos de lana, etc., ya que muchas de las fases del arte textil, por ejemplo, requerían la participación de un número elevado de aprendices y trabajadores que permanecían al margen de cualquier forma asociativa. 9
La Enseñanza
En la Edad Moderna la enseñanza y la educación están influidas por el humanismo como corriente y por el Renacimiento como movimiento cultural. Las escuelas no pertenecen al ayuntamiento ni al Estado, por lo que es la Iglesia, de manera subsidiaria, la encargada de catequizar y formar a los niños. A menudo estos colegios, que dependían de conventos, eran sostenidos económicamente por una familia pudiente.
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La burguesía podía optar a una educación más o menos desarrollada, pero los pobres vivirían en el más absoluto analfabetismo. La segunda enseñanza eran las llamadas escuelas de humanidades (latín, gramática, artes…) donde se enseñaba el trivium y el cuatrivium. El Estudium Generale contemplaba una formación básica, llevada a cabo en la facultad de artes, encaminada a preparar a los estudiantes para alguna de las cuatro facultades mayores. Artes, donde se enseñaban Matemáticas, Astrología y Filosofía Natural, la facultad de Leyes, Medicina y Cánones. En Castilla tan sólo existían tres universidades: Valladolid, Salamanca y Alcalá de Henares, acudiendo tradicionalmente los estudiantes de Ávila a las dos primeras. Hay algunos ejemplos de escuelas abulenses en el siglo XVI, como el Colegio de Jesús, emplazado en el Convento de 21 los Jerónimos en 1553 por la Compañía de Jesús, o el seminario fundado en 1568, utilizando las dependencias del convento benedictino de San Millán, ampliándose sus instalaciones en 1586 como seminario conciliar de Ávila. Los jesuitas abrieron en 1564 sus colegios, donde hasta entonces solo estudiaban novicios, para dar enseñanza a seglares, siendo tal el éxito, que entraron en competencia con otros colegios de similares características. Aquellas escuelas estaban muy pobremente dotadas. Sin apenas adornos en las paredes, estaban ocupadas por bancos corridos con tablas dispuestas sobre caballetes las más veces. Como método de enseñanza, la clase magistral a cargo del maestro, cuyo orden disponía con la palmeta o vara de castigo. Entre las herramientas didácticas, se disponía de pluma, tintero y papel, y un cuchillo para templar la pluma. Como vehículo de apoyo se disponía de un alfabetharium, con las letras del abecedario, y es en este siglo cuando comienza a extenderse el uso de las cartillas, vinculadas a la aparición de la imprenta, de las que gracias a los trabajos 22 de investigación que han visto la luz 21
Ibid. P. 448. Es necesario citar la labor de Ana María Martínez Pereira y Víctor Infantes en su
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durante los últimos años, han salido a la luz algunos ejemplos: la Cartilla para mostrar a leer a los moços. Con la dotrina christiana 23 que se canta Amados hermanos , la de Arte para enseñar leer perfectamente y en 24 muy breve tiempo , Cartilla o Arte para bien leer y escreuir en romance Castellano 25 y para lo perteneciente a ello o el primer manual de escribir impreso en nuestro país, la Recopilación subtiltssima, intitvlada 26 orthographía prática . En Ávila, existía una facultad de teología en la llamada Universidad de Santo Tomás, en el ala sur del Claustro de los Reyes del Real Monasterio de Santo Tomás, y de cuyas aulas salieron 27 personajes como Jovellanos hasta que esta institución fue clausurada en el siglo XIX. De entre todos los catedráticos y doctores que sobresalieron, sin duda es Domingo Báñez, quien merece una mención por sus clases magistrales de teología, pronunciadas durante treinta y dos años, y por haber sido confesor de Santa Teresa durante una década.
10 El ciclo de la Vida 10.1.- La natalidad Pese a los tópicos existentes, la natalidad no fue muy elevada en la España de estos años. La ratio oscilaría entre 3,1 y 4,2 hijos por mujer, excelente artículo” “La imagen gráfica de la primera enseñanza en el siglo XVI”, en Revista Complutense de Educación, 1999. vol. l, nº 2, pp. 73-100. También es imprescindible el trabajo en solitario del propio Víctor Infantes: De las primeras letras. Cartillas españolas para enseñar a leer siglos XV y XVI. Preliminar y edición facsímile de 34 obras, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1998. 23 Toledo, Pero. Cartilla para mostrar a leer a los moços. Con la dotrina christiana que se canta Amados hermanos. Editada por Miguel de Eguía, 1526). 24 Burgos, Pero, Arte para enseñar leer perfectamente y en muy breve tiempo, Editado por Juan de Junta, c. 1542. 25 Villarítal, Rafael. Cartilla o Arte para bien leer y escreuir en romance Castellano y para lo perteneciente a ello. Valencia, 1565. 26 Iciar, Juan de. Recopilación subtiltssima, intitvlada orthographía prática. Zaragoza, Bartolomé de Nájera, 1548). 27 Serna Martínez, M. Op. cit. p. 378.
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estableciendo los periodos intergenésicos más largos de Europa. Los nacimientos ilegítimos serán muy abundantes, especialmente en la ciudad. Entre las explicaciones podríamos encontrar la escasa represión sexual o la importancia de la seducción donjuanista. Esta elevada ilegitimidad provocará el fenómeno de los niños abandonados, el 20 % de los bautizados en Valencia a finales del siglo XVII. La mujer toma una serie de cuidados durante el embarazo, y en especial durante el parto, en el que es asistida por las comadronas, una figura de especial relevancia. Las comadronas eran las primeras a las que se llamaba al sentir los dolores prenatales. Ellas atendían el parto, lavaban y fajaban al niño y aun daban los primeros cuidados perinatales. Vigilaban la salud de la madre y del bebé hasta que era bautizado y asistían incluso a la misa de purificación o de parida. El bautismo marca la entrada del niño en la vida social y su incorporación a la iglesia. En numerosas ocasiones se lleva a cabo en casa por el miedo a una muerte prematura, aunque en los demás casos se realiza en la Iglesia. El nombre era dado por los padrinos, y solía reproducir el del padre o del abuelo, manteniendo un vínculo entre vivos y muertos. Los niños eran aculturados por sus madres y abuelas durante sus primeros años, siendo instruidos en cultura cristiana, siendo receptores de unos valores que complementarían con los conocimientos recibidos en la escuela. 10.2.- La familia La pareja entraba en tratas en la adolescencia. El noviazgo, que era largo, era una institución tan sólida como el propio matrimonio, y preparaba para el casamiento, que rondaba los veinte años para la mujer y los veinticinco para los hombres. El matrimonio es el paso necesario para la constitución de la familia. Además, era el mecanismo de transmisión de bienes. Muchos matrimonios, los más adinerados, eran precedidos de importantes e intensas negociaciones entre las familias de los cónyuges.
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Estas negociaciones se solían traspasar a unos contratos prematrimoniales donde se estipulaba la dote a aportar por parte de la familia de la novia. En ocasiones intervenía un casamentero que hacía de mediador. La nueva familia constituida vivía según sus niveles económicos, por lo que no era infrecuente que la nueva familia viviera bajo el techo de la familia de uno de los cónyuges. En los estratos bajos, la tendencia 28 es nidífuga . Las familias pobres, mermadas por la muerte, la viudedad o la orfandad estaban sometidas a mayores presiones disgregantes que el resto. Este nidifugismo lleva a los niños a servir a casa de un amo, como aprendices o mozos. La otra cara de la moneda se da entre los desarraigados, antiguos combatientes, vagabundos… Son los grandes marginados contrapuestos a los pobres, ya que estos últimos se encuentran socorridos por la caridad y aun están arraigados a un barrio. 10.3.- La muerte a).- La preparación del cadáver La tradición cristiana impone que el cuerpo sea enterrado en terreno sagrado. El cuerpo debía ser lavado y aseado, antes del velatorio. A continuación, la amortajadora cumplía con su cometido. Desde el siglo XVI se adoptó una costumbre que era, para los más pudientes, la de vestir el hábito de una orden religiosa, normalmente mendicante, en su lecho mortuorio, junto con la bula de difuntos. b).- El ritual El moribundo se halla rodeado de médico, sacerdote y escribano. Su misión, en primer lugar, salvar su alma, la del otro aliviar su dolor, y la del tercero dar testimonio de su testamento. Con el tañido de las campanas una hora después del fallecimiento comienza la puesta en escena del recibimiento de la muerte. Olor a cera, color 28
Historia de España en la Edad moderna. P. 65-66.
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negro, oscuridad. Comienza un acontecimiento social en el que está implicado todo el vecindario. El primer escenario es el lecho mortuorio instalado en la habitación, con cuatro cirios custodiando el cuerpo del finado. En su defecto se expone al finado en el portal de la casa. Al velatorio asisten los allegados, familiares y vecinos, o rezadoras a las que se paga para que oren toda la noche. Se obsequia con chocolate, pastas y aguardiente, pan y aceitunas a los que asisten al velatorio. Impera el negro. Tafetán y balleta negra para el duelo y para el luto. Amortajado, féretro y comitiva desfilan por la calle. De la intimidad de la casa se pasa a socializar la muerte en el vecindario. Hachas y hachones marcan el ritmo de la comitiva. En la Iglesia, el féretro reposa sobre un túmulo central, mientras se celebra el oficio de difuntos y la misa de cuerpo presente. Agua bendita, incienso y padrenuestros. Desde allí se enterraba en el cementerio anexo, o en el interior de la iglesia, ya que hasta el siglo XIX no existen los cementerios extramuros. La costumbre impone que el cadáver sea enterrado en el mismo día o al siguiente del fallecimiento, aunque progresivamente, para evitar muertes por catalepsia y comas temporales, se aguardan 24 horas. El lugar preferido, preferentemente cerca del altar, y en relación al lugar donde ya reposan otros familiares, padres o cónyuge. b).- Algunas actitudes ante la muerte El bien morir Durante el siglo XVI y XVII existe una preocupación por estar preparado ante la llegada de la muerte. La alta mortalidad favorece una visión en la que la muerte acecha en cada esquina: asaltos, asesinatos, guerras, epidemias, muertes perinatales… en todas estas circunstancias los españoles de la época se percatan de la necesidad imperante de estar preparados ante la muerte. El ars moriendi medieval, deja paso a tratados sobre el bien morir, cristianamente, sobre la actitud ante la muerte y la preocupación por la vida sobrenatural.
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Las Viudas En el siglo XVI prolifera un gran número de viudas. La guerra, las pestes y otros condicionantes favorecen la mortalidad masculina sobre la femenina. Las viudas aparecen en numerosas ocasiones agrupadas en casas, donde compartir su miseria. Otras ocasiones aparecen numerosas viudas que alquilan habitaciones y camas supliendo con su hospedería, la demanda de camas de viajeros y forasteros, poniendo ya en el siglo XVI de moda el pupilaje entre los estudiantes. Los huérfanos Los huérfanos son un grupo social consecuencia de la muerte. Niños expósitos, abandonados y huérfanos sociales y carnales, por muerte o abandono, llenan las estancias de los Doctrinos y de los hospicios. Son otra consecuencia de la muerte que se ha perpetuado en apellidos como Expósito o San José. d).- Ávila: La maqbara Por su importancia, debemos traer aquí el caso de la maqbara de Ávila, uno de los mejores ejemplos de necrópolis musulmana habidos en España, y que muy tristemente ha sido sometido al desarrollismo neoliberal de los últimos años. Se trata de una necrópolis de la que se han excavado cerca de 3.000 tumbas, y que es una muestra de la importancia que tuvieron los musulmanes en la Baja Edad Media. Según Serafín de Tapia, la "maqbara" dejó de utilizarse a partir de 1502, cuando los Reyes Católicos pusieron a los mudéjares (españoles de religión musulmana, gobernados por cristianos) de la Corona de Castilla en la tesitura de elegir entre bautizarse para seguir en la ciudad o ser expulsados por permanecer el Islam. La mayoría optó por bautizarse, de manera que desde entonces el cementerio dejó de utilizarse, ya que fueron enterrados en las inmediaciones de las iglesias. La comunidad mudéjar era tan numerosa que existen datos de la existencia de otro próximo al Monasterio de Santa Ana.
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