Desde Felgueras de Lena, contemplando el paisaje universal de los felechos

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Desde Felgueras de Lena, contemplando el paisaje universal de los felechos La palabra: felechos y felechas (les venceyes). En asturiano la voz felguera, felgueira, folgueira, fulgueira, se aplica en usos toponímicos para designar una zona ‘abundante en helechos, felgos’: fulgueiral, jelechal, felechal…, según las zonas. Se distinguen felechos y felechas: los primeros, de un solo tallo que se va ramificando hacia arriba; las segundas (les venceyes, de algunas zonas) con varios tallos que salen en manojo desde la misma cepa. Con otra diferencia: los felechos no los quiere el ganado, normalmente, son más duros, secan enseguida, y mueren del todo en los felechales al peso de las nieves. Las felechas, en cambio, las comen los animales en el invierno: nacen protegidas en las matas y castañeros, con varios tallos más delgados y suaves; de hojas más ramudas y tiernas, de coloración verdosa, pero más clara. Y les feleches tenían muchos otros usos: servían para conservar la fruta, para transportar el pescado o para hacer escobas que limpiaban suavemente el forno antes y después de amasar. El felichu es en la zona el término común para designar un conjunto de helechos que se encuentran en lugares diferentes: matorrales, bosque, roquedos, pedregales, muros, helechales, pero sin distinción específica entre los hablantes; de modo que se trataría de las numerosas subespecies del «Asplenium», de acuerdo con la naturaleza del suelo; en sentido despectivo, se denomina felechacos a los 'helechos más pequeños, cuando van creciendo entre la hierba verde -pación de seruenda, sobre todo- y que resultan muy perjudiciales para la pradera, razón por lo que se cortan -se varian- con una verdiasca d'ablenu, nei menguante de Xunio y Agosto. Sobre todo, muchíu, estru pal cucho El felichu tuvo hasta los años setenta importante función en el estrado de los cubiles y establos de los animales -muchir las xaceas, xestrar-; dir catar felichiu. era una actividad más en las faenas otoñales, consistente en segar helechos en las carbas y praderas de los cordales próximos, los cuales, una vez secos, se almacenaban para el invierno; a través del muchíu se formaba el abono imprescindible como sustancia orgánica en la preparación de las tierras para las sementeras de cada estación. De la valoración del felechu en la agricultura asturiana, dan cuenta algunos datos más. Rato recoge el dicho «tierra de felechu ye de provechu», aludiendo a la citada situación antigua del empleo del cucho del felechu como fertilizante casi único en las tierras labrantías. Luciano Castañón recoge la función del jelechu en Amieva como indicio de 'buen tiempo': «No te fíes de la llavera

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que é valiente parllotera, ni tampoco del gamón que é un valiente embusterón; fíate del jelechu que sale per so derechu». Documentación medieval. En cuanto a la documentación medieval, señala Floriano Cumbreño que las felgarias aparecen del 775 en adelante como «campos de helechos que se aprovechan para camas del ganado»; en ese contexto, aparecen las felgarias en un doc. original del citado año: «montibus et felgarias». En funciones toponímicas, aparece la voz en doc. de 780, fundación del monasterio de Obona: «per peña de Felgueros», o «in villas prenominatas ... Turre Felgarias», documentado en 834, pero en falsa atribución, según el mismo Floriano; en 873, «villa Felgaria»; y en 812, per caput de ualle Falgarias». En lo etimológico, tampoco hay problemas. Meyer Lübke distingue en lat. filictum, de donde falet friul.: feito gall., port.; figueito port. transmontano; helecho esp.; y sus derivados, fental gallo; figueital transmontano; helechal esp.; y, por otra parte, *filicaria 'helecho', también, de donde fougere fr.; feuguiera, prov.; falaguera cat.; helguera esp.; felgueira port., y semejantes. Finalmente, Corominas observa que ya en el mismo latín la voz filictu tenía el sentido colectivo de 'matorral de helechos', lo que explicaría los topón imos con base en este apelativo. En lo morfológico, sólo destacar, aparte de los abundanciales tipo -era, el peyorativo -ota, presente en Felechota, y el sufijo de 'relación' -úa, en casos del tipo Felguerúa Léxico asturiano a) Vigón cita la expresión de Colunga «si los felenchos lo dieran... », que explica como alusiva al hecho de que «una persona viviría con mucho lujo si, careciendo de recursos para ello, le fuese dable adquirirlos sin trabajo». Canellada recoge en Cabranes la distinción felechu / felecha, distinguiéndose la hembra por carecer de los 'pequeños helechillos que los felechos tienen a los lados'. b) Vigón identifica la felencha hembra con el «Polypodium filix femina», y Conde Sáiz con el «Polystichum setiferum» en Sobrescobio. c) J. M. González, dice de la folencha en Valduno, o dentabrón, que se emplea en usos domésticos por sus propiedades curativas. d) Fuera de estas zonas, ya en el dialecto' cabuérnigo, García González recoge jelecha «variedad de helecho, más pequeño, frondoso, verde y tierno que el jelechu»; jelechar «pila de helechos, abundancia de helechos»; jelechal 'helechal', y jelechera «terreno en el monte, sin cultivar y poblado de helechos». Finalmente, Lamano Beneite cita fenecho 'helecho' en el dialecto vulgar salmantino.

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Los usos de felechos y felechas, lentexil: etnografía (Pteridium aquilinum, Osmunda regalis...) a) medicinales: las raíces cocidas, para limpiar la sangre en animales, sobre todo; para los golpes, mancaúras, frayones... b) tintes de los colores: el agua da una coloración entre ocre, terrosa, amarillenta... c) alimenticios: les feleches (les venceyes) los comía el ganao por los castañeros en invierno; d) transportes: mullido en el pescao, queso, fruta...; e) conservantes: mullido para la fruta, el queso...; f) estru para el ganao en las cuadras: mullido, mutsíu..., para el cucho y abono de las tierras g) estru para los caminos: los más pobres lo esparcían por los caminos y barrizales con paso de ganado, para recogerlo después como abono a falta de otro mejor; h) techumbre de cabanas: se ponían debajo de las tsábanas como aislamiento, para proteger el viento, asentar mejor las piedras... i) cameras de las cabanas: sergón, mullido... j) albardas de las caballerías: mullido; k) samartinos: como combustible para xamuscar las serdas de los gochos; l) alimento animal en caso extremo: comen las felechas, pero no los felechos; m) propiedades mágicas: cogida la grana en la noche de Sanjuán, descubría ayalgas... Un amplio campo toponímico A) En la fitonimia asturiana: a) Conceyu Tsena: Felechosa Cimera y Fondera (Linares); Felechusu (Armá); La Mata'l Felechusu (Armá); Quentu'l Felechusu (Val Grande); La Felguera (Tablao, Navidiecho, Villa Yana, Casorvía); Eelgueras, Monte Felgueras (Yanos); Monteseu Felguerina (Tablao); La Felguerona (Congostínas); Eeiquerúa (Parana) b) zona occidental: Felgueras, La Mortera Felgueras, es la braña quirosana sobre Fresneo y Faedo, en la subida a La Pena Sobia; buena zona de fincas que servía a los ganados de las brañas altas en los intermedios de primavera y otoño. La Felguera, La Falguera, El Falguerón, La Felguerina, Felgueiranciosa, Felgueras, Felgueres, Feleches, La Felguerosa, Felgueroso, El Felguerosu, Felechosa, La Fleitosa, Fleitina, Felguerúa, Felguerusu, Fulgueira, Folgueira, Folgueirúa, A Folgueirosa, Folgueirarrubia, Folgosa, Folgoso, Folguiru, La Flochá, La Filtrosa, La Fleitina, La Flitri-

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na…, tal vez, Fogueirúa…, por toda Asturias, sin más diferencias que las puramente fónicas. Feltrosa: braña de Ambres, en Cangas del Narcea. La Fleitosa: sobre Valcárcel (Somiedo). La Campa las Feltrosas: en Allande. Folgueiras del Río: braña de invierno sobre el valle de Nera en Naraval (Tinéu). c) zona más central: La Felgueirúa: zona de pastos entre Bustramunde y Quintaneiru, en los altos de Fresneo (Quirós). Felgueiranciosa: finca sobre Tiós (Lena), en el camino a los altos de Brañavalera; interesante diptongo decreciente, como en otros muchos casos lenenses. La Felguerosa: finca cimera en el cordal del Navaliigu, divisorio del valle de Turón y Aller. La Mayá Felguera: zona de fincas y mayadas sobre el valle del Río’l Medio, en el camino a Piedrafita (Casu). La Felguera: campera y cuadras en los altos divisorios de Sobrescobiu y Aller. El Monte Felgueru: monte y helechal por el valle que asciende de La Cruz de los Ríos hacia Los Casares (Sobrescobiu). d) zona oriental: La Cuenye la Jelguera (Macizo Occidental de Picos de Europa). La Jelguera: monte y buenos pastos, bajo La Terenosa y Pandébano, en el camino desde Bulnes (Cabrales); es el puertu baju para estos pueblos. Jelgueras: en Ribadedeva. En todo el oriente asturiano, La Jelguera, La Jelguerina, El Jelgueru, La Jelguera, Los Jelgueros, El Jelguerosu, Jelguerúas, El Jelechalón… La Jerguerina: en Santianes (Cangues d’Onís). Y tal vez, La Fergarosa: en Llaviana. B) En la fitonimia peninsular: a) Fitonimia galega: Como designación toponímica, abundan en Galicia topónimos del tipo A Felga, A Filgueira, Felgoso, Folgoso, Folgosa, Folgueira, Filgueiras, A Fieiteira, Fieiteiriña, Fleitoso, Fleitosa, O Fleital, O Folgar, Portofolgueiro... b) Fitonimia catalana. Amigó i Anglés recoge en zona catalana Les Falgueres. A. Griera cita en la misma zona Falgars, Felgareles, Folgaroles, como 'sitios abundantes en helechos'. En zona pirenaica, Jean Séguy añade casos del tipo Falgarasse, Falgos, Eouquere, Falgouses. C) En la fitonimia europea: a) Fitonimia francesa. Rostaing cita Eleqére a partir de filicaria 'helechal'; Dauzat recoge otros como Fougéray, Fougeré, Fougéres, Les Fougerets, Fougerolles, Fouguerolles, Fougueyrolles, Faugères. Feuquiéres, Flesquières, Fluquière, Fouchères, Foucherolles, Feucherolles, y algunos más, siempre en relación con la base citada. b) Fitonimia italiana. Felecchio, Filucchia, Filicoso, Filichino, Filetto, Feletto, Filegàre, Folgaria... c) Fitonimia portuguesa. A Feiteira, Filgueira, Feital, Falacho, Falagueira, Faleital, Faleito, Faleto, Falgarosa, Falgaroso, Falgueirosa, Feitada, Feital, Fei-

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talzinho, Feiteira, Feiteira, Feiteira, Feiteiras, Feiteirinha, Feitos, Feitosa, Felitosa, Fetal, Feteira, Fetil, Fieital, Folgosa, Falgueirosa... Etimología, el origen de la voz. Supuesta *filicaria, a partir de filictum, aplicado a tierras más dadas a los ‘helechos’: el mejor abono apara los sembrados, tiempo atrás.

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Pueblu y parroquia Felgueras: un milenario escalonamiento de poblados en un valle fértil. Anotación previa: la colonización de un valle fértil 6

Al hablar de Felgueras hay que situarse en un contexto lejos de las divisiones, clasificaciones, instituciones actuales: allá por el s. VIII, cuando se citan las primeras filicarias (las tierras de los felechos), no había ni parroquias, ni conceyos todavía; éstos son de final de la Alta Edad Media y comienzos de la Baja E. M. (1200 y pico, a todo más). Incluso no había ni pueblos: sólo villas por un lado (Mamorana, Corneyana, Tiós, Parana...); y caseríos aislados, por otro, dependientes de esas villas mayores organizadas: los colonos, los llevadores de las tierras, los habitantes de los villares pequeños al servicio y al tributo de las villas mayores (Vitsar, Vitsarín, Vitsasola, Vitsaquemá, Los Vitsares..., que prevalecen hoy, convertidos en cuadras la mayoría). Por esta razón, para hablar de Felgueras desde sus orígenes, hay que tener en cuenta aquel contexto etnográfico: no se puede hablar de Felgueras como pueblo autónomo tiempo atrás; más bien, se trata de un poblamiento que se fue levantando en el valle (a media ladera, en este caso), por las necesidades que iban surgiendo a partir de otros poblamientos anteriores asentados previamente, más fonderos, junto a las fértiles vegas del río Lena. A su vez, poblamientos primitivos (de nativos o de colonizadores allegados) que antes vivieron en las cumbres, pero que con la pacificación de los tiempos, y la conquista de los bosques junto a los ríos, decidieron instalarse en el fondo de los valles para controlar el paso por ellos; y, sobre todo, para comer: para pescar en los largos inviernos, mientras los altos estaban cubiertos de nieve. Los ríos daban vida: con los peces ya no se morirían de hambre; un privilegios de varios milenios atrás, incluso hasta casi estos mismos días. Con la iglesia parroquial abaxo, pero con la Retoral, arriba... En consecuencia, Felgueras es todo un símbolo complejo de muchas circunstancias al tiempo: fue un poblamiento levantado en un lugar que producía lo que era imprescindible para la vida de los pobladores, van más de mil años atrás: los felechos. Y en un lugar que adquirió su importancia con el tiempo, porque desde él se podía controlar todo el valle, una vez convertido en parroquia medieval. No por casualidad, la iglesia parroquial está en Palacio, pero la Retoral estaba en Felgueras: el lugar estratégico desde el que el cura podía controlar mejor los sembrados y productos objeto de los diezmos y primicias anuales (los cereales, los corderos, el ganado menor...). Por eso, al hablar de Felgueras, hay que hablar un poco de los poblamientos precedentes y de los que le siguieron, a medida que el valle se iba extendiendo en productos y funciones: paso del camín real desde La Carisa, camín de peregrinos, venta de cerezas... Felgueras no es sólo un pueblo: es el producto de muchos pequeños poblamientos del valle de La Vega’l Rey y la Vega’l Ciegu, que termina-

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ron por darle, no por casualidad, la categoría de parroquia (griego, páriokos, paroikía, ‘vecino, avecinamiento’). El lugar estratégico del valle. Los poblamientos en concreto, paso a paso: 1. La Cobertoria en el alto: los asentamientos primitivos. El nombre de Felgueras puede tener una larga historia detrás. Aunque el nombre de las felgarias (las tierras de los felechos) no aparecen hasta el siglo VIII, al contemplar el mosaico de nombres del mismo valle, se diría que hay toda una estructura organizada del terreno desde mucho más atrás. D la impresión de que el pueblo no surgió aislado, sino al final de un proceso colonizador del suelo, que comenzó en los altos del Aramo (lugar de los yacimientos mineros documentados ya desde el Neolítico). El nombre cobertoria (lat. coopertorium, coopertoria, ‘las cubiertas, las coberteras’), venía a ser la traducción latina de otros vocablos prerromanos: las grandes piedras que cubrían los monumentos megalíticos de varios milenios atrás (dólmenes, menhires, túmulos, corros, castros, sobre todo). Quedan como vestigios históricos para comprobarlo, las excavaciones de todo el Aramo realizadas desde J. M. González; y una minuciosa toponimia para describir esos lugares habitados en los altos limítrofes con el valle de Quirós: Los Fitos, Los Veneros..., con los correspondientes corros y corras a la vista por las camperas de Chago, Brañavalera, Campalasoma... Por ejemplo, se conservan relativamente los 14 cercos de los corros en La Campa Chago, justo bajo la pequeña hondonada que contiene el agua invernizo, origen del nombre de la peña (el chago, el chegu de los desnieves). Las catorce corras (ahora reducidas a cimientos) estaban bien situadas: orientadas al saliente y al sur (vierten ya hacia Vache y Zurea), al cobijo de las peñas, con una impresionante perspectiva sobre todo el valle del Lena, a poco que se asomaran a las crestas calizas de La Pena Chago. Era el simple control milenario de los valles desde la estrategia calculada de los altos: siempre con aquella norma tan natural de “ver, sin ser vistos”, que siguen practicando los animales del monte en estos mismos días (robizos, corzos, tsobos.... 2. La Cobertoria en el valle: los asentamientos romanizados. Es el conjunto de casas sobre La Vega'l Rey, entre El Peridiitsu y Santa Cristina, justo sobre el arroyo que ahora desciende canalizado bajo La Estación actual. Fue, hasta las construcciones de La Renfe, una fértil vega de sembrados (maíz, patatas, arveyos...). Este poblamiento en el valle forma, así, parte (continuidad, contigüidad) de otra estructura de nombres en torno al culto y a la vida primitiva en los altos de Chago,

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El Mayéu la Cobertoria, El Alto la Cobertoria… Con un dato más en la estructura: más al este, en el alto divisorio con Aller, está El Dolmen de Carabanés (con las tres piedras ahora entre escombros). Y justo, sobre La Cobertoria, los asentamientos de La Corrá y actual Santa Cristina. Enfrente, Castiecho (ahora Santa María de Castiecho), El Curuchu... Se trataría, en definitiva, de un progresivo descenso de los pobladores primitivos en los altos, hasta colonizar el fondo de los valles y las vegas de los ríos mayores. A juzgar por los nombres, se diría que hubo toda una colonización del valle por los habitantes de los altos, cuando los peligros y el boscaje de los ríos lo fueron permitiendo. 3. La Vega’l Rey: en realidad, la vega del río (lo de Rey es interpretación popular posterior). El topónimo Rey está muy generalizad, la mayor parte sin relación con rey alguno (varios investigadores lo interpretan así): Vegarrey (Tinéu), El Preu Rey (Armá), San Martín del Rey Aurelio (del Río Aurelio, para otros), Soto de Rey, Vegarrey, Pradorrey, Fuente Rey, Sederrey, Monterrey..., y tantos otros por diversas regiones. Casi siempre, todos ellos, más o menos sobre regueru, arroyo, río, canal estrecho... Salvo excepciones, se interpretan a partir de la raíz prerromana *rek(surco, arroyo), con tantos derivados romances: río, riegu, arregañar... Simples lugares acanalados, por los que suele arroyar el agua, resquebrajarse, hacer cortes en el terreno. La interpretación popular hizo lo demás. En el caso concreto de La Vega’l Rey, la circunstancia real que dio lugar a Palacio (una incipiente residencia palaciega de algún rey, como lugar de caza y de recreo), motivó que los lugareños se fueran convenciendo de que era la ‘vega del rey’. Pero hay que contrastar todos los parajes con el mismo nombre. Se sumó el dato de La Vega’l Ciigu, para los nativos también ‘una vega propiedad de un ciego’ con su leyenda heroica... y todo. Simplemente, una vega bajo un lugar ciego, oculto a la vista, como es el njúcleo antiguo del pueblu, La Foxaca (poza pequeña), bajo La Iría Vidriales y Mamorana.. 4. La Vega’l Ciegu: en realidad, la vega del lugar escondido (ciego), como era y sigue siendo La Foxaca (la poza pequeña). Como se dijo, siglos, milenios atrás, no existían las divisiones entre pueblos, parroquias, conceyos, actuales: había más bien, valles, conjuntos de valles, laderas, cumbres... La xente se fue organizando, por voluntad o por fuerza, sobre lo que tenía al lado: en colaboración con los pobladores vecinos (qué remedio quedaba), y al servicio relativo de las instituciones locales o llegadas de fuera, lo mismo daba. Pocas opciones quedaban.

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En consecuencia, los nombres de los lugares que iban usando, colonizando, amansando..., respondían a toda esa serie de circunstancias diarias. La mayoría de esos nombres los ponía la gente, el pueblo, como rutina de lo que hacían o escuchaban. Si había una vega buena, productiva, le llamaban La Vega (el espacio llano junto a las aguas del río). Pero si había dos, era necesario distinguirlas, como la propia y la ajena, la cercana y la lejana, había que matizar los topónimos. El cauce del río Lena (de aguas lentas, sosegadas, como dice el nombre) supondría un seguro de vida alimentaria todo el año: peces del río, pastos verdes, sembrados, madera, frutos, caza... Un privilegio, invernal sobre todo, lejos de las nieves de los altos. Por eso las dos Vegas: una, al lado de los primeros pobladores de La Cobertoria, la del Río, sin más; la primera conquistada, desbrozada en parte, utilizada. La Vega del Río, transformada luego en Rey, por interpretación popular o institucional, lo mismo da. La otra, al lado de una confluencia de caminos en varias direcciones: altos de La Pena Chago y Brañavalera, altos de Ranero, valle del caudal abajo... El fondo del valle en torno al poblado actual de La Vega’l Ciegu resultaba ideal para una estancia buena. Por algo allí levantaron los romano la villa de Mamorana (del posesor Memorius): lugar soleado, sobre las riberas ricas del río, bien comunicada... Allí está la Iría de Vidriales: la del Mosaico Romano en el Museo Arqueológico hoy. El nombre de Ciegu resulta evidente en este contexto geográfico. Como tantos Valdiciego, Vega de Ciegos, La Cruz del Ciego, La Cigatsa... Lugares ‘ciegos’, disimulados, casi ocultos a la vista desde los altos. Como es justamente La Foxaca: un lugar empozado sobre la reguera, muy acogedor siglos atrás: retirado del viento norte, soleyero, con agua... Un privilegio, sin más. Los nombres nunca están solos. 5. La Campa Santa Cristina: la vida ya cristianizada, palaciega El nombre de La Cobertoria y las losas de Santa Cristina, muy anteriores al palacete medieval. Un posible lugar estratégico prerromano. La campera ante el monumento es otra zona insuficientemente documentada, pero pudiera suponer un escalón más de continuidad entre los cultos prerromanos (megalíticos) y los cultos cristianos. Un caso más de cristianización del entorno tallado en los nombres del terreno. No parece que haya documentos escritos, pero la tradición oral, una vez más, atestigua que toda la explanada de Santa Cristina, es lugar de tumbas, losas, restos humanos desproporcionados; cuando se realizaba cualquier tipo de labor rural (cierres, xebes, caminos, pozas diversas para el arbolado...) iban apareciendo esos vestigios, que siempre tapaban también, respetuosos con los güesos en los pueblos.

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Esos vestigios y esta memoria oral tal vez pudieran atestiguar que el monumento fue levantado sobre un antiguo castro que controlaba el entorno en todas direcciones. Las pequeñas columnas de la ventana posterior del edificio, con material de mármol, bien distintas a la piedra del edificio (grenu más oscuro), atestiguan que no son de la misma construcción: que proceden de otra anterior reutilizada. Tal vez un monumento de cultos prerromanos, en relación con las cobertorias citadas. Una leyenda que habla de tiempos paganos precedentes. Incluso, una leyenda para justificar el origen de la Santa, pudiera simbolizar ese paso de la cultura pagana a la cultura cristiana. Según la voz oral, el nombre de la Santa se debe a un supuesto martirio de la joven Cristina, que se quiso meter a monja, contra la voluntad de su padre pagano. Como insistía en su vocación, la metió en una pila de agua hirviendo, pero la joven seguía intacta al fuego. Entonces decisión matarla a golpes... –cuenta la leyenda escuchada hace tiempo. Una encrucijada de caminos en la confluencia de los altos y los valles Por otra parte, la situación estratégica de La Campa Santa Cristina, es indiscutible a poco que se contempla desde cualquier altos de los alrededores: desde el recinto se divisan, directa o indirectamente, los altos de Carraceo (vía de La Carisa), altos de Chago, valles de Güerna, La Portiecha, y parte del Caudal abajo. Y desde las cumbres y los valles, confluyen las miradas y perspectivas en la misma encrucijada de direcciones: el saliente del edificio actual. Un centro de comunicaciones imprescindible varios milenios atrás, mucho antes que el palacete medieval. La importancia posterior del monumento cristianizado terminaría por eclipsar todo otro vestigio que no fuera la residencia palaciega y el dato artístico prerrománico; incluso se olvidó el palacete, en su disfraz definitivo bajo el nombre de capilla y Santa. El nombre de La Cobertoria pudiera proceder de la raíz COOPERTUM ('cubierto'), más el sufijo -TORIA ('lugar de'), aplicado a la zona, por aquellas 'losas' y 'enterramientos' en esas zonas encontrados con frecuencia, y ya disueltos con obras sucesivas (*copertoria, ‘cobertera’, en asturiano). La cristianización del bosque: una campa soleada en medio del encinar, sagrada, santa... (enterramientos documentados). En fin, todo pudiera indicar que el origen toponímico (hagiotoponímico) del monumento de Santa Cristina está en La Campa, topónimo geográfico precedente: la campa estaba allí mucho antes del palacete, por supuesto. Un caso más de cristianización de un lugar de culto pagano, imprescindible para los nativos de varios milenios atrás. Como prueba de este tipo de transformaciones cultuales, hay otros ejemplos en la hagionimia peninsular. Sirva el caso citado por Cabeza Quiles para la ermita gallega de Santa Cristina, en Neme (Bergantiños, A Coruña): una ermita que se supone debe el nombre, sin más, a una fuente santa, sagrada en la creencia de lugareños y peregrinos, por sus propiedades medicinales.

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En el caso lenense, con esa citada progresión cultural (y cultual) desde La Cobertoria del alto a La Cobertoria del valle, habría que pensar en una campa dedicada al culto al bosque, al encinar (Alceo, luego, justo frente a Santa Cristina) que daba de comer; que aseguraba una vida más segura en el acogedor valle de Palacio y Felgueras: bellotas, animales de caza, estrategia en un castro, cobijo en el invierno, agua abundante, pesca en el río... Todo ello digno de agradecer a cualquier divinidad: la que presidiera los megalitos de La Cobertoria y el Dolmen de Padrún. O la cristianización directa del bosque: de la palabra saltus, *salta, soto, sota..., (bosque, bosque de encinas), a la de santa..., por simple interpretación fónica popular, sota cristian > Santa Cristina... Hay ejemplos para confirmarlo en otras toponimias asturianas. Es el caso del río Santagustia (en Ponga), que en realidad no es más que un soto (un bosque) en una prolongada angostura entre Viegu y Les Bedules. No por casualidad, al lado está el pueblo de Valle Sotu (el valle del bosque). Del soto de la angostura (de la foz), muy peligroso por intransitable siglos atrás, los lugareños pasaron a el río Santagustia, lo mismo por la verdadera angustia que pasarían en las tormentas y truenos en la zona, que por el culto y preces que elevarían al cielo para salir vivos sin un rayo en la cabeza... (a mí me cogió una tormenta en plena caminata, aún por la senda, carretera actual). En todo caso, lo mismo la voz campa, que la voz *sota, serían la base léxica para el adjetivo ckritinus, christina..., aplicado a varias Santas ya en época del emperador Constantino (s IV). Ya en tiempos medievales, entre la Iglesia y los reyes terminaron por asentar el nombre para el monumento palaciego, muy necesitado de mejorar su reputación personal dejada en el valle durante sus recreos y cacerías por la zona. Es decir, que de La Campa Santa Cristina, quedó el nombre sagrado para designar un edificio simplemente laico, que nunca fue religioso hasta bien avanzada el Edad Media, y hasta estuvo dedicado a otros patronos antes. Por ejemplo a San Pedro y a San Pablo, que reza en escritos antiguos. 6. La Covecheta: la voz de las leyendas orales. Como los nombres casi nunca están solos, en todo este complejo recinto precristiano y prerromano, se continúan otros datos orales. Por ejemplo, bajo La Campa Santa Cristina, hay una cueva con su leyenda de la gallina y los güevos de oro, que se dice aparecían por La Campa en ciertas fechas a lo largo del año; así se formaría la leyenda del tesoro que muchas veces se buscó a través de esta pequeña gruta que se abre bajo el montículo. En relación con la cueva, o con la misma forma empozada del terreno bajo La Cueva, se formaría el nombre de La Covecheta: ‘cueva pequeña, lugar encuevado, recogido, escondido’. 7. Alceo: el lugar de las encinas, la alimentación por las bellotas En realidad, por tanto, el encinar: lat. ilicetum, el bosque sagrado que tanto practicaban los celtas en su dominio peninsular (dendrolatría, el culto a los árboles). Todo el valle de Palacio estuvo unido por las enci-

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nas, como quedan a la vista todavía. Todavía la misma margen derecha del río (ladera de Santa Cristina) está en buena parte cubierta de encinas centenarias; algunas conservadas, otras más envejecidas. Algunas quemas incontroladas fueron disminuyendo con los siglos un encinar, sin duda, mucho más extenso y tupido en época prerromana, cuando los pobladores de los altos bajaron al valle. Por algo bajarían también. Como prueba visible, ante el mismo monumento actual sobreviven como pueden varias encinas, con demasiada frecuencia asediadas por las llamas por circunstancias y por intenciones diversas. Son el reducto del bosque milenario, a pesar de tanto interés privado y tanto menosprecio suelto. Y de tanto pirómano desalmado. En la otra ladera, frente a Santa Cristina, el mismo Alceo, en tormo a las serraspa del Cuitu (izquierda del pueblo, subiendo), quedan otros cuantos ejemplares para justificar el nombre del pueblo y el encinar tan disminuido (lat. ilicetum > elcetu > elcedo > alcedo > alceo). Evolución asturiana sin más. Porque de las encinas se podía vivir todo el año entonces Y con las encinas (poco menos que milagrosas, entonces) ya se podía vivir: no sólo por las bellotas del arbolado (que duran todo el año, y hasta se pueden guardar varios años), sino por la cantidad de animales que se concentran en un encinar a la rebusca de las encinas (xabalinos, corzos...), y que van a ser la carne asegurada para los nativos todo el invierno, por lo menos. El mismo historiador griego Estrabón decía que, a la llegada de los romanos, observaron que los astures se alimentaban con pan de bellota y perniles de xabalinos (los xamones, sin más). Finalmente, la documentación antigua (toponímica, sobre todo) confirma que los encinares eran bosques sagrados entre los pobladores prerromanos celtas, como atestigua el poeta Marcial ya en época romana, siglo I (cita de Cabeza Quiles): “sagrado encinar de Beratón (Soria)”, Segobriga, antes, bosque sagrado en la Celtiberia hispana. 8. L’Ardinal: el encinal sobre Palacio. Otros nombres quedan para dar fe del encinar. Toda la ladera pendiente sobre Palacio, la que está justo frente a Felgueras, debió ser bosque tupido de encinas a juzgar por el topónimo: L’Ardinal, el encinal, que hoy conserva todavía abundantes manojos de encinas, pero ya separadas por espacios de carba y matorral, cada año un poco más espeso. Tiempo atrás sería el espacio privilegiado para todo tipo de animales sueltos: gochos, cabras, oveyas, burros, caballos, vacas escosas..., como en parte siguen haciendo hoy mismo, sueltos por allí. Porque un encinar junto al pueblo suponía todo un privilegio varios siglos atrás: el alimento gratis para personas y animales. Todavía hoy en zonas extremeñas se siguen usando las bellotas para varios productos

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humanos (mermeladas, licores, cocidos...). El privilegio era doblado en el invierno: una vez terminadas las castañas, con yerba muy escasa en los payares, sin paciones todavía tempranas..., los meses de enero y febrero, resultaban muy duros para los animales con crías, sobre todo. Disponer de un encinar en toda una ladera soleada suponía leche para toda la familia: a diferencia de otras menos soleadas del concejo, en estas zonas de Palacio y Felgueras esnevia pronto (se quita la nieve a poco que salga el sol); por ello, los animales comían todo el día bellotas y volvían al atardecer a los establos. Un encinar en invierno, todo un privilegio. 9. Valgüena: la vaguada buena, la tierra cultivable. Este valle, la vaguada buena, fértil, productiva en su tiempo, confirma y simboliza toda esta situación estratégica del valle de Palacio: el valle, la vaguada mejor, por mucho que no lo parezca hoy aquel entrañable conjunto de casas y cuadras, relativamente conservado en piedra. El género femenino de la voz latina vallem (en romance medieval, año 922, masculino ya) parece indicar que se trata de un lugar sembrado en los primeros siglos, próximos a la creación de Mamorana (villa romana, s. III, ya documentada con el Mosaico de La Vega’l Ciegu, hoy en el Museo Arqueológico de Oviedo). El caserío actual de Valgüena ofrecía todas las circunstancias deseables en aquellos siglos para una relativa buena vivienda: lugar soleado, retirado del norte, al cobijo de los vientos, junto al río abundante, al fondo de la pendientes, con tierra suelta, con el bosque cerca para la leña y los frutos, con los pastizales altos para el ganado en el verano... Un valle bueno, van mil y pico años atrás: un jardín, entonces. Las buenas fincas de Los Centenales, El Molín..., están ahí para confirmarlo.

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10. Felgueras: la tierra de los felechos, el abono para los sembrados. Esti ye’l país de los felechos En esta estructura ininterrumpida de sucesivos poblamientos en un valle, las funciones del terreno se iban adaptando a las necesidades de los nativos: ellos y ellas iban observando el suelo, y designándolo con la palabra adecuada. Se iban creando (señalando) espacios con sus nombres adecuados. Así, a medida que iba creciendo el poblamiento, por ejemplo, hacían falta abonos para las tierras de semar. Y los felechos de algunas zonas resultaban especiales: más abundantes, más gruesos, mejores de segar, más accesibles... De mejor calidad, en definitiva. "Esti ye el país de los felechos" -cuentan con humor todavía los vecinos de Felgueras-, sin olvidar las rabias que pasaban, en sus tiempos mozos, al intentar "descastalos hasta de las mismas tierras de semar, cada seronda y primavera arriba". Los felechos abundan en cualquier monte; pero tienen en Felgueras tamaño y fuerza especial: son grandes, de tallo grueso, crecidos en un solo tronco ramudo, y con ese tono azulado, ausente en otros valles –nos matizan algunos mayores bien experimentados con la planta después de usarlos tantos años. Luego, están las felechas, nacidas en mata de varios tallos: más clarinas y achatás, usadas "pa barrer el forno, antes de roxar pal pan, y más finas pa las xaceas del ganao". Las felechas, en Felgueras, eran seleccionadas con cuidado para mullir las cerezas en los cestos, al tiempo que las recubrían, luego, en el transporte: así, guardaban mejor el frescor, cuando el sol castigaba la andadura camino de la Estación de Malveo; en los días de ferias y mercaos; o de puerta en puerta por las casas de La Pola. Unos y otras (felechos y felechas) se segaban casi como la yerba actual: se dejaban secar, se amontonaban con el sol ya puesto, para evitar el deshoje, y se envaraban, o se metían en payareta. Ya en el invierno, servían para el cucho que luego había de abonar las tierras en primavera. Al lado de la cuadra, no faltaba en las caserías del monte la vara paya, junto a la vara yerba: la diferencia del abono se iba a traducir en los mejores productos de los praos, las borronás, las tierras de semar... El felichu abonaba mejor. En fin, la verdad es que extraña hoy la importancia de unos felechos tan poco gratos en las fincas y en los pueblos ahora. Pero hasta en las ciudades dejaron sus nombres: por ej. Los Helechos (antes Los Felechos) es en Oviedo la calle sin salida que parte de la avenida de Pumarín, paralela a General Elorza; el nombre se explica, pues hasta sólo hace unos años, esa calle era una zona de fincas laborables en las afueras de la ciudad. Y tantos otros pueblos con estos nombres: La Felguera, Felechosa… Y la mapa las cerezas: texto del cuento recogido por Jesús Neira “Tul mundo sabe que Felgueras ye la mapa las cerezas. Hay munchas y de toas clases: albarucas, martimagras,

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danzas, piconas, francesas, de ambrón, gayeras... Cuando chega el tjimpu dechas, vese pela carretera baxar una cabaná de muyeres con sos cestas na cabeza, acorrompinás de cerezas. Baxan a véndelas a la Pola, a Mieres, y tamién dalgunas veces a Ovieo y León. Y nun ye milegru que se vendan como pan bendito, porque cerezas tan bonas como las de Felgueras habrá pocas. Dicen que los de Felgueras pel tiimpu las cerezas, ponense muy engachonaos, y que si por causalidá, algún yos pregunta dónde son, dicen muy encaramechaos: ”Soy de Felgueras; ¿cámbiasme un duro?”. Pero si nun ye pel tjimpu las cerezas, dicen muy mansulinos y con la cabeza baxa: «Soy de Felgueras pa lo que mandes». Yo, la verdá sea dicha, nunca oyí a ningún decir esto. Lo que sé bien que en Felgueras hay bona xente: formal trabayaora y listona, y que si vais pichí, fartúcanvos de cerezas con toda arrogancia. Tando yo un día achí cuntáronme lo que i ocurrú a un paisano que i chamaban Xuán de Salomé. Tenía Xuán munchas y bonas cerezales, y teníales como quien tien a Dios agarréu per una pata. Aquel año vieno una hermosa primavera, y pel mes de marzo taban las cerezales que daba gloria velas. Porque a las cerezales salyos la flor primero que a los otros árboles. Por eso hay un refrán que diz: “El que a cerezas quiera andar, en marzo las ha de espiar”. Las cerezas diban apicalbando y había que ponese a curialas, porque los mozacos son el demonio, y, cuando tan tavía verdes verrando, acoxan hasta la forqueta y pónense a comer de aquecho que entós nun ye más que burreyu. Y lo peor nun ye lo que comen, sino lo que estrozan. Pa aguantar más, nun apilucan, esgalmian los canones y dexan la cerezal perdía. Xuán, que sabía bien esto, nun se quitaba del pie del cerezaliru que tenía nel Chindión. Y ocurrú que taba un día Xuán curiando las sos cerezas que yan maurecío, y cuando nunca se cata, vé nel picalín de la «Danza» un gleyu picotiando per una gran cereza. Espantolu a voces, y el péxaru naló fuera del preu, pero

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chevando nel picu la cereza danza. Xuan saltó la xebe como un tiru, empezó a tirai piedras pa que la soltase. Pero el gleyu, que i debía gustar la danza, naló pa utru cheu sin soltala del picu. Xuan, que cuando aborricaba yera más niciu que un guchu, corrú tres dél en sin aparar, y arrefundiabai morrillazos na más que se posaba. Nun sé cómo aquel ome anduvo tanto en tan poco tjimpu: pasó praos, tierras, matos, carbas, castañeros, cantos... Hasta que el péxaru, más canséu de nalar que Xuan de andar, dexó cayer aquecha hermosa cereza. Xuán tiróse a echa, pañola, metúla nel bulsu, y arroyando agua per to los siete sentíos, golvú contintu y gayoliru pal so cerezaliru. Y pel camín diba cantando: “En tul chugar, nu hay quien curie las cerezas como Xuan”

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11. La reguera Vigo, la Fuente la Paraxa: la fuente de la aldea, del pueblo pequeño (Felgueras) Al lado de Felgueras otros nombres son testigos de su historia: La reguera Vigo, La Fuente la Paraxa... Ya entre los romanos vicus era ‘pueblo pequeño, barrio, aldea’: en unos casos, el pueblo se hizo grande (Vigo, ciudad gallega); en otros, siguió siendo más o menos pequeño, pero con su importancia entonces y en sus sucesivos contextos: arroyo de Vigo, en Felgueras, que fluye paralelo al pueblo. Y una paraxa en asturiano es una ‘parada’ pequeña también: el rellano de la fuente antigua en la reguera, bebederos, lavaderu... Como encima de La Paraxa está La Madregona, sería el lugar del nacimiento del agua, sin más: un conjunto hidrográfico imprescindible muchos siglos antes del agua en las casas, las traídas a los pueblos... Pero estas paradas con agua, muchas entre la maleza hoy, tenían su importancia siglos atrás: eran los lugares de información y comunicación diaria; intercambio de noticias, paso de caminantes, arrieros, lugar de encuentros entre jóvenes casaeros y casaeras... La vida del pueblo siempre estaba viva al lado de las fuentes. Una parada obligada para estar informados a diario del contorno. 12. La Fuente la Madregona (Felgueras): la madre del agua, el lugar adecuado para el poblamiento. No por casualidad tampoco, La Madregona está justo sobre La Reguera Vigo y La Fuente la Paraxa. Es decir, los nombres se ponían para describir cada función del paisaje, del rincón que sirviera para algo a los pobladores: arriba, la madre’l agua, por poco que fuera en aquellos tiempos; debajo, La Paraxa: la parada pequeña, un rellano en el camino, con la fuente del pueblo, el lavaderu, el bebederu... 13. Las Viñas, La Bodega (Palacio): las parras de las uvas, el vino escaso pero sabroso. Con las tierras mejores seleccionadas, con los abonos más productivos al alcance de la mano y de la fesoria entonces, los romanos trajeron las viñas. No hay que olvidar que Mamorana (la villa romana) está sólo a unos metros, en la margen izquierda del río Lena. Quedan los nombres de Palacio para atestiguarlo. Toda la margen derecha del río Valgüena, bajo las casas de hoy, zona del hotel..., fueron los espacios dedicados a las uvas, como señalan Las Viñas: suelos soleados, protegidos del norte, orientados de este a oeste, con el agua al lado... No por casualidad tampoco, enfrente está La Bodega: zona del camino a la Iglesia frente a Las Viñas (margen izquierdo del río). 14. El Cerezaliru (Alceo): un valle privilegiado, la mapa las cerezas.

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Como se fueron haciendo famosas las cerezas de Felgueras, Alceo, Palacio...: “La mapa las cerezas” –que mantienen ufanos los lugareños. La geografía del valle ya es en parte privilegiada también: una orientación este-oeste, al cobijo del viento norte protegido por el cordal de Xinisteo y altos de Espines o Ranero; la naturaleza del suelo, la tierra más bien suelta; el pequeño microclima consecuente que se forma en la vaguada que comienza en El Puente los Chobos y culmina en Carraceo. Todo ello dio como resultado las abundantes cerezales que salpican todavía el valle por ambas laderas: famosas eran las cereceras de Felgueras, de toda la parroquia. Así queda El Cerezaliru: una zona sobre Alceo, antes con abundantes cerezas comunales, pues salían por todas partes; hasta los menos hacendados, o con más bocas que mantener, podían merendar cerezas del común. Toda una larga historia de recogida y venta de cerezas, que permitía ciertos lujos a las mozas casaeras de estos pueblos, sobre todo, mientras hubiera cerezas. Hasta un vagón del tren las esperaba en la estación de Malveo, para llevar a las tierras leonesas. No era poco en aquellos tiempos. Sirvan algunas coplas: "Soy del conceyu de Lena, de la parroquia Felgueras: onde se cambiaba el duru, nel tiempu las cerezas". “En el llugar de Felgueras, llugar de muncha riqueza, corrieron detrás de un gleyu pa quita-lle una cereza”. 15. Penabeyones (El Siirru Penabiones): las calizas de las abeyas Penabeyones es la serraspa caliza próxima a Felgueras, que recuerda la otra actividad inmemorial en la organización de un poblamiento: las abeyas, la miel imprescindible para casi todo, en tiempos tan lejos todavía del azúcar y semejantes. La farmacia al natural: con miel se curaban catarros, se desinfectaban afecciones, se cerraban cortaduras, se suavizaban quemaduras, se endulzaban las escasas confituras por las fiestas... Los truébanos silvestres también instalaban su estrategia en los lugares más selectos: con el sol temprano al saliente, al calor invernizo de las peñas, cerca del agua, rodeadas de boscajes con flor (castañeros, encinares...)... Sobre Valgüena, ladera de Felgueras, se daban las condiciones. 16. La Nozalera (bajo Felgueras): los frutos secos del invierno.

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Como no se podían comprar las nueces, había que plantar nogales. Y no eran poco rentables: se pagaban rentas, favores; se hacía aceite de nuez; se tomaban como medicamente en muchos remedios caseros; se facían las casadietsas... Hasta se plantaban los nozales, se coyían las nueces, y, en muchos casos, ni las probaban los dueños: dicen al algunos pueblos que las nueces yeran pa los ricos; los probes, si querían comer casadietsas tenían que facelas con castañas molías; las nueces yeran pa pagar rentas. No por algo lo recuerda la palabra: casadietsa, antes quisadietsa; es decir, fechas con queso, que bien recuerdan y atestiguan los quirosanos. Las casadietas yeran de queso, como las quesadas cántabras y del oriente asturiano (lo dice la palabra). 17. Las Figares (margen derecha del río, sobre El Xitu) los figos para la merienda diaria, unos cuantos días al año. Como no podían faltar los figos en un pueblo: no hay poblamiento pequeño o mayor, entre el mar y las montañas, que no tenga figares, por mucho que estén asilvestradas hoy: las figares se dan hasta entre las mismas rocas o acantilados del mar. Así son de agradecidas. Y con figos, ya se podía merendar una buena parte del año, entre agosto y diciembre, pues los hay muy escalonados, desde los mayores y más sabrosos, hasta los miguelinos, más pequeños, más duros, más resistentes entre las nieves del otoño. Se hacían mermeladas, pan de figos... Las Figares son topónimo universal también. 18. El Xitu: las tierras de semar en común. En esa organización sucesiva de la parroquia de Felgueras, los espacios utilizados (amansados, los llamados mansos) se sucedían siglo tras siglo, cultura tras cultura. Un Xitu era el equivalente al ejido castellano: las tierras comunales a la salida de los pueblos, destinadas al cereal (lat. exitum, ‘el éxito, la salida buena). Una solidaria costumbre prerromana que llegó casi al dos mil. Queda El Xitu de Zurea, donde recuerdan bien sus normas, derechos y costumbres para las cosechas de estas suertes: sembraban el pan, la escanda..., cada propietario en su parcela; pero cada cuatro años se sorteaban, de forma que fueran rotando los suelos, y no tocara lo peor siempre a los mismos; que una vez fuera más llano y productivo, cuando la vez anterior le había tocado a uno lo más cuesto y escaso en cereal; que se rotaran las suertes (de ahí el nombre). Esta misma costumbre de acordar comunalmente los sembrados y las suertes de parcelas a cada familia, dice R. Menéndez Pidal que ya procede de los pueblos vacceos (prerromanos), cuando anualmente amontonaban todos los frutos en medio de la finca comunal, y daban a cada uno la parte que le correspondiera, siempre proporcional a la cantidad de tierra

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en posesión; es decir, que todos quedaran igualados, por lo menos, en la calidad de los frutos (los del terreno bueno y los del menos bueno), aunque cada uno llevara más o menos según sus posesiones. Se habrán perdido estas costumbres, pero quedan los nombres y los testigos investigadores de los tiempos, para recordar que la vida de un vecindario habría de ser solidaria por fuerza, sin más recursos que la unidad entre ellos. Del otro lado ya estaban los palacios, las retorales, los monasterios... 19. Palacio: La Casona, la residencia palaciega. Más allá de la tradición oral y los documentos, el entorno de La Casona recuerda una posesión señorial en sus tiempos: en medio del pueblu, soleyera, en el rellano mejor, con portalá, portón de carros, capilla... Recibía diezmos: “de ca diez copinos d’escanda’, se pagaba ún a La Casona” –recuerdan algunos mayores hoy. Y de La Casona eran la mayoría de las fincas del pueblo, hasta que fueron pasando a manos de los vecinos (s. XIX), antes del último propietario, Alejandro Pidal y Mon. A La Casona se atribuyeron la mayoría de las fincas de Las Viñas y La Bodega. Según la voz oral, La Casona era el edificio levantado para cuidado de la residencia palaciega de los reyes, y del monumento de Santa Cristina en época prerrománica. De ahí, la interpretación popular de La Vega’l Rey. 20. La Fuente los Peregrinos: camín de la Ilesia (Palacio). Otro dato importante que atestigua un valle fértil tiempo atrás: La Fuente los Peregrinos. La sólida estructura en piedra tallada de la fuente en el cruce de la Iglesia pudiera simbolizar muchos siglos de caminantes por el valle más soleado de la parroquia Felgueras: los asientos en piedra, la bajada en escalera, la calidad del agua…, se siguió apreciando hasta estos mismos días. La posición de Palacio en un valle privilegiado entre varios caminos que confluyen de los altos, no podía menos de concentrar también a muchos viajeros de paso con objetivos diversos: desviación desde la Vía de La Carisa desde Carraceo, paso del Camín Francés del Payares por L’Escobal, peregrinos del Santuario de Bendueños y del Güerna, en dirección a Santa Cristina… 21. San Lorenzo (San Tsaurienzo): el patrono de los pobres, de los estudiantes, de los cocineros, protector de diversas enfermedades... Conclusiones 1. El paisaje de Felgueras, construido de tiempo en tiempo: a) Un paisaje del cultos milenarios. Felgueras es un símbolo de un poblamiento antiguo que supo adaptarse a un valle, una vez concluidas las peripecias prerromanas en los altos de las cumbres: de aquella lejana cultura de los túmulos y las cobertorias (las coberteras funerarias), fue pasando al aprove-

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chamiento de las vegas en los espacios mejores de los ríos. Había que comer y resguardarse, en los inviernos también. b) Un espacio geográfico tan estratégico como adecuado para la vivienda humana y animal. Las condiciones del suelo, la orientación del saliente al poniente, el bosque, al agua, el cobijo de los vientos, fueron asentando un poblamiento que eligieron también hasta los reyes (no por casualidad) para sus ocios cinegéticos y tiempo de recreos. c) Una cristianización oportuna de una campa que supo disfrazar una residencia palaciega con una capilla sin santa alguna ni imagen que se recuerde: antes que a Santa Cristina, estuvo dedicada a los patronos San Pedro y San Pablo. Tal vez, desde un monumento anterior de época visigótica, a su vez, sobre otro emplazamiento cultual prerromano (caso evidente de la capilla de Santa Cruz en Cangues d’Onís, levantada sobre un dolmen allí bien a la vista en su interior y todo). d) Una encrucijada de caminos y valles. No por casualidad, por esta ladera de Felgueras se fueron tallando los caminos del Lena, lo mismo desde los altos de Tuíza y San Emiliano, que desde El Payares y Tresconceyos. Primero, la Vía Romana de La Carisa (desviación desde La Encruceyá y Carraceo); luego, el camín francés (el del Güerna y el del Payares), por La Romía o por La Cortina y Bendueños. La Fuente Palacio, con su estructura en piedra y asientos circundantes debió estar bastante animada siglos atrás. e) Un lugar topaeru de productos tempranos. Las encinas milenarias, las cerezales floridas ya por marzo arriba, aseguraron siempre frutos oportunos a los nativos o al que iba de paso; a personas y animales; por tanto, aseguraban frutos y caza, que no era poco en su tiempo. f) Un pueblo de iniciativas en estos mismos tiempos de crisis y de cambios. Resulta paradógico el hecho de que una parroquia con poco más de un centenar de habitantes (147 en el último censo) pueda albergar 2 restaurantes y un hotel, con varios años funcionando y asentados ya. Todo un símbolo de reutilización inmemorial de iniciativas aprovechando los recursos del valle. 2. Con eso otro paisaje tan comunitario que se extiende cada año desde La Felguera Una solidaria labor (tan necesaria en estos tiempos), para recordar cada año este precioso mosaico toponímico que simbolizan los felechos y las felechas en la reconstrucción inmemorial de cualquier poblamiento: a) Por esa idea tan ecológica y autóctona, asturiana (tan glocal y global a un tiempo), de unir con la palabra cientos de poblados o despoblados, brañas vaqueiras, mayadas pastoriles. cortinales, irías de sembrar, morteras, montes, carbas, pastizales... Todos, en homenaje verbal a las palabras del terreno: topónimos como La Felguera, La Jelguera, La Felguerina, La Felguerosa, Felguerúa, Folgueirarrubia, Folgueiras del Río...

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b) Por ese cultivo de la Tierra que recuerda el paisaje langreano, desde los indoeuropeos al dos mil: toda una sucesión de palabras toponímicas que van describiendo ese mosaico milenario de nombres puestos ya por los nativos mucho antes de los romanos: Turiellos, L’Atalaya, Granda, Lláscares, El Campu la Carrera, El Puente, Oturiellos, Pumar, Castandiello, La Garduña, La Teyera, La Venta l’Aire, El Rebollar del Rey, La Capilla las Nieves, Candín, Duro-Felguera... 3. El culto a la Tierra-Madre: el cultivo, el cuidado, de las plantas, de los árboles, la devoción a los frutos que siempre dieron de comer (la santificación del paisaje con el tiempo). En fin, los felechos y felechas, como tantos otros productos de la tierra que dieron nombres de lugar y poblamientos: L’Acebal, La Cebosa, L’Artosa, Castandiello, El Centenal, Les Fayes, La Fernosa (de los fresnos), El Fresneal, Figareo, La Garduña (l’ardilla), La Moral, El Maeral, La Nisal, La Payega, La Piñera, El Pumarón, La Texera, Viesques, Xinisteo, La Zorera. 4. La cristianización del entorno: a su vez, el culto inmemorial al arbolado, a los frutales, a lo que daba de comer y de vivir (dendrolatría) No por casualidad tampoco, cantidad de cultos y romerías (pretendidamente cristianos, romanos, medievales, eclesiásticos...), sólo tienen por referencia un simple culto inmemorial (indoeuropeo, celta, astur...) a un fruto, a una planta, a un árbol que daba de comer: La Virgen de la Flor (Lena, Grao), La Virgen del Acebu (Cangas de Narcea), San Roque l’Acebal (Llanes). O Nuestra Señora del Avellano, en Pola de Allande; La Virgen del Fresnu (Grao), La Virgen del Carbayu (Langreo)… Como en cualquier santoral en cualquier hagionimia, sólo en apariencia cristiano y de van cuatro días: como decíamos más arriba, hasta hay una Virgen de los Helechos (Cuba), y Nuestra Señora del Helecho (Madrid), según aparecen en interné. Unos cuantos ejemplos, en lengua castellana, por no pasar a otras lenguas regionales y europeas. Hay Virgen de las Avellanas, en Lérida; Virgen del Manzano, en Burgos; Virgen de la Higuera, en Toledo; Virgen del Espino, en Soria; Virgen del Castaño, y Virgen del Almendro, en Huelva; Virgen del Peral, en Guadalajara; Virgen de la Encina, en Salamanca y en El Bierzo; Virgen de la Oliva, en Cádiz; Virgen de la Naranja, en Castellón; Virgen del Roble, en Madrid; Nuestra Señora de la Zarza, y Virgen del Moral, en Teruel. Como tantos otros santos y santas que sólo fueron una simple reutilización cultual de los productos más naturales de la tierra en cada valle y en cada lengua regional: La Virgen del Brezo, en Palencia. Nuestra Señora de la Ortiga, en Portugal. Virgen de la Bellota, en Jaén. Nuestra Señora del Arándano, en Eibar. La Virgen del Saúco, en Palencia. La Virgen del Prado, en Ciudad Real. La Virgen del Sauce, en Tolosa. Virgen del Cerezo, en Bolivia; Virgen del Maíz, en Colombia. La Virgen del Tilo, en Argentina. Nuestra Señora de la Haya, en Zaragoza. O la Virgen de los Nogales, en La Rioja. El culto a la Tierra-Madre –que dice Seattle, allá por el 1850:

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“Todo va enlazado. Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra está enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla..., la tierra es nuestra madre... Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. El hombre no tejió la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo”. por Xulio Concepción Suárez

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