Descubre el tesoro de tu vida

Descubre el tesoro de tu vida ¡Estoy harta! Me han castigado por pelearme con mis hermanos. ¡A ver!, quién no se pelea con tres hermanos pequeños. Uno

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Descubre el tesoro de tu vida ¡Estoy harta! Me han castigado por pelearme con mis hermanos. ¡A ver!, quién no se pelea con tres hermanos pequeños. Uno de dos años, Andrés, otro de cuatro años, Jaime y otro de cinco, Gonzalo. Yo creo que esto es una prueba para pasar al siguiente nivel. Por cierto, soy Carmen y tengo doce años. Soy lo más de los más, claro en mi mundo, porque en el colegio soy la pollo de la clase. Y todo empezó el primer día de clase, en segundo de Primaria. Cuando me pusieron gafas y el bruto de la clase se las cargó, también me pegó en el diente tan fuerte, tan fuerte, que se me cayó en seguida. Y ahora está torcido y llevo braquets. Volviendo al tema, cuando se rompieron las gafas, no veía nada, de nada. Entonces es cuando pasó todo, estaba en el comedor con mi bandeja, cuando a Sergio, el guapo de la clase, se le cayó el puré y me resbalé haciendo una piruetas de ésas que salen en las películas, pues ésas. Durante unos segundos hubo un silencio acompañado de miraditas hacia atrás, pero poco después el comedor estaba lleno de risas. Y desde ese momento me llaman patosa y como patosa viene de pato, me llaman pato. Lo único que me gusta de mí, son mis ojos grandes y verdes, el color miel de mi pelo y también que soy delgada, no porque esté a dieta, si no porque soy así. Nacida de una familia de dos padres demasiados trabajadores, tres hermanos pequeños y una hermana mayor de diecisiete años, Ana. Que apenas la veo ya que siempre se va con sus amigas y me deja tirada con los peques. Para lo único que me necesita es para que le haga las cosas que no puede hacer, según ella, porque está "ocupada”. Todos los días aporreo la puerta, grito como una loca, ¡porque lo suyo no es normal! Quince minutos en el cuarto de baño para peinarse, que si este peinado no me gusta, que si este sí, pero mejor no. O incluso para la ducha, que se lleva su tiempecito, cantando cancioncitas y echándose cremas, con que te diga que tarda media hora, me dirás tú… En resumen que no es que me lleve muy bien. En el único sitio donde me divierto es en el recreo, obviamente, con mis dos mejores amigos. Javier un niño moreno, alto y ojos claros y Sara rubia y de ojos marrones oscuros, oscuros, oscuros, a más no poder, bajita y con pecas. Daría cualquier cosa por tenerlas, es que siento debilidad por las pecas. Aquí estoy caminando con Ana y los peques, volviendo del colegio. Ya que vivimos cerca, aprovechamos y no gastamos gasolina, como dice mi padre. -¿Qué tal hoy? Carmen-dijo Ana. -Pues bien,- respondí sorprendida, pues nunca se preocupaba por mí- ¿por qué lo preguntas? -Nada, soy tu hermana, esta pregunta es normal-dijo con aire inocente.

-Andrés no me sueltes la mano y Jaime dásela a Ana-chillé para que me hiciesen caso. Pasado cinco minutos Ana me preguntó: -Oye, Carmen, ¿podrías tender la ropa y poner la siguiente lavadora? Ya sé que me toca a mí pero… - Ya sabía que querías algo, por eso me preguntabas lo del cole. Vale, pero porque hoy estoy contenta. Llegamos a casa, saqué la llave de mi mochila y abrí la puerta con cuidado porque mis padres dormían. Después del palizón de todos los días, de vez en cuando, mis padres, se cogen una tarde libre y duermen todo lo que pueden. -Me salgo a la parta de atrás-me dijo Ana. Me puse a tender la ropa cuando llamaron a la puerta, la abrí esperando encontrar a las amigas de mi hermana, pero en lugar de eso me encontré con una rosa, un cascabel y una pluma. Al lado de los objetos se hallaba una carta. La cogí, la miré bien buscando el matasellos, pues podía ser de correo. Pero no había nada, me pregunté de quién podía ser y por qué la había dejado allí. Si era una broma o si era algo serio. Para sacarme de las dudas, la abrí con mucha intriga, en la carta ponía lo siguiente: "Cuida bien de estos elementos, porque te enseñarán la vida". Busqué más información, con esperanza de encontrarla, pero no encontré nada, de nada. De modo, que sin entender la carta, lo cogí todo y me lo llevé a mi cuarto. Los guardé en el fondo de mi armario para que nadie los viese y bajé corriendo a seguir con la tarea. Cuando ya había tendido y había puesto la segunda lavadora, fui a mi cuarto y saqué las cosas del armario, las observé un rato y lo único que ha habido en mi mente desde ese momento, fue averiguar para qué servían los objetos y cómo encajarlo con la carta. Al cabo de un mes, mis padres me llevaron al dentista donde me quitaron los braquets, ¡ya era hora!, ¿no? Bueno sigo, estaba en el coche esperando a que un semáforo se pusiese en verde y me di cuenta que había una familia pobre pidiendo limosna en la calle. Tenían tres hijos y todos estaban en mal estado, pero hubo una cosa que me llamó la atención. Pasaba una señora por la calle y en vez de echar dinero les echó una rosa. A los niños se les abrieron los ojos al verla, como si nunca hubiesen visto una en su vida. Seguí mirando y vi como los padres tenían la misma sonrisa que la de los niños. Estaban todos juntos, mirando a la rosa tan felices que… No pude evitar bajarme del coche e ir corriendo hacia allí, crucé la calle y les encontré en la misma postura cuando había apartado la mirada. Me acerqué les eché algunas monedas y le pregunté a la madre: -¿Por qué miráis a la rosa de esa manera?

- Porque nos recuerda el ser feliz en la vida, aunque seamos pobres. -Pero, ¿por qué? -Pues, una rosa es como una familia, es hermosa cuando está en sus raíces. Pero cuando la cortas, apenas dura sin estropearse. Y la familia siempre tiene que estar unida, en sus raíces, o si no te ocurre como a la rosa. En ese momento sentí un agujero en el corazón, tantas veces me había peleado con mis hermanos y nunca les había pedido perdón. De repente, alguien me sacó de mis pensamientos, al sentir una mano en el hombro. Era mi padre, acababa de llegar y estaba muy enfadado. Miré a mi madre buscando consuelo, pero encontré su rostro decepcionado y asustado. -Vámonos- dijo mi padre. Me cogió de la mano y nos dirigíamos al coche, cuando eché una mirada hacia atrás. Vi a los niños señalándome la rosa, entonces me acordé de la carta y en mi cara se dibujo una sonrisa. Entré en el coche, que mi padre había aparcado en doble fila, pues no había sitio. Durante cinco minutos hubo silencio. Silencio que después fue interrumpido por mi padre. -Hija, eso que has hecho no puede ser. Imagínate que hubiese arrancado cuando te bajabas-dijo enfadado. -Además, te has bajado sin permiso y me has pegado un susto. Estás castigada sin tele-intervino mi madre. -Vale-respondí sin importancia. Mis padres se quedaron asombrados y después me miraron a través del retrovisor para ver si me pasaba algo. ¡Era la primera vez que escuchaban esa respuesta! Me vieron tan contenta que mi padre me preguntó: -¿Qué ha pasado mientras estabas allí? -Nada, papá-contesté con dulzura -¿Y por qué sonríes? -Porque te quiero -Y yo a ti cariño, y yo a ti. Llegamos a casa, subí a mi cuarto, para cogerme una coleta. Y al ver que me faltaba mi gomilla preferida, salí corriendo al cuarto de Ana. Estaba enfadada, ¡cómo podía haberla cogido sabiendo que no le dejaba! Cuando llegué iba a entrar de mala gana, pero recordé la rosa. Entonces llamé a la puerta y sonó una voz fuerte y clara: -Adelante Entré, pudiendo ver que no la llevaba puesta, si no que tenía el pelo suelto. Es cuando me vino la calma, menos mal que no había entrado de bruscamente.

-Ana, has visto mi gomilla preferida. La de color turquesa, ya sabes la que te digo, ¿no? -Sí, sé la que dices, pero no la tengo. Creo habérsela visto a Gonzalo. -Gracias. Cerré la puerta con delicadeza y dejé que siguiera estudiando. A continuación, me fui al patio y me encontré a Gonzalo. Tenía la gomilla rota en una mano y en la otra mano tenía un palo. Miraba al suelo a un punto fijo y estaba más triste que nunca. -Pero, ¿qué has hecho? -Estaba jugando y se rompió- dijo tartamudeando y sin apartar la mirada del suelo. -¿A qué jugabas? -A los indios, con el tirachinas. -¿Qué tirachinas? -Tu gomilla y el palo eran el tirachinas. ¿Me perdonas? Al ver su cara, lo único que quería era hacerle feliz. Así que le dije. -Te perdono, si juegas al fútbol conmigo. Entonces una sonrisa se posó en su cara. Me miró y al ver su sonrisa tan pura y tan limpia, me dieron ganas de llorar de felicidad. Porque esa sonrisa verdadera, nunca la había recibido en mi vida. Empezamos a jugar cuando se unió Jaime, que fue el portero y después Andrés, el delantero. Estábamos jugando cuando cinco minutos después, mi madre me llamó para que fuera a hacer los deberes. Llevaba media hora haciéndolos y escuché unos golpes en la puerta. Miré hacia atrás y vi a Jaime triste, le pregunté qué le pasaba. Y me dijo: -Nos pusimos a jugar al fútbol con otros niños y nos han quitado la pelota. Bajé a por la pelota y cuando me presenté en el lugar, los niños salieron corriendo. Me quedé sorprendida, pues no comía niños y no era un cocodrilo, enseguida noté que alguien me abrazaba, era Jaime. -Te quiero hermana, si no hubieses venido, no nos la habrían dado. Al día siguiente fui al colegio, como de costumbre, andando. Las clases se pasaban demasiado lentas, pero por fin llegó el recreo. Nos encontrábamos Javi, Sara y yo sentados, cuando me fijé que Sara llevaba un cascabel en su collar. -Sara, ¿por qué llevas el cascabel puesto? -Porque el párroco de nuestra Iglesia, nos ha regalado uno a toda la familia. -Y, ¿os ha dicho algo relacionado con el cascabel? -Sí, nos ha dicho que siempre que estuviésemos triste, que escuchásemos su sonido. -A ver, déjame escucharlo. Moví el cascabel y escuché un sonido dulce, era un sonido melódico y bonito, era un sonido que me resultaba familiar. Por unos instantes me trasladé a un patio lleno de

niños pequeños, donde todos reían y disfrutaban al máximo. Al volver en mí, le pregunté a Sara: -Oye, ¿te dijo más cosas? - Sí, dijo que los más pequeños te traían la felicidad y eran los más humildes. Pero no entiendo por qué me haces esas preguntas. -No sé, ¿tú qué piensas de lo que te dijo? -Pues que tiene razón, que son los mejores. Ya sabes lo que te digo, los más buenos del mundo. -Sí, creo que yo también he tenido esa sensación. Sonó la campana y volvimos a clase. Por más que lo intentaba, en lo único, que pensaba era en el cascabel, esa sensación, era como cuando pasó lo de la gomilla con Gonzalo. Mi hermano fue tan humilde, que en vez de esconderla, me la enseñó, me contó la verdad y después vino su sonrisa. Su sonrisa que a mí también me había traído la felicidad, la felicidad que no había experimentado hasta entonces. De camino a casa, me fijé en que Andrés tenía algo en la boca. -Andrés, estás muy callado- le dije-¿te pasa algo? -No, ¿por qué? Entonces, todos vimos, claramente, un caramelo en su boca. Ana iba reñirle cuando la detuve y le dije a Andrés: -¿Por qué estabas comiendo un caramelo? ¿Sabías que el dentista te lo había prohibido? -Sí. -Entonces… - Porque tenía ganas-dijo con una voz apagada. -Bueno, pues prométeme que no lo harás más. -Vale. Carmen, ¿se lo vas a decir a mamá? -No. -Pero…¿Por qué? -Porque los hermanos se apoyan y si no es peligroso, no lo digo. Pasadas algunas semanas, mis padres nos dieron una gran noticia: -Hemos buscado otro trabajo y nos han contratado-dijeron. -Pero, ¿por qué? -Para estar más con vosotros,-respondió mi madre mientras acariciaba a Gonzalo. -¡Qué bien mamá!-gritó Ana. Al día siguiente cuando estábamos en el recreo, me sentía tan bien que me fui con Sergio y el grupito popular de la clase, para que me dejasen de llamar pollo o pato.

Todo iba bien hasta que empezaron a contarse secretitos. Entonces me echaron del olivo donde estaban y me fui con Sara y Javi, pero nada más verme se fueron. Me iba a volver para sentarme sola en un banco, cuando se acercó Javi y me dijo: -¿Sabes que a las personas que de verdad te importan, las deberías de tenerlas escritas en tu corazón, bien profundas? Y darte igual, lo que te llamen. A mí no me hubiese importado que te fueras con niñas que sabes que te aprecian, no, porque por lo menos has tenido consideración con ellas. Y esas niñas que están marginadas, pues vale, si tienes ese corazón que te dice que te tienes que ir con ellas, para que no se queden solas. Como hiciste conmigo y con Sara, por eso ahora somos mejores amigos los tres, entonces vale. Pero lo que has hecho, no nos ha gustado. - Javi, lo siento, no me había dado cuenta. Me fui hacia Sara y le dije: -Perdón, ya he aprendido una lección. -Vale. -Gracias. Pero, si te ha molestado mucho, por qué me perdonas así, como si nada. -Porque somos mejores amigas, ¿no? Y no voy a dejar que un error nos separe. -Gracias. Abracé a los dos fuertemente y una pregunta se pasó por mi mente. -Oye, Javi. ¿De dónde te has sacado ese discurso? -No sé, supongo que es uno de esos momentos que dices lo que te ha salido del alma. ¿Por qué? -Porque me acabas de dar una respuesta. Entonces ya entendí el significado de la pluma, era lo que englobaba todo. Primero la felicidad de la familia, después las risas que disfrutas con tus hermanos y por último, hacer que la vida se te quede escrita por las personas que te importan, porque ellas lo hacen contigo. La pluma es un bolígrafo, sirve para escribir, pero la diferencia, es que la pluma, es tinta líquida, es decir, que hay más borrones pero cuando sabes utilizarla queda más bonito. Y mi corazón ahora está limpio, y bonito con las personas; antes, mi corazón era una simple mancha, nada que se pueda apreciar. Y a mí antes no me importaba esa limpieza, me peleaba con mis hermanos y ahora sí me importa, porque cada pelea es una rosa menos, un cascabel menos y un borrón nuevo.

Pilar Arteaga Moreno (12 años) Asociación de Familias Numerosas de Sevilla

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