Diaspora, identity and the role of identity politics. Diáspora, identidad y el papel de la política de la identidad. 27 de Julio de 2011

1 Diaspora, identity and the role of identity politics Diáspora, identidad y el papel de la política de la identidad 27 de Julio de 2011 “La tierra

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Diaspora, identity and the role of identity politics Diáspora, identidad y el papel de la política de la identidad 27 de Julio de 2011

“La tierra es grande, demasiado grande para que un chino hambriento pueda llegar allí donde haya algo que comer; demasiado grande para que un trabajador alemán del campo pueda pagarse un viaje a donde pueda encontrar un trabajo mejor. La tierra es pequeña. Aquel a quien los poderosos de la tierra no son favorables, no encuentra cobijo alguno, no encuentra pasaporte reconocido por los funcionarios, y descubierto en su emigración, es expulsado por la noche fuera de las fronteras a países en los cuales tampoco encontrará cobijo. En ninguna parte hay lugar para él. Cuando gente respetada pasa por la noche una frontera, antes, al anochecer, dan el billete y los pasaportes al controlador del coche-cama y manifiestan el deseo justificado de no ser molestados en el control” . (Horkheimer, [1974, (1986)]: 31).

Introducción El arcoíris nos remite a la idea de la diversidad, al tiempo que también reconocemos que estamos asentados en una forma de ver y de estar aprendida durante los primeros años de la vida.

La visión, los valores y las prácticas de una persona se encuentran íntimamente ligados a la tierra que la vio nacer. Simbolizan precisamente quién es y lo que es, constituyen una “parte” de su propia identificación cultural. Una y otra vez le asaltarán, donde quiera que esté. En ciertas ocasiones, por encima de sus buenas intenciones, le harán difícil comprender determinadas situaciones culturales, así como la capacidad de participar totalmente en el mundo de las otras culturas. Sin embargo, es posible que todas las personas, desarrollen procesos que les permitan aprender un conjunto de

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2 estrategias para lidiar mejor y más cómodamente con el nuevo medio. Lo que también genera modificaciones internas de su persona. Una imagen que simboliza la diáspora es el juego de artificio. En este, los colores varían y se expanden. Abrirse a esta aventura es permitir que emerjan experiencias variadas.

Diáspora y sus descriptores La noción de diáspora, dio un grande viraje especialmente a partir de la década de los años 80. Entonces dejó de referirse exclusivamente al mundo griego y judío para abrirse a significados diversos, que apuntan a la globalización y fenómenos como la transmigración, des-territorialización, la etnoperspectiva y la hibridación. Algunos de sus principales descriptores (Cohen, 1996; Safran, 1991, Geertz, 1994), a su vez delimitadores, serían: -

Sentido histórico y sentido metafórico Estático vs. dinamismo Local y global Cambios de la organización social generados por la globalización Horizontes que se pierden y se encuentran, fronteras que se diluyen al tiempo que se reconfiguran Conexión y la tensión dialéctica del “aquí (la casa) y allá (el exterior)”, que se establece en la existencia de cada persona Movilidad espacial: Migraciones y transmigraciones Lealtad al grupo y la interconexión Variados tipos o formas de diáspora y/o contextos diaspóricos De la tragedia de la dispersión forzada a una procura de vida mejor y nueva forma de estar Diferentes Sujetos/comunidades de diferentes nacionalidades Reformulación de la cultura, la identidad cultural y los estados nación Procesos de exilio y asilo político Estudiantes internacionales

Hablar de la diáspora supone reconocer que existen diversos caminos, experiencias y contextos. En mi familia, desde sus orígenes y, por motivos diversos, vivimos en “situación de diáspora”, casi permanente. Este es mi punto de partida. Mi padre y mi madre, de origen, español y china-filipina, respectivamente, se casaron en el año de 1960, en Barcelona. Entonces no se hablaba de matrimonios “mixtos”, ni de multiculturalidad! Allí nacimos mis hermanos y yo, pero crecimos en la ciudad de México. Actualmente, todos/as, de alguna forma, vivimos y trabajamos fuera de nuestro lugar de origen, en 4 naciones diferentes: España, Portugal, Estados Unidos y México! Recuerdo que en casa se cruzaban las diferentes tradiciones culturales y religiosas. Este mundo era muy diferente al de la escuela y todo lo que me rodeaba. Naturalmente tenía dificultad en saber que vivía y quién era…Lo que supuso dificultades y problemáticas, pero también la posibilidad de establecer contacto con nuevas visiones, experiencias, lenguajes, en fin, otras oportunidades y potencialidades para crecer. Los viajes, la formación y la dedicación profesional a cuestiones interculturales (cursos, seminarios, talleres, publicaciones…), así como los contactos con personas de aquí y de allá, me ayudaron a

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3 percibir, un poco, esta extraña forma de vida y a enfrentar variadas experiencias (algunas más desconcertantes que otras, incluso, cuestionadoras) que provocaron una serie de cambios en mí, que no siempre identifiqué, y menos logré comprender. La primera dificultad fue precisamente saber poner un nombre a lo que vivía. Sólo después, en alguna medida, podría descifrarlo. Soy una “mezcla mezclada” cuyas fronteras son difíciles de determinar y, en el momento presente, una insider /outsider, no sólo de la cultura portuguesa (donde vivo hace aproximadamente siete años), sino también con respecto a la propia cultura de origen. Creo que hoy vivo esta experiencia con relativa paz y consigo situar, al menos en parte, algo de su curso, junto con rupturas e inflexiones. Unas proceden de esa necesidad de adaptación exigida por los nuevos medios, otras por el tipo de circunstancias a las que una se ve enfrentada y, finalmente, se dan las que son fruto de opciones personales. Nada me ahorró momentos de desconcierto, ni soledad, pero, tampoco me impide dejar de reconocer los beneficios y las potencialidades de esta condición diaspórica. Las diásporas nos hablan de historias que contienen una mezcla de motivaciones, de la diversidad, diferentes clases… Así podríamos hablar de las diásporas del trabajo, la economía, lo profesional, lo religioso, étnico-cultural, los negocios, los refugiados… Los intelectuales y periodistas captan hoy las historias de diferentes grupos étnicos, definiendo sus diásporas diversas. Esto permite desentrañar la relación que existe entre la identidad y la pluralidad de “contextos diaspóricos”. De modo general, también significa que podemos hablar de la diáspora con diversos sentidos, grados, contextos y propósitos

variados,

así

como

de

formas intermedias,

incipientes,

o

de

las

nuevas

diásporas…Incluso, de la “diáspora cyborg” (Leung, [2005 (2008)] o los barrios étnicos virtuales (!) En las sociedades contemporáneas, caracterizadas por la multiculturalidad, multiracialidad y multirreligiosidad, podemos explorar las potencialidades que ofrecen estas nuevas situaciones, no sólo desde la perspectiva de las personas desplazadas o emigrantes, sino también de los residentes de larga duración o la población local. Cualquiera que experimenta cambios de residencia, a nivel nacional o internacional o llega a las grandes metrópolis multiculturales puede sentir la diferencia al estar en pequeñas poblaciones en donde el pasaje de extranjeros es poco habitual. Diáspora e identidad La temática de la identidad va cobrando relieve desde la modernidad y alcanza su auge en la postmodernidad, no sólo a partir del planteamiento psicológico, sino particularmente, a través del discurso social y político, en que aparece signada por la nota de la reivindicación. La ideología de la asimilación irá declinando y ganará terreno, en medio de avances y retrocesos, la idea de la preservación de la propia identidad étnica. Los estudios de Hall (1990) giran alrededor de la definición de identidad humana y la diáspora. Este autor parte de la idea que existen dos tipos de identidad. La identidad esencial, a nivel del ser (que ofrece el sentido de unidad y comunalidad humana) y la identidad como un volverse, hacerse o llegar a ser (es decir, un proceso de identificación, que muestra la discontinuidad en nuestra formación de la identidad). La primera es necesaria y constituye un soporte, mientras que la segunda apunta a un posicionamiento estratégico, temporal y arbitrario de la identidad. De ello se desprende que no existe una experiencia única de la identidad y, ni siquiera una identidad prefijada en el pasado, desde el exterior. La creación de la identidad está sometida a un proceso que entraña

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4 rupturas y discontinuidad para forjar sus puntos de identificación, siempre sujetos a los juegos de la historia, la cultura y el poder. Asimismo, este autor subraya que las identidades culturales serían una especie de puntos de identificación relacionadas con la forma en cómo estamos posicionados y el propio posicionamiento adquirido por referencia a las narrativas del pasado. Así que la identidad esencial viene a ser una mirada desde la perspectiva del género humano. Pero, si contemplamos los procesos para la maduración y construcción de la identidad, que se dan a lo largo de toda la vida, entonces, podemos afirmar que la identidad se desarrolla en diferentes facetas (o tipos de identidad), que se articulan al perfil personal y, dependen, cuando menos, del momento vital, las interacciones y las circunstancias. Incluso, algunas de tales facetas pueden cobrar mayor o menor relieve en un momento determinado. También nos interesa llamar la atención sobre la posición, a menudo confundida con la esencia de la identidad, sujeta a los discursos de la historia y la cultura, así como de la economía, la política y la religión. Es decir, que en base a los intereses, medios y fines, se puede manipular la identidad y provocar su reposicionamiento, de allí su carácter temporal y arbitrario. Cada persona al percibirse como única y diferente, se auto-reconoce y comienza a articular y definir sus diferentes destinos y estilos de pertenencia. En este sentido, hoy se habla de la existencia de una identidad múltiple. Sin olvidar que siempre el paisaje, junto con lugar de origen y las personas nos rodean, operan como condicionantes pero también son el vehículo que permite crear el sentido de pertenencia y sus diferentes modalidades, diversas y cambiantes. La idea de la diáspora integra precisamente la concepción de una identidad híbrida, que reconoce la heterogeneidad y la diferencia, permitiendo que las identidades se produzcan y reproduzcan de nuevo, a través de la transformación y la diferencia. Para ello, cuenta con el conocimiento de elementos de la cultura dominante, los mismos que subsume, desarticulando y rearticulando en otros formatos de significado simbólico. Bajo esta concepción, cada persona es el resultado de las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas en las que vive, al tiempo que es la síntesis de esa historia de relaciones. Avanzando un poco más en la temática de la identidad, algunos autores refieren que es posible liberarnos de una perspectiva exclusiva de mirar el mundo para adquirir una más amplia. De esta forma podemos conocer y experimentar la humanidad de manera más profunda, entre sus polaridades y oposiciones. Nace así una nueva consciencia que nos reporta mayor apertura, compasión y sensibilidad para con los diferentes y sentido de interdependencia. La propuesta de Adler (1982) sobre la identidad intercultural se sitúa en esa línea. Este autor entiende que este tipo de identidad se caracteriza por el cruce natural de fronteras que capacita a la persona a ir más allá de la propia cultura individual de origen. Es decir, llega un momento en el que se adquiere un estilo de autoconciencia por la que la identidad ya no se encuentra única y exclusivamente anclada en una determinada cultura, pero tampoco se sitúa totalmente aparte. En es este sentido, otro de los pioneros de esta temática, R. Panikkar (1985) afirmó que había salido de Barcelona hacia la India siendo cristiano, conoció el hinduismo y pasó a ser budista, sin dejar de ser nunca cristiano. En consonancia con lo anterior, ciertos autores hablan de llegar a vivir creando una especie de “tercera cultura”. Esta, permite superar barreras entre diferentes tradiciones (Benett, 1986, Cassmir,

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5 1999, Gudykunst, Wiseman, & Hammer, 1977) y genera actitudes más empáticas, la capacidad de situarse y participar en la perspectiva y el mundo de los valores de los/as otros/as, desplazando un poco todo juicio egocéntrico y alcanzando un mayor sentido de interconexión. En cualquier caso, este pasaje a otro perfil o formato de personalidad, ligado a la identidad, nunca se encuentra exento de momentos de la contradicción y dificultades, así como del los ingredientes del auto-descubrimiento y, con ello, una progresiva maduración humana. Se desprende que el concepto de cultura/identidad no es monolítico y es posible articular o moldearla gradualmente. Si bien, toda cultura posee sus fronteras verticales y horizontales (Panikkar, 2002), las personas gozan de cierto margen de maniobra que les permite poder aceptar, rechazar o decidir transformar su herencia cultural. Incluso, esta puede ser comprendida como un espacio de iniciativa (Camilleri, 1990) o biográfico, abierto a la opción cultural (Fornet-Betancourt, 2000). Es importante mencionar que el desarrollo humano puede ser estimulado por el proceso de transformación intercultural de las personas, que varía en medida o nivel para cada una. Aunque, también debe ser reconocido que existen las experiencias “abortadas”, que entre otras cosas, bloquean (o ciegan) a las personas para alcanzar cualquier objetivo. Se trata de trabajar siempre “a través de la cultura de origen”, en todas las experiencias de aculturación y deculturación para crear nuevos constructos de la persona y su individualidad. La inserción en una nueva comunidad y sus beneficios, a nivel personal y de grupo, será un factor importante a dilucidar. En resumen, podemos la diáspora puede ser entendida una forma social, una forma de conciencia, un modo cultural de producción o una orientación política. Pero, desde la perspectiva aquí mantenida, la diáspora es una nueva forma de “estar y de vivir” para muchas personas en la actualidad, que les ha permitido no sólo sobrevivir sino desarrollar potencialidades y tener experiencias de suceso. Las diásporas también pueden convertirse en experiencias positivas y de paz para recobrar nuevas energías y colaborar en los procesos de creación y recreación, en todos los ámbitos, sin embargo, será necesario atender a un conjunto de condiciones y factores de base. Hay que descentrar el discurso dominante que subraya y asocia la diáspora exclusivamente con la idea del déficit-inadaptación, acompañada de la lucha y el conflicto, no porque se menosprecien estos aspectos, sino porque se realzan de tal forma que parecen constituir la última palabra de lo que se puede decir, sobre esta experiencia. Potencialidades de la experiencia de la diáspora – procesos de aprendizaje por la aculturación/enculturación Es un hecho que para funcionar adecuadamente en su respectiva sociedad toda persona debe realizar sucesivas adaptaciones, a lo largo de su vida. La adaptación al medio es algo natural y necesario, así como el esfuerzo y la lucha interna que supone alcanzar y/o mantener el equilibrio. Asimismo, todo espacio se encuentra cruzado por múltiples relaciones, invisibles, de carácter social, económico, político y cultural. Hoy se habla de las “ciudades sin mapas” en las que existen diferentes grupos que comparten en su vida cotidiana, características comunes y patrones de funcionamiento, que no son directamente accesibles para cualquiera. Los mismos que cristalizan en determinadas “formas de estar” y de “funcionar”. La llegada de nuevos miembros, extraños a estos

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6 espacios genera crisis en el sistema, en las personas desplazadas y en las personas locales, ya que aparentemente no hacen lo que debieran y ni siquiera siguen los protocolos establecidos. Las fronteras, de acuerdo con Lamo de Espinosa (1995: 69-72), son espacios que separan, dividen y marcan la diferencia entre aquello que es posible y lo que no lo es. Representan un hecho de conciencia, antes que ser un hecho físico. El papel de las culturas reside precisamente en establecer un modo de ver, ser y estar en el mundo diferenciado por ciertas fronteras que oscilan entre lo imposible, lo cotidiano, lo plausible e incluso lo impensable. Y conllevan la actitud de evitar su contaminación, protegiéndose siempre que sea posible y en contra de todo tipo de disolución. Sin embargo, contrariamente a lo que imaginamos y continua difundiéndose, la comunicación y relación entre las culturas también se ha dado siempre en el desarrollo de la humanidad, por ejemplo, en el plano científico-tecnológico, o el del arte, la plástica, la música, entre otros terrenos que han sido fértiles para el mestizaje (o fertilización cruzada). Kim (2004) describe la adaptación/ajuste como un proceso natural y complejo, atribuyéndole una fuerte dosis de pragmatismo. Afirma que toda persona que vive y trabaja fuera de su medio sociocultural y familiar, si quiere alcanzar cierta realización personal y eficacia en su vida cotidiana, debe procurar adaptarse a este. Algo que parece obvio, en la práctica resulta difícil a causa de factores diversos. Ni siquiera podemos identificar un proceso lineal y continuo, pues se encuentra marcado por las dificultades y momentos de quiebra, así como los avances y retrocesos, altos y bajos en los estados emocionales, o incluso pausas acompañadas por la incertidumbre, confusión y ansiedad, como acontece con el crecimiento y la maduración humana. Sin embargo, lo que distingue la experiencia de adaptación/ajuste intercultural, es su grado de penetrabilidad y capacidad de desestabilizar, a nivel de la identidad y lo más profundo del ser, impactando en la esfera afectiva, la de las actitudes y las motivaciones de la persona. Para que sea posible adoptar nuevas respuestas (aculturación) las personas deben desprenderse de viejos patrones culturales (deculturación). Es decir, se trata iniciar un doble movimiento, que se sucederá en el nuevo hábitat y es capaz de generar cambios internos, a nivel de la identidad y a la larga auténticas transformaciones. El stress, la adaptación y el crecimiento son aspectos característicos de dicha experiencia intercultural. Hace tiempo las ideas de la psicoterapeuta argentina Clara Coria (20034) expresadas en su obra sobre las “negociaciones nuestras de cada día”, nos dieron luz para comprender el proceso crecimiento humano dentro de una cultura diferente. La identidad intercultural se aprende a negociar a cada paso. Para establecer el contacto con los demás y sus culturas será necesario realizar procesos y algunos cambios optados a nivel personal. En la vida cotidiana, asume esta autora, siempre es posible proponer alternativas y procurar nuevas propuestas. Desde nuestra perspectiva, acrecentaríamos el aprender a dialogar, interpretar y aceptar las diferencias como algo constitutivo de la realidad y las personas, en vez de intentar ininterrumpidamente conquistar, imponer o convertir a mí y mis valores, a los demás. Hay que evitar dejarse llevar por la inercia de los acontecimientos y pensar que la adaptación para vivir “entre” culturas diferentes, es simplemente natural. Ya que vivir “entre” culturas diferentes lleva a poner en cuestión determinados valores, lealtades o pactos no explicitados. Equivale a estar traspasando límites no sólo personales y subjetivos sino también

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7 culturales, lo que a veces puede levantar reacciones de violencia, cierre, resentimiento o al menos, de cierto malestar individual o de grupo. Muy unido a ello se encuentra la necesidad de “tender puentes y abrir caminos” (De Vallescar, 2006), que llega a convertirse en una exigencia, a medida que se descubren las semejanzas y las diferencias, las distancias y la proximidad que existe entre unas y otras personas y aprendemos a gestionarlo este nuevo “mundo de vida”. El factor de la presión de conformidad con el medio ambiente anfitrión no puede ser menospreciado, ya que opera de forma permanente, por ejemplo, a través de la demanda de asunción de las rutinas culturales o de las expectativas que se tienen de los/as inmigrados/as en la nueva sociedad. Aquellos se verán incesantemente desafiados en su vida cotidiana, no sólo por la forma en que desempeñan sus tareas sino por el tipo de respuestas que dan. En medio de todo esto, se trata que las personas que emigran consigan crear algún grado de convergencia entre sus condiciones personales (de carácter interno) y las relacionadas con el medio. Es lícito preguntarse si ¿existe algún tipo de “preparación” que permita orientarse en este tipo de experiencia? O incluso, ¿cómo disponerse para vivirla mejor? y ¿qué factores debemos considerar? Naturalmente, la respuesta que se pueda dar debería alcanzar tanto a la persona inmigrada como a la nacional, ya que establecemos relaciones de forma correlativa. Perfil y competencias interculturales En situación de migración continua o prolongada (tal sería el caso de un residente de larga duración), así como el de una población acostumbrada al pasaje frecuente de personas diversas podemos hablar de la adquisición de un perfil intercultural. Este se encuentra asentado en un conjunto de características adquiridas por la persona que van desde su temperamento y sensibilidad hasta sus predisposiciones y preparación para vivir en el nuevo medio. La motivación para querer aprender, el desarrollo de competencias comunicativas y las expectativas realistas, son también elementos clave de dicho perfil que posibilita la aventura intercultural. Es importante subrayar la relación que existe entre los recursos psicológicos o constitución de base de la persona, misma que puede facilitar o no la adaptación, así como la necesidad de ayudar a enfrentar y gestionar los nuevos desafíos, tensiones y ansiedades. En este sentido, mencionamos ciertos atributos, que también representan potencialidades a desarrollar: -

La adaptación de la personalidad, relacionada con la apertura, integra elementos como la flexibilidad, apertura mental, tolerancia frente a la ambigüedad.

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La fortaleza interna para asumir el shock y las dificultades, relacionada con la resilencia, capacidad de riesgo, persistencia, elasticidad y un locus de autocontrol control, que permiten a la persona encontrarse estimulada frente a los desafíos emergentes. La positividad, que se orienta hacia una visión afirmativa y optimista, o la capacidad interna de superar las predicciones negativas y el poder para gestionar eventos estresantes, asumiendo la aceptación de las diferencias de los otros. Esto último íntimamente asentado en aspectos como la auto-estima, la autoconfianza y el sentido de eficacia personal.

El entrenamiento en las competencias culturales y el desarrollo de la “inteligencia cultural” (aquí mantendríamos) intercultural, es un campo explorado durante los últimos años, especialmente en las

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8 áreas de la nueva gestión económica internacional y global. De acuerdo con Peterson (siguiendo a Gardner, Goleman, entre otros), existen diversas formas de ser inteligente y por consiguiente, es posible aprender a desarrollar la inteligencia en diferentes áreas. Este tipo de inteligencia cultural se entiende como: “The ability to engage in a set of behaviors that uses skills (i.e., language or interpersonal skills) and qualities (e.g., tolerance for ambiguity, flexibility) that are tunes appropriately to the culture-based values and attitudes of people with whom one interacts”. (Peterson, 2004: 89). Desde nuestra perspectiva se trata no sólo de una capacidad a desarrollar, que asume la existencia de diversos modelos de ejercicio de la racionalidad (distinta a las formas canónicas y sus criterios), sino también una estructuración de lógicas diferentes que orientan la forma de ser y de actuar (De Vallescar, 2000). La noción habitus migrante de Kaufman (2001) también puede ayudarnos a comprender los efectos de la movilidad espacial en la vida cotidiana. De hecho, dicha movilidad obliga a las personas a entrar en contacto con mundos diversos, y con ello a socializarse de forma heterogénea y contradictoria. Como resultado de esto, adquieren una pluralidad de habitus. No se trata de hábitos en el sentido de costumbres (mecanizadas) sino de formas (inteligentes) para gestionar la vida y sus diferentes situaciones, o bien, aprendizajes y reaprendizajes sucesivos que permiten funcionar adecuadamente en el nuevo contexto, que exige determinadas competencias y estrategias. En último caso, este habitus migrante sería una especie de segunda naturaleza, construida, por la que se adquieren no sólo nuevos esquemas mentales necesarios para vivir en el nuevo medio sino también disposiciones morales e incluso corporales. Son notas características de este proceso la reflexividad, la memoria y el inconsciente, abarcando las esferas de los comportamientos, la percepción y los juicios. La repetición sucesiva de ciertas disposiciones y comportamientos acaba por crear estructuras sociales en la persona, a su vez, estructurantes de su personalidad. También consigue una conciencia de sí más plena y “afinada” que auxilia en la tarea de asumir y enfrentar cambios, papeles diferentes, etc.

Como es natural, algunas personas, a causa de sus historias de vida tanto familiar como personal, pueden estar mejor equipados para la nueva aventura. El deseo de ver nuevas cosas o de contactar con personas diferentes unido a la búsqueda de movilidad espacial e inserción en otros contextos serían algunos indicadores de éstas. Cuando se les presentan las nuevas experiencias es como si todo un sistema se activara permitiéndoles un ajuste, más o menos rápido, pero progresivo del imaginario a las condiciones objetivas. Todo ello significa que podemos apropiarnos de la oportunidad de salir de los perímetros de la cultura original. Las experiencias anteriores de movilidad y la forma como fueron interiorizadas se convierten en elementos clave para adquirir disposiciones y construir repertorios personales y, con ello, recursos para desempeñarse en el nuevo momento y contexto. Si es necesario, se reformularán comportamientos y se flexibilizarán criterios para gestionar las nuevas situaciones. Con el tiempo podrán apreciarse pequeñas o grandes transformaciones en la personalidad/identidad.

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9 Sería poco menos que inútil hablar de las disposiciones iniciales y el reformateo de comportamientos que acompañan toda transformación intercultural, sin reconocer el papel de las circunstancias y la política. Políticas de la Identidad De hecho, las personas se ven afectadas de forma diferente, si se trata de participar en un desplazamiento voluntario y planeado, o si es involuntario y no planeado. Pero, también existen factores objetivos, tales como la proximidad o distancia étnica y su impacto en el nuevo medio, es decir, el grado de similitud /diferencia o compatibilidad/incompatibilidad cultural, lingüística y física que existe entre la persona que emigra y la sociedad local de acogida. Algunos acentos o patrones culturales pueden contrastar abiertamente, lo que influirá en el modo y grado de acogida o rechazo. No menos importantes son los antecedentes históricos de cada país y la forma en que se conformó su sociedad (por ejemplo, si se trata de sociedades conquistadoras o colonizadas, formadas por la migración, etc.) así como el diseño y mantenimiento de las políticas de identidad en vigor. En cualquier caso, es claro que una sociedad abierta es la mejor forma de cultivar las competencias culturales e interculturales (Geertz, 2005: 28). No podemos olvidar el carácter construido, relativo y contextual de la identidad y de las propias políticas de integración, a las que subyacen discursos identitarios nacionalizantes. A este respecto Habermas (1994) subraya que las sociedades nacionalistas recurren a una postulada “cultura nacional” (o cultura matriz) que es codificada y canonizada abiertamente, mientras que en las sociedades posnacionales, esto se realiza de forma encubierta. En cualquier caso, se da la creación de un inventario cultural que es continuamente nacionalizado y re-nacionalizado, en sus tradiciones y rasgos, supuestamente compartidos por una mayoría. Asimismo, junto a los criterios de ciudadanía, nacionalidad o identificación étnica o cultural, existen otros múltiples criterios de discriminación, institucionalizados, como serían, por ejemplo: la edad, el género, el origen geográfico, la residencia actual, la lengua materna, la religión practicada, las pautas de comportamientos. Los propios discursos y las prácticas que tienen por objetivo tratar y gestionar la diversidad (asimilación, segregación, integración, multiculturalización, interculturalización…), por sí mismas definen, delimitan y combinan lo público y lo privado, articulando la tecnología de lo político, que invisibiliza todo proceso individual. En unos y otros casos continúan dificultando la interacción de las personas y las sociedades. A modo de cierre El anhelo de pertenecer está profundamente arraigado en el corazón del ser humano, en su naturaleza, parecería que pudiera ser ancestral. El modo de pertenecer nunca debería limitarse, ni las personas deberían aferrarse a un solo tipo de pertenencia, estática. Con razón se habla de un verdadero arte de pertenecer, vinculado a una sed intensa de intimidad… El refugio de la pertenencia confiere poder, confirma en la quietud y seguridad en el corazón. Así es posible soportar la presión y la confusión externas. Al mismo tiempo, la auténtica pertenencia es receptiva a las diferencias, sabiendo que la identidad genuina sólo puede surgir de la relación dialógica dual, entre el yo y el otro. La vida humana es un peregrinar, constante, hacia este descubrimiento (O’Donohue, 1999).

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10 Hoy, más que nunca, es necesario vigorizar nuevos estilos de pertenencia que reflejen la complejidad de nuestras vidas, y tener conciencia que el rechazo, marginalización y la exclusión genera heridas profundas, que lastiman y, a veces, pueden ocasionar situaciones irrecuperables en las personas. Siempre que haya tiempo y espacio, reflexión y auto-reflexión, encuentro y diálogo para poder crecer, la diáspora puede constituirse en una oportunidad para la recreación y la emergencia de nuevas identidades así como de estrategias de vida para vivir y sobrevivir en el nuevo medio. Con el tiempo podrán cristalizar en nuevas potencialidades para las personas. El estudio de los papeles y el status, las instituciones, las culturas y subculturas, las reglas formales, los presupuestos y las inflexiones culturales ayudan a realizar y comprender la propia trayectoria. Pero, siempre será necesario aprender a moverse, ganar conocimiento y destrezas para lidiar con diferente tipo de situaciones, incluso poder identificar el stress experimentado en el nuevo medio, que sistemáticamente margina determinados tipos de diferencias, a través de sus variadas políticas de identidad.

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11 Gudykunst, W., Wiseman, R., & Hammer, M. (1977). Determinants of the sojourner’s attitudinal satisfaction: A path model. In B. D. Ruben (Ed.), Communication yearbook I (pp. 415-425). New Brunswick, NJ: Transaction. Habermas, J. (1994). Identidades posnacionales. Madrid: Tecnos. Horkheimer, M. [1974, (1986)], Ocaso. Barcelona: Editorial Anthropos. Kaufmann, J.-C. (2001). Ego. Pour une sociologie de l’individu. Une autre vision de l’homme et de la construction du sujet. Paris: Nathan. Kim, Y. Y. (20043). Long-Term Cross-Cultural Adaptation. Training Implications of an Integrative Theory. In D. Landis, J. Bennett, M. J. Bennett (Eds.), Handbook of intercultural Training (pp. 337-362). Thousand Oaks, London, New Delhi: Sage Publications. Leung, L. [2005 (2008)]. Etnicidad virtual. Raza, Resistencia y World Wide Web. Barcelona: Gedisa. Neto, F. (2010). Portugal Intercultural: Aculturação e adaptação de jovens de origem imigrante. Porto: Livpsic. O’Donohoue, J. (1999). Ecos eternos de nuestra herencia espiritual. Bs.As.: Emecé Editores Panikkar, R. (2002). La interpelación intercultural, In: G. Gonzáles Arnaiz (coord.) El discurso intercultural. Prolegómenos a una filosofía intercultural. Madrid: Edit. Biblioteca Nueva. Panikkar, R. (2004). Pau I interculturalitat. Uma reflexió filosófica. Barcelona: Proa a mirada filosófica. Panikkar, R. (1985). La vocación humana es fundamentalmente religiosa. (Encuentro con Raymond Panikkar, En: Anthropos. Revista de documentación científica de la cultura, 16-22. -

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