DIA DE LA EDUCACIÓN CATÓLICA

DIA DE LA EDUCACIÓN CATÓLICA Por octavo año consecutivo se celebra el Día de la Educación Católica en el Uruguay. La elección del 10 de setiembre se d

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DIA DE LA EDUCACIÓN CATÓLICA Por octavo año consecutivo se celebra el Día de la Educación Católica en el Uruguay. La elección del 10 de setiembre se debe a que en el año 1815, Artigas en Purificación firmó dos documentos: una carta al Cabildo Gobernador de Montevideo solicitándole 2 sacerdotes para fundar las Escuelas de la Patria y ese mismo día aprobó el Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados. El cuadro de Carlos María Herrera, “Artigas en el Hervidero”, realizado en 1911 en ocasión del centenario del comienzo de la gesta artiguista, es obra referencial de la iconografía del Prócer porque su aire pensativo debe estimularnos a seguir pensando y actuando por las sendas que él nos trazó.

Dicho sea sin falsas modestias, estas líneas quieren ser una modesta contribución a la reflexión sobre la educación que no es tema de un solo día, aunque bienvenida sea la celebración si da espacio a un intercambio que procuremos sea fructífero. Dice el conocido historiador uruguayo Gerardo Caetano que vivimos tiempo de confesiones y basándome en su autoridad voy a hablar desde mi experiencia personal porque creo que hacerlo me aleja de la soberbia de creerme dueño de la verdad y de la omnipotencia de sentirme portador de un conocimiento indiscutible.

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Hace muchos años –unos 44- que mi oficio es el de profesor en historia y siento tanto afecto por Artigas que mis amigos dicen que sufro de “artiguitis”. No soy caso único: la reconocida historiadora pedrense Ana Ribeiro pasó por Tacuarembó y llegó al lugar donde se estaba filmando “Artigas, la redota”; ver la reconstrucción del campamento del Ayuí le produjo un estado tal que obligó a su esposo a llevársela porque según sus propias palabras, si no me la llevo le va a dar algo. Mi contacto con el tema de la relación entre artiguismo, educación y religión es muy reciente. Esto tiene una explicación dado que no somos seres aislados de la sociedad, del tiempo y del lugar donde vivimos, del mundo que ha tenido y tiene una evolución constante. En mi caso busco reflexionar sobre las épocas que viví, las formas en la que aprendí y aprendo, enseñé y enseño historia y en último término qué sentido tiene hacerlo. A este respecto decía Benedetto Croce que toda historia es historia contemporánea es decir que al pasado lo miramos desde un presente que tiene sus propia preguntas e inquietudes, de manera tal que la historia no es un conocimiento completo y acabado sino un diálogo entre presente y pasado. Cuando era estudiante del I.P.A., a finales de los 60 y principios de los 70 del siglo pasado, en una mesa de examen afirmé que la Historia debe ser objetiva. El Prof. Juan E. Pivel Devoto presidía el tribunal examinador y aún recuerdo su cara de enojo ante mi aseveración. Ahora comprendo que la palabra objetividad debe ser sustituida por honestidad intelectual. Es que, al decir del historiador inglés Edwin Carr, el pasado es la inmensidad de la que sólo podemos rescatar una parte. El historiador debe partir de un marco teórico y basarse en los vestigios que han quedado y ni pensar en los que quedan por explorar, en los que se han destruido o peor, en los que se ocultan ex profeso. En relación a Artigas, resulta tan interesante su figura en sí como lo que se ha hecho con ella después de su derrota y retiro al Paraguay en 1820. A través del tiempo se han ido elaborando distintas visiones que voy a señalar en la forma más sintética posible. Al principio fue la que Pivel Devoto llamó leyenda negra escrita por la minoría urbana y letrada que se veía a sí misma como representante de la civilización en lucha contra la barbarie de la campaña, donde las masas gauchas eran controladas por los caudillos. Paladín de esta postura fue Bartolomé Mitre, militar exitoso, escritor brillante, fundador del diario “La Nación”, presidente de la Argentina (1862-68) que en su “Historia de Belgrano” define a Artigas como “destructor de pueblos, inmoral, corrompido, terrorista, lobo con piel de cordero, etc.” El nacimiento del culto a Artigas, la leyenda de bronce o leyenda dorada nació con la Modernización de las últimas décadas del s. XIX. Nuestro país buscó superar las luchas fratricidas, fomentó el sentimiento nacional y eligió la figura de Artigas porque había actuado antes del surgimiento de las divisas. No en vano Gerardo Caetano ha dicho que fuimos primero blancos o colorados y después orientales. Es ilustrativa la escena de la película –que puede verse en internet -, “Artigas, la redota”, cuando el 2

presidente Máximo Santos entra en el taller de Blanes y le ordena pintar el retrato de Artigas esgrimiendo el argumento de que los pueblos necesitan referentes. Por decisión gubernamental de 1950 el óleo del “Pintor de la Patria” es el retrato oficial de Artigas y para el imaginario colectivo es su auténtica figura. Tanto es así que llovieron críticas en el sentido de que Jorge Esmoris que protagonizó al Padre de la Patria en “Artigas, la redota”, “no se le parece”. Ha dicho Carlos Maggi que lo que Blanes pintó fue un militar al gusto del gobierno de la época. Vino el siglo XX y no se limitó a las hazañas guerreras del “Jefe de los Orientales” y buscó otras facetas. En la primera mitad del siglo XX el nacionalismo uruguayo se asoció con la democracia y Artigas fue visto entonces como su fundador. Los orientales estaban colmados de ideas positivas con respecto a su país, pequeño pero modelo de legalidad, regularidad institucional y prosperidad extendida en amplios sectores sociales. Complacidos de ser una sociedad de inmigrantes continuaron mirando a Europa y adoptaron la optimista denominación de “Suiza de América”. Maracaná como frutilla del postre. Artigas era el símbolo de ese sentimiento de autosuficiencia que se colocaba de espaldas a los países vecinos y se lo consagró como prócer uruguayo: las efemérides artiguistas se sancionaron como feriados nacionales, se estableció su nombre en el nomenclátor de calles, plazas y lugares públicos. El arte nacional lo tomó como tema recurrente y en la educación formal se hizo indiscutible su tratamiento. La época batllista realizó una temprana separación entre la Iglesia y el Estado y fabricó un Artigas laico o laicizado. Porque salvo alguna mención a los curas patriotas, era un prócer ajeno a la religiosidad. También se lo confirmó como propiedad exclusiva de los uruguayos, ignorando que su ideario buscó extenderse a las provincias del ex virreinato del Rio de la Plata. No es difícil encontrar ejemplos de cómo a pesar de las evidencias que surgen del estudio serio del artiguismo, sigue aflorando el sentir que “es nuestro”. Al menos una anécdota: hace poco una reconocida profesora de historia uruguaya asistió en Córdoba a unas conferencias sobre Artigas, en la sala música de Alfredo Zitarrosa. Su sentimiento fue ¿qué tienen que meterse los argentinos con Artigas y Zitarrosa?, ¿por qué tienen que usar lo que nos pertenece? En fin, que el propósito del General Máximo Santos –crear un héroe uruguayo- ha tenido un éxito que perdura hasta hoy. Al entrar en la segunda mitad del siglo pasado nuestro país ingresó en una larga crisis. La autocomplacencia de que “como el Uruguay no hay” fue siendo sustituida por el malestar y la disconformidad. Fue el fin de la prosperidad basada en el modelo agroexportador dependiente de la II Guerra Mundial y de Guerra de Corea, cuando la desgracia ajena hacía el bienestar nuestro. El deterioro de la clase media, el surgimiento de la marginación, la emigración, la polarización política que tuvo su culminación con la guerrilla y el autoritarismo gubernamental y finalmente el golpe de 3

estado de 1973. Ese Uruguay puso énfasis en el artiguismo como revolución que buscó el cambio social y la investigación apuntó hacia el Reglamento Agrario según el cual los más infelices debían ser los más privilegiados. La Dictadura (l973-l984) -que se autodenominó Proceso- dejó como recuerdo el faraónico mausoleo y se ha dicho que los homenajes a los que había que asistir de manera obligada produjeron una “desartiguización”. El retorno a la democracia está grabado en mi memoria como un clima de euforia en el que la canción de Rubén Lena cantada por Los Olimareños -“A Don José”- se entonaba con el entusiasmo de un himno nacional. Estos años que se titulan como historia reciente –aunque ya van 30- han dado lugar a la recuperación de libros prohibidos y a nuevos rumbos de investigación. Artigas es héroe de unanimidades porque todos buscan legitimarse fundándose en él. Lo que importa es no usarlo sino respetarlo, construyendo una memoria que sirva de fundamento a una identidad que permita proyectarnos hacia un futuro mejor Surgen interrogantes que parecen obvias pero que no lo son tanto porque si lo mantenemos en el pedestal de padre indiscutible, no nos animamos a preguntar. Pero si nos animamos a hacerlo el tema se vuelve maravilloso porque no tiene fin, salvo que la vida de los historiadores y de los profesores de historia es finita como la de cualquier mortal. Por ejemplo: ¿fue conductor del pueblo oriental como lo pintó la leyenda de bronce o fue conducido por los que lo siguieron? , ¿Quiénes fueron los miembros de la dirigencia que lo acompañó?, ¿podemos seguir hablando de leales y traidores o nos colocamos en la posición que recomendaba la Madre Teresa de Calcuta: “el tiempo que pasamos juzgando lo perdemos en amar y comprender”, ¿Qué papel jugó el catolicismo durante el ciclo artiguista?, ¿qué lugar ocupó en la vida personal de Artigas lo trascendente, la espiritualidad? Me tengo que limitar a algunas pinceladas sobre estas cuestiones. Si miramos la herencia familiar, Carlos Maggi señala como esencial al abuelo Juan Antonio que integró el pequeño núcleo de audaces que vinieron con esposa e hijos a estas tierras de indios bravíos para instalarse en la aldea que era la recién fundada Montevideo. Había que entenderse con los indígenas y el elegido era Don Juan Antonio Artigas. ¿Cómo podía comunicarse con los charrúas si no estaba inspirado en una postura cristiana de acercarse al diferente? ¿Cómo no pensar que le habló al nieto José Gervasio sobre esos contactos y que a su vez en las tolderías cundió la buena fama de los Artigas? En sus años juveniles José Gervasio estuvo mucho en la campaña de manera que cuando se inicia la revolución en 1811 ya era un caudillo. Claro que no todos tenían esa actitud de acercamiento. Por ejemplo, el sabio naturalista español Félix de Azara, que recorrió la Banda Oriental hacia 1800, en su plan para el arreglo de los campos proponía liquidar a los charrúas si hubiera tropa suficiente o al menos correrlos hacia el Brasil. También proponía repartir tierras entre los guaraníes cristianizados para evitar que se fueran del país. 4

Los Artigas eran miembros de la Orden Tercera de S. Francisco. El colegio de S. Bernardino al que asistió el pequeño José quedaba a pocos pasos de su casa, apenas tenía que cruzar la calle. El joven Fray José Benito Lamas estuvo en ese colegio e irá después a Purificación para fundar la Escuela de la Patria. Estos datos sobre la herencia familiar iluminan hechos posteriores. Cuando el Éxodo, la caravana de carretas con mujeres, niños y ancianos era protegida de los ataques portugueses por los charrúas. En el Reglamento Agrario de 1815 se propone la asignación de suertes de estancia a los indios y seguramente se estaba pensando en que fueran agraciados tanto los charrúas como los guaraníes evangelizados por los jesuitas en las misiones. Los que tuvimos nuestros primeros contactos infantiles con la historia, recordamos aquellas figuras que aparecían en el “Tratado de Historia Patria” del Hermano Damaceno. Pequeñas ilustraciones en blanco y negro pero muy efectivas, quizá porque no vivíamos en un mundo saturado de imágenes como el de hoy. Una de ellas representaba a unos pobres curas expulsados fuera de las murallas de Montevideo, hacia la intemperie de la noche más negra y oscura y al grito destemplado de “váyanse con sus amigos los gauchos”. Años después me enteré que el dibujo es de Diógenes Hecquet y que esos sacerdotes eran sabios con formación universitaria y Elío los expulsó furioso, pocos días después de la batalla de Las Piedras, que tuvo como consecuencia el primer sitio de Montevideo, y sabía que eran partidarios de los cambios propuestos por la revolución. En los 9 años que duró el ciclo artiguista, la guerra fue una constante. Para algunos sacerdotes su lugar era actuar como capellanes del ejército asistiendo a los soldados en los horrores de los enfrentamientos. El párroco de Canelones, el padre Valentín Gómez, realizó entre los vecinos de la villa una colecta patriótica días antes de la batalla de las Piedras y luego recibió la espada del vencido como lo muestra el siguiente fragmento del óleo inconcluso de Juan Luis Blanes y su padre Juan Manuel. La preocupación del artiguismo por la educación se planteó antes de 1815. 1813 fue el año en el que el artiguismo alcanzó la madurez de su proyecto para la organización de las Provincias Unidas. En el congreso oriental iniciado el 5 de abril en el campamento de Tres Cruces, se eligieron 6 diputados, 5 de ellos religiosos y uno 5

laico. Se les entregaron instrucciones que contenían el programa artiguista basado en el concepto de que la soberanía particular de los pueblos era el objetivo de la revolución y el plan era dar los pasos necesarios para constituir al Rio de la Plata como un Estado Federal. Este proyecto era opuesto al del unitarismo porteño que quería mantener la unidad pero bajo la autoridad de la “hermana mayor” de las provincias, o sea Buenos Aires. Uno de los artículos de las célebres instrucciones del año XIII, ordena a los representantes que en el seno de Asamblea Constituyente reunida en Buenos Aires, deberán promover “la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable”. Ha dado lugar a dos interpretaciones. Unos historiadores dicen que se buscaba la libertad de cultos. Otros sostienen que la Provincia Oriental, no buscaba ser un estado separado del resto pero procuraba mantener distintas formas de autonomía y una de ellas era tener su propio obispo porque todavía dependía del de Buenos Aires. Además ya se habían hecho gestiones en ese sentido antes de la revolución. Los diputados orientales eran portadores de dos proyectos constitucionales, uno para las Provincias Unidas del Rio de la Plata y otro para la Provincia Oriental. En éste se postula que a expensas del Gobierno” se crearán escuelas para los niños porque “se tendrá por ley fundamental y esencial, que todos los habitantes nacidos de esta Provincia, precisamente han de saber leer y escribir”. La revolución destruyó un orden pero buscó construir uno nuevo. Por eso el Congreso de Abril creó un Gobierno Económico que se instaló en la Villa de Ntra. Sra. de Guadalupe de Canelones. La Provincia sufría un estado de “cenizas y ruina, sangre y desolación”. Sabemos que al menos durante el breve funcionamiento de ese gobierno que hizo de Canelones capital política de la Provincia funcionaron una escuela de niñas y otra de varones. También se le encargó al Padre José Manuel Pérez Castellanos que redactara sus extensos conocimientos sobre agricultura con un sentido educativo porque el objetivo era que se publicaran para que fueran útiles a los dedicados a la labranza. 1815 fue el año del apogeo artiguista. Desde Purificación se dirigía a toda la Provincia Oriental incluida Montevideo de la que habían sido expulsados los porteños. El “Protector de los Pueblos Libres” extendía su influencia por la Liga Federal compuesta por Entre Ríos, Corrientes. Misiones, Santa Fe y Córdoba. El óleo de Pedro Blanes Viale, “Artigas dictando a su secretario Monterroso” contiene varios aciertos: la pobreza franciscana en la que vivía el Protector, un rancho dentro del cual arde un fogón para calentar agua para el mate, el mobiliario modesto, unas figuras que esperan ser atendidas por Artigas, un allegado que recibe o entrega una correspondencia a un mensajero; en el exterior los caballos para los chasques que llegaban desde o salían hacia distintos puntos del Protectorado. Pero Artigas, representado con aire proceral, parece estar dictando lo que sale de su mente genial mientras que el fraile se muestra como limitado a escribir. Juan Bosco Mario Cayota es un historiador tan serio como poco conocido y ha dedicado gran parte de su vida a investigar la influencia franciscana sobre el

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artiguismo. Sostiene que José Benito Monterroso no fue un mero escribiente, sino un miembro muy activo de la dirigencia artiguista. No es este el espacio para entrar en el análisis del “Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y seguridad de sus hacendados”, pero me voy a limitar a una anécdota. Mario Cayota fue embajador de Uruguay ante la Santa Sede durante el gobierno del Dr. Tabaré Vázquez. Fue a visitar al Papa con su familia en el correr del 2011 y le explicó que nuestro país estaba conmemorando el bicentenario de la revolución que podía sintetizarse en la frase que es el núcleo del Reglamento Agrario:”los más infelices serán los más privilegiados”, a lo que el Sumo Pontífice le respondió: “Esa es un ideal muy cristiano”. La historiadora Ana Frega Novales habla de la pedagogía revolucionaria. Esta aparecía en las fiestas cívicas, las fiestas mayas así denominadas porque se entendía que el inicio de la revolución estaba en mayo de 1810, cuando el patriciado criollo de Buenos Aires enarboló el principio de la soberanía popular. En las celebraciones de 1816 el Padre Larrañaga inauguró la biblioteca pública origen de la Biblioteca Nacional. El Reglamento Agrario pretendía inculcar hábitos de trabajo porque la tierra, el ganado, el título y la marca se daban en forma gratuita pero con la condición de instalarse en ella porque de no hacerlo se le adjudicaría “a otro vecino más laborioso y benéfico a la provincia”. El mismo día, 10 de setiembre, en el que Artigas ordenó la puesta en marcha del Reglamento Agrario, aparece el primer documento manifestando su voluntad de fundar una escuela de la patria. Trata de trasmitir su entusiasmo a los franciscanos que se harán cargo de la escuela y les recuerda que sus votos de pobreza le harán tolerable la escasez de recursos que encontrarán. En Montevideo se embarcaron rumbo a Purificación los padres José Benito Lamas y José Ignacio Otazú. Otazú era ya muy anciano y Lamas tuvo que regresar al poco tiempo a Montevideo por la destitución del maestro Pagola que propagaba ideas contrarrevolucionarias aunque al poco tiempo fue restituido por los ruegos que José María, alumno de Pagola, elevó ante su padre Artigas.

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FRAY JOSÉ BENITO LAMAS Tenemos la idea de que los uruguayos hemos elegido como Héroe Nacional a un hombre finalmente derrotado. No ocurre algo muy distinto si miramos hacia próceres de la independencia hispanoamericana como Bolívar o San Martín, que también actuaron llenos de sueños y utopías y terminaron en el destierro. En el caso de Artigas, el exilio paraguayo empezó cuando tenía 56 años y vivió 30 más. Tenemos que pensar que supo darle a su vida otro rumbo. No es derrotado aquel en el que hasta hoy buscamos inspiración y entonces la derrota se transforma en desafío. En nuestro presente el tema de la educación de nuestros jóvenes es asunto que preocupa, que genera proyectos y también discusiones que a veces derivan en extremos de irritación y asperezas. Ante este panorama no puedo sino recordar las palabras de Juan XXIII, el Papa Bueno: “Por qué si estamos de acuerdo en tanto, nos obsesionamos en lo poco que discrepamos”.

Prof. José Vidal

BIBLIOGRAFÍA Quiero dejar una orientación para los que deseen profundizar. En internet se pueden ubicar las obras de Mario Cayota, también hay un artículo del Prof. Alejandro Sánchez que se ubica digitando artiguismo, educación y evangelización en las “escuelas de la patria” de 1815. Este trabajo contiene profusa orientación bibliográfica. Para los que busquen sobre la religiosidad personal de Artigas está el capítulo de Tomás Sansón “La religiosidad de Artigas”, incluido en “Nuevas miradas en torno al Artiguismo”, libro que publicó en el 2001 el Departamento de Publicaciones de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, bajo la coordinación de Ana Frega y Ariadna Islas. 8

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